Está en la página 1de 2

El sábado, al salir del colegio y llegar a la glorieta de los insurgentes, un hombre joven

caminaba delante de mi. Los dos caminábamos en silencio. El hombre se detuvo frente a un
bote de basura que se encontraba al lado de uno de los barandales de la escalera. Él
introdujo su mano dentro del bote para extraer una bolsa vacía de chips. Exprimió la bolsa
pero la bolsa estaba completamente vacía. Mi andar se volvió más lento. Ambos bajamos
las escaleras. El hombre vio un puñado de pepitas derramado sobre el suelo y se agachó
para comer algunas. Comer pepitas del suelo. Comer desechos. Seguí andando. Tomé un
par de fotografías para mostrárselas a Homero para luego platicar sobre el hambre. Sentir
tanta hambre que te dispones a comer directo del suelo. Sentir tanta hambre que comerías
deshechos.
Tanta hambre que te comerías al mundo. Mi mamá solía desaparecer lo que se
sentían como días completos. Mi hermana y yo solíamos compartir sus mamilas o papillas
porque yo no alcanzaba las alacenas. Cerelac con poca agua para formar una pasta con
forma de pastel. Serenidad1. Todo el recorrido del metrobus tanto el texto como los sonidos
de los pasos y el masticar de las pepitas del hombre joven fueron mis acompañantes. Mi
propia hambre también me acompañó. En otro momento me habría sentado a comer pepitas
del suelo pero Luciana ya me esperaba en Altavista. Comer pepitas del suelo para averiguar
si sabían a Cerelac. Después de comer en San Ángel, Luciana y yo estuvimos dando
vueltas.
Luciana me acercó a casa y yo abordé un taxi de la calle que estaba cargando
gasolina al lado de su auto. Prefiero siempre el camino al desierto que la ruta por avenida
Toluca. El taxista colocó dos espejos retrovisores; en un par de ocasiones yo lo miré a
través del espejo. Vestía una playera con franjas con distintos tonos de azul separadas por
franjas blancas. Líneas blancas. Unos metros antes de llegar a casa, metió el freno de mano.
Es normal, pensé. Es normal meter el freno de mano. Puso su mano cerca de su zapato. Ahí


1 Una autopista, en la que no crece nada, tampoco puede ser nunca un campo yermo. Del mismo modo que
solamente podemos llegar a ser sordos porque somos oyentes y del mismo modo que únicamente llegamos a
ser viejos por éramos jóvenes, por eso mismo también únicamente podemos llegar a ser pobres e incluso
faltos de pensamiento porque el hombre, en el fondo de su esencia, posee la capacidad de pensar, <<espíritu y
entendimiento>>, y que está destinado y determinado a pensar. Solamente aquello que poseemos con
conocimiento o sin él podemos también perderlo o, como se dice, desembarazarnos de ello. La creciente falta
de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida
ante el pensar. Esta huida ante el pensar es la razón de la falta de pensamiento. Esta huida ante el pensar va a
la par del hecho de que el hombre no la quiere ver ni admitir.
guarda su cambio, pensé. No había cambio pero sí un machete. No me moví, no parpadeé,
no grites. Serenidad.
El taxista comenzó a platicar que hace algunos años solía ir a esa calle a buscar
comida entre la basura. Yo venía a buscar la comida de los ricos, chaparrita. Tu casa está
en un predio que debió de ser para mí, tú perteneces a la clase alta. Tú vives en un lugar
que debió ser mío. Yo miro los ojos que están en el espejo retrovisor. Miro y ahogo el
pánico que comienzo a sentir. El machete tenía unas cuerdas de color morado alrededor del
mango. Tanta hambre que comerías de la basura. Repite las mismas frases una y otra vez.
Reviso mis opciones. No tengo opción mas que quedarme callada y soportar. No quiero
morir hecha pedazos. No quiero morir despedazada. Estoy a unos metros de la puerta de mi
casa. Escucho tu voz hablar del habla. Hablar del cuerpo. Hablar de la técnica.
Mi cuerpo está mudo, en silencio. Ese hombre me mira con odio y va a matarme. Mi
corazón late con tanta fuerza que lo escucho dentro de mis oídos. Mi cuerpo está
congelado. Después de revisar las cámaras de seguridad, Homero y yo vimos que estuve
diez minutos dentro del taxi. Homero llamó y contesté. Con la voz de Homero, me bajé del
taxi. Con tanta tranquilidad como pude, caminé y entré a casa. Todavía hay momentos
donde pienso que sigo a bordo del taxi. Todavía escucho la voz del taxista y siento el
machete. No he podido dormir. No sé si voy a llegar a clase porque no he salido de casa
desde el sábado. No he llevado a mi perra al baño o a caminar. No puedo dormir. Siento sus
ojos fijos en mi mirada.
Suelo fijo, elevarse a la región del espíritu como dice al final de la página veinte.
Ahora todos hemos perdido nuestras tierras. Yo estaba prisionera y escuchaba tu voz
hablando sobre cosas que no entiendo. Salir de la universalización, salir de la tenaza de la
automatización. Pensar. Retoñar. Serenidad para con las cosas. Desembarazarse. Un sí que
al mismo tiempo es un no. Dejar de ver las cosas desde una perspectiva técnica, otra
relación con las cosas, la apertura al misterio para pensar desde un lugar otro. ¿En que otro
nuevo suelo se puede construir el arte o el pensar meditativo? Un machete está cerca de tu
cuerpo y amenaza con matarte y tú pensando en qué carajos quiere decir la palabra
serenidad. Hace falta la serenidad para no estar comido por el mundo técnico. Serenidad
para salir de la lógica de la representación del mundo. Un abrigo que amenaza. No hay
arraigo sin tierra, ¿hay algo más peligroso que la aniquilación de nuestra especie?

También podría gustarte