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DIATRIBAS
de un color
IMPOSIBLE
DENIS A.R.T.I.S.T.A
Fernando
DEDICATORIA
A ti, Gustavo Nieto Roa
F.D.
DEDICATORIA
EDITORIAL
Presentamos desde la interdisiplinariedad este trabajo editorial
"Las Diatribas de un Color Imposible" obra realizada a la limón
que contiene algunos poemas de nuestro amigo y escritor
Fernando Denis y una trilogía pictórica de mi autoría.
Esta colección lleva por título "La Sílaba y el Pincel" siendo una
introducción al universo de las artes literarias, pictóricas y
editoriales con el ánimo de resaltar la grandeza de los
trabajadores de la cultura contemporánea universal.
EDITORIAL
PRÓLOGO
Por JUAN GUSTAVO COBO BORDA
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PRÓLOGO
XXXXXXX
LAS
DIAT
FERNANDO
RIBAS
DENIS
de un color
IMPO
JUAN CARLOS
SIBLE
FRANCO
DENIS
Fernando A.R.T.I.S.T.A
RELÁMPAGO
Si pudiera explicarte mi sueño, darte ese oro
enterrado en mi alma y en la noche,
brillarías tanto o mucho más que la luna llena,
cegarías el mundo con tus alhajas y tus anillos.
RELÁMPAGO
POEMA
DEL
CAZADOR DE
AVES
Es probable que el otoño ya haya madurado sus hojas,
POEMA DEL CAZADOR DE AVES
UNA PARÁBOLA
PARA EL OJO
LA
BE
RIN
TO
Altos muros corren por pasadizos secretos
que van a mi mente.
LaBeRiNtO
A.R.T.I.S.T.A
Título: De la serie
Koral, Profundidades de la Tierra
Autor: Juan Carlos González Franco
Técnica: mixta sobre papel
Dimensión: 33.3 x 23.3 cms.
Año: 2020
POEMA CON
CONEJO BLANCO
Amanece en tus ojos.
Aún el lenguaje de los astros deletrea tu infancia,
la belleza que tenías guardada para siempre, en una palabra,
el bronce de tu piel cadenciosa donde leí
los primeros versos.
POEMA CON
CONEJO BLANCO
INVIERNO
El invierno entra en la casa con sus joyas de hielo.
con sus pulseras, sus talismanes blancos,
trae una luz amarillenta de animal fabuloso
para grabar en los búcaros sus rojas, amarillas salamandras.
Deja heladas cicatrices en los techos de zinc,
en los cobertizos resuenan sus garras, sus dientes de lobo.
EL ESTANQUE DEL A
H
¿Ves a esta hora las lámparas en el barro,
las piedras blancas erigiendo leones en la sombra,
O
las aguas esculpiendo montañas azules llenas de pavos
reales y de astros, el cielo con sus rojas heridas descendiendo
sobre tanta rosas, sobre tantos oros enfermos,
G
y el viento que agita el bosque desnudo, tortuoso,
y muerde los almendros,
y barre una casa de viejo color amarillo?
A
¿Ves los jardines vigilados por murciélagos,
entre las verjas oxidadas, entre los matorrales,
D
una cabeza de mármol en las manos de una niña,
un fuego antiguo en sus ojos azules donde arden las islas,
los desmesurados valles rojos que custodian halcones,
O
y lunas, y un cielo atrapado en dos arcos?
Tristán e Isolda
Octavio Paz
La pintura debe resistirse al tiempo, a las adversidades, a los estados de ánimo. Los colores
sufren la mágica enfermedad de la mirada, la belleza que los abruma, el esplendor que
colma su esplendoroso destino. Juan Carlos Franco es un hacedor de transformaciones, de
cambios inenarrables en la historia del arte colombiano.
Su pulso está impregnado de una belleza inaudita que gira con los pigmentos del cielo de
La Ilíada, con las pequeñas galaxias que componen la abstracción de su obra. Son trazos
que van poblando su universo de ensimismadas geografías, de magnéticas selvas, de
inescrutables geodesias adonde se llega sin brújulas y sin mapas, son regiones aleatorias a
las que se arriba a través de la intuición, donde el viajero sueña que recorre sus infinitas
radas y sus bifurcaciones, como quien entrara a alguna de las ciudades imaginarias de Ítalo
Calvino.
Sus cuadros llenan el subconsciente y lo depuran. A través de ellos se llega a intensas zonas
de la memoria, a sus recámaras embrujadas por el tiempo y sus lejanías, hacia la noche y
sus trampas, a un cielo manchado de intemperie y de plurales geometrías que luchan por
levantarse del polvo. Hay muchos hallazgos en esa secreta arqueología, en sus vastísimas
latitudes. La depuración del color y los elementos con los que trabaja dejan una impresión
de insalvable soledad intelectual.
Este pintor desmitifica en algunos momentos los avances tecnológicos de la pintura, sus
heridas causadas por la modernidad, porque la obra de este polifacético artista pretende
regresar la mirada a sus orígenes. Es curioso. Su trabajo intensamente esnobista viaja hacia
el comienzo, recrea los valores anteriores a nuestro tiempo.
Algunas veces trabaja sobre fique, ese material hecho de cuerdas ya demasiado
rudimentario, y es precisamente para dar la impresión que quiere: entrar en una
dimensión terrestre, terrenal, boscosa, avasallada por la intemperie, como si pasara un
viento del desierto cargado con todas las cosas que deberían quedar en el cuadro. Juan
Carlos Franco pinta cargado de muchas emociones. Teje su universo personal desde un
ángulo del sueño para que otro sueño se reconozca en él.
Ha elaborado una perspectiva, una cadencia de la imagen, una ilusión pretérita, una
cartografía de su imaginario trasegar dentro de sí mismo, de sus incontables viajes por sus
propios laberintos. La abstracción de su trabajo pictórico recoge un submundo de escuelas
foráneas: desde el arte rupestre hasta los modernistas más abigarrados como Jackson
Polock o Vasil Kandinsky, pasando por Alberto Giacometti o Amadeo Modigliani. Las
tersuras de sus telas imaginan, tienen la capacidad de reconocerse rápidamente en el
inconsciente colectivo, como un recuerdo. La obra de este pintor es una misteriosa
aventura que narra el encuentro de dos mundos.
Esta obra es un viaje, un enmarañado periplo que no acaba nunca. Y sobre este viaje cae
una luz poderosa que transforma los trazos y las formas en un espejismo, en una sonrisa
mineral, en un diamante escondido entre las selvas quemadas con el sagrado crepúsculo.
Sentimos el pulso de esa luz guardando algún tesoro en nuestros párpados. En algún
momento despertamos. Y el sabor de ese asombro nos pueda que nos abandone, pero nos
quedará un sabor esmeralda en alguna parte de nuestros sentidos.
Como en los cuentos de Chesterton, en las pinturas del maestro Franco hay una
insinuación permanente, una señal de que algo está ocurriendo allí. Se nos entrega una
emoción por adelantado. Y es así como vamos entrando en las formas y en los colores con
algún grado de asombro.
La pintura es uno de los tantos milagros de la belleza, y Chesterton dice: “Lo más increíble
de los milagros es que existen”. Por eso en sus abstracciones Franco nos entrega ideas que
nos ayudan a reconciliarnos con muchas emociones, a explorar en nuestra retina alguna
antigua mirada que nos perteneció.
Sin gran esfuerzo, el trabajo del hombre es caminar hacia el futuro para armar lentamente
el propio destino. En la obra del pintor Juan Carlos Franco se camina muy despacio, con
paso de bosque, hacia el pasado, hacia innumerables reflejos, vislumbres, espejismos,
visiones que nos obligan a cuestionar la realidad, porque su poesía pictórica está
compuesta por muchísimas metáforas del tiempo, y en ellas caben los vertiginosos
abismos del sueño como en los surrealistas, y las imprescindibles geometrías de las tribus y
las ciudades modernas, como en los pintores cubistas.
Hablo de su poesía hecha de líneas que se pierden en una estructura donde el hombre ser
esconde, donde se refugian las criaturas de las grandes ficciones de nuestro tiempo, en un
alarde de técnica, depuración, encantamientos, todo un exacerbado bagaje contaminado de
una furia que ilumina sus universos personales.
Los que admiramos esta obra somos exploradores, vagamos con lupa y escobilla para rastrear
en sus cuadros todos los ayeres de una poderosa emoción arcaica. En este arte resurgen todos los
sedimentos guardados en el sueño y los miedos estéticos dejados en la vigilia. Hay unos versos del poeta
español Antonio Colinas, que parecen recorrer las sinuosas geografías de estos cuadros, sus bosques
vetustos y su herrumbrosa arqueología.
La pintura de Juan Carlos Franco esconde un grito, una exclamación, un alarido poético
que viaja con las cuatro estaciones. Lo que aparenta ser silencio detrás del color, es una
metáfora visual de lo que ocurre en el alma pintor, su desgarramiento verbal transformado
por el instinto, por la especulación, por la síntesis, y este sueño purificador viaja por toda su
obra. Esta actitud plástica se alimenta de una música sedentaria que recorre todo el lienzo,
un aire o un folklor que tiembla con insidiosa ironía.
Los valles, los bosques, los paisajes brumosos, los desiertos, los impracticables caminos
que se vislumbran detrás de sus trazos, exacerbados por una insospechada geometría,
traen un propósito estético muy marcado, y estas atmósferas se mueven como un mapa
del sueño, como un plano de las intuiciones del hombre.
El cielo gira, se estremece, barre sus invisibles enredaderas, colma de brillo las páginas del
peregrino que atraviesa las imaginarias fronteras del poema aún no escrito, pero que
prefigura su destino hacia un territorio de la conciencia parecido a su palabra. El pintor se
reinventa al mismo tiempo que reinventa a sus espectadores.
Gracias al verbo alado que traspone el trazo del pintor, Juan Carlos Franco abre un diálogo
con los cuatro elementos, sucumbe a una disertación sobre la soledad del hombre
contemporáneo, sobre su placer nómada y sus peregrinas visiones. El que viaja empieza a
respirar con la tierra y tiene el mismo pulso. Por eso estas obras anudan sistemas
geológicos a grandes temperaturas, las altas y bajas, y esas aleatorias maneras de asumir el
tiempo definen su incomparable estilo.
La poesía es undívaga y transforma los objetos, les pone conciencia. La poesía también
viaja con los sentidos y propone un nuevo amanecer, otro nacimiento del mundo. La
pintura hace exactamente lo mismo, y Juan Carlos Franco con estricta simplicidad ilumina
los largos corredores de la memoria, derrama sus geografías, les imprime carácter a sus
narraciones, provoca emociones, se acerca a los signos que componen el mundo para
trazar su universo personal y fantástico.
Recibimos de nuestros ancestros al aire, el agua, las montañas, no como dueños sino
como custodios.
En el fondo del mar, y donde penetra la luz, yacen una serie de pequeños “seres”, los
corales, que se caracterizan por formar colonias de miles de individuos en formas
arborescentes y de innumerables y majestuosos colores. Tal grandeza de la tierra me
inspiró a crear esta inmemorable y exuberante serie pictórica que he denominado
“Koral, Profundidades de la Tierra”.
Esta crisis mundial me ha llevado a crear y resolver una ecuación que he denominado la
profunda y carente existencia del ser humano en su forma de interrelación e interacción
con el otro y su entorno. Irónico es aún más, que en esta carencia de unión colectiva, la
pacha mama nos esta enseñando con una dosis de “aislamiento social”, a que debemos
ajustar y redireccionar nuestro actuar. Koral, Profundidades de la Tierra, es precisamente
repensar y redireccionar el foco hacia otro ángulo, hacia otra perspectiva del ser humano;
es mirar la majestuosidad de los corales en el fondo del mar y contemplar tan imborrable
momento que nos brinda la grandeza de nuestro “vecindario global”.
Por ultimo, debemos aceptar las circunstancias adversas y adoptar una aptitud positiva para
salir fortalecidos de esta experiencia. Asumir la resiliencia y superarnos con el fin de
reinventarnos desde la individualidad hacia lo colectivo en la creación y entrega de la
creación artística, cultural y social. Solo así podremos formar una nueva alianza con la tierra y
con la sociedad que nos brinde un espacio comunal más sano para nuestro presente y futuro.
Franco
Abril 2020
Foto: Katalina Garzón
De la Serie
Fernando Koral, Profundidades de la Tierra
DENIS
JUAN CARLOS GONZÁLEZ FRANCO
Tiempos de pandemia
Bogotá, D.C., 23-abril-2020
COLOFÓN
Las
DIATRIBAS
de un color
IMPOSIBLE
DENIS
Fernando A.R.T.I.S.T.A