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Luis Guzmán Palomino

Odilón Bejarano Barrientos - Oscar Abarca Pizarro

1821
Algunos controversiales
sucesos en el año de la
independencia del Perú

Comisión Institucional Conmemorativa del Bicentenario


de la Independencia del Perú. Universidad Nacional de
Educación Enrique Guzmán y Valle

Grupo Editorial Arteidea Perú E.I.R.L.


1821: Algunos controversiales sucesos
en el año de la independencia del Perú

Comisión Institucional conmemorativa


del Bicentenario de la Independencia del Perú
Resolución N° 0099-2019-R-UNE.

© Luis Guzmán Palomino


© Odilón Bejarano Barrientos
© Oscar Abarca Pizarro

Diagramación: Inés Mendiburu, José Carlos Sánchez Nina


Corrección: Jorge Luis Roncal
Cuidado de la edición: Milagros Martínez Muñoz

© Grupo Editorial Arteidea Perú E.I.R.L.


grupoeditorial.arteideaperu@gmail.com
Mz “N” - lote 02. Asociación Los Lirios
San Martín de Porres, Lima-Perú

Primera edición: Diciembre 2021


Tiraje: 1000 ejemplares

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú


Nº 2021-14205

ISBN: 978-612-5032-10-2

Impreso en Perú por Kartergraf S.R.L.,


Jr. Huaraz 1856 - Breña, Lima
Presentación

El libro que el amable lector tiene hoy en sus manos, más que
aseverar conclusiones se ha propuesto plantear supuestos teóricos
para el debate, porque los hechos sucedidos en 1821, y en general
a lo largo de todo el proceso de la guerra separatista, dan cauce a
pareceres contrapuestos. Si la base fundamental para construir la
interpretación histórica son las fuentes de primera mano, es lógico
que emerjan diversas versiones según se vaya examinando la do-
cumentación dejada por sus varios protagonistas. Las fuentes co-
etáneas, además, deben ser entendidas en su contexto, y el tiempo
de la independencia estuvo signado por encendidas luchas políti-
cas, con sucesivos mandatarios que tras un paso fugaz por el poder
terminaron siendo vilipendiados por quienes les sucedían, también
efímeramente. San Martín, Riva Agüero, Torre Tagle, Bolívar, todos
terminaron convirtiéndose en personajes controversiales, aunque
una visión idílica no lo haya visto de esa manera. Se aparta esta
investigación de los afanes meramente conmemorativos, desde que
pone en cuestión incluso la validez de considerar “patriotas” a solo
una de las fuerzas en pugna. Y opta por el término “independentis-
tas” para referirse a los criollos hispanoamericanos, porque sucede
que los realistas, defendiendo con tenacidad la causa española, ac-
tuaron también como “patriotas”. Canterac, Valdés, Rodil, Loriga,
Olañeta, Espartero, lo fueron, a su manera; y al examinar sus ac-
ciones aparecen también con nitidez las contradicciones que entre
ellos se generaron, por razones ideológicas y políticas.
Porque el desenlace de la guerra separatista fue previsible
desde que la metrópoli se vio envuelta en una tremenda crisis inter-
na. España vio en esos años la insurgencia de los liberales y hasta
empezó a regirse por una Constitución de nuevo tipo, distante del
absolutismo que se puso en cuestión con la difusión de los ideales

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Cuadernos del Bicentenario

revolucionarios franceses. La lucha fue intensa y repercutió en las


colonias de ultramar, en las que algunos estadistas intentaron in-
cluso poner en práctica las nuevas ideas. Canterac, Cruz Mourgeón
y otros fueron partidarios de reformas, pero con una sola España
que incluyera América regida por la Constitución liberal.
En el Perú los generales realistas reflejaron la crisis peninsular
y se dividieron entre constitucionalistas y absolutistas. Derrocaron
un virrey, algo nunca antes visto, y llegaron hasta la guerra civil,
lo que permitió a los independentistas alzarse con las victorias de
Junín y Ayacucho. 1821 vio el inicio de ello, con el golpe de estado de
Aznapuquio. Mientras tanto, entre revoluciones y restauraciones,
la corona española fue perdiendo el control de sus posesiones ame-
ricanas y no pudo socorrer materialmente a sus ejércitos que, sin
embargo, resistieron aún por varios años. La guerra separatista, a
decir de algunos de sus principales protagonistas, no habría tenido
que ser prolongada. Pudo solucionarse militarmente en 1821, como
lo señalaron entonces Cochrane y Arenales, ente otros. Pero sucedió
que hubo entre los independentistas dos visiones frente al conflicto.
Una, pasiva, que hizo demostración de fuerza bélica con la sola
mira de entrar con alguna ventaja en negociaciones, creyendo que
los realistas terminarían persuadiéndose que les era más favorable
conceder la independencia sin dar batalla. Correspondencia inter-
cambiada, entrevistas, armisticios, tácitos acuerdos de no agresión,
se sucedieron en 1821 y su epílogo fue la salida de La Serna de Lima
sin ser molestado, a lo que siguió la entrada de San Martín para
proclamar la independencia del Perú en la capital, cuando gran
parte del país estaba ocupada por los realistas.
Antes, San Martín llegó a proponer la regencia de La Serna
la unión de los dos ejércitos y la formación de un reino peruano con
monarca europeo, que incluso pudo ser español. La idea la tuvieron
también algunos criollos “nacionalistas”, el primero de ellos José de
la Riva Agüero, quien iba a tener luego una actuación protagónica
hasta que fue depuesto por el primer Congreso Constituyente, que
inclinándose ante Sucre y Bolívar, y de acuerdo con el servil Torre
Tagle, puso precio a su cabeza declarándolo traidor a la patria.

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Otra visión fue la que tuvieron jefes militares como Cochra-


ne, Arenales, Miller y Santa Cruz, partidarios de la guerra activa,
quienes desde un principio propusieron planes de ataque que San
Martín fue desechando uno tras otro. Las primeras expediciones
a puertos intermedios y las dos campañas de Arenales a la sierra
fueron las únicas acciones ofensivas que con específicas limitaciones
autorizó San Martín. Es más, Arenales fue expresamente prohibi-
do de atacar a las tropas virreinales que abandonando la capital
transitaron con mucha dificultad rumbo al Cuzco. Y entonces se
agrietaron las relaciones entre los jefes argentinos, lo que repercu-
tiría negativamente en el tiempo inmediatamente posterior. El dis-
tanciamiento entre Cochrane y San Martín fue aun más grave y
tras los sucesos de setiembre de 1821, que esta investigación explica
con detalle, el lord iba a admitir que tuvo en mente posesionarse
del Callao y presionar al flamante Protector para que entregase el
poder a un gobierno independiente peruano.
Este libro nos deja finalmente un apunte sobre la participa-
ción peruana en la independencia de Quito, que se dio ente 1821
y 1822. A pesar de las apetencias colombianas sobre Guayaquil,
una división peruana, integrada por pobladores de Piura, Trujillo
y Maynas, concurrió a las gestas de Riobamba y Pichincha que de-
terminaron la definitiva independencia de Quito.
La Comisión Institucional Conmemorativa del Bicentena-
rio de la Independencia del Perú de la Universidad Nacional de
Educación Enrique Guzmán y Valle, se complace en presentar esta
investigación que de seguro abrirá cauce al debate esclarecedor so-
bre una temática interesane a la vez que polémica. Y hace suyos
los trabajos que nuestros maestros desarrollan en diversos ámbitos,
esclareciendo los trascendentales sucesos que hace doscientos años
condujeron a la instauración de la república independiente.
La Cantuta, 30 de noviembre de 2021.
Luis Sifuentes de la Cruz.

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Cuadernos del Bicentenario

Contenido
Presentación 5
Introducción 9
Contradicciones al interior del ejército realista 20
Los tratos entre San Martín y Canterac 23
El motín de Aznapuquio y el derrocamiento de Pezuela 28
Los realistas recuperan el control de la región central 31
La expedición Gamarra sobre la sierra 35
Los triunfos de Cochrane y Miller en el sur 37
La conferencia de Punchauca. San Martín propone la
regencia de La Serna y un rey europeo para el Perú 46
Segunda campaña de Arenales a la sierra. Propone
una ofensiva general que San Martín no acepta 50
Aporte peruano en defensa de Guayaquil. Misión
del general Guido y del coronel Luzuriaga 68
Entrada de San Martín en Lima y proclamación
de la independencia del Perú 86
Instauración del Protectorado 112
Audaz paseo de la división Canterac por la Lima
independiente 118
Ruptura entre San Martín y el lord Cochrane.
El proyecto de reemplazar el protectorado 131
San Martín organiza el ejército peruano 145
Santa Cruz y Arenales en el norte. Crítica a la
gestión de Torre Tagle 150
Presencia peruana en la independencia de Quito 159
A guisa de conclusión 192
Anexos: Aznapuquio, en versión española 206
Revelaciones del comisionado real Manuel
Abreu sobre la conferencia de Punchauca 216
Lima. Waranqa pusaq pachak iskay
chunka jukniyuq wata 221
Referencias 244

8
Introducción

En todo el ámbito del continente americano ningún país


como el Perú dio testimonio de una esforzada, heroica y sacrifi-
cada lucha por sacudirse de la dominación impuesta por España
que iba a durar cerca de trescientos años. Desde el mismo mo-
mento en que las huestes invasoras hollaron el Tahuantinsuyo y
anunciaron su sometimiento a una potencia extranjera, se inició
la lucha por la independencia en una ininterrumpida sucesión
de movimientos indígenas de liberación, conspiraciones, moti-
nes, alzamientos y rebeliones anticoloniales cuyos picos más al-
tos se alcanzaron en el siglo XVIII con las gestas que condujeron
Juan Santos Atahuallpa y José Gabriel Túpac Amaru, en una vasta
extensión del territorio andino y amazónico. Ambos líderes tu-
vieron bajo su mando huestes organizadas ideológica y militar-
mente, como también iban a tenerlas más tarde los Angulo, Béjar,
Melgar y Pumaccahua. Es en estos movimientos donde debemos
reconocer los antecedentes de la guerra separatista que se libraría
luego entre 1820 y 1824, liderada por sectores de la elite criolla
con participación popular, y con el auxilio de las expediciones
extranjeras que condujeron San Martín y Bolívar.
El aporte peruano al ideal de la independencia americana
decimonónica antecedió a la formación de las primeras juntas
independentistas hispanoamericanas, durante el convulsiona-
do período marcado por la invasión francesa de España que re-
percutió en el destino de las antiguas colonias. Si en el Perú no
se formó un gobierno de ese tipo fue porque aquí se concentró
precisamente el mayor poderío colonial, lo que entendieron los
nacientes gobiernos independientes del Río de la Plata, Chile y

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Cuadernos del Bicentenario

la Nueva Granada cuando concluyeron que sus procesos eman-


cipadores no podían consolidarse si antes no se liberaba al Perú.
Tal criterio fue compartido por un sector de la elite criolla
peruana, cuyos voceros señalaron tempranamente la necesidad
de libertar al continente entero. José de la Riva Agüero, estando
por abandonar España cuando retrocedían ya las fuerzas napo-
leónicas, envió un plan de liberación continental al gabinete bri-
tánico en 1808, vale decir antes que se formaran en América las
primeras juntas independentistas. Como él, varios otros perua-
nos, presentes también en las luchas de las naciones americanas,
demandaron con insistencia su apoyo y propusieron detallados
planes de guerra, como los que desde Lima se remitieron al go-
bierno de Buenos Aires en 1815. La exhortación fue finalmente
atendida y el general José Francisco de San Martín y Matorras, al
mando del Ejército de los Andes, traspuso la cordillera concre-
tando entre 1817 y 1818 la independencia de Chile, para organi-
zar a continuación la campaña del Perú.

El capitán general José de San Martín emprendió desde las Provin-


cias Unidas del Río de la Plata, las campañas de Chile y el Perú.

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Desembarco del Ejército de San Martín en Paracas.


Óleo de Raúl Vizcarra.
El 7 de setiembre de 1820 la escuadra libertadora, al man-
do del Lord Thomas Alexander Cochrane, avistó la bahía de Pa-
racas, donde al día siguiente empezó el desembarco de las uni-
dades del ejército de San Martín que desde un primer momento
recibió el apoyo de muchas poblaciones peruanas.
Hubo participación peruana desde las guerras de inde-
pendencia en las Provincias Unidas del Río de la Plata y el futu-
ro mariscal Toribio de Luzuriaga y Mejía se convirtió en una de
sus figuras protagónicas; incluso, ejerció la gobernación de Cuyo
desde la cual apoyó decididamente la organización del Ejército
Unido Libertador, al que pronto se uniría.
En las guerras de independencia de Chile destacaron
otros tantos peruanos, el primero de ellos Francisco de Vidal,
oriundo de Supe, que se embarcó con el Lord Cochrane siendo
aún adolescente, incorporándose a la marina de esa naciente re-
pública tras su memorable participación en la toma de Valdivia;
fue a pedido especial del general José de San Martín que el direc-
tor supremo de Chile, general Bernardo O’Higgins, autorizó su

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Cuadernos del Bicentenario

incorporación a la campaña del Perú, y Vidal partió de regreso


a nuestras costas portando proclamas y correspondencia secreta
en una misión audaz que le valdría para ser reconocido como el
Primer Soldado del Ejército del Perú.
De similar significación fue el aporte de Remigio Silva,
auténtico prócer de la independencia y más tarde cercano cola-
borador del presidente Riva Agüero. Asimismo, de Chile volvió a
la patria otro ilustre peruano, Santiago Marcelino Carreño, quien
llegaría a ser coronel de caballería y comandante de las guerrillas
patriotas hasta rendir la vida en vísperas de la batalla de Ayacu-
cho. Y de Chile vino también Andrés Reyes, natural de Chan-
cay, quien, con otros patriotas del Norte Chico, tras proclamar la
independencia en Supe, se embarcó con Cochrane siendo reco-
nocido como capitán en el Ejército Libertador; alcanzaría rango
de teniente coronel y ocuparía las más altas magistraturas de la
república. Otro de los de Supe fue Juan Franco, que vino como te-
niente; y el doctor Cayetano Requena, incorporado como vicario
general castrense del Ejército Libertador1. Entre otros peruanos
procedentes de Chile estuvieron Juan Franco, Agustín Lerzundi,
Juan Velasco, N. Turgay, Juan Iladoy, y Pedro José Cornejo2.
Hubo adhesiones en Pisco de otros civiles peruanos, de
diversas clases sociales y de todas las edades. Algunos hicieron
carrera militar, como Manuel Tiburcio Odriozola, quien con sus
15 años fue reclutado como oficinista, llegando con el tiempo al
grado de coronel y a director de la Biblioteca Nacional, como exi-
mio bibliófilo; también Baltazar Caravedo, que alcanzó rango de
general de la república; el doctor Manuel Jorge Bastante, a quien
1
Leguía y Martínez, Germán (1972). Historia de la Emancipación del Perú: el
Protectorado. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Indepen-
dencia del Perú, t. II, p. 551. Esta monumental obra fue escrita entre 1916
y 1919, quedó inédita y la publicó Alberto Tauro del Pino.
2
Herrera, José Hipólito (1862). El Álbum de Ayacucho. Colección de los princi-
pales documentos de la guerra de la Independencia del Perú y de los cantos de victoria y
poesías relativas a ella. Lima: Tipografía de Aurelio Alfaro, p. 190.
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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

San Martín hizo su capellán privado; Juan José Loyola, que sería
vencedor de Ayacucho y general de la república; José Santos Lé-
vano, más tarde fusilado por patriota en Taparaco; Rafael Lévano,
su hermano, ayudante del famoso comandante guerrillero argen-
tino Félix Aldao, y otros puntualmente citados por Herrera.
Se presentó también ante San Martín el limeño José Ma-
ría de la Fuente Carrillo de Albornoz, marqués de San Miguel de
Híjar, quien fue recibido con regocijo puesto que con su adhesión
creyó asegurarse el apoyo de la nobleza; por eso, fue nombrado
de inmediato edecán de primera clase y “coronel del Ejército del
Perú”, ejército que, como bien anota Leguía, era aún inexistente3.
San Martín vino de Chile portando los planes de guerra
preparados por dos peruanos ilustres, los próceres Remigio Silva,
más tarde coronel del Ejército del Perú, y José de la Riva Agüe-
ro, el verdadero líder de la causa independentista criolla desde
mucho antes que la concibieran los jefes auxiliares extranjeros.
Fueron ellos quienes recomendaron con mucha anterioridad el
desembarco de la escuadra libertadora en Pisco, consignando
además con detalle otros muchos datos que sirvieron a San Mar-
tín para el inicio de la guerra independentista.
Pero hubo un hecho incluso más notable: el Ejército Unido
Libertador, al que algunos citan solo como compuesto por unida-
des extranjeras de países hermanos, iba a estar integrado en una
mayoritaria proporción por efectivos peruanos. Sin que hubiera
aún ni siquiera un batallón peruano, ya los nacidos en este país
formaban el grueso de varios batallones argentinos y chilenos, y
esto hay que destacarlo, porque esos peruanos, humildes indíge-
nas, mestizos y afrodescendientes, adiestrados sobre la marcha
como soldados, hicieron toda la guerra independentista, desde la
primera campaña con Arenales a la sierra hasta la conducida por
Sucre que culminó en la Pampa de la Quinua.

3
Leguía, op. cit., t. II, p. 552.

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Cuadernos del Bicentenario

Profusa documentación existe para probar tal aserto, y


tampoco es una novedad, aunque parece yacer en el olvido. El
prócer argentino Gerónimo Espejo, que, como teniente ayudante
del estado mayor del Ejército de los Andes, actuó en las primeras
campañas del Perú, fue de los más enfáticos en destacar la presen-
cia de peruanos en el Ejército Libertador:
Fue tan decidida la adhesión de los habitantes del Perú a
la causa de la independencia, y en particular la de las dis-
tintas clases en que se han ramificado las razas de origen
primitivo, que ella inclinó sin duda la balanza del destino
en favor de la libertad del país; y este poderoso elemento,
comprimido como lo había conservado el poder colonial
desde Túpac Amaru y Pumaccahua, a manera de gases
volcánicos empezó a hacerse sentir desde que la expedi-
ción tomó tierra en Pisco… Y ¿dejarán de tomar en con-
sideración esta combinación de circunstancias los futuros
historiadores cuando les llegue su turno?... La fuerza de
la verdad se abrirá paso al través de los tiempos, y dirá
en honor del nombre peruano, que el patriotismo de sus
hijos empezó a desarrollarse desde que el ejército liber-
tador fijó su pie en Pisco…, que a los quince días más o
menos del desembarco, se habían presentado de las ha-
ciendas cercanas más de tres mil negros de ambos sexos
y de todas edades, al oír la voz de que nuestro ejército
llevaba al Perú la libertad, confundiendo el significado de
la libertad civil con la manumisión de sus personas; pero
como quiera que ella fuese, éste fue un hecho práctico y
que indudablemente fue uno de los principales elementos
de guerra que entraban en el plan de campaña del general
San Martín. Así es que, a los pocos días que el ejército pisó
el pueblo peruano, había aumentado sus filas con cerca de
setecientos negros jóvenes, que se prestaron voluntaria-
mente al servicio, y que el de mayor edad quizá no excedía
de 30 a 35 años. De este número se destinaron ciento y
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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

pico a cada uno de los batallones Nº 7 y 8 del Ejército de


los Andes, cuyos cuerpos eran de negros argentinos desde
su creación, y el sobrante de más de más de cuatrocien-
tos se incorporó al batallón Nº 4 de Chile. Este batallón
que, como los demás del ejército de Chile, desde su ori-
gen había sido formado de gente blanca, criolla del país,
luego que se vio con un número suficiente de negros y en
regular estado de disciplina, por la incesante escuela de
mañana y tarde que era de práctica, el general dispuso que
quedase compuesto de negros puros, menos las clases de
sargentos y cabos de cada compañía; y que los soldados
blancos pasasen a engrosar los batallones Nº 3 y 5 de Chi-
le, y un corto número, de los que habían sido campesinos
y buenos jinetes, se repartió entre los regimientos de Gra-
naderos y Cazadores a Caballo”4.
El propio general San Martín informó de esa adhesión
al general O’Higgins, desde Pisco, el 14 de octubre de 1820, con
frases que revelaban su entusiasmo: “Con seiscientos negros he
aumentado el ejército, y pienso aumentar quinientos más; estos
negros se hayan ya fogueados y en estado de poder batirse”5. El
mariscal Miller habló de “miles de negros” enrolados en los ba-
tallones rioplatenses y chilenos, y contó que a su paso por el Sur
Chico los vio vistiendo de poncho y con gorras encarnadas, por
lo que les dieron el nombre de Infernales6. Debió ser conmove-
dor advertir que esos primeros adherentes voluntarios, hombres
y mujeres, mostraran como carta de presentación las proclamas
que desde tiempos antes se habían repartido en las playas, docu-
mentos que habían guardado con un celo digno de destacarse:
4
Espejo, Gerónimo (1867). Apuntes históricos sobre la Expedición Libertadora
del Perú 1820. Buenos Aires: Imprenta y Librería de Mayo, pp. 47-48.
5
Gaceta Ministerial Extraordinaria del Gobierno de Buenos Aires, domingo 26
de noviembre de 1820. Citada por Espejo.
6
Miller, Guillermo (1829). Memorias. Londres: Imprenta de los Sres. Car-
los Wood e hijo. Tomo I, p. 271.

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Cuadernos del Bicentenario

Muchos hombres, mujeres y aun negros esclavos de las


haciendas, al presentarse al estado mayor, al cuartel gene-
ral o a cualquier oficial o individuo del ejército, enseña-
ban como pasaporte o comprobante de su adhesión a la
causa de la patria, alguna de las innumerables proclamas
que el general San Martín había hecho desparramar en
todo el Perú, por medio de emisarios secretos que desde
Chile había despachado anticipadamente, y que aquellas
pobres gentes conservaban oculta como un talismán sa-
grado, envuelto en retazos de género o entre papeles a raíz
de las carnes con la mayor cautela7”.
Al emprender el general Arenales la primera campaña so-
bre la sierra, se plegaron a sus filas, además de afrodescendientes,
muchos indígenas y mestizos, aporte del que dejaron testimonio
varios de los expedicionarios, y que fue especialmente destacado
por Leguía y Martínez:
En el ambiente favorable a la revolución iniciada, era sal-
tante la adhesión del más poderoso de nuestros elemen-
tos sociales para la lucha, el sufrimiento y la victoria: los
indios, y con ellos, las múltiples formas de miscegenación
racial procedentes de su origen. Tal la explicación del es-
píritu esencialmente democrático revestido por la revo-
lución peruana separatista. Ya se verá lo que esos indios
hicieron por la libertad nacional; más que todos los del
Centro, región en que resplandecieron el heroísmo y el
sacrificio… Bastó que por aquellas rígidas o risueñas zo-
nas atravesara, como una instantánea fulguración de en-
señanza, propaganda y ejemplo, la división de Arenales,
para que, en un instante, la masa india se precipitase a la

7
Espejo, Gerónimo (1867). “Apuntes históricos sobre la Expedición Li-
bertadora del Perú 1820”. En: La Revista de Buenos Aires. Historia Ameri-
cana, Literatura, Derecho y Variedades. Vicente Quesada y Miguel Navarro
Viola, Directores. Buenos Aires: Imprenta de Mayo, p. 367.
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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

conquista de sus olvidados derechos. Y conste que fue “un


indio” el primero que, en pos de la expedición mencio-
nada, inició aquel movimiento regenerador del prestigio
de la raza autóctona, movimiento después propagado a
todos los pueblos derramados en las provincias del inte-
rior. Ese indio fue José María Palomo, el presunto glorio-
so héroe del puente de Llapay, individuo que, poseído del
más ardoroso ímpetu por la redención de su suelo natal,
presentóse en las proximidades de Ica al general Arenales,
y prestó, a sus órdenes y a las del coronel Alvarado, tantos,
tan peligrosos y tan importantes servicios, que de regreso
aquella división penetradora al cuartel general de Huau-
ra, fue allí el ínclito Palomo inmediatamente ascendido a
teniente coronel del ejército por San Martín8.
Este breve recuento introductorio quiere poner de relieve
que la guerra independentista tuvo por principales protagonistas
a los peruanos, unos con nombre propio, como los que hemos ci-
tado, que se foguearon como expertos soldados para luego alcan-
zar en la república puestos expectantes; otros anónimos, la gran
mayoría, los indígenas, mestizos y afrodescendientes que en toda
la extensión del país y a lo largo de varias campañas, se sumaron
a las huestes independentistas. Con justificada razón dijo Leguía
y Martínez que durante el periodo sanmartiniano fueron mayo-
ritariamente peruanas las tropas que integraron el Ejército Liber-
tador, que más tarde recibiría también numerosos contingentes
procedentes de Colombia:
[…] las expediciones llevadas a Cajatambo y Huaraz bajo
las órdenes del general peruano Orué y Mirones y del co-
ronel chileno Enrique Campino, respectivamente, el bata-
llón Nº 6 de Chile, que había venido de Valparaíso al Perú
también en cuadro, esto es, con cuatro sargentos prime-
ros, un sargento segundo, un cabo primero y siete solda-
8
Leguía y Martínez, op. cit., pp. 547-548.

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Cuadernos del Bicentenario

dos (total trece individuos) recibió su dotación completa


de ochocientos hombres en Supe; y el Nº 5 ascendió de
doscientos cincuenta plazas, únicas que tenía, al mismo
número de ochocientos hombres, reunidos en Huaraz;
como en los sucesivos campamentos de Supe, Huaura
y Retes, el Ejército Unido Libertador vio enrarecerse en
forma alarmante sus escasas filas, por efecto de las enfer-
medades de la zona, a cuyo cálido clima no estaban toda-
vía habituados los soldados irruptores; como el número
aplastante de bajas sobrevenidas con tal motivo –bajas
que se hace ascender a un tercio de ese ejército- fue llena-
do con peruanos; como llegaron luego, sucesivamente, los
voluntarios conducidos de Lambayeque por los patriotas
Iturregui y Saco, destinados todos a la escolta del general
en jefe: los dos escuadrones organizados en la propia ciu-
dad por el comandante Aramburú (uno de los cuales fue
más tarde el renombrado y memorable Húsares de Junín);
los batallones vencedores de Pichincha, organizados en
Trujillo y Lambayeque por Félix Olazábal, y en Cajamarca
y Piura por Santa Cruz; y, en fin, otras unidades y fuerzas
que, reunidas, constituyeron en exclusivamente perua-
nas a la mayor parte de las tropas de que, en 1821 y 1822,
constó el Ejército Unido Auxiliar del Perú9.
San Martín no vino al Perú con intención de imponer por
la fuerza la independencia; su objetivo fue lograrla por medio del
convencimiento; muy tarde, ya en 1822, sintiéndose burlado por
los generales españoles, se inclinó por la solución violenta. Al lle-
gar al Perú en 1820, consideraba que, como consecuencia de los
sucesos políticos en España, las autoridades coloniales atenderían
sus propuestas de avenimiento pacífico. Quería acordar con ellas
el nacimiento de una monarquía constitucional peruana, regida
por algún príncipe europeo que podía ser incluso español.

9
Leguía y Martínez, op. cit., pp. 556-557.
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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

El modelo inglés se presentaba como paradigma y en


eso tenía adeptos en el Perú, entre ellos el prócer José de la Riva
Agüero. En esa convicción, San Martín abrió negociaciones con
el virrey Joaquín de la Pezuela, y representantes de ambos bandos
suscribieron un primer armisticio en Miraflores. Mas como San
Martín plantease como base primordial de un acuerdo el reco-
nocimiento de la independencia del Perú, Pezuela manifestó su
negativa, y se abrieron las hostilidades. En octubre de 1820 San
Martín puso en campaña sobre la sierra a una división coman-
dada por el general Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien se
internó por Ica hasta Huamanga, obteniendo el apoyo de las gue-
rrillas y montoneras peruanas que surgían por doquier. Libró con
los realistas algunos combates y proclamó la independencia en
todos los pueblos importantes del trayecto. Y tomó luego la ruta
del Mantaro para converger en Huaura, donde en diciembre de
1820 había establecido San Martín su cuartel general, tras haberlo
tenido antes en Supe.
La escuadra del lord Cochrane impuso el bloqueo del Ca-
llao, incursionando de continuo en varios otros puertos. Cabe se-
ñalar que recibiendo por esos días San Martín la noticia de que
Guayaquil había proclamado su independencia, tuvo el cuidado
de enviar a ese destino a los oficiales Toribio de Luzuriaga y To-
más Guido, para que poniéndose a órdenes del nuevo gobierno
indagasen lo que se proponía. Preocupaba la suerte de esa estraté-
gica posición, cuyo puerto era preciso tener bajo control.
En el campo realista, los sucesos de la metrópoli provo-
caron en sus generales notorias divergencias políticas, porque los
había constitucionalistas y absolutistas, liberales y conservadores.
El mutuo recelo se extendió entre ellos luego de que el 3 de di-
ciembre de 1820 su mejor batallón, el Numancia, se pasara a las
filas independentistas. A ello se sumó el desaliento por no recibir
apoyo militar de la metrópoli, y esa fue la razón por la que algu-
nos jefes solicitaron sus pasaportes para volver a la península.

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Cuadernos del Bicentenario

1. Contradicciones al interior del ejército realista.


Las contradicciones internas entre los generales del ejér-
cito virreinal fueron notorias al tiempo de desarrollarse la guerra
separatista que culminó en la Pampa de la Quinua. El motín de
Aznapuquio, los varios armisticios, la correspondencia que va-
rios abrieron con algunos jefes independentistas, la renuncia de
varios que pidieron sus pasaportes para retirarse a la península,
en fin, todo hizo ver la falta de cohesión en ese ejército, sobre
todo porque quien lo dirigía nunca quiso el cargo de virrey que le
impusieron sus generales y solicitó reiteradamente su reemplazo.
Varios de esos militares, formados en prestigiosas institu-
ciones, habían defendido los ideales de libertad e independencia
en la lucha que sostuvo España contra Francia, adhiriendo a la
causa constitucional que triunfó entre 1811 y 1812 en las Cortes
de Cádiz. Allí se reconoció la igualdad de derechos entre españo-
les y americanos, se prohibió todo maltrato a los pueblos origina-
rios y se abolió la mita, con lo que muchos creyeron contener los
afanes separatistas de las colonias. Pero los españoles americanos,
principales poseedores del poder económico en el Perú, poco
caso hicieron de las medidas progresistas, y en el momento que
les pareció oportuno y conveniente, optaron por el separatismo.

Lo que sucedió en España mientras se independizaba el Perú


No pocos militares constitucionalistas españoles fueron
enviados al Perú para sostener el dominio colonial, muy alterado
al iniciarse la segunda década del siglo XIX. Como las noticias
de Europa eran pronto conocidas aquí, festejaron seguramente la
derrota de los franceses, mas no que el rey Fernando VII, apenas
repuesto en el poder, declarase abolida la Constitución y restau-
rase el absolutismo. Porque entre 1814 y 1820 España fue sumida
en una severa crisis política, social y económica, perdiendo una
tras otra casi todas sus colonias ultramarinas.

20
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Durante ese sexenio, Fernando VII persiguió con saña a


los constitucionalistas; lo que le resultó contraproducente pues
motivó una creciente oposición de importantes sectores de la
burguesía y del ejército, con notoria presencia de la masonería.
Y estalló finalmente la revolución contra él cuando el 1 de enero
de 1820 un contingente militar reunido en Andalucía se negó a
ser embarcado para América, en claro desacato a lo que ordena-
ba el rey. Rafael del Riego, capitán general del ejército amotina-
do, lanzó ese día una proclama denunciando el poder arbitrario
y absoluto de Fernando VII, y le exigió jurar la Constitución de
1812 que, arrancada con sangre y sufrimiento, era el “pacto entre
el monarca y el pueblo, cimiento y encarnación de toda nación
moderna” (Sánchez Montero, 2001, p. 142).
En corto tiempo la lucha se extendió a otras regiones y el
10 de marzo de 1820 Fernando VII se vio obligado a firmar en
Madrid un manifiesto anunciando que reconocía la Constitución.
Pero actuó presionado por las circunstancias, pues esa “prima-
vera liberal” iba a ser de corta duración. En 1822 se produjeron
motines y revueltas antiliberales mientras el rey, en secreto, exigía
el apoyo de la Santa Alianza (Prusia, Rusia, Austria y Francia). El
Congreso de Viena acogió ese pedido y ordenó la intervención
francesa para reinstaurar el absolutismo en España, precisamente
cuando los liberales triunfaban sobre el llamado Ejército de la Fe.
El clero católico apoyó decididamente la causa absolutista y la
invocación a Dios estuvo también presente en la proclama con la
que Luis XVIII, rey de Francia, despidió a los cien mil soldados
que partieron para España en abril de 1823.
El ejército constitucional español, con un número casi si-
milar de efectivos, pero con muchas grietas en el frente interno,
resistió en Málaga, Granada, Jaén, Cataluña y Cádiz. En esta úl-
tima ciudad, Fernando VII, que de manera forzada seguía a los
constitucionales, les prometió obtener un pacto provechoso con
los franceses si capitulaban, asegurándoles que se mantendría fiel

21
Cuadernos del Bicentenario

a la Constitución. Fue entonces liberado, pero incumplió su pala-


bra, pues apenas reunido con los franceses declaró reinstaurado
el absolutismo. Ello ocurrió el 1 de octubre de 1823, desatándose
entonces una terrible represión contra los liberales, cuando parte
de éstos transitaba ya al republicanismo. Del Riego, derrotado,
malherido y traicionado, fue conducido a Madrid, donde se le
decapitó el 7 de noviembre de 1823.

Capitán general Rafael del Riego, cuyo ejército se negó a embarcarse


para América en 1820, iniciando así el proceso revolucionario que
intentó acabar con el absolutismo de Fernando VII.

22
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Hemos hecho este apretado recuento para reparar en que


la guerra separatista del Perú se dio paralela a gravísimos sucesos
que conmocionaron España. Y debe admitirse que ello influyó
de manera decisiva en su desenlace final. Las noticias llegaron
aquí en periódicos, cartas y toda clase de escritos, dividiendo
opiniones. Para la mayoría, los ideales liberales abrazados en la
península eran difíciles de seguir en la colonia, y solo unos pocos
entendieron que las ideas progresistas regían para toda la huma-
nidad. En las Cortes españolas se exigió el reconocimiento de la
independencia hispanoamericana, y fueron enviados emisarios a
las antiguas colonias para efectuar tratativas. Uno de ellos fue el
capitán de fragata Manuel Abreu, que desembarcando en Paita
hizo el camino a pie hasta Huaura, entrevistándose con San Mar-
tín el 25 de marzo de 1821, en medio de mutua simpatía. Mas al
pasar a Lima Abreu iba a encontrar opiniones divididas entre los
generales realistas.

2. Los tratos entre San Martín y Canterac.


El virrey Joaquín González de la Pezuela Griñán y Sán-
chez de Aragón Muñoz de Velasco, no era el caudillo para ta-
les circunstancias. Las propuestas de San Martín lo habían des-
concertado y pese a que interrumpiera las negociaciones hubo
quienes murmuraron que alentaba la esperanza de entronizarse
en una monarquía peruana, de la que ya se hablaba. San Mar-
tín, advirtiendo sus vacilaciones, buscó entonces entenderse con
el general realista de mayor prestigio e influencia, Joseph-César
Cantérac d’Andiran d’Ornézan10, a quien, de manera subrepticia,
envió una carta que fechó en Retes el 7 de enero de 1821, pero que
llegó a su destinatario recién el 16.
10
Francés de nacimiento, pasó a temprana edad a España, y adoptándola
por su patria le iba a entregar más que su heroísmo, aunque en el Perú
tuvo una actuación condenable perpetrando actos terroristas en pueblos
indefensos.

23
Cuadernos del Bicentenario

Militando en las guerras de América, Canterac fue considerado un


liberal, ya que incluso mostró simpatía por los criollos rioplatenses.
Pero lo que quiso fue una sola España, con América contenida, re-
gida por la Constitución de Cádiz. Vuelto a su patria oscilaría entre
sus creencias políticas y su invariable lealtad a la monarquía, y sería
asesinado en Madrid durante un alzamiento ocurrido en 1835.

En dicha carta San Martín hizo recuerdo de que tiempo


antes, en el Alto Perú, Canterac había escrito a Manuel Belgrano,
el caudillo de la revolución rioplatense, manifestando su simpatía
por la causa hispanoamericana. Y valido de este antecedente, le
planteó la necesidad de poner fin a la guerra, señalando que ello
convenía a los realistas porque lejos de su centro de recursos se
hallaban en notoria desventaja, en tanto que los independentistas
podían convocar siempre nuevos apoyos.
Yo no tengo enemigos que combatir -le dijo-, sino amigos
con quienes puedo contar desde aquí hasta Panamá. Un
día más de fortuna me basta para concluir esta campaña;
al paso que, para renunciar a todas mis esperanzas, es pre-

24
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

ciso que los contrastes excedan el cálculo de toda probabi-


lidad. Yo ruego a Ud. a nombre de los sentimientos que ha
profesado siempre como caballero, y como hombre ilus-
trado, coadyuve con su influjo a paralizar las desgracias
de la guerra; y dar, conmigo, a los españoles y americanos,
un día de placer que reanime todas sus esperanzas, des-
truyendo la rivalidad que hay entre ellos11.
Canterac, que dijo haber recibido esa carta nueve días
después de su envío, la respondió admitiendo que en las comuni-
caciones que sostuvo con Belgrano, propias de dos jefes que es-
taban enfrentados en guerra, había mostrado principios liberales
en los que hoy se ratificaba, y que entonces abrigó la esperanza de
que unidos los españoles americanos y los españoles peninsulares
formasen una sola y gran nación bajó la égida del nuevo régimen
instaurado por la Constitución de Cádiz. Pero que esa esperanza
se frustró porque lo que sobrevino en Buenos Aires fue la anar-
quía, con diez años de continuas disensiones políticas, al extremo
de haber tenido en un breve lapso de dos meses, treinta gobiernos
diferentes y opuestos en principios y miras.
Las provincias de Buenos Aires envueltas en una horro-
rosa y desoladora anarquía; disminuidas sus poblaciones
hasta un extremo que carece de ejemplo; sembradas de
veinte soberanías teatrales; agotados sus recursos; puestos
en ridículo la ilustración y buenos principios por hom-
bres indignos12.
Canterac no tenía mejor opinión de Chile; advertía que
las ideas en Santiago no eran compartidas en Concepción y que
estaba “sembrado el reino de partidas que, con distintos objetos
11
Documento publicado en la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima,
viernes 19 de enero de 1821.
12
Carta de Canterac a San Martín, Aznapuquio 16 de enero de 1821,
publicada en la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima, viernes 19 de
enero de 1821.

25
Cuadernos del Bicentenario

y disfraces le asolan”. Hasta pareció prever la caída de O’Higgins,


que se produciría poco después de la de San Martín. Y Canterac
no quería ese futuro para el Perú, que a sus ojos tenía paz y se
enrumbaba al progreso. Aunque liberal e ilustrado, al analizar la
realidad peruana Canterac dejaba de lado cualquier alusión a la
dominación feudal que oprimía a las mayorías indígenas, y ma-
nejaba un singular concepto de la democracia.
El Perú goza en el día, como toda la monarquía, de leyes
sabias consignadas en nuestra Constitución. El grande,
el pequeño, el artesano, el comerciante y hasta el indíge-
na tienen voto en las elecciones de los oficios públicos;
conocen la ventaja que esto les acarrea, y el más infeliz
tiene parte en las leyes que han de hacer su felicidad o su
desgracia. Después de habernos elevado a esta altura, no
creo que el Perú estaría muy conforme con un gobierno
elegido por los pueblos, pero no por la multitud bajo cu-
yas leyes ellos fuesen felices y que garantizase los destinos
de los hombres respetables13.
Y a pesar de todo lo dicho, Canterac convocaba a San Mar-
tín y a los demás jefes independentistas “a la única transacción”
capaz de “curar las profundas llagas que la anarquía, más que la
guerra, han abierto”. Esa “única transacción” consistía en la unión
de españoles peninsulares y españoles americanos reconociendo
el régimen monárquico constitucional instaurado en España. San
Martín, a diferencia de él, demandaba el reconocimiento de la
independencia y que los países liberados se rigiesen por nuevas
leyes, planteamiento que modificaría en Punchauca, acercándose
en algún momento a lo planteado por Canterac.
Acertaba Canterac al predecir que la anarquía se gene-
ralizaría en los países independizados, pero erraba al creer que
España había optado definitivamente por la monarquía constitu-
cional. Lejos de su patria, le fue difícil advertir que la primavera
13
Ibidem.
26
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

liberal en España estaba por terminar y que le seguiría el absolu-


tismo más abominable. Aunque culto e informado, fue un iluso
cuando escribió respecto a España estas líneas:
Entonces fui liberal, obrando conforme a mis opiniones,
y en el día lo soy más, por la misma razón y por deber,
después de haberse generalizado y aceptado estas ideas
por el sabio gobierno que nos rige, y por la gran nación
a que pertenecemos, cuya juiciosidad y patriotismo ex-
citan hoy la admiración de todo el mundo ilustrado, por
haber conseguido en un solo día consolidar instituciones
las más sabias y más liberales, sin lágrimas ni desgracias
tan abundantes en otros países que se llaman más civili-
zados14.
En cuanto al poder de las fuerzas contendientes en el
Perú, Canterac discordaba de San Martín y le decía con ironía:
“Siento que las pasiones o el entusiasmo nos hagan ver por un
mismo anteojo de distinto modo, o que estén construidos bajo
diversas reglas de óptica”. El auxilio de España para el ejército
realista podría parecer incierto, pero a decir de Canterac contaba
con gran parte del país de donde podría obtener “considerables
recursos […] y auxilios de toda clase para hacer la guerra”. Ade-
más, decía, “contamos con excelentes parques, fundiciones, fábri-
cas de pólvora, reemplazos sacados de numerosas poblaciones”, y
con “el ejército del Alto Perú, aguerrido hasta el extremo que Ud.
sabe, y que está en inacción por falta de enemigos”. Era consciente
de que el poder colonial había perdido el dominio del mar, pero
se preciaba de formar parte de un “ejército florido, numeroso, en-
tusiasmado y capaz de cualquiera empresa”15.
A fin de evitar malos entendidos, Canterac entregó al vi-
rrey la carta de San Martín y la suya respondiéndole, y solicitó
que ambas se publicasen en la prensa de Lima. Adujo que ello lo
14
Ibidem.
15
Ibidem.

27
Cuadernos del Bicentenario

pondría a salvo de “algunos cavilosos [que] pudieran dar malig-


nas interpretaciones a contestaciones”16. Mas para entonces cons-
piraba ya contra Pezuela, no tanto por diferencias políticas sino
por considerarlo inapto para el mando en tan graves circunstan-
cias. Que la carta de San Martín influyese en el paso que iban
a dar él y sus camaradas en Aznapuquio, es solo probable; pero
que la carta de Canterac influyese en el subsiguiente proceder de
San Martín parece más cierto. La correspondencia entre ambos
personajes se reanudaría17, y el análisis de esa respetuosa y hasta
amical relación podría ayudarnos a entender lo que iba a suceder
en Lima en setiembre de 1821.

3. El motín de Aznapuquio y el derrocamiento de Pezuela.


A principios de 1820 Pezuela se mantenía militarmente
inactivo, mientras el hambre empezaba a hacer estragos en Lima,
a lo que vinieron a sumarse las pestes endémicas. Solo una parte
del ejército realista estaba en la capital; el grueso de las tropas se
había desplegado hasta más allá del río Chillón, teniendo Azna-
puquio como cuartel general. Todo indica que el virrey, además
de negociaciones visibles, tuvo también tratos secretos con San
Martín. Miembros del Ayuntamiento de Lima fueron señalados
como intermediarios. Pezuela, dando la guerra por perdida al no
16
Oficio de Canterac al virrey Pezuela, Aznapuquio 16 de enero de 1821.
Publicada en la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima, viernes 19 de
enero de 1821.
17
Lorenzo Silva Ortiz, historiador de la Universidad de Extremadura,
Cáceres, se ha referido al tema en “La correspondencia entre San Martín
y Canterac en diciembre de 1821”, ensayo que aparece inserto en la anto-
logía José de San Martín y su tiempo editada por Luis Navarro García (Uni-
versidad de Sevilla, 1999, Fundación El Monte, pp. 231-246). Silva Ortiz
no alude a la correspondencia de enero de 1821, y las cartas de diciembre
de 1821 que él analiza fueron publicadas en la colección Documentos del Ar-
chivo de San Martín por Comisión Nacional del Centenario, Buenos Aires,
1910, Imprenta de Coni Hermanos, t. VII, pp. 411-415.
28
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

recibir apoyo alguno de la península, se habría aceptado por la


capitulación, sin tomar en cuenta la opinión de sus generales. In-
cluso, en esta rendición se habría comprometido a los jefes realis-
tas que custodiaban la fortaleza del Callao, que a la presencia de
la escuadra independentista arriarían su bandera y entregarían la
plaza (Ver Anexo). De alguma manera esta tramac llegó a cono-
cimiento de los generales de Aznapuquio, que como ya hemos di-
cho podían ser en su mayoría constitucionalistas, pero ante todo
se consideraban patriotas y no aceptarían la secesión sin antes
haber agotado los recursos bélicos. Podían estar de acuerdo con
las reformas liberales en el Perú, pero no aceptarían su separación
de España. Quien lo hiciera sería considerafdo como traidor.
Cundió el descontento en el campamento de Aznapuquio
y la noche del 28 de enero de 1821 los generales realistas sus-
cribieron un documento que uno de ellos se encargó de llevar a
Lima, exigiendo a Pezuela su dimisión. Éste, que al parecer solo
quería poner fin a su azaroso gobierno, no puso el menor reparo,
aunque exigió que la sucesión recayese en el general José de la
Serna, quien solo a insistencia aceptó el mando, pues poco antes
había solicitado su pasaporte para regresar a España aduciendo
estar enfermo. Ya fuera del país protestó Pezuela, y dijo que su
sucesor sería incapaz de revertir la situación creada en el Perú.
En un folleto que poco después de su derrocamiento pu-
blicó en Río de Janeiro, firmando con el seudónimo El Ingenuo,
condenó al “intruso” La Serna y lo calificó de “hombre de co-
nocimientos escasos, fácil de ser engañado, mísero de intención,
muy poco familiarizado con el dios Marte y sometido al general
Valdés”18. Señaló a los generales de Aznapuquio y dijo que Valdés
manejaría a La Serna como a un niño”19. Este folleto fue reimpre-
18
Rebelión en Aznapuquio por varios jefes del ejército español, para deponer del man-
do al dignísimo virrey del Perú el teniente general D. Joaquín de la Pezuela. Escrita por
el Ingenuo. Río de Janeiro. Imprenta de Moreira, y Garcés, 1821. Reimpreso
por Manuel del Río en Lima, 1822, p. 4.
19
op. cit., p. 5.

29
Cuadernos del Bicentenario

so en Lima por Manuel del Río en 1822, y hubo quienes atribuye-


ron su autoría a “Fernandito”, sobrino de Pezuela.
Algunos años después, también en Río de Janeiro, circuló
un documento bastante parecido, en el cual se calificó a La Ser-
na de intruso y de mero instrumento de “sus cuatro maestros”, a
saber, Canterac, Valdés, Seoane y Loriga. Su autor, al parecer un
veterano que volvía a la península y que pudo haber estado al
servicio del general ultra realista Pedro Antonio de Olañeta en
la insurrección contra La Serna, dijo que describía las flaquezas
de éste a fin de desnudar “su pobreza de alma, (y para) que se co-
nozca en todo el orbe que no ha nacido para ser gran hombre, y
que está distante de merecer los epítetos de valiente y virtuoso”20.
Y repitiendo aquello de que era La Serna hombre “de es-
casos conocimientos, fácil de ser engañado, mísero de intención,
muy poco familiarizado con el dios Marte y sometido a Valdés”21,
ese segundo opúsculo presentó supuestas pruebas de cada una de
sus aseveraciones, considerándolas incontestables.
El poco entusiasmo que mostró La Serna al aceptar el car-
go de virrey que se le impuso, sus reiteradas renuncias, los errores
que cometió en campaña, sus afanes contemporizadores y los tra-
tos secretos que mantuvo con varios jefes independentistas, fue-
ron más que notorios. Además, por el grado militar que ostentaba
en Aznapuquio no le correspondía asumir el mando, porque lo
precedía el mariscal La Mar, quien protestó en junta de guerra
por lo sucedido.
Es de rigor señalar que no todos los generales amotina-
dos en Aznapuquio eran de tendencia liberal o, por mejor decir,
constitucionalistas. Jerónimo Valdés, aunque muy influyente en
20
“Análisis de las circunstancias del general La Serna, virrey intruso del
Perú”, Río de Janeiro, 1826. En: Colección Documental de la Indepen-
dencia del Perú, t. XX Documentación Oficial Española, Lima, 1972, vol. 2,
p. 226.
21
ibidem.
30
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

el golpe, era más bien conservador, lo que probaría con su poste-


rior actuación en España. Por ello Semprún y Bullón señalan que
los golpistas evidenciaron diferencias militares más que políticas:
Una razón, evidentemente, es la ideología liberal de los
pronunciados en contra de la muy moderada, adhesión al
absolutismo de Pezuela. La razón o excusa que esgrimen
los pronunciados es más de tipo militar -Valdés rechaza
de plano la existencia de un grupo de militares especial-
mente constitucionalistas-, ya que acusa, probablemen-
te con alguna razón, de pasividad e inactividad a su jefe
frente a las fuerzas de San Martín, que, tras sus primeros
desembarcos, han obtenido ya éxitos de importancia22.

4. Los realistas recuperan el control de la región central y en


Lima La Serna pide su reemplazo.
Lo primero que hizo La Serna fue nombrar general en jefe
del ejército de Lima al brigadier José de Canterac y jefe de esta-
do mayor al general Jerónimo Valdés. Consideró de necesidad
movilizar sus tropas a la sierra, para romper el cerco impuesto
por las guerrillas de Yauyos y Huarochirí y así apoyar al destaca-
mento del brigadier Mariano Ricafort que se había estacionado
en Huancavelica, acosado por fuerzas irregulares de la región.
Valdés partió de Aznapuquio el 25 de marzo, al mando de
una división de 1,200 hombres, que el 9 de abril se unió con la di-
visión Ricafort en Mito, sumando ambas fuerzas 2,500 hombres.
Dichos generales esperaban coordinar acciones con la división
que al mando del coronel José Carratalá actuaba entre Huanca-
velica y Huamanga, a fin de reconquistar la región central y do-
blegar a las guerrillas independentistas. Ricafort se movió hacia
Cerro de Pasco y Valdés sobre Jauja. El 12 de abril los guerrilleros
22
Semprún, José y Bullón de Mendoza, Alfonso (1992). El ejército realista en
la independencia americana. Madrid: Editorial Mapfre S. A., p. 209.

31
Cuadernos del Bicentenario

intentaron contener el avance de este último en Ataura, donde la


disparidad de armamento determinó el triunfo realista que deri-
vó en una terrible masacre.
Mientras los realistas se fortalecían así en la región cen-
tral, en Lima La Serna solicitaba en vano apoyo militar de Espa-
ña; pedía sobre sobre todo fuerzas navales, pues el bloqueo del
Callao limitaba sus maniobras. No siendo atendido y sumamente
desalentado, solicitó “al rey se sirviera enviar en su lugar un jefe
de más salud y mayores conocimientos”23. La respuesta del go-
bierno español, que recién se le dirigió el 29 de julio, indicó a las
claras lo poco que el Perú interesaba a la corona, pues prometía
el envío de un apoyo recién para después del equinoccio, esto es
para una fecha incierta posterior al 23 de setiembre. Apoyo que
consistiría en tres navíos y dos fragatas con tropas y armamento,.
Bien se sabe que todo ello quedó en una simple promesa que no
llegó a efectivizarse24.
Era sintomático que en la respuesta del gobierno central
se llamase a La Serna “capitán general de esas provincias” y no
virrey del Perú, pues la deposición de Pezuela iba a tardar en ser
admitida. Carente de ese apoyo oficial, si La Serna pudo perma-
necer algún tiempo más en Lima fue porque reabrió negociacio-
nes con San Martín, en tanto que sus divisiones del interior traji-
naban con diverso resultado.
De otro lado, la organización militar de las unidades pe-
ruanas, que empezara durante la primera campaña del general
Arenales sobre la sierra, continuó en 1821, buscando San Mar-
tín la institucionalización del ejército del Perú. Recuédese que
Arenales había dejado en Ica al coronel Francisco Bermúdez

23
García Camba, Andrés (1916). Memorias para la historia de las armas espa-
ñolas en el Perú 1809-1821. Madrid, Ed. América, t. I, p. 505.
24
El texto completo de esta singular respuesta, firmada por el secretario
de guerra mariscal Tomás Moreno Daoíz, fue publicado por el general
García Camba, op. cit., pp. 506-507.
32
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

con encargo de reunir voluntarios para formar una división; que


la infantería fue adiestrada por el sargento mayor José Antonio
Mangas y la caballería por el comandante José Félix Esquivel y
Aldao25. Los esfuerzos de este último se patentizaron con el sur-
gimiento del escuadrón Auxiliares de Ica, que el 25 de noviembre
de 1820 tuvo su bautizo de fuego, debiendo retirarse a Huancayo
para ser recompuesto. Mangas y Bermúdez se empeñaron prin-
cipalmente en procurar adiestramiento militar a las guerrillas, y
tuvieron varios enfrentamientos con los realistas, perdiendo gran
parte de sus efectivos, regresando Bermúdez a Huaura en tanto
que Aldao pasaba a Jauja para recomponer la división y orientar
el accionar de las fuerzas irregulares26.
Otro de los primeros cuerpos peruanos fue el batallón
Cazadores del Ejército, cuya organización encomendó San Martín
al teniente coronel José María Aguirre, en Huaura, en noviembre
de 1820. Esta unidad, que fue reconocida en el decreto protecto-
ral del 11 de enero de 182227, tuvo vida efímera, pues desapareció
25
Mendocino de nacimiento, Aldao tenía entonces 35 años. Había sido
fraile dominico y teólogo de nota antes de incorporarse al Ejército de los
Andes, donde fue admitido como capellán. Pero pronto tomó las armas y
empezó a destacar como líder militar, participando en toda la campaña de
Chile antes de embarcarse para el Perú. Destacado a la sierra central tuvo
en mente organizar un ejército guerrillero y San Martín quiso contener
sus arrestos cuando nombró a Gamarra, decisión discutible, por decir
lo menos. Alcanzó en el Perú ascenso a teniente coronel y al retornar a
su patria llegó a ser general, aunque inmerso en las guerras civiles, de las
que fue uno de los principales protagonistas, hasta convertirse en figura
legendaria. Murió de cáncer en 1845, siendo gobernador de Mendoza,
y fue enterrado apoteósicamente, con su hábito dominico, sus insignias
militares y la bandera de su patria.
26
La gestación de las primeras unidades del ejército peruano aparece des-
crita en la Historia General del Ejército del Perú. Tomo V: El Ejército en la
República. Volumen 1: La institucionalización del Ejército: organización y evolución
(2005). Lima: Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú,
pp.32-36.
27
Santos de Quiroz, Mariano (1831). Colección de leyes, decretos y órdenes pu-

33
Cuadernos del Bicentenario

después de la derrota en la segunda expedición a Intermedios.


De otro lado, finalizando 1820 se organizó en Huamanga, tras la
jura de su independencia, una compañía de milicianos, a la que
se trató de dar organización militar.
En enero de 1821 nació en Huaura el escuadrón Húsares
de la Escolta, “la primera unidad de guardia creada en el Perú
independiente”28, que con un efectivo inicial de 644 efectivos tuvo
por jefe al capitán Pedro Raulet. Esta unidad, que serviría de base
a la Legión Peruana de la Guardia, estuvo integrada mayoritaria-
mente por lambayecanos, según documento revelado por el co-
ronel Odriozola:
[…] se remitieron seiscientos hombres de tropa y dos-
cientos voluntarios [desde Lambayeque] que caminaron
a incorporarse al cuartel general en Huaura, que por su
bravura y decisión merecieron el honor de haber formado
la escolta del general San Martín”29.
Lambayeque, que proclamara su independencia el 27 de
diciembre de 1820, remitió también a Huaura muchos caballos y
mulas, dinero en efectivo, monturas, vestuario y víveres, forman-
do el comandante Aramburú dos escuadrones de lanceros para
resguardo de esa ciudad. En Tarma Aldao puso en buen pie al ba-
tallón que denominó Veteranos de Jauja, cuerpo que pronto cam-
biaría de nombre. Miller, siguiendo instrucciones de Cochrane o
actuando por cuenta propia, creó también una unidad peruana,
durante su paso triunfal por Tacna. De ello hablaremos en breve.

blicadas en el Perú desde su independencia en el año 1821, hasta 31 de diciembre de


1830. Lima: Imprenta de José Masías, t. I, p. 110.
28
Historia General del Ejército del Perú, op. cit., t. V, vol. 1, p. 35.
29
Oficio de José Iturregui y José Leguía al Alcalde Municipal, Lamba-
yeque, 6 de mayo de 1869. En: Documentos Históricos del Perú colectados y
arreglados por el coronel de caballería del ejército fundador de la independencia Manuel
de Odriozola (1873). Lima: Imprenta del Estado, t. IV, p. 382. En adelante
citaremos esta fuente como Colección Odriozola.
34
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

5. La expedición Gamarra sobre la sierra. Movilización de


nuevas unidades peruanas.
Estacionado San Martín en Huaura vio incrementarse su
ejército no solo con voluntarios, como los entusiastas pobladores
del Norte Chico, sino también con oficiales y soldados que aban-
donando al ejército virreinal se unían a las filas independentis-
tas. Por citar un caso, el 24 de enero de 1821 “cien individuos de
todas clases se pasaron a los patriotas desde Lima”30, entre ellos
el coronel Agustín Gamarra y los tenientes coroneles Velasco y
Eléspuru. Valorando ese aporte, San Martín empezó a interesarse
en la formación de un batallón de peruanos. Con ello, dice su
principal biógrafo, quiso “nacionalizar la guerra, haciendo inter-
venir el elemento peruano más directamente en ella por medio de
la creación de un ejército popular de reserva”31.
Lo que en realidad dispuso San Martín el 20 de febrero
fue la organización de una división peruana sobre la base de las
fuerzas que había organizado Aldao. Su caballería, es decir los
Veteranos de Jauja, integraría ahora el escuadrón Granaderos a
Caballo del Perú y su batallón de infantería tomaría el nombre de
Leales del Perú32. Por comandante general de esa fuerza fue desig-
nado el coronel Agustín Gamarra, considerando su nacionalidad
y la simpatía de que parecía gozar entre los peruanos. El mando
de la infantería lo asumió el teniente coronel Eléspuru y el de la
caballería lo retuvo Aldao. Así, provisto de algunos elementos de
guerra y acompañado de un cuadro de oficiales y clases, Gamarra
30
Miller, Guillermo (1829). Memorias. Londres: Imprenta de los Sres. Car-
los Wood e hijo. Tomo I, p. 264.
31
Mitre, Bartolomé (1940). Historia de San Martín y la Emancipación Suda-
mericana. Buenos Aires: Sociedad Anónima de Impresores Generales, t.
III, p. 12.
32
Arenales, José (1932). Memoria histórica sobre las operaciones e incidencias de la
División Libertadora a las órdenes del General D. Juan Antonio Álvarez de Arena-
les, en su segunda campaña a la sierra del Perú en 1821. Buenos Aires: Imprenta
de la Gaceta Mercantil, p. 13.

35
Cuadernos del Bicentenario

se encaminó a la sierra siendo acatado en el tránsito por Aldao,


a quien las guerrillas de la región reconocían como jefe. Avanzó
sin problemas por Tarma y Jauja, pero enterado del duro revés
sufrido por los guerrilleros en Ataura se replegó de inmediato a
Pasco, para estacionarse en Oyón evitando el encuentro con las
divisiones de Ricafort y Valdez. No fue bien vista esa retirada por
los guerrilleros y a consecuencia de ello “desapareció la mayor
parte de la fuerza y los repuestos se perdieron totalmente”33. San
Martín, que había ya movilizado por esa ruta a la división Arena-
les, ordenó a Gamarra no comprometer batalla.
Sin mayor oposición, las divisiones realistas se habían
posesionado de Tarma, Jauja y Pasco, con lo que se hallaron en
inmejorable situación como para avanzar sobre los independen-
tistas acantonados en la costa. Pero sorpresivamente recibieron
orden de concentrarse en Lima, y acatándola, empezaron a bajar
por la quebrada de Canta, dejando a la división Carratalá frente a
Oyón, como protegiendo una retirada. En el trayecto a la capital,
los realistas soportaron el asedio de las guerrillas independentis-
tas y en uno de esos enfrentamientos, ocurrido el 2 de mayo, Ri-
cafort resultó herido, por lo que tuvo que ser conducido en cami-
lla. Al llegar a Lima la noticia de que los expedicionarios habían
logrado traspasar el cerco guerrillero y que descansaban de sus
fatigas en Aznapuquio, repicaron las campanas de la catedral en
señal de triunfo. Pero varios jefes realistas repudiaron el festejo y
más bien consideraron como un grave error que el virrey hubiese
ordenado esa retirada:
Obtenido el importante triunfo de Ataura, de provechoso
escarmiento para los alucinados indios del valle de Jauja
-dijo el general realista García Camba-, parecía de con-
veniencia militar el establecimiento de dicha división (la
de Valdez) en el Cerro de Pasco o en el expresado valle,
tanto porque no era esa tropa absolutamente necesaria en
33
Arenales, op. cit., p. 11.
36
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Lima, como porque ocupado Chancay por el ejército real,


venía a ser Pasco la llave de comunicación con el interior
desde Huaura y Supe, residencia de San Martín. Pero le-
jos de haberse adoptado tan útil medida, ingresó la mayor
parte de la referida división en Aznapuquio, donde ya las
enfermedades presentaban un carácter muy alarmante en
los síntomas de una peste que tantas veces apreciables vi-
das costó al ejército español. No fue, pues, completamente
aprobada por la opinión general la bajada de estas tropas a
la costa; porque no alcanzaban todos la fuerza de la razón
que la hubiese aconsejado, dejando solo en el interesante
punto de Pasco al coronel Carratalá y tres compañías más
que cubrían varios pueblos de su retaguardia. La entrada
en Lima de Ricafort en una camilla causó mucha sensa-
ción a sus habitantes, no acostumbrados a este género de
espectáculos34.
La Serna era consciente de lo difícil de su situación y por
ello lo seducía una solución pacífica. Lo cierto es que a las po-
cas horas de la llegada de Ricafort, reanudaba las negociaciones
con los comisionados independentistas, esta vez en la hacienda
de Punchauca. Días antes, desconociendo la retirada de Valdez
y Ricafort, San Martín había ordenado la segunda salida de Are-
nales a la sierra.

6. Los triunfos de Cochrane y Miller en el sur. Nacimiento del


regimiento peruano Independientes de Tacna.
El objetivo de San Martín por llegar a un avenimiento pa-
cífico con los virreinales no fue bien visto por varios jefes inde-
pendentistas. Notoriamente, el lord Cochrane fue uno de sus más
acervos críticos y la mutua antipatía tenía antigua data. Antes de
pasar al Perú, Cochrane llegó a pensar que iba a ser el conductor
34
García Camba, op. cit., p. 508-509.

37
Cuadernos del Bicentenario

de la expedición libertadora, sorprendiéndole que el Director Su-


premo Bernardo O’Higgins diese ese mando a San Martín.
Cochrane supo dirigir con acierto a la escuadra en su na-
vegación al Perú, pero como no se le comunicó el plan de ope-
raciones, había pensado en una inmediata toma de Lima y no
en un desembarco en Pisco, ni que a ello sucediera lo que llamó
“inacción de varios meses”, pues como acción de guerra solo pudo
reconocer la primera campaña a la sierra que condujo Arenales.
Varias veces solicitó autorización de San Martín para caer desde
el mar sobre Lima, y no siendo atendida esta petición le propuso
una expedición a los puertos intermedios, empezando 1821.
Se conocía entonces como puertos intermedios a los si-
tuados entre el Callao y Valparaíso, esto es Pisco, Islay, Ilo y Arica.
Teniendo el control absoluto del mar, pensaba Cochrane, podía
desembarcar tropas en esos puertos, y en combinación con los
destacamentos independentistas que operaban en el interior ata-
car a los realistas por varios frentes y simultáneamente.
Prometió San Martín estudiar el proyecto y a insistencia
de Cochrane le confió la realización de operaciones previas, que
podían contener incluso un desembarco en el Callao si la guarni-
ción realista del Real Felipe alzaba bandera de rendición, como se
le había prometido. Para el caso, se alistó una fuerza de 600 hom-
bres de infantería y 60 de caballería al mando del teniente coronel
británico William Miller, quien “recibió instrucciones de embar-
carse para un servicio secreto a las órdenes del lord Cochrane”35.
Éste confesaría después que fue forzada la autorización de San
Martín para tal empresa: “Si me acordó la gente que mandaba
el coronel Miller -anotó- fue únicamente para verse libre de mis
importunidades”36.

35
Miller, op. cit., t. I, p. 264.
36
Cochrane, Thomas Alexander (1905). Memorias. Santiago de Chile,
Guillermo E. Miranda, Editor, p. 133.
38
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Lord Thomas Alexander Cochrane, figura protagónica de las guerras


de independencia americanas. Su contribución ha sido injustamente
soslayada, tal vez porque fue el principal opositor de la estrategia
seguida en el Perú por San Martín, a quien estuvo a un paso de de-
poner para instaurar un gobierno auténticamente peruano.

Como quiera que fuese, la expedición se puso a la vela en


Huacho, el 30 de enero, pero en plena navegación recibió orden
de volver. Ello, a resultas de haberse conocido en Huaura la depo-
sición de Pezuela y el consecuente relevo de la guarnición del Ca-
llao, lo que frustraba el amotinamiento con el que había contado
San Martín. Demás está describir la molestia con que Cochrane

39
Cuadernos del Bicentenario

retornó a Huacho, donde desembarcó sus tropas el 19 de febrero


con orden de tener todo previsto para cualquier contingencia.
El 13 de marzo la expedición volvió a embarcarse, esta vez
con 500 infantes y 80 jinetes. Cochrane, que tenía impagos varios
meses a sus marinos, había conseguido un margen de libertad
para su accionar. Esto debía entenderse como que quedaba facul-
tado para disponer de parte de los dineros que pudiese confiscar
a los realistas para socorrer las necesidades básicas de su tripula-
ción. Algo que no han tomado en cuenta quienes han visto solo
saqueo y pillaje en sus acciones. Una semana más tarde, Cochra-
ne se situaba frente a Pisco, donde la noche del 21 desembarcó un
destacamento de soldados y marinos que al mando del coronel
Miller ocupó ese puerto, avanzando el 23 a la hacienda Caucato y
tomando posesión de todo el valle de Chincha.
Sabedor de esas novedades, el virrey envió una fuerza de
200 hombres de caballería al mando del teniente coronel García
Camba con orden de recuperar Chincha. Esta fuerza fue rechaza-
do y perseguida por la caballería del capitán José Videla, y García
Camba se retiró acometido de calenturas, primero a Cañete y lue-
go a Lima, mientras los de Cochrane se apoderaban de 500 reses y
300 caballos, que fueron subidos a bordo porque se les destinaba
a las fuerzas de Chile, a cuyo gobierno obedecían. Dejando en
Pisco las fragatas O’Higgins y Valdivia, abordó Cochrane el navío
San Martín y se movió al Callao, amagando un ataque el 6 de abril
para luego regresar a Pisco.
Por entonces llegaba a Lima el capitán de fragata Manuel
Abreu, enviado por las Cortes a negociar con los independentis-
tas. Habiendo desembarcado en Paita, como ya antes se ha di-
cho, hizo el camino por tierra hasta Huaura, donde se entrevistó
con San Martín el 25 de marzo. Hubo coincidencias pues Abreu
era constitucionalista y partidario de reconocer la independencia
de los países americanos, como lo quisieron las Cortes antes de
que Fernando VII restableciese el absolutismo. Por eso, al pasar

40
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

a Lima, Abreu fue mal visto por los jefes militares ultra realistas37
que rodeaban a La Serna:
[…] consiguió el señor Abreu -dice uno de ellos- pasar
entre muchos españoles más bien por un ciego apologista
de los independientes, que por agente de la España auto-
rizado por el gobierno del rey38.
Con todo, y haciendo valer sus instrucciones, logró Abreu
que La Serna aceptara formar una Junta Pacificadora, presidida
por el mismo virrey, la que debía entablar con San Martín las ne-
gociaciones que derivarían en la conferencia de Punchauca.
Entretanto, el 21 de abril había partido Arenales desde
Huaura con el objetivo de recuperar la sierra central y, en caso
necesario, moverse a Ica para entrar en contacto con la expedi-
ción a puertos intermedios. Cochrane dijo que actuó con ese co-
nocimiento, creyendo que San Martín había aceptado el plan de
una ofensiva general por varios frentes.
El 22 reembarcó a la división Miller y antes de poner proa
al Sur remitió de regreso a Huacho a muchos enfermos, pues para
su reemplazo había enrolado ya a 100 afrodescendientes a los que
liberó de la esclavitud. El propio Miller se vio afectado por la peste
durante varios días, pero se repuso pronto y siguió en campaña.
El siguiente objetivo de Cochrane fue Arica y el 1 de mayo
se situó en las inmediaciones de su puerto, intimando rendición
a sus autoridades. Al no ser atendido inició el bombardeo de sus
fortificaciones, pero no pudo hacer mucho daño porque los obs-
táculos naturales impidieron a sus naves acercarse a la costa. Re-
anudó el bombardeo el 6, con similar resultado, y pasó entonces
a Sama, donde desembarcó soldados y marinos a las órdenes de

37
“Ultra realistas llamaba Miller en 1821 a los españoles y americanos
decididos a sostener los derechos metropolitanos”. García Camba, op.
cit., p. 513.
38
García Camba, op. cit., p. 512.

41
Cuadernos del Bicentenario

Miller y el capitán Wilkinson, respectivamente. En sorpresivo


ataque, ellos pusieron en fuga a la guarnición realista, que aban-
donó cuatro bergantines, piezas de artillería, abundante cantidad
de bastimentos y mercancías destinadas a comerciantes de Lima,
todo lo cual se condujo a bordo del San Martín.
Sin pérdida de tiempo, Cochrane ordenó el avance de Mi-
ller sobre Tacna y esta villa fue ocupada sin resistencia el 14 de
mayo, pasándose a las filas patriotas dos compañías de infantes
realistas que la guarnecían. Miller, entusiasmado, señaló esa fuer-
za como núcleo de un nuevo regimiento al que llamó Indepen-
dientes de Tacna39. Eran en su gran mayoría pobladores oriundos
de la región y recibieron de Miller una bandera azul en medio de
la cual brillaba el Sol de los Incas. Para algunos historiadores, ésta
fue la primera bandera peruana en el Ejército Libertador.
Reaccionó el mando virreinal movilizando sobre Tacna
tres destacamentos, desde Arequipa, Puno y La Paz, con la orden
de “echar al mar a los insurgentes”40. Informado de ello, Miller
decidió enfrentarlos por separado, poniendo en movimiento su
división, que ahora integraban 310 infantes del batallón Nº 4 de
Chile, 70 Granaderos a Caballo, argentinos, y 60 voluntarios pe-
ruanos recién incorporados, entre ellos el teniente coronel mo-
queguano Bernardo Landa y Vizcarra, que se ofreció de guía. Este
Landa, que por su porte impresionó a Miller, iba a caer prisionero
ocho meses después en la batalla de Moquegua, ofrendando la
vida ante un pelotón de fusilamiento. Los realistas no le perdona-
ron haber servido antes en sus filas.
A medianoche del 22 de mayo, después de una agobiante
marcha por el desierto, los patriotas alcanzaron Mirave, donde
acantonaba el destacamento realista que desde Arequipa había
movilizado el coronel José Santos de la Hera. Las avanzadas re-
alistas advirtieron muy tarde la presencia de los independentis-
39
Cochrane, op. cit., p. 136.
40
Miller, op. cit., t. I, p. 281.
42
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Mercado de Tacna, dibujo a lápiz de Johan Moritz Rugendas.

tas, y antes de que rayara el alba Miller atacó al destacamento


enemigo, alcanzando una espléndida victoria. El realista La Hera
pudo fugar dejando en el campo casi un centenar de muertos,
otro centenar y medio de rendidos y 400 mulas con sus equipajes.
De los independentistas murieron 45, entre ellos el joven ciruja-
no escocés Welsh, que voluntariamente había seguido a la tropa.
Casi de inmediato, Miller fue informado de la proximi-
dad de los destacamentos realistas que venían desde Puno y La
Paz. Ordenó que saliese a su encuentro un piquete de caballería
armado de cohetes, al mando del capitán Hind, un veterano en el
uso de estos artefactos. Los realistas, al conocer el suceso de Mi-
rave, volvieron grupas y se retiraron a Moquegua. Miller avanzó
sobre ellos y después de una marcha forzada llegó a esa villa el 24,
atacando sin dilación al enemigo y derrotándolo en toda la línea.
Los pobladores de Moquegua, encabezados por su gober-
nador el coronel Portocarrero, se adhirieron entusiastas a la causa

43
Cuadernos del Bicentenario

de la independencia. No descansó Miller y el 25 salió en busca de


otra fuerza enemiga que marchaba por Torata. La enfrentó al día
siguiente y logró dispersarla, tomándole muchos prisioneros.
Miller elogió el patriotismo de los pueblos de la ruta, por-
que en todos fue recibido con cálidas muestras de entusiasmo.
Guardó un singular recuerdo de los Aval, padre e hijo, indígenas
de la región que se plegaron a su hueste, muriendo “el hijo en ac-
ción de guerra un año después”. Y también recordó con especial
emotividad que acercándose a Locumba cerca de medianoche, se
presentaron ante él dos jóvenes, de diecisiete años, que habiendo
sabido del desembarco de los independentistas se escaparon del
colegio de Arequipa para unírseles: “estos briosos jóvenes fueron
hechos inmediatamente cadetes”41. Uno de ellos, Mariano Rivero,
concurrió posteriormente a la batalla de Ica donde cayó prisione-
ro, expirando cuando era llevado a la cárcel de Chucuito.
Completaba así una campaña victoriosa. Desde el desem-
barco en Arica habían corrido quince días y a pesar de penosas
marchas forzadas, soportando inclemencias de la naturaleza y
privaciones de todo género, se conseguían varios triunfos cau-
sando al enemigo cerca de un millar de bajas, entre muertos y
prisioneros. Desde el puerto de Ilo Cochrane había abastecido a
las tropas expedicionarias en todo lo que le fue requerido; pero
no tardó en volver a sus aflicciones, al comprobar que sus esfuer-
zos de poco habían servido:
Creíase que mi objeto era hacer una diversión en favor
del general [San Martín]; pero esto era en lo que menos
[él] pensaba: el ejército había permanecido inactivo des-
de que había desembarcado por la primera vez en el Perú,
a excepción del destacamento que mandaba el coronel
Arenales42.

41
Miller, op. cit., t. I, p. 289.
42
Cochrane, op. cit., p. 138.
44
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

William Miller, militar británico de notables servicios en el Perú,


tanto en la guerra separatista como en los albores de la república.
En esta imagen, con uniforme del ejército peruano y poncho andino.
Grabado impreso en “Memoirs of General Miller: In the Service of
the Republic of Peru”, publicado en Londres en 1829.

45
Cuadernos del Bicentenario

7. La conferencia de Punchauca. San Martín propone la regencia


de La Serna, la fusión de los ejércitos en pugna y la designación
por las Cortes de Cádiz de un rey europeo para el Perú.
Como ya se ha mencionado, San Martín pensaba triunfar
sin dar batalla, porque mientras Cochrane y Miller se batían en el
Sur, y Arenales se internaba en la región central, él convocaba a
las conferencias de paz que se desarrollarían desde el 4 de mayo
en la hacienda Punchauca jurisdicción de Carabayllo. Recién el
23 los negociadores se pusieron de acuerdos en dos asuntos: la
suspensión de hostilidades durante veinte días y la celebración
de una entrevista entre La Serna y San Martín. La cita se fijó para
el 31 de mayo, pero al sentirse indispuesto el jefe realista, se pos-
puso para el 2 de junio. La Serna estaba convencido de que ya no
podía sostenerse en Lima, por lo cual se avino a las tratativas que-
riendo “probar todos los medios de una decorosa transacción”43.
Y acudió a Punchauca acompañado de los generales Canterac y
Monet, el subinspector La Mar y el brigadier García Camba, en
tanto que San Martín lo hizo en compañía de los generales Las
Heras y Necochea, y del doctor James Paroissien, que cumplía
ya tareas diplomáticas. Participó también el capitán de fragata
Manuel Abreu, del que ya hemos hecho referencia. El saludo fue
afectuoso, y aunque la cordialidad presidió todas las sesiones, no
dejó de existir también mutua desconfianza. A decir del más cer-
cano historiador español de este proceso, San Martín
propuso que se declarase la independencia del Perú, y que
se formase una regencia presidida por el virrey hasta la
venida de un príncipe de la familia real de España, con
cuya petición se ofrecía él mismo a embarcarse para la pe-
nínsula dejando las tropas de su mando a las órdenes de
aquella44.

43
Torrente, Mariano (1830). Historia de la Revolución Hispanoamericana. Ma-
drid: Imprenta de Moreno, t. III, p. 163.
44
Ibidem.
46
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

El testimonio del comisionado Abreu fue algo más explí-


cito, consignando que San Martín propuso una regencia integra-
da por tres vocales: La Serna, presidente, el segundo nombrado
por los realistas y el tercero por los independentistas; también, la
unión de los dos ejércitos, el realista y el independentista; y que se
declarase la independencia del Perú, comprometiéndose a viajar
a España para solicitar en las Cortes de Cádiz la designación de
un príncipe europeo para rey del Perú45.
Dice Rubén Vargas Ugarte que no era la primera vez que
San Martín hacía una propuesta de esa índole. Antes la había pre-
sentado a Pueyrredón en las Provincias Unidas del Río de la Plata
y a O’Higgins en Chile. Y en el Perú lo hizo con más vehemencia,
convencido que no se daban las condiciones necesarias para esta-
blecer repúblicas en Hispanoamérica, opinión que compartieron
algunos destacados peruanos, el primero de todos Riva Agüero.
A esto se refirió Abreu al recordar que en una entrevista sostenida
poco antes con San Martín en Huaura, éste le confió
que conocía la impotencia de la América para erigirse en
república independiente, por carecer de virtudes y de ci-
vilización y que en estos extremos había convenido con
los de su ejército en coronar a un príncipe español, medio
único capaz de ahogar las opiniones de enemistad, reu-
nirse de nuevo las familias y los intereses, y que por honor
y obsequio a la península se harían tratados de comercio,
con las ventajas que estipulasen y que en cuanto a Buenos
Aires (en cifra lo que sigue) emplearía sus bayonetas para
compelerlos a esta idea, si no se prestasen46.
Cabe preguntarse si San Martín tuvo el aval de los jefes de
su ejército para hacer dicha propuesta. Lo cierto es que ésta no
45
“Expediente sobre el levantamiento del Perú”. Documento inédito del
Archivo de Indias citado por Rubén Vargas Ugarte en su Historia General
del Perú (1966). Lima: Edit. Milla Batres, t. VI, pp. 156-157.
46
Vargas Ugarte, op. cit., p. 157.

47
Cuadernos del Bicentenario

podía ser más favorable para la causa realista, como lo entendió


La Serna al hablar en privado con sus generales, cuyos recelos
empero no pudo disipar. Abreu, distanciado más tarde con La
Serna le recordaría lo siguiente:
cuando se avistó con el general San Martín en Punchau-
ca, con solo media hora que habló reservadamente con él,
llamando enseguida y aparte a Llano, La Mar, Canterac,
Galdiano y a mí, nos dijo que el plan de San Martín era
admirable, que lo creía de buena fe; y aunque dijo V.E. que
no quería estar mandando, consintió en él, comprome-
tiéndonos a todos (véase Anexos, pp. 203 y ss.).
Los generales de La Serna podían ser constitucionalistas,
pero la ideología política se dejaba de lado cuando se pretendía
independizar el Perú. Advirtiendo eso, y corrigiendo su prime-
ra impresión, La Serna respondió a San Martín que sometería la
cuestión al juicio de “la diputación provincial y ayuntamiento de
Lima”47, con lo cual llegó a su fin la entrevista, en un ambiente de
buen humor, sucediéndose los brindis de uno y otro lado.
Las negociaciones prosiguieron en Miraflores, donde el 8
de junio los comisionados de La Serna presentaron una contra-
propuesta en la que ya no se hablaba de independencia sino de la
creación de una Junta Provisional de Gobierno con tres miem-
bros, dos nombrados por La Serna y uno por San Martín. Se plan-
teaba, además, la posibilidad de que ambos jefes viajasen a Espa-
ña donde proseguirían las negociaciones; y que, en caso de no
producirse ese viaje, La Serna asumiría la presidencia de la Junta,
que gobernaría en nombre de la nación española y de acuerdo
con sus leyes, en tanto que San Martín continuaría a la cabeza de
su ejército. Nada de unión se estipulaba; por el contrario, la gue-
rra solo se detenía, fijándose como frontera entre ambos ejércitos
el río Chancay, de un lado, y el pueblo de Reyes, del otro.

47
Torrente, op, cit., p. 163.
48
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Lógicamente, no hubo acuerdo, pero las negociaciones


prosiguieron a bordo de la fragata Cleopatra, anclada frente al
Callao. Nada bueno consiguió San Martín, pero los realistas ob-
tuvieron de él autorización para el paso de víveres que escaseaban
en Lima. De parte de La Serna, que en todo momento menospre-
ció a San Martín, resultaba del todo inviable el proyecto presen-
tado por el jefe independentista. Todo indica que adoptó esta de-
cisión porque alzaron la voz sus generales, incluso el conservador
Gerónimo Valdés que no estuvo en Punchauca, quien reclamó no
desviarse de los “sagrados deberes” que tenían con el rey.
Recordemos que Fernando VII, absolutista desde sus orí-
genes, había aceptado las ideas constitucionales solo impelido
por las circunstancias, y que sus partidarios en España y América
se esperanzaban en ver pronto el retorno del absolutismo, como
iba a ocurrir en 1823. Por tanto, los constitucionalistas que rodea-
ban a La Serna no las tenían todas consigo.
Quien cayó en desgracia después de lo de Punchauca fue
el comisionado real Manuel Abreu. No seguiría a La Serna des-
pués de qué este hizo abandono de Lima y circuló entre los inde-
pendentistas sin ser molestado. Esto motivó que fuese maltratado
por La Serna y que se le acusase de ser portavoz de los “disiden-
tes”. Dolido de que lo consideran un traidor, Abreu levantó car-
gos contra el virrey, sobre todo al verse privado de sus haberes,
pasando apuros económicos. Dijo que que no había justificación
para tal abandono, pues la arcas del virrey estaban provistas, ya
que se llevó de Lima sendas cargas de oro y plata, que también
cogió de las minas de Pasco.
Abreu se proclamó un leal servidor de la monarquía, por-
que ésta fingía entonces obediencia a la Constitución, y fue respe-
tado en Lima porque siguió buscando por la vía diplomática una
solución pacífica, que era lo que también pretendía San Martín.
En noviembre de 1821 alistaba en Lima su retorno a la península.

49
Cuadernos del Bicentenario

8. Segunda campaña de Arenales a la sierra. Propone una


ofensiva general que San Martín no acepta.
Tras el fracaso de Gamarra, el general Arenales insistió
ante San Martín en la necesidad de recuperar posiciones en la
sierra central. De momento, esto era más factible que atacar a los
realistas de Lima fortificados en la difícil posición de Aznapu-
quio. Además, era preciso mover la atención del enemigo en ese
frente, para coadyuvar al éxito de las operaciones de Miller en el
Sur. Si a ello se sumaba la creciente mortandad de las tropas pa-
triotas en Huaura, a consecuencia de enfermedades endémicas, y
el agotamiento de los recursos en la costa, movilizar al ejército se
tornaba imperativo.
Estuvo de acuerdo con ello San Martín, y la noticia de
que se ordenaba la salida de Arenales a la sierra provocó un gran
entusiasmo en el campamento patriota, pues todos anhelaban
volver a medir las armas con el enemigo. San Martín, contrariado
tal por el poco éxito de las negociaciones que sostenía con los
realistas, avivó el fervor bélico con la proclama que dirigió a las
fuerzas expedicionarias el 20 de abril:
¡Soldados y compañeros! Vuestro destino es escarmentar
por segunda vez a los opresores de la sierra. El general
que os dirige conoce tiempo ha el camino por donde se
marcha a la victoria. Él es digno de mandaros, por su
honradez acrisolada, por su habitual prudencia y por la
serenidad de su coraje: Seguidle y triunfaréis […] y de-
cid a los habitantes de la sierra que el Ejército Libertador
nunca ha prometido en vano salvar de la opresión a los
pueblos que claman por su independencia48.
48
Proclama firmada en el cuartel general de Huaura, el 20 de abril de
1821. Publicada por José Arenales en las páginas iniciales de la edición
primigenia de la Memoria Histórica sobre las operaciones e incidencias de la Divi-
sión Libertadora a las órdenes del general Juan Antonio Álvarez de Arenales (1832).
Buenos Aires: Imprenta de la Gaceta Mercantil, páginas iniciales.
50
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Brigadier general Juan Antonio Álvarez de Arenales, adherente a


la ideología liberal. Condujo con acierto dos campañas a la sierra
y criticó la inacción de San Martín, lo que motivó su alejamiento.
Después del fracaso de las expediciones a Intermedios se le propuso
la presidencia del Perú, pero optó por volver a Argentina.

51
Cuadernos del Bicentenario

Arenales recibió la misión de recuperar Pasco, Tarma y


Jauja, avanzar por Huancavelica y hacerse fuerte en Huamanga,
quedando además facultado para moverse a Ica si las circunstan-
cias lo hacían preciso, para actuar de consuno con Cochrane y
Miller en los puertos intermedios o en caso de producirse una
ofensiva sobre Lima. Si acaso le sucediese una adversidad, se le
ordenaba a Arenales replegarse hasta Cajatambo y situarse a reta-
guardia del cuartel general de Huaura.
Puesto en campaña, y ésa era la esperanza de San Martín,
Arenales debería proseguir la tarea de “formar el plantel de un
ejército nacional en la sierra, sobre la base de la insurrección”49. A
fin de alentarla, San Martín dirigió una proclama a los pueblos de
la sierra, recientemente asolados por fuerzas realistas, exhortán-
dolas a renovar el apoyo a Arenales:
Desde la cima de los Andes la fama instruye al orbe de
vuestras calamidades; ella publica las atrocidades de Ri-
cafort y de Valdés; ella las pregona, y yo no puedo ser in-
diferente a vuestras desgracias. Allá os envío una división
de guerreros invencibles […] A su cabeza está el general
Arenales, vuestro protector y el azote de los tiranos del
Perú; ya lo conocéis […] Seguid a Arenales; ved cual vue-
la de triunfo en triunfo, en tanto que mi ejército sella en
distinto campo de batalla la completa emancipación del
suelo de los Incas50.
Los cuerpos integrantes de la división Arenales fueron los
siguientes: batallón de Cazadores del Ejército, con 400 hombres,
al mando del teniente coronel José M. Aguirre; batallón de Nu-
mancia, con 800 efectivos, al mando del coronel Tomás Heres;
batallón Nº 7 de los Andes, compuesto de 600 negros, al mando
del coronel Pedro Conde; Granaderos a Caballo, con 300 hom-
bres al mando del coronel Rudecindo Alvarado; y 16 artilleros,
49
Mitre, op. cit., p. 16.
50
Arenales (1832), páginas iniciales, s/n.
52
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

custodios de cuatro pequeños cañones51. Esta fuerza, decía San


Martín en sus instrucciones, debía unirse a las que tenía Gama-
rra; se suponía que éstas sumaban 600 efectivos, pero en realidad
por las deserciones sufridas llegaban solo a 300. Ello daba a la
división Arenales un total de 2,416 efectivos.
Los historiadores se dividen en considerar si fue una au-
dacia o una temeridad el que San Martín se quedase en Huaura
con menos de 3,000 hombres, en su mayoría enfermos, moviendo
a la vez la escuadra a puertos intermedios y la división Arenales
a la sierra, cuando el ejército realista concentraba en la capital
algo más de 8,000 efectivos, si bien en parte desmoralizados o
enfermos. Puede que San Martín depositara su confianza en el
accionar incansable de las guerrillas que cercaban Lima, pero más
factible es que confiase en las tratativas de paz que con algunas
intermitencias sostenía con los realistas.
Partió la división Arenales de Huaura el 21 de abril, lle-
vando en retaguardia a su caballería, donde formaban no pocos
peruanos. Recorrido un tramo enfermó el coronel Tomás Heres
y tuvo que regresar a Huaura, mientras la división proseguía por
Sayán. El 26 alcanzó Oyón, donde se acantonó algunos días para
el descanso y aclimatación de las tropas, pues el frío se presen-
tó intenso. Allí Arenales encontró a Gamarra, cuyos restos ha-
bían sido rehechos por Aldao, que se situó en avanzada; encontró
también a varias autoridades patriotas que se vieron precisadas a
emigrar, como el coronel Francisco de Paula Otero, presidente de
Tarma, y los gobernadores de Pasco, Jauja y Huancayo. Pese a lo
sucedido con Gamarra, lo reconoció como jefe de estado mayor
y colocó a sus oficiales entre los diversos cuerpos de la división.
51
Instrucciones que deberá observar el comandante en jefe y general de
la división en la sierra, coronel mayor don Juan Antonio Álvarez de Are-
nales. Cuartel general de Huaura, 20 de abril de 1821. En: Documentos del
Archivo San Martín. Comisión Nacional del Centenario (1910). Buenos
Aires: Imprenta de Coni Hermanos, t. VII, pp. 247-249. En adelante:
DASM (1910).

53
Cuadernos del Bicentenario

Creyendo posible alcanzar a las divisiones enemigas, Are-


nales reanudó la marcha el 8 de mayo entrando en la cordillera
cubierta de nieve. Fue admirable que los afrodescendientes del
batallón Nº 7 soportaran con estoicismo la marcha, protegiendo
siempre la retaguardia. Aldao, que iba en vanguardia, supo poco
después que Ricafort se retiraba por Carguacallán hacia Canta,
que Valdez hacía lo mismo por San Mateo y que solo Carratalá
permanecía en Pasco. Al acelerar su avance, se encontró con un
escuadrón de húsares realistas, sucediéndose un breve tiroteo. En
la madrugada del 12, la caballería patriota al mando del coronel
Alvarado avanzó sobre Pasco, no encontrando a Carratalá que
había pasado a Reyes. Pese a que en su retirada los jefes realistas
amenazaban a los pobladores con volver y castigarlos si servían
a los patriotas, los de Pasco dieron una cálida bienvenida a los
patriotas, que pudieron descansar allí unas horas.
Los realistas incendian varios pueblos de la sierra.
Con las mulas y caballos reunidos por los vecinos pudo
Alvarado reponer sus escuadrones, siguiendo de inmediato a Re-
yes en cuyas cercanías acampó en la madrugada del 13. Si no ata-
có a los realistas de inmediato fue porque el frío extremo había
inutilizado a su tropa y cabalgaduras, que necesitaban reponerse,
lo que fue aprovechado por Carratalá para huir, no sin antes in-
cendiar el poblado de Reyes:
Quemar y arrasar pueblos enteros fue siempre una diver-
sión sencilla para los españoles –recordó Arenales–: la his-
toria mostrará un día la gran lista de los que han corrido tan
ilustre suerte a manos de los dignos sucesores de Pizarro52.
Al respecto, la prensa patriota informaba por esos días de
seis pueblos quemados, entre ellos San Jerónimo53. En la ciudad
del Cerro de Yauricocha quedó el teniente coronel Rojas, para

52
Arenales, op. cit., p. 29.
53
Boletín Nº 11 del Ejército Libertador, citado por Arenales.
54
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

seguir en el gobierno de Pasco, y con él los que enfermaron en la


ruta; el teniente coronel Maldes y el sargento mayor Félix Villota
murieron a los pocos días. Arenales pasó por Carhuamayo el 17
y alcanzó Reyes al día siguiente. Pese al incendio de sus casas, los
pobladores le brindaron un acogedor recibimiento, ocurriendo lo
mismo en Caccas donde se vieron altares decorados con banderas
patrióticas. El 20 avanzó a Palcamayo y el 21 entró en Tarma, in-
formándole la vanguardia que los de Carratalá estaban ya a gran
distancia. En Tarma, población de cerca de diez mil habitantes, el
coronel Otero retomó su presidencia. Y aquí descansó la división
unas horas, cubriendo sus bajas con jóvenes de la región y reci-
biendo puntualmente informes de las guerrillas que accionaba el
comandante Villar.
Al caer la tarde del 22 la división reanudó la marcha y a
mediodía del 24 llegó a Jauja, donde Arenales fue informado que
Carratalá, desconociendo su cercanía, se había situado en Con-
cepción con cuatro compañías de infantería y dos escuadrones
de caballería, en total 700 hombres. Se ofreció Gamarra para sor-
prenderlo y Arenales aceptó la oferta, dándole el mando de 200
cazadores de infantería montada y 500 de caballería. Sin mucho
esfuerzo esta tropa llegó a las cercanías de Concepción en las pri-
meras horas del 25 de mayo, avistando el campamento enemigo;
pero en vez de atacarlo de inmediato, Gamarra decidió esperar la
claridad del día, dando ocasión a que el enemigo se retirarse en
orden, camino de Huancayo. Gamarra regresó a Jauja y fue objeto
de críticas veladas; Arenales no hizo caso de ellas, por respeto a
recomendaciones recibidas del propio San Martín.
Entre tanto, Carratalá entró el 26 en Chupaca, pueblo que
por sus manifestaciones en favor de la causa independentista fue
castigado con severidad. Desataron los realistas una espantosa
matanza y el propio Carratalá colgó de cabeza en la torre del tem-
plo a varios hombres y mujeres, que fueron azotados hasta morir.
Su proclama justificando el terror y sus órdenes de saquear, in-

55
Cuadernos del Bicentenario

cendiar y asolar pueblos indefensos fueron públicas. Continuó


hacia el sur, cruzó el Mantaro por el puente de Izcuchaca y se de-
tuvo en Huando, dejando a retaguardia un destacamento provisto
de pólvora con orden de volar ese puente en caso de aparecer los
independentistas.
Arenales propone a San Martín un nuevo plan de campaña.
A esas horas, Arenales acampaba en Huancayo, situando
sus avanzadas en Acostambo a las órdenes del comandante Al-
dao. El famoso puente colonial de Izcuchaca quedaba como fron-
tera entre los bandos contendientes y, en opinión de Arenales, la
guerra podía decidirse en ese momento. Débiles guarniciones re-
alistas quedaban en Arequipa y Puno, y contra ellas actuaban ya
Cochrane y Miller. Graves contradicciones se advertían entre los
jefes del ejército realista del Alto Perú y el de Lima estaba sitiado
y desmoralizado. Todo ello fue considerado por Arenales cuando
propuso a San Martín un nuevo plan de campaña.
Dicho plan consistía en movilizar a la sierra todo el ejér-
cito existente en la costa, dejando solo una pequeña fuerza que
sirviese de apoyo a las guerrillas que cercaban Lima. Con esto, las
tropas expedicionarias restablecerían su vigor y salud, encontran-
do recursos para alimentarse. Exhortaba a San Martín a conducir
en persona esa movilización, asegurándole que su presencia en la
sierra, aparte de elevar la moral del ejército, le captaría un masi-
vo apoyo popular. Además, ya no habría necesidad de consultar
las operaciones a larga distancia, pues el general en jefe estaría
en campaña. Arenales se ofrecía a conducir la vanguardia para
posesionarse del Cuzco, y atacar desde allí a los realistas del Alto
Perú, o bien pasar a los puertos intermedios para unirse a Miller
y Cochrane. Pedía por ello que algunos transportes se situaran
frente a Pisco, a la espera de órdenes. Decía que ese plan podía
realizarse en veinte días y hasta ofrecía su cabeza en caso de no
alcanzar la victoria54.
54
Arenales, op. cit., p. 45.
56
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Arenales propuso ese plan en el convencimiento de que


los recientes movimientos de San Martín parecían conducir a una
solución militar. Supo que reconcentrando en Huaura las fuerzas
que tenía a retaguardia, San Martín había embarcado en Huacho
a toda su infantería, en varios transportes, y que desplegaba su ca-
ballería hasta posiciones cercanas a Aznapuquio. Fue informado
también de que esos transportes se habían presentado a la vista
de Lima fondeando en Ancón, lo que entendió como señal de un
próximo desembarco, en tanto que las guerrillas patriotas lleva-
ban su audacia hasta incursionar en la capital. Entendía Arenales
que los realistas de Lima estaban en situación desesperada, pero
precisamente fue esto lo que decidió a la Serna a reabrir nego-
ciaciones con San Martín, quien al aceptarlas dio a entender que
desechaba la guerra activa.
Ajeno a esas tratativas y creyendo que su plan ofensivo
sería aprobado, Arenales ordenó a la caballería de Alvarado re-
montar las cumbres de Chupaca a efecto de flanquear a Carratalá.
Pero apenas movilizado Alvarado llegó a Huancayo la noticia del
armisticio acordado en Punchauca el 23 de mayo, que estipulaba
el cese de hostilidades:
[…] se extendía durante veinte días, durante los cuales los
ejércitos conservarían las posiciones que ocupaban en el
momento de la firma, dejando abierta la posibilidad de
una prórroga. Se convenía también que, una vez ratifica-
do, se entrevistarían La Serna y San Martín55.
Arenales tuvo que ordenar entonces el retorno de la ca-
ballería de Alvarado, y el jefe enemigo Carratalá pudo continuar
tranquilo su retirada. Durante ese lapso y creyendo todavía en la
solución militar, Arenales preparó a sus huestes como si se apres-
taran para la batalla, adiestrando especialmente a los reclutas pe-
55
Martínez Riazza, Ascensión (2014). La Independencia inconcebible. España
y la pérdida del Perú (1820-1824). Lima: Instituto Riva Agüero. Pontificia
Universidad Católica del Perú.

57
Cuadernos del Bicentenario

ruanos que habían constituido en esos días el Batallón Nº 1 del


Perú, con cerca de 700 efectivos:
El armisticio de Punchauca interrumpió el curso de las
operaciones de la sierra; pero si fue solemnemente propi-
cio a Carratalá, no fue menos favorable a Arenales, quien
pudo entregarse con desahogo y confianza al arreglo e
instrucción metódica de los cuerpos que empezaban a re-
cibir los contingentes de reclutas pedidos a las provincias.
Para ello los cuerpos fueron acantonados desde Tarma
hasta Huancayo. Las compañías de Leales fueron crea-
das por disposición del general en jefe en Batallón 1º del
Perú, y llegaron a cerca de 700 plazas, con un plantel de
oficiales, sargentos y cabos de lo mejor que se pudo pro-
porcionar. Los repuestos de caballos y mulas engrosaban
del mismo modo, y estaban acomodados de reserva en
las poblaciones de retaguardia. En el Cerro de Pasco y en
Tarma se establecieron maestranzas para la construcción
de monturas, correajes y varios otros objetos de equipo;
en Jauja se estableció otra más formal para recorrer la ar-
tillería y habilitar el armamento descompuesto”56.
Ese ejército llegó a contar con “4,300 hombres de com-
bate, bien disciplinados, contentos y llenos de entusiasmo; su
armamento, equipo y municiones se hallaban en buen estado; y
los animales de silla y carga eran suficientes para las exigencias
calculadas en aquellos días”57.
Arenales cursó oficios a los pobladores de Castrovirrey-
na, Huanta, Huamanga y comunidades aledañas exhortándolos a
apoyar la causa patriota, tal como lo habían hecho un año antes.
Y logró que se presentaron ante él los comisionados de varios
pueblos, que manifestaron estar dispuestos a tomar parte activa
en la guerra.
56
Arenales, op. cit., p. 57.
57
Arenales, op. cit., p. 96.
58
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

San Martín opta por las negociaciones pacíficas.


Contando con ese apoyo, Arenales se reafirmó en su idea
de ofensiva general, pero no era eso lo que pensaba San Martín,
quien el 2 de junio se entrevistaba con La Serna en Punchauca,
y que en vez de hacer preparativos bélicos proveía de fanegas de
trigo a la ciudad sitiada, en un acto humanitario y queriendo ga-
narse con ello las simpatías de la población limeña. Los realistas
de Lima, incluso, solicitaron a San Martín favorecerlos con la mi-
tad de los productos provenientes de Cerro de Pasco, ofreciendo
a cambio la entrega de la plaza del Callao. Esas negociaciones,
como queda dicho, prosiguieron en Miraflores, donde se prorro-
gó el armisticio ocho días más, esto es hasta el 20 de junio.
Incluso entonces, a pesar de haber recibido ya infor-
mes iniciales de las tratativas entabladas entre San Martín y
La Serna, Arenales movilizó su vanguardia para apoderarse de
Huancavelica, y el 29 de junio esa fuerza, al mando de Alvarado,
se posesionó de Huando. Los cazadores del Numancia salieron
en persecución del batallón realista Imperial Alejandro, lo derro-
taron y le causaron muchas bajas, entre muertos y prisioneros.
Pero entonces fue que Arenales recibió la confirmación oficial de
la prórroga del armisticio, viéndose obligado a ordenar el regreso
de Alvarado, que se replegó a Huancayo. Por deferencia especial
envió un parlamentario ante Carratalá para comunicarle el nuevo
cese de hostilidades, pero este jefe realista había partido ya ha-
cia Huamanga. Esto, porque enterado también de la prórroga del
armisticio, destacó un emisario a Izcuchaca para comunicarla al
jefe independentista que custodiaba el puente, nada menos que el
radical Aldao, quien rechazó airadamente al correo.
Arenales se dispone a batir a los realistas que abandonan Lima
Arenales en Huancayo recibió comunicaciones de los je-
fes guerrilleros advirtiéndole que los realistas preparaban la eva-
cuación de Lima. La primera columna en salir fue la del general

59
Cuadernos del Bicentenario

Canterac, con 4,000 hombres, por la ruta de Lurín. Lo supo Are-


nales al reconcentrar sus fuerzas en Jauja y el 1 de julio lanzó una
proclama a los pueblos de la sierra, exhortándolos a plegarse a
su división para combatir a los que llamó herederos de Cortés y
Pizarro, comparación válida toda vez que los españoles optaban
por la guerra total:
Mis compatriotas y hermanos:
Ya no queda duda de que los enemigos de nuestra patria
salen despechados a estos países, porque dentro de Lima
debían morir de hambre o rendirse a nuestras armas. Des-
pués de haber desnudado las iglesias de aquella capital;
después de haber reducido a la última miseria a aquellos
habitantes; después, en fin, de haber cometido cuantos
excesos son imaginables, salen ahora como leones rabio-
sos a devorar y talar vuestro país. Ya conocéis bien a esos
bandidos; ya sabéis que no hay templo, vida, propiedad ni
nada seguro por donde ellos pasan y estad ciertos que son
tan cobardes, como criminales. No hay que temerlos.
Corramos a las armas, hermanos; corramos todos en
unión, para acabar de un golpe con esa bandada de tira-
nos, que no pisan la tierra sino para asolarla con sus crí-
menes y atrocidades. Por mi parte, yo os aseguro que con
las tropas que vinieron a protegeros, me sacrificaré gusto-
so por asegurar vuestra libertad y eterno bienestar. Esos
perversos se empeñan en repetir las escenas espantosas
de Cortés y de Pizarro. No, no; se acabó ya el tiempo de
sufrir, y trescientos años de opresión y tiranía la más cruel
e inaudita no volverán. Perezcamos todos en el campo del
honor, antes que volver a ser esclavos de esa canalla vil.
Así, pues, ya es tiempo de que empecéis a reuniros a esta
división compuesta de guerreros invencibles; también lo
es de que apartéis todos los víveres, animales y demás au-

60
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

xilios que pueden encontrar por su tránsito nuestros ene-


migos. Venid, venid todos, para que juntos participemos
igual suerte e igual gloria; y acordaos, en fin, de que éste es
el último sacrificio que nos resta hacer para asegurar del
todo nuestra libertad58.
Al hablar así, Arenales recordó seguramente su anterior
campaña, en la que sublevó muchos pueblos, proclamando la in-
dependencia en cada uno de ellos. San Martín tenía otra visión de
la guerra y empleaba un lenguaje distinto, por lo que sorprendió
el inusual tinte belicista que empleó ese mismo 1 de julio en una
proclama que desde Huacho dirigió a los habitantes de los depar-
tamentos libres:
En vano he querido ahorrar la sangre de ambos ejércitos
[…] Todo, todo ha sido infructuoso […] Por consiguiente
no queda más recurso que apelar a la bravura americana,
y decidir por la fuerza lo que ha podido transigirse por los
consejos de la razón59.
Un tono diferente, más cercano a la galantería, empleó
San Martín en otra proclama, dirigida a las limeñas, seguro de
que convencerían a los indecisos para sumarse a la causa patriota:
¡Limeñas! La naturaleza y la razón exigen que empleéis
todo el influjo que ambas os dan para acelerar la duración
de esta guerra […] Haceos tan célebres por vuestra
cooperación a la grande obra de la libertad del Perú, como
lo sois ya por vuestros encantos, y por el temple delicado
de vuestras almas. Inflamad en el amor de la patria a to-
dos vuestros paisanos y si todavía queda alguno que duer-
ma con el sueño de los esclavos, invocad cerca de la liber-

58
Proclama inserta en Documentos del Archivo de San Martín (1911). Comi-
sión Nacional del Centenario. Buenos Aires: Imprenta de Coni Herma-
nos, t. IX, pp. 381-382.
59
Documentos del Archivo de San Martín, op. cit., t. IX, pp. 379-380.

61
Cuadernos del Bicentenario

tad; y este nombre que no puede oírse sin entusiasmo, lo


escuchará de vuestros labios con transportes60.
El acuerdo entre La Serna y San Martín.
San Martín se hallaba en Huacho a la expectativa, en tanto
proseguían las negociaciones a bordo de la fragata neutral Cleo-
patra. Si ahora empleaba el lenguaje bélico era para presionar a La
Serna a que dejara Lima, como había prometido. Pero La Serna
retardó su salida proponiendo la renovación del armisticio. Has-
ta que finalmente convocó una junta de oficiales el 4 de julio en
palacio de gobierno, que decidió evacuar la ciudad con todas las
tropas, a excepción de las que quedaban custodiando la fortaleza
del Callao, lo que se comunicó de inmediato a San Martín.
Esa salida se iba a verificar el 6 de julio. Con ello, San
Martín logró lo que se propuso desde un principio: apoderarse
de Lima sin guerra efectiva. Pero La Serna estaba lejos de haber
aceptado la solución pacífica y reunido con Canterac tendría una
fuerza de casi 8,000 hombres. La Serna partió confiado en poder
abrirse camino, como sabiendo que no sería perseguirlo.
Por entonces contaba San Martín con unos 3,000 hom-
bres, pertenecientes a los batallones 11 y 8 de los Andes, 2, 4 y 5 de
Chile, los Cazadores a Caballo de los Andes, la artillería de Chile y
el escuadrón Escolta. Parte de ese ejército pasaría a Lima, dejan-
do una fuerza de retaguardia en Canta. La retirada de La Serna
iba a ser hostilizada solo por las guerrillas independentistas. Dice
Cochrane que allí se perdió la oportunidad de acabar la guerra:
El general retuvo consigo todo el ejército libertador,
siendo evidente que, si hubiese mandado una parte de
él en persecución de los realistas, habría conseguido que
la mayor parte de esas tropas hubiesen venido a las filas
de la patria […] Las guerrillas solas de los patriotas, sin
ayuda alguna, habían derrotado a las fuerzas unidas del
60
Documentos del Archivo de San Martín, op. cit., t. IX, pp. 383-384.
62
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

enemigo. De modo que, si una parte del ejército hubie-


se obrado en unión de las guerrillas, el ejército realista
habría concluido en la retirada, y se habría evitado que
fuese a servir de núcleo para un gran ejército61.
San Martín ordena a Arenales emprender la retirada.
Al enterarse de ello, Arenales se convenció de que su plan
de guerra no había sido tomado en cuenta y que ahora peligra-
ba su posición pues creía tener cerca a las fuerzas de Canterac.
Estudiaba el terreno para maniobrar adecuadamente, cuando el
9 de julio fue informado de que Canterac cruzaba el puente de
Lunahuaná, siguiendo por la cordillera de Turpo y Cotay rumbo
a Huancavelica. Viendo que el enemigo lo trataba de eludir, Are-
nales convocó una junta de guerra que acordó salir a su encuen-
tro. Dice Arenales que sus oficiales vistieron entonces sus mejo-
res galas y que en medio de gran alegría se alistaron para abrir
campaña, seguros de que obtendrían la victoria62. El 10 partió la
vanguardia y le siguió el grueso de la división al día siguiente, lle-
vando en retaguardia el parque y la artillería. Descansaron el 12
en Huancayo para luego tomar la ruta a Izcuchaca.
En la mañana del 13, cuando Arenales montaba su caballo
para alcanzar al grueso de su división que ya estaba en camino,
fue detenido por un chasqui portador de comunicaciones que San
Martín le enviaba con suma urgencia desde Lima. Por ellas vino a
saber que San Martín había entrado triunfalmente en Lima. Pudo
esto motivar regocijo en Arenales, pero no las líneas en las que
San Martín le recomendaba “encarecida y positivamente, que de
ningún modo le comprometiera la división en un combate, mien-
tras no tuviera una completa seguridad de vencer63.
61
Memorias de Lord Cochrane Conde de Dundonald (1863). París: Im-
prenta de Eduardo Blot, pp. 142.143. Prologó esta edición Manuel Bilbao,
estando en Lima en 1861.
62
Arenales, op. cit., p. 90.
63
Arenales, op. cit., p. 92.

63
Cuadernos del Bicentenario

Añadía San Martín que si Arenales era buscado por el


enemigo, “se pusiese en retirada hacia el norte por Pasco, o hacia
Lima por San Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”64.
Estas órdenes perturbaron al jefe expedicionario, pues en la prác-
tica se le ordenaba pasar a la defensiva. Mucho más le sorprendió
que San Martín le dijera que
dejando a los enemigos de su propia cuenta, ellos no tar-
darían en verse completamente anulados, puesto que se
alejaban de las costas privándose de todo auxilio maríti-
mo, y se colocaban en un país que los aborrecía y les hacía
toda especie de guerra65.
Y le causó profunda extrañeza que San Martín no le dijese
nada acerca de la ruta tomada por La Serna, ni le informase con
qué fuerzas contaba, como dando a entender que lo mejor era no
enfrentarlo. Dice Arenales que de haber contado con esos datos,
y sin faltar a la recomendación de San Martín de no luchar sin
tener “una completa seguridad de vencer”, juzgando ventajosa su
posición hubiese presentado batalla, y “un día después la división
habría llenado su misión con honor y seguramente con fortuna”66.
Arenales había proyectado atacar a Canterac cuando éste
bajase de la cordillera con sus tropas cansadas y sus cabalgaduras
estropeadas; y había prevenido al comandante Villar para mo-
lestar al enemigo con alfilerazos por los flancos y retaguardia,
privarlo de recursos y perseguirlo hasta que cayese en la celada.
Todo esto se frustraba con la orden que San Martín le trasmitía y
aún consternado alcanzó a su división, convocando a un nuevo
consejo de guerra. Sus oficiales se mostraron como él, perplejos,
y todos se pronunciaron en contra de una retirada, exigiendo más
bien forzar la marcha y presentar batalla. Arenales dudó mucho,
pero disciplinamente decidió acatar lo ordenado desde Lima. La
64
Arenales, op. cit., pp. 92-93.
65
Arenales, op. cit., p. 93.
66
Arenales, op. cit., pp. 89, 93.
64
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

junta de guerra aprobó entonces el regreso a Huancayo y Arena-


les comunicó a San Martín que en cumplimiento de sus órdenes
se replegaba hacia Jauja, a la espera de nuevas instrucciones.
Conforme Arenales había previsto, Canterac llegó a
Huancavelica en las peores condiciones; sufrió una considerable
deserción a su paso por la cordillera; sus bagajes que llevaban
la artillería demoraron en llegar y no le dio el alcance Carratalá
como habían convenido. De haberlo atacado Arenales muy pro-
bablemente lo habría aniquilado67. Poco después vino a saberse
que el comandante general de las guerrillas no perseguía a las
huestes realistas “en virtud de orden que había recibido del gene-
ral en jefe”68. La solución militar había sido descartada.
Llegado a Jauja supo Arenales que el ejército de La Serna
se internaba por la quebrada de Yauyos. Y como tenía orden de
regresar a Lima decidió tomar la ruta de Yauli, esperanzado en
dar con el virrey antes de que se reuniese con Canterac, y retarlo a
un combate. Esto equivalía a desobedecer la velada orden de San
Martín. Quienes lo seguían compartían su criterio, empezando
a cuestionar en corrillos el mando de San Martín, aunque Are-
nales, pese a distanciarse de él, jamás le sería desleal. La división
se movilizó entonces a Yauli, cruzó el puente de La Oroya y el 20
de julio llegó a Cachicachi, desde donde Arenales escribió a San
Martín poniéndolo al corriente de su decisión. Pero tres días des-
pués, al llegar a Yauli, tuvo noticia de que La Serna, advirtiendo
seguramente su amenazador avance, había contramarchado para
tomar otro camino que llevaba a Huancavelica.

67
Así lo admitió el propio Canterac ante Sucre, luego de la batalla de Aya-
cucho, refiriéndole “que no sabía cómo Arenales no lo atacó aquella vez;
que siempre se asombró de su repentino cambio; y que tuvo por cierta
su derrota si se le hubiese comprometido a un combate, cuando tampoco
podía eludirlo a causa del mal estado de sus tropas y animales” (Arenales,
op. cit., p. 99).
68 Arenales, op. cit., p. 98.

65
Cuadernos del Bicentenario

Una tardía contraorden de San Martín.


Arenales juzgó entonces que no quedaba más alternativa
que seguir a Lima y pasó a San Mateo, donde dio descanso a su
fatigada hueste, que había tramontado la cordillera soportando
una intensa helada. Recién el 27, al llegar a Matucana, recibió una
tardía contraorden de San Martín, que lo autorizaba a sostener-
se en la sierra, sin comprometer un enfrentamiento que pudiese
resultarle adverso. Pero las condiciones ahora habían cambiado.
Las tropas estaban exhaustas, habían sufrido muchas bajas en la
cordillera y solo anhelaban llegar a Lima.
De modo que Arenales prosiguió su marcha, aproximán-
dose su mermada división a Lima en los últimos días de julio,
cuando continuaban aún los festejos por la proclamación de la
independencia. Arenales no quiso participar de ese jolgorio, tal
vez para no hacer público su descontento.
Contestando a San Martín desde Matucana, el 27 de julio,
le había escrito que no entendía su forma de ver la guerra y dijo
sentirse defraudado, previendo haber caído en desgracia:
[…] me es sensible no poder conciliar, como quisiera, mis
operaciones con sus deseos. Dije con repetición, lo digo
y lo diré siempre, que si esta fuerza salía una vez [más]
del centro de la sierra, y llegaban a ocuparla los enemi-
gos, no seríamos capaces de recobrarla. Tengo bien pre-
sente que en una de sus comunicaciones me decía Ud. en
contestación, que poco le importaba perder la sierra en
comparación con otras meditadas medidas. Pero dejemos
este punto: no me toca, ni trato de inculcar sobre las dis-
posiciones de mi superior. Conozco que, rigurosamente y
sin remedio, debemos adoptar otro sistema de guerra, por
otros lugares y con distintos designios. Por mi parte, yo
estoy bien desengañado de que a pesar del empeño que he
puesto en observar lo que se me prevenía, todo, todo re-

66
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

cae contra mi opinión. Bien conozco, y le signifiqué antes


a Ud., que si me dejaba estar en la sierra, y sucedía algún
infortunio o desventaja, lo había de pagar yo; y si me reti-
raba, del mismo modo69.
Propone Arenales un nuevo plan de guerra que también es
desechado por San Martín.
Mitre nos recuerda que Arenales hasta propuso un nuevo
plan de guerra, que consistía en embarcar su división en Ancón
y pasar a Pisco o a puertos intermedios, con el objetivo de po-
sesionarse de Arequipa, el Cuzco y el Alto Perú para desde allí
envolver a los realistas en el centro, en tanto el grueso del ejército
confluía sobre el enemigo por Pasco y La Oroya. O, en su defec-
to, solicitaba autorización para tomar por asalto la plaza del Ca-
llao. Arenales había hablado “como un general, como un profeta
y como un héroe”70; pero San Martín no le aceptó ni lo uno ni lo
otro, pues el mensaje que por esos días dio al pueblo de Lima fue
muy distinto:
Olvidemos compatriotas a esos criminales, pues ya veis a
la deseada patria venir presurosa a daros la libertad […]
Es concluida, amabilísimo pueblo, para siempre la rivali-
dad71.
Mitre, el gran biógrafo de San Martín, deploró que éste no
escuchara a Arenales, pues “este error debía costar cuatro años
más de guerra”72. Poco después Arenales sería destinado a la pre-
fectura de Trujillo, en reemplazo del rimbombante marqués de
Torre Tagle, que pasaba a Lima y se entendía con San Martín.

69
Citado por Mitre, op. cit., t. III, p. 30.
70
Mitre, op. cit., t. III, p. 31
71
El General San Martín a los habitantes de Lima. En: Documentos del
Archivo de San Martín (1911). Comisión Nacional del Centenario. Buenos
Aires: Imprenta de Coni Hermanos, t. IX, p. 382.
72
Mitre, op. cit., t. III, p. 32.

67
Cuadernos del Bicentenario

9. Aporte peruano en defensa de las fronteras de Guayaquil.


Misión del general Guido y del coronel Luzuriaga.
Durante la breve estancia de San Martín en Ancón se pre-
sentaron ante él los comisionados de la flamante Provincia Libre
de Guayaquil, que había proclamado su independencia de Espa-
ña el 9 de octubre de 1820. Además de hacerle saber la voluntad
de esa provincia de estrechar sus lazos con el Perú, los comisio-
nados solicitaron un experimentado jefe militar que organizase
el ejército que proyectaban crear. San Martín, solo a insistencia
de esos diputados y entendiendo que debía poner coto a la ame-
naza realista por el norte, nombró para esa comisión al coronel
peruano Toribio de Luzuriaga73, quien, acompañado del general
Tomás Guido, que se encargaría de la tarea diplomática, zarpó a
su nuevo destino el 14 de noviembre de 1820.
Para entonces, según refiere el lord Cochrane, ya San
Martín se había formado prevenciones respecto a las miras de
Bolívar sobre Guayaquil, y que sus comisionados fueron puestos
al tanto de ellas para proceder en conformidad:
Se había prescrito estrictamente a los comisionados, hi-
ciesen presente que, si tales fuesen las intenciones de Bo-
lívar, se consideraría a Guayaquil como provincia mera-
mente conquistada; pero que, si los habitantes de la plaza
73
El que sería Gran Mariscal del Perú Toribio de Luzuriaga, había nacido
en Huaraz el 16 de abril de 1782, hijo de doña María Josefa Mejía de Es-
trada y Villavicencio y de don Manuel de Luzuriaga y Elgarreta. Educado
en Lima, inició su carrera militar al servicio de los virreinales en Buenos
Aires, pero pronto abrazó la causa de la independencia, desde la Revo-
lución de Mayo de 1810, y prestó destacados servicios que lo llevaron
a ocupar puestos de la mayor responsabilidad en la naciente república
argentina. Fue ministro de guerra durante los mandatos de Carlos María
de Alvear e Ignacio Álvarez Thomas, y luego gobernador de Cuyo, desde
donde apoyó a San Martín en la organización del Ejército de los Andes.
En 1820 pasó a Chile y se incorporó a la Expedición Libertadora del
Perú, conduciendo el desembarco en Paracas el 8 de setiembre de 1820.
68
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Guayaquil declaró su independencia de España en octubre de 1820 y


su gobierno solicitó ayuda de San Martín para enfrentar a los realis-
tas. Tardó en llegar la ayuda y entraron a tallar Sucre y Bolívar para
incorporar esa provincia a la Gran Colombia.

adherían a San Martín, lo haría, tan pronto como cayese


Lima, el puerto principal de un grande imperio, y que el
establecimiento de los diques y arsenales que su marina
debía necesitar, enriquecerían la ciudad sobremanera. Se
les exhortaba al mismo tiempo a formar una milicia, para
tener a distancia a Bolívar74.
En esa aseveración es posible que el radical británico exa-
gerase, pues dijo incluso que San Martín, en Huaura, tras opo-
nerse a la toma de Lima que se le propuso, tuvo el propósito de
“enviar a Guayaquil la mitad del ejército, para anexarse esa pro-
vincia”, como primera demostración de que tenía en mente “fun-
dar un imperio que le perteneciese”75. Aseveración singular ésta
de Cochrane, que no figura en ningún otro documento.
74
Cochrane, op. cit., pp. 127-128.
75
Cochrane, op. cit., p. 126.

69
Cuadernos del Bicentenario

Lo cierto es que el interés de Bolívar por Guayaquil tenía


antigua data, por lo menos desde su triunfo en Boyacá, el 7 de
agosto de 1819. Liberada Cartagena se propuso dominar el ist-
mo de Panamá y pasar desde allí a Guayaquil, para emprender la
campaña sobre Quito por el Pacífico76, plan que no pudo ejecutar.
Luzuriaga y Guido encontraron la provincia de Guayaquil,
convulsionada pues la flamante División Protectora de Quito aca-
baba de ser derrotada en Huachi, el 22 de noviembre. Una junta
de guerra reunida en Guayaquil encargó entonces a Luzuriaga
la jefatura de una división expedicionaria que debía organizarse
para defender la provincia y sus fronteras. El presidente Olme-
do ratificó que se le confiaba “la formación y organización de la
fuerza que debe cubrir esta provincia y las comarcas de cualquier
ataque enemigo y contribuir a los progresos de nuestra causa”77.
Luzuriaga aceptó el reto, pese a advertir que los recursos
eran escasos. Empezó reuniendo a los hombres, armas, pertre-
chos y municiones que habían podido salvarse del desastre de
Huachi; y se puso de inmediato en campaña, situando su cuartel
general en Babahoyo, donde además de adiestrar a esa pequeña
hueste, puso en acción a partidas de guerrilleros que pronto in-
cursionaron en el territorio dominado por el enemigo. Tuvo en
mente forjar con esos milicianos un verdadero ejército y ponerlo
en condiciones aparentes para pasar a la ofensiva; pero careció
siempre de apoyo logístico. Hubo reiterados elogios a su traba-
jo, pero no apoyo efectivo, a pesar de lo cual se le exigieron los
mayores esfuerzos. En una carta que por esos días le dirigió el
presidente Olmedo se lee:
No hay persona que venga de ese pueblo (Babahoyo) que
no hable de los milagros de usted con el tono con que los
76
Mitre, op. cit., t. III, p. 552.
Oficio de José Joaquín Olmedo al coronel mayor Toribio de Luzuriaga.
77

Guayaquil, 27 de noviembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San


Martín (Buenos Aires, 1911), t. X, p. 306-307.
70
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

predicadores hablan del milagro de los cinco panes. Usted


con las migajas de una división dispersa y derrotada está
cubriendo la provincia, y conteniendo el movimiento de
los enemigos; y este importante servicio merece […] lo
que merece. Hacemos los mayores esfuerzos por remitir
a usted siempre lo que pide y necesita; […] pero ya us-
ted considerará nuestra situación, y los embarazos que se
han presentado para realizar nuestros deseos. No pode-
mos decir a usted ahora cuántos Dragones saldrán para
ese puerto, ni cuándo; hacemos cuanto podemos porque
sean los más posibles y que vayan pronto. En su defecto
la campaña patriótica de Quito puede servir bastante, si
usted la organiza y le da oficiales inteligentes78.
Como en Guayaquil había una absoluta falta de canoas,
necesarias para conducir por vía fluvial apoyo en hombres y bas-
timentos, se le pidió a Luzuriaga conseguirlas, y lo mismo debió
hacer con respecto a las monturas. Aludiendo a la apatía de un
sector de guayaquileños, Luzuriaga hizo pública la siguiente que-
ja: “¡Ah jueces! Cuesta una palanca y un siglo de tiempo para que
den un caballo”79. En verdad, el proceder de la junta de guerra fue
negativo, y se le impidió participar en ellas al general Guido, pese
a que así lo solicitó el propio Olmedo: “Nada he conseguido… En
este momento llega el acta de la junta de guerra. Nada, nada”80.
La llegada de la estación lluviosa contuvo por un tiempo
el avance enemigo. Por entonces que los jefes peruanos fueron
78
Carta de José Joaquín Olmedo al coronel mayor Toribio de Luzuriaga.
Guayaquil, 18 de diciembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San
Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 307-308.
79
Carta del general Toribio de Luzuriaga al Presidente de Guayaquil José
Joaquín Olmedo. Babahoyo, 30 de diciembre de 1820. En: Documentos del
Archivo de San Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 310.
80
Carta del presidente Olmedo al general Toribio de Luzuriaga. Guaya-
quil, 7 de diciembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San Martín,
Buenos Aires, 1911, t. X, p. 331.

71
Cuadernos del Bicentenario

informados que Bolívar, habiendo firmado el 26 de noviembre


de 1820 un armisticio de seis meses con los realistas, empezaba
a tomar un mayor interés por la situación de Quito y Guayaquil,
donde actuaban ya sus comisionados. El proceder de San Martín
fue distinto, porque confió en que la provincia de Guayaquil se
incorporaría al Perú conforme a derecho y por libre determina-
ción de sus pobladores. Así se lo manifestó a Luzuriaga:
Yo espero que los patriotas de Guayaquil no formarán
más que una sola familia, olvidándose de personalidades
y disensiones que tantas veces nos han puesto al borde del
precipicio […] Digo a usted de oficio que, si su presencia
en ésa no es necesaria, regrese a incorporarse al ejérci-
to. Usted sabe que solo el ruego de los diputados me hizo
enviar a usted; pero me sería sensible el que algunos cre-
yesen el que su presencia en ésa era con miras políticas.
Usted conoce mi carácter y sentimientos; yo solo deseo la
independencia de la América del gobierno español, y que
cada pueblo, si es posible, se dé la forma de gobierno que
crea más conveniente81.
La opinión pública en Guayaquil, entendiendo lo difícil
que resultaba mantenerse como una provincia libre o una peque-
ña república independiente, empezó a dividirse en dos bandos:
uno a favor de incorporar esa provincia al Perú y otro inclinado
a su anexión por Colombia. Ante lo conflictivo de esa situación
y sin haber logrado apoyo efectivo de los guayaquileños, en los
días finales de 1820 Luzuriaga solicitó permiso a Olmedo para
retornar al Perú. Ya no confiaba como antes en el presidente, pero
le anunció su determinación en términos corteses:
Yo debo regresar al ejército, y si de resultas de otras me-
didas que puedan ustedes combinar con el general San
81
Carta de José de San Martín a Toribio de Luzuriaga. Huaura, 17 de di-
ciembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San Martín, Buenos Aires,
1911, t. X, p. 311.
72
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Martín tuviese que volver, nada quedará entonces por sa-


tisfacer a mi deseo82.
Antes de emprender el retorno, se esmeró por dejar a
buen recaudo los puestos fronterizos, encargando el mando en
Babahoyo al jefe de estado mayor coronel Manuel Torres Valdi-
via; además, ordenó al coronel García situar el cuartel general de
las guerrillas en San Miguel, con encargo de continuar a Camino
Real y Angas; replegó un destacamento a San Antonio; envió una
partida de observación hacia El Milagro y aseguró la posición de
El Zapotal para una posible reconcentración.
Por su parte, el general Guido tampoco tuvo éxito en sus
gestiones diplomáticas. Finalizando 1820 anunció estar próximo
a firmar un convenio con el gobierno de Guayaquil, pero según
confesó a Luzuriaga lo consideraba de poco provecho para el
Perú: “Aseguro a usted -le dijo- que después de las conferencias
de una semana, es lo más que ha podido lograrse”83. Luzuriaga,
que demoró aún en Babahoyo, deploró las desconfianzas y trabas
que había encontrado por doquier, señalando que en lo futuro se
debía actuar en Guayaquil sin esperar nada de sus ciudadanos;
y a guisa de conclusión dijo que era inútil pretender formar un
ejército en esa provincia:
Si el general San Martín se halla en estado o necesidad de
enviar una división, debe hacerlo para fijar libremente sus
operaciones, en una palabra, para dar la ley, pues también
tiene exclusivamente el poder marítimo; en cuyo caso
puede usar de los miramientos y generosidades que exija
la política y seguridad de las armas, dando y no pidiendo.

82
Carta del general Toribio de Luzuriaga al Presidente de Guayaquil José
Joaquín Olmedo. Babahoyo, 30 de diciembre de 1820. En: Documentos del
Archivo de San Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 310.
83
Carta del general Tomás Guido al general Toribio de Luzuriaga. Gua-
yaquil, 3 de diciembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San Martín,
Buenos Aires, 1911, t. X, p. 332.

73
Cuadernos del Bicentenario

Pensar formar ejército o una división con los recursos so-


los que ha desplegado Guayaquil, en su estado actual, y en
el de su clase militar, es pensar que vuele un buey84.
En opinión de Luzuriaga, la casta política y militar de
Guayaquil, aparte de estar confundida, velaba solo por “sus pri-
vados intereses”. Por ello, aconsejó a Guido suspender la firma
de tratados o convenios, pero insistió en la necesidad de que San
Martín interviniese en Guayaquil, y en que se prestase atención
a lo que estaba sucediendo en Cuenca. Esta provincia, que había
proclamado su independencia el 3 de noviembre del año anterior,
había caído nuevamente en poder de los realistas, al ser derrota-
dos sus defensores en Verdeloma, el 20 de diciembre de 1820.
A la espera de instrucciones de Lima, Luzuriaga continua-
ba en Guayaquil al empezar 1821. La junta de gobierno, al no
recibir el apoyo colombiano que esperaba, insistió en nombrarlo
comandante general de armas, y en cabildo abierto se demandó
tal designación. Olmedo elogió la “pericia militar y celo patrióti-
co” de Luzuriaga tratando de convencerlo a permanecer en Gua-
yaquil, y hasta adujo que San Martín así lo había ordenado:
El excelentísimo señor general del ejército libertador re-
petidas veces, y especialmente en su oficio del 17 del pa-
sado, previene a este gobierno literalmente que V. S. preste
sus servicios, y coadyuve a los planes que se formen, bien
sea en esta provincia o en la de Cuenca: añadiendo que lo
quiere así, y conviene gustoso en esta medida85.
Pero Luzuriaga se mantuvo firme en su decisión de volver
al Perú, por más que el 9 de enero un grupo de damas guayaquile-
84
Nota con que el general Luzuriaga contesta la carta del general Guido.
Babahoyo, 22 de diciembre de 1820. En: Documentos del Archivo de San
Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 333.
85
Carta de José Joaquín Olmedo al general Toribio de Luzuriaga. Guaya-
quil, 3 de enero de 1821. En: Documentos del Archivo de San Martín Buenos
Aires, 1911, t. X, p. 312.
74
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Toribio de Luzuriaga, hua-


racino de nacimiento, luchó
con gran mérito por la inde-
pendencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata,
y allá ejerció como estadis-
ta hasta que vino al Perú
figurando entre los jefes de
la Expedición Libertadora.
Comisionado a Guayaquil,
recomendó la incorporación
de esa provincia al Perú,
tratando de contener los
reclamos colombianos. En
1821 se le reconoció como
gran mariscal del Perú y le
fue confiado el gobierno del
departamento de Huaylas.

ñas le rogó no hacer abandono de la provincia: “La suerte de este


país -dijeron ellas- está precisamente vinculada en la residencia
de usted en él, y convencidas las señoras de esta verdad, hemos
resuelto representarlo a usted por medio de este manifiesto pú-
blico, que será el mejor garante de nuestros deseos”86. Agradeció
Luzuriaga las muestras de aprecio e intentó calmar la ansiedad
pública señalando que no se veía peligro inminente sobre Guaya-
quil. Y añadió que el gobierno del Perú “vela(ría) con interés por
la suerte de esta provincia”87.
Lo que pesó en su decisión fue el convencimiento de que
Bolívar tramaba la anexión de Guayaquil a Colombia, y por eso
86
Carta de las damas de Guayaquil al general Toribio de Luzuriaga. Gua-
yaquil, 9 de enero de 1821. En: Documentos del Archivo de San Martín, Bue-
nos Aires, 1911, t. X, pp. 314-315.
87
Carta de Toribio de Luzuriaga a la señora María Eugenia Llaguno y
otras damas de Guayaquil, 9 de enero de 1821. En: Documentos del Archivo
de San Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 316.

75
Cuadernos del Bicentenario

se embarcó finalmente de regreso al Perú en compañía del gene-


ral Guido. Algunos años después, ambos jefes recordarían aquel
trance, justificando la decisión que adoptaron: “Era ciertamente
inevitable y precisa mi resolución –dijo Luzuriaga-, pues el par-
ticular sacrificio de mi persona o reputación nada importaba
respecto al crédito del ejército, especialmente por las maniobras
de los pretendientes a someter la provincia a Colombia”88. A lo
cual replicó Guido: “Me place sobremanera poder asegurarle que
reconocí en V. S. un celo plausible en favor de la seguridad y de-
fensa de la frontera de Guayaquil mientras residió en ella, y que,
resistiéndose a las honrosas instancias de su gobierno y de lo más
respetable de su vecindario para que conservase el mando de las
armas, llenó cumplidamente la voluntad del señor general del
Ejército Libertador del Perú, bajo cuyas órdenes militaba”89.
Enviado por Bolívar, Sucre llega a Guayaquil con la intención
de incorporar esa provincia a Colombia.
A poco de la partida de Luzuriaga y Guido, arribó a Gua-
yaquil el general José Mires, enviado por Bolívar para asegurar la
inminente llegada de varios batallones colombianos, a cambio de
lo cual esa provincia debía aceptar su incorporación a Colombia.
Bolívar era consciente de que para consolidar la independencia
de Colombia era preciso triunfar no solo sobre los realistas en
Venezuela, lo que estaba por lograr, sino también en Quito, don-
de habían vuelto a hacerse fuertes. Los sucesos de Guayaquil lo
decidieron a abrir campaña también desde el Sur, designando
para comandarla al joven general José Antonio de Sucre, a quien
consideraba “la cabeza mejor organizada de toda Colombia”, “el

88
Exposición del general Toribio de Luzuriaga al señor general Tomás
Guido. Buenos Aires, 25 de noviembre de 1834. En: Documentos del Archivo
de San Martín, Buenos Aires, 1911, t. X, p. 304.
89
Carta del general Tomás Guido al general Toribio de Luzuriaga. Buenos
Aires, 28 de noviembre de 1834. En: Documentos del Archivo de San Martín,
Buenos Aires, 1911, t. X, pp. 305-306.
76
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

valiente de los valientes” y “el leal de los leales”90. Por algo lo ha-
bía tenido hasta entonces como ministro de guerra, y le asignó
la misión de procurar la incorporación de Guayaquil a la Gran
Colombia, para desde allí marchar sobre Quito.
Con mil hombres reunidos en Popayán, Sucre se embarcó
en San Buenaventura y llegó a Guayaquil en abril de 1821. Encon-
tró la provincia convulsionada, por lo que dejó el tema de la ane-
xión para después, y se presentó ofreciendo el apoyo militar de
Colombia, con lo que logró ser reconocido como general en jefe
de todas las fuerzas existentes en la provincia. Pero a su entender,
esas fuerzas eran insuficientes, por lo que el 13 de mayo solicitó
a San Martín el envío de las tropas peruanas existentes en Piura,
de las que le había hablado exageradamente el marqués de Torre
Tagle, siendo prefecto de Trujillo:
La Junta Superior de esta Provincia me ha significado, que
un cuerpo dependiente del ejército de V. E. que se levanta
en Piura, puede cooperar muy eficazmente a la campaña
sobre Quito, invadiendo por Loja a Cuenca, y penetrar
hasta reunirse con la división de Colombia que marcha de
ese punto91.
Sucre daba por descontado ese apoyo, porque la junta de
Guayaquil se lo aseguró, pero tras los informes de Guido y Luzu-
riaga, San Martín no estaba en disposición de intervenir en esa
campaña. Sin saberlo, Sucre insistió:
Si la aptitud militar de V. E. le permite desprenderse de
este cuerpo por ahora, aun cuando él no sea numeroso,
ni suficientemente disciplinado, será de mucho provecho
90
Luis Perú de Lacroix, El Diario de Bucaramanga, citado por Mitre, op. cit,
t. III, p. 547.
91
Oficio de Sucre al Capitán General D. José de San Martín. Cuartel gene-
ral en Guayaquil a 13 de mayo de 1821. Documento inserto en la Historia
del Perú Independiente, de Mariano Felipe Paz Soldán. Lima, 1868, t. I, p.
246. Mitre copia un párrafo, pero lo altera, op. cit., t. III, p. 559.

77
Cuadernos del Bicentenario

a nuestros planes, y su situación le brinda los medios de


rendirnos los más importantes servicios92.
Un mes más tarde, al tanto del armisticio firmado entre
San Martín y La Serna, Sucre renovó ese pedido, esta vez de ocho-
cientos hombres que debían internarse en Cuenca subiendo des-
de Paita. La insistencia de Sucre ante San Martín se debía a que
no podía esperar el pronto apoyo de Bolívar, quien por entonces
se hallaba en la sabana de Carabobo donde habría de decidirse la
independencia de Venezuela y la creación oficial de la Gran Co-
lombia. Por eso reiteró su pedido a San Martín, siendo desoído93.
En este estado de cosas, el 17 de julio se insurreccionó
un batallón local en la ría vecina a Guayaquil; Sucre sofocó la
sedición y vino a saber que se aproximaba un ejército enemigo
de 1,200 hombres. En efecto, sobre Guayaquil se movilizaban dos
columnas, una encabezada por el coronel González, que había
partido de Cuenca y otra al mando del presidente de Quito, bri-
gadier Melchor de Aymerich, quien se movilizó desde su sede de
gobierno; ambas fuerzas debían confluir en Babahoyo, al pie del
Chimborazo.
Sin pérdida de tiempo, Sucre movilizó sus tropas para im-
pedir que los realistas se unieran. Y derrotó a González en Yahua-
chi, el 19 de agosto, buscando a continuación a Aymerich, quien
prefirió eludirlo retornando a Quito. En ese trayecto, los realistas
perdieron cerca de trescientos hombres.
El error de San Martín respecto a Guayaquil.
Quien por esos días temía una invasión de los realis-
tas por Guayaquil y Piura era el marqués de Torre Tagle, quien
aparte de desterrar a “todos los sospechosos” de Trujillo urgía a
San Martín tomar medidas enérgicas en Guayaquil, cambiando
a “los mandones” que tenía por gobernantes: “[…] hay ciertos
92
Oficio del 12 de junio de 1821, citado por Paz Soldán, op. cit., p. 246.
93
Paz Soldán cita otro oficio a San Martín, enviado el 28 de junio.
78
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

hombres a quienes es menester hacer libres a bayonetazos, no


solo por lo que les puede interesar a ellos mismos sino a la espe-
cie en general”.
Al parecer, Torre Tagle se comunicaba con Sucre y estaba
al tanto de las apetencias colombianas sobre Guayaquil; y lejos de
pensar como Luzuriaga en defenderla para el Perú, declaró que la
suerte de esa provincia era lo que menos le interesaba:
[…] sea libre Guayaquil y pertenezca a quien se quiera:
éstos son mis votos; yo me contentaría con que se pudiese
poblar el Perú, y con que pudiésemos administrar bien el
mismo terreno que lo compone94.
Ignorando aún los sucesos de Yahuachi y temiendo lo
peor, el 19 de agosto, o sea el mismo día del triunfo de Sucre, la
junta gubernativa de Guayaquil había demandado a San Martín
acelerar el envío de los refuerzos que con tanta insistencia le pe-
día, dando por perdida la provincia si no se le auxiliaba por lo
menos con quinientos hombres, sugiriendo que se movilizasen
por Piura sobre Cuenca, o, en su defecto, que marchasen direc-
tamente a Guayaquil, en cuyo caso el requerimiento era mayor:
es conveniente, es indispensable, que vengan doscientos o
más de caballería y principalmente mil fusiles […] Todo
es de absoluta necesidad y esperamos que franqueándolo
V. E. esta provincia se salvará y reconocerá a V.E. por su
Libertador95.
San Martín, que tampoco se iba a esmerar mucho por re-
clamar Guayaquil para el Perú, pareció condicionar ese apoyo:
[…] yo no tomaré otra parte en los negocios de ese país
que la que convenga al cumplimiento de la resolución
heroica que adoptó el día de su regeneración. Por lo de-
94
Carta de José Bernardo de Tagle al excelentísimo señor don José de San
Martín. Trujillo, 31 de julio de 1821. DASM, t. VII, pp. 430-432.
95
Documento publicado por Paz Soldán, op. cit., p. 246.

79
Cuadernos del Bicentenario

más, si el pueblo de Guayaquil espontáneamente quiere


agregarse al departamento de Quito, o prefiere su incor-
poración al Perú, o si en fin resuelve mantenerse inde-
pendiente de ambos, yo no haré sino seguir su voluntad
y considerar esa provincia en la posición política que ella
misma se coloque96.
Por lo que iba suceder después, debe considerarse como
un grave error de San Martín no haber socorrido en esa coyuntu-
ra a los de Guayaquil, desatendiendo los múltiples pedidos que se
le hicieron. Hubo un mal cálculo político, pues de haber enviado
ese apoyo, y pudo haberlo hecho, se hubiese obtenido la victoria
y esa provincia lo hubiese reconocido por su libertador, tal como
se decía en el documento citado. Entonces, la ciudadanía guaya-
quileña, agradecida, hubiese aceptado pertenecer al Perú, como
gran parte de ella anhelaba. Pero San Martín dejó a Sucre librado
a sus propios recursos, y el resultado fue negativo.
La derrota de Sucre en Huachi.
Entusiasmado Sucre por su pequeño triunfo en Yahuachi,
y porque además no le convenía situarse a la defensiva, ordenó
que su ejército prosiguiese la marcha hacia Quito. Encargó su
mando al general irlandés Joseph Mires, mientras pasaba unos
días a Guayaquil para un canje de prisioneros, y destacaba una
columna sobre Cuenca para sublevarla. Al reintegrarse a su ejér-
cito el 5 de setiembre revistó a 1,300 efectivos, de los cuales sepa-
ró 300 para que continuasen el avance por el camino de Latacun-
ga. Entre tanto, el brigadier realista Aymerich, cuyo cargo seguía
siendo el de presidente de la Real Audiencia de Quito, había re-
cibido un numeroso refuerzo y ahora su caballería triplicaba en
número a la de los independentistas, por lo que confiado situó sus
tropas en orden de batalla, en la localidad de Mocha, a las órde-
nes del coronel González.
96
Carta de San Martín al señor presidente de la junta gubernativa de Gua-
yaquil. Lima, agosto 23 de 1821. DASM, t. VII, pp. 432-433.
80
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Los de Sucre ascendieron con mucho esfuerzo el Chim-


borazo y avanzaron por la meseta de Ambato, repitiendo el ca-
mino que habían recorrido diez meses antes los milicianos que
fueron derrotados. Al ser informado de que ejército enemigo ha-
bía incrementado su número, Sucre pensó por un momento en
retirarse, pero confiado en la calidad de su infantería se decidió
finalmente por la batalla.
La tarde del 12 de setiembre alcanzaban los de Sucre la
llanura de Huachi, al pie de la cordillera, sin advertir la cercana
presencia de la caballería enemiga. Sorpresivamente, ésta cargó
sobre el batallón Albión que iba en vanguardia. Resistieron con
valor los voluntarios británicos que formaban ese cuerpo, con
el apoyo del primer batallón de Guayaquil que movilizó Sucre,
enfrentándose a la infantería realista desplegada en línea de ba-
talla. Transcurridas dos horas de combate, un impetuoso viento
del sudeste levantó remolinos de polvo sobre los independentis-
tas que se reagrupaban; al llenarse sus ojos de arena perdieron la
visibilidad y pronto se vieron rodeados por la caballería realista97,
que cargó a discreción desatando una masacre, en tanto que su
infantería, muy superior en número, hacía lo mismo con la caba-
llería de Sucre.
El de Huachi se inscribiría en la historia como “el comba-
te más sangriento de la independencia ecuatoriana”98. De los mil
que condujo Sucre solo se salvaron él, los comandantes Cestaris
y Rash, un ayudante y cien hombres99; 300 murieron en el campo
97
Manuel Antonio López (1919). Recuerdos históricos de la guerra de la inde-
pendencia de Colombia y el Perú (1819-1826). Madrid: Editorial América, pp.
84-85.
98
Gabriel Fandiño, “El segundo Huachi: el combate más sangriento de la
independencia ecuatoriana”. En: El Universo, Quito, 12 de setiembre de
2018.
99
Comunicación del coronel Antonio Morales, comandante general de la
plaza de Guayaquil al gobierno de Colombia. Citado por López, op. cit.,
p. 85.

81
Cuadernos del Bicentenario

Si Yahuachi fue una victoria, lo de Huachi fue un desastre, que hasta


el propio jefe realista se espantó de la cantidad de muertos que tuvo
el ejército de Sucre. Con el apoyo de contingentes peruanos, ese ejér-
cito resurgiría, para lograr en 1822 la independencia de Quito.
de batalla y 600 cayeron prisioneros, entre ellos el general Mires
y 36 jefes y oficiales. Se dice que no pocos heridos fueron ejecu-
tados. En su comunicación oficial, hasta el brigadier español Ay-
merich evidenció su espanto: “Aún no puedo calcular el número
de muertos; pero horroriza al menos sensible el ver estos campos
sembrados de cadáveres y teñidos en sangre. Entre ellos deben
contarse más de 170 de su caballería, que murieron en las filas
de nuestra infantería en la última carga”100. Hubo también varios
cientos de muertos entre los realistas, por lo que el jefe enemigo
aceptó el cese de fuego por noventa días que se le propuso.
Sucre, que debió la vida al brío de su corcel, herido en un
pie y en una mano, se retiró por Guaranda. Al hacer un alto en

100
Citado por López, op. cit., p. 85.
82
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

el camino escribió al jefe del gobierno colombiano: “Todo, todo,


señor, se ha perdido”101. Hubo voces que hablaron de traición,
recayendo la acusación en el general Mires. Se le increpó, sobre
todo, haber enviado batallones de infantería contra la caballería
enemiga, acción que se consideró suicida. Como quiera que fue-
se, Mires, que como dijimos había caído prisionero, logró escapar
en Quito y se reincorporó al ejército, decidido a limpiar su honor.
Nueva invocación de Guayaquil a San Martín.
El desastre de Huachi provocó en Guayaquil grandes la-
mentaciones, no solo porque muchos de los caídos eran oriundos
de esa provincia sino porque la terrible derrota ponía en serio
peligro su independencia. No lo sabían aún, pero ese mismo 12
de setiembre eran derrotadas también, en Patía, las fuerzas co-
lombianas que intentaban marchar sobre Quito desde el norte.
El 17 de setiembre, el presidente de Guayaquil informaba a San
Martín de la derrota, reclamando por enésima vez apoyo para esa
afligida provincia:
Hemos perdido los primeros elementos de nuestra defen-
sa, tropa y armas. Nuestra vista se dirige naturalmente a
V.E. Es indispensable que V.E. se digne hacer los últimos
esfuerzos para dirigir a estos puntos mil hombres, entre
ellos doscientos de caballería, mil quinientos fusiles con
sus fornituras, cincuenta quintales de pólvora y diez mil
piedras de chispa. Los capitanes D. Gerónimo Cerda y D.
Pedro Roca están comisionados por el gobierno para reci-
bir y embarcar las armas y municiones que V. E. propor-
cione a esta afligida provincia. José Olmedo102.
Sucre concentró en Babahoyo los restos de su ejército, ha-
biéndose salvado también los trescientos que habían marchado

101
Carta de Sucre a Santander. Archivo de Sucre (recopilación de Vicente
Lecuna), tomo 1, página 428. Cita de Gabriel Fandiño.
102
Documento publicado por Paz Soldán, op. cit., p. 247.

83
Cuadernos del Bicentenario

por Latacunga. Con esa mermada fuerza retornó a Guayaquil,


para cubrir las bajas del batallón Albión con jóvenes de la región,
formando además los batallones Guayas y Yaguachi, y dos nue-
vos escuadrones, uno de Lanceros y otro de Dragones. Al son de
tambores de guerra, los guayaquileños se ofrecieron voluntarios y
en corto tiempo formaron una milicia de setecientos hombres. A
Sucre no le parecieron suficientes y por eso volvió a solicitar apo-
yo al gobierno del Perú, esta vez escribiendo al ministro de guerra
y marina Bernardo de Monteagudo, que había prometido ayuda:
La desgracia que sufrieron nuestras armas en los llanos de
Ambato, ha vuelto a amenazar la provincia de un peligro
cierto, y estamos cerca de una invasión que hace vacilar
la suerte del país. Se asegura que el enemigo hace ya sus
aprestos para expedicionar sobre Guayaquil; pero con los
elementos que actualmente están a mi disposición, no me
atrevo a garantizar el resultado. Intereso, pues, a V. S. la
remisión de socorros103.
A esas horas San Martín y Monteagudo prestaban toda
su atención a los asuntos del Protectorado y, de momento, la de-
manda de Sucre fue postergada. Urgido de refuerzos, Sucre vol-
vió a escribirle a San Martín, solicitándole el envío del batallón
colombiano Numancia que se hallaba en el interior del Perú y el
destaque a Guayaquil de la división peruana que al mando del
coronel Santa Cruz se hallaba concentrada en Piura. Hubo quien
destacó el proceder del jefe altoperuano en esta grave coyuntura:
“Haré una mención honrosa del coronel Santa Cruz. Lue-
go que tuvo noticia de la derrota de Huachi, y antes de
recibir la orden del general San Martín, le ofreció al gene-
ral Sucre su cooperación y aun concurrir personalmente
con su división a la libertad del Ecuador, deseos que se le
cumplieron más tarde”104.
103
Documento citado por Mitre, op. cit., t. III, pp. 559-560.
104
López, op. cit., p. 89.
84
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Por esos días, el joven


coronel altoperuano
Andrés de Santa Cruz y
Calaumana, que secun-
daba al general Arena-
les en la organización
de cuerpos regulares
en Piura y Trujillo,
sabedor del desastre de
Huachi escribió a Sucre
ofreciendo sus servicios
para el logro de la inde-
pendencia de Quito.
Cumpliría con creces
ese ofrecimiento, siendo
de los vencedores en la
batalla de Pichincha.

El 21 de octubre, Bolívar, desconociendo aún la derrota


de Sucre, había vuelto a hablar de su antiguo plan de guerra, en
carta que dirigió a San Martín, “pidiéndole transportes y víveres
para las tropas colombianas que desde Maracaibo debía dirigir-
se a Guayaquil o el Callao, según mejor conviniese”105. Se corri-
gió poco después al recibir noticia del desastre de Huachi y de la
renovada hostilidad de los pobladores de Pasto. Con solo 2,000
hombres en Popayán, le fue difícil reforzar a Sucre, a quien sin
embargo ordenó continuar su campaña, para dividir la atención
de las fuerzas realistas. De allí la insistencia de Sucre ante San
Martín, ya que de la gente de Guayaquil esperaba muy poco. Vol-
veremos más adelante a ese escenario.
105
Citado por Mitre, op. cit., t. III, p. 552.

85
Cuadernos del Bicentenario

10. Entrada de San Martín en Lima y proclamación de la


independencia del Perú.
Volvamos ahora la vista a lo que sucedía en Lima, donde
promediando 1821 el general La Serna era consciente de que se
desmoronaba el poderío colonial en la América del Sur. El 24 de
junio la independencia de la Gran Colombia se iba a sellar con
el triunfo de Bolívar en Carabobo y solo quedaría resistiendo la
provincia de Pasto, estando por dilucidarse la suerte de Quito y
la cuestión de Guayaquil. Algunos de sus generales todavía abri-
gaban la esperanza de ser socorridos por la metrópoli, pero en
España se agudizaban las discordias políticas y aunque no pocas
se alzaban a favor de reconocer la independencia americana, el
rey Fernando VII conspiraba buscando la reacción absolutista. La
Serna, no habiendo sido reconocido como virrey, insistía en re-
nunciar al cargo. Habiendo fracasado sus negociaciones con San
Martín, tomaba la decisión de pasar a la sierra, esperando reorga-
nizar su ejército en el interior y establecer en el Cuzco su sede de
gobierno. Sus generales parecían tan confundidos como él, pero
le eran leales, aunque en el Alto Perú estaba por ser desconocido.

Lima en los finales de la colonia. Imagen inserta en el libro “Viaje


político-científico alrededor del mundo” de Alejandro Malaspina.

86
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Fingido belicismo de San Martín y pánico de los limeños.


Entre tanto San Martín preparaba su entrada en la capi-
tal, favorecido por diversas circunstancias. A bordo de la goleta
Moctezuma se situó frente al Callao y el 26 de junio, fracasado
un proyecto de renovar el armisticio con La Serna por otros die-
ciséis meses, rompió las hostilidades. Lo hizo para presionar la
salida del virrey y ocupar Lima sin disparar un tiro, pero ante el
Director Supremo O’Higgins presentó una inusual explicación, a
lo que parece para demandarle entre líneas el pago de la escua-
dra que tenía comprometido. Le dijo que se había visto obligado
a rechazar el nuevo armisticio pese a sus condiciones favorables
y que no enviaba a la escuadra de regreso a Chile porque sabía
que no se le podría pagar lo mucho que se le adeudaba. Y en un
lenguaje muy distinto al que solía emplear, añadió que emprendía
contra los realistas “la guerra más feroz y destructora que han co-
nocido los vivientes”:
[…] pero, ¿y la escuadra? ¿Cómo se la remito a Chile,
cuando sé que no tiene Ud. un solo peso con que pagarla?
Yo [no] podría sostenerla en este intervalo, y de consi-
guiente su disolución era positiva, perdiendo Chile por
este motivo sus esfuerzos y toda la América del Sur la res-
ponsabilidad y seguridad que le da esta fuerza naval. En
este caso, y por otras razones que expondré a Ud. me he
decidido a la continuación de la guerra más feroz y des-
tructora que han conocido los vivientes, no por las balas
y trabajos, sino por la insalubridad de estas infames cos-
tas, especialmente desde que llegó el ejército, pues no hay
memoria de tantas enfermedades como en esta época. A
más de lo expuesto anteriormente, me he decidido por la
guerra por la situación del enemigo106.

106
Carta del general San Martín al Director Supremo de Chile don Ber-
nardo O’Higgins, Goleta Moctezuma, en el Callao y junio 26 de 1821.
Publicada por Paz Soldán, op. cit., t. I, pp. 466-467.

87
Cuadernos del Bicentenario

No hubo guerra alguna ya que La Serna anunció el 5 de


julio que dejaba la capital. Antes señaló el Callao como refugio
para los vecinos que se creyesen amenazados, porque en esa pla-
za, considerada inexpugnable, dejaba una división al mando del
mariscal La Mar. El anuncio provocó gran alarma en la población
limeña, que no vivía precisamente un clima revolucionario, pues
era minoritario el cenáculo de los independentistas. El pánico
se apoderó sobre todo de los vecinos acaudalados que tomaron
de inmediato el camino del Callao, a pie, a caballo y en carrua-
jes, portando equipajes, valores y todo lo que podían cargar sus
mulas y sus esclavos, en medio de una gran confusión y griterío,
mientras muchas mujeres buscaban refugio en los conventos.
La noche de ese 5 de julio, reinando en la capital el trastor-
no, algunos miembros del cabildo se presentaron ante el capitán
de navío Basil Hall107, comandante del navío británico Conway
anclado en El Callao, para rogarle que hiciese desembarcar a par-
te de su tripulación y la enviase a Lima, a fin de que preservase la
propiedad pública y privada que creían en peligro. Hall envió solo
una pequeña partida de marineros, de modo que en la mañana
del 6 la desesperación de los limeños se acrecentó, al ver alejarse
al virrey con el resto de su ejército por la misma ruta del sur que
días antes había tomado la división del general Canterac.
Antes de partir, La Serna notificó a San Martín su salida y
le solicitó ocupar pacíficamente la ciudad, donde dejaba como go-
bernador político y militar al “noble señor don Pedro José Zárate
y Navia, mariscal de campo, conde de Valle Oselle y marqués de
Montemira […], viejo bondadoso y respetable, pero desnudo de
toda energía”108, escogido como el más idóneo para cumplir una
sola misión: la de entregar Lima a los independentistas. Como
única fuerza armada La Serna dejó un mermado Regimiento de

107
Escocés, jefe de la escuadra británica en el Pacífico, misión que cumple
entre 1820 y 1822.
108
Leguía y Martínez, op. cit., t. IV, p. 359.
88
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

la Concordia y conociendo que ésta no podría hacer frente a los


guerrilleros que cercaban la ciudad, escribió a San Martín:
[…] como se hallan inmediatas varias partidas del man-
do de V.E, es de creerse que traten de introducirse en la
ciudad al momento que sepan la salida de (mi ejército),
lo cual traerá males irremediables a los habitantes de la
población y a los mismos intereses de V.E. Por esto es que
me adelanto a participárselo inmediatamente para que
con tiempo dé las órdenes que crea oportunas, para que
no se altere el orden.109
La escuadra de Cochrane bloqueaba el puerto y San Mar-
tín, que había pasado a bordo de la goleta Sacramento, se man-
tuvo expectante. Entre tanto el mariscal La Mar, custodiando un
apreciable material de guerra, pasó a encerrarse en la fortaleza del
Callao. Nadie creyó en Lima que fuesen suficientes los marine-
ros enviados por Hall y los milicianos del marqués de Montemira
para mantener el orden público. Y por ello se produjo la fuga de
muchos vecinos, en tanto que optaban por el cierrapuertas total
los que se quedaban, de modo que a mediodía las calles de Lima
lucían solitarias y la bulliciosa ciudad quedaba en silencio.
No pocos realistas de la víspera, sobre todo los potentados
criollos, tomaban a esa hora la decisión de hacerse independen-
tistas, esperando con ello preservar sus posesiones y prerrogati-
vas. Pero además del miedo al desembarco de los de Cochrane y
San Martín, lo que temieron los limeños en ese trance fue una in-
surrección de los esclavos, según informó el capitán del Conway:
Un terror vago de alguna terrible catástrofe era la causa
de ese pánico universal; pero había también una fuente de
alarma que contribuía en gran manera al extraño efecto
[...] Esta era la creencia, de intento propagada, y acogida

109
Oficio de José de La Serna a San Martín, Lima, julio 6 de 1821. Colec-
ción Odriozola t. IV, pp. 258-259..

89
Cuadernos del Bicentenario

El haber sometido a in-


humana explotación a los
africanos y afrodescen-
dientes esclavizados en las
haciendas que rodeaban
Lima, pesaba en la con-
ciencia de los españoles
y criollos esclavistas, que
en julio de 1821 temieron
una nueva rebelión de los
oprimidos. Incluso Ma-
nuel Lorenzo de Vidaurre,
uno de los ideólogos de la
independencia criolla, al
describir la penosa situa-
ción de los esclavos, había
dicho que le espantaba la
idea de verlos rebelados.

con el ansia enfermiza del terror, que la población esclava


de la ciudad pensaba aprovechar la ausencia de las tropas
para levantarse en masa y masacrar a los blancos110.
En medio de la confusión y el trastorno, anotó con ino-
cultable racismo el historiador Mariano Felipe Paz Soldán, “nada
era más peligroso que la multitud de los negros que intentaban
aprovecharse de tan críticos momentos, entregándose al saqueo y
a satisfacer sus pasiones”111.

110
Hall, Basil. Extracts from a journal written on the costas of Chili, Peru and Me-
dico in the years 1820, 1821, 1822. Edimburgh, 1826. Hemos utilizado la tra-
ducción de algunos capítulos al español realizada por Estuardo Núñez e
incluida en la Colección Documental de la Independencia del Perú, Lima,
1971, t. XXVII, Relaciones de Viajeros, vol. 1, pp. 199-268.
111
Paz Soldán, op. cit., p. 183.
90
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Después de la fuga y el encierro, Lima, a los ojos de un via-


jero, dio la apariencia de ser una vasta ciudad de muerte, con sus
calles desiertas, las puertas de las casonas trancadas y las ventanas
completamente cerradas. Solo los comerciantes británicos de la
capital, que no eran pocos, mantuvieron la calma, tras recibir del
lord Cochrane la promesa de que sus negocios y propiedades se-
rían respetadas. Con el paso de las horas, un buen número de ve-
cinos se congregó en la mansión del marqués de Montemira para
deliberar. Se oyeron allí las reflexivas voces de algunos patriotas
sinceros, pero también las exaltadas de los conversos de última
hora, que presionaron un acuerdo de condenar al virrey La Serna
e invitar al general San Martín para que los protegiese, tanto de
los esclavos que podían sublevarse cuanto de los “indios”, como
llamaban a los guerrilleros que se hallaban en las inmediaciones
de Lima. La nota que el 6 de julio dirigió Montemira a San Martín
fue bastante ilustrativa al respecto:
Nadie duda que V.E. cumplirá religiosa y generosamen-
te todo lo que tiene anunciado y comprometido por sus
papeles públicos, en orden a la seguridad personal e indi-
vidual, de las propiedades, bienes, y cosas de sus vecinos
y habitantes, sin distinción ninguna de origen ni castas:
pero lo que más interesa en la actualidad, es que V.E. ex-
pida las instantáneas providencias que exige la vecindad
de los indios y partidas de tropas que circundan la ciu-
dad, y que en estos momentos de sorpresa podían causar
muchos desórdenes, si V.E. no ocurre oportunamente a
precaverlos; con este fin, y el de que V.E. quede cerciorado
del estado de las cosas, dirijo a V.E. a don Eustaquio Ba-
rrón, y espero que se sirva contestarme para tranquilidad
y satisfacción de este vecindario, tanto sobre lo principal,
cuanto sobre los medios de realizarlo, como se espera de
su carácter público y privado112.
112
Nota del marqués de Montemira al general San Martín, Lima 6 de julio
de 1821. Colección Odriozola, t. IV, p. 257.

91
Cuadernos del Bicentenario

El pánico de los limeños debió crecer con la incursión


nocturna de un destacamento de caballería, “sin orden del ge-
neral San Martín”113. Pero en la mañana del 7 se presentaron dos
emisarios portando la tranquilizadora respuesta que San Martín
remitía al Cabildo, otorgándole las seguridades solicitadas:
Yo estoy dispuesto a correr un velo sobre todo lo pasado
y desentenderme de las opiniones políticas que, antes de
ahora, hubiese manifestado cada uno. V.E. se servirá tran-
quilizar con esta mi promesa a todos los habitantes. Las
acciones ulteriores son las únicas que entran en la esfera
de mi conocimiento; y seré inexorable contra los pertur-
badores de la tranquilidad pública114.
Una comunicación similar remitió San Martín al arzobis-
po Bartolomé María de Las Heras, exhortándole a que tranqui-
lizase a su feligresía, aunque era conocida la poca simpatía que
tenía el prelado hacia los independentistas. Envió también un
pliego al marqués de Montemira asegurándole que no quería en-
trar en Lima como conquistador y que sus soldados obedecerían
las órdenes que el gobernador se dignase trasmitirles.
Esa calculada zalamería causó inmediato efecto, porque
cundió la alegría entre los limeños, tanto de las clases ricas como
de los sectores populares, y a partir de entonces, dice un testigo
ocular de los hechos, Lima volvió a ser la misma, y solo persistió
el temor entre los recalcitrantes realistas que no pudieron aban-
donar la ciudad, pues circularon amenazas contra ellos.
En un par de días volvió a su quicio: las tiendas se rea-
brieron; se veían mujeres por todas partes escabulléndose
113
Stevenson, William Bennet. Memorias sobre las campañas de San Martín y
Cochrane en el Perú (1829). En: Colección Documental de la Independencia del Perú,
Lima, 1971, t. XXVII, Relaciones de Viajeros, vol. 3, p. 293.
114
Nota del general San Martín al Ayuntamiento de Lima, a bordo de la
goleta Sacramento, Bahía del Callao, de julio de 1821. Colección Odriozola,
t. IV, p. 259.
92
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Lima volvió a ser la de siempre y se preparó para recibir a San Martín


como antes había recibido a los virreyes. Acuarela de Rugendas.

de los conventos; los hombres se aventuraban a fumar en


la plaza; las calles se llenaban de gente que volvía a sus
hogares, y de mulas cargadas con baúles, cajones y uten-
silios domésticos de toda clase; las campanas tañeron de
nuevo; los vendedores pregoneros ensuciaban como antes
y la gran ciudad una vez más volvió a su acostumbrado
ruido y baraúnda115.
Una guerra de papel y de escritorio.
Ese mismo 6 de julio San Martín anunciaba a O’Higgins,
alborozado, que el ejército libertador estaba por ingresar en la

115
Hall, 1971, op. cit., p. 230.

93
Cuadernos del Bicentenario

“ciudad de los Pizarros”. Exagerada la trascendencia del hecho al


decir que el abandono de Lima por los realistas “aseguraba la in-
dependencia de la América del Sur”. “¡El Perú es libre!”, anunció,
y bien dice por ello Leguía y Martínez que San Martín se equivo-
caba, no solo en sus palabras sino en sus acciones:
Asegurada la independencia de América… ¿por qué? Li-
bre el Perú… ¿cómo? Si dejada una guarnición insuficien-
te para garantizar el orden urbano y prevenir cualquier
ataque o sorpresa de parte del doble millar de españoles
dejados por La Serna en los castillos, hubiera inmediata-
mente salido en persecución de este último; si abando-
nando la estrategia de observación y de espera [hubiera]
entrado en una campaña de verdad, que impidiese al ene-
migo rehacerse y produjera en él igual o mayor daño que
el que en su penetración causó la misión de Arenales; si
encerrando al adversario en un círculo de hierro con el
vencedor de Pasco dentro y sus propias huestes fuera, [lo
hubiera] obligado, cansado, enfermo por la marcha y la
deserción, a hacer alto y presentar cara, así en detall, con
vehementes probabilidades de triunfo, aniquilando toda
resistencia posible; [si hubiera] concluido la campaña y
la guerra; entonces sí podría haber dicho, y con razón,
que estaba asegurada la independencia de América, por
haberse conquistado la del Perú. Pero no tenía derecho
de decirlo quien abría, en ese instante mismo, tan largo
paréntesis de inacción; quien, suspendiendo de plano las
operaciones, dejaba en absoluta tranquilidad a sus con-
trarios […]; quien revelaba no haber tenido plan claro
ni objetivo seguro; quien, plantándose en Lima como un
poste, consagrábase, de modo exclusivo, a la pacífica tarea
de expedir decretos [y] se entretenía en una guerra de pa-
pel y de escritorio116.

116
Leguía y Martínez, op. cit., t. IV, p. 373-374.
94
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Incluso Bartolomé Mitre, apologista de San Martín, cri-


ticaría su proceder, pues los testimonios de Cochrane, Miller y
Arenales fueron contundentes. Leguía y Martínez, poniendo en
claro que su afán no era calumniar, reiteró que la salvación de La
Serna y Canterac tuvo por única causa la incuria de San Martín:
Fraccionado el ejército realista en dos divisiones prima-
rias -la que salió con Canterac el 25 de junio y la que el 6
de julio se movió con el virrey mismo- y mediando entre
ambas evacuaciones un lapso de once días, pudo bien el
general argentino disponer que Arenales, hábil y audaz,
previsor y astuto, y dotado de elementos bastantes para
el objetivo, se encargase de copar la división de Canterac,
en tanto que él, con el ejército que quedaba a sus órde-
nes a las puertas de Lima, suficiente para medirse con la
división La Serna, asaltaba a ésta en plena marcha, antes
de llegar a los primeros contrafuertes de la cordillera oc-
cidental117.
Un sismo anuncia que San Martín ha entrado en Lima.
En la tarde del 7 de julio entraba en Lima un destacamen-
to de caballería y en la mañana del 8 otro de infantería, enviados
por San Martín para asegurar el orden en toda la ciudad. Desem-
barcó también ese día el resto del ejército, que plantó campamen-
to desde el Callao hasta Mirones, como dando a entender a La
Mar un asedio.
San Martín decretó un toque de queda para contener a
gente tumultuosa que so pretexto de festejar a la patria hacía sa-
lidas nocturnas para asaltar comercios, y patrullas a caballo vigi-
laron que nadie saliese después de las ocho, con orden de fusilar
a los que incumplieran tal restricción. Así fue que los limeños
soportaron encerrados en sus casas un fuerte movimiento sísmi-
co. pues solo se permitieron salidas nocturnas a los curas, si acaso
117
Leguía y Martínez, op. cit., t. IV, p. 371.

95
Cuadernos del Bicentenario

alguien requería la extremaunción, y lo hicieron en carruajes que


anunciaban su paso con el tintinear de una campanilla.
En ese ambiente, el Ayuntamiento de Lima creyó llegado
el momento de recibir a San Martín, y lo iba a hacer con todo el
aparatoso ritual que había empleado antes en la recepción de los
virreyes118. Aceptó el capitán general la invitación del Cabildo,
pero postergó aún su ingreso oficial. En la tarde del 9 una división
ingresó por Monserrate y ocupó los cuarteles de la ciudad119. Esa
noche, según cuenta un viajero británico, San Martín “entró de
incógnito en Lima”120, pero solo por unas horas, sorprendiéndolo
el movimiento sísmico antes mencionado y del que un probado
realista dejó el siguiente recuerdo:
San Martín ocupó Lima en la noche del 9 de julio, noche
señalada por el autor de la naturaleza con un temblor de
tierra de los más fuertes y de más duración que se hayan
sentido en aquellos países donde son frecuentes: acia-
ga noche en la que marcó el Creador Supremo con in-
delebles caracteres de luto y horror su desagrado divino
contra los impíos e infieles vasallos del monarca español,
noche terrible que aguijoneó las criminales conciencias,
aun de los menos crédulos, e hizo titubear a los más arro-
gantes republicanos121.
Otra versión refiere que la goleta Sacramento se movió la
tarde del 10 del Callao a Chorrillos, desprendiendo un bote a cuyo
118
El historiador argentino Pablo Ortemberg ha aludido al “miedo histó-
rico de la élite” presente en Lima en los días de la independencia, en una
investigación donde describe con detalle las similitudes que existieron entre
la entrada de San Martín en Lima y la de los anteriores virreyes. Véase: “La
entrada de San Martín en Lima y la proclamación del 28 de julio; la nego-
ciación simbólica de la transición” ha sido publicado en la Revista Histórica,
Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009, XXX, 2, pp. 65-108.
119
Leguía y Martínez, op. cit., t. IV, p. 365.
120
Stevenson, op. cit., p. 293.
121
Torrente, op. cit., t. III, p. 169.
96
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

único tripulante, San Martín, recibieron en la playa dos hombres y


tres caballos. Esa comitiva se dirigió a Lima y entró a la ciudad por
la portada de San Juan, caída ya la noche. San Martín se dirigió al
palacio virreinal, dio el santo y seña y penetró en él saludado por
la guardia. Unos minutos después llegaba a palacio el marqués de
Montemira y ambos personajes sostuvieron una conferencia. Lue-
go, tomó San Martín el camino del Callao para reembarcarse.
Al día siguiente se esparció la noticia y produjo entre los
limeños una inesperada explosión de fervor independentista, si
cabe entender con ello lo que entonces hicieron: “Para disminuir
el antiguo respeto que se tenía a todo lo que era rey, se destroza-
ron los bustos y armas reales, reemplazándolas con las de la patria
y con la inscripción de Lima Independiente”122.
El lord Cochrane, que no podía estar inactivo, una vez que
tuvo la escuadra completa con la llegada de los navíos O’Higgins,
Lautaro, Pueyrredón y Potrillo, preparó ese día 10 un ataque al
Callao. Pero muy distinto era el pensamiento de San Martín, que
esa noche desembarcó en silencio y tomó el camino de Lima sin
querer ser advertido. Cabalgó acompañado solo de un ayudante
y se detuvo en una quinta situada a legua y media de la capital,
donde sintiéndose fatigado quiso pernoctar. Allí descansaba ya
cuando inopinadamente se presentaron ante él dos frailes, di-
rigiéndole sendos discursos de bienvenida y anunciándole que
llegaban otros. No los esperó San Martín y reanudó la cabalgata
hasta llegar a la casa del marqués de Montemira, que pronto se vio
colmada. Escuchó allí pacientemente otros discursos y fue obje-
to de múltiples manifestaciones de respeto y admiración, sobre
todo por parte de las damas que en crecido número acudieron a
recibirlo. A duras penas pudo librarse de sus aduladores y volvió
a Mirones, donde pasó la noche.
El 11 volvió a Lima para coordinar con el marqués de
Montemira las medidas que la situación requería. Luego pasó a
122
Paz Soldán, op. cit., p. 184.

97
Cuadernos del Bicentenario

La Legua donde había instalado su sede de mando, señalándose


Bellavista como cuartel general. San Martín había prometido al
capitán Basil Hall que no intervendría en la política peruana. Pero
lo hizo desde el primer momento, emitiendo órdenes para que el
marqués de Montemira las firmase y pusiese en vigor, aparentan-
do que había un gobierno peruano. Y lo primero que dispuso, el
13 de julio, fue la formación de un cuerpo regular con “los deser-
tores del ejército y demás patriotas que se presenten con destino
a tomar las armas en defensa de esta ciudad”. El sargento mayor
José Caparroz, su edecán, quedó encargado de adiestrar esa fuer-
za para que sirviese en el resguardo de la tranquilidad pública,
dándosele por cuartel el propio palacio de gobierno123. Con este
cuerpo parecía reemplazarse al ya disgregado Regimiento de la
Concordia, aunque esto no se cita en el documento. Es de rigor
anotar que de esta manera se empezarían a formar los cuerpos
cívicos, que reclamaron fuero militar y lo perdieron al final de la
campaña124. Al día siguiente el marqués de Montemira notificaba
que San Martín nombraba segundo comandante general de las
armas de Lima al coronel José Manuel Borgoño125.
San Martín “previene” a los notables de Lima que declaren si
están a favor de la independencia.
Como los limeños no manifestasen oficialmente el deseo
de declararse independientes, San Martín envió el sábado 14 una
123
Bando del Marqués de Montemira, Lima 13 de julio de 1821. Colec-
ción Documental de la Independencia del Perú (1976). Tomo XIII, Obra
Gubernativa y Epistolario de San Martín, vol. 2, pp. 298-325. Lima; Comisión
Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú. En adelante:
OGESM.
124
El decreto del Consejo de Gobierno de 3 de noviembre de 1826, es-
tipuló que “los ciudadanos a quienes la ley llame a servir en los cuerpos
cívicos, no gozarán fuero militar”. Colección Documental de la Indepen-
dencia del Perú (1975). Tomo XIV, Obra Gubernativa y Epistolario de Bolívar,
vol. 2, Legislación de 1826, p. 411. En adelante: OGEB.
125
Bando del Marqués de Montemira, Lima, 14 de julio de 1821. OGSM,
vol. 2, p. 327.
98
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

nota a los miembros del Ayuntamiento instándoles a convocar


“una junta general de vecinos honrados, que, representando al
común de los habitantes de la capital”, expresasen si la opinión
general se hallaba decidida por la independencia. Fue explícito
al señalar que debían integrar dicha junta “personas de conocida
probidad, luces y patriotismo” y dijo que él estaba dispuesto a eje-
cutar lo que ella decidiese126. Apenas recibida esta nota, el conde
de San Isidro, alcalde de Lima, convocó a esa reunión de notables.
El domingo 15, por en medio de un pueblo que colmaba
la plaza principal, se abrieron paso lujosas calesas conduciendo a
lo más florido de la nobleza limeña, condes y marqueses, y tam-
bién prelados y priores invitados a ser partícipes de la magna ce-
remonia. Concurrieron también algunos representantes de la eli-
te intelectual, tal vez los únicos que entendían con claridad lo que
estaba por decidirse. Fue una larga sesión y en ella destacó con
nitidez el discurso de José de Arriz, viejo fundador de la Sociedad
Amantes del País. Él pronunció aquellas frases de las que pronto
se iban a desdecir muchos de los presentes, que había llegado la
hora de liberar al Perú “de la corona y nación española y de toda
dominación extranjera”127. Al cabo, todos los concurrentes suscri-
bieron el Acta de la Independencia, cuya conclusión decía: “Que
la voluntad general está decidida por la independencia del Perú,
de la dominación española y de cualquiera otra extranjera”128.
Los notables hicieron puntual referencia de que obraban
“con el objeto de dar cumplimiento a lo prevenido en el oficio del
Excmo. señor general en jefe del Ejército Libertador del Perú don
José de San Martín”129, a quien remitieron una copia certificada
126
Comisión Nacional del Centenario. Documentos del Archivo de San Martín
(1911), t. XI, p. 363. Buenos Aires: Imprenta de Coni Hermanos. En
adelante: DASM.
127
El discurso de Arriz fue publicado en su integridad por Leguía y Mar-
tínez, op. cit., t. IV, pp. 385-387.
128
El Acta del Cabildo puede verse en DASM, t. XI, pp. 366.
129
Pudo haberse dicho mejor que se reunieron por libre voluntad.

99
Cuadernos del Bicentenario

del documento a fin de que autorizase la sanción de lo actuado


por medio del correspondiente juramento. La respuesta del capi-
tán general fue inmediata:
En el momento he participado la feliz nueva al ejército y
armada, para que se feliciten con un suceso tan plausible.
Espero que V. E. -dijo al alcalde de Lima- corone la obra,
disponiendo que, a la mayor brevedad, se proceda a hacer
los preparativos para solemnizar el augusto acto en que
esa populosa población proclame su anhelada indepen-
dencia, y que sea con la pompa y majestad correspondien-
tes a la grandeza del asunto y al decidido patriotismo de
sus moradores130.
En consecuencia, el 15 de julio de 1821 pasó a ser consi-
derado como el día primero en que se anunció la independencia
del Perú, y como para darle una significación adicional, San
Martín decretó la libertad de todas las personas nacidas desde
esa fecha, concediendo además la calidad de libre ciudadano a
todo esclavo que se enrolara en el ejército patriota. Esto último
no fue muy del agrado de los potentados limeños, dueños de
extensos fundos donde laboraban cientos de esclavos, pero no
lo manifestaron públicamente porque no era el momento opor-
tuno; lo harían poco después, aduciendo que sus bienes habían
sido afectados. Ocurrió seguro lo contrario entre la población
afrodescendiente, aunque debieron surgir dudas de que se cum-
pliese lo decretado. San Martín dio entonces a publicidad un
manifiesto en que buscaba clarificar “el grado de libertad” que
anunciaba:
Todo pueblo civilizado -se leía en ese documento- está en
estado de ser libre, pero el grado de libertad que un país
goce debe estar en proporción exacta al grado de su civili-
zación; si el primero excede al último, no hay poder para
Oficio de San Martín al Conde de San Isidro, La Legua, 15 de julio de
130

1821. Publicado por Leguía y Martínez, op. cit., t. IV, p. 395.


100
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

salvarlo de la anarquía; y si sucede lo contrario, que el gra-


do de la civilización vaya más allá del monto de libertad
que el pueblo posea, la opresión es la consecuencia […]
Es necesario que los gobiernos de Sudamérica sean libres;
pero es necesario también que lo sean en la proporción
establecida; el mayor triunfo de nuestros enemigos sería
vernos alejados de esta medida131.
A pedido de los “vecinos honrados” de Lima, San Martín
prohibe la presencia de guerrilleros en la capital.
Dispuso también San Martín que en el término de 48 ho-
ras se presentasen ante el marqués de Montemira todos los mili-
tares españoles que existiesen en la capital, a fin de que se tuviese
de ellos una relación formal. En medio de los festejos había deser-
tado lo poco que quedaba del Regimiento de la Concordia y quería
prevenir que los desertores se vinculasen con la delincuencia que
entonces imperaba. San Martín decretó pena de muerte contra los
malhechores, no importando que lo robado fuese de poca valía.
Aunque en las afueras de la ciudad se situaron cuerpos de cívicos
para coger a los delincuentes, que se ocultaban de preferencia en
las chacras, todo vecino fue autorizado de hacerlo. Las gentes del
pueblo que transitasen por los suburbios deberían portar obliga-
toriamente “un boleto impreso con la respectiva filiación”, al igual
que todos aquellos que tuviesen sus moradas fuera de la ciudad.
Una junta militar integrada por cinco vocales y dos defensores,
juzgaría sumariamente a los malhechores, y su decisión debía ser
refrendada por el marqués de Montemira.
Ese decreto tuvo un artículo que ilustra a las claras que no
se quiso a los guerrilleros en Lima y en esto se pudo advertir que
San Martín quiso contentar a los “vecinos honrados”, marginan-
do a los que en realidad daban su cuota de sacrificio y de sangre
por la independencia: “Todo individuo de las partidas de guerri-
llas que se encontrare en esta ciudad o sus inmediaciones sin el
131
Hall, op. cit., p. 241.

101
Cuadernos del Bicentenario

El temor racista de los potentados españoles y criollos por los indí-


genas del interior se evidenció claramente en julio de 1821, y San
Martín prohibió a los guerrilleros entrar en la ciudad.

102
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

correspondiente pase de sus jefes, será aprehendido y remitido al


cuartel general de Bellavista”132.
El 16, todavía en Lima, San Martín escribió una breve
carta a su padre, expresándole el entusiasmo que sentía por la
marcha de los acontecimientos en Lima, pero deplorando “las pa-
siones y anarquía” que cundían en su patria. Decía que en “unos
pocos meses” cimentaría la libertad del Perú y que su sueño era
buscar un retiro y pasar el resto de su vida dedicado a educar a
su hija. “Adiós, mi padre amado -concluía la carta-, no pierde la
esperanza de abrazar a usted pronto, su hijo, Pepe133”. Tras ello se
volvió a La Legua donde iba a permanecer hasta el 20.
El 17 había desembarcado Cochrane en Chorrillos, reci-
biendo la invitación del Cabildo para entrar en la ciudad. Lo hizo
sin hacer ostentación, pero esa noche, en el antiguo palacio de los
virreyes, fue agasajado por la siempre aparatosa sociedad limeña,
no concurriendo a esa velada San Martín que prefirió quedarse
en La Legua, donde había instalado su cuartel general. El distan-
ciamiento entre ambos jefes era notorio, y Cochrane no pudo de-
jar de mencionarlo: “El general San Martín rehusó asistir a esta
demostración de felicitaciones […], creyendo probablemente que
semejantes honores eran prepósteros para uno a quien él podía,
como capitán general, considerar su subordinado”134. No perma-
neció Cochrane en Lima y se reintegró a bordo del O’Higgins,
frente al Callao.
Ese día, procediendo de manera ambivalente, al tiempo
que decretaba San Martín que desapareciesen todos los escudos
españoles que se exhibían en las casonas limeñas, ordenó al mar-
qués de Montemira aplicar severos castigos a todo aquel que in-
132
Decreto de San Martín, Lima, 15 de julio de 1821. OGESM, vol. 2, pp.
328-329.
133
Comisión Nacional del Centenario. Documentos del Archivo de San Martín
(1911), t. XI, p. 360. Buenos Aires: Imprenta de Coni Hermanos.
134
Cochrane, op. cit., p. 148.

103
Cuadernos del Bicentenario

Entrada de San Martín a Lima, en la concepción pictórica de José


Alcántara La Torre. Revista Variedades, 28 de julio de 1921.

104
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

sultase o vejase a los españoles aun avecindados en la capital. Para


el caso, oficializó la formación de la Guardia Cívica, nombrando
por su comandante al marqués y brigadier José Bernardo de To-
rre Tagle, que dejaba Trujillo para trasladarse a la capital.
El tácito acuerdo entre San Martín y La Serna.
Entre tanto, las tropas virreinales continuaban su retirada,
solo molestados por algunas partidas de guerrilleros. Varios per-
sonajes coetáneos criticaron severamente a San Martín no haber
procedido entonces contra La Serna, señalando entre líneas que
hubo un tácito acuerdo que se mantuvo invariable.
Los esfuerzos de las partidas de guerrillas para acosar a
las tropas españolas fueron tan afortunados como cons-
tantes, y si se hubiese enviado una división del ejército
libertador para secundar a las guerrillas, es probable que
el ejército español hubiera sido completamente destruido;
pero todas las tropas estaban en las barracas de Lima o
Bellavista, donde estacionaban para vigilar 800 hombres
encerrados en las baterías del Callao135.
Desde el inicio de su retirada, el ejército de La Serna su-
frió muchas deserciones. Solo en el tramo de Lurín a Bujama, las
partidas que les seguían el rastro encontraron más de treinta ca-
dáveres, que eran pasto de las aves de rapiña; unos sucumbieron
por ir muy enfermos y “otros fusilados en el tránsito por no poder
seguir la marcha”136. El brigadier Rodil, que iba en retaguardia,
“fusiló un gran número en el acto de desertarse”137.
En otra crónica se mencionó a otro general español dis-
poniendo ese rigor: “Rodil y Valdés fusilan a todo soldado que
por cansado o enfermo no puede continuar sus marchas dicién-

135
Stevenson, op. cit., pp. 294-295.
136
DASM, t. XI, p. 367.
137
Cochrane, op. cit., p. 149.

105
Cuadernos del Bicentenario

doles: mueran antes de volver a ser enemigos nuestros”138. Y La


Serna, a su paso por Huaycán el 13 de julio, amenazó con la pena
capital a todo individuo, soldado o civil, que marchando con su
ejército se apartase quince metros de la ruta que seguía.
Aunque terrible, la amenaza no surtió efecto, pues entre
Huaycán y Lunahuaná desertaron otros novecientos individuos,
en medio de alfilerazos de los guerrilleros independentistas139.
Ninavilca, Vidal y otros comandantes no les dejaron un momento
de reposo. En Tauripampa ocurrió algo espeluznante; el templo
que había servido de hospital a los realistas fue quemado por ellos
mismos al momento de reemprender la retirada, sin que se sacase
a los enfermos que no pudieron reponerse. A decir de Rodil, “era
más honroso para ellos morir así que verse reducidos a combatir
en las filas de los rebeldes”140.
Pudo San Martín haber destrozado entonces al ejército de
La Serna, pero al optar por la acción negociadora, que él quiso
entender como persuasiva, a la larga provocó, tal vez sin propo-
nérselo, la prolongación de la guerra y para Cochrane, incluso,
puso en peligro a uno de los países aliados:
Las guerrillas patriotas mismas, sin ser ayudadas, habían
derrotado a los (realistas); de modo que, si se hubiese en-
viado una división del ejército libertador para cooperar
con aquellas, todo el ejército español habría quedado ani-
quilado en lugar de formar, como luego lo hizo, el núcleo
de una fuerza que […] no solo amenazó la independencia
del Perú, sino también de la república de Chile141.
Al replegar San Martín las fuerzas que habían operado en
el interior, quedaron sin protección los pueblos que poco antes
se habían manifestado a favor de la independencia. Iban a sufrir
138
DASM, t. XI, p. 368.
139
Stevenson, op. cit., p. 294.
140
Stevenson, op. cit., p. 296.
141
Cochrane, op. cit., p. 149.
106
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

entonces crueles represalias por parte del ejército realista, que


viéndolos reacios a prestarles apoyo perpetraron en ellos todo gé-
nero de tropelías. Pero Lima vivía de espaldas al interior y solo se
afanaba en “solemnizar el acto más grandioso que haya efectuado
en tres siglos”, como decía la invitación que el Cabildo alcanzó a
Cochrane, invitándolo a asistir con sus oficiales a la proclamación
de la independencia, que se fijó para el sábado 28. La publicación
oficial del decreto oficializando la ceremonia se hizo el 22.
Proclamación de la independencia en Lima.
Aquel 28, desde muy temprano, formaron con lo mejor
de sus galas los diversos cuerpos del Ejército Unido Libertador.
Y a media mañana se vio salir de palacio, montados en caballos
ricamente enjaezados, al general San Martín acompañado del
marqués de Montemira, gobernador de la ciudad, los oficiales
del estado mayor del ejército libertador, los catedráticos de la
Universidad y de los principales colegios, autoridades judiciales,
miembros del cabildo, dignidades eclesiásticas y prelados de las
órdenes religiosas, alguno ex ministros de la Real Cancillería de
los Reyes y muchos nobles de Castilla, convertidos en patriotas
de la noche a la mañana, “todos en briosos caballos ricamente
enjaezados”142, marchando detrás de ellos “la guardia de caballe-
ría y la de alabarderos de Lima”143, el escuadrón Húsares de la
Escolta, el batallón Nº 8 con las banderas de Buenos Aires y Chile
desplegadas, y la artillería con sus respectivos cañones.
La impresionante comitiva se detuvo ante una especie de
anfiteatro instalado en medio de la plaza mayor, a cuyo tabladillo
subió San Martín desplegando la flamante bandera del Perú, y

142
DASM, t. XI, p. 372.
143
Cabe preguntarse si esos Guardias y Alabarderos de Lima pertenecían al
cuerpo peruano cuya organización había encargado San Martín a su ede-
cán el sargento mayor José Caparroz, solo quince días antes. Aquí se les
diferencia de los Húsares de la Escolta, unidad creada en Huaura en enero
de 1821, como se ha dicho.

107
Cuadernos del Bicentenario

Proclamación de la independencia. Óleo de Ignacio Merino.

108
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

acallado el alborozo del inmenso gentío, pronunció desde lo alto


unas breves frases que se iban a hacer inmortales: “El Perú es des-
de este momento libre e independiente por la voluntad general
de los pueblos, y por la justicia de su causa que Dios defiende”144.
Eso fue lo que consignó la crónica periodística coetánea,
agregando que San Martín daba repertidas vivas a la patria, a la
libertad y a la indepedencia:
Batiendo después el pendón, y en tono de un corazón
anegado en el placer puro y celestial que solo puede sen-
tir un ser benéfico, repetía muchas veces: ¡Viva la patria!
¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!, expresiones que
como eco festivo resonaron en toda la plaza, entre el es-
trépito de los cañones, el repique de todas las campanas
de la ciudad, y las efusiones de alborozo universal, que se
manifestaba de diversas maneras145.
Pero William Bennet Stevenson, que como secretario
del lord Cochrane presenciaba desde un balcón contiguo la es-
cena, le escuchó decir: “El Perú es desde este momento libre e
independiente, por el voto general del pueblo y la justicia de su
causa; ¡que Dios le proteja!”146. El almirante apuntó algo muy
parecido: “Perú es desde este momento libre e independiente,
por el consentimiento unánime del pueblo y por la justicia de su
causa, que Dios proteja”147. Mientras que otro cercano testigo, el
escocés Basil Hall consignó casi lo mismo que la crónica perio-
dística: “Desde este momento el Perú es libre e independiente por
la voluntad general del pueblo y por la justicia de su causa, que
Dios defiende [...] ¡Viva la patria! ¡Viva la independencia! ¡Viva
la libertad!”148.
144
DASM, t. XI, p. 373.
145
Ibidem.
146
Stevenson, op. cit., p. 298.
147
Cochrane, op. cit., p. 152.
148
Hall, op. cit., p. 242.

109
Cuadernos del Bicentenario

La diferencia de versiones pudo deberse al hecho de que


la ceremonia se replicó “en todos aquellos sitios públicos donde
en épocas pasadas se anunciaba al pueblo que había de soportar
sus míseras y pesadas cadenas”149, produciéndose así las ligeras va-
riantes. Desde el tabladillo donde estaban las autoridades y desde
los balcones de palacio se lanzaron medallas que el publicó recogió
entusiasmado, recuerdos con inscripciones en el anverso: “Lima
libre juró su independencia en 28 de julio de 1821”, y en el reverso:
“Bajo la protección del Ejército Libertador del Perú, mandado por
San Martín”. Este tenor lo había escogido ex profeso San Martín,
que pronto anunciaría que aceptaría solo el título de Protector.
La bandera que empuñó y batió San Martín la había dise-
ñado él mismo, con “el Sol naciente apareciendo por sobre los An-
des, vistos detrás de la ciudad, con el río Rímac bañando su base,
divisa con un escudo circundado de laurel ocupa(ndo) el centro
de la bandera, dividida diagonalmente en cuatro piezas triangu-
lares: dos rojas y dos blancas”150, descripción que hizo alguien que
debió escuchar las motivaciones de San Martín al crearla.
Un solemne Te Deum fue oficiado al día siguiente en la
catedral, donde ante las sagradas escrituras las autoridades y los
ciudadanos de nota juraron “defender, no solamente sus opinio-
nes, sus propiedades y sus personas, sino también la indepen-
dencia del Perú contra el gobierno español y contra todo poder
extranjero”151. Así consta en el documento copiado por el secre-
tario de Cochrane, y ese orden de prioridades no resulta preci-
samente plausible. Esa noche hubo un gran baile en palacio, con
damas que vestidas a la usanza de las tapadas y no estando invita-
das, se situaron en las ventanas y corredores, para en un momen-
to dado entrar al salón principal, como lo permitía una antigua
costumbre limeña. Si en el palacio mostraron algún recato que no

149
ídem.
150
ídem.
151
Stevenson, op. cit., p. 296.
110
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Tapada limeña de 1821, en el arte de José Sabogal.

111
Cuadernos del Bicentenario

les era propio, en la fiesta que tuvo lugar en la sede del Cabildo
“mantuvieron un fuego graneado de bromas con los caballeros al
finalizarse el baile”152.

11. Instauración del Protectorado.


El 30 de julio, aun con los efluvios de la fiesta, una dele-
gación del Cabildo se presentó ante San Martín para rogarle que
asumiese la presidencia del nuevo estado independiente. Se dice
que él sonrió desdeñosamente al escuchar la propuesta, pues de
facto se había constituido ya en la autoridad suprema del Perú.
San Martín contestó, sonriendo, que el ofrecimiento era comple-
tamente inútil; que habiendo tomado ya aquel mando, lo conser-
varía mientras que lo juzgase conveniente, y que no habría, sin su
beneplácito, ni juntas ni asambleas para la discusión de los asun-
tos públicos. Esta respuesta no podía estar en armonía con la ma-
nera de pensar de unos hombres que acababan de jurar ante el Ser
Supremo el mantenimiento de su libertad y su independencia153.
En efecto, en uno de esos arranques que de vez en cuando
le fueron propios, San Martín hablaba como un flamante dicta-
dor. Cierto que entre sus aduladores de turno había pocos con
aptitudes destacadas; que tal vez no había bases seguras para ins-
taurar una república como se había hecho en Buenos Aires y en
Chile; que por ello habían tomado fuerza en el pensamiento de
San Martín y de su círculo más cercano las ideas monárquicas,
pero la respuesta sí que sorprendió bastante a los solicitantes:
Con gran sorpresa de los enviados, se les dijo en pocas
palabras que su ofrecimiento era enteramente superfluo,
puesto que ya había asumido el mando, el que conservaría
todo el tiempo que le pareciera, y que entre tanto no per-
mitiría se formasen reuniones para discutir los asuntos
152
Hall, op. cit., p. 244.
153
Stevenson, op. cit., p. 297.
112
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

José de San Martín, Libertador y Protector del Perú.


Óleo publicado en la revista Plus Ultra de Buenos Aires.

113
Cuadernos del Bicentenario

públicos. Así es que el primer acto de esa libertad e in-


dependencia tan ostentosamente proclamadas la víspera,
era el establecimiento de un gobierno despótico, en donde
el pueblo no tenía voto ni parte154.
Tal vez reparó San Martín en que se había excedido en sus
expresiones y trató de reparar ese error publicando el 3 de agosto
una proclama en la que se declaró Protector del Perú, reuniendo
en su persona todo el poder político y militar, pero con la aseso-
ría de tres ministros, Bernardo Monteagudo, de guerra y marina,
Hipólito Unanue, de hacienda y Juan García del Río, de estado y
de relaciones exteriores. Anunció asimismo la convocatoria a un
Congreso, que se elegiría cuando los realistas hiciesen abandono
del país. Había venido al Perú para terminar con el dominio es-
pañol y debió ponerse al mando del ejército para hacerlo, pero al
proclamarse protector evitó referirse a la guerra.
El historiador Nemesio Vargas señala que San Martín hu-
biese actuado mejor solicitando el parecer de los jefes del ejército,
pues ellos eran sus reales sostenedores. Al no hacerlo fue creán-
dose animadversiones, que iban a crecer con la inercia de varios
meses en Lima. No iba a sorprender entonces que se desarrolla-
sen conspiraciones en su contra, pues hubo de los que se alinea-
ron con la visión que tenían Cochrane, Miller y Arenales sobre la
guerra y hubo también de los que fueron decayendo en su mo-
ral al no recibir las recompensas a las que se sentían acreedores.
Había designado a Juan Gregorio de Las Heras como general en
jefe del ejército trasladando a Trujillo al general Arenales, con
la misión de organizar tropas en esa región. Monteagudo, con-
vertido ya en un ministro todopoderoso, justificó el proceder de
San Martín en los órganos de prensa que creó, auspició y de los
cuales fue principal redactor; dio como un hecho consumado la
independencia del Perú y al hacerlo:
[…] incurría también en el error de San Martín, colo-
154
Cochrane, op. cit., p. 152.
114
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

cando en segundo plano las operaciones militares, como


si los españoles hubiesen quedado reducidos a la impo-
tencia. Para él, vencer a los realistas era solo cuestión de
tiempo y asunto subalterno155.
Inició San Martín entonces su protectorado que a decir ver-
dad tuvo disposiciones gubernamentales encomiables, sobre todo
en los aspectos culturales y educativos. Otras medidas plausibles
fueron la abolición del tributo que pesaba sobre la masa indígena y
el declarar libres a los hijos de los esclavos; respecto a lo primero, no
se efectivizó en la práctica y sobre lo segundo, iba a ser desconocido
en los avatares republicanos. El liberar a los esclavos incorporados
a las filas del ejército, iniciado por San Martín desde su desembarco
en Paracas, era ya práctica antigua y los realistas la habían aplicado
y seguirían aplicando en varias regiones del Perú. Tal vez dignas
de destacarse fueron las medidas que Monteagudo intentó imponer
como seguidor de ideales progresistas, pero Lima no estaba pre-
parada para ello y debió odiarlo más cuando decretó la abolición
de la corrida de toros. Respecto a esto último, los documentos de
la época revelan que la guerra no fue óbice para que continuara el
inhumano ritual, tanto en la capital como en provincias.
Pero, de otro lado, el protectorado emitió decretos que iban
a generar muchas críticas en el sector de los pretendidos republica-
nos, sobre todo al fomentar el resurgimiento de la nobleza, lo que
dio pie a que se dijera que el propósito principal del Protector era
crear en el Perú una monarquía. Los aduladores de turno, aquellos
realistas de la víspera que habían devenido de momento encen-
didos patriotas, apoyaron esa política palaciega que les consentía
ostentar de nuevo pomposos títulos. San Martín, al igual que Mon-
teagudo, no pensaba en resucitar lo que había venido a destruir,
sino que considerando que el Perú no estaba preparado para un
auténtico ejercicio republicano y democrático, vio la necesidad de
155
Vargas Ugarte, Rubén (1966). Historia General del Perú. Lima: Editorial
Milla Batres, t. VI, p. 180.

115
Cuadernos del Bicentenario

promover la instauración de una monarquía constitucional, inclu-


so trayendo a un príncipe europeo para que ocupara el trono, pro-
yecto de antigua data en las Provincias Unidas del Río de la Plata156.
Para dar fuerza a esa idea el protectorado creó la Sociedad
Patriótica. En este proyecto San Martín hubiese podido captar
la adhesión de varios importantes criollos peruanos, empezando
por el influyente Riva Agüero, que lo había propuesto desde 1808.
Pero el protector prefirió a Torre Tagle, tal vez por su origen aris-
tocrático, que encajaba en sus planes monárquicos. Lo cierto es
que prodigó un trato deferente a la nobleza criolla que empezó a
hacerle la corte; y lo hizo sobre todo porque ella mostró siempre
un carácter dócil ante el poder. Pero el proceder severo de Mon-
teagudo no tardó en crearle un ambiente adverso en Lima, donde
fue surgiendo una rara mezcla opositora, en la que se confundían
desde velados y rabiosos realistas157, que los había, hasta conven-
cidos republicanos, pasando por monarquistas absolutistas, mo-
narquistas constitucionales, liberales, aparentes republicanos158,
republicanos sinceros y aun partidarios de Bolívar, pues los co-
lombianos circulaban ya en la capital. Riva Agüero constituye un
caso muy especial159, y hasta podría calificársele de nacionalista,
156
Ni siquiera Bolívar, con todo lo republicano que se proclamó, iba a
ser ajeno a esta aspiración. La dejó deslizar desde sus primeros tratos con
Olañeta, luego durante su paso por la antigua capital de los Incas y con
más fuerza al entrar en apoteosis al país que Sucre creó con su nombre. El
propio vencedor de Ayacucho, desencantado de las farsas de repúblicas
hispanoamericanas, sumidas en ininterrumpida anarquía y enfrentadas en
guerras civiles en la Gran Colombia, Provincias Unidas del Río de la Plata,
Chile y el Perú, lo alentó para que se alzase como emperador, como se
lo pidieron también varios de sus seguidores grancolombianos, ya en el
ocaso de su existencia.
157
Que aparecerían poco después saludando la reocupación de Lima por
los realistas. Véase la invitación que hizo a los realistas en 1823 el Hono-
rable Cabildo de Lima, tan igual como antes había invitado a San Martín.
158
Como varios de los que iban a integrar el Primer Congreso Constituyente.
159
“Genio astuto y sedicioso que tantos servicios había prestado a la in-
dependencia”, así lo definió el historiador español Mariano Torrente, op.
116
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

pues encarnaba un proyecto peruano que contaba con el apoyo


de probados patriotas, entre ellos los que luchaban no solo con las
ideas sino también con las armas, como Remigio Silva, Francisco
Vidal, José María Guzmán, Marcelino Carreño y varios jefes gue-
rrilleros. San Martín no podía marginarlo y por eso le confió el
importante cargo de prefecto de Lima.
El 4 de agosto el protector dispuso la creación del departa-
mento de Lima, que integraron los partidos del Cercado, Cañete,
Ica, Yauyos y el gobierno de Huarochirí, una extensa jurisdicción,
que le dio a Riva Agüero la posibilidad de relacionarse con las
guerrillas que actuaban en todas esas provincias160. De otro lado,
dice Lorente, se había granjeado en Lima el afecto popular, por su
esmero en la responsabilidad que le fue conferida: “secundó con
celo inteligente las miras del ministerio en la policía y en el fo-
mento del espíritu patriótico”, expidiendo decretos y bandos que
“adelantaron la organización administrativa, descendiendo a los
pormenores de insignias oficiales, movimiento de despacho, fun-
ciones de los comisarios, etc.”161. No fue nada fácil dicha admi-
nistración y por eso mereció ser elogiada por propios y extraños:
Riva Agüero, primer prefecto que tuvo la capital, si por
una parte aparecía en una colocación digna de su mere-
cimiento, por otra tenía sobre sí un peso inmenso que,
en aquellas difíciles circunstancias, ninguno mejor que él
habría podido sobrellevar. Necesitó el auxilio de todas sus
fuerzas, numeroso círculo, popularidad y conocimiento
del país, para salir airoso en el desempeño de las graves
tareas que le rodearon. Su consagración a la causa pública,
cit., p. 189.
160
Tiempo más tarde el título de presidente iba a ser cambiado por el
de prefecto, pero en los días de la independencia se hizo uso de ambos
indistintamente
161
Lorente, Sebastián. Historia del Perú desde la proclamación de la independencia.
Tomo 1: 1821-1827. J. Garland y E. Henriod, Librería Francesa y Espa-
ñola, Lima, 1876, p.11.

117
Cuadernos del Bicentenario

sus desvelos y entusiasmo estuvieron en armonía con su


antiguo e incansable trabajo en favor de la causa patria162.
En el campo militar el protector encomendó al general Las
Heras posesionarse del Callao, donde resistía la división de La Mar.
Hubo escaramuzas y hasta se intentó sin éxito tomar por asalto la
fortaleza, el 14 de agosto. En ese trance se produjeron bajas al ene-
migo y cayó prisionero el general Ricafort, que convalecía de sus he-
ridas; pero pronto fue rescatado por el comandante del fuerte de San
Miguel, que entró en combate. Por el Callao continuaban saliendo
para España numerosas familias, abordando navíos neutrales con
la venia del lord Cochrane, como veremos después. Al interior del
Real Felipe había un buen número de españoles acaudalados, como
Francisco Antonio Solórzano, que se encerró con sus millones de
duros y con sus esclavos. La severa política practicada en Lima, de
donde eran expulsadas muchas familias españolas, parecía ir en
contradicción con los intentos de San Martín por alcanzar un en-
tendimiento con La Serna, pues las negociaciones continuaron.
Contribuciones del vecindario de Lima permitieron el
pago de los gastos esenciales del ejército, aunque la escuadra que
fue ignorada. El Cabildo, como siempre oportunista, ordenó la
edificación de monumentos que no llegaron a construirse, y pro-
puso recompensar a los principales jefes del protectorado con
fundos cuya propiedad había pasado al estado. Y crecieron in-
cesantes la deuda externa e interna, necesarias pues las carencias
económicas del estado eran más que notorias.

12. Audaz paseo de la división Canterac por la Lima indepen-


diente y frustración de los jefes del Ejército Libertador.
La siempre festiva Lima se disponía a festejar el primer
aniversario del desembarco de San Martín en Paracas cuando
162
Cortés, José Domingo. Diccionario Biográfico Americano. Tipografía Lahu-
re, París, 1875, p. 417.
118
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

vino a enterarse que un ejército realista se acercaba. Lo confirmó


el protector la noche del 3 de setiembre, cuando al término de
una función teatral tomó la palabra convocando a los limeños
para una inminente batalla.
La reacción fue efusiva, y al son de canciones patrióti-
cas los limeños desfilaron por la ciudad jurando morir antes de
cederla a los realistas, mientras las campanas de los numerosos
templos tocaban a rebato. Hubo ciudadanos que lanzaron aren-
gas al pueblo y un testigo de vista refiere que “el activo y virtuoso
presidente Riva Agüero, al tiempo que electrizaba el entusiasmo
del público, sostenía el orden por todas partes”163.
La actuación del presidente fue protagónica y un histo-
riador anotó al respecto: “Riva Agüero dio creces al entusiasmo
general, desplegando los recursos de su genio y haciendo valer
la influencia que le daban su popularidad y su posición”164. En
esas horas convulsas hubo exaltados que intentaron ultimar a los
españoles residentes en la capital, a los que en la víspera, por su
seguridad, se había encerrado en el convento de La Merced. Y fue
Riva Agüero quien contuvo los desmanes:
[…] las mujeres e hijos de los españoles clamaron contra
los asesinos, y el humano Riva Agüero expidió las órdenes
convenientes para impedir una de esas escenas de horror
y de sangre, bastante comunes en los pueblos más cultos
en situaciones análogas, pero muy opuestos al carácter
dulce y benévolo de la sociedad de Lima165.
La Serna, en efecto, había movilizado las tropas que dejara
estacionadas en Jauja. El 25 de agosto, un ejército formado por
2,000 hombres de infantería y 850 de caballería, con 7 piezas de
artillería, partió hacia Lima bajo la jefatura del general Canterac,
163
Félix Devoti, Cuadro histórico político de la capital del Perú, mencionado por
Vargas Ugarte, op. cit., p. 189.
164
Lorente, op. cit., p. 24.
165
Lorente, op. cit., pp. 26-27.

119
Cuadernos del Bicentenario

quien llevaba como jefe de estado mayor al general Valdés. Tras


una prolongada y fatigosa marcha, en la que encontraron alguna
resistencia de guerrilleros, ese ejército llegó el 3 de setiembre a
Santiago de Tuna, donde Canterac dividió a su ejército. Ordenó
al coronel Loriga continuar por la quebrada de Espíritu Santo,
con la caballería y 250 infantes encargados de custodiar el bagaje,
mientras él con el resto de la infantería tomaba las alturas de San
Mateo. Se previno la confluencia de ambas fuerzas en Cieneguilla;
y en el afán de eludir a los guerrilleros y evitar que su avance se
conociese en Lima, Canterac marchó por rutas extraviadas, don-
de no encontró oposición, pero sí accidentados terrenos yermos,
con escabrosidades y precipicios, donde padecieron sus soldados
hambre, sed y frío, con las consecuentes deserciones.
Prestigiosos jefes como Monet, Carratalá y García Camba
alentaron la marcha de sus tropas, que el 5 de setiembre alcanza-
ron Cieneguilla. Allí confluyeron también las huestes de Loriga,
quien tuvo que enfrentarse hasta cuatro veces con los guerrilleros,
que fueron los que enviaron la alarma a San Martín. El 6 Canterac
movió su ejército por Manchay, La Rinconada, La Molina, Mon-
terrico y Camacho, desde cuyas alturas vecinas pudo observar el
emplazamiento de los independentistas.
Teniendo de por medio el río Surco, San Martín había
establecido su campamento general en Manzanilla, moviéndo-
se entre los fundos El Pino y La Menacho. Varios destacamen-
tos de guerrilleros llegados con oportunidad, flanqueaban a las
fuerzas de infantería, situadas en vanguardia, y a las de caballe-
ría, colocadas en retaguardia. El ejército patriota, según datos
recogidos por los realistas, tenía no menos de 7,000 hombres de
tropa de línea y 3,000 guerrilleros, colocados entre la chacra de
Mendoza y el camino al Callao. Los datos de Cochrane y Ste-
venson elevan esa cifra a 12,000. En cualquier caso, su número
superaba largamente al que tenía el ejército de Canterac. Se pre-
sentaba para San Martín la oportunidad de conseguir una gran

120
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

victoria, lo dicen varias fuentes, y hasta él mismo lo anunció en


una proclama:
Sí, habitantes de esta capital, mis tropas no os abandona-
rán; ellas y yo vamos a triunfar de ese ejército que, sedien-
to de nuestra sangre y bienes, avanza, o pereceremos con
honor, pues nunca presenciaremos nuestra desgracia166.
Las frases del protector y los aprestos de combate conta-
giaron a la población, despertando un inusual ardor bélico. Los
vecinos, habiéndoseles requisado las armas, se aprovisionaron de
piedras y calderas de agua hervida, como en los tiempos antiguos:
El estado de Lima durante la jornada del 7 fue la prue-
ba más evidente de la determinación que los habitantes
habían tomado de defender denodadamente la ciudad;
hombres, mujeres, niños de toda edad y color recorrían
las calles con las armas que habían podido procurarse,
pero que eran de poca utilidad, porque a los pocos días
de llegar a Lima San Martín había desarmado a los parti-
culares. Muchas personas se llevaron a los tejados de las
casas grandes provisiones de piedras, mientras que otras
preparaban calderas para hervir agua, y todos estaban dis-
puestos a recibir vigorosamente al enemigo si llegaba a
penetrar en las calles de Lima167.
Ese cuadro, antes no visto en esta capital, impresionó a un
veterano argentino que acompañaba a San Martín:
[…] se vieron por las calles sacerdotes con crucifijos pre-
dicando el deber de la resistencia; mujeres armadas de
sable o de pistola, recordando la heroica defensa que las

166
Proclama a los habitantes de Lima. Cuartel General del Protector, 5 de
setiembre de 1821. Publicada en la Colección de historiadores y de documentos
relativos a la independencia de Chile (1905). Santiago de Chile: Guillermo E.
Miranda, Editor, t. XIII, pp. 183-184.
167
Stevenson, op. cit., p. 302.

121
Cuadernos del Bicentenario

porteñas habían hecho contra los ingleses el año de 1807;


y grupos de hombres de todas jerarquías y edades co-
rriendo a las murallas, con las armas que cada cual podía,
a defender la patria, su hogar, y cuanto el hombre tiene de
más caro en la vida, la esposa y sus hijos168.
Pero el 8, aniversario del desembarco en Paracas, empezó
a ocurrir lo inesperado. Ese día, sin ser estorbados, los realistas
adelantaron sus fuerzas, caminando por las elevaciones existentes
entre La Molina y el Cerro Cascajal. San Martín mantuvo sus em-
plazamientos: la infantería teniendo delante y a su izquierda el río
Surco y a su derecha el camino real que iba de San Borja a Lima; y
la caballería, formada detrás de su derecha, entre varios órdenes
de tapiales y el cerro El Pino. Entendió Canterac que debía cruzar
el río Surco de inmediato. Sus puentes se hallaban a retaguardia
de los patriotas y hacia uno de ellos se dirigió una fracción de ca-
ballería, bajando por Cascajal. El 9 Canterac arengó a sus tropas,
que empezaron su marcha por la izquierda, en tres columnas pa-
ralelas, la primera de caballería, la segunda de infantería y artille-
ría, y la tercera con el convoy de bastimentos. Al llegar al Tambo,
ese ejército se movió con rapidez a la derecha, marchando por el
camino real para apoderarse de otro puente sobre el río Surco.
Esa mañana el lord Cochrane había recibido una comu-
nicación oficial pidiéndole apoyo en armas y hombres para dar
la batalla, pues “el protector se hallaba determinado a inducir al
enemigo a batirse, y a vencer o quedar sepultado bajo las ruinas
de lo que había sido Lima”169. Pero tamaña exhortación no se con-
decía con la carta privada que ese mismo día 9 había recibido de
Monteagudo, solicitándole “que estuviesen preparadas las chalu-
pas disponibles de los barcos de guerra y un vigía en la orilla de

168
Espejo, Gerónimo (1873). Recuerdos históricos. Entrevista de Guayaquil
(1822). Buenos Aires: Imprenta de Tomás Godoy, p. 11.
169
Colección de historiadores y de documentos relativos a la independen-
cia de Chile, op. cit., t. XIII, p. 184.
122
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Anunció a la población que su ejército triunfaría sobre el realista que


desfilaba temerariamente por Lima hasta el Real Felipe; hizo apres-
tos bélicos, convocó a la escuadra, a los guerrilleros, pero en setiem-
bre de 1821 San Martín confundió a muchos, generando oposición.
En la imagen, San Martín y Guido. Óleo de Juan Manuel Blanes.

123
Cuadernos del Bicentenario

Boca Negra para el servicio de los que pudiesen escapar en caso de


derrota”170. Esto parece más creíble, como también que Cochrane
presionase entonces para dar la batalla. Porque el 10 no solo re-
mitía auxilios, sino que él mismo desembarcaba en Boca Negra,
tomando el camino de Magdalena para no topar con los realistas.
Marchando por algunas elevaciones divisó al ejército enemigo
desfilando ordenadamente hacia el Callao. Apresuró entonces el
paso para reunirse con San Martín, en el convencimiento de que
éste no tardaría en atacar. Stevenson, que lo acompañaba, dice
que al llegar al cuartel general despertó el entusiasmo de varios
jefes, entre ellos Martin Guisse y William Spry, que exclamaron:
“Tendremos algún combate; ha llegado el almirante”171.
En nombre de todos, el general en jefe, Las Heras, so-
licitó a Cochrane utilizar todos los argumentos posibles para
convencer a San Martín de que era llegado el momento de ata-
car al enemigo. Así lo hizo el lord, que tomó la mano del pro-
tector apremiándolo con insistencia para que diese la orden de
entrar en combate. San Martín se mantuvo indiferente, hasta
que para acallar tanta porfía dijo: “Mis medidas están tomadas”.
Como no las explicase, Cochrane le rogó que subiese a una emi-
nencia y advirtiese que estaba dejando pasar una segura oca-
sión de triunfo. Pero San Martín repitió: “Mis medidas están
tomadas”172.
Entonces fue que se dejaron oír los clamores de varios
jefes y oficiales criticando la apatía del protector y motivando
que éste montase a caballo, entendiéndose que iba a ordenar el
movimiento de ataque. El ejército de línea y los contingentes de
guerrilleros sumaban un respetable número, como se ha dicho,
y era previsible obtener la victoria. Además, dice un testigo, esos

170
Stevenson, op. cit., p. 302.
171
ídem.
172
Colección de historiadores y de documentos relativos a la independen-
cia de Chile, op. cit., t. XIII, p. 185.
124
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

hombres estaban “todos animados de comenzar el ataque, y todos


igualmente determinados a vencer o morir”173.
Cochrane y Las Heras, al ser convocados en ese momento
por San Martín, creyeron que era para recibir instrucciones de
iniciar la batalla. Pero antes de que el protector les dirigiese la
palabra, ante él se presentó un indígena asegurando ser portador
de importantes revelaciones. Interrogado de inmediato dijo ha-
ber constatado que el ejército realista marchaba en número abru-
mador. Tras oírlo y sin entrar en más explicaciones, San Martín
anunció ante los jefes patriotas que se retiraba a descansar, no sin
antes responder a Cochrane, que se atrevió a contrariarle: “Yo soy
el único responsable de las libertades del Perú”174.
El lord se retiró entonces al Callao, abordando el O’Higgins.
Todas esas escenas tuvieron también por testigos a varios oficiales
del navío inglés Soberbio, que habían desembarcado para ver de
cerca lo que supusieron sería la derrota los realistas, y que
[…] quedaron asombrados de la sangre fría de un jefe
que, con 12,000 hombres a sus órdenes, empezó por aban-
donar una posición favorable, en la que podía interceptar
la marcha de los españoles, y que después veía desfilar un
ejército de 3,200 hombres, sin disparar un tiro, ni hacer
ninguna tentativa para entablar la acción175.
Así, sin oposición, el temerario Canterac continuó su teme-
raria marcha. Creyendo haber sorprendido a los independentistas,
motivó con sus órdenes el ardor de sus tropas que impávidamente
continuaron su avance hacia el Callao, cambiando continuamente
de frente. Carecer de contrincantes no puede dar gloria, pero es
de admirar la temeridad mostrada por Canterac en esta arriesga-
da marcha. La versión española de estos sucesos ha ponderado su

173
Stevenson, op. cit., p. 303
174
Stevenson, op. cit., p. 304.
175
ídem.

125
Cuadernos del Bicentenario

Por este camino transitó sin ser molestado el ejército de Canterac en


setiembre de 1821. Todos se admiraron de que no fuese atacado.

temeridad y arrojo, señalando que Canterac realizó “los más finos


movimientos de estrategia” dejando “sobrecogidos a los rebeldes”:
Aparentando él en persona con toda la caballería y dos
piezas arrojarse por San Borja sobre el campo enemigo, en
tanto que el jefe de estado mayor Valdés y los comandan-
tes de división Monet y Carratalá se corrían rápidamente
con el resto de las tropas entre el mar y La Magdalena ha-
cia Bellavista, creyó el enemigo que el general realista iba
a cometer la imprudencia de atacarle en sus líneas; mas
cuando estaba saboreándose con el placer de un seguro
triunfo, se alejó la caballería, y llegó por San Isidro a re-
unirse en dicho punto de Bellavista con la infantería, que
al mando de los citados jefes había llegado con antelación
después de haber arrollado un batallón de los patriotas
que halló en su tránsito. Superado este último tropiezo,
pasó aquella valiente división a acampar bajo los fuegos
del Real Felipe, y a descansar de sus penosas fatigas176.
176
Torrente, op. cit., t. III, p. 178.
126
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Canterac entró en la ciudadela el día 10, concedió descan-


so a sus tropas y socorrió con parte de sus bastimentos a los si-
tiados. Encontró a sus compatriotas en lamentables condiciones;
había muchos enfermos y el hambre había hecho estragos. Tenía
órdenes de auxiliar esa plaza y de no poderlo hacer, recoger su
guarnición, destruir la ciudadela y regresar a Jauja. No había for-
ma de cumplir las instrucciones, pues hacerlo hubiese significado
arruinar a varias familias. Prolongar su permanencia careciendo
de víveres era impensable y por eso la noche del 12 se despidió del
mariscal La Mar, quien quedaba sin esperanza de ser socorrido.
Se llevaría consigo parte de las tropas que habían servido en la
ciudadela, de modo que su defensa quedaba mermada.
Cargó luego Canterac con un crecido botín de armas,
plata labrada y dinero cuyo valor se calculó en varios millones
de pesos, y en la madrugada del 13 salió del Callao, pero tuvo
que regresar al observar que lanchas cañoneras de la escuadra
de Cochrane obstruían el paso por Boca Negra. Antes conven-
ció a los refugiados para que reunieran una crecida bolsa, que le
sirvió para contratar con algunos ingleses el abastecimiento de
víveres. Tras ello, comunicó reservadamente a La Mar que dejaba
la ciudadela en busca de alimento para su ejército, prometiendo
volver en una semana. Quiso hacer esto creíble dejando parte de
su equipaje, pero es casi seguro que La Mar no le creyó.
Como quiera que fuese, en la tarde del 16 el ejército de
Canterac se puso en marcha por el camino de La Legua, llevando
en vanguardia algunas partidas de caballería. Cruzó el río Rímac
por la hacienda de Villegas, sin que su movimiento fuese adver-
tido por los vigías independentistas. Ese mismo 16 San Martín
lanzaba una proclama jactándose de haber puesto al enemigo en
fuga salvando Lima. Dijo haber procedido con un “valor armado
de prudencia” y anunció que su ejército perseguía a los realistas
que iban a ser “dispersados o vencidos”. Pero solo 1,100 hombres
de caballería salieron en seguimiento de Canterac y lo hicieron

127
Cuadernos del Bicentenario

a mucha distancia, con la sola misión de picar su retaguardia y


recoger a los que desertasen de sus filas.
Erraba San Martín al asegurar en esa proclama que el po-
derío español había llegado a su fin (“el imperio español concluyó
para siempre”) y también al asegurar que Lima no volvería a ser
“jamás profanada” por los realistas. Concluía la proclama dicien-
do: “Esta verdad es perentoria […] Sois independientes, y nada
podrá impediros de ser dichosos si así lo queréis”177.
San Martín se equivocaba casi en todo, pues no pasaría
mucho tiempo para que Lima fuese recapturada por los realistas,
con el beneplácito de los que ahora lo adulaban. Dice Cochrane
que “los pobres independientes limeños no se atrevían a decir
palabra contra falsedades tan palpables”178. Pero no pocos jefes
independentistas consideraron una afrenta lo sucedido en Lima.
El general Las Heras renunció a la jefatura del ejército y se retiró
a Chile, donde sería maltratado por O’Higgins, amigo del pro-
tector. Lo secundaron en el voluntario destierro otros “oficiales
del ejército, que […] prefirieron la oscuridad y hasta la pobreza
al odioso título de cobarde, tan justamente detestado por todo
bravo militar y por todo verdadero patriota”179.
Sin embargo, hubo también algunos que justificaron el
proceder de San Martín, aduciendo que hizo bien en no dar ba-
talla pues su ejército recién se reponía de la peste que había pa-
decido en Huaura, y que si bien su número era equiparable al del
enemigo, no lo era su experiencia.
El coronel Gerónimo Espejo, que estuvo en esa jornada,
pero que redactó su testimonio recién tras la muerte de San Mar-
tín, dijo que “la mayor parte de la tropa de confianza, por vete-
rana y aguerrida, estaba convaleciente de la gran epidemia que
177
Gaceta del Gobierno de Lima, 19 de setiembre de 1821.
178
Colección de historiadores y de documentos relativos a la independencia de Chile
(1995). Santiago de Chile: Guillermo E. Miranda, Editor, t. XIII, p. 191.
179
Stevenson, op. cit., p. 306.
128
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

la había diezmado en Huaura”; que los reclutas peruanos con los


que “se habían remontado los cuerpos” tenían solo de ochenta
a cien días de instrucción; y que no se podía considerar “como
fuerza patriota veterana, las partidas de guerrilla, montoneras de
paisanos o de indios”180.
A la caída del protector los exaltados editores de La Abe-
ja Republicana181 recordaron lo de setiembre de 1821 para decir
que San Martín había tenido entonces un juego doble si es que
no fue ganado por la cobardía: “Nuestro ejército aguerrido supo
imponer terror al enemigo en el memorable 7 de setiembre de
1821 y […] se le impidió el haberse cubierto de nuevos laureles
o por cobardía o por segundas miras”182. San Martín, que estaba
ya en el destierro, apenas supo de esa acusación dirigió un oficio
a la Junta Gubernativa del Perú diciendo que ni los españoles lo
habían tratado con tal saña:
Cuando finalicé mi carrera me propuse no contestar a los
enemigos que todo hombre público, por justificado que
sea, se suscita especialmente en revolución; pero el autor
de la Abeja me ha hecho quebrantar este propósito, por-
que él ataca lo más sagrado que el hombre posee; me he
acordado que soy padre, y que el honor es la única heren-
cia que dejo a mis hijos, sí, señor, la única que les trasmite
el que ha sido árbitro absoluto del destino y fortuna de
180
Espejo, Gerónimo (1873). Recuerdos históricos. Entrevista de Guayaquil
(1822). Buenos Aires: Imprenta de Tomás Godoy, p. 10.
181
Mariano Tramarría, opositor de San Martín, figuró entre los principales
responsables de la caída de Monteagudo. Fundó en agosto de 1822 La
Abeja Republicana, que como bisemanario se publicó hasta junio de 1823.
Desde sus páginas los llamados republicanos, el principal de ellos José
Faustino Sánchez Carrión, atacaron duramente a San Martín, sobre todo
por haber enarbolado el ideal de la monarquía constitucional. Incluso des-
pués de su caída lo culparon de haber dejado al Perú en la más completa
anarquía. Citaron como lema: “Constitución pide el pueblo” y abrieron
cauce a Bolívar, para que éste les impusiera la Constitución Vitalicia.
182
La Abeja Republicana, sábado 11 de enero de 1823.

129
Cuadernos del Bicentenario

grandes estados. Permítame V.E. una reflexión que no de-


jará de pesar en su consideración, es a saber: que el nom-
bre de San Martín ha sido más considerado por los ene-
migos de la independencia que por muchos americanos a
quienes he arrancado las viles cadenas que arrastraban183.
Ese oficio dio pie a nuevos ataques, y ausente el vilipen-
diado salieron en su defensa Los amigos de la Libertad, escribien-
do una Impugnación el 23 de julio de 1823, que presentaron “a los
beneméritos jefes del ejército unido libertador”. Aparte de reivin-
dicar el honor del “fundador de la libertad del Perú”, citando sus
gloriosas hazañas para rechazar el cargo de cobardía, justificaron
lo de setiembre de 1821 con esta argumentación:
Rayó el 7 de setiembre, y con él la aurora del gran entu-
siasmo que desplegó esta capital […] El ejército enemigo,
fuerte de una caballería doble en número a la nuestra, de
artillería e infantería, si bien proporcionales, de mejor y
más acreditada disciplina, apareció en aquella mañana en
La Rinconada de Late […] Nuestras tropas en la mayor
parte colecticias, reclutas, ignorantes de los primeros gi-
ros de la táctica, presentaban la perspectiva de un ejército,
solo por vestir el uniforme del soldado184.
Parte de ello pudo ser cierto, pero tal vez fue exagerado
decir que los desplazamientos ordenados por San Martín sobre
Salamanca y San Borja fueron los que forzaron a Canterac a enca-
minarse al Callao; y que la pasiva actitud del protector aseguró la
posesión de Lima evitando el derramamiento de sangre. En el te-
rreno de las hipótesis, cabría más bien plantear que en los sucesos

183
El oficio de San Martín, fechado el 28 de febrero de 1823, fue publica-
do en el Verdadero amigo del país, periódico de Mendoza. La réplica se hizo
en La Abeja Republicana del sábado 10 de mayo de 1823.
184
Colección Documental de la Independencia del Perú (1976). Tomo
XIII, Obra Gubernativa y Epistolario de San Martín, vol. 2, pp. 298-325. Lima;
Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
130
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

de setiembre de 1821 algo tuvieron que ver las cartas intercam-


biadas entre San Martín y Canterac, antes en enero y después en
diciembre del mismo año, como también las negociaciones que el
protector no había interrumpido con La Serna.
Una primera resistencia encontró Canterac en las alturas
de San Lorenzo, el 18 de setiembre, que fue pronto doblegada
por Carratalá y García Camba. El destacamento que San Martín
envió con Necochea para picar su retaguardia regresó pronto. El
20 llegó Canterac a Puruchuco, en cuyas inmediaciones tuvo otro
ligero encuentro. El 22 alcanzó Huamantanga y aquí tuvo al día
siguiente un nuevo enfrentamiento. Había sufrido en el trayecto
muchas deserciones, que contuvo fusilando a los que no pudie-
ron alejarse lo suficiente.
A medio camino supo Canterac que solo tres días después
de su partida, La Mar había rendido la plaza del Callao, con lo
que quedó eximido de su promesa de volver. La verdad es que
Canterac salió para no regresar, y si dejó parte su equipaje en la
forteza del Callao fue para aliviar a sus hombres que cargaban
tres o cuatro mil fusiles sacados del Real Felipe. Tras una penosa
marcha, el 1 de octubre acantonaba otra vez en Jauja.
La Mar no recibió en el Callao los víveres contratados con
los comerciantes ingleses y devolvió el dinero reunido por los
sitiados; capituló luego con San Martín pues nunca creyó en la
promesa que hizo Canterac de volver. Lo hizo, además, al recibir
desertores del ejército ralista que se retiraba, con lo que llegó a la
conclusión de que no cabía esperar de él ninguna ayuda.

13. Ruptura entre San Martín y el lord Cochrane. El proyecto


de reemplazar el protectorado con un gobierno peruano
independiente.
Desconocía el lord Cochrane la autoproclamación de San
Martín como protector cuando el 4 de agosto lo visitó en palacio

131
Cuadernos del Bicentenario

para solicitarle el pago de la escuadra que se hallaba bastante re-


trasado. El reclamo le pareció a San Martín inadecuado, pues lo
rechazó airadamente, creándose una tensa situación en presencia
de los ministros Monteagudo y García del Río. Cochrane quiso
justificar su reclamo, provocando que San Martín le exigiera sub-
ordinación a su autoridad superior, respondiendo el marino que
hablaba como primer oficial de Chile, a cuyo gobierno pertenecía
la escuadra. Esto exasperó al protector, que habría exclamado en-
furecido: “¡Chile, Chile! Yo no pagaré jamás un solo real a Chile;
y en cuanto a la escuadra, puede usted llevársela adonde quiera, e
ir adonde le plazca; me basta conservar un par de goletas”185.
Los ministros de San Martín optaron por alejarse de la
penosa escena, al ver brotar de los ojos de Cochrane lágrimas
de indignación. Intentó el protector una disculpa, pero agravó
la situación al proponer a Cochrane apropiarse de la escuadra y
convertirse en el primer almirante del Perú. Considerando des-
honroso ese ofrecimiento, el lord dejó inmediatamente el palacio
y creyendo en peligro su vida salió a mata caballo por Bocanegra,
recuperándose solo al abordar la nave almiranta. La ruptura con
San Martín era definitiva, epílogo de la pugna entre dos formas
de ver la guerra.
Pese a todo, el protector, mediante un oficio firmado por
su ministro Monteagudo, ordenó a las fuerzas navales el recono-
cimiento de su flamante investidura, lo que acató Cochrane el 4
de agosto. Tres días más tarde, desde la rada del Callao, dirigía
el lord una larga carta a San Martín, dándole el tratamiento de
general y no de protector a riesgo de causarle desagrado. Recordó
Cochrane sus once años de experiencia en “el primer senado del
mundo”186, para decirle a San Martín que bien podía convertirse
185
Stevenson, op. cit., p. 297.
186
Cochrane, en efecto, fue miembro de la Cámara de los Comunes en In-
glaterra, entre 1807 y 1818. Aunque su paso por ella fue muy accidentado,
después de su aventura americana intentó ser nuevamente elegido. Pero
al morir su padre en 1831 y heredarle como conde de Dundonald, ya no
132
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

en el Napoleón de la América del Sur o hundirse en el precipicio


si continuaba dando pasos falsos en política:
No ha surgido todavía un hombre, excepto Ud. mismo,
capaz de elevarse sobre los demás y de abrazar con mirada
de águila la extensión del horizonte político. Pero si acaso
en su vuelo se fía Ud., cual Ícaro, en alas de cera, su caída
pudiera aplastar la libertad naciente del Perú, y envolver
a toda la América del Sur en anarquía, guerra civil y des-
potismo político187.
Hay que admitir, por lo que sucedería poco después, que
no le faltaron luces a Cochrane cuando escribió aquello. Pero su
crítica surgió sobre todo por la reiterada negativa del Protector
a reconocer la deuda que tenía con la escuadra. Le dijo que tal
proceder podría causarle ser malquisto incluso a nivel mundial, y
habló de intrigantes, de malos consejeros, de peligrosos e indig-
nos aduladores, añadiendo que “si los reyes y príncipes tuviesen
en sus dominios un solo hombre que en todas ocasiones les dijera
la verdad sin disfraz, se habrían evitado frecuentes errores y hu-
biesen sido infinitamente menores los males que experimenta el
linaje humano”. Y no solo criticó a San Martín, sino también al
gobierno de Chile. Sabía Cochrane que sus verdades lo podían
perder, pero no se calló nada, a pesar de avizorar las consecuen-
cias: “si yo fuese bajo e interesado no daría este paso decisivo e
irrevocable para arruinar mi porvenir”188.
Replicó San Martín el 9 de agosto por medio de lo que
llamó una “contestación privada” y lo primero que hizo fue de-
fender a la administración chilena. Poco después compartiría con
O’Higgins sus recelos respecto de Cochrane. Dijo que discernía
bien en cuanto a consejos ajenos y que sabía que era imposible vo-
lar con alas de cera. Se excusó de no haber expresado su gratitud
pudo sentarse entre los Comunes.
187
Cochrane, op. cit., p. 160.
188
op. cit., p. 163.

133
Cuadernos del Bicentenario

a las fuerzas navales en la medalla que se repartió el 28 de julio,


como antes prometiera; y ofreció a la tripulación de la escuadra
un año de sueldo de gratificación, aunque no dijo cuándo lo haría
efectivo. Desconoció la gratificación que se debía a los marinos
de la Esmeralda y dijo que su pago era obligación de la marina
de Chile. Textualmente anotó: “De ningún modo reconoceré el
derecho de reclamarme los sueldos vencidos”189, para a renglón
seguido añadir que no caería en la ingratitud de olvidar los servi-
cios de la escuadra y los sacrificios de Chile para sostenerla.
Incumplió San Martín la promesa de dar un año de gratifi-
cación a los marineros, aunque se excusó ante el gobierno chileno.
Lo que buscó, a decir de Cochrane, fue comprar primero toda la es-
cuadra y luego por lo menos algunos de sus buques, para el resguar-
do de las costas del Perú. El enfrentamiento hizo que se descuidase
el suministro de provisiones para la marinería, que empezó a de-
mostrar su descontento. Pretendiendo aquietar los ánimos, el 13 de
agosto San Martín pidió a Cochrane retirar su negativa a la propues-
ta que le había hecho de asumir el almirantazgo de la proyectada
marina del Perú. El tenor de su carta deja pocas dudas al respecto:
Milord, no miro con indiferencia cosas que conciernen a
V. S., y sentiría que no esperara hasta que yo pueda con-
vencerle de la verdad. Si a pesar de todo esto, V. S. se de-
termina al paso que insinuó en la entrevista que tuvimos
hace algunos días, será para mí una dificultad de la cual
no podré desenredarme; pero espero que, conformándose
con mis deseos, concluirá la obra emprendida, y de la cual
depende nuestra común suerte190.
Para Cochrane, eso hubiese supuesto una deslealtad con
el gobierno que le había confiado la misión de conducir la Escua-
dra Libertadora:
189
Cochrane, op. cit., p. 166. La carta de San Martín fue más extensa que
la ya larga de Cochrane.
190 Documento publicado por Cochrane, op. cit., p. 172.
134
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Cochrane se mantuvo leal al gobieno de Chile y rechazó la oferta


que le hizo San Martín de convertirse en el primer almirante de la
marina del Perú. Refiere que James Paroissien deploró que perdiese
“la finca más hermosa y valiosa del Perú por no querer aceptar la
situación de almirante de una nación rica y poderosa”.

[San Martín] esperaba que conformándome a sus deseos


aceptaría el nombramiento de primer plmirante [de la
Marina del Perú]. Las consecuencias de esto, transfirien-
do los oficiales de Chile, sin su consentimiento, al servicio
del Perú, hubieran sido pasar a su gobierno la escuadra
chilena191.
Algunos días después, de manera pública, San Martín
destacó la constancia y el heroísmo del ejército y la escuadra de
Chile en la consecución de la libertad del Perú; reconoció como
deuda nacional del Perú los sueldos atrasados del ejército y de la
escuadra; hipotecó los bienes del estado y el 20% de sus rentas
hasta la extinción de esas deudas; reconoció como oficiales del
Perú a todos los del ejército y la escuadra que partieron de Valpa-

191
op. cit., p. 173.

135
Cuadernos del Bicentenario

raíso con la Expedición Libertadora y les concedió una pensión


vitalicia a pagarse incluso en caso de que decidieran vivir en el
extranjero192. Aunque otra vez la mayoría de esas promesas iban
a ser incumplidas, algunos jefes de la escuadra empezaron a acer-
carse al protector, al tiempo que se distanciaban de Cochrane.
Por esos días acentuó San Martín el rigor sobre los realis-
tas en Lima y muchos dejaron el país perdiendo sus propiedades.
Hubo hostilidad hacia el clero y renunció el arzobispo Bartolomé
de las Heras, que pese a reconocer la independencia fue obligado
a embarcarse de regreso a España. Otro que partió al destierro
fue el obispo de Huamanga, acusado de efectuar proselitismo a
favor de los realistas. Ciertamente, como las fuerzas de La Serna
estaban lejos de haber sido derrotadas, se temió la existencia de
actividad conspirativa en contra de la causa independentista.
Fue por entonces que se produjeron los hechos de setiem-
bre que ya hemos descrito. Ante el audaz avance de Canterac so-
bre Lima el gobierno independiente ordenó el traslado a Ancón
de los tesoros del estado y de particulares, para que fuesen em-
barcados a bordo de diversos barcos mercantes. Esto fue adverti-
do por la tripulación de la escuadra chilena, que amenazó con to-
marlos por la fuerza en pago de sus sueldos atrasados. Cochrane
impidió el amotinamiento y extrajo de los barcos mercantes di-
chos caudales, trasladándolos al O’Higgins, que tripulaba. Devol-
vió todo lo que fue reclamado por particulares y retuvo 285,000
dólares que le pertenecían al gobierno del Perú, con los que pagó
parte de lo que se adeudaba a la escuadra, remitiendo una cuenta
detallada al gobierno de Chile. No tomó para sí nada, pero pro-
vocó lógicamente la airada queja de San Martín.
De otro lado, Cochrane había tratado de convencer a La
Mar para que le entregase la plaza del Callao, proponiéndole se
marchase con las dos terceras partes de lo que había en la fortale-
za. Consideraba que con la tercera parte restante podía cubrir lo
192
Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima, 17 de agosto de 1821.
136
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

que se adeudaba a la escuadra. Actuaba ya por cuenta propia y si


creemos en su testimonio, llegaba a extremos para mantener a su
escuadra siempre impaga. Dijo que sus buques “carecían de todo
género de provisiones” y sus tripulaciones “no tenían ni raciones
de carne, ni aguardiente, ni ropa, consistiendo sus únicos medios
de subsistencia en el dinero que se obtenía de los españoles fugi-
tivos”. El rescate que acordó con éstos consistió en “una tercera
parte de la propiedad con que se escapaban193.
La efímera presencia de Canterac en el Callao le hizo ver
a La Mar que era ya inútil defender la causa realista. Entró en-
tonces en comunicación con San Martín, quien le pidió no ceder
ante Cochrane, prometiendo carta de ciudadanía, seguridad de
sus bienes y protección absoluta a los realistas del Callao que se
le sometiesen. La Mar optó por la oferta de San Martín y envió a
Lima con plenos poderes al brigadier Manuel Arredondo, al ca-
pitán de navío José Ignacio Colmenares y al capitán de infante-
ría Ramón Martínez de Campos, quienes el 19 de setiembre de
1821 firmaron la Capitulación del Callao “con todos los honores
militares y con cuantas ventajas podía prometerse una plaza que
había perdido las esperanzas de ser socorrida”194.
El 25 de setiembre la ciudadela fue ocupada por los inde-
pendentistas. La fortaleza del Real Felipe trocó su nombre por el
de Castillo de la Independencia, al tiempo que el de San Miguel
era rebautizado como Castillo del Sol y el de San Rafael pasaba
a llamarse Castillo de Santa Rosa. La Mar ofreció sus servicios a
San Martín y fue reconocido como general de división del Ejér-
cito Libertador. Al pasarse dijo que Cochrane había intentado
posesionarse del Callao en nombre de Chile. El lord consideró ri-
dícula esa acusación, pero admitió que tuvo en mente reemplazar

193
Cochrane, op. cit., p. 181. Aunque en otro documento menciona: “Mi
opinión era que se tomase la mitad de la propiedad de los españoles y se les dejase el
remanente”. Véase: Contestación. Valparaíso, noviembre 19 de 1822, p. 22.
194
Torrente, op. cit., t. III, p.185.

137
Cuadernos del Bicentenario

al protectorado por un gobierno peruano independiente, porque


entendía que San Martín había instaurado una dictadura:
[…] confieso que si los fuertes hubieren sido rendidos a la
escuadra, yo hubiera insistido precisamente en que (San
Martín) cumpliese la solemne promesa hecha a los perua-
nos de dejarles la libre elección de su gobierno; una pro-
mesa que estaba doblemente obligado a cumplir, porque
con violarla, despreció e hizo nula esa sagrada promesa195.
Y en cuanto al destino que les cupo a los españoles ren-
didos en el Callao, Cochrane le aclaró a San Martín lo siguiente:
El plan de Ud., después de prometerles protección, y ven-
derles sus cartas de naturalización y ciudadanía, fue el
quitarles cuanto poseían y desterrarlos, y para esto, des-
pués que les había exigido una parte de sus caudales, les
quitó lo que les había dejado, y centenares de esos mi-
serables fueron botados a bordo del Milagro, donde sus
soldados completaron la obra del despojo, [procediendo]
conforme la declaración de Ud. en Pisco196. Algunos de
los ancianos fueron sin lástima arrancados de sus casas,
y encarcelados; algunos de ellos puestos en el tropel de
desgraciados en el mencionado buque, y algunos a bordo

195
Cochrane, Contestación, op. cit., p. 33.
196
San Martín, a decir verdad, tuvo declaraciones desconcertantes. A poco
de desembarcado su ejército en Pisco dijo, delante de testigos, que des-
pojaría a los españoles aun de sus vestidos; y en otra ocasión, hablando
en francés con Cochrane, habría dicho: “Je les traiterai de la maniere la
plus feroce” (“Los trataré de la manera más feroz”), refiriéndose a los
españoles que el 28 de julio de 1821, durante su triunfal recorrido por
Lima, solo gritaron “Bravo”, y no “Bravo San Martín”, lo que provocó
su molestia, alimentada por el lord que replicó entonces: “Es una porción
de españoles que gritarían del mismo modo si nos viesen caminando a la
horca”. San Martín mostró un proceder ambivalente con los españoles,
tanto con los civiles cuanto con los militares; y finalizando 1822 volvería
a repetir expresiones radicales como la de Pisco.
138
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

El lord Cochrane admitió que si el mariscal La Mar le hubiese en-


tregado la fortaleza del Callao, habría por su parte presionado para
que San Martín dejase a los peruanos gobernarse libremente.

139
Cuadernos del Bicentenario

de otro, con orden de ser transportados a Chile, murie-


ron de dolor, y del mal trato. Aquellos que murieron, y
aquellos que fueron asesinados durante el pasaje, bajo una
muy cuestionable pretensión de meditada resistencia, no
podrán ser testigos en este mundo de las atrocidades de
Ud.; pero de los que sobrevivieron y llegaron a Chile, hay
quienes pueden probar esta verdad197.
El 26 de setiembre San Martín dirigió a Cochrane una
comunicación autorizándolo a utilizar de los fondos del gobier-
no peruano que había acopiado, dando cuenta únicamente al go-
bierno de Chile, lo que el lord ya había hecho. Este aparente vira-
je desconcertó a Cochrane, pero la “aparente liberalidad era fin-
gida”, ya que llevó aparejada “un designio siniestro”. Tal declaró
Cochrane porque a medianoche del mismo 26 de setiembre fue
informado de que los edecanes de San Martín, el coronel Parois-
sien y el capitán Spry, visitaban a los comandantes de todos los
buques de la escuadra, reclamándoles obediencia solo al gobier-
no del protectorado, a cambio de lo cual se les respetaría rangos,
colocaciones y honores. Paroissien se presentó finalmente ante
Cochrane y, según cuenta el lord, se mostró apenado de verlo
perder la finca más hermosa y valiosa del Perú por no querer
aceptar “la situación de almirante de una nación rica y poderosa
como el Perú”198.
Como ya no era necesaria la presencia de Cochrane, se le
ordenó dejar las costas del Perú. En vez de regresar a Chile, el lord
enfiló entonces al norte, con la mira de apoderarse de las fragatas
Prueba y Venganza que se habían presentado frente a Guayaquil.
No encontrándolas allí les siguió el rastro, hasta llegar a Acapul-
co, donde supo de ellas. Promoviéndose por entonces en México
la unión de patriotas y realistas, los comandantes de la Prueba y

197
No conocemos respuesta a estos graves cargos, insertos en la Contesta-
ción, op. cit., p. 22.
198
Cochrane, Contestación, op. cit., p. 25.
140
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

la Venganza, teniendo al borde del motín a sus respectivas tripu-


laciones, compuestas en buen número por peruanos y chilenos,
tomaron la decisión de entregar sus naves al gobierno indepen-
diente del Perú. Enfilaron entonces a Guayaquil, donde el 16 de
febrero de 1822 el capitán de navío José Villegas, jefe de la escua-
dra española, hizo entrega formal al gobierno del Perú de ambas
fragatas y de la corbeta Alejandra. Diez días después la Prueba
partió al Callao, adonde llegó el 31 de marzo. Fue rebautizada
con el nombre de Protectora y asumió su mando el almirante bo-
naerense Manuel Blanco Encalada, poco antes designado por San
Martín comandante en jefe de la marina de guerra del Perú, su-
cediendo al contralmirante Guise. Pronto hubo de volver Blanco
Encalada al Río de la Plata, reasumiendo Guise la comandancia,
en tanto que la Protectora fue puesta al mando del marino francés
Hippolyte de Bouchard, antiguo rival de Cochrane.
Se ha dicho que de regreso a Guayaquil Cochrane intentó
apoderarse de la Venganza y que siguió al Callao para reclamar
la Prueba. Parece más bien que ocurrió algo muy distinto. Días
antes la diplomacia peruana había presentado ante el gobierno de
Chile un extenso pliego conteniendo graves acusaciones contra el
lord, por fraude, latrocinio y piratería. Y a pesar de ello, el 26 de
abril, Cochrane, a bordo de un navío anclado frente al Callao, re-
cibió la inesperada visita de Monteagudo. Según su testimonio, el
aún influyente ministro le habría ofrecido el mando supremo de
las escuadras unidas de Chile y el Perú, añadiendo a ese singular
ofrecimiento que la mansión del marqués de Torre Tagle estaba
preparada para recibirlo y que se le esperaba para condecorarlo
con la Orden del Sol. La respuesta del Lord fue cortante:
[Dije] que no aceptaría el mando de la escuadra peruana,
ni enarbolaría mi insignia a bordo de la Prueba, porque
no quería engañar al gobierno peruano haciéndole imagi-
nar que yo obedecería sus órdenes; que no aceptaría nin-
guno (de los) honores ni premios dados por un gobierno

141
Cuadernos del Bicentenario

constituido en violación de los empeños más solemnes y


que no emanaba de la voluntad del pueblo; que agradecía
del señor marqués de Torre Tagle la oferta de su casa, pero
declinaba el valerme de este favor, y no pisaría un país go-
bernado no solamente sin ley sino contra la ley199.
Agrega Cochrane que el bien enterado Monteagudo ha-
bló incluso de encargarle una campaña en las Filipinas, diciendo
que allí podría labrarse una inmensa fortuna. Nada encandiló al
lord, pues replicó que sus hábitos eran más bien frugales. Poco
después el almirante Guise le conminaba a dejar el territorio pe-
ruano, ordenando al comandante Bouchard aprestar sus naves y
hombres para un probable combate. Cochrane se alejó entonces
de nuestras costas, llegando a Valparaíso en junio de aquel año.
Allí tuvo un apoteósico recibimiento, pues con toda justicia se le
consideraba un héroe, y el gobierno chileno, desechando las acu-
saciones en su contra, lo confirmó como Comandante en Jefe de
sus fuerzas navales.
Tardó Cochrane en conocer las acusaciones que el go-
bierno del protectorado hizo en su contra, por lo que respondió
recién el 19 de noviembre, cuando San Martín había caído en
desgracia. Lo culpó de ser el “autor maligno y calumniante” de lo
que consideró una “asquerosa producción”200, sobre todo porque
circuló a nivel internacional201. Y le enrostró “todas aquellas mal-
dades por las cuales fue botado del gobierno de Lima”, caída que
le profetizó en agosto de 1821, al decirle que “los aduladores eran
más peligrosos que las serpientes más venenosas, y que no eran
menos los hombres de conocimiento si no tenían la integridad
o el coraje de oponerse a las malas medidas”202. Reiterando que
sus convicciones habían sido siempre antimonárquicas, repitió

199
Cochrane, Contestación, op. cit., p. 35.
200
loc. cit.
201
Cochrane, Contestación, op. cit., p. 13.
202
Ibidem.
142
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

una vez más que “el proyecto de San Martín fue coronarse en el
Perú”203. Poco después envió una Proclama a los Habitantes Libres
del Perú Independiente, en reciprocidad por las expresiones de
gratitud que hacia su persona habían hecho públicas los voceros
de la junta gubernativa. Como era de esperarse, Cochrane saludó
con regocijo el fin del protectorado:
Peruanos. – Dóciles y suaves en vuestros modales en obe-
decer, os habéis manifestado llenos de coraje y de valor en
resistir. Habéis ejecutado un hecho glorioso e inmortal.
Habéis roto el cetro de hierro: habéis quebrantado la mor-
daza humana que silenciaba la expresión de vuestro dolor
con más que opresión inquisitorial. Peruanos.– Vuestro
agradecimiento de los servicios de la marina y los míos,
publicados por medio de vuestros representantes, me es
muy complaciente; y tanto más, en cuanto fue en el pri-
mer momento después de la huida del tirano. El aceptar
esta ofrenda de hombres libres, es para mí un honor, pero
el recibir títulos, decoraciones y estados en recompensa
de la obsecuencia [y] de mano de un déspota, ha sido
siempre para mí degradante y [una] afrenta204.
El gobierno chileno, sin embargo, fue ingrato con el lord,
que, en enero de 1823, cansado de esperar los sueldos que nunca
le pagaron, renunció al mando de su escuadra, aceptando el de la
marina brasileña que luchaba por su independencia. El gobierno
chileno le despojó entonces de la hacienda Río Claro, con que
pretendió pagar sus servicios. Triunfante en Brasil recibió un tí-
tulo nobiliario, mas no las siempre esquivas recompensas pecu-
niarias. Sirvió luego a los independentistas griegos en su lucha
contra el imperio turco. Y regresó a su patria en 1828, logrando
su reivindicación. Prestó aún otros valiosos servicios y obtuvo el

203
op. cit., p. 14.
204
Cochrane, Thomas Alexander. Proclama a los habitantes libres del Perú In-
dependiente. Valparaíso, diciembre 1 de 1822.

143
Cuadernos del Bicentenario

alto rango de Real Almirante, terminando sus días en Londres,


en 1860.
Cochrane alcanzó desde muy joven la gloria, por sus pre-
coces hazañas en la marina británica, en la que se enlistó al que-
dar empobrecida su noble familia. Intervino con buen suceso en
numerosas campañas navales, ascendiendo muy joven al rango
de capitán de navío, al tiempo que afamados escritores empeza-
ban a contar sus hazañas llamándolo el Primer Lord del Mar. Pero
su carácter que no admitía yerros, lo llevó a enfrentarse con un
almirante, y además se hizo de muchos enemigos al denunciar la
corrupción existente en la Marina Real, siendo integrante de la
Cámara de los Comunes como representante por Westminster.
Contrarió también a su familia al casarse en 1812 con
Katherine Frances Corbet Barnes, una dama de madre española,
siendo marginado de toda herencia. Ella lo acompañó en muchas
de sus campañas y el mariscal Miller la citó recorriendo los cam-
pamentos peruanos, donde fue admirada por su audacia y her-
mosura. En 1817, los poderosos enemigos de Cochrane lograron
que se le expulsara de la Marina Real. Inmediatamente recibió
ofertas de España para combatir a los insurrectos americanos y
también de éstos para independizarse de España. Sus inclinacio-
nes radicales lo llevaron a Chile, recibiendo del director supremo
O’Higgins el grado de vicealmirante.
Lo demás es conocido. Organizó la Marina de Chile y lu-
chó por la independencia del Perú desde 1819, con tanto empe-
ño que se creyó acreditado para conducir la campaña definitiva,
pero O’Higgins prefirió a San Martín. Condujo entonces la Es-
cuadra Libertadora y hasta 1822 tomó parte en todas las princi-
pales acciones, siendo fervoroso partidario de la guerra activa,
lo que agravó su distanciamiento con San Martín, como hemos
referido. Criticó de continuo su proceder y al entrar en Lima dijo
tener tanto derecho como él para tomar el estandarte de Piza-
rro. La inactividad militar de San Martín y su autoproclamación

144
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

como protector contrariando los planes originales, además del


descuido en el pago a la escuadra mientras se gastaba en pompas
y condecoraciones, lo llevaron finalmente a la ruptura, y según
cuenta él mismo, pudo haber destronado al Protector, creando un
gobierno independiente peruano.

14. San Martín organiza el ejército peruano.


El decreto de 3 de agosto de 1821, que erigió el protec-
torado, nombró también como ministro de guerra y marina al
teniente coronel Bernardo de Monteagudo, que conservó sus
funciones de auditor de guerra y su calidad de asesor principal
del protector. Lo citamos porque condujo la política del estado
cuyos primeros afanes tuvieron que ver con asuntos de carácter
judicial, político, social, administrativo y de seguridad interna,
mas no con la guerra activa.
El 14 de agosto nombró al teniente coronel Manuel Rojas
como subinspector de los “cuerpos cívicos de infantería, caba-
llería, artillería, pardos y morenos libres”205 existentes en Lima,
a los que debía organizar e instruir ocupándose además de su
manejo económico hasta que llegase a esta ciudad el marqués de
Torre Tagle, que había sido nombrado inspector general de aque-
llos cuerpos. Una especial deferencia mostraba San Martín por el
aristócrata limeño, pues solo dos días después iba a otorgarle otro
mando aun más importante. Fue María Josefa, la hermana del
marqués, quien en su nombre se presentó a San Martín apenas
desembarcado y estableció el vínculo, dirigiendo Torre Tagle sus
comunicaciones a Monteagudo para procurarse un apoyo nece-
sario. Así le informó que los cinco partidos de su jurisdicción
estaban pronunciados a favor de la causa patriota y que solo los

205
Santos de Quirós, Mariano (1831). Colección de leyes, decretos y órdenes pu-
blicadas en el Perú desde su independencia en el año 1821, hasta 31 de diciembre de
1830. Lima: Imprenta de José Masías, t. I, p. 17.

145
Cuadernos del Bicentenario

realistas de Maynas habían persistido en la resistencia, incluso


tratando de insurreccionar Cajamarca y Chota, mientras se mos-
traron vacilantes. Habló de progresos en Otuzco, Pataz y Huama-
chuco, y dijo haberse decidido la cuestión en Chachapoyas con el
accionar de una fuerza que condujo el comandante Juan Valdivie-
so, pero la situación era incierta en esa región. Hubo fusilamien-
tos de realistas y en Trujillo se encerraron a varios.
El día en que San Martín proclamaba la independencia en
Lima, Torre Tagle le escribía una carta desde Trujillo, anuncián-
dole que le enviaba con el coronel Tomás Heres una caja con diez
mil pesos en dinero y seis mil en cuatro barras de plata ensayada,
tomadas de la canonjía suprema de la inquisición y de los jesuitas,
a quienes expropió también una custodia de oro guarnecida de
diamantes y esmeraldas, que acompañada de dos mates de oro en
pies de filigrana de plata remitía también a su “apreciado amigo y
jefe”, como empezó a llamar al protector, de quien se repitió “muy
apasionado afectísimo amigo y obediente súbdito”206, tratamien-
tos propios de la época. En otra comunicación lo llamaría “dis-
tinguido amigo y paisano de mi aprecio”207. Antes había enviado
Torre Tagle por mar “alguna ropa de la tierra” para abrigo de la
tropa estacionada en Lima y 433 costales de arroz que recogió de
diversos contribuyentes. San Martín, encandilado y agradecido,
no tardó en convocarlo a Lima, enviando a Trujillo como su re-
emplazo al general Arenales, quien no tardaría en denunciar las
muchas faltas cometidas por Torre Tagle durante su administra-
ción, según veremos más adelante.
Del Ejército Unido se ocupó San Martín el 15 de agosto,
reconociendo como deuda nacional del Perú los sueldos atrasa-
dos y también las ofertas económicas hechas al ejército y a la es-

206
Carta de José Bernardo de Tagle al excelentísimo señor don José de San
Martín. Trujillo, 28 de julio de 1821. DASM, t. VII, pp. 427-430.
207
Carta de José Bernardo de Tagle al excelentísimo señor don José de San
Martín. Trujillo, 31 de julio de 1821. DASM, t. VII, pp. 430-432.
146
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Retrato de José Bernardo de Tagle, marqués de Torre Tagle.


Colección Elejalde. Pontificia Universidad Católica del Perú.

cuadra, hipotecando para su pago todos los bienes del estado y el


veinte por ciento del ingreso de las aduanas hasta la extinción de
dicho crédito. Asimismo, reconoció como oficiales del Perú a to-
dos los del ejército y la escuadra que conformaron la Expedición
Libertadora, y concedió a cada uno de ellos, y a los empleados
que trajeron consigo, una pensión equivalente a la mitad del suel-
do íntegro que percibían a su salida de Valparaíso, pensión que
debía pagarse incluso si los beneficiarios pasaban a residir en un
país extranjero. A todos los oficiales les otorgó una medalla de
oro, y para las demás clases hasta soldado y marinero una meda-

147
Cuadernos del Bicentenario

lla de plata, con la inscripción Yo fui del Ejército Libertador o Yo


fui de la Escuadra Libertadora, según fuera el caso208.
El 18 de agosto San Martín creó por decreto la Legión Pe-
ruana de la Guardia, cuerpo que destinaba a “servir de modelo a
los demás, por su valor en el combate y por su disciplina en todas
circunstancias”209. Ese encabezado parecía señalar que era la pri-
mera unidad del naciente Ejército Peruano, y así ha sido entendi-
do por muchos. Pero, como hemos visto, para entonces existían
ya otros cuerpos adiestrados, como el escuadrón Granaderos a
Caballo del Perú y el batallón Leales del Perú, que habiendo com-
pletado su formación en la región central se habían encaminado
a Lima un mes antes. Por algo esta última unidad pasó a deno-
minarse batallón de infantería Nº 1 Cazadores del Perú desde se-
tiembre de 1821210, prelación que le reconocería San Martín el
11 de enero de 1822211. La creación de la Legión Peruana de la
Guardia debe entonces entenderse como el inicio de la institucio-
nalización del Ejército del Perú212.
Se dispuso que integraran la Legión Peruana de la Guar-
dia un batallón de infantería, dos escuadrones de caballería y una
compañía de artillería volante de cien plazas, designándose como
su comandante en jefe al mariscal de campo marqués de Torre
Tagle, que retuvo además el cargo de “inspector general de todas
las guardias cívicas”. El coronel Miller fue designado para coman-
dar su batallón de infantería, y al sargento mayor Eugenio Neco-
chea213 se le nombró jefe de sus escuadrones de caballería, que
208
Santos de Quirós, op. cit., t. I, pp. 17-18.
209
Santos de Quirós, op. cit., t. I, pp. 18-19.
210
Colección Documental de la Independencia del Perú. Comisión Na-
cional del Sesquicentenario de la Independencia, t. VI, vol. 4, p. 220.
211
Santos de Quirós, op. cit., t. I, p.110.
212
Así lo ha sostenido la Comisión Permanente de Historia del Ejército
del Perú, op. cit., t. V, vol. 1, p. 39.
213
Militar bonaerense, veterano de las campañas del Río de la Plata y Chi-
le, partícipe de la segunda campaña de intermedios, resultando herido en
148
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

se formaron sobre la base del escuadrón Húsares de la Escolta.


Asumió luego este mando el teniente coronel francés Federico de
Brandsen, una de las figuras más destacadas, y olvidadas, de la
guerra de independencia214.
En el decreto de creación de la Legión Peruana de la Guar-
dia se pospuso la designación del jefe de su artillería, convocán-
dose a veteranos de esta arma para que se alistasen voluntaria-
mente. El mando recayó finalmente en el capitán José Ildefonso
Álvarez de Arenales215, hijo del general argentino que condujo las
campañas a la sierra.
El decreto protectoral del 11 de enero de 1822, además de
reconocer al Cazadores del Perú como batallón Nº 1 de infantería
de línea, nombró al Trujillo como batallón Nº 2 y al Ica como

la batalla de Moquegua, por lo que tuvo que retornar a su patria. Sirvió


luego a Chile y alcanzó el grado de general. Escribió una Memoria sobre el
asesinato del ministro Portales.
214
Sirvió al emperador Napoleón hasta su ocaso y fue contactado por
patriotas rioplatenses para embarcarse en las luchas de independencia
americana. En 1821, estando en Huaura, se casó con la limeña Rosa de
Jáuregui, nieta de Agustín de Jáuregui que fuera virrey del Perú. En 1822
obtuvo ascenso a coronel y como jefe de la caballería del Ejército del Perú
hizo la segunda campaña de intermedios, fue vencedor en Zepita y se ple-
gó luego a la causa de Riva Agüero, lo que provocó su prisión y destierro
por orden de Bolívar. Pasó a Chile y luego al Río de la Plata, sirviendo en
la guerra contra Brasil para morir en la batalla de Ituzaingó, en 1827. Ha-
bía escrito en 1825 una Apelación a la Nación Peruana y dejó diarios inéditos
sobre sus campañas en Chile, Perú y Brasil, que fueron publicados recién
en 1910 por su nieto Federico Santa Coloma Brandsen.
215
Hijo del general Juan Antonio Álvarez de Arenales. Truncó sus estu-
dios de Matemáticas y Geografía al emprender el camino al Perú acompa-
ñando a su padre. Tomó parte en las campañas a la Sierra y redactó una
Memoria Histórica sobre las operaciones e incidencias de la División Libertadora,
que publicó en Buenos Aires el año 1832. Era entonces teniente coronel
graduado de artillería e ingeniero encargado del Departamento Topográ-
fico Nacional. Escribió también Noticias Históricas sobre el gran país del Chaco
y Bermejo. Falleció en Salta, su tierra natal, en 1862.

149
Cuadernos del Bicentenario

batallón Nº 3. El Trujillo emprendía por entonces la campaña de


Quito, donde alcanzaría los laureles de la victoria conjuntamen-
te con el batallón Piura, ambos organizados por el general San-
ta Cruz. El decreto protectoral del 13 de setiembre de 1822 creó
el batallón Nº 4 de infantería de línea teniendo como base para
su organización el cuadro del batallón Piura, disponiendo que la
fuerza de éste se refundiera en el batallón Nº 2 del Perú216.

15. Santa Cruz y Arenales en el norte. Crítica a la gestión de


Torre Tagle. Organización de los batallones Piura y Trujillo.
Los pueblos del Norte se adhirieron tempranamente a
la causa independentista. Y ya hemos dicho que desde mayo de
1821 se requería desde Guayaquil el auxilio de las fuerzas que se
organizaban en Piura. Lo que por entonces existían en esa vasta
región eran tropas colecticias, que tuvieron que enfrentar en esos
días brotes a favor de la causa realista. El marqués de Torre Tagle,
siendo intendente de Trujillo, exageró la real valía de esas fuerzas,
que carecían de pertrechos y de formación militar. Sucre, que las
creía adiestradas, había demandado por ello a San Martín su con-
curso, como queda antes dicho.
Tras analizar los informes de Luzuriaga y Guido que ha-
bían actuado en Guayaquil, San Martín consideró llegado el mo-
mento de hacer sentir su presencia en la región norteña y hacia
allá envió al entonces coronel Andrés de Santa Cruz, nombrán-
dolo gobernador y comandante general de armas de Piura, con
encargo de reunir tropas en el interior y adiestrarlas militarmen-
te, tanto para el servicio en el ejército libertador como para una
posible intervención en los asuntos de Guayaquil. Santa Cruz
debió partir al Norte a mediados de 1821, cuando San Martín
estaba por pasar de Huaura a Lima. Hay certeza de que se halla-
ba en Cajamarca cuando recibió la noticia de que el Cabildo de
216
Santos de Quirós, op. cit., t. I, pp. 249-250.
150
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Por orden de Santa Cruz, repicaron las campanas de Cajamarca el


28 de julio de 1821, celebrando la independencia del Perú.
Lima se pronunciaba por la independencia. El 28 de julio, en que
ella se proclamaba en la capital, Santa Cruz solicitaba permiso
a la autoridad eclesiástica para lanzar al vuelo las campanas de
Cajamarca, por tres días consecutivos, celebrando la decisión del
ayuntamiento limeño:
Cajamarca, 28 de julio de 1821.- Siendo la noticia que
acabo de recibir la más plausible, por haberse jurado en
la capital de Lima la independencia, y no debiendo ser
menor el gozo y alegría de todo este vecindario, con cuan-
tas demostraciones de júbilo sean posibles; siendo una de
ellas los repiques generales, se servirá Ud. mandar repicar
desde que reciba ésta, hasta las nueve de la noche, y en
estos tres días consecutivos en todo instante que lo haga
la matriz. Admita Ud. las consideraciones de mi aprecio.
Andrés de Santa Cruz217.
217
El destinatario fue fray Miguel Solano, cura y vicario de la provincia de
Cajamarca. Conservó este documento el doctor Curletti que lo entregó

151
Cuadernos del Bicentenario

Santa Cruz se dedicó a su tarea con mucho esmero, y re-


corriendo el interior logró reunir algunos centenares de reclutas
que condujo a Piura para su adiestramiento. Finalizando agosto
de1821 el general Arenales llegaba a Trujillo, para cumplir similar
tarea, con cargo de prefecto o presidente, a lo que sumó pronto su
ascenso a gran mariscal. No había salido aún para Lima su ante-
cesor, el marqués Torre Tagle, a quien vio “apurado por soltar la
carga y ver a su Lima”, aunque retardaba su marcha porque “estos
hombres no marchan a la ligera como nosotros […] y tienen mu-
cho tren que acomodar y conducir”. Arenales mostró inmediata
animadversión por el aristócrata, a quien achacó el desorden que
encontró en Trujillo: “no se oculta a primera vista la informalidad
y desbarajuste, mayormente en hacienda y lo militar, cuya esca-
sez de elementos presenta las dificultades o imposibilidad consi-
guientes, para arreglar, crear y organizar”218.
Siendo Arenales uno de los principales generales del ejér-
cito libertador, el haber sido alejado de Lima debió provocarle un
gran pesar, aunque mantuvo por San Martín una invariable leal-
tad. Tuvo una visión distinta de la guerra, como hemos explicado,
y expresó varias veces su disconformidad con el proceder de San
Martín, creyendo que la vieja amistad podía permitírselo. Esto no
fue así y a decir de Leguía y Martínez hubo más que ingratitud en
el flamante protector:
[…] tal nombramiento de Arenales para un puesto como
aquel, eminentemente sedentario y pasivo, tratándose de
un hombre utilísimo para la guerra, acredita nueva y con-
cluyentemente estas dos cosas, ya expuestas en otro lugar,
a saber: el ningún propósito e interés abrigado por San
Martín de activar la campaña, que, al contrario, pareció

inédito a Germán Leguía y Martínez, y éste lo publicó en su monumental


historia, t. IV, p. 396.
218
Carta del general Arenales a San Martín, Trujillo, 1 de setiembre de
1821. DASM, t. VII, pp. 347-348.
152
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

querer prolongar indefinidamente; y el deseo de alejar a


Arenales, censor, no solo probable, sino seguro, de sus
planes contemporizadores. […] Lo natural, al instaurarse
el protectorado, habría sido nombrar general en jefe del
ejército unido a Arenales […] pero sucedió que Arenales
cayó en desgracia con motivo de las terribles y fundadas
observaciones que opuso a San Martín al recibir la incon-
sulta orden de retirarse en su segunda campaña a la Sierra
[…] A la verdad que, de otro modo y por otras causas, re-
sultarían inexplicables la posposición y el arrinconamien-
to de quien tantas pruebas de valor, experiencia, acierto y
habilidad, había dado, en el Alto y en el Bajo Perú, a favor
de la independencia americana. […] La conducta de San
Martín, en este caso, envolvía a la vez ingratitud, impro-
visación, injusto desvío, resentimiento oculto y pueril, y
hasta olvido y desprecio de su personal misión en el con-
tinente219.
Hasta desliza Leguía y Martínez la suposición de que el
alejamiento de Arenales pudo haber sido uno los factores para la
conjura que algunos jefes rioplatenses tramaron contra San Mar-
tín, la que se descubrió en Lima a mediados de octubre. Como
quiera que hubiese sido, encontrando en Trujillo las arcas vacías,
Arenales dijo que recurriría en caso necesario a lo que le había
quedado de la segunda campaña a la sierra, unas doscientas on-
zas que viajaron por descuido en sus petacas220. Y sin más, se dio
a la tarea de poner en buen estado a las tropas existentes en la
región, entendiendo la inminencia de una participación en Gua-
yaquil, contando con el valioso apoyo de Santa Cruz.
Aunque ajetreado en esos afanes, Arenales repitió su de-
nuncia sobre el derroche perpetrado por su antecesor el marqués

219
Leguía y Martínez, op. cit., t. V, pp. 665-666.
220
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 1 de setiembre de 1821.
DASM, t. VII, pp. 347-348.

153
Cuadernos del Bicentenario

de Torre Tagle, que a la sazón acumulaba premios y dignidades en


Lima. Lo acusó de haber descuidado la defensa militar de su ju-
risdicción. Arenales pudo reunir muchos hombres, pero en Tru-
jillo encontró una carencia absoluta de armas, lo que dificultaba
la instrucción militar. Exigió a San Martín que se las proveyese,
sobre todo para las tropas reunidas en Piura que Sucre requería
con urgencia tras su descalabro en Huachi:
Para allí y para aquí no tengo absolutamente armas -le
escribió- […] estos escuadrones están desarmados, y los
que va a levantar Santa Cruz tampoco se podrán instruir
en el manejo por el mismo defecto, como igualmente la
infantería que creo de tanta necesidad el crearla en Piura y
más con el contraste que sufrió Sucre cerca de Quito […]
Creo indispensable una fuerza de alguna consideración
en el dicho Piura, para precavernos de las consecuencias
consiguientes a las presentes circunstancias, y Santa Cruz
me pide con exigencia también oficiales de ambas armas,
y más de infantería221.
Arenales organizó la maestranza y la armería, pero falta-
ron herramientas, y estableció una suerte de academia militar en
Trujillo, cuya férrea disciplina provocó la renuncia de los oficia-
les que habían servido a Torre Tagle, para quienes tuvo un juicio
muy severo:
Los de por acá, totalmente ignorantes y que habían creído
que solo lo eran para tirar los sueldos, en cuanto establecí
la academia de enseñanza e instrucción de oficiales, sar-
gentos y cabos de las dos armas y se les estimula a su con-
currencia, todos piden su retiro con honores, a pretexto
de enfermos222.

221
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo 11 de octubre de 1821. DASM,
t. VII, pp. 348-351.
222
Ibidem.
154
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Trujillo en los principios de la república, según dibujo de Leonce


Angrand. Hacia allá envió San Martín a Arenales, quien por sus
méritos debió haber asumido la jefatura del ejército libertador.
Al tanto de lo que sucedía en Lima, Arenales había cele-
brado la recuperación del Callao con una fiesta que le sirvió para
relacionarse con la sociedad trujillana, a fin de identificarla con
sus propósitos. Al informar de esto dejó ver una de sus aficiones:
Todo se ha celebrado aquí cuanto ha sido posible, y de un
modo que creo no habían visto estas gentes. Con decir a
usted que hasta convidé a baile general en mi casa, bailé
y bailaron todos en concurrencia de 53 damas de primer
rango. Ya podrá comprender cómo me enloquecería. Na-
die creía que estas señoras se reuniesen […] pero todas,
todas vinieron […] y con tan buena ocasión las peroré
con el modo correspondiente223.
Hubo por entonces protestas contra los gobernadores de
la anterior administración, por sus intrigas, estafas, violencias y
toda clase de arbitrariedades. Investigando esos casos, Arenales
habló de “[…] cercén de tierras, exacciones de donativos, em-
223
Ibidem.

155
Cuadernos del Bicentenario

préstitos, imposiciones y contribuciones; reclutamientos hasta


por los desertores; en todo se hacían criminales y grandes nego-
cios […] ¡Ah, estómagos como el del señor Torre Tagle!224.
Los corruptos se mantenían en sus cargos y habían con-
vertido en ramos muy lucrativos los reclutamientos y las dispen-
sas. Hubo incluso temerarios como el gobernador de Lambayeque
que intentaron involucrar al nuevo prefecto en esos turbios ma-
nejos: “No deja de escribirme Casós con petulancia, aspiraciones
vergonzosas y viles adulaciones […] no quiere acabar de conocer
que no soy marqués”225, dijo Arenales al respecto. Pero otras auto-
ridades apoyaron el reclutamiento. Teniendo a los hombres solo
faltaba convertirlos en soldados, y considerando vital la discipli-
na, Arenales alejó a los que la perturbaban:
Aquí se juntaron el triunvirato de los señores coroneles
Heres, Ortega y Cordero. Los tres son piezas de escapara-
te, pero el primero peor que ninguno: va hablando tem-
pestades contra todos nosotros y en particular contra mí
que por lo mismo no lo dejé parar aquí. También despa-
ché al segundo; y al último, que acaba de casarse con tan
buena alhaja venida de Guayaquil a este único objeto, ya
le he dicho que vaya a disfrutar del tálamo a otra parte y
se abstenga de sugestiones226.
Esos coroneles eran colombianos. Heres volvió al lado de
Sucre, quien ciertamente lo comisionaba para efectuar coordina-
ciones con algunos jefes peruanos. De otro lado, y para conte-
ner opositores, Arenales destacó patrullas hasta los confines de
Huaylas y también al interior de Maynas, luego de que el coronel
Valdivieso hiciese abandono de su puesto provocando una ries-
224
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 28 de octubre de 1821. DASM,
t. VII, pp. 352-353.
225
Ibidem.
226
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 26 de noviembre de 1821.
DASM, t. VII, pp. 357-360.
156
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

gosa acefalía. Vigiló asimismo la zona costera. Desde Huanchaco


y a bordo de la Emprendedora, había despachado a Lima “nada
menos que mil doscientos reclutas, perfectamente equipados y
listos para solo adiestrarse en determinado tiempo y entrar luego
en campaña”227. Y finalizando octubre, nuevos reclutas, además
de un buen número de caballos y mulas, esperaban buques para
ser transportados a Lima. Había logrado Arenales notorios pro-
gresos en el adiestramiento de las milicias, cuyo número llegó a
superar los trece mil hombres:
Las milicias relacionadas eran las siguientes: 1º la de Dra-
gones de Amotape, comandante el marqués de Salinas, con
390 plazas; 2º la de Infantes de Piura, comandante Casimi-
ro Silva, con 590; 3º la de caballería de Chalaco, coman-
dante L. Farfán de los Godos, con 491; 4º el regimiento de
infantería de Lambayeque, su comandante el coronel D.
Juan Manuel Iturregui, con 900 plazas; 5º el regimiento de
caballería de Ferreñafe, su comandante el coronel D. Balta-
zar Muro, con 491; 6º el escuadrón de caballería de Pacas-
mayo, comandante José M. Vértiz, con 811; 7º el batallón de
infantes de Moyobamba, comandante Juan J. Rengifo, con
722; 8º el regimiento Dragones de Caballería de Chota, su
comandante el coronel Gabriel Velarde, con 732; 9º el regi-
miento de infantes de Cajamarca, su comandante el coronel
D. Pablo Espinach, con 854; 10º el reglamento de Dragones
de Huambos, comandante D. Diego M. Orrego, con 1058;
11º el escuadrón de caballería de Querecoto, comandante
M. V. Machuca, con 799; 12º el regimiento de Dragones de
San Marcos, su comandante el coronel D. Mariano Taboa-
da, con 638; 13º el regimiento de caballería de San Pablo,
su comandante el coronel don Manuel Castañeda y Mar,
con 733; 14º el batallón de infantes de Huamachuco, su
comandante el coronel don Pablo Diéguez, con 2260; 15º
227
Leguía y Martínez, op. cit., t. V, p. 665.

157
Cuadernos del Bicentenario

el regimiento de infantería de San Antonio de Cajamarca


[Llama, en Chota], su comandante el coronel don Joaquín
Pérez, con 944; y 16º los dos cuerpos de Trujillo, a saber: el
batallón de infantería mandado por el comandante D. Juan
A. Ochaeta, con 383 plazas; y el regimiento de caballería
capitaneado por el comandante D. G. de La Torre, con 399.
Total: 13,182228.
Tardaba San Martín en atender las demandas de apo-
yo y en sus respuestas repetía de continuo estar muy enfermo,
pero por esos días realizaba una intensa actividad en Lima. El
1 de noviembre Arenales le pedía la remisión de instructores
y armas, diciendo que dos columnas realistas se movían sobre
Piura: “Urge infinito vengan oficiales y clases de las tres armas
y el armamento para Piura, pues según los avisos venían los
González desde Loja y Aymerich debía seguir a ocupar la cos-
ta de Piura”229. El movimiento de los realistas era preocupan-
te, pero a Arenales le preocupaba también la presencia de los
colombianos y dijo que agentes de Bolívar actuaban en Piura,
Paita y Lambayeque. Sucre, al ser puesto al corriente de ello, lo
rechazó enérgicamente230.
Finalizando noviembre desembarcaba en Huanchaco un
escuadrón del regimiento Granaderos a Caballo y llegaban final-
mente armas, pertrechos y útiles. Arenales, que estaba algo en-
fermo, agradeció a San Martín y dijo estar decidido a formar más
batallones para las campañas que se avecinaban:
[…] conviene crear y aumentar aquí toda la fuerza posi-
ble, pues si siguiesen los motivos para el temor de enemi-
gos, tendré aquí con qué resistirlos o emprender ofensiva
228
Leguía y Martínez, op. cit., t. V, pp. 667-668.
229
DASM, t. VII, pp. 355-356.
230
Carta de Antonio José de Sucre al mariscal de campo Juan Antonio Ál-
varez de Arenales, cuartel general de Babahoyo, 2 de noviembre de 1821.
DASM, t. VII, pp. 356-357.
158
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Tuvo por entonces intenso trajín el puerto de pescadores de Huan-


chaco. Navíos de gran tamaño se acercaban a sus costas para embar-
car y trasladar tropas, armas y otros productos necesarios para la
guerra. Por allí llegó también San Martín a principios de 1822, en su
primera e infructuosa búsqueda de una entrevista con Bolívar.

contra ellos, sin necesidad de desmembrar tropa del ejér-


cito para ello231.
Estaba ya formado el batallón Trujillo y el de Piura ha-
bía sido reorganizado, cada uno con 800 efectivos; y el escuadrón
Cazadores de Paita y otros tres reunían 720 plazas. Facultado por
San Martín, pudo entonces Arenales poner a disposición de Sucre
esas fuerzas.
16. Presencia peruana en la independencia de Quito.
A la sazón, la columna realista del comandante González,
después de haberse movido al sur de Loja, contramarchaba a Am-
231
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 26 de noviembre de 1821.
DASM, t. VII, pp. 357-360.

159
Cuadernos del Bicentenario

bato para plegarse a la del general Tolrá, que jaqueaba Guayaquil


desde Cuenca y a la del brigadier Aymerich movilizado desde
Quito, donde había hecho su entrada el mariscal de campo Juan
de la Cruz Mourgeón y Achet, nombrado presidente de Quito
y capitán general del Nuevo Reino de Granada. Este personaje
nunca logró tomar posición efectiva de ese virreinato, en gran
parte ya liberado por Bolívar. Vino a América con el aval de los
constitucionalistas españoles, desembarcó en Puerto Cabello y
con una pequeña fuerza siguió a Panamá, donde recurriendo a
los fondos eclesiásticos alistó 800 hombres, con los que se em-
barcó para Guayaquil. La presencia de Cochrane en esas costas lo
obligó a desembarcar en Atacames, desde donde emprendió una
penosa marcha ascendiendo el altiplano para bajar por la selva
amazónica, llegando a Quito el 24 de diciembre de 1821. Prohi-
bió que se festejara su entrada y su primer acto de gobierno fue
instaurar el régimen constitucional; liberó prisioneros, cambió a
los miembros del cabildo, mostró un trato benévolo con los indí-
genas y ofreció la libertad a los esclavos que se plegasen a su ejér-
cito. Llegaba tarde y duraría poco; las tropas que reconocieron su
mando ya no podrían resistir el empuje de los independentistas,
y él no llegaría a ver el desenlace de esta campaña.
La División Peruana al mando de Santa Cruz se une en
Saraguro con las fuerzas de Sucre.
Se disponía Arenales a inspeccionar Lambayeque y Ca-
jamarca cuando recibió comunicaciones de Sucre solicitándole
mover sus batallones sobre Loja, a pesar de haber acordado el 20
de noviembre un armisticio de noventa días con los realistas. Aun
desconfiando de Sucre, el 1 de diciembre Arenales ordenó a Santa
Cruz tener listo el batallón Piura para emprender la marcha, con
instrucciones de mantenerse en observación y solo proceder en
caso necesario. Dispuso asimismo el embarque en Huanchaco del
batallón Trujillo y los Granaderos a Caballo, los que desembarca-
dos en Paita seguirían a Piura. Toda esa fuerza, que iba a deno-

160
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

minarse División Peruana, sumaba entonces unos mil efectivos.


No asumió Arenales su mando aduciendo motivos de salud, pero
dijo estar preparado para cualquier contingencia. Y puso en co-
nocimiento de Sucre haber ordenado la movilización ignorando
lo del armisticio. El jefe colombiano se cuidó de explicar al go-
bierno peruano que no lo contravenía; e insistió en la necesidad
de asentar una base de operaciones en la sierra,
[…] un punto de la república [que] sea testigo de la reu-
nión de las armas peruanas, argentinas y colombianas. La
estipulación del armisticio no es un obstáculo a la opera-
ción, fundado aquel sobre la esperanza de la paz, y estando
nosotros amenazados de la invasión, que se nos anuncia,
del general español Cruz Mourgeón, recientemente llega-
do de la península a Panamá, como virrey de Santa Fe 232.
Sucre anunció que marcharía sobre Cuenca y escogió
esa localidad para el encuentro entre ambas fuerzas. Propuso a
Arenales como general en jefe del ejército, por ser el de mayor
graduación; pero contradictoriamente se reservó el mando de la
campaña. Sugirió a la división peruana alcanzar Loja antes de que
arreciasen las lluvias, y comisionó a Heres para presentarse en
Piura ante Santa Cruz, con instrucciones de suscribir un conve-
nio, facultándolo para que a nombre de Colombia aceptase cubrir
los gastos de la División Peruana, si así era requerido. Explicaría
además la inutilidad del armisticio:
[…] manifestará al señor coronel Santa Cruz la situación
actual de nuestros negocios en la extensión de la repúbli-
ca; los motivos que nos indujeron a celebrar los armis-

232
Carta de Sucre al ministro de guerra del Perú. Guayaquil, diciembre
14 de 1821. En: Colección de los tratados, convenciones, capitulaciones, armisticios y
otros actos diplomáticos y políticos celebrados desde la independencia hasta el día, por
Ricardo Aranda. Publicación Oficial del Ministerio de Relaciones Exterio-
res (1892). Lima: Imprenta del Estado, t. III, pp. 328-329. En adelante:
Colección Aranda.

161
Cuadernos del Bicentenario

ticios con el jefe español de Quito; las ventajas que ellos


nos han producido; y nuestros derechos a quebrantarlos
ahora mismo, si nos conviniere, respecto a que el motivo
primario del convenio, que fue obtener la paz, ha cesado
en el hecho, desde que se nos amenaza de una invasión
por el general español Cruz Mourgeón233.
El 17 dirigió Sucre una comunicación al general Francisco
de Paula Santander, vicepresidente de Colombia, explicando que
la toma de Cuenca que proyectaba no contravenía sus órdenes de
permanecer a la defensiva, pues tenía previsto lograrlo sin com-
prometer batalla. Escogía Cuenca por contener recursos, permi-
tir una mejor defensa y ser el punto idóneo para el encuentro con
la División Peruana, para cuyo jefe tuvo frases laudatorias:
El señor coronel Santa Cruz […] es buen oficial, muy afec-
to a la república, muy dedicado al servicio, y muy ansioso
de concurrir a la campaña de Quito234.
No se equivocaba Sucre al emitir ese juicio, pues a pe-
sar de las instrucciones recibidas de Arenales nunca ocultó Santa
Cruz su anhelo de participar en la campaña por la independencia
de Quito, incluso en los días en que las relaciones entre los go-
biernos del Perú y Colombia se tornaron tensas:
Las disposiciones que encontré en el gobernador de Piura,
coronel Andrés Santa Cruz, me dieron grandes esperan-
zas de conseguir un refuerzo de tropas del ejército liber-
tador del Perú, y aunque aquel jefe no tenía órdenes ter-
minantes, se prestó, sin embargo, a la empresa de invasión
en la provincia de Cuenca por puro patriotismo y deseos
de combatir. Estando disponiéndonos para movernos, re-
233
Estas Instrucciones fueron libradas en el Cuartel General de Guaya-
quil, el 12 de diciembre de 1821. La razón asistía a Sucre, pues Cruz
Mourgeón marchaba con refuerzos tal como hacía Santa Cruz, en pleno
armisticio. Colección Aranda, t. III, pp. 331-332.
234
Colección Aranda, t. III, pp. 329-331.
162
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

cibo despachos de S.E. el protector del Perú, por los cuales


pone a mis órdenes las tropas de Piura, constantes actual-
mente de 1,200 hombres235.
Tal escribía Sucre al vicepresidente de Colombia general
Santander el 22 de enero de 1822. Santa Cruz haría mucho más,
pues en plena campaña, sabedor de la escasez de fondos de la caja
militar de Sucre, cedió la mitad de su sueldo mensual para cola-
borar al pago de las tropas aliadas, ofreciendo además igual des-
prendimiento de sus oficiales, si así se le indicaba236. Al aceptar el
convenio propuesto por Sucre, se había convenido que las fuerzas
peruanas, al entrar en el territorio de la antigua presidencia de
Quito, percibirían de Colombia un sueldo igual al que ganaban
en el Perú, y que las bajas que pudiesen tener en la campaña se-
rían cubiertas con soldados colombianos.
El 15 de enero partió Santa Cruz de Piura por la ruta de
Tambogrande, Yuscay, Las Lomas, Suyo y La Tina, para cruzar lue-
go el río Macará y seguir por Sabiango, Sosoranga, Cariamanga,
Conzanama y El Puente, antes de llegar a Loja, localidad donde se
estacionó por varios días, a la espera de noticias de los colombianos.
Cuatro cuerpos nacionales formaban la División Perua-
na: el batallón Nº 2 Trujillo; el batallón Nº 4 Piura; y dos escua-
drones de Cazadores a Caballo, el Paita y el Trujillo, todos “ex-
clusivamente compuestos de peruanos”. A ellos se agregaba “un
escuadrón del veterano y glorioso regimiento rioplatense de Gra-
naderos a Caballo de los Andes”, a las órdenes del sargento mayor
Juan Lavalle. En total 1,622 hombres237.
Sucre, por su parte, con poco más de mil hombres y a bor-
do de pequeñas embarcaciones, dejó Guayaquil el 23 de enero,
235
Colección Aranda, t. III, pp. 333-334.
236
Carta del Comandante General de la División del Perú al Señor Ge-
neral J. A. de Sucre. Cuartel general en Cuenca, a 15 de marzo de 1822.
Colección Aranda, t. III, pp. 334-335.
237
Cifras consignadas por Leguía y Martínez, op. cit., t. V, p. 682.

163
Cuadernos del Bicentenario

pasando a Machala desde donde tomó el camino a Saraguro. Co-


nocida la proximidad de los colombianos, Santa Cruz dejó Loja y
siguió por Las Juntas y San Lucas, alcanzando el 9 de febrero Sa-
raguro, donde confluyeron ambas fuerzas “entre grandes aclama-
ciones y transportes de alegría”, según relata Leguía y Martínez.
Tenía el ejército aliado en sus filas, además de peruanos y
colombianos, a veteranos guerreros de diversas nacionalidades,
argentinos, británicos y franceses. Sucre asumió la comandan-
cia general de ese ejército, reconociendo como su segundo en el
mando a Santa Cruz.
Dificultades en el campo realista.
Días antes, la división del general Tolrá, con cerca de mil
hombres, se había movido de Cuenca a Jirón creyendo que solo
tenía a los colombianos aproximándose. Los creía desmoraliza-
dos, tras la derrota de Sucre en Huachi, y quiso enfrentarlos; pero
al saber en Jirón que los peruanos habían cruzado el Macará, con-
tramarchó de inmediato a Cuenca, a la espera de ser reforzado
por Cruz Mourgeón desde Quito.
Informado de ese movimiento, el alto mando patriota de-
cidió atacar a los situados en Cuenca antes de que fuesen reforza-
dos. No hubo descanso en Saraguro pues el 11 de febrero se em-
prendió la marcha por el camino de Oma y Nabón que conducía
a Jirón y Tarqui. La División Peruana iba a la vanguardia, y abría
camino el batallón Trujillo, integrado por trujillanos y lambaye-
canos, como bien apunta Germán Leguía y Martínez238. Tras ocho
días de marcha. todo el ejército aliado acampó en Tarqui.
Sabido ello por el general Tolrá, evacuó Cuenca el día
20, tomando en Cañar el camino que llevaba a Quito. El 21 los
patriotas ocupaban Cuenca, la antigua Tumipampa de los Incas,
cuya población se pronunció por la independencia. En el reco-
rrido se habían presentado muchos voluntarios, con los que se
238
Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 407.
164
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Juan de la Cruz Mour-


geón, el último capitán
general de la Nueva Gra-
nada. Apenas llegado
instauró el régimen
constitucional, liberó
prisioneros, mostró un
trato benévolo con los
indígenas y ofreció la li-
bertad a los esclavos que
se plegasen a su ejército.
Hubiese sido interesan-
te ver en América un
gobierno español liberal,
pero la muerte se llevó
pronto a este reformista.

formó un cuerpo de quinientos hombres. Además, partidas de


guerrilleros hostilizaban la marcha de Tolrá. A ellos se agrega-
ron refuerzos llegados desde Piura, nada menos que doscientos
soldados de línea. Sucre movió el 22 sobre Cañar una fuerza con-
junta de peruanos, argentinos y colombianos, todos de caballería,
siguiéndolos el 23 el batallón Trujillo. La orden era ocupar esa lo-
calidad, que Sucre quería como base de operaciones sobre Quito.
Tolrá se creyó derrotado de antemano, y no recibiendo
refuerzos de Quito solicitó a Cruz Mourgeón que lo sustituyera.
Pero la salud de éste agravó por esos días, como secuela de la gra-
ve caída que sufriera en su accidentado viaje a Quito. Y la noticia
no tardó en conocerse en el campo independentista: “Mourgeón,
muy enfermo y medio tísico, ha encargado la dirección de la gue-
rra a Tolrá, que no está muy contento según la comunicación que

165
Cuadernos del Bicentenario

se ha sorprendido”239. Tolrá se retiró a Alausí, posición que alcan-


zó el 26, al tiempo que Sucre enviaba sobre él al batallón Yagua-
chi; entonces, aduciendo el agravamiento de una antigua herida,
Tolrá presentó su renuncia, siendo reemplazado por el coronel
Nicolás López, que de inmediato se presentó en Alausí replegan-
do las tropas hasta Riobamba, sufriendo en el tránsito muchas
deserciones.
Tardía reacción de San Martín ante las pretensiones
colombianas sobre Guayaquil.
Cuando el panorama se presentaba propicio para los pa-
triotas sobrevino un trance que, además de interrumpir duran-
te varios días las operaciones en desarrollo, estuvo por provocar
un rompimiento entre San Martín y Bolívar. A finales de 1821,
aunque envuelto en una crisis política, el protector iba a mostrar
una creciente pero tardía preocupación por el asunto de Guaya-
quil. Sus comisionados en esa provincia le informaban sobre las
apetencias colombianas, y como las cartas cursadas a Bolívar no
parecían solucionar nada, San Martín le propuso una entrevista.
La situación se había tornado inquietante, al pronunciarse Puerto
Viejo a favor de su anexión a Colombia.
Pero no solo quería San Martín dilucidar con Bolívar el
destino de Guayaquil, sino también alcanzar un acuerdo sobre
las operaciones militares que se proyectaban en Quito y el Perú,
y fijar en definitiva la forma de gobierno que debían adoptar las
naciones independientes240.
Originalmente, se fijó el encuentro para la segunda sema-
na de febrero, y por eso el 19 de enero de 1822 San Martín de-
signó al marqués de Torre Tagle como Supremo Delegado, para
que ejerciese funciones de gobierno mientras durase su ausen-

239
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuenca, 14 de marzo de 1822. DASM,
t. VII, p. 371- 373.
240
Mitre, op. cit., t. III, p. 157.
166
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

cia. El 7 de febrero el ministro Monteagudo recibía en Lima un


informe de los comisionados peruanos en Guayaquil, mariscal
José de La Mar y general Francisco Salazar, quienes participaban
tener la certeza de que Bolívar proyectaba la creación de un gran
estado que abarcase todo lo que había sido de la Nueva Granada
e incluso sus posesiones aledañas, y que había comunicado a la
junta gubernativa de Guayaquil que enviaba con Sucre tropas au-
xiliares en la certidumbre de que esa provincia sería incorporada
a Colombia. Su “lenguaje amenazador”, decían los comisionados
peruanos refiriéndose a las comunicaciones de Bolívar,
no deja campo para dudar que las miras de aquel jefe son
de conseguir a todo trance la incorporación de esta pro-
vincia a su república, que debe verificarse muy en breve,
por no tener estos habitantes cómo oponerse al cuerpo
del ejército que viene en marcha con este objeto241.
Ese ejército era el que Bolívar pensaba conducir desde
Buenaventura. San Martín debió conocer ello cuando el 8 de fe-
brero se embarcó para Guayaquil y solo al recalar en Huanchaco
recibió comunicaciones de Sucre informándole que Bolívar, en
vez de pasar a Guayaquil, había tomado el camino de Pasto, en
razón de circunstancias imprevistas.
Como primera reacción, San Martín instruyó a Arenales
para que ordenara el inmediato regreso de Santa Cruz. Y sin más
regresó a Lima, adonde llegó el 2 de marzo. Arenales, que tuvo
con él una breve entrevista en Huanchaco, investía ahora el rango
de gran mariscal y la jefatura del estado mayor general, pero por
debajo del general Rudecindo Alvarado, elevado a la comandan-
cia general del ejército, otro desacierto de San Martín.
Sucre, como suponiendo que los avances de Bolívar res-
pecto a Guayaquil habían ofendido a San Martín, desde su cam-
pamento en Cuenca escribía a Monteagudo el 28 de febrero,
241
Informe citado por Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 412.

167
Cuadernos del Bicentenario

informándole que las tropas del Perú y Colombia estrechaban


vínculos fraternos:
Hermanos y amigos, se lisonjean con orgullo de haber
unido sus estandartes […] Al levantar nuestros pabellones
sobre las torres de Quito, el Perú, su gobierno y sus tropas
merecerán nuestra más eterna gratitud242.
En situación tan complicada, Olmedo deploró que San
Martín no avanzase a Guayaquil estando cerca, porque allí lo
peor estaba por estallar. La salida de las tropas de Sucre había
aquietado aparentemente la situación, pero agentes de Bolívar,
que habían estado en el Perú, empezaron a presionar en Guaya-
quil su incorporación a la Gran Colombia243.
Apenas reinstalado en Lima, San Martín ordenó a Montea-
gudo el envío de nuevas instrucciones a La Mar, a fin de que apoya-
se el repliegue de la división Santa Cruz. Lo disponía “para sostener
con energía la independencia absoluta de Guayaquil, si su voluntad
es conservarla; o bien replegarse a los límites del departamento de
Trujillo, si prefiriese ceder a las indicaciones del libertador”244.
Esas instrucciones se despacharon desde Lima el mismo
día de su llegada, enviándose además otro oficio a Arenales para
que repitiese a Santa Cruz la orden de regresar a Guayaquil y po-
nerse a órdenes de La Mar, “cualquiera que fuere el punto donde
se encontrase”245.
Es posible que Santa Cruz recibiese la comunicación de
Arenales con alguna tardanza (repárese en la distancia de Trujillo
a Cuenca, la correspondencia iba de mano en mano, por los pun-

242
Oficio de Sucre a Monteagudo, Cuenca, 28 de febrero de 1822. Publi-
cado en la Gaceta de Lima del 6 de abril de 1822.
243
Carta de Olmedo a San Martín, Guayaquil, 22 de febrero de 1822.
DASM, t. VII, pp. 433-435.
244
Mitre, op. cit., t. I, p. 260.
245
Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 413.
168
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

tos y postas del tránsito) y que no se le diese detalles sobre la gra-


vedad del diferendo; aunque también cabe suponer que estaba al
tanto del mismo y que demoró su respuesta mortificado porque
el gobierno ordenaba su reemplazo por La Mar y la retirada en
plena ofensiva. Sea como fuere, su respuesta fechada en Cuenca
el 26 de marzo distó de ser la que esperaba Arenales:
Mi amado general: por mi comunicación de ayer se im-
pondrá usted del buen principio que ha tenido la cam-
paña […] Mucho ha convenido a este buen principio la
celeridad de nuestras operaciones, así para hacer la reu-
nión de las divisiones coligadas, como para echar de esta
provincia a los enemigos […] Con este motivo ha llega-
do ya tarde la advertencia de usted para que detenga mis
marchas a esperar al señor La Mar antes de hacer la reu-
nión, pero siempre llega a buen tiempo a encargarse del
mando que le entregaré luego que se presente; pues así lo
dispone S. E. y usted. Me persuado de que esta medida
sea dictada por miras políticas del gobierno y no por un
desaire a mí, a que creo no haber dado lugar como no lo
daré jamás […] No se me ocurre más que desear a usted
salud y suplicarle que, si con la venida del señor La Mar se
me considera inútil, tenga usted a bien separarme de la di-
visión a cualquiera otra parte, en el supuesto que en todas
quedará llenado mi deber y usted satisfecho de la ingenui-
dad y honradez con que me repito su más adicto amigo y
servidor que sus manos besa. Andrés Santa Cruz246.
Informó también Santa Cruz que existía armonía entre
peruanos y colombianos, y dijo estar a la espera de los nuevos
refuerzos que se le remitirían desde Piura:
[…] aguardo a don Florentino con el segundo escuadrón
de Cazadores que ya lo supongo completo de montone-
ros (¿monturas?) y demás que le faltaban; es conveniente
246
DASM, t. VII, pp. 363-365.

169
Cuadernos del Bicentenario

su pronta venida porque la general fuerza enemiga es


la caballería; y ya nosotros podemos montar bien la
nuestra”247.
La alusión a “montoneros” debió haber sido una errata;
pero no puede descartarse que llamase así a los milicianos del
interior de Piura, base de los escuadrones patriotas. Arenales es-
cribía por esos días que doscientos reclutas y doscientos Dragones
se encontraban listos en Huanchaco, a la espera de un navío que
los condujese a Paita, para desde allí seguir la marcha por tierra.
Con la remisión de esos hombres, dijo, “se completan novecien-
tos cuarenta”248.
Victoria aliada en Tortolillas.
En tanto iban y venían esos correos, los realistas acampa-
dos en Riobamba recibían el refuerzo enviado por Cruz Mour-
geón. Con esto, ese ejército alcanzó los 1,500 efectivos, organiza-
dos en tres batallones y tres escuadrones, en tanto permanecían
en Quito de 600 a 800 hombres249. Fortalecido así el coronel Ló-
pez, envió una fuerza de 200 Dragones hacia la villa de Guamote,
avance que fue advertido por una patrulla independentista que
recorría la llanura adyacente. Conformaban esta patrulla solo 70
hombres, entre ellos un piquete de los Cazadores de Paita, que
viendo al enemigo desprevenido cargó sobre él en la mañana del
8 de marzo, poniéndolo en fuga y tomándole armas y prisioneros.
Una partida de 25 Granaderos del Perú, y 35 Dragones de
Colombia acometió el 8 de éste, a 200 [de a] caballo que
hacían la gran guardia enemiga en el punto de Tortolillas;
el resultado fue batirlos y dispersarlos completamente,
matándoles algunos y tomándoles 12 prisioneros, 32 lan-
247
Ibidem.
248
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 13 de marzo de 1822. DASM,
t. VII, pp. 368-369.
249
Carta de Arenales a San Martín, Trujillo, 14 de marzo de 1822. DASM,
t. VII, pp. 371-373.
170
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

zas y 23 carabinas, sin más desgracia que la de 8 heridos


que tuvimos250.
Destacó Santa Cruz la actuación del teniente Manuel La-
tus, quien comandó la carga de los granaderos, y el 15 de marzo
Sucre saludó este primer suceso en que tuvieron “una parte igual
cuerpos del Perú y Colombia”251, repitiendo lo que un día antes
había informado Santa Cruz: “Hemos tenido cerca de Riobamba
una accioncilla muy ventajosa […] y en ella se ha observado la no-
ble emulación que hay entre los soldados del Perú y Colombia”252.
Pero la coyuntura no era alentadora para la alianza. El
Piura tuvo desertores, por lo que incorporó algunos hombres en
Loja y Cuenca. La caballería también tuvo bajas y se esperaba cu-
brirla con peruanos: “Aún no me ha llegado el segundo escuadrón
de Cazadores que según mis órdenes ya tarda mucho”, escribía
Santa Cruz el 14 de marzo, añadiendo que aguardaba “la compa-
ñía de Campos y demás” ofrecidas por Arenales.
Entretanto, enviaba un comisionado por el camino de
Piura en busca de los desertores. Reservadamente, informaba a
Arenales que los de Sucre daban por hecho la incorporación de
Guayaquil a Colombia, pero que se expresaban moderadamente
con respecto al Perú; y añadió que por ello, obraba en todo con la
cautela que era necesaria253.
Santa Cruz anuncia el repliegue de la División Peruana, pero
llega contraorden desde Lima.
En la siguiente semana llegaron a Cuenca el segundo es-
cuadrón de Cazadores de Piura y la Columna de Maynas. Eran los
250
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuartel general de Cuenca, 14 de mar-
zo de 1822. DASM, t. VII, p. 370.
251
Oficio de Sucre a Monteagudo, 14 de marzo de 1822. Citado por Le-
guía y Martínez, t. VI, p. 411.
252
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuartel general de Cuenca, 14 de mar-
zo de 1822. DASM, t. VII, p. 372.
253
Op. cit., pp. 372-373.

171
Cuadernos del Bicentenario

esfuerzos que Santa Cruz había estado esperando, pero estaban


mermados, a consecuencia de haber sufrido muchas desercio-
nes en el tránsito. El mando de ambos cuerpos fue confiado al
teniente coronel Antonio Sánchez, separando al teniente coro-
nel Francisco Villa de quien se dijo era faccioso, un “diablo muy
malo”254. A cambio de ello, Santa Cruz dio plaza en el batallón
Piura al subteniente Joaquín Torrico y al capitán de navío Gaspar
de Monterola.
Como en el campamento se recibieran comunicaciones de
Bolívar y otros jefes asegurando que las operaciones en Pasto es-
taban muy adelantadas, Santa Cruz preguntó a Arenales si debía
emprender el regreso en caso de presentarse aquel. Y hasta pro-
puso hacerlo por mar, embarcándose en la ría de Guayaquil, por-
que retirarse por tierra era exponerse a perder media división255.
Parecía haber cambiado de opinión respecto a los colombianos,
y acatando las instrucciones trasmitidas desde Lima y Trujillo, se
presentó ante Sucre para anunciarle que se disponía a ordenar el
inmediato repliegue de la División Peruana.
Replicó Sucre que no podía admitirlo, que el gobierno
del Perú no le había dado ninguna indicación al respecto y que
si Santa Cruz insistía en ordenar el repliegue de los peruanos, se
vería impelido a hacer uso de la fuerza para impedírselo. Agre-
gó que en todo caso, exigía a cambio de ese repliegue, la pre-
sencia en Cuenca del batallón Numancia, que seguía en el Perú.
Ante la perspectiva de un choque fratricida teniendo cerca al
enemigo común, Santa Cruz convocó una junta de guerra, la
que tomó el acuerdo de esperar órdenes más precisas de Lima
y que mientras éstas llegaban, proseguirían la campaña. Santa
Cruz fue contrario a esta resolución, pero la tuvo que admitir,

254
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuenca, 26 de marzo de 1822. DASM,
t. VII, p. 363-365.
255
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuenca, 29 de marzo de 1822. DASM,
t. VII, p. 374-375.
172
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

considerando que Sucre podía tener una reacción violenta. Eso


fue lo que comunicó a Arenales, manifestando sentirse enfermo
aunque pronto a reemprender la marcha. Siendo ahora Arenales
gran mariscal del ejército de la patria, Santa Cruz le daba un
trato deferente:
Ilustrísimo y honorable señor presidente.– He recibido la
orden de V.S.I. de 13 del pasado y la de S.E. el supremo
delegado, conducida por expreso en circunstancias que
siguiendo el orden de campaña tenía avanzados el bata-
llón número 2, el primer escuadrón de Cazadores y parte
del de Granaderos, y deseando reunirlos en el momento
para dar el debido cumplimiento a lo ordenado, he tocado
todos los medios que han estado a mi alcance reservando
solo el de la fuerza, por parecerme extremo para vencer
la fuerte oposición que me ha presentado el señor Sucre,
fundado en su comprometimiento en las órdenes de S. E.
el Protector, en la combinación hecha y en la exigencia a la
retribución del batallón Numancia […] Yo creo que V.S.I.
no desaprobará el que haya preferido un mal a otro mayor
como el rompimiento256.
Santa Cruz admitió haberse sentido irresoluto en esa cri-
sis, colocado ante dos alternativas sin saber cuál era peor, y que
por eso convocó a la junta de guerra contrariando la orden recibi-
da. “Pero, mi general, ¿qué hacía en tal caso?”, escribió a Arenales
en un tono menos solemne: “Un rompimiento no me ha parecido
ni prudente, ni conveniente a la causa general”. El imprudente
pudo haber sido Sucre, que a decir de Santa Cruz se mostró re-
suelto a oponérsele por cualquier medio.
De Guayaquil hubo también quienes pidieron a Sucre no
permitir el retiro de la División Peruana. Con todo, Santa Cruz
le decía a Arenales que si le reiteraba la orden “a toda costa” se
256
Carta de Sucre a Arenales. Cuartel general de Cuenca, 2 de abril de
1822. DASM, t. VII, pp. 380-381.

173
Cuadernos del Bicentenario

replegaría, y hasta agregó: “aún tengo la esperanza de ponerme


en retirada antes de recibirla”. En realidad, Santa Cruz anhelaba
batir a los realistas en Riobamba, y luego emprender la contra-
marcha:
Desde Riobamba tengo camino corto para Guayaquil,
y de allí es muy fácil y pronto el pasaje a Paita, o don-
de convenga […] Desde el presente mes bajan las aguas
y queda abierto este camino que puedo hacerlo en una
cuarta parte de tiempo que el de Piura […] Con esta fe-
cha paso la orden a Piura para que retenga los bayeto-
nes, plata y demás remitido por usted hasta nueva or-
den mía. Estoy muy enfermo, mi general, y solo la grave
responsabilidad que tengo sobre mí, pudiera hacerme
entender en estos asuntos y seguir las marchas, como lo
haré mientras pueda pararme: ojalá viniera el general La
Mar257.
En Lima, entre tanto, entendiendo que el convenio firma-
do en Piura estipulaba que Sucre tenía el mando en campaña, se
había revocado la orden de repliegue; y a petición de Olmedo se
mantuvo a La Mar en Guayaquil, porque si se le enviaba al fren-
te incomodaría a Sucre, que tenía menos graduación. El asunto
era evitar cualquier desavenencia, toda vez que la entrevista entre
San Martín y Bolívar solo se había postergado.
Arenales quemó alguna carta de Santa Cruz, lo que éste
agradeció vivamente, pues debió contener algo que era mejor
ocultar. Arenales, además, consintió en esos días que pasase a
Cuenca su joven hijo el ingeniero y sargento mayor José Arena-
les, quien lo había acompañado en todas sus campañas, haciendo
anotaciones, copiando documentos y dibujando los croquis que
publicaría en su famosa Memoria. Lo recibió Sucre en su tien-
da, escribiendo alborozado al gran mariscal: “Me ha sorprendido
257
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuenca, 3 de abril de 1822. DASM, t.
VII, pp. 382-384.
174
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

mucho que un hijo de usted venga a acompañarme en esta cam-


paña; y yo me haré un deber de corresponder en él los importan-
tes servicios con que me ha honrado su padre”258.
Batalla de Riobamba
Tenía Santa Cruz parte de sus fuerzas en vanguardia y
uno de sus cuerpos de caballería, al mando del coronel Ibarra,
hostilizaba los puestos avanzados del enemigo en las cercanías
de Riobamba. En un encuentro dispersó a un escuadrón realista,
tomándole doce prisioneros. Por entonces, asumió el mando del
batallón Trujillo el recién ascendido teniente coronel Félix Ola-
zábal, luego de que fuera llamado a Lima el coronel Urdaneta, su
anterior jefe. Estando todavía en Cuenca, Santa Cruz fue autori-
zado desde Lima para continuar la campaña:
[…] yo no quedé contento hasta que recibí la contraorden
con fecha del 12 en que se me ordenó terminantemente
que aun cuando me hallase en retirada, volviese a seguir
la operación259.
Creía Santa Cruz que la guerra se decidiría en Riobam-
ba sin tener que pasar a Quito. Entretanto, supo que las damas
de Piura habían hecho erogaciones a favor de la causa indepen-
dentista, por lo que les trasmitió por escrito su gratitud, con una
especial mención a doña Luisa Godoy. Por esos días, Arenales
le anunció que dejaba el mando en Trujillo y que solo esperaba
algún navío para embarcarse.
El 14 de abril, desde Cuenca, se reanudó la marcha del
ejército aliado, con la División Peruana siempre en vanguardia.
Ésta, según datos de Arenales, la conformaban 1,466 combatien-
tes, sin contar algo más de un centenar de reclutas, que recién

258
Carta de Sucre a Arenales. Cuenca, 29 de marzo de 1822. DASM, t.
VII, pp. 376-377.
259
Carta de Santa Cruz a Arenales. Cuenca, 14 de abril de 1822. DASM,
t. VII, pp. 384-386.

175
Cuadernos del Bicentenario

recibían instrucción260. A ellos se sumó un escuadrón de húsares


y doscientos reclutas que envió Arenales poco antes de dejar la
prefectura. Santa Cruz, que tenía una pierna muy adolorida, que-
dó algo rezagado.
Faldeando la cordillera occidental en la ruta hacia Rio-
bamba, Sucre se cuidó de mantener comunicaciones con Gua-
yaquil y con Quito. En esta ciudad, el 8 de abril, había falleci-
do el capitán general Cruz Mourgeón, recayendo el mando en el
brigadier Melchor de Aymerich, que reasumió la presidencia de
Quito. Con ello, el virreinato de Nueva Granada podía darse por
extinguido.
Sucre recibió en la segunda semana de abril un nuevo
contingente de tropas colombianas, entre ellas las del batallón
Alto Magdalena cuyo jefe era el joven general José María Cór-
doba. El ejército aliado se movió escalonadamente a Alausí, y en
Tixán, el día 15, su vanguardia tuvo un encuentro con las avanza-
das realistas, que se replegaron rápidamente. Cuatro días después,
esa vanguardia tuvo a la vista Riobamba, hacia donde se dirigió
descendiendo por la quebrada de San Luis, difícil paso donde el
enemigo, de haberse presentado, hubiese podido causar un daño
considerable. Pero los realistas se limitaron a situar una fuerza en
las colinas cercanas, que se retiró al ver el avance de los Grana-
deros de Colombia. La noche de ese 19 se reincorporó al grueso
del ejército el coronel Santa Cruz, repuesto ya de su enfermedad.
El día 20 se presentó lluvioso y Sucre ordenó un breve
descanso, mientras llegaba la artillería que venía a retaguardia.
En la tarde se reemprendió la marcha por las alturas de Punín,
cruzándose al día siguiente el puente de Pantás. Los realistas, sin
presentar resistencia, retrocedían a la ciudad de Riobamba, aban-
donada ya por sus pobladores.

260
Carta de Arenales a San Martín. Trujillo, 14 de abril de 1822. DASN,
t. VII, pp.387-389.
176
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

El 21, en San Luis, el ejército aliado formó en orden de ba-


talla, sin que el enemigo aceptase el reto. Sucre decidió entonces
situarse a la izquierda de la ciudad, buscando impedir la probable
aparición de refuerzos enemigos por el camino que venía de Qui-
to. Los realistas, favorecidos por una lluvia torrencial, comenza-
ron a retirarse cruzando las calles de la ciudad pueblo. Al cesar
repentinamente la tempestad, Sucre dio orden de darles alcance,
y los escuadrones de caballería, dejando atrás a la infantería, em-
prendieron ataque:
Resonaron los clarines de guerra y los jinetes libertadores
partieron al escape, despedidos por los gritos de ¡Viva el
Perú! y ¡Viva Colombia!, lanzados al espacio por la infante-
ría y devueltos por los ecos de los montes circundantes261.
Pero el ímpetu de esa embestida tuvo que aminorarse al
entrar los jinetes en las estrechas calles de la ciudad, tiempo que
aprovecharon los realistas para terminar de evacuarla. La compa-
ñía de Granaderos del teniente Francisco Olmos siguió la perse-
cución y una vez en la llanura sableó a los rezagados, situándose
cerca de los escuadrones enemigos. Según Sucre,
el bravo escuadrón de Granaderos, que se había adelanta-
do, se halló solo, improvisadamente, al frente de toda la
caballería española y tuvo la elegante osadía de cargarlos
[…], con una intrepidez de que había raros ejemplos262.
Al notar los realistas el poco número de sus perseguidores
se detuvieron, volvieron caras y aceptaron el combate. Olmos so-
portó la carga replegándose, hasta que recibió el apoyo del escua-
drón del sargento mayor Juan Lavalle, quien ordenó “ataque y de-
güello” y lanzó a sus hombres al combate. El choque fue terrible
y los realistas tuvieron que retroceder hasta dar con su infantería,
que con fuego de fusilería permitió a su caballería rehacerse.

261
Leguía y Martínez, op. cit., p. 422.
262
Parte de Sucre, del 23 de abril de 1822.

177
Cuadernos del Bicentenario

En los escuadrones independentistas que alcanzaron la victoria de


Riobamba, hubo argentinos, colombianos, peruanos y europeos.
En ese trance entró en acción el escuadrón Guías, que con
impetuosa carga decidió la suerte de la batalla.
El enemigo -anotó Santa Cruz en su parte oficial- huyó
cediendo el campo al denuedo de un corto número de
valientes (136 hombres), dejándoles, por señal del venci-
miento, 52 muertos, incluso dos capitanes y un alférez;
muchas lanzas y tercerolas abandonaron aun aquellos,
que salieron del peligro por sus buenos caballos263.
Tuvieron los patriotas veinte heridos y lamentaron la
muerte del granadero Timoteo Aguilera y del sargento Vicente
Franco. En el mismo campo de batalla, el sargento mayor Juan
Lavalle fue ascendido a comandante, por haber hecho en esa jor-
nada “prodigios de valor”, siendo “su serenidad tan recomendable
como su arrojo”, según expresiones de Santa Cruz, quien elogió
asimismo al mayor francés Alexis de Bruix y al capitán alemán

263
Citado por Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 423.
178
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Karl Sowersby, cuyo heroísmo en Riobamba presagiaba lo que


iban a hacer en Junín. Consignó además el valor de los tenientes
Francisco Olmos y Manuel Latús, de los sargentos Manuel Díaz y
Juan Vicente Vega, y del granadero Pedro Lucero264.
Esa noche el ejército victorioso acampó al raso y al día
siguiente Sucre pronunció ante él una encendida proclama, enfa-
tizando que tres naciones se conjuntaban para dar la batalla que
sellaría la independencia de Quito:
¡Peruanos! ¡Argentinos! ¡Colombianos! La victoria os es-
pera sobre el Ecuador. ¡Allí vais a escribir vuestros nom-
bres gloriosos, para recordarlos con orgullo en las más
remotas generaciones!265.
A esas horas, los derrotados realistas proseguían su retira-
da por Ambato; llevaban orden de alcanzar Quito para reunirse
con las tropas que alistaba Aymerich para una resistencia final.
El ejército independentista se movió en la misma direc-
ción, el 28 de abril, atravesando Chuquipocllo y Mocha, para
entrar en Ambato el 2 de mayo. Aquí Sucre recibió un correo
avisándole que en Guaranda, población que dejara a retaguar-
dia, se producía una reacción realista; para sofocarla tuvo que
desprender de la mitad del batallón Alto Magdalena, que al
mando del coronel Hermógenes Maza marchó a contener dicho
alzamiento.
Se reanudó luego la marcha hacia Latacunga, a donde lle-
garon el 8 de mayo. Los realistas, temiendo ser alcanzados, se ha-
bían movido a Machachi, pretendiendo sostenerse en las inacce-
sibles posiciones de Jalupana. Sucre convocó una junta de guerra,
que decidió rodear las posiciones del enemigo y estrecharlo hasta
que aceptase la batalla.

264
Parte de Santa Cruz, 25 de abril de 1822.
265
Citado por Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 425.

179
Cuadernos del Bicentenario

Batalla de Pichincha.
En la mañana nebulosa del 13 de mayo inició el ejército
independentista su movimiento estratégico, por un camino que
ascendiendo el Cotopaxi conducía a la retaguardia del enemigo.
Este día se reintegró triunfante la mitad del batallón Alto Magda-
lena, después de sofocar el alzamiento en Guaranda. El 15, des-
pués de atravesar las heladas cimas de la montaña, el segundo
escuadrón de los Cazadores a Caballo de Paita, que iba en van-
guardia, llegó al valle de Chillo, situándose a veinte kilómetros de
Quito, sobre su flanco izquierdo, posición que el resto de patrio-
tas alcanzó el 17, acampando en la hacienda del coronel Vicente
Aguirre. Había sido una sacrificada marcha de cuatro días y no-
ches, por desfiladeros, barrancales y torrentes, en los que se sufrió
muchísimo, conforme narró uno de los participantes:
Atollábanse aquí y allí hombres y caballos; en ciertos pa-
rajes tenían que orillar vacíos horribles, en cuyo seno des-
aparecían los que no podían agarrarse de las rocas; otras
veces había que bajar al fondo de quebradas hondosísi-
mas, para subir de seguida a los ventisqueros y marchar
rodeando siempre las agrias y escarpadas faldas del Coto-
paxi, con trabajos y miserias infinitos. Cuatro noches hu-
bieron de dormir aquellos hombres, abnegados y sufridos,
sin cubiertas y ateridos, al borde de los despeñaderos266.
Advirtiendo ese avance, los realistas cruzaron el Machán-
gara y entraron en Quito la noche del 16. Aymerich, que ahora
dirigía las maniobras, intentaba conservarse a la defensiva, a la
espera de refuerzos que deberían llegar por el camino de Pasto.
Los patriotas interceptaron un correo que confirmaba esa noticia,
por lo que decidieron provocar batalla.
Unos y otros ignoraban aún que cuarenta días antes Bolí-
var había triunfado en Bomboná, frustrando el apoyo que los re-
266
Villanueva, Laureano (1895), Vida del Gran Mariscal de Ayacucho. Cara-
cas: Tipografía Moderna, p. 181.
180
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

alistas pensaron enviar a los de Quito. Era preciso desalojar a los


cuerpos realistas que ocupaban las lomas de Puengasí y de ello se
encargó la División Peruana, cuyo accionar posibilitó la movili-
zación del resto del ejército. El 20 ocuparon los peruanos el ejido
de Turubamba y el 21 el resto del ejército bajó sobre ese llano, sin
ser molestado por el enemigo, que se limitó a efectuar ineficaces
tiros de cañón y a desplegar algunas guerrillas.
El 22, el ejército patriota ocupó Chillogallo, formando por
columnas en masa. Al caer la tarde quiso Sucre provocar comba-
te, haciendo avanzar a dos compañías del Payá, a cuya cabeza se
puso Córdova mirando con su anteojo las posiciones enemigas.
El accionar de esta vanguardia fue advertido por el enemigo, que
le dirigió fuego de artillería, matando al capitán del Payá que cayó
cerca de Córdova. Esa noche, el ejército patriota emprendió una
falsa retirada, por un camino transversal que conducía a unos
campos de trigo, donde a medianoche se hizo alto para dar des-
canso a la tropa, quedando en vigilancia la caballería.
Aymerich, entre tanto, después de fortalecer su avanzada
en Panecillo, situaba su caballería sobre el llano de Añaquito, con
el resto de su ejército en vigilia. Tenía algo más de 2,000 hombres,
todos veteranos de guerra, dos escuadrones de caballería y cuatro
batallones de infantería: Aragón, Cádiz, Constitución y Cataluña.
El ejército independentista tenía un número similar de
efectivos, pero muchos de ellos carecían de experiencia en com-
bate. Peruanos eran los batallones Trujillo Nº 2, a órdenes del
comandante Félix Olazábal; Piura Nº 4, jefaturado por el coman-
dante Francisco Villa y los escuadrones Cazadores a Caballo de
Paita, a órdenes del sargento mayor José Jaramillo y Cazadores a
Caballo de Trujillo, al mando del coronel Antonio Sánchez.
Del Río de la Plata era el glorioso regimiento Granaderos
a Caballo de los Andes, a órdenes del comandante Juan Lavalle.
Y de Colombia, los batallones Alto Magdalena, del coronel José

181
Cuadernos del Bicentenario

María Córdova, Albión, del teniente coronel John MacKinstosch


y Payá, a órdenes del comandante José Leal; más los escuadrones
de Dragones y Lanceros, jefaturados por los comandantes Frie-
derich Rach y Gaetano Cestari, respectivamente. Como un de-
talle singular cabe mencionar que los Granaderos de los Andes
iban “armados de sables, granadas de mano y las bolas que usan
los gauchos en sus pampas y que sabían manejar con la mayor
destreza”267. Iba con ellos el batallón Yahuachi, integrado por vo-
luntarios y reclutas de Guayaquil, Loja y Cuenca.
El ejército patriota emprendió el 23 un movimiento ge-
neral teniendo a la izquierda el imponente Pichincha, a fin de
salir por el ejido de Iñaquito en cuyas llanuras podría accionar la
caballería. Habían tomado la delantera los batallones peruanos
y el colombiano Alto Magdalena, avanzando por una escabrosa
senda que bordeaba las faldas del volcán Pichincha. No hubo otra
alternativa pues Sucre quería dar la batalla cuanto antes, ya que
no descartaba que llegasen refuerzos para el enemigo.
Advirtiendo lo difícil que sería el paso de la caballería y
el parque por las escabrosidades del terreno, Sucre “mandó una
gran partida de indios con herramientas para que abriesen el ca-
mino y lo allanaran de modo que pudieran pasar”268. Esto retrasó
el avance, pues el grueso del ejército recién se puso en movimien-
to a las nueve de la noche.
La abnegada vanguardia, que afrontó las inclemencias
naturales en medio una noche con lluvia torrencial, alcanzó las
lomas del Pichincha al empezar la mañana del 24269. Allí se pasó
267
López, Manuel Antonio (1919). Recuerdos históricos de la guerra de la inde-
pendencia de Colombia y el Perú 1819-1826 (1919). Madrid: Editorial América,
p. 117.
268
López, op. cit., p. 120.
269
Andrés de Santa Cruz. Parte oficial de la batalla de Pichincha. Ejército
del Perú. Cuartel General en Quito, a 28 de mayo de 1822. En: Recopilación
de documentos oficiales de la época colonial con un apéndice relativo a la independencia
de Guayaquil y a las batallas de Pichincha, Junín, Ayacucho y Tarqui (1894). Gua-
182
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

un rancho frugal y Santa Cruz, casi sin descansar, desplegó a sus


hombres para que protegiesen la salida de los demás cuerpos del
ejército, que empezaron a legar por la quebrada muy fatigados y
en lento desfile. Al respecto, dice la crónica colombiana:
Como a las ocho y media de la mañana del 24 nuestra
vanguardia coronó la altura, donde hizo alto para reunir
el ejército que iba disperso y aguardar el parque, el cual
se había atrasado, bajo la custodia del batallón Albión.
Como habíamos hecho la marcha por detrás de las coli-
nas bajas del Pichincha para ocultar el movimiento, nos
quedamos al descenso de la loma, a fin de no ser vistos
de la ciudad270.
Llevaba Santa Cruz dos horas en esa posición cuando uno
de sus vigías le informó que una partida enemiga se aproximaba
a sus posiciones. Hizo desmontar de inmediato a unos cazadores
del Payá que tenía cerca y les ordenó verificar esa información.
Y como Sucre estuviese aún a media hora de camino, dispuso en
orden de batalla a la División Peruana, situando al batallón Piura
en retaguardia, como reserva, en el centro a los escuadrones de
Cazadores de Paita y de Trujillo, y en vanguardia al batallón Nº 2
Trujillo, que recibió orden de iniciar el avance por la derecha de
la línea, siguiendo a los cazadores del Payá.
Aymerich, situado en las afueras de la ciudad bajo la pro-
tección del fuerte de Panecillo, vio a los peruanos alcanzar las
lomas del Pichincha y tras dialogar con sus generales, decidió dar
la batalla creyendo que le sería posible batir en detall a los inde-
pendentistas, que llegaban fatigados. Error suyo fue demorar el
ataque, pues pudo lanzarlo a tiempo, y tampoco tomó en cuenta
que sus hombres igualmente se fatigarían, pues les ordenó subir
una cuesta cubierta de follaje para no ser advertidos:

yaquil: Imprenta de “La Nación”, pp. 237-241.


270
López, op. cit., p. 121.

183
Cuadernos del Bicentenario

Fue en verdad épica la marcha de los independentistas por las esca-


brosas sendas que bordeaban las faldas del Pichincha. Esforzados
contingentes de indígenas allanaban el camino y conducían sacrifi-
cadamente las piezas de artillería y los cajones de municiones.

184
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

los coroneles don Carlos Tolrá y don Nicolás López juz-


garon temeraria nuestra marcha por aquella ruta, y se
propusieron subir al Pichincha, ocupar su cima y tomar
una posición para impedirnos el paso y batirnos en detall.
Pero esta operación fue tardía271.
Todo el ejército realista se puso en movimiento, al tiempo
que una compañía de cazadores del Payá y otra de la División
Peruana alcanzaban la cumbre de las lomas. Al divisar desde allí
la ciudad -dice la crónica- lanzaron gritos de alegría “vitoreando
a la patria”, y no tardó en producirse el encuentro:
Los enemigos casi coronaban la altura por entre la maleza
del terreno cubierto de matorrales y sumamente quebra-
do, cuando nuestros tiradores descendieron como media
cuadra, se encontraron con ellos a tiro de pistola y rom-
pieron el fuego, empeñándose la lucha entre las descu-
biertas a pie firme272.
Se inició la batalla en el momento en que Sucre y el resto
del ejército empezaban a asomar por las lomas del Pichincha. A
los primeros tiros avanzaron por el ala derecha los batallones pe-
ruanos y el regimiento rioplatense, comprometiendo batalla con
batallones realistas que trataron de tomar una pequeña altura:
Antes de que todo el ejército independiente hubiese ope-
rado la reunión -anota un historiador argentino-, los es-
pañoles trepaban la cuesta cubiertos por el bosque, y ata-
caban al batallón número 2 del Perú, que llevaba la cabeza
y debía ocupar la derecha de la línea. Eran las nueve y
media de la mañana. El coronel Olazábal que lo manda-
ba, contuvo el ímpetu del ataque por el espacio de media
hora, hasta agotar municiones. El batallón número 4 del
Perú, que lo relevó en el fuego, recluta y sin el nervio de

271
ídem.
272
López, op. cit., p. 122.

185
Cuadernos del Bicentenario

los soldados del número 8 de los Andes, se sobrecogió al


encontrarse frente de todo el ejército enemigo, y cejó en el
primer momento, pero luego reaccionó con brío273.
Santa Cruz reforzó ese movimiento poniéndose a la ca-
beza de los Cazadores, al tiempo de que enviaba a su ayudante
el teniente Giráldez al encuentro de Sucre, para decirle que era
llegado el momento de que entrase en batalla todo el ejército, si
así lo creía conveniente.
El coronel Santa Cruz -dice el venezolano Villanueva- cu-
brió en breve el ala derecha con todos los peruanos; […]
tiró adelante a los Cazadores, y enseguida los reforzó con
compañías del batallón Trujillo, para contener al enemigo
que empezaba ya a subir aquellas cuestas fragosísimas, y
dar tiempo a que los demás cuerpos colombianos acaba-
sen de salir de la quebrada […] Esta primera parte de la
batalla duró media hora274.
Los testimonios que venimos citando concedieron im-
portancia vital a la actuación de los peruanos en los momentos
previos a la batalla y en la primera fase de ésta, pues fue merced
a su sacrificio, coraje y heroísmo que se protegió la llegada de
todo el ejército patriota y se frustró el plan realista de batirlo en
detalle.
Mientras la vanguardia combatía denodadamente ofren-
dando la vida muchos de sus integrantes, pudieron los colombia-
nos cubrir el trecho que los separaba del escenario donde se desa-
rrollaba la acción principal. Y los batallones peruanos volvieron
una y otra vez a la batalla, tal como atestiguó el joven que en esa
jornada llevó la bandera de Colombia, lo que citaremos a conti-
nuación. Ponemos énfasis en esto porque posteriormente, debido
a diferencias políticas, los colombianos trataron de minimizar y

273
Mitre, op. cit., t. VI, p. 459.
274
Villanueva, op. cit., p. 195.
186
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

hasta criticaron la actuación peruana en Pichincha275, habiendo


sido Sucre el primero en denigrarla276.
275
No sabemos a ciencia cierta si los Diarios de Manuela Sáenz, revelados
recientemente, son auténticos, pero aparecen avalados por historiadores
ecuatorianos y colombianos y son citados como fuentes históricas. Fue
ella sin duda una valerosa mujer y avecindada en Quito por esos días no
solo estuvo pendiente de la campaña, sino que auxilió a los colombianos,
con ayuda de las mulatas que le servían, a riesgo de sufrir las represalias
de los realistas. Observó desde su balcón, a lo lejos, desenvolverse la ba-
talla, y luego se acercó temerariamente para ver su final, asistiendo a los
heridos “con bálsamo del Perú e infusiones de amapola”, según relata.
Al parecer, lo que refiere sobre el inicio de la batalla fue lo que escuchó
decir de los colombianos: “Los peruanos del batallón Piura se dieron en
derrota, lo mismo que el Trujillo, al no ser auxiliado por el anterior […]
los del Cazadores y Granaderos se batieron también en retirada, que no
se justificó, por hallarse éstos en las mejores posiciones, sin que hicieran
algo por luchar contra el enemigo”. Véase: Los Diarios perdidos de Manuela
Sáenz y otros papeles (2005), recopilados por Carlos Álvarez Saá y editados
por Rodrigo Villacís Molina, Bogotá: Fundación para la Investigación y la
Cultura. Anotación del 24 de mayo de 1822, p. 59.
276
En una carta dirigida al secretario de relaciones exteriores del Perú,
fechada en Quito el 1 de febrero de 1823, Sucre escribió estas altiso-
nantes frases: “Una casualidad ha hecho pasar por mi vista la nota que
V.S. dirige al señor secretario general de S.E. el Libertador, en que se le
dice que la victoria de Pichincha fue exclusivamente debida a las tropas
peruanas. La moderación que he observado hasta ahora, cuando he guar-
dado silencio a la impudencia de algunos cobardes charlatanes que se han
aplicado las glorias de aquella jornada, creí la hubiese visto el gobierno
del Perú como un testimonio de mi deseo de conservar la mejor unión
y buena inteligencia con ese país, y no creo aun sino que el mismo Go-
bierno ha sido engañado con relaciones supuestas de algunos de los que
adornados por la primera vez con un ramo de laurel, con que por fuerza
se les ciñó su frente, se ven ofuscados y llegan al delirio de equipararse y
aun considerarse superiores a los libertadores […] yo quiero aun guardar
silencio en favor de la amistad y de nuestra causa misma; pero si se me
forzare a hablar, pasaré por el dolor de comprobar con documentos al
gobierno del Perú, que los 1.200 hombres con que mandó compensar en
algún modo a Colombia los servicios relevantes que prestaba Numancia

187
Cuadernos del Bicentenario

Volviendo a la la batalla, diremos que el batallón Yahuachi con-


ducido por Sucre avanzó por el centro de la línea “en los mismos
momentos en que las compañías de Cazadores de Paita y del Tru-
jillo rompían el fuego sobre el enemigo, a la vez que Santa Cruz
con todo el batallón número 2 poníase en camino tras ellas para
su protección y refuerzo277.
El resto de la infantería colombiana siguió ese movimien-
to a órdenes del general Mires, desprendiéndose el batallón Alto
Magdalena que al mando de Córdova ocupó el ala izquierda,
tratando de situarse a las espaldas del enemigo. Consumidos sus
cartuchos, el Payá y el Alto Magdalena “tuvieron que retirarse no
obstante su brillante comportamiento”278, permitiendo una reac-
ción de los realistas. Entonces se ordenó al Payá usar las bayone-
tas, acción que hizo retroceder al enemigo.
No llegando la artillería se impacientó Sucre, ordenando
a su ayudante O’Leary “a que la hiciera llegar lo más pronto posi-
ble, aunque fuera a espaldas de los indios”279. En este trance se vio

en Lima, han sido conducidos desde Cuenca a Quito escoltados de bayo-


netas, para obligarlos a buscar la gloria; que ellos, excepto el escuadrón de
Granaderos y 200 hombres del batallón de Trujillo, se han comportado de
una manera muy poco correspondiente al entusiasmo de los soldados de
la patria y al ejemplo de sus valientes compatriotas en el ejército del Perú;
que por primera vez se cuenta en la guerra de América la deserción de un
batallón en el campo de batalla como lo hizo el de Piura y el abandono de
la reserva al cuerpo del combate como lo hizo su caballería”. Tal redactó
Sucre cuando aquí se intentaba dar cima a un proyecto peruano, que él
iba a frustrar personalmente abriendo cauce a la llegada de Bolívar. Véase:
Antonio José de Sucre. De mi propia mano (2009). Selección y prólogo: H. Sal-
cedo Bastardo. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, p. 131.
277
Leguía y Martínez, op. cit., t. VI, p. 440.
278
Parte de Sucre al ministro de guerra. Quito, 28 de mayo de 1822. En:
O’Leary, Daniel F. Gran Colombia y España 1819-1822 (1919). Madrid: Edi-
torial América, pp. 245-249. Igual habían combatido y se tuvieron que
retirar el Trujillo y el Piura.
279
López, op. cit., p. 122.
188
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

actuar nuevamente a los peruanos, de lo que dejó testimonio un


oficial colombiano: “Los batallones del Perú, al encontrarse con el
enemigo, lo arrollaron por más de una cuadra hasta donde halló
una posición ventajosa y se paró a combatir”280.
El Yahuachi hizo retroceder hasta el centro de la línea a
ese enemigo, que reforzado por una mitad del batallón Aragón se
mantuvo a pie firme. La otra mitad del Aragón intentó flanquear
al Alto Magdalena que se había mantenido en reserva. El parque
no llegaba y a eso de las once empezaron a agotarse las municio-
nes. Sucre, que se movía en toda la línea, ordenó a uno de sus ayu-
dantes traerlo a todo trance. Esta carencia iba a provocar que los
peruanos iniciaran una honrosa retirada, disparando sus últimos
cartuchos después de haber combatido por cerca de dos horas.
Así lo consignó la principal crónica colombiana: “Eran cerca de
las doce cuando los cuerpos del Perú, sin municiones, empeza-
ron a hacer fuego en retirada; el enemigo, aprovechándose de esta
ventaja, recuperó la posición que había perdido y adelantó hasta
muy cerca de la cumbre”281.
En momento tan crucial llegó el parque y se distribuyeron
los cajones de municiones, reavivándose el combate. El Albión
se lanzó con singular denuedo sobre las filas enemigas, contri-
buyendo a que el Alto Magdalena se repusiese. En el momento
cumbre se vio al general irlandés Joseph Mires descender de su
caballo, desenvainar su espada y ponerse a la cabeza del Payá para
cargar impetuosamente al enemigo. Quiso con este gesto acallar
a todos aquellos que alguna vez dudaron de su entrega. Esto fue
decisivo, pues los realistas fueron arrollados y empezaron a ce-
der el campo de trecho en trecho. El Albión, en el que militaban
varios veteranos europeos, tuvo meritoria actuación en esta fase

280
Ibidem. Antes en su relato había hablado ya López de la primera resis-
tencia peruana.
281
López, op. cit., p. 123. Existiendo este testimonio fidedigno, no se en-
tiende las calumnias que haría Sucre.

189
Cuadernos del Bicentenario

final de la batalla.Cargaron entonces todos los batallones aliados


con resolución y al mismo tiempo, derrotando en toda la línea
al enemigo, cuyos restos emprendieron la fuga en dirección a la
ciudad, perseguidos por los cazadores del Payá, tres compañías
del Albión y una del Yahuachi.
Entre los primeros en ocupar Quito estuvo el joven aban-
derado Manuel Antonio López, cronista al que hemos mencio-
nado varias veces, quien subió a la torre del templo de la Merced
para hacer ondear triunfante el pabellón de su patria. Aymerich,
que había visto la batalla a lo lejos, se encerró en el fuerte de Pa-
necillo, mientras un buen grupo de realistas encabezados por el
general Tolrá emprendían la fuga a todo galope por el camino
de Pasto. Salieron en persecución un escuadrón al mando del
coronel Ibarra y los Lanceros del comandante Cestari, pero no
los pudieron alcanzar. Tolrá y sus compañeros no pararon hasta
llegar a Brasil y se embarcaron de regreso a España. Era el fin de
una época, pues el brigadier Aymerich, intimado por el mayor
O’Leary, aceptó entregarse con una capitulación que fue aceptada
y ratificada al día siguiente.
Doscientos patriotas ofrendaron la vida en el campo de
batalla y ciento cuarenta quedaron heridos. El enemigo tuvo cua-
trocientos muertos, ciento noventa heridos y mil cien se entrega-
ron prisioneros, entre ellos ciento sesenta oficiales. Se les tomó
catorce piezas de artillería, mil setecientos fusiles, fornituras y
cuantos elementos de guerra poseían. El triunfo de Bolívar en
Bomboná, obtenido el 7 de abril de 1822, frustró la posibilidad
de la llegada de auxilios para Aymerich: su “verdadero resultado
estratégico -explicó Manuel Antonio López siendo ya coronel-
consintió en paralizar las operaciones de una gran fuerza que, au-
xiliando al ejército del general Aymerich, habría puesto en duro
conflicto al general Sucre”282. Quito celebró ambos acontecimien-
tos, simultáneamente.
282
López, Manuel Antonio, op. cit., p. 112.
190
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Hace 200 años el actual Ecuador quedó libre del dominio colonial
hispano y en la gesta de su primera independencia tuvo rol prota-
gónico la División Peruana que condujo el general Andrés de Santa
Cruz y Calaumana. (Dibujo de E. Thérond para Le tour du Monde).

191
A guisa de conclusión

1821 fue un año convulso, lo acabamos de reseñar en parte.


El gobierno metropolitano estuvo casi al margen de los sucesos
que se desarrollaron en el Perú. Es que España se vio envuelta en
una guerra civil, con un rey que solo obligado por la fuerza había
prestado juramento a la Constitución, restaurándola, aunque sin
abandonar un solo momento su anhelo de lograr la reacción ab-
solutista, para lo cual contó con el apoyo de otros monarcas euro-
peos. En las Cortes de España, los liberales promovían reformas
progresistas, que Fernando VII se afanaba por desconocer, pro-
vocando que surgieran incluso posiciones extremas que exigían
poner fin a la monarquía e instaurar la república.
Los diputados españoles estaban divididos y en poco tiem-
po los moderados fueron ganando posiciones, reflejando el sentir
popular tremendamente tradicionalista. En varias regiones sur-
gieron guerrillas campesinas que apoyaron a quienes clamaban
por el retorno del absolutismo, los aristócratas y muy especial-
mente los miembros del clero, que desarrollaron el proselitismo
reaccionario.
La “primavera liberal” iniciada en España en 1820 habría
de ser de corta duración y en 1821 la acusación de que los di-
putados radicales se inclinaban hacia el republicanismo provocó
que los vientos reformistas perdieran fuerza. Respecto al Perú, las
Cortes creyeron que la restauración de la Constitución pondría
coto al separatismo y enviaron sus delegados para que negociaran
una salida pacífica con los independentistas. De manera que ni
el monarca ni las Cortes, que compartían el gobierno, prestaron
atención a las solicitudes de apoyo militar enviadas desde el Perú

192
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

por las autoridades coloniales, originando que el virrey Joaquín


de la Pezuela diese la causa por perdida y estuviese a un paso
de capitular con San Martín, lo que sus generales frustraron con
el pronunciamiento de Aznapuquio, que determinó su derroca-
miento.
El nuevo virrey, José de La Serna, fue impuesto por las
circunstancias, cuando ya había solicitado su pasaporte para re-
gresar a la península. Su situación en 1821 era precaria; el mar
Pacífico estaba bajo el control de la escuadra libertadora y Lima
se hallaba bloqueada, con el grueso de su ejército cada vez más
escaso de recursos y padeciendo epidemias en sus campamentos
diseminados en el valle del Chillón. Tenía además fuerzas desta-
cadas en el centro y en el sur.
Para ganar tiempo, La Serna aceptó las negociaciones que
le propuso San Martín, quien en todo momento se mostró con-
vencido de que sería posible un avenimiento pacífico, como lo
proponían las Cortes españolas. Se desarrollaron así las conferen-
cias entre ambos bandos, con una reunión cumbre en Punchauca
donde sus líderes expusieron sus respectivos puntos de vista, que
en principio no eran muy diferentes.
En un primer momento, La Serna se vio tentado de alcanzar
el acuerdo, al proponerle San Martín la regencia del Perú en tanto
se instaurase aquí una monarquía constitucional entronizando a
un príncipe europeo, que incluso podía ser español. Pero los ge-
nerales realistas se opusieron de plano, pues aunque liberales en
su mayoría antepusieron el sentimiento de patria y se negaron a
aprobar una secesión del Perú, como San Martín había propuesto.
La Serna tuvo que hacer suyo el parecer de sus generales, y en
procura de ganar tiempo dio paso a nuevas negociaciones, que
duraron hasta mediados de 1821. Queda claro que había opta-
do por la guerra y que trazaba planes para librarla en el interior
mientras esperaba en Lima alguna noticia de apoyo procedente
de la metrópoli, que solicitó en sendas comunicaciones.

193
Cuadernos del Bicentenario

La pasividad de San Martín no fue bien vista por varios de


sus principales jefes militares. Incluso, es poco probable que ellos
hubiesen estado al tanto de lo que propuso en la entrevista de
Punchauca. Uno de los más tenaces partidarios de la guerra acti-
va fue el lord Cochrane, cuyos méritos no han sido reconocidos
por el país cuya causa independentista asumió desde 1819. La
biografía de este personaje es en realidad apasionante, desde su
paso temprano por el parlamento hasta sus hazañas navales que
le dieron renombre como el Primer Lord del Mar.
Su salida de Inglaterra se debió, entre otras razones, a sus
denuncias sobre la corrupción reinante en la armada y no solo se
desligó de su gobierno, sino también de su familia, que no aceptó
a la mujer que escogió para esposa. Pudo haber entrado al ser-
vicio de la marina española, que lo requirió para luchar contra
la insurgencia hispanoamericana; pero prefirió optar por los in-
dependentistas y le fue confiado el mando de la escuadra que se
organizó en Chile, alcanzando el objetivo de despojar a España
del control del Pacífico.
Recorrió con audacia las costas peruanas, desembarcan-
do propaganda subversiva, alentando la formación de partidas
y conduciendo a bordo a quienes serían los primeros peruanos
integrantes del Ejército Libertador. Cuando en 1820 todo quedó
listo para la campaña del Perú, creyó que el Director Supremo
de Chile, Bernardo O’Higgins, le confiaría el mando de la expe-
dición, pero éste prefirió al Capitán General José de San Martín,
por haber conducido con brillantez el paso de los Andes desde
las Provincias Unidas del Río de la Plata y por sus méritos en las
batallas que consolidaron la independencia de Chile.
Puede decirse que entonces tuvo su origen lo que más tar-
de se convertiría en un distanciamiento entre ambos personajes.
Cochrane condujo la escuadra sin saber dónde iba a producirse
el desembarco; él creyó que la guerra se iniciaría con un ataque
al Callao y un avance inmediato sobre Lima. Pero sucedió lo de

194
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Pisco, y luego el largo estacionamiento en Huaura, sin visos de


una campaña efectiva como no fuera la salida de la expedición
Arenales a la sierra.
Juan Antonio Álvarez de Arenales fue el otro principal
partidario de la guerra activa, leal a San Martín aun después de
soportar las más dolorosas ingratitudes. En octubre de 1820 ini-
ció la primera campaña a la sierra, audaz incursión durante la
cual supo captar el apoyo popular, engrosar sus filas, fomentar
la formación de guerrillas y proclamar la independencia en las
principales poblaciones del tránsito, entre ellas Ica, Jauja, Tarma
y Huamanga, regresando a Huaura en enero de 1821. Arenales
creyó como Cochrane que San Martín ordenaría la ofensiva gene-
ral y presentó planes de campaña, logrando que en abril de 1821
se le confiara una segunda campaña a la sierra, a fin de tomar el
control de la región central y acechar al ejército realista en movi-
miento. Hay quienes consideran que San Martín fue temerario al
desprenderse de la división Arenales pues las fuerzas de La Ser-
na concentradas en Lima quedaron en posibilidad de enfrentarlo
con superioridad numérica. Pero San Martín convenía ya la sali-
da del virrey sin llegar a un enfrentamiento.
Cochrane, entre tanto, no podía permanecer inactivo, y
propuso a San Martín una incursión a los puertos intermedios,
incluso para actuar coordinadamente con Arenales. A fuerza de
tanto insistir se le dio autorización, y embarcó a bordo un des-
tacamento militar a las órdenes del coronel Guillermo Miller. Y
entre marzo y mayo de 1821 ambos comandaron existosas incur-
siones en los puertos del sur.
Miller ocupó las principales poblaciones, logrando que és-
tas se decidieran por la independencia; y creó nuevas unidades
con voluntarios de la ruta, que enarbolaron una bandera que él
diseñó. Cochrane hizo su parte desde el mar, bombardeando po-
siciones realistas, tomando botín de guerra y desembarcando su
tripulación cuando fue preciso.

195
Cuadernos del Bicentenario

Creyó Cochrane que San Martín aprovecharía esa campaña


distractiva que atraía fuerzas realistas por diversos puntos, para
caer sobre Lima. Pero ello no ocurrió, pues el Capitán General
avanzó más bien en sus tratos pacíficos con el virrey, permitiendo
que la capital sitiada recibiese víveres desde el interior. La Serna,
entendiendo que permanecer en Lima no favorecía sus planes de
guerra, movilizó a parte de su ejército hacia la sierra, a las órdenes
del general Canterac, y después de dejar una división custodian-
do la fortaleza del Callao anunció a San Martín que él también
salía de Lima, con el resto de su ejército.
A pesar de que al emprender la retirada La Serna fue lan-
zando proclamas de guerra, San Martín impartió orden inmedia-
ta a Arenales para no obstaculizar el tránsito del virrey. Se lo pidió
encarecidamente, tal vez porque sabía que Arenales no perdería
la oportunidad de enfrentar al enemigo. En efecto, apenas supo
por los guerrilleros la salida de los realistas de Lima, Arenales
preparó sus tropas para una inminente batalla. Es de imaginarse
entonces cuánto le conturbó recibir la orden de replegarse sobre
Lima sin molestar el paso de los realistas; más de una vez, él y los
jefes de sus batallones estuvieron a punto de desacatarla, y hasta
vistieron de gala para dar la batalla. Pero al final primó la obe-
diencia, y muy a su pesar emprendieron el repliegue sobre Lima.
Por esos mismos días vino a enterarse Arenales que los jefes de las
partidas también recibieron instrucciones de no enfrentar a las
tropas del virrey. Pese a ello, los guerrilleros iban a dar continuos
alfilerazos al enemigo, que en venganza ejerció severa represión
en varios pueblos de la ruta.
Habría que precisar si San Martín supo que La Serna se lle-
vó de Lima valiosas cargas de oro y plata, y si conoció que tam-
bién obtuvo considerables remesas de metales provenientes de
Pasco, como denunció Manuel de Abreu. Esos recursos econó-
micos servirían de sostén inicial al gobierno virreinal cuya nueva
sede se estableció en la ciudad del Cuzco.

196
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Arenales llegó a Lima cuando en esta ciudad proseguían los


festejos por el suceso del 28 de julio; no quiso participar en ellos y
consta que fue conminado a presentarse en su cuartel, porque se
mantuvo algún tiempo encerrado. Es posible que esto decidiese
a San Martín para alejarlo de Lima, pues lo destinó a Trujillo en
reemplazo del marqués de Torre Tagle, a quien atrajo a la capital.
En la segunda mitad de 1821 Arenales realizó una impor-
tante labor en el norte, secundado por el coronel Andrés de Santa
Cruz, organizando la división peruana que tendría participación
decisiva en la campaña definitiva por la independencia de Quito.
Después de ello todavía cumplió otras misiones de importancia
por la causa del Perú e incluso, en los momentos más álgidos de
1823, el ejército le propuso asumir la presidencia, pero él optó por
retornar a su patria. Otro general argentino que terminó distan-
ciándose de San Martín, criticando tanto su pasividad cuanto el
trato preferente que empezó a tener con los aristócratas limeños,
fue el general Juan Gregorio de las Heras. Todo ello repercutiría
en la moral de las unidades rioplatenses, pero ellas sabrían cum-
plir en el campo de batalla.
En cuanto a Cochrane, acompañó a San Martín en su entra-
da pacífica en Lima y fue objeto de marginación en las menciones
oficiales del 28 de julio. Vaticinó a San Martín que así como la po-
blación de Lima lo colmaba entonces de vivas, no le sorprendería
que algún día lo repudiase con igual fervor. Y así iba a ocurrir en
efecto. Porque Lima se hizo independentista de la noche a la ma-
ñana, lo que puede entenderse siguiendo día por día los sucesos
ocurridos en julio de 1821. No iba a sorprender entonces que solo
dos años después varios de los firmantes del acta de la indepen-
dencia recibiesen con júbilo y entusiasmo a los realistas, incluido
el patriota de un instante marqués de Torre Tagle.
Cochrane, decíamos, se había distanciado de San Martín,
mucho más cuando éste se autoproclamó protector del Perú,
contrariando el proyecto original de entregar a los peruanos el

197
Cuadernos del Bicentenario

gobierno del país que emergía independiente. Pasadas las fiestas


Cochrane reclamó el pago de su tripulación y recursos para el
mantenimiento de la escuadra. Y entonces fue maltratado por el
flamante protector, si creemos en sus denuncias y en los testimo-
nio de algunos viajeros extranjeros.
Según Cochrane, se le propuso cesar en sus reclamaciones
a cambio de aceptar su nombramiento como primer almirante de
la armada peruana, a lo que se sumó la promesa de recompensar-
le con una de las más ricas haciendas del Perú. Y como ello en-
trañaba una deslealtad con Chile, rechazó la propuesta indignado
y la discusión llegó a mayores, que hasta temió por su vida. Un
intercambio de misivas que hubo luego entre ambos personajes
deja ver la gravedad de sus discrepancias.
Cochrane intentó entonces apoderarse de la fortaleza del
Real Felipe, proponiendo un trato al mariscal La Mar, que la cus-
todiaba en nombre del virrey. Allí se habían encerrado ricas fami-
lias españolas, cuyos bienes pensaba tomar el lord para cubrir los
gastos que requería el pago de su tripulación y el mantenimiento
de sus navíos. Sucedió que La Mar prefirió entenderse con San
Martín, y al ponerse a sus órdenes le informó que Cochrane había
proyectado apoderarse del Callao. Tiempo más tarde admitiría
Cochrane que, en efecto, tuvo en mente hacerse del control de
esa plaza, para desde allí exigir a San Martín que pusiese fin a
su dictadura y dejase el gobierno en manos de los peruanos. En
otras palabras, tuvo en proyecto el derrocamiento del protector.
Cochrane partió con su escuadra al norte, con el objetivo
de apoderarse de navíos españoles. Esa aventura lo llevó hasta
México, desde donde regresó al Perú ignorando que su presencia
resultaba ya incómoda para el gobierno. En situación tan tensa,
el influyente ministro Monteagudo lo visitó a bordo de la nave
almiranta, y al no poder convencerlo de que pasase al servicio del
Perú, a cambio de lo cual le ofreció el palacio de Torre Tagle, le
propuso partir a las Filipinas, asegurándole que allí podría hacer-

198
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

se de una cuantiosa fortuna. Al hablársele en esos términos solo


se provocaba la indignación del lord.
Entre tanto, otros emisarios del protector abordaban los
demás navíos de Cochrane soliviantando a sus capitanes. Final-
mente, el almirante Martín Guise, flamante jefe de la naciente ar-
mada peruana, conminó al lord para que saliese de inmediato
de aguas peruanas, ordenando al comandante Bouchard alistar
sus naves para entrar en combate si el caso lo requería. Cochrane
consideró entonces concluida su actuación en el Perú, y enrumbó
a Chile donde fue recibido apoteósicamente, aunque le siguieron
siendo esquivas las recompensas económicas.
Entró luego al servicio del Brasil, luchando por su inde-
pendencia, lo que también iba a hacer luego en Grecia. Y tras
muchas aventuras, regresó finalmente a Inglaterra, donde fue rei-
vindicado con todos los honores. En todas esas campañas tuvo
tuvo siempre la compañía de su esposa Katherine Barnes, cuya
presencia en los campamentos peruanos, según cuenta Miller en
sus Memorias, encendía el entusiasmo en los independentistas.
Muchas fueron las contradicciones que se dieron entre los
personajes más visibles de la guerra separatista iniciada en el Perú
entre 1820 y 1821. En los siguientes años no solo continuarían
existiendo, sino que incluso se agudizaron, con efímeros manda-
tarios loados un día y vilipendiados al siguiente, y una guerra ci-
vil en el bando realista que fue uno de los factores determinantes
del triunfo independentista en Ayacucho.
Paralelas a ese enfrentamiento entre señores, a esa pugna
final entre españoles peninsulares y españoles americanos, es-
tuvieron las gestas populares; algunas de ellas han permanecido
siempre preservadas por la memoria local, y también han sido en
parte reconstruidas por destacados historiadores; pero hay otras
muchas que empiezan recién a rescatarse.
Lo que en el Perú estuvo realmente en disputa fue el con-
trol económico de un país pleno de riquezas naturales. Es difícil

199
Cuadernos del Bicentenario

encontrar diferencias entre los españoles americanos y los espa-


ñoles peninsulares que no tengan que ver con esas apetencias.
Los primeros, como herederos de los invasores del siglo XVI, se
convirtieron en beneficiarios principales de esa riqueza, adue-
ñándose de la tierra, de los siervos y de los negocios que aquí se
emprendieron, incluso los ultramarinos. Un prestigioso historia-
dor dijo por ello que el Perú se había independizado de España
desde el siglo XVII, porque detentando la riqueza los españoles
americanos hacían de los virreyes simples instrumentos a su ser-
vicio. Los españoles peninsulares en el Perú, por su parte, ejercie-
ron el poder, como miembros de la alta burocracia colonial que
administraba lo que se remitía a la península, que repartía muy
lucrativas prebendas lo largo y ancho de todo el país dominado
y que ostentaba los mandos de la fuerza armada de mar y tierra
que sostenía el sistema. Éste, funcionaba con el inhumano some-
timiento de millones de siervos indígenas y cientos de miles de
esclavos africanos y afrodescendientes.
Era lógico entonces que los españoles americanos, a quie-
nes los peninsulares llamaron despectivamente criollos, se man-
tuvieran absolutamente al margen de las luchas sociales que con-
movieron las diversas regiones del país durante todo el período
de dominación colonial hispana. Los movimientos de liberación,
conspiraciones y rebeliones, fueron asumidos enteramente por
los indígenas, que por mucho tiempo buscaron la restauración
del imperio de los Incas. Cuando hablamos de indígenas inclui-
mos como tales no solo a los seres humanos de genes andinos y
amazónicos, sino a los millones de mestizos procreados en las
primeras oleadas de la invasión española, que se confundieron
con los anteriores en los pueblos sometidos. Somos producto de
una violación en masa, dijo alguna vez Julio Roldán.
Si tuviéramos que hablar de luchadores anticoloniales y
precursores de nuestra independencia, tendríamos que recordar
a Quisquis, Challco Chima, Rumi Ñahui, Manco Inca, Quizu Yu-
panqui, Apu Yanahuara, Francisco Chichima, Guaman Poma, Sa-
200
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Juan Santos Atahualpa iniciando en 1742 su revolución liberadora.

linas y Córdova, Gabriel Manco Cápac, Juan de Padilla, Vicente


Mora Chima, Ignacio Torote, Zampati, Tonté, Santuma, Mango-
ré, Vicente Mora Chimo, Juan Huáscar Vélez de Córdova, Juan
Santos Atahuallpa, Francisco Inca, Micaela Bastidas, Tomasa Tito
Condemayta, José Gabriel Túpac Amaru, Felipe Velasco Túpac
Inca Yupanqui y otros muchos líderes que entregaron la vida en
procura de ideales revolucionarios.
Recién entrado el siglo XVIII, con los monarcas borbones
en el trono español, los españoles americanos empezaron a ver en
peligro el control que ejercían en la colonia. Informantes secretos
recomendaron al gobierno peninsular intervenir cuanto antes en
el Perú, y paulatinamente fueron dictándose medidas de control
fiscal sobre la riqueza de los criollos, perjudicando sobre todo a
los menos ricos, razón por la cual algunos líderes indígenas vie-
ron en ellos a posibles aliados. Solo tardíamente fue enviado al
Perú el visitador José Antonio de Areche, con amplios poderes,
incluso por encima del virrey. Pero su llegada coincidió con el
estallido de la revolución de Túpac Amaru, de modo que tuvo que
contener su arremetida de reforma fiscal y más bien buscar una
alianza militar con los españoles americanos. Y por supuesto que

201
Cuadernos del Bicentenario

éstos apoyaron decididamente la represión del movimiento re-


volucionario, luego de que Túpac Amaru esclareciera su objetivo
de independizar el Perú con la destrucción de la maquinaria de
dominación de la cual eran principales beneficiarios los criollos.
En solo tres años, de 1780 a 1783, el ejército aliado de españoles
peninsulares y españoles americanos acabó con la vida de más de
cien mil luchadores revolucionarios, entre ellos todos sus líderes.
Y fue recién entonces que los españoles americanos co-
menzaron a hablar de la “patria”. No solo porque la corona es-
pañola continuó apremiándolos con cargas fiscales, sino porque,
solucionado el “peligro indio”, algunos se atrevieron a plantear
ideas separatistas. Sin embargo, hasta el final se autodefinieron
como españoles americanos. Lo hizo así el desterrado jesuita Juan
Pablo Vizcardo y Guzmán, quien al enterarse de la lucha de los
Túpac Amaru propuso al gobierno británico aprovechar la oca-
sión y emplear su escuadra contra la potencia rival, invadiendo
sus posesiones en América. Cierto que denunció los horrores de
la dominación y las desgracias de los indígenas, pero propuso la
gestación de un nuevo país bajo el control de los criollos. Como
para no dejar dudas respecto a su postura, al hablar de los inva-
sores europeos hizo un elogio del “establecimiento de nuestros
antepasados en el Nuevo Mundo”, reclamando el derecho de los
españoles americanos sobre estas tierras porque descendían de
quienes las conquistaron. Retomaba así las banderas de los ra-
dicales de Gonzalo Pizarro, personaje que iba a ser citado como
paradigma en otros textos de los criollos.
La postura independentista de los españoles americanos
surgió en la hora nona. Incluso, se postula que la asumieron en
previsión de que surgiera un nuevo Túpac Amaru. Las campañas
finales de 1820 a 1824, por tanto, no pueden concatenarse con la
larga lucha de los indígenas, que más que una separación política
buscó poner fin a la dominación feudal colonial. Fueron proyec-
tos muy distintos, y desde hace casi un siglo así lo dieron a enten-
der prestigiosos ideólogos peruanos, aunque sin poder desterrar
202
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Sugestivo cuadro del maestro cuzqueño Amílcar Salomón Zorrilla.


Edmundo Guillén conjuntó los ideales de Vilcabamba y Ayacucho,
concatenando dos proyectos independentistas que fueron distintos.
la historia tradicional que lucubrada por los criollos después de
su triunfo en Ayacucho, hizo que Juan Santos Atahuallpa y José
Gabriel Túpac Amaru, entre otros, aparecieran como precursores
de un proyecto que ignoró sus ideales. Hasta aquí no hemos men-
cionado el gran movimiento del sur peruano entre 1814 y 1815,
de los Angulo, Béjar, Melgar, Hurtado de Mendoza, Ventura Cca-
lamaqui y Pumacahua, que en cierta manera recogió las banderas
de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, pero en un contexto distin-
to, influido ya por las guerras europeas y por los primeros pro-
nunciamientos independentistas en el resto de Hispanoamérica.
Pues bien, en esa guerra separatista, que pensadores como
Miquel Izard llaman guerra de secesión, la participación popu-
lar fue ciertamente notoria, pero queda por explicarse aún cuá-
les fueron realmente sus motivaciones. En un país signado por
masacres sangrientas, donde la guerra de razas estuvo siempre

203
Cuadernos del Bicentenario

presente, resulta temerario sostener que los millones de indígenas


hicieran suyos los ideales de los criollos. Mas aun considerando
la diferencia de lengua y de cultura; la comunicación y el prose-
litismo debió ser algo complicado y por eso, tal vez, los criollos
se afanaron por divulgar un Catecismo Inca, cuya trascendencia
no se ha fijado aún. Circuló en el interior del Perú difundido por
los seguidores de Riva Agüero y mostró en sus páginas un tipo de
adoctrinamiento muy sugerente, con alusiones al ideal mesiánico
andino. Uno de los jefes guerrilleros partidarios de Riva Agüero,
nada menos que el coronel cuzqueño Santiago Marcelino Carre-
ño, se dirigiría a sus hombres llamándolos Hijos del Sol.
Hay quienes sostienen que la mayoría de habitantes del
Perú, esto es, la masa indígena, vio como ajena la lucha entre los
españoles de aquí y de allá, tanto más aun cuando fue reclutada a
la fuerza por ambos bandos. Los ejércitos que se iban a enfrentar
en la pampa de la Quinua estuvieron integrados indígenas en su
gran mayoría, tanto el independentista como el realista. Y lo iró-
nico es que esa batalla determinó la consolidación de la opresión
de los indígenas, en un país que emergía como independiente
solo para los criollos. ¿Cómo vivieron los indígenas ese proceso,
en el que uno y otro bando los convocaron a luchar, cada cual con
promesas que casi de inmediato se incumplieron?
Tan tempranamente como en 1821 San Martín decretó la
abolición del tributo y la extinción de otras cargas que pesaban
sobre los indígenas, como la mita, el yanaconazgo, la encomien-
da, el pongaje, etc. Y dispuso también que dejaran de llamarse
indios porque eran peruanos. Pero casi al mismo tiempo el pro-
tector se rodeó de una corte albócrata cuyos integrantes eran
precisamente los que lucraban con la opresión de los indígenas y
afrodescendientes. De modo que al igual que las Leyes de Indias,
tales disposiciones no llegaron a cumplirse. La explotación de los
indígenas no solo continuó sino que se acentuó y se siguió ha-
blando despectivamente de los “indios”, incluso hasta hoy.

204
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

¿Cómo vivieron nuestros pueblos originarios ese proceso, en el que


uno y otro bando los convocaron a luchar, cada cual con promesas
que casi de inmediato se incumplieron?

205
ANExOS

Aznapuquio en la historia española

Las guerras que determinaron la pérdida de nuestra domi-


nación en el continente americano son tan poco conocidas en Es-
paña, que no la mayoría de los hombres civiles, sino buena parte
de los militares carecen de una cabal idea de ellas. Es más, atreve-
ríame a decir que ni los mismos coetáneos se dieron cuenta de lo
que en tan apartadas regiones ocurría, engolfados como se halla-
ban en las luchas políticas de que era teatro nuestra península, y
escasamente sabedores de los hechos político-militares america-
nos. A ello no ha dejado de contribuir también lo poco que acerca
de esas guerras se rescribió, los mismos disturbios y revoluciones
por las que pasara nuestra patria desde los principios del siglo, y
la escasa afición que existe en ella a conservar y a publicar docu-
mentos que al andar el tiempo vienen a rasgar el velo del olvido y
a reparar a veces grandes iniquidades.
Y precisamente en estos días de angustiosas expectativas
tiene el valor de una triste oportunidad la aparición de la intere-
santísima serie de documentos relativos a la Guerra Separatista
del Perú, escritos por el general D. Jerónimo Valdés, testigo y ac-
tor en esta guerra, y publicados con notable esmero y patriótica
solicitud por el Sr. Conde de Torata1.
1
Han visto hasta hoy la luz dos volúmenes en 4º mayor, de unas 500
páginas cada uno, elegantemente impresos, e ilustrados con hermosos
planos y mapas. El primero se titula Exposición que dirige al rey Fer-
nando VII el mariscal de campo D. Jerónimo Valdés sobre las causas
206
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Esta serie de documentos arroja vivísima luz sobre los he-


chos que prepararon la pérdida del Perú y sobre las últimas ope-
raciones militares allí realizadas. Por lo mismo, importa llamar
acerca de ellos la atención del público estudioso, atención que no
considerará perdida todo aquel que quiera ahondar en el estudio
de tales hechos, y sobre todo, el militar y el político que quieran
sacar de los mismos alguna filosofía.
Dióse por perdido el virreinato del Perú como consecuen-
cia de la batalla de Ayacucho acaecida el 9 de diciembre de 1824,
pues aunque la bandera española todavía flotó en las murallas
del Callao hasta el 22 de Enero de 1826, el hecho es que aquellos
hermosos dominios dejaron desde el año 1824 de pertenecer á
España. Pero si fue la batalla citada la última página de nuestras
operaciones militares en el continente americano, no puede con-
siderarse como hecho que determinara la pérdida de nuestra do-
minación en este continente, sino como la resultante de una serie
de sucesos que arrancaba de más antigua fecha.
Difícil era, en verdad, que América se sustrajera a las in-
fluencias revolucionarias que agitaban el antiguo y el viejo mun-
do: más difícil todavía que España, enzarzada en sus luchas intes-
tinas y sin grandes elementos militares y marítimos que conducir
a sus posesiones americanas para robustecer su autoridad, pudie-
ra mantenerse en ellas; pero fuera de duda está que unidas a estas
dos circunstancias las torpezas y debilidades que cometió en los

que motivaron la pérdida del Perú, y está dividido en tres partes: Sepa-
ración de Pezuela, Traición de Olañeta y Batalla de Ayacucho. El segun-
do, Refutación que hace el mariscal de campo D. Jerónimo Valdés del
Manifiesto que el teniente general D. Joaquín de la Pezuela imprimió en
1821 a su regreso del Perú, refutación ésta a la que acompaña una im-
portante serie de documentos justificativos, entre ellos los Manifiestos
del citado Pezuela y de La Serna. Actualmente el Conde de Torata tiene
en preparación el volumen tercero, que indudablemente no cederá en
interés a los dos anteriores, con ser éstos por todo extremo dignos de
estudio.

207
Cuadernos del Bicentenario

últimos tiempos de su gobierno el virrey Pezuela, precipitóse la


pérdida total de nuestros dominios por manera harto lamentable.
Con efecto, hízose cargo Pezuela del virreinato en 1816,
con los prestigios que le daban tres años de mando en el ejército
del Alto Perú, aunque no con la simpatía y el ascendiente necesa-
rios en el ejército y en el pueblo; recibió, según él mismo declara,
en tal estado de prosperidad el país, que le permitió desde luego
rebajar la fuerza de la guarnición, y cuatro años más tarde no va-
cilaba en afirmar que todo estaba perdido, si no arribaban pronto
recursos de España; no recataba sus pesimismos a la junta de sus
generales, y aun llegó a significar serle imposible defender por
más tiempo el Perú, y, por tanto, la necesidad de capitular.
¿A qué se debió este cambio en el estado de aquel florecien-
te virreinato?
Dando de mano las causas generales a que antes nos refe-
ríamos, y aun, si se quiere, los talentos militares de los generales
que se hallaban al frente de los insurgentes americanos, es indu-
dable que Pezuela carecía por su edad de las energías necesarias
a un mando dificilísimo, y sobre ser débil y hallarse muy supedi-
tado a sus afectos y aficiones personales y de familia, carecía de
talentos militares y políticos para sacar partido de su situación.
Con efecto, su falta de armonía con el general La Serna,
tanto o más que su plan de campaña de 1816, campaña empren-
dida contra enemigos superiores en número y mejor dispuestos,
dio por resultado un fracaso militar, al que siguió, en 1818, el de
la expedición a Chile realizada por su yerno Osorio con 4,500
soldados contra 11,000 de línea que tenía San Martin. Y conse-
cuencia de esto fue la desastrosa batalla de Maipú, el desmantela-
miento de la plaza y puerto de Talcahuano, la rendición de Valpa-
raíso, el bloqueo del archipiélago de Chiloé, la pérdida del convoy
y armamento que escoltaba la fragata María Teresa2, y el dominio
2
Son dignos de citarse como modelo de singular entereza los siguientes
208
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

completo del mar Pacífico por los enemigos, que quedaron así en
estado de atacar el Perú por mar y tierra, como lo verificaron en
septiembre de 1820.
“La consternación que estas pérdidas causaron en Lima
-dice un coetáneo- fue extraordinaria, y las circunstancias de ser
el autor inmediato de ellas un yerno suyo, suscitó el clamor pú-
blico contra el general Pezuela”. San Martín, que estaba muy bien
informado del desconcierto en que se encontraba el gobierno de
Lima, invadió las costas del Perú con 4,500 hombres de todas ar-
mas a principios de septiembre de 1820.
Y a pesar de que el virrey tenía a su disposición (según él
mismo asegura en un documento3) 23,000 hombres y algunos
cuerpos de milicias, el general insurgente en una campaña de
cuatro meses y medio se hizo dueño de las ricas provincias de
Guayaquil, Trujillo, Tarma, Huancavelica, Huamanga y de la de
Lima, excepto la capital; atravesó el Perú con un cuerpo de 1,200
hombres: batió e hizo prisioneras las guarniciones de Ica, Nazca,
Huancavelica, Izcuchaca, Jauja, Tarma y la columna del general
O’Reilly, que cubría los minerales de Pasco, concluyó por la fuer-
za de sus movimientos con la división del brigadier Ricafort; apo-
deróse de la fragata de guerra Esmeralda, anclada bajo los fuegos
párrafos de la defensa del comandante de esta fragata por el coronel
Colmenares, en el consejo de guerra celebrado en Lima, hallándose al
frente del gobierno y dentro de la ciudad el general Pezuela:
“Es altamente responsable de la pérdida de la Isabel, y sus consecuen-
cias, el brigadier, yerno de S.E. D. Mariano Osorio, hallándose de jefe
en Talcahuano. Igualmente, señor, es infinitamente responsable de la
pérdida de la Isabel, y sus consecuencias, el Excmo. Sr. D. Joaquín de
la Pezuela, virrey del Perú, como voy a demostrar, etc. […] Yo no en-
cuentro razón para que S.E. no tomara las medidas anticipadas que el
rey nuestro señor le había mandado desde octubre del año 1817 para
recibir la expedición, pues es notorio que no tomó ninguna, etc.”.
Los cargos que dirige el defensor al virrey son tan fundados, como
enérgica la forma en que se hacen.
3
Manifestación del general Pezuela, párrafo 3º.

209
Cuadernos del Bicentenario

de Callao, y vio engrosar sus tropas con dos guarniciones, una


división entera y el batallón de Numancia, que se pasaron a ellos.
En suma, San Martín a principios de 1821 se encontró con un
ejército aumentado hasta 10,180 combatientes, más 5,000 de gue-
rrillas o montoneras, y además con la ventaja de haber causado
a los nuestros una baja de 8,200 hombres. Inventariamos hechos
que por otra parte resultan del mismo Manifiesto que poco des-
pués se dio a luz con el nombre de Pezuela.
Tal serie de desgracias, más graves cuanto más inespera-
das, acabó de desorganizar el gobierno del virreinato, destruyó
crédito y recursos, puso en poder del enemigo costas y arsenales,
dio lugar a que la capital quedase bloqueada por mar y tierra, y a
que cundiera de tal modo el desaliento entre los americanos más
comprometidos por la causa española, que hubo día en que se pa-
saron al enemigo hasta 38 oficiales de todas graduaciones. Pero el
virrey nada hacía para contrarrestarlos, para levantar la opinión
y modificar aquel estado de cosas.
Lejos de ello, en vez de cambiar el plan de campaña y sa-
lir de una inactividad a todas luces funesta, Pezuela, rodeado de
personas poco leales y algunas notoriamente infieles, ni supo sus-
traerse a las nocivas influencias de éstas, ni salió de la inacción en
que se hallaba. Se le incorporaron dos cuerpos del Alto Perú que
esperaba para salir en busca del enemigo, y continuó encerrado
en Lima, que era lo que precisamente deseaban los enemigos para
obligarle a suscribir una capitulación.
Y llegó, en fin, la hora por éstos esperada como por los es-
pañoles temida: llegó el gravísimo momento en que el virrey se
decidió a proponer a la Junta de Generales la necesidad de capi-
tular con San Martín, por no poderse, según decía, prologar la
defensa del reino4. Esta capitulación, sin embargo, tenía su proce-

4
En la exposición dirigida al rey por el general Valdés, el 12 de julio de
1527, se declaraba lo mismo.
210
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

so. Se proyectó, según todos los indicios, a instancias y excitación


de confidentes desleales: fue presentada al mismo virrey por las
representaciones del Ayuntamiento y de los vecinos más carac-
terizados de Lima, y ¡pena y vergüenza da decirlo! la aceptó el
anciano general sin tomar providencia alguna5. Puede el lector
juzgar de la representación suscrita por aquellas colectividades
consultando los documentos que figuran en la serie dada a luz
por el Conde de Torata.
Pero Pezuela no contó con la oposición de los generales y
jefes a sus órdenes. Harto sabían éstos que la capitulación no se
hubiera preparado sin la anuencia de Pezuela, y si no lo supieran,
la conducta de éste, y sobre todo la imprudente de sus amigos y
allegados que recogían las firmas y dirigían el complot, les hubie-
ra advertido del peligro. Pues qué, ¿no resultaba escandaloso que
una primera autoridad, un general, sobre todo, que se hallaba a
tan gran distancia de su patria, transigiera tan fácilmente con los
enemigos de ésta? Los hechos vinieron a demostrarlo.
Redactados estaban ya los preliminares del tratado de paz,
y San Martín embarcando en Huacho la expedición que debía
desembarcar en el Callao, de acuerdo con los jefes que mandaban
los castillos6; es decir, dispuesto todo para ser entregado el país a
5
Y es que más vergonzosamente todavía, habiéndose dirigido al mismo
virrey una contra - representación por los individuos del Regimiento de
la Concordia, que guarnecía la capital y parte de los fuertes del Callao,
pidiendo que fueran separados los jefes y oficiales que habían formado
también aquella petición, lejos de deferirse a su justa solicitud, se ame-
nazó y trató como insubordinados a los que la presentaron.
6
Miller, traducción de Torrijos, tomo I, pág. 265, dice así: “El 30 de ene-
ro se embarcó el destacamento, y la escuadra se dio a la vela. El objeto
de la expedición era tomar el Callao, pues algunos oficiales realistas que
se hallaban en ellos habían sido ganados por el general San Martín y se
habían obligado a enarbolar la bandera independiente con tal que fue-
sen sostenidos por el desembarco de un cuerpo respetable de patriotas;
pero el día antes de la salida de las tropas de Huacho había sido depues-
to Pezuela y relevada la guarnición del Callao por tropas del partido del

211
Cuadernos del Bicentenario

los enemigos, cuando los jefes españoles, reunidos en el campa-


mento de Aznapuquio -una legua al Norte de Lima- y entre los
cuales figuraban hombres tan probos y esforzados como Valdés,
Canterac y Rodil, acordaron dirigirse al virrey Pezuela para exi-
girle que resignara el mando en manos de quien pudiera hacer
frente a tan grave estado de cosas. Tuvo efecto esta reunión la
noche del 28 al 29 de enero de 1821.
Al amanecer, puestos todos los cuerpos sobre las armas, y
avanzada hacia el camino de Lima una compañía de granaderos
con dos piezas de artillería, despachóse al coronel Loriga con la
representación de la junta para que la pusiese en manos del virrey.
Y qué efecto produciría la intimación de la junta en el ánimo de
Pezuela, lo retrata él mismo en su Manifiesto, en páginas que bien
a las claras justifican la acertada y patriótica medida de los jefes
de Aznapuquio. “Determiné -dice entre otras cosas- rendirme al
imperio de los sucesos, y disimulando la violencia de mi desti-
tución, quise dar a mis agresores un gran ejemplo de adhesión
nacional en el mismo acto que, sin respeto de la inmediación de
un enemigo astuto y al influjo funesto de una empresa sediciosa,
abría una brecha terrible dependencia política por la que se ha
litigado tantos años…”.
El hecho es que Pezuela entregó el mando, lo que no fue
óbice para que a las siete de la noche de aquel mismo día, es de-
cir, en la tarde del día en que se realizó el hecho de Aznapuquio,
redactara una protesta contra lo que acababa de efectuarse, pro-
testa que por su extensión y por la serie de trabajos a que hubo de
entregarse en dicho día el virrey, no es posible creer se concibiera
y escribiera en pocas horas. ¡Triste recurso de los débiles! Porque
los términos en que está redactada esa protesta no se compadecen
bien con lo manifestado en el acto de la renuncia -entre otras co-
nuevo virrey. Consecuentemente, volvió la expedición a Huacho el 19
de febrero, sin haber ni aun siquiera intentado desembarcar. Las tropas
bajaron a tierra, pero prontas para reembarcarse a otro servicio”.
212
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

sas, su insistencia en que La Serna se encargase del mando, con-


jurándole para que lo aceptara, y en que su mayor deseo era tras-
ladarse a la península-, mucho menos con los ataques dirigidos
más tarde a este general, a quien correspondía por su graduación
ocupar el puesto que Pezuela dejó vacante. ¿Fue Pezuela conse-
cuente con sus palabras? ¿Tuvieron efecto los siniestros vaticinios
hechos en un folleto publicado con su nombre poco después? Los
hechos dicen lo contrario, porque La Serna y los jefes de Azna-
puquio todavía sostuvieron por espacio de cerca de cuatro años
nuestra dominación en la América del Sur, y lo sostuvieron sin
recibir socorro alguno de la metrópoli, cosa que consideraba Pe-
zuela a raíz de su separación de todo punto imposible7.
Pero… viendo ya al hecho histórico objeto de este estudio,
hecho que debe conocerse y estudiarse atentamente por las ense-
ñanzas que encierra, ¿faltaron o no a sus deberes militares los jefes
que desde el campamento de Aznapuquio se dirigieron al virrey
con objeto de que resignara el mando en manos más vigorosas
que las suyas?... A nuestro entender -y bien lo probaron luego los
hechos- obraron como debían. Decretada una capitulación con el
enemigo; débil el virrey hasta el punto de tolerar que a su alrede-
dor se fraguara una verdadera conspiración, mal disimulada con
trazas de solicitud; torpe hasta el extremo de no recatar sus pesi-
mismos, más animoso cada día el contrario y en correspondencia
con allegados de Pezuela, en semejante estado de cosas sólo cabía
tomar una resolución extrema y enérgica, cual era la de privar del
mando al que no se hallaba con capacidad y energía para desem-
peñarlo. Ni era posible acudir antes al rey, hallándose como se ha-
llaba aquel ejército a 5,000 leguas de la metrópoli; ni tampoco que
olvidaran aquellos jefes la línea de conducta que determina los lí-
mites de la obediencia ciega. A su manera la señala la Ordenanza
en el art. 3º del tratado 8º, título VII; la marcó terminantemente

7
Párrafo 5 de su Manifiesto.

213
Cuadernos del Bicentenario

(y por cierto pocos años antes) un decreto de la Junta Central8,


en el que expresamente se previene que “cuando el gobernador
de una plaza manifiesta que no puede continuar la defensa por
más tiempo, si hay algún oficial que quiera encargarse de ella, le
quedan subordinados y obligados a obedecerle todos los jefes, de
cualquiera graduación que fueren”. Disposición recordada ahora
con motivo de algunos hechos acaecidos en la guerra de Cuba.
Lo que se justifica poco es que un Virrey que se decía con
autoridad y prestigios bastantes para continuar en el mando, pese
a sus contrarias declaraciones, renunciara tan fácilmente a él, for-
zado por un hecho que calificó de calaverada; y que muy poco
después, cuando aún ardía la guerra en el Perú, permitiera que
con su nombre se publicase un Manifiesto, en el que tachaba de
ambiciosos, ignorantes y perversos a los que todavía luchaban en
aquel virreinato, defendiendo palmo a palmo el terreno como La
Serna, y sosteniendo gloriosamente la bandera como Rodil. Los
soldados de Aznapuquio lucharon como buenos por espacio de
cuatro años; la mayor parte de los jefes que rodeaban al virrey, en
primer lugar, los americanos, fueron verdaderos traidores, algu-
nos de ellos antes y después de haberse hecho pública su traición.
Tales el mariscal Montemira, que, tachado de disidente al princi-
pio de la revolución, fue nombrado por Pezuela gobernador de
Lima a fines de 1820, y se pasó al enemigo el 21; La Mar, que en-
tregó el Callao a los enemigos el mismo año; Llanos, Beringoa, el
auditor Bedoya (sospechoso siempre), Santa Cruz, Gamarra (co-
ronel ayudante de Pezuela), Vivero, Trujillo, Portocarrero, Landa
y otros coroneles, generales y altos funcionarios, pues la lista sería
larga. Confiados a estos individuos cargos y destinos de verdade-
ra importancia, ¡cómo extrañar la desacertada política del virrey
Pezuela! Lo que verdaderamente admira es que nuestra domina-
ción en el Perú, minada por tanto desleal, mantenida por ejércitos
en su mayor parte compuestos de americanos, pudiera sostenerse
8
Trasladado por Real Orden de 13 de abril de 1811.
214
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Joaquín de la Pezuela,
virrey del Perú. Hasta
finales del siglo XIX los
historiadores españo-
les prefirieron obviar
como tema de estudio la
pérdida del virreinato
peruano. Recién con la
publicación de docu-
mentos dejados por los
protagonistas de esa his-
toria se retomó el interés,
también porque España
estaba entonces por
perder Cuba, su última
posesión americana.

como se sostuvo todavía durante cuatro años.Y sin embargo, no


ha faltado quien hiciera responsables a los jefes de Aznapuquio
del desastre de Ayacucho, relacionando íntimamente este hecho
con aquél, ni quien calificara de felonía lo ocurrido en el primero
de dichos lugares. Lo que verdaderamente se desprende de los
hechos apuntados es que Pezuela preparó, con su inacción y sus
torpezas, la pérdida del Perú, que precipitó Olañeta con su trai-
ción, y que la batalla de Ayacucho fue la resultante, no la determi-
nante, de estos sucesos. Algo hay que aprender de ellos para que
su conocimiento deje todavía de ofrecer interés.
Francisco Barado
*La Ilustración Española y Americana, Año XXXIX, Nº XLIII, Madrid,
22 de noviembre de 1895, pp. 291, 294-295.

215
Conferencia de Punchauca, en el arte de Juan Lepiani.

Revelaciones del comisionado real Manuel


Abreu sobre la conferencia de Punchauca y sus
derivaciones. Cargos contra el virrey La Serna.

Al excelentísimo señor virrey don José de La Serna.


Lima, 15 de agosto de 1821.
Excmo. señor.
No cumpliría con los sagrados deberes que me imponen
las generales y particulares instrucciones que he conducido del
gobierno, si, frío espectador de la ruina de este imperio, no avan-
zase mis esfuerzos a la marcha ordinaria de negocios subalternos.
Grabada en mi corazón la obligación de expresar la verdad aún
a los príncipes, nada podrá arredrarme cuando hablo a impulsos
de mi conciencia. V. E. ha tenido sobrado tiempo para conocer
los ardientes deseos que me animan por conseguir el objeto de

216
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

mi destino, sin que por esto me considere exento de imperfec-


ciones. Las encadenadas y azarosas ocurrencias han ocasionado
su demora; mas desgraciadamente hemos sido conducidos al borde
de peores males después que los afanes de la diputación de S.M.
habían conseguido ponernos a las puertas de la paz.
Los artículos modificados de la nota que incluimos a V.E
deben ser el término de los males, y en la alternativa de la guerra
o de la paz (asegurada la existencia de nuestro ejército) cualquier
otro racional sacrificio (en mi concepto) no debe ser obstáculo
para logro tan venturoso.
Yo invito y confío en que V.E., con presencia de las con-
secuencias de una opinión generalizada y en que siempre hemos
convenido, unida al carácter de una guerra que desgraciadamente
se ha hecho personal, no dejará de conformarse a lo acordado;
pero creo que no debo pasar en silencio de que si por una fatali-
dad V.E no tuviese a bien asentir, la junta está dispuesta a ratificar
su opinión y pasarla por la diputación a la del Excmo. señor D.
José de San Martín, si las razones en contrario que exponga V.E.
no las estimase bastantes, así como en la última junta no fueron
suficientes para hacerlo variar sobre la existencia de la junta y
diputación en ausencia de V.E., y todos hemos extrañado que el
secretario no lo hubiese extendido en acta.
La inmensa distancia a la península nos priva del remedio
de tamaños e inmediatos males, así como también al gobierno
de las noticias exactas de sus causas, si una multitud de personas
que se disponen para navegar a Europa no fueran fieles órganos
de ellas. Permita el cielo que una paz tan suspirada ahogue todas
las pasiones que se alimentan en la guerra. Participo a V.E. que en
las Gacetas del gobierno español del 4 y 5 de febrero se estampa el
armisticio y regularización de guerra de Bolívar y Morillo.
Dios guarde a V.E. muchos años.
Manuel Abreu.

217
Cuadernos del Bicentenario

Al excelentísimo señor virrey don José de La Serna.


Lima, 19 de noviembre de 1821.
Excelentísimo señor:
Confieso francamente que solo tenía una remota esperanza
de que dejasen obrar a V.E. según su corazón; pero jamás podría
persuadirme hiciesen que negase los precisos alimentos y trans-
porte al comisionado de N.M., teniendo forzosamente que men-
digar estos auxilios con descrédito de V.E., trascendental a todo
español. Pero lo que parece una burla es, que me diga V.E. le man-
de copia de las instrucciones reservadas de S.M. (que ha perdido,
y acaso estarán en poder del enemigo con otros documentos que
V.E. dejó en palacio) y de todos los oficios habidos en la diputa-
ción, que es lo mismo que pedirme 200 pesos cuando menos.
Lo que admira aun más es, cómo se excusa al socorro de
tantos infelices buenos españoles de que está hecho cargo el señor
Vacaro, con la particularidad que V.E. se niega solo porque así lo
quiere; pues, como es tan sabido, las riquezas de oro y plata que
V.E. sacó de esta capital, y las que acaba de extraer de las minas
de Pasco, no dicen que por falta de medios deja de auxiliarnos.
V. E. me hace comparación con que los semblantes son tan
desiguales como las opiniones; conviniendo en lo primero y en
que no podemos hacer que varíe nuestra fisonomía, estamos obli-
gados por otra parte a nivelarnos en los sentimientos de justicia
y de razón, que para eso se nos dio. V.E. debe de tener presente,
que no escribo sino para los que le han hecho dictar un papel que
es (como los demás) nuestro verdadero proceso y quiera nuestra
suerte hayamos obrado según la fe de nuestra alma…
V. E. me dice que siempre lo provocaba a que accediese a
cosas contra su honor y responsabilidad; si yo no estuviera tan
persuadido de lo contrario, y de que V.E. es el que ha declinado de
un modo opuesto a nuestros deberes, no me atrevería a reproducír-
selo en toda ocasión.

218
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

V. E., cuando se avistó con el general San Martín en Pun-


chauca, con solo media hora que habló reservadamente con él, lla-
mando enseguida y aparte a Llano, La Mar, Canterac, Galdiano y
a mí, nos dijo que el plan de San Martín era admirable, que lo creía
de buena fe; y aunque dijo V.E. que no quería estar mandando,
consintió en él, comprometiéndonos a todos, con la particulari-
dad de haberme dicho V.E. antes de la junta con San Martín, que
pensaba poner de su acompañado en la regencia al general La Mar.
¿Quién, sino el diputado español le dijo a V.E. había ex-
puéstose al general San Martín todas las razones y dificultades
que estaban en oposición a su plan, habiéndole dicho a V.E., y con
particular secreto, después de la junta, una circunstancia que me
dijo V.E. haber advertido igualmente?
¿Y quién sino V.E. propuso a la junta pacificadora (anulado
dicho plan) variar el gobierno dándole diversa forma que la legíti-
ma, y de la que antes había convenido con San Martín?
¿Y quién sino V.E. y Canterac nos escribieron en un principio
que propusiésemos a Lima por ciudad hanseática?, propuesta que
jamás hicimos por considerarla debilidad, porque no lo había-
mos acordado en junta, y porque en aquel tiempo los enemigos se
daban por muy satisfechos con el Real Felipe y sus dos adyacentes.
Estas debilidades que alternaban con un rigorismo des-
templado, verdaderamente son las que nos degradaban y aun nos
separaban del círculo de nuestras atribuciones; pero V.E. jamás
podrá probarme otra cosa que la inclinación a ceder algún parti-
do o provincia, por obtener un bien tan general, y esto solo con-
vencido que el enemigo solo por su actitud había de conseguir
ventajas siguiendo la guerra.
V.E. dice que mi lenguaje se parece al de un agente de los
disidentes; en otro tiempo procuró desacreditarme un ayudante
de V.E. bajo el mismo pretexto; y ahora siempre que lo encuentro
en la calle, baja sus ojos modestos, sin embargo de la protección

219
Cuadernos del Bicentenario

que le dispensa este gobierno por haber estado en corresponden-


cia con él, aun antes de mi llegada al Perú.
El padre del pueblo español me designó con el fin de conciliar
a sus hijos disidentes; yo conozco muy bien las faltas de ellos y
las nuestras, y juro que he tenido más confianza para echárselas
en cara suavemente, que para decir a V.E. las nuestras; pero V.E.
habido sido siempre impulsado a tratarlos de traidores, rateros
y alevosos, no ha podido convenir con la moderación y pruden-
cia que la diputación se propuso, evitando así el rompimiento
escandaloso a que V.E. nos provocó, exigiéndonos pasásemos a
San Martín su original oficio, que V.E. sabe no se le dio curso y
por cuyos antecedentes permítaseme pregunte, ¿por qué habien-
do tenido la diputación la usual y prudente precaución de lacrar
y con variación sellar cuanta correspondencia ha tenido, ahora
me haya mandado V.E. la suya con solo una porosa oblea? No lo
sé, ni ya es tiempo de saberlo, pues que paso inmediatamente a
la península.
Dios guarde a V.E. muchos años, excelentísimo señor.
Manuel Abreu*.
* Documentos publicados por Manuel de Mendiburu en la semblanza
que hace de Manuel Abreu. Diccionario Histórico-Biográfico del Perú, t.
I, pp. 55-57.

220
Lima. Waranqa pusaq pachak iskay
chunka jukniyuq wata

Yaykuynin.
Chay chaupi pacha, waranqa pusaq Pachak iskay chunka juk-
niyuq watapi, ispañulkuna jatun kamashikuqkuna, musyaraku-
ñam llaqta tiyarinantaqa, llipin Abya Yala suyumanta tiyariy ku-
nakuyqa karqañam.
Chay iskay chunka tawayuq punchau waranqa pusaq Pachak
iskay chunka jukniyuq watapim, jatun chuya kausay chayarqa
Culumbia suyuman, chay Bulivarpa atipasqan rayku paysi Ca-
rabobo nisqampi qatikacharusqa sipispan chay ispañulkunata,
ichaqa sapallanñas chay Pastu suyullañas ispañulpa maquimpi-
raq kasqa, chaymantataqsi Quitu, Guayaquil llaqtakunamanta
yuyaykunapuni imaynam kanankumanta.
Waquiqnin kamachikuq ispañulkunam ichapas ispañamanta
riy yanapawashwan nispa nirqaku, ichaqa juk iskayllam allinmi
nirqaku chay chuyachakuy pachaman culuniakuna tikrakusqan-
manta, anchataqsi Fernando VII, munasqa absulutismuman ku-
tiyta, chaynapi chay chuyachakuy pachaman yaykusqankuta chay
waranqa pusaq pachak iskay chunka watapi rurasqankuta mana
allinmi nirqachu.
La Serna iskay umayarusqa, manaña pirupi virriy karañachu,
mana riy riqsisqachu, manataq San Martínqan rimasqampas
allinchukasqa, chaysi ichaqa lluptirusaq waman mayuman nispa
lluptisqa, chaysi Canterac juniu killa tukuyta waranqa pusaq Pa-
chak iskay chunka jukniyuq watapi, ripusqa Waman mayu patan-
man, ichaqa risqa Lurin qishwanta.

221
Cuadernos del Bicentenario

Los últimos Incas - Óleo de Julio Vila y Prades (1909).

Paysi suyasqa Mantarupi tiyaykuspa, chaymanta ripunman


Qusqu llaqtaman, chaymanta kamachikamunampaq, ichaqa pa-
ywan kaq kamachikuqkunas iskay uma rikurirusqaku, chaysi pa-
ykunaqa mana virriypa nisqantaqa kasunmankuchukasqa.
Ispañulkunas chay “valle del Mantaro” nisqankupi, kasqaku
mana allín atiyniyuq, chaysi Arenales guirrillirukunawan sipi-
runmankasqa, ichaqa San Martín. Quiquinkupuna piñanakuyqa
karqam ispañulkunapapi chaynataqmi patriutakunapapipas.

Chay San Martinqa yanqa llullakuspanmi ispañulkunata chiqni-


qtukuspan ichallaqa paykunapa allinnimpaqmi rurarqa, ichaqa
chay llullakuyninwanmi ispañulkunaqa puraminti mancharisqa
karqaku.
San Martinqa yaykumurqa Limaman chay ispañulkunata wa-
qaychaqmi. Chay wampuq goleta Moctezuma sutiyuqpim chaya-

222
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

murqa Callauman, iskay chunka suqtayuq junio killa punchau,


ichaqa manaña ima rimarinanku kasqañachu La Sernawan, chay
raykum chay chunka suqtayuq killa mana imapas kanampaq ri-
manakuyninkus puchukarusqa, chay raykum Limaman yauku-
mura ispañulkunaman llallpan qawachinanrayku. Ispañulku-
naman kallpayuq kasqanta qawachikusqa chaynapi La Serna
lluptinampaq, ichaqa chay Bernardo O’Higgins paysi kasqa chay
chili suyumanta allin kamachikuq uma, paymansi uktataq willas-
qa, ichaqa utqayman Qullqi qunanrayku ichaqa auqa suyunku-
nas tarikusqaku mana qullqita chasquispa unay killaña.
Chaysi nisqa, mana nirqanim chay ashka killa suyayta, icha-
qa allinmi karqa ñuqanchikpaq, ichaqa qullqitam munarqanchik
auqanchikunaman qunapaq, chaysi O’Higgins mana manunta
atisqachu
Yapaykusqa ichaqa, chay raykus payqa qallarisqa runa sipiyta
mana quipa pachapi rikusqata, chay nisqa:
Imaynatam ñuqa kacharisaq chiliman rinankupaq, mana
qampa qullqiqui kanchu paykunaman qunayquipaq, nuña kay
pachapi jatalliymanmi, ichaqa qallarisaqchá ispañulkunata qa-
ykusaq muchuy pachaman, mikuymantam chaquinjaku, chay-
nataqmi unquymi sipishkan, ichaqa chayamusqaykumantam
yapakurun paykunapa wañuynin, manam qipa pachapiqa kar-
qachu kayna runa wañuyqa. (Paz Soldán, 1868, pp. 466-467).
Ichaqa manam ima sipinakuypas karqachu, chay La Serna, pis-
hqa punchay juliu killapim kunakaramun payqa ripunanta chay
valle del Mantaro nisqankuman, chaspi tiyananta. Chaymi unan-
charun llipin ispañulkuna chay Castillo del Callao nisqankuman
lluptinankupaq, yuyayninmantaqa chaypis mana tupana tiyan-
manku kasqa, chaysi saqisqa ashka auqa runakunata La Mar uma
kamachikuqniyuqta.
Chay kunakuysi allí allinta mancharichisqa llipin ispañulku-
nata limapi yachaqkunata. Manchariyqa chayarunsi chay apu is-
pañulkunaman, paykunas ripusqaku Callauman llapa imankutas

223
Cuadernos del Bicentenario

jatun qipikunapis apasqaku mulakunapi, chaynataq maquiwatas-


qa runankunas qipisqaku kay ispañulkunapa qipinkuta, ichaqa
utqaymansi ripusqaku, puraminti jatun manchakuyllawanña,
waquiqnin warmikuñataqsi iglisiakunaman yaykusqaku man-
chariymanta waqastin.
Chay tutas puraminti mana allin jallakusqaku, chay raykus
waquiqnin cabildupi kaqkuna risqaku Callauman chaypis ta-
rikusqa “capitán escocés Basil Hall”, paysi kasqa kamachikuq
chay Conway sutiyuq wampuq wasi, ichaqa paytas puramintita
mañakusqaku auqa runankunawan Limallaqtaman yaykuspa
quirrillirukunapa yaukunanta amachakunampaq.
Hall nisqankus kamachisqa pisi auqa mama qucha runaku-
nallata, ichaqa chay suqta punchau juliu killapis Lima llaqtapi
ispañulkunas ancha ancha manchakuyman yaykurusqaku, chay
virriyninku lluptisqanwan, kaysi qatisqa chay Kantiracpa may-
mi risqanta. La Sernas willachisqa San Martinman lluptisqanta,
jinaspansi kunaykusqa Lima llactaman yaykumunanpaq, nisqas
saqishkanin kamachikuqta paykunan kanku Pedro José Zárate y
Navia, paywantaqsi tiyanqa chay Valle Oselle nisqanku, ichaqa
paykuntas umachanqa chay jatun kamachikuqninku marqués
de Montemira nisqanku, paysi riqui allin machuyasqaña ichaqa
allin runas paykunapaq, chay raykum payta akllasqa uman kama-
chikuq kanampaq, (Leguía y Martínez, 1972, t. IV, p. 459), paysi
kay Lima llaqtata qunmankasqa chay San Martin nisqankuman.
La Sernaqa sagirusqa mana allín auqa rukanunallatañas chay
Rigimintu Kunkurdia nisqankuta, chaymantas uyarirusqa llapa
guirrillirukuna yaykumunanta, chaysi qilqarusqa San Martin-
man kay niqta:
[…] yachasqam ashka guirrillirukuna llaqtata chaqumus-
hkanku, ichaqa qanmi paukunawan allinta rimanakunqui-
chik, chay raykum qillqamuyqui, utqayman yaukunayquipaq
ichaqa ñuqapa lujsisqayta yacharuspankum utqayman yayku-
runqaku, chaytam qam kamachikunqui allin kausaykanam-

224
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

paq, amam ispañulkunata ama allin kayman churanqakuchu,


chaypaqmi qillqamushkayqui allinta musquykuspayqui kama-
chikunayquipaq (Odriozola, 1873, t. IV, pp. 258-259).
Cuchranipa auqa mayu runankunas Callauta chaquramus-
qakuña, San Martinñataqsi chayaramusqaña Callauman chay Sa-
cramento nisqanku wampuq wasipi, chay La Mar nisqankuñataq-
si yacharusqa Callaupi ashka ruranakuna kasqanta, chaysi Callau
chaqunampaq payqa suyashkan allin pacha kanallantaña. Ichaqa
chay Lima llaqtapis mana pipas arí nisqachu chay Basil Hallpapa
auqa runankuna chay Montemira nisqankupa runankunapiwan
jukllawanakuruspanku guirrillirukunata lluptichinantaqa.Chay-
napi iskay Sunqu kaspankus lluptisqaku Kallauman amachakuy
tariq, waquinniqñataqsi wasinkupi puramintita wishqapakurus-
qaku, chaynapi chaupi punchay chay suqta punchau kuliu killapi
llipin Lima llaqtaqa Purun pacha jinas kasqa.
Waquiqnin chay criullu niskankunañataqsi chisinkuy tutata
maskasqaku patriutaman tikrakunankupaq, ichapas chaynaqa
chay guirrillirukuna manapas tupawashwanchu nispas ninmanku
kasqa. Manchakuyqa manas patriutakunapa chayamuyllanchu,
chaynatam qillqasqa chay capitán ConWay nisqanku: chiqaypi
manchakuyqa kasqa chay llipin watasqa maqui runakunas tiya-
riramusqaku llipin misti runakunata sipinanpaq, chay rimaytas
puramintita llaqtapi llipin runakuna rimaqku, manam yachanku-
chu picha chay rimayta paqarirachira, ichallaqa chiqaptas chay
yana, watasqa maqui runakunas llaqta patankunapi, chay guirri-
llirukunata yanapaspanku kasqaku, chaytas misti runakuna riku-
ruspa sinchita mancharisqaku, ichaqa juñunakusqakus manam
kanchu auqa suyu ispañulkuna, yaykurushwanmi llaqtata llapan
misti wañuchiq nispas rimaqku (Hall, 1971, p. 227).
Chay juk “historiador” nisqankum qillqasqa kay nispan: chi-
qaypi mushuyqa rikuriramun chay maquin watasqa runakuna ti-
yariramuptinsi, paykunas munasqaku llipin mistipa tukuy iman
qichuyta.” (Paz Soldán, 1868, p. 183).

225
Cuadernos del Bicentenario

Kantaqmi chay viajirunisqankupas qillqasqakutaqmi chay pa-


chamanta, ninkum:
Chay pacha llipin maquin watasqa runakunapa rurasqansi
kasqa chiqaypi manchakuyllapaqña, ichaqa llipinkus risqaku
ñaupa mistikuna wasinta qipa pacha paykunata waqashisqan-
manta, kunan kuna kunaykuspankus sipisqaku (Caldcleugh,
1971, p. 185).
Chay maquin watasqa runakunas jishpasjaku chunka pishqa-
yuq waranqaman, yaykuramusjakus jawa haciendakunamanta.
Chay auqa suyu ispañulkuna lluptiruptinsi, Lima llaqtaqa
rikurirusqa llipin viajiru nisqankupaq kasqa, muchuy pacha, cha-
ymi ninku: “jatun jatun wañusqa llaqta nispa”; chaysi punkuku-
napas, watiqana punkukunas qiruy qiruy wishqasqa. Ichaqa chay
yanquikuq ingliskunallas punkunkuta quichasqaku, chaypas
Cochrane nisqankus, nisqa qamkunataqa manam imanasunqui-
chikchu, chay raykus paykunaqa quichasjaku.
Pachapa risqampi jinas, Muntimirapa wasin punkupis ashka
runa juñunakurusqaku imaynam paykuna kananta yachayta
munaspa. Chaypis uyarikusqa allin patriutakunapa rimayninta,
chaynataqsi chisinkuypi tikrakuqkunapas rimarinkutaqsi, La Sir-
natas juchallachisjaku ichaqa San Martintañataqsi yaukukamuy
nisqaku, mana chay watasqa maqui runakuna chaynatas chay
guirrillirukuna mana sipirunankuta munaspa. Chay suqta pun-
chau juliu killapi Muntimira San Martinman qillqasqa, chaypiy
nin:
Pipas manam ninchu ruranayquitaqa, ichaqa ashkan rura-
nayqui chay raykum yachanikum qillqapi nisqayquita, llapa
ispañulkunapa allin kananta, chaynataq imankupas qauka
nananta, mana pitapas qipachaspa, ichaqa kunampunim mu-
naniku allin allinta kunaykamuy pim kamachikuqta chayna-
pi jaukakayniykuta waqaychaykunampaq, manam pisi man-
chakuychu llapa guirrillirukuna y watasqa maquikunapas
chaqukushkanku Lima llaqtata, imaynash kasaqku chay gui-

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

rrillirukuna yaykuramuptinkuqa, chaymi allin kunasqa kana-


yquipaqmi kachamushkani kay Eustaquio Barrón nisqankuta,
ichaqa chayman jinam kaypi suyashkaniku kunakamunayqui-
ta chaynapi jauka kanaykupaq (Odriozola, 1873, t. IV, p. 257).
Jatun mancharikuymi rikurirun kay Lima llaqtapi, juk tu-
tam yaukuramuy caballiria “mana San Martimpa yachasqallan-
ta” (Stevenson, 1971, p. 293). Chaynataqmi karu suyumanta ti-
taqkunapas sinchita mancharirunku, icha chay guirrillirukuna
yaukuramunku nispa, chaykunatam manchakunku purun runam
chaukynaqa nispa, chaymi ninku:
“manam manchakuyqa chay maquin watasqa runakunalla-
mantachu, ichaqa jatun manchakuyqa chay guirrillirukunaman-
tam paikunam urqukunapi purishkanku, rikushkanikum ima
rurasqantutapas, chaymi qariqarillaña purikachashkanku, pa-
ykunan imay pachapas yaukuramunmanku, allitaqmi kashkanku
San Martimpa kamachikuynimpi, ichaqa imayna raykupipas
mana kasuspanku yaukuramunmankum chaymi jatun man-
chakuyniyku.” (Hall, 1971, p. 228).
Qanchis punchau killapi yaykuramunku iskay kachapuriq San
Martin kachamusqa paykunam apamusqaku qillqata Cabilduma
chaypim nimusqa:
Ñuqaqa tukuy ñaupa pacha piñanakuytam qunqani, chay-
napi qam uma kaspayqui willay kay nisqayta llaqtarunaman
ama mancharisqa kachunkuchu; kunanmanta chiqninakuy
captinñam ñuqaqa imatapas rurasaq, ñuqaqa kunasaqpunim
mana kasukusqunata. (Odriozola, 1873, t. IV, p. 259).
San Martinqa qilqasqataqmi arzubispu Bartolomé María de
Las Heras nisqankumampas, paymampas nimusqa, ama man-
chariychikchu ñuqaqa qunqanim ñaupa pachapi piñanakuytaqa,
ñuqaqa pampachanim qamkunawan piñanakuytaqa, chayta wi-
llakuy llaqta runakunam, ichaqa kay kuras ancha mana patriu-
takunataqa allinmi niqchu. Chaymantas juk qillqata apachisqa
chay Montemira nisqankuman, chaypis nisqa, manapunim ñu-

227
Cuadernos del Bicentenario

qaqa yaukumusaqchu ispañulkuna llampuchaqchu, auqa suyu


runaykunaqa nisqaytam ruranqaku.
San Martín llaqwaq runa kaspa, ispañulkunapi sinchi kusiku-
yta tarpurusqa, chaysi jatun kusikuywan kasqaku, chay pacha-
mantam juk rikuqnin runa qillqakusqa qinaspanmi nin, Lima
llaqtas ñaupa pachaman jina kutirisqa, ichaqa chay ispañulkuna
sunjunkupi yachakusqaku chiqnisqa kasqankuta paukunallas
mancharisqa kasqaku, uyarisqakus rimayta chiqniqninkumanta.
Iskay punchaullapis kutiriramun qauka kay pacha chay is-
pañulkunapaq, convento nisqankumantam llapa warmikunam
lluqsimunku, llapa yanqui wasikuna punkunta quicharinku,
qarikunapas yanqui qatupi pitayta qallarisqaku, llapa ñankuna
juntarisqa puriqkunawan paykunas kutimusqaku wasinkuman
llapa qipinku apakusqa mulapiraq chaynatas maquin watasqa
runankunas qipipusqaku, baulkunapis qipisqaku qurita qullqita,
chaynataqsi llapan kampanakunapas qapariytas qallarinku tukuy
llaqtapi llapa mistipa kusikuyninmanta (Hall, 1971, p. 230).

Qillqallapi auqa ichaqa Qillqa wasillapi


San Martinmi kunakusqa chay O’Higgins nisqankuman au-
qanchik suyu ruranchikunam yaykuypaqñam kashkanku chay
“Pizarrukunapa llaqtanman”. Ichaqa vadulaqui vadulaquillañam
kasqa, ninmi chay limamanta ispañulkuna auqa suyu runankuna
ripurunku jatun mayu patanman chay Wayta pallana siquinman
“chaymi yaykurunchikñam chuya pacha kausayman kay Abya-
Yala suyupi”. San Martinqa puramintitam pantarqusqa ichaqa
manan rimayllampichu chaynam ruraynimpipas:
Jaypasqaña chuya kausay pacha kay Abya-Yala suyupi… ¿ima
rayku? Chuyañam Piru… ¿imaynampi? Ichaqa saqinmankar-
qa ashkaniq auqa suyuta mana chay Castillu Callaupi ispa-
ñulkuna lluqsimunampaq, paykunas kasqaku iskay waranqa
runalla, jinaspa jatinman karqa chay lluptiqkunata jina qipa-
llanta, jipaman churanmankarqa chay qawaylla qawanantaqa,

228
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

qatinmankarqa sipistin sipistin ama saqinmanchu karqa juñu-


nakuspa kallpachakunankuta, chay Arenales nisqankupa ru-
rasqanta ruranmankarqa, chaynapi chaqurunman karqa chay
Arenalispa yanapakuynimpiwan, chaymi ichaqa ispañulku-
nata kumuykachirushwan karqa. paykuna sinchi pisipasqa
chaymanta auqa runankunapas lluptiyta atipakushkanku,
chayllapim chaquruspa tuqllarushwan karqa; chaymi ichaqa
kumuykachirichinchik ichapas chaynaqa chuya qapaq kausay
pachata jaypashwampas karqa. Ichaqa chay San Martín, ma-
nayá uyan karqachu chayna rimanampaq, rurayta atishkas-
pan mana rurarachu, tiyara yanqa suyaspan, ichaqa aswanmi
amachakurqa guirrillirukuna sipiqyaukunanta, chayna kas-
hkaspaqa ima uyanwantaq ispañulkunata sipisun ninman jara
uya kashkaspan. Paymi karqa mana ima rurayniyuq manam
yacharachu allin ima ruraytapas, ichaqa Arenalismi ichaqa
chiqaypita chiqnirqa ispañulkunataqa, San Martinqa Lima lla-
qtapi tiyarayara kaspi tacllasqa jina, Qillqa wasinmanta ispa-
ñulkunata kuyapayaspan mana imatapas allintaqa rurarachu,
ichaqa qillqallapim auqanakuq mistikunawan (Leguía y Mar-
tínez, 1972, t. IV, pp. 373-374).
Chaysi chay Bartolomé Mitre, nisqanku paymi willakun San
Martín pin kasqanmanta paytaqmi alli allinmi San Martinqa nis-
panmi rimariq yanapananchikrauku, ichaqa chaykunatam Co-
chrane, Milller y Arenales nisqanku runakuna qillqampi manam
chaynachu nispa llulla kasqanta chuyachaspa qillqaruraku. Le-
guía Martínez nisqanku allin chuyapi qillqakuqmi nin:
Raquisqam karqa auqa suyu ispañulkuna, chay Kantiracwan
lluptiqkuna iskay chunka pishqayuq junio killapi, ujninña-
taqmi suqta punchau juliu killapi lluptiqkuna kaykunam
virriy kuska lluptirqaku, chaymi lluptisqankumanta ujnin
lluptinankama chunka jukniyuq punchauña raquirqa, chay
punchaukunapi Arenalisman kunaykunman karqa payqa atu-
qjina yachaysapam karqa, chay yachayninwanqa Kantirakta
Chaqurunmanmi karqa, chaynapi San Martinñataq sipinman

229
Cuadernos del Bicentenario

karqa La Sernata, allin ashkam karqa auqa suyu waminqanku-


na, paykunawan chaqurunman karqa qishwamanta sallqaman
lluqashkaptinku, ichaqa chaynapi tukurunman karqa ispa-
ñulkunawan (t. IV, 1972, p. 371).
San Martinsi qanchis punchay juliu killapi, chisinkuyta yauku-
chisqa Lima llaqtaman caballirianta, chaynataqsi pusaq punchau
juliu killapi yaukuchisqa infantirianta, chaynapi mana imapas
mañakuy kanampaq. Chay punchautaqsi Callauman lluksira-
musqaku infantiria nisqanku, chaymantas tiyaramusqaku chau
Mirones nisqankukama, Chay La Mar kamachikuq yachananra-
yku, Lima llaqtata Chaqurunman munasqan pacha.
San Martinsi kamarachikamun manan pipas kuyunqachu
wasinmanta, kaytas kamachikamusqa mana runa ñaman lluk-
sinankupaq, lluksispaqa richushkus yanqui wasikunata, chaysi
mana chay kanampaq auqa suyu runakuna puriqku caballupi
sillasqa, Chaykunas nisqaku manam pipas purinqachu pusaq
huramanta wichaymanqa, ichaqa mana kasukujkunatas sipinqa
fusilamintuwan. Chayna wasinkupi llipin kashkaptinkum pacha
mama kuyurirun allí allinta taspikurun chaymi runakuna mana
lluksispanku wasinku ukupi nitirachikuraku wasi tuñiywan,
chaysi kurakunalla lluqsisjaku campanillata taspistin chay wañu-
ypatampi kaskunata bindisaukunampaq.

Pachamama kuyurisqa San Martin Limaman yaukuramuptin


Chaynapim qallakusqa limapi yachaqkuna, paykunas rima-
nakusqaku San Martín chasquinankupaq allí allinta, chay punta
watakunata jinaraq, puraminti qapaq yayata jinaraq. Chay his-
toriador argintina suyumanta kaqmi Pablo Ortemberg sutiyuq
qilqasqa: “manchakuymi japirura llipin apu ispañulkunata” chay
punchaukuna kaqtas qillqarusqaku tupanachisqakutaqsi chay
San Martimpa yaukumusqanta chay juk virriykuna yaukumus-
qantawan (2016, p. 234). Chay capitán general nisqanku arí
nirusqa,Cabildupa mañakuyninta, ichaqa juk puchaupaqsi chu-

230
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

rakurusqa yaukunampaq. Isqun punchau juliu killapi akupay pa-


cha juk auqa suyu runakuna yaukurusqaku chay Monserrate nis-
qanku ñanninta, jinaspas llapa Lima kuartilkunapi tiyarusqaku.
Chay chisinkuy tutaypis San Martín yaukusqa Lima llaqta-
man isqun punchau juliu killapi, ichaqa chay tutas karusqa pura-
minti sinchi sinchitas pacha mama kuyurisqa una unayta chaysi
wasikunapas tuñikuykusqa, runakunas wañusqa wasi tuñispan
ñitirusqa; manas ñaupa pachapiqa chayna nisiutaqa pacha ku-
yusqachu, ichaqa kay tutas llumpa llumpayta kuyurusqa, ispa-
ñulkunaqa ninkutaqmi pacha qaqaq yayam kuyuchimun jatun
willakuyta jina, mana cristianupas sinchitas mancharisqaku chay
tutata, chay republicano nisqankupas manas yachasqachu ima
ruraytapas (Torrente, 1830, t. III, p. 169).
Juk willakuymi nin, chay wampuq wasis goleta Sacramento
sutichasqankus, chay chunka punchau juliu killapis wampumus-
qa Callaumanta Chorrillos nisqanman, Chaypis San Martin chas-
quisqa kasqa mama qucha patampi uskay runakunas suyasqaku
quinsa caballukunata suyachispanku. Chay suyapakuysi risqaku
Lima llaqtaman jinaspas yaukuykunku chay San Juan sutiyuq
punkunta ichaqa tuta pachaña.
Chaysi San Martinqa yaukuykun chay palacio virreinal nis-
qankuman, ichaqa riqsinankupaqsi rimarisqa pantachi sutita,
chaysi riqsiykuspanku allinmi yaukukamuy nispa chasquiykus-
qaku chaypi auqa runakuna. Ichaqa chay pachallas yaukuykun-
taqsi chay marqués de Montemira nisqanku runa, ichaqa risqa
rimarinankupaqsi, chaysi chay rimay tukuruptinsi San Martinqa
callauman puririsqa, chaypis lluqarusqa chay wampuq wasiman.
Paqariqnintin punchautas chay juñunakusqanku llapan runa-
pa simimpiña kasqa, chaysi llipinku patriutamanña iñiykusqaku,
chaysi rurasqaku: “Chay ñaupa ispañulkunapa pachapi ruras-
qankutas qipachasqaku, chaypaqsi runa rantikunata ñutusqaku,
chaynataq paquisqaku imapas ispañulkunata yuyachiqta, ichaqa
chaypachallas yanquirusqaku patriuta rantiwan, chaynataqsi qi-

231
Cuadernos del Bicentenario

llqasqaku Lima chuya pacha allin kausay” (Paz Soldán, 1868, p.


184). Cochrane nisqankus juñurusqa llapan wampuq wasinku-
nata, chaukunas kasqaku, O’Higgins, Lautaro, Pueyrredón cha-
ymansi yapakun Potrillo nisqanku, jinaspansi chay chunka pun-
chau juliu killapi, qallaykusqa Callau llaqtata sipiyta. Ichaqa San
Martimpa yuyayninqa kasqa juktaq, chay tuta lluqsirusqa wam-
puq wasimanta upallalla, jinaspansi utqayllamanña puririsqa
Lima llaqtaman ichaqa mana musiasqalla yaykuyta munaspan.
Sillasqas risqa ichaqa juk runallas yanapasqa, chaysi sama-
ykusqa juk allin jatun wasipi, chaysi tarikun qanchis kilómetro
nisqankupi llaqtamanta, chaypis pisipasqa kaspa kaipin puñusaq
nispa puñusqa.
Chaypi puñushkamtinmi qunqaymanta chayaramusqaku is-
kay curakuna, chaymi rimapayanku allin yaykumusqanta ichata-
qmi ninku ñuqayku jinam jamushkanku juk runakunapas nispa.
San Martinqa manas suyanchu, asuansi musujmanta sillaku-
ykuspansi utqayman risqaku chay misti Montemira sutiyuqpa
wasinman, ichaqa chayaruptinsi chay pachalla puraminti runa
rikuriramun wasi junta kanankama. Llapan chayamuqsi rimanku
allin yamusqanta, llipinkus kusikusqaku chayamuyninwan, llapa
warmikunas sinchi sinchillaña risqaku chay chasquikuyman.
Sasa sasatas lluptirusqa chay chasquikuymanta, jinaspas chay-
manta risqa chay Mirones nisqankuman chaypis puñusqa.
Paqariqnintintas kutirimusqa Limaman, chaypis rimanakus-
qaku Montemira nisqankuan, ichaqa rimasqaku imaynam ima
rurana kasqanmanta. Chaymantas tiyarusqa chay La Legua nis-
qankupi, chaypis Qillqa wasinta churarusqa, chaynataqsi Bella-
vista nisqankupi unanchasqa llipin auqa suyu runankunapa tiya-
nampaq.
San Martinsi mana atisqachu chay capitán Hall nisqankuman
rurasawmi nisqantas mana puchukayta atinchu, ichaqa paymi
unanchakurqa manam ñuqaqa chay política peruana nisqanku-
piqa yaykusaqchu nispa, ichallaqa yaykurusqañataq.

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Rurasqas qipa pachamanta puni, qillqasqantas chay marqués


de Montemira nisqanku qillqan kamayuqpa maquinta churaq,
chaysi rikchachusqa piruanu kamachikuy jina kanampaq.
Qallaykuyllampis kamachikamusqa chay chunka quimsayuq
punchau juliu killapi, kamachikamusqa auqa suyu runakuna
paqarinampaq ichaqa chay ispañul auqa suyumanta lluptimu-
qkunawan, chaysi chay edecán sargento mayor José Caparroz
nisqankus yachachisqa auqa runa kanankupaq jinaspa llaqta wa-
qaychanankupaq, ichaqa paukunam quiquin palacio nisqankupi
tiyaraku (OGESM, 1976, vol. 2, p. 326).
Kay auqa runakunawansi, ichaqa yanquirusqaku chay Regi-
miento de la Concordia nisqankuta, ichaqa manam ninkuchu
kaytaqa. Ninanchik punim yachakun, kaynapis paqarisqa auqa
runakuna llaptata waqaychanankupaq, ichaqa qipa punchau-
si mañakusqaku chiqaypi auqa runa kanankupaq ichaqa manas
atisqakuchu llipin ruray tukuruptin (OGEB, 1975, vol. 2, p. 411).
Paqarinnintintas chay Montemira nisqanku runas San Mar-
tinta unanchasqa comandante general de las armas de Lima ka-
nampaq, ichaqa paywan kuska kanampaqsi chay coronel José
Manuel Borgoño nisqankutapas unanchasqa (OGSM, 1976, vol.
2, p. 327).

San Martinwansi llapa apu mistikuna kumukunku chuya pacha


Piru kanampaq
Chay chunka tawayuq juliu killa punchausi, San Martin apa-
chisqa qillqata Lima llaqtaman paykuna jatun rimanakuyman
yaukumunankupaq ninsi: “llipin chuya sunquyuq llaqtarunaku-
na juñunakamuychik llipin chuya runakunapa rantimpi rima-
rimuychik, allinpichu jallakunquichik kay chuya kausayman
yaykusqanchikmanta”. Allin chuya kamachikuysi kasqa “allin
riqsisqa jauka, yuyaysapa, allin llajtan kuyaq runallas chay piqa
kanqaku” ichaqa payse kasqa chay kamachikuy qispisqa kanam-
paq (DASM, 1911, t. XI, p. 363). Chay chasquiynintawansi kay

233
Cuadernos del Bicentenario

kamachikuyta, el conde de San Isidro nisqanku, chaynataq alcal-


de de Lima, nisqankupas qayakusqaku chay apu mistikuna juñu-
nakuyninkuman.
Dumingu chunka pishqayuq punchau juliu killapi, llapa ru-
nas juntarusqaku chay kanchata, ichaqa llipin misti runakunas
llimpay llimpay kasqaku, chaypitaqsi chay conde, marqueses,
prelados, prioris nisqankus chaypi tiyarayanku, waquiqninsi tak-
llarayanku kamachikuq rimarinanta. Chaypitaqsi juk iskay runa
allin umayuq, tarikusqaku yachayrayku, ichaqa kaykunas ichaqa
allinta uyarisqaku chay kunakamusqanta.
Unaytas chay juñunakuy kasqa, chaypis allinin rimay kasqa
José de Arriz nisqankupa kunakamusqan, paytaqsi kasqa chay So-
ciedad Amantes del País nisqanku paqarichiq. Paypa rimarisqam
pachas, ashka runakunas iñiykusqaku chay patriutakunaman
Piru suyuta chuyachay pachaman churanankupaq: “ispañulku-
namanta qichuspa chaynatas pi karu suyumanta jamuqtapas ma-
nam ninankupaq” (Leguía y Martínez, 1972, t. IV, pp. 385-387).
Tukuruptinsi llipin riskuna chay acta nisqankuta qillqa kama-
yuq jina qillqasqaku chaypitaqsi nisqa: “Llipin llaqta runam mu-
nanku chuya kausayku pachaman kutiyta, chaynatas mana pipas
watasqa maqui kananchikpaq” (DASM, 1911, t. XI, p. 360).
Pantaruspankus, ninankutaqsi kasqa, ruranikum chaynata
munaspayku, ninankutas nirunku, “chay kamachikuy ruranan-
chik raykum kaipi kashkanchik mañakamunmi San Martín” chay
niqtam qillqata aparachisqaku San Matinman qillqata qillqaka-
mayuq maquiyuqta, ichaqa arí ninampaq chay juñunakuypi ri-
manakusqankuta. San Martinqa utqayman kutichimusqa nispan:
Allinmi ñuqaqa willaniñam auqa suyu runakunaman kusiku-
nankupaq, ichaqa qaqap alcalde, qayakuy jatun juñunakuyman
chaynapi llipin misti runakuna jatun juñunakuyta rurasun,
chaynapi qaparisun kay Piru Chua pachaman yaykusqanman-
ta chaynatas chay patriutaman iñisqankumanta llipin kausaq
runata” (Leguía y Martínez, 1972, t. IV, p. 395).

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

Chaynapis chunka pishqayuq juliu killapi waranqa pusaq pa-


chak iskay chunka juk niyuq watapis yachakusqa chay Piru suyu-
pa Chuya pachaman yaukusqan punchau, chaysi mana qunqana
kanampaq San Martín kamachikamusqa llapa runa chay punchau
wachasqakunam kanku chuya pachapi kanku, chaynataqmi chay
maquin watasqa runakuna, manañam chaynachu kanqaku, icha-
qa auqa suyu runan rikurinqa. Kay rimarisqansi mana allin riku-
rirusqa llapa mistikunapaq, ichaqa paukunapapis hacindankupi
llamkasku chay maquin watasqa yana runakuna, chay paykuna
chuya yaruptinqa pim llamkanman chay hacindakunapi, chay ra-
ykun mana kusisqachu kasqaku chay mistikunaqa, ichaqa chaysi
mana chaypachallaqa kacharinmankuchu chay yana runakuna-
taqa. Chay maquin watasqa yana runakunaqa uyarispankupas
manas chayna kanantaqa arí nisqakuchu.
Chaymanta San Martín kunakamusqa llipin ispañul auqa suyu
runakuna anchuykamuchunku tawa chunka pusaqniyuq huralla-
tam tukun chay kamachikuy, chaysi rinmanku kasqa Montemira
nisqankupata chaypi qillqapi rikurinampaq. Chay kusikuywan
kashkapmtinkus auqa runakuna chay Regimiento de la Con-
cordia nisqankumanta lluptikurusqaku nispas yukllawakurus-
hkanku chay mana allin runakunawan. Chaysi San Martín ka-
marachikamusqa pi suwatapas wañuchinapunim nispa. Llaqta
patampis churanakurusqaku suwa japinankupaq, llipin mistiku-
na, chay suwakunas chacra ukupi pakakujku. Llipin runas chay
llata patampi puriqkunas jatalliqku qillqata purinankupaq “qill-
qata chaypi nij pim kasqanta chaynatas nij llaqta patampi kapuq-
niyuq kasqanta”. Chay suwa japisqankutas pishqa vocal nisqanku
chaymantas iskay amachaqninkuna, yuchanta mañanku, chay-
man jina Montemira nisqanku unanchanampaq.

Manam guirrillirukunataqa munankuchu limapija


Chay kamachikuypi nin manam kay Limapija munanikuchu
ima guirrillirutapas, kaynata San Martín qillqarusqa ichaja cha-

235
Cuadernos del Bicentenario

ywansi pay munasqa mistikunata jauka kayman churanampaq,


ichaqa qipanchakushkan chiqaypi piruanu runamantaqa: ima ru-
napas chay guirrillirukunaman sayaq manapunin purinmanchu
llaqtapi, chayna captinqa apasqas kanqa cuartilman chay Bella-
vista nisqankuman” (OGESM, 1976, vol. 2, pp. 328-329).
Chunka suqtayuq juliu killapim Lima llaqtamanta San Martín
qillqasqa taytanman jatun kusisqa kasqanta, ichaqa ninsi manam
allinchu chay suyupi munayninku rurayninkuqa. Chaypiy nin,
kaypija chuya pacha karunqañam llipin runapaq nispa, chaysi an-
chata suyashkan ripunampaq ichaqa anchatas munashkan warmi
churin idukakunampaq, ninmi “janmi allinlla, ñuqaqa chayllam
chaypi karusas, churiqui Pipi” (DASM, 1911, t. XI, p. 360).
Chaymantas kutikusqa chay La Legua nisqankuman, chaypita-
qsi kasqa iskay chunka punchau juliu killakama.Chunka qanchis-
niyuq punchau juliu killapis Cochrane nisqankus Churrillusman
lluqsiramusqa chay cabildo nisqankus qayaachisqa llaqtaman ya-
ykumunampaq. Paysi kasqa Churrilluspi mana musyaylla, chay
juñunakuymansi mana San Martínqa risqachu, asuansi payqa ta-
rikusqa chay La Legua nisqankupi.
Kay kamachikuqkunas quiquinku pura piñanasqa casqaku,
Cochrane nisqanku sapa kuti niq: “Chay San Martinqa manam
qamunchu kay kusikuy juñunakuy ninchikman, manam paiqaq
jinachu, chaymi mana jamunchu” (Cochrane, 1863, p. 148). Ca-
hay Cochrane nisqankum mana Limapiqa karqachu, ichaqa chay
wampuq wasi O’Higgins sutiyuqmansi lluqarusqa jinaspa Callau
chimpanman ripukusqa. Chay punchau rurasqaku ichapas ma-
napas nispa, chay punchautaqsi San Martin qillqa kamachikuyta
taypin nin, chinkachun puni llapan ispañul wachalakuna chay
Lima wasikunapi warkusqa, chay kamachikuytam apachisqa chay
Montemira nisqankuman, ichaqa mana kasukuptinkuqa sinchi
sinchi maqakuysi kanqa nispa, chaynataqsi chay kamachikuypi
nin llipin runakuna amam Limapi tiyaq mistikunata ima piña-
chiytapas ninquichikchu, chay raykuqa sinchi sinchitam maqa-

236
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

chikun quichik, nispas chay kamachikuypi nisqa. Chay allin ka-


susqa kanampaqsi paqarichisqa chay Guardia Cívica nisqankuta,
chaysi kamachikuqnin kanampaq unanchasqa chay brigadier
José Bernardo de Torre Tagle, nisqankuta chay pachallataqsi kay
runa chayaramusqa kay Limaman. Chay pacha punis llapan is-
pañul auqa suyu runakuna tukush kasqakuña limamanta ripuyta
ichaqa chay guirrillirikunallas kaypi chayllapis maqakacharinku
ichaqa aslla kaspankus kay guirrillirukunaqa mana sinchitaqa
mirmachinkuchu ichaqa sapa qipariqtas sipiqku puna, chaysi
mana jauka kaywanqa risqakuchu.
Chay pacha runakunam anchata mana allintam rimariqaku
chay San Martimpa chayna rurasqanmanta, ichaqa quiquin puni
sipinman karqa chay lluptiqkunata, ichaqa San Martinqa iskay
uya kaspan mana ispañulkunataqa tupayta munasqachu. Chay
La Sernawan rimanakuruspanku manaña sipiytaqa munasqachu,
aswanmi paykunapa allin llampaqñan imatapas ruraq. Chay gui-
rrillirukunapa kallpa chakusqanmi karqa allí allin rurasqa, mana
taniykuspam paykunaqa sipiqku maypipas mana allin ñampi
suyaruspankum sipiqku, chaynapim ashka runata wañuchiraku,
llapa qipinkunatapas qichuspanku, mikuytapas chinkarachiqku
llaqtakunamanta mana mikuy tarinankupaq, runapaqpas chay-
nataq uywankunapaqpas manas mikuy kasqachu ima llaqtapipas,
chaypunis kasqa, sichu San Martin yanapanman karqa chay gui-
rrillirukunata jinaptinqa manam ispañul auqa suyu runakunaqa
kausanmanchu karqa, llipinmi sipisqa kanmanku karqa, ichaqa
manayá San Martin munarachu, chay auqa suyu patriutakunaqa
tiyasqaku Limapi waqui waquinñataqsi chay Bellavista nisqanku-
pi, chaypitaqsi churasqa kasqa pusaq pachak auqa runakuna chay
Callaupi ispañulkunata watiqaspanku 1971, pp. 294-295).

Jatun llaqui ispañulpa lluptiynin.


Kay ripuypis qallaykuyninmanta punis lluptisqaku runanku-
na, tukuy jinastimpis qipariqku chayman sunlla lluptikuqku.

237
Cuadernos del Bicentenario

Chay Lurinmanta Bujamaman risqankullapis, qipan riq quirrilli-


rukuna tarisqaku quimsa chunka ayakunata, ichaqa kaykunatas
ullaqsu mikusqa, chaynataq aycha uru sipsirusqa, waquiqninsi
tullullanña, chaynatas tarisku, chay qipan qatiskuna, waquiq-
ninsi wañusqaku unqusqa risqanku rayku, waquiqninñataqsi
ispañulkuna wañurachisqaku “manaña puriyta atiptinku, pisi-
paywan, yarqaymantas manaña puriyta atisqakuchu chay rayku
wañurachiqku” (DASM, 1911, t. XI, p. 367). Chay brigadier Ro-
dil nisqankum ispañulpa auqa suyu runakunapa qipanta rirqa,
“chaysi wañuchiq llipin lluptiy munaqta”, chaynataq unqusqaku-
nata, pisipaqkunata, payñataqsi riq caballupi sillasqa, qipariqku-
nañataqsi chaqui purilla, chay pisipaqku anchata, yarqaymanta,
yakumanta manaña atiqkuchu puriyta chay wañurachiq (Co-
chrane, 1863, p. 149).
Juk qillqañataqmi yapaykun jinaspam nin: “Rodil y Valdés
nisqankum wañuchiqku mana puriy atiqta, saukusqakunata, un-
quqkunata, lluptiy munaqkunata, wañuychik manaraq chiqni-
qniy kashkaspayquichik, nispam wañuchiqku” (DASM, 1911, t.
XI, p. 368).
La Serna ñataqsi Waykan nisqankupi chunka quimsayuq ju-
liu killa punchau kunakusqa wañuchiywan pitañapas chay pa-
ywan riqmanta raquikuqta ichachus chunka pishqayuq metro
nisqankumanta raquikuruptinqa wañurachiqku lluptishkanmi
nispa. Chay kunakuyninqa manas kasusqachu kasqa, ichaqa chay
Waykanmanta Runawananqa kamas lluptikusqaku isqun pachak
runakuna, chay guirrillirukuna sipiyta qallarimuptinsi lluptiku-
qku (Stevenson, 1971, p. 294) Ninawillka, Vidal paykunawansi
juk guirrillirukunapas manas jauka kaqta saqisqakuchu, ichaqa
sipinankupaqsi maskaqku mana allin ñamkunapi.
Chay Tauripampapi ispañulkuna samarusqaku, chaypim llipin
unquqkunata, saukusqakunata jinarusqaku inlisia ukupi, chay-
manta mana qurquspanku chay inlisiata kañaykusqaku lluptiyta
qallarispanku, guirrillirukunam qishpamushkanku niptinku ka-

238
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

ñaykusqaku. Chay Rudilpa yuyayninman jinas “asuan allin wa-


ñuymi chayna wañuy, manaraq chiqninakusqankupa suyumpi
kanankupaq” (op. cit., p. 296). San Martin atinman karqa chay La
Serna ispañulkunata sipiruyta, ichaqa payqa maskasqa mana pi-
ñanakuspalla jauka yayman yaykuyta, ichaqa chaywansi anchata
karunchakurusqa jauka pachaman chayayninku, chaymantapas
Cochrane nisqankupa yuyaynimpiqa, churasqa jatun qallakuy-
man juk suyu yanapawaqninchikta:
Guirrillirukuna sapallanku mana yanapayniyuq, wañuchis-
qaku, ichaqa San Martin yanapaykunman karqa jinaptinqa
llipin ispañulsi wañunman kasqa, ichaqa manaya chaynachu
kasqa, aswan churarusqa jatun muchuyman chay chuya pa-
chaman yaykusqankuta Piru chaymanta Chili suyutapas (Co-
chrane, 1863, p. 149).
Chay San Martinmi Arenales nisqankupa auqa suyu runanku-
nata suchurachisqa, chay raikum llapa guirrillirukuna mana pi
yanapayniyuq rikurirusqaku. Chay raykum llapa guirrillirikuna
sinchi chinkayman yaukusqaku, chay ispañulkuna sipiptin.

Unanchakamun chuya pacha kayta, iskay chunka pusaqniyuq


juliu killapi.
Ichaqa Lima llaqtam kausarqa mana imayna kasqanta yacha-
rakuchu llapa qichuapi, chaynataq sallqapi, yunkapi tiyaqkuna-
manta, ichaqa maskara kay limapi tiyaq kunallamanta, chaynatam
chay qillqapi chayachiraku chay Lord Cochrane nisqankuman,
pay rinampaq auqa suyu runankunawan chay unanchakamuy
chuya pacha kayta, chaysi rurakunqa iskay chunka pusaqniyuq
juliu killa punchau. Chay kusi punchaupaqsi rimanakurusqaku
iskay chunka iskayniyuq juliu killa punchaupi, ichaqa ashka pun-
chausi kausasjaku kusi kusi punchaukunata.
Iskay chunka pusaqniyuq juliu killa punchaupis, pacha
achikyaqmanta punis llapa auqa suyu runakuna lluqsimusqaku
chay pacha chuyachiq auqa suyu runakunawan. Manaraq chaupi

239
Cuadernos del Bicentenario

punchautas San Martín nisqanku lluqsimun chay palaciumanta,


ichaqa paisi jamusqa kuska, Montemira nisqankuan, chaymantas
qampunku paywan kuska auqa suyu kamachikuqkuna, amau-
takuna, kamachikuqkuna, cabildupi llamkaqkuna, kurakuna, lla-
pan iglisiamanta kamachikuqkuna, chaynataq llipin mistikuna,
kunanqa tikrakurusqaku tutamanta punchauman patriuta kay-
manña, “jamunkus llipinku suma sumaj caballukunapi sillasqa-
llaña” (DASM, 1911, t. XI, p. 372), paykunapa qipantas jamus-
hkanku chay guardia de caballería nisqanku, alabarderos de Lima
nisqankupas, chaymansi yapakamun Húsares de la Escolta nis-
qanku, batallón 8 nisqanku, ichaqa wifala apasqankus kasqa Bue-
nos Aires, Chile nisqanku suyukunamanta, chaypitaqasi apanku
chay nina puqaq cañón nisqankuta.
Chay suyuntin runakunas sayarunku juk marka rurasqanku
chinpampi, chaysi tarikusqa plaza pampapi, chaymansi San Mar-
tín qispirun, jinaspas wifala apasqanta maysiykun chaysi bande-
ra piruana nisqanku kasqa. Chaysi nimun llipin runakunaman:
“kunan punchaumantan Piru suyu qanaqpaq kanqa, chaymi chay
llapan llaqtakunapa munaynin, chainataqmi Qapaq Yayapa mu-
naynin” (DASM, t. XI, p. 373).
Kaymi tarikun chay Gaceta del Gobierno de Lima Independien-
te nisqankupi, chaypitaqmi nin San Martinsi:
Wifalata taspispan sinchi kusikuyllawanña nisqa: ¡Kausachun
suyunchik! ¡Kausachun chuya kay! ¡kausachun munayninchik!
Chaysi tukuy misti llaqta kusikusqa, chayman punis chay ca-
ñon nina puqaqkuna tuqyamusqaku, llapan kampanakunapas
qaparimunsi, ichaqa sinchi kusikuy karqa chay mistikunapaq,
paykunas qullqita wichumunku qillqasqata chaypin nin ¡Kau-
sachun chuya kay!, chaynataqsi mistikuna qullqita wischu-
munku ñanman, ichaqa chay colegio de abogados nisqankus
allí allinta wischumusqaku (DASM, t. XI, p. 373).
Ichaqa chay William Bennet Stevenson, nisqankum kasqa
qillqa kamayuq maqui chay Lord Cochrane nisqankupa, paisi

240
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

qawasqa waqtampi wasimanta, chaysi uyarisqa San Martimpa qa-


parisqanta: ¡Kausachun suyunchik! ¡Kausachun chuya kay! ¡kau-
sachun munayninchik! (Stevenson, 1971, p. 298). Chay almirante
nisqankus qillqas icha kaqllataña: “Piru kunan pachamanta pu-
nim chuya munayniquq, llipin llaqtakunapa munayninwan chay-
nataq Qapaq Yayapa kamachikuyninma jina” (Cochrane, 1863,
p. 152).
Kasqataqmi chaypi juk escosés Basil Hall nisqanku, paysi qill-
qasqa: “Kunan Pachamanta punim Piru suyu chuyachasqa sinchi
munayniyuq kanqa, chaymi llipin llaqtapa munaynin ichallata-
qmi chayna Qapaq Yayapa munaynin ¡Kausachun suyunchik!
¡Kausachun chuya munayninchik! ¡Kausachun chuya kausakuy-
ninchik!” (1971, p. 242). Kay rimarisqansi mana tupanchu kay
qillqakunapi, ichaqa chaymi chayna manam juk pagu llapichu
rimaraqa, ashka pagupin rimarirqa, chaymi mana rimasqan pu-
nichu, ichaqa kaqllañam. Qullqi wischusqankupis qillqapi nin:
“Lima chuya munayniyuq kay iskay chunka pusaqniyuq juliu ki-
lla waranqa pusaq chunka iskay jukniyuq watamanta pacha”, kay
ñataqsi jipampi nin: “auqa suyu patriutakunapa chuyachasqan
Piru suyu, San Martimpa kamachikuyninma jina”.
Kayna qillqa kanampaqsi quiquin San Martín akllasqa, ichaqa
chay pachallas pay kasqa chay waqaychaq. Chay punchau taspis-
qan wifalas kasqa quiquimpa rurachisqan “inti taytas paqarimus-
hkan urqupa qipanmanta, rikunchikñataqsi llaqtapa qipanman-
ta, chaypis rimaq mayu nuyuchishkan, chaytas chaqushkan laurel
nisqanku chapra, kaysi tarikusqa chay wifalapa chaupimpi, kay
wifalas kasqa tawaman raquisqa, raquis rin sillwimpaman, chay-
napi tawaaman raquisqa rikurirun, iskay puka chaynataqsi iskay
yuraq” (Hall, (1971, p. 242). Kay qillqaqmi yacharqa San Martim-
pa munayninta, chay paqarichinampaq.
Llapa misti warmikunam kusikusillana chay musuq chuya
pacha paqarisqanwan. Jatun riqsikuy misatas rurasqaku paqa-
rinnintim punchauta, chay jatun iglesia nisqankupi, llipin kama-

241
Cuadernos del Bicentenario

chikuqkunas risqaku, chaypis arí nisqaku: “amachakusqayquim


manam rimasqallayquitachu, chaynataqmi qampa kapuqniquita,
chaynataq runakasqayquita, chaymantapas chuya munayniyuq
Piru suyuta, amachakusun chay ispañulmanta chaynataq juk
suyumanta jamuqkunamanta” (Stevenson, 1971, pp. 295-296).
Chaynam qillqapi kashkan, chay Cochrane nisqankupa qillqa
kamayuq maquimpi. Chay tutas tususqaku chay palaciupi, jatun
kusikuymanta. Punkukunapis, chaynataqsi wasi watiqawanan
mantapas llipin warmikunas tapada nisqankus allí allin pachas-
qallañas tarikusqaku, waquiqninsi jamukuynisqa kasqaku, icha-
qa waquin mana jamukuy nisqa kasqaku ichaqa chaysi unaynin-
manta yaykurusqaku tusuq, imaynam quipa pachapi jina.
Chay warmikunas palaciupiqa kasqaku kumuykachaspa icha-
qa tusuypiqa asi asillañas kasqaku llapa maqtakunawan chay Ca-
bildo nisqankupi: “yanqa rimaykunatas rimanku kusikuymanta
chaypi maqtakunawan chay tusuy tukuruptin” (Hall, 1971, p.
244). Llapan warmikunas pachakuqku tapada jina, ichaqa ma-
nas chay maquin watasqa warmikunaqa manas chaynataqa pa-
chakunmanchu kasqa, ichaqa chaytas mana kasusqakuchu, juk
runa karu suyumanta jamuq inglés nisqanku, nin chaypim mana
kasunkuchu jinaspam pachakurunku tapada jina nispanmi nin
(Caldcleugh, 1971, p. 182)
Quimsa chunka juliu killa punchaumi juk kacha puri Cabil-
dumanta kachasqa risqa San Martimpata, pay kay chuya pacha
suyuta waqaychanampaq. Paysi asiririn jinaspansi chay punchau-
manta puni kamachikuqña rikurirusqa kay Piru suyupi. Chaysi,
nisqa kallpa kamachikuywan:
San Martinsi asi kacharispa nisqa chay mañakuyqa yanqañam
nispa, ichaqa paysi tiyarusqaña kamachikuq, chaysi manaña kan-
qachu ni ima rimanakuypas, paysi yachasqanta ruranqa, chaypiqa
manañam kanmanchu rimanakuyqa, chay runakunaqa ñam arí
nirusqakuña chay chuya pacha kausayman yaykuyta (Stevenson,
1971, p. 297). Chay pachas San Martinqa rimarirusqa chiqap apu

242
1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la independencia del Perú

yaya kamachikuq jina. Ichaqa chay pachas mana kanmanchu kar-


qa, paywan kaqkuna allin pay jina kamachikuq kanampaq chay
Buenos Aires nisqankupi jina, utaq chilipi jina, ichaqa nisqakus
kamachikuyqa kanqa monarquía nisqankum, ichaqa rimaytas
kutichisqa, chaytas mana limiñukunaqa suyasqakuchu.
Jatun yuyayninkumansi yaykurunku chay kachapurikunaqa,
niwasqayquichiqa manam allinchu, kunanqa ñuqam kani ka-
machikuq nisqaytan rurana kanqa, nispas nin, manañam ku-
nanqa kanqachu rimanakuy imaynan kamachikuna kananta,
ñuqañam ima ruranatapas nimusaq ninsi, ichallaqa chay llacta
mistikunaqa manañam imatapas rimananku kanñachu nispa
nisqa (Cochrane, 1863, p. 152).
Ichapas San Martinqa yuyayninman waykurqa chay rayku
nisqa chay kamachikuy kanampaq chasquisqa quimsa punchau
agosto killa nisqankupi, payñas rikurirusqa jatun kamachikuq
yaya. Paysi jamusqa chay ispañulpa kamachikuynin puchuka-
chiq, ichaqa manas imatapas rimanchu sipinakuymantaqa manas
imatapas rimarinchu, chaysi llipin auqa suyu runakuna kasqaku
ancha muchuy sunquyuq ashka killata Lima llaqtapi. Kamachinsi
chay Juan Gregorio de Las Heras nisqankuta, pay kamachikuq
kanampaq chay jatun auqa suyu runakunamanta, ichaqa chay
Arenales nisqankutas puchukarachisqa kamachikuq kayninman-
ta, ima raykus chay kasqa, ichaqa Arenales nisqankus sipisunchik
ispañulkunataqa nisqa chay raykus yanquirusqa chay Las Heras
nisqankuwan. Chay llapan atiqniyuq ministro Monteagudo nis-
qankus paypas nisqa chay chuya pachaman Piru suyu yaykusqan-
mantas manaña kanmanchu sipinakuyqa nisqa, “ichallaqa ispa-
ñulkunas mana allinmi ninkuchu, asuwansi juñunakushkanku
sipinakuyman yaykunankupaq”(Vargas Ugarte, 1966, t. VI, p.
180).
Ichaqa chay Piru suyu waqaychaynimpis rikurirusqa ancha
sasa ruranakuna, chaykunamantaqa juk qillqapiñash willakuna
kanqa.

243
Cuadernos del Bicentenario

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1821: Algunos controversiales sucesos en el año de la
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2021 en los talleres gráficos de Kartergraf S.R.L., Jirón Huaraz
1856, Breña, Lima.

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