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¿Cómo hacía Jorge para calcular el tiempo exacto de la sesión, para que terminara justo
en el final de un cuento? ¿Cómo hacía para dejarme colgando de una idea toda la
semana?
A veces esto me parecía maravilloso, yo tenía siete largos días para pensar acerca del
relato, darle mi propia interpretación y bucear en la utilidad que yo podría obtener de ese
cuento.
Otras veces me parecía odiosísimo no poder sacarle el jugo que yo intuía estaba en la
historia, pero que yo no conseguía extraer.
También había veces donde me portaba estúpidamente.
Saliendo del consultorio trataba todo el tiempo de descubrir qué me había querido decir el
gordo con ese relato... La secuencia posterior era inevitable: yo llegaba a la sesión para
“chequear” con Jorge mi “adivinación”, y el gordo como era de prever... se ponía furioso.
—¿Qué mierda te importa lo que yo te quise decir? Lo importante es para qué te sirvió a
ti, si es que te sirvió. Esto no es una clase en el colegio y yo no soy el que califica si
descubriste o no, lo que quería decir tal o cual cosa. ¡Me cacho!
Lo que yo quise decir con lo que dije ES lo que dije: si hubiera querido decir otra cosa
seguramente lo que hubiera dicho sería esa otra cosa.
Cuando haces esto, Demián, el relato sólo te sirve para poner a prueba tu ego, para
alimentar tu vanidad. “Je, yo lo descubrí... Je, yo me di cuenta... Je, yo pude encontrar el
mensaje del cuento... Je, yo soy un idiota”.
Con la historia del vino convertido en agua, me pasaron un montón de cosas. La primera
fue darme cuenta, casi con alivio, que mi planteo estaba equivocado. Que en realidad la
tarea terapéutica no terminaba en mí, ni en ningún otro paciente.
Para usar palabras, que mucho después le escuché decir al gordo, cada tipo que crece
podría ser un repetidor, un pequeño maestro, el desencadenante de una relación en
cadena que en sí misma es capaz de cambiar el mundo.
Y cuando estaba por ahí, apareció mi segundo darme cuenta: cuántas veces yo y otros
como yo, no nos animamos a hacer algo pensando que es inútil, que nada se puede
hacer, porque ¿quién notaría la diferencia si yo actuara así? (como en el cuento...)
Si yo actuara así... y quizás, aunque fuera uno más se animaría pensando como yo, a
sumarse y a actuar así, o quizás más humildemente podría ser que alguien notara la
actitud diferente y registrara, entonces que existe otra posibilidad. Si yo actuara así,
distinto que todos los días, diferente de los demás, quizás, con el tiempo, todas las cosas
cambiarían.
Y me di cuenta, de que esto pasa todos los días:
Aquel señor había viajado mucho. A lo largo de su vida, había visitado cientos de países
reales e imaginarios.
Uno de los viajes que más recordaba era su corta visita al País de las Cucharas Largas.
Había llegado a la frontera por casualidad: en el camino de Uvilandia a Parais, había un
pequeño desvío hacia el mencionado país; y explorador como era, tomó el desvío. El
sinuoso camino terminaba en una sola casa enorme. Al acercarse, notó que la mansión
parecía dividida en dos pabellones: un ala Oeste y un ala Esta. Estacionó el auto y se
acercó a la casa. En la puerta, un cartel anunciaba:.
*PAÍS DE LAS CUCHARAS LARGAS”
“ESTE PEQUEÑO PAÍS CONSTA SÓLO DE DOS HABITACIONES LLAMADAS NEGRA
Y BLANCA. PARA RECORRERLO, DEBE AVANZAR POR EL PASILLO HASTA QUE
ESTE SE DIVIDE Y DOBLAR A LA DERECHA SI QUIERE VISITAR LA HABITACION
NEGRA, O A LA IZQUIERDA SI LO QUE QUIERE ES VISITAR LA HABITACION
BLANCA.”
El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero a la derecha. Un nuevo
corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros
pasos por el pasillo, empezó a escuchar los “ayes” y quejidos que venían de la habitación
negra.
Por un momento las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar, pero siguió
adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró.
Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la
mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque
todos tenían una cuchara con la cual alcanzaban el plato central... se estaban muriendo
de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del largo de su brazo y estaban
fijadas a sus manos. De ese modo todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el
alimento a la boca.
La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media
vuelta y salió casi
huyendo del salón.
Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda que iba a la habitación blanca. Un
corredor igual al otro terminaba en una puerta similar. La única diferencia era que, en el
camino, no había quejidos, ni lamentos. Al llegar a la puerta, el explorador giró el
picaporte y entró en el cuarto.
Cientos de personas estaban también sentados en una mesa igual a la de la habitación
negra. También en el centro había manjares exquisitos. También cada persona tenía una
larga cuchara fijada a su mano...
Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre, porque todos...
se daban de comer unos a otros..El hombre sonrió, se dio media vuelta y salió de la
habitación blanca. Cuando escuchó el “clic” de la puerta que se cerraba se encontró de
pronto y misteriosamente en su propio auto, manejando camino a Parais....