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Corte Penal Internacional insiste en

que JEP tenga un marco legal definido


 
Bogotá, 20 de febrero de 2019. La Corte Penal Internacional, a través de su
vicefiscal, James Stewart, expresó que es importante que la JEP tenga un
marco legal definido cuando está pendiente la sanción presidencial de la Ley
Estatutaria de la Jurisdicción. "De no ser el caso, esto podría constituir un
revés y tendríamos que considerar sus implicaciones", advirtió.
Stewart manifestó que la CPI apoya a la JEP como el mecanismo clave de
la justicia transicional adoptado de conformidad con los acuerdos de paz en
Colombia. Esta declaración se produce 48 horas después de que el Fiscal
General de la Nación, Néstor Humberto Martínez, hiciera algunas objeciones
a la Ley Estatutaria.
La Corte Penal Internacional es el máximo tribunal internacional que juzga a
los responsables de crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidio,
previstos en el Estatuto de Roma. La CPI se encuentra haciendo un examen
preliminar del caso colombiano y ha seguido de manera permanente las
decisiones del Estado colombiano para que estos crímenes no queden en la
impunidad. 
Esta no es la primera vez que la CPI se pronuncia en defensa de la JEP. El
primero de noviembre de 2018, Stewart dijo: "Permitan que los magistrados
3de la JEP hagan su trabajo. Apóyenlos en todos los aspectos que sean
necesarios. La paz con justicia y la rendición de cuentas son formas
eficaces de garantizar que la paz sea sostenible y duradera".

 A continuación, la declaración de James Stewart, vicefiscal de la CPI:

 "La Fiscal de la Corte Penal Internacional, Fatou Bensouda, se ha


referido siempre a la Jurisdicción Especial para la Paz en Colombia,
también conocida como "JEP", desde la perspectiva de sus propias
responsabilidades de evaluar si las autoridades nacionales se están
ocupando de los crímenes del Estatuto de Roma, como los crímenes
de lesa humanidad y los crímenes de guerra, de manera genuina.

Hemos aceptado que las medidas de justicia transicional que


Colombia decidió adoptar podrían, si fueran implementadas y
aplicadas adecuadamente, cumplir con los objetivos de rendición de
cuentas, disponibilidad de recursos para las víctimas y contribución a
la disuasión de crímenes futuros, previstos en el Estatuto de Roma.

 Hemos, por lo tanto, apoyado a la JEP, como el mecanismo clave de


justicia transicional adoptado de conformidad con el acuerdo de paz.
Notamos asimismo ciertas preocupaciones planteadas recientemente
por el Fiscal General de la Nación, por ejemplo respecto a la
importancia de llevar a los autores directos a rendir cuentas. En este
sentido, es nuestro deseo que la Fiscalía General de la Nación y la JEP
puedan establecer conjuntamente una distribución eficiente de
trabajo y sinergias. A tal fin, observamos la importancia de que la JEP
tenga un marco legal definido. De no ser el caso, esto podría constituir
un revés y tendríamos que considerar sus implicaciones".

Con el proceso de paz adelantado en Colombia, se ha pretendido poner fin a una


guerra insana que ha desangrado al país por más de 50 años. De este modo, se
inicia haciendo un esbozo del acontecer del conflicto, desde su génesis hasta la
actualidad, para posteriormente ilustrar los esfuerzos del Estado en lograr una
negociación que beneficie a las partes.
Sin embargo, y pese a la buena fe y disposición del Estado Colombiano, no ha
sido posible concertar una solución; aunado a esto, no han sido benéficas las
consideraciones de algunos organismos internacionales, tal como la Corte Penal,
la cual considera que al estar frente a casos de amnistía por los crímenes
cometidos por las FARC, deberá intervenir para  juzgar a estas personas por sus
conductas de lesa humanidad, teniendo en cuenta, además, que Colombia aprobó
los estatutos para la creación de dicha Corte.
La Fiscal de la CPI y la sentencia
sobre el marco jurídico para la paz
(MJP)
¿Será que son realmente “cartas bombas” contra la constitucionalidad del
marco jurídico para la paz (MJP) las comunicaciones que la Fiscal de la
Corte Penal Internacional (CPI) envió a la Corte Constitucional, como lo
sostuvo la revista Semana?

¿Será que son realmente “cartas bombas” contra la constitucionalidad del marco jurídico
para la paz (MJP) las comunicaciones que la Fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI)
envió a la Corte Constitucional, como lo sostuvo la revista Semana?
¿O que al menos, con ellas, la Fiscal Fatou Bensouda le metió la cucharada a la sentencia
de la Corte Constitucional de la semana entrante sobre el MJP, como lo sostuvo La Silla
Vacía?
No lo creo pues, como lo señaló el colega Camilo Sánchez en su artículo en La Caja de
Herramientas y como lo planteé brevemente en mi columna de hoy en El Espectador, estas
dos cartas son importantes y en las próximas semanas generarán mucha discusión política y
jurídica sobre el proceso de paz, pero no deberían tener una gran incidencia en la inminente
sentencia de la Corte sobre la demanda de la Comisión Colombiana de Juristas contra
ciertos apartes del MJP.
En esta entrada procedo a ampliar un poco más mis argumentos, a fin de someterlos a las
discusión de los blogueros.
¿Qué dijo la Fiscal Bensouda?
La Fiscal Fatou Bensouda de la CPI, respondiendo a una consulta de la Corte
Constitucional, le envió dos cartas al presidente de este tribunal, con dos mensajes
importantes: la primera carta dice básicamente que Colombia violaría sus obligaciones
frente al derecho internacional en general y frente al Estatuto de Roma que crea la CPI e
particular, si otorga una suspensión total de pena privativa de la libertad a los máximos
responsables de la guerrilla o del Estado de los crímenes más graves, a pesar de que sean
juzgados y condenados; en plata blanca, para la Fiscal Bensouda los máximos responsables
de los crímenes más graves tienen que cumplir un mínimo de pena privativa de la libertad.
La segunda carta aborda el debate sobre la selección y se refiere al hecho de que, en la
reciente audiencia ante la Corte sobre el MJP, algunos intervinientes plantearon que era
válido que la ley estatutaria que debe desarrollar ese marco autorice que el Estado sólo
investigue y juzgue a los máximos responsables de los crímenes más graves porque
precisamente eso es lo que hace la CPI. La Fiscal Bensouda aclaró entonces que es verdad
que la Fiscalía de la CPI se concentra en llevar a ese tribunal internacional a los máximos
responsables pero que esa estrategia procesal no debe interpretarse como un “precedente”
que autorice a que los Estados sólo investiguen y juzguen a esos máximos responsables.
La importancia de las cartas.
Estas dos cartas son sin lugar a dudas importantes pues abordan dos de los puntos más
polémicos del debate sobre el MJP: i) la posibilidad de “selección”, esto es, que el Estado
renuncie a investigar a todos los responsables de todos los crímenes graves, a fin de
concentrarse en los máximos responsables, claro siempre y cuando esa renuncia a la acción
penal sea necesaria a la paz y los beneficiarios cumplan con ciertas condiciones, que serán
definidas en la ley estatutaria; y ii) que incluso los máximos responsables, que conforme al
MJP tienen que ser investigados, puedan recibir una pena alternativa o una suspensión de
pena, que implique que no tengan siquiera un día de pena privativa de la libertad.
Estos dos temas, difíciles y complejos, han dividido las opiniones jurídicas y políticas pero,
contrariamente a la manera como usualmente se han planteado, han llevado no a dos
posiciones sino a cuatro, pues son dos preguntas diversas:
¿Si puede o no haber “selección”? ¿Esto es si puede el Estado colombiano renunciar, si se
cumplen ciertas condiciones, a investigar a quienes cometieron crímenes atroces pero no
son los máximos responsables?
¿Si puede haber “suspensión total de pena” incluso para los máximos responsables de los
crímenes más graves, de manera que puedan no tener un día de privación de la libertad?
Como la respuesta a ambas preguntas puede ser negativa o afirmativa, en realidad hay
cuatro posiciones, que resumo en el siguiente cuadro ( copie este enlace y péguelo en su
explorador de Internet para ver el cuadro http://www.lasillavacia.com/elblogueo/blog/la-
fiscal-de-la-cpi-y-la-sentencia-sobre-el-marco-juridico-para-la-paz-mjp)
En algunas intervenciones, el Fiscal General Eduardo Montealegre ha admitido la posición
I, esto es, que si realmente hay un proceso de paz genuino, puede haber selección y
suspensión total de pena para los máximos responsables.
Otros, en el otro extremo, como el expresidente Uribe, el Procurador Ordoñez o Human
Richts Watch, han defendido la posición IV, esto es, que no puede haber ni selección ni
suspensión total de pena para los máximos responsables.
En mi caso, he tendido a situarme en la casilla III, esto es, considero que la selección es
válida, y por ello la intervención escrita y oral de Dejusticia ante la Corte Constitucional se
opuso en este aspecto a la demanda de la Comisión Colombiana de Juristas; pero creo,
como lo he señalado en otros debates públicos, que los máximos responsables deben
cumplir un mínimo de pena privativa de la libertad.
Finalmente, algunos pueden estar en la posición II, esto es, no admiten la selección pero
aceptan la suspensión total de pena incluso para los máximos responsables.
La Fiscal Bensouda es clara en que se opone a la suspensión total de pena para los máximos
responsables. Pero su posición frente a la selección es mucho más matizada pues su carta
simplemente dice que una cosa es la estrategia investigativa de la CPI y otra la obligación
de los Estados frente a la CPI. Pero nunca afirma la Fiscal Basouda que los Estados tienen
que investigar y castigar, incluso en procesos transicionales, a todos los responsables de
todos los crímenes atroces. No es pues claro si la Fiscal de la CPI acoge la posición III o la
IV.
En todo caso, esta posición de la Fiscal es importante pues muestran a las FARC y a todos
los otros responsables de crímenes atroces que los límites jurídicos a los acuerdos de paz
son internacionales y no sólo nacionales, y que la comunidad internacional vigilará que el
acuerdo de paz respete los derechos de las víctimas. En particular indica que no hay
ninguna Asamblea Constituyente capaz de desatar esas restricciones; la alternativa es
entonces hacer un acuerdo de paz que sea sensible con los derechos de las víctimas y
compatible con la obligación del Estado de investigar y sancionar los crímenes más atroces.
La incidencia menor sobre la inminente sentencia de la Corte.
Pero, a pesar de su importancia, esas cartas de la Fiscal de la CPI no deberían tener mayor
incidencia en la inminente sentencia de la Corte Constitucional sobre la demanda de la
Comisión Colombiana de Juristas, al menos por las siguientes tres razones, que tienen que
ver tanto con lo que dice la Fiscal en sus comunicaciones como con la naturaleza de la
decisión que debe tomar la Corte.
Primero, porque la demanda que debe decidir la Corte no analiza la suspensión de penas
sino que ataca únicamente la “selección”, esto es, la posibilidad que el Estado renuncie a
investigar a quienes hayan cometido crímenes atroces pero no sean los máximos
responsables. Y frente a ese punto, como ya lo dijimos, la carta de la Fiscal es matizada;
simplemente dice que una cosa es la estrategia investigativa de la CPI y otra la obligación
de los Estados frente a la CPI. Pero nunca afirma que los Estados tienen que investigar y
castigar en todos los casos a todos los responsables de todos los crímenes atroces.
Ahora bien, el argumento constitucional más fuerte a favor de la legitimidad de la selección
no es la estrategia investigativa de la CPI sino que, en contextos transicionales como el
colombiano, ese deber de investigar y sancionar entra en conflicto con otras obligaciones
del Estado, como aquella de satisfacer los otros derechos de las víctimas (como la verdad y
la reparación), o el deber de buscar la paz, o la obligación de satisfacer los derechos
sociales de la población pobre pero no victimizadas. Y que, como lo expusimos en la
intervención escrita de Dejusticia o en la presentación oral en la audiencia de la Corte
Constitucional del 25 de julio, como ese deber no es jerárquicamente superior a los otros
deberes del Estado, tiene que ser compatibilizado con ellos y eso implica la posibilidad de
limitar la obligación de investigar y sancionar crímenes atroces, siempre y cuando esa
limitación sea un instrumento proporcionado para cumplir con las otras obligaciones
constitucionales e internacionales del Estado colombiano. Y que en ese contexto, una
renuncia condicionada a la acción penal es entonces admisible.
Segundo, por una razón procesal: la demanda de la Comisión Colombiana de Juristas versa,
como ya se explicó, sobre la posibilidad de selección. Ahora bien, frente a demandas de
reformas constitucionales, la Corte tiene el deber de estudiar únicamente lo demandado; no
puede examinar otros aspectos, pues si lo hace, viola la regla de caducidad de las demandas
frente a actos legislativos, pues la Corte estaría estudiando cargos que nunca fueron
formulados por ningún ciudadano, en el término de caducidad de un año establecido por el
artículo 379 de la Constitución. Esto lo tiene claro la Corte Constitucional, desde la
sentencia C-543 de 1998, en donde expresamente señaló que “como el control
constitucional de los Actos Legislativos no es de carácter oficioso, sino rogado (por
demanda ciudadana), la Corporación en estos casos tan sólo puede pronunciarse sobre los
cargos formulados por los demandantes”.
Ese criterio ha sido reiterado en muchas sentencias ulteriores, como la C-487 de 2002, la C-
572 de 2004, C-888 de 2004 o la C-292 de 2007, en donde, por ejemplo, la Corte
expresamente rechazó estudiar un posible vicio de inconstitucionalidad del acto legislativo,
que no fue formulado por la demanda pero señalado por el Procurador. La Corte reiteró que
“el control de constitucionalidad por vicios de procedimiento en un Acto Legislativo debe
limitarse a los cargos formulados por los demandantes en atención a las particulares
características del trámite de reforma, a la limitación prevista en el artículo 241-1 de la
Constitución y a la limitación temporal establecida en el artículo 379 superior”.
Conforme a esa jurisprudencia sólida y reiterada, lo jurídico es entonces que la Corte
reserve el estudio de la legitimidad o no de la suspensión de penas, al examen de las otras
demandas que se han presentado contra MJP o al examen de la ley estatutaria que debe
desarrollar ese marco. Y es además lo más prudente, pues el debate sobre suspensión de
penas tiene enormes complejidades, que la Corte no debería abordar apresuradamente,
puesto que todo su esfuerzo se ha centrado por ahora en el examen de la posibilidad o no de
renuncia condicionada a la acción penal.
Tercero, porque frente a la demanda de la Comisión Colombiana de Juristas, a la Corte le
corresponde estudiar si el MJP para la paz es o no una sustitución de la Constitución; no le
corresponde a la Corte analizar si esa reforma es o no compatible con el derecho
internacional en general ni con el estatuto de la CPI en particular. Son dos exámenes
distintos, como lo señaló con claridad la Corte desde el párrafo 278 de la sentencia C-551
de 2003, que fue precisamente cuando la Corte adoptó la teoría de que podía estudiar los
vicios de sustitución. Pero en esa misma sentencia, frente al cargo de que una de las
preguntas del referendo podía violar la Convención Americana de Derechos Humanos, la
Corte dijo inequívocamente que no le competía “efectuar un control de contenido o
material de las reformas constitucionales, mucho menos tomando como referente
supraconstitucional un tratado” pues aunque el bloque de constitucionalidad “es relevante
para determinar si una reforma constitucional es en realidad una sustitución de la
Constitución, de esa premisa no se puede concluir que una reforma constitucional puede ser
juzgada por vicios de contenido a partir de una comparación entre la disposición
constitucional cuestionada y un artículo de determinado tratado, porque ello equivaldría a
reducir el cargo de la reforma constitucional al de una norma inferior a la Constitución y a
sacar los tratados del bloque de constitucionalidad para elevarlos a un rango
supraconstitucional.”
Ese criterio ha sido reiterado por la Corte en todas las sentencias ulteriores, en donde ha
señalado que el examen de los tratados que hacen parte del bloque de constitucionalidad es
relevante para el juicio de sustitución, pues ayuda a determinar cuales son los pilares de la
Constitución que podrían ser aniquilados o sustituidos, pero que eso no debe llevar a
confundir el juicio de sustitución con un estudio de compatibilidad con el derecho
internacional y que el examen de ese vicio de competencia no la autoriza “para comparar la
reforma con el contenido de un principio o regla específica del bloque de
constitucionalidad”” (Sentencia C-574 de 2011, parrafo 4.6)
Por ello, aunque lo deseable es que la Corte intente armonizar su decisión con las
obligaciones internacionales de Colombia, su deber en este caso es estudiar si el marco
jurídico para la paz aniquila o no un pilar de la Constitución. No si éste es compatible con
el estatuto de la CPI y por ello la interpretación de la Fiscal de la CPI es un elemento menor
para determinar si el MJP implica o no una sustitución parcial de la Constitución.
Por todo lo anterior, aunque las cartas de la Fiscal Basouda son importantes para el debate
colombiano sobre la paz, su impacto sobre la sentencia de la semana entrante sobre el MJP
debería ser mínimo

LOS DESAFÍOS DE LA CORTE


INTERAMERICANA EN RELACIÓN CON LA PAZ
Y LA EFECTIVA PROTECCIÓN DE LOS
DEFENSORES DE DERECHOS HUMANOS Y
LÍDERES SOCIALES EN COLOMBIA

El sistema interamericano de derechos humanos, en general, y la Corte


Interamericana de Derechos Humanos, en particular, cuyos 40 años
conmemoramos el día de hoy, han contribuido notoriamente al
mejoramiento de la situación de derechos humanos en Colombia y tienen
todavía un papel muy importante por cumplir frente a la persistencia de
preocupantes violaciones y a la necesidad de consolidar un valioso
proceso de paz acordado entre el Gobierno y las Farc que atraviesa por
graves dificultades para su realización plena, así como a la importancia
de concretar la paz igualmente con el Eln.
Desde la primera sentencia de fondo emitida por la Corte en relación con
Colombia, el 8 de diciembre de 1995, que declaró la responsabilidad del
Estado por la desaparición del profesor Isidro Caballero y María del
Carmen Santana, en una operación conjunta de paramilitares y fuerza
pública, quedó claro en el territorio nacional que los derechos humanos
eran un asunto serio y que existían órganos internacionales, creados por
los propios Estados, con autoridad para disciplinarlos y hacerles cumplir
sus obligaciones en esta materia. Isidro y María del Carmen eran
militantes del M-19 que realizaban gestiones de paz en febrero de 1989,
las cuales se formalizarían un año después con la firma de un acuerdo
entre ese grupo guerrillero y el gobierno colombiano el 9 de marzo de
1990. Ellos no lograron ver ese resultado, pero por buscarlo fueron
desaparecidos. Sus cuerpos no se han encontrado, y aún hay altos
oficiales del ejército pendientes de rendir cuentas ante la justicia por
estos crímenes.
Desde entonces vendrían otras importantes sentencias, que ya suman
19, relacionadas con varias de las tragedias que han sumido en dolor al
pueblo colombiano: masacres (como las de Las Palmeras, los 19
comerciantes, Mapiripán, Pueblo Bello, Ituango, La Rochela, Santo
Domingo, Operación Génesis, vereda La Esperanza, Operación Orión o
las desapariciones y asesinatos del Palacio de Justicia), torturas y otros
abusos (como los infligidos a Wilson Gutiérrez Soler), asesinatos de
defensores de derechos humanos y líderes sociales (como el abogado
Jesús María Valle o el Gobernador del Resguardo Indígena de Jambaló,
Germán Escué Zapata), agresiones contra periodistas (como Luis
Gonzalo Vélez Restrepo, golpeado por el ejército y forzado al exilio, o
Nelson Carvajal Carvajal, asesinado en la calle al salir de la emisora
donde trabajaba y del centro educativo que dirigía), o negación de
derechos de parejas del mismo sexo (como Ángel Alberto Duque). Estas
sentencias, y las que quedan por venir, se han constituido en un valioso
faro que cada vez con más fuerza les ilumina a la sociedad y al Estado
colombiano la gravedad de las violaciones que se cometen en nuestro
territorio y la necesidad de prevenirlas, sancionarlas y repararlas.
Eso ya sería suficiente para rendirle un merecido homenaje a la Corte
Interamericana. Pero queda todavía mucho por hacer, y ahora más que
nunca puede y debe la Corte, a partir de su investidura y del
reconocimiento de que ya goza en el continente y en Colombia en
particular, continuar aportando significativamente a la superación de la
grave crisis de derechos humanos de la que nuestro país quiere salir. Se
ha hecho un esfuerzo valioso en esa dirección con la celebración del
Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, en el cual se creó, con el
propósito de superar la impunidad y reconocer los derechos de las
víctimas, un sistema integral de verdad, justicia, reparación y no
repetición, con tres órganos de gran importancia: un tribunal encargado
de investigar y sancionar los delitos cometidos durante el conflicto
armado, llamado la Jurisdicción especial para la Paz, o la JEP, regido por
una mentalidad de justicia restaurativa para quienes estén dispuestos a
contribuir a la verdad y a la reparación; una comisión de la verdad, para
esclarecer y reconocer las responsabilidades colectivas y contribuir a la
generación de condiciones de convivencia hacia el futuro; y una unidad o
agencia especial para la búsqueda de personas dadas por
desaparecidas. El acuerdo previó además una reforma rural integral,
para dar tratamiento adecuado a una de las principales causas del
conflicto, unos programas de sustitución de cultivos orientados a superar
el grave problema de la generación de estupefacientes y de su estela
violenta en nuestro país, y proyectos productivos para garantizar la
adecuada reincorporación de los combatientes. Muchas de estas
iniciativas se han visto entorpecidas por diversos factores: la falta de
presupuesto suficiente para llevarlas a cabo, la pesadez burocrática, pero
también la irresponsable resistencia de un sector de la población
colombiana a valorar las bondades del acuerdo.  
De manera general conviene advertir que la Corte no debería bajar la
guardia en relación con el cumplimiento de las obligaciones
internacionales a cargo del Estado colombiano. Ahora más que nunca es
preciso que tales obligaciones se cumplan, que se honren los
compromisos adquiridos por las autoridades en los acuerdos celebrados
con la guerrilla y que la interpretación de los mismos sea conforme a las
normas y las pautas establecidos por el derecho internacional de los
derechos humanos, incluida su jurisprudencia, y en particular en lo que
se refiere a los derechos de las víctimas.
A este respecto, permítanme señalar seis aspectos de especial
preocupación. El primero consiste en que, aunque el Acuerdo de Paz
previó un sistema de verdad, justicia, reparación y garantías de no
repetición aplicable por igual a todos los actores que hubieran cometido
delitos en relación con el conflicto, han quedado por fuera de ese sistema
los mal llamados “terceros”, es decir, los particulares o civiles que
hubieren financiado o utilizado a los actores armados para agredir a otros
sectores de la población, y los funcionarios estatales distintos de militares
o policías, tales como gobernantes, jueces, fiscales, notarios o
registradores que hubieren participado, como efectivamente participaron
muchos de ellos, en la perpetración de crímenes relacionados con el
conflicto armado. Una decisión de la Corte Constitucional, entidad que
por lo demás se ha destacado por su carácter garantista de los derechos
de la población, sorprendió negativamente en esta materia al decidir que
la Jurisdicción Especial para la Paz no tendría competencia para
investigar y juzgar a estos mal llamados “terceros”, pues, según la Corte,
dicha jurisdicción no es su juez natural. Pero advirtió además, con notoria
falta de lógica, que sí es su juez natural en caso de que los mal llamados
terceros quieran comparecer voluntariamente ante ella. La posibilidad
entonces de que los delitos cometidos por estos particulares y agentes
estatales distintos de militares y policías queda sujeta a la acción de la
justicia ordinaria y, en especial, a la de la Fiscalía, que es el ente
investigador de los delitos. Pero hasta el momento la Fiscalía no se ha
destacado por su actividad en esta materia. La Corte Interamericana
deberá ser muy vigilante para evitar que estos perpetradores resulten
impunes en relación con las graves violaciones de las que han sido
cómplices o instigadores.
En segundo lugar, igual diligencia conviene que tenga la Corte
Interamericana en relación con la observación del tratamiento que la
Jurisdicción Especial para la Paz, la Comisión para el Esclarecimiento de
la Verdad y la Unidad para la Búsqueda de Personas Dadas por
Desaparecidas reciban del resto de agencias estatales. Según la
Constitución colombiana, en las relaciones entre los poderes públicos
debe primar el principio de colaboración armónica: “los diferentes
órganos del Estado tienen funciones separadas pero colaboran
armónicamente para la realización de sus fines”, dice el artículo 113. Sin
embargo, hasta el momento es poca la armonía que se ha visto de parte
de algunos de los órganos tradicionales del Estado con los nuevos
órganos creados por el Acuerdo de Paz. Si la gestión del sistema integral
de verdad, justicia, reparación y no repetición no resulta exitosa puede
ponerse en riesgo la perdurabilidad del proceso de paz.
En tercer lugar, hay también que estar atentos a que efectivamente se
hagan realidad los derechos de las víctimas, que deben ser el centro del
sistema y del proceso, según se dice repetidamente en los textos
acordados. Para ello se requiere asegurar efectivamente la presencia y
participación de las víctimas en las diligencias judiciales y brindar
garantías amplias y adecuadas para que se expresen y para que puedan
interponer recursos ante los jueces para hacer valer sus derechos. La
elaboración de las reglas de procedimiento para las actuaciones ante la
Jurisdicción Especial de Paz ha sido un tanto accidentada. Los vacíos
que puedan existir en esta materia deben llenarse con una mentalidad
basada en el principio pro víctimas, que se traduzca en una favorabilidad
interpretativa en función de la realización de los derechos de las víctimas.
En cuarto lugar, además de la participación en las audiencias y en las
diligencias judiciales, debe prevalecer el propósito de asegurar la debida
reparación a quienes hayan sido lesionados por los delitos. Tratándose
de una justicia restaurativa, como es la que se concibió en este Acuerdo
de Paz, ello debería ser indiscutible. Sin embargo, en diversas
oportunidades en que se ha abordado el tema de los derechos de las
víctimas surgen voces orientadas a limitarlos. La tentación de establecer
limitaciones se incrementa por el hecho de que desde el año 2008 (por
medio del decreto 1290, reformulado en 2011 a través del decreto 4800)
se adoptó una tabla de reparación administrativa para víctimas del
conflicto, que establece unos topes según el tipo de violación que se
haya sufrido, hasta un máximo de 40 salarios mínimos por grupo familiar,
que equivaldrían a un poco más de diez mil dólares. Se trata de una
indemnización provisional, como un auxilio de emergencia, no sujeto a
controversia judicial. Hubo quienes propusieron adoptar una norma legal
que impidiera a los jueces tasar perjuicios por encima de los límites
fijados mediante los mencionados decretos. Esto sería contrario a la
jurisprudencia de la Corte Interamericana establecida desde su primera
sentencia de reparaciones en el caso Velásquez Rodríguez, donde
señaló:
“25. Es un principio de Derecho internacional, que la jurisprudencia ha
considerado ‘incluso una concepción general de derecho’, que toda
violación a una obligación internacional que haya producido un daño
comporta el deber de repararlo adecuadamente.  (…). 
6. La reparación del daño ocasionado por la infracción de una obligación internacional
consiste en la plena restitución (restitutio in integrum), lo que incluye el
restablecimiento de la situación anterior y la reparación de las consecuencias que la
infracción produjo y el pago de una indemnización como compensación por los daños
patrimoniales y extrapatrimoniales incluyendo el daño moral”.

En quinto lugar, la Corte Interamericana debería prestar asimismo


especial atención a que se cumpla la obligación de investigar, sancionar
y reparar las violaciones de derechos humanos. Antes del Acuerdo de
Paz, se aprobó en el año 2012 una reforma constitucional con el nombre
de “Marco Jurídico para la Paz”, que previó, entre otras cosas, autorizar
la renuncia a la persecución judicial penal de casos que no constituyan
crímenes de lesa humanidad, genocidio o crímenes de guerra cometidos
de manera sistemática. Esto podría dejar sin juzgamiento violaciones de
derechos humanos o infracciones graves al derecho humanitario, por lo
cual la Comisión Colombiana de Juristas pidió que se declarara su
inconstitucionalidad. La Corte optó por establecer un parámetro de
interpretación constitucional en el mismo sentido, para lo cual advirtió, en
la parte motiva de la sentencia que 
“9.9.5. El articulado de la Ley Estatutaria deberá ser respetuoso de los
compromisos internacionales contemplados en los tratados que hacen
parte del bloque de constitucionalidad, en cuanto a la obligación de
investigar, juzgar y en su caso sancionar las graves violaciones a los
Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario”. 
Sin embargo, y tal vez por estar contenida esta prescripción en la parte
motiva, tiende a olvidarse por algunas autoridades. Ello sería contrario a
lo que tiene establecido invariablemente la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, también desde su primera sentencia en el caso
Velásquez Rodríguez, según la cual: 
“176. El Estado está, por otra parte, obligado a investigar toda situación
en la que
se hayan violado los derechos humanos protegidos por la Convención.
(…). 
En sexto lugar, y con esto termino, el presente Acuerdo de Paz ha estado
acompañado de un incremento notorio de las agresiones contra
defensoras y defensores de derechos humanos y líderes sociales. En el
año 2015, 66 defensores vieron afectado su derecho a la vida; en 2016,
82; en 2017, 106; en el primer semestre de 2018, 81, es decir el mismo
número de víctimas que en todo el año 2016. Esto significa que se ha
duplicado en estos tres últimos años el ritmo de agresiones contra
defensores y líderes sociales, según el Programa Somos Defensores. No
es que en los años anteriores no hubiera agresiones, pero la situación se
ha agravado visiblemente: en 2010 se registraron 32 víctimas; en 2011,
55; en 2012, 71; en 2013, 79; y en 2014, 56. En total, en los ocho años y
medio transcrurridos desde 2010, 631 defensores y líderes sociales
muertos o desaparecidos. Es una cifra aterradora, a la cual deben
agregarse los atentados (que son homicidios fallidos): 328. Y las
amenazas: 2.646. 
Es una situación indudablemente grave. La mayor parte de ella ha
ocurrido durante el anterior Gobierno. Pero continúa ocurriendo durante
el actual Gobierno, sin que se adopten medidas adecuadas para
contener o impedir esa ola incesante de agresiones. En vez de ello,
voceros oficiales del Gobierno, tanto del anterior como del actual,
parecen más preocupados por desconocer el carácter sistemático de
estos asesinatos que por evitarlos. Hasta cierto punto es entendible,
porque la sistematicidad de estos crímenes acarrea la responsabilidad
del Estado. Pero las autoridades también tienen que entender que si bien
estos homicidios no son, en su mayoría, ejecutados ni ordenados por el
Gobierno, es innegable la ausencia de resultados y de políticas eficientes
para evitarlos. Esa falta de resultados es sistemática. 
Ello no solo compromete la responsabilidad estatal, sino que obliga al
Estado a hacer algo mucho más allá de lo que está haciendo para
garantizar la vida de las y los defensores y líderes sociales. Está bien
que se haya creado el Cuerpo Élite de la Policía a comienzos de 2017
para enfrentar a algunos de los grupos autores de estos crímenes, y se
han producido bajas y capturas importantes. Pero hay que desplegar
mayores esfuerzos para romper la sistematicidad de la ausencia de
resultados.
Entre tales esfuerzos cabe mencionar el funcionamiento de la Comisión
Nacional de Garantías de Seguridad. Su objeto es precisamente el de
contribuir a diseñar una política para neutralizar estos crímenes y lograr
el desmantelamiento de las organizaciones sucesoras del paramilitarismo
y otras semejantes. Está integrado por el presidente de la República,
quien lo encabeza, los ministros del Interior, de Gobierno y de Defensa,
el comandante general de las Fuerzas Militares, el director de la Policía,
el Procurador, el Defensor del Pueblo, el Fiscal, la directora de la Unidad
Especial de la Fiscalía sobre estos temas y cinco miembros de la
sociedad civil. Fue creada mediante el decreto-ley 154 de 2017 y debe
reunirse una vez al mes, según su artículo 5º. El Gobierno Nacional, con
la firma del actual presidente de la República, se comprometió “a
garantizar el funcionamiento de la Comisión Nacional de Garantías de
Seguridad (CNGS), convocando a sus miembros para que se cumpla el
Plan de Acción dirigido a combatir y desmantelar a las organizaciones
criminales que atentan contra los líderes sociales, autoridades étnicas y
personas defensoras de derechos humanos”, según el párrafo 4 de un
documento suscrito el 23 de septiembre del presente año conocido como
el “Pacto de Apartadó”, en una reunión promovida en dicha ciudad por la
Procuraduría General de la Nación. 
Es urgente reactivar cuanto antes el funcionamiento de la Comisión
Nacional de Garantías de Seguridad para dar cumplimiento a estos
compromisos, para superar la sistematicidad de la ausencia de
resultados frente a las agresiones contra las y los defensores de
derechos humanos y líderes sociales y para honrar la obligación estatal
de proteger a las y los defensores, como lo establecen las normas del
sistema interamericano y como lo ha esclarecido la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, cuyos 40 años celebramos el día de hoy. 
Qué buen regalo de aniversario sería convocar dicha Comisión y poner
pronto en marcha una política que contenga eficazmente el asesinato de
defensoras y defensores de derechos humanos en Colombia. Y qué
bueno sería que también la Corte Interamericana contribuya a vigilar el
cumplimiento de la obligación de proteger a las y los defensores y líderes
sociales en las actuales circunstancias, así como el sometimiento a la
justicia de responsables de delitos cometidos durante el conflicto que
sean particulares y agentes estatales diferentes de policías y militares, la
colaboración de todos los poderes públicos con el sistema integral de
verdad, justicia, reparación y no repetición creado por el Acuerdo de Paz,
la adecuada participación de las víctimas en el funcionamiento del
sistema, la preservación del principio de plena restitución y la no renuncia
a la persecución judicial penal de violaciones de derechos humanos.
Marco jurídico para la Paz
aprobado en
primer debate
Bogotá, Octubre 10 de 2011, (CNRR)
-
.
La Cámara de Representantes aprobó en primer debate el marco
jurídico para la paz, el
proyecto que pretende incorporar la justicia transicional en la
Constituci
ón Política, y darle
al Gobierno herramientas para conseguir la paz nacional.
El proyecto fue apoyado por 27 congresistas y con únicamente un voto
en contra, el del
Germán Navas Talero, del Polo Democrático Alternativo, quien se
mantuvo en su negativa
desd
e el principio.
Los partidos políticos, por sugerencia del Presidente de la República,
decidieron excluir el
artículo que permitiría la participación en política a los actores
armados, que hicieran parte
de una negociación con el gobierno.
La aprobación de
este proyecto, que muchos daban por hundido, se destrabó horas
antes del
primer debate en la Cámara de Representantes. El motivo fue la
petición del presidente
Santos a los representantes, quien les dijo que necesitaba una llave
para la paz. Cabe
resaltar
que el primer mandatario
ha apoyado el proyecto desde que fue radicado, por el
senador Roy Barreras.
“Es un buen primer paso la aprobación del primer debate del marco
legal para la paz que le
entrega facultades al jefe de Estado para corregir los errores
de las desmovilizaciones en la
Ley de Justicia y Paz y evitar que colapse el proceso“, dijo Barreras.
“De construcción de la
verdad histórica que es lo que las víctimas necesitan y merecen “,
agregó.
El presidente, Juan Manuel Santos, le propuso a los legi
sladores que le den trámite al
primer debate y que en las siguientes siete discusiones, que se
desarrollarán hasta junio del
2012, sería mejorada la redacción del proyecto y discutidas más
ampliamente sus
propuestas.

Jurisdicción Especial para la Paz

La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) es el componente de justicia del


Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, creado por
el Acuerdo de Paz entre el Gobierno Nacional y las Farc-EP. La JEP tiene la
función de administrar justicia transicional y conocer de los delitos
cometidos en el marco del conflicto armado que se hubieran cometido
antes del 1 de diciembre de 2016. La existencia de la JEP no podrá ser
superior a 20 años.
La JEP fue creada para satisfacer los derechos de las víctimas a la justicia,
ofrecerles verdad y contribuir a su reparación, con el propósito de construir
una paz estable y duradera.
El trabajo de la JEP se enfocará en los delitos más graves y representativos
del conflicto armado, de acuerdo con los criterios de selección y priorización
que sean definidos por la ley y los magistrados. En particular, podrá conocer
de los delitos que hubieren cometido excombatientes de las FARC-EP,
miembros de la Fuerza Pública, otros agentes del Estado y terceros civiles.
Sobre estos dos últimos, la Corte Constitucional aclaró que su participación
en la JEP sería voluntaria. 

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