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Precio: 30 céntimos
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EL DESGUBHIMIENTO DE AMERICA
POK

J U A N JOSÉ MORATO

Francisco Pi yMargall,
Abogado. MADRID.

B I L B A O

TIP. BILBAO MARÌTIMO Y COMBECIAD

JLS9G
Muchas y complejas han sido las cau-
sas de la decadencia y ruina de España, y
no pocos^ publicistas las han estudiado,
con más 6 menos acierto; pero entre esas
causas hay una sobre la que apenas se ha
parado mientes, con ser, en nuestro enten-
der, la que más ha contribuido á producir-
los desastrosos efectos que al presente t o -
camos.
H o y que España acaba de malbaratar
los restos de su espléndido y para ella ne-
fasto imperio colonial, tiene este asunto
tremenda actualidad, y ello nos ha impul-
sado á traerle al estudio de todos, presen-
tándole desde igual punto de vista que
algunos contados economistas é historia-
dores.
— 4 —

E n el siglo x v i nace la producción c a -


pitalista, y en ese mismo siglo se inicia, y
en los sucesivos consuma, la ruina de E s -
paña.
Holanda, Francia, Inglaterra..., a d q u i e -
ren, á partir de ese siglo, riquezas y p o d e -
río. España, en cambio, declina, se e m p o -
brece y se hunde en el abismo, del cual
aun no se sabe si saldrá.
L o s descubrimientos geográficos de fines
del siglo X V — e l de América muy señala-
damente—abriendo amplios mercados al
comercio, é inundando á Europa, por c o n -
ducto de España, de metales preciosos,
facilitaron la creación del capital indus-
trial y con él la producción capitalista, que
tanto ha desarrollado la riqueza. ¡En E s -
paña esos descubrimientos contribuyeron
en mucho á la ruina de la industria y del
comercio y á la decadencia de la nación!
Dar alguna idea de c ó m o haya p o d i d o
producirse tan singular fenómeno es el
principal objeto de este modesto ensayo.
I

Durante la Edad M e d i a — c o m o durante


la Antigüedad—el centro de la civiliza-
ción y de la actividad mercantil, eran el
Mediterráneo y sus costas.
L o s pequeños y prósperos Estados ita-
lianos, ciertos puertos de la corona de •
Aragón, algunas ciudades alemanas, etcé- *
tera, acudían á Siria, Egipto y al mar N e -
gro en busca de los preciados artículos de
la India, que los árabes y los judíos trans-
portaban desde el interior del Asia, reali-
zando con ello ganancias fabulosas.
Diferentes veces intentaron los europeos
penetrar hasta las mismas Indias para rea-
lizar por sí las ganancias que obtenían los
árabes; pero lo único que consiguieron los
Marco P o l o y los Ruy González de Clavi-
— (5 —

jo, que llegaron hasta el corazón del Asia,


y aun hasta sus costas orientales, fué avi-
var más las ansias de los mercaderes y de
los soberanos con las descripciones de las
riquezas y de las magnificencias que ha-
bían contemplado.
L a conquista por los turcos del Imperio-
de Oriente, de la Siria, del Egipto y de
casi todos los puertos comerciales que
Italia tenía en las costas de Asia, trastor-
nó semejante estado de cosas. El grado
inferior de civilización del pueblo turco, y
su estado de guerra casi permanente, difi-
cultaba y aun imposibilitaba las transac-
ciones mercantiles.
Se hizo necesario buscar otro camino
para comerciar y aun para llegar á las tan
deseadas Indias.
Desde hacía algún tiempo los españoles
y, sobre todo, Jos portugueses habían em-
prendido con éxito la exploración de las
costas occidentales de África, descubrien-
d o y ocupando aquéllos las Is'as Canarias
y llegando éstos, con Bartolomé Díaz,
hasta el cabo que llamaron de las T o r m é n -
tas, no sin haber ocupado antes las Islas
Azores, la Madera y las de Cabo V e r d e y
parte de la costa del continente.
P o r aquellos tiempos, á pesar de ser t e -
nida en punto menos que herética la afir-
mación, algunos creían que la tierra era
esférica, y la escuela geográfica de N u -
remburgo hubo de construir un globo te-
rráqueo, en el cual el hemisferio entonces
desconocido fué cubierto con las tierras
por las cuales había viajado Marco P o l o ,
viniendo así á estar situadas hipotética-
mente las costas orientales de Asia donde
en realidad se hallaban enclavadas las de
América.
En tal situación el comercio por el M e -
diterráneo, y á tal altura los conocimien-
tos geográficos, V a s c o de Gama concibió
la idea de doblar el cabo de las T o r m e n -
tas para llegar á las Indias, y C o l ó n — q u e
creía que la tierra era redonda—supuso
que navegando siempre á Oeste llegaría
necesariamente á encontrar la costa orien-
tal de esas mismas Indias.
V a s c o de Gama no se equivocó; doblan
— S —

•do el cabo que desde entonces se llama de


Buena Esperanza, llegó á la India; Colón
sí se equivocó, y con él sus contemporá-
neos, que durante bastantes años, c o n s i -
deraron el mundo descubierto c o m o una
parte de las Indias. P o r esto se le dio por
largos siglos á las tierras por Colón descu-
biertas el nombre de «Indias», bien que
añadiéndolas el adjetivo de «Occidentales»
El descubrimiento del Mar Pacífico por
Núñez de Balboa, y la circunnavegación
de la tierra, acometida por Magallanes y
terminada por Sebastián Elcano, hicieron
conocer que en realidad Colón había des-
cubierto una nueva parte del mundo. La
autoridad de los Padres de la Iglesia salió
bastante mal parada con estos descubri-
mientos, que demostraron, contra lo soste-
nido por algunos de ellos, que la tierra era
esférica.
Pero la trascendencia de tales descubri-
mientos no está en que dieran rudo golpe
á la cosmogonía de los santos padres sino
en sus consecuencias económicas.
El principal efecto del descubrimiento
de América fué la creación de una p o d e r o -
sa fnerzi económica que hasta entonces no
había existido: elgpapital, esto es, «la ri-
queza que sirve para proporcionar alguna
renta á su poseedor, independientemente
del trabajo de este poseedor». Hasta en-
tonces había sido posible la existencia del
capital usurario y del capital comercial (l)
pero no del capital «que da á quien le p o -
see la facilitad de -üspouer del trabajo de
los demás y le permite obtener una renta
sin su trabajo personal* (2).
Tal fuerza no había podido crearse por
impedirlo la falta de numerario y la esca-
sez de mercados en condiciones de segu-
ridad en los caminos y baratura y rapidez
en los transportes.
« D e s d e tiempo de los romanos Europa
vivía con una cantidad de oro y plata que
no aumentaba; antes al contrario la exis-
(1) Estas tres formas del capital pueden vei-
se razonadas en Carlos Marx, El Capital, capítulo
x x v i , y en Gabriel Deville La Evolución del ca-
pital. De una y otra obra hay edición en español.
(2) Ch. Gide, 'Iratado de Economía política,
pág. 149.
— 10 —

tenoia de metales preciosos disminuía sin


cesar: masas de oro y plata se inmorizaban
en los relicarios y vasos sagrados de las
iglesias, en las cueras de los mercaderes)
en las garitas de los judíos, ó se agotaban
en continua corriente hacia el Oriente, en
donde nos vendían casi todo y no nos c o m -
praban casi nada. Esta rareza del numera-
rio hacía excesivamente caros los produc-
tos manufacturados y envilecía el precio
de los productos agrícolas. Detenía el des-
arrollo del crédito, estorbaba los cambios
y retenía en su infancia al comercio y á la
industria». (1)
A diversos expedientes se acudió para
remediar la falta de numerario. L o s reyes
alteraban á veces el valor de la moneda con
frecuencia y á veces también su ley, a d o p -
tando la primer resolución á instancias de
sus subditos. Resultaban ambas medidas
ineficaces y á la larga contraproducentes;
á la alteración del valor de la moneda s e -
guía una alteración equivalente en el pre-
(11 J. Rambauü, Uistoire tle la Civihsation
en Frunce, tomo J.
' — 11 —

ció de las cosas que restablecía el equili-


brio, y á la alteración de la ley monetaria
seguía una desconfianza tan grande que
dificultaba el tráfico, llegándose á veces á
prescindir del numerario para realizar los
cambios de mercancías.
Otra medida que tendía á evitar la es-
casez de numerario era la prohibición en
los diversos reinos de sacar de ellos oro y
plata amonedados, labrados ó en pasta. L a
extracción de esos metales era castigada
hasta cotí pena de la vida, no descuidándo-
se en Castilla los procuradores en Cortes
de reclamar repetidas veces el cumpli-
miento de las leyes que á este particular
se refieren.
L a prohibición no era ni podía ser a b -
soluta. A vuelta de muchas restricciones,
los mercaderes podían sacar del reino el
numerario preciso para su mantenimiento
en el extranjero y el que necesitasen para
la adquisición de aquellas mercancías c u -
ya introducción no estuviese prohibida (1).
En suma: que si el comercio, y por c o n -
(1) Novísima recopilación, lib. IX, título x n i .
— 12 —

secuencia la industria, no tomaban m a y o -


res vuelos, debíase á la falta de metales
amonedados, falta que no remediaban ni
la alteración del valor de la moneda, ni la
prohibición de sacarlos del reino.
P o r eso, el efecto de la inundación de
Europa por los metales preciosos p r o c e -
dentes de América, fué casi inmediato.
Con la mayor circulación de numerario
aumentó el comercio, y al aumentar éste,
se desarrolló la industria.
El Mediterráneo dejó de ser el centro
comercial por excelencia (1), y las nacio-
nes en él situadas, que tan brillante p a -
pel habían desempeñado en la historia de
la Humanidad, se vieron suplantadas por
aquellas que tenían sus costas en el O c é a -
no, mar que en lo sucesivo iba á ser la vía
del comercio.

(1) La apertura del canal de Suez ha vuelto


á hacer del Mediterráneo el canino de Oriente.
TI

Al ser descubierLa América acababa de


realizarse la unidad nacional de España.
Por el matrimonio de los Reyes Católicos
se había unido la Corona de Aragón con la
de L e ó n y Castilla; par las armas se había
arrojado á los moros de Granada, único
resto que les quedaba de su antiguo d o m i -
nio, y, por las armas también, se había c o n -
quistado la Corona de Navarra.
Aunque unidos de hecho esos reinos,
conservaron por siglos su administrr ción
independiente y sus fueros y privilegios,
por cuya razón América no fué descubier-
ta por España, sino por la Corona de L e ó n
y Castilla.
L o s mismos Reyes dieron el golpe de
muerte al feudalismo, realizando así la uni-
— 14 —

dad política. Valiéndose de ¡a clase media,


á la que armaron y concedieron privilegios,
atacaron á la nobleza, que en los anterio-
res reinados se había mostrado levantisca.
Atrajeron una parte de los grandes se-
ñores á la corte; dieron ocupación á otra en
las guerras de Granada é Italia, y á los que
no abandonaron su actitud rebelde los ata-
caron con mano dura, destruyéndoles los
castillos que les servían de guarida.
También cortaron los abusos del clero.
L a inmoralidad de éste era grande, y a d o p -
taron medidas que en mucho la extirparon;
sus intrusiones en la jurisdicción civil eran
frecuentes, y las pusieron límite.
A d e m á s de esto, el Papa nombraba con
demasiada frecuencia á individuos extran-
jeros para el desempeño de las prelacias
españolas, c o n lo cual los pueblos pagaban
á dos individuos por el desempeño de un
solo cargo religioso. L o s Reyes recabaron
para sí el derecho de proponer para los al-
tos cargos á quien bien les pareciera.
C o m o queda indicado, para acometer t o -
das estas reformas hubieron los Reyes de
— 15 —

apoyarse en el estado llano. Dieron á éste


acceso á los altos empleos, particularmente
á los jurídicos, y facilitaron la institución
de mayorazgos y vinculaciones, m e d i d a
que. si por el momento produjo efectos b e -
neficiosos, pues creó una especie de aristo-
cracia territorial que sirvió de contrapeso
á la aristocracia de la sangre, á la larga hu-
bo de ser de efectos desastrosos porque
inmovilizó la propiedad.
Pero la medida de más inmediatos re-
sultados para la clase llana fué la institu-
ción de la Santa Hermandad.
E n anteriores tiempos, y para defender-
se de las continuas depredaciones de que
eran objeto las villas por parte de la noble-
za y aun de la realeza, algunas de ellas
hubieron de constituir una especie de C o n -
federación (Hermandad), que, si no pudo
siempre hacer sentir su acción, se mantu-
vo, no obstante, organizada.
D e ella se aprovecharon los Reyes. E n
Cortes celebradas en Madrigal se la reor-
ganizó, extendiendo su radio de acción por
toda la Corona de Castilla, y poniéndola
— 16 —

bajo las órdenes inmediatas de la Corona.


Cada cien vecinos mantenían al año un sol-
dado de á caballo, que tenía el encargo de
recorrer los caminos, cuidando de su segu-
ridad.
L a Hermandad conocía en los delitos
cometidos en los caminos y despoblados, y
tenía jurisdicción sobre quienes, habiendo
cometido un delito en la ciudad, huían al
campo.
En cada pueblo de más de treinta casas
había un Juzgado compuesto de dos alcal-
des, encargados de conocer en todos los
asuntos que cayeran bajo la jurisdicción de
la Hermandad.
L o s procedimientos judiciales por ésta
empleados eran sumarísimos, y crueles !as
penas que imponía. Un leve hurto era cas-
tigado con azotes y pérdida de algún miem-
bro, y por no muy gran delito se quitaba la
vida.
Esta fuerza sirvió para limpiar los c a -
minos de malhechores y para restable-
cer la tranquilidad publica, un tanto alte-
rada en los últimos tiempos, con lo cual
— 17 —

el comercio adquirió vuelo extraordinario.


P o r modo tan sencillo l o s Hoyes conta-
ban con un verdadero ejército permanente
á su servicio, y la burguesía de las ciuda-
des y de los campos con una fuerza arma-
da que impedía á los nubles y á los b a n d o -
leros .-'saltar y despojar en los caminos á
los mercaderes.
Otra reforma, beneficiosa para la clase
llana principalmente, fué la reducción á
cinco de las casas de moneda qu; había en j

la nación. E n el reinado anterior existían


en r
':.s'iiil/i. más de ciento cincuenta casas
de moneda autorizadas por la Corona, a d e -
más d é l a s establecidas por particulares sin
autorización] para ello; y á tal punto llegó
la adulteración en el numerario, que el c o -
mercio volvió á hacerse cambiando produc-
tos. Las medidas rigurosas que en este pun-
to adoptaron los Reyes Católicos hicie-
ron renacer la confianza, saliendo con ello
grandemente beneficiado el comercio.
También se proveyó á la construcción y
cuidado de puentes y caminos; se suprimió
buen número de impuestos que entorpe-
2
— 18 —

cían el desarrollo de la industria, y se a b o -


lieron absurdas restricciones que impedían
6 dificultaban las mudanzas d e domicilio.
La marina fué asimismo objeto de gran-
des cuidados. Se concedieron premios á
quienes construyeran buques de gran t o -
nelaje, se prohibió" su enajenación', y se
procuró que nadie embarcara mercaderías
en navios extranjeros, mientras los hubie-
ra españoles en el puerto en que verificara
el embarque.
A los buques extranjeros, en la medida
de lo posible, se les obligó á cargar merca-
derías españolas en pago de las que habían
conducido á nuestro territorio.
Casi todas estas medidas fueron a d o p -
tadas de acuerdo con las Cortes, á las que,
generalmente, sólo asistía el estado llano,
ó sea la burguesía.
D e este modo no es extraño que España
fuera la primera potencia. Exportaba fru-
tos, minerales, azúcar, pieles adobadas,
aceite, vino, acero y lana, y se hablaba por
aquellos tiempos con grande encomio de
las fábricas de armas y paños finos de S e -
— 19 —

govia; de telas de seda y terciopelo de


Valencia y Granada; de paños y sedas de
T o l e d o , en las que había empleados más de
10.000 artesanos; de las primorosas plate-
rías de Valladolid, v de las fábricas de
cristales v cuchillería de Barcelona.
Bilbao, por el N o r t e , y Sevilla por el
Mediodía eran los centros principales del
comercio marítimo de Castilla, c o m o Bar-
celona y aun V a l e n c i a eran emporios mer-
cantiles de la Corona de Aragón.
El grado de cultura y de disipación á
que había llegado la nobleza creó en ella
necesidades cuya satisfacción requería que
muchas naves trajeran los preciados ar-
tículos de comercio capaces de satisfa-
cer los hábitos de ostentación y refina-
miento.
Con esto no sólo se desarrolló la indus-
tria nacional—que por entonces adquirió
lo que después no ha tenido, personalidad
— s i n o que se hicieron muy activas las re-
laciones mercantiles con los demás países,
sobre todo con Oriente.
Este último tráfico le realizaban casi e x -
— 20 —

elusivamente los judíos, que, á la vez, eran


quienes ejercían la usura, muy especial-
mente con los nobles.
L o s judíos, arrojados de casi todas las
naciones de Europa, eran tolerados en E s -
paña, donde llegaron á veces á ocupar al-
tos puestos. Mantenían estrechas relacio-
nes con sus correligionarios do < h'iente, y
constituían por sus riquezas y por sus e x -
tensas relaciones mercantiles lo que hoy
pudiéramos llamar e! alto comercio y la
banca.
Elemento altamente laborioso eran los
moros. La Reconquista los había respeta-
do, bien que considerándolos inferiores á
los cristianos. C o m o tenían cerrados los
dos caminos que entonces emancipaban al
hombre del trabajo—las armas y la I g l e -
s i a — , se dedicaban al pequeño comercio,
á la industria y á la agricultura, mostrán-
dose habilísimos y muy laboriosos.
Pero los Reyes Católicos, que habían
realizado la unidad del territorio y la uni-
dad política, se propusieron realizar tam-
bién c o m o complemento la unidad religio-
— 21 —

sa, y de ahí arranca una de las causas de la


decadencia de España.
Se estableció la Inquisición, se expulsó
á los judíos y se obligó á expatriarse ;í m u -
chos moros.
Dificultó la Inquisición—en!re otros ma-
les que ocasionó—el comercio; impidió el
establecimiento de los extranjeros en Es-
paña y, con su continua intrusión en los
negocios civiles—los casos de usura, por
ejemplo contuvo en estrechos límites el
crédito mercantil.
La expulsión de los judíos momentos
antes de ser descubierta América, privó ¡í
España de unos elementos que, si oiempre
habían sido de utilidad suma, iban á serlo
mucho más cuando el comercio tomara ex-
traordinario vuelo merced á los descubri-
mientos geográficos.
C o m o se impuso á los moros de Grana-
da, y más tarde á los de Castilla y León,
el deber de bautizarse ó de abandonar el
territorio, aquellos moros que poseían al-
guna riqueza abandonaron á España.
M u c h o sufrió nuestra patria con la per-
dida de tan valiosos elementos; pero aun
era próspera y rica, aun tenía una burgue-
sía potente y desarrollada.
Tal era la situación de España cuando
se realizó el descubrimiento de América.
III

¡Cuánto se ha hablado de las crueldades


de España en América y con cuánta razón!
¡Cuan p o c o tienen, sin embargo, que echar-
le en cara las demás naciones!
Desde la antigüedad más remota, c o l o -
nización equivale á rapiña, despojo, asesi-
nato, destrucción, y para condenar los ho-
rrendos atentados cometidos contra la H u -
manidad en nombre de la civilización, no
hay que remontar mucho en la Historia,
¡basta con leer en los diarios las noticias
coloniales de actualidad!
España ha cometido horrores, cierto; p e -
ro ninguna nación civilizadora puede ti-
rarle la primera piedra. T o d a s — c u a l más,
cual menos—han seguido y siguen igual
conducta...
- 24 —

P e r o dejemos esto. Censurar tales h o -


rrores no es hoy nuestra tarea.
Se ha idealizado el carácter de las e x p e -
diciones geográficas, cuando en realidad,
hasta la época moderna no han sido ani-
madas por un espíritu puramente científi-
co. En la época (pie venimos estudiando,
el objeto principal, y las más de las veces
exclusivo, de esas expediciones, era el lu-
cro inmediato.
Por eso vemos á los descubridores rega-
teando el precio de sus servicios y p r o c u -
rando ocultar, no ya las empresas en que
iban á arriesgarse, sino también y muy
cuidadosamente, la ruta que conducía á las
regiones codiciadas.
Buscan los primeros descubridores el
auxilio del rey. Después, la mayor parte de
los que les suceden descubren y aun c o n -
quistan con recursos propios vastos I m p e -
rios.
Hernán Cortés y Pizarro y Almagro son
testimonio de ello. Contra la oposición de
sus compañeros, uno, y de sus j e f e s , los
otros d o s , se lanzan á la conquista de los
poderosos y civilizados Imperios mejicano
y peruano; los «njetau por la fuerza y por
la astucia, y consiguen acopiar oro y plata
á montones.
Los reyes dejaban hacer, ;'. poco menos.
Veían su Corona aumentada con vastos
territorios v su T e s o r o — e x h a u s t o por las
ruinosas guerras de conquista y domina-
ción en Italia, Alemania y Á f r i c a — e n r i -
quecido, y cerraban los ojos para no ver las
atrocidades que en su nombre se cometían:
cuando más, ponían el (íobierno de las
nuevas regiones en manos menos duras y
rapaces que las de los conquistadores.
La sed de riquezas infundía en los h o m -
bres alientos sobrenaturales, que les per-
mitían realizar expediciones maravillosas
y arriesgadísimas. Ejemplo de ello es O r e -
llana, por no citar o t r o , cruzando con su
gente los Andes y recorriendo el curso del
Amazonas.
Siendo los (pie señalamos los móviles
principales de los descubrimientos y c o n -
quistas, es lógico que entre los hombres
que los realizaban hubiese envitlias y riva-
— 2(D —

lidades. Por eso vemos morir en mi patíbu-


lo á Basco NYmez de Balboa, simpáüco
descubridor del mar Pacífico; ¡í Diego de
Velázquez oponiéndose con las armas á que
Hernán Cortés terminara la conquista de
Méjico; a Pizarro asesinado; ¡í Almagro, su
compañero, en un cadalso, y á los secuaces
de uno y de otro encendiendo la guerra c i -
vil en el recién conquistado Imperio de los
Incas.
Acompañan á los expedicionarios curas
ó frailes, que, de la noche á la mañana,
convierttii á miles y miles de indios al c a -
tolicismo, bautizándolos en masa y tro-
cándolos, de idólatras, eu fervorosos cató-
licos.
En aquellas expediciones que tenían al-
guna importancia no solía faltar el cronis-
ta, aunque en la mayor parte de los casos (

al escribir la historia, (anduviesen entre


sus renglones muy descubiertas la envidia
y la ambición».
E n general, los expedicionarios llevaban
el propósito de enriquecerse á todo trance,
y no reparaban en los medios, seguros c o -
— 27 —

m o estaban de la impunidad, sobre todo si


la expedición era productiva.
C o m o América fué descubierta con r e -
cursos que facilitó la Corona de Castilla»
sus reyes se consideraron dueños y señores
absolutos de los territorios descubiertos y
conquistados. Por esto, en nombre de Cas-
tilla repartían los reyes las encomia idas á
los conquistadi res ó á los recomendados de
sus favoritos, es decir, repartían las tierras
con lo;; indios que las habitaban en pago
de servicios unís ó menos efectivos.
Frecuentemente se otorgaban encomien-
dan a' sujetos que ni siquiera sabían dónde
estaba América; pero estos tales, aunque
residían en la c o r t e , tenían en Indias ma-
y o i d o m o s ó encargados que administraban
la explotación de las encomiendas, y que
estrujaban ;í los indios para sí y para sus
amos.
Con las encomiendas de indios se trata-
ba de pagar los servicios de los que habían
contribuido al descubrimiento y conquista
de los nuevos territorios sin auxilio algu-
no del monarca, y por esto la Corona, m u -
chas veces contra sus deseos, tenía que ser
cómplice de las exacciones y atropellos c o -
metidos c o a los indios.
E s t o s , según las leyes, no eran propia-
mente ni esclavos ni siervos, y los e n c o -
menderos no podían emplearlos contra su
voluntad;y, no obstante, bien pronto hubo
que importar á América negros africanos
para suplir el trabajo de los indios, que
desaparecían rápidamente, destruidos por
la explotación inhumana á que les sometía
la sed de riquezas de los dvilizmlores.
P o c o s años después de descubierta A m é -
rica, habían desaparecido por completo los
primitivos habitadores de algunas de sus
regiones (la isla de Cuba, la Española, et-
cétera).
N o quedaron del todo satisfechos los e s -
pañoles del resultado de los primeros via-
jes de Colón. Comparaban los resultados
por él alcanzados con los que obtuvieron
los portugueses, y la deducción que hacían
no era muy favorable para la empresa del
navegante genovés.
En efecto, lo que buscaban los portugue-
— 29 —

s e s — y lo que e n c o n t r a r o n - - f u é un nuevo
camino para las Indias, y lo que e n o n t r ó
Colón fué un nuevo continente. Y , c o m o
lo que se esperaba era que las naves de
Colón volvieran á España cargadas <,e los
codiciados productos de Oriente, y lo que
en ellas vino no eran esos productos, las
gentes, y quizá el mismo Colón, no queda-
ron contentos.
Por esto, sin eluda, la libertad que se dio
á los particulares en 1495 para emprender
viajes por su cuenta, no produjo resultado
alguno hasta 1499, época en que Culón en-
vió muestras de perlas por él recogidas.
Entonces se animaron los aventureros y
los ricos armadores de Sevilla, Cádiz y P a -
los, y se enviaron á las nuevas ticr¡as es-
cuadrillas mandadas por marinos que ha-
bían acompañado á Colón ó habían seguido
sus huellas. El buen éxito de algunas de
estas expediciones hizo que se multiplica-
ran extraordinariamente.
Necesitaban las expediciones una licen-
cia, que era fácilmente concedida, previo
el compromiso de reservar á la Corona la
— 30 —

décima parte de la cabida de las naves, las


dos terceras partes del oro que se lograsen
y el 10 por 100 de todos los productos que
se adquirieran.
. El desarrollo de estas empresas expedi-
cionarias y la extensión de los negocios
mercantiles, hizo que el poder real crea-
ra en Sevilla un organismo, compuesto al
principio de un administrador, un tesorero
y un contador, con residencia en e! célebre
Alcázar, que recibió el nombre de Casa de
Contratación, organismo encargado de a d -
quirir cuantos datos pudiera relativos á las
tierras descubiertas; de informar al G o b i e r -
no acerca de los intereses y prosperidad de
las mismas; de dar licencias para armar
naves con destino á las expediciones y de
suministrar instrucciones para la navega-
ción.
Otras facultades tenía—por ejemplo, c o -
nocer en los pleitos que originasen los via-
j e s — , pero estudiarlas no es de este m o -
mento.
~3S^
IV

Ya hemos dicho (¡ne Castilla fué quien


facilitó recursos para el descubrimiento de
América. Por eso los soberanos de esta
Co:ona quisieron explotar en beneficio de
ella los nuevos territorios, tendiendo á tal
fin la legislación comercial hasta tiempos
de Ciarlos I I I y aun hasta la emancipación
de las colonias.
Se designó desde luego á Sevilla c o m o
tínico puerto de embarco y desembarco pa-
ra América, y aunque se autorizó después á
los puertos de L a Coruña, Asturias (Gijón)>
la Montaña (Santander), V i z c a y a (Bilbao),
Guipúzcoa (San Sebastián), Cartagena, M á -
laga y Cádiz para que en ellos se embarca-
ran mercancías, tal ventaja resultó ilusoria
porque el desembarco debía hacerse preci-
samente en Sevilla. M u c h o s de los puertos
citados ni siquiera llegaron ¡í enterarse del
privilegio que se les había otorgado.
Tan grande fué el exclusivismo, que has-
ta mediado el siglo x v r sólo podían c o -
merciar con América los naturales de Cas-
tilla. Después so autorizó para comerciar
á todos los nacidos en la Metrópoli, aun-
que para ello era preciso una licencia es-
pecial.
L o s navios destinados ¡í las e x p e d i c i o -
nes mercantiles salían juntos de Sevilla—
más tarde de C á d i z — d o s veces al año, d e s -
pués que la Casa de Contratación exami-
naba las mercancías en ellos embarcadas,
tomaba nota del tonelaje de las naves, las
revistaba, daba instrucciones para la nave-
gación, etc.
Arribaba la flota á V e r a Cruz y á P o r -
tobelo ó á Cartagena de Indias y desde esos
puertos las mercancías se llevaban á toda
América.
A la llegada de la flota á América, el jefe
de ella y las autoridades fijaban el precio
d e las mercancías, que inmediatamente
se cambiaban por productos indígenas ó ,
— 33 —

lo que era más general, por oro ó plata.


Las expediciones regresaban á Sevilla
con iguales ó parecidas formalidades, gi-
rando una visita de rigurosa inspección en
este punto la Casa de Contratación. Los
navios que á su regreso de América arriba-
sen á otro puerto que no fuera Sevilla, eran
confiscados. Las naves de las demás nacio-
nes que se acercaban á las costas de A m é -
rica eran tratadas c o m o piratas, condenán-
dose á quienes las tripulaban á trabajar en
las minas ó á ser ahorcados. L o s habitan-
tes de las colonias no podían vender sus
productos ni comprar los objetos manufac-
turados á otros que no fuesen los merca-
deres españoles para ello autorizados. Las
mercaderías extranjeras no podían ir á I n -
dias ni aun consignadas á nombre de espa-
ñoles. Las que allí se enviaban eran v e n -
didas y pagadas en España. D e América
no podía consignarse cantidad alguna para
los extranjeros. i,
L o s alcaldes obligaban á los i n d i o s á t o -
mar géneros manufacturados al fiado áal|a
precio, cobrándose su importe en, fí'titos.
— ?A —

Tan abusiva costumbre era conocida con


el nombre de repartimientos.
Las ganancias realizadas por los merca-
deres variaban de 100 hasta 500 y aun
más por 100.
L o s productos que los naturales de A m é -
tica entregaban en pago de los géneros
manufacturados eran los siguientes: cacao,
tabaco, vainilla, cochinilla, quina, zarzapa-
rrilla, brasil, pita, vicuña, llama, añil, c o c o ,
cueros, maderas y más tarde azúcar y al-
godón.
L o s españoles, en c a m b i o , importaban
principalmente hierros y aceros labrados y
tejidos.
L o s Reyes Católicos -declararon libres
de impuestos todas las mercancías p r o c e -
dentes de América y las (pie á este país
iban destinadas; pero no duró mucho esta
beneficiosa medida: en 1")4H ya se las im-
puso derechos, y Felipe TI los aumentó,
dejando sólo libres de ellos los artículos
destinados al consumo personal de los tri-
pulantes de las naves y de los viajeros.
Hemos dicho que los objetos manufac-
turados importados á América por España
se cambiaban principalmente por oro y pla-
ta, y debemos agregar que esto originó un
abuso de perjudiciales consecuencias para
el comercio.
El poder real, por los cuantiosos gastos
que ocasionaban las ruinosas é impolíticas
guerras de Italia, Alemania y África, veía
sus tesoros exhaustos. L o s ríos de oro que
comenzaban á afluir de América no le bas-
taban, y para arbitrar recursos no halló
medio mejor que hacer que la Cava de Con-
tratación se apoderara de los fondos pro-
cedentes de América destinados á particu-
lares.
Clamaron los mercaderes contra tal abu-
s o ; los procuradores en Cortes hicieron
contra él enérgicas representaciones, pero
fué en vano.
Tratóse entonces por los mercaderes de
eludir con ocultaciones la incautación; mas
el poder real les salió al paso ordenando
que al tocar las naves en Canarias se gira-
ra una visita de inspección á b o r d o , c o m -
probándose el resultado de ella al llegar á
— 3(3 —

Sevilla. Con esto se retrajeron de córner^


ciar con América bastantes mercaderes.
El comercio de España no bastaba c o n
mucho para satisfacer las necesidades de
A m é r i c a , y por ello Francia, Inglaterra y
Holanda comenzaron á hacer el contraban-
do en grande escala, no obstante las perse-
cuciones y feroces castigos que se imponía,
á los contrabandistas.
Para remediar algo este mal se autorizó
el establecimiento de fábricas en América,
previo permiso del presidente de la A u ,
diencia respectiva y de los virreyes.
Este era en líneas muy generales, el e s -
tado del comercio de España con América,
y á aquellos que tachen á nuestra nación de
exclusivista debemos recordarles que por
entonces todas las naciones consideraban
las colonias c o m o una hacienda que se d e -
bía explotar en beneficio exclusivo de la
Metrópoli.
v
H e m o s visto rápidamente las causas del
descubrimiento de A m é r i c a , el estado de
nuestro país cuando se realizó hecho de
tanta trascendencia, y c ó m o se organizó la
explotación de las regiones descubiertas.
V e a m o s ahora los efectos que produjo en
la economía el descubrimiento délas Indias
Occidentales.
Se diferencian esencialmente las tierras
descubiertas y ocupadas por España de las
descubiertas y ocupadas por Portugal, I n -
glaterra, Holanda y después por Francia
en que en América (Méjico y Perú) abun-
daban el oro y la plata, mientras que en las
otras colonias no abundaban esos metales
y sí aquellos productos que constituían la
— 38 —

base del comercio de Europa con el Orien-


te durante toda la Edad Media (1).
Es decir, que los otros países c o m e r c i a -
ban con sus colonias cambiando los pro-
ductos de su industria por primeras mate-
rias (> por productos también de la indus-
tria, y España comerciaba con América
cambiando los productos de la industria
propia 6 de la ajena—ya veremos e s t o —
por el oro y la plata.
Esta particularidad (la abundancia de
oro y plata) fué desastrosa.
P o c o después de descubierta América,
España rebosaba eri oro y plata. A media-
dos del siglo xvr decía un escritor—el
P. M e r c a d o — : « N o hay año que no entren
en Sevilla limpios de polvo y paja de tres
á cuatro millones en oro y plata sin otras
cosas.»
La abundancia de metales preciosos tra-
jo consigo un rápido aumento equivalente

(1) Las explotaciones del oro culiforniano se


han realizado en este siglo, y aun en la época quo
estudiamos üalifornia pertonerJn ñ Méjico.
en el precio de las cosas; esto es, la abun-
dancia de la moneda hizo que ésta sufriera
una enorme depreciación.
Los precios de las cosas y los salarios
subieron rápidamente, y á mediados del
mismo siglo XVI s« estimaba en dos (puntos
menos (jue en 1490 el valor de la moneda.
Aunque se refieren á é p o c a s un tamo le-
janas á la del descubrimiento d e América,
los datos siguientes, á falta de o t r o s , nos
hacen ver claramente el grado á que ilogó
esa disminución del valor.
Las Cortes de 1598 decían al rey: Por-
que ahora doce años valía una vara de ter-
ciopelo ?> ducados y ahora vale 48 reales:
una de paño fino de Segovia 3 ducados y
ahora 4 y más: unos zapatos 4 A y ahora 7 :

un sombrero de fieltro guarnecido 12 rea-


les y ahora 24: el sustento de un estudiante
con su criado en Salamanca (50 ducados y
ahora 120 y más: el jornal de un aibañil 4
reales v el de un peón 2 y ahora es doble.»
En 1502 y 1503 valía la fanega de trigo
110 maravedís, y 00 la de ceb ida y cente-
no, y en 1099 valían respectivamente 2 8 , 1 7
— 40 —

y ] 3 reales. E s decir, que se había aumen-


tado el precio de estos tres cereales en 8,
9 y 7 veces.
« U n buey de cinco años valía por los
años 1590 menos de 200 reales, y ahora es-
te de 1627 vale 4 4 0 , y si es bueno 50 d u -
cados y 80 y 100; una oveja valía 11 reales
y ahora 24: un macho cabrío 22 y vale 4 0 ;
una arroba de lana de Segovia 38 y vale
77; de Cuenca valía 11 y hoy 33; de Soria
10 mismo» (1).
('orno puede colegirse de los datos que
anteceden la subida en el precio de la mano
de obra de las cosas fué brusca y enorme,
como enorme debió ser el desnivel entre la
abundancia del numerario en España y su
escasez en las demás naciones que no ha-
bían adquirido países ricos en oro y plata.
L a prohibición, ó mejor la dificultad pa-
ra extraer del reino esos metales, si hasta
entonces había sido un expediente que re-
mediaba en algo la escasez de metálico, iba

(1) Miguel Caja de Laruela; Restauración de


la abundancia de. España.
— 41 —

á ser un mal gravísimo para nuestro paísi


que había tenido la suerte de ser rico en
ellos.
« L a abundancia excesiva de los metales
preciosos que de la América vinieron en-
careció en España las primeras materias y
la mano de obra; desde entonces empezó la
decadencia de su industria, pues la de E s -
paña se halló en la imposibilidad de soste-
ner la concurrencia de las demás naciones
en que el numerario tenía más valor y el
precio de los productos era menos alto; de
suerte que la abundancia de los metales
preciosos fué la causa principal de la deca-
dencia rápida de su industria» (1).
El fenómeno que se produjo tiene algu-
na analogía con el que hace algún tiempo
ocasionó la elevación en los cambios. Esa
elevación favoreció hasta ciertos límites á
la industria (salvo en lo que se refiere á im-
portación de primeras materias del extran-
jero; ó facilidad de su exportación por el

(1) Alvaro Flórez Estrada; Ourso de Econo-


mía política, tomo II.
- 42 —

mayor precio que alcanzan fuera las nacio-


nales) y fué para ella como un arancel pro-
hibitivo imposible de salvar, arruinando,
en cambio, ai comercio. El fenómeno es,
pues, el mismo, aunque invertidos los tér-
minos. Entonces la industria se arruinaba
y el comercio prosperaba; hace p o c o tiem-
p o el comercio se arruinaba y la industria
se defendía bien de los desastrosos efectos
de la guerra.
Hubiera sido preciso para remediar el
mal que inmediatamente se hubiese procu-
rado facilitar la salida del numerario, igua-
lando así las condiciones económicas de
España con las de otras naciones, pero tal
remedio era imposible que pudieran verlo
ni aun los hombres de más despierto en-
tendimiento de aquella época. El error e c o -
nómico persistió y se agravó con n u e v a s
restricciones.
El mayor valor de los metales preciosos
en el extranjero los convirtió en objeto de
contrabando. Por las fronteras se extraía
fraudulentamente el oro y la plata, acu-
diendo para ello al soborno de los emplea-
dos encargados de impedir su salida, á la
astucia, y á obtener licencias para sacar
mayores cantidades que las autorizadas por
la ley; pero considerando esas fraudulentas
extracciones c o m o un mal, los reyes, re-
queridos casi siempre por los procuradores
en Cortes -.le las ciudades, dieron diferen-
tes y numerosas disposiciones para atajar
el abuso.
Por sus efectos pudiéramos comparar el
fenómeno que se produjo ai aselador t o -
rrente que destruye cuanto encuentra á su
paso, y al a r r ó m e l o (pie marcha suavemen-
te fertilizando cuantas tierras toca. Las
riquezas de América fin-ron para nuestra
industria el torrente impetuoso y asela-
dor, convirtiéndose en nuestias fronteras
en manso arroyo que escapaba mansamen-
te por mil intersticios á fertilizarla indus-
tria de las demás naciones, haciéndolas ri-
cas y prósperas.
Por algún tiempo Castilla (1) envió á

(1) Hasta tiempos de Carlos nt, sólo Castilla


podía comerciar con América.
— U —

América sus manufacturas, pero éstas no


bastaban para el extraordinario consumo
de los nuevos territorios, así que bien pron-
to comenzaron á adquirirse artículos ma-
nufacturados del extranjero, y aquellos c u -
ya importación estaba impedida ó dificulta-
da, las mismas Cortes, representación g e -
nnína de la burguesía, pidieron al P o d e r
real que autorizara su introducción.
L o s mercaderes, atentos á su n e g o c i o ,
antes se surtían de productos extranjeros
que de los naturales.
A fines del siglo x v i y en el X V I I , las fá-
bricas nacionales no alcanzaban para abas-
tecer á la metrópoli que solo de lienzos i m -
portaba por valor de tres millones y medio
de p e s o s ; uno y medio para exportar á
América y el resto para su consumo.
L a industria, pues, en vez de progresar
se hundía, aplastada por la competencia
extranjera.
Lentamente se iba autorizando la intro-
ducción en el reinode nuevos productos de
la industria extranjera y lentamente tam-
bién se iban cerrando las fábricas, incapa-
— 4o —

ees de sostener la competencia con los d e -


más países en que la mano de obra era más
barata.
L o s maestros y fabricantes veían clara-
mente que la causa de la ruina de sus in-
dustrias era la competencia desastrosa de
los extranjeros y acudían al P o d e r real en
demanda de medidas que evitasen esa rui-
na, pidiendo repetidas veces que se dejara
entrar libremente en España á los oficiales
extranjeros para que, con su concurrencia,
se abaratasen los jornales (1).
Mas todo era en vano. Quien realmente
arruinaba la industria era la abundancia de
moneda, y las medidas que se adoptaban
lejos de establecer el equilibrio entre el va-
lor de la moneda en España y en otras na-
ciones hacían más paulatina la subida en
el precio de los géneros extranjeros.
L o s efectos de la abundancia de nume-
rario se notaron también en las demás na-
ciones, pero muy lentamente, En Francia,
el hectolitro de trigo valía en 1592 de 1 4

(1) Cortes de 1544 y 1548,


— 46 —

á 15 gramos de plata y en 1692 sólo había


doblado su precio. En el mismo tiempo el
precio del hectolitro de trigo había cuadru-
plicado en España. En Inglaterra, en 1 7 5 4
el precio de los alquileres de las casas era
sólo tres veces mayor que en 1558 (1).
Otro hecho digno de tenerse presente y
que demuestra también que la industria
española moría por la competencia de la
extranjera, es que el precio de los objetos
manufacturados no había subido en igual

(1) M. Gide reproduce en sus Elementos de


Economía política, el siguiente cuadro del va-
lor de la moneda en diferentes años, dado por
M. Avenel en la Histoire des prix:
850 0
1375 3
1500 6
1600 2,50
1750 3
1890 1
Obsérvese que la caída es enorme de 1500 á
1600, y téngase presente que estas cifras son ci-
fras medias para toda Europa, así que si el valor
de la moneda era en España como uno, sería en
las demás naciones como 2 6 más.
_ . 47 —

proporción que el de las subsistencias, el


de los jornales y el de las primeras mate-
rias.
En efecto, según los datos que arriba c i -
tamos, el sustento de un estudiante y su
criado costaba doble en 1598 que en 1586
los jornales también habían doblado; las
vacas, ovejas, etc., habían subido de precio
en igual proporción; los trigos quizá en
proporción mayor, y las lanas habían más
que duplicado su precio, en tanto que la
vara de terciopelo sólo había subido de ?> 0
á 48 reales, la vara de paño de Segovia de
30 á 4-0, y los zapatos de 45 á 70.
Es decir, que la importancia de artículos
manufacturados del extranjero impedía la
elevación exorbitante de sus p r e c i o s , en
tanto que el mayor coste de los alimentos
obligaba á aumentar los salarios de los o p e -
rarios. L a competencia era, pues, imposi-
ble. España debía ver morir su industria,
agobiada además por tasas onerosas y por
otra infinidad de males.
Más que cuanto pudiéramos decir nos-
otros dice el cuadro de los artículos que
- 48 —

España importaba y de los que exportaba


á las demás naciones de Europa en el siglo
XVII.
H é aquí, según Colmeiro (1), cuáles eran
esos artículos:
Se importaban:
»De Portugal.—Vidriados, lienzos, azú-
car y especias.
»De Francia.—Paños finos, entrefinos y
ordinarios, lienzos, felpas, brocados, s o m -
breros, papel, impresiones, hilos, relojes, e s -
pejos, peines, botones, corchetes, alfileres,
bisutería y objetos menudos.
•¡>J)e Inglaterra. - - G a s a s , paños finos»
sargas, bayetas, lienzos y medias de estam-
bre y de telar.
»De Hamburgo.—Tejidos de todas cla-
ses.
»De Holanda.—Paños, lienzos de todas
clases, cables, pólvora y objetos menudos.
»De Genova.—Terciopelos, lienzos finos ;

papel, guantes y clavazón dorada.


»Z>e Veaecia.— Espejos, paños finos, ra-

(1) Historia de la Economía política, tomo II.


— 49 —

sos, brocados y telas de oro y de plata.


» D e Pisa, Laca y Florencia. - L o z a , ra-
sos, tafetanes, gasas, velos y damascos.
»De Milán.—Medias de punto, rasos,
brocados, telas de oro y de plata, terciope-
los y felpas.
»De Ñapóles, Menina, Dinamarca y
Suecia.—Medias de punto, tafetanes, ta-
pices, etc.»
A d e m á s , á nuestro país se importaban,
terminados por completo, bajeles, carrozas,
artillería y toda clase d e pertrechos de
g uerra.
En cambio España exportaba á todos
esos países vinos, granos, aguardientes,
aceites, pasas, h i g o s , limones, naranjas,
azúcar, azafrán, esparto, hierro en bruto
lana, lino en cerro, cáñamo, seda labrada y
en bruto, sosa, barrilla, ébano, zarzaparri-
lla, añil, palos tintóreos, perlas, esmeraldas,
drogas y especias, es decir, productos na-
turales, primeras materias y productos de
pas Indias Occidentales.
A cambio de esas mercancías y del oro
y la plata, los 800 6 1.000 navios ingleses,
- 50 —

holandeses y hamburgueses que arribaban


á nuestras playas, nos dejaban los produc-
tos de que se habla arriba, productos fa-
bricados con las mismas primeras materias
que se llevaban de nuestra patria. También
nos traían esos navios en el siglo xvnr
sombreros, abanicos, perfumes, polvos pa-
ra el pelo, pinturas, etc.
España, á su vez, exportaba á América
esos artículos manufacturados en cambio
de los cuales traía productos naturales de
aquel suelo y el codiciado oro y la plata.
L o s franceses hubieron, con razón, de
llamarnos en algún tiempo los indios de
Europa, porque con bujerías se llevaban
el oro de España.
La ruina de la industria se consumó , y
bien pronto comenzó á faltar en España el
numerario, que iba á las demás naciones en
pago de los géneros que nos enviaban.
A tal punto llegaron las cosas, que pu-
blicistas del siglo x v n y posteriores, es-
cribían párrafos tan expresivos c o m o los
que van á continuación (1):
(1) Colmeiro, E.de la Economía política, i. n.
— 51 —

«España es el puente por donde las ri-


quezas de las Indias desembocan en Eu-
ropa.»
«España es el paladar de Europa porque
gusta los metales preciosos; pero los demás
reinos de Europa son el estómago porque
se nutren de su sustancia.»
Y , por último, á principios del siglo pa-
sado, en sentir de la opinión general de
Europa, España era la potencia menos rica
en moneda, con ser la más rica en minas.
« S e gozan los tesoros de las flotas por
tan poco tiempo que humedecen el suelo
sin regarlo», dice otro autor citado por
Colmeiro.
¡A los dos meses de haber fondeado en
nuestras playas los galeones de América ya
no quedaba en España ni rastro de oro ó
plata!
En tanto, las demás naciones se enrique-
cían. Holanda llegó á ser la más rica, s i -
guiéndola Francia é Inglaterra, (pie aún
conserva en Europa la supremacía. Las c o -
lonias de esas naciones no les suministra-
ban el oro que había causado la ruina de
— 52 —

España; pero les daban primeras materias


para sus industrias y les consumían los
productos manufacturados, estimulando así
su actividad fabril y comercial.
vi
A la ruina de la industria siguió la d e -
cadencia del comercio. Animados por las
grandes ganancias que los españoles reali-
zaban en sus colonias de América, allí a c u -
dieron muchos contrabandistas que,no o b s -
tante las crueles penas que se les imponía,
en el caso de ser aprehendidos, realizaban
un comercio relativamente activo. L a s c o n -
tinuas guerras en que España se veía en-
vuelta, la falta casi absoluta de marina de
guerra, facilitaban ese comercio.
También le facilitaban las restricciones
impuestas por España al comercio con sus
demasiado extensas colonias.
L a población más importante hoy de t o -
da la América Meridional ha crecido y se
ha desarrollado por el contrabando.
«Contra las leyes españolas, contra la
— 54 —

fuerza puesta al servicio de sus leyes, c o n -


tra la moral que exigía su cumplimiento
Buenos Aires se desarrolló, á pesar de su
opresivo régimen colonial. El país se había
poblado de vacas, caballos y ovejas y nada
podía impedir que esas riquezas buscasen
y encontrasen empleo, al cortar la corriente
de hombres que tendía hacia ellas. España
pudo, pues, retener para sí todo el c o m e r -
cio de sus colonias en América, demasiado
grande para ella; pudo encerrarle en los e s -
trechos límites del comercio entre Cádiz y
Portovelo; privar á los extranjeros de todo
acceso legítimo á sus colonias en América,
trabar aun la inmigración de españoles en
éstas; llevar su exclusivismo hasta el pun-
to de discutir si, á los efectos del comercio
en Indias, los nacidos en España de padres
extranjeros eran españoles; pudo prohibir
que los colonos de América recibiesen c o n -
signaciones ni aun de España y que envia-
sen caudales para comprar artículos ni aun
ií España, porque se creía que con eso per-
judicarían á l o s comerciantes españoles;
pudo favorecer á Lima á costa de Buenos
— 55 —

Aires; pretender que ésta recibiera de aqué-


lla las mercancías europeas que necesita-
ba; prohibir que los metales preciosos del
interior llegasen á Buenos A i r e s ; impedir
que por este puerto entrase nada de lo que
debía entrar ni saliese nada de lo que d e -
bía salir; pudo arrancarlas viñas aquí plan-
tadas para que no so perjudicara el c o m e r -
cio de vinos de la península, y prohibir en
1799 la construcción de un muelle que se
había comenzado en Buenos Aires; con t o -
do eso no pudo impedir, sin embargo,que
se desarrollasen los gérmenes de vida e c o -
nómica que había en el país.
«Mientras Buenos Aires fué «una puerta
»que había que mantener cerrada» el c o n -
trabando fué el modo normal del comercio
de este país. Los portugueses se estable-
cieron al efecto en la otra orilla del río, y
España, que tenía ministros para dictar l e -
yes absurdas, tuvo felizmente también fun-
cionarios venales que las dejaran violar;
buques holandeses, ingleses y portugueses
llegaban al Plata, y de un m o d o (i otro sa-
caban los cueros y el sebo que la política
— 56 —

española quería estancar, sin que el c o m e r -


cio español fuera capaz de aprovechar-
los» (1).
Y esto que ocurría en Buenos Aires o c u -
rría en mayor ó menor escala en toda A m é -
rica.
Demás de esto, Inglaterra consiguió, en
uno de lo"s tratados de paz que con ella se
firmaron, arrancar á España el privilegio
de poder enviar un navio todos los años á
Puerto Cabello, y este privilegio fué en-
tendido de modo tan capcioso, que el navio
permanecía fondeado en el puerto, mien-
tras que otros iban á las colonias inglesas
á buscar nuevos géneros manufacturados
para reponer su cargamento.
L a falta de marina de guerra española
hizo también posible la formación de las
célebres compañías de filibusteros, alenta-
dos y protegidos por bajo de cuerda por el
rey de Francia.
Formaban éstos un verdadero ejército,

(1) La teoría científica de la historia en la po-


lítica argentina, Dr. Juan B. Justo.
— 57 —

organizado férreamente y resuelto á todo,


que se atrevía á atacar aun á ciudades de
importancia y que poseía barcos con los
cuales asaltaba los navios españoles, t o -
mándolos y ahorcando á sus tripulantes 6
dejándolos en tierra.
Con esta falta de seguridad y con tales
competidores, el comercio de España con
América, próspero y floreciente un tiempo,
siguió igual camino que la industria, á c u -
ya muerte había contribuido. E l comercio
de los galeones, que un día llegara á más
de 15.000 toneladas, en 1737 no pasaba
de 2.000.
VII

N o sólo se arruinaron la industria y el


comercio españoles con el descubrimiento
de América, sino que se despobló el terri-
torio y se despertó en España el mal dor-
mido espíritu aventurero.
España, al descubrir América, acababa
de conquistar su territorio. Siete siglos de
lucha ocasionaron hondas heridas que sólo
una larga paz puede curar, y esos siglos
crearon también hábitos de rapiña y de vida
aventurera que no podían desaparecer sin
un trabajo impuesto y continuado.
Por otra parte, medidas políticas de los
reyes que no hemos de juzgar aquí, contri-
buyeron á despoblar extraordinariamente
el territorio nacional, así que la población
de España era y es aún desmedrada.
América fué en cambio una sangría suel-
ta. P o c o después de su descubrimiento s ó -
— 60 —

lo los aventureros marchaban á ella, dis-


puestos á conquistar riquezas con la punta
de la espada; pero cuando las gentes vie-
ron que se realizaban fortunas colosales,
comenzó la emigración, calculándose á m e -
diados del siglo X V I I en 14.000 las perso-
nas que anualmente abandonaban á España.
Este número puede ser computado c o m o
más alto, pues la emigración sólo se auto-
rizaba mediante permisos especiales de no
muy fácil obtención.
Las trabas para abandonar el territorio
se salvaban fraudulentamente. L o s poliso-
nes y llovidos, como llamaban á las gentes
que se embarcaban sin previa autorización,
eran en mucho número, y llevaban á A m é -
rica no hábitos de trabajo, orden y e c o n o -
mía, sino espíritu de aventuras, sed inmo-
derada de riquezas.
« A c á los españoles no trabajan, hay mu-
chísimos pobres á quienes dar limosna y
muchísimos bellacos perdidos», escribía en
1636 Fernando de Vera, obispo de Cuzco.
L a facilidad con que muchas gentes se
labraron fortunas, la miseria que agobiaba
— 01 —

al pueblo en España y , como ya decimos»


la falta ó el poco arraigo de los hábitos de
trabajo y considerar éste c o m o cosa vil y
despreciable, alentaron esa emigración que,
juntamente con las interminables y desas-
trosas guerras y la expulsión de los judíos,
moros y moriscos, dejaron la población de
España, á fines del siglo x v n , reducida á
cuatro millones de habitantes.
L a emigración debió alcanzar p r o p o r c i o -
nes verdaderamente enormes. Para calcu-
lar cuál fuera ésta no hay más que ver la
inmensidad de las tierras pobladas por E s -
pañay saber que el español es hoy la lengua
natal de 67 millones de seres. Y cuenta
que el inglés, y aun el francés, han susti-
tuido al español en Jamaica, Luisiana, T e -
jas, California, L a F l o r i d a , Santo D o m i n -
g o , etc.
A l g o se quiso hacer para remedio de los
males que llevamos relatados, pero ya tar-
de y, por lo mismo, con fruto menor que el
esfuerzo desarrollado para alcanzarle.
Carlos I I I dio amplia libertad para c o -
merciar con A mérica, y á ella mandó g e n -
tes de gran capacidad para que estudiasen
las reformas que podrían introducirse en su
beneficio y en el de da Metrópoli. Las
reformas comenzaron a' plantearse, pero,
c o m o decimos, ya tarde. L a libertad de
comercio y el exquisito cuidado que á la
industria consagró ese r e y , produjeron su
renacimiento, con algunos alientos en B a r -
c e l o n a — q u e había estado sustraída al c o -
mercio directo con A m é r i c a , — c o n escasos
bríos en el resto del territorio.
Y a no era tiempo. L a industria y el c o -
mercio de España habían muerto. El terri-
torio se había agotado en tan colosal e x -
pansión, y c o m o digno final, el ejemplo de
los Estados U n i d o s , emancipándose con
nuestra ayuda, y el regatear reformas, o c a -
sionaron la emancipación de toda la A m é -
rica española. ¡ Y en este año hemos perdi-
do hasta la última pulgada de aquella tie-
rra que España sacó de lo desconocido y
pobló, pero también á la que explotó por
el hierro y el fuego!
El oro de América sólo males ha causa-
do en nuestra tierra.
«El Gobierno español—dice el citado
Flórez Estrarln,—disponiendo durante tres
siglos de los cuatro quintos del dinero que
circulaba en E u r o p a , no concluyó un sólo
canal de riego en un suelo en que la Natu-
raleza hubiera recompensado estos traba-
jos con mano más liberal que en nación al-
guna de Europa».
El oro de América nos arruinó, nos i m -
pidió hacernos laboriosos y, para colmo de
males, nos ayudó á sostener guerras sin fin
para imponer doquiera la fe católica y para
extender ó sostener el tiránico y feroz d o -
minio de nuestros reyes, atrayendo sobre
nuestras cabezas el odio del mundo entero.
El ha contribuido á darnos fama de faná-
ticos y crueles. ¡Así, aun hoy somos odia-
dos y maldecidos!
A cambio de unos pocos beneficios,
¡cuántos males no le ha acarreado á E s p a -
ña el haber descubierto á América!
L o s hombres de gobierno hubieran p o -
dido atenuar esos males, ya que no acabar
con ellos. Por desgracia, ni aun hoy mismo
ha tenido la burguesía española adminis-
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tradores capaces de conservarla los restos


de su colosal fortuna colonial.
Las leyes económicas, c o m o las natura-
les, son inexorables, y sólo con un perfec-
to conocimiento de ellas se pueden eludir
ó atenuar sus efectos. ¿Qué podían hacer
hombres que jamás han estudiado esas le-
yes?
Tremenda ha sido la lección, y la ense-
ñanza que de ella se desprende es que no
labra la prosperidad y la grandeza de un
pueblo quien blande una espada, sino quien
remueve las fecundas entrañas de la tierra
con el c o r v o arado. ¿Será perdida la lección
para los hombres políticos del actual régi-
men económico? T e m e m o s que sí: tememos
que sean los socialistas quienes hayan de
realizar, con la de redimir á la humanidad,
la tarea de hacer de España por el traba-
jo un país feliz y próspero.
OBRAS BEL MISMO AUTOR

Notas -para la historia de los mo-


dos de producción en España, 1,10
pesetas.

Guía práctica del compositor ti-


pográfico (en publicación), 15 cénti-
mos cuaderno.

Organización obrera (en prensa).

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