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OTRA

MIRADA AL PASADO PARA SEGUIR


ADELANTE

50 AÑOS DE PSICOLOGIA APLICADA

CONSTELACIONES, ABRAZOS, ACUERDOS
FAMILIARES Y MUCHO MÁS.























Doctora Rosa Döring Hermosillo











Cuarta edición, agosto de 2013
© Rosa Döring Hermosillo
© Grupo Editorial
Rosa Döring H.
Imagen de portada
Dr. José Luis González
Fotografía de solapa
Aldo González Döring
Diseño de portada
Julio César Vázquez Moreno
ISBN
Impreso y hecho en México
Printed and bound in Mexico


ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS .................... 5
PRÓLOGOS Y PREFACIOS .................... 6
INTRODUCCIÓN. .................. 13



CAPÍTULO I
El origen de este libro ..................14



CAPÍTULO II
Algo de mi vida
Los libros. ..................19
Mis principales casas ..................22
Algunos viajes ..................33



CAPÍTULO III
Situaciones fundamentales e irrepetibles
Nacimientos ..................46
El adiós a mis padres ..................50
Eventos extraordinarios .................. 54
La resistencia y el final de José Luis ..................62



CAPÍTULO IV
Notas introductorias a las técnicas de Abrazo de Contención y
Constelaciones Familiares
Abrazo de Contención. ..................71
Efectos de las Constelaciones Familiares ..................72



CAPÍTULO V
Experiencias clínicas
Suicidios. .................79
Mis grandes dificultades con el tabaquismo. ..................81
Grupos terapéuticos atípicos. ..................82
Grupo para viudas. .................. 92
Los sismos de 1985 en el Distrito Federal. .................. 97

CAPITULO VI
Biodescodificación. .................115
Bibliografía. .................121



CAPÍTULO VII
Constelaciones Familiares. .................122



CAPÍTULO VIII
Acuerdos sobre la Colchoneta. ..................169
GLOSARIO. ..................179
BIBLIOGRAFÍA. ..................185

AGRADECIMIENTOS

Agradezco especialmente a los hombres y mujeres con quienes tanto he
compartido y aprendido a lo largo de mi experiencia clínica. A todos los
maestros que he tenido en mi vida, incluyendo a los malos profesores, que me
enseñaron lo que no se debe hacer. A la Asociación Mexicana de Psicoterapia
Analítica de Grupo (AMPAG) donde me formé como terapeuta de grupo y la que
me permitió practicar innovaciones durante más de 30 años.
Doy gracias a todas las instituciones que me han tenido confianza dándome
oportunidad de trabajar con diversos grupos. A todos los pacientes que han
compartido conmigo su intimidad, especialmente a los que habían tenido
intentos de suicidio y que no los repitieron mientras trabajamos juntos.
Ofrezco disculpas a todos los coterapeutas con los que he trabajado y han
tolerado mis respuestas impulsivas, mi imposibilidad de planear las cosas y mis
aceleres en situaciones en las que, tal vez, esperaban de mí calma y tolerancia.
Reconozco a los miles de participantes en los talleres de Constelaciones
Familiares que he impartido en los distintos lugares de México y del extranjero,
porque con su calidez y energía me he sentido enormemente satisfecha y
valorada.
Agradezco especialmente a Roberto Donadi y a mis hermanas Ma. Teresa y
Erika Döring, a mis hijos Aldo González Döring y a Adriana Díaz-Berrio
Döring, quienes leyeron pacientemente alguna versión de este trabajo, aportaron
sugerencias para mejorar la redacción y hacer más comprensible y amena su
lectura. Agradezco también los comentarios y confrontaciones que me hicieron
la terapeuta Adela Márquez Ponce y el Dr. Jan Cornelius Schulz.
Tengo gran aprecio por mis alumnos pues su interés, confianza, ahínco y
curiosidad me han acompañado y respaldado para continuar en constante estudio
y preparación junto con ellos.
Reconozco la paciencia de Natalia y Esteban Lara Díaz-Berrio por
ayudarme a mejorar el manejo de la computadora. Estimo de manera especial a
todos los que se sentaron en la silla vacía junto a mí y pidieron hacer su propia
Constelación. Esto lo considero un acto de valentía, ya que quien así lo solicita
queda expuesto a develar situaciones personales, íntimas y a menudo muy
dolorosas. Finalmente, hago un reconocimiento a Ingala Robl, mi maestra en
Sowelu, donde estudié Constelaciones Familiares, por el apoyo que siempre me
ha brindado. Profundamente doy gracias a la vida, que pronto me indicó con
certeza cuál era mi vocación.
Aprovecho esta 4ª. edición para comentar que he disfrutado los diálogos por
teléfono y por correo electrónico con algunos lectores de las ediciones
anteriores.
PRÓLOGO
El estilo personal de trabajar


Rosa es un fenómeno de la naturaleza, un magma de energía en ebullición.
Por eso lo que más le atrajo de la práctica psicoterapéutica fueron las
intervenciones intensivas, donde ella podía desplegar lo mejor de sí misma y
donde su energía inagotable le permitía resistir, sin problemas, las intensas
demandas de ese tipo de dispositivos.
Con José Luis hizo, por años, los grupos intensivos —psicoanalíticos y
psicodramáticos— de fin de semana que entonces se denominaban, como
resabio de las experiencias de Grupos T, “laboratorios de relaciones humanas”, a
los que años después agregaron los “laboratorios de parejas.”
Rosa solía describirse como una “tallerista” y buscaba ubicarse en ese tipo
de práctica difícil de conseguir con frecuencia para quien trabaja en el
psicoanálisis de largo plazo.
Creo que por eso, cuando conoció el enfoque de las Constelaciones
Familiares, se sintió verdaderamente realizada: un enfoque intensivo donde
puede conjuntar no sólo lo postulado por Bert Hellinger, sino sus conocimientos
psicodramáticos, psicoanalíticos, de sexología, de adicciones y de sistemas
familiares, campos todos donde su inquietud y curiosidad la han llevado a
abrevar. Estos conocimientos adicionales hacen que sus intervenciones tengan un
nivel de recursos más amplio y profundo que las de aquellos que sólo siguen la
metodología específica.
Lo que a cualquier otro –a mí, por ejemplo– le agobiaría, como viajar
constantemente, trabajar tiempos largos e intensivos en pocos días, con
frecuencia en fin de semana, a ella le resulta no sólo entretenido, sino
apasionante. Nunca antes la había visto tan feliz con su práctica profesional.
El libro, en consecuencia, refleja a la autora donde vida y obra (de labor
psicoterapéutica en este caso) se convierten en un todo indisoluble que se
explican uno al otro: el estilo personal y el estilo y vocación de trabajo.
La escritura es, también, su fiel reflejo: un estilo llano, directo, conciso y
ameno, lo mismo en los capítulos vivenciales que en los capítulos teóricos,
donde se aprecia un gran esfuerzo para hacerlos claros y sencillos.
Por eso este es un texto excepcional, con una peculiar mezcla de géneros y
estilos: biográfico y profesional, ameno y profundo. El resto queda a cargo de la
comunicación entre el lector y la autora.





Mario Campuzano,
San José de la Montaña, enero de 2007

PREFACIO

En este libro, Rosa nos abre la puerta de su vida y nos permite
conocerla, lo que es muy valiente de su parte. Yo creo que no todas las personas
nos atrevemos a decir: “Mira, esta soy yo, conóceme.” Ella es una de las mujeres
que admiro porque tiene una gran fuerza, mucho empuje, ¡una energía
impresionante!, ¡quién sabe de dónde la saca! Hasta he pensado que tiene por ahí
una fuente secreta de energía; es algo que le brota, le surge, le emana y la
mantiene activa todo el tiempo. Además, tiene una enorme sensibilidad; es
tierna, a su manera; suele decir las cosas como van, pero de igual forma se atreve
a luchar por sus metas y sus sueños.
Yo tuve la fortuna de trabajar con ella durante nueve años en el grupo
de terapia sexual. Durante las sesiones hacíamos ejercicios corporales: de
relajación, fantasías dirigidas, ejercicios de tai chi. Trabajamos con distintos
materiales, y los pacientes se relajaban, se sentían libres y tranquilos para
exponer los distintos temas que deseaban tratar. Habría que aclarar que no era un
trabajo descontextualizado del resto de la vida, sino un trabajo en el que lo
sexual se iba hilvanando con otras experiencias de vida.
Utilizamos una serie de técnicas conductuales, humanistas,
psicoanalíticas, corporales ya que las terapeutas teníamos diferentes formaciones
en educación sexual, terapia sexual, terapia de pareja, psicoterapia corporal,
psicoterapia de grupo y psicoterapia analítica, y en todas ellas Rosa tenía amplia
experiencia.
Rosa Döring es una mujer que vive con intensidad, que apoya mucho a los
demás, es una gran amiga y maestra, a quien yo tengo mucho que agradecerle
por todo lo que me ha permitido aprender de ella.






R. Isabel Hernández Cruz
Maestra en Psicología y terapeuta sexual
PRÓLOGO


Después de leer el libro de Rosa me surgen varias preguntas: ¿Por qué
transmitimos? ¿Qué transmitimos? ¿Cómo transmitimos y en qué transmitimos?
Rosa Montero, en la edición del 26 de octubre de 1999 de El País
escribe: “Ahora, en estos finales del milenio, la solidez y la seguridad se han
acabado. Todas las certezas se nos han hecho añicos, desde la fe en Dios hasta la
confianza en el progreso, desde la propia identidad hasta el amor. En un mundo
tan fragmentario y azaroso ni siquiera los inmuebles más enormes se asientan
con rotundidad sobre sus cimientos.”
Este contexto inseguro se caracteriza por tres aspectos fundamentales:
la desinstitucionalización, la transicionalidad cultural y la fragmentación social.
Y es en este momento crítico cuando emerge la cuestión de la transmisión y la
necesidad del ser humano de darse una representación de la crisis, momento en
que entre las generaciones se instaura la incertidumbre sobre los vínculos, los
valores, los saberes a transmitir y, sobre todo, los destinatarios de la herencia.
Se menciona que como consecuencia de la situación actual nos
encontramos en una crisis de transmisión psíquica. Crisis que se entiende como
una serie de mutaciones en los procesos de transmisión psíquica, social y
cultural que ocasionan fracturas que traen como resultado nuevas patologías
asociadas a perturbaciones graves de la transmisión del vínculo. Son casos en los
que falta o es deficiente el trabajo de transmisión y de reapropiación de la
herencia de las generaciones precedentes. La falta de transmisión generacional
se hace patente en la adolescencia, donde se vuelve a hacer una revisión del
contrato narcisista y a partir de allí el joven adulto podrá ser inscrito
simbólicamente de una manera nueva en el parentesco.
Sin embargo, el problema de la transmisión psíquica no es un tema
nuevo. Freud, en Tótem y Tabú y en Introducción al Narcisismo, se interrogaba
acerca de la transmisión de las patologías entre las generaciones. Mencionaba
que ninguna generación es capaz de ocultar a la que sigue sus procesos anímicos
de mayor sustantividad.
Yo pienso que en las cuestiones de la transmisión psíquica nada se
pierde: todo se transforma y se transmite; de hecho, hay en el hombre una
pulsión por transmitir, e incluso estamos condenados a transmitir.
La cultura y el imaginario aseguran la continuidad de generación en
generación; el deseo de transmitir es un deseo inconsciente, que a la vez que nos
pertenece nos es ajeno porque se guarda en esa parte desconocida del ser
humano.
La presión por transmitir es condición de la humanidad; es condición
de imperfección y de amor a la progenie, que no gobierna lo que a los hijos se
entrega; forma parte de la lucha por la conservación de la especie y el deseo de
trascender la propia existencia en el otro. Con esto podemos afirmar que la
transmisión nos pisa los talones. Cuando somos padres hay algo que se va de
nosotros para aposentarse en el hijo, que será portador de un legado en torno al
cual organizará buena parte de su existencia.
La historia posee un tiempo cronológico y un tiempo psíquico y es éste
el que sigue presente a través de las generaciones. Por medio de la memoria, los
antepasados nos legan un reordenamiento y una retranscripción. ¿Que se
transfiere y se transmite de un espacio psíquico a otro? Esencialmente
configuraciones de objetos psíquicos (afectos, representaciones, fantasías), es
decir, objetos provistos de sus enlaces y que incluyen sistemas de relación de
objeto.
Cuando una generación no puede recordar o establecer nexos y
causalidades, transmite como herencia a las generaciones siguientes esa fisura o
brecha. Todo aquello desestimado por una generación se constituye en un
criptograma, es decir, en un lenguaje cifrado inaccesible al yo y que al no
poderse elaborar, pasa tal cual a la generación siguiente. Se produce así una
transmisión del trauma, o sea, de excesos de emociones que buscan ser
cualificados, simbolizados y, en tanto esto no se logra, encuentran otras vías de
expresión, por ejemplo el acting out, las accidento filias, las enfermedades
psicosomáticas, las adicciones o los trastornos alimentarios.
Cuando una familia pierde el marco de la diferencia entre las
generaciones, se la verá oscilar posiblemente en la violencia, que puede ser el
elemento que se transmite en una cadena generacional hasta que un miembro
pueda elaborar y simbolizar las acciones para poder transmitir otra cosa.
¿Cómo se da la transmisión psíquica? Existen diversos modos de
transmisión de las historias y de las memorias: la memoria corporal, la memoria
sensorial, la memoria cinética en imágenes y en palabras y, sobre todo, la
memoria de la especie, que es innata, de carácter filogenético e instintivo, la
menos entendida y la más criticada. Estas memorias se transmiten a través del
psiquismo fetal, del cuerpo a través de la sensorialidad, en acciones, en
percepciones visuales, en representaciones-palabra y en el imaginario. Pero
también hay una memoria de agujeros representacionales que promueven la no
inscripción, la desligazón, el “vaciado” de recuerdos (una memoria del no
pensamiento, en términos de Bión). Lo que me queda bastante claro es que se
transmite mucho más de lo que se dice y de lo que se quiere transmitir.
De lo que se trata, entonces, es que para los padres los acontecimientos
traumáticos se tornen innombrables, que los hijos convivan con el clivaje de los
padres y que para los nietos los acontecimientos sean impensables e ignoren la
existencia de un secreto que pesa sobre un traumatismo no superado. En este
sentido, la tarea a la que el hijo se verá abocado será la de traicionar esa parte del
legado que lo esclaviza, trabajo ante el que nadie debería permanecer indiferente.
De ahí en adelante el hijo habrá de conquistar su singularidad como ser humano:
su obra más lograda.
La comprensión de los fenómenos patológicos de transmisión psíquica
nos lleva a implementar estrategias de intervención como las Constelaciones
Familiares, que permitan restituir la funcionalidad del psiquismo a partir de la
elaboración de lo que no se dijo. Döring escribe: “A menudo se descubre que el
cliente tiene en su vida lealtades invisibles o alianzas inconscientes hacia algún
miembro que vivió hace tres o cuatro generaciones.”
Los fenómenos que se reactivan en las Constelaciones Familiares son la
identificación y la identificación proyectiva, que son la base de la transmisión
psíquica entre las generaciones. Se trabaja con representantes que expresan los
sentimientos y sensaciones del familiar aludido así como los acontecimientos
impensables e innombrables.
Los representantes encarnan sentimientos suspendidos basados en la
esencia de las relaciones que perciben tener con los representados; saben y
sienten con una cualidad de atemporalidad que es característica del alma misma.
A veces se piensa que en las Constelaciones se dan fenómenos de adivinación.
Esto no es así, los fenómenos que se reproducen son la identificación proyectiva
y la transmisión del pensamiento. Para J.L. Moreno, este fenómeno se llama
“telé”; para otros es simplemente empatía.





Maestra Martha López Reyes
Miembro pleno de AMPAG

PREFACIO


Actualmente existen varias teorías sobre las relaciones familiares,
desde las transgeneracionales hasta las del hiperpresentismo, el aquí y ahora; es
decir, las que toman en cuenta las transmisiones de mitos, presencias, legados,
pago de cuentas, hasta las que sólo hablan del hoy, el instante, y lo único que
tengo ahora es la incertidumbre del futuro. Es así como aparecen Bowen,
Böszörmenyi-Nagy, Weber, Stierlin y White. Cabe hacer mención especial de
Bert Hellinger, con su experiencia mística, su enorme sensibilidad y sus diversos
aprendizajes interculturales que logran generar, con una inspiración holográfica
y cuántica, las nuevas Constelaciones Familiares. Son esas las que Rosa practica
ahora con sabiduría y pericia.
No contenta con ello, nos obsequia esta bella edición en la que
entreteje magistralmente otras técnicas como la del Abrazo de Contención, las
grupales, su experiencia como constelante y como consteladora, con su propia
vida trashumante, académica y cultural que le ha dado ese tono bricolage que la
caracteriza.
Para mí, Rosa ha sido un ejemplo a seguir. La recuerdo al principio de
la carrera de Psicología, en la UNAM siempre a la vanguardia, arrogante,
cuestionadora y activa; en los sismos: decidida, comprometida y humana; en los
viajes: compartida, sociable, sorpresiva, sorprendente desde que fuimos a la
Universidad de Texas en Austin. Recuerdos, reflexiones y muchas cosas más nos
mueve este libro pues ahí aparece ella como hija, mujer, madre, amiga, pareja y
terapeuta. Un ser completo en sus emociones, anhelos y realizaciones.
En cuanto a la técnica de las Constelaciones, aporta el aspecto
didáctico pues categoriza y ordena aspectos claves del trabajo, aclara y define
conceptos en su glosario que nos ofrece al final. Por eso, este puede ser un libro
de texto para los entrenamientos de consteladores.
Volviendo a ella, a pesar de conocerla en su prisa y el “acelere” que
dice tener, se nota que para este libro tuvo el cuidado de ir construyéndolo con su
impecable estilo, aunque se le nota la prisa por comunicar y compartir todo lo
que ha vivido en su vida, incluyendo a sus parejas y las familias que ha formado.
Se las ingenia para hablar de todo, organizando el material de modo que cuando
uno empieza este libro es imposible dejarlo. ¡Qué bueno que tenemos Rosa para
rato!



Dra. Emma Espejel
Presidenta de la
Asociación Mexicana de Terapia Familiar
PREFACIO

Sin haber encontrado todavía una clara diferencia entre un prefacio y
un prólogo, escribo estas líneas para presentar la 4ta. edición de este libro, cuyas
versiones anteriores fueron recibidas con tanto éxito en México y en el
extranjero.
La autora, en su incesante búsqueda de nuevas técnicas que le faciliten
cada vez más el acceso a las complejidades de la psique humana, las causas de
los traumas y conflictos que todos cargamos en nuestro interior y sus
manifestaciones psicosomáticas, nos guía ahora por una disciplina que acaba de
estudiar y que, sin duda, aplicará con el mismo profesionalismo e intensidad con
que emplea las otras herramientas de su arsenal para combatir los trastornos que
aquejan a sus pacientes.
Añade, además, otros hitos de su apasionante biografía, notas de sus
viajes más recientes, percepciones de sus relaciones humanas y un vivo retrato
de su valor como ser humano, profesionista y amiga.
Rosa sigue y seguirá sorprendiéndonos con su dinamismo, su entrega y
su constante inquietud por descubrir técnicas y teorías que ha de poner en
práctica, imprimiéndoles su toque personal y cosechando los frutos de su labor
profesional.









Roberto I. Donadi
Paciente corrector de estilo a pedido de la autora
Paciente terapéutico de la Dra. Döring
Amigo paciente de Rosa
INTRODUCCIÓN

Este es un libro que me vi impulsada a escribir. Como dicen algunos
autores, me fue imposible desatender el deseo de hacerlo. La constante revisión,
reflexión y cuestionamiento de mí misma constituyen parte medular de mi
desarrollo personal e intelectual y especialmente el ocurrido a lo largo de mi
formación en las técnicas terapéuticas de Abrazo de Contención y
Constelaciones Familiares. Pretendo plasmar y comunicar en este ensayo los
aspectos más relevantes del camino que hasta ahora he recorrido. El texto fue
escrito con el corazón y con la cabeza. Cada capítulo constituye un todo en sí
mismo, contiene su propio orden cronológico, y puede leerse de manera
independiente, de acuerdo con el interés del lector.
Los primeros capítulos hacen referencia a experiencias familiares e íntimas
que comparto porque han marcado mi existencia y señalado la dirección que
seguí en mi vida personal y profesional.
En el capítulo I explico cómo nació en mí la idea de hacer este escrito. El
capítulo II y III comparto algo de mi biografía, relato distintos acontecimientos
más o menos relevantes que fueron situaciones formativas e importantes para
mí. El capítulo IV da cuenta, brevemente, de lo trabajado en Abrazos de
Contención y en Constelaciones Familiares, así como los resultados obtenidos
con estas técnicas. En el capítulo V comparto experiencias clínicas y una
crónica de mis experiencias vivenciales posteriores a las tragedias sufridas por
miles de mexicanos con el temblor de 1985. En el capítulo VI hago una
introducción sobre la Biodescodificación. En el capítulo VII profundizo en la
filosofía y teoría de las Constelaciones Familiares. Para todos los curiosos e
interesados en la comprensión de las emociones, conductas y relaciones
humanas facilitará el conocimiento del ser humano, comprendido como una
parte de su sistema familiar.
Es mi deseo que este trabajo resulte útil a quienes se interesen en el mundo
de la Psicología. Este libro también es un intento por conceptualizar las bases
que sustentan este abordaje terapéutico de Constelaciones Familiares. Incluyo
observaciones y recomendaciones, producto de mi práctica profesional, aunadas
a lo aprendido de los grandes profesores de cuyas enseñanzas me he beneficiado
durante mi formación y a quienes por este conducto reitero, una vez más, mi
agradecimiento.
El capítulo VIII se refiere a un trabajo muy, muy nuevo que no sé si
descubrí o inventé, pero que me mantiene curiosa y a la expectativa por lo
novedoso, preciso y profundo.







Con amor, Rosa Döring H.
México, D.F., julio 2013

CAPÍTULO I
El origen de este libro


La vida no es la que uno vivió,
sino la que uno recuerda y
cómo la recuerda para contarla.
— Gabriel García Márquez


El 4 de junio de 2003 desperté en la madrugada y recordé haber soñado con
la portada de un libro llamado Otra mirada al pasado para seguir adelante. Al
levantarme quise saber si ese libro existía o no y por qué lo había soñado. Tal
vez había escuchado esa frase en algún video de Bert Hellinger, terapeuta que
trabaja con la familia considerada como sistema y quien ha realizado grandes
aportaciones a las Constelaciones Familiares. Estuvo en México en varias
ocasiones y ha difundido el método en muchos países. Fui a una librería,
pregunté por el título soñado y me dijeron que no lo tenían en la base de datos.
Varios días estuve pensando en eso y finalmente me vino a la cabeza la idea de
que en las dos terapias con las que trabajo actualmente, Abrazos de Contención y
Constelaciones Familiares, acompañamos al paciente a dar una mirada al pasado
con toda la fuerza, emotividad, energía, dolor y otras sensaciones que
acompañan los sucesos y enredos sistémicos, hasta llegar a otras generaciones.
Confrontamos al paciente con la realidad de que la vida es aquí y ahora.
Focalizamos el problema, se lo mostramos desde nuevos ángulos y al final nos
centramos en su solución. A menudo descubrimos que el cliente ha tenido en su
vida lealtades invisibles[*] hacia algún miembro de su familia actual. A veces, la
lealtad se produce hacia alguien que vivió hace tres o cuatro generaciones. En
estos casos, el trabajo hecho en el taller de Constelaciones Familiares fue otra
mirada a su pasado, pero ahora su camino debe continuar hacia adelante.
Los conceptos principales de la teoría del Abrazo de Contención se derivan
de las investigaciones de Niko Tinbergen, ganador del Premio Nobel 1981, en
Medicina y Fisiología, por su contribución de etología comparada sobre cómo
restaurar vínculos familiares afectados. Desde hace más de treinta años, Martha
Welch utiliza en Estados Unidos el Abrazo de Contención llamándolo holding
para tratar a niños autistas y como el medio más eficaz para restaurar vínculos
dañados.
La explicación de la necesidad y la eficacia del Abrazo de Contención la
podemos ubicar en muchos otros autores. Se apoya en los distintos enfoques
evolutivos de Sigmund Freud, sus aportaciones acerca del desarrollo psicosexual
y sus etapas oral, anal, período de latencia y complejo de Edipo; en los estudios
del Dr. René Spitz (quien, por cierto, realizó sus experimentos en el Hospital
Infantil de México, D.F. a mediados del Siglo XX); en casos de bebés
alimentados y con cuidados higiénicos pero que no recibían caricias humanas,
algunos de los cuales llegaron a la depresión anaclítica, cercana a la muerte.
Desde entonces fue evidente que para los niños las caricias y la cercanía con
otros humanos constituyen el alimento para su desarrollo emocional y físico.
La técnica del Abrazo de Contención también nos refiere a Margaret Mahler
y su concepto de autismo normal, la homeostasis del niño que es acunado por la
madre y la individuación.
Donald W. Winnicott se refiere al concepto de “no yo”, a la utilización de
los objetos transicionales como defensa contra la ansiedad depresiva,
especialmente en los niños de aproximadamente dos años de edad.
Las teorías mencionadas estudian los lazos entre los miembros integrantes
de parejas, familias, grupos e instituciones. La palabra vínculo proviene del latín
vinculum, que significa atadura, lazo. Los vínculos con los que trabajamos en
esta terapia son los intersubjetivos relacionales externos, es decir, los
establecidos entre elementos cercanos en constante interrelación; los que se dan
en la propia familia y su devenir.
Esta terapia ofrece las ventajas siguientes: resultados duraderos, incluso
inmediatamente después del Abrazo, y capacitación de las madres para que ellas
mismas puedan enfrentar la problemática con sus hijos cuando se presenten
nuevas situaciones críticas.
El Abrazo de Contención inicialmente fue pensado para vincular a niños
autistas con sus madres, pero hoy en día lo utilizamos para resolver dificultades
en el vínculo de dos miembros de una familia. Por ejemplo, en el Abrazo de
Contención de una madre y su hija adoptiva, quien le había escrito 20 días antes
una carta anunciando que se iba de la casa para siempre, la madre respondió en
la terapia: “En efecto, tú no eres nuestra hija, no llevas nuestra sangre, te hemos
educado por 12 años y nos duele que nos rechaces diciéndonos que no somos tus
padres, pero aquí estamos.”
Minutos después, la niña, muy emocionada, miró a sus padres adoptivos —
cuando pudo integrar lo que le habían dicho– y, llorando, agregó: “Acabo de
darme cuenta de que tengo una gran familia. Ustedes me atendieron y cuidaron
desde que tenía dos años.”
Las Constelaciones Familiares son una aproximación terapéutica que
focaliza algún síntoma o dificultad planteada por el cliente (consultante, paciente
o solicitante) que se aproxima a la silla del facilitador (terapeuta o constelador)
frente a un grupo que se reúne generalmente una sola vez. El terapeuta busca la
conexión que el consultante tiene con su familia en su generación y en otras
anteriores y desactiva algo de lo cual el paciente se está haciendo cargo aunque
no le corresponda.
Trabajamos con representantes que expresan los sentimientos y sensaciones
del familiar aludido y así podemos, en una sola sesión, resolver los enredos
sistémicos correspondientes. Descubrimos que lo mismo que enfermó a alguien,
al ser concientizado, tiene la energía y sabiduría de proporcionar la solución que
emerge al final. En cada Constelación llegamos finalmente a la imagen de
solución[*] en la que todos los miembros de la familia asumen su responsabilidad
y su digno lugar, restableciendo el orden en el amor* y desactivando la cadena
de eventos trágicos.
Abrazos y Constelaciones son técnicas complementarias, son primas
hermanas. Nunca olvido todo lo que aprendí de Sigmund Freud, el valor del
inconsciente y el complejo de Edipo, que también aparece constantemente en los
montajes[*] de las Constelaciones Familiares. Después de una sola sesión el
paciente tiene que asumir su vida desde el presente y proyectarla al futuro. Es
decir, con su cónyuge o sin él, con una enfermedad degenerativa o con salud,
con su proyecto de vida, con los hijos que tenga o sin haberlos podido concebir.
Se trata de reconocer lo que sí es.
Jugué con estos conceptos por tres o cuatro días hasta que reflexioné sobre
el hecho de que el título del libro no sólo se refiere a mi trabajo actual, sino
también a los 63 años vividos. También yo debería mirar mi pasado y seguir
adelante.
Lo anterior me llevó a concentrarme en la creación de la sociedad civil que
registré como Abrazos y Constelaciones Familiares S.C. y cuyo trámite se
encontraba en una Notaría Pública. El objetivo de esta sociedad es difundir las
dos técnicas antes mencionadas mediante conferencias, talleres, investigaciones
y publicaciones, entre otras. Inicié la enseñanza con 12 alumnas que se formaron
durante 10 meses en la técnica del Abrazo de Contención en sus distintas
modalidades.
Abrazo de contención clásico. Se emplea para mejorar el vínculo entre la
madre y un hijo con miedo, tristeza, angustia, enuresis, berrinches, mal manejo
de la agresión, trastornos de la alimentación o del sueño o problemas
psicosomáticos. Esta técnica es recomendable también para niños tiranos
demasiados consentidos, como hijos únicos o primogénitos, adoptivos o aquellos
cuyos padres no han sabido marcarles los límites necesarios. Con este Abrazo,
padres e hijos sanan el vínculo y el niño adquiere la seguridad y la confianza que
no pudo establecer antes por algún movimiento emocional interrumpido[*].
Abrazo para despedirse. Se aplica cuando hay algún familiar muerto (padre,
hijo o hermano). El terapeuta acompaña al paciente a revisar el vínculo y los
eventos importantes que compartió con el muerto, haciéndole ver y sentir desde
la postura de “sí mismo” y del “otro”, para hacer un balance justo y digno de lo
que se vivió como positivo o como negativo.
Abrazo de renacimiento. Se utiliza para corregir problemas derivados de
una difícil o tardía vinculación entre madre e hijo. Las huellas de abandono
tempranas se derivan, generalmente, de un nacimiento por cesárea o por alguna
otra vicisitud de la vida.
Abrazo para parejas. Con esta técnica se muestra cómo está la situación
vincular de la pareja. A veces, cuando es necesario llegan a un divorcio afectivo,
a través del cual cada miembro de la pareja se despide y agradece a su
compañero por lo que han intercambiado, y cada uno asume la responsabilidad
que le corresponde.
Abrazo de reconciliación. Se utiliza cuando dos personas adultas han tenido
dificultades en su vinculación, generalmente con parientes cercanos. El beneficio
de este abrazo se da aunque sólo se presente una de las personas involucradas
(pudiera ser que la otra no asista o haya fallecido). Cuando una de las personas
implicadas está ausente, se pide a la paciente que invite a su Abrazo a otra
persona de mucha confianza, quien solamente prestará su peso[*] para poder
llevar a cabo el Abrazo de Contención.
Un día fui a comer con dos colegas para compartir mi deseo de formar la
sociedad civil e invitarlas a participar en mi proyecto. Una de ellas me preguntó:
“¿Ya le pediste permiso a Ingala?” Le contesté: “No, ustedes son las primeras en
saberlo.” Se refería a la Directora de Sowelu, el primer centro de aprendizaje de
Constelaciones Familiares en América Latina.
La otra colega se alteró y advirtió: “¿Ya tomaste en cuenta que no vas a
poder usar la palabra Prekop?”, refiriéndose al apellido de una psicóloga checa
que trabaja con esta técnica. Respondí: “Eso no importa, yo estoy contenta con
mi apellido paterno.” Una de ellas sugirió: “¿No sería mejor que esperes unos
cinco años para tener más experiencia?” Contesté: “Tengo cuarenta años de
experiencia clínica. Mis clases no se fundamentarán sólo en lo aprendido
recientemente. Tengo un doctorado de la UNAM en Psicología Clínica desde
1968, trabajé en París con Serge Lebovici, uno de los genios del psicoanálisis
infantil.” Esa entrevista fortaleció mi proyecto pues el desdén de mis colegas me
impulsó a seguir con mis planes. Afortunadamente, pocos días después, leí en el
periódico una frase de Fernando Savater: “Se deja de ser libre cuando uno no se
atreve a hacer lo que quiere por miedo a las circunstancias.” Me cayó como
anillo al dedo.
En el Instituto que dirijo –Abrazos y Constelaciones Familiares– la primera
generación de terapeutas de Abrazo de Contención incluyó a dos pintoras, dos
médicas familiares, cuatro consteladoras y varias terapeutas. No participaron
hombres, como sucede cuando las terapias implican acercamientos profundos y
emotivos. Cuando terminé de escribir este libro se habían graduado conmigo
más de cincuenta personas, incluyendo a los alumnos de Durango y Zacatecas,
que recibieron entrenamiento durante 10 meses. En el Instituto se graduaron ya
cuatro generaciones de consteladores familiares. He confirmado la conocida idea
de que lo que hacemos se fundamenta en lo que hemos aprendido a lo largo de
nuestra vida y de nuestras experiencias personales, lo que es congruente con el
dicho “Nadie descubre el agua tibia.”
El entrenamiento en el Instituto se da como una situación didáctica muy
parecida a la psicoterapia de grupo. Durante la formación, los estudiantes hacen
varias Constelaciones frente a los demás, lo cual implica que cada uno va
conociendo algunos detalles personales de sus compañeros. Se comparten fines
de semana, comidas y recreos, con lo cual se puede tener una mejor idea de la
compenetración alcanzada por el grupo. Algunos de mis alumnos comentaron
desde el principio que no serían consteladores pero deseaban aprender sobre sí
mismos y los demás. Los alumnos conforman a la vez un grupo de aprendizaje y
desarrollo o crecimiento personal, con sus rivalidades, enojos y reconciliaciones,
como ocurre en las familias.

CAPÍTULO II
Algo de mi vida

Los libros

Cuando yo era niña había pocos libros en mi casa, además de los escolares.
Mi papá leía solo libros en inglés, que traía de una biblioteca y los regresaba
apenas los terminaba. Mi mamá leía la revista Selecciones y diariamente el
periódico, de la primera a la última letra.
A los 11 años tuve mis tres primeros libros que no eran de texto. Después
seguí comprando libros, leyéndolos y utilizándolos para mis cursos. Mis dos
maridos, al igual que yo, tenían gusto por conservarlos.
Cuando mi hija mayor tenía seis años y sabía leer, un día le compré unos
treinta libros que me parecieron preciosos y los hice envolver para regalo. Se los
regalé en su cumpleaños y ella los miró casi sin tocarlos y me preguntó —más
espantada que contenta— “¿Son todos para mí?” Le dije, sí... Ella los miró y me
dijo: “Son muchos. ¿Por qué no los guardas y me los vas dando de uno a uno?”
Ese día comprendí que a los niños debemos darles lo que necesitan y no lo que
nos hubiera gustado tener.
Cuando estudiaba en la Preparatoria Número 1 de la UNAM, en San
Ildefonso, mi profesor Luis Rivera Pérez era orientador vocacional y
hablábamos largamente sobre los libros que me prestaba. En esa época leí
Fantasías eternas a la luz del psicoanálisis, escrito por Marie Langer, y me
fascinó. Me pareció increíble lo que leí y creo que entonces tuve la certeza de
que el inconsciente era muy importante y se podía acceder a él. A los 18 años
decidí estudiar psicología y psicoanálisis porque me interesé por la salud mental.
Quién me hubiera dicho que, varios años después, Marie Langer vendría a vivir
a México, la conocería personalmente e incluso realizaríamos viajes en los que
tendríamos pláticas muy importantes para mí.
Cuando terminé la carrera de psicología escribí una tesis titulada: Diez
casos de conducta antisocial de menores. Se trató de una investigación que hice
en el Tribunal para Menores, apoyada por el Dr. Carlos Tornero. Me tomó
mucho tiempo terminar ese trabajo pues estaba basado en una tipificación en la
que había cinco delitos y cada uno incluía a un niño y a una niña. Visité a sus
familias, hablé con sus parientes y vecinos, mientras que mi marido, el
arquitecto Salvador Díaz-Berrio hizo un croquis de las casas donde vivían para
dar cuenta del contexto preciso en el que se había desarrollado cada uno de los
casos de mi muestra. Me sorprendía descubrir las mentiras que había declarado
el detenido: generalmente trataba de convencerme de que venía de una familia
estable y armónica. Cada uno argumentaba ser la oveja negra de su familia, el
único descarriado; sin embargo, en todos los casos se trataba de familias
disfuncionales.
Fue difícil encontrar a una niña que hubiese cometido un asesinato, pero
finalmente llegó la noticia: “ Desalmada niña de 10 años mató a su abuela a
golpes porque ésta no le dio permiso para ir a una fiesta .” Me horroricé ante el
hecho, aunque me permitió terminar la investigación y graduarme.
El día de mi examen profesional en la UNAM, por alguna equivocación,
tuve siete sinodales en lugar de cinco y, para mi sorpresa, obtuve Mención
Honorífica, lo cual me causó gran alegría. Uno de los examinadores fue el Dr.
Santiago Ramírez, quien ya había publicado su libro Psicología del mexicano.
Mi esposo y yo lo invitamos a cenar; dijo que le había interesado mucho mi tesis
y pensaba que podíamos sacar mucho provecho de ella. Agregó que, con el
boom existente: “¡Ya lo tenemos, será un éxito, pues tú y yo sí somos
mexicanos!” Añadió que el Dr. Oscar Lewis acababa de publicar Antropología
de la pobreza, los hijos de Sánchez que levantó gran revuelo entre periodistas,
investigadores e intelectuales mexicanos que le cuestionaron sus investigaciones
por no ser mexicano. La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística
consideró que sus estudios denigraban a México y rebasaban todos los límites
de la decencia. Argumentaron que no era verdad que las personas entrevistadas
por Lewis pudieran ser tan extremadamente pobres. Casi desmayé de emoción.
Creí que el mundo profesional se abría para mí; me sentí realmente apreciada,
reconocida y distinguida.
Para no hacer el cuento largo, lo que el Dr. Ramírez me propuso fue que
hiciéramos una publicación conjunta que se focalizara en la situación económica
y social de mis 10 casos estudiados, los cuales tenían las mismas características
de pobreza extrema reflejada por el antropólogo. Nuestro trabajo sería célebre
puesto que aprovecharíamos la gran propaganda suscitada alrededor del texto del
escritor norteamericano; describiríamos y documentaríamos la pobreza de las
familias estudiadas en estos casos clínicos, y probaríamos la perspectiva de
Lewis sobre la miseria extendida en nuestro país, que había sido puesta en duda.
Pregunté a Santiago qué papel jugaban en este proyecto la parte psicológica,
la batería de tests, las interpretaciones y mis entrevistas a los niños. Respondió
que todo eso lo quitaríamos. Me desencanté y rechacé la posibilidad de hacerlo y
mi investigación no se publicó. Se aproximaba mi viaje a París, con una beca
otorgada por el gobierno francés, para estudiar psicoterapia de niños.
Varios años después, cuando mi segundo marido, José Luis González
Chagoyán, iba a cumplir setenta años, se me ocurrió ordenar y clasificar algunas
publicaciones, conferencias y artículos escritos por él, y conseguí que una
editorial se interesara en publicar cinco libros con sus materiales. Muy
emocionada, corregí las galeras y hablé en secreto con quienes sabían de mi
intención. El día del cumpleaños de José Luis se dio a conocer el libro
Psicoanálisis y grupos, publicado por Editorial Pax. Él fue invitado a la
presentación del texto en varios estados de la República, lo entrevistaron, le
pidieron autógrafos, pero su reacción me decepcionó. Comentó tener la
sensación de haber llegado a x lugar, encontrar a un joven de 20 ó 25 años de
edad que se le acercara y dijera: “Usted conoció a mi mamá hace mucho tiempo.
Yo soy su hijo.” Me desanimé profundamente por su reacción y, por lo tanto, los
tomos II, III, IV y V nunca vieron la luz. Una vez más me sentí desilusionada
porque el proyecto no vio su fin, por la cantidad de horas que le dediqué y las
expectativas incumplidas.
El libro que usted tiene en las manos lo he trabajado más de 1,200 días y ha
sido para mí una gran compañía. A veces me despertaba en la madrugada
pensando en alguna idea que podía modificar, añadir o suprimir. Algunos días
me entusiasmaba y escribía dos o tres horas seguidas, y otras veces borraba
varias cuartillas en 10 minutos.
Significó para mí una gran ayuda la visita que recientemente nos hizo
Carlos Martínez Bouquet, quien acababa de publicar en España La ruta de la
creación, aunque él vive en Buenos Aires. En su libro explica que, durante el
proceso de la creación, todos tenemos internamente un saboteador, así como
también un amigo que apoya y aplaude lo que vamos creando. Al poco tiempo
de su partida sentí un nuevo gran impulso y ligué un capítulo con otro de los
previamente trabajados, ignorando a mi saboteador interno, que solía
cuestionarme: “¿Y todas estas tonterías a quién le interesan? Supongamos que
termines el libro: ¿quién lo va a editar? Rosa, mira las librerías: ¡están llenas de
libros! ¿Para qué uno más?” Por fin dejé de escuchar esas voces y di preferencia
a la voz del amigo interno que me animaba: “Sí puedes, continúa, ya te falta
mucho menos.” De cualquier manera parece un cuento de nunca acabar, una
puede revisar seis o siete líneas, sentirse satisfecha y en una siguiente lectura
cambiar la mitad de las palabras.
Yo tenía claro lo que quería decir y sólo me detenía el decidir cómo hacerlo.
No me imagino cómo será escribir una novela y escoger si la protagonista tiene
un hijo, la corren de su trabajo o la atropella un coche. Cualquier decisión que se
tome cambia todas las páginas siguientes.
Tardé más en este pequeño libro que el tiempo que le toma a una elefanta
gestar un hijo (22 meses). Agreguemos las dificultades debidas a mi torpeza y
desesperación con el uso de la computadora. De pronto no me respondía rápido y
apretaba la misma tecla 11 o 14 veces, posteriormente tenía que ver ventanas que
me resultaban incomprensibles, aparecían superpuestas como barajas, una tras
otra, y me pedían elegir una opción, sin que yo supiera elegir.
Hay muchos prefacios y prólogos porque en realidad el 70% del contenido
de este libro, apareció en la primera, segunda y tercera edición del libro
“Constelaciones Familiares y Abrazo de Contención”. Esta es la 4ª edición y he
cambiado el título a Otra mirada al pasado para seguir adelante.
Mis principales casas

Ciprés 143, Colonia Santa María La Ribera
Durante mi infancia, en México, Distrito Federal, había dos compañías
telefónicas: Mexicana y Ericsson. Las personas que tenían contrato con una de
ellas sólo podían comunicarse con quienes estuvieran en esa compañía.
Recuerdo que mi casa estaba cerca de las oficinas del Correo y del Instituto
Isabel Grasseteau, escuela a la que asistíamos mis cuatro hermanas; mi único
hermano iba a otra escuela. Erika, la menor, aún no había nacido. Las clases eran
en la mañana y en la tarde.
Allí viví hasta los 10 años de edad, a una cuadra de la Alameda de esa
colonia, que tiene un kiosco arabesco muy hermoso en el centro. Cuando
salíamos de la escuela, a las cinco de la tarde, mi papá solía llevarnos a ese
jardín, a veces para andar en bicicleta y otras a pasear con nuestras víboras de
agua, que eran nuestras mascotas. Hoy pienso que parecíamos parte de un circo:
mi hermana Graciela, la mayor, tenía un profesor extranjero para aprender
acrobacia en bicicleta. Mi papá llevaba un cronómetro y nos entrenaba para
competir en las carreras de ciclismo que tenían lugar los domingos.
Muy cerca se encontraban el Museo del Chopo, que exhibía el esqueleto de
un dinosaurio (nunca supe si era real o no, pero lo acaban de restaurar), el cine
Encanto y una nevería que me parecía enorme y se llamaba Kiko. Todos los
años, en diciembre, mi papá compraba un gigantesco árbol de Navidad y lo
adornábamos con juguetes importados y foquitos que “parpadeaban”. En
ocasiones, algún vecino tocaba a la puerta pidiendo permiso para admirar
nuestro gran árbol de Navidad.
Recuerdo que por lo menos una docena de personas, sobre todo mujeres,
llamaban a mi mamá para contarle los síntomas de sus hijos y ella les recetaba
por teléfono, generalmente con muy buenos resultados. A menudo la
acompañaba a las compras en el mercado y me sorprendía la velocidad con que
compraba lo necesario. Mi papá llegaba a sus citas cinco minutos antes de la
hora programada. De ahí que en mi familia, aún ahora con el tráfico pesado de la
Ciudad de México, todos somos puntuales.

Yácatas 186, Colonia Narvarte
Cuando tenía unos 10 años murió la madre adoptiva de mi papá, que era su tía.
Él recibió una herencia que nos permitió cambiar de casa. Para ir de la colonia
Narvarte a la Secundaria No. 2 (a la que asistí tres años) cerca de San Cosme,
debía tomar dos autobuses, a uno de los cuales le decían Caballito.
Mi nueva casa estaba ubicada muy cerca del restaurante El Abajeño. Todos
los sábados y domingos gozábamos o sufríamos de muchas horas de mariachis.
Una vez se me ocurrió ponerme en la puerta de la casa con una cubeta de agua y
trapos. Mi hermana Teresa y yo nos ofrecíamos para lavar coches. La mayoría de
los propietarios terminaban dándonos alguna moneda pero insistían en que nos
abstuviéramos de tocar el coche para no rayarlo. Cuando mi mamá se enteró de
nuestro “negocio” se enojó muchísimo. Pensó que estábamos en gran peligro
pero mi papá dijo que todos los trabajos eran buenos y dignos, aun el de las
chicas vecinas... Frente a nuestra casa había una casa de citas. Creo que algunas
mujeres se quejaron y finalmente fue clausurada. Tiempo después, irónicamente,
se volvió una guardería oficial. Viví allí hasta los 22 años de edad cuando me
casé con Salvador Díaz-Berrio, y nos mudamos.

División del Norte 3390
Cuando nuestros amigos nos visitaban consideraban que estábamos en los
confines del Distrito Federal. En la planta baja del edificio había un teléfono
para uso de todos los inquilinos. Mientras lo utilizábamos, veíamos algunas
vacas pastando en lotes baldíos que nos circundaban. Como yo enseñaba francés
en la Prepa 5 de Coapa, me quedaba muy cerca. Salvador y yo aún éramos
estudiantes en la UNAM y nos desplazábamos en 15 minutos a la Ciudad
Universitaria pues no había tantos autos como ahora.

Rue de l’Hôtel de Ville en París
En 1963 llegué a París con mi marido y mi hija Adriana, de dos años y medio.
Teníamos una beca del Gobierno Francés. Salvador siguió un doctorado en
Restauración de Monumentos y yo el de Psicoanálisis Infantil, que en México no
existía, aunque había algunos terapeutas que trabajaban con niños, como los
Dres. Carrera, Dupont y alguno más.
En esa época inauguraron en París el edificio llamado Cité Internationale
des Arts, que era modernísimo, construido en Le Marais: un barrio muy antiguo
e interesante. Como era difícil alojarse ahí y a manera de manda, mi marido y yo
decidimos no bañarnos mientras tramitábamos que nos alquilaran un estudio.
Dado que un arquitecto estaba considerado artista y, además, por ser él español,
teníamos muchas posibilidades de lograrlo. No fue difícil obviar el baño, ya que
ese invierno la temperatura frecuentemente llegaba a 17° C bajo cero.
Mientras nos aceptaron en la Cité, dormir en un hotel de cuarta categoría
resultó muy difícil pues en cuanto mencionábamos que teníamos una hija, decían
no tener espacio. Después nos dimos cuenta de que eso acontecía precisamente
porque en Francia había una ley de protección a los menores, y si los padres —
aun siendo extranjeros— declaraban no tener dinero para liquidar la cuenta, nada
ni nadie los podia echar a la calle. Los hoteleros se protegían rechazando a las
parejas con niños.
El día que nos instalamos fuimos llamados a la oficina del administrador,
quien nos advirtió: “Su hija será tolerada pero no aceptada.” Esta frase me
pareció cruel. La gran sorpresa fue que 10 meses después volvimos a la misma
oficina donde el mismo personaje nos comunicó: “De los 225 residentes que
tenemos, mi esposa y yo los hemos elegido para que nos acompañen en la
comida de Navidad y estén el 25 de diciembre en nuestra casa de campo.” Nos
sentimos halagados y agradecidos por la simpatía que Adriana despertaba en los
adultos. Su manejo del francés se desarrolló en pocas semanas ya que nosotros,
desde su nacimiento, le habíamos hablado en francés por si viajábamos al
extranjero.
Nos instalamos en ese precioso edificio, nuevecito, donde hicimos amigos
muy interesantes de diversas nacionalidades. Sólo 20% de los ocupantes eran
franceses. En la época en que llegamos, de todos los departamentos, únicamente
en cinco había niños. Visité a las otras cuatro parejas y me puse a la disposición
de las mamás, quienes me miraban desconfiadas y no sabían por qué lo hacía. Al
poco tiempo constituimos una verdadera red de continencia, nos hacíamos
favores recíprocamente y entre todas cuidábamos a nuestros hijos.
Nuestra hija Adriana tenía una amiga sueca, jugaba con un niño holandés y
observé que lo primero que aprendía cada niño era a decir enfáticamente: “C’est
à moi!” (¡Es mío!). Poco a poco nos relacionamos con otros extranjeros que,
como nosotros, habían llegado ahí con sólo 40 kilos de equipaje.
Desde la ventana de nuestra sala se veía el río Sena, con sus bateaux
mouches llenos de turistas, el ábside de Notre Dame y a la izquierda la isla Saint
Louis. En París, cuando alguien hablaba melosamente, con diminutivos y mucho
amor, se dirigía a un perro. En diferentes ocasiones, cuando hacía fila para
inscribirme a excursiones culturales y declaraba tener una hija de dos años, me
interrogaban: “¿Pero no ve que vamos a hacer un viaje a ver catedrales y van
solo estudiantes?” Yo insistía: “Soy estudiante, también tengo una hija y
queremos ver las catedrales.”
Tuve la fortuna de trabajar con el Dr. Serge Lebovici, quien dirigía el Centre
Alfred Binet, donde había unos 400 psicoterapeutas para niños, con diversos
problemas de coordinación visomotora, de psicomotricidad, neurosis y otros que
atendían problemas del lenguaje. Había muchos extranjeros como yo
aprendiendo diversas especialidades, todos al servicio de un pequeño sector.
En París no existían los autobuses escolares y de hecho nadie podía elegir la
escuela para sus hijos. Todas eran igualmente buenas o malas. Era obligatorio
hacer la inscripción en la delegación correspondiente a la casa. Uno comprobaba
que el hijo había sido vacunado y la persona encargada miraba un mapa para
ubicar cuál era la escuela más próxima a la casa. Así, muchos niños, desde los
cinco años, podían ir solos a su colegio, pues nunca caminaban más de cuatro
cuadras. Además, a las horas de entrada y salida, había guardianes especiales en
las esquinas, para protegerlos.
En algunas calles había orinales –pisoirs– verde oscuro, redondos, con un
canal en el piso inferior, y su altura permitía ver claramente la cabeza y los pies
de los usuarios. En los restaurantes, la mitad de los sanitarios para mujeres se
llamaban baños turcos y tenían dos placas blancas para poner los pies y en el
centro un agujero; nadie se podía sentar. Mi papá me había comentado que así
eran todos los baños en los tiempos de la Eagle, compañía inglesa anterior a
PEMEX, para que los trabajadores regresaran pronto a su trabajo.
Asistí al equipo de psicodrama infantil del Dr. Kestemberg, pero cuando
regresé a México y comentaba entre colegas lo que había estudiado en Francia
me preguntaban: “¿Circo qué?” La única persona que sabía algo de psicodrama
era Diana Villaseñor, porque había estudiado directamente con Moreno, en
Nueva York.
Dejar París fue muy doloroso. Llegué a acostumbrarme a las comidas, los
tratos de los parisinos, sus calles y paseos. Salir a vagar era toda una aventura; a
menudo descubría atractivos diversos, como un museo de la marina, un
espectáculo de marionetas o el ensayo de una orquesta infantil.
Ocho años después. Homero 1610, Colonia Polanco
Ya casada con José Luis, decidimos ir a vivir frente al Liceo Franco-Mexicano,
en la colonia Polanco, donde estudiaban mis hijas. Desde nuestra ventana casi
podíamos ver su salón. Frente a nuestro edificio había un gran estacionamiento,
en el que, durante diciembre, algunas tardes llegaba un helicóptero del cual
bajaba un hombre disfrazado de Santa Claus y los niños se emocionaban. Muy
cerca pasaba el ferrocarril a Cuernavaca; como era de carga, tenía muchos
vagones y una o dos veces al día paraba el tráfico.
Después de vivir nueve años en ese departamento, por el que pagábamos
$5,400 pesos mensuales de renta, nuestro casero nos avisó que subiría el alquiler
a $70,000. Dijimos que el aumento era excesivo y que nos diera un mes para
buscar otro espacio. Visité varios edificios aledaños y fue enorme mi sorpresa
cuando descubrí que los parecidos al nuestro se alquilaban por $100,000
mensuales. Con esto quiero decir que tanto el dueño como nosotros habíamos
estado en la luna e ignorábamos la realidad de entonces. Volvimos a hablar con
el propietario del departamento y le planteamos que como teníamos un terreno
en las afueras de la ciudad y en vista de que las rentas eran tan elevadas,
habíamos decidido construir una casa. Le suplicamos que nos dejara seguir
pagando la misma cantidad para poder mudarnos lo antes posible.
Efectivamente, en cuatro meses pudimos hacerlo.
Construimos una casa de estilo campestre, que 22 años después fue muy
difícil vender porque, aunque estaba ubicada en un barrio elegante, la nuestra
sólo era una casa de campo. Paradójicamente llegamos a una zona residencial
nueva, salvaguardada ecológicamente, súper exclusiva, precisamente porque se
nos dificultaba pagar la renta.
San José Atlán, Querétaro – Casa de campo
José Luis González y yo tuvimos una casa de campo para la cual, antes que
nada, compramos 10 puertas antiguas. Después adquirimos un terreno que a
Pepito, como siempre le dije, le recordaba los campos de su niñez en
Guanajuato, rodeado de campos áridos y llenos de magueyes, huizaches, nopales
con tunas, pirules y hierbas olorosas.
No había una puerta principal, sino 10, y cuando las abríamos durante el día
la sensación era de una gran extensión visual. En el segundo piso colocamos un
vitral con marcos de madera de unos cinco metros de altura, de forma triangular,
con más de mil vidrios de diversos colores. Mucha gente preguntaba si era una
iglesia.
Nuestro hijo Aldo tenía unos cuatro años de edad. El viaje a San José Atlán
era muy divertido y no tan cansado porque vivíamos en Polanco, llegábamos en
menos de dos horas. En el camino jugábamos a “Veo.. veo..”, a “No decir ni sí,
ni no”, y a juegos similares, y nos divertíamos mucho. Teníamos localizados
algunos árboles que supuestamente pertenecían a cada uno de nosotros. El chiste
era descubrirlos y saludarlos en cada viaje. Al llegar a la desviación, en el Km.
107 de la carretera a Querétaro, comíamos quesadillas en un sitio muy popular.
La primera noche que pasamos allí habíamos programado estar unas tres
semanas mientras se terminaba la obra y así supervisaríamos los acabados. Esa
noche hacía mucho viento, aún no estaban colocadas las piezas del vitral. Aldo
manifestó tener miedo. Su papá le habló pacientemente acerca de los ruidos de la
naturaleza, que eran novedosos para todos nosotros, de la seguridad, la
confianza, etc. Después mi hija Alejandra de 12 años exclamó: “Yo tengo
miedo.” Le dimos la misma explicación. Cuando ella se quedó dormida, también
Adriana, la mayor expresó que no podía dormir por la misma causa y le dimos
un largo discurso con más detalles. Cuando los tres niños se habían dormido fui
yo quien confesó que estaba atemorizada, y José Luis amablemente me volvió a
repetir todo a mí.
Al día siguiente todos amanecimos contentos y descansados, menos mi
esposo que tenía unas gigantescas ojeras, estaba adolorido y nos contó
desconsolado: “Anoche tuve que cargar con el miedo de todos, no tenía a quién
pasárselo y cuando todos dormían nadie pudo tranquilizarme. También yo tuve
miedo...” Poco a poco nos fuimos acostumbrando a estar en el campo.
Recuerdo que en una de las caminatas que hacíamos por las tardes escuché a
varios becerros que lloraban amargamente. Pregunté a los encargados qué
ocurría y me explicaron que extrañaban la leche de su mamá. Sugerí que los
acercaran a ella y me contestaron que los obligaban a comer pastura para que los
ganaderos vendieran la leche. Comprendí la mentira de mi primer libro de texto
que aseveraba: “La vaca nos da la leche.” En realidad los humanos se la robamos
a los bebés de las vacas.
Cuando los vecinos nos veían llegar los fines de semana empezaron a pedir
consultas, y a veces nos regalaban gallinas o frutas. En una de las charreadas que
celebraban anualmente designaron a mi esposo como narrador. Con este detalle,
el pueblo nos había adoptado definitivamente.
Cerca de allí había un balneario con agua corriente caliente, muy limpio. Se
llamaba Chichimequillas y tenía un encanto especial: en la parte alta había un
arnés que colgaba de una polea, uno se sujetaba y se tiraba de allí alcanzando
gran velocidad; finalmente se frenaba cuando los pies tocaban el agua de la
alberca y uno caía en ella. A nosotros nos permitían usar las instalaciones a
cualquier hora, incluso de noche. Nadábamos con nuestros amigos o familiares
bajo el cielo estrellado y a la luz de la luna, en agua tibia que venía de un geiser
cercano.
Una vez invitamos a Marie Langer, tenía entonces más de sesenta años.
Después de una larga caminata y de nadar en el agua caliente, cuando todos
queríamos reposar, preguntó: “¿Pueden conseguirme un caballo para hacer un
paseo largo?” Era realmente fantástica, llena de energía y anécdotas para
compartir.
En una ocasión, mis hijas insistieron en que yo les regalara una parrilla de la
estufa para fabricar una jaula para conejos, pero yo no accedí. La mayor
convenció a la pequeña de que manifestaran su enojo fugándose de la casa.
Pasadas dos horas, José Luis y yo nos alarmamos y fuimos a todos los lugares
que conocíamos: a casa del señor que criaba borregos, a un pequeño restaurante,
a la casa de la señora que cuidaba gallinas, al negocio del herrero de más allá.
Todos referían: “Aquí estuvieron, traían una bolsa con frutas y una lámpara,
pero no sé a dónde fueron.” Cuando cayó la noche, nos dimos cuenta de que
estaban escondidas en la bodega de nuestra propia casa. Nos tranquilizamos y
cuando tocaron a la puerta las recibimos sin dar señales de angustia, diciéndoles:
“¡Ah, qué bueno que regresaron! Tal vez ustedes sepan qué pasó con las frutas
que estaban sobre la mesa.” No volvieron a escaparse.

Calle de Salvanatura, Tlalpuente
Tlalpuente es una reserva ecológica de 140 hectáreas, en el Km. 21.9 de la
Carretera Federal a Cuernavaca. Cuando nos instalamos allí sólo había 19
familias y los niños con quienes Aldo podía relacionarse vivían bastante lejos.
Como vivíamos rodeados de un bello bosque ya no teníamos urgencia de
salir de la ciudad y espaciamos nuestras visitas a la casa de campo en San José
Atlán. Los vecinos, que antes nos dieron tantas muestras de afecto, se enojaron y
empezaron a llevarse los tanques de gas, romper los vidrios y robarnos algunos
cuadros. Había llegado el momento de vender la casa de campo.
En Huichapan, a 10 Km. de San José, había una fábrica de cemento y ahí
anunciamos la venta de nuestra casa un viernes. Tal vez le pusimos un precio
muy bajo, pues el siguiente martes ya no era nuestra y una familia de
regiomontanos quedó agradecida.
Una tarde, mientras nos instalábamos en la casa de Tlalpuente, encontré a
José Luis en su consultorio frente a un montón de trajes suyos en el suelo. Me
informó muy contento: “No tarda en llegar el sastre que me los va a
modernizar.” El tenía varios años de usar guayabera y blue jeans casi
exclusivamente. Le respondí: “¡Qué buena idea has tenido! En los últimos 15
años has usado traje dos veces, así que si hoy te arreglan estos y los usas al
mismo ritmo, te alcanzarán para los siguientes 225 años, más los 70 años que
tienes hoy, resuelves tu situación para cuando cumplas 295. La mala noticia es
que para entonces tampoco lucirán modernos.” Él concluyó: “Me voy a quedar
con el más nuevo. Regala los demás.”
Cuando el arquitecto estaba por terminar nuestra casa, un día, muy contento,
nos contó que le vendían una troje de Michoacán, que estaba en Cuernavaca y
que ahí la desmontarían para rearmarla a unos 12 metros de nuestra casa, y
podría ser usada como espacio adicional. La compramos y la instalaron en pocos
días en nuestro terreno.
Era realmente muy hermosa: tenía dos pisos y un balcón que recordaba la
estructura de las llamadas “ceremoniales” aunque sólo medía unos 6 x 7 metros.
Le pusimos un domo en el techo para ver el cielo y le hicimos tejer una palapa
con palma de arroz. José Luis y yo nos enamoramos de la troje y nos instalamos
a vivir en ella; no en la casa principal recién construida.
Algunos meses después, construimos otra casita de madera a la que se
accedía por un puente colgante y le pusimos instalación eléctrica. Era
suficientemente amplia, de modo que en sleeping bags podían dormir tres o
cuatro niños. Posteriormente compramos otra troje que llegó por piezas desde
Michoacán y fungió como mi consultorio durante unos 10 años.
En Tlalpuente viví 22 años y los recuerdo como una gran experiencia.
Siempre sentí confianza pues nuestro terreno era excepcionalmente pequeño,
comparado con los estándares del lugar, y yo sabía que en caso de robo los
bandidos irían primero con nuestros vecinos, que eran productores de televisión,
actores, narcotraficantes y políticos, entre otros. Nosotros sólo teníamos una
empleada, los dos trabajábamos y no teníamos perros entrenados para atacar ni
autos de lujo. De hecho, los primeros 15 meses la puerta principal ni siquiera
tuvo chapa. Varios años después llegó la crisis económica, los pacientes ya no
tenían coche y se reunían en el sur del DF para llegar a la consulta en un solo
auto. Los hijos se fueron yendo y José Luis puso un departamento en la ciudad.
Me di cuenta de que la casa de Tlalpuente ya no era funcional y la vendí para
comprar yo también un departamento en la ciudad.
Esa mudanza para dejar Tlalpuente fue la que recuerdo con más dolor.
Había acumulado muchísimos objetos queridos. Como sabía que iba a un lugar
más pequeño decidí organizar dos reuniones, a las que llegaron unas sesenta
personas que debían llevarse, algo regalado, cualquier objeto de los
seleccionados. Me propuse conservar sólo 30% de mis pertenencias. Mientras
empacaba todo en cajas, me di cuenta de que después de 30 ó 40 minutos de
dedicarme a esa labor el cansancio se volvía casi dolor, no tanto por el esfuerzo
físico, sino por la cantidad de recuerdos, afectos y situaciones representados por
cada cosa. Todo tenía su historia y ya no había espacio para seguir conservando
tantos objetos. También facilitaba el trabajo a mis hijos para cuando yo muriera,
pues no tendrían que revisar tantos papeles y cuadernos.
Una mudanza se parece mucho a un divorcio porque nos hace conscientes
del paso del tiempo, de las personas que uno ya no frecuenta, y de los eventos
acontecidos... Es algo doloroso e importante que hay que vivir cada tanto.
Cuando vendimos la casa de Tlalpuente fuimos a desayunar con la pareja
compradora para recibir la cantidad acordada como adelanto. De pronto sentí dos
gruesas lágrimas que corrían por mis mejillas. Discretamente fui a verme en el
espejo del baño y me dije: “Rosa, no te están robando la casa. Tú decidiste
salirte y la estás vendiendo.” Me lo tuve que repetir varias veces ese mismo día.

El descubrimiento de La Laguna
Cuando Aldo tenía seis años de edad y ya vivíamos en Tlalpuente, en un viaje a
Acapulco una mañana lluviosa fuimos a vagar por la carretera en dirección a
Zihuatanejo. Vi un letrero que decía: “Venga a conocer un lugar cerca del
Paraíso.” Seguimos las indicaciones y llegamos a una palapa cercana al mar
abierto donde un hombre, llamado Andrés, platicaba tranquilamente acerca del
lugar donde vivía. Tan atrayentes eran su personalidad y su relato que decidí
llevarlo hasta su casa para que nos mostrara su paraíso. En efecto, el lugar era
espléndido, a 40 metros de la laguna de Mitla, que mide 17 Km. de largo, y muy
cercano a una playa con gigantescas olas que se escuchaban desde su palapa.
Regresé del paseo llena de ilusiones, habiendo acordado que si compraba
uno o varios terrenos, Andrés nos construiría diversas palapas redondas como la
suya. El siguiente fin de semana convoqué a varios amigos: los Dupont, los
Donadi, los Campuzano y Lynne Rabel. ¡Cómo sería mi entusiasmo que todos
aceptaron entrar a La Comuna de La Laguna!
Andrés construyó nuestras palapas y gastamos en ellas lo que en aquella
época habríamos tenido que pagar por unos 10 días de estancia en un hotel de
Acapulco. Nuestras cabañas eran redondas, tenían un gran mástil al centro, del
cual colgábamos seis o siete hamacas por las noches. En las mañanas las
descolgábamos y teníamos un buen espacio con mesa y algunas sillas. Cada casa
tenía una gran terraza exterior y las comidas se hacían al aire libre, frente a la
laguna. Lo lindo es que nuestros hijos eran más o menos de la misma edad,
corrían, crecían y jugaban. Todos nos bañábamos en la laguna y en algunas
épocas del año nos cubríamos de noctilucas, algo así como plancton
fluorescente. Brillábamos bajo la luz de la luna, como estatuas plateadas.
Como nadar en el mar abierto era peligroso, nosotros prudentemente nunca
nos adentrábamos. Andrés nos había contado de una vez cuando el mar lo había
devorado y él estuvo haciéndose el muertito unas 15 horas entre gigantescas olas
y, por fin, el mar lo devolvió a 22 Km. de su casa. Tuvo que tomar un autobús
para regresar con su familia. ¡Cuál va siendo su sorpresa al ver que había
muchos parientes y vecinos suyos velándolo en ausencia, pues nadie lo creía con
vida y pensaban que su cuerpo jamás sería encontrado!
Cada mañana, las mujeres caminábamos a la orilla del mar, con los hijos
que jugaban y corrían en la arena, hacíamos gimnasia y todas las tardes nos
sentábamos con los maridos frente al mar a ver la puesta de sol, que era tan
impresionante como las de Pie de la Cuesta.
Teníamos amigos comunes y algunas veces, en Navidad o Semana Santa,
nos reuníamos unas cuarenta personas para convivir en las palapas. Dupont llevó
dos lindos kayaks en los que hacíamos paseos bastante largos, y algunos días
nadábamos cuatro o cinco kilómetros. Así pasamos, varios años, muchas
vacaciones casi gratis.
El primer día por la mañana yo pasaba a cada cabaña a preguntar qué
necesitaban comprar para ese día e iba al mercado, en Coyuca de Benítez, a unos
20 Km., para traer las provisiones que me habían encargado. Por la noche
hacíamos cuentas y después sorteaba quién haría las compras de la comida los
siguientes días. Este sistema funcionó muy bien, hasta que una tarde vinieron a
verme dos o tres representantes de las otras familias, expresaron que no estaban
de acuerdo en que yo organizara las cosas y que ellos me apodaban “la
Thatcher”, pues era muy mandona.
Agradecí el comunicado y estuve de acuerdo en que, en adelante, cada
familia hiciera sus compras independientemente. Al día siguiente la comida fue
un desastre: todos habíamos comprado pescado, nadie había traído queso, ni
tortillas o camarones y por la noche hubo docenas de huevos, pero no había
aceite ni otras cosas necesarias. Regresó la misma comisión a pedirme que, por
favor, organizara una vez más las compras y la comida, pues no querían ir todos
al mercado cada día y con resultados tan indeseables.
Algo que fue muy simpático y ayudó a la buena convivencia fue que las
mujeres acordamos que, cada vez que alguna necesitara algo, como por ejemplo
bajar o subir bultos del coche, o acarrear agua, se lo pediríamos a cualquiera de
los hombres menos al propio marido... De esa manera conseguíamos gran
cooperación de todos ellos, quienes cumplían los encargos con una gran sonrisa
y sin pedirnos que esperáramos a que terminaran de leer el periódico, o diciendo
que necesitaban descansar. Casi agregaban: “Fue un placer ayudarte… Lo que se
te ofrezca...” Nosotras los observábamos, cómplices de la situación, y ellos
fueron muy amorosos casi siempre.
En alguna ocasión, la Laguna de Mitla estuvo llena de pequeños mejillones
que cocinamos y resultaron ser exquisitos. Durante el regreso al Distrito Federal
calculé que se podían pescar toneladas. Había traído varios kilos que repartí en
tres o cuatro restaurantes franceses de la ciudad. Mi gran sorpresa fue que varios
chefs me dijeron que eran extraordinarios y querían que los surtiera
semanalmente. Me emocioné al saber que esos animalitos que yo no había
sembrado ni vacunado y eran fáciles de pescar, podían ser vendidos. El
fenómeno de que se desarrollaran en agua dulce se debió a que mucha agua del
mar había pasado a la laguna.
Contraté telefónicamente a varias familias de la región para que sacaran los
mejillones, los empacaran y refrigeraran para mí. Los pesaba y distribuía
emocionada en varios restaurantes elegantes. En uno de ellos, el platillo estuvo
entre las sugerencias del mes. Me sentía orgullosa, como si estuvieran hablando
bien de mis hijos.
Un buen día llegué a un supermercado y encontré a la venta mejillones tres
veces mayores que los míos, con más color, parecían maquillados. Venían de
Baja California y había montañas de ellos. Esa misma noche me llamó Andrés,
jefe de mis pescadores guerrerenses, para decir que habían comenzado las lluvias
y los preciados mejillones empezaban a perecer.
Varios años después, previo a un período vacacional, cuando había invitados
en la Comuna, Andrés tuvo la idea de echar pesticida para ahuyentar a los
insectos antes de que llegáramos. En esa ocasión vimos más alacranes que nunca
y una noche, como a las 10:00 p.m., uno picó a Tere Campuzano mientras
dormía.
Despertamos a Elvira, esposa de Andrés, quien rápidamente nos dio un
suero antialacránico, pero desafortunadamente Tere resultó alérgica al
medicamento. Elvira, al verla, se alarmó: “Esto ya se está poniendo peor.
Llévenla al hospital.” En la primera clínica, a la que llegamos a la una de la
mañana, no nos quisieron recibir y después supimos que lo hicieron con
conciencia de que la enferma se veía muy mal y pensaron que no viviría.
Alcanzamos a llegar a otro hospital, donde sí la atendieron y para las 7 a.m. el
médico, llevándome aparte, me dijo: “Parece que su amiga se salva.” Antes de
esto, yo pensaba muy angustiada cómo daríamos la noticia a sus hijos a la
mañana siguiente. ¿Les diríamos: “Su mamá murió anoche.”? Allí estuvimos su
esposo Mario y yo acompañándola, estirándole los 20 dedos y recogiéndole la
saliva.
Tere y su familia no regresaron más a La Laguna. Los demás testigos del
asunto corrieron la voz y lo que antes se llamó “África, la Comuna de La
Laguna”, empezó a ser apodado como “Alacrilandia”.
Nuestros hijos habían crecido y, por solidaridad, poco a poco nos
desinteresamos por nuestras palapas, hasta que un buen día Andrés vendió
nuestros terrenos nuevamente, esta vez con nuestras casas y pertenencias, y se
mudó a vivir a Estados Unidos.
Andrés tenía una personalidad interesante, contaba cosas muy graciosas.
Aprendimos mucho y solíamos conversar con él hasta altas horas de la noche.
Era tan amoroso que cuando supimos que se “clavó” el dinero de nuestras casas
y enseres ni siquiera nos enojamos, debido a los buenos recuerdos de las amenas
pláticas en las que habíamos aprendido tanto de su filosofía de la vida.
Potrero Verde en Cuernavaca
Cuando tenía unos ocho años de casada con José Luis me preguntaba si yo tenía
éxito por mí misma o por ser su esposa y quise probar suerte fuera del Distrito
Federal. Escogí Cuernavaca porque la Carretera Federal me encanta y la conocía
bien. Empecé a dar consulta allí los lunes en la Villa Vegetariana y regresaba a la
ciudad los martes.
El paseo en la carretera era una delicia y todas las semanas iba emocionada.
Llegué a tener unos 20 pacientes. Cinco años más tarde, una amiga me avisó que
vendían departamentos de interés social, muy bien ubicados y simpáticos.
Compré uno para no pagar semanalmente el hotel. A la larga me arrepentí, pues
ya no veía 7,000 m2 de jardín como antes, las sesiones eran en el interior y mi
interés fue decayendo, especialmente después de acompañar a morir a una
paciente, quien tuvo esclerosis lateral amiotrófica. Pasé 12 años dando consulta
en Cuernavaca, también impartí clases en la Facultad de Comunicación Humana
de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Aún conservo amistades y
colegas de esa época.

Villa Olímpica – Año 2000
Cuando empecé a vivir en una unidad habitacional de 904 departamentos, me
emocionó ver a los vecinos y saludarlos en el estacionamiento, encontrar
personas en el elevador, caminar sin necesidad de llevar perro o lámpara, pues
los jardines están alumbrados y se puede salir sin usar el coche, tomando un
Metro bus o taxi en la puerta del conjunto. Aunque muchos creen que estoy en el
extremo sur de la ciudad, me siento en Manhattan. Cruzando la calle puedo
llegar a 14 cines o escoger entre siete restaurantes.
El día de la mudanza llegué con un librero muy pesado, hecho con tablas de
troje. ¡Oh, sorpresa! No cabía en el elevador y tampoco giraba en el descanso de
la escalera. Imposible llevarlo al cuarto piso. Mi consulta empezaba una hora
más tarde. Los trabajadores de la mudanza lo habían dejado en la planta baja y se
habían ido. Un vecino que lo miró preguntó “¿Sabe quién puso esto aquí?
¿Acaso no conocen la ley condominal?” Yo puse cara de extrañada como si
nunca hubiera visto ese mueble...
La hora de ver a mi paciente se acercaba y de pronto tuve la brillante idea
de ir a un mercado de artesanías y muebles muy próximo, donde encontré a un
carpintero que me explicó que lo podía arreglar si autorizaba que lo mocharan a
la altura de la cintura. Por suerte tuve que irme y no presencié la cirugía. Esa
noche, cuando entré a mi sala ahí estaba otra vez mi librero, aparentando una
sola pieza, pues afortunadamente le habían colocado unas ménsulas y disimulaba
lo que había sufrido.
Tal vez lo que me hizo decidir a vivir en Villa Olímpica fue que allí vive mi
hermana Erika desde hace 33 años. Ahora somos buenas vecinas y hermanas
cercanas, especialmente desde que compartimos la simpatía por mi perrita Soleil,
mi mascota.
He notado que los hermanos, a cierta edad, tienen la necesidad de acercarse,
no sé si porque saben que pronto van a morir, y se vuelven a reunir, como al
principio, cuando compartían la casa familiar, o tal vez se deba a que cuando los
padres han muerto la rivalidad entre ellos ha disminuido.
A propósito de casas, tres veces en mi vida me he sentido perdida y con
dificultad para encontrar mi casa: la primera fue cuando conocí a José Luis. La
segunda cuando vi a Alfonso Ruiz Soto en un curso sobre Gurdjieff, del Cuarto
Camino y la tercera fue cuando en el año 2001 presencié las primeras
Constelaciones Familiares.
Estaba profundamente emocionada, no dejaba de repasar la experiencia
vivida y, al no encontrar muchas respuestas, decidí ir al fondo del asunto. Llegué
a Sowelu, donde me formé con Ingala Robl. Pasaron muchos meses durante los
cuales leía, asistía, hacía y pensaba Constelaciones, aun dormida, lo cual me
permitió tener una formación relativamente rápida.

Mi Palapa en la Selva
En el año 2007, visité a mi amiga Lucy, quien se estaba cambiando de Puerto
Aventuras, Q.R. (mil habitantes aprox.) a un fraccionamiento en la selva a dos
kilómetros del mar y ella estaba tan entusiasmada el día que perforaron su
terreno y apareció el agua a trece metros de profundidad; compraba lo necesario
para tener electricidad y materiales para construcción.
Un buen día le dije tengo una idea tonta: que tal si me autorizas a construir
una palapa en tu terreno, cerca de tu casa. Yo pagaría todo, la ocuparía cuatro o
cinco veces al año, por supuesto tu también la podrías usar.
Después de 10 minutos ella aceptó gustosa. En ese mismo viaje hice los
arreglos con el palapero y le dejé dinero para que empezara. Seis semanas
después yo tenia una hermosa cabaña en la selva.
Yo estuve emocionada absurdamente construyendo para mí, en el terreno de
otra persona y cuando vi las primeras fotos de mi palapa, me di cuenta que allí
había condensado mi casa de Coyuca y mi troje de Tlalpuente.
Pocos meses después organicé un viaje para estrenarla con unas amigas.
Lucy nos recibió amorosamente y dijo: “ayer estuvo aquí una boa y se comió a
dos gatos” yo estaba por asustarme cuando pensé: “entonces la víbora ya no
tiene hambre y tardará en digerir los dos gatos”.
Al día siguiente encontramos en la cocina una tarántula negra, Lucy nos
recomendó poner encima de ella una taza y un plato por debajo para que sin
matarla la lleváramos al exterior, pues todos los animales de ahi llegaron antes
que nosotros y por lo tanto tienen más derecho que nosotros. Después
encontramos un alacrán y lo subimos a una hoja de papel que llevamos afuera.
El día que Lucy se despidió de nosotras llegó con un parpado hinchadísimo
la nariz torcida y apenas podía hablar, dijo que mientras dormía le había picado
una mosca amarilla. Le dije “la boa la tarántula y los alacranes te hacen los
mandados, pero esa canija mosca que chinga te acomodó”.
Le di un antihistamínico y nos despedimos y quedé curiosa por saber que
otras aventuras me esperan en mi palapa que no es mía.

Algunos viajes

En un buque de carga, 1954
Mi papá, que trabajaba para PEMEX, nos invitó a mi hermana Graciela, su
amiga Irma Ruiz y a mí a realizar un viaje en un barco de carga que saldría de
Coatzacoalcos, Veracruz y llegaría a Houston, Texas. Íbamos emocionados con
el viaje, que además nos permitiría hacer las compras navideñas y tener una
linda convivencia. Éramos los únicos pasajeros y la tripulación estaba compuesta
por unos 20 marinos. A mis quince años estaba llena de interrogantes, curiosidad
y la necesidad de meterme en todos lados. Pronto me hice amiga del primer
oficial de cubierta, quien al segundo día del viaje me confió que tendríamos una
travesía pésima, pues habían anunciado una perturbación ciclónica próxima.
Poco a poco me fui enterando de los siguientes acontecimientos: todos los
puertos en nuestra ruta estaban cerrados, por lo que era difícil encontrar un barco
en nuestro camino. También habría un huracán que pegaría muy cerca de la
dirección en la que iba nuestra nave. Este viaje era el último de nuestro barco,
pues pensaban desecharlo. Había sido construido por los ingleses y servido como
hospital durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando PEMEX lo compró para
transportar carga había sido advertido de que sólo podría utilizarlo por seis
meses, y sin embargo llevaba nueve años navegando. El capitán había tramitado
su jubilación y se despedía de su carrera con ese viaje. Lo recuerdo como un
hombre agradable, canoso y muy mal hablado.
Había visitado varias veces el cuarto de máquinas y conocí al telegrafista.
Cuando empezó la tormenta descubrí que los aparatos de telegrafía, que había
visto previamente, ya no estaban en su lugar: se habían desprendido por el
movimiento y el encargado estaba en cama, posiblemente con las dos piernas
rotas, lo que significaba que ya no podríamos comunicarnos con nadie.
La última información que recibimos fue que el capitán no debería intentar
seguir ningún rumbo pues los expertos consideraban que el navío estaba en
peligro de partirse en dos. Mi amigo el oficial me indicó, mirando las estrellas y
sus cartas navales, que estábamos muy cerca de tocar la isla de Cuba y que
mientras el tiempo no mejorase, difícilmente llegaríamos a nuestro destino. Me
contó que el capitán consideraba la posibilidad de tirar todo el petróleo para
poder maniobrar, en caso necesario.
Lo peor fue cuando el oficial me anunció seriamente: “Lo más grave es que
ya contamos los salvavidas y no hay uno para cada persona. Sé que en tu
camarote hay tres, así que avisa a tu hermana y a su amiga para que se turnen y
no dejen el cuarto solo”, previendo que se los roben en caso de un naufragio.
Durante los tremendos tres o cuatro días que duró el tiempo pésimo, a mi
papá, alojado en otro piso, se le había prohibido abandonar su camarote debido a
su ubicación. Si se hubiera desplazado se expondría a olas de por lo menos ocho
metros de altura. Por suerte tenía baño, agua potable y algunas provisiones.
Desde su camarote nos comunicábamos a través de un tubo cuya función previa
ignoro. Cada tres o cuatro horas nos recomendaba que siguiéramos las
instrucciones precisas de los marineros.
La amiga de mi hermana dormía 23 horas y media al día y se rehusaba a
comer, y mi hermana leía y escribía. En una de mis últimas caminatas descubrí
que se había roto una cadena que sujetaba los garrafones de agua potable que
ahora se azotaban contra las paredes. Para no ser lastimada por ellos, tuve que
colgarme de una barra metálica, con las piernas en el aire, para recorrer el pasillo
y llegar a nuestro camarote.
Pasaron muchos años y una tarde, inocentemente, fui a ver la película
Titanic. Al salir del cine para ir a casa, me entusiasmé pensando: “Ahora mismo
voy a casa de mi papá para hablar de lo que vivimos juntos, pero separados, en
aquel viaje a Houston.”
Había avanzado como 10 cuadras hacia su casa cuando recordé que mi papá
había muerto varios años antes. Un gran llanto me embargó y pensé cómo había
sido posible que ya adulta nunca hubiera hablado con él sobre esa experiencia.
Nunca habíamos intercambiado lo que pensamos, vivimos, sentimos y temimos
en ese viaje próximo a la Navidad, que estuvo cerca de costarnos la vida.
Seguí llorando, llorando y llorando. Hice una larga lista de cosas de las que
ya nunca más podría rememorar con él. Sabía muy bien que no volveríamos a
vernos y en esa ocasión, tras ver Titanic, se me hizo evidente que él y yo nunca
más tendríamos oportunidad de hablar cara a cara. Después de conocer las
Constelaciones, recordé que viví con mi papá muchísimas cosas lindas y, cuando
las necesito, las busco en mi corazón.

Argentina y el Instituto Torcuato Di Tella
En el año 1973 apareció en el periódico un anuncio para intelectuales mexicanos
que desearan tener un intercambio con los argentinos. Se trataba de llegar
primero a Río de Janeiro, celebrar la Navidad (aunque era verano y hacía mucho
calor) y después ir a Buenos Aires, donde nos alojaríamos en el dormitorio del
Instituto.
Todos los viajeros estábamos comprometidos a llevar una conferencia.
La mía era acerca del Reclusorio para Mujeres en el que laboraba entonces. Para
comprar mi pasaje sólo di el 10% y firmé pagarés para liquidar al regreso.
En el mismo avión viajamos más de 80 entusiasmados mexicanos y
antes de aterrizar me enteré de que la oficina donde hicimos los trámites había
desapareció un día antes. Otra persona mencionó que el funcionario responsable
no era conocido en la Embajada de Argentina, donde dijo que trabajaba.
Desembarcamos el 24 de diciembre a las 10 de la noche y nadie
esperaba a la delegación de mexicanos ni había una gran cena navideña, pero por
fortuna había habitaciones pagadas para nosotros. Quedamos de vernos en el
desayuno a las 9 de la mañana; nuestros boletos indicaban que volaríamos a
Buenos Aires a la 1 de la tarde. Cuando descubrimos que nos habían timado,
supe que varias personas apenas tenían unos 50 dólares pues creyeron que todo
estaba incluido. Varias personas regresaron de Brasil al D.F. y otros continuamos
por nuestra cuenta a Argentina.
Afortunadamente, yo tenía varias direcciones de amigos de amigos.
Aún vivía Raquel Former, pintora que conocí en París, y pude organizarme una
fructuosa estancia hasta mi fecha de regreso a México. Todos se carcajeaban
cuando yo decía que había pensado vivir en el Instituto Torcuato Di Tella, pues
estaba clausurado desde años antes.
A los veinte días de haber regresado a México me llamó el hombre a
quien le había firmado los pagarés, para cobrarme, y le dije: “De acuerdo, venga
usted a mi trabajo. Acá le pago.” Cuando supo que debía entrar a una cárcel por
su dinero, desistió pues para entonces había varias demandas en su contra y la
Embajada de su país había tomado cartas en el asunto. Este fue un viaje que me
salió al 10% de su costo.

Erongarícuaro, Michoacán
En el año 1981, para las fiestas de muertos de noviembre, viajamos José Luis,
Aldo, de tres años, y yo, con Rosita, Marco Dupont y su hija Yuridia, de 10 años.
Visitamos a una madre soltera, extranjera, que vivía sola con su hijito Diego, de
cuatro años, y nos lo confió para que hiciéramos un paseo en lancha.
Veinte minutos después escuché “¡Splash!”, y Dieguito había
desaparecido. A los cuatro segundos volví a escuchar el mismo sonido más
fuerte, y el Dr. Dupont se había lanzado al rescate. Pasaron varios segundos que
parecían eternos y por fin apareció el niño sujetado en alto por nuestro cuate. Lo
subimos a la lancha, tratamos de secarlo, y mirábamos ansiosos sin ver a
Dupont… La cara de su esposa era de terror. José Luis y yo estábamos atónitos.
Tal vez pasaron dos minutos larguísimos, y de repente volvió a surgir el
desaparecido, quien nos dijo que había lianas que se le habían enredado en las
piernas y lo jalaban hacia el fondo.
Tardamos casi media hora en llegar a la orilla y yo trataba de conversar
con el niño “prestado” en español y en francés. Él seguía mudo y asustado.
Después, cuando el niño estaba en la regadera con Marco, súbitamente exclamó:
“¡Está muy caliente el agua!” y así fue que pudimos devolverlo a su madre, con
habla.

La visita a mi hija en New Jersey, 1983
Después de vacacionar en Florida decidí visitar a mi hija mayor, quien después
de concluir su licenciatura vivía en New Jersey con amigos bolivianos, quienes
se empleaban limpiando casas en Nueva York. Me contó anécdotas de sus seis
patronas y noté su entusiasmo cuando hablaba de Mrs. F., a cuya casa iba tres
veces por semana, y quería presentármela. Al llegar a casa de la señora F. me
dije: “Rosa, no olvides que en esta ocasión eres la mamá de la sirvienta.” La
señora me habló maravillas de mi hija: “Nada se pierde, siempre cumple y pase,
pase usted a ver la alfombra de la estancia que yo pensaba cambiar. La limpió
tan bien que ahora parece nueva.” Mientras tanto, yo pensaba: “¡Cómo cree que
mi hija va a robar, es una profesionista, habla tres idiomas, estudió en el Liceo
Franco y sus padres son educados también!” Después, Mrs. F. me miró
cuidadosamente y dijo: “Pienso que usted y yo somos de la misma talla, ¿que tal
si le regalo algo de ropa?” Sonreí, me sonrojé, miré al piso y esperé. Trajo unos
cuatro pantalones, varias faldas que parecían quedarme. Todo se veía nuevo...


La Cruz de Huanacaxtle, Nayarit, 1989
Viajé a este lugar para acompañar a mi hija Alejandra, que recibiría su
certificado de Preparatoria Tecnológica del Mar. Al bajar del avión, en Puerto
Vallarta, me recibió su novio Jean-Phillipe. Estaba solo y consternado.
Inmediatamente le pregunté qué le había pasado a mi hija y respondió: “Apúrele
a ver si llegamos...” Esa madrugada le había picado un alacrán y estaba internada
en un pequeño hospital local. Como hacía cuatro meses yo había acompañado a
mi amiga Tere Campuzano cuando estuvo al borde de la muerte por una picadura
de alacrán, sabía lo que me esperaba. A Alejandra no le podía tocar ni los pies
pues todo era doloroso, aun el roce de mi mano. El baño estaba a cuatro metros
de la cama y se necesitaban dos personas para ayudarla a llegar. Salvador, su
papá, se presentó en la ceremonia para recibir el título y pasamos 36 horas
cuidándola; poco a poco se fue recuperando, aunque el dolor y la
hipersensibilidad duraron varias semanas.

Vail, aprendiendo a esquiar, 1992
Viajé poco tiempo después de la muerte de mi papá. Llevaba varios días
progresando en mi aprendizaje y una mañana, ante una pendiente nada especial,
de pronto me quedé paralizada, pensando que estaba próxima a un barranco y
que no iba a poder girar mis pies hacia la pista. Más pensaba que me iba al
precipicio y menos podía moverme.
El grupo con el que hacía el descenso se había adelantado y yo estaba cada
vez más y más rígida. No recuerdo cómo conseguí que un instructor viniera en
mi auxilio. Muy pronto me encontré hablándole de todos los deportes en los que
me había sentido apoyada por la mirada y los aplausos de mi papá.
Lloré un buen rato y le conté que mi papá había muerto un mes antes y que
no podía saber que yo intentaba aprender a esquiar. El profesor,
inteligentemente, me calmó: “Primero te voy a dar un masaje en el cuello, pues
con los 15 minutos que llevas con los hombros levantados y la temperatura que
tenemos, respiras con mucha dificultad. Si tu problema es pensar que los pies no
te van a obedecer, mejor concéntrate en que tu querido papá está en el cielo, y si
diriges la cabeza hacia la derecha o izquierda, pero mirando hacia arriba, verás
que tus pies siempre irán en la misma dirección. Imagina que desde donde él
está, también te puede ver y estará orgulloso de que aprendas algo nuevo.” Su
estrategia funcionó. Ese profesor resultó ser una especie de ángel, guardián,
terapeuta que me salvó de congelarme, de tener un ataque de pánico o de
terminar recluida en un hospital psiquiátrico.

China, 1993
Recorriendo el barrio chino de Montreal conocí las healthy balls, que son unas
esferas metálicas que hacen en China desde hace 700 años. Se usan para dar
masaje en la palma de las manos y desde el punto de vista reflexológico esto
equivale a un masaje en todo el cuerpo. Compré varios pares de ellas y empecé a
usarlas febrilmente. Aprendí a realizar diferentes suertes y varios amigos que
habían estado enyesados, tenían dolor en un hombro o espalda se enamoraban de
ellas y me las pedían prestadas. Pasaba el tiempo llevándolas o trayéndolas de
una casa a otra.
Mi amor por las esferas vitales (ESVI), como las bauticé, me llevó a buscar
varios fabricantes en China. Formé con Amalfi Martínez una compañía
importadora, en la que organizamos exhibiciones y grabamos un video que
explicaba los beneficios que se obtenían con el uso de las ESVI. Importamos
algunas imantadas que beneficiaban a las personas con artritis, otras hechas de
cloissonné cuya manufactura consistía en hornearlas siete veces, unas muy
pesadas de piedra, pintadas a mano y otras con un dragón labrado.
Escribí un instructivo que acompañaba a cada par con algunas referencias
astrológicas y otras más o menos científicas. Mi escrito era tan interesante que
muchos chinos en México que ya comerciaban las ESVI lo reimprimieron,
cambiándole mi teléfono por el suyo, y lo anexaban a la venta de sus esferas. Me
sentí muy honrada y aunque tenía el texto registrado en la Secretaría de
Educación Publica (SEP) no hice reclamación legal alguna. Esto me permitió
posteriormente hacer mi primer viaje a China, donde combiné actividades
mercantiles con un Congreso en el que José Luis presentó una ponencia.
En nuestra primera parada en Hong Kong fuimos a una agencia de viajes
para organizar nuestra estancia de cinco semanas y el empleado que nos atendió
dijo: “Corren el riesgo de quedarse varados aquí todo el tiempo, pues este es el
mes que tiene más feriados en el año y mil millones de chinos planearon sus
desplazamientos hace meses.”
Afortunadamente conseguimos armar nuestro itinerario según nuestros
deseos y, cuando bajamos del avión en Beijing y nos regalaron varios mapas,
José Luis me los dio diciendo: “Te recuerdo que tengo cataratas en los dos ojos y
veo poco. Tú te haces cargo.” Aprendí a leer mapas, hasta en chino.
En el primer restaurante yo quería comer con tenedor y como no sabía
pedirlo, José Luis hizo un dibujo y el mesero riéndose fue a la cocina y nos trajo
un cepillo para barrer el piso. Insistimos, y el mesero regresó dos minutos
después trayendo consigo un peine. Rápidamente aprendí a comer con los
palillos.
De vuelta a México, varios años después, mientras daba atención a una
paciente de primera vez, recibí un llamado de la aduana, pues debía resolver
asuntos de la importadora: aunque ya habíamos vendido 17 mil pares de esferas,
ese día decidí ya no ser comerciante y dedicarme plenamente a la consulta.
Recuerdo emocionada la visita a Xian. Había leído sobre el entierro de Qin
Shi Huang, primer emperador de la China unificada, 200 años antes de Cristo. El
emperador estuvo en el poder desde los 13 años, y durante mucho tiempo se
ocupó de preparar su muerte. Aunque el montículo donde está su cuerpo no se ha
explorado, hay unas 6,000 figuras de soldados, arqueros y caballos que se
pueden apreciar con carruajes y formaciones militares que lo acompañaron a su
última morada. Lo impresionante es que todas las esculturas son más grandes
que el tamaño real de los chinos. Cada soldado tiene cara y expresión diferente.
Miles de chinos fueron enterrados vivos para que no revelaran los secretos de
esta necrópolis, que fue descubierta en 1974.

Mi primer viaje de sanjuanera, enero de 1998
Tengo dos amigos –Irma y Marco– que han ido ya siete veces en una procesión
desde León, Guanajuato a San Juan de los Lagos, Jalisco. Ellos me habían
invitado, con meses de anticipación, a su gran caminata. Por fin llegó el día
convenido. Me había preparado mentalmente. Hice listas de lo necesario para la
excursión, tenía que llevar lo que iba a necesitar durante las siguientes 30 horas,
ni más ni menos. El jueves 29 de enero despertamos en León a las 3 de la
madrugada, para llegar a la intersección a las 3:50 a.m. Se veía un camino lindo
e iluminado que indicaba claramente por dónde debíamos empezar. Después de
avanzar 50 metros, perdimos de vista la luz eléctrica y los puestos de comida.
Enseguida nos internamos en la oscuridad.
Al cabo de unos 90 minutos vimos un alambre de púas que nos cerraba el
paso y mis compañeros dijeron enfáticamente: “Esto no estaba el año pasado.”
Trataron de iluminar para saber por dónde seguir, y yo pensaba que ojalá no nos
equivoquemos. Mientras habilitamos las lámparas con nuevas pilas, nos
alcanzaron otras 40 ó 50 personas que insistieron: “Esto no estaba el año
pasado.” Ese grupo de personas nos saludó tratándonos de “hermanos” y los
seguimos por donde ellos nos indicaron el camino.
Quienes descubrieron la senda fueron tres mujeres y no los hombres, que
miraban muy afanados los árboles y el cielo. Buscaban el norte antes de decidir
cuál de los cuatro caminos tomar. Interrogué a las mujeres: “¿Cómo supieron
cuál era el camino?” Tranquilamente contestaron: “Mirando el suelo se divisan
las pisadas.”
Más o menos a las 9:30 a.m. con el sol calentando un poco, decidimos hacer
la primera parada y nos acostamos sobre el polvo, como cualquier animal.
Dormimos unos 40 minutos y quedamos como nuevos para la siguiente tirada.
En ese descanso tomé un jugo de naranja, que me pareció suficiente alimento.
Seguimos caminando y mirando cada vez mayor cantidad de grupos de personas
que iban hacia San Juan. Había una decena de hombres por cada mujer y una
veintena de adultos por cada niño.
Hacia las 15:00 horas bebí agua de coco. Nos detuvimos en una estación
llamada Aeropuerto porque, narraron los lugareños, allí había sido construida
una terminal aérea por un presidente de la República cuya esposa era originaria
de San Juan y le resultaba cómodo llegar en avión privado a su propio
aeropuerto, para visitar a sus parientes y amigos. Por supuesto, estando tan cerca
del aeródromo de León, que es internacional, aquél está en desuso, hasta que
otro alto funcionario tenga interés en aterrizar allí.
En esa parada me di cuenta de que tenía dos grandes ampollas en los
metatarsos de los pies y que mis tenis eran inadecuados. La suela estaba tan lisa
que ni aparecía el dibujo en la huella y en algunos tramos empedrados sentía
estar descalza. No pude dormir, sólo descansar. Mis amigos dijeron que seguía el
tramo más difícil: eran como ocho horas seguidas antes de llegar al albergue
donde dormiríamos.
Hablando con los “hermanos” que descansaban, me enteré de que son casi
700,000 mexicanos los que llegan cada año a ver a esta virgen en San Juan de los
Lagos. Hay los que caminan 90 Km. casi sin descansar, durante unas 18 horas, y
quienes se la toman con más calma. Se juntan unas 30 ó 40 personas y alquilan
un autobús que los acompaña llevando sus pertenencias, como ropa, tiendas de
campaña y comestibles, y a una persona que les prepara los alimentos. Estos
grupos hacen diversas paradas de varias horas y se instalan cómodamente cada
vez, pero tardan de tres a cinco días en recorrer los 90 km.
Parece que la afluencia mayor es entre el 15 de enero y el 10 de febrero para
visitar a la Virgen de la Candelaria, que atrae a muchos feligreses. No sé cómo
estarán las rivalidades o cuestiones políticas entre esta virgen y la de San Juan de
los Lagos...
En las siguientes ocho horas me quité los tenis varias veces para revisar mis
pies. Las cuatro primeras ampollas habían estallado y molestaban menos.
Apareció en el talón derecho una enorme y nueva ampolla que me dolía mucho.
A cada paso sentía como si apoyara el pie sobre carbón ardiendo y resultaba
terrible.
Se produjo en mi visión un raro fenómeno: veía el borde de la carretera a
unos aproximadamente 800 metros, caminaba unos tres kilómetros y luego me
daba cuenta de que aún me faltaban dos kilómetros más para llegar, o sea,
parecía que los objetos se alejaban cada vez más y se volvían inalcanzables.
Mis compañeros me animaban a seguir, aunque ya me sentía cansada; lo
peor era el dolor del pie derecho. El anunciado albergue resultó ser un techo sin
muros con unas 70 personas durmiendo sobre costales, muy juntas. Debo
agradecer que también había una gran fogata que calentaba bastante, aunque sólo
si uno se colocaba a 10 cm., con peligro de rostizarse.
Se suponía que íbamos a descansar cuatro horas y pensábamos recomenzar
la caminata a las 2:00 a.m., para llegar al pueblo a buena hora. En total nos
faltaban seis horas de caminata. El frío era intenso y no pude dormir; el tiempo
se me iba en tratar de taparme mejor, pero no podía dejar de castañetear los
dientes. Era verdad lo que dijeron en la clase de física: el movimiento produce
calor. Calculo que la temperatura era cercana a 0o C.
A las 2:25 a.m. mis amigos me propusieron continuar la caminata. En las
pláticas que escuché mientras trataba de dormir, me había enterado de que
estábamos a 80 m de la carretera y que por ahí pasaban autobuses que iban a San
Juan y a León. Hasta ese momento habíamos recorrido 72 km.
Antes de decidir si continuaba miré mi ampolla, del tamaño de una gran
ciruela pasa y pensé: “Supongamos que no llego a ver a la virgen. A ella qué le
va a importar, si hoy tendrá como 20,000 peregrinos. Yo tengo los pies
destrozados y los necesito.” Una persona me había ofrecido una buena aguja
“que ya habían usado otros ampollados” y, justo por eso, no me animé a
utilizarla.
Me despedí de mis amigos y permanecí en el albergue. Hablé con el dueño
y le supliqué que me prestara dos cobijas y su catre, que él no había usado en
toda la noche. Me explicó que si no se calentaban los pies, todo sería inútil. Fui
obediente y por fin, con buena temperatura, casi sobre el fuego, dormí
tranquilamente durante unas seis horas. Mientras soñaba con alguna película de
Buñuel, escuchaba el paso de las procesiones, gente que iba cantando con
banderas y tamboras o rezando, entusiasmadas, por acercarse a la virgen.
Después, me dirigí a la carretera, tomé un autobús y regresé a León.
Me enteré de que me faltaron siete colinas, con sus respectivas subidas y
bajadas, y que la puerta de la iglesia es como el Metro del Distrito Federal,
donde hay una multitud que se encarga de hacerte entrar y, pasados unos 10
minutos, la misma masa te lleva hacia fuera. Por supuesto, tuve la sensación de
no haber terminado un proceso, aunque mi idea original no había sido religiosa,
sino más bien la de lograr un contacto estrecho con la naturaleza, medir mis
fuerzas, tener una convivencia cercana con mis amigos y los miles de peregrinos.
Pienso que en un futuro próximo tomaré un autobús que vaya directo hacia
San Juan para conocer a esa virgen tan milagrosa, con tanto poder de
convocatoria. ¡Y cómo dudar de sus milagros! ¡A mí, que no la vi, ni le pedí
nada, sólo acercándome, me hizo el milagro de bajarme dos kilos! Es posible
que después me compre unos nuevos tenis o botas, que los amanse y, para el
próximo enero, me diga: “¿Por qué no volver a intentarlo? ¡Ya me faltaba poco!”

Montevideo, 2000
Fui al congreso organizado por la Federación Latinoamericana de Psicoterapia
Analítica de Grupo. La primera mesa redonda era, en realidad, una plática
informal de los más viejos de la Federación y Rodrigué le preguntó a José Luis:
“Oye, ¿y cuál es tu juguete nuevo?” Pepito contestó: “Sigo encantado con el
Grupo Mamut, pero los organizadores de este Congreso no me lo aceptaron.”
Emilio Rodrigué replicó que él conocía ese trabajo y que era muy lindo; varias
personas del público comentaron que habían oído hablar de esa experiencia. De
pronto, la sala en pleno gritaba enérgicamente: “¡Queremos un Mamut,
queremos un Mamut!”
La presidenta del Congreso planteó que aún se podía hacer, aunque no
estaba agendado. La asamblea decidió que el Grupo Mamut se haría al día
siguiente, a la hora de la comida, en el salón principal del edificio antiguo que
nos acogía. Tuvimos una asistencia de unas 130 personas que salieron fascinadas
con nuestro trabajo.

Groenlandia, 2003
Acepté la invitación de mi prima Georgina y de su marido Kjeld, quienes daban
servicios dentales a los inuits en Qaqortoq. Tuvimos largas pláticas en las que
nos contaron que a los perros blancos que viven en Ummannaq, muy al norte, los
dejan el verano encadenados y apenas si les dan de comer para que no engorden
y en invierno hagan bien su trabajo, que es jalar los trineos. Parecen samoyedos,
pero tienen el pelo más largo. Por la falta de alimento se vuelven agresivos y
muchas veces han lastimado a los humanos. Ahora la política es que sólo las
hembras preñadas y los cachorros pequeños pueden andar libres; cualquier
guardia sabe que si ve un adulto suelto debe dispararle, pues tal vez peligre
algún niño.
Cuando los primos trabajaron al norte de la isla, a veces recorrían 30 ó 40
Km. atravesando el mar congelado y llevando con ellos al personal de la clínica
para que les tradujera, pues los pacientes de la comuna no saben hablar danés ni
mucho menos inglés.
La única manera de llegar a Groenlandia en avión es desde Dinamarca, pues
esta isla, la mayor del mundo, es una jurisdicción danesa. Los miércoles el
aterrizaje es en Nerzesuaq, donde sólo viven 100 habitantes y hay un hotel para
los empleados del servicio. De ahí salen aviones, barcos y helicópteros a los
diferentes destinos. Todos son rojos y no pregunté por qué, pero me imagino que
es para que en el caso de un accidente puedan localizarlos rápidamente, pues es
muy probable que caigan donde todo es blanco. Estoy hablando del Polo Norte.
El total de la población es de 55,000 habitantes, todos ubicados a la orilla
del mar y hay 11 aeropuertos y helipuertos es decir, uno para cada 5,500
habitantes.
Alguna tarde, después de una larga caminata y mirando a las ballenas, mi
primo me habló de su hija invidente, “que lo único que no puede hacer es ver.”
La frase me pareció presuntuosa, pero al final supe que así era. Cuando ella
nació, muy pronto le detectaron retinitis y supieron que como a los ocho años ya
ni vería las sombras que veía en ese momento. Sus padres se ocuparon de
prepararla para su ceguera y la llevaron a distintas terapias para que aprendiera a
usar el bastón, a leer, y todo lo necesario para que pudiera manejarse
adecuadamente. Además de ser fisioterapeuta y con ello ganarse la vida, viajó a
Holanda para aprender bien un cuarto idioma y ahí conoció a su marido, creo
que finlandés, con el que ha procreado gemelos y dos hijos más. Como si esto
fuera poco, estuvo en un equipo de goalball, que se juega con una pelota sonora.
Se trata de anotar puntos y cuidar una portería, como en el fútbol, y ella
representó a su país en varios Juegos Paralímpicos. También esquía en la nieve.
Recordé la frase de que cada uno es lo que es y lo que podría llegar a ser.
Me quedó claro lo importante que es preparar y no sobreproteger a un
discapacitado, permitiéndole tener el digno lugar que le corresponde en la vida y
asumir su destino tal como es. Claro que todo esto fue posible porque en
Dinamarca a cualquier persona que trabaja le descuentan 68% de lo que percibe
y los impuestos son usados para ayudar a los minusválidos, a los ancianos y para
que la seguridad social sea de primera clase. En el pequeño pueblo de Qaqortoq
visité una clínica pública donde había ocho niños inuits con distintas
discapacidades y eran atendidos por 42 daneses especializados, que les daban
todo tipo de tratamientos. También había varios intérpretes para facilitar el
servicio.
Mi prima me platicó de algunos de los 21 primos hermanos a los que dejé
de ver hace 40 años. Fue muy interesante escuchar cómo ella veía a mis papás y
hermanos desde su casa, cómo fuimos apreciados, considerados o criticados. Era
como pensarme otra vez niña, desde los ojos de ella. Le llevo unos ocho años de
edad y cuando yo era adolescente apenas si me percataba de su existencia.
Además, con tantos hermanos en mi casa, no me hacían falta los primos. Ella,
que es la única hija mujer entre dos hermanos varones, parecía tener la mirada
atenta en mi familia, compuesta por cinco mujeres y un solo hermano varón.
Muchas noches me acosté a las 11:30 p.m., a pesar de que la luminosidad me
hacía pensar que eran apenas las dos o tres de la tarde. Después de dormir varias
horas, de pronto me despertaba con el brillo de la luz y veía el reloj, ¡las 4 a.m.!
Miraba por la ventana y en la calle no había ni un alma.
El idioma groenlandés es distinto en la costa oeste que en la del este y uno
de ellos ni siquiera se puede escribir; en el otro, las consonantes se repiten
constantemente así como las diéresis. Algunas palabras tienen más de 30 letras.
Asistí a un funeral que tuvo un servicio religioso bastante lindo, pues había coros
que acompañaban el cortejo. Congelan el cuerpo antes de enterrarlo.
Era muy impresionante ver el mar con grandes trozos de hielo, calculo que
tenían la altura de un edificio de ocho pisos y lo que se ve, dicen, es la onceava
parte del total. Apreciamos que había icebergs translúcidos, otros casi grises, y
algunos amarillos. Por los colores se distingue el tiempo que llevan congelados.
De pronto se oyen uno o varios ¡crack! y en los siguientes minutos una sola
pieza de hielo se convierte en dos o tres o bien el mismo hielo que uno observa
se da una maroma y muestra una forma totalmente distinta a la que habíamos
apreciado antes. ¡Es un verdadero espectáculo!

Turquía, 2004
En el año 2004 me agregué con mi nieta Natalia a un grupo del Instituto de la
Familia, A. C. que asistía a un Congreso de Familia en Estambul. Los primeros
días la gente se refería a mí como la terapeuta sexual, la que hace Constelaciones
o una terapeuta del AMPAG.
Natalia, que era la más joven de los 92 integrantes del grupo, se
desenvolvía tan bien con los demás que al final del viaje yo era simplemente “la
abuela de Natalia.” Estaba orgullosa de que la vieran desenvuelta, inteligente y
hablando bien varios idiomas.
Tras un viaje de varias horas, con una escala en Frankfurt, llegamos de
noche a Estambul. La ciudad es impresionante, con sus mezquitas iluminadas al
borde del Bósforo. Tiene una parte en Asia y otra en Europa. Estuvimos en
Turquía dos semanas, a lo largo de las cuales conocimos varias ciudades,
guiados por un pelirrojo que se apellidaba Barbarroja, era turco y había
aprendido español para poder leer a grandes escritores como Cervantes, Borges y
Cortázar. Algunas noches invitaba a las jóvenes (entre 20 y 35 años) y en el
autobús les hacía paseos a centros con Internet o a alguna cafetería y les
decíamos “Barbarroja y su harem.”
Visitamos Capadocia, una ciudad construida en las rocas, una montaña
que parecía cubierta de nieve pero que eran sales minerales y se llama
Pamukkale (colina de algodón). Conocimos antiguas ciudades griegas como
Efeso y Troya, donde había una reproducción del caballo. Nos quedamos
hipnotizadas por el baile de los derviches, nos divertimos con las mujeres y sus
danzas exóticas.
Cuando nuestros compañeros de viaje se fueron a otros países a
terminar su viaje, nosotras dos nos quedamos en Estambul, y como Natalia podía
decir algunas frases en turco y conocíamos diversas rutas tomábamos autobuses
urbanos. Terminamos nuestra bella experiencia con broche de oro: en el baño
turco de Çemberlitas, construido en 1584, que es una obra de arquitectura
otomana y tiene masajistas que trabajan con espuma de jabones perfumados
mientras varias turcas de distintas edades cantan entusiasmadas.

Ecuador, 2009
En septiembre de 2009, cuando aún estaba muy triste por la muerte de mi
compañero, recibí una invitación del psicólogo Iván Villafuerte para realizar
distintas actividades en Ecuador. Él me preguntó si deseaba ir a un hotel o ser
huésped en casa de una viuda simpática.
Elegí la segunda opción y llegué con Lali Oemer, que resultó ser una
gran cocinera y buena guía de turistas. Tuvimos tiempo de hacer varios paseos y
también de platicar abiertamente como pares. Con mucha emoción, susto,
desconfianza, interés y audacia de mi parte, acepté que Iván me representara y
consiguiera distintas actividades en Quito y Guayaquil. El país, su biodiversidad,
las frutas, la artesanía, el clima, las personas y su manera de hablar cantando me
parecieron fascinantes.
Estuve solamente 14 días, en los que tuve varias jornadas de
Constelaciones Familiares, un Grupo Mamut con más de 100 chavos
universitarios, una conferencia vivencial y una intervención socioanalítica con
los miembros del Centro de Desarrollo y Autogestión, que están dedicados a
retirar a los niños que trabajan en los basurales de todo el Ecuador. Tienen
registrados más de 2,000 niños a los que reintegran a sus familias y les hacen
seguimiento para que empiecen o regresen a la escuela.
Me pareció muy impresionante el Museo La Capilla del Hombre, con
pinturas de Guayasamín y una vista del majestuoso Cotopaxi, nevado todo el
año. En el Museo de Sitio Intiñan fue muy interesante seguir todas las
demostraciones que hacen los guías de turismo para que uno se cerciore de que
está en latitud cero. Hay líneas trazadas por los franceses hace más de 200 años
por las que se comprueba que Ecuador está en la mitad del mundo. En otra de las
pruebas, después de varios intentos, conseguí que un huevo de gallina que yo
sujetaba quedara detenido sobre la punta de un clavo.
Conocí la hacienda Zuleta, que es majestuosa y tiene una reserva de
osos, truchas, halcones y otras especies de los Andes; pasamos por Cayambe
(famosa por sus bizcochos y queso de hojas) y Otavalo, que tiene una gran
cantidad de artesanías. Una noche fui con la familia de Carlos Hidalgo a ver
Quito iluminado desde lo alto, donde se encuentra la virgen alada que suele estar
muy visitada y decorada cerca de la Navidad.
Me gustó muchísimo ir a un concierto didáctico en la Casa de la
Música. Casi todo el público eran niños menores de 10 años. Observaban muy
atentos las imágenes que proyectaban fotos en una pantalla gigantesca donde
agrupaban los instrumentos de cuerdas o de aliento y los músicos emitían
sonidos distintos para que el público pudiera distinguirlos. También había tres
payasos que hacían reír y circulaban entre los músicos. Estoy segura de que
muchos de esos niños amarán la música clásica.
Al final tuve un maravilloso paseo a las aguas termales de Papallacta.
Está a unos 70 Km. de Quito y la carretera es una belleza, pues se ven
impresionantes paisajes montañosos. Hay unas 15 piscinas, con aguas de
diferentes temperaturas que van desde los 10ºC a los 45ºC, o sea que cada uno
entra y sale de cualquiera de ellas según el gusto, la tolerancia o la necesidad del
momento. El bienestar y la tranquilidad que tuve todo el tiempo me permitieron
dejar de fumar ¡otra vez! No veo la hora de regresar a este hermoso país.

Costa Rica, 2011
En diciembre me fui a San José de Costa Rica con la intención de visitar a los
amigos: Fernando y Roxana Retana.
En pocos días me percaté de su gran amor por las vacas que crían en
diferentes fincas. Es una familia muy interesante que están organizados los
padres y las cuatro hijas de una manera independiente y a la vez en procesos
consecutivos, una de las hijas es bióloga y se ocupa de cultivos macrobióticos
que luego se derivan a varios restaurantes que maneja otra de las hijas. El padre
se ocupa de visitar las fincas en donde están súper cuidadas las vacas que no
reciben antibióticos ni vacuna alguna en su vida. La madre se ocupa de un
servicio de catering y otra de las hijas es la administradora general.
Lo sorprendente es que estando con ellos no se siente ninguna presión
o estrés alguno, tampoco hablan de negocios o problemas. Es una familia
realmente admirable, respetuosa, humilde y poderosa que gozan paseando a sus
amigos mexicanos.
Después me fui a Nozara que es al norte en la selva y me encontré con mi hija
Alejandra. Ella había llegado 6 meses antes para trabajar en una ONG que se
encarga de salvar y cuidar a monos huérfanos. Me impresionó mucho su auto,
que parecía jeep y me dijo que con él podía cruzar ríos de hasta 50 cm. de alto,
sin problemas. Su auto es de 1985 así que sólo tenía 27 años de circular y como
el promedio de velocidad ahí es de 8 Km., por hora nunca le daba problemas.
Nosara es una lugar muy especial pues sólo hay senderos, ni una calle
pavimentada y sin embargo viven muchos extranjeros de diferentes etnias, hay
varias masajistas, panaderías especiales para los celíacos que no comen gluten, y
en las calles se escuchan varios idiomas.
Me sorprendí favorablemente de mi hija había socializado tanto que tuvo
una cena de Año Nuevo a la que asistieron unas 12 personas que hablaban varios
idiomas. De ese grupo salio la propuesta para hacer un taller de Constelaciones 4
días después, así que por primera vez hice un taller en la selva.
Regrese a México muy tranquila pues Costa Rica me pareció un lugar
definitivamente seguro saludable y tranquilo en donde se nota mucho cuidado
por la ecología.


NORUEGA 2012
En la primavera del 2012 me enteré que mi nieto Esteban de 21 años había sido
elegido por Canadá (donde reside) para representar a Canadá en un encuentro de
jóvenes artistas en Inglaterra. El hace música electrónica y da clases en la
Universidad: sus alumnos van de 19 a 54 años, lo que me parece muy
interesante, dada su corta edad.
Decidí que se merecía un premio y organizamos un viaje para encontrarnos
en Alemania y conocer Frankfurt y Berlín y luego desde Dinamarca tomar un
crucero que nos llevaría a Noruega. Me gustó mucho ver los restos del muro de
Berlín y los museos que se han hecho recientemente.
En Oslo también visitamos varios museos y me encantó la historia de Thor
Heyerdahl (1914-2002) que viajó en el Kontiki desde Perú hacia Polinesia en
1947. Iban 6 hombres en una balsa hecha de troncos que cortaron en la selva de
Perú y con dicho viaje se demostró que los peruanos habían llegado a la
Polinesia 1500 años antes que ellos.
En Oslo me robaron mi cartera en un autobús. Había mi pasaporte, mi visa
de EU y muchos euros y dólares… Cuando fui a la policía veía sólo negro.
Supe que en Noruega no hay consulado ni embajada de México así que
conseguir un pasaporte de emergencia era casi imposible.
En todo el día no pude probar bocado y como a las 7 p.m. me tranquilicé al
pensar que “ya no tenía nada que cuidar, ni qué perder”. Al día siguiente
decidimos irnos a pasear, como si no hubiera problema pero se me ocurrió abrir
mi IPHON en donde encontré un recado que decía: “Are you still in Oslo”? Si
viene a esta dirección le podemos regresar sus documentos.
Por supuesto no había ningún billete pero pudimos continuar el viaje y yo
no perdería un trabajo que tenía programado en Houston. Esto me enseñó varias
cosas: en los países del primer mundo es mejor llevar tarjetas pues hasta los
taxistas tienen máquina para cobrar el pasaje.
Pensé que con tantas migraciones hay muchas familias que tienen que robar
para alimentar a sus hijos, imaginé haber ayudado a la sobre vivencia de alguien
y bueno, tuve suerte, todo entra en la diversión. Siempre se aprende algo.
CAPÍTULO III
Situaciones fundamentales e irrepetibles

Nacimientos, pariendo los martes

Nacimiento de Adriana
La primera vez que di a luz tenía 23 años de edad, estaba muy contenta y
emocionada. Me había entrenado para hacer el parto psicoprofiláctico, que en
1963 era una novedad. El trabajo de parto duró 36 horas. Las últimas 24 estuve
acompañada por mi marido, quien hacía de instructor y registraba todo: mis
respiraciones, la relajación, la frecuencia de las contracciones. El ginecólogo que
me atendió era el Dr. F. Stefanovitch, de origen yugoslavo, quien había traído a
México el método. Era bromista, coqueto y simpático, cuando el bebé niña había
coronado dijo: “Decidan rápido, ¿qué quieren: niño o niña? Ya sale la cabeza.”
En esa época nadie conocía el sexo de su bebé sino hasta el día del nacimiento,
así que era muy buen chiste que aflojaba la situación de estrés que se vive en un
quirófano en el momento de un nacimiento, que es la línea divisoria entre la vida
y la muerte, tanto para el recién nacido como para la madre.
El Dr. Stefanovitch, aparte de tener una clientela privada y haberse instalado
en una colonia exclusiva de la Ciudad de México, llevó este método al Hospital
Militar, por lo que la difusión del mismo fue masiva y él a su vez tuvo muchos
médicos mexicanos como ayudantes y alumnos. La anestesia no era necesaria, la
madre colaboraba y además el padre estaba incluido en la sala del parto. En la
misma época había regresado a México el Dr. Santibáñez, entrenado en Francia,
para dirigir partos psicoprofilácticos.
Estuve 36 horas haciendo las respiraciones que me habían enseñado, en
estado de alerta y sin ingerir alimentos, pues podría ser que al final necesitara
anestesia. Por fin di a luz el martes 28 de mayo de 1963, a las 7:00 hrs. Entre dos
contracciones alcancé a dormir menos de un minuto y tuve un sueño en el que
las cataratas del Niágara en vez de agua, tenían chuletas de cerdo, horneadas y
crujientes. En esa época era carnívora.
Salí del hospital lo más pronto que pude y ¡oh, sorpresa!, mi asistente se
había marchado, el teléfono estaba descompuesto y en nuestro departamento
faltaba el agua. Sin embargo, fue una muy linda época donde todo era
aprendizaje.
Adriana tomaba de mi leche, ganaba peso, jugaba y sonreía sin enfermarse.
En dos años sólo tuvo fiebre dos veces, como consecuencia de las vacunas
correspondientes a su edad.
Nacimiento de Alejandra
Varios años después me embaracé durante nuestra estancia en París, y a mi
regreso al Distrito Federal llegué a la consulta con el Dr. Nava Zulaika, alumno
del Dr. Stefanovitch. De él recuerdo un truco que me pareció genial. En la
primera consulta decía conocer el sexo del bebé por nacer. Primero se quedaba
viendo el vientre de la mamá, sonreía a los padres y luego aseguraba, por
ejemplo, que se trataba de una niña, pero en el expediente apuntaba lo opuesto.
Meses después, en la primera consulta posparto, si los padres habían recibido lo
que él pronosticó, lo felicitaban contentos. Si el pronóstico no se había
cumplido, los padres reclamaban: “Con nosotros hubo equivocación, usted nos
dijo hace mucho que...” Entonces él abría el expediente y les mostraba que desde
la primera consulta había atinado el sexo del bebé y mostraba de su puño y letra
con fecha y firma, lo que realmente había escrito. Siempre quedaba como el gran
sabio.
El martes 23 de enero de 1968, a las 4:45 p.m., estaba en el hospital a punto
de dar a luz y el Dr. Nava declaró: “Su esposo no puede entrar porque no hay
uniforme de su talla.” Salvador era hijo de un gran pediatra, había cursado un
año en la Facultad de Medicina, había presenciado diversas cirugías y el
nacimiento de nuestra primera hija. Me di cuenta de que era una artimaña, me
enojé y grité: “¡Usted me engañó todo el tiempo, siempre aceptó que él asistiría!
¡Usted actúa contra el propio método! ¡Si él no entra, hago una huelga y no voy
a pujar ni una vez! Llegó una contracción y el doctor se espantó por mis gritos e
hizo pasar a mi marido, al tercer pujido nació Alejandra.
Me pusieron oxígeno y, afortunadamente, ahí estaba Salvador cuando se me
estaban entumiendo las manos y tenía sabor a acetona, de lo que no había sido
advertida en las clases. Mi marido se percató de que estuvieron a punto de
asfixiarme pues, aunque la mascarilla estaba bien instalada, habían olvidado
abrir la llave para dar salida al oxígeno.
Fui muy feliz de tener una segunda hija, pero decidí quedarme varios días
en el hospital y en esta ocasión recuperarme totalmente hasta sentirme lista para
cualquier eventualidad.
Nacimiento de Aldo
Desde que me casé con mi segundo esposo José Luis consideré la posibilidad de
procrear un hijo. Sin embargo, esta idea no coincidía con su punto de vista y
muy serio decía: “No podemos porque ya somos abuelos (en realidad el abuelo
era él, no yo), ¿qué va a decir la gente?” Yo agregué: “Hace mucho he oído que
tú haces locuras, así que ésta no sería la primera.” Eso, además de las entrevistas
que tuvimos con los terapeutas Marie Langer e Ignacio Maldonado, lo animó. En
esa terapia breve vimos que su mayor preocupación era que el nuevo hijo
quedase huérfano de padre, como había sido su caso. Cuando José Luis tenía
unos 11 años su papá fue asesinado a balazos por la espalda y a raíz de eso su
vida cambió radicalmente. Por varios años su mamá, Bertha Chagoyán, vendía
diariamente 500 gelatinas para mantenerlo. La Dra. Langer explicó a José Luis
que si él no se metía en líos graves, tal vez nuestro hijo pudiera tener un destino
diferente al suyo y que, además, si nuestro hijo llegaba a quedar huérfano,
aunque el tema era parecido, el escenario sería distinto y tal vez yo sería capaz
de criarlo por mi cuenta.
El tercer embarazo no llegó tan rápido como esperábamos y, mientras tanto,
tuvimos una perrita a la que llamamos Mensolina. Fue nuestro gran amor, era tan
inteligente que casi se reía de los buenos chistes: la llevábamos a todos lados y le
hicimos una camita de latón. Finalmente logré quedar embarazada y el día en
que se confirmó, tanto Mensolina como Pepito tuvieron un episodio con vómitos
que consideré como respuesta “chipil.”
Al final del embarazo y de ese año estábamos en nuestra casa de campo,
descansando, cuando empecé con los pródromos. Mensolina, que me había
acompañado a todo el entrenamiento y estaba advertida de que no perdería su
lugar en nuestros corazones, se puso muy nerviosa, se trepaba sobre mí y
empujaba con su cara mi vientre. Luego se orinó en nuestra cama, cosa que ni de
bebé había hecho. No la regañamos y le dijimos que sabíamos que estaba celosa.
Decidimos regresar a la ciudad el 2 de enero y, cuando nos despedíamos de unos
vecinos que tenían un restaurante cercano, Mensolina fue a la cocina. Aunque
acababa de comer todo lo que quiso, se suicidó comiendo raticida. Con esta gran
tristeza volvimos al Distrito Federal y descubrimos que yo tenía tres centímetros
de dilatación. Pasaron varios días y por fin llegó el martes 16 de enero de 1979 a
las 5:00 a.m. sentí contracciones y nos fuimos al hospital. El médico que me
revisó nos aconsejó: “Váyanse a casa. Aun no es tiempo, apenas empezó la
dilatación, sólo tiene tres centímetros.”
Esa mañana estuvimos en casa con terapia ocupacional, desmenuzamos no
sé cuántos kilos de bacalao. Después vimos pacientes y como a las 5:00 p.m.
sentí que las contracciones se regularizaban. Cancelamos a los demás pacientes y
fuimos a la consulta del ginecólogo, el Dr. Van der Graff. Le advertí: “Doctor, yo
sólo doy a luz en martes, y hoy es martes, por favor, por favor... ” Me revisó y
me comunicó: “Sólo tiene tres centímetros de dilatación. Además, la semana
próxima también tiene un martes.” Me recetó Vadosilán (creo) y aseguró que no
había peligro si esperábamos.
Nos fuimos a casa, tomé primero una pastilla y luego dos. Las contracciones
eran cada vez más fuertes. Me llené de miedo. Pensé que el bebé iba a morir
dentro de mí. Esta vez conocíamos su sexo y habíamos hecho una amniocentesis
pues yo estaba por cumplir 40 años. Mi esposo llamó al ginecólogo. Yo le
suplicaba enérgicamente: “Dile que estoy muy alterada, casi psicótica, paranoica
y todo eso...”, él suavizaba: “Doctor, mi esposa está muy incómoda.” Grité llena
de pánico: “¡Estoy a punto de dar a luz, necesito ir al hospital!” Al final, el
doctor entendió y consintió: “Vayan al hospital, pidan que les den un cuarto para
pasar la noche con mayor seguridad y que la señora se calme.”
Cuando llegamos al hospital, la recepcionista afirmó: “De ninguna manera,
esto no es un hotel. Si quieren cuarto y si la señora está embarazada, les daremos
una habitación a condición de que el residente la revise.” Por supuesto que se
notaban mis 20 kilos extra. Después de la revisión, ¡oh, sorpresa!, ya tenía nueve
centímetros de dilatación. Llamaron a mi médico, que ya iba en camino a su casa
y preguntaba: “¿Cómo se llama mi paciente? ¿Quién es?” La enfermera
contestó: “No sabemos, es una señora que sólo puede tener hijos los martes.” Así
fue como llegó Aldo al mundo, el martes 16 de enero de 1979 a las 11:40 p.m.
El 30 de agosto de 1988, cuando cumplí 49 años, recibí un telefonazo y me
enteré de que a las 7:00 a.m. había nacido Natalia, mi nieta, a la misma hora en
que yo había parido a su madre y, por supuesto, también en martes.
Para mí, el hecho de ser mamá fue la más importante de mis aventuras. No
me refiero solamente al hecho de parir, sino el poder ver y acompañar el
desarrollo de cada uno de mis hijos, en las buenas y en las malas. De no haberme
podido embarazar hubiera sido capaz de cualquier cosa, como robar o comprar
algún bebé.
El maternaje de mis tres hijos fue relativamente fácil. Con cada uno
encontré, afortunadamente, a alguna mujer experimentada, buena onda que vivió
y trabajó con nosotros varios años y alguna permaneció más de 15.
Cuando nació Adriana teníamos una empleada llamada Concepción, que me
explicó lo conveniente que era tener a la mano rosetas de anís para hacer una
infusión en caso de cólicos de la bebé. Cuando cenábamos en casa nos platicaba
su tema predilecto: historias sobre Frida Kahlo y Diego Rivera que habían sido
sus vecinos en Coyoacán.
Cuando nació Alejandra, trabajaba con nosotros María, que se desenvolvió
excepcionalmente bien y cuando le pedía que depositara dinero en el banco, a
veces regresaba diciendo: “Preferí comprar dólares, pues hoy estaban más
baratos que la semana pasada.” Cuando vivimos en Tlalpuente le pagué un curso
de manejo para que eventualmente la hiciera de chofer. Hoy lleva 20 años
viviendo en California.
Cuando nació Aldo trabajó con nosotros Felicia, quien lo cuidaba
amorosamente. Una noche lo encontré con una mano vendada pues él había
colocado la mano sobre un comal ardiendo y ella se la había vendado con una
penca de sábila para que no tuviera ninguna ampolla.
Siempre tuve confianza en las mujeres que nos asistieron, que tenían gran
capacidad, iniciativa y sentido común. Por años, mi tranquilidad se basó en su
permanencia y cuando ya no trabajaban con nosotros, nos siguieron visitando.
Mi agradecimiento a ellas por el gran apoyo que recibí cuando más lo
necesitaba.
El adiós a mis padres

La muerte de mi papá
En 1992, el 30 de agosto, día de mi cumpleaños, mi mamá me felicitó por
teléfono en nombre de ella y de mi papá. Pedí hablar con él, pero ella contestó:
“No tiene suficiente energía para hablar.” Inmediatamente fui a visitarlo. Lo vi
muy cansado, deprimido: se sentía mal aunque no tenía dolor ni enfermedad
alguna. En realidad, durante los últimos años tenía poco interés por la vida. A
partir de ese día, todos sus hijos aumentamos nuestras visitas. Lo veíamos cada
vez menos fuerte, conversador o interesado.
A mediados de octubre me contó: “Ayer estuve muy cerca de la muerte. Fue
una tontería no haberla aprovechado...” Le pregunté si quería que le consiguiera
unas “gotitas.” Abrió sus grandes ojos azules y dijo: “¿Te olvidas de que soy
católico?” Sentí un gran alivio pues no hubiera sabido qué veneno llevarle,
dónde conseguirlo ni a quién confiar lo que iba a hacer. En las siguientes
semanas yo le daba masaje, a veces en la espalda, siempre en los pies, le ponía
música clásica, a menudo me acostaba en su cama y dormía con él.
Insistía en no ir al hospital; sabía que le quedaba poco tiempo de vida. En
algunas ocasiones advertía que le faltaba irrigación cerebral y exclamaba: “¡Ahí
viene la tontería, ahí viene la tontería!” A partir de ese momento sólo hablaba en
inglés o hacía discursos como el siguiente: “Tal vez sería muy importante pintar
el lavamanos de rojo. Si alguien se cortara el dedo, las gotas de sangre no lo
mancharían. Es un lindo color y se vería elegante.”
Los seis hermanos íbamos a su casa varias veces al día, llevábamos comida,
platicábamos mucho, nos quedábamos hasta tarde. Él comentó: “Ahora que hay
tanta gente en esta familia, es como si estuviéramos en una fiesta permanente.”
El 27 de noviembre telefoneó la enfermera para decirme que mi papá había
ido al baño y le había salido tanta sangre como si hubieran matado a un toro.
Eran las 6:30 de la mañana y mi madre, muy asustada, había llamado a la
ambulancia para que lo llevaran al hospital. Todo el día estuvieron poniéndole
transfusiones, con la dificultad de conseguir sangre RH negativo, tanto en la
familia como entre desconocidos.
Hacia las 12 de la noche lo acompañaba en terapia intensiva cuando,
mirando los aparatos a los que él estaba conectado, bromeó: “¡Mira cuántas
tripas! ¡Parece que quieren mandarme a la luna!” Después agregó: “Por cierto, a
ver con qué influencias me traes una Coca Cola.” Se me ocurrió pedir
autorización a un médico quien, absurdamente, lo negó, diciendo que sería más
alimenticio un vaso de leche y me echaron a la calle. Al día siguiente, mi papá
murió a las ocho de la mañana, en el hospital en el que nunca había querido
estar.
Recuerdo que, hace unos cuarenta años, me dijo: “¿Podrías buscar a un
cirujano plástico que me borre el ombligo?” ¡Cuánto me hubiera gustado
entonces saber, para explicarle que en su Constelación Familiar se vio
claramente lo difícil que le resultó a su mamá biológica dejarlos a él y a su
hermano al cuidado de su esposo para irse con otro hombre! A unos cuantos
meses de la partida de su madre murió el hermano, tal vez a causa de alguna
enfermedad infantil que en aquella época era mortal. En nuestra familia estos
dos hechos fueron silenciados.
Meses después de la muerte de su hermano, el padre biológico de mi papá,
consternado, culpígeno y llorando, lo llevó a casa de su única hermana (infértil y
casada) para decirle: “Les doy a mi único hijo para que ustedes lo tengan, lo
cuiden y lo críen. No puedo arriesgarme a que se muera como el otro.”
Al poco tiempo, mi papá tuvo un encuentro con su madre biológica. Estaba
tan impactado que se lo contó a sus padres adoptivos, quienes, temiendo
perderlo, lo llevaron a vivir a otro país. Tiempo después, su madre biológica se
suicidó.

El final con mi mamá, 2001
Si lo hubiéramos ensayado, no habría podido ser mejor. Fue realmente un gran
final. Ella y yo no teníamos mucho contacto ni buenas relaciones. Yo tenía
grandes resentimientos hacia ella y creo que nos desaprobábamos. Mi mamá, a
sus 93 años, estaba angustiada, débil, deprimida. El 10 de diciembre le propuse
pasar una temporada conmigo. “¿Con qué objeto?”, preguntó. “Para que nos
conozcamos”, contesté. “A ver si nos da tiempo”, dijo ella. Llegó a vivir
conmigo a Villa Olímpica. La acompañaron dos enfermeras que la conocían
desde algunos meses antes.
Tuvimos varias pláticas largas, cara a cara, con mucha paciencia de ambas y
aproveché para aclarar muchas cosas que ignoraba sobre mis orígenes. Me contó
también sobre los misterios de mi familia paterna, lo no hablado. Estaba muy
lúcida. Dijo lo que ella sabía acerca de la abuela paterna, quien se suicidó de un
balazo en el elevador de un hotel, no sé en qué ciudad.
El día 23 de diciembre mi mamá empezó a sangrar cada vez que obraba y
hablamos de que eso podría ser el principio del final. Ella dijo que, si yo estaba
de acuerdo, prefería morir en mi casa, renunciando a las atenciones médicas. Me
pareció increíble pues siempre fue muy afecta a ver médicos y confiaba en los
beneficios de los hospitales. En esas tres últimas semanas de diciembre mis
hermanos intensificaron sus visitas de apoyo, telefonazos, etc. Los sangrados
desaparecieron el día 26.
Afortunadamente había llegado Ale, mi segunda hija, que vivía en San
Miguel Allende y se instaló con nosotras, dedicada como Florence Nightingale a
resolver lo que se iba presentando, con cariño y dulzura. El día 28, por la tarde,
mi mamá tuvo dolores agudos de vientre que no pudimos calmar ni con
inyecciones de Buscapina y pidió ser ingresada al Hospital de PEMEX. La
acompañamos Ale y yo en ambulancia, a las 6 a.m. del 29 de diciembre, y mi
hija se regresó a San Miguel Allende.
Le diagnosticaron pulmonía y lo del vientre “por averiguar” y le asignaron
un cuarto. El dolor cedió muy pronto, le pusieron oxígeno que ella no toleró, y
como ya casi no oía no le podían trasmitir las instrucciones necesarias, por lo
que le amarraron las manos para evitar que se quitara la mascarilla a jalones.
Pasó el día 30 en una especie de delirio paranoide: “Todos me quieren asesinar.
Me tienen secuestrada. Quiero hablar con la policía para que me salve.” Le
explicábamos: “Estás en un hospital, carecemos de autoridad aquí. Si quieres
vamos a la casa y dejamos todo esto.” Parecía entender y aceptar los
tratamientos, medicinas y reglas del hospital, pero sólo por veinte minutos y
después recomenzaba su delirio.
¡Cuál sería su escándalo que la paciente con la que compartía la habitación
consiguió que la cambiaran! El día 31, a primera hora, coincidí con cinco
médicos que la revisaban y les comuniqué que, después de haber hablado con
todos mis hermanos, los seis hijos de la señora Döring estábamos de acuerdo en
no aceptar que ella fuera entubada, operada o resucitada en ningún momento,
considerando que tenía 93 años. Respondieron: “Entendemos sus razones y,
además, la paciente no está cooperando.”
Mi hermana Erika tramitó su salida cuando el cuerpo médico ya estaba
programando la cirugía exploratoria para definir de qué parte del colon o del
estómago había sangrado siete días antes, para lo cual le aplicarían anestesia
general. Tenía muy escasas posibilidades de sobrevivir, pero así los médicos
sabrían de dónde había salido la sangre.
Finalmente, a las 3:00 p.m. regresó mamá a mi casa, con medicinas y
tanques de oxígeno para 10 días. Su hoja de recomendaciones aconsejaba: dieta
normal y reposo en cama. Por lo tanto, no debería jugar tenis, andar en bicicleta
o subir al Popocatépetl en los próximos días.
Estaba mucho menos agitada, pero parecía un poco perdida y repetía:
“Suéltenme, déjenme ir.” Poco a poco fueron llegando siete u ocho nietos y mis
cuatro hermanas. A las 5:20 p.m. dijo: “Me quiero parar, me quiero mover.” Tres
de mis hermanas la ayudaron para desplazarse ocho metros y llegar a la sala. La
pusimos sentada cómodamente en un sillón próximo a la ventana grande por
donde entraba un buen rayo de sol. Yo estaba tan emocionada de que ella
caminara que, sin pensarlo tomé el disco de Las cuatro estaciones de Vivaldi y
lo puse muy fuerte —precisamente en La primavera—, como reconociendo y
festejando su gran esfuerzo por caminar. Sonó el timbre de la planta baja y oí:
“Soy Carlos Döring” (mi único hermano). Le dije que subiera rápido, corriendo.
Él comprendió que era el final.
Una enfermera estaba junto a mi mamá y estaba a punto de llorar. Le pedí
que me cediera ese lugar. Dirigiéndome a mi mamá pasé lista: “Mamá, estamos
todos juntos: la Güera, Carlos, Patricia, yo, Teresa y Erika. Nos recorrió a todos
con la mirada, de mayor a menor y luego a la inversa. Aflojó su cuerpo, se
recargó en mi cuello. Ya estaba muerta. Eran las 6:00 p.m. del día 31 de
diciembre.
Fue como una imagen de solución de Constelaciones Familiares, como si
todos estuviéramos atestiguando que su vida había tenido sentido. Ella había
cumplido pasándonos la vida y nos había mantenido en ella. Después supe que
ese mismo día, en San Miguel de Allende, mi hija Ale, a las 5:00 p.m., decidió
pintar una imagen de la abuela tal como la recordaba acostada en mi casa. Para
inspirarse mejor, casualmente escuchó también, muy alto, Las cuatro estaciones
de Vivaldi y hacia las 6:00 p.m. terminó su pintura, recogió sus pinceles y se fue
a la calle.
Por lo que he aprendido en Constelaciones Familiares me doy cuenta de que
para mí fue una gran oportunidad estar con ella esas últimas tres semanas,
durante las cuales la pude escuchar, entender y apapachar intensamente. De no
haber tenido este encuentro tan cercano, estoy segura de que me sentiría
culpable.
Cuando ella murió y los hermanos estábamos juntos, terminando un año,
sentí la fuerza de mi familia. Los siguientes días, muy claramente, tuve la
sensación de que ahora nosotros seis, de uno en uno, tomaremos el sendero de la
muerte. No hay nadie frente a nosotros, nos toca.
Entendí que los frecuentes alegatos de mis padres eran un estilo de llevarse.
Se querían y eligieron estar juntos por más de 60años, que es algo. Cuando mi
mamá, la primogénita de 10 hijos, tenía unos 11 años, ella y su hermana Lilí (dos
años más joven) tuvieron tifoidea. Desgraciadamente para mi mamá, su hermana
falleció. Ella quedó como única mujer seguida por ocho hermanos varones.
Pienso que a partir de este suceso mi mamá vivió llena de temores y
constantemente se sentía al borde de la muerte, como si no estuviera segura de
que tenía derecho a vivir.
Qué importante habría sido para ella que en su juventud hubiera sido
constelada y colocada frente a frente con su hermana, para que Lilí le dijera: “Yo
estoy en la muerte y tú en la vida. Veo con buenos ojos si tú floreces y la
disfrutas. Nada que tú hagas puede cambiar lo que ya sucedió.” Mi mamá la
hubiera mirado, abrazado y le habría dicho: “Fuiste mi única hermana y te llevo
en el corazón para siempre.” Seguramente a partir de ese día mi mamá se habría
sentido más ligera y con más derechos.
Honro a mis padres, asiento a sus destinos, vidas y muertes. Les agradezco
por haberme dado la vida, fueron los mejores para mí.
Eventos extraordinarios o inesperados que me han hecho sentir afortunada y
apreciar la vida

• A la edad de cuatro años, mi papá nos entrenaba en la Alameda de Santa
María La Rivera para que compitiéramos en las carreras de ciclismo que se
celebraban los domingos en un parque que había cerca del Panteón Francés.
Recuerdo con qué entusiasmo él recortaba las notas del periódico en las que
aparecían nuestros nombres, hacía álbumes, compraba vitrinas y acomodaba
nuestros trofeos. En muchas ocasiones me percaté de que él se sentía muy
orgulloso de todos sus hijos, y eso me fortalecía.

• Cuando tenía catorce años, en 1953, trabajé en un programa de televisión
llamado Los Niños Catedráticos, en el que también participaron José Antonio
Alcaraz, Raymundo Macías y María Victoria Llamas, entre muchos otros. En esa
época sólo existían dos canales de televisión, por lo que muchas personas nos
veían y, cuando me reconocían en la calle, se acercaban a saludarme. A partir de
entonces tuvimos una televisión en casa. Nuestros vecinos la habían adquirido
varios años antes.

• Cuando terminé la escuela secundaria, mi mamá afirmó que era muy
conveniente que nosotras, sus hijas, estudiáramos la carrera secretarial porque mi
papá moriría pronto y, además, según ella, las mujeres se casan y sus maridos las
mantienen. Fui casi obligada a hacer la carrera de secretaria, que me pareció
horrorosa y por eso la hice en dos años. Enseguida trabajé en una importante
firma de abogados norteamericanos. Pasaba mucho tiempo en el baño mirando al
exterior, viendo cómo oscurecía. Me sentía prisionera.
Una antigua empleada dejó su puesto en la firma. Su trabajo consistía en
distribuir las tareas asignadas a más de 30 secretarias. Su teléfono estaba
instalado al lado de mi escritorio así que empecé a responder las llamadas y al
reemplazarla era yo quien organizaba el trabajo de mis compañeras y trataba
directamente con los abogados. Al encargarme de que otras personas trabajaran
me vi liberada de mecanografiar y los días dejaron de parecerme tan largos y
tediosos.
Dos semanas después fui llamada a la Dirección General. Llegué asustada,
pero mi sorpresa fue que yo había causado muy buena impresión a los directivos
y habían decidido mandarme a Estados Unidos para un curso de especialización
durante dos años. Me pagarían todos los gastos, aprendería a ser muy eficaz y a
mi regreso debía trabajar con ellos dos años más y me quintuplicarían el sueldo.
Llegué muy contenta a mi casa, le conté a mi mamá y agregué: “Primero, mi
papá no se está muriendo; segundo, ya aprendí a ganar dinero, y tercero, detesto
ser secretaria, así que abandono esto y me voy a la Prepa en la UNAM.”

• Al final del primer año en la Escuela Preparatoria concursé para obtener
una beca para estudiar en París y, para mi felicidad, la mayor parte de las
preguntas que me hicieron tenían que ver con la obra Le petit prince de Antoine
de Saint Exupéry que conocía suficientemente, así que gané el premio. Llegar a
París sola, a los diecinueve años, habiendo nacido en la colonia Santa María La
Rivera fue un verdadero regalo. En esa época todavía los argelinos eran llamados
pieds noirs. A menudo veía a De Gaulle en la televisión, había unos dieciséis
partidos políticos y eso me impresionaba mucho pues en México sólo se hablaba
de uno y de la sombra de otro. Sin embargo, al igual que hoy, de política no
entendía mayormente. Fui a numerosos museos, viajé a distintas provincias y
pasé el invierno en Suiza. Cuando la beca había terminado prolongué el viaje
por tres meses más. Aprendí a estar conmigo, a disfrutar observando a personas
distintas, a caminar plácidamente y también a comer una sola vez al día pues uno
se acostumbra. Este viaje, y mis mejorías del francés fueron el punto de partida
para aprovechar muchas oportunidades laborales que se me presentaron
posteriormente.

• Cuando estaba estudiando la Licenciatura de Psicología en la UNAM,
durante el rectorado de Nabor Carrillo o Ignacio Chávez, no recuerdo bien,
apareció en la Gaceta Universitaria un llamado para los alumnos que hablasen
bien un segundo idioma. El rector quería que los estudiantes universitarios
acompañáramos a más de 300 rectores del mundo que venían a un congreso.
Sesenta estudiantes de diversas carreras fuimos elegidos. Entre todos teníamos
12 idiomas. Después de ese evento nos organizamos para constituir la
Asociación de Guías Universitarios e Intérpretes. Allí conocí a mi primer
esposo, Salvador Díaz Berrio, español recién llegado a México y futuro padre de
mis hijas Adriana y Alejandra. Por varios años el rector nos solicitó distintos
servicios. Estuve en Los Pinos con el Presidente López Mateos durante la visita
de la Princesa Juliana de Holanda, con el Príncipe Hirohito y otros personajes
más.

• En 1968, mi marido (Salvador) y yo no teníamos trabajo y casi tampoco
dinero ahorrado. Se me ocurrió sugerir: “¿Por qué no vamos a Acapulco con las
dos niñas y descansamos bien para cuando tengamos trabajo?” Era una idea loca
que él secundó y así lo hicimos. Cuando llegamos al Distrito Federal ¡oh,
sorpresa!: habíamos sido contratados como traductores para las Olimpiadas.
Pedimos el turno de 12 de la noche a 8 de la mañana y nos asignaron la oficina
del organizador general. Junto con otros traductores platicábamos hasta que el
sueño nos vencía y generalmente terminábamos abriendo nuestro sleeping bag
para dormir mientras esperábamos la hora de salida. Lo que fue muy interesante
es que un traductor llevaba un radio de onda corta y eso nos permitía escuchar
las noticias de otros países. Así nos enteramos de muchas cosas que los
periódicos mexicanos callaban en relación al sangriento final del movimiento
estudiantil de 1968.

• En 1970, un periódico publicó un anuncio que ofrecía una preparación de
cuatro semanas para intérpretes traductores “especialmente dotados.” El curso
era muy caro, pero habría posibilidades de trabajos interesantes. Al día siguiente
me presenté en el lugar indicado y pasé la prueba para traducir del francés al
español y viceversa. Cuatro días después llegué a mi primera clase. Aún no
pagaba la inscripción cuando llegó la jefa del Departamento de Francés diciendo
que su compañera de cabina tenía hepatitis y al día siguiente comenzaba un
congreso mundial de Medicina. Venía a escoger entre las nuevas alumnas a una
que, en lugar de tomar el curso, trabajaría con ella directamente en la cabina.
Fui la elegida, me volví intérprete y trabajé como tal durante varios años. En
cada congreso nos daban un glosario de 200 ó 300 términos que se necesitaban
para las diferentes especialidades. Sentía tal responsabilidad que estudiaba en el
día y durante la noche soñaba y revisaba dormida distintos textos. Mucho me
relajé en mis interpretaciones cuando concluí que una palabra se me podía
escapar y que lo fundamental era transmitir la idea.
En un congreso al que asistieron más de mil personas, mi compañera de
cabina me previno: “Salgo 10 minutos, encárgate de todo.” Casi sin pensarlo
apagué el micrófono y me quité los audífonos. Por varios minutos me quedé en
silencio. Lo interesante fue que ni uno de los congresistas levantó la mano, subió
a la cabina, o reclamó por falta de transmisión. Ese día comprendí que en los
congresos los asistentes quieren ser vistos por los demás, saludar a los
personajes, añadir su participación al currículum o dejar de ir a trabajar.

• El abrazo que cambió mi vida. Recuerdo bien una noche de 1971. El
maestro José Luis González me invitó a cenar a mí sola, cosa que me extrañó
pues generalmente esas invitaciones venían después de clase y a todo el grupo.
Formaba parte, junto con otros psicólogos, de un seminario sobre Mitología
Universal coordinado por él. Las reuniones eran en su consultorio, los viernes de
7:00 a 9:00 p.m. Yo estaba separada de mi primer marido y no sabía si
llegaríamos al divorcio. Cenamos en un restaurante chino en Insurgentes sur y,
durante la cena, él se me declaró. Le dije que estaba tratando de evadirse del
duelo que le tocaba vivir al perder a su pareja de los últimos años, que había
decidido regresar a su país de origen. Agregué que a mí —recién separada— me
haría bien estar sola un tiempo. Comimos, fumamos y platicamos largamente. Él
concluyó muy serio: “Tienes razón, sobre todo porque soy mucho mayor que tú
(22 años). Fue absurdo pensar que pudiéramos ser pareja.”
Al final, cuando nos despedíamos me miró a los ojos y dijo: “Estoy de
acuerdo con todo lo hablado. Sé que es la última vez que nos vemos. Déjame
darte un abrazo.” Eran las 11 de la noche, hacía fresco y acepté. El abrazo fue
largo, sincero, sentido, importante y revelador. Sentí mariposas por todo el
cuerpo. Me subí al coche repasando nuestra conversación y dudando si mi
negativa había sido acertada. Recordé que cuando después de cada clase
cenábamos con el grupo él solía decirme “Encontré esta edición en francés,
puedes quedártela.” o “Este libro lo tengo repetido, llévatelo.” Con ese abrazo
comprendí que todo mi discurso de la cena carecía de validez, y así se lo dije
más adelante. Meses después entendí que ese abrazo guiaría mi destino por los
próximos decenios.

• Cuando empecé a vivir con José Luis fue muy divertido. Él tenía tres
hijos: José Luis, de 27 años, Diego, de 17 y Daniela, de 12. Yo tenía a Adriana,
de nueve y a Alejandra, de cinco años. En los momentos del gran amor, del
encuentro, de las sorpresas, del deseo de complacer al otro, no necesitábamos
absolutamente nada ni a nadie para pasarla muy bien. Bastaba que alquiláramos
una casita por tres o cuatro días y nos reuniésemos todos para disfrutarlo en
grande. Los González son muy creativos, saben dibujar, cantar y hacer música.
Aprovechando esta disponibilidad y creatividad de nuestros chicos, y como José
Luis y yo estábamos muy entusiasmados con una pacienta mía que nos
recordaba a la niña de la película Cría cuervos, decidimos hacer una grabación
del caso clínico y el personaje central de esta película. ¡Había tanta similitud
entre el caso y la historia de la película! Nuestros hijos colaboraron: algunos
pusieron música y entre todos preparamos los textos, dramatizamos y grabamos
el caso, musicalizado. Lo presentamos exitosamente en varias asociaciones
psicoterapéuticas.
En ocasiones, simplemente nos citábamos para grabar una cinta en la que
relatábamos alguna historia truculenta como la serie La hora macabra, con su
capítulo estelar La momia maldita, o escribíamos argumentos para películas,
hacíamos capítulos de telenovelas donde los personajes se llamaban Francisco
Roberto o Cristina Leticia y nos divertíamos muchísimo.
Nuestros hijos organizaron el Sindicato Único de Hijos, Hijastros y
Similares, el SUHIHIS, en el que había presidente, tesorero, una secretaria y
también dos vocales. Cada uno tenía credencial con su foto y firma. Hacíamos
asambleas familiares cada tres o cuatro semanas, en las cuales planteábamos los
problemas que surgían de la convivencia; cualquiera, sin importar la edad, podía
coordinar las sesiones. Por nuestra parte, José Luis y yo formamos la
organización Padres Unidos Sociedad Anónima (PUSA). Al principio, algunos
fines de semana salíamos a Tequisquiapan y, si había más tiempo, íbamos a
Acapulco.
Estar en familia reconstruida, o como dicen, con tus hijos, mis hijos y los
nuestros, fue una linda aventura. A veces estábamos simplemente en pareja, otras
solamente con mis hijas y a menudo en asamblea general. Nunca tuve la
impresión de que yo tuviera que resolver las necesidades de todos.
Organizábamos equipos de dos o tres personas (dependiendo de las edades) y
por turnos cada equipo cocinaba, servía o lavaba los trastes. Tal vez lo que ayudó
mucho en nuestra pareja reconstituida fue que hubo un gran respeto de unos a
otros y la comunicación fue muy abierta desde el principio. Aunque entonces no
sabía nada de Constelaciones Familiares, acepté que yo era la tercera esposa y
tuve la impresión de que José Luis, al haberse divorciado dos veces antes y por
haber aprendido de sus errores previos, ahora, conmigo, era un mejor esposo.
Sentía la fuerza de ser la esposa actual y la única que también compartió
aspectos profesionales con él.

• Cómo salvé una teta. Hacia el año de 1980 me di cuenta de que a
menudo tenía escurrimientos de un pezón y consulté a un ginecólogo, que me
dijo: “Es una fístula y solo se cura con cirugía. A menudo salen después de
amamantar a algún crío.”
Traté de vivir con ello pero era bastante molesto y cada vez estaba
peor. Consulté a otro médico, quien me pidió análisis preoperatorios y me dijo:
“Yo empiezo a cortar en el pezón y me sigo hasta donde encuentre la raíz.” Me
pareció que se regocijaba.
Después consulté a una doctora que me dijo que nunca supo de una
fístula que se curara… Esa noche no podía dormir pensando en el cuchillo que
iría quien sabe hasta dónde y me dije: “Si realmente fueras tan naturista, ¿qué
harías en vez de la cirugía? Tomé el libro del Dr. Lezaeta Pérez (peruano
naturista del siglo XIX) y entre sus conceptos claves encontré fístula en el ano.
Recomendaba hacer un emplasto de fenogreco y cambiarlo cada 3 ó 4 horas
hasta que se curase la llaga. Pensé que el tejido del pezón y el del ano son
similares, y por lo tanto debería probar confiada.
A la mañana siguiente, cuando llegó mi asistente la recibí con un
billete en la mano y le dije: “Vete a algún mercado y me compras 50 pesos de
fenogreco, y si es poquito mejor traes 100 pesos.”
Regresó ese mismo día con unos granos muy duros, más chicos que un
garbanzo y oscuros, con un olor muy fuerte y peculiar. Primero los metí a la
licuadora y se rompieron las aspas porque eran muy duros. Luego los llevé a un
molino y los hicieron polvo, y el olor se volvió más penetrante, misterioso y
agradable.
Empecé a usarlo haciendo una plasta y poniéndola en el lugar
adecuado, día y noche, y al cabo de 3 ó 4 días estaba completamente curada,
para siempre. Desde entonces he salvado de la cirugía del ano a más de cuatro
personas y a otras tres que tenían espina bífida y se hacían operar cada varios
años porque de pronto tenían pus y ya no aguantaban el dolor al sentarse. Por
suerte ahora ya venden el fenogreco molido y le he conocido más propiedades.

• La increíble recuperación de una cartera. Hacia el año 1984 fui al
teatro un domingo en la mañana y observé que la señora que estaba delante de
nosotros se llamaba Alda y era muy amable con sus familiares.
Al salir del espectáculo quise comprar algo y me di cuenta de que ya
no tenía la cartera. Recordé que la había tocado cuando estaba sentada y tal vez
se había caído. José Luis dijo: “Ya ni modo. No va a estar.” De todas formas
regresé a buscarla. Reconocí la fila que habíamos ocupado, pero no había nada.
Faltaban dos días para mi cumpleaños y José me llevó a un centro
comercial para que yo escogiera una cartera nueva y así me adelantaría mi
regalo… Yo vi seis o siete pero insistía: “Yo quiero la mía, con mis credenciales
y los cheques que iba a depositar el lunes.” El se impacientó y dijo: “Nadie
encuentra su cartera cuando la perdió en esta gigantesca ciudad. ¡Quién sabe
quién la recogió! Lo mejor será que tengas una nueva y poco a poco recuperes
tus credenciales.” No hubo forma. Ninguna cartera era igualita a la extraviada y
yo tenía esperanzas de encontrarla.
Me fui a trabajar a Cuernavaca y, cuando regresé, el día de mi
cumpleaños vi sobre mi plato un paquetito envuelto como regalo, del tamaño de
una cartera. Mi gran sorpresa fue que era la mia, con todas mis pertenencias,
incluyendo el dinero en efectivo.
Me enteré de lo siguiente. Alda, mi vecina en el teatro, recogió mi
cartera y se la llevó a su casa. Al ver mi apellido en varios cheques buscó en el
Directorio telefónico y, como son pocos los Döring, pronto encontró a mi papá
quien le dijo: “Mi hija viaja los lunes a Cuernavaca. Le agradezco su honradez y
la pasaré a recoger a donde usted diga.”
Alda trabajaba en la biblioteca de un Instituto de Biomédicas (o algo
así) y mi papá fue a la Ciudad Universitaria. Mientras caminaba para encontrar a
Alda, empezó a platicar con un hombre que se ofreció a guiarlo pues él trabajaba
en el mismo Instituto.
Mi papá le comentó que yo era psicóloga y trabajaba en Cuernavaca
una vez por semana y él preguntó: “¿De casualidad su hija no se llama Rosa?”
Mi papá dijo: “Sí, ¿cómo lo sabes?” El hombre contestó: “Tenemos un pequeño
grupo de música barroca y ella toca la flauta. Nos reunimos en el consultorio de
su esposo José Luis.
Mi papá llegó hasta el escritorio de Alda y dijo: “Lo bueno es que vivo
cerca y llegué rápido.” Ella preguntó: “¿Dónde vive usted, señor Döring?” Él
contestó: “En la calle Tecualiapan, en Coyoacán. Entonces ella dijo: “Yo
también, en el número 36.” Y mi papá agregó: “Mi esposa y yo estamos a sus
órdenes en el edificio 5.” Esta honrada y buena mujer, Alda, que me alegró mi
cumpleaños, vivía en otro edificio del mismo conjunto habitacional donde vivían
mis padres. ¡Qué pequeño es el mundo!

• En 1995 estaba muy interesada en dirigir con mi hermana Teresa un taller
que llamamos Encuentro con mi erotismo, para la Conferencia Mundial sobre la
Mujer que se celebraría en Beijing, China. Pasaba el tiempo y no recibíamos la
aceptación de nuestra propuesta, por lo que decidí hacer un viaje a Buenos Aires,
sede de Río Abierto, y gasté todo mi dinero.
Cuando regresé a México supe que estábamos agendadas para participar en
el congreso de China. Sentí gran emoción pero el día de mi partida sólo tenía
$1,984 pesos para comer durante un mes. José Luis llamó para despedirse y
comentó: “En vista de que tienes tan poco dinero...” Creí que él iba a cooperar
con algunos dólares... Me sugirió que comprase amates pintados para vender
allá. Pensé que su idea era pésima; sin embargo, fui al Bazar del Sábado y elegí
los más lindos, coloridos, atrayentes y de exóticos diseños.
Pocos días después, llegando a Hairou, antes de presentar el taller, mi
hermana y yo nos dirigíamos a la tienda de América Latina con la pretensión de
que alguien los vendiera. Ochenta metros antes de llegar ahí, inspirada en no sé
qué, coloqué el más lindo amate frente a mi pecho y caminé ostentosamente.
¡Oh, sorpresa! Unas mujeres alemanas se abalanzaron y preguntaron: “¿En
dónde venden eso? Queremos uno, ¡es maravilloso!”, al tiempo que gritaban a
otras mujeres: “¡Vengan, vengan! ¡Esto de verdad vale la pena!” Para no hacer el
cuento largo, como yo aún no conocía la equivalencia de la moneda, para no
equivocarme conservé los mismos precios que recordaba haber pagado en
México, pero en dólares. Es decir, los que compré en 20 pesos, los vendí en 20
dólares.
Tantas mujeres se arremolinaban junto a nosotras que llegaron unos
reporteros de la televisión holandesa con grandes cámaras. Fuimos entrevistadas,
hablamos de lo prehispánico, de la pintura natural, etc. Nos preocupábamos
pensando que nuestra visita a China tenía propósitos profesionales e intelectuales
pero, al final, estábamos mercadeando en una escalinata cercana a los auditorios
oficiales. En dos horas y treinta minutos ya no teníamos que cuidar el rollo de
pinturas y yo tenía 1,984.00 dólares en una cangurera repleta. Me quedó claro
que la falta de dinero invita a la creatividad, y confiar ayuda a que podamos
conseguirlo.
Dos días después llevamos a cabo el taller con mucho éxito. Mujeres
provenientes de diversos países nos relataron experiencias referidas a situaciones
extremas, que nos impactaron profundamente, como la mujer cuya hermana
estuvo casada por dos años y, por no haberse embarazado, un día fue rodeada por
su familia política y la rociaron con gasolina para inmolarla frente a la
comunidad.
Este hecho, que resultó fatal para su hermana, no fue considerado un delito
pues la mujer en esa aldea es la única culpable de la falta de procreación en la
pareja, lo cual se paga con la muerte.

• El encuentro con Soleil. Hacia el mes de junio de 2005 empecé a pensar en
la posibilidad de tener una perrita. Hablé a Estados Unidos con Ale para saber
cuándo se cruzaría su perra Mela. Respondió que tal vez en noviembre, aunque
no era seguro que se embarazara y, en caso de que así fuera, yo tendría que ir allá
a principios de 2006 para traerme un cachorro a México.
Semana a semana me seguía ilusionando, imaginando una perrita rubia,
cariñosa, inteligente, obediente y simpática. El 15 de septiembre de 2005, que no
era martes, caminaba con varias amigas por un lindo bosque en San José de la
Montaña, en la Carretera Federal a Cuernavaca. También venía una mamá con su
hija adoptiva de 16 años. Hablaba sobre mi sueño de tener una linda perra, que
nos alegraría a José Luis y a mí, especialmente cuando uno de los dos se
ausentara. Opinaron que era una locura, que los perros sufren mucho en un
departamento y, considerando que actualmente yo viajo seguido, mi marido
estaba muy ocupado en su consultorio como para pasear perros. Además, él tenía
ya 88 años.
Cuando una de ellas se detuvo para amarrarse las agujetas miré hacia atrás y
a unos 80 m. descubrí a una hermosa perra color miel, de largas orejas y
apariencia de Cocker Spaniel. Emocionada dije: “Miren, ahí está mi perra. Y la
llamé: ¡Cocker, Cocker!” Fue mucha mi sorpresa al ver que ella, rápidamente,
vino hacia nosotras y se me echó a las piernas. La revisamos en busca de una
placa con con identificación, pues pensé que un animal tan bello y bien cuidado
tendría dueño. Fui con ella a las casas cercanas y toqué el timbre en cada una; la
respuesta fue idéntica: “Debe estar perdida, lleva dos días dando vueltas por
aquí. No es nuestra.” Sentí gran felicidad y supe que de ahí en adelante
compartiríamos muchas experiencias.
Cuando llegamos a casa de Mario Campuzano, José Luis la miró y
preguntó: “¿De quién es el perro?” Respondí: “Es nuestra perrita que estaba
perdida y ya la encontré.” Él, muy serio, exclamó: “Desde luego, lo primero será
darle agua.” Supe que la habíamos adoptado. De reojo miré la cara de felicidad
que tenían mi amiga y su hija adoptiva, quienes captaron y entendieron lo que
esto significaba para mí.
Pensé nombrarla Blondie, llamé a Erika, mi hermana, para contarle lo
sucedido. Sugirió: “¿Por qué no le pones Blondie?” Se me puso la carne de
gallina, pues era el mismo nombre que había pensado 10 minutos antes. Cuando
se lo comenté, ella respondió: “No tiene nada de extraño, ambas vimos
recientemente la película La Caída, en la que aparece la perra de Hitler, que se
llamaba Blondie.” Entonces decidí llamarla Soleil, pues es como un sol.
Experimenté lo que había leído varias veces: a las personas mayores nos hace
mucho bien cuidar y responsabilizarnos de una criatura con quien se crean
vínculos amorosos muy importantes. Cuidar de alguien no es sólo dar, sino
también recibir (el agradecimiento). Así fue como ocurrió esto, y aún no leía El
Secreto.
La resistencia y el final de José Luis, mi compañero

La meningitis
La mamá de José Luis me contó que, en 1924, cuando vivían en una ranchería
cercana a Celaya y él tenía siete años de edad se enfermó de meningitis. Estuvo
inconsciente durante seis meses. Un médico lo visitaba dos veces a la semana y
le aplicaba hielo en la cabeza; terminaba su visita diciendo: “Prepárense: muere
o queda loco.” En esa época no existía ni la sulfa.
La ventana de su cuarto daba a un empedrado y él recuerda que una tarde
escuchó los cascos de un caballo. Abrió los ojos y una tía que estaba junto a su
camita rápidamente le trajo un terrón de azúcar mojado en alcohol; después, ella
y el perro comunicaron a todos que el niño había vuelto a la vida.
Estaba tan delgado que parecía un esqueleto. Cuando miró alrededor descubrió
un pequeño féretro que habían comprado para él, pues atendieron la sugerencia
del carpintero. Se prepararon por si moría cuando su negocio estuviera cerrado.
A partir de ese momento, varios adultos se dedicaron a enseñarle, pues requería
reaprender a comer, caminar, hablar y controlar esfínteres, entre otras cosas.

La pérdida de una falange del pie
José Luis y yo teníamos poco tiempo de vivir juntos, cuando me pidió que lo
acompañara al médico porque le iban a cortar una falange de un dedo del pie.
Me previne, cancelé las sesiones de mis pacientes por dos días, compré revistas
y cigarros para cuidarlo y no tener que salir de la casa durante su recuperación.
La cirugía fue como a las 7:00 p.m., y yo daba una conferencia dos horas más
tarde. Traté de que se quedara en cama y dijo: “Ahorita no me duele nada. ¿Por
qué me he de acostar?” Al día siguiente, cuando desperté y noté su ausencia, la
asistenta me informó: “El señor se levantó temprano, como siempre, recortó un
tenis y se fue a trabajar.” Comprendí que estar cerca de él en las buenas y en las
malas sería diferente de lo que se cuenta acerca de los hombres enfermos,
generalmente tan latosos y quejumbrosos.

Las pulmonías
En 1974 celebramos nuestra boda con una cena, al final de la cual él
acompañaba hasta su coche a cada invitado. Al día siguiente José Luis tuvo
mucha fiebre. El médico diagnosticó neumonía, por lo que tuvimos que cancelar
nuestro proyectado viaje a Brasil. Se repuso muy pronto y con los días que nos
quedaban viajamos a Guadalajara.
En 1985, al dejar Tequisquiapan, donde habíamos esperado el año nuevo
con los Donadi, noté que él estaba ajeno a las actividades propias de la partida:
empacar, subir bultos al coche, y además estaba especialmente rojo. Al llegar al
Distrito Federal confirmamos que tenía neumonía nuevamente. Seis meses
después estuvo en el Hospital de Nutrición muy grave. Tenía a la vez pulmonía
doble, diverticulitis aguda y oclusión intestinal, agravado todo esto por la ingesta
de anticoagulantes que había empezado varias semanas antes, pues sospechaban
de un posible coágulo. Esa noche, al despedirme le pregunté si se salvaría o no, y
él dijo: “Vete tranquila. Voy a pasar la noche.” A mí no me gustaba quedarme en
la sala de espera, junto a la zona de terapia intensiva. Se me figuraba que ponían
ahí a los parientes para que, si alguno moría, sacaran pronto el cadáver.
Una noche de noviembre de 1997, después de visitar las grutas de
Tonaltongo con toda la familia, José Luis tenía pulmonía. Se la buscó. Había
letreros que aconsejaban que cada uno llevara dos pares de zapatos: unos para
mojarse y caminar sobre las piedras y otros secos, para cambiarse después. Pero
José permaneció con los zapatos empapados toda la tarde, aunque
disciplinadamente cargaba su par de zapatos secos.
El 24 de diciembre de 1999, cuando nos preparábamos para el cambio de
siglo, José tuvo su quinta neumonía y cuando vino el médico a revisarlo, dije
tranquilamente: “¡Ah es pulmonía, no hay problema, él sabe salir bien de eso!”
El médico replicó: “¡Nunca antes tuvo la quinta y, además, ya tiene 83 años!”
Me asusté un poco pero afortunadamente se curó pronto y para el día 31
estábamos en una casa de campo en la montaña, festejando el nuevo siglo con
los Campuzano. Él se veía otra vez sano. En el año 2003 me sometí a una
histerectomía, y cuando José Luis me visitó en el hospital y me contó que se
sentía mal, lo miré y diagnostiqué otra pulmonía, le hicieron radiografías que lo
confirmaron.
Enseguida se internó en el mismo hospital donde yo estaba, aunque no nos
dejaron compartir la habitación, pues no era conveniente para ninguno. Él se
ingresó en un cuarto muy cercano y yo también lo visitaba y así tuvimos un
ambiente casi festivo.
En febrero de 2005 contrajo la séptima neumonía y otra vez el médico
consideró que era mejor que se internara. En julio del mismo año tuvo la octava
(como si habláramos de sinfonías).
En esa ocasión no tuvo cama y estuvo en una camilla de urgencias, en el
Hospital de Nutrición. Cuando lo visité, al siguiente día, me dijo muy contento:
¡Anoche pasé un test! Creo que no tengo osteoporosis pues al intentar ir al baño
(con suero y oxígeno) me caí al suelo y no me rompí ni un hueso.”
Estuvo bastante grave en el hospital y dos de nuestros hijos llegaron del
extranjero alarmados, pues alguien les avisó que era mejor que estuvieran para
despedirse de su padre. Cuando lo dieron de alta en esa ocasión le diagnosticaron
Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) y, desde entonces, todas las
noches duerme con oxígeno. Aunque él no siente que le haga falta, es muy
obediente y de vez en cuando lo usa durante el día.
Ese mismo año padeció una novena neumonía, en diciembre, pero detectada
muy a tiempo. Pudo aliviarse en casa y los últimos días de vacaciones los
pasamos a la orilla de una playa en el calor, ganando fuerza para regresar al
trabajo. En febrero de 2006 tuvo la décima, que también fue muy leve.

La 11ª. pulmonía y el Grupo Mamut número 110
El lunes 3 de diciembre de 2007 salimos de Villa Olímpica Jorge Margolis, José
Luis y yo muy contentos para coordinar un grupo de alrededor de 250
participantes (unos 15 hombres y unas 230 mujeres que trabajaban en la misma
empresa. Se trataba de lograr la cohesión institucional y que aprovechasen un
espacio lúdico. Desgraciadamente, el cuarto con piso de madera que nos habían
prometido se lo habían dado a otro grupo cuyos participantes estaban en sillas de
ruedas. Nosotros tuvimos que caminar al aire libre y llegar a un lugar bastante
alto. Las sillas y el sonido (micrófonos y música) llegaron después de una hora,
cuando había casi 250 personas que no llegaron gustosas. Varias no sabían a que
venían, pensaban que era una clase más (¡Uf!) y estaban francamente
disgustadas.
A las 10:20 a.m., con dos micrófonos, empezamos el calentamiento y
algunos juegos que normalmente invitan a la creatividad, pero ese día
fracasamos.
Preguntamos quién tenía un sueño reciente y solo hubo tres voluntarias.
Después pedimos sueños recurrentes y se agregaron dos personas. Nos
conformábamos con alguna fantasía y tuvimos que rogarle al grupo para que
lentamente se agregaran. Esto nos mostró las resistencias, aunque estaban
presentes no se interesaban en este encuentro o habían dejado muchos
pendientes de su trabajo.
El material se refería a gente muerta, balas, ametralladoras, mucha sangre,
mucha agresión a flor de piel. El resto de los soñadores incluyeron paisajes y
situaciones más vitales, y tuvimos la esperanza de encontrar buen material para
trabajar. Se veía el descontento con la institución que las agrupa.
Pedimos a cada uno que se colocara atrás de la persona con cuyo material se
hubieran identificado. Por primera vez, después de haber conducido más de 100
Grupos Mamut, vimos que 80 personas dijeron que no se sentían atraídas con
ninguno de los 13 temas expuestos. Formamos dos grupos con los que tenían
menos interés: el primero mostraría como veía hoy a su institución y el otro
como desearía que fuera.
En general, las representaciones fueron pobres, poco creativas y muy cortas.
Hubo cierta atención del público y unas sonrisas. Enseguida hicimos grupos de
15 personas para que hablaran de lo que les molesta en el trabajo e hicieran
propuestas para que mejorara la situación.
Después de unos 40 minutos, cada sintetizador de grupo leyó las
conclusiones y concentramos los documentos para entregar al staff de la
dirección a fin de que tomasen las decisiones pertinentes.
Al final formamos tres grupos y cada uno representó una mamut hembra en
movimiento. Aparecieron hechos divertidos y simpáticos.
Intentamos hacer una síntesis recalcando que el espacio era inhóspito,
subrayando que hicimos lo mejor que pudimos, considerando las dificultades y
la poca información de los asistentes. Remarcamos que esa mañana la
temperatura bajó 6º C y, al final José Luis comentó: “Siempre pensé que un
mamut podría matarme. Por lo visto este tampoco lo hizo.”
La siguiente semana a las tres de la mañana José Luis despertó diciendo:
“Tal vez tengo pulmonía.” Pedí un servicio médico a domicilio y después de
revisarlo me dijeron que su presión era 40 – 90 y creían que estaba al borde de
un shock. Le pusieron un paquete de suero, le subió la presión y la temperatura
se fue a 39º C, empezó a arrojar sangre por la boca y nos trasladaron al hospital.
Un día, una de las residentes me había convencido para intubarlo ya que la
mascarilla de oxígeno a presión era muy molesta y el CO2 era muy alto. José
Luis y yo redactamos un documento relacionado con la Ley de Voluntad
Anticipada especificando que solo aceptábamos la intubación por 14 días y si el
corazón fallaba no debía ser resucitado.
Poco antes de empezar este procedimiento otra residente se me acercó y me
dijo: “La intubación no tiene ningún riesgo. El señor está muy fuerte, pero la
extubación tiene muchos problemas y tal vez se haría en unos tres meses, o sea
que tal vez morirá en el hospital y estaría sedado hasta entonces.”
En el 5º día cuando llegaron mis dos hijas del extranjero me fui al club a
recibir un masaje y un poco de sol. Esos días en el hospital leí Memorias de una
infamia de Lydia Cacho Y pensé: “¡Qué mujer tan valiente y fuerte, qué
decisión, qué entereza, qué memoria, qué dolores, qué indignación, qué miedo,
qué tortura fueron para ella esas 22 horas entre Cancún y Puebla!”
Nuestra familia pudo haber ganado una medalla por la sociopatía que
desarrollamos. A veces cuando llegaba un segundo familiar y el vigilante
preguntaba por un pariente de José Luis González no levantaba la mano el
primero y así podíamos estar dos la vez. Otro truco era entrar con una caja de
medicinas diciendo: “Me la pidió el cardiólogo.” O decir en la puerta: “Vamos a
liquidar en la caja.”
En esa sala de parientes de pacientes graves se respiraba humildad,
comprensión, afecto, compañía, tristeza, confusión, irritabilidad, ternura,
desesperanza, negación, humanidad, ilusión. Todo era una pequeña aventura,
como descubrir que en tal pasillo había un garrafón donde se podían rellenar las
botellas de agua. La primera noche que fui a dormir en Urgencias, cuando me
dijeron que no podía entrar con mi sleeping bag, una de las tres amigas que
había hecho me dijo: “Vente conmigo a Vigilancia, a las 21.55 nos prestan
cobijas.” No supimos nuestros nombres, pero cada una sabía que contaba con las
otras. Me tocó ver tres decesos y las consecuencias en la sala de espera: varios
parientes que se colapsaban, todos aterrados, abrazados, llorando o gritando.
En esos días era lindo en la casa, llena de gente, algunos desayunando, otro
pensaba que estaba comiendo y alguien más alegaba que era buena hora para
cenar. Todos cooperábamos espontáneamente en lo referente a comprar, cocinar
o distribuir la comida.
Cuando por fin supe que José Luis pasaría a piso, estaba excitada como si
empezara una aventura romántica con un amante extraordinario en un hotel de
lujo. En el cuarto aparte de la cama del enfermo había un sofá, un reposet, un
closet y un baño completo sólo para nosotros.
El octavo día su médico me hizo una seña para hablar conmigo fuera del
cuarto y me dijo: “Lo que más me preocupa es que su marido sigue conservando
CO2 en la sangre. Hoy tiene 61 y no comprendo cómo puede abrir los ojos y
hablar, pues todos los que yo había visto antes estaban como un hilacho.” ¡Cómo
me habré sentido esa noche que su CO2 llegó a 75!
El encargado de la inhaloterapia me dijo que la mascarilla de Bipap
(oxígeno a presión) la llevaría 4 horas intercaladas con 2 de descanso. Me
aseguró que él podía tener apnea y morir, por lo tanto yo debía mantenerlo
respirando todo el tiempo.
Estando cerca de un posible moribundo, además de pensar en su muerte
pensaba en la mía. ¿A mí quién me va a dar todos esos cuidados? ¿Cómo será mi
agonía?
Cuidar a José Luis, acompañarlo, es bastante fácil, pues él es agradecido,
simpático y muy paciente; escuché que alguien comentó.
Tal vez buscaré un curso para ser simpática, pero debido a mi edad no creo
llegar al postdoc; tal vez a la licenciatura. El 23 de diciembre escuché que frente
a la Suprema Corte de Justicia habían roto seis piñatas con la cara de los
ministros que no apoyaron a Lydia Cacho y pensé en la frase que dijeron:
“Vivimos en un país donde se tortura a miles de personas diariamente. ¿De qué,
privilegios goza esa señora que quiere que nos ocupemos de ella?”
Pensé que si ese ministro tuviera una hija o madre enferma, qué le parecería
que ante su angustia, a la puerta del hospital alguien le dijera: “Señor, a cada
minuto mueren miles de personas en el mundo, ¿por qué tanto rollo por su
pariente?”
Regresamos a la casa, renunciamos a nuestras vacaciones. José empezó a
hacer mucho ejercicio y a comer bien y poco a poco se recuperó.
En una Constelación que vi, me pareció que sus neumonías se relacionan
con la tristeza que ha sentido por la ausencia de su padre y que,
metafóricamente, son un encuentro con él.

La cirugía de cataratas
Otra de las cirugías que ha tenido fue la de las cataratas. Dos horas después ya
estaba dando consulta. Le colocaron un lente intraocular, por lo que dejó de usar
anteojos, ve como cualquier joven y puede leer muchas horas seguidas.

La cirugía de cadera
A mediados del año 2003 empezó a sufrir dolores al caminar y cuando hacía
gimnasia. Le explicaron que se le había desgastado el acetábulo, un cojinete
localizado entre la cabeza del fémur y la cadera, por lo que requería cirugía.
Poco a poco, no sólo los desplazamientos cotidianos eran dolorosos, sino que
también despertaba adolorido en las noches. En esa época vivíamos separados.
Yo lo invitaba a venir conmigo y él se resistía. Nuestros colegas de AMPAG
estaban preocupados y alertas. Felipe Sánchez organizó en el Museo de las
Intervenciones, en el Ex Convento de Churubusco, una especie de congreso que
duró tres días y se llamó 36 años de creatividad en honor a José Luis.
Seis días antes de su cirugía, me habló angustiado diciendo que le resultaba
terrible bajarse de la cama o caminar. Le sugerí que alquilara una silla de ruedas
para asistir a su homenaje. El último día de su gran fiesta intelectual, en un gran
salón unos ciento cincuenta asistentes escribían pensamientos poéticos y
afectuosos sobre la relación que habían tenido con José Luis. Había música de
guitarra y luz tenue. Leyeron todos los mensajes amorosos y al final
descubrieron un busto de bronce hecho por el Dr. Sandoval, amigo y colega. Se
formó una fila y muchas personas se acercaron a abrazarlo y despedirse de él.
Cuando quedamos solos me comentó: “Por lo visto creen que me voy a morir,
pero aún tengo cuerda para rato.”
Llegó el día de la operación, después de la cual estuvo en terapia intensiva
durante 48 horas. El tercer día, a las 6 de la mañana, cuando lo visitaba, me
preguntó su doctor si estaba lista para llevármelo. “¿A dónde?” pregunté. “A
donde usted quiera, es peligroso que esté aquí pues hay muchos virus. Espero
que ya tengan el reposet ya que no podrá acostarse o juntar las piernas en seis
semanas, y también tienen el elevador para el excusado, ¿verdad?”
Varias semanas después, muy contento comentó que a la salida de su
revisión médica el muchacho que lo acompañaba y él habían ido a desayunar a
un restaurante. Cuatro días después lo acompañé a que lo dieran de alta y le
propuse: “Hoy también vas a desayunar en el restaurante.” Caminaba delante
diciéndole: “Puedes pedir huevos en salsa verde o roja, también hay chilaquiles
o carne asada, elegir entre café o chocolate caliente.” Cuando nos sentamos a la
mesa estaba extenuado, a punto de desmayarse. Le recordé que eso ya lo había
hecho antes. El contestó: “Sí, pero la otra vez vine en silla de ruedas y hoy
caminando.”
Las semanas posteriores a esta cirugía fueron de gran actividad: la
reinstalación en la casa para estar juntos otra vez, conseguir y acomodar los
muebles especiales que necesitaba. Al principio tuvo la asistencia de enfermeras
que lo guiaban en la rehabilitación. Usaba silla de ruedas, comenzaba a dar los
primeros pasos con andadera, y después ya usaba el bastón. Finalmente, logró
regresar al trabajo y al gimnasio. Fue un proceso que requirió de una disciplina
rigurosa y de cuidados especiales.
De todas estas situaciones en las que lo he acompañado, por más de 30
años, me doy cuenta claramente ¡qué trabajo cuesta llegar vivo al día de la
muerte!

La última cirugía - Semana Santa de 2009
El jueves 9 de abril, José Luis me dijo que se quedaría en cama porque estaba
débil. Así pasamos los días hasta el domingo cuando se percató de que evacuaba
sangre. El lunes 13, por la tarde, fuimos a que lo revisara su cardiólogo-geriatra,
el Dr. Amir Gómez León, quien se alarmó al ver que la hemoglobina, la
oxigenación de la sangre y la presión arterial estaban bajas.
Convinimos en que se internara para que le pusieran dos paquetes de
sangre y le hicieran una endoscopía para ver de dónde venía el sangrado. El
martes 14 me informaron que el sangrado venía de un tumor grande dentro del
estómago y que parecía cáncer. Más tarde entregué las biopsias a nuestra amiga,
la Dra. Ma. Elena Rojas. Para el jueves ya teníamos los resultados: un carcinoma
gástrico neuroendócrino. Nos dijeron que lo más importante era averiguar si
había metástasis o no y cómo estaban los ganglios. Aunque yo solo se lo dije a
una persona, pronto supe que ya lo sabían unas 16, pero no estaban enterados ni
José Luis ni sus hijos. Pensaba que si alguien le preguntase: “¿De qué tamaño es
el tumor que tienes?”, él se iba a enojar conmigo, me tomaría como traidora.
El viernes 17 José Luis salió del hospital y yo me fui a un taller de
Constelaciones con psicólogos en Actopan. Cité a nuestros hijos a una asamblea
el sábado para pensar juntos. José Luis seguía un poco fatigado y una hora antes
de que llegaran todos me senté frente a él y le dije que ya estaba confirmado: la
sangre venía de un tumor canceroso, etc. Se quedó callado, pensativo y me hizo
con la mano la señal de adiós. Poco después llegaron los muchachos, y entre
todos comentamos la situación. José Luis declaró que había tres opciones: el
suicidio, la cirugía o aguantar hasta el final. La primera opción se descartó.
El domingo 19 fui al Hospital de Nutrición para conseguir una hoja de
admisión. Estuvimos muy cercanos, tristes y silenciosos. Al día siguiente
empezamos los trámites para tener un cuarto privado pero tuvimos que esperar el
martes, el miércoles y, por fin el jueves le asignaron el cuarto 328. Esos cuatro
días él fue a su consultorio pues quería despedirse personalmente de sus
pacientes y alumnos, diciéndoles que todo estaba cancelado indefinidamente.
El jueves y el viernes, ya internado, le hicieron estudios y todos
coincidieron: el tumor era inoperable (dados los antecedentes) y si no había
metástasis tanto mejor. El sábado y el domingo nos externaron y fuimos a la
casa. Afortunadamente tuvimos dos comidas con amigos y estuvimos en
Tlalpuente, donde habíamos vivido antes. Estábamos casi maníacos, como si
exprimiéramos de un limón las últimas gotas de la vida a compartir.
El lunes 27 de abril regresamos al Hospital de Nutrición y la
anestesista nos informó: “Si los resultados de la estadificación son halagüeños,
yo lo podría anestesiar, siempre y cuando el cirujano oncólogo se arriesgue y
usted se vaya a su casa dos semanas, con oxígeno de Bipap, lo piense bien y
luego regrese.”
Repasamos la encrucijada: para operarlo se necesitaba que dejara los
anticoagulantes, pero estaría en riesgo de una embolia; si vuelve a sangrar el
tumor, se puede morir pronto, etc. Me miró y dijo: “Por favor cancela tu viaje al
Ecuador y quédate conmigo. Te necesito.”
Hacía varios días que había empezado la epidemia de influenza
porcina, las noticias eran alarmantes, las calles estaban desiertas y muchas camas
del hospital estaban vacías pues las dejaron disponibles para las personas
infectadas. Los empleados administrativos, las enfermeras y los médicos usaban
tapabocas e intentaban parecer tranquilos. Ya no se atendían pacientes de la
consulta externa. Los pases de visita se restringieron más y difícilmente pasaba
una persona con cada enfermo. Pepito y yo pensábamos que el hospital era el
lugar más peligroso y queríamos salir pronto.
La mañana del lunes me dormí con él y pasadas las 11:25 empezó a
sonar una fuerte alarma. Nos miramos unos segundos y luego sentimos el
temblor que, supimos después, fue de 5.7, igual que el que hubo hace años y que
tiró al Ángel de la Independencia.
El martes 28 llegó el Dr. Mariano Moreno diciendo: “Varios médicos y
yo analizamos su expediente. Como es usted un hombre fuerte, su hemoglobina
ya está en 11.5, su oxigenación es de 94, ya tiene 18 días sin anticoagulante y los
ganglios están sanos, vengo a proponer una cirugía de alto riesgo con
probabilidades de ser exitosa. El cirujano oncólogo, el Dr. Medina, es muy
bueno y tiene mucha práctica.”
Quedamos sorprendidos, emocionados, apanicados, esperanzados y
pensativos. Dije: “Doctor, habíamos pensado que el Hospital es el peor lugar
para estar estos días por la epidemia. Ya nos queríamos ir a la casa.” El contestó:
“Su marido ya tuvo varias neumonías y aquí no se contagió. Ahora el hospital
está semivacío, ya reservamos el quirófano para el jueves 30, asegurando
también una cama en terapia intensiva, por si la llega a necesitar. Mañana solo se
quedaría descansando pues los estudios los consideramos preoperatorios.”
Enseguida José Luis dijo: “Es como echar un volado, si sale águila me salvé y
quedaré casi como antes. Acepto.”
Esa tarde llegó el equipo de cirujanos oncólogos y nos acabaron de
convencer. El que parecía R2 dijo: “El Dr. Medina tiene mucha experiencia en
cirugías distales; se las hace a los obesos para que adelgacen.” Cuando salieron
del cuarto, comentamos que ni modo que dijeran: “Va a ser muy interesante
ensayar con alguien en sus complejas condiciones, ojalá y nos salga bien.”
El día siguiente hablamos otra vez con las anestesistas para ver si
podíamos firmar un documento explicando que no aceptábamos intubación
prolongada, ni resucitación cardiaca, pues consideramos que aparte de águila o
sol, la moneda podía quedar de canto. Esta tercera posibilidad nos inquietó. Pero
ya estaba decidido. Le hablé a mi hija Ale a Estados Unidos. Le pedí que viniera
a echarnos la mano, pues tiene muchas cualidades para tranquilizar y ayudar.
Llegó el miércoles a mediodía, para verlo antes de que entrara al
quirófano. Por la noche nos enteramos de que la OMS nos aconsejaba pasar a la
fase 5 por la epidemia que ya era pandemia, y ya no se llamaría porcina sino
humana, o sea que en México a los cerdos sí les hicieron justicia en pocos días.
El jueves 30 de abril la ciudad estaba desierta y calurosa; a las 6:00 de
la mañana empezaron los procedimientos para llevarlo al quirófano. Me cité con
tres amigas que iban a donar sangre y a las 8:00 nos fuimos al Banco de Sangre.
Deseaba estar acompañada y desayunar en un buen restaurante pues sabía que
esa mañana para mí tendría 75 horas.
Mis amigas salieron una por una, todas rechazadas: una estaba un poco
anémica, la segunda había tenido herpes Zoster hacía dos meses y la última
había tomado una píldora Reduce para adelgazar. Caminamos y descubrimos
unos tenderetes de comida. La tercera donante frustrada pidió un sope de
huitlacoche rebañado de queso más un plato de arroz y otro de frijoles. Las
calles seguían desiertas, llenas de polvo. La mayoría de las personas iba con
cubre bocas. Nos estacionamos en un parque lleno de árboles; eran casi las 11 y
yo salivaba como perro de Pavlov. Fuimos a 4 restaurantes: todos estaban
cerrados por orden del presidente. A las 13:00 hrs. me hablaron de Cirugía pues
José Luis ya había salido, quedó limpio, casi no sangró, ya no estaba entubado y
funcionaban sus pulmones, ni requería terapia intensiva. Él estaba optimista,
sonriendo dijo: “Hice trampa, puse una moneda con dos águilas.” Todos
estábamos felices.
La noche del viernes 1º de mayo fue bastante pesada. Todo le dolía, ya
no tenía anestesia y empezaron a disminuir los analgésicos. Sentía que, aparte de
haber sido torturado y molido, un camión de carga lo había atropellado. Hacía
muchísimo calor y dormimos poco y mal. En la mañana muy temprano le
quitaron la sonda y lo bañamos. Dos horas después, empezó a caminar para
evitar una embolia en las piernas y nuevamente le inyectaron el anticoagulante.
El día 5 de mayo nos dieron de alta al anochecer y regresamos a la casa
optimistas. Las mejorías fueron muy lentas, pues estaba estrenando un estómago
pequeño, tenía una gran cortada en el vientre y los movimientos eran penosos.
Casi no tenía hambre. Comía la quinta parte de lo que acostumbraba; no digería
fácilmente y a veces devolvía enseguida.
El 10 de mayo me comentó temprano que había tenido una pesadilla;
sólo recordaba que le iba a ocurrir algo muy malo pero no pudo averiguar qué
era. Llegó mi hija Ale y me contó que ella había soñado que tenía que cuidar a
un niño como de 5 años que tenía varios problemas y mucha fiebre. Le conté que
yo había soñado tres palabras: QUE SE DESANGRABA. Un poco después, al
bajarse de la cama, efectivamente tuvo un sangrado bastante impresionante pero
superficial.
El 12 de mayo Aldo voló a Europa y el 13 Ale se fue a su casa en San
Antonio, por lo que yo contraté a una enfermera para que nos ayudara. El día 14
llegó muy temprano la enfermera, que no conocíamos. Tenía una cara linda y
joven, pero le sobraban unos 35 kilos, muy compactos, alrededor de su (antigua)
cintura. Parecía como si se hubiera tragado una enorme llanta de camión y se le
hubiera atorado, como un salvavidas. Cuando José la saludó le vi la expresión en
la cara. No se parecía a las conejitas enfermeras de Playboy. Enseguida pensé:
“Ahora sí se va a aliviar rápido.” Al anochecer llegó Diego con una moderna
silla de ruedas importada y se podían poner las piernas en diferente ángulo cada
una. Pepito se animó a bajar en el elevador y lo paseamos en la unidad.
Tomamos varias fotos.

El final
Poco a poco se fue debilitando y yo escuchaba su dificultad para respirar. El
lunes 18 en la tarde llegó de Canadá mi hija Adriana, que estuvo con él varias
horas. La mañana del martes 19 de mayo José Luis tuvo un paro
cardiorrespiratorio y murió a los 91 años. En las siguientes dos horas llegaron a
la casa unas quince personas (familiares y amigos) y en un clima emotivo,
amoroso y orquestado por un gran sentido común hicimos todos los preparativos
para organizar el velorio y la cremación, que estuvieron entretejidos con música
de jazz, palabras sentidas, muchas fotografías y dos conciertos de violín y
guitarra. Así nos despedimos de mi esposo.
CAPÍTULO IV
Notas introductorias a las técnicas de Abrazo de Contención
y Constelaciones Familiares

Abrazo de Contención

En Europa, la técnica del Abrazo de Contención ha sido difundida por Jirina
Prekop y Luciano Rispoli, entre muchos otros. Abrazar es una conducta animal,
humana, natural e instintiva, una expresión de afecto que entre nosotros se ha
distorsionado y a veces perdido. El bebé humano, el más indefenso de todos los
mamíferos, lo necesita para nutrirse y adquirir la confianza básica en su
desarrollo.
Para mí, Abrazos y Constelaciones son técnicas afines porque comparten los
fundamentos teóricos sobre los vínculos familiares, el anhelo de reconciliación y
la importancia del orden en el amor, y favorecen el que fluyan las emociones. En
ambas aproximaciones se privilegia el intercambio de afecto corporal y se utiliza
la mirada, que lleva a la vinculación emocional.
A manera de ejemplo reseño unos cuantos casos de Abrazo de Contención
que me parecen significativos para comprender mejor el proceso terapéutico
inherente a esta técnica.

• Una mujer a quien acompañé en el abrazo con su hijo de siete años,
regresó tres semanas después a mi consultorio para decir que el niño ya había
dejado de agredir a sus compañeros en la escuela y, por primera vez, lo habían
invitado a una fiesta de cumpleaños. Días después el niño compró con su dinero
una muñeca que ahora la madre me obsequiaba.

• La mamá de una niña de cinco años escribió para informarme que a partir
del día del abrazo su hija dejó de dormirse en el auto, como lo había hecho
siempre en todos los recorridos. Ahora mira, observa y habla con ella cuando se
desplazan en el coche. La madre agregó que el abrazo fue una de las
experiencias más emocionantes de su vida.

• Un niño de ocho años que hizo el abrazo con su mamá y que está en
psicoterapia fue cuestionado por su psicóloga sobre su experiencia con el Abrazo
de Contención. Él contestó: “No te imaginas lo difícil que fue, mi mamá es bien
fuerte, estuvimos luchando mucho rato, yo estaba bien sudado, y al final,
llegamos al amor. Cuando entramos le tenía a mi mamá un odio así (extendiendo
y abriendo los dos brazos) y ahora sólo la odio así (haciendo seña de un
centímetro entre el índice y el pulgar).”

• Una madre vino con su hija de seis años y me advirtió: “No le puedo
confesar que no me casé con su padre.” Sin embargo, cuando el abrazo llegó al
clímax y la niña lloraba reclamando a su papá, la mamá le confesó: “Te he
engañado. Nosotros no nos casamos. Él vive en Centroamérica con su esposa.”
La niña se sintió muy aliviada saliendo de su gran confusión. Había registrado
numerosas veces la casa buscando la foto de la boda que para ella era la prueba
del matrimonio. Compartir la verdad en este caso fue una gran liberación para la
madre y para la hija. La madre agregó, dos semanas después, que ya no tenía que
rogar a su hija para que tomara la medicina pues desde el abrazo la niña la
solicitaba.

• En una ocasión vino al Abrazo de Contención una mujer que vivía en
Monterrey con su hija de 18 años. Cuando en el proceso habían llegado al amor
y recordaban tantas cosas íntimas, salí del consultorio diciéndoles: “Tomen el
tiempo que necesiten, no hay prisa, estaré afuera.” Me sorprendí de que tardaran
tanto y se fueran con expresión reflexiva y consternada. Tres semanas después
me habló la madre para contarme que la noche del abrazo su hija le había
revelado que era lesbiana. Al principio ella permaneció en estado de shock pero
ahora pensaba que esta confesión era una prueba de confianza, acercamiento y
amor que su hija le brindaba. Aún estaba triste, pero apreciaba el peso
psicológico que la hija se había quitado al compartir su secreto.

Efectos de las Constelaciones Familiares

Las Constelaciones Familiares son una aproximación terapéutica basada en el
enfoque fenomenológico difundido por Bert Hellinger y son útiles para tratar
enfermedades, suicidios de algún familiar, miembros excluidos, falta temprana
de padre o madre, abortos, depresiones, migraciones, incestos, divorcios
afectivos, adopciones, accidentes o sucesos que se repiten inexplicablemente
debido a lealtades invisibles a través de varias generaciones. Al realizar una
Constelación buscamos la conexión que el consultante tiene con su familia en
una o más generaciones, y desactivamos algo que alguien dejó por resolver para
que otro miembro de la familia (inconscientemente) se hiciera cargo de ello
aunque no le corresponda.
Trabajamos con representantes[*] elegidos por el solicitante entre los
asistentes al taller, quienes, sin tener ninguna preparación, siempre expresan los
sentimientos y sensaciones del familiar traído al escenario, aunque no lo
conozcan. Con esto se facilita el entender y resolver los enredos sistémicos
correspondientes.
En casi todas las familias hay ciertos hechos que tienen un profundo
impacto residual en todos sus miembros, perturbando la armonía familiar.
En Constelaciones Familiares trabajamos partiendo del supuesto de que
todo individuo está conectado a una familia y adopta roles en la estructura
familiar. Todos los miembros de la familia, incluyendo los ausentes, por muerte
o separación, están energéticamente presentes en la estructura familiar y afectan,
por lo tanto, a los demás.
Al final de cada Constelación llegamos a la imagen de solución. No todos
los participantes constelan en cada taller, pero sí los que más lo necesitan. Todos
los asistentes se benefician pues los trabajos de unos resultan transformadores
para todos los presentes. En Constelaciones Familiares descubrimos, como
señalé anteriormente, que al develar algo, lo que enfermó a una persona conduce
a la sanación[*] de su problemática, porque al ser concientizado tiene la energía
y sabiduría requeridas para dar la solución que emerge en la Constelación, la
cual, finalmente, es sólo un abordaje, una herramienta, una posibilidad de
descubrir un problema y conocer la raíz del mismo. No es curativa en sí misma,
pero pone sobre la mesa, de manera clara y a la vista del paciente, la situación tal
como es.
Ello puede ser liberador. La comprensión de lo que pasó entre nuestros
ancestros, considerar las circunstancias en las que se llevaron a cabo ciertos
hechos, conocer los puntos de vista desde los zapatos de otro, todo esto es muy
interesante, y hasta fascinante para quien sea.
Sin embargo, el hecho de que los consteladores somos errantes y casi nunca
hacemos seguimiento organizado de los casos trabajados impide conocer
estadísticas de los resultados, pues cuando oímos algo, es precisamente sobre
alguien que realizó una remisión muy pronta o que habla de cambios
sustanciales, pero acerca de lo que ocurre después de constelar, no hay certeza.
Por ejemplo, cuando encuentro un problema de alcoholismo, además de
entender y mostrar la dinámica que hay desde la filosofía de las Constelaciones,
siempre explico y trato de convencer al implicado para que asista a Alcohólicos
Anónimos, y a sus parientes cercanos con el fin de que se traten en AlAnon. Por
supuesto, esos son los mejores lugares para dichos casos. A veces también
recomiendo, que el trabajo de la Constelación sea el punto de partida para iniciar
alguna psicoterapia ortodoxa o no, cuando lo considero necesario.
Entre otras recomendaciones, a veces incluyo la idea de que empiecen un
psicoanálisis que, a diferencia de las técnicas de las que hablo, insumen periodos
largos pero es el tratamiento más adecuado para el estudio de la personalidad y
el desarrollo de una persona, tal como lo descubrió Sigmund Freud, quien
instrumentó aplicaciones terapéuticas para la neurosis y para algunos problemas
de psicosis leve. Lo más importante de los aportes freudianos fue el
conocimiento del inconsciente dinámico, que se manifiesta a través de diversos
actos fallidos y también de los sueños. Se trata de un trabajo prolongado en el
que transferencia y contratransferencia (vínculos de amor, odio y conocimiento)
aparecen en el paciente y el terapeuta, y son reediciones de experiencias vividas
en la infancia con los padres, pero también expresan sentimientos actuales que
deben ser manejados adecuadamente por el terapeuta.
Detalles curiosos surgidos en las Constelaciones
• En una ocasión, una persona representaba a una bisabuela y declaró que
sentía las piernas apretadas a la mitad de la pantorrilla. Después, las
representantes de la hija y de la nieta dijeron lo mismo, lo que me extrañó. Al
final, la consultante explicó que su bisabuela contaba —muy orgullosa— que su
marido, a pesar de que vivieron 40 años juntos, nunca le había visto más arriba
de la parte del cuerpo en la que todas las representantes dijeron sentir dolor.

• Un día, una mujer que representaba a la constelante comunicó que tenía
una punzada en el ovario derecho y la clienta aclaró que, efectivamente, a ella le
habían extirpado ese ovario.

• Una vez, una joven escogió a un hombre para que representase a su papá y,
cuando fue colocado en el centro, al inicio de la Constelación, él empezó a sentir
cierta angustia y explicó: “El índice derecho se me mueve y en la mano
izquierda no siento nada especial. Es mi primera Constelación, pero me angustia
que este dedo se mueva solo.” La clienta dijo que su papá fue policía, de manera
que quien lo representaba activaba un gatillo invisible.

• En otra ocasión, cuando la representante de una señora llegó al centro
exclamó: “¡Me quiero sentar, me urge sentarme!” Volteé a ver a la paciente,
quien dijo tener flebitis y sufrir mucho al estar de pie.

• En un taller donde había 140 personas, una joven cuya historia había
transcurrido en Europa me eligió para representar a su mamá. Tomó a un hombre
para su papá y solicitó: “Necesito hablar en francés porque esto ocurrió cuando
yo no sabía castellano.” Dije que sabía francés y el representante de su papá
agregó: “El francés es mi primer idioma.” El facilitador propuso que siguiéramos
el trabajo en francés. ¿Cómo es que si había tanta gente ocurrió que ella
escogiera precisamente a dos que hablábamos ese idioma?”

• Otro día me acompañaba una consteladora y el tema que surgió en una
participante fue que su abuela había tenido 13 hijos. La primera fue su mamá, y
los otros 12 murieron pocas horas después de haber nacido porque sus abuelos
tenían el RH incompatible, razón por la cual, en aquella época, lograr un
segundo hijo era imposible. Pedí a mi amiga consteladora que representara a la
abuela. A lo largo del trabajo la vi sufriendo, muy comprometida. Al final de la
Constelación concluyó: “Fue un gran regalo que me eligieras. La historia de mi
mamá es idéntica. Ella fue hija única, pues mi abuela enterró a 12 hijos por el
mismo problema.”

• En cierta ocasión participó como observadora una joven originaria de
Veracruz, que sonreía cuando una representante hablaba. Con curiosidad me
acerqué a ella y le pregunté qué le causaba esa reacción. Ella contestó: “Observa
a esa representante. Cuando se enoja, el dedo gordo del pie se le monta sobre los
otros dedos, igual que le ocurre a mi suegra.”

• Un colega que me acompañó a un taller fue elegido para representar al
padre del solicitante. Enseguida explicó que necesitaba subirse a tres cojines, y
yo estuve de acuerdo sin comprender la razón. Después, el paciente contó que su
padre había pertenecido al gobierno por tres sexenios, y que a menudo
fantaseaba con las estatuas que erigirían en su honor.

• En una Constelación, un hombre representaba al padre del solicitante y
apenas llegó al centro del salón dijo: “Doctora, a mí, por favor, quíteme. Es la
primera vez que vengo y no sé ni qué hago aquí.” El cliente insistió: “Déjelo,
déjelo, así es mi papá. Siempre se quiere zafar de todo.”

• La representante de una niña que vivió sólo un día se tiró al suelo
retorciéndose extrañamente. La mamá consultante agregó a su relato: “Olvidé
decir que así nació mi hija. Tenía las piernas torcidas y las rodillas volteadas
hacia atrás.”

• Un paciente consultó porque no dormía por las noches ante la necesidad
de cerciorarse si su mujer y su hijo adolescente —quien aún dormía con ellos—
respiraban. Relató que cuando él tenía 12 años un compañero suyo mató a un
amigo. El padre del niño muerto se encargó de que el niño “accidentalmente
asesino” fuera brutalmente golpeado durante la investigación, por lo que también
murió. El maestro de estos niños hizo ver a sus alumnos el cadáver del segundo.
El consultante no pudo verlo ni despedirse porque se desmayó.
Otro suceso importante en la vida del mismo paciente fue que una noche
discutió con su primera esposa y poco después ella le dijo que se sentía mal.
Caminaron y hablaron amistosamente pero de pronto ella perdió el
conocimiento. La llevó al hospital, donde ella murió a causa de un aneurisma.
Después de muerta le apareció un gran moretón en la cabeza, por lo que él fue
detenido para averiguaciones. No pudo asistir al funeral de su esposa. En la
Constelación elaboró estos duelos pendientes desde muchos años atrás. Tres
meses después supe que se había cambiado a una casa más amplia, su hijo estaba
fuera de la recámara de los padres y el constelante dormía por las noches en
compañía de su segunda esposa.

• En un taller de Constelaciones que llevé a cabo en Zacatecas, un médico
consteló para poder decirle a su madre que era homosexual. Relató también que
le estaban haciendo estudios para descartar diabetes. La representante de su
mamá fue muy comprensiva, lo abrazó emocionada y dijo: “Ya lo suponía, sólo
tengo que despedirme de la esperanza de tener nietos.” Al siguiente mes, en la
misma ciudad, vinieron varios participantes vestidos de luto y me contaron que
venían del entierro del médico homosexual, que después de que “salió del
closet” frente a su madre, le diagnosticaron sida y tuvo pulmonía fulminante. La
madre lo acompañó todo el tiempo y ahora sus amistades venían a constelar
después de su entierro.

• Una joven quiso constelar el enojo que sentía hacia su padre, quien había
dejado a su madre poco antes de que ella naciera, aunque regresó a vivir con
ellas dos años después. En la Constelación descubrí que la paciente no era la
primogénita, ya que años antes de su nacimiento, cuando la madre tenía seis
meses de embarazo, en un accidente automovilístico perdió al primer bebé. El
conductor del auto era su padre. Durante la Constelación, el representante del
padre lloró amargamente y le dijo a su hija: “No te quería conocer porque tenía
miedo de lastimarte y perderte. Me dolió alejarme, pero así te mantuve en la
vida.”

• Una señora vino a constelar la despedida de su marido que había sufrido
cuatro infartos en esa semana y estaba hospitalizado, por lo que ella pensó que
moriría pronto. Fueron representados la pareja y sus dos hijos. Fue una
Constelación amorosa en la que todos se miraban, tocaban, abrazaban y lloraban,
al igual que todos los participantes del taller. Tres meses después encontré a esa
mujer en un cine, se veía más joven y risueña, se echó a mis brazos y le
pregunté: “¿Cómo fue todo?” Pasó de la sonrisa a la carcajada y me contó: “Mi
esposo salió del hospital muy pronto, estuvo en casa. Después regresó a su
trabajo y ahora todo parece normal. Tal vez recibió el amor que le mandamos
todos en aquel taller.”

• A los 15 años, gracias a que mi hermana Graciela me había regalado las
colegiaturas en el Instituto Francés de América Latina, inicié mis estudios de
francés; poco a poco sentí gran vehemencia por estudiar y los últimos años
asistía ocho o diez horas semanales. Mucho tiempo creí que lo había hecho como
rebeldía porque mi papá insistía en hablarnos en inglés y yo creía que si me
volvía francófila me oponía a su tendencia. Hace muy poco, en una Constelación
me di cuenta de que se trataba de una lealtad invisible a mi abuela paterna, que
era de origen francés. Mucho sobre ella lo supe recientemente, pues varios
sucesos en su entorno se mantuvieron en secreto.

• Una vez hice Constelaciones Familiares en un congreso en el que había
más de 400 asistentes. Una mujer que tenía hijos gemelos de 26 años pidió
trabajar, mencionando que uno de ellos era heterosexual y el otro homosexual.
Después, interactuando con el público informé que a veces pasan cosas
extraordinarias, aunque el constelador no las sabe. Una señora levantó la mano
para decir: “Sí, hoy ocurrió algo inesperado. Yo representé a la mamá de los
gemelos y también tengo gemelos de 26 años.” Otra mujer agregó: “Aconteció
algo más, también yo, que representé al destino en la Constelación de los
gemelos, tengo gemelos de 18 años y uno de ellos es homosexual y el otro
heterosexual.”
Estas coincidencias no deben tomarse a la ligera porque son tan frecuentes
que son hechos inherentes al trabajo. Algunos consteladores, aun los muy
experimentados, al ser cuestionados acerca de esto responden: “No sé cómo
pasa, pero siempre ocurre.”
Daan Van Kampenhout (2004), que es chamán y conoce mucho sobre
Constelaciones Familiares, afirma en La sanación viene desde afuera, editado
por Alma Lepik, que: “Los representantes encarnan sentimientos suspendidos
basados en la esencia de las relaciones que perciben tener con los representados,
saben y sienten con una cualidad de atemporalidad que es característica de la
energía del alma misma.” Para este autor, el representante actúa y habla en
nombre de otro, conectado con el alma de otro. El alma del representado actúa a
través del alma del representante; en esencia, las dos almas se fusionan.
Yo pienso, igual que Carl Jung, que existe el inconsciente colectivo, y en
este tipo de trabajo, cuando llegan los consultantes ya tienen una relación
transferencial conmigo por lo que han escuchado acerca de las Constelaciones.
Se lleva a cabo un trabajo inconsciente en el que se manifiesta el inconsciente
colectivo.
El grupo se reúne para hacer una tarea que tiene que ver con
identificaciones proyectivas; siempre hay un líder que es el constelador. Entre el
inconsciente colectivo y la identificación proyectiva se dan estos fenómenos que
tienen más que ver con la transmisión del pensamiento que con la adivinación o
el razonamiento y el juicio. Por lo tanto, sorprende su presencia y cada uno
aprende cosas nuevas que la parapsicología ha tratado de investigar.
Para Jacobo Levy Moreno, creador del psicodrama, este fenómeno se
llamaría “telé” y siempre se da en los grupos. Cabe mencionar el título del libro
Todos somos uno, de Fritz Perls, padre de la terapia Gestalt.
Neurocientíficos actuales han constatado que estamos biológicamente
equipados para la empatía, para romper las barreras que nos separan de los otros
y sentir como ellos gracias a unas neuronas llamadas espejo, descubiertas por
Giacomo Rizzolatti de la Universidad de Parma, Italia, en la década de los años
noventa. Al principio parecía un sistema de imitación de movimiento, después se
descubrió que el sistema de espejo es la clave para entender procesos de
aprendizaje y el complejo trastorno del autismo. A través de varios estudios en
animales y humanos sabemos que las neuronas espejo nos ponen en el lugar del
otro, no de manera abstracta ni intelectual, sino sintiendo igual que él o ella.
Las personas más empáticas tienen mayor actividad en las neuronas espejo.
Christian Keysers, de la Universidad de Groningen, Holanda, en su estudio
publicado en 2005, ha observado que emociones como la culpa, la vergüenza, el
orgullo e incluso la humillación se reflejan en las neuronas espejo. Es decir que
dichas emociones tienen su lugar específico en el cerebro. Lo anterior ocurre de
manera inconsciente y nos lleva a pensar que estas nuevas investigaciones
pueden explicar el hecho de que para cualquier persona, especialmente si es
empática, es posible representar a alguien de quien tiene poca información.
Una terapeuta que vino a un taller de Constelaciones Familiares me escribió
un reporte sobre tres pacientes suyos que constelaron:

• Paciente mujer de 13 años, familia compuesta por padre, madre y dos
hermanos de 19 y 15 años. Fue llevada a la terapia porque había perdido 15
kilos, además de tener úlcera, gastritis y anemia. Actualmente ya no es alegre,
sociable ni dócil como antes, refirieron sus padres.
Esta paciente contó en su terapia que sentía gran enojo hacia su familia
porque querían obligarla a comer; su voz era casi imperceptible y alegaba no
estar enferma, aunque se cansaba mucho y había sido hospitalizada dos veces.
Seguía perdiendo peso. Cuando pasó a constelar su mamá dijo: “Quiero salvarle
la vida a mi hija.” En el trabajo de Constelaciones Familiares se vio claramente
un embrollo que la niña tenía con su abuela materna, y la nieta quedó liberada.
Un mes después la joven colaboraba mucho más en su proceso terapéutico y
había subido cinco kilos, tenía mejor estado de ánimo, sus relaciones familiares
habían mejorado, reanudó relaciones amistosas y aseguró: “Si no hubiera
aceptado la ayuda, ya estaría muerta.”

• Paciente mujer de 25 años, soltera, profesionista, vive con sus padres y
tiene novio. Inició la terapia por insomnio, ataques de angustia y desmayos
frecuentes. En su proceso tomó conciencia de haber adquirido demasiadas
responsabilidades económicas dentro de su familia y creía que debía velar por el
bienestar físico de su madre, la estabilidad emocional de una sobrina y muchos
otros deberes. En la Constelación apareció que un hermano mayor la había
secuestrado para violarla, y ella lo acusó. Ahora él está en la cárcel, nadie lo
visita y toda la familia lo excluyó. La Constelación incluyó al hermano, indiqué
el orden conveniente para la familia, de acuerdo con las leyes de la vida, según
lo planteado en la teoría de Hellinger. La paciente mejoró notablemente su
condición física, regresó[*] las obligaciones que no le correspondían y continuó
con su terapia por más de un año.

• El paciente es un hombre de 24 años, está casado hace un año y tiene una
hija. Buscó la terapia porque cree que su esposa no lo comprende y se siente
incapaz de tomar decisiones, entre otros problemas. En su terapia trabajó el
abandono del padre y el miedo que siente, aunque no podía superar el
resentimiento hacia su progenitor. En la Constelación el representante de su
padre, quien se veía muy débil, tuvo que tomar la fuerza del abuelo del cliente,
quien posteriormente tomó su lugar[*] y recibió la energía masculina del padre y
del abuelo. Un mes después dijo estar tranquilo y contento, ya no quería culpar a
nadie, se haría responsable de lo que le pertenecía y continuó su tratamiento.

Evidentemente, las Constelaciones pueden tomarse paralelamente a
cualquier tipo de terapia y ayudan a entender o resolver profundamente una
situación precisa. De hecho, a los pacientes que vienen una sola vez los
invitamos a continuar el tratamiento que ya están tomando, y a los que nunca
han consultado a un psicoterapeuta la veces los alentamos a hacerlo. Por
ejemplo, si llega alguien con un psicotrauma, que es una excitación muy intensa
que no se puede controlar, se manifiesta con síntomas tales como trastornos del
sueño, de la alimentación o de la motricidad, depresión, ansiedad o síntomas
físicos. Si alguien tiene un duelo enquistado, que debiera ser un proceso mental,
intrapsíquico, individual, que viniera de la pérdida de una persona, miembro
corporal o algo afectivamente importante, podemos sugerir una terapia breve y
focalizada posterior a la Constelación.
CAPÍTULO V
Experiencias clínicas


Suicidios

• Hace más de 20 años iba a coordinar un taller en la ciudad de León.
Estábamos en el piso número 13 de un hotel y 10 minutos antes de la hora oficial
del inicio vi la espalda de un hombre que miraba al exterior desde un balcón.
Empecé a angustiarme y aunque todavía no era la hora fijada para empezar el
taller, le pedí al Dr. Hinojosa, quien me había invitado, que comenzáramos
inmediatamente. Tuve una gran sorpresa cuando iniciamos y a la pregunta:
“¿Cómo estás?”, la persona que me había provocado angustia contestó:
“Mientras miraba por la ventana calculaba que si me aventaba al vacío podría
rebotar en el techo del piso 7 y, si sobrevivía a la caída, seguramente algún coche
me remataría, pues el tránsito es pesado.”

• En la época en que vivía con mis dos hijas asilamos a un lindo felino que
llegó de la calle y lo queríamos y respetábamos. Se llamó Don Gato, era
callejero y solía ausentarse por uno o dos días. En uno de esos intervalos
adoptamos también a una perra que llamamos Trixi y era muy graciosa. Cuando
Don Gato la conoció se puso realmente muy, muy enojado. Nosotras tres nos
dedicamos a mimarlo, acariciarlo y tratar de tranquilizarlo en su ataque de celos.
Creímos que habíamos logrado que el gato se sintiera mejor y de pronto se paseó
arrogante frente a nosotras tres y nos miró a los ojos como advirtiéndonos algo
que entonces no comprendimos. Se fue de la casa por cuatro días y, cuando
volvió, inspeccionó la casa, miró despectivamente a la perra recién llegada y nos
volvió a mirar, como diciendo: “Ya se los había advertido, aténganse a las
consecuencias.” Al día siguiente encontramos atropellado, a Don Gato, en la
puerta de nuestra casa.

• Una tarde que estaba en casa, me habló una ex paciente de terapia de
pareja desde Mazatlán y dijo: “Hablo para darles a ti y a José Luis las gracias por
todo lo que hicieron por nosotros.” Cuando colgué pensé que su voz era débil y
tal vez me pedía auxilio. Necesitaba actuar rápidamente. Sabía que su marido era
cirujano en el hospital militar, así que lo llamé y aunque él estaba en el quirófano
le mandé decir que dejara al ayudante en la cirugía pues un pariente suyo tenía
un problema de vida o muerte. Se reportó en tres o cuatro minutos, y cuando le
comenté que tal vez su esposa había decidido matarse y estaba sola en la casa, él
pensando en voz alta exclamó: “Les dio la tarde libre a las empleadas, envió a
nuestros hijos con unos amigos...” No dijo más. A la media noche se comunicó
conmigo para contarme que había tenido que romper una puerta de su casa, pues
su esposa estaba encerrada y, aunque había tomado pastillas y dejado correr el
gas, logró salvarla. Años después supe que esta mujer se había vuelto
psicoterapeuta y ayudaba a mucha gente.

• Un día de julio me pidió consulta un joven que dijo: “Vengo a ver si me
puedes salvar. Pienso suicidarme el 6 de enero del próximo año.” Lo incluí en un
grupo terapéutico que lo acogió amistosamente. Más adelante dramatizamos su
suicidio, en el que él hacía un soliloquio —en voz alta— de su último
pensamiento. Antes de ingerir gran cantidad de vodka se acostaría y se
conectaría a un extraño mecanismo que había diseñado y que estaba en
movimiento continuo. Después, entre cuatro minutos y tres horas durmiendo,
recibiría una descarga de balas. Nos dimos cuenta de que su muerte tenía
dedicatoria y dramatizamos también su entierro mientras lo cubríamos con
numerosos cojines (simulando el féretro). Varios de sus parientes, representados
por otros pacientes del grupo terapéutico, desfilaban pensando en voz alta. Él se
agitó y exclamó: “¡No oigo, no oigo!” queriendo saber lo que ocurría a su
alrededor. Le recordamos que los muertos no oyen lo que pasa después de su
deceso. Quedó muy decepcionado y, poco a poco, el grupo y yo lo animamos a
quedarse en la vida.

• Un domingo en la tarde recibí el telefonazo de un paciente psiquiatra que
pedía una cita de emergencia. Cuando llegó a mi casa tuve la impresión de que
más que hablar necesitaba ser tocado, y le propuse un masaje durante el cual me
contó que, gracias a sus conocimientos médicos, al marcar mi teléfono tenía ya
listo un cóctel mortal que había licuado y, de no haberme encontrado, lo habría
ingerido inmediatamente. El masaje le pareció tan extraordinario que concluyó
que la espera del próximo masaje era suficiente razón para mantenerse con vida.
Este paciente se especializó en adicciones, tuvo éxito y hoy trabaja en Europa.

• En una Constelación que me hicieron apareció, entre otras cosas, el hecho
de que la madre biológica de mi papá, Virginia Lafón, se suicidó dándose un
balazo en la cabeza, en un elevador, hacia 1915. Ignoro en qué ciudad. Lo que
más me impresionó fue que enseguida telefoneé a mis cinco hermanos para
compartir esto y todos dijeron que lo sabían desde siempre. Me parece
inexplicable que yo, no siendo la mayor ni la menor de la familia, ignoré el
hecho durante sesenta años o que por alguna razón lo reprimí. De esta abuela me
vino el gusto por el idioma francés y tal vez tiene que ver con la gran
satisfacción que siento cuando consigo impedir algún suicidio.

• En el mes de septiembre de 2003, mientras mi esposo José Luis y yo
comíamos en un restaurante, me comentó: “Los médicos que me vieron en el
Centro Nacional de Rehabilitación dijeron que necesito una cirugía para poner
una prótesis —la cabeza del fémur— pero con las complicaciones de mi corazón
es posible que me quede en la plancha. No estoy dispuesto a vivir en silla de
ruedas. Prefiero pegarme un balazo.”
Entre dos cucharadas de sopa, mirándolo a los ojos, le respondí: “Estoy de
acuerdo. Hagamos bien las cosas. Propongo una cena en casa, con todos nuestros
hijos, dos o tres amigos y tú lo anuncias.” Siguió un silencio. Minutos después,
volvió a verme fijamente y replicó: “Algunas personas se recuperan y vuelven a
caminar, ¿por qué no habría de intentarlo yo?” Hoy en día, apoyado en un
bastón, recorre largas distancias a buen paso.

Mis grandes dificultades con el tabaquismo

Desde 1970 decidí dejar de fumar. En una ocasión me interné en El Grullo,
hospital naturista en el que todo el tiempo se habla de salud y de remedios. Más
o menos al tercer día dejé de ir a la tienda de la esquina a esconderme para fumar
un cigarro. Estuve limpia por algunos años pero recaí.
Después estudié la especialidad de alcoholismo y adicciones en el Centro de
Atención Integral para Problemas de Alcoholismo, impartí varias conferencias al
respecto y, por supuesto, ya no fumaba. Después de varias recaídas me inscribí
en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). La sala de
reunión estaba ubicada al fondo de la planta baja. Antes de llegar allí uno veía
personas conectadas a tanques de oxígeno, otras cuyos dedos habían sido
amputados, algunas con traqueotomía y muchas más con enfisema, voz
ronquísima, labios morados y, evidentemente, todas tenían un muy mal
pronóstico.
Ese curso me gustó mucho, era en grupo, nos apoyábamos unos en otros y
lo mejor era que también explicaban ampliamente el sistema respiratorio.
Durante las primeras semanas todos seguíamos fumando y éramos sometidos a
exámenes clínicos, pero poco a poco cada uno lo dejábamos en una fecha
convenida previamente.
Me mostraron la parte baja de mis pulmones que aparecía sombreada. Ahí
se iba a ubicar mi enfisema. En el conteo de glóbulos rojos se vio que tenía
poliglobulina, o sea que era candidata a todas las enfermedades relacionadas con
el sistema circulatorio. Esa vez también dejé de fumar por varios años y luego
recaí. Posteriormente tomé un curso de aversión al tabaco.
Llegaba a casa de la experta y me pasaba a una especie de cabina telefónica
en la cual había una silla y una mesa con unas 70 cajetillas de cigarros de todo el
mundo. Recuerdo los Gauleoises, Gitanes, Lucky Strike, Pall Mall, Viceroy,
Marlboro y otros muchos.
El tratamiento consistía en que la psicóloga me hablaba mientras yo tenía
que fumar un cigarro tras otro durante casi dos horas. Se trataba de que no
pasaran ni 10 segundos durante los cuales pudiera respirar oxígeno puro. Había
una bolsa de plástico en la que podía vomitar si era necesario. Al final me
recomendaba: “Trata de no fumar hasta que nos volvamos a ver.” Conseguir esto
era muy fácil: salía realmente asqueada.
Recuerdo la sesión en que, a través de una visualización, me llevó a pensar
quién me había inspirado para fumar en mi adolescencia. Me recordé una
película con Kim Novak, y cuando prendí mi cuarto cigarro de esa sesión me
miré al espejo y observé una gran vena que resaltaba en mi frente… y la yugular
parecía próxima a reventar. Aun así tuve que fumar toda la dosis que me
correspondía hasta el punto en que brotaban lágrimas negras, como si fueran de
lodo. Pedía un poco de aire puro para respirar y la terapeuta insistía: “Esto te lo
haces diario, pero más lentamente.” El tratamiento sólo duró cinco días y pude
abstenerme de fumar por varios años más.
Después de esto, cuando estaba en una reunión en la que alguien llegaba al
quinto cigarro, yo manifestaba: “Estoy condicionada con aversión al tabaco y
tengo deseos de volver el estómago.” Todos apagaban su cigarro. En otra época
fumaba cuando algún conocido mío estaba hospitalizado o próximo a morir y
pensaba: “Fumando lo acompaño.” Un día en que José Luis escuchó esta tontería
me dijo: “Si te traigo un periódico con esquelas, las miras y los acompañas a
todos.” Me sentí muy avergonzada y apagué el cigarro. Por supuesto hoy sé
claramente que las adicciones son como una metáfora del suicidio en abonos,
verdaderamente llevan a la muerte. El 31 de mayo se celebra el Día Mundial sin
Tabaco y recientemente escuché en los medios que cada año mueren cinco
millones de personas a causa de enfermedades provocadas por el tabaquismo.
Sólo por hoy sé que yo ya no estoy fumando, GRACIAS a una sola sesión de
hipnosis con la Doctora Rosalia Rodríguez.
En Constelaciones Familiares, el suicidio de un ser querido debe ser
respetado y asumido por los parientes cercanos, a los que les viene bien la frase
del suicida: “Yo estoy en la muerte y tú en la vida. Aquí no te necesito.”

Grupos terapéuticos atípicos

El siguiente texto fue publicado por la Asociación Psicoanalítica
Mexicana en los Cuadernos de Psicoanálisis, volumen XXXIV, del año 2001.[*]


Grupos terapéuticos en reclusorios
En 1974, formé mis primeros grupos terapéuticos en distintos
reclusorios del Distrito Federal. Al principio leía los libros de los Dres.
Grinberg, Langer y Rodrigué, el de Zimmerman y el del Dr. Agustín
Palacios tratando de seguir los criterios propuestos por ellos para
conformar el grupo terapéutico.
Hice coterapia con el Dr. Octavio Márquez. Después de haber
entrevistado a 12 internos, decidimos empezar con ocho de ellos que
consideramos aptos para trabajar. Encontramos que nuestros elegidos no
querían venir al consultorio o deseaban ser atendidos en forma individual.
Así pasaron varias semanas hasta que nos percatamos de que los manuales
desaconsejaban formar grupos terapéuticos con personas que se
conocieran de antemano. Nuestros futuros pacientes no sólo se conocían,
sino que además comían, dormían y vivían en el hacinamiento que toda
cárcel presupone. Determinamos hacer caso omiso de las sabias
recomendaciones: no incluir personas deprimidas, sociópatas que hubieran
intentado el suicidio ni esquizoides, pues éstas eran precisamente las
características de nuestros posibles pacientes.
Una tarde, convocamos al consultorio a 25 reclusos que habrían de
obtener su libertad al siguiente año y nos desentendimos de pensar en el
nivel socioeconómico similar, facilidad de palabra, posibilidades de
insight, escolaridad, rango de edades deseado, y otras. En esa reunión nos
pusimos de acuerdo para no mencionar la palabra psicóloga o psiquiatra.
Al final de la sesión sólo explicamos: “Nosotros pensamos que cuando
alguien es escuchado al contar sus problemas, se siente mucho mejor. Los
invitamos a que cada viernes de 3:00 a 5:00 p.m. vengan a vernos para
seguir platicando sobre lo que ustedes quieran.”
A la siguiente semana, nuestra sorpresa fue encontrar a unos 18
internos contentos, puntuales, decididos a colaborar y compartir lo que les
sucedía. Estaban allí para hablar sobre sus ansiedades respecto de la salida
del reclusorio y expectativas ante su nueva forma de vida. A partir de ese
día ellos y nosotros nos comprometimos profundamente. Logramos una
cohesión grupal excepcionalmente buena. Los pacientes ventilaron sus
quejas, hablaron de su permanente shock vital como internos. Recrearon
su pasado infantil y sus relaciones familiares que buenas o malas habían
sido, con mucho, superiores a la situación de abandono en que vivían
ahora. Aumentaron su capacidad para comunicarse y recuperaron
autoestima al ser tratados nuevamente como individuos.
No tratamos de atenuar los errores que se cometían dentro de la
institución frente a sus mínimos derechos, pero los concientizábamos
acerca de sus aspectos masoquistas conforme los narraban. Les dijimos
que su obligación era encontrar el mejor y más rápido camino hacia la
libertad. Al cabo de 20 meses, después de que las autoridades del penal
habían sido cambiadas, nos asignaron como jefe a un pasante de
Psicología que nos advirtió que prefería que aplicáramos tests con objeto
de llenar expedientes que se archivarían. Después se nos informó que el
grupo podía continuar sólo si aceptábamos la presencia de un inspector
aprobado por la Dirección en cada sesión.
Compartíamos con el grupo las notificaciones y vicisitudes que se nos
iban presentando y que conjuntamente interpretamos como que ya no nos
querían en el plantel. El grupo, maníacamente, pensó que podía resolver
nuestro problema si ellos pagaban nuestros sueldos. Luego nos ofrecieron
organizar una huelga de hambre general. Pero no tuvimos más remedio
que conformarnos poco a poco y despedirnos. Expresamos al grupo que
nuestra renuncia era el último grito de libertad al que teníamos derecho y
simbolizaba también la futura libertad de ellos. Explicamos que,
definitivamente, ya no existían las condiciones óptimas para trabajar.
Así me inicié como terapeuta grupal. Después trabajé en otras dos
cárceles de las que también fui despedida porque los reclusos tomaban
conciencia individual y colectivamente, lo que las autoridades
consideraban una amenaza.
En una de esas cárceles tuve como pacientes a los vigilantes y
recuerdo el impacto tan grande que recibieron cuando, utilizando la
técnica de inversión de roles, cada uno de ellos se puso en los zapatos de
un interno y pudo sentir la indefensión, la impotencia y el maltrato que
padecían. Los celadores que jugaron el rol de reclusos pensaron que
cuando hubiera necesidad de hacer una revisión de cada celda, debería
hacerse frente a las personas que las ocupan para evitar los robos de sus
pocos objetos de valor. Los celadores en el papel de internos agregaron
que habían vivido a los celadores (en su propio rol), como abusivos,
enemigos y ladrones. Expresaron la rabia que sintieron contra ellos
durante el juego dramático.
Poco tiempo después, mientras los celadores adquirían una mayor
conciencia, se reunían y comenzaban a leer el Reglamento que los
protegía y que las autoridades no les habían facilitado, yo fui despedida.

Laboratorio de parejas
Ya graduada como terapeuta de grupo traté, en consulta privada, a
muchas parejas. Junto con José Luis González se nos ocurrió que
podíamos llevar a las parejas agrupadas, entre seis y diez, de fin de
semana a un hotel. Mediante muchas horas de trabajo, conviviendo
estrechamente, encontrábamos los vínculos inconscientes generados en el
curso de la cotidianidad de cada pareja y desanudábamos lo que
perturbaba su relación. Rescatábamos lo libidinal, que en ocasiones era
difícil. Desde allí, la pareja podía hacer nuevos proyectos de convivencia.
Este trabajo lo llevamos a cabo por 10 años, en los que trabajamos con
más de 200 parejas; algunas nos eran referidas por sus analistas, debido a
la confianza que tenían en nosotros, y las veíamos sólo durante un fin de
semana.
A veces sabíamos de alguna pareja que, después de haber participado
en nuestro laboratorio, llegaba a un divorcio que había postergado varios
años. Considerábamos esto como un buen resultado terapéutico. Fue un
trabajo muy laborioso e interesante en el que aprendimos mucho sobre la
terapia de pareja.

El grupo terapéutico con 35 pacientes
En 1982 trabajamos Jorge Margolis y yo en coterapia en el grupo
RED (recepción, evaluación y derivación) de la AMPAG, cuyo objetivo
era seleccionar a los pacientes para ubicarlos tres semanas después en otro
grupo con su terapeuta definitivo. Sin embargo, después de varias semanas
no habíamos podido colocar a ninguno de ellos pues todos los grupos
terapéuticos estaban cerrados. Me sentía deshonesta, pues al despedirme
de los que esperaban un lugar, les daba falsas expectativas. Un día, sin
más, me quedé viendo a los 35 pacientes que aguardaban su derivación y
les dije: “Si vienen cada semana a esta hora es porque les viene bien, ¿qué
tal si hoy mismo declaramos que éste sea vuestro grupo, tal como está, en
el horario que han ocupado desde hace cinco semanas?” Todos, contentos,
aplaudieron, mientras mi coterapeuta me miraba sorprendido porque yo no
lo había comentado con él previamente y, además, me estaba saltando los
procedimientos de la clínica.
Frente a los pacientes tranquilicé a Jorge: “No hay problema.
Llegarán nuevos pacientes que tú atenderás y yo, a mi vez, invitaré a un
colega a este grupo de 35 pacientes.” Luego me dirigí al grupo: “De una
vez síganme. Vamos a otro consultorio.” Todo esto ante la estupefacta
mirada de Margolis.
Posteriormente invité a mi marido, diseñamos un modelo especial
para este grupo amplio al que sólo atenderíamos cada dos semanas, pero
trabajando cinco horas seguidas en cada sesión. Iniciábamos cada vez la
terapia con el grupo completo. Sus edades oscilaban entre los 17 y los
55 años. Durante los primeros 70 ó 90 minutos escuchábamos
intervenciones espontáneas que incluían sueños y hechos recientes; de
esas temáticas derivaban los lineamientos del resto de la sesión. Después
hacíamos una división caprichosa, a veces por alguna característica
definida, como estado civil, género, escolaridad y otras más.
Trabajábamos una parte del tiempo en dos subgrupos simultáneos, en
distintos consultorios.
Notamos que en este grupo amplio la manifestación de las emociones
era exagerada, en ocasiones hasta explosiva, provocando reacciones en
cadena. La capacidad de regresión era mayor que en los grupos
tradicionales, formados por ocho personas, y se despertaban ansiedades
y defensas más primitivas, como las de la etapa oral, en la que el yo se
debilita, disminuye la capacidad asociativa del pensamiento, se produce
una manifestación desenfrenada de sentimientos, se disuelven las
fronteras del yo por las reacciones confusas impersonales de los demás y
la falta de seguridad activa, el conflicto central de separación de la
madre. Frecuentemente notábamos la necesidad de acercamiento
primario, de piel a piel, así como la de ser físicamente sostenidos por los
demás; las transferencias laterales eran muy fuertes. Los terapeutas
éramos más activos, incluíamos trabajo psicocorporal, dramatizaciones y
otras técnicas no analíticas pero que interpretábamos desde la teoría
psicoanalítica.
Al final de cada sesión reuníamos nuevamente a todo el grupo con
los dos terapeutas, haciendo interpretaciones que privilegiaban las
fantasías inconscientes hegemónicas de la mayoría de los participantes.
Este grupo nos recordaba un pueblito pues había roles muy definidos,
como las autoridades, los comunicadores sociales, la prostituta, el loco y
los que mercaban en el intervalo de la sesión: vendían pasteles, libros,
artesanías y otros ofrecían trabajos a los que no lo tenían. Algunos
pacientes rígidos criticaban la libertad que se respiraba con la gama de
las diferencias morales, como un principio de la organización social que
dictaba leyes para la convivencia. Este grupo, igual que la mayoría de
los atendidos en la AMPAG, tuvo una duración exitosa de dos años.
A partir de los aprendizajes que logramos con el anterior grupo
mediano, en 1984, cuando José Luis tuvo la idea de desarrollar grupos
de más de 50 personas que denominó Grupos Mamut, nos invitó a Jorge
Margolis y a mí. El primero lo hicimos durante un Congreso
Internacional de Grupos, y asistieron unos 80 terapeutas que jugaron
participando y participaron jugando. Hasta la fecha seguimos haciendo
Grupos Mamut en distintos congresos o en situaciones especiales.
Aunque me parecían divertidos, movilizadores y útiles para entender las
relaciones humanas, realmente no pensaba que fueran terapéuticos.
En un pre-congreso de grupos habíamos conducido un Grupo Mamut
con más de 90 personas y, al final del congreso, teníamos un espacio
para comunicación clínica que se llamó Lo terapéutico de los Grupos
Mamut. No llevábamos nada escrito y, conjuntamente con nuestros
participantes de dos días antes, más otros 30 asistentes que habían
estado previamente en alguno de nuestros Mamuts, logramos una lluvia
de ideas en la que conceptualizamos datos muy interesantes que nos
llevaron a escribir después la Antropología del Grupo Mamut (González,
1996).

Explosión en San Juanico
El 19 de noviembre de 1984 aparecieron las siguientes notas en un
diario nacional: “El origen de la explosión fue el estallido de una pipa
que iba a cargar combustible, aunque los habitantes ya habían percibido
un penetrante olor a gas desde las tres de la mañana. Se produjeron siete
explosiones a partir de las 5:45 a.m. Las llamas alcanzaron miles de
metros. Los tanques de acero con un peso de 30 toneladas volaron a 300
m de altura. Se reportaron unos 400 muertos, 5000 heridos, la
destrucción de 200 casas y la inhabilitación de 150 más. Los desalojados
fueron 200,000.”
Dos años después de este trágico acontecimiento, un miembro de una
organización no gubernamental que ayudaba a la comunidad afectada se
percató de que varias personas actuaban como si el siniestro hubiera
tenido lugar apenas un día antes. Los habitantes de San Juanico estaban
nerviosos, dormían mal, los niños fracasaban en la escuela, sufrían
anorexia, insomnio, irritabilidad, problemas en la piel, temores
nocturnos; en otras palabras, no habían superado el estrés postraumático.
Me pidieron intervenir en dicho lugar y, junto con Celia Hernández,
nos combinamos para dar atención a un grupo de mujeres sobrevivientes
que se acompañaban de sus hijos menores de tres años. Por las tardes,
otros terapeutas atendían a otros adultos y a dos grupos de niños. En la
primera reunión los niños se atropellaban en sus relatos. La intensidad
de la realidad vivida parecía fantasía: hablaban del piso que quemaba, de
un ruido ensordecedor, sorpresa, sensación de fin del mundo, muerte real
y fantaseada, llantos, gritos, olor a quemado, casas destruidas, gente que
corre tras el estallido y una gran confusión.
El material que los niños dibujaron tenía impresionantes esferas rojas
que se les venían encima, salchichas de fuego “protegidas por el diablo
que triunfaba sobre la Virgen”, muertos, ambulancias, quemados, casas
destruidas, un cielo rojo con amarillo, la reja que rodeaba a los tanques
de gas –que simbolizaba el sentimiento de abandono e incomunicación
vivido por años– circundados por diferentes gaseras que, según
relataron, no habían recibido mantenimiento en 20 años. Algunos de los
niños permanecieron callados, resistentes a dibujar o jugar, y al final
relataban la muerte de un familiar cercano. Otros mostraban las
cicatrices, quemaduras e injertos o relataban las experiencias de cuando
vivieron en los albergues, toda la angustia sufrida por desconocer
durante varios días el paradero de sus padres.
Al cabo de dos meses y de ocho sesiones habíamos logrado un buen
acercamiento de los niños que estaban más despiertos y participativos.
Sus madres dijeron que habían empezado a salir y jugaban más, pues
estaban menos tristes. Había disminuido la angustia y el rechazo, se
podía hablar de los muertos y de la pena por el fin de nuestra
intervención psicológica, pero también había proyectos por continuar
autogestivamente con actividades que permitirían la integración de la
comunidad. El esfuerzo de todos fue enorme, así como la satisfacción de
quienes trabajamos en la elaboración del duelo. Para despedirnos y
demostrarnos su agradecimiento, las mujeres prepararon un pequeño
banquete a base de tofu y nos explicaron lo que habían aprendido acerca
de las cualidades nutritivas de las proteínas vegetales.

Asilo de ancianos
En 1988, en la ciudad de Cuernavaca, visité un asilo de ancianos
considerado como el mejor, pues cada interno tenía una habitación
propia. Coincidí con ellos en una de sus comidas y noté que en el
comedor se veían muy enojados y a veces parecía que gruñían más que
hablar. El hecho de que fueran de clase económica alta y tuvieran una
empleada a disposición de cada uno hacía que todo lo exigieran y no
tenían ni que abotonarse el suéter.
La directora estaba muy orgullosa de la institución y le ofrecí hacer
grupos con los asilados. Se negó, diciendo: “No quieren moverse ni
hacer nada, ya se ha intentado todo.” La convencí y fui a la Facultad de
Psicología de Morelos para solicitar una docena de estudiantes que
estuvieran interesados en aprender el trabajo de grupos y asistir
gratuitamente a los ancianos recluidos.
Los jóvenes colaboraron entusiastamente en este proyecto.
Estudiamos partes del libro Teoría y práctica de la psicoterapia de grupo
del Dr. Irvin D. Yalom (Edit. Fondo de Cultura Económica, 1986) dando
ejemplos y haciendo simulacros de grupos, entre otras actividades.
Llegó el día esperado y entramos a la comunidad de los ancianos y, cuál
fue nuestra sorpresa que en vez de formar un grupo de ocho personas,
congregamos tres grupos que desde sus sillas de ruedas, desde sus 90
años, desde su aislamiento, estaban ansiosos por participar, relacionarse,
compartir y decirse todo lo que habían mascullado internamente durante
meses o años. Trabajamos un período en el que fue evidente que también
los ancianos pueden beneficiarse de la agrupación y de la contención
que da el grupo. Por supuesto, no teníamos que buscar la regresión, ni la
depresión, sino más bien una manera de elaborar desde allí donde, por
su edad, se encontraban. Quedó claro que, igual que a otras personas, a
los ancianos les gusta ser vistos, atendidos y escuchados.
Guatemala, 1998
Llegamos después de que se firmó la paz interna, en una guerra entre
conacionales que duró 37 años. Había 3,600 guerrilleros congregados en
ocho diferentes espacios esperando el servicio médico, las visitas del
odontólogo, una calificación para detectar el grado de escolaridad que
cada uno tenía y, además, cuatro sesiones de salud mental para poderse
integrar a la vida civil.
Jorge Margolis, contratado por UNICEF, me escogió junto con otros
nueve terapeutas para apoyar con un programa dirigido a los ex
guerrilleros que estaban concentrados en campamentos en distintas
regiones del país. Trabajamos cuatro sesiones con cada grupo. En la
primera el tema fue: ¿Cuáles eran las condiciones previas a mi
levantamiento? En la segunda: ¿Qué aprendí y qué actividades realicé
durante la clandestinidad? En la tercera: ¿Cómo me encuentro hoy, aquí?
y ¿Qué significado tiene este campamento? La cuarta sesión sirvió para
prepararlos para la entrega de las armas, que ya casi formaban parte de
su esquema corporal; para pensar: ¿Qué voy a hacer mañana?, ¿Dónde y
cómo pienso vivir? Los acompañábamos para regresar a la vida civil.
Entre los 3,600 guerrilleros había una población amplia de mujeres y,
por supuesto, jóvenes y niños nacidos en la clandestinidad, que
ignoraban lo relativo a la vida civil. El grupo más pequeño que tuvimos
fue de 400 personas.
Fue una experiencia muy interesante que planteaba problemas
inusitados, desde decidir cuáles serían los lugares de reunión: a mitad de
la selva, en la falda de un volcán, a la orilla de un río; en lugares tan
recónditos que el gobierno tuvo dificultad para encontrarlos durante 37
años. La temperatura a la que estuvimos expuestos durante las cuatro
semanas oscilaba entre 4 y 42° C.
Cada construcción era para 38 personas, y tanto la luz como los
alimentos y las cobijas estaban racionados. Los ex-guerrilleros
compartían gustosamente todo con nosotros. Cuando hablábamos de
cosas tan dolorosas y difíciles como la pérdida de sus compañeros, las
aldeas arrasadas, u otros temas relacionados, los guatemaltecos
olvidaban el castellano y recurrían a ocho distintas lenguas indígenas, de
manera que la operatividad de cada encuentro tenía que hacerse en
relación con las diferentes etnias, con el apoyo de tres o cuatro
intérpretes para cada sesión. De acuerdo con las circunstancias, en un
momento dado el manejo de Grupos Mamut resultó ser muy
enriquecedor, útil y satisfactorio para estas comunidades en crisis, al
igual que en los meses siguientes al temblor de 1985 en el Distrito
Federal.

Integración de técnicas corporales y de terapia sexual
Al principio de la década de los años noventa estudié técnicas
psicocorporales y masaje. Desde 1993 estudié terapia sexual, que
también me interesó mucho; terminé ambas formaciones alrededor de
1995. Una vez adquiridos los conocimientos de terapia sexual coordiné
diversos talleres en grandes grupos de personas con incapacidad física:
ancianos, invidentes e hipoacúsicos (sordos) auxiliada por traductores.
El Dr. Eusebio Rubio, terapeuta sexual, me pidió que lo ayudara en la
clínica de la Asociación Mexicana para Salud Sexual que atiende a
personas de escasos recursos, pues tenía en ese momento a 120
pacientes en lista de espera. La idea de atender sólo a cinco o seis
personas en toda una tarde me pareció inoperante y aburrida. Le
propuse, en cambio, que me asignara 15 mujeres preorgásmicas y 15
hombres con eyaculación precoz para formar dos grupos de dos horas
cada uno. El Dr. Rubio objetó: “Ni Helen S. Kaplan ni ningún otro ha
reportado trabajos grupales. Además, no hay nada más íntimo que la
vida sexual, ¿cómo crees que se va a poder?” Pensé: ¿Acaso no era
íntimo tener tuberculosis y escupir sangre (Pratt, 1905), no era
vergonzoso ser alcohólico y decirlo frente a desconocidos como se hace
en AA? Lo convencí y pedí a Liliane Friedman, recién graduada, que me
acompañara en la experiencia. Trabajamos unos cinco meses y, aunque
el espacio no era el óptimo, mejoramos las técnicas y las
complementamos entre sí, integrando lo psicocorporal, el masaje, la
relajación, las estrategias de Kaplan (1974) y el manejo grupal (Lowen,
1988; Braddock, 1995).
A partir del año 2000 coordiné con Liliane, Alma Aldana e Isabel
Hernández Cruz grupos de mujeres básicamente preorgásmicas y
también incluimos pacientas con vaginismo, así como grupos de
hombres que padecían eyaculación precoz, disfunción eréctil o
trastornos en el deseo sexual. Estos grupos fueron abiertos y llegaron
personas con oficios varios: veladores, choferes, policías, obreros, que
no podían pagar la consulta privada. Sus edades oscilaban entre 17 y 74
años.
Hemos agregado otras herramientas terapéuticas en casos especiales,
por ejemplo, para un paciente invidente o para mujeres sumamente
traumatizadas que habían sufrido abuso sexual o violencia. Considero
que mi quehacer es estimular a los pacientes a conocerse, primero
mirándose al espejo desnudos, luego tocándose el cuerpo, disolviendo
gradualmente la inhibición y la culpa. Inútil decir que el primer trabajo
es abatir las resistencias forjadas durante muchos años por distintas
instancias como la religión, la familia, la escuela y la sociedad en
general.
En estos grupos continúan siendo importantes algunas enseñanzas de
Freud como el inconsciente, la represión, la transferencia y la
contratransferencia, o la resignificación del evento traumático. Hoy por
hoy trabajamos en grupo porque da pertenencia a personas con la misma
problemática y la disfunción que los hace sentir aislados; al ser común,
los une, pues comparten sentimientos al respecto.
Como los grupos son abiertos (los pacientes se van integrando según
llegan), desde el principio el recién llegado puede relacionarse con
alguna persona que, con más tiempo en el proceso, haya logrado
mejorías y le representa una esperanza concreta para la solución de su
propia disfunción. En el grupo se genera pronto un clima de confianza y
seguridad psicológica favorable para abordar las tareas a seguir. La
confidencialidad y discreción crean un ambiente de compromiso y
empatía en el grupo. La competencia promueve que el avance de
algunos produzca un efecto movilizador en los demás. Ejemplos: “Si
ella pudo, yo también.” “¿Por qué él sí y yo todavía no?” En el grupo de
los hombres, lo importante es romper el círculo fracaso – angustia -
evitación, para que lleguen a la salud sexual, que significa poder
armonizar el deseo erótico con la intimidad para disfrutar el contacto
sexual con alguien. En el primer tiempo de la sesión trabajamos con
música, moviéndonos lentamente, los llevamos a desanudar profundas
trabas energéticas y al cabo de repetir armónicamente ciertos
movimientos, estos llegan a ser muy placenteros.
El segundo tiempo lo dedicamos a comentarios acerca de lo que
acabamos de vivir en el grupo y también revisamos si hay cosas
importantes que quieran compartir. Éste es el espacio en el que un
paciente nuevo se presenta y es acogido por el grupo. En el tercer tiempo
atendemos las necesidades individuales y revisamos las tareas asignadas
que hicieron en casa cada uno. En nuestros grupos, la sexualidad se
entiende como una manera de acercarse, comunicarse con alguien a
través del cuerpo, de contactos y sensaciones. Es un intercambio de
expresiones creativas que comunican libertad y aceptación entre dos
personas.
En el caso de las mujeres, el avance parece más lento, las causas son
más profundas y complejas, y las resistencias son más tenaces. El clima
grupal es más emotivo y jocoso, pero a veces es más apagado y
depresivo. Algunas mujeres viven el orgasmo muy rápidamente, como si
sólo hubieran esperado nuestro permiso para sentir y procurarse placer.
Otras han dicho que en la adolescencia aprendieron a controlar sus
sensaciones, no demostrar que sentían, a ser “de palo” pues sabían que
sentir es semejante a ser débil, frágil o puta. A veces, la escisión entre
mente y cuerpo puede ser tan perfecta que una paciente nos relató que al
principio del tratamiento hacía la tarea de autoconocimiento de manera
ambivalente: con una mano se tocaba los genitales y con la otra sostenía
un libro, para estudiar a la vez. En este grupo, para conseguir el objetivo
de llegar al orgasmo, el camino es desarrollar la autoestima que se ha
visto afectada por la insatisfacción sexual, quitarles la vergüenza por
sentir, conseguir la integración total del cuerpo, incluyendo el área
genital, hasta entonces excluida del esquema corporal.
Las mujeres vienen a consulta por distintos motivos: inquietud al no
percibir sensaciones, preocupación por su relación de pareja y sentirse
mal al ocultar su incapacidad de disfrute sexual. Llegan buscando una
respuesta individual y de pareja a largo plazo. Cuando han conseguido
todo esto, muchas permanecen en el grupo para hablar de cosas de
mujeres, como su relación con hijas adolescentes o con sus madres. Las
mujeres se comprometen más que los hombres, desean resolver su
conflictiva de identidad más a fondo y suelen ser más constantes que
ellos. En el grupo de los hombres, el avance terapéutico es más fácil
pues al entrenarse y cambiar las causas inmediatas, más superficiales,
logran pronto controlar su eyaculación. Generalmente hacen muy
débiles relaciones entre ellos, no se despiden de nosotras, ni agradecen
al término del tratamiento. Nuestra primera tarea es generarles confianza
en el tratamiento pues el hecho de que las tres terapeutas seamos
mujeres les provoca desconfianza automática; se les dificulta aceptar
todo lo que sabemos sobre sexualidad masculina y ellos desconocen. Se
trata de que disminuyan la angustia de desempeño para que controlen la
eyaculación en sus prácticas de autoerotismo, que sólo pueden hacer
cuando pierden el miedo al castigo por la masturbación.
Insistimos en que la masturbación es un camino al placer y está al
alcance de la mano. Necesitamos que los hombres tomen conciencia de
su cuerpo como un todo, que registren las sensaciones más allá de los
genitales, que recuperen el sentido lúdico, que se armonicen con un
ritmo lento, con firmeza y coordinación para llevarlos a la relajación. Es
importante que conozcan las diferencias de la respuesta sexual humana
entre hombres y mujeres para quitarse las fantasías que les impiden
gozar su vida sexual. Por ejemplo, el mito del pene chico, la excesiva
importancia puesta en la erección y en la penetración, dejando de lado o
anulando los juegos preliminares. Poco a poco la vida sexual deja de ser
un reto deportivo en el que cuentan el número de penetraciones, y llegan
a tener un trato sutil hacia su pareja. Les importa más la sensualidad que
la penetración. Dejan de avergonzarse por comportarse tiernamente con
su pareja.
En ambos grupos se trata de que los pacientes abandonen los
diversos prejuicios acerca de la sexualidad y se descubran conociendo
sensaciones, ubicándolas, nombrándolas y asumiéndolas hasta llegar a
tener lucidez sobre las mismas, y que sus sentidos registren cualquier
parte del cuerpo, no sólo las áreas genitales. El paciente se apropia poco
a poco de su cuerpo y descubre los goces de la piel, los cambios de
temperatura, la piloerección, y el cambio del ritmo de la respiración.
Aprenden a relajarse, a conocerse y a quererse.
Los grupos que mencioné anteriormente fueron los retos
extraordinarios que se presentaron en mi vida mientras que, al mismo
tiempo, me dedicaba a los grupos tradicionales, de ocho pacientes, niños
o adultos en consulta privada que asistían semanalmente. Aún hoy, que
trabajo casi exclusivamente Constelaciones Familiares, me doy cuenta
de que nada de lo que aprendí o hice antes me estorba, pues trato de
hacer una integración de diversas técnicas como son el manejo de grupo,
lo psicocorporal, lo que conozco de adicciones, de sexualidad y de
psicoanálisis.
Grupo para viudas

¿Es que en verdad se vive aquí en la tierra?
No para siempre aquí
Un momento en la tierra.
Si es de jade se hace astillas,
Si es de oro se destruye.
Si es plumaje de Quetzalli se rasga.
No para siempre aquí
Un momento en la tierra.
— Netzahualcoyotl

A partir de agosto de 2009 trabajé un grupo para viudas, durante 10 sesiones en
las que hablamos de que el duelo es una transición, se hace cuando se puede,
cuando nos atrevemos, enseguida o 20 años después, pero siempre se sufre,
duele y a veces se llega a la sanación y al gozo por vivir. Es una labor emocional
agotadora e intensa. Se trata de recordar el pasado, redefinir el presente y crear el
futuro.
El duelo es el cúmulo de sentimientos, reacciones y cambios. Es mejor
estar acompañada y experimentar abiertamente el dolor y expresarlo cuanto sea
necesario. Cada quien lo vive de acuerdo a su historia, a sus recursos, a las
pérdidas previas. Este taller es un espacio adecuado para conseguir apoyo
mutuo, una posibilidad de dar y recibir. Aprovechamos nuestros recursos
internos, hacemos contacto con nuestros pares. En el grupo focalizamos la
discusión sobre lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que vamos resolviendo.
Nos ayudamos ayudando. Compartimos que la vida se entiende mirando para
atrás, pero se vive para adelante.
La viudez es otro ciclo vital, que se pasa mejor en compañía de pares y
siempre empieza con una profunda tristeza. No es una enfermedad, sino un
hecho de la vida y por ello no se puede recuperar o curar, a menudo la
sobreviviente piensa en lo que hubiera podido hacer.
Si la pareja fue amada, su muerte es la experiencia emocional más
profunda y la viuda debe ser gentil consigo y tener esperanzas de que después
del estado transitorio llegarán tiempos mejores, aunque al principio dude de
quién es ahora. Todas las viudas se sienten lastimadas, enojadas y confusas, y en
los primeros meses es muy difícil creer que llegará un día en que se podrá vivir
feliz de nuevo.
A todos nos toca vivir cosas tristes pero cada uno las maneja a su
modo. Cuando muere el cónyuge a menudo nos sentimos como locos, a veces
como autómatas que resuelven cosas sin darse cuenta de ello. Es mejor ser
participante que espectador. No conviene empastillarse, pues esto sólo sirve para
posponer lo que tarde o temprano hay que sentir. Cada una, en su tiempo, dejará
de llorar, a su manera. De todas formas para pasar el duelo se necesita valor,
paciencia, perseverancia, sentido del humor y estar abierta para confiar en
algunas personas.
Con el tiempo la viuda encontrará nuevos modos de ocupar el tiempo libre,
nuevas relaciones y tal vez llegará una nueva manera de ser libre e individual. Se
descubren nuevas aptitudes que no se habían disfrutado con la pareja.
La viuda se siente lastimada porque ha cambiado involuntariamente su
rol en la historia familiar, y por supuesto con la familia política. También se
siente abatida, victimizada, vulnerable, incrédula, apartada, fracasada, cercana a
la locura. Cuando la viuda se deja rodear de amigos y familiares y puede
expresar todo esto, se convierte en fuente de energía para pensar y actuar,
cambiar y crecer en la vida. Por el contrario, las emociones no expresadas
pueden ser causa de enfermedades y a veces hasta de muerte.
A menudo las viudas idealizan al muerto y olvidan los malos tiempos,
se sienten devastadas pues no tuvieron elección; ocurrió y por eso se sienten
lastimadas y víctimas. Con el tiempo encontrarán nuevas maneras de ocupar el
ocio y-o nuevas aptitudes que no se habían disfrutado con la pareja.

Características de la viudez.
Se pasa por una situación de negación. Todos sabemos que vamos a
morir, pero realmente no lo creemos ya que la muerte no está realmente
integrada a la realidad. Hay muchas situaciones de confusión, la mente está llena
de pensamientos, demandas y decisiones. Hay sensación de inseguridad pues
además ya no hay a quien culpar de nada; lo positivo o negativo será nuestra
propia responsabilidad.
Pérdida de la memoria, llantos frecuentes que llegan al oír alguna
palabra, canción o a veces ante algún olor o fecha especial.
Puede haber también culpa o auto recriminación, por lo que
suponemos que otros piensan. Hay culpa por haber sobrevivido, pero no es un
sentimiento puro o básico. Viene con otras emociones, miedo y enojo, el cual a
veces se dirige contra los hospitales o médicos, que están entrenados más para la
vida que para la muerte. Algunas mujeres pueden reclamar a algún pariente
político o hijo suyo, buscando alguien a quien culpar Seguramente la viuda se ha
vuelto más vulnerable, sensible, confundida, enojona, miedosa y desequilibrada
frente al mundo.
El duelo, al no matarnos, nos fortalece; hay que centrarse en el aquí y
ahora. En el pasado nos reprochamos, al futuro lo tememos o lo inventamos. El
presente existe, ahí se puede vivir. La muerte es también vida; lo que se ama
jamás se pierde. Es importante vivir plenamente la vida para no llegar al final y
saber que la hemos desperdiciado.
Enseguida de la muerte, por varios días, los viudos deben resolver
innumerables trámites que los mantienen ocupados, los obligan a cierta eficacia
aunque hayan estado extenuados acompañando al cónyuge en internamientos,
tratamientos, etc. Esos menesteres forman parte del duelo y algunos lo hacen
casi como zombies; y es mejor estar acompañados por seres queridos, amigos o
familiares. El sepelio es la manera de reconocer, honrar y despedir al difunto. Se
compone de diferentes ritos según la cultura y la sociedad a la que se pertenece;
es una oportunidad de aceptar la muerte definitiva. Necesitamos un hombro para
inclinarnos a llorar, ser reconocidas y aceptadas con nuestro dolor.
Depresión y aislamiento. A la muerte de la pareja sentimos una
mutilación afectiva, pensamos en la muerte propia y a veces nos da culpa estar
vivos o alegres. A los niños también hay que explicarles la muerte como una
consecuencia natural de la vida. Lo contrario sería guardarlo, inhibirlo, y el
precio que se paga por ello es la enfermedad, la prolongación del duelo y a veces
la propia muerte psicológica o física. Si se niega la importancia de los
sentimientos o se pretende volver a la normalidad apresuradamente, sin ritos de
despedida, se pueden tener serias consecuencias. Un proverbio zen dice: “Si
dejas libre lo de tu interior, esto te hará libre. Si te aferras a ello, te destruirá.”
Antiguamente, la muerte era un proceso que se vivía en casa, en
familia. Hoy, más del 60% ocurre en hospitales y asilos donde manos extrañas
manipulan al enfermo en sus últimos días, impidiendo a veces la despedida de
los seres queridos, con quienes se podrían resolver pendientes emocionales o
materiales.
Hoy la tecnología médica vive a la muerte como enemigo a vencer o
como un fracaso, y la consecuencia es que los muertos son maquillados para
parecer jóvenes y vivos. A veces se confunde prolongar la vida con prolongar la
agonía. Al final de cuentas la muerte es una parte de la vida.
La muerte de la pareja nos confronta con nuestra vejez y la realidad de
que también moriremos. Incluyo unas líneas de la escritora Rosa Montero que
dice: “La vejez está siendo contemplada como algo ajeno y enfermizo que hay
que combatir desesperadamente, con una inacabable panoplia de tratamientos
médicos contra la alopecia y la celulitis, contra la tonta tendencia de los pechos a
desplomarse, contra las arrugas, las manchas y la flaccidez. Todo eso, que antes
se llamaba envejecer, ahora viene a ser como pudrirse.”
En 500 casos estudiados, Elizabeth Kübler Ross encontró que el
moribundo, los familiares y las enfermeras mentían al decir: “Se ve mejor. Verá
que pronto se recupera” y así el enfermo agonizante permanecía algunos días o
semanas en la vida porque veía que sus parientes lo necesitaban y no lo dejaban
ir.
A partir del siglo XI, el hospice era un lugar donde los peregrinos o
viajeros enfermos encontraban confort y reposo. Cicely Saunders fue una
trabajadora social inglesa que terminó toda la carrera de Medicina para que su
filosofía de hospice moderno tuviera más peso. Creó el Hospice St. Christoph en
1967. Luego tuvo contacto cercano con la psiquiatra Kübler Ross y pudo
difundir sus conceptos en diversos países que ahora tienen hospices. Ahí se
ofrece un programa de cuidado para pacientes y familiares con enfermos
terminales donde se ocupan más de lo paliativo que de lo curativo, incluyendo el
área espiritual, social y emocional si así lo desean.
Es un espacio no muy amplio donde hay un equipo de acompañantes y
profesionistas que dan al paciente terminal, a su familia y a sus amigos elegidos,
atención permanente. Consideran a la muerte como un proceso natural, que no
debe posponerse, pero sí alivian el dolor según los deseos del moribundo que es
el que toma las decisiones médicas que le vayan ofreciendo. Ella dijo que
vivimos en una sociedad que niega la muerte y aísla el morir y a los viejos
porque eso nos recuerda que somos mortales.
Si el difunto tuvo alguna enfermedad o era anciano, a veces esto sirvió
como preparación para el final, lo que no ocurre con muertes súbitas y
accidentes. La recuperación viene cuando la viuda acepta la realidad, funciona
independiente, crea un nuevo estilo de vida.
Vaciar closets y cajones puede ser muy sanador y es mejor hacerlo en
compañía de amigos y familiares al ritmo que cada una pueda. Es una manera de
dejarlo ir aunque a veces se conservan ciertos objetos por más largo tiempo.
Algunas decisiones importantes hay que pensarlas mejor, más lentamente, como
la venta de una casa, el cambio de ciudad, etc.
Es recomendable hacer un diario acerca de cómo nos sentimos, de lo
que soñamos, lo que pensamos, para ir revisando los progresos que vamos
haciendo. Cuando escribimos, la mente, la mano y los ojos se coordinan y tal
vez, debido a lo simple que es, escribir tiene gran fuerza para muchas personas.
Es importante seguir mencionando al difunto, no evitar su nombre,
pues después de todo la muerte no es contagiosa. Llegará un día en que la viuda
no piense ni hable de él. Ella podrá encontrar nuevas rutinas cuando deje las
anteriores. Es muy positivo que haga cosas saludables como gimnasia, nadar,
caminar, y sobre todo no aislarse.
Lo importante para la sobreviviente es planificar el día, el fin de
semana y sobre todo las reuniones familiares en fechas importantes a las que
tendrá mucha dificultad en asistir. La viuda debe llegar a sentirse como la
lideresa y no como la víctima; comprender que ahora no es la mitad de una
pareja sino una persona entera.
Todas las viudas tenemos capacidad para reconstituirnos. Hay que
crear una nueva identidad, dando el primer paso, siendo productivas. Una vez
que pase la tristeza hay que movernos, escuchándonos y siendo intuitivas,
experimentando lo que mejor convenga, nada es para siempre. Es recomendable
hacer pocos cambios que revitalicen; no drásticos o irreversibles, y recordar que
siempre hubo días buenos y malos. Hellen Keller expresó: “Aunque el mundo
está lleno de sufrimiento, también está lleno de su superación.”
Gocemos la libertad para tomar nuestras decisiones, ganemos nuestro
prestigio por quienes somos, valemos con o sin marido. No fuimos traicionadas
por el destino. Todos vamos a morir.
En las viudas jóvenes el enojo es mayor pues se sienten como si el
destino las hubiera traicionado. A menudo, cuando tienen hijos, se dan cuenta de
la enorme carga que les ha dejado el difunto y les queda poco tiempo para ellas
mismas.
Es importante que den a sus hijos la oportunidad de hablar del ausente
cuando lo necesiten. También es útil que vean que la mamá sufre pero no deben
apoyarse en sus hijos, ni aunque sean adultos. La muerte del padre es una
oportunidad para que la familia se solidarice en el dolor.
Un caso especial es el de la viuda por suicidio. Se siente sobreviviente,
el duelo será más difícil y largo por la recriminación. Aparecen innumerables
preguntas que no serán respondidas. Las viudas se lamentan por no haber
descifrado las señales previas, no haber impedido el suceso; se acompañan de
una gran vergüenza que a veces lleva a ocultar la verdad para no ser juzgadas.
En Constelaciones Familiares he visto que para negar el suicidio de
alguien también se excluye la existencia del muerto y, dos o tres generaciones
posteriores alguien lo vuelve a incluir suicidándose para restituir al sistema
familiar. Los parientes del suicidado tardan muchos años en admitir que el
difunto tuvo sus razones para hacerlo y que tomó esa decisión pensando que en
ese momento esa era su mejor opción; más para dejar de sufrir que para morir.
El grupo para viudas es un espacio adecuado para conseguir apoyo
mutuo, una posibilidad de dar y recibir. Hablar hace bien, aprovechemos
nuestros recursos internos, hagamos contacto con nuestros pares. En el grupo
focalizamos la discusión sobre lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que vamos
resolviendo. Nos ayudamos ayudando.
Escribí todo en femenino porque, a partir de los 70 años, tres cuartas
partes de la población somos mujeres. Además los hombres viudos suelen tener
dificultad para expresarse, no piden ayuda fácilmente ni hablan de lo que les
pasa con sus pares. Muchos buscan un siguiente matrimonio antes de los dos
años.
Un estudio de la Universidad de Los Ángeles, California, indica que la
amistad entre mujeres es verdaderamente especial. Las amigas contribuyen al
fortalecimiento de la identidad; son remanso en el mundo lleno de obstáculos.
Las amigas sirven para recordar quiénes somos realmente. Existen
sustancias químicas producidas por el cerebro que ayudan a crear y mantener
lazos de amistad entre las mujeres. Los investigadores encontraron que cuando la
oxitocina es liberada como parte de la reacción femenina frente al estrés, las
mujeres sienten la necesidad de protegerse y agruparse con sus pares y se
produce a su vez más hormona que reduce el estrés más agudo y las calma. Estas
reacciones no se dan en los hombres porque la testosterona que producen en gran
cantidad tiende a neutralizar los efectos de la oxitocina, mientras que los
estrógenos aumentan su producción. El estudio concluyó que la amistad entre las
mujeres es una fuente de fuerza, bienestar, alegría y salud.

Recomendaciones

Pedir ayuda. No culparse de lo que se hizo o no se hizo. Escribir un
diario incluyendo los sentimientos, pensamientos, acciones sueños y logros.
Dejar correr las lágrimas cuando haga falta. Hacer ejercicio físico, comer
adecuadamente. Buscar nuevas relaciones, actividades e intereses. Planificar
anticipadamente los fines de semana. Hacer rituales como ir al cementerio,
escribirle alguna carta.
La vida se entiende mirando para atrás pero se vive para adelante. Hay
que vivir la vida sin negar la muerte, y enfrentar la muerte sin arruinar la vida.





Los sismos de 1985 en el Distrito Federal[1]
Crónica de mis experiencias después del temblor

Jueves 19 de septiembre
Al salir de casa, por la mañana, me di cuenta de que estaba
temblando, pero continué mis actividades, segura de que era un temblor
más. Vivía en Tlalpuente y, al llegar a la ciudad, escuché las noticias por la
radio: el temblor fue grave, hubo derrumbes, incendios y evacuaciones.
“No es verdad —pensé—, es un concurso para ver quién dice cosas más
espantosas. No lo creo.”
Cuando nos reunimos a comer en la casa, intercambiamos noticias y
me di cuenta de la verdadera situación. Fui al consultorio. Tres pacientes
cancelaron, otros tres llegaron y los demás no dieron señales de vida. Me
angustié más y llamé a Marco Antonio Dupont para preguntarle qué sabía,
qué había oído y, sobre todo, qué podíamos hacer. “Quiero hacer algo”
dije, “pero no sé qué”. Respondió: “Creo que es el momento de esperar.
Quizá después podamos ayudar.”

Viernes 20 de septiembre
Mi hijo Aldo tenía un absceso en una encía. Traté de conseguir un
dentista que lo atendiera. La búsqueda fue desesperante, la mitad de los
odontólogos no trabajaron. Otros no tenían luz, agua o teléfono. Me di
cuenta de que la ciudad no tenía recursos; todo era confusión...
Esa tarde, en Tlalpuente organizaron una colecta de comida y ropa.
Me ofrecí para llevar parte de lo reunido a la Cruz Roja. A las 7:15 p.m.
me acompañaban mis dos hijas. Nos encontrábamos en la puerta del
consultorio y allí nos sorprendió el segundo temblor. El coche estaba
repleto de comida perecedera, ropa y medicamentos. Dudábamos qué
hacer y me dije: “Ahora más que nunca hay que meter las manos.”
Hicimos un recorrido de seis horas por la ciudad. Había mucha gente en
las calles, sobre todo cerca de Ciudad Universitaria, donde mi hija de 17
años se puso de acuerdo con los guardias para remover escombros, al día
siguiente, en algún lugar de los afectados. Más tarde fuimos a la Clínica 8
del Seguro Social a ofrecer ayuda, pero tenían suficiente personal. Vimos
mucha gente angustiada que había salido de sus hogares después del
segundo temblor y trataba de instalarse en otras casas.
En la Cruz Roja había muchos voluntarios ayudando, niños de 11
años que acarreaban hielo, agua, acomodaban y clasificaban ropa. Era
extraordinario el movimiento, el compañerismo y la solidaridad que había
en todos lados. Estaba atónita, hacía mucho tiempo que no veía el sentido
humano en los habitantes del Distrito Federal.
Volvimos a la casa en la madrugada y tuve sentimientos encontrados:
por una parte estaba fascinada por la respuesta de los citadinos y por la
otra tenía miedo, me di cuenta de que las cosas eran mucho más graves
que lo que había pensado y que seguirían peor.

Sábado 21 de septiembre
Realicé un recorrido por el sur de la ciudad para ofrecer mis servicios. Por
fin, al mediodía, en la Casa de Colonos de Tlalpan me hicieron una ficha
de identificación, prometieron trabajo y me integraron a una brigada que
salía ya hacia Tlatelolco. El miedo me hizo decir a la encargada: “No
quiero trabajar enseguida. Regresaré después, tengo que prevenir a mi
familia...”
Tardé dos horas en hacerme a la idea de que iba a hacer algo
desconocido, que podría ser peligroso, pero que además tenía que hacerlo.
No podía permanecer en casa donde me sentía aislada. Necesitaba
cooperar de alguna manera. Regresé a Tlalpan y me pidieron: “Fórmate en
la cola. Sales con la próxima brigada para un albergue en Peralvillo.” Otra
vez, como la noche anterior, vi solidaridad y compañerismo. Todos nos
tuteábamos, estábamos asustados y necesitábamos ese calor humano que
se produce al compartir la angustia y el miedo.
Albergue en Peralvillo
En una camioneta de la Cruz Roja cruzamos la ciudad. Pasamos por
Tlatelolco; vi los primeros derrumbes, alrededor del Eje Central, las calles
levantadas… En las banquetas había personas instaladas en el exterior de
sus viviendas con algunos enseres a la intemperie, niños espantados,
mujeres llorosas, hombres que acarreaban cubetas por todos lados.
Llegamos al albergue donde yo, como “Rosa la voluntaria”, me encargaba,
junto con Dolores Chamorro, una chilena a quien conocí allí, de un
dormitorio con unas 50 personas, digamos 22 adultos y 28 niños.
Dolores y yo, sin ponernos de acuerdo, nos dedicamos en primera
instancia a racionar pañales y papel sanitario, y organizamos la
distribución del espacio. En ese lugar había solamente colchones y
cobijas. Los damnificados ya habían pasado dos noches a la intemperie.
Había tres bebés enfermos, servicio médico, muchas enfermeras y una fila
para entrar a consulta.
Todos estaban ansiosos, algunos muy deprimidos, tanto que
durmieron desde las cuatro de la tarde. Dolores permanecía cerca de la
puerta para recibir instrucciones y yo, al fondo de la habitación, sin
pensarlo, propuse: “¡Vamos a jugar a la rueda!” Empecé a aplaudir y
algunos se aproximaron. “¿Cuál es ese juego de la rueda?” “Nos
sentamos, formamos una rueda, nos vemos las caras, decimos nuestros
nombres, cómo nos sentimos, qué nos preocupa, qué nos da miedo y qué
necesitamos”, expliqué. Esta rueda duró 80 minutos, participaron unas 20
personas. Algunas entraban y salían.
Como a las seis de la tarde había quienes rehusaban bañarse porque el
agua estaba fría. Explicamos que era injusto que unas personas se bañaran
y otras no. Puesto que iban a convivir muchos días debían respetar la
necesidad del grupo, más que la individual. Curiosamente había mucha
ropa europea: vestidos escoceses y holandeses que habían llegado de una
colonia de la clase alta. La gente elegía su ropa nueva y de ahí pasaba
directamente a la regadera. Conseguimos, con no poco esfuerzo, que todos
se bañaran.
Como el albergue se ubicaba en una escuela, había mesas y sillas
pequeñas y cuando llegó la hora de la cena improvisamos una especie de
restaurante. Teníamos un solo foco en el gran cuarto. Bajo la luz servimos
la cena en dos turnos: primero los niños, luego los adultos. Distribuimos la
comida y vigilamos que no se llevaran alimentos bajo la ropa; explicamos
los riesgos de generar hormigas y cucarachas. Les pedimos que tuvieran
confianza pues había comida para muchos días. Insistimos en que no la
guardaran y tomaran sólo lo necesario.
Después de la cena se inquietaron. Preguntaban, entre otras cosas, si
habría más temblores, si era cierto que estaba por venir el peor, si podrían
asistir a sus trabajos, si sus parientes los encontrarían. Ayudamos a
distribuir y almacenar la comida. Atendimos a los brigadistas que venían
por las cosas que nos sobraban y a ellos les faltaban. Como a las 11 de la
noche decidimos retirarnos pues otras personas nos iban a reemplazar.
Antes de irnos explicamos al encargado del albergue de lo útil que sería
dar a coser la ropa a las mujeres que estaban inactivas, así como conseguir
pintura y brochas para cuatro hombres que voluntariamente se habían
ofrecido a pintar los muros del albergue. Volvimos en un camión de la
Cruz Roja, pasamos por barrios obscuros. Parecía que había caído una
bomba, y sin embargo me sentía muy protegida, no obstante que
atravesamos lugares que tal vez eran peligrosos.
Mientras trataba de dormir pensaba que lo que había hecho se
relacionaba con la terapia breve de emergencia, con medidas de higiene y
terapia ocupacional. Después comprendí algo que había sido importante:
la lucha que habíamos tenido contra la formalidad y el anonimato al jugar
a la rueda, al dar nuestros nombres ayudando a la integración del grupo.
En otros albergues, sobre los que tuve conocimiento posteriormente, las
personas que llevaban varias semanas de convivencia desconocían los
nombres de sus vecinos y seguían refiriéndose a ellos como “la señora a la
que se le murieron sus dos hijos”, “el señor que no encuentra a la esposa”,
“la que estuvo enterrada”, y así por el estilo.

Domingo 22 de septiembre
Quería estar con la familia y necesitaba algo especial, no sabía qué,
algo que pudiera reconfortarme y me permitiera “tomar distancia”. Inventé
un recurso que me fue útil otros fines de semana: la “verdoterapia”. Tomé
la carretera Federal a Cuernavaca y la recorrí en auto. La vida existía
todavía y, sobre todo, me tranquilizaba la naturaleza, los cerros y las
montañas inmóviles.

La Colonia Roma
Para las siete de la noche del mismo domingo volví a sentir la
necesidad de hacer algo y me encontré a unos amigos que buscaban a sus
parientes que vivían en la Colonia Roma y de los cuales ignoraban su
destino. Hicimos una larga caminata. Cuando pasaba por los campamentos
médicos que se localizaban en el camellón trataba de reconocer la zona.
Me di cuenta de que faltaban las referencias habituales, era casi imposible
reconocer las calles. De alguna manera todos habíamos perdido parte de
nuestra identidad. La ciudad ya no era la misma; no se podían encontrar
lugares conocidos, los edificios parecían despistarnos. Estuvimos en los
escombros de la Plaza Río de Janeiro, en el multifamiliar Benito Juárez.
Hablamos con muchos soldados cuyos rostros, al no estar en una acción
represiva, me parecían casi bondadosos, como no los había apreciado con
anterioridad. Después de una caminata por la zona donde todo era
silencio, miedo y angustia, regresamos sin haber encontrado la casa que
buscábamos.

Lunes 23 de septiembre
Estaba en el consultorio y muchos pacientes faltaron. Me entró la
angustia por no saber acerca de los amigos que no había visto
últimamente. Me preguntaba: “¿Qué les habría pasado?, ¿qué estarían
haciendo?, ¿cómo se sentirían?” y aproveché para telefonear a algunos.
Escuché por la radio el mensaje que más me aterrorizó y decía más o
menos así: “Todos los que tengan que reclamar los cadáveres de sus
familiares pueden presentarse en las siguientes direcciones (indicaban
cuatro sitios en diferentes puntos de la ciudad y daban dos horas máximo
para reconocer los cadáveres).” La voz insistía: “No hay bastante formol.
No podremos conservarlos por mucho tiempo, hay peligro de una
epidemia. Los que no sean identificados y recogidos serán incinerados o
sepultados en la fosa común.” Esta noticia me llevó a imaginar la angustia
espantosa de los familiares y conocidos de cada uno de los muertos
sepultados o cremados sin identificación. Pensé en las familias cuyos
desaparecidos se convertían ahora en fantasmas. ¿Volverá o desapareció
definitivamente? Muchos negarían la muerte e inventarían casos de
amnesia y los buscarían en los hospitales. Pensaba que esto era mucho
peor que encontrar el cadáver, verlo y sepultarlo.

Miércoles 25 de septiembre
Como no había clases en las escuelas, mi hijo Aldo, de seis años, me
acompañó al mercado e invitó a dos niños que habían cargado las canastas
para que vinieran a jugar con él. Los pequeños pasaron el día entero en
casa y, cuando llegué a comer, supe que Aldo los había invitado a bañarse.
¡Habían conocido la regadera con agua caliente y les había regalado ropa!
Fue esta la manera como él se incluyó en cooperar o acercarse a otros que
poseían menos que él.

La AMPAG
En esa semana la Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de
Grupo (AMPAG) había hecho una reunión de emergencia en la que se
formó un grupo de terapeutas voluntarios a disposición de la comunidad y
que ofrecían servicio de atención psicológica gratuita.

Sábado 28 de septiembre
Trabajé con José Luis González y Jorge Margolis con un grupo que
respondió al ofrecimiento de la AMPAG. Había 18 personas, la mayoría
llegó casi paralizada. Eran sobre todo psicólogos que querían hablar de sus
sentimientos de culpa, pues a pesar de ser jefes de personal, orientadores y
similares, se habían declarado enfermos y ni siquiera habían llegado a su
lugar de trabajo. Hablaban de sus carencias, la falta de instrumentos
psicológicos para enfrentar la situación provocada por el temblor y sus
consecuencias, su miedo, sus pesadillas, su impotencia, el pánico a
enloquecer. Tuvimos con ellos una sesión de cuatro horas.
Esa tarde nos vimos con María Eugenia Linares, de UNICEF, quien
nos propuso la formación de un grupo de promotores de salud mental
(PSM) para trabajar en diferentes albergues o campamentos y a quienes,
en un corto plazo, deberíamos preparar para que, a su vez, coordinaran
grupos, y nosotros supervisaríamos su trabajo durante cuatro meses. Otra
vez me sentía terapeuta ante la emergencia y estaba contenta porque la
propuesta de UNICEF brindaba la oportunidad de una intervención
programada y no sólo actuar según necesidades inmediatas, como había
sucedido en varios grupos emergentes, sobre los que sólo pude reflexionar
a posteriori.

Viernes 4 de octubre
Hospital de Pemex en Atzcapotzalco
Tere Campuzano nos llevó a Alicia Ramos y a mí al Hospital de
PEMEX en Atzcapotzalco. Nos presentó a las autoridades y fuimos a un
auditorio. Había una mesa con micrófono y ante mí 70 personas
aproximadamente, vestidas de blanco: el jefe de enseñanza médica, los
residentes, enfermeras y trabajadoras sociales. Jorge Angulo, mi
coterapeuta, y yo pensamos que iba a ser casi imposible trabajar con un
grupo tan grande. En fin, todos a sus sillas... No quise saber nada del
micrófono, ni de la mesota. Lo único que se me ocurrió fue elegir a 16
personas que se prestaran para realizar una experiencia de roleplaying, en
un pequeño grupo sobre el escenario. Me descalcé, me senté en el suelo y
expliqué que no iban a hablar desde sí mismos, sino desde algún
personaje, es decir, desde alguien que conocieran y cuyo relato sobre lo
sucedido a causa del terremoto les hubiese impactado.
Empezó el simulacro de grupo y directamente pregunté: “¿Cómo les
fue en el temblor?, ¿qué sintieron?, ¿qué hicieron?” Todos los que estaban
atrás, en las gradas, guardaron silencio. Escuchamos varios relatos: el de
una secretaria que iba al trabajo, las desviaciones que sufrió su autobús,
todo lo que vio, el pánico que sintió. Varios días después tuvo
neurodermatitis, insomnio y una gastritis espantosa.
Un ama de casa fue a la provincia con sus padres, abandonando aquí
a sus dos hijos pequeños, porque sentía que se volvía loca. Después volvió
al Distrito Federal porque tampoco en la provincia pudo estar en paz.
Hubo otras descripciones de somatizaciones, algunos habían perdido pelo
y casi todos dijeron sufrir insomnio por estrés postraumático. Uno de los
médicos preguntó: “Yo que soy un recién nacido, ¿puedo hablar?” Cuenta
de su corta vida, nació 48 horas antes del temblor, apenas conoció a su
madre y con el derrumbe permaneció bajo los escombros tres días. Fue
rescatado con vida y lo llevaron en ambulancia pero, antes de llegar al
hospital para ser asistido, murió. Los relatos fueron muy emotivos, la
gente estaba realmente comprometida con la experiencia. Muchos lloraban
en el grupo del escenario y también los que estaban como público en las
gradas.
De pronto un joven que estaba lejos avanzó y empezó a tocar
fuertemente una puerta imaginaria diciendo: “Por favor, si están hablando
del temblor, déjenme entrar, déjenme entrar.” Lo invitamos a subir y
comenzó su relato: “Estaba en el Hospital Juárez tomando clase de
Nefrología con un maestro muy querido. Empezó el temblor y me sentí
sacudido. Hubo quienes corrieron en tanto que otros quedaron atrapados y
el maestro insistía: “No se muevan, no va a pasar nada.” Él agregó que
desde meses atrás sabía que el edificio no era fuerte. Tuvo pánico. Muy
pronto se vio atrapado bajo los escombros durante varias horas, en las
cuales su maestro quedó pegado a su cuerpo, los dos sin movimiento. Se
dio cuenta de que el profesor había muerto pero no podía quitárselo de
encima; tampoco verlo por lo cerca que estaban. Podía escuchar otras
voces y reconocer algunas.
Varias horas después, el mismo jueves —ya fuera de los escombros—
había pasado tubos de oxígeno a personas atrapadas entre varillas y losas
pesadas. Permaneció cerca de ellos por varias horas, esperando su rescate,
pero nadie salió vivo. Habló de la gran culpa que sintió, de su impotencia
y de la necesidad de ver a su familia, de su viaje a Puebla para avisarles
que estaba bien. Al día siguiente regresó a la Ciudad de México. En la
terminal de camiones se dio cuenta de que no podía más y llamó a unos
amigos para que vinieran a buscarlo. No se atrevía a tomar un taxi, a dar
su dirección ni a moverse solo. El relato era tan emotivo que me pregunté
si el joven estaba hablando desde un personaje o desde sí.
Cuando terminamos el modelo de grupo, Jorge Angulo y yo
explicamos la importancia de hablar y compartir las emociones, la
necesidad de poderlas nombrar y diferenciar, especialmente en estos días
tan difíciles. Insistimos en la fuerza que puede tener un grupo y el mejor
ejemplo fue que alguien que estaba fuera de él tuvo la necesidad imperiosa
de incluirse. Explicamos que estábamos en un momento en que la
formación (psicólogos, psiquiatras o médicos) era lo menos importante. Si
pensábamos conjuntamente, tal vez podríamos ayudar a la población.
Hicimos referencia a las somatizaciones presentadas en el grupo del
escenario y a la necesidad redoblada de tener contacto físico.
Jorge Angulo explicó la necesidad que tiene el médico de cubrirse
con una coraza para no sentir, pero que en ese momento no era efectiva
debido a la magnitud de la angustia que había invadido a todos, médicos y
enfermos. Dijimos que como el temblor fue vivido en grupo, la mejor
manera de elaborarlo era también en grupo. Cuando nos retiramos se
acercaron varias personas para hablarnos de sus síntomas actuales y
preguntar cómo los iban a resolver. Sobre todo, querían asegurarse de que
posteriormente volverían a dormir y de que no enloquecerían.
Ruth, la jefa de trabajo social, me llamó cuatro días después, diciendo
que las personas con las que trabajamos deseaban otra nueva intervención
y que les había impresionado mucho el ejemplo que habíamos hecho sobre
los grupos, la explicación acerca de la psicoterapia y la función del
psicólogo en estos momentos. Desafortunadamente, este segundo
encuentro no se llevó a cabo.

Miércoles 9 de octubre

Médicos sobrevivientes de los hospitales Juárez y General
Jorge Margolis me avisó que había un trabajo en Ciudad
Universitaria. Me puse en contacto con el Dr. Gilberto Salgado, del
Departamento de Salud Mental de la Facultad de Medicina, quien tendría
una reunión con 190 médicos, sobrevivientes de los hospitales Juárez y
General. Necesitaba que alguien lo auxiliara. Busqué a otros terapeutas y
nadie pudo acompañarme. De cualquier forma, decidí asistir. En la noche
sabía que iba a trabajar con el Dr. Salgado, la Dra. Saltzman y una
trabajadora social chilena, Mónica Bórquez. El Dr. Salgado pensaba
impartir una clase sobre la neurosis traumática y después formaríamos
subgrupos para tratar de conseguir una catarsis de los muchachos. Propuse
que no tratáramos de pensar, ni transmitir conocimientos mientras no
hubiésemos dado un espacio para que las personas hablaran de su
situación emocional. Él aceptó.

Jueves 10 de octubre
Salí temprano al Instituto de Biología. Estaba literalmente muerta de
miedo: consideraba que ésta iba a ser una de las intervenciones más
difíciles ya que trabajaría con tres desconocidos. Nos encontramos a las 10
de la mañana y, para mi sorpresa, efectivamente había 190 personas que
nos esperaban en un hermoso lugar, junto al Jardín Botánico.
Se percibía gran expectativa. Rápidamente los dividimos en cuatro
subgrupos. Trabajé con un grupo de 45 participantes. Formamos en el
escenario un gran círculo, sentados en el piso, y empezó la serie de
narraciones parecidas a las otras que había escuchado: la tierra, los
escombros, la lucha contra el reloj, la bajada precipitada, escaleras que se
derrumbaban. Hablaron de enormes fugas de agua, tanques de oxígeno
que hacían casi imposible la visibilidad, gritos de los heridos y los
enfermos que quedaban atrapados o que era difícil de reencontrar... Hubo
relatos escalofriantes donde todo resultaba verdaderamente complicado y
resaltaba el nivel de frustración, la impotencia de hacer algo eficaz. Una
joven médica, de unos 22 años, relató que fue trasladada a muchos lugares
y pasó tres días y dos noches sin dormir ni ir a su casa. Sólo se contactaba
por teléfono con sus parientes. Otro médico contó que estuvo en el centro
de la ciudad, al lado de una guardería donde estaban enterrados una mujer
y 40 niños. Él esperó seis o siete horas para dar ayuda a los que salieran,
pero nadie aparecía, las voces eran cada vez más lejanas. ¡Siete horas al
lado de una montaña de piedras, 40 niños sepultados, sin poder hacer
nada! No obstante que había cientos de personas tratando de ayudar, sólo
se oían gritos, cada vez menos y cada vez más débiles.
Después de dos horas de trabajo con este subgrupo entraron al
auditorio mis tres coterapeutas con los otros tres subgrupos. Nos
reacomodamos y Gilberto dio una plática con diapositivas de gráficas
hechas en Estados Unidos respecto a los síntomas presentados
habitualmente por quienes están en un área de desastre. Hubo gran
participación y espontáneamente los cuatro coordinadores dimos las
respuestas pertinentes. Todo el tiempo aludíamos al tipo de trabajo que
ellos encontrarían, a las diferentes situaciones somáticas que podían
aparecer en sus pacientes. Explicamos la importancia de no recetar
medicamentos indiscriminadamente y no poner a los pacientes a dormir, a
no pensar y a no sentir; dijimos que era mejor expresar las emociones que
postergarlas utilizando fármacos. Cerca de las dos de la tarde nos
despedimos, compartimos brevemente nuestras experiencias y recordamos
al grupo que la próxima reunión se llevaría a cabo a las 10 de la mañana al
día siguiente en el mismo lugar.
A esta primera cita habían acudido con la creencia de que pasarían
lista y con la esperanza de que se decidiera su nuevo destino en cuanto a
dónde y cómo continuar con su formación médica. Para muchos, la sesión
había sido una gran sorpresa, puesto que allí no resolvieron sus problemas
académicos. Pensé que el grupo se reduciría notablemente para el día
siguiente, a menos que hubiéramos creado suficiente interés por el trabajo
psicológico.

Viernes 11 de octubre
Para mi sorpresa, teníamos 140 personas que venían por segunda vez
a un grupo de contención o a un grupo que, de alguna manera, sentían que
los había beneficiado. El subgrupo que coordiné fue mucho más emotivo
que el del día anterior. Hubo más apertura, llanto, nuevos relatos, una gran
interrelación. Después de hablar de las pérdidas pasamos a una evaluación
individual: “Aparte de lo que hemos perdido, ¿qué es lo que todavía nos
queda?, ¿qué podemos hacer de ahora en adelante?” A partir de este
momento el trabajo fue positivo. Tratamos de evaluar cada situación en
particular. ¿Cómo seguir la trayectoria para ser médicos?, ¿Cómo salvar
sus vidas o proteger a las futuras generaciones de estudiantes de
Medicina?, ¿Qué condiciones de seguridad pedirían de ahora en adelante?
Se planteaban, por ejemplo, si los hospitales funcionarían en el caso de
que no hubiera residentes o enfermeras pues son los que realmente hacen
casi todo el trabajo de un hospital.
Profundizamos en las situaciones emotivas con la capacidad yoica de
cuestionar la autoridad y planear realistamente, estando siempre alertas a
lo que habría sido una reacción paranoide si tratásemos de culpar a
alguien. Explicamos lo destructivo y desgastante que resultaba el rumor.
Aconsejamos que no divulgaran información que no fuera verdadera y
verificable. Recomendamos, igualmente, que trataran de graduar sus
actividades, según lo que cada uno podía hacer y aceptando sus propias
limitaciones; que cada quien se responsabilizara sobre la decisión de
cuánto estar dentro de la problemática y cuánto necesitaría mantenerse
fuera de la misma, para cuidar su salud mental.
Regresaron los otros tres subgrupos al auditorio y Mónica les dio una
brillante conferencia sobre Tanatología. Mostró transparencias muy bellas
(la mayoría de la obra de Hyeronimus Bosch) y habló de la muerte, la
muerte de los órganos, la muerte física, la muerte espiritual, la muerte
psicológica, el sentido de la muerte, la muerte frente a la vida, el médico
frente a la muerte, la necesidad o dificultad para morir, lo positivo o
negativo de avisar a un paciente cuando está por morir, de las diferentes
situaciones frente a distintas enfermedades... Enfatizó que estas decisiones
tendrían que tomarse evaluando la actitud que ha tenido el que está por
morir frente a la vida. “No se puede generalizar con respecto a esta
situación tan importante para los médicos”, dijo. Después dedicamos
tiempo para preguntas y haciendo mucho más uso de nuestro sentido
común que del esquema referencial operativo, respondimos. El grupo y
nosotros salimos satisfechos.
En el trayecto de Ciudad Universitaria a la AMPAG, donde a las 4
p.m. empezaba a trabajar con un grupo que veía con Dupont los viernes,
me di cuenta de que no podía escuchar la radio, ni pensar en nada distinto
de los relatos que había oído durante los últimos días. Como diapositivas,
me aparecían imágenes conmovedoras que se atropellaban las unas a las
otras. Ese viernes iba a trabajar sin Dupont, que estaba fuera de México.
Me tranquilicé al pensar que irían Celia Díaz de Mathman y Adela Jinich.
Me preguntaba: “¿Y si me vuelvo loca, si de pronto me desconecto?”
Sentía una gran opresión en el pecho y pensaba: “¿Qué se sentirá antes de
tener un infarto? ¿Cuánta angustia se puede realmente contener?”
Comí sola y me sentí mejor cuando imaginaba qué haría al día
siguiente, si es que llegaba. Recordé que había un festival de Charles
Chaplin y me dije: “Tal vez la “risoterapia” pueda ayudarme.” Esa tarde
trabajé a duras penas. Al día siguiente, mientras veía a Chaplin, estuve
carcajeándome con la familia. Esto resultó muy positivo y fue una
experiencia que repetí varias veces en los momentos en que pensaba: “Ya
no puedo más. Tengo que retirarme.” Sabía que el descanso y el sueño no
eran fáciles de conseguir y me reconocí como una terapeuta en crisis
frente a una gran crisis.
Algo que también me ayudó fue reunirme con mis hijas: la mayor, de
22 años, casi siempre trabajaba en discusiones de asambleas y los comités
organizados por estudiantes de su universidad en el reparto de comida, o
apoyando a las costureras. Hizo guardia varias noches con ellas a la espera
de los cadáveres o en la vigilancia que se hacía para que los propietarios
de los talleres no sacaran sus máquinas. Mi hija menor trabajó primero en
los escombros y en el reparto de hielo seco para conservación de
cadáveres. Después fue intérprete de los expertos franceses que trabajaban
con perros adiestrados para el rescate en los edificios derruidos. Me sentía
orgullosa de ambas, pero temía que tuvieran algún problema grave y no
podía pedirles que dejaran esos trabajos.
Me gustaba compartir con ellas actividades que de alguna manera nos
resultaban emergentes y necesarias, aunque peligrosas. Las tres
hablábamos mucho, intercambiamos lo que sabíamos, lo que veíamos, lo
que sentíamos, lo que pensábamos ante las alternativas que se presentaban
en los diferentes momentos. Algunas cosas podían resolverse, otras se
agravaban. En la consulta privada, los pacientes se referían
constantemente a sus amigos desaparecidos, a mudanzas, a los edificios
que ya no estaban, a todo lo que cada uno había perdido. Hasta 57 días
después del temblor tuve una sesión grupal en la que no se habló del
sismo.
En las semanas que siguieron al terremoto, tres de mis pacientes
estuvieron al borde del suicidio y me despedí de ellos con la pregunta:
“¿Estás seguro(a) de que puedes cuidarte solo(a) hasta la próxima sesión?”
Por primera vez en toda mi vida pensé en la posibilidad/necesidad de
hospitalizar a alguien. En aquellas primeras semanas todo era confuso en
mi mente. Mi reloj biológico estaba descompuesto. Había períodos que
parecían pasar rápidamente, otros en cámara lenta. Ninguno tenía relación
con el calendario ni con el reloj. Lo desagradable era que, a pesar de estar
muy cansada, me resultaba difícil dormir. Mis pacientes estaban muy mal:
algunos trataban de tomar decisiones precipitadas. Otros se habían
paralizado, incluso muscularmente, y todos exigían atención
suplementaria.
Sentía una gran necesidad de comunicarme con amigos en el extranjero.
Esto era telefónicamente imposible y no tenía tiempo para escribir
cartas. José Luis recibió varias llamadas de radioaficionados de
Sudamérica, donde él vivió varios años. Todos querían saber si estábamos
vivos; imaginaba la angustia de ellos. Se me dificultaba jerarquizar las
cosas: todo era urgente, necesitaba mucho a mi familia también, y
simultáneamente debía realizar otras actividades extraordinarias.
Tenía deseos de pensar en lo que había estado haciendo o incluso
escribir sobre los grupos de emergencia o leer sobre experiencias
parecidas. Encontré un libro de Dalmiro M. Bustos, El otro frente de la
guerra, (Editorial Ramos, Argentina, 1982) que me resultó muy
interesante. Él explica cómo, ante una situación igualmente crítica,
recorrió más o menos los mismos pasos que yo había dado: primero la
negación, segundo la reacción personal y posteriormente encontró el modo
de instrumentar el manejo de grupo y organizó a los padres de los chicos
enviados a la guerra de las Malvinas, en Argentina.
Lo único que pude definir claramente es que resultaba ocioso
etiquetar el trabajo que realicé en los grupos. Era imposible marcar la
diferencia entre lo terapéutico y lo didáctico. Como dijo Pichón Rivière:
“Eran grupos que tenían que ver con ventilación, contención, supervisión,
formación, información, y en los que generalmente predominaba la
transmisión del sentido común.”
En las primeras semanas hubo algo que me gustó mucho, el
resurgimiento de la actividad desinteresada y compartida de casi todos los
socios de la AMPAG. Cada vez que estuve ahí percibí mucha energía en
los otros compañeros; había gran demanda de la comunidad a la que ahora
sí respondíamos colectivamente. Surgieron muchos grupos emergentes,
unos daban formación y otros asistían a los albergues para dar asesorías.
Otra cosa también sorprendente fue observar las relaciones
interinstitucionales, personales y colectivas que tuvimos con las distintas
asociaciones psicoanalíticas. Nos reunimos con seis asociaciones
psicoterapéuticas para compartir las experiencias frente a la emergencia,
fue por supuesto una experiencia muy rica y reconfortante.

Viernes 18 de octubre, 1985

Grupo Mamut de UNICEF
José Luis González, Jorge Margolis y yo iniciamos el trabajo de
formación de promotores de salud mental (PSM), patrocinados por
UNICEF. Nos comprometimos a instruir a unas 100 personas que pudieran
coordinar grupos amplios en diferentes situaciones de emergencia. Sentí
que traicionaba mi formación en la AMPAG, la cual requiere cuatro años
de estudio posterior al doctorado de Psicología para llegar a ser
psicoterapeuta de grupo. Me veía, de pronto, tratando de implementar con
mis coterapeutas una enseñanza vívida, práctica, teórica y técnica con
personas a quienes no les pedimos requisito alguno. Vendrían personas
deseosas de ocuparse ayudando a los damnificados. Estas personas ya
trabajaban con grupos, pero sin ninguna situación continente que pudiera
aliviarlos en su tarea, a veces tan frustrante y pesada, que comenzaba a
complicarse con luchas de poder, situaciones institucionales, derechos
creados más allá de las posibilidades.
Jorge, José Luis y yo estábamos nerviosos ante el nuevo reto.
Llegamos a la Casa-Hogar para Niñas del DIF. Nos encontramos con unas
50 personas y se suscitaron situaciones complejas, como el estado
emocional de cada una de ellas, las diversas expectativas individuales, lo
que el grupo podía o no ofrecer, y las tareas que ya venían realizando
nuestros voluntarios para ser capacitados como PSM. En el grupo
detectamos dos variantes: los que querían ayudar, pero no sabían en qué ni
cómo y los que tenían casi un mes trabajando, que ya estaban agotados y
se sentían impotentes. Trabajamos hasta muy tarde. Los tres coordinadores
tuvimos un diálogo clínico amplio para tratar de elaborar el cúmulo de
experiencias recibidas de los futuros PSM.
Sábado 19 de octubre
Realizamos una segunda gran sesión del grupo, que fue vivencial, y
compartimos muchas horas con los promotores. Hubo gente que no había
asistido el día anterior y subdividimos al grupo en tres. Cada uno lo
manejó un coordinador espontáneo (que había tenido ya su primera
lección, el día anterior) y nosotros, el equipo coordinador, observábamos a
los distintos grupos. Los coordinadores voluntarios en un roleplaying
hacían las funciones de promotores de salud mental y preguntaban para
iniciar la experiencia: “¿Cómo les fue en el temblor?” Después, hicimos
un largo análisis de cada uno de los subgrupos, de los diferentes estilos de
coordinación; les explicamos acerca de los distintos liderazgos, el
encuadre, la frustración, la demanda, la salud mental y la coterapia.

Viernes 22 de noviembre
A las 5:00 a.m. fui con José Luis al aeropuerto para recibir a María
Cristina Martínez Bouquet, que llegaba de Buenos Aires para
acompañarnos y ayudar trabajando en un albergue. Recorrimos
silenciosamente y muy impactados las zonas más dañadas de la capital.

Sábado 23 de noviembre

Los brigadistas del Consejo Nacional de Recursos para Atención a la
Juventud (CREA)
Este grupo tuvo una sesión única de ocho horas, fue patrocinado por
UNICEF y coordinado por José Luis y yo. Nos sentimos relajados ante la
chaviza. Los participantes se presentaron y empezaron a hablar de la
situación que los había unido, es decir, su actitud frente al temblor.
Dijeron cuándo y cómo se habían integrado al trabajo y cómo fueron
organizados por el CREA. El grupo estaba formado por 19 hombres y 6
mujeres. La primera que contó algo emotivo fue Gloria, una joven
estudiante de 18 años, cuyo primo y tío murieron en el temblor. Su madre
trabajaba en un hospital y al principio recomendó a sus hijos que fueran a
ayudar en lo que pudieran, pero no toleró su ausencia y después les pidió
que permanecieran en casa por cuatro o cinco días. Gloria y su hermana
gemela se integraron al CREA cinco días después. Ella manifestó un tic
nervioso en un ojo, insomnio y regresión. Después del temblor, varios
miembros de su familia se negaban a permanecer solos en cualquier lugar.
Lloraba y decía cuánto había necesitado el contacto físico de alguien,
especialmente de su mamá, en esos primeros días.
Carlos, el líder oficial de este grupo, estaba por graduarse como
cirujano dentista, le faltaba sólo cumplir con el servicio social. Era
originario de Veracruz. La mañana del temblor a las 8:00 a.m. se dirigió al
centro de la ciudad en autobús, se bajó cerca del monumento a la
Revolución para ver si estaba bien un amigo suyo que vivía en esa zona.
Encontró a la madre del amigo, el edificio donde vivían semi-derruido y
un incendio en el Hotel Principado. Se puso a trabajar desde las 9 de la
mañana. Ayudó a rescatar a seis personas vivas y cinco muertas. A las 6 de
la tarde, varios tanques de gas estacionario provocaron un incendio y no
había bomberos, ayudó a los vecinos a apagar el fuego con cubetadas de
agua.
Manuel, auxiliar de contabilidad, dijo que el 2l de septiembre empezó
a trabajar con unos alpinistas, vio varios cadáveres en el Multifamiliar
Jalapa y se puso al servicio del CREA. En el Hospital Juárez encontró a
un muerto que tenía una mueca de terror y ya en estado de
descomposición. Después, aunque vio muchos muertos más, a menudo ve
la cara destrozada del primero. Relató pesadillas recurrentes en las que,
después de un temblor, él buscaba inútilmente a sus familiares sepultados.
La noche en que vio al muerto en el hospital, cuando dormía, a la 1.00
a.m. tocaron la puerta de su casa. Su madre lo despertó para que abriera.
Manuel se acercó a la puerta y preguntó quién era, pero nadie contestó.
Poco después volvieron a tocar y tampoco hubo respuesta. Más tarde, le
pareció ver un bulto blanco, como de alguien que dormía en la banqueta.
Muy asustado, regresó a su cama.
Juan Alberto, de 17 años, estuvo desde el jueves 19 de septiembre
preparando bolsas de sangre en el Centro Médico. En un lugar solitario,
donde casi no había auxilio, escuchó los gritos de una niña. Llegaron los
bomberos y él ayudó a rescatar viva a una niña de siete años. Algunos
metros más adelante encontraron a la madre muerta. Juan Alberto perdió
la noción del tiempo, estaba exhausto, se tiró a dormir sobre una banca en
un parque y hacia las 11:00 a.m. del día siguiente fue a la casa de su
abuelo. Se reportó con su madre y, cuando ocurrió el segundo temblor, se
encontraba en la calle, donde una desconocida lo abrazó aterrorizada. Ese
día no pudo trabajar más, pero el sábado hizo dos turnos de cuatro horas
en Tlatelolco, paleando escombros; rescató un cadáver masculino. A partir
de entonces, aseguró que apreciaba más la vida. Reconoció que de lo poco
que tenemos podemos dar mucho.
Valentín, de 18 años, contó que el día del temblor hizo una caminata
por el centro de la ciudad, a oscuras, y al día siguiente fue al CREA y
empezó a repartir víveres. Luego trabajó en los escombros y se dio cuenta
de las órdenes y contraórdenes dadas por la policía: “Abran esta calle.
Acordónenla. ¿Quién dijo que abran?, ¿Quién dijo que cierren?” Trabajó
hasta el miércoles siguiente, ya no aguantaba más, pero no podía
descansar. Se hicieron también críticas y evaluaciones al gobierno, tales
como las contradicciones oficiales, el juego de valores, el análisis de la
información, y censuraron los videos en los que aparecen los soldados
trabajando, pues los presentes declararon haberlos visto al pie de los
escombros, con la bayoneta al hombro pero nunca con un pico o una pala.
Cuando Raúl, de 24 años, ingresó al CREA, repartió ropa y comida.
En la Secretaría del Trabajo ayudó, junto con siete de los presentes y los
voluntarios de la Marina, a rescatar a nueve hombres y mujeres que
estaban abrazados entre sí. Los que estuvieron ahí intervinieron y contaron
algo que me extrañó: el valor especial de tocar un cadáver sin que alguien
lo hubiera hecho antes, y todos lo describen como una experiencia muy
distinta, más gruesa que las otras en las que habían cargado cadáveres o
pedazos de cuerpo humano, pero que habían sido previamente tocados por
alguien más. Están de acuerdo en que lo peor es tocar a un muerto antes
que nadie.
Alguien dijo: “Estamos hablando de los hombres, ¿y las mujeres
qué?” Escuchamos entonces las actitudes y actividades de las seis
brigadistas. Después, se armó una discusión entre los dos líderes, uno
defendía y otro atacaba, había envidia por la capacidad creativa. Por
cierto, una de las brigadistas presentes estaba embarazada de cinco meses.
Uno de los participantes habló de lo que esperaba de nuestro encuentro.
Algunos pensaban que les mostraríamos víctimas de la catástrofe. Otros
creían que impartiríamos una clase de psicología para situaciones de
emergencia y traían sus cuadernos para tomar apuntes. Este día había tres
personas nuevas que querían entrar a la brigada y antes tenían que pasar
por el rito de iniciación, que consta de dos partes: primero le harían el
sándwich, que consistía en poner al novato en el suelo, boca abajo y todos
los del mismo sexo se acostarían encima de él o ella para que el atrapado
saliera como pudiera. Enseguida había que pararse frente al grupo y cantar
la canción Los tres cochinitos al ritmo de rock, blues, tango, u otro.
Después de la comida reiniciamos el trabajo con ejercicios
psicocorporales, lo que fue muy relajante, especialmente en este grupo de
adolescentes en el que vimos la erotización en la tarea, lo que condujo a
que en estos dos meses se hubieran formado varias parejas entre ellos. De
pronto apareció una situación difícil: dos personas estaban desilusionadas
y casi propusieron una desbandada colectiva. “Esto no tiene sentido.
Estamos perdiendo el tiempo”, expresaron.
Varios integrantes defendieron la importancia de seguir juntos,
conociéndose y cuestionándose. Surgieron dos interpretaciones: tenían
miedo de que aquí ocurriera algo catastrófico y destruyera al grupo, o bien
temían la cercanía y el calor que se iba sintiendo. Explicamos que, aparte
del afecto generado, seguramente también había conflictos, conscientes e
inconscientes, que era importante manejar. Después guiamos el ejercicio
de la silla caliente. El primero que pasó fue Roberto, un retrasado mental,
miope, que cursó hasta sexto de primaria. Curiosamente el grupo lo había
podido contener estos meses. Nadie lo molestaba y le tenían afecto.
Dijeron que lo admiraban a pesar de su condición pero que a veces se
aprovechaba de la misma. Él se sentó y se puso a llorar. Le insistieron en
que no lo iban a sobreproteger pero sí a apoyar. “Si se pierde, tendrá que
bastarse por sí mismo”, dijeron.
Aproximadamente a las 5:00 p.m. ocurrió algo importante. Por
primera vez el grupo pidió tiempo para que ahondáramos en alguna
explicación y cada uno insistió en que nosotros hiciéramos el resumen o la
interpretación de lo que se había dicho. Hablaron de Gloria, que fue
calificada como “la ternura” del grupo. Era sensible y sentimental, aunque
a veces se involucraba demasiado en los problemas ajenos. Se produjo un
extenso intercambio de ideas acerca de los ideales, del futuro, de cómo
podrían mantener la solidaridad del grupo, cómo ayudar aunque no
hubiera otro temblor.
Cuando tuvieron que hablar de Carlos, líder formal, tomaron mucho
tiempo, gritaron, discutieron, bailaron, se movían, se aventaban. Entonces
señalamos: “Parece que no quieren entrarle al toro para no discutir el
liderazgo y la personalidad de Carlos.” Finalmente, el grupo tomó a
Carlos como objeto central porque tiene un carisma que los atrae, es frío y
directo, tiene dificultad para compartir cosas personales, lo consideran
buen jefe porque los escucha y atiende, entre otras cosas. Enseguida se dio
una acalorada discusión acerca del futuro de la brigada. ¿Cómo podrían
funcionar y sobrevivir a posteriori, aun en el caso de que Carlos se fuera a
la provincia? Hicieron una lista de las actividades a las que podrían
dedicarse, por ejemplo en los albergues y en los manicomios. Carlos
insistió en que era importante capitalizar, de alguna manera, la toma de
conciencia individual de sí y el conocimiento que de los demás estaban
adquiriendo en ese momento. El grupo aplaudió feliz.
Hablamos sobre la vida de los grupos y José Luis insistió en que, si
bien lo que acababan de decir podría ser cierto, también era una gran
fantasía. Posiblemente en poco tiempo el CREA no quisiera saber mucho
de ellos y les pronosticó que si no conseguían una autonomía e identidad
por sí mismos no podrían continuar, y menos dentro de unos años, cuando
empezaran a ocuparse de su propia sobre vivencia y todo fuera más
complicado. Hablaron de la posibilidad de reemplazar a Carlos si se iba.
Para todos era claro que Carlos era inteligente, emotivo y, cuando se
trataba de organizar, pensar o trabajar, lo hacía bien, como mostró en su
relato de la mañana, pues aun antes de enrolarse en ningún organismo, él
metió las manos, se ocupó de los demás y se la jugó en serio.
Propusimos que dramatizaran una reunión que tuviera lugar dentro de
cinco años, en este mismo lugar. Aceptaron y llegaron poco a poco, todos
eran cinco años mayores. Fue un encuentro afectuoso. Hablaron de lo que
habían realizado en los cinco años que no se vieron. Algunos tuvieron
dificultad para reconocerse. Platicaron acerca de sus carreras, eran
económicamente independientes, se preguntaron si se habían casado o
tenido hijos. De pronto hablaron del “sándwich” y de Los tres cochinitos y
todos se pusieron eufóricos y cantaron en siete ritmos distintos, bailaron y
estuvieron felices. Interrumpimos la escena como a las 9:00 p.m.
Analizamos lo que acababan de dramatizar y que posiblemente llegaría a
ocurrir en su grupo. Se irían dispersando, poco a poco, cada uno trataría
individualmente de resolver su futuro profesional y existencial, con o sin
pareja.
Explicamos brevemente lo que es la psicoterapia y por qué podría ser
útil para muchos de ellos. Les dimos el teléfono de la AMPAG, donde
cualquiera puede solicitar servicios psicológicos, especialmente ellos que
han trabajado en la primera línea. Como despedida les pedimos que cada
uno tomara 30 segundos para decir algo que resumiese la experiencia de
ese día. La mayoría la calificó como positiva o maravillosa. Fue un
enorme aprendizaje respecto de cada uno y del grupo en sí, en relación
con las diferentes tareas y la conciencia social que han cobrado en estas
últimas semanas a causa de las dolorosas experiencias masivas, y las
actividades desarrolladas por ellos frente al sismo.
Después pidieron que nosotros fuéramos las víctimas del rito del
“sándwich”. Pasamos al centro, y para no ser bruscos nos rodearon, se
abrazaron y nos echaron porras y hurras, gritando: “¡Ustedes, ustedes, ra,
ra, ra!” Para terminar, afirmaron que esta jornada era lo mejor que les
había dado el CREA. Pensaban que a partir del conocimiento que tenían
del grupo y de cada uno sobrevivirían como grupo y que tendrían
actividades sociales posteriormente.
Los coordinadores pensamos que para que a las cinco de la tarde el
grupo nos aceptara francamente como facilitadores y tomara nuestras
palabras como valiosas, fue necesario pasar por una serie de
señalamientos e interpretaciones acerca de la resistencia, de cómo el grupo
estaba dividido en varios subgrupos. Tuvimos que mostrar las tensiones
que había entre el líder oficial y otros dos que, consciente o
inconscientemente, pugnaban por el liderazgo hasta que uno de ellos
acabó por aceptar que Carlos era un buen líder y se ofreció como su mano
derecha para ayudarlo en lo necesario. El otro líder agresivo y en pugna
había dirigido una obra de teatro presentada previamente por el grupo. Al
señalarles esta lucha inconsciente entre los líderes y al traerlo a la
situación de aquí y ahora con nosotros, la tensión cesó y el grupo se
constituyó en grupo de trabajo, listo para su tarea.
La experiencia se llevó a cabo con mucho éxito, y estos jóvenes,
inteligentes, capaces, entrones y que habían estado sacrificando días de su
vida para dedicarse al rescate constituyeron un hermoso grupo en cuanto a
ideales, solidaridad, interés, trabajo y vitalidad. Es una pena que personas
como ellos pasen inadvertidos y, en su lugar, sean figuras políticas quienes
aparezcan como héroes. En los últimos minutos de la sesión querían que
los acompañáramos a cantar Las mañanitas a una quinceañera, a un día de
campo, a un campamento o, más adelante repetir la experiencia de taller
intensivo con nosotros. Querían llevarnos con ellos, estuvieron a punto de
nombrarnos padrinos de su brigada. Ante la dificultad de elaborar el duelo
porque el proyecto grupal estaba en riesgo de terminar pronto y cada uno
regresaría a su vida cotidiana, utilizaban mecanismos para tratar de
impedir la dispersión grupal que se avecinaba.
Respecto a los rituales de iniciación de esta brigada podemos decir
que en el cuento Los tres cochinitos hay un elemento feroz que es el lobo
que simboliza lo terrorífico que resultó el temblor. En la canción de Cri-
Cri, la imagen de los cochinitos en la cama, todos juntos, en pijama, se
refiere a nosotros pequeños, necesitando y pidiendo la protección de una
madre que nos arrope y caliente como fue el primer relato de la mañana,
cuando Gloria dijo: “Me sentía como una niña. Quería estar pegada a
mamá, no me atrevía a estar sola, ¡La necesitaba tanto!” y pedía: “Mamá,
que ya no tiemble”, como si la madre pudiera impedir los temblores. El
“sándwich” representa la posibilidad de liberarse, salir de los escombros,
simulados por los miembros antiguos del grupo.
Esa noche desperté al oír una leve campanada y le hablé a José Luis
muy espantada al darme cuenta que era la 1:00 a.m. Se escuchaba un
ligero tintineo y le dije: “Parece que es un niño tocando con dificultad.”
No era el sonido habitual de nuestra puerta. José Luis fue a la puerta
principal y regresó diciendo que no había nadie. Volví a escuchar
nuevamente el sonido que provenía directamente del jardín y recordé que
días antes habíamos puesto un móvil en un árbol, para que sonaran con el
viento. Me parecía el colmo que el fantasma que vio uno de los brigadistas
a la una de la mañana, en la puerta de su casa, viniera hoy a la misma hora
¡a la nuestra!
Durante estos meses aprecié notablemente la importancia que tienen
los grupos en situaciones de desastre, así como la tienen los grupos de
autoayuda que conozco y trabajan alrededor del VIH positivo, del cáncer o
de alguna otra enfermedad. Valoré la importancia y la satisfacción de
hacer algo por los demás y lo útil que es el auto cuidado para no rebasar
los límites de la tolerancia y de las propias capacidades. Me quedó claro
que en cuanto humanos somos iguales. Supe que algunos se salvaron por
salir de su casa y otros murieron al hacerlo.
Igual que hacemos en Constelaciones Familiares, el trabajo realizado,
en la mayoría de los casos, fue acompañarlos a dar una mirada al pasado,
expresando el dolor, la rabia o la impotencia frente al hecho (sismo,
derrumbe, amputaciones, pérdidas materiales), para, finalmente, ayudarlos
a focalizar la realidad actual, considerando que todos aún tienen la vida y
mucho por resolver, que el camino sigue hacia adelante.
Por mis experiencias de vida, tanto personales como clínicas, cuando
encontré las Constelaciones Familiares busqué una integración de lo que
había aprendido antes con lo que me resultaba novedoso. Quiero decir que
no le he dado la espalda al psicoanálisis, a la terapia sexual y a lo mucho
que aprendí sobre adicciones. Más bien trato de integrar todo lo que he
trabajado anteriormente y siento que las nuevas técnicas son otras
herramientas que puedo ofrecer, según convenga, a quien me pida ayuda.
También echo mano de mis experiencias de vida; por ejemplo,
cuando una paciente me relata su dificultad para quedar embarazada, o sus
angustias cuando descubre algún síntoma alarmante en la salud de sus
hijos, puedo imaginar exactamente lo que sienten. Si alguna piensa en
hacer el parto psicoprofiláctico suelo animarla y respaldarla en su proceso.
Recordar que durante los meses previos a mi divorcio, cada viernes
por la tarde tomaba a mis hijas para salir fuera de México, porque tenía la
impresión de que si permanecía en casa los muros de cualquier habitación
se acercarían para hacer un emparedado conmigo dentro, me alienta para
aconsejar. Cuando alguna paciente llorosa me cuenta que su marido le
pide insistentemente el divorcio, que diga: “Aún no estoy lista. Dame
tiempo.” Si bien la boda y el divorcio necesitan una serie de acuerdos
previos, basta que uno solo quiera salir de la relación para pensar que el
vínculo está muy debilitado, aunque dar el paso definitivo, legal, a veces
no pueda ser tan pronto.
He observado que cuando una pareja se disuelve, tres o cuatro parejas
muy cercanas a ambos desaparecen del mapa, como si el divorcio fuera
una enfermedad contagiosa. Cada uno de los miembros de la pareja que se
separa asume que los antiguos amigos se quedaron con el otro, por lo
tanto, es importante que cada uno conserve y refuerce su red de amistades
(de ambos sexos) que tan útil puede ser en estos tiempos.

CAPÍTULO VI
BIODESCODIFICACIÓN

Desde el año 2011 soy estudiante en la Escuela Nómada de
Descodificación Biológica de las Enfermedades, donde se cursan estudios
complejos que incluyen conceptos de Etología, Embriología, Fisiología,
Anatomía, Psicogenealogía (Anne Ancelin de Schützenberger y Rene Käes),
y Ciclos Biológicos Memorizados[1] (Marc Fréchet).
La Biodescodificación es una nueva disciplina relacionada con la salud
que nos enseña a entender síntomas físicos y psíquicos que ya utilizan muchos
terapeutas en diversos países. Las enfermedades o síntomas se consideran en
relación a un programa biológico de sobrevivencia del cuerpo para adaptarse a
una situación difícil vivida de modo sorpresivo, en aislamiento, sin expresión
emocional y con la sensación de algo insuperable que se llama bioshock.
Esta disciplina nos permite escuchar nuestro cuerpo, buscar
los códigos biológicos[2] que hay detrás de los síntomas, comprender la
situación emocional que los activa y encontrar la coherencia del síntoma. La
biodescodificación no reemplaza a ninguna otra rama de la Medicina. Es una
hipótesis que permite encontrar el sentido biológico de la enfermedad. Se trata
de revivir el instante del bioshock y de que el paciente exprese las emociones
dolorosas y reprimidas, a veces por años.
Trabajamos con Programación Neurolingüística[3] y con las
creencias de los pacientes, y los acompañamos a ir del pensamiento, al
sentimiento, a la emoción, a la sensación física y a la vivencia, que es la huella
de una función biológica oculta de una emoción no expresada.
Esta nueva disciplina proviene del Dr. Ryke Geerd Hamer, con muchas
innovaciones aportadas por la Escuela Francesa dirigida por Christian Flèche
que con otros 6 biodescodificadores están trabajando en muchos países. En la
Ciudad de México la coordina Catherine Fauconnier.
Aún me faltan varios años para perfeccionar esta nueva práctica, pero
agrego en esta cuarta edición de mi libro algunos de mis primeros casos clínicos.

María.- En un taller de Constelaciones, una mujer de 65 años me dice que
padece migrañas desde hace mucho tiempo. Le pido que marque una línea del
tiempo[4] y se ubique en el evento más reciente con migraña, que se acompaña
de miedo, tristeza, impotencia, deseo de vomitar, desesperación, molestia con la
luz y llanto. Le doy 3 anclas[5] y empieza a caminar para atrás. Al llegar a los
13 años me dice que tuvo la primera migraña de su vida.
En esa época estaba en México con su madre, su abuela, y otros
familiares. Me doy cuenta de que ahí fue el disparador[6] pero que
el programador[7] fue antes. Y llegamos a los 9 años y medio, cuando estaba
internada en España en un internado de monjas, donde padecía hambre, frío y
soledad. Ella escribía varias cartas a sus padres para quejarse de lo mal que la
pasaba, pero las monjas se encargaron de que sus quejas no llegaran a México.
Cuando estaba muy emocionada y descargando enojo, angustia, tristeza
y desesperación, me di cuenta de que lo que más le dolía (en el internado) era
no tener nombre. Ella era la número 67 y veo que 6+7 = 13 (edad en que
aparece la primer migraña).
La disocio[8] y le pido que le dé a la niña de 9 años lo que necesita y
que se den cuenta de que ambas estarán siempre juntas pues son la misma. Le
pido que vuelva a caminar hacia el día de su última migraña y ya no aparecen
los síntomas.
Sigue caminando al futuro y lo hace con mucha tranquilidad y
seguridad. Tres meses después me reporta que la migraña no ha desaparecido
pero dura menos tiempo, no aparece tan frecuentemente y ella se siente mejor.

Marcela.- Es una paciente de 28 años que viene a psicoterapia regularmente
desde hace unos 10 meses. Una mañana llega muy alterada y refiere que acaba
de ver una araña que caminaba en su coche; llora y hace muchos aspavientos de
terror. Me dice que hace mucho padece esta fobia a las arañas. Le da vergüenza
pero no puede manejarlo de otra manera.
Le hago un anclaje* y luego la línea del tiempo y encontramos su programador
a los 4 años, cuando ella está en su casa, en una silla, cerca de una pared. Está
sola y aterrada.
Ve, sabe o imagina que su papá se está yendo de la casa, para
siempre, y recuerda que él ha estado muy enojado últimamente pero no sabe si el
asunto es con ella o entre los padres… Se siente muy mal porque no le explican
qué está pasando y no se atreve a preguntar…. La disocio y ella le da seguridad
a la chiquita de 4 años, la acoge y le va explicando, y poco a poco se
tranquilizan las dos.
Después camina en la línea del tiempo hasta el día de hoy; imagina
volver a ver a la araña y se ríe y la puede “sacar del auto” sin problema
alguno. Se había expresado suficientemente, en relación al suceso vivido a los 4
años y camina hacia el futuro sin problema alguno. Se despide muy tranquila y
fortalecida con sus propios recursos.

Rita.- Es una niña de 7 años que, delante de su mamá, en un restaurante, dice
que no puede tomar leche porque se pone muy mal. La ingresan a un hospital
para que no se ahogue. Le digo que yo la puedo arreglar si está dispuesta y ella
se emociona… La mamá me dice: “Eso le ocurrió a los 6 meses, cuando la
desteté y regresé a trabajar”.
Llegamos al consultorio y le explico su línea del tiempo desde la
concepción al futuro. Se detiene a los 5 años (último ingreso al hospital) se pone
roja, empieza a toser y tiene dificultad para respirar. Me dice que en una fiesta
se comió unas galletas con cajeta y que se puso muy mal y la llevaron al
hospital.
Sigue caminando muy despacio hacia la primera vez (seis meses) y se siente muy
abandonada como que se va a morir y dice que cree que nunca más volverá su
mamá… y que ya no tiene cómo vivir, etc.… Llora y se sacude. La disocio y le
hago tomar a la Rita chiquita de su cuna, darle seguridad, decirle que todo se
va a arreglar y que mamá sí volverá, que fue a trabajar y que los fines de
semana se quedará con ella.
Luego se va hacia el futuro y pasa por los 5 y por los 7 años, e incluso
por el futuro, imaginando beber leche y no tose ni se pone roja. Se acaba la
sesión y ella sale muy feliz gritando. “Ya puedo tomar leche, ya estoy
arreglada”. Sus padres son médicos y tal vez desconfiaban de un arreglo tan
rápido… Poco a poco le dejaron probar lo prohibido: hot-cakes, chocolates,
galletas y cajeta. Al cabo de 3 semanas, por fin le dieron un vaso de leche y no
tuvo problemas.

Roberta.- Una expaciente de 75 años me vino a ver para decirme que estaba
dudando entre dejar el trabajo y vivir de sus ahorros o seguir trabajando en
bienes raíces. Le dije que eligiera una silla que representa: Yo vendedora de
bienes raíces sigo chambeando y ahí debía expresar lo que surgiera. Dice:
“Entro en relax, qué rico… Mis piernas están tranquilas, aunque hay un
pequeño dolor como del riñón derecho… (puede ser de grado 5[9] y luego bajó
a grado 2). También tengo un hormigueo en el muslo derecho pero respiro muy
bien. Me molesta el juanete y me duele el dedo izquierdo, pero respiro bien”…
Se endereza y se queda muy derecha.
Después se sienta en la silla que representa: Ya no trabajo más. Ahí
me dice: “Veo una luz morada y roja, como agradable y como de excitación. El
estómago vibró como con un dolorcito. Estoy muy panzona, agotada,
indescriptible. Me duele el bíceps izquierdo, más bien toda la espalda y el cuello
(grado 8) y por la carótida izquierda siento una molestia, como un rayo
eléctrico… Ahora se me relaja el lado derecho y me calmo, pero me duele el
poplíteo derecho, y mucho. El lado izquierdo de la espalda está todo pegado y
me duele y baja a la rodilla, más bien hasta el pie. Siento como que paso las
páginas de un libro. Ahora me duele la mano derecha (grado 6).”
Se la ve más y más incómoda. Se levanta y le leo lo que dijo cada vez a
ver qué más se le ocurre. Agrega que se da cuenta de que no le conviene dejar
de trabajar. Tal vez deba organizarse y bajar su ritmo, pero hace un recuento del
status que alcanzó, de lo que representó su trabajo, en relación con su madre —
que era viuda— de cuando se divorció, y con el fruto de su trabajo pudo criar a
sus hijos, etc. Dice que si no trabajara se dejaría engordar, no se arreglaría y
estaría mucho peor…
La siguiente semana regresa muy contenta porque tiene varias citas
con personas interesadas en conocer las propiedades que ella representa;
organizó su escritorio y retomó a su secretaria.

La chilena.- Tiene 62 años y me conoció en un taller de Constelaciones que hice
en el Hospital de Oncología y después de constelar (no recuerdo su tema)
compró mi libro. Me llamó 5 días después para hacer una cita.
1ª. Sesión: Vino y me dijo que se había devorado mi libro, que ella
también había tenido un affaire amoroso muy importante con un mexicano y que
fueron amantes por 10 años aunque, en su caso, ella le llevaba a él 22 años.
Hace dos años, ella se dio cuenta de que su novio mexicano tal vez quería tener
otras parejas y casarse para tener hijos, por lo que ella “lo cortó sanamente,
dándole su libertad”. Aún mantienen una buena amistad y relaciones laborales.
Me hizo un resumen de su vida. Se casó con alguien muy importante
en la política de su país y junto con 16 personas dejó Chile para salvar a su
pareja. Llegó a Estados Unidos con dos hijos. El mayor nunca le dio problemas;
hoy tiene 40 años, vive en Francia, está casado y hace vida sana. Otro hijo suyo
está en México, tiene 28 años y es un desastre.
Faltan 12 días para que la operen del páncreas pues tiene cáncer. Ha
bajado como 18 kilos y su color es amarillo. Me doy cuenta de que lo importante
es prepararla para lo que seguirá. Vive sola, es extranjera, le hago preguntas y
me dice que una amiga suya del Ecuador vendrá para acompañarla en el
proceso del hospital y lo que siga.
Su hijo de 28 años está casado en México y tiene una niña de 2 años
que la chilena cuida todos los días de 8 a 17 hrs. Me queda claro que el cáncer
de páncreas tiene que ver con ignominia (descrédito de quien ha perdido el
respeto de un familiar) pero prefiero enfocarme en cosas prácticas.
Pide otra consulta en tres días más.
2ª. Sesión. Dice que no tiene miedo de la cirugía (aunque sabe que tal
vez no sobreviva mucho tiempo) y que su exnovio mexicano no sabe nada.
Le pregunto: “Si tú supieras que él murió en una cirugía peligrosa y
no te avisó, ¿qué sentirías?” Dice: “Él debió haberme avisado; yo podría
haberlo acompañado; tenía derecho a despedirme etc.”…. Hablamos de lo
bueno que será para los padres de su nieta ocuparse de ella por 4 semanas en
que la chilena estará incapacitada y de la necesidad de que ella se separe de esa
nena y hacer su vida en función de sí misma. Por muchos años ha trabajado en
distintas instituciones, con cargos importantes en centros de protección a la
mujer, contra la violencia, etc. Tiene un doctorado en Psicología y también es
socióloga.
Le pregunto si hay algo de lo que se arrepiente y cree que hizo
equivocadamente. Hace como 15 años hizo un viaje a Chile con el mexicano. Él
se le había acercado para aprender de ella en un trabajo de campo y ahí se
“engancharon amorosamente” por 10 años. Ella cree que eso no debió haber
ocurrido.
Le hice el protocolo de remordimiento, o arrepentimiento, respecto al
pasado con verificación al futuro y, como no podía “absolverse”, la disocié y le
puse una situación en Hong Kong donde ella era una gran exportadora y de
pronto conoce a un muchacho aprendiz, 22 años más joven que ella y ahí sí
consintió que estuvo muy bien vivir ese romance, como si ella hubiera sido
asiática. Luego verifiqué[10]llevándola a su realidad —la chilena y el mexicano
— y entonces se perdonó su romance de 10 años.
3ª. Sesión - Última antes de la cirugía. Llegó con el pelo pintado.
Había llamado a su exnovio, que le dijo que iba a cancelar todo para estar junto
a ella y para ayudar a la extranjera que la acompañará en el hospital… Se la ve
muy contenta.
Faltan 6 días para la cirugía. Volvimos a hablar de la posibilidad de
sobrevivir o de morir, en forma realista. La centro en posibles proyectos en caso
de que no muera y la enfoco en su nueva manera de estar para su hijo, con el
cual vivió más de 6 o 7 situaciones horribles, en las que se ve claramente que el
cáncer de páncreas tiene que ver con la ignominia de un familiar.
Apenas hace 2 años que conoce la filosofía de AA[11] y hablamos
claramente de “Soltar las Riendas” y renunciar a vigilar o cuidar a su hijo y a
su nieta… Si se salva, ella puede dedicarse a lo suyo. Su exnovio mexicano y
ella han sido llamados por el nuevo gobernador de Guanajuato y tal vez salga
un proyecto interesante.
Esta paciente inteligente, en tres sesiones y utilizando distintos
protocolos, pudo prepararse para seguir viviendo o morir. Dos meses después
supe que sobrevivió a la cirugía, que había creado un grupo de sobrevivientes de
cáncer de páncreas y que tenía nexos con otros grupos semejantes de otros
países.

Enriqueta.- La vi en un taller de Constelaciones y me dijo que estaba
preocupada porque tiene un mioma en el útero, en la parte superior, junto al
endometrio, con muchos sangrados. Se lo diagnosticaron 10 días después de que
murió su madre. La hice repetir su síntoma y dijo “MI –OMA, Mi – AMÁ”.
Pasamos al cáncer de su madre que inició en el útero hace 3 años.
Ella la acompañó en numerosas cirugías, y al final murió. Ante la representante
de su madre empezó por reclamar cosas de la infancia, y luego habló de cómo le
hubiera gustado poderla ayudar con sus dolores para que no hubiera sufrido
tanto… La representante de la madre le dijo que eso no se puede, que cada una
tiene su destino y que nada que Enriqueta haga hoy la ayudará a ella (ya
muerta).
Al terminar su trabajo me dijo que iba a consultar otros médicos no cirujanos,
que han aliviado a personas sin ir al hospital. Se veía optimista.
Dos meses después me enteré que su ginecólogo confirmó que el
tumor se había reducido 2 centímetros, los sangrados disminuyeron en
abundancia y la paciente ya no tiene pánico, está tranquila, observándose y
vigilándose por radiografías precisas.

Patricia.- Tiene 46 años y dice que le gustaría encontrarle otro sentido a la vida.
Hasta hoy cree que ha vivido para resolver broncas, tener problemas y estar
enojada.
Le hago la Línea del Tiempo y llega hasta antes del nacimiento, donde
siente lo mismo que hoy (tuvo un gran problema). Se emociona mucho y me dice
que cuando su mamá estaba embarazada de 4 meses —de ella— sufrió un
trastorno grave en la vesícula biliar y su ginecólogo le aconsejó una cirugía y
un aborto para curarla. Pero la madre dijo: “Nacemos las dos o nos morimos
las dos”, así que el embarazo llegó a término.
En la sesión, ella agradeció a su madre por haberse arriesgado a
morir para que ella naciera y le dijo que ya no quería seguir siendo tan gruñona
ni tomar problemas ajenos, y que le buscaría el lado amable a la vida….Siguió
caminando hacia el futuro cada vez más sonriente, como descubriendo algo…
La encontré 3 semanas después y me dijo que había estado un fin de semana en
un Taller de Risoterapia y que ahora se ríe mucho y se divierte más.

Alicia.- Llegó porque tiene un Herpes zoster que va del ombligo a la espalda. Lo
tiene hace 3 semanas y dice que es muy doloroso. Lo que más le aflige, sin
embargo, es que además le han detectado una hernia umbilical y el cirujano le
dijo que no la puede operar hasta que se alivie del herpes y mejore su sistema
inmunológico.
Le hago ir sobre la línea del tiempo hasta 10 días antes de que
aparecieran los dolores y me dice que está llena de vergüenza y enojo. Estaba en
una reunión muy importante en su trabajo, con un jefe nuevo, cuando recibió
una llamada de su marido, de quien está separada desde hace varios años.
El esposo le dijo que ya está todo listo para tramitar el divorcio y ella solo tiene
que firmar los papeles que él ha preparado. Ella le pide que la llame a su casa
por la noche y él sigue dándole detalles.
Regresa disimuladamente a la reunión de trabajo, sin poder comentar
ni expresar nada a nadie de lo que acaba de escuchar, y que ella recibió
sorpresivamente.
La hago entrar en el enojo y me dice que hace varios años ocurrió
algo parecido y que su marido, con los papeles que ella le firmó, trató de vender
una propiedad que era de ambos pero no lo logró.
Me concentré en la vergüenza y recordó que en sus familias materna y
paterna no hay mujeres divorciadas. Solo los hombres tienen derecho a ello.
Su madre, primas y abuelas pensaban que una mujer divorciada es
una puta y aunque sabe que eso de que “el matrimonio tiene que llevarse como
una cruz” es una tontería, no puede evitar sentirse avergonzada ahora que ella
va a divorciarse.
Una semana después me reporta que su herpes desapareció y ya tiene
fecha para la cirugía que tanto le preocupaba, pues las molestias de la hernia le
impedían dormir acostada.

Con la biodescodificación estoy muy entusiasmada, aunque sé que me falta
mucho que aprender, pero he visto que a veces con una sola intervención se
pueden entender o resolver situaciones que pueden ser muy difíciles para vivir
con ellas.

[1] En algunas dinastías hay sucesos que se repiten con cierta periodicidad.
[2] Código biológico es la traducción de alguna emoción no expresada en el
organismo.
[3] Es un modelo conductual con una serie de habilidades y técnicas explícitas
creado por John Grinder y Richard Bandler en 1975.
[4] Es una línea imaginaria que puede ir desde la concepción hasta el futuro del
paciente para buscar en ella los sucesos traumáticos vividos por el consultante.
[5] Son palabras en relación a los 5 sentidos. El paciente, colocado en el suceso
difícil, elige por ejemplo un color, un olor o un sabor y después buscamos si esa
misma ancla de referencia aparece también mucho antes en su vida.
[6] Se refiere a la mas reciente situación en que se presentó el dolor o síntoma.
[7] Es un evento que generalmente ocurrió en la primera infancia y no se parece
al disparador, pero fue vivido como un bioshock.
[8] En el relato hacemos que el paciente vaya de la primera a la segunda o
tercera persona. Conseguimos que se vea a sí mismo en otra época como si
fuera otro.
[9] Solemos pedir al consultante que califique su dolor o molestia para poder
apreciar cuando disminuye o aumenta.
[10] La volví a poner en su primera línea del tiempo.
[11] Alcohólicos Anónimos.


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BIBLIOGRAFÍA


Ancelin, Anne., Aïe, mes aïeux!, Paris Francia, La méridienne Desclée de
Brouwer. 2002.
Ancelin, Anne., Psychogénéalogie, Paris Francia, Payot. 2009.
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Luciérnaga, 2002.
Corneau, Guy., Víctima de los demás, Berdugo de si mismo, Barcelona
España, Editorial Kairós 2006.
Dilts, Robert., Cómo cambiar creencias con PNL, Barcelona España,
Editorial Sirio, S.A. 2004
Flèche, Christian., El cuerpo como herramienta de curación.
Descodificación psicobiológica de las enfermedades. España, Ediciones
Obelisco SL 2005
Flèche, Christian y Olivier, Franck., Creencias y terapia, Cd de México,
Editorial Selector 2010.
Flèche, Christian., El orígen emocional de las enfermedades. Guia práctica
para identificar la causa psicológica de los trastornos de la salud.
Barcelona España, Editorial Integral 2010.
Flèche, Christian., Descodificación Biológica, Madrid España, Gaia
Ediciones 2010.
Moritz, Andreas., El cáncer no es unua enfermedad sino un mecanismo de
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Pellizzari, Pierre., Me he tratado con la Nueva Medicina del doctor Hamer.
Un extraordinario acercamiento terapéutico, Barcelona España, Ediciones
Obelisco 2011.
Rainville, Claudia., La Metamedicina. La curación a tu alcance. Dime qué
te duele y te diré por qué. Málaga España, Editorial Sirio, S.A de C. V.
2012.
Rolf, Eric., La medicina del alma. El código secreto del cuerpo. El Idioma
Creativo Interior. La Intuición. Madrid España, Gaia Ediciones 20003.
Sellam, Salomón., Las alergias no existen. ¿Cuáles son las verdaderas
razones de las alergias?, Barcelona España, Ediciones Bérangel, 2005.


CAPÍTULO VII

Notas sobre Constelaciones Familiares


La realidad no es el escenario exterior,
sino la vida interna que la anima,
la realidad es las cosas tal como son.
Wallace Stevens


Sin lugar a dudas las siguientes páginas serán de especial importancia para
las personas interesadas en conocer las Constelaciones Familiares y sobre todo
para quienes las estudian o practican. Aquí resumo lo que yo aprendí, vivencié y
trabajé desde el año 2001 hasta 2013.
Agradezco las enseñanzas de mis maestros: Ingala Robl, Lorenz Wiest, Bert
Hellinger, Catalina Reyes, Carmen Madero, Ma. Luisa Heres, Leticia Soto, Joan
Garriga, Gunthard Weber, Stephan Hausner, Patricia Filio y Lili Nissan.
Usaré indistintamente —y como equivalentes— los términos constelador,
terapeuta y facilitador, para designar a la persona que dirige el trabajo en
Constelaciones Familiares. Para referirme al que solicita constelar usaré: cliente,
paciente, constelante y solicitante. La palabra paciente viene de patiens, el que
sufre o soporta; la palabra cliente se refiere a quien contrata servicios de las
profesiones liberales, atención médica o algo en oficinas de gobierno. Yo, como
consteladora, no supongo una postura terapéutica autoritaria, sino una relación
basada en un compromiso con el solicitante y con apertura a lo que surgirá en el
trabajo mismo.
Del artículo “La Lisboa que nunca conocí” de Rosa Montero destaco estas
líneas que parecieran haber sido escritas para los consteladores:


“Los humanos construimos nuestro conocimiento de la
vida de la propia experiencia, pero también de la
experiencia de los otros. De los libros, de las películas,
de los cuentos que nos han contado para dormir
cuando éramos pequeños. De los relatos de nuestros
amigos y, sobre todo, del mensaje de nuestros
mayores. Todos recibimos, en nuestra niñez, el regalo
(o la carga) de la visión del mundo que poseen los
adultos que nos rodean; todos somos depositarios de
su pequeño bagaje. Nuestro imaginario se construye
sobre sus leyendas personales. Nadie empieza su vida
desde cero: nuestra memoria es una continuación de la
memoria de nuestros abuelos y nuestros padres. Y con
esto no quiero decir que conozcamos la biografía de
nuestros familiares, que sepamos más o menos cómo
han sido sus vidas, si no que parte de los sentimientos
que ellos sintieron los hemos asumido como propios.
Como si pudiéramos rememorarlos personalmente.”


Objetivos de las Constelaciones

1. Incluir a los excluidos[*]
No debe haber exclusiones, porque cuando en una familia se margina a
alguien, otro miembro del sistema, de una generación posterior, puede
representar a la persona que ha sido excluida. Excluir es no considerar,
consciente o inconscientemente, la existencia de ese pariente, no hablar de él ni
mostrar sus fotografías, por ejemplo. Los marginados suelen ser abortos, medios
hermanos, adictos, cónyuges anteriores, muertes tempranas o desheredados. Se
puede traer a la familia a una persona que ha sido excluida por padecer una
enfermedad o precisamente repitiendo el aspecto por el cual se la excluyó. Por
ejemplo, se margina en la memoria a una abuela lesbiana y en otra generación es
traída al sistema por otra mujer lesbiana.
Ejemplo: Consulta un hombre que dice que no florece en lo que emprende.
Es el cuarto en una familia de ocho hijos. En el montaje de su familia, el hombre
que lo representa se siente triste y se tranquiliza cuando coloco a otro hombre
tendido en el suelo (muerto). El cliente agrega que tuvo un primer hermano que
se llamó igual que él, pero a los dos años se ahogó en un pozo. En su familia no
se habla del accidente trágico ni de la existencia de ese primer hijo.
Definitivamente, el cliente no siente derecho a estar en la vida y al estar medio
en vida trae al recuerdo al niño que murió prematuramente.

2. Reestablecer el movimiento interrumpido[*] hacia los padres
Se refiere a situaciones en las que un hijo o hija, por alguna razón, fue
separado muy temprano de su madre o padre y a través de la Constelación
Familiar se reconecta y puede tomar lo que le faltó de afecto, seguridad,
vinculación y aceptación de papá o de mamá. Al paciente se le pide que se
arrodille (para representar algún momento de la infancia en el cual ocurrió el
suceso por el cual se dio la separación entre el hijo y su padre o madre) y que
mire directamente a la persona que le hizo falta. Generalmente ambos terminan
abrazados y llorando. Si el movimiento interrumpido fue a la edad anterior a dos
años, podemos sustituir la Constelación Familiar por un abrazo amoroso.
Ejemplo: Incluyo un ejemplo de movimiento interrumpido porque
tiene un final peculiar e inesperado. Trabajé en Guadalajara un taller de
Constelaciones y el primer voluntario que propuso su tema me dijo: “Quiero ver
a mi papá.” Le pregunté si había muerto y me dijo que lo habían asesinado de
unos 100 balazos hacía 30 años. Yo supuse que hubo cuatro o cinco
perpetradores y él me lo confirmó, así que directamente colocamos al padre
tendido boca arriba y a los criminales de pie observando. El cliente se acurrucó
junto a su papá, amorosamente le tomaba las manos, la cara y acariciaba su pelo.
Hubo un diálogo sentido, profundo, honesto, en el que el joven explicaba: “Sabía
que yo era tu consentido, pero cuando había balazos en la casa y mamá ponía la
música muy fuerte y prendía todas las luces, tenía miedo de que te equivocaras y
me lastimaras a mí.”
El participante estaba preocupado y quería comunicar a su papá,
especialmente, que él tomó otro camino, había ido a la universidad y hoy era
profesionista; se atrevió a ser diferente. El representante del papá asintió
viéndolo a los ojos y le confirmó que aún con tantas diferencias el seguía siendo
su padre y lo acompañaba desde donde estaba. El cliente le sonrió y cerró los
ojos.
Cuando se hubo despedido amorosamente del representante de su papá,
le pedí que mirara a los asesinos y él empezó a carcajearse como avergonzado,
mirando a todos. Extremadamente contento, ante la sorpresa de los que lo
veíamos, el paciente nos explicó: “Si estos hombres no hubieran matado a mi
padre, hubieran sido otros, o yo hubiera tenido que seguir en la mafia del
narcotráfico. No hubiera conocido a mi esposa ni tendría a mis hijos que me
hacen tan feliz.”

3. Poner orden en el amor [*]
Se trata de convertir el amor ciego* en amor maduro*. El cliente, desde
niño o niña, pudo haber tenido un desorden y sentirse como si él o ella fuera
responsable de cuidar a su padre o a su madre, llevándolo a conducirse como si
pensara: “Doy la vida por ti, papá o mamá.” Esta es una manera inconsciente de
actuar, y a veces se utiliza como tratando de cambiar o compensar algo ocurrido
mucho tiempo antes. El precio puede ser tener mala salud o no prosperar afectiva
o económicamente en su vida adulta. Un hijo parentalizado[*] a veces se
muestra fracasando, tratando de expiar la culpa de un pariente anterior y el final
de su Constelación puede llevar implícita esta frase: “Tú, papá o mamá das. Yo
recibo, soy el pequeño.” Se busca que los padres retomen su lugar de cuidadores
del hijo y éste el de ser cuidado por ellos.
Ejemplo: Me consultó una pareja de profesionistas que se llevaban bien y se
querían. Tenían una hija de seis años. Al cumplir 39 años él presentó,
paulatinamente, disfunción eréctil sin causa biológica alguna. Ya no tenían vida
sexual. Trabajé más de tres meses con las técnicas de terapia sexual aconsejadas
por Hellen Kaplan, sin éxito. Después, asistieron a un Taller de Constelaciones y
vimos que el padre del paciente, portugués, había sido tesorero de un partido
político muy importante en su país cuando tenía 39 años y fue engañado por un
amigo, quien le pidió una gran suma de dinero diciendo que lo devolvería en tres
días.
Pasado el plazo convenido, el padre del cliente descubrió que su deudor ya
no vivía en Portugal y él, lleno de vergüenza, temiendo la cárcel, huyó a
refugiarse en México. Varios años después, cuando reunió el dinero suficiente
hizo venir a su esposa e hijos, lo encontraron muy cambiado: estaba muy
angustiado, se enojaba y deprimía frecuentemente y apenas salía de la casa,
mientras que en Europa fue deportista, platicador y amante de la naturaleza.
Quedó claro que el cliente, al cumplir los 39 años, inconscientemente
decidió ayudar a su padre a cargar con la vergüenza y la impotencia que le
produjo el desfalco que hizo a la organización en la que militaba. En la
Constelación entendió la inutilidad de sus esfuerzos, pues su padre había muerto
12 años antes.
Varios meses después me encontré a la pareja en la fila de un cine. Si bien
no me dijeron nada, por su expresión corporal, los gestos que hicieron y la risa
de ambos, entendí que su vida sexual se había regularizado.

4. Reconocer lo que es
Se trata de que el cliente pueda aceptar destinos difíciles. El terapeuta no
justifica hechos ocurridos pero ve también el lado del victimario. Por ejemplo, al
violador hay que darle la asunción y la responsabilidad del hecho. Es importante
mostrar que entre parientes, en el fondo, siempre existe el anhelo de
reconciliación. En Constelaciones Familiares es muy importante que una
segunda esposa reconozca a la anterior como la primera.
Ejemplo: Recuerdo el caso de una paciente con artritis reumatoide, misma
enfermedad que padecen su hermana, su madre y su abuela materna, quienes
hacen vida casi normal. Pero la clienta se ha alejado de ellas y siente grandes
dificultades para adaptarse a su nueva situación. Con su trabajo en la
Constelación vio a la artritis como una parte inherente e ineludible de su familia,
entre las mujeres y aceptó que así es. El precio por pertenecer a esa familia es
tener esa enfermedad.

5. Resolución de lealtades invisibles
En una Constelación Familiar podemos descubrir que un cliente tiene una
emoción prestada[*] que no le corresponde, y le mostramos que ésta le pertenece
originalmente a alguno de sus ancestros. Llevamos al paciente, a que se dé
cuenta de que es diferente de su pariente a quien enseguida le regresa la carga
ajena*.
Ejemplo: Una joven, cuya bisabuela fue madre soltera, su abuela divorciada
y su madre viuda, tiene gran dificultad para mantener una pareja por lealtad a sus
antepasadas, quienes, en el final de su Constelación le dijeron: “Veremos con
buenos ojos si tú conservas a un hombre que te quiera y que tú quieras. Seguirás
siendo una de nosotras aunque seas diferente.”

6. Honrar a los muertos
A menudo no es necesario incluir a los representantes de personas muertas,
pero a veces sí lo es. Por ejemplo, si uno de los representantes mira hacia el piso
y a veces hacia el cielo, significa que el trabajo debe hacerse con algún pariente
difunto. En este caso, una vez que los representantes de los muertos y de los
vivos se miran, el constelador puede sugerir que se digan uno al otro: “Te llevo
en el corazón” y el vivo le pide al muerto: “Mira con buenos ojos si aún me
quedo en la vida.”
Ejemplo: Vino a consultarme un hombre que había sido alcohólico activo
por muchos años. Curiosamente, su situación económica había sido estable y
tenía esposa y varios hijos. Dos años antes él había dejado de beber, pero ella
salía con amigas y bebía algunas veces. Un año antes de la consulta, al regresar a
su casa, ella se estrelló con un poste y murió instantáneamente.
Desde entonces él cuida a sus hijos lo mejor que puede; sin embargo, su
situación laboral empeora aunque está bien preparado y no ha tomado alcohol.
En su Constelación descubrimos que, inconscientemente, piensa que él debió
haberse matado también y no ella solamente. Al final de su trabajo él se sintió
liberado, desculpabilizado y con derecho a permanecer en la vida. Por supuesto,
le recomendé una psicoterapia que le ayudará a llevar mejor su situación.

7. Mostrar a las personas su derecho a sobrevivir
El hecho de sobrevivir cuando se produce alguna catástrofe en la que otros
miembros de la familia perecieron o resultaron desafortunados no es fácil de
manejar. Por lo general, para el que se salvó resulta difícil tener éxito en el
trabajo y en la vida afectiva. Es necesario respaldar al sobreviviente y autorizarlo
a estar bien, ayudándolo a liberarse de sus sentimientos de culpa que tanto le
estorban. El caso más claro que vemos con frecuencia es cuando la madre murió
al dar a luz al hijo.
Ejemplo: Recuerdo a una pareja que llegó con su hija de 19 años, quien
llevaba varios meses con una severa anorexia que la tenía en 37 kilos, y que ya
había sido hospitalizada en seis ocasiones. Apenas coloqué a su representante,
me di cuenta de que se trataba de un duelo no resuelto.
Me dijeron que seguramente estaba equivocada, pues el único muerto que
hubo en la familia fue el abuelo materno, que la paciente identificada adoraba y
para protegerla no la habían llevado al velorio ni al entierro. En cuanto la joven
vio a su abuelo representado en el piso, pudo mirarlo, acercarse, tocarlo, besarlo
y abrazarlo. Pasó un buen rato llorando con él. Agregaron que había sido
envenado con cianuro (por su joven esposa, quien se lo suministró de poco en
poco).
El representante del abuelo dijo a su nieta: “Nada que tú hagas hoy puede
cambiar lo que ocurrió... Tu destino es diferente al mío. Yo veré con buenos ojos
si tú permaneces en la vida. No te necesito donde estoy.” En el siguiente mes la
joven subió cuatro kilos y seguía en psicoterapia.

8. Equilibrio entre dar y recibir
Es necesario procurar que en un sistema familiar haya reciprocidad y
equidad en todos los vínculos. El amor y el cuidado se transmiten, en cascada, de
los padres a los hijos. El que da exageradamente es un vampiro disfrazado y a
veces utiliza el dar, no por generosidad, sino por otras razones. Algunos dan para
evitar recibir porque si recibieran se sentirían vulnerables. El dar puede ser una
manera de buscar control, especialmente si la otra persona no puede
corresponder. El que sólo recibe y no da, va perdiendo su dignidad y al final se
enojará y tal vez se irá, pues su deuda es difícil de saldar.
Ejemplo: El clásico ejemplo de esto lo vemos en alguna pareja en la cual
ella trabaja y mantiene la casa para que él termine su tesis y se pueda graduar. Al
final de dos o tres años, resulta que él se gradúa y se siente tan endeudado por lo
mucho que recibió, que le resulta más fácil pedir el divorcio e iniciar otra
relación, pues lo que obtuvo le parece ahora una gran deuda y es más cómodo
irse que saldarla.

9. Encontrar dónde quedó el amor
Hay una conciencia colectiva inconsciente en cada familia y un gran anhelo
de pertenecer al grupo familiar. En la Constelación trataremos de encontrar el
amor que hay atrás de ciertos actos, a veces incomprensibles. Por ejemplo,
cuando un padre deja de vivir con un hijo para preservarlo en la vida o por
alguna otra razón que se descubre en la Constelación Familiar. Tal vez, antes de
comprender lo que orilló al padre a esa conducta, el hijo-cliente viva la decisión
de su padre como un abandono imperdonable.
Ejemplo: Recuerdo a una familia que se presentó porque la hija de 15 años
recientemente se había ligado amorosamente a un hombre de 40, vecino de ellos
y drogadicto. Los padres estaban muy preocupados. En la Constelación
descubrimos que hacía ocho meses que la madre había enterrado a su querido
padre y tuvo deseos de seguirlo. La conducta de la hija no era sino un acto
amoroso por medio del cual había conseguido que su madre encontrara un nuevo
sentido a estar en la vida: salvar a su hija adolescente.

10. Amor ciego o movimiento interrumpido
Se refiere a la necesidad imperiosa de un niño de ser visto, reconocido
y aceptado por su padre o su madre.
Ejemplo: Hace tiempo, cuando yo estaba dando un taller de
Constelaciones Familiares para demostrar la técnica, se me acercó un hombre
angustiado y me dijo: “Yo quiero constelar mi indecisión.” Le pedí que precisara
un poco más y agregó: “Tengo 29 años y hace dos salí del clero y no sé si
regresar o no. Estuve 12 años.” Calculé que había entrado a los 15 años, en la
edad en más debió necesitar a su padre. “Comencemos. Escoge a un
representante para ti y otro para tu papá”, le dije.
El los colocó y el representante del padre miraba a todos lados menos a
la cara del hijo quien lo buscaba constantemente. Expliqué que pondría de
rodillas al representante del cliente, para ver qué surgía. Le pregunté al cliente
cuál sería la edad del niño y me dijo: “Quince años.” Era la edad a la que se
había ido al seminario y le aclaré que no podía ser tan bajito a los 15 años. Dijo
entonces: “Tal vez cinco o seis.” El desencuentro entre su padre y él se agigantó
y le pedí al representante del niño que dijera: “Papá, por favor…” Después de
varias veces, al niño le rodaban lágrimas y el padre seguía mirando hacia
muchos lados, hasta que por fin se dirigió al hijo diciéndole: “No sé qué me estás
pidiendo… Yo fui educado así, con distancia, y creo que así tiene que ser.” El
representante del cliente niño se abrazó fuertemente al padre y lloró, mientras el
padre salía poco a poco de la incomodidad creada por la cercanía de su hijo.
Cuando el papá le tendió los brazos para ayudarlo a crecer, le dije al
consultante: “Ocupa ahora tu lugar y dime qué fue lo importante que ocurrió
entre ustedes cuando tuviste 15 años.” Se miraron a los ojos y, muy emocionado
el consultante, le dijo al representante de su padre: “No sabía cómo hacer para
que tú me vieras, te acercaras, me tocaras o me gritaras. Recuerdo cuánto te
enojaste y te dolió que yo me fuera. Por tres años no me hablaste y supe que
estabas deshecho.” Le pedí que agregara: “Lo siento, ya pagué un precio muy
alto.”
El representante del padre y el paciente se abrazaron fuertemente,
como adultos y le pregunté: “¿Entendiste?” Y él asintió: “Ya entendí todo lo que
pasó. Muchas gracias.”

11 El constelante debe estar en sintonía con su destino y responsabilidad.
El paciente tiene que verse dentro de su contexto familiar que abarca varias
generaciones (tal vez atravesó situaciones complejas) y necesita aceptar que
nada que él haga hoy puede cambiar lo acontecido. Su dignidad depende de que
asuma su destino tal como es. Por ejemplo, si un ser muy querido se suicidó, el
cliente o su representante debe acercarse al representante del suicida, mirarlo y
decirle: “Honro tu vida, así como tu muerte.” Recuerdo la frase de Braque en
Pensamientos sobre el arte: “La verdad existe, sólo se inventa la mentira.”
Ejemplo: Vi a una señora que vino a constelar con Stephan Haussner y
contó que tenía tres hijas con enfermedades muy serias, que no tenían
antecedentes en ningún familiar anterior. Stephan preguntó por las actividades de
los abuelos, y cuando ella declaró que habían sido muy ricos gracias a fincas
cafetaleras, pidió a varios hombres llegar como representantes de empleados de
aquella época. Los representantes de los cafetaleros no podían ni hablar,
simplemente se aventaban lastimosamente al suelo, llorando y quejándose todo
el tiempo.
Quedó claro que las tres nietas del rico hacendado estaban identificadas con
los trabajadores que, seguramente, recibieron trato de esclavos en aquella época.
Estas son las llamadas lealtades invisibles, que emergen durante la configuración
de la Constelación Familiar, en la que tratamos de incluir a las personas
marginadas, a las difamadas, a las personas que fueron tratadas injustamente y a
las que no fueron honradas en el sistema.
Estos son fenómenos que corresponden a lo que el psicoanálisis llama
“identificaciones proyectivas”.

Consideraciones generales

Al iniciar cualquier taller de Constelaciones Familiares pedimos a los
participantes:

Apagar el celular.
Evitar cruzar el espacio de trabajo.
Guardar silencio durante las Constelaciones.
Mantener absoluta discreción y confidencialidad después del taller.
Para comenzar, el interesado en constelar se acerca voluntariamente al
facilitador y a través de una mínima entrevista hacen un contrato, atendiendo a la
solicitud del cliente. El constelador le pregunta: “¿Cuál es el tema que quieres
trabajar?” Si la respuesta a esta pregunta no es satisfactoria, preguntamos: “¿Qué
te causa conflicto?” Si con esta respuesta el constelador todavía no tiene
suficiente claridad, puede cuestionar: “¿Qué te gustaría que cambie después de
tu Constelación?” Con una de estas tres respuestas el constelador puede
formularse una hipótesis inicial de trabajo y corregirla si hace falta. El facilitador
también puede pedir al paciente que le hable de los eventos trágicos que hubo en
sus familias paterna y materna.
No hay que explorar mucho, sino tomar en cuenta los eventos trágicos
fundamentales de la familia en varias generaciones: abortos, enfermedades
graves, muertes tempranas, asesinatos, injusticias, migraciones, miembros
excluidos, hijos adoptivos, divorcios, alcoholismo, accidentes repetidos,
adicciones, despojo de herencias, etc. Ningún detalle nos es relevante, sólo nos
interesan los hechos, más el qué que el cómo. Hacer muchas preguntas
disminuye la energía del alma del cliente. El alma trabaja más y mejor en
silencio. Buscando muchas explicaciones, se intensifica el problema. Se deben
evitar las intelectualizaciones y las interpretaciones que se presentan
defensivamente para no ver ni sentir.
El constelador no debe focalizar el problema sino la solución; clavarse en el
problema impide su resolución. El final de la Constelación Familiar debe
proyectarse hacia la vida, el futuro, los vivos y el amor. Tal vez se trabaje más
allá del contrato inicial, pero se trata de apegarse a él. Se necesita que el cliente,
el que solicita la Constelación, se acerque a este trabajo desde el corazón, no
desde lo intelectual. Los juicios oscurecen el estado natural de nuestro corazón
que es luz, sabiduría y felicidad. Desde ahí actúan los participantes en los
talleres de Constelaciones.
El constelador busca mostrar la connotación positiva del síntoma para
cambiar el estado mental del constelante con respecto a su situación, por más
difícil que ésta sea. El terapeuta debe contener, dejar fluir, tener visión
panorámica y, a veces, enfocar. Es esencial no perder de vista quién es el
consultante para quien se hace el trabajo, pues en algunas ocasiones aparecen
abruptamente personas o eventos que pudieran desviar el sentido del contrato.
Para hacer Constelaciones el terapeuta debe cubrir los siguientes requisitos:
Primero, estar convencido de la eficacia de esta técnica. Segundo, tener
estudios especializados en terapia sistémica y en Constelaciones Familiares y
haber sido supervisado numerosas horas. Tercero, estar abierto a escuchar
cualquier cosa sin juzgar la información recibida, es decir, trabajar sin prejuicios.
Un requisito para el solicitante es tener claridad sobre lo que desea resolver
con la Constelación Familiar. No se puede hacer una Constelación para
responder a la curiosidad de alguien: debe haber un deseo preciso al pedirla. Si
no hay fuerza o energía en la demanda del cliente, no se puede trabajar.
Para entender a lo que nos estamos refiriendo es necesario explicar que un
sistema familiar comprende a una persona, a sus padres y a los hermanos de
éstos, a su cónyuge, a todos sus hijos vivos, a sus abuelos, pero no a los
hermanos de éstos (a veces hay excepciones) y también incluye cualquier aborto
e hijos muertos. No pertenecen al mismo sistema los esposos e hijos de los tíos.
En la Constelación Familiar coexisten personas que ya murieron, otras que viven
y tal vez alguna que todavía no nace, todas del mismo sistema familiar. La
familia actual, esposos e hijos, debiera tener prioridad sobre el sistema biológico
o familia de origen.
La Constelación saca a la luz la dinámica oculta de una familia. En las
Constelaciones, la tarea del constelador es quitar los obstáculos y que cada uno
dé sus pasos para llegar a las soluciones. El constelador decide con cuántos
representantes del sistema familiar empieza a trabajar. Después, el paciente elige
entre los asistentes quiénes van a representar a estas personas. El constelador
pide al solicitante que ubique a los representantes en el espacio central
considerando la lejanía o cercanía entre ellos y la dirección del cuerpo de cada
uno.
El tema de la configuración inicial se explica mas adelante cuando se
describen diferentes tipos de montajes*. La configuración inicial que el cliente
realiza, con los miembros del sistema familiar que el constelador haya sugerido,
muestra cómo son las relaciones según el cliente, es decir, lo que es conciente.
Se recomienda que el constelador esté con el centro vacío[*], abierto a lo
que venga. Como ejemplo, recuerdo una ocasión en que llegó Felipe Sánchez,
colega invitado por mí, y fue elegido para representar al padre del constelante.
Felipe insistió: “Para estar aquí de pie necesito pararme sobre tres cojines.” Yo
dudaba, extrañada, y el cliente se me acercó al oído para decirme: “Mi papá fue
Secretario durante tres sexenios.”
Una vez que el cliente ha colocado físicamente lo que corresponde a su
imagen interna, el constelador pregunta a los representantes del sistema familiar
(siguiendo el orden de aparición en la vida: primero a los viejos, de la pareja
primero al hombre, de los hermanos al primogénito y luego al segundo, etc.) si
tienen alguna sensación o emoción. A veces sólo indicamos a estas personas:
“Sigan sus movimientos.” y observamos lo que ocurre para poder continuar el
trabajo y avanzar hacia la solución que vendrá poco a poco, desde lo
inconsciente del sistema. Es preciso que observemos el lenguaje corporal —del
que hablaremos un poco más adelante— aunque éste contradiga al discurso; el
cuerpo no miente.
Por ejemplo, cuando un representante se mece puede indicar la duda
entre estar en la vida o ir a la muerte, quedarse en el sistema o salir de él. Si la
dirección de los pies es hacia fuera (del sistema) también nos indica algo.
Es mejor empezar el trabajo de la Constelación con un número mínimo
de representantes e ir agregando los necesarios posteriormente. Los parentescos
se consideran en relación al cliente. Cuando el cliente coloca a dos
representantes a mucha distancia entre sí, significa que el evento a develar tuvo
lugar varias generaciones antes. Cada extensión de brazos equivale más o menos
a una generación; así podemos calcular cuándo tuvo lugar lo acontecido.
Si el planteamiento para hacer una Constelación Familiar es confuso,
pedimos al cliente que escoja a una persona que represente a su estado actual y a
otra que represente al estado anhelado y poco a poco averiguamos qué necesita
el cliente para llegar a éste.
El lugar situacional* es aquél que cada uno ocupa en la serie de hermanos o
en el trabajo de Constelaciones Familiares y determina los sentimientos. Las
frases sanadoras se formulan casi siempre en presente. Trabajamos con una
imagen atemporal, sin presente ni pasado. El consultante tiene que mirar hacia
alguna dirección o evento y el terapeuta lo acompaña, no se deja impresionar por
nada. Trabaja sin miedo ni expectativas previas. Hay que ver lo que ocurre en la
configuración del sistema familiar. El constelador debe confiar en los recursos y
las posibilidades de autosanación de cada persona. No juzgar ni poner adjetivos
a las situaciones de los clientes. Buscar algo que sea amoroso y fortalezca al
cliente. No evocar energías ni palabras que el paciente no haya dicho.
Con cada pregunta, el terapeuta va orientando al paciente hacia la solución.
A veces puede encontrarla sin enfocarse necesariamente en la naturaleza del
problema enunciado por él, a eso se le llama Constelación encubierta[*] . No se
trata de hacer las Constelaciones mecánicamente, sino en resonancia con la
persona y su sistema, guiándonos por nuestra percepción, interpretación e
intuición en relación con lo que vemos ahí mismo en la Constelación Familiar.
Los facilitadores mantienen una buena distancia con el cliente, son honestos
y rehúsan ayudar a quien no se puede. Si alguien en la Constelación Familiar se
muestra debilitado, le ponen a su linaje masculino o femenino detrás y le piden
al cliente que primero los mire detenidamente y después les diga: “En mí ustedes
siguen vivos.” Si el representante no siente a sus ancestros consigo es bueno que
éstos le toquen la espalda, o colocarlos a los lados del cliente para que pueda
verlos. Si el sistema total o el linaje masculino o femenino presenta gran
dificultad para que fluya el amor en varias generaciones, se puede colocar al
representante de un ser superior, a la imagen de luz o de la vida para que el
cliente se nutra con ello. Si alguien representa a Dios, el consultante lo mira y en
voz baja le hace una pregunta, cuya respuesta se busca en los ojos del
representante de Dios, que no habla. Después el cliente se inclina ante él, sin
palabras, honrándolo.
Si el destino del constelante fue muy trágico, puede decir a sus padres: “Por
todo lo que viví, hoy tengo la fuerza que tengo, estoy donde estoy, soy lo que
soy. De ustedes me llegó la vida y les agradezco.”
Cuando el cliente hable de un viaje que resultó fatal, se recomienda
preguntar el motivo del mismo; pudiera haber un indicio a seguir durante la
Constelación Familiar para resolver el problema de los que sobrevivieron. Si el
representante de un concepto, por ejemplo, el miedo, o el éxito, reporta
emociones, el constelador lo hace girar para darle un nuevo significado
diciéndole que ahora representa a una persona del sistema familiar, por ejemplo,
a la madre, y revisa si el paciente y el representante están de acuerdo con el
cambio.
Durante una Constelación, si el terapeuta siente confusión debe respirar
profundo, alejarse de la configuración y volver a mirar. Alejándose del sistema
tendrá una visión amplia para después focalizar lo que está ocurriendo. El
terapeuta debe tener e irradiar una actitud de seguridad, decirse a sí mismo:
“Esto es lo que hay que hacer, a veces tocar o acercarme.” El constelador debe
guardar una distancia óptima y ser neutral para poder contener, dejar fluir, tener
visión panorámica y saber cuándo y qué focalizar.
Si el facilitador habla despacio, el grupo tiene una vibración ligera y está
calmado. Debe estar sensible y abierto para no identificarse con los problemas
de los demás. Si el cliente está demasiado conmovido puede convenir dejarlo
observar, fuera de la configuración y que su representante lo sustituya todo el
tiempo, aunque generalmente conviene incluir al cliente en la última imagen.
Durante un taller de Constelaciones Familiares debemos cuidar que un
participante no sea elegido solamente para representaciones relacionadas con
destinos difíciles, haciendo representaciones de muerto, abortado, asesinado, u
otras. El constelador tratará de colocarlo también en alguna imagen final o de
solución.
Cuando el cliente dé los datos, el terapeuta no debe hacer juicios y, en
cambio, deberá buscar lo opuesto de lo expresado por el cliente para equilibrarlo.
El consultante debe integrar internamente dos aspectos opuestos; es importante
procurar que sienta el uno y el otro, casi simultáneamente. Por ejemplo: vida y
muerte, éxito y fracaso, ausencia y presencia de algo.
El facilitador lleva al cliente a mirar pues así pierde el miedo. Con los ojos
abiertos se ve la realidad. Cuando se le pida a algún participante repetir un ritual,
o decir una frase sanadora, se revisará su tono de voz, para ver si el que habla
siente realmente lo que dice. Si queda alguna duda se agrega: “Si no lo sientes,
no lo digas.” Cuando una madre viva chantajea, se le puede decir: “Querida
mamá, sabemos que fuiste una gran madre. Cuando mueras, te haremos un gran
entierro y te vamos a extrañar.”
Si el solicitante dice: “No tengo espacio” o “No sé cuál es mi lugar”, hay
que revisar la pertenencia, el orden o la injusticia cometida en su sistema. Es
importante considerar que no todo se va a solucionar del modo que el
consultante quisiera. Tal vez él no desea el cambio y no da el paso aunque el
constelador le muestre el camino. Aun así se debe confrontar al cliente con su
realidad, aunque sea dolorosa, ya que reforzar sus ilusiones no le ayuda. Al
finalizar una Constelación, a veces se le pide al cliente que escriba una carta para
deshacer algún compromiso injusto contraído con alguna persona muerta. A
veces se le recomienda ir a la tumba, regresarle las promesas (explicitas o
implícitas) y enterrarlas escritas en una hoja de papel para quedar liberado de un
pedido que no está dispuesto a cumplir.
Se sugiere a las personas que después de haber constelado no hablen sobre
el trabajo realizado durante varios días. Se explica que, en las Constelaciones, el
trabajo del alma o proceso de sanación se da en silencio y lentamente, en
relación con la imagen final o de sanación. Aconsejamos a los asistentes al taller
darse un regaderazo antes de dormir, para que descansen mejor.

Supuestos teóricos que fundamentan las Constelaciones Familiares

Tipos de montajes

La manera como el cliente ubica a los representantes que el constelador ha
pedido, se llama montaje y, de inicio, nos da una pista o hipótesis de trabajo
sobre el problema o lo que habremos de descubrir. De cualquier manera, lo más
importante es lo que los representantes van reportando respecto de sus
sensaciones corporales. También es crucial leer el lenguaje corporal de todos los
representantes, pues casi siempre reaccionan de modo inconsciente.
Hay distintos tipos de montajes:

El tipo isla, donde se ven grupúsculos, muestra la dificultad en las
relaciones de dicha familia, a veces habla de movimiento interrumpido.

El montaje muégano, donde todos se presentan apeñuscados y nos
indica la dificultad para individuarse en esa familia.

El anfiteatro, que tiene la forma de un semicírculo y aparece cuando
hubo algún miembro de la familia que fue excluido o injustamente
tratado y es como si lo buscaran. A veces se refiere a duelos no resueltos
o a un país del que procede alguien de una generación anterior.

El hijo entre los padres habla del desorden en la familia, pues el hijo
toma un lugar que no le corresponde.

El montaje de centinela es cuando aparecen una o dos personas como
“atajando” a alguien (suele ser madre o padre) que parece querer salir
del sistema o incluso de la vida.

El montaje con uno o más miembros mirando hacia abajo suele
aludir a uno o varios eventos trágicos en la familia, a veces puede ser
una situación muy vergonzosa ocurrida en generaciones previas.

Si en el montaje aparecen varios representantes mirando hacia arriba
o afuera, a menudo se trata de una familia que en otra generación tuvo
migración, o bien alguien que se quiere ir del sistema o de la vida.

Lenguaje corporal

El terapeuta debe estar atento, pues el cuerpo siempre dice la verdad desde
lo inconsciente y no puede manipularse; es más confiable que las palabras. La
percepción del representante facilita tener sensaciones y afectos ajenos porque él
está conectado con el alma del representado. Se observan, por ejemplo, las
mandíbulas que se aprietan para contener un impulso agresivo o los puños
cerrados cuando alguien desea golpear y expresar el enojo, que tal vez ni
siquiera es conciente para esa persona pero el cuerpo lo muestra claramente. Los
hombros levantados son un signo de algún miedo antiguo o permanente, por
golpes que se reciben hoy o en el pasado. Cuando un representante nos
manifiesta sensación de mucho calor, especialmente en los brazos, se trata del
afecto bloqueado que no pudo expresar la persona representada. Si da un buen
abrazo en la Constelación, desaparece el calor.
La sensación de frío en alguna parte del cuerpo generalmente está
relacionada con muerte. Mirar hacia arriba indica que alguien ya no está
interesado en lo de la tierra y quiere irse. “Del cielo que enferma y de la tierra
que sana.” B. Hellinger menciona este tema en Los órdenes de la ayuda
(Editorial Alma Lepik, 2006). Precisamente la incomodidad y el dolor de los
representantes son necesarios para que el constelador sepa hacia dónde ir. Al
final deben haber desaparecido todas las sensaciones extrañas y de malestar en
los representantes y en el cliente.
El hecho de que se vea una reacción corporal significa que el conflicto es
muy profundo: lo psicológico está pasando parte de su energía al soma.
En un taller de Constelaciones Familiares una prima mía planteo un
problema y tuvieron que incluir a un representante de su hermano a quien le
habían amputado una pierna años atrás. Lo representó un niño de 10 años que se
movía constantemente como si estuviera adolorido. Al terminar el trabajo me
acerqué curiosa a preguntarle por qué se había movido tanto. Se levantó el
pantalón y me dijo: “Cuando estuve de pie, me dolía muchísimo esta pierna que
me raspé hace varios días.” Y para sorpresa de todos, la antigua y superficial
herida sangró varias gotas.
Cuando hay una catarsis, pedimos al paciente que, aunque llore mucho,
mantenga los ojos abiertos y que respire por la boca, con lo que toma la fuerza y
regresa a ver aquí y ahora, y no se queda fijado allá y entonces. Respirando por
la boca y con mucho contacto físico se intensifican las emociones. Cuando el
cliente cierra los ojos, el constelador no puede seguirlo porque el paciente se
involucra con imágenes internas y pierde el contacto con el presente. Abriendo
los ojos el consultante regresa a la Constelación, deja la imagen interna y ve la
realidad actual.

Principios para orientar el trabajo del constelador

Se trabaja con la situación en la que hay más energía, sea la familia
biológica o la actual y sólo con uno de los diversos temas planteados por el
cliente, buscando el amor en los actos que aparezcan en una Constelación
Familiar, sean los que fueren.

Todos somos igualmente víctimas y victimarios, sucesivamente, según
las circunstancias. Al final, en la muerte, nos unimos en un mismo
destino.

La rigidez y el castigo no deben ser mayores que el vínculo y el amor.

La reconciliación entre miembros de generaciones pasadas tiene
efectos en el presente y en el futuro.

Quien mira hacia lo temido deja de temerle.

Una mamá que no fue mirada por su propia madre difícilmente ve a su
hija. Una Constelación Familiar con esta problemática nos llevaría a
trabajar con una o dos generaciones previas a la del cliente. Sólo hay que
ver lo que es.

Primero se toma a los padres y luego se los honra. Eventualmente se
puede dejar lo que ya se tomó.

Querer a una persona significa respetar todo su pasado y su familia.

En cuanto a los secretos, cuando lo oculto sale a la luz (sea lo que
fuere) los miembros del sistema se tranquilizan. Los secretos son como
cargas, nos vuelven vulnerables, pues tememos que se descubran. En
Constelaciones, algunos secretos se abren y otros no. Esta decisión se
toma pensando siempre en relación al consultante, preguntándose:
“¿Develar el secreto lo debilita o lo fortalece?”
Cuando el representante del paciente tiene un sentimiento muy fuerte o
violento, a menudo significa que es ajeno al cliente, es adoptado, y que para
sentirse mejor debe regresarlo más atrás, a otra generación, a quien perteneció
originalmente. Si el cliente no quiere regresar la carga[*] le sugerimos que diga:
“Me doy cuenta de que me quedo con esto que no es mío, aunque te robe tu
dignidad (dirigiéndose a la persona a la que eso pertenece originalmente) y yo no
pueda florecer[*]. En Constelaciones, el enojo, el desafío o la rabia,
pueden suavizarse con una frase bien elegida o una posición corporal adecuada.
Antes de abrir un ciclo nuevo, se debe cerrar el anterior, por ejemplo, para
vender una casa, dejar a la pareja, cambiar de trabajo, de país, despedirse de un
síntoma o una enfermedad.
Con respecto a cada una de estas situaciones, que serán representadas según
la solicitud del cliente, han de seguirse estos cinco pasos:

1. Mirar

2. Reconocer

3. Agradecer

4. Honrar

5. Dar la espalda (a manera de despedida)
Necesitamos humildad[*] para respetar la fuerza que organiza al sistema en
el que cada miembro tiene el mismo peso. El terapeuta debe empatizar con todo
el sistema y, muy especialmente, con algún excluido o tratado de manera injusta.
Lo que se pretende olvidar es lo primero que se recuerda. No conviene
luchar contra el destino, se necesita aceptarlo, sólo hay conflicto cuando hay
oposición. Lo que no se toma se reprime y persiste por mucho tiempo. Después
de un evento agresivo es normal que alguien sienta rabia y, si no la puede
expresar, a menudo muestra tristeza o ansiedad. Detrás de la rabia
frecuentemente hay tristeza, soledad, vergüenza o dolor. En el fondo siempre se
desea la reconciliación y la paz con los miembros de la familia, aunque muchas
veces se demuestre lo contrario.
Si notamos que aún no es tiempo, pedimos al cliente que diga: “Quisiera
acercarme, pero necesito más tiempo...” Se le responde: “Toma tu tiempo. Aquí
estaré.” El enojo sirve para mantenernos en la vida, ocultar la tristeza o evitar el
dolor. Las lágrimas pueden ser para resolver y soltar el dolor o para acompañar
al odio o al coraje. En un abrazo que se dificulta puede haber una tercera persona
puenteando (tocando a ambos) para que se dé una unión sanadora; por ejemplo,
una madre autorizando que el hijo se acerque al padre.
Si una persona ha fungido como pareja de su padre, como mamá de sus
hermanos o como adulto antes de tiempo, al tener sus propios hijos a menudo
carecerá de energía afectiva para responderles. Cuando en una familia hubo
migraciones se ven lealtades hacia el país que se dejó, que pueden repercutir
sobre varias generaciones posteriores a la del emigrante, es decir, influir de
modo incomprensible en algunos miembros de la familia. Esta situación puede
aclararse en una Constelación Familiar.
Si el paciente está bloqueado durante su Constelación Familiar, la sanación
puede llegar a través del cuerpo si el cliente hace tierra[*] (golpean do el piso
con los pies) y a veces siendo tocado por el facilitador en la espalda
enérgicamente. Los eventos dolorosos bien integrados pueden fortalecernos
como ocurre cuando un adicto se recupera. A menudo la imagen de solución
incluye a la familia actual y aspectos como el futuro, la salud, los proyectos, la
oportunidad, y la vida, que cuando están representados suelen decir: “Estoy
disponible para quien se me acerque.” Conviene confiar en que el Universo nos
envía dificultades que podemos resolver. El que tiene un problema, también
tiene una solución. El facilitador señala la dirección y el paciente decide si
camina o no en esa dirección. No sólo es importante la Constelación Familiar,
sino también el trabajo interno posterior que haga el constelante atendiendo a los
movimientos que se generaron a partir de la imagen de solución. Si las personas
se abren, empieza el movimiento del alma; con valor y paciencia ocurrirán las
cosas como se muestra en la imagen de solución.


Sistematización temática

1. Excluidos
Si alguno de los hijos tiene cualidades diferentes y especiales, tal vez esté
representando a alguna persona que enfermó, murió o fue excluida del sistema.
El miembro excluido siempre es reivindicado por el sistema, aunque sea en una
generación posterior. Siempre tratemos de encontrar algo afectuoso atrás de
situaciones incomprensibles o extrañas.
Recuerdo el caso de una consultante obesa que se preguntaba por qué no
tenía pareja. En su Constelación, muy pronto apareció la importancia del
suicidio de su padre y ella me dijo que toda la familia lo había castigado porque
él se había matado 25 años antes, y no le habían puesto una lápida ni su nombre
donde lo sepultaron. Le recomendé que hablara con sus hermanos y su mamá de
la importancia de aceptar la decisión de su padre. Al cabo de dos años lo habían
visitado en el panteón. Ella había bajado 30 kilos y se había casado.

2. Víctimas
La culpa por la fechoría que alguien hizo no se puede evadir, pues el alma
del victimario perdería dignidad y fuerza. Todos somos culpables de una u otra
manera siempre que vivimos, lastimamos a otros, aunque muchas veces, esto sea
sin proponérnoslo. El cliente debe encarar las circunstancias tal como son; cada
uno tiene su destino. Una ofensa puede ser grave o no tanto, pero la problemática
es mucho mayor si recordamos constantemente el hecho ocurrido. Lo que
aconteció en el pasado sólo está en nuestra mente, y cuando hablamos de ello lo
energizamos. Cuando una mujer se relaciona con hombres que la maltratan y
rechazan y se aburre con otros que la quieren bien, generalmente es por una
doble identificación que tiene, por ejemplo, con su padre golpeador y su madre
sometida.
Del pasado podemos tomar fuerza y recursos si vemos hacia la dirección
correcta. A menudo, en Constelaciones Familiares encontramos que los sanos se
sienten responsables de los enfermos, los vivos culpables por los muertos, los
inocentes purgando a los culpables y los contentos, tristes por los infelices. Los
terapeutas consideramos de modo especial a los injustamente tratados, los
excluidos, los exiliados, los encarcelados o a las personas con destinos difíciles,
como por ejemplo aquellos que han vivido la orfandad temprana, que han
atravesado situaciones de guerra.
Los nietos o bisnietos tienen que expiar a los abuelos o bisabuelos en
opulencia. Los descendientes de ricos pierden la fortuna por el sentimiento de
culpabilidad aunque este no sea consciente. La riqueza se mantiene si se utiliza
para un bien mayor, como para crear fuentes de trabajo, por ejemplo. En cambio,
si la riqueza costó vidas humanas, algunos descendientes serán jalados por las
víctimas para dilapidar la fortuna heredada. Los héroes y las heroínas son hijos
de papá o de mamá, ya que por amor llevan a cuestas el destino ajeno; es una
razón para no florecer ni tener una familia propia.
En Constelaciones Familiares se dice que el criminal o culpable tiene su
dignidad, la cual es correspondiente al peso de lo que hizo. La dignidad es igual
a su fechoría y la culpa que va cargando, al aceptarla, tiene un efecto positivo
sobre su crecimiento; si no la asume, la conducta puede repetirse. Asumiendo la
culpa se puede sublimar y prevenir la repetición del acto. El alma del asesino
tiene que encontrarse con la del muerto para que ambos descansen. Esa imagen
ayuda a los vivos. El victimario dice: “Desde que te maté estoy medio muerto,
aunque esté vivo.” La víctima y el perpetrador encuentran la paz cuando están
unidos después de haberse visto. La conciliación viene después.
Los que cometieron algún acto condenable y lo niegan se vuelven muy
duros y un hijo o nieto suyo puede volverse loco, como el perpetrador lo haría si
se diera cuenta de lo que hizo y de sus consecuencias generales.

3. Parejas
El vínculo de la pareja es más importante que el de un padre y su hijo. Un
miembro de la pareja podría decirle al otro: “Te tomo con la fuerza que te guía a
ti y a mí. Te tomo con lo bueno y lo no tan bueno, con tu destino y el mío.” No
deberíamos gastar energía en desear cómo debería ser el otro, demos la
bienvenida a lo que es, como es. Querer a un hombre significa también respetar
todo su pasado, no hay que competir con lo previo, ni conocerlo al detalle para
honrarlo.
Para mantener una pareja hay que honrar el sistema propio y el de su pareja,
alejarse de la familia de origen y crear su propio sistema. El precio de este
alejamiento es que, a veces, los miembros de la pareja se sienten culpables o
traicioneros respecto a la familia biológica. Es muy importante que los miembros
de la pareja puedan compartir las desgracias de ambos y la tristeza de un aborto,
por ejemplo.
Algunos tienen la ilusión de que la pareja les dará lo que no recibieron de
sus padres y a la vez, paradójicamente, van a impedir que su pareja resulte mejor
que sus padres. En la pareja se dan vínculos condicionados, se trata de un
intercambio. La persona se enamora porque quiere ayudar al otro e
implícitamente tiene la intención de cuidar al niño abandonado que es su pareja.
Esto puede ser un pacto recíproco, no explícito.
En una pareja el hombre es el importante, le da dirección al sistema. La
mujer es la central, es el eje para que funcione internamente el sistema. La
energía fluye de lo masculino a lo femenino. El hombre tiene la energía
manifiesta y la mujer la más sutil, excepto si ella tuvo un destino difícil. Se
honra el destino más pesado. Se refiere a las adversidades enfrentadas como, por
ejemplo, nacer entre dos niños que no se lograron, haber sido huérfano
temprano, etc. El hombre influye en cuanto al país de residencia y la religión de
la familia. La mujer procura la cohesión, la nutrición y las relaciones de la
pareja. Cuando el hombre sigue a la mujer, por ejemplo, para ir a vivir a otro
país, en el aspecto religioso o en cuestiones de trabajo, él no puede florecer ni
desarrollarse y generalmente la pareja se desintegra.
El acto amoroso formaliza la situación de pareja: tiene que ver con el
corazón y la genitalidad ejercida. La pareja actual debe honrar a la anterior. “Tú
me puedes tomar como tu mujer y yo soy tu hombre” y viceversa. La mejor
pareja está formada por la hija que pudo tomar a su madre[*] y un hijo que tomó
a su padre, éste, mirando a su pareja dice: “Tengo padre y ahora te puedo tener
como una mujer” y viceversa. No se puede tomar verdaderamente una pareja si
no hemos aceptado profundamente a papá y a mamá. En general, ningún vínculo
posterior se logra, si no se ha resuelto el anterior.
Una intervención terapéutica y provocativa es: “Tu relación no tiene
oportunidad, disfrútala mientras dure”, a modo de prevenir el desenlace. Se dice
generalmente cuando algún soltero mantiene una relación con una persona
casada. El permanecer mucho tiempo en unión libre puede ser una forma de
continuar la fantasía de ser adolescentes, o de esperar por si aparece alguien
mejor; de cualquier manera implica una falta de compromiso.
Los hijos compartidos crean un nuevo vínculo, más allá del amor o del
desamor. A veces hay que fortalecer a los hombres para que realmente puedan
tomar el rol de padres. Si no sienten a sus ancestros a sus espaldas no pueden
tolerar el amor ni a la mujer junto a él. Si el hombre o la mujer están debilitados,
veamos en su linaje masculino o femenino, varias generaciones anteriores, para
que en el taller tomen la fuerza y energía que les falte. Los miembros pueden ser
alineados atrás de él o colocarlos en forma de caracol rodeándolo. Lo mismo
ocurre con la mujer: si no siente a las madres previas de su linaje, no puede
hacer pareja, pelearse ni reconciliarse en un nivel físico y emocional profundo.

4. Infidelidad
La infidelidad sirve a menudo para:

Mantener a la pareja ocupada en la vida, con celos y enojo para que no
vaya a la muerte.

Como búsqueda del padre o la madre.

Para mantener el equilibrio entre dar y recibir.

Una persona no debería comunicar la infidelidad su pareja. Es un asunto
privado, a menos que haya un acuerdo previo entre los miembros de la pareja.
Algunas personas hablan de esto para aligerar su sentimiento de culpa pero
debería evitarse. Este sería uno de los pocos secretos que deben ser guardados. A
menudo las parejas hablan para quejarse, exigir, pedir y culpar, con lo que
pierden fuerza. El alma trabaja más en silencio; a veces una mirada puede llevar
a una revinculación. En una pareja, uno de ellos podría decir: “He cometido una
injusticia contigo. Asumo las consecuencias. Siento el dolor que con ello te
causé. Ahora nos perdonamos mutuamente, nos reconciliamos, comenzamos de
nuevo.” Eso implica que el motivo de la gran discusión no se toca más. Es parte
del pasado.
Si una mujer cometió una infidelidad de la que nació una hija puede decirle
a su hija: “Fui culpable pero las consecuencias son buenas. Asumo mi
responsabilidad y quizás tenga que separarme de mi esposo. Tu eres una
consecuencia preciosa del pecado.”

5. Divorcio
Causas del divorcio
Las causas del divorcio son diversas; a continuación enumeraremos algunas
de ellas. A veces, en una pareja se da una crisis para que uno de los miembros se
desarrolle y deje de ser ayudado. El divorcio puede ser un camino de
crecimiento. La dignidad de un ser humano no permite permanecer con alguien
que se quiere ir. El final de la pareja se da cuando una o las dos personas ya no
pueden crecer juntas. Si un miembro de la pareja quiere terminar la relación, ésta
ya se acabó. Si una relación es destructiva, es mejor terminarla para proteger el
modelo de pareja frente a los hijos. Un tema importante en la pareja es el manejo
de la distancia y cercanía; si no lo saben tal vez pelean para separarse sin culpa.
Un aborto o la enfermedad grave de un hijo pone a prueba a la pareja, que a
veces no puede vivir el duelo y se separa como una expiación por lo ocurrido.
Una razón para el divorcio puede ser que uno de los dos decida no tener
hijos porque así también cancela la paternidad de su pareja. En el caso en que
ésta acepte esa situación de no tener hijos podría decir a su pareja: “Es un regalo
especial que te quedes conmigo aunque yo no quiera engendrar un hijo. Lo
reconozco profundamente. Podrás contar conmigo de manera muy especial.” En
una pareja, cuando uno de ellos recibe demasiado se crea una situación difícil,
pues en vez de que aparezca la gratitud se produce el enojo en relación a lo que
se ha recibido.

Terminación de la pareja
Al concluir este tipo de relación es importante que los hijos sepan que los
problemas entre sus padres no son su responsabilidad y que pueden mantener
vínculos amorosos con ambos padres. Algunas frases sanadoras contribuyen a
que los hijos se sientan en paz, a pesar del divorcio. Para finalizar una pareja es
importante que sus miembros logren despedirse, una forma es diciendo, uno por
uno: “Agradezco lo bueno que tuvimos, especialmente los hijos. Tomo la mitad
de responsabilidad de lo que no funcionó entre nosotros. Te entrego los sueños
que ya no vamos a compartir y, por mí, tú ya eres libre.” Cuando la pareja se
separa, ambos pueden decir: “Siempre te veré en los ojos de nuestros hijos.” La
mujer le dice a su ex marido: “Estaba enojada porque heriste mi orgullo, pero
también me diste oportunidad de mirarme.”
Para cualquier hijo es sanador ver en la Constelación a los padres
cercanos entre sí, no importa si ya están muertos, distanciados o divorciados, y
que ellos le digan: “Cuando te procreamos estuvimos muy juntos y nos
queríamos.” Los padres próximos al divorcio hablan con su hija o hijo:
“Seguimos siendo tus padres. Estoy a tu lado como tu madre o como tu padre.”
Una mujer puede decirle a su hijo: “Aunque esté separada de tu padre, lo
reconozco como tu papá y como mi primer compañero.”
Una madre diría a su hija: “Quise mucho a tu padre y en ti lo sigo
queriendo. Yo soy la grande y tú la pequeña.” Si se pregunta a los niños con
quién quieren vivir, en caso del divorcio, generalmente contestan que con el
padre más débil o con el que ha sido injustamente tratado. La lealtad de un hijo
puede ir hacia el padre al que ve con menor frecuencia. Lo mejor para los hijos
es que permanezcan con el padre que puede respetar más al otro y, de
preferencia, mantenerse todos los hermanos juntos en una misma casa. Al tomar
una decisión sobre con quien va a vivir, el hijo deberá hablar con sus papás
explicándoles: “Me quedo con mamá, mi lugar es aquí. Me quedo con ella,
aunque tú te vayas. Papá, mírame con buenos ojos.” El papá autoriza diciéndole:
“Tu lugar es al lado de mamá.” Impedir que un hijo vea al otro progenitor es un
crimen moral y a veces legal. Las herencias económicas pertenecen a quien las
recibe. En cuanto a los bienes adquiridos mientras fueron pareja, sería justo que
se quedara cada uno con 50%.

Familias reconstituidas
Ningún vínculo posterior se logra si no se ha resuelto y reconocido el
anterior. Resolver se refiere a reconocer lo que fue, agradecer lo positivo que
hubo, asumir la responsabilidad compartida de lo que no se pudo lograr y
despedirse sin rencores. Se puede edificar una nueva relación, pero no sobre las
cenizas de la anterior, sino sobre lo que uno ha creado previamente. En este
sentido se dicen frases sanadoras que ayudan a reconocer lo que es.
El marido puede decir: “Ella es mi segunda esposa y les pido que por favor
la traten bien.” o “Mira, ésta es mi nueva mujer. Con ella tengo estos hijos. Por
favor míranos con buenos ojos.” Permanecer en el enojo con alguien es una
forma de atadura. Sólo el amor concede la libertad. Cuando una segunda
cónyuge ataca a la primera, está empujando al marido hacia el primer vínculo.
La segunda pareja debería pensar o decir en la Constelación Familiar a la
primera una o varias de las siguientes frases. “Te doy las gracias por haberme
hecho espacio. Tú fuiste su esposa antes que yo. Te honro como su primera
esposa. Yo apoyo a mi marido para que él pueda criar a tu hija. Tú lo perdiste, yo
lo gané. Lo tendré por un tiempo y tarde o temprano lo perderé también.”
Una mujer diría a su ex pareja: “Reconozco tu grandeza. Te respeto en
nuestro hijo. Éste es mi nuevo compañero ahora y esta es nuestra hija pequeña.
Mírala con buenos ojos y a nosotros también.”
En una pareja de segundo matrimonio, la hija de esta segunda unión diría a
su padre: “Mírame como tu hija, yo te tomo como mi padre. Esta es mi madre,
yo soy su hija. Con tu primera mujer no tengo nada que ver. Yo me atengo a
ustedes dos.”
La hija le dice a la madre: “Tú eres la única verdadera para mí. Con la
primera mujer de papá no tengo nada que ver. Por favor mírame como tu hija y
yo te tomo como mi madre. Tú eres la grande y yo la pequeña.” La paternidad no
tiene que ver con lo moral, sino con dar la vida. El divorcio es una oportunidad
para que cada uno sepa quién es y cómo es sin el otro; puede ser un camino de
crecimiento. Un segundo esposo se dirige al primero: “Tú eres el primero. Yo, el
segundo. Por favor sé afable.”
6. Padres e hijos
Según las Constelaciones Familiares hay que honrar a nuestros padres, lo
que es fundamental para florecer en la vida. Los hijos por amor actúan
inconscientemente lo que los padres necesitan o niegan. Si los padres sienten un
gran dolor, sus hijos no pueden crecer fácilmente, pues se sienten culpables. Es
tan importante pertenecer al sistema familiar, que muchos hijos declinan florecer
para no superar a sus padres, hermanos o primos y evitando ser diferentes.
Si alguien se considera mal nacido, por ejemplo, cuando fue del sexo
indeseado por los padres, puede ser acunado por varias personas que le dan la
bienvenida al mundo. Los hijos regresan como carga un aspecto o sentimiento a
los padres o a los abuelos y pueden añadir: “Necesito mis manos libres para mi
vida y mis proyectos.” Los hijos parentalizados no pueden ser tolerantes con sus
propios hijos. Ponemos a la representante de su madre atrás de él y así
impedimos que el hijo se ocupe de la madre. Qué podemos entregar a nuestros
padres, ¿qué nos estorba y nos impide hacer pareja? ¡Entreguemos la carga
ajena!
Si el hijo toma los méritos de los padres se producen consecuencias
negativas al tomar el derecho sin pagar el precio, por ejemplo, en el caso de
herencias. Cuando los hijos, por amor, toman el sufrimiento del padre, le restan a
él fuerza y dignidad sin beneficio para ninguno. El hijo va perdiendo su propio
destino. Cuando el hijo abraza en Constelaciones Familiares a su padre que fue
asesino, el hijo ya no tiene que convertirse también en asesino; le deja la
fechoría al perpetrador. Una mamá que no fue mirada no puede ver a su hijo. Le
pondremos atrás primero a una mamá que la mire a ella, y posteriormente podrá
ver a su hijo.
El derecho y la justicia se trabajan en las Constelaciones Familiares para
que haya equilibrio. Un pleito constante con el padre es igual a una conexión
muy fuerte y a veces se refiere a una lealtad invisible[*] hacia algún miembro de
generaciones anteriores, que por alguna razón está excluido del sistema; por
ejemplo, cuando un hijo está identificado con una pareja anterior del padre o de
la madre.
Si la hija pone distancia, por miedo, entre ella y papá, esa es la distancia que
habrá entre ella como mujer y los hombres de su vida. Si no arregla la relación
con su papá, más tarde le será difícil conservar a una pareja. Lo que rechazamos
con más vehemencia, sobre todo si proviene de nuestros padres, es justamente lo
que vamos a tener en abundancia, pues cuando lo rechazamos ya se trata de una
proyección. En la Constelación Familiar si la fijación afectiva es muy grande
con la madre, se diluye trayendo a una abuela y bisabuela, para que se sienta el
linaje femenino. Si una mujer no pudo tomar a su madre, le conviene ser rodeada
por otras mujeres o apoyarse en ellas; quienes representan a sus antepasadas le
darán energía y seguridad. Lo mismo para los hombres con otros hombres.
A menudo los hijos únicos reciben miradas en exceso y eso les dificulta
florecer. Cuando una madre (o padre) ve exageradamente a un hijo, realmente
está mirando en él a algún hermano(a) o a alguno de sus padres. Cuando un
padre, en la Constelación Familiar no puede acercarse o ver a un hijo, no
significa falta de amor, se trata de un enredo sistémico[*]. Su energía está
comprometida más atrás. Para favorecer el acercamiento entre padre e hijo se
necesita develar la dinámica oculta, como cuando este hijo se identifica con
alguien que fue ignorado, no fue reconocido, a quien no se le ha agradecido por
lo que hizo o que fue ignorado precisamente por lo que hizo (a veces es por algo
que se consideró vergonzoso en aquella época).
Todas las madres tienen una parte de buen corazón y quieren ver a sus hijos
felices, aunque tal vez desde la apariencia puedan desear algo diferente. Según
las situaciones, se adecuan las frases sanadoras. A continuación se enumeran
varias para que el lector comprenda cómo ayudan al solicitante a resolver su
situación, según sea lo que éste requiera poner en orden.

Frases que los padres dirigen a los hijos
“Yo soy el grande, tú la chica.” “Los grandes bendicen a los pequeños, los
hijos honran a los padres.” “Hubiera querido hacerlo mejor, hice lo que pude.
Tuve que irme.”
Un padre a un hijo nunca le pide perdón, pues el hijo no tiene derecho de
absolverlo. El padre puede decir: “Lo siento mucho, no me di cuenta cuánto te
lastimé, no había podido verte.”
Si no llegan a la reconciliación total uno de ellos dice: “Quisiera acercarme
pero necesito más tiempo.” Un hijo podría decir: “La violencia la dejo contigo.
De ti tomo la vida y te la agradezco.”
Si hay una gran dificultad en el vínculo de madre e hijo, se puede pedir a la
representante de la madre que diga: “Te llevé en el vientre por nueve meses...”
Las mujeres somos responsables de qué transmitimos de la imagen del
padre y de cómo lo hacemos, independientemente de que esté presente, ausente o
muerto. Una madre le dice a su hijo: “Yo te enseñé a querer a tu padre, que te dio
la vida. Sin él, no estarías aquí.”

Frases que los hijos dice a los padres
Si el cliente insiste en perdonar a mamá o papá, sugerimos que diga: “Te
perdono, papá, de corazón. Me pongo por encima de ti.” También podemos
colocarlo en postura islámica, acostado boca abajo con los brazos extendidos y
palmas hacia arriba. Esta postura ayuda a disminuir la arrogancia.
Los hijos que han golpeado a su progenitor no florecen en la vida. Se les
puede pedir que digan: “Antes de ir hacia ti, mamá o papá, me quedo sola,
aunque me vaya mal.”
Si el padre es viejo, el hijo puede decirle: “Te cuidaré de la manera más
conveniente, como yo pueda y como yo quiera.”
El hijo dirá a sus padres: “Tomo la vida de ustedes, tal como la recibí, con
sus limitaciones.” “Te tomo tal como eres, papá y te dejo tus fechorías.” “Para
mí eres el único verdadero y el correcto.” “Tomo lo que de mis padres recibí.
Los honro y procuraré que de mí pase a otros.”
Una hija que haya sido la predilecta de papá, a veces, ya adulta no puede ser
pareja de otro hombre y le dice al padre: “Disfruté siendo tu consentida y pagué
un precio por ello: perder a mamá y a mis hermanos.” En la Constelación tiene
que honrar profundamente a la madre.
Una hija a su madre le podría decir: “Mi amor por papá fue tan grande que a
ti te perdí en el camino.” La hija con un padre violento o distanciado puede
decirle: “Tomo lo bueno que me llegó de ti y lo que no me sirve, te lo dejo.” “Tú
eres el grande, yo soy la pequeña.” “Dame tu bendición para vivir una vida
plena.” “Por favor, bendíceme.”
Un hijo le dice a su madre: “Tomo todo lo bueno y lo no tan bueno, al
precio que te costó y que me cuesta a mí. Voy a hacer algo bueno de mi vida para
honrar a ti y a papá.”
El hijo se dirige a sus padres, hablándole primero a su padre y después a los
dos al mismo tiempo: “Gracias porque a través del amor a mi mamá me diste la
vida. Haré algo bueno para honrarlos. Por favor mira con ojos amorosos si me va
bien y triunfo.”
“Tomo la vida al precio que me cuesta y al precio que les costó, aunque es
muy alto. La tomo tal y como me viene dada. Soy su hijo, el adecuado para
ustedes”. Esto se dice cuando alguien padece alguna enfermedad familiar y con
esto la acepta.
El hijo también puede decir: “Si ustedes son mis padres y soy como ustedes,
todo lo que estaba en ustedes también está en mí. Estoy de acuerdo en que sean
mis padres, con todas las consecuencias que esto tenga para mí (enfermedades,
maltratos, desamor). Tomo lo bueno que me dieron, la vida, que es lo más
importante, el mejor regalo que recibí y me basta. El resto lo hago yo y ahora los
dejo en paz y confío en que ustedes llevarán nuestra suerte de la mejor manera.”

Frases que el constelador les pide a los hijos que digan en relación a sus
padres.
Los padres obtienen su grandeza a través del reconocimiento de los hijos y
viceversa. Tomar a los padres en Constelaciones es igual a tomar la vida, con lo
positivo. Por las cosas negativas ya hemos pagado el precio, que es el
sufrimiento. El no tomar a uno de los padres lleva a la depresión. Lo importante
es que nos dieron la vida.
Si el hijo está muy reticente a tomar a su padre, podemos decirle: “Éste es el
único padre para ti: ¿lo tomas o lo dejas?” A veces conviene que el constelador
guíe al cliente a subrayar lo obvio: “Tengo la mitad de mamá, la otra de papá.”

Frases intercambiadas entre padres e hijos
Un padre golpeador podría decir: “En mi linaje aprendimos la violencia, así
somos, no nos ha traído cosas buenas, hubiera querido ser diferente.” Y el hijo
contestaría: “Estoy resentido por tu violencia, y te agradezco que me hayas dado
la vida.”
La madre a un hijo o hija: “Si tú quieres ser como tu padre, estoy de
acuerdo. Todo lo que tienes de él, lo amo en ti.” En cada una de las células
traemos la energía que fue grabada de nuestros ancestros. El hijo habla con sus
papás: “Mamá o papá, tómame como tu hijo. Tú eres la mamá, yo soy el hijo. Tú
eres la grande, yo el pequeño. Tú das, yo recibo.” Este hijo puede agregar: “Tú
eres el adecuado para mí y puedes tomarme como tu hijo. Yo soy tu hijo, por
favor, mírame como tal. Desde ahora te llevo como mi papá, al que honro.” El
padre o la madre le responden: “Te tomo como mi hija y te llevo en mi corazón,
como tu padre o madre.”
Si hay una carga se le dice al cliente: “Devuélvela adonde pertenece.” Si el
cliente no puede, a manera de desafío terapéutico, se le pide que se dirija a la
persona que es el dueño original de la carga y le diga: “Lo cargo con gusto por
ti.” Cargar algo ajeno hace al que lleva la carga sentirse especial. Se le pide que
agregue: “Aunque arruine mi propia vida, lo sigo cargando, aunque no florezca.”
Si el cliente se decide al cambio, dirá: “Necesito las manos libres para mi
vida, mi trabajo, mis hijos, etc. No tengo el derecho de cargar tu destino, sólo el
mío. Por favor toma lo que te pertenece. Lo cargué por amor y lo devuelvo igual
con amor.” El padre puede responder “Con ello recupero mi dignidad.”

7. Hijos adoptivos
Los padres adoptivos son los representantes de los biológicos. Si quieren
adoptar un hijo, deberían ponerse en el lugar del niño y preguntarse qué es lo
mejor para él. Para B. Hellinger, el niño huérfano temprano, debe ser criado de
preferencia por alguien de su familia, como sus tíos o abuelos, y si esto no es
posible, a veces se sugiere que permanezca en una institución. Las adopciones
inadecuadas, las que se llevan a cabo más por satisfacer el narcisismo de los
padres adoptadores que por responder genuinamente a las necesidades del niño,
no honran la fuente de vida, rompen el orden en el amor y pierden de vista al
adoptado. No debe adoptarse a un niño de otra etnia porque es estrafalario y
omnipotente. El hijo adoptivo pierde su linaje real, aunque tiene energía de los
padres adoptivos. En las Constelaciones Familiares, los padres adoptivos deben
agradecer a los biológicos y viceversa. Cuando sólo un miembro de la pareja
desea la adopción, puede ser un riesgo para la relación de pareja. Tal vez la
mujer se siente incompleta sin hijo y cuando por fin lo recibe, a menudo el bebé
y la madre quedan demasiado cercanos y el esposo desplazado.
Al final de una Constelación, el hijo adoptivo dice: “Tengo cuatro padres.
Tomo la energía de todos ellos y la de mis múltiples ancestros. A quien sea le
puedo decir que soy adoptado.” Los hijos adoptivos pertenecen a dos sistemas
familiares y después de una Constelación Familiar donde se ha puesto orden,
pueden entrar y salir de ambos. Si la adopción es realmente desde el amor,
incluye la posibilidad de que si aparecen los padres biológicos, durante los
primeros años, los padres de crianza devuelvan al hijo adoptado. Los padres
adoptivos podrían finalizar un trabajo de Constelación diciendo: “No eres hijo
mío, nunca lo fuiste. Te deseo lo mejor de todo corazón y te dejo con tu madre o
con tu padre.” El hijo diría: “Lo siento, ahora me voy con mi madre biológica.”
Los padres biológicos le dirían al hijo ya adoptado por otra pareja: “Te he
perdido y lo asumo.” El hijo diría: “Recibo la vida de ustedes. Pero ahora voy
con mis padres adoptivos que me mantendrán en la vida.” La madre adoptiva le
dice a la biológica: “Lamento mucho lo que habrás sufrido. Nos contaron cosas
de ti, pero la verdad sólo tú la sabes. Para mí siempre fuiste su madre y estuviste
presente.”

8. Abortos
Hacerse cargo de la responsabilidad es igual a asumir la culpa.
Recomendamos vivir el dolor para poder repararlo sanamente. El aborto se
resuelve en el dolor, no negándolo. En el corazón de los padres el abortado tiene
un lugar, el que le habría correspondido en la serie de hijos. Si hay mucha carga
emocional, se puede recomendar a los padres pasear (metafóricamente) al niño
no nacido durante un año, pensándolo en todas sus posibilidades. También se
puede recomendar un ritual en el que la pareja escribe una carta al bebé no
nacido y después la coloca cerca de una planta. La madre o el padre le dicen al
niño no nacido por aborto provocado: “Tuve la fuerza para concebirte pero no
para conservarte. Tú lo diste todo. Yo lo tomé todo. Lo siento.” Los padres
dicen: “Lo hicimos juntos, lo llevamos juntos. Así lo decidimos y asumimos las
consecuencias.”
En el aborto provocado la decisión final la tiene la mujer. Esa decisión, o
responsabilidad, no se divide. Cada uno de los padres toma el 100% (aunque
esto sume 200). Una de las frases que se pueden decir es: “No te quiero, eres una
carga para mí, mi vida es más importante que la tuya, no me siento preparada.”
El bebé acepta su destino. Si en la Constelación está representada la pareja, sus
miembros se miran entre sí y después se despiden del no nacido diciéndole:
“Tienes un lugar en nuestro corazón. Te tomamos como nuestro hijo. Siempre
serás nuestro hijo.” “Ahora somos tus padres. Te tomamos como hijo y
reconocemos que hayas hecho sitio para que a nosotros nos vaya mejor.” Si la
madre ve al hijo abortado, asume su responsabilidad, lo toca y lo llora, la culpa
disminuye. Un cónyuge a otro: “Los dos lo llevamos juntos. En ese momento
consideramos que era lo mejor que podíamos hacer.” Con las manos de ambos
padres en la cabeza del niño no nacido le dicen: “Te damos la bendición. Eres
parte de la familia. Tienes un lugar en nuestro corazón.”
Si después de un aborto provocado hubo otro hijo, la madre dice al
abortado: “Después de ti, pude dar vida. Éste es tu hermano, el segundo.” El
hermano segundo dice: “Tú eres mi hermano y te fuiste, yo me quedé. Mírame
con ojos amorosos si a mí me va bien en la vida. Me inclino con respeto ante tu
destino y seguirás siendo mi hermano.” Los hermanos del niño no nacido a veces
también están involucrados porque, después de un aborto, es difícil para esos
padres ver y recibir al siguiente hijo vivo.
Por ejemplo, cuando alguna persona nace después de que sus padres
perdieron a un hijo que no nació, a menudo se nota que lleva parte de la tristeza
que tuvieron los padres por haber perdido al hijo anterior. Para liberar una carga
hay que aceptar la responsabilidad de lo que uno hizo. La mujer en el aborto
pierde algo de su alma y su cuerpo. El alma intenta recuperar lo que perdió, pues
aunque sean pocos meses el vínculo con el hijo ya existía. Los abortos
espontáneos tienen menos importancia que los anteriores, pero en
Constelaciones Familiares también son considerados.

9. Salud y enfermedad
Muchas enfermedades son un proceso psicosomático y es importante prestar
atención a la parte de nuestro cuerpo que representa metafóricamente una parte
de nuestra vida, algo que no hemos podido expresar suficientemente. Por
ejemplo, la esofagitis es como algo que quema y a menudo se trata de algún
secreto familiar. La enfermedad siempre es algo simbólico. El reflujo significa:
no me lo trago, no es mío. Cuando un conflicto es muy profundo se tienen
reacciones corporales, como comezones, alergias o dermatitis. A veces, el
síntoma puede resultar de una lealtad invisible y haber ayudado al paciente a
crecer y a encontrar su esencia. Al final la Gran Alma decide si se puede quitar o
no y también influye si el paciente está listo o no para dejarlo.
Cuando la Constelación sea en relación a un síntoma o a una enfermedad
debemos preguntar: “¿Desde cuándo apareció? ¿Qué pasaba en tu vida poco
antes? ¿Quién más lo tuvo en tu familia? ¿Qué quieres lograr hoy? ¿Qué sería
diferente?” La Constelación Familiar puede ser útil a un enfermo para encontrar
el sentido de su enfermedad, mejorar su calidad de vida, perder el miedo a la
muerte, reconocer lo que es, honrar su destino o ver a otros miembros de su
familia con los mismos síntomas. En estos casos, el paciente puede decir: “Si
éste es el precio por pertenecer, lo acepto.” La enfermedad terminal se relaciona
con una parte excluida o alienada en nosotros, sigue al alma.
Las dinámicas ocultas que aparecen en Constelaciones Familiares, cuando
trabajamos síntomas o enfermedades son:

 Movimiento interrumpido con alguno de los padres.
La enfermedad es una manera de expresar el profundo dolor por la
separación sufrida en los primeros años de vida. En algunas teorías, el
movimiento interrumpido se presenta cuando la mamá, por cualquier razón,
tarda más de dos días en conocer y tocar a su hijo recién nacido. El niño
manifiesta una dificultad para mantenerse saludable y feliz en la vida.

 Yo te sigo a la enfermedad o a la muerte.
A menudo vemos que en una familia, poco tiempo después de que muere
una persona, otra le sigue a la muerte y a veces con la misma enfermedad, como
si le hubiera copiado a la primera.

 Yo lo cargo por ti.
Esto ocurre cuando un hijo cree poder salvar a su progenitor o progenitora
enfermándose él mismo.

 Yo, antes que tú.
Si un ser querido está enfermo, otro puede actuar como si dijera: “En vista
de que tú, hermano o padre, lo padeces, yo me adelanto (con la misma dolencia)
y me hago cargo para salvarte a ti.”

 Yo, como tú.
“Ya que tú, querido pariente (se dice el hecho), yo también.” Si hay un
enfermo en la familia otra persona puede acompañar solidarizándose inútilmente
como si con esto dijera: “Aquí pertenezco. Quiero formar parte de ustedes y
cualquiera que sea el destino de esta familia, lo comparto.”
Vino a constelar un hombre de 31 años que caminaba con dificultad y se
apoyaba en un bastón, arrastrando una pierna. Me dijo que cuatro años atrás
empezó a perder fuerza en los músculos de la pierna izquierda y que no tiene una
explicación médica. En esa época, su mamá (ya divorciada) encontró pareja y él,
sin proponérselo, tuvo una hija con una mujer con quien no continuó la relación.
Le pedí que se colocara directamente frente a dos representantes de sus
padres. La representante de la madre casi no podía sostenerse y se doblaba del
dolor en la cadera, la rodilla y el pie izquierdo. El cliente le dijo enseguida:
“Mamá, yo te voy a ayudar con tu dolor.” Se corrigió y dijo: “Me da mucha pena
tu dolor.” Tuve que poner a otra representante de la madre pues la primera
elegida ya no podía estar de pie y estaba a punto de desmayarse. El cliente contó
que su madre, cuando ya no vivía con su papá, tuvo una fractura en el pie
izquierdo y después otras complicaciones en la cadera y la rodilla, del mismo
lado del que ahora él estaba afectado. Le pedí a la representante de la mamá que
le dijera: “Querido hijo, nada que tú hagas hoy puede cambiar lo que ya
aconteció. Tú no puedes tomar mi dolor. El tuyo acrecienta mis preocupaciones.”
Ahí terminamos y el cliente se fue sonriendo a su lugar.

 Expiación por una culpa personal.
Cuando alguien no liquidó una deuda, alguna persona que pertenece al
mismo sistema donde se cometió alguna injusticia, varias generaciones más
tarde puede, con su salud, pagar la fechoría cometida por otro anteriormente. Por
ejemplo, el dueño de una mina en la que hubo varios muertos, años después,
puede tener hijos o nietos que inexplicablemente padezcan serias enfermedades,
como expiando las culpas para con aquellas familias de mineros que con su vida
dieron riquezas al abuelo dueño de la mina.

 Prefiero enfermarme antes que tomarte mamá o papá.
A veces, la terca obstinación de algún hijo soberbio que prefiere tachar,
juzgar y reprobar a su padre o madre le cuesta a él alguna enfermedad, como
vemos a menudo en la artritis.

 Empezar una enfermedad, para tener un sentido en la vida.
Curarse antes que morirse. A veces, un síntoma protege al cliente de ir a la
muerte. Ocurre esta situación cuando subyacen situaciones depresivas previas.

 Para representar a alguna persona excluida.
Y así reintegrarla al sistema, como mecanismo compensatorio. Muchas
enfermedades representan a alguien que fue excluido del sistema. Trayendo a la
persona excluida en las Constelaciones Familiares, la enfermedad ya no tiene
propósito.

 Me enfermo, padres, para que ustedes se unan.
En casi todos los casos de anorexia vemos muy claramente que una hija se
deja llevar por el deseo de reunir a sus padres, aunque el precio sea sacrificar su
salud y arriesgar su vida. A menudo vemos que si el padre estaba a punto de
dejar a la familia, su hija se enferma como diciendo: “Antes de que te vayas tú,
me voy yo.” Durante las hospitalizaciones, los padres, al visitarla juntos, se
acercan entre sí y a ella. La paciente, con su sacrificio, cree mantener la unión de
la familia.
Si la enfermedad es grave, crónica y degenerativa, muy posiblemente se
relaciona con un asunto ocurrido en una tercera o cuarta generación, hacia atrás.
Si se trata de una enfermedad relacionada con varias generaciones anteriores, el
consultante puede decir al finalizar la Constelación. “Los honro y les dejo este
destino en sus manos, para que lo mantengan en el pasado y que ya no afecte al
presente ni a generaciones futuras.”
Si el cliente llega para decirle adiós a un familiar que padece una
enfermedad degenerativa, tiene que despedirse del estado saludable que tuvo
antes su pariente y puede decirle: “Cuando te veo ahora, también te veo como
eras antes.” El consultante, además, necesita prepararse para el duelo de la
muerte que se aproxima. Es importante que se aluda también a lo que se ha
recibido de esa persona.
Si un hijo nace discapacitado, los padres se preguntan: “¿Qué hice mal, yo o
mi pareja?” Este hijo suele separarlos por la fantasía de que pudieron haber
hecho algo equivocado. En una Constelación sobre este tema, al final uno de los
padres le dice al otro: “Es nuestro hijo. Lo tenemos y lo cuidaremos juntos, de la
mejor manera.”
Señalo nuevamente que ante un síntoma o enfermedad es necesario:

1. Verla

2. Reconocerla

3. Agradecerla

4. Honrarla

5. Integrarla y dejarla

En relación con los puntos uno y dos, no se puede soltar lo que no se ha
tomado. En Constelaciones Familiares, la diabetes tiene que ser mi diabetes.
Aunque generalmente las personas enfermas se enojan, ignoran, niegan, se
entristecen o manifiestan temor frente a su enfermedad, es fundamental que
logren hacer lo indicado en los puntos tercero y cuarto. Somos responsables de
nuestros síntomas y los podemos curar. Al principio los síntomas son
funcionales, pero luego estorban, como la tristeza. A veces es mejor quedarse
con el síntoma y no cambiarlo porque sería peor. No es bueno luchar contra el
síntoma, porque éste fortalece al que lo padece. Sería mejor que fuera visto
como un amigo, pues lo acompañó y ayudó a encontrar la esencia y a crecer. Al
final la Gran Alma decide si se puede quitar o no el síntoma y también influye en
esto que el paciente esté realmente listo para liberarse de él.
Da culpa florecer cuando hay un minusválido cercano en la familia, y a
través del trabajo de Constelaciones los clientes aprenden que el dolor
compartido se multiplica. Se convierte en el doble, no la mitad; mostramos la
inutilidad de llevar consigo el dolor ajeno. Por ejemplo, en el caso de una madre
paralítica a ella en nada le ayuda que uno de sus hijos sufra un accidente y se
fracture algún hueso, que tenga artritis o esclerosis lateral amiotrófica. Hay que
honrar el destino del otro, quien al final nos bendice para que nos vaya mejor.
Desde el amor, cada uno quiere que florezca el prójimo. El miedo es más
contagioso que la esperanza. Otras personas confirman nuestros temores. El
miedo a enfermar puede llevar a la enfermedad.

Enfermedades que se relacionan con dificultades con la madre
En los talleres de Constelaciones Familiares, cuando alguien plantea una
enfermedad, notamos que la persona más frecuentemente excluida en el sistema
de los pacientes que padecen estas enfermedades es la madre. Honrarla y tomarla
equivale a disponer de una fuerza sanadora para sí. En el caso de una
enfermedad que la madre padeció y uno de sus hijos también, este podría decirle
a ella en una Constelación Familiar: “Querida mamá, si esto forma parte de mi
destino, estoy de acuerdo.” La madre finaliza diciendo: “No tienes por qué
recordarme a través de la enfermedad.”
En un caso de artritis, la pacienta mira a su mamá y le dice: “No te tomo
pase lo que pase.” Frecuentemente, en estos casos, las manos se crispan en el
sentido inverso de cómo sería dar un abrazo o una caricia.
El asma aparece a menudo cuando la madre es sobre protectora y el hijo
tiene dificultad para acercarse a su padre por miedo a traicionar a su madre. El
paciente tiene dificultad para exhalar; frecuentemente se trata de un movimiento
interrumpido[*], al no poder entregarse a alguno de sus padres.
El cáncer es igual a rechazar a la madre; es una forma de expiación.
Muchas veces está ligado al resentimiento y al rencor. A menudo viene después
de una situación dolorosa y traumática que no se expresó suficientemente. Se
desencadena por un shock emocional que alguien vive en soledad.
Las enfermedades del sistema neuroendócrino y el Alzheimer a veces se
presentan cuando hay algún secreto en la familia.
Todo lo digestivo, los problemas de páncreas e hígado y la úlcera se ven
como un intento de escapar de la madre.
Las úlceras duodenales y la mala absorción intestinal son equivalentes de
rechazo a la madre y de no tomar la vida.
Las personas que disfrutan hablando de sus enfermedades encuentran en
ello un sustituto de la madre y si en la Constelación toman a la mamá, ya no
necesitan a las enfermedades. Si la mamá está en fase terminal, la hija diría: “Me
quedo contigo mientras nos sea permitido.” El anhelo por la muerte es un anhelo
por la mamá ya fallecida. Entonces, la enfermedad puede ser vivida como un
modo de reencontrarla. En un caso semejante, en el trabajo de la Constelación
Familiar la madre miraría a la cliente y le diría: “Hagas lo que hagas, de mí ya
no vas a recibir más” y muchas veces la enfermedad, por seria que sea, puede
remitir.

Enfermedades que se relacionan con las dificultades con el padre
La artritis reumatoide, el sistema respiratorio y lo motriz. Las
enfermedades del sistema inmunológico y neurológico, así como el mal de
Parkinson. Un hijo enfermo y parentalizado le diría a su padre, también enfermo:
“Mejor que sea yo, y no tú, papá.” En la imagen de solución, la frase final podría
ser: “Querido papá, aunque tú te vayas, yo me quedo.”
La bulimia generalmente implica un conflicto fuerte de exclusión entre
madre y padre. El paciente, por una parte toma (comiendo) y por la otra rechaza
(vomitando). Muchas veces el padre no es respetado por la madre, sino
perseguido con odio, como si la madre dijera: “Lo bueno sólo viene de mí.” El
obstáculo es que la madre no tolera que la hija vea al padre. Todo esto es
inconsciente; la hija sufre mucho.
Recuerdo un caso en el que yo requerí que los padres estuvieran durante la
Constelación de su hija que ya pesaba 38 Kg. y había sido ingresada al hospital
numerosas veces. El papá, antes de entrar al lugar del trabajo y mirando a todos
lo asistentes, dijo en voz muy alta: “Hoy entro a esta habitación porque se trata
de mi querida hija, pero quiero dejar bien claro que desde hace siete años que me
divorcié de su madre, nunca hemos compartido un espacio ella y yo.”

Relaciones entre enfermedades y diversos problemas
El acné enquistado manifiesta la dificultad del adolescente para ser adulto o
el duelo por dejar el cuerpo infantil.
A menudo, el ataque epiléptico o el desmayo se debe a la culpa producida al
sentir un gran enojo o cuando alguien teme convertirse en asesino. El síntoma
puede ser una ayuda, tiene una función y representa la óptima alternativa.
La deshidratación aparece como consecuencia de no tomar la vida y callar
los sentimientos más profundos.
La diabetes se da cuando no se puede recibir lo dulce de la vida. Se tiene
dificultad para las relaciones afectuosas y se es intolerante.
La diarrea se relaciona con la tristeza y el dolor.
El esquizofrénico tiene dos identificaciones: una con el perpetrador de la
falta y otra con la víctima de algún asesinato que haya ocurrido varias
generaciones antes en su familia.
En casos de enfermedades graves y de psicosis, casi siempre encontramos
tres o cuatro generaciones implicadas; de ahí viene la escisión. Un verdadero
enredo sistémico, aparece en la segunda o tercera generación, cuando víctima y
victimario son de la misma familia.
El estreñimiento se refiere a no soltar y no saber lo que se debe dejar.
La gastritis es metafóricamente igual a algo que quema como, por ejemplo,
un secreto o un asunto pendiente no resuelto que coincidan con la época en que
comenzó el malestar.
Cuando hay neurodermatitis regularmente es por mucho enojo y a veces
con relación a parejas anteriores de la madre o del padre. El hijo puede decir
junto a su padre: “Yo pertenezco aquí, no tengo nada que ver con usted”,
mirando al representante de la pareja anterior. Otras veces representa un secreto
familiar.
La gente asustada o triste fácilmente se enferma de los pulmones. Los
tuberculosos están tristes antes de tener la enfermedad.
El ardor y la pesadez tienen que ver con enojo.
La colitis ulcerativa se relaciona con problemas de arraigo con la tierra; tal
vez no se reconoce a los ancestros.
Cuando en una Constelación encuentro que un paciente acaba de conocer un
diagnóstico y vemos su dinámica, muchas veces, si él está en un caos mental que
pudiera durarle varios días, lo invito a buscar un grupo de pares en el que cada
uno hable de lo que le pasa, de cómo se siente, y pueda pensar de manera realista
en la evolución de su enfermedad y llegar a cierta tranquilidad que le haga más
llevadera su nueva situación.
El grupo más antiguo con estas características fue dirigido por el Dr. Pratt,
que reunía a tuberculosos para hablar de su padecimiento y de la vergüenza que
les acompañaba. Seguramente es equiparable a lo que hoy se vive respecto del
SIDA, la esquizofrenia y las adicciones en general.
Definitivamente, las catástrofes vividas en grupo (como los sismos de 1985)
encuentran su mejor solución al ser elaboradas también en colectivo. En el
grupo, después de hacer un resumen de lo irrecuperable, se hace un balance de lo
que aún queda y los unos se apoyan en los otros, se reciprocan.
Recuerdo a un obrero que se accidentó por la mañana y cuando descubrió,
varias horas después, que su brazo estaba vendado pero le faltaba la mano, al
mirarse exclamó: “Todavía estoy vivo. Perdí sólo una mano. Como no me va a
crecer ahora mi trabajo es aprender a vivir sin ella.” La sabiduría de este hombre
fue muy impactante. Pocas veces encontramos que alguien pueda reaccionar tan
rápidamente para reconocer lo que es, pues en pocas horas transitó de la fase de
impacto, a la de tensión y luego a la de resolución.
En 1920 Gustave Le Bon escribió Psicología de las multitudes, y un año
después Freud publicó Psicología de las masas. En ambas obras explican que en
un grupo grande los individuos se comportan más emocionales y menos
intelectuales. Así cada uno puede externar su inconsciente individual y se
desvanecen las represiones, dando lugar a un vínculo amoroso que, para Freud,
es lo que mantiene la cohesión de todo lo existente.
Estas explicaciones aplican también para comprender el nivel emocional y
liberador que se produce cuando un grupo de extraños se reúne para llevar a
cabo, compartir y presenciar una o varias Constelaciones Familiares, aunque el
número de participantes sea solamente ocho.

Hay un espectáculo
mayor que el mar
y es el cielo. Hay un
espectáculo mayor
que el cielo y es el
interior del alma.
― Victor Hugo, Los
Miserables


Consideraciones sobre enfermedades y salud
A veces, en una Constelación Familiar, la persona enferma ve a la muerte y
la enfrenta con alegría. En Constelaciones, la muerte como entidad nunca se
desplaza. La representante de la muerte de una persona en particular puede
hablar y moverse. La cliente puede acercarse y decirle: “Está bien, es mi lugar.”
Ante cierta situación, la muerte concreta de alguien puede decir: “No es tu
tiempo. No vengo por ti hasta que sea tu turno. Soy confiable, no olvido a
nadie.” Soluciones: “Aunque tú te vayas, yo me quedo.”
Si uno enferma y mira al cielo, conviene arraigarse a la tierra para sanar.
Después de ver de frente a alguna enfermedad, el cliente puede decir: “Honro a
la fuerza que me guía por haberme permitido descubrir esta enfermedad a
tiempo, así puedo quedarme en la vida que tomo en mis manos y en mi
corazón.”
La persona que representa a la salud podría decir a quien representa a la
enfermedad: “Tú y yo siempre vamos juntas.” No son excluyentes, forman parte
del mismo proceso de la vida. No existe una sin la otra. La enfermedad y la
muerte, en una Constelación Familiar, producen una sensación de grandeza y
totalidad. A veces, renunciar a la enfermedad se vive también como perder la
pertenencia a un sistema familiar. Y las personas que antes tuvieron la
enfermedad, como la madre, abuela y bisabuela, podrían decir a la representante
de la clienta: “Esto déjalo con nosotras. A partir de tu generación, el destino de
ustedes es distinto.”
Cualquier situación dolorosa ofrece también aspectos positivos que nos
permiten desarrollar nuestro potencial. La enfermedad tal vez sea la causa de
algún efecto que aún desconocemos. Cuando se recupera la salud se puede
disfrutar más el hecho de estar en la vida. Ante una enfermedad, el terapeuta se
encuentra con fuerzas con las que sería arrogante competir. La enfermedad es un
hecho real y hay que asumirlo tal como es. Asumir el dolor reduce el
sufrimiento. Las Constelaciones no curan las enfermedades, pero quitan algunos
obstáculos para llegar a la sanación; de ahí que muchos síntomas desaparezcan
indirectamente. De hecho la imagen final o de solución, tiene un efecto placebo
sobre el consultante. Cualquier representante de un síntoma puede decirle al
cliente: “Un día seré parte de tu pasado.”

10. Adicciones
La adicción tiene una parte negativa y otra positiva que actúa como un ángel
de la guarda. La adicción o el alcoholismo se deben a la carencia o distancia del
padre (tal vez la madre impidió esa relación). Para resolver esa distancia entre
hijo y padre, la madre diría: “Si tú quieres ser como tu padre, estoy de acuerdo.
Todo lo que tienes de él, lo amo en ti.” Para las Constelaciones Familiares, las
adicciones se consideran como un suicidio lento. Algunas personas
alcoholizadas revelan secretos para aliviar su mala conciencia. Cuando una
mujer se empeña en rescatar a un hombre, por ejemplo, del alcoholismo, más
bien lo empuja al abismo; la mejor ayuda es no ayudarle. Los enfermos
alcohólicos deben hacerse cargo de sus responsabilidades.

11. Depresión
En Constelaciones Familiares, la depresión se debe a que no se pudo tomar
a la madre y al padre o por haber tenido un movimiento interrumpido con alguno
de ellos. Todos estamos un poco enamorados de nuestra narrativa del sufrimiento
y, si nadie la oye, nos la contamos repetitivamente. La manera de curar el patrón
de víctima es agradecer, aunque sean cosas que vivimos como negativas.
Cualquier infelicidad se basa en un sistema de creencias equivocadas que
podemos rectificar. El enojo es revitalizante y antidepresivo. La hiperactividad
es para reprimir la depresión. Donde hay coraje, hay tristeza; donde hay tristeza,
hay enojo.
Cuando hay un duelo enquistado[*] es muy fácil que se borren los
recuerdos de las emociones vividas en relación a la pérdida. Por ejemplo, alguien
cuya madre murió cuando él tenía tres años puede no recordar su tristeza pero sí
manifestar el enojo, que utiliza desde entonces para encubrir el dolor. Por lo
tanto, el cliente tiene que expresar, primero corporalmente, los sentimientos
fuertes como coraje, tristeza o vergüenza. Esto se hace llorando, gritando,
pateando o golpeando, entre otras. La soledad, representada por una persona
como un aspecto del solicitante, podría decirle: “No soy una amenaza para ti.
Hace años soy tu acompañante. Cuando nadie se te acercaba, yo estuve contigo.
Si me necesitas, búscame.” Esta nueva forma de ver la soledad alivia al que está
constelando. Lo negativo se vuelve positivo y, al final, caminan juntos tomados
de la mano. Paradójicamente, un niño aprende a estar solo con la presencia de
sus padres en casa; el miedo se quita poco a poco.

12. Suicidio
Siguiendo la filosofía de Constelaciones Familiares de reconocer lo que es,
la solución es aceptar el hecho y que el cliente vea, reconozca, respete y honre,
guardando a esa persona suicida en su corazón, sin juzgarla ni sentir enojo, culpa
o vergüenza, que suelen acompañar estos casos.
Al padre suicida: “He sido tu juez y tu verdugo y por ello vivo atada a ti. Te
agradezco que me hayas dado la vida. Me rindo y deseo que descanses. Mira con
buenos ojos si yo aún permanezco.” O bien: “Te quitaste la vida por tu cuenta.
No te juzgo. Honro tu vida y tu muerte. Viviré lo que me toque. Cuando llegue
mi hora te reencontraré.”
Al suicida se le dice en Constelaciones Familiares: “Respeto tu vida, tu
decisión y tu destino. Me inclino ante tu destino, tal como tú lo llevaste. De ahí
saco la fuerza para hacer algo grande y bueno.”
Recuerdo que en una ciudad de provincia llegaron a constelar 11 personas
de la misma familia, pues querían elaborar el suicidio de dos hermanos que se
habían ahorcado recientemente. Mi sorpresa fue que dos de los asistentes ya
tenían comprada su cuerda y habían escogido la fecha para acompañar a los que
les precedieron. Dos generaciones atrás había ocurrido un suicidio secreto del
que no hablaron sus padres y, para ocultarlo mejor, excluyeron de la memoria
colectiva a la persona que lo había cometido. En el caso de los jóvenes la
situación era un poco compleja, pero la pudimos desanudar. Dos años después
me enteré que se detuvo esa onda familiar de muertes por ahorcamiento.

13. Muertos
Qué culpa, qué problema, quién se murió y quién habla.
En Constelaciones Familiares, para representar a los muertos podemos usar
a alguien acostado, cojines o sillas. Con respecto a los casos que involucran a
muertos, si un representante baja la vista, se le puede poner a alguien acostado
para que lo mire. A menudo, en las familias, el impacto de la muerte hace que no
se hable del muerto, y poco a poco se le excluye. A veces los vivos necesitan que
los muertos los bendigan para poder vivir tranquilamente: esto es el proceso de
sanación.
Todos lo muertos forman parte del sistema familiar. Hay muertes concluidas
que se manifiestan cuando el cliente coloca al representante acostado y éste
enseguida cierra los ojos. Esto quiere decir que no hay pendientes entre este
fallecido y el cliente.
En otros casos, el muerto está con los ojos abiertos y el cliente lo coloca de
pie, porque tiene pendientes que arreglar con ese muerto. Cuando una persona
muerta encargó algo a otra antes de morir, se le puede decir, por ejemplo: “Te
quiero devolver la promesa que te hice. Voy a cuidar a mi mamá a mi manera,
pero no voy a permanecer junto a ella o con mis hermanos.” Después de una
Constelación, a veces es necesario ir a la tumba de un padre muerto con una
carta para enterrarla cerca de él y así regresarle promesas explícitas o implícitas.
El representante del muerto, para consolar al vivo, dirá: “Tuve que irme, era mi
destino, una fuerza superior lo decidió.” Eventualmente podemos pedirle a un
muerto que desde donde se encuentra envíe su fuerza para algún vivo.
El hijo muerto a su madre: “Tu pena me retiene. Puedo estar bien si tú estás
tranquila.” La madre muerta le diría: “Nada que hagas cambiará lo acontecido.
Mi momento había llegado. Cuando sea tu hora nos reencontraremos.” El hijo
contestaría: “Tú estás muerta, yo aún vivo. Después moriré también. En tu honor
haré algo bueno con mi vida y que tu muerte no sea en vano.”
Cuando la madre quiere morir yéndose tras alguien muy importante para
ella, que acaba de fallecer, el hijo puede decirle: “Mamá, me pongo cerca de mi
padre. Mírame con buenos ojos, aquí estoy seguro.”
A veces, en Constelaciones Familiares es preciso ver de frente a la muerte,
recordar cómo se llevó a seres queridos, postrarse ante ella y honrarla
profundamente, diciéndole: “También reconozco tu fortaleza. A ti y a mí nos
guía la misma fuerza.” La muerte contesta: “Aún no es tu tiempo.” El que está
en la vida puede añadir: “Te pido que veas con buenos ojos si yo florezco en la
vida.” Una madre a un hijo joven le diría: “Moriste pronto. Te extraño y siempre
tendrás un lugar en mi corazón.” Teniendo a alguien en el corazón, no se lo ha
perdido. Esto libera a ambos y cada uno puede tomar decisiones
independientemente del otro, inclusive seguir un impulso de muerte.
La muerte de un hijo reconecta fuertemente a los padres aunque estén
divorciados. Dar o quitar la vida son hechos que vinculan profundamente a dos
personas. Si alguien mata accidentalmente, puede decirle al accidentado: “Por
recordarte a ti, haré algo bueno y no necesito la expiación.” Quien dice sí a la
muerte, dice sí a la vida, pues la muerte es guardiana de la vida. Ambas van
juntas.
El enojo contra un muerto ata fácilmente al vivo con el fallecido. Cuando
hay un hijo muerto, es inconveniente darle el mismo nombre a otro hijo vivo. Si
en la Constelación nos enteramos de que lo hicieron, la madre le dice al
fallecido: “Te quería tanto que no te he dejado ir.” El vivo le dice a la madre:
“Tómame como tu hijo en vida.” Si tiene un segundo nombre es mejor que en el
futuro lo tome, en lugar del nombre del hermano muerto. Es importante que el
hermano tocayo honre a su hermano fallecido. Si en una familia mueren ambos
padres, los hijos huérfanos deben darse para crianza preferentemente a la familia
de la madre o del padre. Se busca que los hermanos no se separen.
Si la madre murió en el parto, el hijo tiene una gran culpa emocional y no
puede florecer. En su Constelación Familiar vería a su madre y el hijo le diría:
“Como mi vida te costó un precio tan alto, haré algo muy bueno con la mía para
que tu muerte no sea en vano.”
Los muertos en una Constelación no se excusan; expresan una o varias de
las siguientes frases: “Fue mi destino. Una fuerza superior lo había decidido.
Llegó mi hora. No los necesito donde estoy. Estoy acompañado. Veo con ojos
amorosos a los que se quedaron en la vida.” Un hijo cuyo padre ha muerto puede
decirle: “Papá, en mí sigues vivo. Te llevo en mi corazón, respeto tu vida y tu
muerte. Gracias por todo lo que me diste.” El muerto afirma: “Ese era el tiempo
que me fue permitido estar. Es mi destino, no el tuyo.” El vivo agrega: “Tu estás
muerto, yo vivo. Dame tu bendición para vivir una vida plena.” El padre puede
finalizar: “Respeto tu vida y tu destino. Te dejé en buenas manos.” Si es difícil
consolar a la consultante cuyo padre ha muerto, podemos pedirle al representante
del padre que diga: “El amor del padre a una hija no conoce barreras de tiempo
ni de espacio.”
El muerto al vivo puede decirle: “Estás libre. Aquí entre los muertos no te
queremos.” El vivo dice: “Honro tu vida y tu muerte. Llevo todo el bien que
recibí de ti en mi corazón y haré algo bueno con todo esto. Te he dado un buen
lugar en mi corazón: el que a ti te pertenece. Viviré el tiempo que se me permita
y luego llegaré contigo.” Si alguien no pudo llorar la pérdida de un ser querido
se debe a que se bloqueó y esto lo perjudicará profundamente tarde o temprano.
“Querido abuelo, me inclino ante tu destino difícil.” Él contestaría: “Este es
mi destino. A mí me dignifica cargarlo solo. En mis hijos y nietos sigo
viviendo.” El vivo podría decir: “Mira con buenos ojos nuestra nueva familia.
Acompáñanos con tu fuerza, para que también nosotros podamos vivir bien.” La
viuda que se casó nuevamente se dirige al marido finado: “Todo salió bien.
Encontré a otro hombre que me cuida a mí y a nuestros hijos. También ésta es mi
familia: mi esposo, nuestros hijos y nietos. En ellos sigues viviendo. Respeto tu
vida y tu muerte. Tú estás muerto, yo aún me quedo en la vida. Después también
moriré.” Una persona viva, mirando a la muerte y a los muertos, se inclina y gira
para darles la espalda y sentir el amor de ellos y el propio impulso de ir hacia el
futuro y la vida.
Es importante que cuando alguien tuvo una pérdida fuerte sepa y asuma que
necesita valor y cambios para sobreponerse y permanecer en la vida, puesto que
la vida requiere valentía; la muerte no.

14. Accidentes
En un taller que tuvo lugar en un congreso, se me acercó a constelar un
joven veinteañero. Le pregunté por su tema y me mostró un brazo enyesado y
agregó: “He tenido cuatro accidentes que me pusieron al borde de la muerte.” Le
pregunté si él era el que manejaba en esas ocasiones y asintió. “¿Habías bebido
alcohol?”, lo cuestioné. “No”, me contestó. Le pregunté si hubo eventos trágicos
entre sus ancestros. Al fondo del salón se levantó un hombre como de 50 años y
me dijo: “Yo le explico. Soy su papá.”
Fueron ocho o nueve muertos que representamos acostados: tíos y
abuelos paternos y maternos. Fueron muertes muy trágicas y tempranas.
Acompañé al cliente y a su padre para que vieran y/o tocaran a cada uno de los
ancestros muertos. Después que los miraron cuidadosamente los orienté hacia el
futuro, pero el joven paciente no pudo dar un paso pues se sentía muy atraído por
dos de los muertos. Se recostó entre ellos por varios minutos hasta que los
representantes de esos muertos se incomodaron y le pidieron que se fuera pues
ese no era su lugar. Entonces el paciente se levantó enérgicamente y siguió los
pasos de su padre hacia el espacio que representaba al futuro.

15. Hermanos
El lugar que ocupamos entre los hermanos determina lo que pensamos,
sentimos y la manera como actuamos. Por ejemplo, el primogénito recibe
mucho, casi sin esfuerzo. El hijo único recibe demasiado y a menudo se vuelve
tirano. Los menores reciben menos de los padres pero también tienen mucho
aprendizaje y protección de sus hermanos mayores.
Siempre es importante que los padres cuiden que se respete el orden, de
manera que en una Constelación Familiar puede ser útil, para aclarar este orden,
que un hermano le diga a sus otros hermanos: “Tú eres el grande, yo el segundo
y él es el tercero.” En los casos en que haya una familia paralela es necesario
hablar sobre la existencia de otra serie de hijos e inclusive presentar unos a otros.


16. Gemelos
A propósito de gemelos, en Constelaciones Familiares se toma al nacido en
segundo lugar como el primogénito, pues el primer huevo gestado está al fondo
del útero y sale en segundo lugar.
Quien se casa con un gemelo debe tomar también al otro, el cual en
Constelaciones es colocado como un ángel que acompaña. En la Constelación se
presentan juntos, hablan en coro y en plural, dicen por ejemplo: “Somos uno y
somos dos” cuando repiten alguna frase que el facilitador les sugiere, dando
cuenta así del grado de cercanía excepcional que hay generalmente entre ellos.
La vinculación de los gemelos es la relación más fuerte que existe y casi
nunca se puede ni debe romper. Hay algo que comparten antes del nacimiento,
desde lo fisiológico y genético. Cuando uno de ellos forma una pareja, su
gemelo suele vivirlo casi como una suerte de traición. Un gemelo está bien con
su pareja si se ha casado también con una gemela o cuando su gemelo se casa
con un hermana de su cónyuge, aunque esto es difícil.
Si un hermano gemelo tuvo una vida corta, a menudo el que le sobrevive se
siente culpable por seguir vivo. En Constelaciones Familiares podemos resolver
esta situación cuando ambos se miran, se reconocen y asienten al destino de cada
uno, aunque sea diferente. Cuando muere uno de los gemelos, el gemelo
sobreviviente puede decir al que murió: “Aún vives un poco a través de mí.
Donde voy siento tu mirada porque me sonríes desde donde estás.”

17. Incesto
Algunos hombres se sienten atraídos por su hija o algunas madres por su
hijo. Cuando el padre abusó de una hija, la madre también ha sido
inconscientemente cómplice por algún enredo y generalmente para evitar que el
esposo busque otra pareja fuera de la casa.
Si se condena al violador demasiado tiempo, la víctima queda atada a él. En
Constelaciones Familiares hay que ver al violador para poderlo dejar. El niño
que fue abusado diría: “Tú eras el grande. Asume tu responsabilidad. Mucho me
dañaste. Yo no tengo de qué avergonzarme. Soy inocente. Te dejo con toda la
responsabilidad. Tocaste mi cuerpo pero no mi alma.”
El violador tiene su dignidad que es su fechoría; se trata de un amor
enfermo. Muchas veces el abusador sexual también ha sido abusado de niño. El
que abusó puede decirle a la persona de la cual abusó: “Lo siento. Lo asumo
todo y ahora te dejo que te vayas con amor. He cometido una injusticia contigo,
lo siento. Te respeto y tienes un lugar en mi corazón.”
A menudo vemos en Constelaciones Familiares que los abusados sexuales
lo toleraron por amor, por ejemplo, para mantener a los padres unidos. El
constelador puede decir al que fue abusado sexualmente: “Actuaste por amor.
Hiciste lo mejor que pudiste pero conviene que devuelvas el problema al adulto.
Es su problema; el es capaz de manejarlo.”
A veces, el incesto entre dos hermanos puede ser una expresión de vida
cuando se encuentran rodeados por un sistema especialmente caótico. Es el caso
de una mujer de 40 años, que es la séptima en una familia de 15 hijos, y cuenta
que le es muy difícil dejarse tocar, aun por sus seres más queridos. Narra que
desde los cuatro años fue abusada sexualmente por un hermano 10 años mayor
que ella. Esto no le causó conflicto hasta llegar a la adolescencia, cuando supo
que no ocurría en todas las casas y que se llamaba incesto.
Coloqué a un representante para ella y otro para su hermano. Las frases
sanadoras habituales no tenían efecto para ella, no sentía enojo, y su hermano no
registraba culpa alguna. Comprendí que la alianza que ellos tuvieron por varios
años los había salvado a ambos, pues para cada uno era la oportunidad de ser
visto y tomado en cuenta por alguien, ya que, en una familia tan numerosa, era
difícil sentirse aceptado, querido y tocado por alguno de los padres.
Ella comprendió que el incesto había sido más salvador que condenable;
poco a poco pudo volver a encontrarse con su hermano, y dejarse tocar por el
marido, hasta disfrutar de sus caricias.

18. Consideraciones sobre Constelaciones empresariales
Una vez que el constelante plantea su tema, el terapeuta puede preguntar:
“¿A quiénes te parece que debemos representar?”, por ejemplo, al gobierno, la
tarea, los empleados, el sindicato, el dueño de la empresa, etc.
Si una pareja tiene negocios comunes, fácilmente llevarán sus problemas
personales al negocio. Es mejor que cada uno se establezca en un territorio
diferente y tenga sus funciones separadas de las del otro. Si se acercan, se
empalman. Mientras más territorio se comparta, hay más probabilidades de
conflicto. Si se separan, cada uno puede ser el jefe, igual que en la pareja. Se
necesita aire para que no haya conflicto. Se recomienda hacer un contrato escrito
enlistando las funciones de cada uno y si alguno de ellos está ausente especificar
cuáles funciones son reemplazables.
La relación profesional o empresarial debe excluir la relación amistosa,
personal y familiar. En una Constelación, la falta de éxito y de energía tiene que
ver con algún suceso familiar, por ejemplo, una muerte temprana. En conflictos
laborales, cuando hay varios miembros de la familia en el trabajo, se debe
distinguir cuánta estructura lleva el consultante a la organización, como
perfeccionismo o como rivalidad con alguien de la familia, qué formas de actuar
de la persona se vuelven parte de la organización. De acuerdo con el
funcionamiento de la empresa sabremos el nivel en que vamos a intervenir: a)
cambiando el lugar de los representantes, b) cambiando el proceso de la
relaciones entre los participantes, o c) haciendo que los representantes se
muevan y expresen libremente.
En las empresas también hay lealtad entre los colaboradores y el
empresario, así como conciencia del equilibrio entre dar y recibir. Todas las
injusticias empresariales tienen implicaciones posteriores. Si hay problemas de
comunicación, también hay problemas de relación. En algunas organizaciones
surge el roce en el trabajo entre dos hermanos o entre padre e hijo, pues el rol
ocupado en la familia se superpone al que tienen en la empresa.
El lugar que un miembro tiene en la familia a veces no concuerda con la
competencia que se requiere en un trabajo específico. Por lo tanto, en una
empresa familiar hay que colocar en posiciones de mando al más capaz, aunque
se trate del hijo pequeño. Si se trata de una empresa familiar es importante
considerar y diferenciar el lugar que cada miembro ocupa en la familia (el
primero, el cuarto) y cuál sitio tiene dentro de la empresa. Puede darse el caso de
que el más joven, debido a su preparación, pudiera ser el Director General. Las
relaciones familiares no se pueden cambiar, pero las relaciones en la empresa
tienen que cambiar para que el sistema funcione pues ahí la pertenencia es sólo
temporal. Por ejemplo, un hijo alcohólico no debe ser excluido de la familia,
pero a un empleado que se alcoholiza frecuentemente, se le debe despedir, sin
culpa, si no cumple satisfactoriamente sus funciones dentro de la empresa o si
perjudica a la organización de cualquier forma.
En una organización, el derecho a estar lo da la función que cada uno
desempeña. Un empleado puede ser despedido si roba, cuando su función ya no
es necesaria o en el caso de incumplimiento de sus obligaciones. La jerarquía
responde a que se cumple la función; por ejemplo, el más alto rango corresponde
a quien da más apoyo, seguridad y prosperidad al negocio. Si hay dos personas
con la misma capacidad, se considera el criterio de la antigüedad en la empresa.
Sólo si un joven está más capacitado podrá tener una jerarquía superior a la de
un empleado antiguo o de mayor edad.
En los negociosos familiares vemos que los sucesores expían las fechorías
de los antecesores. Un abuelo que explotó a sus mineros y murieron, puede
llegar a tener un nieto que se ve impedido de florecer y tal vez llegue a la ruina
económica. Otras veces, el desastre económico de una empresa puede tener
como objeto que uno de los dirigentes se mantenga en la vida.
La capacidad para el éxito se encuentra en el interior de la empresa.
Busquemos su fortaleza, no sus debilidades.
En la empresa no cuentan las lealtades familiares; es mejor pensar en los
resultados de la compañía. Puede haber empleados improductivos que están
enojados con la empresa y se comportan como si desearan provocar ser
despedidos.
Es importante saber quién empezó la empresa, quién invirtió el dinero,
quién tuvo la primera idea, y si hubo relaciones personales o amorosas entre los
dirigentes. Los problemas familiares se actúan en la empresa sobre todo cuando
los miembros de una pareja luchan por el poder. Las emociones no ayudan para
resolver lo laboral ni lo legal. Si los sentimientos están demasiado involucrados,
es mejor comunicarse a través de un abogado. Aunque exista mucha amistad
entre dos socios, las bases de su contrato o sociedad deben tener una estructura
legal, clara y equitativa.
En el montaje que se hace de la empresa, la historia familiar tiene
resonancia también en la organización, por ejemplo, cuando hay rivalidad entre
hermanos. Si los representantes miran hacia afuera, quiere decir que la
organización está descuidada y que lo importante es resolver lo emocional antes
que nada.
La antigüedad y las funciones determinan la jerarquía dentro de una
empresa. La jerarquía depende de la función y el orden temporal. ¿Quién llegó
primero? El más alto en jerarquía debe ser respetado. Si el dinero viene de
afuera, los extranjeros deben ser honrados pues dan trabajo a los demás. La
empresa debe agradecer con rituales y premios a los que hayan permanecido
durante varios años de su vida, organizando, por ejemplo, un evento, y develar
una placa metálica para reconocer y honrar a los fundadores.
A menudo el dueño es el gerente, pero designa a otro como su mano
derecha. El gerente de ventas es más importante que el de compras, pues el
primero genera dinero. Cada uno responde en su área de influencia y todos son
responsables del negocio.
El dueño nunca puede ser aislado. El subgerente sólo es leal al dueño y tiene
una posición muy débil, pero cuando el dueño se retire él habrá ganado
autoridad.
La dignidad humana tiene que respetarse siempre. Un trabajador nuevo no
debe desplazar a uno antiguo. A veces la riqueza de una empresa se funda en el
sacrificio de empleados anteriores, que tal vez dieron sus vidas. Cuando el
gerente general toma una decisión debe ser consultada o comunicada a todos los
gerentes para que lo discutan o acepten.
A veces, en una compañía exitosa en la que hay fuerzas conservadoras, los
empleados se ponen a la defensiva respecto de la introducción de novedades. Un
sistema vivo necesita fuerzas revolucionarias de cambio, aunque se perciban
como molestias. Después de la crisis vienen los cambios. Si no hay trabajo para
alguien en la empresa, alguna persona tiene que irse. La empresa tiene una
responsabilidad y conciencia social y no le gusta despedir a nadie. Un buen
director no reacciona con los empleados como si fueran sus hijos. Si un jefe
muere, debe ser remplazado por alguno que está ahí, el más eficaz y antiguo.
Ésta es una manera de honrar a los que iniciaron la empresa.
El éxito es posible en una empresa si cada uno respeta a los demás por sus
competencias y tareas específicas. Hay conflicto cuando un departamento trata
de controlar a otro más allá de lo necesario. Controlar a otro lo debilita; en
cambio, si se reconocen los logros todos querrán cooperar.

19. Constelaciones con muñecos
Cuando una persona requiere una Constelación y no disponemos de un
grupo la podemos hacer utilizando figuras. Este trabajo requiere de más energía
del terapeuta, pues al no estar los representantes él debe reportar por ellos. El
propósito es idéntico al de una Constelación Familiar en grupo.
El consultante y el constelador se ubican frente a frente, y en medio se
coloca una mesa con los muñecos. Después de que se hace el contrato inicial y
que se decide quiénes van a participar, es importante observar si el cliente los
coloca de su lado derecho, que representa luz, sol, día, masculino, caliente, duro,
penetrante, pensamiento, aire, ojo, fuego, productividad, producción, orden y
activo. O si usa el lado izquierdo, que se refiere a oscuridad, luna, noche,
femenino, frío, suave, debilidad, receptivo, emoción, agua, oído, tierra,
fertilidad, intuición, creatividad, nutrición, caos y pasividad.
Si las figuras son colocadas de la mitad hacia sí mismo, nos hablan de
eventos del pasado; si usa la mitad más alejada, hablan del futuro. Es importante
observar qué figura escoge primero, cómo la coloca, a dónde mira y qué
dirección tienen los pies.
Una vez que el cliente posicionó a los muñecos, podemos girar la mesa para
que los observe y nos diga qué le llama la atención. Después, el facilitador los
mira e interpreta lo que percibe, verbaliza desde las figuras que representan a los
distintos familiares y pide al cliente que observe el montaje, diga alguna frase
sanadora a alguien o cierre los ojos y visualice algo preciso, según se presenten
las situaciones.
El cliente puede hablar desde sí mismo y el facilitador moverá las figuras de
los otros representados que estén incluidos en cada montaje. El facilitador
también tiene que darse cuenta de las sensaciones y los sentimientos que
producen en el cliente los movimientos de los diferentes miembros de la familia
representados.
El terapeuta observa al cliente y los cambios que tenga de acuerdo con lo
que sucede con las figuras, y siempre debe dar tiempo para que el cliente procese
las reacciones y efectos que le causan los distintos movimientos o rituales de las
figuras.
Igual que en otras Constelaciones Familiares, el terapeuta se da cuenta
cuando llegan al final y puede inducir en el cliente frases sanadoras que
pronunciará en voz alta, o el solicitante simplemente las escuchará y pensará. Le
pedimos al cliente que entre a la imagen, por ejemplo: “Imagina que le dices a tu
padre... Piensa en él contestando...”
Al no haber personas sino muñecos, es muy importante dejar suficiente
tiempo para que se vaya dando el proceso interno después de cada movimiento.

Testimonios recibidos de personas que han hecho Constelaciones conmigo

 Tengo 64 años, y hace 60 perdí a mi padre. Siempre le tuve coraje pues
pensé que no se había cuidado, ni había pensado en nosotros, ya que su muerte
fue por imprudencia.
Él se dedicaba al campo y ese día se hizo de palabras con alguien, que
le disparó en una pierna y mi papá se desangró. En la Constelación pude ver y
sentir su sufrimiento y desesperación mientras perdía la vida, pues no había
médicos en los pueblos vecinos y a partir de mi Constelación me reconcilié con
él. Hoy pienso y siento su dolor y le correspondo con el amor que antes no le
pude dar.

 Soy una mujer de 41 años. Tengo una hija de tres años, y después de
varios intentos fallidos para embarazarme por segunda vez me invitaron a las
Constelaciones como una opción. Gracias a las Constelaciones me di cuenta de
que en realidad no deseo tener otro hijo. Me ayudaron a entenderlo y a sentirme
feliz y sin culpa por no darle a mi hija un hermano o una hermana.

 Mi objetivo para hacer la Constelación fue que mi ex-esposo dejara de
quejarse cada vez que yo organizaba un viaje con nuestro hijo.
Él argumentaba que ese plan era de él, que él quería llevar a su hijo a
ese lugar, que además yo le había dado otra fecha, que le avisaba con muy poco
tiempo ... Quejas y quejas interminables…
Recientemente salimos de viaje mi actual esposo, mi hijo y yo, y no
hubo queja de mi ex-esposo. Fue una muy agradable sorpresa.

 Tengo 25 años de casada. Los primeros 15 fueron una pesadilla. Mi
boda y los primeros seis meses fueron un sueño, pero después él se volvió frío,
distante, malhumorado, le molestaba todo… Creo que yo le caía muy mal.
Yo llenaba mis huecos con trabajo y diplomados. Él bebía cada día
más, y tuve que internarlo dos veces. Por supuesto yo era la víctima, no entendía
qué nos había ocurrido. En mi peregrinar, un día trabajé este tema en
Constelaciones y descubrí cómo las mujeres de mi familia perdían a sus maridos:
mi bisabuela, mi madre y mi tía.
Vi que yo hacía todo lo posible por perder al mío. Me quedé impactada
y pude cambiar mi relación de pareja. Hoy, cinco años después, vivo con el
hombre maravilloso con el que me casé y tenemos una linda relación.

 Soy mujer de 53 años, divorciada, con dos hijos, y constelé mis
dificultades con mi hija de 26 años: ni nos hablábamos. Trabajé el tema de
perdonar a mi ex-marido, que me dejó por otra mujer. Alguien lo representó y,
después de expresarle el enojo y agradecerle por los hijos que tuvimos, me sentí
como liberada y al salir me sorprendí al ver a mi hija esperándome para que nos
reconciliáramos.

 Soy una chava de 22 años y fui a constelar que mi papá quiere a mis
dos hermanos varones y a mí me usa para que le resuelva cosas. Cuando tuvimos
el descanso, abrí mi teléfono celular y encontré un mensaje hablado de mi papá
que decía: “Hija, te hablo solamente para decirte que te quiero.” Me llené de
felicidad y, llena de orgullo, se lo hice escuchar a las personas que estaban
conmigo.

 Tengo 67 años, casado por tercera vez, con un hijo de cinco años.
Trabajé la relación con mi primera mujer. Con ella tuve tres hijos de los que
estaba distanciado y no los había visto en mucho tiempo, pues viven en otro país.
La tercera esposa, a través de una representante, honró a la primera y
yo le di un lugar a cada una de mis mujeres y a todos los hijos. Pocos días
después, un amigo me invitó a desayunar y al llegar me encontré con que
estaban los tres hijos que tuve con mi primera esposa y nos abrazamos.

 Hacía muchos años que no sabía nada de mi único hijo que se había
ido de “mojado” a Estados Unidos. Una noche constelé mis culpas por haber
sido una madre golpeadora cuando él era niño.
A las tres de la mañana de esa noche él me habló por teléfono desde
Chicago (creo que un poco tomado) y me contó que ya tiene su permiso de
trabajar, que está contento y tiene dos hijos. También me ofreció pagarme un
boleto de avión en Navidad, para que yo los visite. Me sentí perdonada por los
maltratos.

 Hace tiempo constelé pues tenía dificultad para publicar un artículo
sobre números primos, y en ese taller descubrí que otros matemáticos estaban
interesados en mis investigaciones. Me sorprendí y tuve esperanzas. Seguí
trabajando y desde entonces me han invitado, con todos los gastos pagos, a tres
congresos internacionales y, además, ya publiqué en una revista de ingeniería
muy prestigiada. Hoy me queda claro que mis investigaciones son importantes y
varios colegas de otros países me escriben para conocer mis avances.

Ejercicios

Describo diversos ejercicios que podemos desarrollar en talleres con
duración de muchas horas o de varios días. Los podemos usar como
demostrativos o de calentamiento para llegar a un grado de seguridad
psicológica que permita iniciar el taller. Para empezar el trabajo, y sobre todo si
las personas no se conocen, se hace la “sopa de dominó” que consiste en que
todos se desplacen por la habitación, como se revuelven las fichas al inicio de
una partida de dominó, con stops y registrando cada vez cómo está cada uno
respecto a los otros, cómo está el cuerpo, cómo se siente en relación a los
cercanos y a los espacios. Cada uno da dos pasos en la dirección que escoja, muy
lentamente, y se vuelve a preguntar qué sensación tienen en el nuevo espacio. El
facilitador explica que las sensaciones son lo que se reporta durante una
Constelación y lo que ayuda al constelador.

Ejercicios en pareja y en grupo
Cualquiera de estos ejercicios se pueden incluir cuando el constelador
registra necesidades grupales, como romper el hielo, desahogarse, tener una
participación activa y simultánea, entre otras.

Se pide a los participantes que formen parejas y hablen dos minutos cada
uno. Después deben encontrar a otra pareja y cada uno presenta al compañero(a)
a quien ha escuchado. Enseguida se juntan con otro grupo de cuatro personas y
cada quien dice dos o tres palabras que tengan que ver con los cuatro con los que
estuvieron antes. El facilitador pone música y luego este grupo de ocho se reúne
con otro subgrupo y el grupo de 16 personas baila con la música. A
continuación, todos los grupos forman un círculo único y se miran a los ojos
silenciosamente por dos o tres minutos. El grupo está listo para empezar a
trabajar.

Forman parejas y por cinco minutos uno le dice al otro las cosas
importantes que le han ocurrido en los últimos tres meses (en lo profesional y lo
personal) y qué proyectos tiene para los próximos tres meses. Seguidamente
habla el que escuchó por cinco minutos más y se les pregunta después cómo se
sintió cada uno compartiendo esto.

Este ejercicio se llama “mecidos por el viento”. Se elije a una pareja con
la mirada, se colocan frente a frente, cierran los ojos, ponen las manos sobre los
hombros y piensan en dos árboles cuyas ramas se tocan suavemente y se mecen
como si fueran movidos por el viento por varios minutos. Les pedimos que
deslicen las manos por el brazo de su pareja, lentamente, hasta tomarle las
manos. Se vuelven a mirar y notan la diferencia en la mirada. Por parejas,
comparten con los ojos abiertos lo que sintió cada uno.

Elegir silenciosamente a alguien que pueda representar algo positivo.
Acercarse, mirarse y dejarse llevar por el movimiento corporal que surja
espontáneamente, durante cinco minutos. Compartir lo que cada uno sintió y
pensó. Después se cambian los roles. Cada uno honra y agradece la presencia del
otro en este mundo. El facilitador sugiere que contesten a las preguntas: “¿Qué
sienten al ser elegibles, al elegir a una persona o cuando son seleccionados?”

Se organiza el grupo por parejas sentadas. Empiezan tocando las rodillas
del compañero, mirándose a los ojos; este gesto facilita la apertura del corazón.
Cada uno tendrá cinco minutos con una pareja, uno habla y otro escucha, acerca
de las crisis, desacuerdos y viceversa. El facilitador les pregunta: “¿Qué
pensaste, qué sentiste al ser escuchado atentamente, cómo te sentiste al no
interrumpir diciendo lo que piensas sobre lo que escuchas?” “¿Hace cuánto
tiempo que no has sido escuchado?”

Forman parejas y cada miembro dice al otro, con el mínimo de palabras,
a quién representa; por ejemplo, a la hermana mayor, al esposo, a una hija única.
Empiezan un diálogo de 10 minutos sobre cualquier tema y asombrosamente
descubrirán que la persona desconocida, al representar a alguien de la familia de
la otra persona, dice las mismas cosas que el pariente representado diría. Se hace
un segundo diálogo donde se invierten los roles, al final de lo cual comparten
entre sí la experiencia.

En parejas, se ven a los ojos, sin hablar, se les pide que respiren más y
más fuerte para agudizar las diferentes sensaciones. El facilitador dice en voz
alta: “No juzgues, no pienses, sólo observa. Los ojos son como el espejo del
alma. Intenta entrar al alma de la otra persona y pídele que te mire. ¿Hay algo
que quisieras esconder? ¿Imaginas cómo se siente ella? ¿Cómo estás tú en este
momento?”

Este ejercicio es para expresar el enojo. Se escoge a una pareja y se
coloca frente a ella empujándola con las palmas de las manos. El facilitador
sugiere que griten: “Te veo. Soy fuerte. Basta, ya no me dejaré.” Después, cada
pareja se coloca de espaldas. Primero se frotan lo más que pueden y luego se
empujan espalda con espalda. Regresan frente a frente, se estrechan las manos y
se saludan. Posteriormente comparten las experiencias.

Este ejercicio se llama “historia de víctima”. Se pide al grupo que forme
parejas y cada pareja define quién es A o B. A cuenta su guión de víctima
infantil. Después, por cinco minutos escucha la retroalimentación que le da B.
A dice otra vez su guión, ahora desvictimizado, y luego escribe frases cortas
sobre el evento. Le pedimos a A que cierre los ojos y piense: ¿Qué aprendiste de
eso?, ¿para qué te sirvió?, ¿qué te dio la fuerza que hoy tienes? Finalmente, A
hace una declaración pública al respecto con la lectura de sus declaraciones.
En un segundo tiempo, B hace el mismo trabajo que hizo A. El facilitador
podría agregar que vivir atrapados en estado de víctima es igual a una
impotencia aprendida. Cada uno puede cambiar la manera de vivir su
experiencia. A veces el cliente se presenta como víctima y así renuncia a sus
capacidades adultas. Hay que buscar sus recursos. Los que están en el papel de
víctimas provocan ser maltratados. Si se salen de este rol y se colocan en el
centro, quedan expuestos, se arriesgan, todos pueden ver sus errores. Ser líder es
un rol de soledad. El que es víctima y dependiente tiene muchos compañeros.
Tener éxito es igual a estar solo y ser envidiado. Cuando el niño quiere atención
de la madre, por ejemplo, provoca algún incidente, llora lastimado, pero
consigue ser visto, es decir, logra lo que deseaba, y poco a poco se torna en
víctima. Lo que en algún momento fue útil después se vuelve obstáculo.

Visualizaciones

Estas son utilizadas a menudo después de alguna Constelación
especialmente densa y permiten incluir un cambio en el ritmo del trabajo. Sirven
para que el grupo se vuelva a concentrar, para mantener la energía grupal y
ayudar al descanso corporal. Antes de empezar estos ejercicios el facilitador pide
que cada persona esté cómoda, relajada y que se concentre primero en su manera
de inhalar y exhalar.

Se pide a las personas que cierren los ojos y vayan al reino de los
muertos. Si encuentran que los mira alguna de las personas que murieron, eso
quiere decir que esa persona se quedó pegada a los vivos y hay que encontrar la
manera de que lo dejen ir. Si alguien lo necesita, puede compartir su experiencia
con el grupo.

Se solicita a cada participante que imagine ser un niño o una niña y mire
a su mamá y a su papá juntos, que los vea largamente y luego que se acerque
lentamente y abrace a ambos. Se les pide que observen si hay alguna dificultad,
con él o con ella. Se les invita a permanecer hasta que puedan abrazar a los dos y
a sintonizar su respiración con la de ellos.

Se dice a los participantes que miren atrás de sus padres a los padres de
ellos y que vean a sus abuelos dando respaldo a sus padres que ahora son como
niños. Poco a poco se les pide que miren atrás de los cuatro abuelos a los ocho
bisabuelos y después a los dieciséis tatarabuelos y que visualicen un gran
triángulo donde están todos sus ancestros. Paulatinamente, sin juzgar y
considerando el destino que tuvo cada uno, se les pide que abracen a todos y que
miren al fondo la llama de la vida que, con la energía de todos, los recorre y los
posee. Tal vez necesiten emitir algún sonido que acompañe su próxima
exhalación. El sonido puede hacerse más fuerte, más fuerte, con la fuerza de sus
ancestros. Posteriormente deben dar la espalda y avanzar por su propio camino.

Se pide que cada uno cierre los ojos pensando en que su padre está
colocado a la derecha de su espalda y su madre a la izquierda. Se busca que los
sienta y luego coloca también a los cuatro abuelos más atrás, después ocho
bisabuelos y 16 tatarabuelos de ambas líneas. Se dirige la visualización para que
el participante pueda imaginarlos, sentirlos y pensar que todos ellos forman
grandes alas con las que cada uno podrá volar.


El sanador interno

En este ejercicio se guía a los participantes del taller, que tienen los ojos
cerrados, invitándolos a que imaginen que caminan lentamente por un sendero
en un hermoso bosque. Pasan por una cascada con agua tibia y sanadora, y al
fondo perciben una puerta a la que se accede sin temor. En el interior encuentran
a un guía sanador que tiene un consejo para dar a cada uno. Entrando a ese
recinto cada quien se instala cómodamente en un sillón, mirando al sanador
interno —como cada quien lo imagine— y le pregunta algo sobre su salud. Se
les pide que escuchen atentamente la respuesta y que la agradezcan antes de
despedirse. Después, recorren el camino de regreso teniendo todo el tiempo
conciencia de su respiración. Si el grupo es mayor de 60 personas, después de
estos ejercicios se pueden hacer subgrupos para que cada quien exprese y
comparta en un subgrupo lo que experimentó.

Vocalizaciones

Se les pide a los participantes, después de una relajación, acostados, que
primero emitan sonidos libremente con cada una de las vocales. Luego deberán
tratar de armonizar sus sonidos con el vecino próximo. En tercer lugar deberán
experimentar con la lengua tocando el paladar y, en cuarto lugar, tratar de emitir
los sonidos con la boca cerrada.

Mini-Constelación grupal y simultánea

Estos ejemplos tienen un sentido didáctico y también se pueden usar cuando
el grupo es muy grande para que cada participante viva distintas experiencias y
sienta el lugar situacional. Simultáneamente pueden estar trabajando 300 o más
personas. Las explicaciones tienen que ser muy precisas o tal vez hacer una
demostración para que todos la vean antes de hacer su trabajo.

Unos cuantos participantes pasan al centro desde su niño y cada uno
escoge del círculo exterior a una mamá y a un papá. Una vez formadas las
tríadas el facilitador explica que en todos los sistemas familiares hay cosas que
cada uno hace para que el grupo funcione. El niño dice lo que él hace para que
las cosas marchen; luego la mamá y al final el papá. Después rotan los papeles y
nuevamente cada uno dice lo que hace, desde otro representante de persona, para
que las situaciones de la familia funcionen. Se pasa a la tercera posición de
modo que al final cada uno ha sido hijo, madre y padre, y ha dicho
exclusivamente lo positivo que hizo para el sistema.
Si trabajamos en un taller donde hay muchas personas que padecen
síntomas o enfermedades, y no todos tuvieron el tiempo para hacer su
Constelación, podemos hacer cualquiera de las siguientes, simultáneamente en
pequeños grupos.

Pedimos a un participante que elija a tres representantes: el del cliente, el
de la sanación y el del obstáculo para la sanación. Primero, el consultante coloca
a la sanación y al obstáculo y cada representante dice cómo se siente. Segundo,
se mueven libremente. Tercero, el consultante toma su lugar y registra cómo se
siente. Al final, después de varias posiciones, el consultante tiene que inclinarse
frente al obstáculo y regresar a su posición previa para ver otra vez desde ahí. Si
lo necesitan, el obstáculo y la sanación se mueven libremente por última vez.

Cada cliente se configura con los siguientes aspectos: el ejercicio, la
alimentación, el dormir, la respiración y un representante para él mismo. Se trata
de que cada aspecto diga cómo se siente, cómo está, a quién mira y cómo es su
relación con los demás. Inconscientemente, la capacidad de descanso y
alimentación tienen que ver con la madre. La respiración y el ejercicio se
relacionan con el padre.

El constelante se coloca frente a dos personas y decide quién representa a
su enfermedad y a su salud. Los configura como lo desea y luego se coloca él
mismo en relación a ellos. Escucha qué dice la enfermedad y qué dice la salud.
Segunda configuración: una vez que la enfermedad y la salud buscan un mejor
lugar, el cliente vuelve a escuchar primero a la enfermedad y después a la salud.
Se continúa con una tercera colocación, y cada representante habla de cómo se
sintió al final. El constelante honra profundamente primero a la enfermedad y
luego a la salud.
CAPÍTULO VIII
Acuerdos sobre la Colchoneta

Desde 2011 estoy trabajando exitosamente una modalidad que llamo
Acuerdos sobre la Colchoneta y que se aplica a dos personas adultas que están
en una situación de crisis. En una sola sesión dirigida por mí, que dura entre dos
y cuatro horas, llegan a conclusiones definitivas e importantes que pueden llevar
a cabo en la realidad.
He visto a una madre o un padre con una hija o hijo adulto, una pareja
a la mitad de un divorcio, y una pareja divorciada legalmente hace varios años
que está decidiendo si hacen separación cordial o regresan a vivir juntos otra
vez.
Este original trabajo está inspirado en las Constelaciones Familiares, en el
Abrazo de Contención y en mi experiencia clínica de 50 años en los cuales
primero estudié lo psicoanalítico freudiano y posteriormente me dediqué a la
terapia psicocorporal, a la terapia sistémica y a la Biodescodificación.

Ejemplos

Caso 1
El primer caso que manejé con esta modalidad fue el de una señora —
[*]
Carmen —que me pidió un Abrazo de Contención pues quería informar a su
hijo de 21 años quién era su padre. Entrevisté al hijo —Carlos— a solas y me
dijo que él ya suponía quién era su padre pero que nunca tocó el tema con su
mamá. Él estaba más interesado en establecer las reglas de convivencia debido a
que había decidido vivir con su mamá y su nueva pareja: él siempre había vivido
con su abuela materna y con su mamá hasta 3 años antes.
En cuanto se acomodaron en la colchoneta, la mamá le contó a su hijo
que dio a luz un domingo en que le dijo a su madre que estaba embarazada.
Tenía 15 años y su mamá no se había percatado de su abultado vientre por nueve
meses. Por la mañana se presentó con su madre diciéndole que se sentía muy
mal y ésta la llevó con una tía médica, quien enseguida se dio cuenta de que se
trataba de un alumbramiento. Fueron a varios hospitales hasta que dio a luz en
el Instituto de Perinatología. Fue un bebé de 2,600 kg. Se lo mostraron enseguida
pero no pudo darle de mamar porque el pezón no estaba formado. Su tía le
propuso enseguida hacerse cargo del bebé y disponer de él, pero la madre de
Carmen se opuso.
Carmen alimentó a su bebé y poco a poco aceptó su existencia
sabiendo que tenía que interrumpir su propia adolescencia, estudios, amigas,
compromisos, fiestas, etc., para cuidarlo. Poco después empezó la preparatoria y
lo registró como hijo natural. El violador había ingresado a la cárcel por la
denuncia de la madre de Carmen. A continuación se trascribe parte del diálogo
entre la madre y el hijo.
Carmen: —Hoy agradezco el encuentro con el violador pues algo
bueno resultó y es que tú estás en la vida. (Llorando). Hace mucho que ya te
quiero y si alguna vez te lastimé fue por mi ignorancia. Considera que yo solo
tenía 15 años y tú llegaste a cambiar toda mi vida... me sentía avergonzada,
señalada, era sólo una niña.
Carlos, mirando atentamente a su madre: —Me encanta estar vivo y
que me hayas traído al mundo. También agradezco que te hayas quedado a vivir
en la casa de mi abuela pues allí sentí el amor y el cariño de tus dos hermanos y
de la pareja de la abuela. Aunque no conocí a mi padre, me sentía acogido y
querido por todos. Cuando salías con tus amigas, me daba coraje y sentía que me
descuidabas.
Carmen: —Cuando ibas bien en la escuela y competías como atleta
destacado me sentía muy orgullosa viéndote.
Carlos: —Te agradezco el trabajo que me conseguiste en el banco y
que me apoyes en mis nuevos planes para que haga una carrera sin dejar de
trabajar.
Carlos hizo una lista de las cosas que admira en su mamá. Después,
juntos, hicieron una lista de las expectativas que cada uno tiene del otro ahora
que van a convivir en la nueva situación. Él avisa que algunos fines de semana
los quiere pasar en casa de su abuela materna, donde estuvo viviendo tantos
años. Carmen está de acuerdo y ambos enumeran las obligaciones que cada uno
asume para la nueva convivencia.
Al final se acercaron más, se abrazaron, y se rieron, pues ya habían
llorado bastante.
Tiempo transcurrido: 1.45 hrs.
Dos meses después Carmen me dijo que había sido un trabajo
increíble, buenísimo y que su hijo había respondido de maravilla y estaba muy
contenta por todo.
Hablé también con Carlos y me expresó: “Me siento más seguro en
ciertas cosas y ahora me doy cuenta de lo que soy capaz, fue muy positivo.”


Caso 2
Una mujer que llamaremos María me conoció en una conferencia y se
me acercó para decirme que tenía un hijo único —Iván— que padece de
epilepsia desde los tres meses posteriores a la muerte repentina de su esposo.
Iván tenía en ese momento 13 años. Ella lleva cuatro años en terapia y su hijo
tres y sin embargo ambos están muy angustiados y metidos en un círculo vicioso
de reproches, persecuciones y casi espionaje por parte de la madre en la vida de
su hijo que tiene 25 años y es profesor universitario. También está preocupada
porque Iván nunca lloró la muerte de su padre.
Entrevista individual con cada uno:
María me dijo que sus padres habían muerto súbitamente en un
accidente, y que siente que Iván es lo único que le queda y no quiere perderlo.
Por eso lo llama cuatro o cinco veces todos los días para saber cómo está, con
quién anda, qué hace, a qué hora volverá a la casa, cómo se siente, quién va
manejar, etc.
Iván me contó que es epiléptico y está medicado desde hace doce años.
Él no siente miedo (su madre carga el de ambos) pero muchas veces apaga el
celular para que su mamá no lo encuentre pues quiere vivir sin la angustia que
ella le trasmite casi constantemente.
Empezado el trabajo sobre la colchoneta, pasamos directamente al
tema central y María explicó que tiene que asegurarse de que él está vivo y bien
cuando oye su voz... a cada rato.
Iván: —La epilepsia tal vez algún día pueda llevarme a un accidente,
pero mientras tanto, tú me matas con tu búsqueda, con tu asedio, con tu
insistencia. Me asfixias, me inhibes, me atosigas, me acorralas.... No puedo
más... Comprendo que es una especie de amor, pero me mata...
Poco a poco se fue definiendo la angustia de ella como la clásica de una
codependiente, con mentalidad catastrófica y ansiedad desbordante, por lo que le
expliqué a María las tres C que se emplean en las sesiones de ALANON: “Su
epilepsia no la Causaste, no la vas a Controlar y no la puedes Curar.”
Iván remitió a su madre a las creencias religiosas y la invitó a “soltarle las
riendas” a su Dios y aceptar que todos vamos a morir algún día.
Iván: —Quiero vivir la vida sin que tú que me interceptes
constantemente.
Hablaron de cómo era la vida cuando papá vivía, de lo que perdió cada uno, de
lo que significó su ausencia, de lo difícil que fue adaptarse a la nueva situación,
y lloraron juntos por primera vez. Cada uno agradeció al otro, se miraron, se
acercaron y se relajaron.
María, avergonzada: —Yo no sabía a qué grado eran molestas mis
llamadas. Apenas cuelgo el teléfono, me surge una nueva necesidad de
recontactarte. Me comprometo a tratar el asunto y hacerme cargo.
Yo sugerí que iniciara algún trabajo físico diario y alguna actividad
suplementaria que la ocupe más tiempo. Incluso asistir a un grupo de
codependientes.
Tiempo transcurrido: 2.00 hrs.
Los vi un mes después y ella dijo que se sentía mejor.
Iván resumió: —Después de la experiencia surgieron tres cosas:
tranquilidad, tranquilidad y tranquilidad.
Una año mas tarde Ivan estudiaba en Europa y su madre, en lo suyo.

Reflexioné sobre estos dos casos, que no fueron un Abrazo de
Contención clásico, que no necesitaron del grupo como las Constelaciones y en
los que había ocupado parte de las frases sanadoras conocidas. Estaba de
vacaciones platicando con una amiga en un pueblo de 800 habitantes y ella me
dijo que su hijo Rafael, que está separado de su esposa Amelia desde hace tres
años, tienen unos pleitos espantosos donde van y vienen las demandas y
contramandas, y la única hija de ambos, Katia, ya no se ríe y está cada vez más
triste.

Caso 3
En cuanto pude, me presenté en la casa de Amelia, que se soltó
llorando diciéndome que su suegra y su marido ya no la saludan y que la vida se
ha vuelto un caos. Ella vive con su nueva pareja y su hija Katia. Su ex marido
también tiene una pareja y vive con ella, pero la guerra sube de tono día a día.
Le dije que yo estaba trabajando algo nuevo llamado Acuerdos sobre la
Colchoneta y que se podía hacer una sola sesión. Se entusiasmó, pero dijo que
seguramente Rafael no aceptaría pues se hablaban solo a través de los abogados.
En su presencia llamé a Rafael diciéndole lo mismo y, si aceptaba, debía ser esa
noche pues yo estaba de paso. Los vi por separado y me dijeron:
Amelia: —Quiero volver a vivir en paz.
Rafael: —Ya no la quiero odiar.
Como observé que no se saludaron y que el enojo era realmente
grande, los coloqué con los pies encontrados y las cabezas lo más lejanas que
pude, pero indicándoles que debían mirarse a los ojos todo el tiempo. Los invité
a que hablaran de sus enojos abiertamente, por turnos, con frases cortas. Mi
sorpresa fue que él, muy pronto, después de hablar de la tristeza, de lo lastimado
que se sentía, incluyó la frase:
Rafael: —Me arrepiento de haberte acusado de lo que no hiciste.
Amelia: —Yo quisiera dejar de tener sentimientos negativos; la
situación me da tristeza y coraje. Estoy triste y sé que lastimamos a nuestra hija.
Me enoja que me hayas acusado de que te puse el cuerno, cosa que tú y yo
sabemos que no ocurrió. (Esta fue la tesis de la demanda que él presentó contra
ella, aconsejado por sus abogados.) Y también me arrepiento de haberme dejado
encabronar por mi licenciada, que parece que te odia.
Rafael: —Me da tristeza que ocurra todo esto entre nosotros, pues pasé
la tercera parte de mi vida contigo. Me rompe la madre, yo no soy malo. ¿Cómo
llegamos a esto? Fuiste mi esposa y eres la madre de mi hija…
Amelia: —Crecimos juntos. Yo te ayudé a (enumera varias cosas)....
Tú me ayudaste a (enumera varias situaciones).... Los 2,000 pesos que me das al
mes no me alcanzan... Me dijiste que me pagarías el préstamo de 100,000 pesos
que te hice si te firmaba el divorcio. Yo no acepté.
Rafael: —A mí me dio coraje que dentro de mis propiedades tú hayas
incluido una casa que sabes muy bien que es de mi madre y que la puso a mi
nombre a manera de herencia para cuando ella muera.
Amelia: —Reconozco que mi abogada me aconsejó mal y yo creí que
podría atacarte como forma de defensa... No fue mi idea. Estuvo muy mal.
Rafael: —Yo sé que esa no es tu esencia. No podía creer que tú
quisieras fregarme a mí y hasta a mi madre... Cuando supiste que ya tenía pareja,
te encabronaste más. Veo que estamos beneficiando a nuestros abogados... Ellos
sí que la pasan bien con este desmadre. ¡Los mismos 100,000 pesos que no te he
querido pagar a ti son los que me cobran a mí en el bufete por ocho meses de
pleito! ¡Cómo pude ser tan pendejo!!! Lo que no te devolví a ti —que me
prestaste esa lana— ya se los pagué a esos perros mastines que me azuzan contra
ti.
Les pedí que hicieran silencio y que cada uno se contactase con su
cuerpo, su respiración, su manera de estar en el presente, y los animé a verse en
la mitad del divorcio de sus padres... ¿Cómo fue para cada uno? ¿Cómo se
sintieron? ¿Cómo fue manejado? ¿Qué hubieran preferido? ¿Con quién hablaban
de ello?, etc.
Observé las lágrimas de Rafael. Me parecía muy bueno que hubiera
podido hacer memoria de todo lo que había vivido, y él verbalizó:
Rafael: —Mi papá me tenía casi prohibido mencionar a mi mamá. La
denigraba cada vez que podía y mi mamá lloraba constantemente. Casi no me
decía nada... Yo no sabía ni para dónde voltear. Me afectó en la escuela. No sabía
con quién juntarme ni qué explicar... Me quería morir. Yo tenía la misma edad
que tiene Katia hoy....
Amelia: —Cuando mis padres se divorciaron, aunque ya era adulta, me
llené de vergüenza y hasta te lo oculté a ti por casi un año... Creí que tenía que
tomar partido y excluí varios años a mi papá. Sólo quería hablar con mi mamá...
Me tardé tiempo en entender que de todas formas mi papá no se divorciaba de
mí y que yo lo podía seguir queriendo. Fue muy duro...
Los llevé a los acuerdos.
Rafael: —Mañana mismo voy a cortar el contrato con el bufete de
abogados.
Amelia: —Voy a liquidar a mi licenciada pues tú y yo podemos
finiquitar las cosas tranquilamente.
Acerca de la pensión alimenticia trabajamos por más de una hora,
primero haciendo la lista de todos los gastos que ocasiona una niña de 11 años en
escuela privada, con clases suplementarias, paseos, etc. Él regateaba, pero no
muy acaloradamente. Después hicimos una lista con dos tipos de gastos: los
estables y los que pudieran cambiar muy seguido, como la colegiatura y el
seguro médico que él pagaría siempre personalmente. En total él pagaría el 75%
y ella el 25%. Ellos y yo estuvimos de acuerdo en que si bien él pagará la mayor
parte, es ella quien pasa más tiempo ocupándose de la hija.
Rafael: —Reconozco que eres una buena madre y yo confío en tus
cuidados. Eso me da la tranquilidad que necesito para trabajar por la tarde.
Les recordé que hasta que no muera uno de los tres siempre van a estar
relacionados y que les convenía “llevar la fiesta en paz.” Estuvieron de acuerdo
en que la hija es una buena niña que no merece ser maltratada y angustiada por
sus propios padres.
El aceptó pagarle a ella los 100,000 pesos que le había prestado de
buena fe, sin firmar ningún documento y también los intereses del tiempo que ha
transcurrido, aunque pagará a plazos.
Les aconsejé no hablar con sus nuevas parejas de todo lo que están
viviendo pues siempre es difícil construir una nueva relación sobre las cenizas de
la anterior.
En la sesión hubo de todo: gritos, amenazas, gruñidos, llantos,
recuerdos, miedos y, al final, ambos se despidieron agradeciéndose mutuamente
por haber venido, por la paciencia de haber convivido y por haber tenido la hija.
Cada uno asumió la mitad de la responsabilidad por lo que no funcionó.
Firmaron los acuerdos que yo había escrito en papel y prometieron ser más
concientes de las necesidades de su hija. Se despidieron de beso en la mejilla
diciéndose: “Cuentas conmigo.”
A la mañana siguiente, cada uno me llamó para compartir lo bien que
había dormido y lo increíble que fue la sesión.
Tiempo transcurrido: 3.15 hrs.
Cinco semanas después Amelia me dijo: “Me sentí muy bien, de igual
a igual, en contacto con la persona, y eso me ayudó mucho más a abrir mis
emociones y a decir lo que sentía. Tuvimos muy buenos resultados.”
Rafael me dijo: “Doctora, le estoy muy agradecido. Todo cambió. Fue
una experiencia de verdad positiva.”


Caso 4
Alberto y Marina estuvieron separados dos años y hace cinco semanas
que, por petición de ella, él regresó al hogar. Por separado ella me dijo: “Sé que,
aunque tenemos la misma profesión, yo gano mucho más que él y eso no me
importa. Lo único que quiero es que él participe más en la educación de los tres
chavos que tenemos.” Me dijo que fue la tercera en una familia de cuatro y todos
sus hermanos son hombres.
Cuando entrevisté a Alberto, me dijo: “Desde que regresé la paso muy
mal. Siento que ya no tengo un lugar, ni autoridad, ni nada. Me siento como un
perro que les estorbo a todos.” El es el tercero en una familia de once. Quedaron
huérfanos de ambos padres y él se ocupó de varios hermanos menores.
Ya sobre la colchoneta, bien relajados:
Marina: —Me duele que no puedas poner 100 pesos para comprar algo
y que cenen los hijos. Luego veo que cruzas la calle para entrar a cenar al
restaurante de enfrente.
Alberto: —No sé dónde sentarme. La silla que usaba antes de irme
ahora la ocupa el hijo mayor. Nadie me ofrece nada, me quedo de pie y por eso
prefiero salirme. Yo te tengo que adivinar el pensamiento. No ves lo que hago
por nuestra relación.
Marina: —Me choca que no tengas vela en el entierro y me dejes toda
la responsabilidad. Eres pasivo y reaccionas muy lentamente. Te haces la
víctima, sometido y sobajado.
Alberto: —Pero cuando respondo te sientes agredida porque te crees la
superdotada e independiente.
Marina: —Me esperé 20 años para que tú crecieras y te apoyé. Yo te
quiero, pero tú me llevas al límite para que yo estalle.
Alberto: —Me dio tristeza que creas que no enfrenté la vida junto a ti.
Me ves menos, el desvalido que no puede… me esforcé más de 20 años. Sí
valoro lo que enfrentamos juntos. Pero no soy tu hijo a quien tú quieres
organizar. Eso no lo soporto.
Marina: —Me da tristeza que saques ventaja. Sé que tienes diabetes y
no te cuidas. No decides ante los problemas, los límites y las tareas de los hijos.
Solo haces algo cuando me ves enojada.
Alberto: —No es verdad. Trato de ser útil: recojo la mesa y lavo los
trastes. Con los hijos hago las cosas a mi manera, no a la tuya. No me dejas darte
explicaciones.
Marina: —Me desespera tu discurso. Cuando llegas antes que yo a la
casa, por lo menos revisa las tareas de tus hijos. Yo llego exhausta.
Alberto: —Tú no admites fallas. Me gustaba mucho cuando
compartíamos enojos, discos, diversiones. Éramos felices. No había reclamos de
dinero y trabajábamos juntos hasta que llegaron los gemelos.
Marina: —Cuando nacieron los gemelos sí perdí la cordura y todo se
vino abajo con los gastos, con las desveladas, con lo difícil que se volvió todo...
Desde ahí nos llevó la chingada.
Enseguida de mencionar el parto gemelar y lo que significó para cada
uno, ella tuvo un calambre en un pie y se retorcía del dolor. Él se acercó
cautelosamente (como si temiera ser rechazado) para darle un masaje y
reanimarla, pues los dolores eran muy fuertes.
Les recordé las características de su familia de origen, por lo que ella
parecía tan fuerte y casi acorazada ante la vida y él, después de hacer de madre y
padre de sus propios hermanos, aparecía cansado y desubicado ante sus propios
hijos.
Les dije que se había presentado una buena oportunidad para que
dejaran sus estereotipos: ella muy fuerte y él débil e impotente.
Entramos en los detalles. Él no se ha instalado bien en la casa porque
no había traído su ropa. Ella dijo que había intentado hacerle espacio en los
closets pero él no lo registró como una invitación a traer sus cosas. Creyó que
ella le pedía que ayudara a acomodar la ropa y se había negado. Nuevamente
vimos que la comunicación entre ellos no solo es poco clara sino que a veces
cada uno entiende lo contrario de lo que el emisor quiere transmitir.
Al llegar a los acuerdos dijeron que tomarán tiempo semanalmente
para salir y platicar sobre cómo se sienten o qué necesitan en la convivencia del
día a día. Él va a recuperar su lugar en la mesa, su espacio en el closet, y ella lo
apoyará frente a los tres hijos.
Después hablamos de varios enredos muy serios que tienen con los
padres de ella y entre sí, respecto a algunas propiedades. Habría trabajo para más
intervenciones.
Hice varios señalamientos precisos que más tarde preguntaría si los
pudieron realizar.
Tiempo transcurrido: 2.20 hrs.
Hablé con ella un mes después y me dijo que estaba desesperada pues a él
lo vive como un bulto inútil y estorboso y ya se le acabó la paciencia. Está harta
de mantener la casa. Le dije que tal vez pronto se dará cuenta de que la
convivencia no es posible.
Le pregunté a él cómo estaban las cosas y dijo: “Más o menos... tal vez un
poquito mejor.”
Algunas veces cuando una pareja, después de una intervención psicológica, llega
al divorcio suelo pensar que también se puede ver como un éxito terapéutico que
lleva tranquilidad a los hijos.

Caso 5
Felicia me llamó para decirme que había leído mis apuntes Acuerdos
sobre la Colchoneta y, como me había conocido en un taller de Constelaciones,
me tenía confianza y quería resolver problemas graves que tenía con su hija
mayor (de 34 años) desde hacía varios meses. En la entrevista individual, la hija,
Merche, me dijo que su padre había sido secuestrado en Ciudad Juárez hacía
varios años y que ella se había encargado de las negociaciones con los
secuestradores. Aunque pagaron el rescate, no tuvieron la prueba de vida y al
final se perdió la comunicación, y hasta ahora no han encontrado a su papá,
quien muy probablemente esté muerto.
Siente que su madre la recrimina y que ella hizo lo mejor que pudo,
aconsejada por expertos. Reclama que su mamá se ha hecho una con la hermana
menor y que, para estar más tranquila, hace semanas que ella trabaja desde su
casa para no ver a su hermana ni a su madre en la oficina.
Dirigen desde el D.F. los negocios del padre que están en Cd. Juárez, pues
los expertos les aconsejaron cambiar de ciudad. Todos habían llegado al D.F.
hacía 18 meses. Los maridos de ambas hijas también trabajan en el negocio
familiar.
Felicia me dijo que ha sentido que su hija la quiere hacer a un lado en
la toma de muchas decisiones y que es muy arrogante, la juzga constantemente,
y por eso se ha producido una grandísima distancia. Tal vez influye que Merche
hizo la carrera de Administración de Empresas y la madre solo tiene experiencia
práctica.
Ya en la colchoneta:
Felicia: —Lo que me angustia es no poder ser espontánea contigo. Me
dan miedo tus reacciones. Añoro una buena relación.
Merche: —Lo que me molesta es que no quieres ver lo que es evidente.
Me siento en el limbo. Ya no hay confianza. Se perdió la comunicación. Me
siento fuera de la familia y reacciono a la defensiva; todos me juzgan y nadie me
valora.
Felicia: —Yo creo que no me ves como madre. Quiero que aceptes que
yo no quiero a tus hermanos (nueve, hijos del padre y previos al matrimonio con
Felicia).Te unes a ellos para rechazarme a mí y a tu hermana.
Merche: —Tú te confundes. Solo me llevo con J., la menor, y no estoy
integrada a todos ellos. Sé que realmente no es mi familia. Me molesta tu
incongruencia. Prefiero estar sola con mi esposo y mis dos hijos. Como haya
sido, no se puede cambiar, esos nueve son también hijos de mi papá.
Aclararon que lo que Merche llamaba incongruencia se debía a que la
madre omitió por muchos años la existencia de los nueve hijos de su esposo y
explicó que, cuando ella se casó, solo sabía de la existencia de dos de ellos.
Adolfo, el padre, fue incluyendo poco a poco la verdad sobre sus otros siete
hijos, pues temía ser reprobado por la madre de Felicia que era muy moralista.
Felicia me explicó que cuando se casó con Adolfo no se logró su primer
embarazo y Merche fue la décima hija de él y la primera de Felicia, por lo tanto
la recibió con mucho miedo e inseguridad.
Con ese relato, Merche empezó a emocionarse y a sonreír abiertamente
por primera vez. Les pregunté si se querían sentar en postura de madre
nutricia[*]. Aceptaron gustosas y les di un rebozo para envolverse. Se acercaron,
se miraron y se emocionaron... La mamá le refirió cosas importantes de los
primeros cuatro años de su vida (antes de que naciera la segunda hija) y de
cuánto trabajó al lado del padre y dejó los cuidados maternos a su propia madre
porque pensó que lo haría mejor que ella misma.
Los primeros 22 años vivieron con la madre de Felicia, que era viuda y
fue quien realmente se hizo cargo de sus dos hijas. Las castigaba como creía
conveniente; por ejemplo, a veces las hincaba con los brazos extendidos
sosteniendo una piedra en cada mano. Felicia y Adolfo veían esto y lo
aceptaban. También aceptaban que la abuela materna se refiriera a estas dos
niñas como sus hijas.
Vimos claramente que Felicia por muchos años fue mucho más la hija
de su madre que la madre de sus hijas. Sin embargo, recordó que cuando Merche
tenía 11 años y quiso ir al cine con algunas niñas de su clase y la abuela
pretendía impedirlo porque no era decente, por primera vez Felicia se opuso y
dijo que los tiempos habían cambiando y que su hija sí podía ir al cine sin sus
padres.
Hija: —Extraño mucho a papá y ayer lloré porque me siento sola. No
tengo ninguna familia, pues la familia política está muy lejos, y con ustedes no
puedo estar. No soy tan fuerte como aparento. Añoro tener una mamá y
acurrucarme como ahorita.
Madre: —Yo tampoco soy tan fuerte como quiero verme... También
pienso mucho en Adolfo, que se enamoró de mí y dejó todo para casarse y
quedarse para siempre con nosotras tres... Me duele no haberlo podido enterrar.
Insistí mucho en que Felicia tomara ya su papel de madre y también
batallé para que Merche se sintiera solamente la hija (y no la heredera absoluta
del negocio de papá). Cada una tenía que respetar a la otra en su rol
correspondiente.
Cuando llegamos a las propuestas:
Hija: —Deseo que tengamos tiempo para platicar solas las dos, siendo
honestas y respetándonos, disfrutándonos.
Madre: —Me emociona que pidas eso.
Hija: —¿Qué te parece que los martes, por ejemplo, desayunemos
solas fuera de casa?
Madre: —Iré encantada y te pido que no te alteres para que no me
espante de lo que dices. No me juzgues. Eso ya lo viví con tu abuela por más de
50 años. Ya tengo derecho a ser como soy.
Hija: —Te pido que primero nos enfoquemos en nosotras, sin incluir a
nadie más. Quiero tener y disfrutar a mi mamá. En cuanto a los demás, Dios
dirá...
Madre: —Te admiro porque fuiste excelente alumna e hija. Te das a las
gentes que quieres y necesitan, sacas adelante lo que te propones.
Hija: —Yo admiro tu fortaleza, tu personalidad, tu capacidad, tu fe, tus
deseos de aprender y tus esfuerzos por superarte. Admiro que siempre te arregles
y estés elegante, aunque estés enferma... Quiero que nos reencontremos mientras
estás en la vida...
Tiempo transcurrido: 3.30 hrs.
Tres semanas después la madre me dijo: “A partir del trabajo he tenido varios
días de paz y confío en que sigamos así. Algunas frases las recuerdo y me son
útiles.”

Conceptualización y elementos teóricos
Con esta técnica es importante trabajar directamente con las dos
personas involucradas en el conflicto actual. Yo trato de ser imparcial
poniéndome en los zapatos del que habla en cada momento.
El hecho de trabajar en el piso sobre una colchoneta es muy cómodo
para ellos, y pueden resistir varias horas. A mí me permite observar
constantemente todos los movimientos corporales, incluyendo los pies, así como
la manera de respirar, suspirar o contraer los músculos. Desde el comienzo
observo la postura que cada uno elige, el lugar que toma en el espacio y el
momento en que gestualmente acepta o rechaza a la otra persona.
Trabajo más con la interrelación que con cada uno, aunque también
puedo considerar aspectos de la historia que me hayan confiado en la entrevista
individual previa a la sesión. De tanto en tanto, procuro que se enfoquen en lo
que hubo de positivo y rescatable de su vínculo, así como en las posibilidades
reales de hacer los cambios que dicen desear, y en los recursos presentes y
factibles para el futuro próximo.
A veces dejo que surjan espontáneamente las emociones y los
discursos, poniendo atención a frases o verbos que alguno de ellos incluye y que
permiten modificar la situación que los tiene atrapados. Por ejemplo: “Yo me
arrepiento de…”, “Yo te admiro por…”, “Reconozco que…” Observo las
situaciones que surgen del inconsciente, como algún acto fallido o alguna
manifestación física, como el sueño, el dolor o las posturas.
En algunos momentos soy definitivamente directiva y hasta doy
consejos o les hago probar qué se siente enunciar algo nuevo o una frase corta.
Trato de evitar los discursos largos y la inclusión de otras personas en su relato.
Impido el uso de las palabras “nunca” o “siempre”, que suelen ser acusatorias,
falsas, y llevan a un impasse.
Siguiendo la teoría de P.E.T. (Padres eficaz y técnicamente preparados)
desarrollada por el Dr. Thomas Gordon, insisto en que sus frases empiecen con
“Yo”, “Mi”, “Me”, “A mí…” y los aliento a que poco a poco distingan las
emociones diferentes que se van presentando como, por ejemplo, el enojo, que a
menudo se manifiesta para evitar sentir la tristeza.
La técnica de los Acuerdos sobre la Colchoneta es útil como un nuevo
modelo de comunicación, que a veces permite a dos personas llorar juntas por
primera vez respecto a una pérdida significativa para ambas.
En esta técnica combino factores inconscientes, la terapia sistémica,
los aportes de Bert Hellinger, la lectura psicocorporal, así como mi experiencia
clínica general y en Abrazos de Contención.
Desde luego, es una terapia breve, que he aplicado durante un viaje,
con desconocidos o con algún ex paciente, y estoy en la fase de exploración.
Cuando tenga más casos, podré hacer una conceptualización más amplia.



Con este libro que tanto esfuerzo me costó escribir, y ahora ve la luz,
hice realidad mi sueño de aquella madrugada.


GLOSARIO

No he visto ningún glosario de Constelaciones Familiares y, de hecho, he
notado muchos cambios en pocos años en esta técnica, aunque los aspectos
teóricos no han evolucionado tanto, sí se han ampliado. Algunos términos han
sido traducidos al español de modo diferente según el entender de los distintos
traductores. Propongo a continuación la siguiente lista de términos que será útil
para comprender los distintos textos y videos que hay sobre Constelaciones
Familiares.
Alma. Fuerza que reúne varios elementos para guiarlos. El alma actúa más
allá del cuerpo. Hay un alma individual, otra del sistema familiar y una mayor,
de la que participamos todos y es la Gran Alma, en la que no hay sentimientos
negativos, sólo amorosos. Es un campo de fuerzas que además de brindarnos
información nos mantiene unidos.
Amor ciego. Es un amor que sienten los niños inocentes deseando proteger
de algo a su mamá o a su papá. Se colocan tratando de asumir responsabilidades
de los mayores, que no les corresponden, van contra el orden que supone que los
hijos, en la infancia, son cuidados por los padres y no lo contrario. Estos niños
actúan siguiendo el espíritu de sacrificarse por sus padres, enfermándose o
incluso llegando a la muerte.
Amor maduro. Este tipo de amor reconoce y asume lo que es, sea lo que
fuere. Respeta el destino de los demás y el propio, tal y como es.
Carga. Este término se refiere a uno o varios sentimientos, emociones o
responsabilidades ajenos (de algún pariente anterior), que generalmente estorba
en la vida del que la asume, pues ésta corresponde al destino de otra persona. En
una Constelación Familiar, simbólicamente se regresa la carga (que se tomó
inconscientemente) a quien le corresponda, para que quien devolvió esa carga
tenga las manos libres para realizar sus propios proyectos. La persona que
recibió la carga que le pertenecía inicialmente también se beneficia en cierto
modo, pues con este movimiento recupera su dignidad.
Centro vacío. Es un comportamiento del constelador que le sirve para poder
conectarse con el alma del constelante con indiferencia creativa. Esto es,
evitando tener prejuicios, siendo capaz de ver el detalle y lo amplio. Estar
abierto a cualquier cosa.
Conciencia. Es un órgano de equilibrio que soporta la existencia de los
grupos y de los individuos dentro del grupo. Hay conciencia a nivel personal y
otra a nivel del clan, las reconocemos por sus efectos. La conciencia personal es
como una voz interna que nos guía para no perder la pertenencia, aunque alguien
esté físicamente lejos de su familia. La conciencia del grupo es algo que todos
los miembros de una familia comparten aunque no haya sido explicitado.
Congruencia. Asumir plenamente un compromiso. Existencia de una
relación de concordancia entre distintas partes o acciones.
Contrato o solicitud. Se refiere a la entrevista que tiene el paciente con el
terapeuta o constelador, antes de iniciar la Constelación. Generalmente se hace
frente a un grupo que se ubica en forma circular, en media luna o en formación
de auditorio. Dura menos de cinco minutos. Su objetivo es determinar la
problemática que se abordará en la Constelación Familiar.
Creencia. Proceso inconsciente de pensamientos organizados. La creencia
es un marco de referencia que tiene que ver con la identidad. Podemos
descubrirla a través de las expectativas del paciente.
Constelación encubierta. Algo que se resuelve durante una Constelación
Familiar pero que no estaba en la intención original del cliente, ni en la mira del
facilitador. La Constelación encubierta resulta de la información que surge del
inconsciente del sistema familiar.
Destino. Hay un margen reducido de posibilidades entre lo que nos toca
vivir y lo que podemos hacer para cambiarlo. Tenemos libertad para vivir lo que
nos corresponde de diferentes maneras. Nuestro destino está entretejido con el de
otras personas, a veces para lo mejor y otras para lo peor. No se debería tratar de
ir en contra de lo que es; lo saludable es aceptarlo tal cual. El constelador ayuda
a asumirlo. Podemos enfrentar los eventos difíciles asintiendo y consintiendo.
Diciéndose a sí mismo: maduré con lo que me sucedió.
Duelo enquistado. Se refiere a la situación de una persona que ha sufrido
una pérdida significativa y que, después de más de un año, no ha podido
adaptarse a su nueva situación de vida, sin el ser fallecido.
Emoción prestada o adoptada. En Constelaciones Familiares se detecta
porque parece sobreactuada y los presentes en un taller de Constelaciones
Familiares no se sienten empáticos con esta emoción. Viene de otra persona, a
veces de generaciones previas.
Emoción primaria. Son sentimientos reales, instantáneos y pasajeros, como
amor, odio, rabia, tristeza o dolor. Cuando se presentan, aparecen, se
incrementan, decrecen y concluyen, la emoción tiene dirección hacia algo, se
acompaña de acción y de vitalidad. Energiza a la persona y pone intención en la
voz. Los ojos de quien la manifiesta están abiertos. El grupo empatiza con estas
emociones que permiten mirar hacia adelante.
Emoción secundaria. Es una emoción que permite, a quien la experimenta,
evadir la realidad. La persona que la vive suele estar viendo hacia alguna imagen
interior. No focaliza, congela, aparece voz infantil y chillona, siempre cierra los
ojos. Puede actuar de un modo que parece ridículo y desbordante. Por ejemplo,
son resentimientos que se originaron por algo sentido en la infancia. Estas
emociones se repiten crónicamente, no concluyen y pueden reaparecer por años.
Enamoramiento. Es un conjunto de emociones que tiene que ver con una
ilusión, una proyección de algo deseado. Si entre dos personas que sienten el
enamoramiento hay, además, respeto, admiración recíproca, atracción sexual y
algún proyecto compartido, la pareja puede permanecer.
Enredo sistémico. Es una situación no resuelta de manera adecuada o
excluida del sistema familiar que inexplicablemente afecta la vida de una o
varias personas de otra generación del mismo sistema familiar. Es una
identificación o compromiso con la suerte o sentimientos de otro miembro de la
red familiar que a veces ha sufrido un daño o injusticia. Las Constelaciones
Familiares permiten traer a la luz esos eventos y desactivar sus efectos,
especialmente cuando son negativos. También se llama lealtad invisible,
embrollo o implicación, según las traducciones que se consulten.

Expresión de amor. Confirma a otro su derecho a pertenecer al mismo
sistema familiar.
Felicidad. Es el estado natural del hombre, aunque sus juicios y
comparaciones lo llevan fácilmente a la infelicidad. La mente, no la realidad, es
la fuente de la felicidad. La felicidad es tomar con alegría todo lo que se nos da y
soltarlo alegremente cuando lo perdemos, sea lo que fuere.
Florecer. Sensación subjetiva de bienestar con los afectos y en el trabajo.
Sería dar a nuestros padres el diploma de calidad, cuando podemos ser
autosuficientes y separarnos de ellos.
Hacer tierra. Tocar fuertemente el piso, aterrizando, asumiendo o asintiendo
frente a lo que sea.
Humildad. Es el comportamiento de conformidad para asumir el destino,
aunque éste sea confuso o doloroso. La humildad nos permite tomar la vida y la
felicidad tal como vienen dadas y mientras duren. Esta aceptación es fuente de
fuerza.
Imagen de solución. Es la última configuración que hay en una
Constelación Familiar y viene de lo más profundo del sistema, de su
inconsciente. Es lo que más interesa que se lleve el paciente para llegar a los
movimientos del alma que son lo sanador de una Constelación pues llevan a una
transformación fundamental de nuestra manera de estar frente a la vida.
Lealtad invisible. Es una identificación con un destino ajeno, generalmente
en relación con alguien de generaciones anteriores que fue marginado por
vergüenza o por algo que hizo y que hoy la persona que vive esta lealtad lo trae
nuevamente al sistema.
Lugar situacional. Es el lugar que determina lo que sentimos, aun lo que
sentiría otra persona que estuviera allí, lo que nos permite conocer y sentir las
emociones de alguien aunque no lo conozcamos. Contribuye a determinar la
experiencia que tienen los representantes en una Constelación Familiar.
Montaje. Es la manera como el consultante coloca a los representantes al
iniciar una Constelación. Existen distintos tipos.
Movimiento interrumpido. Se da cuando en edad temprana alguien pierde el
vínculo con alguno de sus padres por un período largo o definitivamente. Se
manifiesta después por dificultades para mantener la salud o para estar bien en la
vida en general.
Orden en el amor. En una pareja ambos actúan entrelazados. El primero es
el jarro que contiene y abarca al amor, el cual fluye colmándolo. Cuando existe
el orden en el amor la persona está en sintonía con su destino y asiente a quién es
y de dónde viene.
Orden en la familia. Es un principio según el cual cada miembro de un
sistema familiar ocupa un lugar preciso de acuerdo al orden cronológico del
nacimiento, en el caso de los hermanos se refiere a lo generacional y al rol que
cada uno desempeña con relación a los demás. Según este orden, lo saludable es
que los padres den y los hijos tomen. El orden es lo que une y permite el
desarrollo de cada miembro, y cuando se respeta es sanador y liberador. El
desorden en un sistema puede generarse por falta de amor, o por lealtades
invisibles, y se puede recuperar con una Constelación Familiar.
Parentalizado. Se trata de un hijo o hija que da cuidados a alguno de sus
padres como si fuera mayor que ellos. También puede ser que asuma
responsabilidades excesivas con respecto a sus hermanos.
Postura de madre nutricia. Se utiliza en la Técnica de Abrazos para
restaurar el vínculo entre madre e hijo, cuando hubo movimiento interrumpido.
Simula la postura de lactar a un bebe.
Prestar el peso. Cuando un paciente necesita hacer un Abrazo de
Contención con alguna persona que no puede asistir a la terapia, se le pide que
invite a una persona de mucha confianza, que presta su cuerpo apoyándose en el
85% de su extensión sobre el paciente.
Regresar o devolver. Es la acción que realiza un paciente en una
Constelación Familiar para devolver a algún antepasado suyo algún sentimiento
prestado, enfermedad, responsabilidad o rasgo de personalidad que, por ser
ajenos, le estorban en la vida y que tienen que ver con el destino del ancestro y
no con la historia personal.
Regresar la carga ajena. A veces colocamos algo muy pesado en las manos
del cliente para que se lo dé a quien le corresponda y él se libere.
Representante. Es cualquier participante que en un taller coopera con el
cliente y pasa al lugar de la Constelación Familiar ocupando un lugar situacional
que le permite sentir como la persona o aspecto (salud, trabajo, miedo) a la que
está representando.
Representante de referencia o anónimo. Es alguien que el constelador
incluye durante una Constelación sin decir a quién representa y según su manera
de estar, ofrece datos al facilitador y al cliente.
Resonancia mórfica. Es el conjunto de cambios o ajustes que tienen todos
los miembros de un mismo sistema familiar cuando uno solo de ellos hace una
modificación. No se ve pero se siente. En cuanto a lo físico, son las ondas
concéntricas que se forman cuando se lanza una piedra al agua. En lo
psicológico, se refiere a algo que ocurrió hace varias generaciones pero que
impacta aún varias generaciones después en algún nieto, por ejemplo. También
se refiere a cambios posteriores a una Constelación Familiar que influyen en
todos los familiares que fueron representados aunque no hayan estado presentes.
Sanación. Recobrar el equilibrio a través de seguir el orden del amor. En
Constelaciones Familiares se considera la enfermedad a nivel físico y a nivel del
alma, lo cual marca diferentes caminos para encontrar los obstáculos que
impiden la sanación. La sanación consiste en reconocer lo que es y aceptarlo en
lugar de resistirse. Es asumir la tierra como tal, olvidar el cielo, arraigarse a la
vida y vivir lo que corresponde.
Tomar. Recibir todo lo positivo que se pueda; generalmente se refiere a los
padres. Si alguno de ellos fue violento o estuvo ausente, de todas formas hay que
asumirlo tal como es o haya sido, agradecer y honrar a los padres por la vida que
se recibió de ellos. El papá y la mamá que uno tiene siempre son los mejores
para cada quien.
Tomar su lugar. Es seguir las leyes de la vida, tomando el lugar que le
corresponde a cada uno de acuerdo a la cronología del nacimiento y a la relación
que se guarda con los demás miembros de la familia.

















Para cualquier
comunicación con Rosa
Döring,
puede llamarla al teléfono
celular:
044 55 21 066 777
o escribirle al correo
electrónico
rosa_doring@yahoo.com
doring.rosa@gmail.com

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Constelaciones, Abrazos y Acuerdos... Familiares
se terminó de imprimir
el mes de Julio de 2013
en los talleres de
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Almería No. 17
Col. Postal, México, D.F.

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Véase el Glosario.
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Véase el Glosario.
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Véase el Glosario.
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Véase el Glosario.
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[*]
Lo sombreado fue publicado anteriormente.
[1]
Texto publicado en el libro Psicología para casos de desastre, editado por Editorial Pax, México, Distrito Federal, 1987.
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Véase el Glosario.
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Véase el Glosario.
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Véase el Glosario.
[*]
Los nombres de las personas fueron cambiados para preservar el anonimato.

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Véase el Glosario.

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