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Antropología contra etnografía1

Tim Ingold, Universidad de Aberdeen

Resumen
La etnografía tiene como objetivo describir la vida tal como es vivida y experimentada
por un pueblo, en algún lugar, en algún momento. La antropología, por el contrario, es
una investigación sobre las condiciones y posibilidades de la vida humana en el mundo.
La antropología y la etnografía pueden tener mucho que aportar entre sí, pero sus metas
y objetivos son diferentes. La etnografía es un fin en sí mismo; no es un medio para fines
antropológicos. Además, la observación participante es una forma antropológica de
trabajar, no un método de recopilación de datos etnográficos. Estudiar antropología es
estudiar con la gente, no hacer estudios de ella; dicho estudio no es tanto etnográfico
como educativo. Una educación antropológica nos da los medios intelectuales para
especular sobre las condiciones de la vida humana en este mundo, sin que tengamos que
pretender que nuestros argumentos son destilaciones de la sabiduría práctica de aquellos
entre quienes hemos trabajado. Nuestro trabajo es mantener correspondencia con ellos,
no hablar por ellos. Solo reconociendo la naturaleza especulativa de la investigación
antropológica podemos hacer que se escuchen nuestras voces y comprometernos
adecuadamente con otras disciplinas. Y solo entonces podremos liderar el camino para
forjar las universidades del futuro.
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Permítanme decir, desde el principio, que no tengo nada en contra de la


etnografía. El objetivo de la etnografía, tal como yo la entiendo, es dar cuenta —
por escrito, en películas u otros medios gráficos— de la vida tal como la vive y
experimenta realmente un pueblo, en algún lugar, en algún momento. La buena
etnografía es sensible, matizada contextualmente, rica en detalles y, sobre todo,
fiel a lo que describe. Todas estas son cualidades admirables.

1Versión original: Ingold, Tim (2017) “Anthropology contra ethnography”. Hau: Journal of
Ethnographic Theory 7 (1): 21–26. DOI: http://dx.doi.org/10.14318/hau7.1.005. Traducida al
castellano usando la función de “Traducir Documentos” del Traductor de Google con fines
exclusivamente de lectura para clases universitarias.

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A lo que me opongo, entonces, no es a la etnografía como tal, sino a su
representación como el todo y el fin de la disciplina de la antropología. Creo que
esta reducción de la antropología dentro de la etnografía ha desviado a la
disciplina de su verdadero propósito; ha paralizado los esfuerzos antropológicos
por contribuir al debate sobre las grandes cuestiones de nuestro tiempo, y ha
comprometido su papel dentro de la academia. Es vital para el futuro de la
disciplina, sostengo, que dejemos de ser tan evasivos y aclaremos la diferencia
entre antropología y etnografía. Esto, por supuesto, significa tener claridad sobre
la definición y el propósito de la disciplina de la antropología.

Así que aquí está mi definición. La antropología, sostengo, es una investigación


generosa, abierta, comparativa y, sin embargo, crítica de las condiciones y
posibilidades de la vida humana en el único mundo en el que todos habitamos.
Es generosa porque presta atención y responde a lo que otras personas hacen y
dicen. En nuestras indagaciones recibimos de buen grado lo que se nos da en
lugar de buscar subterfugios para sacar lo que no, y nos esforzamos en devolver
lo que debemos a los demás para nuestra propia formación moral, intelectual y
práctica. Esto sucede, sobre todo, en la observación participante, y sobre esto
volveré. La antropología es abierta porque no buscamos soluciones finales sino
caminos a través de los cuales la vida pueda continuar. Estamos comprometidos
en este sentido con una vida sostenible, es decir, una forma de sostenibilidad que
no hace que el mundo sea sostenible para algunos mediante la exclusión de otros,
sino que tiene un lugar para todos y para todo. La antropología es comparativa
porque somos conscientes de que por cualquier camino que haya tomado la vida,
podría haber tomado otros caminos. Ningún camino está predeterminado como
el único que es “natural”. Por lo tanto, la pregunta, "¿por qué las cosas son de esta
manera en lugar de ésta otra manera?" está siempre en lo más alto de nuestras
mentes. Y la antropología es crítica porque no podemos contentarnos con las
cosas tal como son. Por consenso general, las formas de organizar la producción,
la distribución, el gobierno y el conocimiento que han dominado la era moderna
han llevado al mundo al borde de la catástrofe. Para encontrar formas de
continuar, necesitamos toda la ayuda que podamos obtener. Pero ninguna ciencia
especializada, ningún grupo indígena, ninguna doctrina o filosofía tiene ya la
clave del futuro, si tan solo pudiéramos encontrarla. Tenemos que hacer ese

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futuro juntos, para nosotros mismos, y esto solo se puede hacer a través del
diálogo. La antropología existe para expandir el alcance de este diálogo: para
hacer una conversación de la vida humana misma.

Si usted está de acuerdo con mi definición de antropología, creo que también


tendrá que estar de acuerdo en que sus objetivos y principios son completamente
diferentes de los de la etnografía. Como empresas, la antropología y la etnografía
pueden ser complementarias, pueden tener mucho que aportar entre sí, pero no
obstante son diferentes. Quiero dejar absolutamente claro, sin embargo, que no
veo esta diferencia en la forma en que fue planteada, en términos igualmente
intransigentes, por algunos de los padres fundadores de la antropología social, y
que todavía es sostenida por algunos hoy en día. El punto de vista de ellos era, y
es, que la etnografía es ideográfica, dedicada a la documentación de detalles
empíricos, y que la antropología es nomotética, dedicada a la generalización
comparativa y la búsqueda de regularidades parecidas a leyes en la conducta de
los asuntos humanos. La idea es que uno tiene primero que hacer su investigación
etnográfica y luego, en una etapa posterior, convertir su estudio en un caso de
comparación, colocado junto a otros estudios similares, con la esperanza de que
puedan surgir algunas generalidades viables. Cada vez que escucho la frase
“estudio de caso etnográfico”, inocentemente ensayada como si no tuviera ningún
problema, me estremezco en señal de protesta. Y cuando las personas
representadas en ese estudio son retratadas como si pertenecieran al etnógrafo
en persona, como en “los balineses de Geertz”, ¡mi mueca de dolor se convierte
en un grito! Nada es más degradante para el espíritu y el propósito de la
investigación etnográfica. A veces se me acusa de querer atacar la etnografía. Pero
mi objetivo es todo lo contrario. Es defender la etnografía contra aquellos que
reducirían las vidas de otras personas a “casos”, y que ven en la etnografía no un
fin digno en sí mismo sino simplemente un medio para el fin de la generalización
antropológica. Quiero defender la etnografía de aquellos que la verían como un
método. Por supuesto, como cualquier esfuerzo artesanal, la etnografía tiene sus
métodos, sus reglas generales, sus formas de trabajar, pero no es un método.

Esto me lleva de vuelta a la observación participante. Ya mencioné que la


observación participante es clave para la práctica de la antropología y respalda la

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generosidad de su enfoque para atender y responder. Es una forma, como me
gustaría decirlo, de corresponder con la gente. Pero también quiero insistir en
que la observación participante y la etnografía no son lo mismo. La idea misma
del “trabajo de campo etnográfico” perpetúa la noción de que lo que se está
haciendo en el campo es recopilar material sobre las personas y sus vidas. O,
como forma de pulir sus credenciales en ciencias sociales, que se está recogiendo
“datos cualitativos”, que posteriormente obtendrá, analizará y redactará. Es por
eso que la observación participante se describe con tanta frecuencia en los libros
de texto como un método de recopilación de datos. Y es por eso que se ha
derramado tanta tinta sobre los dilemas prácticos y éticos de combinar la
participación y la observación, como si apuntaran en direcciones diferentes. Hay
algo profundamente preocupante, como todos sabemos, en acercarse a personas,
aparentemente de buena fe, para luego simplemente darles la espalda y que
nuestro estudio se convierta en un estudio sobre ellos, y que ellos se conviertan
en un caso. Pero realmente no hay contradicción entre participación y
observación; de hecho, simplemente no puedes tener uno sin el otro. El gran error
es confundir la observación con la objetivación. Observar no es, en sí mismo,
objetivar. Es notar lo que la gente dice y hace, observar y escuchar, y responder a
través de tu propia práctica. Es decir, la observación es una forma de participar
atentamente, y por ello es una forma de aprender. Como antropólogos, es lo que
hacemos y lo que experimentamos. Y lo hacemos y lo experimentamos por
reconocimiento de que dependemos de los demás para nuestra propia educación
práctica y moral. La observación participante, en definitiva, no es una técnica de
recolección de datos sino un compromiso ontológico. Y ese compromiso es
fundamental para la disciplina de la antropología.

Aquí es de suma importancia la distinción que las pequeñas palabras “sobre” y


“con” generan en los tipos de trabajos realizados. Es sobre la que convierte a la
observación en objetivación, poniendo el foco en los seres y cosas que demandan
nuestra atención y convirtiéndolos en temas específicos de indagación. Así,
obtenemos la antropología de esto o de aquello. Pero practicar la antropología, tal
como yo la entiendo, significa estudiar con personas, no hacer estudios sobre
ellas, tal como podríamos estudiar con nuestros profesores en la universidad. Lo
hacemos para que podamos crecer en sabiduría y madurez, en nuestros poderes

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de observación, razón y pensamiento crítico, con la esperanza y la expectativa de
que podemos aplicar estos poderes a cualquier problema que podamos abordar
en el futuro. Por eso la observación participante debe entenderse, en primer
lugar, no como etnográfica sino como educativa. Es una forma de aprender, y
ese aprendizaje, como bien sabemos, puede ser transformador.

Esto conlleva una implicación crítica. Un etnógrafo puede razonablemente


sentirse limitado sobre lo que puede escribir debido a los requisitos de la fidelidad
descriptiva. No puede escribir cualquier cosa, y lo que escriba debe estar
justificado por la afirmación de que es una representación, interpretación o
análisis justos de lo que los sujetos de su investigación hacen, dicen o piensan.
Tampoco puedo escribir cualquier cosa como antropólogo. Pero en lo que
escribo, al menos puedo defender lo que considero verdadero, o lo más cercano a
la verdad que pueda alcanzar, a la luz de mis lecturas, las conversaciones que he
tenido y mi propia reflexión crítica. La antropología debe ser especulativa, y yo
quisiera apreciar y proteger la libertad intelectual que tengo como antropólogo,
para especular sobre las condiciones y posibilidades de la vida humana en este
mundo. Por supuesto, debo estar preparado para respaldar mi posición con
razones, argumentos y pruebas. Pero no debería tener que validarlo fingiendo que
los argumentos que estoy presentando y que trato de defender son en realidad
destilaciones de las opiniones de las personas entre las que he trabajado y
estudiado. De hecho, podría estar profundamente en desacuerdo con ellos. La
observación participante puede ser incómoda, y ciertamente no tenemos que
entrar en ella pensando que todo lo que la gente nos dice es verdad o maravilloso.
Pueden hacer o decir cosas que nos parezcan horribles o abominables. Nuestra
tarea, entonces, no es enmascarar este aborrecimiento con un velo de simpatía, o
presentar un relato higienizado artificialmente de sus palabras y hechos, sino
discrepar directamente de ellos. Pues al abordar las razones por las que nos
sentimos como nos sentimos, podemos crecer en sabiduría y agregar fuerza y
rigor a nuestros propios argumentos.

Creo que debemos exigir el derecho a hablar con voz propia, y a decir lo que
pensamos a partir de nuestras indagaciones, independientemente de que
concuerde con el pensamiento de nuestros interlocutores. Puede que hayamos

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aprendido a partir de lo que nos han dicho, pero como antropólogos más que
como etnógrafos no es nuestro trabajo reflejarlo. Al igual que los practicantes de
cualquier otra disciplina, debemos estar preparados para hablar con nuestras
propias voces y no escondernos detrás de las voces de los demás. Si no lo
hacemos, nos encontraremos excluidos de los grandes debates de nuestro tiempo
-debates sobre cómo debemos vivir- o descubriremos que se nos convoca sólo
cuando se requiere que proporcionemos material para que otros lo manipulen
como quieran. Y como sabemos muy bien, hay muchos otros de mentalidad más
estrecha, intolerante o fundamentalista que están demasiado dispuestos a llenar
el vacío. Los antropólogos tenemos cosas tremendamente importantes que decir,
y necesitamos estar ahí para decirlas. Pero sólo podemos hacer sentir nuestra
presencia abandonando la pretensión de que tenemos autoridad para hablar sólo
como etnógrafos y, por lo tanto, que no tenemos nada que decir por nosotros
mismos.

La antropología, tal como la he presentado, es fundamentalmente una disciplina


especulativa. Es afín a la filosofía en ese sentido, pero difiere de la filosofía (al
menos tal como la practican la mayoría de los filósofos profesionales) en que
filosofa en el mundo, en conversaciones con sus diversos habitantes más que en
arcanas reflexiones sobre un canon literario ya establecido. Por esa razón, creo
que podemos hacer filosofía mejor que la mayoría de los filósofos quienes, en su
mayor parte, parecen estar crónicamente fuera de contacto con la vida y adictos
a los experimentos mentales con poca influencia en el mundo. Pero una vez más,
esta ambición especulativa distingue a la antropología de la etnografía. Al mismo
tiempo, abre a la antropología hacia muchas otras formas de investigar, por
ejemplo, a través del arte, el diseño, el teatro, la danza y la música, sin mencionar
la arquitectura, la arqueología y la historia comparada. La colaboración
interdisciplinaria exitosa con campos como estos depende precisamente del
reconocimiento de que lo que estamos haciendo no es etnografía. Por ejemplo,
mientras que la etnografía se combina muy bien con la historia del arte, los
intentos de combinar la etnografía con la práctica del arte generalmente
conducen a un mal arte y una mala etnografía, comprometiendo no solo el
compromiso del etnógrafo con la fidelidad descriptiva, sino también la
interrogación experimental e intervencionista del arte. Pero una antropología que

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es experimental e interrogativa puede combinarse con la práctica del arte de
maneras muy productivas. Algo crucial tanto para la antropología como para la
práctica del arte, y que las distingue tanto de la etnografía como de la historia del
arte, es que no se trata de comprender las acciones y las obras incrustándolas en
un contexto, o de dar cuenta de ellas, marcarlas y colocarlas en su lugar a
descansar, sino de ponerlas sobre la mesa para que podamos dirigirnos hacia ellas
y responderles directamente.

Quiero concluir con una palabra sobre el futuro de la antropología en relación con
el futuro de la universidad. La antropología es una disciplina universitaria y no
sobreviviría sin los puertos que las universidades le proporcionan para atracar.
Lo que está sucediendo actualmente en las universidades, por lo tanto, puede
fortalecer o quebrar a la disciplina. Actualmente, las universidades están
sucumbiendo al neoliberalismo corporativo y la antropología está en una
situación difícil. Corremos el riesgo de hundirnos con todo el barco. Creo que
debemos luchar por el futuro de las universidades como lugares de tolerancia,
sabiduría y humanidad, donde las ideas importan y donde las personas de todas
las naciones pueden reunirse pacíficamente para debatir estas ideas. Pero
también pienso en esto como el futuro de la antropología. Así que mi visión del
futuro de la antropología es también mi visión del futuro de la universidad, y la
antropología debe estar en el centro de ella. Pero sólo lograremos asegurar un
futuro para la antropología dentro de la universidad venidera si rompemos, de
una vez por todas, con la reducción de la antropología a una acumulación de
estudios de casos etnográficos.

Tim Ingold es catedrático de Antropología Social en la Universidad de Aberdeen.
Ha llevado a cabo trabajo de campo entre saami y finlandeses en Laponia, y ha
escrito sobre medio ambiente, tecnología y organización social en el norte
circumpolar, sobre animales en la sociedad humana y sobre ecología humana y
teoría evolutiva. Su trabajo más reciente explora la percepción ambiental y la
práctica especializada. Los intereses actuales de Ingold se encuentran en la
interfaz entre la antropología, la arqueología, el arte y la arquitectura. Entre sus
libros recientes se encuentran La percepción del entorno (2000), Líneas (2007),
Estar vivo (2011), Hacer (2013) y La vida de las líneas (2015).

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