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Este libro obtuvo el segundo premio del Concurso de Letras, en la categoría Poesía, del
Fondo Nacional de las Artes de Argentina.
ISBN 978-987-47673-0-1
Número 1 de la Colección: Poesía Latinoamericana.
A Teresa, y a su imagen.
Índice
Prólogo 15
Entrada a la ciudad 23
Notas de Teresa: Invocación al turista desde un bar de La Boca 27
Te perderás en mí 29
Canto I: La ciudad irrumpe en mi cuerpo 30
Estás creándome 31
Canto II: Constitución 32
Existe la otra ciudad 33
Canto III: Retiro 34
Mi cuerpo está herido 35
Canto IV: Llegamos a la estación 36
Mirá pasar el tren blanco… 37
Canto V: En el tren equivocado 38
Estoy rota, como el Sur 40
Canto VI: Cuán pesados nos sentimos en Liniers 41
Canto VI (continuación): Soñé que me encerraban 42
(Dormía al principio en mí…) 43
El Sur mató a mi padre 44
Canto VII: Viajamos hacia el Norte 45
El Sur tiene hambre 46
Canto VIII: Dormimos sobre el césped del Parque de la Memoria 47
Hacer poesía es… 48
Canto IX: Vemos el sol en la fisura de la tumba 49
Estoy enferma. 50
(Me sostuve en el silencio de la escucha) 51
Canto X: Soñé que nunca terminábamos de cruzar la avenida
Del Libertador 52
Todos recuerdan en el zoológico 53
Canto XI: Soñé que llovía sobre el planetario 54
Sentado de espaldas al Congreso 55
Canto XII: Soñamos con las estatuas del Sur 56
Sueñan que están de pie 57
Canto XIII: Y escuché a la loca incansable 58
Arde en retórica 59
Notas de Teresa para distinguir de un súcubo a la mujer de un tango 63
Canto XIV: Girando como un cántaro en la penumbra 65
Canto XIV (continuación): Entonces soñé que mi madre 66
Yo soy tu culpa 67
Canto XV: Soñé que esta ciudad era un desierto 68
Yo soy tu imagen 69
Canto XVI: Compañera del Sur 70
(La sangre es un espejo) 71
Canto XVII: ¿Cayó en mi sueño esa paloma… 72
El tablero de la realidad es una chapa agujereada 73
Canto XVIII: Vamos todos al Abasto 74
Canto XIX: El tiempo retrocedía 75
(Ahora ella tiene los ojos cerrados) 76
Notas de Teresa sobre la Manzana de las luces 79
Doy forma a su pensamiento… 81
Canto XX: Llueve en el centro 82
La ira es la máscara del miedo 83
Canto XXI: Soñé con una ciudad 84
Mi cuerpo se ha vuelto irreconocible 85
Canto XXII: Sueño que intento cambiar los hechos 86
Canto XXIII: Nos agrupamos en una terraza alrededor del
fuego central. 87
¿Hacia dónde vamos? 88
Canto XXIV: Por ciento cincuenta pesos 89
(Entro a la imagen de Teresa como un ciego que cruza un parque
silencioso…) 90
Canto XXV: ¿Qué habrá sucedido con ese hombre… 91
Canto XXVI: Para ser parte de esta ciudad voy aprendiendo a
gritar 92
Soñé que era un trapito 93
Canto XXVII: Microcentro 94
(Tomo la imagen de Teresa entre mis manos) 95
Sos un perro 96
(Intercambiamos nuestro íconos) 97
Vení, perrito mío 98
(Teresa, le digo, ahora que estás viva) 99
Canto XXVIII: Caminamos por el puerto 100
Sueño 101
Canto XXIX: Avellaneda 102
No existen 103
Canto XXX: Soñé que mi cuerpo era una gran avenida 104
Canto XXXI: Habíamos subido al tren blanco 105
Canto XXXII: Entonces llegamos a este lugar 106
Canto XXXII (continuación): Alguien puso la mano en mi
hombro 107
(Ahora sueño con la imagen de Teresa) 108
Yo era una niña que jugaba con la muerte y ahora… 109
Canto XXXIII: Nos dormimos por la mañana 110
Canto XXXIV: Dócil arte de la denuncia 111
No me estás creando 112
La salida 113
12
13
Prólogo
Ganador del segundo premio del concurso del Fondo Nacional de las
Artes 2019 de Argentina, Cielo al revés (metafísica de la imagen de “Teresa”
soñando el Sur) es el nuevo trabajo del poeta Claudio Archubi (Mar del
Plata, 1971), un texto emotivo, de poéticas míticas y urbanas.
En el viaje utilizan la figura del tren como aparato que sirve para
trasladarlos al Sur, pero es un tren blanco. “Entramos al Sur./ En el
tren equivocado, a la hora equivocada, vamos hacia el oeste, hacia las
entrañas de la ciudad”. El tren no los lleva a destino sino que los sumerge
en la ciudad-bestia. En ese tren como balsa, los héroes emprenden la
travesía y equivocan el rumbo a una ciudad-otra.
Camila Albertazzo.
20
Sueño el Sur…
(del tango Vuelvo al Sur, letra: Fernando Pino Solanas)
21
Entrada a la ciudad
Te perderás en mí.
La aguja de tu pensamiento apuntará al Sur.
28
Sueño el Sur.
La ciudad irrumpe en mi cuerpo como un animal de aguas
profundas y tristes: desbordada, sucia y densa (no de plomo, de chapas
y cartones húmedos y libros de páginas amarillas que se abren hacia
el Norte vi hecha esta ciudad. No de plomo la mano sino la moneda
depositada en ella para hundirla*).
Giro la cabeza. Pero el río emerge en los barrios más elegantes.
Nos atraviesa de las maneras más inapropiadas.
Estás creándome.
Mi cuerpo es tu mapa.
Pero es mi historia la historia del Sur.
30
Soñamos el Sur.
Constitución: aquí el cielo no está sobre la iglesia, le digo, están las
autopistas.
La ciudad se curva bajo su propio peso como se curva bajo el peso
de los camiones el cemento de los puentes, se anudan los mundos
fluyen unos en los otros, se regalan sus demonios que aprovechan para
mestizarse antiguos y cansados pero muy rápidos entre la iglesia, la
estación y los incontables locales de baratijas.
Constitución: aquí el cielo no está sobre la iglesia, está por todas
partes.
Lo ven brillar sobre los charcos sucios los travestis las prostitutas
que se preparan para la noche lo ve el niño en la teta luminosa de su
madre sentada en una esquina lo ve el borracho tirado en la plaza con
los ojos cerrados e intenta mostrármelo el negro, reflejado en los relojes
que dice que son de oro.
Constitución: viento del deseo* maqueta de la ciudad.
Todo va al cielo a la velocidad de lo nunca pensado al cielo de arriba
y al cielo de abajo.
Caminamos hasta escuchar el aleteo de nuevas categorías. ¿O son
palomas que se desbandan cuando corre por la plaza el punga?
32
Retiro: en esa veleta que gira con el viento vemos crecer la otra
ciudad.
Había una vez una princesa de barro y un castillo pero también una
escoba en el polvo de los años, y un príncipe con la espalda torcida,
cambiando, frente al río.
33
Estoy creando la imagen de Teresa.
Dama de los apósitos, surge entre gasas, se aleja poco a poco de las
cirugías de la mente.
Estoy creando la imagen de Teresa.
Su belleza es infecciosa.
Doy forma a su dolor y ella dice:
34
Entramos al Sur.
Llegamos a la estación donde ninguno ve más allá.
Señala el Sur.
Aprendiste, le digo.
Aprendiste, repite.
35
Estoy creando la imagen de Teresa. Tiene fiebre.
Le cierro sus ojos y dice:
36
Entramos al Sur.
En el tren equivocado a la hora equivocada, vamos hacia el oeste,
hacia las entrañas de esta ciudad.
(Dicen que el silencio tiene la boca sucia, los ojos gastados, pero
toda palabra es de salva, repiquetea largamente como el granizo y se
deshace. Se mete como la mano ávida en la cartera ajena y se va con su
tesoro, volviendo a lo invisible, sin ser ahí sino aquí, donde crecen las
márgenes, en este aquí que es todas partes.)
A un costado de las vías, ese chico que se sentó solo sobre su pelota,
perpendicular al futuro en su baldío de silencio, cerrando con fuerza los
párpados para fabricarse algo a la medida de su cuerpo.
Vibraba el travesaño del mundo, pero resistía.
Se ablandaba el tiempo bajo las nubes, pero resistía.
Se tambaleaba su mente bajo el viento del Sur, como un barco dentro
de una botella, pero resistía.
Hasta que el amor se iba de él.
Hasta que el dolor se iba de él.
Y entre el amor y el dolor se iban las cosas, su vacío arco de madera
quebrado por el viento, la ciudad y su red de fondo.
Al fin se iban las astillas del Sur.
Tocame.
Estoy rota, como el Sur.
39
Sueño el Sur sobre nuestros cuerpos.
Cuán pesados nos sentimos en Liniers mientras las torcazas se
pierden en lo alto.
Venidos de otra parte para quedarnos en otra parte que no es aquí
ni ahora.
Ah, perro de tres cabezas que te alimentaste de esta tierra*.
Hambre de cielo donde esta ciudad jala hacia abajo prometiendo
su pulpa más oscura, su fruto falso y terrible, de un mercado a otro,
infinitamente. Y con hambre de cielo me digo: quien entre en Liniers
nunca saldrá de Liniers (pero veo a mi padre en el campo de pie en
la tierra arada, quieto por un momento, como diciendo: construiré mi
propio cielo. Lo veo mirando al cielo como ahora mira a la cara de mi
madre).
Venidos de otra parte siempre vamos a otra parte. Y los trenes
detenidos y todas las puertas cerradas para que continúe la espera.
Hambre de cielo en largas filas.
41
(Dormía al principio en mí la imagen de Teresa herida por la aguja
del ánimo, anterior, oscura y total como el agua que sostiene las ideas:
yo me aferraba a esos puentes rotos para beber de mi reflejo en la orilla.
Ahí temblaba el Sur).
42
Estoy creando la imagen de Teresa.
Doy forma a sus labios: están secos. Los humedezco con un beso.
Brilla el sol en sus labios que dicen:
43
Viajamos hacia el Norte de la ciudad hacia el nacimiento del río.
Somos pasajeros de espaldas en este vagón de invierno, viajeros
después de hora cruzando los puentes de la mentira y la verdad como
visitantes de las orillas. Voy hacia el lugar donde la vida cabe entera y
el pensamiento cabe entero ahí donde la periferia construye su centro
como el corazón su infancia, siempre equivocado y siempre asombrado
bajo la lluvia fría, ahí tras la tela mojada de esta ciudad se transparenta
la tela de mi ciudad natal: ambas vacías, ofrecidas. Entonces sé que he
llegado al nacimiento del río.
Me giro en la cama sin que ella lo note.
Contra su cuerpo sueño el Sur.
44
El Sur tiene hambre, le digo a Teresa, mientras le ayudo a drenar la
herida. Así se calmará:
¿Y si al Sur no le basta?
¿Y si el Sur se lo lleva todo una vez más?
45
Dormimos sobre el césped del Parque de la Memoria.
Dormidos cargamos el río en nuestra espalda*.
Soñamos el Sur.
Vemos una botella vacía, sin mensaje adentro.
*Oh Leteo
46
Estoy creando su nueva memoria: es negra como su piel. Tiene
fiebre de Sur-adentro y dice:
Hacer poesía es agrandar tanto la infancia que hasta la muerte pueda entrar
ahí.
47
Vemos el sol en la fisura de la tumba del caudillo en el cementerio
de La Recoleta.
La luz penetra tan hondo, de ida y de vuelta, en la vida y en la
muerte.
49
(Me sostuve en el silencio de la escucha.
La dejé dormir libremente en la oscuridad extendiendo los límites
del Sur.
Arenas piedras palabras música en bocas solitarias perdidas
partidas por el Sur velaban su fiebre.
Yo esperaba.
50
Soñé que nunca terminábamos de cruzar la avenida Del Libertador.
Soñé con lo que anticipaban nuestros cuerpos.
Había una luz: caía sobre el corazón vacío. Era la palabra del solo y
la sordera del solo.
Así esta ciudad se encendía por la noche.
51
Aprende a moverse, poco a poco, la imagen de Teresa.
Se acerca a la ventana y le explico:
52
Soñé que llovía sobre el planetario. Contemplábamos durante largos
minutos la “cápsula del tiempo”. Ochenta mil testimonios encerrados
en un tubo de titanio, a escala nanométrica porque lo pequeño es
resistente.
Me senté frente al asteroide exhibido en la entrada a escribir mis
propias notas.
53
Aprende a moverse, poco a poco, la imagen de Teresa.
Da vuelta un espejo y le digo:
54
Soñamos con las estatuas del Sur.
55
Aprende a soñar sola, poco a poco, la imagen de Teresa.
Y sueña con la ciudad. Ella dice:
56
Y escuché a la loca incansable sentada detrás de mí como una Furia*
durante todo el viaje en micro: Hijo de puta –susurraba triturando la
nada en sus entrañas –hijo de puta –como si a través de ella la ciudad
escupiera su sangre –hijo de puta –y el último escalón roto podrido
peligroso multiplicado por la ciudad hasta el cansancio se abría en mi
oído para saciarla. –Hijo de puta –y era como si cada uno de nosotros
tuviera a su loco delirante en el asiento de atrás –hijo de puta –y era
como si todos los castigos pudieran reducirse a esta repetida frase que
invocaba todas las culpas. –Hi-jo-de-pu-ta –remarcaba encarnando
cada vez más cerca de mi oído la voz de la ciudad porque la ciudad
había entrado en ella sin compasión y en mí, porque para ella también
yo encarnaba en ese momento la ciudad mientras el micro avanzaba sin
detenerse durante ese viaje que duró como se suele decir toda una vida.
*No hay sólo tres Furias: Nadie es la ciudad, pero todos lo somos,
dice Teresa
57
Estoy creando la imagen de Teresa: arde en retórica.
La viva retórica blindada de sus venas no me deja entrar.
Calma, Teresa. Ya lo han dicho por ahí: las imágenes se pudren por
exceso de calor.
Ya lo han dicho por ahí, la belleza es desmesura, me contesta.
58
60
61
Notas de Teresa para distinguir de un súcubo a la mujer de un tango
62
Sueño el Sur.
Girando como un cántaro en la penumbra oigo desde el Sur las
palabras de mi padre. Me está creando.
Doy vueltas en el eje que me sostiene contra la ventana firme de sus
palabras dándome forma bajo la luz de la luna.
Sílaba por sílaba rehacen mi cuerpo liman la playa de mi pensamiento
deshaciendo sus rocas más oscuras con la persistencia de la arena.
Giran implacables sobre las olas no hay rumor que las detenga se
sobreponen al movimiento de esta ciudad como un faro en la noche.
Cuando esta ciudad sin mar se escurre hacia otra parte rápida como
un remolino entre las sombras giran en derredor de mi nuevo cuerpo
las palabras de mi padre.
64
Entonces soñé que mi madre, desordenando el tiempo, en pequeñas
dosis me daba sus cucharadas de frío.
–Este es el remedio que calma toda herida –me decía poniendo
escarcha en mi corazón –esta es tu poción contra el engaño, tu escudo
helado contra la tristeza, y contra toda innecesaria invasión del odio y
de la muerte que mana de la Verdad.
Flotaba mi alma parada en un témpano.
Pero luego, descuidada, ella puso su mano sobre mi pecho y me
transfirió el Amor.
Y en Teresa soñé el Sur.
65
Estoy creando su imagen, al fin la estoy creando: bella y arrancada
de los jardines humanos. Reina del dolor.
Mirándome ella dice:
Yo soy tu culpa.
66
Teresa, le digo. Soñé el Sur.
Soñé que esta ciudad era un desierto.
Descendía a él.
Bajo el sol de la otra ciudad tu voz me llamaba desde la profunda
caída, vibrante como los trenes del subsuelo.
Pero yo andaba por los médanos: todo esto era mío, pensaba
quemándome despacio.
Debajo del ruido de la otra ciudad, detrás de todos los textos tu voz
también lloró despacio.
Algo en combustión, algo como una gran Verdad entró y salió de
mí, fue hacia tu llanto.
67
Llorando, trasplantada en lo profundo del Sur.
Ella dice:
Yo soy tu imagen.
68
Compañera del Sur, le digo, me diste tu mate de tristeza.
Mirá cómo se vacía.
Soñemos el Sur.
Mirá cómo se vacía tu mirada en mí y en ella, la ciudad, puedo
sentir su boca rechinando sobre nosotros, hasta que tocamos juntos por
un instante, en silencio, la áspera yerba.
69
(La sangre es un espejo. Toda imagen debe provenir desde las
potencias líquidas de la sangre al compás del aliento. Pero en esto que
digo no hay vida. Estoy creando la imagen de Teresa. Pero aún no hay
vida. La tomo de la mano. Pero no está viva. Estoy creando su cuerpo
con mi boca en la suya. Su sangre es la mía si la pienso, su corazón
húmedo comienza a latir alimentando cavidades no visibles de una
herida. Desciende mi pensamiento entre sus lágrimas y veo dos ríos
convexos que replican imágenes ampliadas de la ciudad. Y las capas
internas de su mente regresan por esos canales invertidos abriendo mi
pensamiento para ascender por él hasta un cielo de partida. La imagen
de Teresa está enferma. Pero, trasplantada a mi sangre, ha dejado de
llorar. Somnia: tiene hambre de cielo. Comienza a vivir. Todo espejo
verdadero es espejo de la sangre que se alimenta del cielo).
70
Sueño el Sur.
¿Cayó en mi sueño esa paloma como cae la voz equivocada del
espíritu? ¿Alta transparente desde la cima de la infancia ante ese primer
golpe que marca su límite hasta el reflejado cielo de adentro? ¿Con
la ventana siempre abierta ir del lado equivocado piedra contra uno
mismo?
Cima de nube blanca la infancia y su cono de sombra.
Después del golpe la paloma siguió volando. Afuera en el balcón
me soñé parado entre la ciudad que se reflejaba en el vidrio y la otra –la
que me despertó con sus piedras– ambas desiertas. Observé las plumas
contemplé el cielo de afuera: no me toques Realidad no me toques. Pero
la paloma volvía.
71
Doy forma a su respiración y ella dice:
72
Sueño el Sur.
Vamos todos al Abasto.
Grandes carteles son los carteles del Abasto. Los vemos desde
adentro como quien ve esta ciudad desde adentro, como quien ve su
propio corazón desde adentro.
Nos perdemos en sus galerías, nuestras grandes arterias doradas
con las luces del Abasto.
Y desde los pisos más altos contemplamos el fondo mientras el guía
nos murmura: todo esto será tuyo si te quedás con nosotros.
73
El tiempo retrocedía por las esquinas del barrio de San Telmo. Éramos
los personajes desorientados de un viejo film nacional buscando en la
guía T el mejor camino para llegar al centro. Tan cerca tan lejos antiguas
alegorías bastones viejas brújulas en desuso. Esta es la calle donde el
aceite hirviendo, dicen, era agua hirviendo, pero quemaba igual. Había
una paloma blanca pero no volaba: la libertad del Sur. Soñé las sombras
de las hojas de un periódico aleteando contra el paredón. Quedaba al
descubierto un hombre dormido, multiplicando los hechos, soñando
el Sur.
74
(Ahora ella tiene los ojos cerrados. Como la Justicia, duerme agitada.
Intento acariciarla, pero estoy acariciando la Historia)
75
76
77
Notas de Teresa sobre la Manzana de las Luces
80
Llueve en el centro, llueve ruidosamente, sin ninguna elipsis, como
haciendo Realidad, llueve la vida sobre las vísceras, arrastrada por el
viento, como llueve la suciedad desde las terrazas. Llueve sobre tres
chicos arrinconados que aspiran bolsas de pegamento como se aspiran
los peores sueños para cerrarle el paso a la Nada, pero la Nada pasa
gota a gota a sus entrañas, madre de las elipsis, como la lluvia hacia el
agua contaminada del río, pasa la Nada una y múltiple a la vez, como
los transeúntes indiferentes que pasan y nosotros entre ellos, como en
una manifestación con miles de mudas pancartas blancas. Y blancas y
mudas se van borrando las caras de los chicos en mi memoria entre
palabra y palabra hasta desembocar en lo silenciado: ay Realidad,
madre de las elipsis, peligroso sueño blanco que te derramás gota a gota
desde el resto final de nuestras hojas hasta la entraña.
Sueño el Sur. En mi cerebro crece un hombre arrodillado.
81
Doy forma a su corazón y ella dice:
La ira es la máscara del miedo. Escuchá cómo vibran las vías. Mirá las
llamas atravesar la noche ocultando el interior siempre en movimiento.
82
Soñé con una ciudad donde todos codiciábamos el conocimiento*
sin alcanzarlo, hundiéndonos lentamente en la ignorancia, sin entrar
tampoco en ella, arqueada y elástica para rechazarnos. Pero ella entraba
en nosotros y salía de nosotros escupiendo sobre los otros. La saliva de
lo ignorado se introducía en mí, abría llagas en mis pulmones, llagas
que me conducían a rotos pasillos de infinitos hospitales donde a todos
nos esperaba el conocimiento, ese que penetraremos agitados en el
instante definitivo para perdernos en él como quienes desorientados
nunca más pueden escapar del centro mismo de una multitud
iracunda: ya aprenderás me decían, palos de un lado cacerolas del otro,
ya aprenderás.
Soñé el Sur.
85
Sueño el Sur.
Nos agrupamos en una terraza alrededor del fuego central.
(Crece el rojo de las brasas hasta la carne. De eso nos queda el humo,
la sabiduría de olerlo hasta que surge por nuestro aliento, a la espera de
una palabra que ascienda con él rompiendo la hoja negra de la noche).
87
Por ciento cincuenta pesos nos han subido desde el infierno hasta
el cielo para admirar el faro del Palacio Barolo. Ay qué falsos cóndores
y dragones celebraron nuestra partida hacia lo alto. Estrechas y oscuras
las escaleras hacia lo alto* estrechas y oscuras.
Había un niño que hurgaba en la basura para subir hacia lo alto y
una rata la más oscura que trepaba por las paredes a ninguna parte.
El niño llegó a ninguna parte la rata llegó a lo alto.
Estrechas y oscuras las escaleras hacia lo alto.
Y el faro del cielo girando girando sobre la ciudad.
Contemplamos el Sur.
89
¿Qué habrá sucedido con ese hombre, el que dormía dentro del
container de la basura, cuando fue recogido por los brazos mecánicos
del camión recolector? ¿Qué, cuando fue depositado en su filoso vientre
de acero, mientras seguía durmiendo, y comenzó a ser prensado por el
infatigable motor, mientras aun así continuaba durmiendo, como si a
pesar de todo se resistiera a despertar? ¿Y qué habrá sucedido cuando
esa pequeña bestia mecánica comenzó su digestión* –igual que la
ciudad lo hace desde siempre con nosotros, que insistimos en seguir
soñando, entre los residuos de todas las batallas libradas–, pero más
rápido, para transformarlo en qué híbrida forma de materia, oscilante
por un segundo entre la vida y la muerte? ¿Habrá soñado que tocaba
el corazón de la ciudad, que sería uno con ella, que al fin le pertenecía?
91
Aprende a soñar, poco a poco, la despeinada imagen de Teresa y yo
con ella.
Dice:
Soñé que era un “trapito” que corría por la calle en busca de algunas
monedas.
Soñé que tenías esas monedas en la mano y no bajabas el vidrio de la
ventanilla.
Soñé que tenía hambre.
Soñé que tenías miedo.
La ira se apoderó de mí lloviendo sucia desde los andamios del desconsuelo.
Por el pasillo de la Historia sopla el viento. Se arremolinan las hojas.
92
Sueño el Sur.
Microcentro miseria y desmesura.
94
Aprende a jugar, poco a poco, la imagen de Teresa.
Me está creando. Mirándome ella dice:
95
(Intercambiamos nuestros íconos. Ella construyó su palabra a la
orilla de mi pensamiento señalando las luces de las ventanas más altas.
Puso uno a uno los escalones hasta cubrirme con ellos señalando el cielo
detrás de las ventanas. A través de los años ascendíamos por su palabra
con la ciudad adentro rodeados de espejos. Levantábamos la palabra
hacia afuera pero la ciudad crecía con nosotros en busca del fruto más
raro mirábamos seguíamos mirando tristemente hacia afuera.
Así nuestros corazones envejecían sin poder salir de la ciudad
apartándose como montañas, montañas movidas por una fe inútil).
96
Aprende a soñar, poco a poco, la imagen de Teresa, y sueña con la
ciudad.
Ella dice:
98
Caminamos por el puerto hasta encontrar el cascarón de un barco
abandonado. Me senté frente a él.
Sigamos caminando, no mirés más –dijo ella.
Pero yo hundía sin remedio mis ojos en la quietud de los restos.
La última palabra, la que puso el río en su interior, creí escucharla:
volaba muy abajo, muy adentro.
Aleteaba contra el cascarón de óxido en la oscuridad.
Pensé en los corazones que se acercaron tanto que se volvieron de
hierro con el mío y resonaron contra él y así eligieron vivir detrás, en
otra parte.
Escuché sus ecos.
Los escuché contra la cáscara dura pero fina de alguna palabra (esa
que vuelve de ellos en mí, en lo que no pudo ser, duplicada pero impar,
siempre distinta para separarnos).
Son pájaros contaminados de esta ciudad –dijo–. No mirés más,
pero acordate de lo que has visto.
Dale al Pasado su lugar y estarás a salvo.
99
Aprende a soñar, poco a poco, la imagen de Teresa.
Me está creando. Ella dice:
100
Avellaneda: cerré los ojos como se cierran las plazas por la noche.
Soñé que descendía a la sala de mantenimiento de esta ciudad en
busca del gran motor de la vida y de la muerte.
Y en el camino aprendía algo de las grandes construcciones algo
siempre insuficiente.
Contra el cielo podía sentir los planetas: chirriaban en sus órbitas
girando girando.
Yo descendía manchado de brea y de barro.
Quería repararlo, ese Primer Motor ese último motor, necesitaba
repararlo.
Anchos túneles, anchos túneles para encontrar el último pilar, el que
está hecho de Nada.
El río y los trenes subterráneos y los camiones de carga con nuestro
futuro a cuestas.
Nada de eso se escuchaba aquí abajo.
Yo iba como un triste Jonás por escalones torcidos aferrado a la
última piedra, la de sangre de barro y de sombra.
Avellaneda: entre tus fábricas cerré los ojos y me perdí en el Sur.
101
Teresa está quieta como si contemplara los bordes de la Realidad:
No existen, me dice.
102
Soñé el Sur.
Soñé que mi cuerpo era una gran avenida por donde crecía un pozo
por donde crecía otra ciudad atravesada por las voces de los míos.
Yo llamaba desde el fondo pero nadie contestaba.
103
Habíamos subido al tren blanco.
Existíamos, aun los que viajábamos en él.
104
Entonces llegamos a este lugar con su cielo a medio hacer.
Y entre piedra y piedra vi trabajar a los constructores de la tristeza.
105
Alguien puso la mano en mi hombro, uno de pocos, y me dijo:
hermano, nunca vayas por ahí.
Pero nosotros viajamos por la vía, la engañosa vía, la que no conducía
a otra parte sino aquí, a este barrio eternamente en obra.
Entre un andamio y otro vimos la brecha donde trabajan los
constructores de la tristeza.
Soñamos el Sur.
106
(Ahora sueño con la imagen de Teresa frente a una pared sin espejo.
La sombra de la imagen de Teresa, como si volviera del principio de la
Historia, abre la puerta a otro círculo, más confuso que esta ciudad por
la noche)
107
Retirando la venda ella dice:
108
Nos dormimos por la mañana escuchando al periodista del noticiero
estatal. Hablaba durante horas sobre eso que llamamos Realidad
mientras la sombra de los edificios iba creciendo de un extremo al
otro del día, primero del lado izquierdo de su cara (y detrás todo se
perdía), hasta que a las doce ocurrió la entrega del bastón presidencial
y el sol siguió dando la vuelta filtrado por las torres para hacer crecer
la sombra del lado derecho de su cara (y detrás todo se perdía para
siempre), mientras las palabras iban cambiando de matiz y las noticias
eran las mismas pero constantemente bañadas por nuevas y nuevas
ondulaciones de la luz en el río, hasta que llegó la noche, nos dormimos
nuevamente y soñé con la más plena oscuridad.
Soñé el Sur.
109
Sueño el Sur.
Dócil arte de la denuncia: el último círculo es de hielo*. La Verdad
rasca torpemente en el borde como un perro sujetado por la mano de
un ciego.
No me estás creando.
Yo te estoy creando.
111
La salida
(Yo continuaba dormido. Ella puso sus dedos limpios y fríos sobre
mi cuerpo.
Me empujó solo dentro de mi nombre, a la espera, durante mucho
tiempo, siempre a la espera. Protegido de tanta luz, caí rápido en la
caverna de mi nombre, como un títere viejo, olvidado en una caja,
un aprendiz entre paredes frías y en la pizarra húmeda, obligado a
deletrear el mundo bajo el dictado de sus dedos.
En mi nombre la vi a ella y en ella vi la ciudad.
En la ciudad sin fondo, colgando de sus delicados hilos siempre
existía la posibilidad de caer: la flor de la libertad era la flor del yo. La
flor del yo era una flor de trapo, blanca, grande, del tamaño de su mano
que crecía en mi espalda. Desperté cuando la arrancó.
Soñé que arriba mío pesabas como la Realidad).
112
113
114
115
Notas de Teresa: Invocación a la metafísica
Cava, cava más hondo, dijo el filósofo, y verás que todo es una ilusión.
La riqueza una ilusión y la pobreza.
Una ilusión contra otra.
La lealtad y la traición.
Líderes corruptos que crean ilusiones y opresores que se vuelven oprimidos que se
vuelven opresores como una ilusión dentro de otra ilusión.
En síntesis, todo es un combinado de átomos y otras cuestiones incomprensibles que
van hacia ninguna parte en ningún tiempo y ningún lugar preciso, o un constructo
en la mente de un dios improbable, vestido con el ropaje invisible de la Nada.
En síntesis, el asesino y la víctima son una ilusión.
Pero ese detalle se vuelve irrelevante si la ilusión tiene el poder de matarte.
Vuela, vuela simple mariposa.
Desata con tu aleteo las cadenas del futuro.
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Soñé con un libro cerrado por la Realidad.
Soñé con mis ojos cerrados por la Realidad.
Soñé con la imagen de Teresa mirando una pared silenciosa.
¿Dónde estuviste? –volvió a preguntar– Soñé que arriba mío pesabas
como la Realidad.
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Nota Biográfica.