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ROGER SANTIVÁÑEZ
Estudio de poesía
Oh dónde estabas tú
que sabías que para cada uno de ellos
había un caballo de la muerte,
una tragedia que mancharía de sangre tu poema
Ahora
aprendiste la dulce manera de morir de los muchachos
tu corazón intranquilamente descoyuntado
la piel que te obliga a espantar el dolor, a suprimirlo
Ah como si acaso tu visión no incendiara
tu estómago después del microbús
que aplasta la belleza y vuelve a recrearla
Mariela escúchame:
Ya sé que estás cansada de la autoridad de tu padre, y sin embargo
no puedes dejar de amarlo. Ya sé que nunca serás la cuarta oveja en el redil, dulcemente
dispuesta y dócil a las órdenas dirigidas vía satélite, en el sofá del hall frente a la TV. Nunca
aceptarás convertirte en esa apacible ama de casa, sin problemas (o sólo con problemas
domésticos). Nunca entenderán además, que tu llanto nocturno en la soledad del cubre-
cama o en la mañana más pura y más helada, era sencillamente llanto, eran solamente
lágrimas corriendo sobre tus mejillas y que no sabías porqué y que no te interesaba y que
nunca interesó saber, de dónde te venía esa pena y se agarraba fuertemente del corazón y te
clavaba las uñas por encima de la blusa y te la rompía y al final sólo te quedaba el tocador
para sentirte inútil yendo a enseñar inglés, a enseñar cualquier cosa.
Ah Mariela
cuando en realidad lo que buscabas era mirar fijamente tus
ojos negro-boliche en el espejo y averiguar por qué el amor te estaría aguardando, la poesía,
en la siguiente esquina, acaso en la misma estrechez del pasaje Conococha. Y que ya había
pasado suficiente tiempo concediendo, tratando –sin conseguirlo– de ser la chica ideal que
el sistema exigía. Por ese amor que tal vez nunca conseguimos, pero sí entrevemos, en la
melancolía veloz de los autos que vuelan por la Vía Expresa, desde aquí, desde este puente,
desde estos versos que yo a veces junto para ofrecértelos, sin miedo, con el fluido
magnético que dan en mí tus ojos, tus más antiguas lágrimas, cuando comprendes tu
destino impreso en los periódicos, en los papeles que el mundo desecha, en las canciones
que te devuelven a un tiempo tan fugaz, como la cinta del primer enamorado, en los parajes
transparentes donde el amor reinaba y volvía a volar y aterrizaba entre los sonidos de la
realidad –viento ladridos caídas de agua caricias en tu pelo– el motor de un Ford
acelerando, hasta una mariposa, qué sé yo. Qué puedo saber yo además, de tu vida, qué
realmente de tus blue-jeans, de tus axilas, de tus botas en el filo de la cama, de tus dedos
limpios, de tu apache soledad.
(de Symbol)
Roberts Pool crepúsculos
Canción
17
No hay perfección sino putrefacción retrocede la canción de los vien- tos rosados mi masa
encefálica queda chorreada en el pavimento azul de la poesía nocturna llena de cabros
inquietantes que cachan en las bermas por una tola embadurnada de placer halaga la
frescura de las hojas transparentes en los parques del avión por el ajeno tránsito que
dictamina el olvido me tienes una arruga dijo el burro tany y le vació el estómago de un
solo chavetazo
(de Melagrana)
Roger Santiváñez (Piura, 1956)