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Análisis - Canto I - Divina Comedia - Dante

Infierno. Canto I

El primer canto de La Divina Comedia actúa como una introducción a la obra en la medida en
que allí se anuncia el recorrido de Dante a través de los tres reinos de ultratumba: Infierno,
Purgatorio y Paraíso. Queda además asentado el sentido de su viaje como único camino para la
salvación del alma, y se anticipa la presencia de Beatriz como guía que lo conducirá por el paraíso
así como el papel de Virgilio que lo guiará a través de Infierno y Purgatorio. Además de esta
función de pórtico de una obra monumental, el canto primero actúa como introducción al primer
reino que Dante debe recorrer; de ahí que el lector se vea inmerso en un ambiente de oscuridad y
temor, elementos esenciales al infierno. La poesía del canto se ve en parte constreñida por la
acumulación de elementos conceptuales que Dante vuelca en estas primeras páginas, creando
con ello una estructura rígida, pero muy en concordancia con el gusto medieval.

Los elementos estructurales claves son: las alegorías de la selva, la colina, las alegorías de las tres
fieras; el encuentro y diálogo con Virgilio.

El canto se inicia con una metáfora célebre: “Nell mezo del manin di nostra vita”. Con ella el
autor nos introduce en un ambiente incierto en el que la realidad aparece desdibujada o
trascendida por la fuerza de los significados alegóricos. La anécdota concreta del individuo
perdido en la selva, deviene con toda naturalidad signo del hombre que va trazando su destino.
El yo de Dante personaje es a la vez un “nosotros” y la selva, en cuya oscuridad se pierde, es
transparente alusión al pecado, ausencia de luz divina.

Se ha definido a la alegoría como encadenamiento de símbolos o como materialización de ideas


abstractas entendidas de forma convencional. El alegorismo, verdadera pasión del hombre
medieval, proviene de una doble fuente: griega y semítica. Su origen estaría en el adorno de la
expresión, en la comparación y la metáfora, fundándose en el placer refinado de ocultar el
pensamiento. En las Escrituras, la alegoría encubre verdades de un orden superior, y es antes
una noción teológica que literaria, pues Dios encubre unas realidades con otras, del mismo modo
en que el hombre las oculta tras las palabras. Alejandro de Hales afirma que “la sabiduría se
encuentra en el misterio”. Lo real visible es entonces signo de un mundo invisible y misterioso.
Aristóteles encuentra la gracia del estilo en el ocultamiento del sentido literal; Santo Tomás
defiende también la poesía alegórica como la más conforme a la naturaleza humana.

El papel del poeta consiste en envolver en bellas mentiras sublimes verdades. La alegoría es
elemento fundamental para la captación del contenido; el supremo arte del poeta consiste en
revestir toda una suma de saber e inteligencia con la belleza de un estilo adornado con gracia. La
Divina Comedia intenta cumplir con este ideal. El alegorismo es pues una forma de concebir el
mundo, no sólo un estilo literario. Es en el mundo real donde hay que buscar símbolos, pues todo
prefigura lo invisible. Todo esconde un significado y la creación es un inmenso repertorio de
símbolos cuyo enunciado final es Dios.

La Divina Comedia es ella entera una alegoría, un largo sueño que comienza en el canto primero
del infierno. En este sueño, el poeta ve desfilar sus odios, sus amores, su tierra, sus creencias, su
saber, ante un testigo y juez supremo: su conciencia. Hay infinitas alegorías dentro de La Divina
Comedia, muchas de las cuales no podemos develar totalmente. Las imágenes de Dante tienen,
según Fraciosi una doble función: embellecer verdades comunes o hace accesibles verdades
sobrenaturales.

“Las imágenes, alegorías y símbolos tienen la función de ejemplos destinados a hacer


comprender o admitir la lección” afirma Ivonne Batard.

El canto primero del Infierno es el más claramente informativo de la Divina Comedia: en él se


expone el motivo del viaje y en él se acumulan numerosas alegorías: la pantera, la loba, el león, el
veltro, y cada una de ellas es susceptible de diversas interpretaciones. El sentido literal
desaparece bajo este alud de símbolos.

El lenguaje alegórico proveyó en la Edad Media material a tapices y vitrales, retablos, obras de
teatro y poemas. El uso de símbolos se hacía imprescindible en una época profundamente
religiosa en la que las realidades espirituales debían ser difundidas en un lenguaje accesible a
todos los hombres. Descifrar símbolos y alegorías era la forma en que solían apreciarse las obras
de arte, y esta traducción o lectura iba de la imagen concreta al concepto.

Aristóteles definió a la alegoría como una “metáfora continuada” valorizando así la amplitud o la
diversidad de elementos que podían caber en ella. El arte medieval era entonces muchas veces un
laberíntico juego de imágenes propuesto por el artista para que lectores o espectadores pusieran
a prueba su ingenio.

El laberinto estaba integrado por alusiones bíblicas y mitológicas, culturales y políticas, de la más
variada procedencia.

La metáfora de la vida como camino alude por un lado a la obra del propio Dante (Convivio IV,
XXXIII, IX) según la cual la vida humana es como un arco cuyo punto central son los treinta y
cinco años. Esta imagen, a su vez tomada de Aristóteles, se conjuga perfectamente con la
concepción bíblica de la vida del justo como un camino recto que conduce a Yavé, mientras la del
impío se pierde en la nada (Salmo I).
Por un lado Dante autor hace gala de sus conocimiento, por otro Dante personaje reconoce
humildemente los errores de su espíritu y los pecados de su cuerpo. La senda de perdición a la
que se encaminó le será duramente reprochada por Beatriz, pues sus infidelidades y su falta de
elevación espiritual están a punto de alejarlo definitivamente de Dios. De ahí el viaje por el
infierno, drástico recurso de la amada para volverlo al buen camino. “Cuando de cuerpo me
convertí en espíritu, creciendo en hermosura tanto como en virtud, fui para él menos amada y
grata. Extraviáronse sus pasos por erradas sendas, yendo tras las falaces sombras del bien, que
ninguna de sus promesas dan cumplida. Ni me sirvió recabar para él santas inspiraciones, a las
que, ya en sueños, ya despierto, hice por atraerle; con tal menosprecio las recibía; y llegó a tal
estado de perdición, que para salvarle eran todos los remedios ineficaces, y sólo restaba poner
ante su vista a los condenados (Purg. XXX).

Hay, pues, en la Comedia, toda ella militante, un doble combate: por un lado, contra el viejo yo,
contra el pecado conocido por dentro y revivido afectivamente; por otro contra los vicios de la
humanidad más ajenos al alma del poeta y personificados en los más inmediatos adversarios de
su ideal de paz y de justicia.

Estos dos aspectos no están netamente separados. “La Divina Comedia es autobiografía poética,
pues su materia es un mundo visto a través de la historia de un alma, que, por añadidura,
representa alegóricamente a toda la humanidad y a sus posibilidades de perdición, de
purificación, de salvación.” (Luce Fabbri: Dante en la poesía comprometida del siglo XIV)

Tres adjetivos caracterizan a la selva: “salvaje y áspera y fuerte”. Con ellos Dante configura a la
vez un paisaje físico y un estado de desolación espiritual en el que el hombre hundido en la
oscuridad, es incapaz de encontrar una salida. Para el autor la intensidad del sentimiento vivido
constituye un problema estético: “¿Cómo decir hasta qué punto aquella selva, cuyo recuerdo hace
revivir mi pavor, era tupida, áspera y salvaje?”. Para Dante personaje, es un problema vital; la
angustia del pecado es anticipación de la muerte en el alma. Pero ambos vibran a la vez cuando el
sentimiento adquiere la fuerza suficiente como para anular el tiempo: “sólo recordarlo renueva
mi pavor”.

El poeta atesora los recuerdos como imágenes vivientes, de modo que el temor, el dolor, o la
compasión que con frecuencia dominan a Dante personaje en el infierno, afectan por igual al
autor que los describe, y dan a la obra un tono de verdad, en la medida en que esos sentimientos
son incuestionables. Esta verdad vital contrasta con el juego conceptual de la alegorías.

El ambiente desolado de los primeros versos admite con perfecta coherencia la presencia de las
fieras y de la sombra, pero a la vez sugiere el estado de ánimo del caminante perdido que no
desdeñará ningún recurso para huir de la selva. Es así que el canto primero introduce y a la vez
justifica el viaje de Dante a los treinta y cinco años de su vida, durante la Semana Santa del año
1300. este peregrinar hacer coincidir la pasión y resurrección de Cristo evocada en ese período de
la liturgia cristiana con el sufrimiento, purificación y salvación de Dante en su viaje por el más
allá.

El autor recurre a la anticipación como forma de sugerir una salida a tan angustiante situación
“mas por hablar del bien que allí encontré”... antes de seguir oscureciendo el paisaje con la
presencia de las fieras, insinúa metafóricamente una esperanza. Ese bien que encontrará es
Virgilio. El tiempo se desdibuja: pasado, presente y futuro se confunden, pues estamos en el
mundo del recuerdo y del sueño. Los acontecimientos adquieren en este sueño de Dante, que es
La Divina Comedia, una dimensión diferente que posibilita el paisaje de la realidad vital (Dante y
su crisis espiritual) al mundo alegórico (el caminante perdido en la selva) y por fin al ámbito
poético, donde la imaginación plasma todas las visiones.

La entrada a la selva es el ingreso al mundo de la fantasía de Dante, pero además el autor


propone una reflexión acerca de la naturaleza de la tentación: el hombre se abandona al pecado
como quien penetra en el sueño, dejando adormecer su conciencia por obra del demonio que
“largamente acuna nuestro encantado espíritu”, como dice Baudelaire. El sueño es la muerte y el
despertar será nacer a una nueva vida.

Toda obra es un sueño de valor catártico (purificador) en la medida en que conduce a la


salvación.

La Divina Comedia es el sueño del que Dante sólo despierta después del encuentro con Dios,
pero es también un sueño político: la ilusión de crear un día un mundo perfecto. Dice Gillet: “
Esta inmensa porción soñadora de la humanidad, siempre vuelve al mismo sueño de un salvador,
de un ángel todopoderoso, que le traerá el término de sus desdichas”. Los sueños son en La
Divina Comedia tanto anticipos de lo venidero como revisiones de los pasado.

La visión de la colina iluminada contrasta vivamente con la oscuridad que reina tanto en la selva
como en el ánimo del personaje. La luz, símbolo de la salvación, es en el lenguaje poético de
Dante el vestido que cubre la colina. Los recursos estilísticos se acumulan en este terceto:
alegoría, personificación y metáfora; la colina representa alegóricamente el bien o la virtud, a la
que sólo se accede mediante el esfuerzo de escalar; la luz que la ilumina es Dios, fuente de todo
bien; el planeta, que “conduce rectamente por todos los caminos”, es el sol.

La angustia se aquieta a la vista de la luz, la tormenta provocada interiormente por el miedo se


presenta bajo la forma de una nueva metáfora, agitando el lago del corazón, donde se supone que
radican todos los sentimiento.
La metáfora de las aguas del lago se encadena dinámicamente con una nueva imagen marina que
abarca los dos tercetos siguiente. Dante es ahora un náufrago, que habiendo logrado salvar su
vida, mira inquieto el peligro que acaba de dejar atrás.

El símil fue tomado de Virgilio quien a su vez lo había tomado de Homero. En éste las
comparaciones en general tienden a convertirse en símiles pues constituyen pequeños cuadros
dotados de vida propia, que permiten aludir a un mundo ajeno a lo bélico que es el tema
exclusivo de la Ilíada. Las comparaciones lo aligeran con visiones de la vida cotidiana, lejos de la
sangre y de la guerra. La Divina Comedia posee tal variedad temática que los símiles no son
necesarios desde este punto de vista, y por eso quedan mucho más profundamente ligados a su
función comparativa.

Lo incontrolable del miedo resulta eficazmente sugerido con la imagen del ánimo de Dante “que
todavía huía” mientras el cuerpo yacía en la playa. La gravedad de la situación es puesta en
relieve al afirmar el poeta que de allí “jamás salió persona viva”. Luce Fabbri sostiene que el símil
del náufrago podría servir de epígrafe a todo el infierno en la medida en que expresa “el
sentimiento de riesgo inmenso milagrosamente superado y al que otros subieron”.

Este mundo de miedo, oscuridad y muerte anticipa eficazmente el clima del infierno donde las
imágenes aterradoras se suceden unas a otras, con breves pausas que apenas permiten la
distensión suficiente como para lograr un nuevo impacto. Así sucede con la aparición de las tres
fieras.

Durante la Edad Media, entre los siglos XII y XIV, alcanzaron gran popularidad los bestiarios,
narraciones en prosa acompañadas de ilustraciones en las que se atribuían características
morales a los diferentes animales según sus costumbres reales o supuestas. Dante recurre a esta
tradición de carácter didáctico para representar a los enemigos que el hombre tiene en su
ascenso hacia la virtud. La pantera, por la belleza de su piel manchada y por la agilidad de su
movimientos es una alegoría de la lujuria.

“Tiempo era del comienzo de la mañana, el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban
con él cuando el amor divino puso en movimiento aquella obra hermosa, así de esperar el bien,
tuve ocasión de aquella fiera de brillante piel, por la hora del día y la dulce estación”

La dulzura del ambiente sugiere una sensualidad propicia al amor. Es la mañana de un día
primaveral, cuando la naturaleza se reviste de una belleza prístina. El autor emplea una
perífrasis para aludir a la estación del año, gracias a ella nos remite a un mundo recién nacido,
fruto del amor divino.
Lo súbito de la aparición y el brusco cambio de clima sugieren un ambiente de irrealidad que
hace más transparente el significado alegórico. El personaje confía en la fiera; su belleza la hace
atractiva y no temible. De este modo representa Dante el proceso de la tentación: el hombre se
abandona a lo atractivo de las apariencias, sin ver el peligro que esconden. La lujuria que ella
representa se vincula al amor aunque en forma inadecuada; de ahí el dominio que la pantera
ejerce sobre Dante. El amor más perfecto es el amor divino – caritas – sugerido en la belleza de
la creación; el extremo opuesto es la lujuria – eros – deformada imagen del amor verdadero. El
autor ve a la lujuria con particular benevolencia, por ser el único pecado que se refiere al amor.
Mientras el cristianismos medieval solía condenar el cuerpo y sus apetitos como uno de los
elementos esenciales para la perdición del hombre. Dante admite a los lujuriosos en el
purgatorio, y es con profunda compasión que los ubica en uno de los círculos superiores del
infierno, como sin atreverse a castigar aquel pecado en el que puede quedar alguna chispa del
amor divino.

Al vincular la imagen de la pantera al amor, los versos de Dante adquieren un refinamiento y una
dulzura propia del dolce stil nuovo, muy poco frecuentes en el Infierno, salvo en el canto quinto,
cuyo tema también es el amor.

De las tres bestias, la más hermosa es la pantera, de los tres pecados que ellas simbolizan, es el
único que ni atemoriza ni repugna. Por segunda vez hay en el canto una alusión al sol, a la luz,
símbolo de la salvación. Dante entrevé la posibilidad de una transformación lograda por el amor,
pues el amor humano es un equilibrio entre eros y caritas, entre lo carnal y lo espiritual.

La figura del león se impone visualmente. Una característica esencial del estilo de Dante es la
seguridad del trazado al presentar a sus personajes en una forma casi estatuaria. En pocas
palabras quedan fijados en imágenes de gran fuerza visual y de gran valor simbólico. El león, con
la cabeza erguida y un hambre rabiosa, representa alegóricamente a la soberbia. Su gesto sugiere
el orgullo del que se sabe poderoso y goza al humillar a los demás. De ahí la observación de
Dante: “Hasta el aire parecía temerle”.

La aparición de mayor fuerza dramática es la de la loba, que atemoriza de tal modo a Dante que
éste pierde la esperanza de alcanzar la cima.

En esa estructura perfectamente simétrica que es la Divina Comedia, se hace evidente la


progresión del miedo ante cada aparición. También hay que destacar el valor simbólico del
número en la triple aparición de las fieras. La tradición cristiana solía valorizar el número tres
como representativo de la Trinidad divina, y en la obra de Dante adquiere un valor clave.

La razón de la elección de estos tres vicios entre todos los que aquejan al hombre, puede
justificarse porque sean aquellos que el autor siente como más difundidos entre sus
contemporáneos; para Santo Tomás eran esos los tres pecados básicos de los que nacían los
demás, también Dante se siente personalmente implicado en ellos. Estos tres pecados están sin
duda entre los móviles más profundos del individuo y de la sociedad. La lujuria se vincula no sólo
a las pasiones carnales sino a todos los placeres que pueda apetecer la sensualidad humana, es
decir que representa en la estructura del infierno dantesco a los pecados de incontinencia. La
soberbia implica el avasallamiento y la humillación del otro: la tiranía y la violencia pertenecen
entonces al segundo gran núcleo de pecados infernales; los de loca bestialidad. La avaricia o la
codicia presentados por Dante como los de mayor peligrosidad, se vinculan con todas las formas
del engaño en la medida en que la insaciabilidad propia de la loba no se detiene ante ningún
delito: violencia, fraude o traición. Esta estructura del infierno basada en tres tipos de pecados:
incontinencia, loca bestialidad y malicia está expresada por Dante en el canto XI del infierno.

Algunos críticos han atribuido a las tres fieras un significado político. La pantera representaría a
Florencia, el león a Francia, cuyo rey aspiraba al poder sobre la ciudad y la loba es el papado, que
pretende unificar a Italia entera bajo su autoridad.

La loba es, entre las tres fieras, aquella en que se acumulan mayor cantidad de elementos
simbólicos: su delgadez, sus torpes deseos, la miseria que genera a su alrededor. Su aspecto
carece de la dignidad del león o de la belleza de la pantera: la codicia es para Dante un vicio
repulsivo y degradante. La flacura alude a la insaciabilidad de sus apetitos: “cuanto más come
más hambre tiene” dirá de ella Virgilio, pues la codicia pretende una acumulación de bienes que
no produce más beneficio que la posesión misma. En su afán no hay placer ni descanso, de ahí lo
desagradable de su aspecto. Pero la codicia se emparenta además con el egoísmo más cruel, y por
eso genera miseria en torno a sí.

Dice Luce Fabbri: “Para Dante y – más en general – para el pensamiento medieval, la palabra
avaricia tenía un significado mucho más amplio que para nosotros: diría que tenía, aún
considerada en sí misma, un significado más político. Era amor por los bienes de la tierra en
contraposición con los bienes celestes. Comprendía por lo tanto el deseo de poder para satisfacer
una ambición personal.

La comparación a la que recurre Dante para explicar su derrota frente a la loba está fuertemente
enlazada con el tema de la avaricia, pues él se ve a sí misma como el hombre que llora despojado
de sus tesoros. Es característico del estilo de Dante el poder dinámico de las imágenes que se
enlazan unas a otras con facilidad y se convierten de comparación en metáfora, de metáfora en
símbolo, de símbolo en alegría.

Se acumulan en estos versos la perífrasis: la loba es “bestia sanza pace”, la selva “la dove il sol
tace”. Hay también una personificación y una sinestesia, pues la oscuridad es el lugar donde el
sol se calla, la falta de luz se asocia al silencio absoluto, y ambos a la muerte. Simbólicamente,
oscuridad, silencio y muerte representan al pecado en el que el protagonista se cree ahora
definitivamente sumergido.

Es en este momento de pérdida de la esperanza que aparece la sombra de Virgilio, de ahí el


aferrarse del personaje esta figura misteriosa.

“apiádate de mi – le grité – quien quiera que seas: sombra u hombre verdadero”

En la atmósfera de irrealidad que se respira en la selva, no es extraña la aparición de una sombra,


aún así es, por su aspecto humano, preferible a la loba. Su apariencia la hace confiable, pero
además su presencia nos introduce con naturalidad en la atmósfera de ultratumba. Para
Momigliano estos versos con los que Virgilio aparece en medio de la oscuridad y del silencio del
“gran desierto” constituyen el primer gran cuadro del reino de las sombras. En efecto confluyen
en él la angustia, la oscuridad, el miedo y la presencia espectral. Las palabras del Virgilio lo
ubican progresivamente: primero en su doble condición de espíritu y ser humano, luego en su
patria, su época y su profesión. Sus palabras, de carácter sobriamente informativo, dejan
traslucir un sentimiento de nostalgia de la fe cristiana y la melancolía de quien se siente para
siempre exiliado del bien o de la verdad. De su época destaca Virgilio dos figuras: la de Julio
César, que conoció tardíamente, y tal vez con esto sugiera que no llegó a vivir el esplendor de la
República, y la de Augusto, al que califica de “bueno” explicitando así su adhesión al imperio. De
su obra poética alude sólo a la Eneida, y también por medio de perífrasis como lo había hecho
con su propio nombre.

La alusión a ésta como obra única, en detrimento de las Bucólicas y las Geórgicas que también
contribuyen a la fama del autor se debe a que es a obra épica la que Dante prefiere y la que más
claramente le servirá de modelo literario. Dante se siente un nuevo Eneas, destinado por Dios a
un viaje que lo conducirá, como al héroe troyano, de la muerte a la vida. Si el altísimo propósito
del viaje de Eneas fue la fundación de Roma, el de Dante será la salvación de los hombres gracias
al testimonio que él pueda dejar.

Son numerosas las razones por las cuales Virgilio fue elegido por Dante como su guía. Las de
índole estética quedan explicitadas en las palabras de admiración con que lo saluda Dante
personaje. Nada dice en cambio de las razones morales o políticas que se harán evidente a lo
largo de la obra. La Edad Media vio en Virgilio a un profeta, a un taumaturgo y a un sabio. Fue el
más leído de los poetas de la antigüedad. Se lo consideraba un hombre dotado de virtudes
excepcionales en el mundo pagano: por su amor a la paz y al vida sencilla, expresando en las
Geórgicas, y causa de la profecía de la Bucólica cuarta en la que anuncia el nacimiento de un niño
que será el salvador del mundo.
Resulta admirable que un poeta muerto diecinueve años antes del nacimiento de Cristo pudiera
anunciarlo. Estudios modernos han puesto de manifiesto que en realidad la “profecía” de Virgilio
no se refería a Cristo, sino a un niño príncipe, hijo de uno de sus mecenas. Dante pone en su boca
el anuncio del advenimiento de un príncipe que dominará a la loba, siguiendo el don que la
tradición medieval le adjudicaba.

A éstas se suman razones políticas: Virgilio es un poeta de los comienzos del imperio, la forma
más perfecta de gobierno que Dante puede concebir. Tal concepción política se pone de
manifiesto en el tratado de Dante “De la monarquía”. Virgilio es además italiano, y Roma
representa para la Edad Media el centro de poder religioso, así como había sido para el mundo
pagano centro jurídico y político.

Por todo esto Virgilio representa la razón humana, que basta para apartar al hombre del pecado y
conducirlo a los umbrales del paraíso.

“Dante representa en cierto modo la conciencia del medioevo iluminada por la sabiduría de la
antigüedad, y es el más solemne testimonio de la continuidad que liga la cultura latina con la
cultura medieval... Dante gusta y alaba la poesía de Virgilio con su sentido del arte que preludia
al clasicismo de la época humanística” (Momigliano). Con estas palabras se pone de relieve uno
de los valores fundamentales de la obra de Dante: siendo La Divina Comedia el máximo
monumento de la literatura medieval, por su concepción filosófica y religiosa, por su tema, su
estructura y su propósito didáctico, anticipa a la vez al Renacimiento por la belleza y el cuidado
de su estilo, por la diversidad de fuentes en las que se inspira y por su admiración declarada por
la antigüedad clásica.

Desde el punto de vista poético Dante es perfectamente conciente de ser el sucesor de Virgilio, de
ahí que lo llame su maestro. Además Virgilio es su padre y su guía: “Virgilio nos había dejado
huérfanos, Virgilio que había sido padre dulcísimo para mí, Virgilio a quien se había
encomendado mi salvación” (Purgatorio XXX).

Este lamento de Dante ante la separación alude al vínculo afectivo que une a ambos personajes
más allá de las intenciones doctrinales del autor, para quien la razón humana, representada por
Virgilio, debe ceder ante la representada por Beatriz. La emoción de Dante en el encuentro en la
selva también va más allá de todo argumento racional; el autor ama al poeta Virgilio con toda la
pasión que un poeta puede experimentar ante la belleza de una obra.

Virgilio es fuente de la que brota un río de poesía ante el que Dante se siente intimidado.
También es luz de los demás poetas por su papel destacado entre ellos, y por último es el maestro
y el autor de Dante. Con estos sustantivos desprovistos de todo adjetivo encomiástico, Dante
señala el valor único, exclusivo de Virgilio. El bello estilo “que le ha dado tanto honor” se debe al
estudio y la imitación de Virgilio. Se evidencia aquí el criterio medieval de la valoración de los
modelos y la desvalorización de la originalidad.

Este enfoque vale no sólo para la literatura sino para cualquier otra rama del saber y explica la
lenta maduración del conocimiento durante todo este período. Esta concepción, propia de una
época de muy fuertes convicciones religiosas y de estructuras jerárquicas inamovibles, se
manifiesta en la poesía, por la imitación de obras consideradas paradimáticas. Así Dante cree
que su fama no se debe a su propio genio sino el grado en que supo ser fiel a Virgilio.

En los versos siguientes Dante se centra en torno al tema de la loba. Reaparece allí el leit-motiv
del Canto I: el miedo. La fiera adquiere aquí su mayor fuerza como figura real y alegórica. Su
potencia destructiva es tan incontrolable como su hambre. El miedo ya no es sólo temor físico de
ser devorado por la bestia, sino el de ver a la humanidad entera destrozada por el poder de la
codicia. Todos los hombres formarían una especie de corte de animales que corren tras la loba
aspirando a aparearse con ella.

Dante se reconoce derrotado, sea porque se siente más inclinado a la codicia que a ningún otro
vicio, sea porque considera que ésta es el mal que más amenaza a la humanidad.

A esta imagen aterradora le sigue la profecía del Veltro (lebrel o perro de caza). Sólo aquel que se
alimente del espíritu podrá ser inmune al poder de la codicia. Cuando todos los caminos
terrenales están cerrados, sólo queda la esperanza de la salvación espiritual. Estos versos tienen
una clara correspondencia con la situación vital de Dante en el momento de escribir La Divina
Comedia. Exiliado, traicionado, desengañado de toda esperanza política. Dante ve muy lejana la
salvación de Florencia, ávidamente codiciada por Francia y el Papado. Corresponde entonces
renunciar a todo poder temporal y orientarse a la salvación del alma, superar las frustraciones
personales y buscar una solución trascendente a los problemas humanos. El lebrel habrá de
perseguir y cazar a la loba hasta lograr encerrarla en el infierno. El tono profético, frecuente en la
Divina Comedia, implica siempre un lenguaje ambivalente cuyos contornos son lo
suficientemente difusos como para abrir diversas posibilidades interpretativas. El lebrel o veltro
puede ser Can Grande Della Scala, protector de Dante a quien dedica la obra, o también un
emperador que podrá poner fin a la avidez material y conducir a Italia hacia un reinado de
justicia y paz.

Al aludir a su patria, Dante menciona a los héroes que aparecen en la Eneida: Camila y Turno
príncipes de los Bolgos y los Rutulos, que lucharon contra Eneas, Euríalo y Niso, héroes
troyanos. Con esto evidencia la tradición heroica de su pueblo y demuestra el conocimiento
detallado que posee de la obra de su maestro. A partir del verso ciento doce Virgilio describe el
trayecto a recorrer y explica su propósito. Los tres reinos son caracterizados por medio de
perífrasis: el infierno es el lugar “de las desesperadas lamentaciones”, el purgatorio el “de los que
están contentos aún en medio del fuego”, y el paraíso “la alta región de los bienaventurados”. Se
contraponen infierno y purgatorio como sedes de la desesperación y la esperanza
respectivamente. También anuncia que él será su guía y luego aludiendo a Beatriz dice: “un alma
más alta que la mía te conducirá a la región de los bienaventurados”. Virgilio designa a Dios
como “el emperador que reina allá arriba” con lo que pone de manifiesto su concepción del
mundo como un imperio regido por un Dios único del que los reyes dependen. Su reinado se
ejerce directamente sólo en el cielo, donde está la sede de su trono y su ciudad. En la tierra los
reyes son quienes lo representan. Esta concepción es expresada por Dante en su tratado “De la
monarquía”.

La exclamación final de Virgilio: “felices los que él elige” deja asomar toda su melancolía por no
haber conocido la fe cristiana y saberse apartado de Dios para siempre en el Limbo, donde
moran los que no pudieron conocerlo. Queda así delineada la finalidad espiritual del viaje y
trazado el camino a recorrer. No pudiendo superar por sus propias fuerzas los pecados ni
apartarse del vicio, Dante deberá descender a los infiernos acompañado de Virgilio, lo que
alegóricamente es interpretado por Momigliano como: “Meditar acerca de las consecuencias del
pecado y arrepentirse de los cometidos guiados por la razón”.

Las palabras finales del canto que muestran a Dante siguiendo los pasos de Virgilio, poseen
también un valor simbólicos: Dante es su discípulo no sólo en la poesía sino en la vida.

Extraído del texto "Dante" de Margarita Carriquiry y Teresa Torres.

Análisis del Canto III - La puerta y los Indiferentes


La puerta del Infierno y los Indiferentes

Este canto se abre con la inscripción de la puerta del Infierno. Con ella nos introduce el autor en
el ambiente de la desesperación y de dolor que caracteriza el mundo de los condenados. Luego se
describe el tormento de los indiferentes y por último el pasaje por el río Aqueronte.

La atmósfera de este canto estará determinada por las sensaciones psicológicas del personaje.
Dirá Mornigliano: “…la del tercer canto está dada por el primer contacto con la eterna oscuridad
del infierno y la desolación que ésta produce en el alma”.

El canto comienza abruptamente. Antes de llegar a él, la única información que teníamos estaba
dada por el canto II, en una extensa conversación entre Virgilio y Dante en la cual el primero le
explica al segunda la razón por la que está allí y adónde irán ahora, quién lo envió y con qué fin.
Pero no hay mayor explicación. El canto tres comienza con estas palabras que sólo después de
leer los tres tercetos, nos enteramos que quien está hablando no es ninguno de los personajes,
sino la puerta misma, que se encuentra personificada a través de las palabras “por mí…”. La
puerta parece hablar, advertir a todo aquel que llega a ese lugar, que no existe esperanza, que
están en el lugar tan temido en vida, que este es el reino del dolor eterno.

Dante no sabrá dónde está, Virgilio debe explicarle, y el lector, al igual que el personaje parece
asombrarse, estremecerse con tales palabras que no tienen ninguna explicación hasta que
Virgilio la dé. Es la búsqueda del impacto. La inscripción golpea al lector y al personaje a la vez,
porque son palabras duras e implacables, por su sobriedad y solemnidad sobrecogedora. Ese
Dios amoroso, también es justo y quien llega allí lo ha hecho por los actos de su vida y su falta de
arrepentimiento.

“per me si va nella cittá dolente,


Per me si va nell’ eterno dolore,
Per me si va tra la persuta gente”

(“Por mi se va a la ciudad doliente


Por mi se va al eterno dolor
Por mi se va a la perdida gente”)

Este terceto está formado por un triple paralelismo. No olvidemos la importancia esotérica que
tiene el número tres en la obra de Dante. La obra está escrita en tercetos, y esta inscripción
también tiene la forma de tres tercetos. Toda la obra de Dante está estructurada con la misma
precisión que tendría un edificio eclesiástico de la época. Nada está librado al azar. Incluso el
paralelismo, que es la figura literaria en la que se repiten la misma estructura gramatical, es una
figura utilizada comúnmente en la Biblia.

La puerta es el único acceso al mundo signado por el dolor eterno, es la ciudad del dolor, es
donde habita la raza perdida, es la decir la “desgraciada”, la que ha quedado fuera de la gracia de
Dios, pero no porque Dios lo haya querido así, sino por sus obras y por su falta de fe. Los
perdidos son aquellos que han elegido darle la espalda a Dios. En estos tres versos se muestra
implícitamente la metáfora bíblica de la vida del justo como el camino recto y la del pecador cuyo
camino se pierde.

En Mateo 7:13 , Jesús dice: “Entrad por la puerta estrecha: porque ancha es la puerta y espacioso
el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.” Esta es la referencia
que inspira a la visión de esta puerta. Es ancha, grande porque muchos entran por ella, porque es
mucho más fácil perderse que salvarse, pero además, a través de esa inscripción la puerta parece
hablar, por lo tanto se transforma en una inmensa boca que traga “víctimas”.
Este primer paralelismo, acompañado por la anáfora “per”, es un paralelismo sintético porque
cada uno de los versos va agregando algo nuevo a lo anterior. La anáfora refuerza la idea de
perdición, ya que quien entre por ella no podrá contar con la esperanza de salir. El castigo es
eterno y la esperanza en este mundo infernal está muerta. La salvación sólo es posible en vida, y
estas almas han perdido su tiempo.

Primero “la ciudad doliente”, el lugar en el que habitan sólo es esperable el dolor. Esto recuerda
aquellos castillos amurallados de la Edad Media, en que sólo cabía el dolor y la desesperación de
la amenaza de una invasión bárbara. Esta característica del dolor se repetirá en los otros dos
versos, de una u otra forma. Una vez que el alma llega al infierno pierde toda su libertad, sólo le
resta obedecer y sufrir. El dolor y el odio son los únicos sentimientos posibles en este mundo. El
primero es porque el pecado cometido trae como consecuencia el castigo eterno. Ellos saben que
están allí por justicia divina. El odio es hacia Dios, tal como lo tuvieron en vida al despreciar su
palabra.

La segunda característica es el “eterno dolor”. Aquí hay una nueva idea: la eternidad de ese dolor.
No existe el principio ni el fin de ese dolor. Es constante, permanente y eterno. No se detendrá
jamás, sólo habrá una excepción, cuando Dante quiera conversar con algún alma para enterarse
de la historia del personaje que entrevistará. Ese es el único momento de descanso de estas
almas y son un instante ante la eternidad. Este momento que detiene a la eternidad por un
instante es un acto amoroso de Dios, porque le permite algo que ellos no merecen, en primera
instancia, y en segunda instancia porque le da a Dante la oportunidad de escribir lo que ve para
aleccionar a la humanidad del peligro que corre si no se arrepiente. Dante es un privilegiado, un
elegido para esta actividad, por la sola gracia de Dios y la insistencia de Beatriz que fue quien
pidió a la Virgen para que intercediera por Dante y le diera esta oportunidad. Dante coloca a
Beatriz en el lugar más alto, en el paraíso, al lado de la Virgen, lo que nos recuerda a la “donna
angellicata” tan mentada en el Dolce Stil Novo.

El último paralelismo; “la perdida gente”, no sólo insiste en la esperanza perdida, sino en el dolor
eterno, existe la posibilidad de salvación para ellos. Es gente rechazada por la gracia de Dios.
Quien allí entre ya está perdido. La palabra gente refiere en realidad a las almas que no han
olvidado lo que eran cuando tenían cuerpo. Esto es muy importante, porque es lo que explica el
sufrimiento físico. Lo que subsiste es el sentimiento de cuando estaban vivos, y es por esa forma
de pensar que siguen aferrados al dolor. Ellos están perdidos porque sabían que estaban
pecando, con lo cual ya estaban perdidos aún en vida, y nunca se arrepintieron, ni siquiera un
instante antes de morir, lo que los hubiera puesto en el Purgatorio. Ellos sabiendo la diferencia
entre el bien y el mal, escogen el pecado, eso es libre albedrío. La única excepción en el Infierno
es el primer círculo: el limbo. Allí la gente que se encuentra no tiene un castigo físico, sino una
eterna sensación de que les falta algo: Dios. Esto se debe a que ellos murieron antes de conocer a
Cristo, por lo tanto no pudieron ver la redención, ni conocer a Dios. Así estarán condenados al
infierno, pero sin un castigo físico, sino más bien una eterna melancolía que no podrán
explicarse.

El segundo terceto alude a la Trinidad divina:

“Giustizia, mosse il mio alto Fattore:


Feceme la divina potestate,
La somma sapieza e’ il primo amore”

(“La justicia movió a mi alto Hacedor:


Soy la obra de la divina potestad,
La suma sabiduría y el primer amor”)

Dios es el único hacedor y se manifiesta en sus tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,
aludidas en el terceto como “la divina potestad, la suma sabiduría y el primer amor”. Estas
categoría también se pueden encontrar en la Biblia, Dios como el Hacedor, todopoderoso, que
creó al mundo y al hombre y también fue capaz de crear el Infierno. Este no fue creado para el
hombre, pero por la perdición del hombre, allí se encuentran las almas pecadoras. El infierno fue
creado para el Diablo y aquellos ángeles que se rebelaron con él, pero la intención de Dios era
que todo hombre se salvara, aunque el hombre no lo quiso así, y como Dios es Justo también,
debe cumplir con este castigo. El infierno es obra de la divina justicia, y de la sabiduría, a la que
los proverbios asocian con Cristo, aquel que clama por la sensatez del hombre, y por el Espíritu
Santo también definido como amor. En la concepción de Dante, el amor mueve su mundo. Movió
a Beatriz a salvar a Dante, y mueve todas las cosas, Dios es amor, lo definirá una de las epístolas
de Juan, así aunque resulte difícil de entender, el Infierno es obra del amor, como lo es
permitirle a Dante descubrirlo y dejarlo plasmado en su obra para lección moral de la
humanidad.

“El autor juzga con severidad y condena fácilmente al hacer concordar siempre la voluntad con la
justicia divina de la que actúa como portavoz. El personaje en cambio sufre y se rebela,
compadece, llora, no comprende. A medida que vaya recorriendo el mundo infernal, su espíritu
irá acompasándose a la voluntad divina, a medida que se va desarrollando en él la catarsis. Toda
La Divina Comedia es el proceso de purificación de las pasiones vivido por Dante.” Dirá
Carriquiry.

El Infierno es obra del amor, porque Dios le dio al hombre la posibilidad de elegir a través del
libre albedrío. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene, al igual que Él, la
posibilidad de elegir. Pero esa elección también tiene sus consecuencias. Es precisamente el libre
albedrío (la opción de elegir entre nuestra propia voluntad o la voluntad de Dios) la ley que rige
el universo. Quien pervierte esa ley queda esclavo del mismo vicio, tanto en la vida como después
de muerta. La ley es eterna, y quien ingresa en el mundo del mal o del vicio debe perder toda
esperanza, a no ser que haga un verdadero arrepentimiento, única posibilidad de salvación. Esta
es la razón por la que se escribe este texto, para que la humanidad se arrepienta. Quien no lo
haga pasará a ser parte de “la perdida gente”, cada acto del hombre tendrá sus consecuencias, si
sigue su propia voluntad, asumirá solo esas consecuencias, sino quien responderá será el mismo
Dios. Estos son los principios de amor del mundo cristiano.

El tercer terceto subraya la eternidad del castigo.

Dinanzi a me non fuor cose create


Se non etterno, el io etterna duro.
.Lasciate ogni speranza, voi ch’ entrare”

(Antes de mi no fue nada creado


Sino lo eterno y yo eterna permanezco
Dejad toda esperanza los que aquí entreís)

.Este mundo ha sido creado antes del hombre para castigar a los ángeles rebeldes, y no tendrá
fin. La dureza del verso resume el sentimiento que domina a todos los condenados, la
desesperación de saberse culpables, sin poder arrepentirse, y tal vez, sin querer hacerlo aún
sufriendo los castigos, y por supuesto, sin aspirar al perdón. La atmósfera asfixiante proviene de
la continua rebeldía, de la permanencia del odio y la blasfemia contra Dios. En varios pasajes
bíblicos se define a este lugar como aquel en que se escucha el crujir de dientes, lo que puede
llevarnos a pensar en esa falta de arrepentimiento, en esa blasfemia constante, en esa elección
que en vida hicieron de darle la espalda al amor de Dios.

Dante muestra el temor por estas palabras “oscuras”, por su sentido tan severo e implacable, que
parece contradecirse con el amor de Dios. Es Virgilio quien asume la actitud paternal de dureza y
calidez a la vez. Le dice que debe perder el miedo, y abandone su rebeldía, confiando plenamente
en él. Esto va acompañado de un gesto: toma su mano, como forma de consuelo.

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