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EL ENAMORAMIENTO

Él lleva años amándola en secreto. Lo que no sabe es lo que va a suceder al conocerla. Y lo


que menos se esperaba es que descubriría que el enamoramiento está en nuestra mente. La
veía siempre por los pasillos de la facultad. Intentaba sentarme cerca en clase para admirar su
belleza. Su rostro transmitía paz, serenidad. Su pelo largo, ondulado y oscuro creaba en mí un
estado casi hipnótico. Su físico era perfecto. Era la clase de chica que siempre había estado
buscando.

De vez en cuando intercambiábamos miradas y algún que otro saludo. En esos momentos mi voz
temblaba y no sabía muy bien qué decir. Comprendí que estaba en una fase de enamoramiento muy
intenso. Lo que todavía no sabía era que el enamoramiento está en nuestra mente.

Patricia era la chica que llevaba muchos años esperando, y ahí estábamos, compartiendo el mismo
lugar todas las mañanas. Cuando me cruzaba con ella, un delicioso perfume invadía el ambiente y
me quedaba completamente embriagado. Y cuando nos cruzábamos y me decía “hola”, me
temblaban las piernas.

Me imaginaba con ella paseando por las calles de la ciudad. Comentando los edificios más bonitos,
los más extraños y todo aquello que viéramos. Nos sentaríamos en un banco, hablaríamos y
reiríamos. Después iríamos a comer a alguna parte y seguiríamos pasándolo bien. Hasta que un día
nos abrazaríamos y nos besaríamos. Cada vez que la miraba en la facultad toda esta clase de
pensamientos rondaban por mi mente.

Un día, comiendo con una amiga en la cafetería de la facultad, ella se sentó con nosotros. ¿Cómo
era posible? Al parecer, se conocían desde hacía un tiempo. ¡Y yo sin saberlo! Comencé a ponerme
muy nervioso. La chica de mi vida estaba justo delante de mí. Era preciosa. Toda ella era perfecta.
Mi enamoramiento cada vez aumentaba más y sentía bastante miedo a defraudarla.

A partir del día que cominos juntos compartimos mesa en más ocasiones. Hablábamos de muchas
cosas y reíamos. Siempre pedíamos menú para comer. Ella bebía refrescos de cola y yo agua. A
ella le gustaba más la ensalada, a mí la pasta. Y de postre yo solía comer fruta, ella un flan. La
miraba a los ojos y me imaginaba con ella en alguna playa paradisíaca tomando el sol y nadando en
aguas cristalinas. Cada vez nos veíamos más. Patricia también parecía buscarme. Llevaba más de
un año y medio enamorado de ella. Un día decidimos quedar fuera de la facultad y una tarde fuimos
a tomar un café. Fue muy agradable. Teníamos aficiones ligeramente diferentes, pero no importaba,
nos podíamos complementar estupendamente. Veía señales en ella que me daban a entender que
había una conexión especial. Aquella tarde de invierno Patricia se sentó a mi lado en la cafetería de
la facultad.

–Tengo que comentarte algo -me dijo. En aquel instante me eché a temblar. El momento había
llegado.

-Claro, dime -le respondí.


-Verás, estoy enamorada. No te lo he dicho antes porque no me gusta mucho hablar de mí en ese
aspecto, pero no estoy segura de lo que hacer.

-¿Y qué problema hay? ¿no es correspondido? -pregunté deseando escuchar la respuesta.

–Sí, sí lo es… -respondió.

-¿Entonces? -pregunté impaciente.

–El chico no es de aquí, vive en otra ciudad, nos veríamos muy poco y las relaciones a distancia ya
sabes que son muy duras, o eso dicen…

En aquel momento dejé de escuchar lo que me estaba diciendo. Me sumergí en un gran pozo oscuro
y se apagó la luz. La miré fijamente y llegué a sentir una rabia que no había experimentado en
mucho tiempo.

¿Por qué el chico no era yo? ¡Me había dado señales! ¿Qué estaba pasando? No podía ser, era yo
quien le tenía que gustar y no otro. Llevaba mucho tiempo amándola en secreto sin poderle decir
nada y ahora que la tenía a mi lado estaba enamorada de otro.

“Empezaron a resonar ecos a lo lejos en mi cabeza sobre algunas teorías que había escuchado
sobre que el enamoramiento está en nuestra mente”.

No quería seguir escuchándola. De hecho, no quería volver a verla. Mi felicidad se había


derrumbado y me encontraba muy perdido y decepcionado. Estaba muy ilusionado porque una
posible relación futura me hiciera feliz, pero ya no quedaban opciones. Yo la amaba a ella y ella
amaba a otro. Nada tenía sentido. Incluso llegué a pensar que se había reído de mí al darme falsas
señales.

Unos meses más tarde conocí a un señor mayor mientras viajaba en autobús a casa. Coincidimos el
uno al lado del otro. El recorrido era de una hora y media y tuvimos tiempo para hablar.

Hablando un poco de todo le comenté mi gran historia de desamor y ante mi sorpresa el hombre me
miró enternecido y me dijo sonriendo:

-El problema es que no estabas enamorado de ella.

-¿Perdone? -pregunté incrédulo- Llevaba amándola más de un año, ¿cómo no voy a estar
enamorado?

–No puedes amar a quien no conoces, al menos en un sentido romántico… estabas enamorado, sí,
pero no de ella, sino de tus expectativas sobre ella -respondió-, el enamoramiento no es amor, joven
amigo, no lo confundas. El enamoramiento está en nuestra mente…
Permanecimos unos minutos en silencio. ¿Qué el enamoramiento está en nuestra mente? No
entendía mucho lo que me estaba queriendo decir. Mientras mi cara no sabía qué expresión adquirir,
aquel hombre mayor sonreía mientras observaba el paisaje a través de la ventana. Se giró hacia mí
y continuó:

-Verás, esa chica debió desencadenar cierta excitación en ti a través de su físico y a partir de ahí
empezaste a imaginar una vida muy feliz junto a ella. No era más que eso, excitación y expectativas,
pero en realidad no la conocías de nada. Lo único que sabías de ella era por algunos encuentros
puntuales y poco a poco comenzaste a idealizarla más y más.

-Además… -siguió el hombre-, cuando comenzaste a profundizar más en ella, elegiste los aspectos
que te gustaban y los ensalzaste mucho más, al mismo tiempo que obviabas voluntariamente los
que menos te gustaban. Y eso no es todo, pensaste que ella debía hacerte feliz, dejaste tu felicidad
en sus manos. Y lamento decirte joven amigo, que eso no es amor, eso es apego. Por eso te
sentiste tan decepcionado. El amor sí es real, el amor es auténtico, en el amor no esperas que nadie
haga nada por ti, sino que eres tú el que busca la felicidad de la otra persona.

-Quisiste interpretar sus señales como gestos de enamoramiento hacia ti porque eso era lo que
querías ver -proseguía el señor mayor-, tú fuiste el director, guionista y actor de la película que te
estabas montando en la cabeza. La cuestión es que te la creíste y desvirtuaste la realidad. Pero no
te preocupes. Nos pasa a todos. Solemos caer en esa trampa. Si realmente sientes amor por ella,
desea que sea feliz, contigo o con otro, eso da igual. Así que la próxima vez piensa en si realmente
te estás enamorando de tus pensamientos y expectativas con respecto a alguien o sientes auténtico
amor. -Te diré algo -añadió aquel hombre- como decía José Ortega y Gasset: “Una de las cualidades
más características del enamoramiento es la focalización en la consciencia del ser querido, hasta el
punto de que limita, o incluso impide, el buen uso del raciocinio, la necesaria concentración mental
en la ejecución de diversas tareas cognitivas.-¿Menuda frasecita verdad? Tardé en aprendérmela,
pero me impactó tanto que no podía olvidarla y ahora te servirá también a ti.

Así, entre las palabras de aquel señor mayor y todo lo que fui leyendo me convencí cada vez más de
que el enamoramiento está en nuestra mente. Por ello, debemos tener cuidado con las expectativas
que nos formamos.

Desde aquella experiencia, cada vez que conocía a una chica y se me disparaba una gran activación
emocional, mi mente lanzaba como flechas la advertencia de que el enamoramiento está en nuestra
mente y quedaba un buen rato resonando en mi cabeza. “El enamoramiento está en nuestra mente,
el enamoramiento está en nuestra mente…”.

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