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Universitas Philosophica 61, año 30: 131-151

julio-diciembre 2013, Bogotá, Colombia – ISSN 0120-5323

“NADA PUEDE GUSTAR SIN INTERÉS”


LAS OBJECIONES DE HERDER
CONTRA LA DEFINICIÓN
KANTIANA DE LO BELLO

Rogelio Rovira Madrid*1

RESUMEN

El objeto de esta ponencia es examinar la definición


kantiana de lo bello como lo que place sin interés a la luz
de los reproches que contra ella dirige Johann Gottfried
Herder, antiguo discípulo del filósofo. La discusión de estas
objeciones, que se contienen en Kalligone, la última obra de
Herder, no solo pone de relieve el sentido preciso en que
Kant entiende la tesis de que ningún interés acompaña a la
satisfacción propia de lo bello, sino que también permite
reconstruir el argumento principal que el filósofo aduce en
favor de dicha tesis.

Palabras clave: Kant, Herder, bello, interés, satisfacción


desinteresada

*
Universidad Complutense de Madrid, España.
Recibido: 26.03.13 Aceptado: 12.10.13
Universitas Philosophica 61, año 30: 131-151
julio-diciembre 2013, Bogotá, Colombia – ISSN 0120-5323

“NOTHING CAN PLEASE WITHOUT INTEREST”


HERDER’S OBJECTIONS AGAINST
KANTIAN DEFINITION OF THE
BEAUTIFUL

Rogelio Rovira Madrid

ABSTRACT

The aim of this paper is to examine Kant’s definition of the


beautiful as that what pleases without interest in the light
of the criticisms proposed by Johann Gottfried Herder,
former student of the philosopher. The discussion of these
objections, contained in Kalligone, Herder’s last work, not
only highlights the proper sense in which Kant understands
his thesis according to which the satisfaction of the beauty is
entirely disinterested, but it also let reconstruct Kant’s main
argument for the mentioned thesis.

Key words: Kant, Herder, beautiful, interest, disinterested


satisfaction
¿No es realmente extraño que Kant defina lo bello como «lo que place sin
interés», es decir, sin preocupación por la existencia del objeto que llamamos
bello? ¿Es que lo bello no engendra en nosotros una auténtica solicitud por
su conservación y cuidado? ¿Es realmente posible que nos satisfaga lo bello
si no nos interesa la existencia de la cosa bella? La extrañeza reflejada en
estas cuestiones ha llevado desde antiguo a recusar por inapropiada esta
caracterización kantiana de lo bello. Johann Gottfried Herder, antiguo
discípulo de Kant, es acaso el representante más clásico de esta postura:
“Nada puede gustar sin interés (Nichts kann ohne Interesse gefallen)”, afirma
tajantemente en su última obra Kalligone (Herder, 1998: 675).

El objeto de estas páginas es considerar la definición kantiana de lo


bello como lo que place sin interés a la luz de los reproches que contra ella
dirige Herder. El examen de estas objeciones no solo pondrá de relieve el
sentido preciso en que Kant entiende la tesis de que ningún interés acompaña
a la satisfacción propia de lo bello, sino que también permitirá reconstruir
el argumento principal que el filósofo aduce como prueba del carácter
desinteresado de lo bello.

1. La definición kantiana de lo bello como lo que place sin interés

Kant tiene, por lo común, un modo predilecto de proceder en el examen de


las cuestiones filosóficas: cuando busca conocer la esencia de algo, desvía la
mirada, por decirlo de este modo, del objeto del conocimiento para dirigirla
a los juicios que versan sobre dicho objeto. Así, al examinar el problema de
la posibilidad de la metafísica como ciencia racional, problema que remite
desde luego a la cuestión de la esencia de este saber y de los objetos de que
se ocupa, Kant se fija, antes que nada, en las características de los enunciados
que habría de contener la metafísica para poder ser considerada como ciencia
racional, y plantea entonces la célebre cuestión de si son posibles los juicios
sintéticos a priori en la metafísica. O, en vez de investigar directamente la
esencia de lo bueno moral, Kant se pregunta por los rasgos distintivos de
los diversos juicios prácticos, y establece de ese modo el no menos famoso
criterio de obrar de tal manera que la máxima de mi voluntad pueda valer al
mismo tiempo como ley universal de todo querer.

No de otro modo procede Kant en la indagación de la esencia de la


belleza: para elucidarla atiende, antes que nada, a las características de los
juicios sobre lo bello, de los juicios que el filósofo llama, siguiendo en esto a

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los pensadores ingleses de su época, «juicios de gusto» (Geschmacksurteile).


Gusto es, en efecto, según la definición de Kant, “la facultad de juzgar lo
bello” (KU, AA 05: 203)1.

En este caso el proceder metódico de Kant parece de antemano


rechazable. Así, al menos, lo ha declarado Schopenhauer: al partir Kant del
«dictamen que otros dan sobre lo bello, del juicio sobre lo bello, no de la
belleza misma», «parece que solo conoce lo bello de oídas y no directamente».
Y el filósofo de Danzig propone una comparación demoledora: “Es casi lo
mismo que si un ciego muy inteligente desarrollase, por lo que oyere decir
de los colores, una teoría acerca de ellos” (Schopenhauer, 1911-1926: 629).

Pero en este punto Schopenhauer se equivoca. Kant no parte de los


juicios o pareceres de los otros sobre lo bello: parte de las características
intrínsecas que necesariamente posee todo juicio de gusto. Y es el hallazgo
de esas características lo que le permitirá descubrir los rasgos esenciales de lo
juzgado, de la belleza misma. ¿Cuáles son los rasgos esenciales de la belleza
que no pueden ser juzgados sino en un determinado tipo de juicios, a saber,
los juicios de gusto? Tal es la cuestión que Kant plantea expresamente: “Lo
que se exija para llamar bello un objeto debe descubrirlo el análisis de los
juicios del gusto” (KU, AA 05: 203). Y, en verdad, la respuesta que encuentra
es sumamente digna de consideración.

Los juicios de gusto se distinguen nítidamente, al decir de Kant, de los


juicios de conocimiento. En estos, el entendimiento enuncia una propiedad

1
Sobre las abreviaturas empleadas para citar las obras de Kant, véase “Referencias” al final
del trabajo. En ApH (AA 07: 242) Kant propone una interesante explicación de las razones
que, a su juicio, han llevado a llamar «gusto» a la facultad de juzgar lo bello: “¿Cómo
puede haber sido que principalmente las lenguas modernas hayan designado la facultad de
juicio estético con una expresión (gustus, sapor) que alude meramente a un cierto órgano
de los sentidos (el interior de la boca) y a la distinción y a la elección de las cosas que
se pueden gustar por medio de él? No hay ninguna situación en que la sensibilidad y el
entendimiento puedan unirse en un goce, prolongarse tanto y repetirse con complacencia
tan frecuentemente, como una buena comida en grata compañía. La primera considérase
solo como un vehículo para la conversación con la segunda. El gusto estético del anfitrión
muéstrase en la habilidad para elegir con validez universal lo que no puede hacer siguiendo
su propio gusto, porque sus invitados acaso elegirían otros manjares o bebidas, cada uno
según su gusto privativo. El anfitrión acude, pues, a la variedad, es decir, a que haya para
cada uno algo a su gusto, lo cual da por resultado una validez universal comparativa (…). Y
así es como ha podido suministrar el sentimiento orgánico, a través de un sentido especial,
el nombre para una elección ideal, a saber, una elección de una validez sensible universal”.

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como perteneciente a un objeto, para así conocer dicho objeto. Por ejemplo:
«El prado es verde». Los juicios de esta clase son, pues, lógicos, ya que
en ellos se establece una relación objetiva de representaciones: al prado
le corresponde el color verde. En cambio, en los juicios de gusto es la
imaginación (sin excluir la intervención del entendimiento) la que recoge
una sensación del sujeto, como en el juicio: «El prado es agradable». Por
ello Kant llama a los juicios de gusto juicios estéticos (del griego aisthêsis,
sensación) y dice de ellos que su base determinante es subjetiva, porque
aquello sobre lo que versa el juicio, en el caso considerado: el prado, no es
objeto de conocimiento, sino objeto de satisfacción. El juicio, en efecto, no
dice nada objetivo del prado, sino solo del estado anímico de quien enuncia
el juicio, de la subjetividad del que así juzga2.

Al igual que en los juicios de conocimiento, también en los juicios


estéticos cabe distinguir las diversas funciones lógicas de juzgar que tales
juicios desempeñan a tenor de la cantidad, la cualidad, la relación y la
modalidad. Son precisamente estas funciones lógicas o «momentos» los que
le sirven a Kant de hilo conductor para encontrar una definición de lo bello3.
Cada uno de dichos momentos le revela, en efecto, un aspecto parcial de lo
bello y, sumados todos ellos, podrá caracterizarse adecuadamente la belleza.

2
“Cuando una determinación del sentimiento de placer o de dolor es llamada sensación,
significa esta expresión algo muy distinto de cuando llamo sensación a la representación de
una cosa (por los sentidos, como una receptividad perteneciente a la facultad de conocer),
pues en este último caso, la representación se refiere al objeto, pero en el primero, solo
al sujeto, sin servir a conocimiento alguno, ni siquiera a aquel por el cual el sujeto se
conoce a sí mismo. Pero entendemos en la definición anterior, bajo la palabra sensación,
una representación objetiva de los sentidos; y para no correr ya más el peligro de ser mal
interpretado, vamos a dar el nombre, por lo demás usual, de sentimiento a lo que tiene siempre
que permanecer subjetivo y no puede de ninguna manera constituir una representación de
un objeto. El color verde de los prados pertenece a la sensación objetiva, como percepción
de un objeto del sentido; el carácter agradable del mismo, empero, pertenece a la sensación
subjetiva, mediante la cual ningún objeto puede ser representado, es decir, al sentimiento,
mediante el cual el objeto es considerado como objeto de la satisfacción (que no es
conocimiento del objeto)”. (KU, AA 05: 206). Sobre el rechazo por parte de Kant del valor
cognoscitivo de los juicios de gusto, se encuentran valiosas consideraciones en Parra París
2007: 23-25, 265-286. Según señala este estudioso, la principal razón que movió a Kant a
sostener que los juicios estéticos no son cognoscitivos fue su concepción del conocimiento
como subsunción de lo sensible bajo lo universal; lo cual no impide, sin embargo, que Kant
considere que la belleza es símbolo de la moralidad, otorgándole así un valor cognoscitivo
sin necesidad de ninguna subsunción de lo bello bajo un concepto.
3
Sobre la noción de «momento» lógico del juicio, noción que no tiene en absoluto un
sentido temporal, sino el significado de «característica» o «aspecto», se encuentran útiles
indicaciones en Wenzel, 2005: 13-14.

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Para los fines actuales, interesa considerar tan solo el respecto de


la cualidad de los juicios de gusto. Se trata, por lo demás, del momento
fundamental de tales juicios, pues, al decir de Kant, “el juicio estético sobre
lo bello se refiere primeramente a la cualidad” (KU, AA 05: 203), ya que la
cualidad del juicio de gusto no es sino expresión de la relación de satisfacción
o de desagrado que se establece entre el sujeto que juzga y el objeto.

En general, advierte Kant, la satisfacción que se une con la representación


de un objeto puede ser de dos tipos, según que la satisfacción esté unida o no
lo esté a la exigencia de traer al ser el objeto representado. A la satisfacción
que está unida al requerimiento de ser causa de la existencia del objeto
representado, Kant la llama «satisfacción interesada». A la satisfacción en la
que no se vive tal exigencia la denomina Kant «satisfacción desinteresada»
o «carente de todo interés (ohne alles Interesse)». Justamente esta es la
satisfacción propia del juicio de gusto. En efecto, cuando juzgo si un palacio
es hermoso, por citar el mismo ejemplo de Kant, no juzgo si es conveniente,
útil o necesario levantar tan magnífico edificio. En este caso, afirma Kant, “se
quiere saber tan solo si esa mera representación del objeto va acompañada en
mí de satisfacción, por muy indiferente que me sea lo que toca a la existencia
del objeto de esa representación” (KU, AA 05: 205). No es, en efecto,
buen juez en cuestiones de gusto, nos recuerda el filósofo, el que mezcla
algún interés, por pequeño que sea, con su goce estético: “No hay que estar
preocupado en lo más mínimo de la existencia de la cosa, sino permanecer
totalmente indiferente, tocante a ella, para hacer el papel en cosas del gusto”
(KU, AA 05: 205).

De ahí que pueda proponer Kant esta «definición de lo bello deducida


del primer momento»: “Gusto es la facultad de juzgar un objeto o una
representación mediante una satisfacción o un descontento, sin interés
alguno. El objeto de semejante satisfacción llámase bello” (KU, AA 05:
211)4. Brevemente, bello es, pues, lo que place sin interés.

4
Esta definición parcial de lo bello extraída del momento de la cualidad de los juicios de gusto
ha de completarse con las otras definiciones de lo bello sacadas de los restantes momentos de
dichos juicios, a saber, según la cantidad: bello es lo que, sin concepto, place universalmente;
según la relación, bello es la forma de la finalidad de un objeto sin la representación de un
fin; y según la modalidad, bello es lo que, sin concepto, place de modo necesario. Sobre el
papel que la noción de desinterés ha desempeñado en el surgimiento de la estética filosófica
en el siglo XVIII son imprescindibles los estudios de Guyer, 1993a y 1993b.

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Pero, ¿de veras la satisfacción ante lo bello está desprovista de interés


por la existencia del objeto tenido por bello?

2. Las objeciones de Herder

En su última obra, Kalligone, literalmente: «el nacimiento de la belleza»,


publicada en 1800, tres años antes de su muerte, Herder emprende una crítica
de las doctrinas estéticas que había defendido Kant unos años antes en la
Crítica del Juicio. Las objeciones contra el carácter desinteresado del juicio
de gusto ocupan, sin duda, un lugar destacado en esa crítica: Herder parece
considerar el placer suscitado por lo bello como una especie de lo agradable,
entendido como aquello que preserva, promociona o expande el sentimiento
de nuestra propia existencia, y no hay duda de que nada puede sernos más
interesante, más concerniente, que nuestro propio vivir5.

En efecto, el fundamento último de la crítica de Herder al carácter


desinteresado de lo bello se halla, a lo que parece, en su concepción de lo
agradable. Lo agradable es, según lo define este pensador, “lo que expande
nuestra existencia, la hace libre, la alegra” (Herder, 1998: 665). Ahora bien:
Kant mismo reconoce que “la satisfacción en lo agradable está unida con
interés” (KU, AA 05: 205). Pero eso mismo que nos hace vivir lo agradable
nos lo hace experimentar también lo bello. ¿Cómo lo bello no va sernos,
entonces, del máximo interés? “De la belleza, como de lo bueno y lo
verdadero, es alma el interés”, declara Herder sin paliativos (Herder, 1998:
730).

Pero, ¿qué razones opone Herder a la tesis de Kant sobre el carácter


desinteresado de lo bello? De los tres volúmenes que conforman la obra de
Herder, que refleja vagamente la estructura de la primera parte de la Crítica
del Juicio, el primero lleva como subtítulo De lo agradable y lo bello. En
las páginas del comienzo se hace eco de la definición kantiana de lo bello
como lo que place sin interés: schön ist, was ohne Interesse gefällt. De esta
definición dice Herder que es “meramente negativa; y, además, falsamente
negativa ([sie] ist bloss verneinend; und dabei falsch verneinend)” (Herder,

5
Varios años antes, Herder, en el cuarto de sus Kritische Wälder, escrito en 1769, aunque
publicado póstumamente, criticó la tesis de Friedrich Just Riedel según la cual lo bello es
lo que puede placer sin un propósito interesado y sin que lo poseamos. (Cfr. Guyer, 2007:
353-368).

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1998: 675). Y ofrece dos razones, íntimamente conexas, de su falsedad:


“nada puede gustar sin interés (denn nichts kann ohne Interesse gefallen)
(…) y la belleza tiene para los que la sienten justamente el supremo interés
(und die Schönheit hat für den Empfindenden gerade das höchste Interesse)”
(Herder, 1998: 675).

Aunque en esas breves frases se condensan, en rigor, todas las objeciones


que propone Herder contra la citada definición kantiana de lo bello, conviene
citar otro pasaje de su Kalligone que completa su posición al respecto:
Pero la belleza tiene interés; es más: todo lo bueno solo por ella tiene
interés. Pues ¿qué significa la palabra? Interés es quod mea interest, lo que
me incumbe. Si una cosa no me afecta, ¿cómo podría encontrar agrado en
ella? Para gustar, el poeta, el artista, incluso la naturaleza misma nos tienen
que ser ante todo interesantes; de lo contrario, todo lo que ella nos pone
delante se nos presenta como un alimento sin condimentación, como un
guiso de cáscara de nuez (Herder, 1998: 730).

Concisamente, con las mismas palabras de Herder: “Ninguna obra bella


del arte o de la naturaleza carecerá de interés para nosotros (Kein schönes
Werk der Kunst oder der Natur soll uns also ohne Interesse sein)” (Herder,
1998: 730).

Dos son, pues, a tenor de estos breves pasajes, las objeciones principales
de Herder contra el carácter desinteresado de los juicios de gusto y, por tanto,
contra la definición de lo bello como lo que place sin interés: una objeción
puramente formal y otra, de índole material.

La objeción formal consiste en señalar que la definición de lo bello


propuesta por Kant es meramente negativa: no aduce un rasgo positivo de lo
bello, sino una característica de la que lo bello carece. Ahora bien, carecer de
una propiedad –así cabría completar el reproche–, excluye a lo que se quiere
definir de un género de objetos, pero no lo incluye en ninguna especie: lo
deja indeterminado. Por tanto, aun cuando fuera cierto que el placer en que
consiste lo bello careciera de interés, la ausencia de esta propiedad no puede
constituir una diferencia específica de la belleza.

Pero ocurre, además, que la definición es, al decir de Herder,


materialmente falsa. La razón fundamental que aduce como prueba es, como
hemos visto, que «nada puede gustar sin interés (nichts kann ohne Interesse

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gefallen)». Ahora bien, las ambiguas explicaciones que acompañan a esta


declaración permiten entender la verdad que enuncia la proposición en dos
sentidos: como una verdad de razón o como una verdad de hecho. En el
primer caso el reproche de Herder habría de significar que es imposible por
esencia que algo nos agrade en tanto que bello si no nos interesa, si no nos
importa. En el segundo caso, significaría que lo bello, tanto lo bello natural
como lo bello artístico, nos resulta de facto interesante.

A la vista de estos reproches de Herder, es preciso confrontar la definición


de lo bello propuesta por Kant con estas preguntas: ¿Vale como buena
definición la afirmación de que lo bello es lo que place sin interés? ¿Niega, en
verdad, Kant que se dé una conexión necesaria entre la complacencia ante lo
bello y el interés o la incumbencia por lo bello? ¿Es que no admite el filósofo
de Königsberg que lo bello suscita en nosotros intereses muy diversos?

3. ¿Es la definición kantiana de lo bello puramente negativa?

Comencemos, pues, nuestro examen por la primera pregunta planteada:


¿Cumple la definición de lo bello como lo que place sin interés con la
conocida regla lógica según la cual definitio debet tradi per genus proximum
et differentiam specificam, o se trata, más bien, de una caracterización
puramente negativa de la belleza?

Como es sabido, Kant distribuye los juicios en tres grandes grupos:


los juicios teóricos, que constituyen conocimiento de un objeto; los juicios
prácticos, que son expresión de una volición, y los juicios de gusto, en los
que se reconoce que algo es bello. En todo juicio, sea teórico, práctico o de
gusto se da, como elemento necesario suyo, la representación de un objeto.
En los juicios teóricos, la representación del objeto sirve al conocimiento
de dicho objeto y en ella no se mezcla, en consecuencia, ningún estado del
sujeto que juzga. No ocurre así, sin embargo, con los juicios prácticos y con
los juicios de gusto, en los que la representación del objeto va acompañada de
satisfacción o placer. ¿Qué diferencia entonces un juicio práctico de un juicio
de gusto? Sencillamente, al decir de Kant, que en el primero la satisfacción
que acompaña a la representación del objeto va unida con interés, es decir,
con el requerimiento de traer a la existencia dicho objeto, mientras que tal
requerimiento no se da en el juicio de gusto: el objeto representado place sin
interés, esto es, sin invitarnos a su producción o realización.

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Cabe, pues, decir, frente a la objeción formal de Herder, que la definición


de lo bello como lo que place sin interés no es meramente negativa, sino
que proporciona el género próximo y la diferencia específica de lo bello. La
definición, en efecto, al señalar que lo bello es objeto de un juicio de gusto,
no se conforma con indicar un rasgo genérico de lo bello, sino que aduce
también lo que lo distingue de los objetos de las otras especies de juicios:
lo bello, por producir satisfacción, no es un mero objeto de conocimiento;
por ser desinteresado, no es tampoco objeto de un acto de querer. Bello es el
objeto cuya representación produce una peculiar complacencia que excluye
la exigencia de la realización del objeto representado.

No debe llamarnos a engaño la fórmula, en apariencia negativa,


de «sin interés» o «desinteresado» aplicada al deleite producido por lo
bello. Es notorio que las diferencias que dividen un género, para poder
dividirlo efectivamente, han de ser lógicamente opuestas entre sí. Según
una larga tradición, unas diferencias se expresan con nombres positivos y
sus correspondientes opuestas con un nombre que encierra una negación.
Así ocurre, en efecto, en los ejemplos que aparecen en el llamado «árbol
de Porfirio»: «material-inmaterial» «sensible-insensible», «animado-
inanimado», «mortal-inmortal», «racional-irracional». Ahora bien,
las diferencias cuyo nombre contiene una negación, en tanto que son
constitutivas de nuevas especies, no son en absoluto meras negaciones de las
diferencias expresadas en términos positivos: son propiedades positivas a las
que solo por razón de su incompatibilidad con otra propiedad positiva se las
califica negativamente (Cfr. Porfirio, 2003: 96). «Desinterés» no es, pues, la
mera ausencia o negación del «interés», sino una propiedad de suyo positiva
que acompaña a todo lo bello y que es incompatible con todo interés en la
existencia de un objeto6.

4. ¿No hay una conexión necesaria entre el goce de lo bello y el


interés?

Mas, aun cuando la definición kantiana de lo bello sea en sí misma


formalmente correcta, ¿no es, sin embargo, verdad que es necesario que haya

6
Como señala acertadamente Mansur Garda (2010: 138): “En la contemplación de lo bello
(...) uno experimenta un placer libre de la posición o realización del objeto, de tal suerte
que la satisfacción desinteresada da al sujeto una libertad que no se presenta en ninguna de
las facultades”.

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una conexión entre la complacencia ante lo bello y el interés o la incumbencia


por lo bello? Ocuparnos de la segunda pregunta planteada por las objeciones
de Herder exige exponer, siquiera sea de manera breve, lo que entiende Kant
por «interés» y determinar, en consecuencia, en qué sentido es lo bello sin
interés. No otro es el proceder del propio Kant: la tesis según la cual “la
satisfacción que determina el juicio de gusto es totalmente desinteresada”
–dice el filósofo– “no podemos dilucidarla mejor que oponiendo a la pura
satisfacción desinteresada en el juicio de gusto aquella otra que va unida con
interés” (KU, AA 05: 205).

En su acepción más amplia, Kant entiende por «interés» el principio


que enuncia la condición del uso de una facultad espiritual: “A toda facultad
del espíritu se puede atribuir un interés, esto es, un principio que encierra la
condición bajo la cual se fomenta el ejercicio de esa facultad” (KU, AA 05:
119-120). Así, pues, el interés se entiende en este caso en sentido psicológico:
ni la «facultad de conocer» (Erkenntnißvermögen) ni el «sentimiento de
placer y displacer» (Gefühl der Lust und Unlust) ni, desde luego, tampoco la
«facultad de apetecer» (Begehrungsvermögen) pueden moverse en ausencia
de «interés», es decir, si no están efectivamente sometidas a la condición,
enunciada por un principio, solo bajo la cual se promueve el ejercicio de
dichas facultades.

Pero Kant suele hablar de interés en una acepción más estrecha, que
se refiere a la facultad apetitiva, y más concretamente a la voluntad o razón
práctica. Se trata entonces del interés en sentido práctico, es decir, de la
condición bajo la cual se fomenta el uso de la voluntad: “Interés es aquello
por lo que la razón se hace práctica, es decir, se torna en causa determinante
de la voluntad” (GMS, AA 04: 459).

Es claro que, para que la voluntad entre en ejercicio, se requiere tanto


que haya un objeto o materia del querer cuanto que la voluntad ponga un
fundamento de determinación en razón del cual querer. De ahí que Kant
pueda proponer dos definiciones más precisas del interés práctico. La
primera atiende al hecho de que con todo objeto del querer va unido siempre
placer práctico, según la conocida aseveración de Kant y, de que, por lo
demás, la voluntad es la facultad de apetecer que contiene el fundamento de
determinación del albedrío. Sobre esta base el filósofo propone la siguiente
definición: “La unión del placer con la facultad de apetecer, en la medida
en que esta conexión es juzgada válida por el entendimiento (en todo caso

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también solo para un sujeto), se llama interés” (GMS, AA 04: 413). Cabe,
pues, decir, en fórmula brevísima, que interés vale tanto como querer algo,
ya que con todo lo que se quiere va unido siempre placer práctico.

La segunda definición la obtiene Kant del hecho de que la materia del


querer consiste necesariamente en traer algo al ser, ya que, correlativamente,
el querer no es sino una forma de causalidad. De esta manera, Kant puede
definir también el interés práctico en estos términos: «Se llama interés
a la satisfacción que unimos con la representación de la existencia de un
objeto». En fórmula sumamente concisa, interés es, pues, tener placer en la
realización de algo.

De la equivalencia de estas dos definiciones del interés práctico es


buena prueba esta declaración del propio Kant: “Querer algo y tener una
satisfacción en la existencia de ello, es decir, tomar interés en ello, son cosas
idénticas” (KU, AA 05: 209)7.

Ahora bien, Kant sostiene que la complacencia que unimos con el traer
al ser un objeto es doble: “Semejante satisfacción está, por tanto, siempre en
relación con la facultad de apetecer, sea como fundamento de determinación
de ella, sea, al menos, como necesariamente unida al fundamento de
determinación de esta facultad” (KU, AA 05: 204). Dicho de otro modo, el
interés práctico de la voluntad, según la enseñanza de Kant, solo puede ser
de dos clases. Si el fundamento de determinación del querer es justamente la
satisfacción que está unida a la materia del querer, entonces el interés práctico
es un interés patológico o de las inclinaciones: la voluntad, dice Kant, obra
por interés. En cambio, si el fundamento de determinación del querer no es
la satisfacción necesariamente unida al objeto del querer, entonces, como a
la voluntad no le mueve la inclinación, sino que solo puede moverla la razón
pura, el interés práctico es un interés moral, y por ello afirma Kant que la
voluntad toma interés (Cfr. MdS, AA 06: 212)8.

7
Sobre esta equivalencia véase el análisis de Rand, 2010: 430.
8
“Pero la voluntad humana puede también tomar interés en algo, sin por ello obrar
por interés. Lo primero significa el interés práctico en la acción; lo segundo, el interés
patológico en el objeto de la acción. Lo primero demuestra que depende la voluntad de
principios de la razón en sí misma; lo segundo, de los principios de la razón respecto de la
inclinación pues, en efecto, la razón no hace más que dar la regla práctica de cómo podrá

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A la satisfacción propia de las inclinaciones la llama Kant lo agradable,


y la define como “aquello que place a los sentidos en la sensación” (KU, AA
05: 205). A la satisfacción propia de la razón pura práctica, en cambio, la
denomina lo bueno, o sea, “aquello que, por medio de la razón y por el simple
concepto, place” (KU, AA 05: 207). Y adviértase que tanto la satisfacción en
lo agradable como la satisfacción en lo bueno están unidas con el interés. Así
lo declara Kant en la Crítica del Juicio al señalar que tanto la satisfacción
propia de lo agradable como la propia de lo bueno están unidas a la existencia
del objeto apetecido:
Lo agradable y lo bueno tienen ambos una relación con la facultad de apetecer
y, en cuanto la tienen, llevan consigo, aquel, una satisfacción patológico-
condicionada (mediante estímulos, stimuli), y este, una satisfacción pura
práctica. Esa satisfacción se determina no solo por la representación del
objeto, sino, al mismo tiempo, por el enlace representado del sujeto con la
existencia de aquel. No solo el objeto place, sino también su existencia (KU,
AA 05: 209).

Esta última frase, añadida por Kant en la segunda edición de su obra, ha


de entenderse en el sentido de que tanto en lo agradable como en lo bueno no
solo place la representación del objeto, sino el traer al ser, el realizar el objeto
representado, lo cual es propiamente lo que el filósofo llama interés práctico.

Consideremos ahora, a la luz de estas distinciones, la tesis de Herder que


hemos interpretado en el sentido de que es imposible por esencia que algo
nos plazca como bello si no nos interesa. Se advierte entonces fácilmente
que Kant no podría por menos de admitirla si lo que en ella se entiende
por «interés» es el interés en su acepción psicológica, pero que el filósofo
la niega expresamente si el concepto de interés se lo toma en su sentido
práctico.

En efecto, Herder concibe el interés como «quod mea interest, lo que


me incumbe», es decir, como la afección que produce una representación en
mí. Justo por ello afirma que si una cosa no me afectara, no podría encontrar
agrado en ella. Ahora bien, este concepto de interés constituye tan solo un
aspecto –y, en verdad, trivial– de lo que Kant entiende por interés en sentido

subvenirse a la exigencia de la inclinación. En el primer caso, me interesa la acción; en el


segundo, el objeto de la acción (en cuanto que me es agradable)” (GMS, AA 04: 413).

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psicológico, pues no cabe duda de que una de las condiciones evidentes


del ejercicio de la facultad que el filósofo llama el sentimiento de placer y
displacer es que el objeto de una representación entre en relación con dicha
facultad y ora le plazca, ora le displazca. De esta forma, no solo lo agradable
y lo bueno están en relación con el sentimiento de placer y displacer –me
«interesan», diríamos en el sentido herderiano–, sino también lo bello: la
complacencia que en mí provoca es signo inequívoco de esta afección o
«interés» de lo bello, en el sentido de Herder. Kant no puede ser más explícito
al respecto:
Lo agradable, lo bello, lo bueno, indican tres relaciones diferentes de las
representaciones con el sentimiento de placer y displacer, con referencia
al cual nosotros distinguimos unos de otros los objetos o modos de
representación. Las expresiones conformes a cada uno, con las cuales se
indica la complacencia en ellos, no son iguales. Agradable se llama a lo que
deleita; bello, a lo que solo place; bueno, a lo que es apreciado, aprobado,
es decir, cuyo valor objetivo es asentado (KU, AA 05: 209).

La tesis propia de Kant es, sin embargo, que la complacencia en lo bello


no está unida a ningún interés práctico, ni patológico ni moral. A diferencia,
en efecto, del deleite de lo agradable y de la apreciación de lo bueno, la
complacencia en lo bello no hace que la razón se haga práctica, es decir,
que la voluntad se ponga en ejercicio. El placer de lo bello no se vincula con
ninguna exigencia, empírica o racional, que invite a traer al ser el objeto cuya
representación gusta.

El desinterés propio de la vivencia de lo bello es, pues, una caracterización


que expresa de manera negativa un rasgo esencial del goce estético: la
necesaria ausencia de relación entre la voluntad y el objeto bello. El objeto
gozado como bello puede ser puramente imaginario o existir realmente. En
ningún caso, sin embargo, su goce estético consiste en que la voluntad se
mueva a traerlo al ser o a conservarlo en la existencia.

Esta caracterización negativa de la satisfacción de lo bello como


«desinteresada» es, sin embargo, expresión de un dato positivo, que Kant
enuncia así: “La del gusto en lo bello es la única satisfacción desinteresada
y libre, pues no hay interés alguno, ni de los sentidos ni de la razón, que
arranque el aplauso” (KU, AA 05: 210). Decir «satisfacción desinteresada»
es, en efecto, lo mismo que decir «satisfacción libre», justamente porque el
juicio de gusto está libre de toda coacción, de la coacción de las inclinaciones

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y aun de la coacción del mandato moral. Solo el gusto nos deja en libertad
“para hacer de algo un objeto de placer para nosotros mismos” (KU, AA
05: 210)9.

Cabe, pues, resumir de este modo la respuesta que habría dado Kant a
la objeción de Herder que hemos considerado: lo bello es, en efecto, aquello
que me interesa en sentido psicológico (o sea, que me place) sin interesarme
en sentido práctico (es decir, sin moverme a la acción). O, dicho de otra
forma: no puede, sin duda, gustarme aquello cuya representación no está en
relación con mi sentimiento de placer y displacer, pero lo bello me gusta sin
requerir mis energías para iniciar una serie de causas que traigan algo a la
existencia.

5. ¿No hay una conexión fáctica entre el goce de lo bello y el


interés?

Pero ¿no tiene la belleza para los que la sienten justamente el supremo
interés, como dice Herder? ¿No engendra lo bello en nosotros un interés
precisamente por la existencia de los objetos bellos, por su cuidado y
conservación? El examen de la tercera y última de las preguntas planteadas
por las objeciones de Herder puede ser ya más breve.

En efecto, se advierte enseguida que en la objeción de Herder se


confunde el «interés» con lo «interesante», esto es, el interés práctico que
podemos llamar constitutivo de una satisfacción con el interés práctico que
es tan solo consecutivo de una satisfacción. Kant niega, como sabemos,
que la satisfacción en lo bello sea interesada, es decir, que en la base de
semejante satisfacción haya un interés, porque la complacencia de lo bello
no mueve a la realización del objeto que place: en la satisfacción de lo
bello está ausente todo interés práctico constitutivo, podríamos decir. Pero
el filósofo de Königsberg afirma expresamente que cabe tener interés en lo
bello: a la satisfacción desinteresada que me revela la belleza de algo puede
unírsele otra satisfacción, como es la de que ese algo gozado como bello siga
existiendo. La complacencia en lo bello puede dar origen, en efecto, a un

9
Que la satisfacción de lo bello sea «libre» no significa, naturalmente, que quepa decidir
libremente si un objeto le parece a uno bello o no se lo parece; significa, como se ve, que
semejante satisfacción no está constreñida por nada extrínseco a ella. (Cfr. Allison, 2001:
93-94).

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interés práctico que es consecutivo a ella y en virtud del cual la voluntad se


determina a obrar. La declaración de Kant es definitiva al respecto:
Que el juicio de gusto, mediante el cual algo se declara bello, no debe
tener interés alguno como fundamento de determinación, se ha expuesto
ya suficientemente (…); pero de aquí no se infiere que, después de que ha
sido dado como puro juicio estético, ningún interés pueda enlazarse con él.
Sin embargo, este enlace no podrá ser más que indirecto (KU, AA 05: 296).

Con la satisfacción desinteresada en lo bello puede unirse, pues,


indirectamente una satisfacción en la realización o en la conservación, en
una palabra, en la existencia de lo bello “como aquello en donde todo interés
subsiste” (KU, AA 05: 296). Y esta satisfacción interesada en la existencia
de lo bello –valga la insistencia– no es condición de gustar la belleza, sino de
que esa belleza gustada sea interesante, puede fundarse, según enseña Kant,
en dos instancias: en una inclinación propia de la naturaleza humana o en
una exigencia de la propia razón. En el primer caso, a la belleza se le une un
interés empírico; en el segundo, un interés intelectual.

El interés empírico en lo bello se apoya, al decir de Kant, en la inclinación


propia del ser humano a la sociabilidad. El hombre siente un interés empírico
en lo bello porque es un ser social: le interesa la existencia, la producción,
el mantenimiento y el cuidado de lo bello para poder comunicar sus gustos
y hacer a otros partícipes de ellos. Esa comunicación y esa participación
son fuente de satisfacción, que se une a la ya gozada satisfacción de lo
bello y hace por ello a esta última «interesante», esto es, capaz de mover
la voluntad: “Por sí solo, un hombre abandonado en una isla desierta, ni
adornaría su cabaña ni su persona, ni buscaría flores, ni menos las plantaría
para adornarse con ellas; solo en sociedad se le ocurre, no solo ser hombre,
sino, a su manera, ser un hombre fino” (KU, AA 05: 297)10.

El interés intelectual en lo bello se apoya, en cambio, según la


enseñanza de Kant, en la exigencia moral de la razón práctica. El hombre
siente un interés intelectual en lo bello porque es un ser moral, de tal modo
que el interés por la existencia de la belleza de la naturaleza –y no tanto
de lo bello del arte, según defiende Kant– es signo distintivo de un alma
buena, favorablemente dispuesta al sentimiento moral. Afirma, en efecto, el

10
Este § 41 de KU se titula precisamente: “Del interés empírico en lo bello”.

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filósofo: “A quien interese inmediatamente la belleza de la naturaleza, hay


motivo para sospechar en él, por lo menos, una disposición para sentimientos
morales buenos” (KU, AA 05: 300-301)11. Lo bello de la naturaleza es, según
la conocida tesis de Kant, el símbolo del bien moral, y el bien moral es, por
tanto “lo inteligible hacia donde (…) mira el gusto” (KU, AA 05: 353).

Con la cautela, pues, de que el goce de lo bello es de suyo desinteresado,


Kant no tiene, como se ve, reparo alguno en admitir con Herder, que la belleza
tiene para los que la sienten justamente el supremo interés, y ello en sentido
estrictamente literal: el supremo interés de la moralidad, pura satisfacción
intelectual que se une inmediatamente al gusto de lo bello y revela la nobleza
de un alma.

6. Conclusión: La tesis del carácter desinteresado de lo bello y la


argumentación a su favor

¿Qué frutos ha proporcionado el examen de las objeciones de Herder contra


la definición kantiana de lo bello como lo que place sin interés? Cabe cifrar
en cuatro los principales resultados obtenidos.

En primer lugar, el examen ha revelado que en la doctrina de lo bello


defendida por Kant hay un lugar reconocido para las evidencias innegables
que sustentan tales reproches. Nada gusta, en efecto, sin interés, si se
entiende interés en el sentido psicológico, no en el sentido práctico. Y con
la contemplación desinteresada de la belleza se une, desde luego, aunque
indirectamente, el supremo interés.

Ha mostrado también, en segundo lugar, que las objeciones de Herder


contienen graves equívocos, que le restan toda su fuerza contra la concepción
kantiana de lo bello. El primer equívoco se funda en que Herder no acierta
a ver que la caracterización de lo bello como satisfacción «desinteresada»
no mienta una propiedad negativa de lo bello, sino un rasgo distintivo, en
sí mismo positivo, por más que expresado negativamente: la satisfacción
en lo bello es puramente contemplativa. Confunde, también, y este segundo
equívoco es más grave, el ser afectado por el objeto bello, o sea, la satisfacción
en lo bello, con el hecho de que semejante satisfacción no está vinculada con

11
Este § 42 de KU se titula: «Del interés intelectual en lo bello».

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la voluntad ni, por tanto, con traer al ser el objeto que la produce; es decir,
confunde el interés en sentido psicológico con el interés en sentido práctico,
solo el cual considera Kant que no se da en el goce de lo bello. Y no atina
Herder, en fin, a distinguir –he aquí su tercer equívoco– el hecho de que la
satisfacción en lo bello no conduzca a la realización del objeto cuya belleza
place con el hecho, muy distinto, de que la satisfacción en lo bello puede
en efecto suscitar, cuando se une a otros factores, auténticos intereses en la
realización o existencia de lo bello: la satisfacción en lo bello es de suyo,
según Kant, desinteresada pero, indirectamente, puede producir interés,
mover la voluntad; es, pues, diríamos, interesante.

En tercer lugar, la discusión de las objeciones de Herder ha permitido


poner en claro el sentido preciso en que Kant entiende su tesis según la cual
la satisfacción en lo bello es totalmente desinteresada. Como se ha visto,
esta tesis equivale a sostener que la complacencia en lo bello afecta tan solo
a la facultad llamada sentimiento de placer y displacer, y no a la facultad de
apetecer; o, lo que es lo mismo, que la satisfacción en lo bello no se dirige
a traer al ser el objeto que place, sino que simplemente lo contempla, se
goza sin más en él, sin que semejante gozo le requiera a llevar a cabo acción
alguna. Ello no quiere decir, sin embargo, que la satisfacción propia de lo
bello no dé lugar indirectamente a determinados intereses en la existencia del
objeto bello, dado que el hombre es un ser social y un ser moral.

Los tres resultados principales hasta ahora enumerados pueden


enunciarse, en fórmula compendiosa, del modo siguiente. El desinterés
propio del goce de lo bello no significa en modo alguno «indiferencia» ante
la existencia del objeto bello: no puede sernos, en efecto, indiferente un
objeto que nos incumbe o nos afecta, como quiere Herder, es decir, que nos
interesa en sentido psicológico, y que nos resulta, además, interesante, dada
nuestra índole social y moral, como ha puesto en claro Kant. El desinterés
característico de la satisfacción ante lo bello significa, más bien, el «dejar
ser» al objeto existente para, sencillamente, entablar con él esa peculiar
relación consistente en gustarlo, gozarlo, contemplarlo.

Pero el examen crítico de los reproches de Herder ha proporcionado,


en cuarto lugar, un último fruto, aunque no el menos importante: ha
contribuido, en verdad, a aportar los materiales necesarios para reconstruir
la argumentación que conduce a Kant a sostener el carácter desinteresado

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de lo bello. Como se ha visto, con su argumento Kant trata de esclarecer


la peculiar satisfacción de lo bello, que define como «sin interés», frente a
la satisfacción propia de lo agradable y de lo bueno, ambas «con interés».
Para ello, el filósofo tiene que mostrar no solo que no hay más interés que el
propio de lo agradable y de lo bueno, sino también que lo bello, lo agradable
y lo bueno son las únicas especies posibles de lo satisfactorio, es decir, los
únicos tipos posibles de relación de un objeto representado con el sentimiento
de placer y displacer. Los pasos principales de la argumentación de Kant
pueden exponerse como sigue, sin necesidad ya de mayores comentarios:

1. Solo de dos modos posibles se vincula la representación de un


objeto con el sentimiento de placer y displacer. Refiriéndonos
únicamente a la complacencia, estos dos modos son: que la
complacencia en el objeto representado esté vinculada a su vez
o no lo esté con la facultad de apetecer o, lo que es lo mismo,
con la realización o la existencia del objeto representado.

2. La vinculación de la complacencia en el objeto representado


con la facultad de apetecer (o sea, con la realización o la
existencia del objeto representado) solo es posible, por su parte,
de dos modos: a) que esa complacencia sea el fundamento de
determinación de la vinculación con la facultad de apetecer
o b) que esa complacencia sea consecuencia de semejante
vinculación. En el primer caso, se quiere la realización del objeto
representado porque deleita, esto es, porque es agradable; en el
segundo, se quiere la realización del objeto representado porque
es apreciado o aprobado, esto es, porque es bueno.

3. Si la complacencia en el objeto representado no está vinculada


con la facultad de apetecer o, lo que es lo mismo, con la
realización o la existencia del objeto representado, la satisfacción
en el objeto representado es puramente contemplativa y el objeto
place porque es bello.

4. Se llama interés práctico al vínculo que existe entre la


complacencia y la facultad de apetecer o, equivalentemente, al
vínculo entre la complacencia y la realización o la existencia del
objeto representado.

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5. Así, pues, solo son posibles dos tipos de interés práctico: el interés
patológico, si la complacencia es fundamento de determinación
del vínculo con la facultad de apetecer, y el interés moral, si la
complacencia es consecuencia de semejante vínculo.

6. Por tanto, la satisfacción en el mero objeto representado y no en


su realización o existencia es necesariamente desinteresada, que
es lo que ocurre con el goce de lo bello.

No son pocos, como se ve, los frutos que arroja la confrontación de la


concepción de lo bello de Kant con las objeciones presentadas por el que
fuera famoso discípulo del filósofo de Königsberg.

Referencias
Abreviaturas empleadas para citar las obras de Kant:

AA Kant’s gesammelte Schriften, hrsg. von der Deutschen Akademie der


Wissenschaften zu Berlin, Berlin, 1902 ss.

ApH Anthropologie in pragmatischer Hinsicht (07)

GMS Grundlegung zur Metaphysik der Sitten (04)

KU Kritik der Urteilskraft (05)

MdS Die Metaphysik der Sitten (06)

Allison, H. E. (2001). Kant’s Theory of Taste. A Reading of the Critique of


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Interest in Disinterestedness. Kant and the Experience of Freedom. Essays on
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