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Sully era epicúrea

Por qué tuve que sacrificar a mi perrita en pos de


mantener nuestra postura hedonista ante la vida.

Por Josué Campa Hernández


Acostúmbrate a pensar que la muerte no tiene nada
que ver con nosotros, porque todo bien y todo mal
radican en la sensación, y la muerte es la privación
de sensación. De ahí que la idea correcta de que la
muerte no tiene nada que ver con nosotros hace
gozosa la mortalidad de la vida, no porque añada un
tiempo infinito sino porque quita las ansias de
inmortalidad. (Epístola de Epicuro a Meneceo)

Epicuro. Obras completas .Edición de José Vara. Editorial


Cátedra. Madrid (2012). P. 88
Aun cuando podríamos haber intentado una cirugía
impagable, peligrosa, de resultados reservados o un
tratamiento médico con terapia física que nos exponía a
momentos dolorosos, incómodos, sin un resultado claro
y con la posibilidad de accidentes fatales, decidí dar fin
a la vida de mi mejor amiga que, al igual que yo, era
abiertamente epicúrea; su apego a la vida y sus placeres
debió ser detenida, aun cuando había opciones, mismas
que, siendo realistas, se alejarían del hedonismo que
practicábamos. Nos apegamos a la consigna de
preguntarnos cada vez “¿Eso es vida?” y cuando la
respuesta por fin fue “no”, debimos parar.
Mi perrita estudió filosofía conmigo durante más
de 6 años, tuvimos un apego enorme la temporada en que
realicé mi tesis de licenciatura, pues nos desvelamos
estudiando las corrientes filosóficas de la modernidad
durante más de un año; desde cómo se formó ésta en el
naturalismo de Lucrecio, Epicuro, Bruno, Cusa; sus
inicios con Spinoza, Descartes, Galileo, Bacon; a sus
mayores exponentes, Leibniz, Newton, Locke; a sus
derivados en la ilustración francesa con Rousseau,
Lamarck, Buffon, Robinet, Diderot; hasta sus
implicaciones actuales en la filosofía de la ciencia y
filosofía de la biología.
Por dos años disfrutamos de toda clase de
placeres, la comida, la bebida, del tabaco, la música, el
dormir, el no dormir, el disfrutar el sol de la mañana y el
de la tarde, correr en pasto o en asfalto, competir por
subir unas escaleras, buscar ovnis en las noches de luna
llena y salir a pasear por las calles, camellones y parques
de la ciudad. Conforme más concretábamos
filosóficamente nuestra forma de vida con una postura
hedonista epicúrea, más amigos éramos y más
gozábamos nuestra existencia.
Ella era célibe, fue castrada a sus seis años, nunca
le interesó el sexo antes o después. Su mayor fuente de
placer era la comida, el sol, los paseos y la compañía.
Aunque sonase a un perro normal, realmente lo que la
distinguía era la concepción filosófica de su propia vida,
el haber hecho concordar su pensar con su actuar le
ponía un peldaño más arriba de cualquier perro y de casi
cualquier humano. Decidimos que la coherencia debía
ser el pilar más fuerte con respecto a nuestras acciones y
nuestro destino. Para Sully la amistad representaba no
sólo un placer en sí misma, sino una de las cosas más
deseables; de ahí que viera en el sexo su parte menos
interesante, pues lo carnal suele ser pasajero, hasta
efímero, pero todo aquello que conlleve la amistad y su
conservación resultan trascendentes. Eso no implica que
no hubiese molestias y disgustos, nosotros mismos nos
llegamos a enojar en ocasiones, pero la reconciliación
siempre llegaba, gracias al amor a los amigos y a
comprender que el perdón comienza siendo consciente
de que la otra persona es idiota.
Sully tenía un gran apego a la buena vida, al
menos la que podía proporcionarle; sin embargo, supo
disfrutar cada parte de su estancia en este planeta. Sully
no entendía otra vida sino hasta su séptimo año, cuando
vio que Farah, la chihuahua de mi hermana, dormía
dentro del departamento y no en la cochera. Sully se dio
cuenta de que en verdad se podía dormir dentro del
departamento, se dio un despertar de su conciencia, así
que comenzó una campaña para buscar su lugar dentro
del calor del hogar, dejando la cochera en el pasado.
Era tal su hedonismo y postura ante la vida, que
su última comida fue un pan de muerto; ambos
gozábamos de las redundancias y las ironías. Consideré
un buen detalle de despedida el presentar ante su mesa
el símbolo del apego a la esperanza de la vida después
de la muerte que da el día de muertos, fecha en que
murió. Fue la despedida entre dos viejos amigos que
debían separarse, pero teníamos claras las dos
posibilidades a las que podíamos aspirar los seres vivos
mortales; por un lado, una en que podríamos volver a
vernos en la orilla de un rio turbulento que habremos de
cruzar juntos para pasar a una vida tan distinta como
eterna, en que comer, beber y pasear se nos dará sin
limitaciones temporales, espaciales o físicas; por otro
lado, la epicúrea, una donde era un adiós definitivo y
compartíamos un último bocado juntos en nombre de
una amistad de más de trece años.
Sully tenía una idea clara sobre la vida, lo mejor
de ésta eran los placeres que ahí podemos encontrar,
pero cada uno de esos placeres conlleva reglas para su
disfrute; muchas de éstas se apegan a los valores
comúnmente conocidos, pero no hay que confundirlos.
Por ejemplo, el cuidado y protección de las partes
genitales no es decoro, es el saber consciente de que son
grandes fuentes de placer, y su afección no sólo aleja del
placer, sino que suele conllevar grandes cantidades de
dolor. Así mismo, sólo defecar en casa, en tu lugar más
apreciado y seguro, lugar de tranquilidad y disposición,
donde uno de los mayores placeres se podrá llevar a
cabo. De ahí el que Sully separara “baño” y “paseos”
fuese tan importante. El exterior es peligroso si te
vulneras de esa forma, el exterior es para disfrutarlo con
todos los sentidos, para correr con los amigos, para ir por
la pelota, para conocer a otros seres; no para revelar al
mundo tus olores de forma abrupta y sin sentido.
También tenía sus reglas, estando dentro del
departamento, durante las noches, debía esperar a que
alguien abriera la puerta, aunque si fuese una necesidad
impostergable debía despertar a alguien para que le
ayudara a abrir la puerta, pues iría contra su principio de
“amistad” el hacer del baño en el espacio donde todos
convivían. El reprimir esa necesidad, en una ocasión, le
conllevó una infección urinaria.
Pocas y vergonzosas fueron las veces en que
defecó fuera de casa, a veces lo soportaba por horas, por
paseos largos o caminatas cortas, sólo hacía sus
necesidades en su casa, rodeada de su gente, en el lugar
indicado. Para Sully era algo realmente importante, no
cualquier sitio ni cualquier forma eran propios para
realizar esas actividades; por ello me pareció lo más
grotesco y desagradable pensar en cómo recibiría el
hecho de que tuviéramos que realizar mecánicamente su
excreción. Su columna presentaba ya muchos problemas
de osteoporosis por la edad, su peso, sus actividades
diarias; estaba inflamada y tanto sus piernas como sus
intestinos se encontraban paralizados, por momentos
había una leve conexión, pero no existía ya una
recuperación confiable. La conocía lo suficiente como
para saber el decoro de su cuerpo y su intimidad, no la
propia de los perros, sino una más exquisita, era por toda
la familia sabido que era muy pulcra, dichosa de su
cuerpo, ni en baños por un veterinario se dejaba tocar de
esa manera, yo no cometería el enorme insulto de
hacerla sentir de ese modo, aunque ella y yo supiéramos
que era por su bien. A eso no podríamos llamarle vida.
Tal era el aprecio a su cuerpo que la ofensa que
cometieron mi madre y mi hermana de raparla
completamente en una ocasión la hizo odiarlas por
semanas, incluso cuando volví a verlas me indicó la
horrible cosa que le habían hecho, así como a las
culpables. Y no es metáfora o analogía u otra
herramienta retórica. Literalmente me indicó su estado
de indignación e inmediatamente señaló a las culpables.
Claro fue mi enojo ante tal situación, pero yo ya no vivía
ahí y mi deseo de ser capaz de pagar un hogar para
ambos nunca pudo realizarse. Aún sigue siendo un gran
pesar, saber que no pude llevarla conmigo a vivir en una
casa donde no tuviera que subir escaleras y con espacio
suficiente para que pudiera vivir cómodamente.
Tenía muchas dolencias en mi mente, provocarle
la excreción mecánicamente definitivamente no era una
opción, la operación tampoco, tanto por su edad como
por el cuidado que debería ser exhaustivo; ella no era del
tipo que permanece quieta todo el día, así que esa opción
no sólo era difícilmente pagable, sino que había
múltiples problemas y peligros rondando. De hecho,
cuando el veterinario intentó la excreción mecánica no
tuvo mucho éxito, fue más evidente la tremenda
incomodidad de Sully; solo hasta cuando terminó su
sacrificio sus intestinos se vaciaron. No haría en ningún
lado que no fuese su casa, pudiese o no, sólo muerta
pasaría eso, y pasó. Lo antes contado no fue una
alegoría, es realmente la coherencia adquirida por un ser
sabio. Yo mismo quise convencerla de realizar sus
necesidades en un camellón, como todos los demás
perros, y no sólo se rehusó, sino que olvidó que sus
piernas no tenían movimiento y comenzó a disfrutar la
vista del paseo, del calor de la tarde, de los olores en el
ambiente.
En ese momento, aunque buscamos un par de
opiniones más, sabía lo que debía suceder. Es difícil
pensar los problemas que conlleva el que un ser vivo no
pueda realizar sus excreciones, no ya sólo
incontinentemente, sino cuando se paralizan los
intestinos. La probabilidad de que explote la vejiga o un
intestino son muy altas, más si sumamos un cuidado
vago o una necedad filosófica. La probabilidad de que la
acumulación de fluidos que se da en esa situación atrae
insectos como las moscas, quienes pueden dejar sus
huevecillos dentro de las cavidades de los animales, los
animales alojarán a estas larvas sin presentar dolor
alguno, mientras son devorados por dentro. La
probabilidad de un accidente por movimientos bruscos o
golpes que la dejasen imposibilitada completamente sin
posibilidad de terapia también era un peligro inminente
¿Qué quedaba?, la operación que pagaríamos a duras
penas y que no garantizaba ni siquiera una pronta
recuperación por su edad, o sólo unos meses, quizá uno
o dos años, de una falsa tranquilidad, de un reposo en
que no podía hacer esfuerzos tan simples como subir
escaleras o caminar por sí misma ni una cuadra. Esa era
su vida, hasta competíamos para ver quién las subía más
rápido un primer piso. Dormir arriba, hacer del baño
abajo. Era un poco en la intemperie, que tampoco podía
pasar. Vivir conmigo en un departamento pequeño y
lleno de basura que ni siquiera es mío; la frustración de
saber que casi tengo treinta años y no puedo pagar un
departamento decente donde mi perro pueda pasar sus
últimos días. Sé que no me pediría nada, y se dedicaría
a disfrutar todo lo que estuviera a su alcance, pero yo
debía ser la voz sensata y frenarla, pero no podría. No
podría ver su rostro de frustración o de pena o
vergüenza. No de nuevo.
La primera vez que vi su mirada de impotencia
me rompió. Como dije, cuando éramos más jóvenes
solíamos mantener competencias para subir las
escaleras, fuimos creciendo y se fueron alentando hasta
que finalmente se comenzaron a posponer. Cuando me
mudé de casa de mi madre y llegaba de visita, ella bajaba
a recibirme y subíamos las escaleras juntos, a nuestro
paso, mientras le acariciaba su cabeza y orejas. Cuando
enfermó no podía bajar las escaleras, se aguantó las
ganas de bajar al baño, hasta que la convencí de ir al
veterinario, que nos diagnosticó mal “un problema de
articulaciones”, no, ¡IDIOTA!, era la columna.
Llegamos y pasó al baño, la ayudé a subir dándole
ánimos. En la noche, y sabiendo que solía bajar a esas
horas, le volví a ayudar a bajar; pero, al subir, en un
momento no escuché sus pasos sobre la escalera, ya no
iba junto a mí, sin querer la había dejado atrás, volteé a
verla y vi los ojos que más me han dolido, no eran unos
de furia como los que lastiman, o de decepción que te
dejan pensando, eran los de tu mejor amiga diciéndote
que no entiende qué le pasa, pero su cuerpo no responde.
No me pidió ayuda, nunca lo haría, era muy orgullosa de
sus posibilidades, sólo se detuvo un poco para tomar
fuerzas, y yo en mi insensatez seguí sin apoyarla o
acariciarla. Regresé a ella disculpándome y comenzando
de nuevo la subida. Llegamos, me senté en la mesa que
compartía con Bárbara y Roberto y no pude contenerme,
comencé a llorar. Todos se me acercaron pensando que
ocultaba algo del diagnóstico de Sully, pero no, sabía
tanto como ellos, nunca esperamos que en los siguientes
días empeoraría, quisimos pensar que sería como un año
atrás que con unas pastillas volvió a su movilidad de
siempre. Pero ya no era 2020 y estábamos en el año más
frio que habíamos pasado.
Sully siguió su vida, descansó bajo la mesa,
compartimos un par de bocados de la cena, y antes que
me fuera ya estaba dormida. En mi conciencia estaba las
dos semanas que, mientras velábamos a mi tío, estuve en
casa de mi mamá trabajando por las madrugadas, como
hacía 4 años. Pero si yo ya no soporto bien las
desveladas, mi Sully menos, y aun así volvimos a asaltar
la cocina de mi madre, salíamos a fumar cada hora o
cada dos, escuchábamos a Los piratas como desde hace
años y escribimos, que es lo que mejor sabemos hacer.
Le platiqué un poco cómo iban las cosas en casa, que
odiaba dónde vivía, que aún no podía ir a la universidad
por el Covid-19, que lo de España iba muy lento, que
estaba triste por mi tío y mi tía, que extrañaba estar con
ella y los demás. Ella me escuchó y confortó.
Esos días antes de ir al veterinario había soñado
que corría; la vi, como cuando íbamos al parque a correr
con Cobos y Katia, que llevaban a sus amigos, Rocky
(un bóxer sumamente fuerte y cariñoso) y Meztli (una
especie de Husky de pelo largo que en su juventud
brillaba corriendo por todo el campo). Cuando fuimos al
veterinario debió pensar que su sueño se hacía realidad,
y tomó ese regalo de la vida con todas sus fuerzas; sin
quejas por la distancia, la hora o el lugar. Sólo tomó la
vida como llegaba y la hacía suya, era mejor epicúrea
que yo.
Ella, al igual que yo, teníamos una única deidad
filosófica que nos parecía adecuada, si es que
debiésemos tener una. Creíamos en la Diosa Fortuna.
Incluso ella, más que yo, era sumamente devota; le
dejaba a la madre fortuna el cobijo de las noches, el
alimento de cada día, el bocadillo que solía llegar
siempre y cuando estuviese atenta, la caricia
dependiente del ánimo de cualquiera. Ella sabía que
había una mezcla entre el voluntarismo, la racionalidad
y la deidad Fortuna en esta vida. Por un lado, había una
voluntad inmensa, no necesariamente dada por un dios,
sino más bien, la indudable tendencia de lo existente por
permanecer; sabía que esa voluntad mueve todo y a
todos. La razón era la única forma de contrarrestar la
marea de la inconciencia y tomar el mando de tu vida,
buscar la libertad pese a que el universo quiera consumir
la absurdidad de tu existencia, tal como es absorbida la
tristeza de los zombis que viven sin mayor sentido ni
provecho. Por último, estaban los regalos dados por
madre Fortuna, quien es una madre distraída y ocupada,
quien atiende a su tiempo a todos sus hijos, regalándoles
aquello que ella ve que les ocupa, por ello Sully siempre
estaba atenta del bien de su familia y de aquellos
bocadillos que siempre se caían al suelo, de esa parte de
comida que a veces las personas ya no quieren o de la
comida dejada por los demás.
Realmente nuestra creencia era una convicción
por seguir nuestros proyectos y ambiciones; sabiendo
que si trabajábamos constante y apasionadamente en
éstos, de un momento a otro, la Diosa Fortuna volteará a
nosotros y si nos toma haciendo lo que más nos interesa
nos puede bendecir con sus favores, no un milagro, sino
llevando las probabilidades, que nosotros mismos
provocamos, a nuestro favor. Por eso, el mejor ejemplo
era la persistencia de Sully por estar presente cuando
alguien tomaba algo de comida, no ladraba, no hacía
ruidos como de gruñido, no pataleaba, sólo se sentaba en
la entrada de la casa viendo a la mesa y contenía su
emocionada respiración lo mejor que podía; en esas
circunstancias, sólo esperaba que la madre Fortuna
volteara a ver su voluntad y disciplina para aquella labor,
esperando le concediera que quien había tomado algo de
comida se fijara en su presencia y compartiera con ella
un poco del botín. Tal era su entrega y dedicación, así
como tan grandes los favores de la Diosa para con ella,
que antes de servirle de comer formalmente debías
cuestionar a los demás si no le habían servido antes, pues
muchísimas veces sucedió que, adormilados por el beso
de la Diosa, se le habían servido más porciones de las
que debía, a veces dos, a veces tres, en una ocasión cada
uno de los cinco integrantes de la familia le habían
servido una porción de comida, eso sin contar el
desayuno y obviamente la cena, misma que, devoró
antes que todos cayeran en cuenta que ese día había
comido siete veces. Era claro que su sobrepeso estaba
relacionado con el hedonismo y el favor de la Diosa;
algo que debimos contrarrestar con algo de ejercicio y
una mejor coordinación en la ración de alimentos.
Apéndice 1. Mi papá

Aunque yo la quise mucho, e hice lo posible por pensar


siempre en su bienestar, tuve que tomar la decisión de
sacrificarla. No era el único en la familia que tenía una
fuerte relación con ella. Quizá quien depositaba en ella
más amor era mi padre.
Sin duda, en todas las familias existen muchos
problemas, la nuestra no es la excepción, el mayor
problema es que tomamos una actitud tal que nos
silenciamos entre nosotros; por años no hablé con mi
hermana, fueron unos 4 o 5 años. Con mis padres no me
hable por casi un año.
Mis padres también han tenido muchos
conflictos y se han dejado de hablar por meses, a veces
por años. Sin embargo, mi hermana y mi mamá no
suelen estar enojadas, así que un problema de ellas con
mi papa suele ser muy duradero y molesto; así mismo
que yo esté molesto con todos no es algo extraño.
Imagínese lector, que eres el sustento de tu
familia, pagas las cuentas y necesidades, y que todos en
casa cenaron en silencio o cada quien por su parte,
comida que tú compraste pero nadie quiere compartir
contigo. Vas a la cama donde te limitas a tratar de
descansar en tu mitad de la cama; duermes unas pocas
horas en un colchón que aún no has podido cambiar
porque aún no ahorras lo suficiente; te despiertas y hace
un frío de la mierda. Tratas de bañarte, si se acaba el
agua debes salir a prender la bomba, si no calienta debes
salir a ver por qué no sirve el calefactor, pues nadie
puede apoyarte en eso. Logras lavarte y sales
apresurado, sólo tomando un vaso de leche, a veces nada
porque nadie la compró aunque dejaste dinero para ello;
te vas sin un desayuno preparado o comida del día
anterior. Vas en transporte público lleno y apestoso, con
unos audífonos a los que sólo les suena un lado, apenas
llegas y debes ir a buscar la carga a las bodegas en esa
zona tan expuesta al clima de mierda; tienes un tiempo
y sales a comer algo, lo que sea que encuentres a un
sobreprecio y sin saber si sabrá bien o te enfermará, pero
con la seguridad de que eso debe durarte hasta la tarde o
quizá hasta la noche que llegues. Tienes que lidiar con
un montón de idiotas a tu cargo que no son capaces de
hacer algo bien, con burocracia estúpida e
innecesariamente complicada. Por fin se acerca la hora
de salida y surge trabajo de emergencia, debes tomar
horas extras que no necesariamente te van a pagar. Tú
solo logras sacar esa mierda mientras los demás se
escapan en su irresponsable estupidez. Por fin, terminas
y tomas el transporte de regreso, con el miedo de ser
asaltado o tener un accidente, apretado, sudado, cansado,
odiando cada maldita cosa en ese camión y en tu vida.
Debes caminar un par de calles más, otra vez no sirve la
luz de las farolas y caminas rápido, pese a tu cansancio,
para evitar ser una presa fácil de algún ladrón. Por fin
llegas, antes de abrir la puerta sabes qué serán las
siguientes horas, si bien te va, te saludarán ignorándote
o te reclamarán algo que no tiene que ver contigo o
desconfiarán de algo que hagas o digas; no sabes si se
habrán dignado a hacer comida, no sabes si te servirán o
siquiera calentarán tu cena o tendrás que hacerlo tú
también. Si habrán comprado la leche y el pan o tendrás
que ir también, no sabes por qué te duele el tobillo y sólo
esperas aun tener una playera limpia para poderte
cambiar y estar al menos un poco más fresco. Pero en
cuanto cruzas la puerta chirriante, que no has podido ni
siquiera pintar, escuchas una cosa estruendosa,
corriendo desesperadamente hacia ti y que está
inmensamente feliz de que hayas vuelto, salta de un lado
a otro queriendo jugar contigo y, por un instante en el
día de mierda que has tenido, sientes esa felicidad que
deberías sentir siempre; a ella no le importa si pagaste la
luz o si llenaste correctamente un puto formulario, no
quiere nada de ti más que un poco de atención y que le
rasques la picazón tras las orejas; tú te desvives un poco
por tu perrita que sale a tu encuentro y te muestra la que
quizá sea la única buena cara en 24 horas; no le importa
que estés sudado, cansado, con mal aliento, sólo quiere
saber a qué te huelen las botas, por dónde pasaste, si
quieres aventarle la pelota, si tienes ganas de salir a
caminar o sentarte un rato en las escaleras con ella. Te
acompañará hasta tu cuarto donde la mandarás afuera
mientras te cambias, se sentará a tu lado mientras
esperas que se caliente la comida; ves si está libre la
televisión para ver algo, se sienta a tu lado mientras
comes, y espera que ese pedazo de migajón que acabas
de sacar acabe remojado en salsa y en su boca. Se
recuesta junto a tu silla mientras terminas de ver las
noticias, aun nadie ha reclamado nada, la acaricias un
poco, quisieras comprarle un suéter para perros o una
nueva correa para sacarla a pasear, debes dejar eso para
el fin de semana. Vas a dormir sabiendo que si algo malo
está pasando ladrará para avisarte, vuelves a verla bien
y sabes que no se va a despertar ni aunque le griten al
oído, no te importa, sólo descansas en la idea que ese día
ya terminó. Pero no caes en cuenta que ya tiene casi 10
años y en otros 3 sus fuerzas irán disminuyendo, el
último de sus años no bajará corriendo, porque le duelen
sus articulaciones, pero cuando subas las escaleras estará
arriba viéndote y sonriendo, cerrará los ojos y acercará
su cabeza para que la acaricies, abrirá los ojos para
seguirte adentro donde podrás jugar un poco con ella, ya
no se mueve tan estrepitosamente como antes, pero
sentada sigues jugando con su cara y orejas como si
estuviera incontrolable saltando de un lugar a otro;
preguntarás si ya le dieron de comer y, aunque ya haya
comido, le darás un pedazo de pan que hay en la mesa.
Ya no te sigue a tu cuarto, te espera acostada en su cama
o en el suéter que le hayan puesto por cama. Se sienta
bajo el sillón donde te acomodes. No importa qué suceda
en tu vida o la de los demás, ella está inmensamente
contenta de que hayas llegado.

El final. ¿Qué vamos a hacer?

Mi padre me preguntó ¿qué se va a hacer?, le


expliqué, el día que la internamos, cuál era la situación,
las restricciones que deberíamos tomar ante cualquier
decisión. Me volvió a preguntar “¿qué haremos?”, lo
noté muy preocupado, sé que siempre le ha sido pesado
querer gastar dinero en algo para nosotros y que no le
alcance, sabía que era algo que le pesaba mucho y si la
salud de Sully dependiera de eso nunca se lo perdonaría;
sé que era un problema en su cabeza porque yo tenía
exactamente el mismo en la mía, pero sabía que
sacrificando un par de proyectos podríamos llevar acabo
la cirugía. Le contesté que necesitaba más puntos de
vista, y le dije que me aseguraría bien de qué decisión
tomar; mi papá lo dejó en mis manos y me fui a dormir
sabiendo lo que al otro día pasaría.
Me llené de información, fuimos por las placas
de Sully, vimos el estado de su columna, sus
articulaciones, su páncreas, su edad. Todo estaba muy
dañado, fui por una opinión a un hospital y el sujeto que
me atendió fue sumamente franco, me explicó todo lo
que necesitaba saber. También mi primo Manu, desde
Canadá, quien nos la dio de cachorra y siempre la
atendió, dijo lo mismo. Si no pasa el examen
neurológico no tiene caso. Sabía bien que no había
pasado ese examen, ya sus patitas no respondían, aún
con los desinflamatorios no existía una respuesta clara
de sus extremidades y sus intestinos. Eso sólo lo sabía
María, Bárbara y yo.
Fui por mi mamá al trabajo, le di un poco de la
información. Cuando llegamos mi papá ya estaba
cambiado y viendo televisión junto a mi hermano. Mi
papá a la izquierda de la sala frente a mí, mi hermano y
hermana en la sala sentados a su izquierda, mi mamá a
mi derecha en una silla del comedor y Bar junto a mí a
mi izquierda.
Nuevamente me preguntó “¿Qué vamos a
hacer?”, volví a explicarles que confirmamos el
diagnóstico del día anterior y que ninguna de las
opciones era segura o viable, que las operaciones o
terapias no eran amigables con Sully y su postura
epicúrea, que sería demasiado peligroso, irritante,
doloroso.
Nuevamente me dijo -Bueno, entonces ¿Qué
vamos a hacer?-, veía en su cara mi respuesta: -dormirla-
se me comenzó a cortar la voz -me dijo el veterinario que
iba a operar un gato y estaría libre a eso de las 10- perdí
mi voz y comencé a llorar -por si queremos ir a
despedirnos-. Ahí entendí esa frase de romper en llanto.
Estaba completamente roto, mi papá y mi hermano
fueron hacia mí a abrazarme igual de destrozados. Mi
mamá se acercó a Mari que estaba llorando también.
Con mi brazo jalé a Bar hacia nosotros. Creo que nunca
habíamos llorado tanto todos juntos.
Muy pocas veces había visto triste a mi papá,
muy pocas veces; quizá una o dos veces lo vi llorando.
Pero nunca tan destrozado como ese momento, cuando
la estábamos sedando o cuando le regalé un cuadro con
la foto de Sully.

Despedida.

Mi papá le había pedido a Manu un perrito


rescatado para que cuidara la casa, el plan primero era
un rottweiler pero mi mamá no quiso, por la mala fama
de estos perros. Al final fue una cruza de labrador color
negro de ojos marrones, a la que llamamos Sully.
Sinceramente no sé por qué fue ese nombre, tal vez por
Sulley de la película Monsters inc. Pero, si yo no me
imaginaba que sería mi mejor amiga, mi papá no se
imaginaba que esa perrita le daría la alegría de saberse
querido, de estar acompañado, de estar protegido. Ese
día, mientras estaba cayendo bajo los efectos del
sedante, mi papá comenzó a llorar más que las otras
veces, se quitó el cubrebocas y comenzó a besar la
cabeza a Sully, preparándola para lo que seguía. Mi papá
se deshizo de amor y tristeza, le dijo que la vería en la
otra vida, que corriera y saltara mucho, que estaría en un
mejor lugar y que sería muy feliz, que la iba a extrañar
mucho y que la amaba.
Sully recostada en la mesa de revisiones no
estaba preocupada ni recriminaba nada, confiaba en lo
que estábamos haciendo y se dejó llevar. Adoraba su
vida, vivir con nosotros, comer con nosotros, dormir con
nosotros. Nunca pasó por su cabeza, ni por la nuestra,
que debía cuidar su peso, moderar sus movimientos,
cuidarse de la intemperie; siempre quiso vivir todo, al
máximo, sin miedo alguno, tal como venía. Y así fue,
jugamos a vivir todo lo que pudiéramos y simplemente
llegó el final.
Pero, sin arrepentimientos, aunque a veces
pienso que pudimos hacer más y comienzo a odiarme y
a preocuparme, recriminándome si no habré traicionado
a todos. Vuelvo a ver su diagnóstico, sus radiografías, el
papel donde me explicaron el problema que tenía, los
mensajes de Manolo y el veredicto del veterinario. Sé
que no fue una decisión fácil, ni tomada a la ligera, que
pensé en todas las posibilidades y su probabilidad de
efectividad, en cómo serían de largas y complicadas las
recuperaciones y la baja probabilidad de mantener ese
estatus de vida por sólo unos meses, que realmente sólo
retrasarían el mismo destino. Decidí por todos que por el
respeto, el epicureísmo y el amor que nos profesábamos
deberíamos separarnos en ese momento.
Apéndice 2. Mi mamá

Mi madre, por su parte, siempre estuvo en conflicto con


Sully, principalmente porque ella era quien limpiaba el
patio que usaba de baño. Pero también la quería mucho,
mi mamá le compró varias camas, suéteres y era quien
le cocinaba algo extra o algo de comer cuando no había
o no alcanzaba para croquetas. Era otra boca que
alimentar que nunca dejó con hambre. Sully estaba
cuando todos nos íbamos, y aunque le molestaba que
hubiera pelos de Sully por todos lados la dejaba dormir
dentro cuando hacía mucho frio o la defendía cuando las
vecinas se enojaban con ella por hacerse del baño o tirar
la basura. Mi mamá también lloró mucho, tuvo que lidiar
con su neurosis y los sentimientos que le representaba
Sully; Mari hasta pensó seriamente en buscar un
tanatólogo para mi mamá, pues al parecer le comenzó a
pesar el no verla el día de su descanso. Justo le había
comprado una cama nueva y esperaba a que nosotros la
bañáramos para dársela; pero mi tío falleció y el tiempo
de esos quince días también. Cuando enfermó habíamos
acordado llevarla a bañar, yo le compré un suéter
pensando que ayudaría a sus articulaciones, pero no fue
el caso.
Recuerdo que, al despedirse, mi mamá sólo decía
“ay mi Sully, mi Sully, gracias por cuidar de mis hijos”.
La acariciaba y nos pedía que la lleváramos una noche
más a la casa. Pero, sabiendo su destino, sería muy
tortuoso tenerla allá sabiendo que moriría al otro día, era
algo que probablemente nos hubiese hecho más daño a
todos. Así que volvía a acariciarla y decirle que se
cuidara mucho a donde fuera, que allá nos esperara, que
nos volveríamos a ver. Mi mamá sigue triste al recordar
a Sully, dejó muchas cosas con las que mi mamá aún
tiene que lidiar, con el costal de comida, con la mancha
en la pared donde se recargaba, con la casa que le
construí durante la pandemia, con saber que ya no tiene
que preocuparse por todos los pelos negros que ya no
deja Sully, ni por lavar el patio diario porque ya no está
sucio casi nunca.
Quizá mi mamá extraña con quien pelearse por
las mañanas cuando todos se fueron y ella descansa del
trabajo. Extraña que ladre cuando llega alguien, que la
despierte para que le abra la puerta y pueda bajar al baño.
Extraña cómo estorbaba la bajada cuando se echaba a
tomar el sol. Que dejara el baño sucio, o que tirara el
bote de basura si no le daban de comer a tiempo. Extraña
regañar a mi papá por jugar pesado con Sully o por
saludarla con mucho entusiasmo. Extraña preocuparse
de que esté acostada mucho tiempo o que le cueste
pararse. Que devorara todo lo que le preparaba para
comer, que la regañáramos por darle la comida de varios
días a punto de caducar. Mi mamá fue quien más cuidaba
de la alimentación y el aseo de las zonas de Sully, de
hecho, fue quien más se peleó con otras personas por
Sully, con todos esos parias que habitaron la casa sea por
acogida o renta, que no entendían que su podrida
existencia por sí misma valía menos que el excremento
del que se quejaban. Y mi mamá se esforzaba en
hacérselos entender. Su relación era rara, era una
preocupación más, quizá la más molesta porque nunca
aprendió a ir a la taza y bajarle al baño como los otros
tres, pero, sin duda, le era grato ver a Sully y pensar que
nos cuidaba, que ella avisaría si algo estaba mal, y por
lo tanto, podía relajarse un poco de las labores
domésticas.
Apéndice 3. Mi diario

Si un día me avisan que tengo una grave enfermedad,


sólo quiero que no haya marcha atrás, que no me den
esperanzas, que no caiga en el fanatismo de querer
salvarme, que no tenga posibilidad de hacer algo, acabar
con mi dinero, ser sano pero endeudado. Si algo me va a
matar que lo haga de una, sin piedad y por completo.
Que no sea algo que vaya evolucionando o se mantenga
dormido a la espera de matarme. Que me coja
desprevenido y no me haga perder el tiempo.

30 de septiembre de 2021

Mañana cumplo 28 años, ya ha pasado más de un año de


la pandemia, todo va bien, sólo yo me saboteo, no creo
mi suerte y postergo y procrastino como si pudiera
hacerlo sin arrepentirme. Me sentí un poco mal por pedir
regalos y pastel a mi familia; porque realmente el mejor
regalo es la fortuna de que todo siga bien, nadie se
enfermó, nadie perdió su trabajo ni estudios, estamos
bien y nuestros proyectos van mejor que nunca; estamos
todos, estamos trabajando y hasta salimos de vacaciones.
Sé que no siempre estaremos así, que el tiempo pasa y la
vida es cruel, pero, al menos estos meses han sido de una
vida tranquila. El Josué del pasado hizo muchas cosas
bien, y me ha dejado escondidos varios regalos, me toca
arreglar sus estupideces y disfrutar sus aciertos; sé que
lo pasó muy mal arreglando su pasado y lidiando con su
presente, pero ayer revisé el correo y veo que por nada
se detuvo, que aún mientras lloraba se preocupó por que
no tuviera su misma suerte, vi la cuenta de banco y la
dejó en ceros, quiero pensar que confiaba bastante en mí
porque en lugar de dejarme un fideicomiso pagado me
dejó un par de tenis y unas playeras que me quedan muy
bien. Espero que el siguiente año, el Josué del futuro
sepa que no importa que también esté desesperado o
irritado de que no le dejé toda la tarea hecha y viviendo
en un lindo barrio en Madrid, pero le habrá tocado,
espero, la mejor experiencia de su pequeña vida, tendrá
la bandeja llena de pendientes, la cuenta en números
rojos y la tesis inconclusa; pero, si lo conozco un poco,
sé que si no fuese así estaría muy aburrido y
decepcionado de que no haya pensado en ponerle
pruebas para que yo vea cuánto puede hacer pese a tener
que cargar conmigo.
Pdta. Josué del futuro, hice lo que pude, sé de algunas
cosas que te van a estallar en la cara, perdóname y
perdónate, no pudimos hacer mucho, créeme, quisiera
que la vida fuera otra y nuestras posibilidades más, pero
hay mucho que se nos va por completo de las manos.
Cuídate, te deje un regalo en la lata de R2D2. Me cagas,
pero te quiero. Que la Diosa Fortuna esté de tu lado.

14 de octubre de 2021

Falleció mi tío Manuel, me sentí muy mal al saber que


probablemente la causa fue que el domingo se acabaron
sus medicinas y no quiso preocupar a mi tía porque
tenían problemas económicos, se comenzó a sentir mal
y eso seguro derivó en su muerte. Aun guardo la nota de
voz que envió por mi cumpleaños, y me pregunto por
qué no me marcó si necesitaban dinero, le dije que me
hablara para lo que necesitara, seguro a nadie le hizo
caso, un hombre muy fuerte era, qué pena y angustia
debió sentir de envejecer y ver que sus enormes fuerzas
ya no estaban, que una caída era infernal, que un
malestar lo podría llevar al hospital, que unas pequeñas
deudas lo dejaron sin dinero, sin trabajo. Era un hombre
fuerte, gentil, valiente, alegre, hablador, tan querido.
Uno de los funerales más concurridos que he visto, tanta
gente llorando a una persona que siempre estaba alegre,
alerta, amable. Qué buenos consejos daba, extrañaré
mucho saber de él, tratar de entenderle cuando hablaba,
verlo en casa de mis papás o en alguna fiesta gritando,
aplaudiendo y discutiendo en broma con todos.
Extrañaré su apretón de manos y su abrazo, extrañaré
mucho a mi tío, trataré de ayudar a mi tía, qué horrible
es perder a la familia, qué pena me da que haya muerto
con tantas preocupaciones; así no debe morir alguien por
quien todos los vecinos se preocupaban, alguien por
quien todo el que lo conoció lo apreciaba, alguien que
sabía comportarse como debía ser, en cualquier
circunstancia. A mi tío lo mató la vergüenza de
envejecer, las instituciones de mierda, los hijos de
mierda que le tocaron, la burocracia y la corrupción,
directivos de mierda que sólo apuran los trámites de sus
conocidos, en verdad espero que cada acción sea juzgada
por la vida, y la Diosa Fortuna no tenga piedad ..

24 de octubre de 2021

Sully no se levantó. Cuando me desperté no la moleste y


me puse a trabajar. Hasta que llegó Bárbara me dijo que
estaba mal. Se veía muy débil, sin fuerza, con vergüenza,
quizá temía a su propio cuerpo que no le respondía como
siempre. Mi perrita se está poniendo muy viejita. Tenía
ganas de bajar al baño pero no se animaba a intentar
bajar, sino hasta que la acompañe, y sí le andaba mucho.
Y no subía de regreso, así que bajé por ella. De camino,
sin querer, me adelanté unos escalones, no escuché sus
pisadas y volteé, su carita era de pena, de intento, de
esfuerzo que no daba frutos. Me derrumbé un poco en la
mesa, me dio tanto sentimiento recordar que jugábamos
a ver quién llegaba antes, que subíamos corriendo las
escaleras, a veces yo tenía que subir dos escalones a la
vez para ganarle; crecimos y, a veces, ella corría y yo no,
o caminaba rápido y ella me ganaba; cuando me mudé,
a veces, subíamos al mismo tiempo porque ella bajaba a
recibirme; pero últimamente ya no le gusta bajar, más
que para hacer del baño. Me espera arriba con una cara
chiqueada, esperando que la acaricie. Pero hoy, sin
querer, seguí adelante y ella ya no podía. Sé que es el
paso natural del tiempo, y que con la medicina tendrá
unos años más para seguir haciendo sus actividades.
Pero no puedo evitar ver sus canas, su cuerpo ya no es
igual, sus ganas, sus fuerzas, sus ojos tan expresivos que
he visto pedirme salir, correr, ahora han sido de pena, de
añoro, de un ser sabio que no comprende algo. Recuerdo
todas las veces que salía a fumar a las escaleras mientras
me desvelaba por los trabajos finales o por la tesis, ella
salía conmigo y me peleaba querer salir aunque hiciera
frio o ya estuviese dormida; hace seis años íbamos a
correr al parque en la mañana y por la noche soñaba que
seguíamos corriendo y movía sus piernas dormida. Ayer
vi que lo hizo, soñaba que corría, soñaba que salíamos a
pasear, que le dábamos vueltas a la cancha o que iba por
la pelota. Pero sus ojitos en la tarde me dijeron que no
podía pararse. Cuando le puse la correa para ir al
veterinario se animó mucho, empleó todas sus fuerzas en
marcha, sabía que era hora de salir y puso mucho
empeño; a su ritmo fuimos a la veterinaria y su cuerpo
ya no es el mismo, sus articulaciones están muy
gastadas, se acerca el final. Quizá saber que su sueño
podría ser real la hizo salir con ánimo. Estos días que me
quedé en casa de mis papas le hicieron daño, ya no puede
desvelarse conmigo, el frío es cruel y sus energías no le
rinden lo mismo. Se acabó durmiendo a mis pies, no
encontré su cobija y el piso frio, la baja temperatura, el
querer estar atenta si comía algo o si salía a fumar no la
han dejado descansar. Después de una semana ya su
cuerpo no aguantó. Hace rato le robó comida a las gatas
de mi hermano, se sentía mejor, se durmió casi al
instante que le pusieron su cama. Mi perrita se está
quedando viejita y me doy cuenta por qué los perros
huyen para ir a morir lejos, les da vergüenza que los vean
débiles, como los humanos, parecen tener pena de ya no
ser los mismos de antes, de no levantarse rápidamente
en las mañanas, de no poder trasnochar, de no correr
como antes, de terminar cansados con las actividades del
día.

25 de octubre de 2021

Estos últimos 10 días han sido muy tristes, he visto cómo


el tiempo pasó por mis tíos, por mis papás, por mis
primos, por mis hermanos, por mí, por Sully. Qué cruel
es seguir vivo, saber que uno a uno se irán, se
desgastarán, se marchitarán, se avergonzarán de su
vejez. Todos son existencialistas, ajenos al mundo,
nihilistas, científicos, detractores, hasta que tu tío fallece
camino al hospital por un problema cardiaco que pudo
solucionarse con medicina, una operación, instituciones
menos corruptas y estúpidamente burocráticas. Todo el
mundo ignora todo lo que no es sí mismo hasta que tu
perrito comienza a tener dificultades para subir las
escaleras, hasta que a la tía que te crio le cuesta
levantarse del sillón, hasta que a tu mamá le da mucho
frio una ventana medio abierta, hasta que fallece el tío
que te enseño a defenderte, que te aconsejó no ser
grosero, no ser vulgar, no hacer o decir idioteces cuando
enfureces, hasta que las señoras y señores que conociste
de chico comienzan a morir. Hasta que casi tienes 30
años y no puedes pagar un alquiler decente para poder
llevarte a tu perro de casa de tus padres para que ya no
tenga que subir y bajar escaleras.
29 de octubre de 2021

Sully falleció hace unas horas. La dormimos. El tiempo


la agotó, sus huesos ya no eran fuertes, su cadera tenía
problemas, su columna estaba ya muy desgastada, su
voluntad era fuerte como siempre, pero ya no había
tiempo, lo perdimos en malos diagnósticos, en una mala
recuperación, tampoco podíamos dar el paso a una larga
y poco probable recuperación con terapia,
medicamentos u operación. Pudimos intentarlo, pero la
recuperación no era segura, el tiempo que se ganaría
sería doloroso, incómodo, peligroso. Un descuido y
perdíamos todo. Mejor, ayudarla a descansar. Vivimos
una buena vida, al menos la mejor que pude darle,
competimos, corrimos, jugamos, caminamos, viajamos.
Me acompañó por mucho tiempo, casi la mitad de mi
vida esa perrita estuvo conmigo, cada desvelo,
preocupación, alegría, ahí estaba, queriendo estar con
todos, esperando una caricia o un dulce. La voy a
extrañar mucho, ir a casa no será lo mismo, ver la casa
que con tanto cariño le hice, su ropa, su collar, ya no
estará esperándome en las escaleras, ya no saldrá a
fumar conmigo, ya no podré darle un bocado de mi
comida, ya no asaltaremos la cocina de mi mamá. Todos
lloramos, lloramos mucho, creo nunca habíamos tenido
una situación así, con cada quien tuviste una historia
diferente, cada quien te quiso a su manera. Nunca
olvidaré la carita que ponías mientras veías que subía las
escaleras, ponías tu carita para que la agarrara, al irme
procuraba recordar despedirme de ti. Creo que no supe
cuidarte, lo intenté, te lo juro. En verdad me
preocupabas, no me alcanzó, pude darte más, pero
siempre estuviste contenta con un pedazo de pan a
escondidas, con una caricia, con jugar un ratito, con salir
a caminar. Mi perrita está muerta, mi prietita ya no me
va a esperar, mi gordita ya no estará para pedirme que le
rasque su pancita, ya a los gatos no asustará. Mi perrita
tenía mucha vida, pero su cuerpecito no resistiría mucho
más, muy tarde le compré su suéter y su cadena, muy
tarde supe qué tenía, muy tarde. Espero hayas disfrutado
nuestra compañía, yo disfruté mucho la tuya, siempre
fue bueno verte, eras una gran secuaz, una gran amiga,
una gran compañera.

4 de noviembre de 2021

Soñé con Sully. Que volvía a la casa, por un tiempo, que


habíamos seguido el tratamiento y estaba en casa de mis
papás. Roberto y yo jugábamos con ella. Saltábamos y
nos aventábamos como siempre. Pero en un momento
comenzó a sentirse mal, se recargaba en una de las cajas
de plástico azul y comenzaba a vomitar una especie de
yogurt natural con sangre, Roberto se sentaba en el sillón
estupefacto, yo intentaba hacerla entrar en sí
acariciándola y tomando un plástico para evitar que se
expandiera más esos fluidos que salían de su boca.
Inmediatamente pensaba que su vejiga había explotado
y desesperadamente gritaba a mis papás por ayuda.
Cuando llegaban a la sala muy exaltados me ponía de pie
y les mostraba lo que pasaba. Pero al voltear de nuevo
Sully ya no estaba, me acercaba a la cantidad enorme de
fluidos que quedaba en toda la sala y ahora había un
pequeño cachorro negro envuelto en fluidos. Lo tomaba
en mi mano y me preguntaba ¿Qué había pasado?,
¿acaso así funcionaba la naturaleza?, ¿nuestros
esfuerzos y cariño habían logrado un milagro?
Volviéndome más consciente dentro del sueño, ¿es
acaso una señal de que existe la reencarnación y saber
que Sully volvió en un pequeño cachorro, una semana
después de su muerte, y que tengo una oportunidad de
volverla a encontrar?, ¿cómo podría darse ese
encuentro? Llevo una semana estando atento a
encontrarme un cachorro negro, quizá pueda verla sin
pensar, quizá ya tenga un hogar. Espero tener
oportunidad de encontrarnos, aunque no podamos estar
juntos, sólo quisiera saber que está bien.

19 de enero de 2022

Volví a soñar con Sully, fue un sueño en que parecía ser


un día mágico o especial, uno en que los muertos podían
volver al mundo por unos minutos, y estábamos todos en
la casa cuando me daba cuenta que Sully aparecía, y les
gritaba a todos para que aprovecharan a saludarla, todos
nos emocionábamos mucho. De hecho en ese momento
mi sueño se volvió vívido y pude manipular un poco
todo, lo acabe arruinando y desviándome de lo
importante. Pero pude verla un tiempito, estaba muy
contenta, radiante, bellísima, tal como el último día que
la vi. Tuve muchos otros sueños, demasiados, tantos que
me desesperaron, algunos debían ser importantes porque
aun siento la sensación que debería recordarlos.
También mañana sabré si me dieron la visa de
estudiante. La página sólo dice que está resuelto, pero
nada de su aprobación o denegación. Quise escribir de
esta sensación de incertidumbre para mañana tener algo
con qué contrastar. Temo que no me la den por el dinero,
debí prever más, dejar mucho dinero en la cuenta. Si sí
me la dan será porque la diosa en verdad volteó a ver a
este pobre idiota ansioso que trato de hacer todo bien, y,
como siempre, dejó una pequeña ventana por donde el
fuego podría entrar para matarme.

20 de enero de 2022

Sí me dieron la visa, entro a España el 6 de febrero a


hacer mi estancia. La Diosa Fortuna recordó mis
angustias y las alivió. Recuerdo que uno de mis planes
era llevarme a Sully a España, recuerdo a quienes les he
dicho mis planes, recuerdo a mis muertos. Espero
honrarles con mis acciones. Espero que sepan que esas
esperanzas de un chico torpe e iluso están tomando
fuerza y poco a poco se realizan. Recuerdo dos
momentos importantes, cuando a mi mamá, después de
que empecé a estudiar filosofía, me decía que conocía a
alguien que estudio eso mismo y daba clases en una
escuelita con un sueldo muy pequeño; le dije que sólo
los perdedores estaban en esa situación y me he
encargado de no faltar a esas palabras. Tambien, cuando
compre mi reloj swatch, lo vi en el viaje a Brasil y me
juré a mí mismo que no lo compraría hasta demostrarme
que esa vez no sería la única, menos de un año después
lo compre en Colombia cuando fui a un congreso en que
me aceptaron un trabajo propio; ahora estoy más
orgulloso de que no lo compré en vano, me lo sigo
ganando, y recordando que es la muestra más grande de
que mis metas son las correctas y tengo la capacidad para
cumplirlas.

19 de marzo de 2022

Llevo más de un mes en Granda. Estoy muy feliz, la vida


en casa y en la escuela es maravillosa. El camino a casa
y los paseos por la ciudad inolvidable. Hay fiesta en el
piso 1, pero estoy muy bien solo en mi cuarto. Me
preocupa un poco el dinero y estoy un poco melancólico
recordando el año pasado. Aún me pega mucho el
recordar a Sully, a mi Tío Manuel, a Ales, a mis papás.
Pero en verdad estoy muy bien. Estoy intentando pegar
3 ponencias en un congreso que me puede publicar en
un Q1 y aparte completar lo de la revista Ápeiron, ya
escribiré si pasó algo de eso. Sólo quiero dejar una
pequeña pista para el futuro: no te preocupes, estábamos
bien y estaremos bien. Haz lo que puedas y después me
encargaré del resto. Nos vemos.
Epílogo

El último de nuestros trabajos, el que escribimos durante


los funerales de mi tío, fue publicado exitosamente. Y
estuvo al lado de grandes expertos en los temas que me
interesan. Sully me acompañó, quizá fue por esto que
ella murió. Fue una meta más que conquistamos, fue el
detonante de sus problemas de cadera. Sólo quisiera
decirle que nuestros planes se siguen cumpliendo, la
estancia está en puerta y seguiré encargándome de
terminar nuestro plan.
Quisiera estuvieras conmigo, pero no me queda
más que seguir con tu memoria en mi corazón.

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