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PRÓLOGO

El pasado año 2020 Havi Carel fue invitada a inaugurar el año académico en la Cardiff Annual Lecture,
a invitación de la Royal Academy of Philosophy británica. La fenomenóloga dedicó su conferencia a la
fenomenología del distanciamiento social (“Phenomenology of Social Distancing”); el tema orbitó en
torno a la noción de la experiencia transformadora [transformative experience] que vinculó a la
pandemia de SARS-COV-2. Según Carel, la pandemia es transformadora en el sentido epistémico, en
tanto que descubre nuevas formas o grados de conocimiento que no estaban disponibles antes; pero
también lo es en el sentido personal, pues cambia los valores, las preferencias, los deseos, en suma,
la identidad de una (cfr también Carel y Kidd, 2020).

El sentido del trabajo de Martín Mercado Vásquez se inscribe en este marco al menos en un doble
sentido. Al acercarse de forma minuciosa y con una envidiable amplitud de miras a la situación de
crisis mundial que vivimos, describe una transformación, la transformación personal de quien padece
una enfermedad, pero también postula otra transformación cuando insiste en la necesidad de
incorporar un punto de vista más holístico y humanístico en las ciencias de la salud. La noción de la
persona, según este planteamiento, ha de ser el centro en torno al que gira la práctica médica, con
todo lo que esto conlleva para el modo de atención e investigación.

En primer lugar, la descripción de la transformación en la enfermedad. La enfermedad es una


experiencia que transforma la vida y en los análisis de este libro se ve claramente cómo no se limita a
ciertos síntomas, sino que cambia la forma de relacionarse con el mundo circundante y con los
demás. Afecta no solo el cuerpo, tal y como lo comprendemos comunmente, sino que permea todo
el contacto humano.

Justamente el cuerpo es el nexo en el que confluyen diversos momentos del análisis de la


enfermedad. Tras un amplio y erudito recorrido por las distintas nociones de la “persona” aterriza su
argumentación en la fenomenología, desde la que la dimensión carnal, todavía pre-personal,
prerreflexiva y prelingüística (la que abarca nuestras acciones en el mundo sin que medie la
reflexión), es el punto central del análisis. Rescatar esta dimensión contra las tendencias logicizantes
y logocéntricas es un gran mérito de este trabajo. El cuerpo se comprende aquí como Leib, siguiendo
en ello la tradición fenomenológica inaugurada por Edmund Husserl. En el despliegue de distintos
aspectos que forman nuestra entidad viva y carnal distingue diversos aspectos, sentidos, prácticos y
afectivos que no se reducen a unas sensaciones inconexas, sino que, por el contrario, nos abren al
mundo, creando atmósferas de sentido y resonancias con el mundo. Cuando este estar corporal en el
mundo se ve afectado por una molestia que puede ser puntual, pero que puede convertirse en un
estado prolongado de diversos grados de intensidad, nuestra apertura al mundo circundante se
transforma e incluso se rompe. En numerosos ejemplos de los pacientes que padecieron COVID- 19
este desajuste y cambio de relación con el mundo queda más que patente.

Para llevar a cabo este análisis, el filósofo se insipira en los autores de orientación fenomenológica,
sobre todo en Edmund Husserl, Maurice Merleau-Ponty, Hermann Schmitz y Thomas Fuchs, de
quienes es discípulo; pero es capaz, y en esto radica la enorme fecundidad y el valor filosófico del
libro, de poner en diálogo a sus autores centrales con una pléyade de autores, filósofos e
intelectuales para así robustecer su pensamiento. Se convierte, por tanto, en una reflexión actual y
sistemática en el campo de la filosofía de la enfermedad y filosofía de la medicina.
No obstante, el ser humano es una unidad anímico-espiritual (entiéndase el adjetivo espiritual como
traducción de geistig, calificativo que apunta más a la dimensión cultural del ser humano más que a
su relación con lo sobrenatural). Por lo tanto, en una segunda circunnavegación en torno al tema de
la enfermedad, aborda la cuestión en términos de una situación personal, siguiendo en ello
igualmente a la fenomenología y la hermenéutica contemporáneas. Esto no quiere decir
naturalmente que ambas dimensiones, la estrictamente anímica-corporal y la personal, estén
separadas y que exista una doblez drástica en el seno de lo humano. Más bien al contrario, todo su
análisis concluye en la ponderación de la dimensión existencial del ser humano en el que – según lo
veo – todos los aspectos confluyen en la concreción de la situación personal vivida.

Desentrañar todos los pormenores de las dimensiones afectiva, carnal, interpersonal y narrativa-
dramática sería duplicar el trabajo original llevado a cabo en las páginas que siguen. Pero sí se torna
necesario enfatizar el armonioso resultado de esta inquisición, fruto de las indagaciones del autor en
torno a la identidad personal. La experiencia de la enfermedad, desplegada ahora en la totalidad de
la vida personal, se concibe aquí como tensión entre la dimensión personal y pre-personal
(prerreflexiva) por un lado, y por el otro como lucha entre dos tendencias, la regresión y la
emancipación. De esta forma la enfermedad no es meramente una pasividad, sino toda una situación
dinámica, dramática, en la que la persona se esfuerza por sobrellevar o no dejarse llevar por la
adversidad. Esta lucha, tensión, no solo se desarrolla a nivel de la vivencia y narrativa personal; los
demás están necesariamente involucrados en ella. Este es otro mérito de esta investigación. Sin dejar
de criticar ciertos abusos de la teoría constructivista de la enfermedad, es capaz de ponderar sus
aportes, notablemente la importancia de las narrativas e imaginarios sociales en torno a la
enfermedad, pero los sitúa dentro de una teoría del sujeto. El magistral y ameno análisis de estos
aspectos brinda al menos dos cuestiones importantes sobre la relación entre el individuo y la
sociedad, cuestión que, en la pandemia, acontecimiento no solo epidemiológico, sino también
político y social, parecen más pertinentes que nunca. Por un lado, coloca las narrativas como
abstracciones de ciertas situaciones prácticas encarnadas. Esta observación permite comprender,
aunque en el libro encontraremos solo unas sugerencias al resopecto, el lugar de la cultura en la
teoría fenomenológica. Esta ciertamente es un sistema simbólico y textual, pero también tiene, y en
esto se ve una clara influencia de Husserl, un fuerte arraigo y últimamente su “origen” en la vida
intersubjetiva concreta, carnal. Esto explica por un lado la razón por la que los discursos y las
narrativas no son algo ajeno a la constitución de mi propio ser, sino que se integran en la narrativa
personal, e incluso, como sugiere Behnke (1997), se inscriben, a través de la educación por ejemplo,
en nuestro movimiento corporal: cómo nos movemos, cómo nos relacionamos con los demás, en
suma, como nos hacemos cuerpos (ib.), depende también de esta relación interpersonal. Por otra
parte, la constatación de estas relaciones le permite al autor sugerir una posibilidad que considero de
carácter ético: la de situar correctamente el lugar de las narrativas en su vida personal y, en
consecuencia, encontrar la posibilidad de una liberación de ciertas concepciones estigmatizantes. En
el caso de las enfermedades, en torno a las cuales tienden a acumularse narrativas cargadas
moralmente (pensemos en el estigma del SIDA o VIH, o prejuicios en torno a las enfermedades
mentales, o la figura del “irresponsable” que contagia con la covid), la comprensión del lugar de estas
cargas o acusaciones podría permitirle al paciente distanciarse de ellas y tomar control sobre sí
mismo.

Es aquí donde quisiera insistir en el segundo sentido de la transformación, profundamente ético, que
se desprende de la investigación de Mercado Vásquez. “Meras ciencias de hechos hacen meros seres
humanos de hechos”; en esta cita de Husserl, recogida en el texto, está implícito todo el potencial
ético-práctico de la fenomenología. La motivación de la fenomenología está últimamente ligada a la
redignificación de la noción del sujeto como constituyente del sentido; y los análisis husserlianos
tienen por objetivo la crítica – en el sentido filosófico de la palabra – de los presupuestos y teorías
que asumimos como ciertos, pero en los que el rol de la persona queda marginado en aras de la
objetividad, que no necesariamente es tal, puesto que excluye ciertas regiones, como valores o
actitudes, de su ámbito. Estas, sin embargo, no son menos reales por incluir la necesaria referencia a
la persona.

En este sentido, leo en la crítica con la que comienza este trabajo un fuerte compromiso ético. ¿Qué
lugar puede tener la filosofía de la persona en la medicina contemporánea? Si contemplamos la
medicina como investigación clínica, que opera ahora con el paradigma de la medicina basada en la
evidencia, descubrimos que solo en la base de esta, en el lugar de la evidencia ínfima, se encuentran
historias de casos y que en su cúspide se encuentran metaestudios que analizan resultados de
diversos ensayos controlados aleatorizados. Está fuera de lugar subestimar la eficacia de este
modelo. Nos ha permitido enormes avances en la medicina y la curación o tratamiento de
innumerables dolencias. No obstante, si nos detenemos en la medicina comprendida como práctica
médica, como aplicación de las evidencias a los casos concretos, y como encuentro entre el
profesional y el paciente, la persona vuelve a relucir. En este sentido trabajaron muchos
fenomenólogos (cfr Sveneaus, 2000) que se esforzaron por mostrar que la última meta de la
medicina es justamente el encuentro con vistas a la sanación. Desde luego, es una cuestión muy
presente en la ética de la práctica médica.

Si reflexionamos sobre la definición de la salud de la Organización Mundial de la Salud: “La salud es


un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia
de enfermedad”, nos daremos cuenta de la necesaria referencia a los factores personales que están
en juego para abordar esta cuestión. La noción del bienestar es vaga, también podría decirse que es
inoperativa en muchas enfermedades. Pero justamente es el lugar de incidencia de la reflexión
filosófica, sobre todo de una teoría que sea capaz de desentrañar las distintas dimensiones de la vida
personal y los valores que están en juego, para fundamentar decisiones terapéuticas tomadas no
solo para los pacientes, sino también con ellos.

Este es precisamente el postulado que veo desprenderse de esta rigurosa investigación, cuyo valor
filosófico y la amplitud de miras lo sitúan en el centro del debate mundial en el campo de las
llamadas humanidades médicas.

Dra. Agata Bąk,


Investigadora a Tiempo Completo
Centro de Investigación Multidisciplinaria en Educación, Universidad Autónoma del Estado de México
Toluca, 18 de abril de 2021.
Referencias:

Behnke, E. (1997). Ghost Gestures: Phenomenological Investigations of Bodily Micromovements and


Their Intercorporeal Implications. Human Studies, 20(2), 181-201

Carel, H, Kidds, I (2020). Expanding transformative experience. European Journal of Philosophy


Volume28, Issue1, 199-213

Svenaeus, F (1999). The Hermeneutics of Medicine and the Phenomenology of Health: Steps Towards
a Philosophy of Medical Practice. Nueva York: Springer.

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