Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LA SOMBRA ILUMINADA
Testimonio de vida
3
4
Introducción
6
El comienzo
8
a la plena conciencia del bellísimo patrimonio
personal que implica vivir y haber vivido.
9
Estos elementos favorecieron desde el
inicio de su existencia la plena expresión y
transformación de su sensibilidad, una
sensibilidad que, de forma espontánea, no
tardaría en decantarse por los asuntos
humanos, y más particularmente por el
sufrimiento.
10
activo jamás engendrado sobre la faz de la
Tierra.
11
En este punto, la religión católica a la
que pertenecía era en realidad bastante
idónea, ya que su líder Jesucristo y ella misma
tenían muchos puntos en común, era una
suerte poder adorar a este ser generoso y
altruista que había pasado por este mundo
socorriendo a los necesitados. En los
sermones de la Iglesia se repetían en cascada
palabras como amor, perdón, paz, compasión,
misericordia, etcétera, unas palabras muy
coherentes que para ella tenían todo el sentido
del mundo.
12
significaba que, además de creer en el poder
divino y sobrenatural de este ser
extraordinariamente bello, también debía
aceptar todos los matices añadidos que
incluían la existencia del pecado y el
consiguiente castigo de Dios, así como la
aceptación de la autoridad conferida a los
ministros de la Iglesia como intermediarios
directos entre Dios y los hombres.
13
especie de radar para el sufrimiento que
exigía una acción inmediata desde un rápido
instinto natural.
14
aquel que ella considerase podía estar
necesitando ayuda divina.
15
16
Primera crisis
17
era muy ruidosa, inquietante, frenética, pero
también deslumbrante y llena de posibilidades
para ejercer su vocación. De lunes a viernes
trabajaba cosiendo en diferentes casas, y los
domingos pasaba su tiempo visitando a
enfermos en el Hospital General. Durante una
temporada, además, aprovechaba la hora de la
comida para ir al hospital y hacer masajes a
una mujer que sufría fuertes dolores en las
piernas; por otra parte, cada dos meses
acompañaba a los enfermos de la leprosería
de Trillo, y, entre visita y visita, por las
noches y tras una larga jornada de trabajo, les
escribía cartas con el único fin de tratar de
aportar algo de afecto y distracción a los
enfermos, de mejorar, aunque fuera muy
levemente, su dolorosa existencia.
18
Todas estas acciones humanitarias eran
la forma que tenía su naturaleza de
desenvolverse en la existencia, la respuesta
empática ante los estímulos percibidos, su
primera y gran necesidad vital.
19
En cierta ocasión, una joven que conoció
en el hospital le comentó que un cura
dominico, una eminencia eclesiástica, estaba
confesando por aquellos días en una Iglesia
cercana. Con esto se presentaba una gran
oportunidad, no solo para expiar cualquier
pecado que pudiera haber cometido sino,
también, para exponerle todas aquellas dudas
o inquietudes personales que pudiera tener.
Sin duda alguna, este hombre importante, este
emisario de Cristo de altísimo rango,
perdonaría sin filtros todas sus faltas
cometidas y, ya de paso, escucharía las
maravillas a las que su vocación le había
llevado para con los seres que sufrían y los
planes de futuro que tenía a este respecto.
20
a los enfermos, pero sucedió algo
completamente inesperado. Aquel hombre
escuchó, juzgó y dictaminó que todo aquello
era un error, que lo que buscaba en los
enfermos solo podría encontrarlo en un
convento de clausura, que era en ese lugar
donde desarrollaría su verdadera vocación.
21
En el seno de la Iglesia Iluminada
siempre se había sentido segura y a salvo, los
preceptos, las normas, los rituales y dogmas,
todo aquello formaba parte del hogar sagrado
al que pertenecía y, debido al aspecto aún
inmaduro de una personalidad insegura y
dependiente que necesita de la aprobación, en
este caso, de la autoridad eclesiástica para dar
cualquier paso adelante, no dudó de que las
palabras del cura solo podían ser ciertas, y
que de haber alguien equivocado, esa sería
ella. Este fue el momento en el que se
implantó una semilla en la mente de
Iluminada que no tardaría en germinar como
una mala hierba.
22
dónde dirigir sus pasos, siempre había sentido
que estaba en el camino correcto, sin
embargo, resultó que estaba completamente
equivocada.
23
que no obedecerle tendría unas consecuencias
nefastas.
24
En un principio, una serie de
limitaciones físicas le impidieron continuar
con su rutina de coser y visitar enfermos, las
dos actividades que hasta ese momento habían
sido el epicentro de su existencia, al mismo
tiempo, comenzó a fomentar el desapego
terrenal del amor a los suyos: no más besos, ni
caricias, ni abrazos, cuanto antes acabara con
todo eso menos sufriría después en el
convento. Ya no más amor mundano, en
adelante, solo habría espacio para el amor
celestial, un amor consumado, no con la piel,
sino con los dedos transparentes del alma.
Iluminada se preguntaba qué podrían tocar
aquellos dedos inmateriales, era difícil
imaginar la evanescencia de la materia, en
realidad, era imposible vislumbrar el amor sin
el reflejo de otra mirada, sin un gesto físico
que evidenciara su presencia y era del todo
25
incapaz de comprender este extraño designio
de Dios, sin embargo, tenía muy claro que la
única opción aceptable era la obediencia.
26
decisión y en ningún momento sospecharon la
catarsis que por esta causa se estaba
produciendo en el corazón, cuerpo y mente de
Iluminada, entre otras cosas, porque la
inseguridad que dominaba su espíritu impidió
que jamás expresara abiertamente sus
sentimientos a este respecto.
27
con el clero había sido con el cura de su
pueblo, un buen hombre con quien había
tenido largas conversaciones, alguien que
siempre había admirado y potenciado su
entrega incondicional hacia los necesitados.
En realidad, la iglesia y sus ministros no
habían sido discordantes con su instinto, pero
de pronto había aparecido este hombre
importantísimo y su decreto y con él, unas
fuertes interferencias entre su alma y su
conciencia.
28
encontrados, palabras, creencias, dudas, hasta
que poco a poco se fue distanciando de la
realidad.
30
rondaba las calles para vigilarla y perseguirla
por sus pecados; las palabras del sacerdote en
la homilía estaban descaradamente destinadas
a su conciencia.
31
hacía era vagar por las calles para estar sola y
poder pensar; se sentaba en los bordillos de
las aceras y escribía, en ocasiones lanzaba al
aire los papeles donde escribía sus mensajes,
como queriendo encontrar a alguien que
pudiera rescatarla, porque se daba cuenta de
que ella sola no podía, estaba atrapada en un
laberinto mental y era del todo incapaz de
encontrar la salida. Trataba en balde de
ordenar lo que pasaba por su cabeza, una
cabeza reflexiva hasta el exceso y sembrada
de falsas creencias que no le daba tregua ni
descanso y, ni siquiera, le dejaba conciliar el
sueño.
32
impredecibles para lo que viene siendo la
“normalidad” de la conducta social que,
cuando estos aparecen, casi todos nosotros
fijamos la atención en ellos y nos nace como
una urgencia en eliminarlos, por este motivo,
muchas veces se corre el peligro de pasar de
largo del verdadero origen del conflicto, único
lugar desde donde se hace posible la
resolución de dicho conflicto.
33
Ante el miedo y desconcierto que
generan unos síntomas incomprensibles, a
nadie se le ocurrió pensar que todo aquello
tenía un sentido, puesto que algo muy
concreto había desencadenado el caos físico y
mental de Iluminada. Nadie pensó que
aquellos síntomas eran solo una acción
protectora de su naturaleza ante una
interferencia perjudicial y que, en realidad, lo
que había que hacer era tratarlo desde esta
perspectiva y cortar de raíz el origen de la
gangrena que se estaba propagando, por el
contrario, todo el asunto fue interpretado,
como desgraciadamente sucede en
demasiados casos, como una enfermedad a la
que ella era propensa, quizás por su genética,
que había brotado de manera repentina, y la
única acción urgente que había que llevar a
cabo era eliminar, cuanto antes, aquellos
34
síntomas que tanto asustan y desconciertan al
mundo en general.
35
Iluminada se encontraba realmente muy
mal: delgadez extrema, caminar tambaleante y
desequilibrado, insomnio, vómitos, pesadez
en la cabeza, extrañas percepciones de la
realidad.
36
a su favor. Tanto ella como su familia
desconocían, hasta entonces, la existencia de
la enfermedad mental; a diferencia de lo que
sucede ahora con la mayoría de nosotros, ellos
no tenían su pensamiento contaminado de
imágenes e historias truculentas, por lo tanto,
las acciones llevadas a cabo en este aspecto
eran, por encima de todo, impulsadas por el
amor hacia su hija y hermana, mucho antes
que por el miedo que podía provocar este
nuevo y desconocido territorio.
37
por la sencilla razón de que, durante aquella
época, el proceder del psiquiatra no exigía un
diagnóstico inmediato, ni siquiera estaban
obligados a entregar, una vez dado de alta el
paciente, un informe detallado. La prioridad
en aquel entonces no era poner nombre y
apellidos a las dolencias, sino tratarlas como
buenamente se pudiera. Todo esto hizo que la
palabra maldita, y lo que hoy en día trae
consigo, jamás ocupara un lugar preeminente
en el ánimo de ninguno de ellos.
38
ya que, en el fondo, hasta resultaba un alivio
la incomunicación, pues en aquel momento no
sabía ni cómo hablarles ni qué decirles.
39
cuanto antes, a la leprosería, como tampoco
tenía ningún sentido tomar esas medicinas
sedantes que le administraban, pues no
servían para nada, de modo que, sin que nadie
la viera, se las sacaba de la boca, al fin y al
cabo, necesitaba estar bien despierta para
poder escaparse de ese lugar cuanto antes e
ingresar en el único lugar donde debía estar:
en Trillo.
40
búsqueda, y ella, ingenuamente, les contó sus
planes de fuga. Como es lógico, la llevaron de
vuelta a su habitación y dieron cuenta al
doctor Álvarez de lo sucedido. Iluminada
confiaba en este médico porque, a diferencia
de la mayoría que la habían tratado, él
siempre la escuchaba y mostraba interés por
todo aquello que ella tuviera que contarle, de
modo que, en cierta ocasión, le explicó el
error que se estaba cometiendo con ella al
tenerla en ese hospital y no en el de Trillo y
que por este motivo no ingería las pastillas
que le daban.
41
apenas nada, pero sintió que de algún modo le
habían succionado el alma, como si hubiesen
sacado todo lo que tenía dentro y la hubieran
desnudado dejando al descubierto todos y
cada uno de sus rincones y sentía por ello una
gran vergüenza. Sin embargo, el “reseteado
cerebral” y el aumento de la medicación
habían hecho su efecto y el objetivo deseado
por parte de los médicos se había logrado:
Iluminada se volvió dócil y obediente, se
tomó todo lo que le dijeron y ya no trató más
de escapar.
42
precipitadas e incompletas que podrían
confundirnos, pues, en medio de todo este
caos insano, había en ella una parte de su
naturaleza perfectamente sana y combatiente.
43
salió a buscar por las tiendas del centro una
fuerte y áspera soga de esparto para llevarla
consigo allá donde fuera, en alguna parte
había leído que los santos sacrificaban con
cilicios sus cuerpos y ofrecían al Altísimo su
sufrimiento para favorecer a otras personas.
44
que en aquellos momentos no podía recordar,
sus propios pensamientos sanos y naturales
parecían no estar más en ella, daba la
impresión de que se los hubieran arrebatado y
se hubiesen quedado en algún cajón del
hospital.
45
Al salir del hospital y a causa de la fuerte
dosis de medicación se encontraba ausente,
lenta, aturdida, los primeros meses le costaba
un esfuerzo extremo mantener cualquier
conversación, no entendía nada de lo que
decían los demás, era incapaz de asociar ideas
y la imagen que veía reflejada en el espejo le
hacía preguntarse qué había pasado con ella,
pues aquella figura y rostro no tenían nada
que ver con la imagen que recordaba de sí
misma.
46
extraviada, la expresión de estar como ida, la
extraña mueca en la boca, todos estos gestos
físicos tan visibles y particulares no
aparecieron en ella hasta que estuvo altamente
medicada y de manera continuada con
psicofármacos). Pensó que aquel ser en el
espejo no era ella y que en adelante tendría
que trabajar para hacer regresar a la verdadera
Iluminada, pues, sin duda alguna, en algún
lugar estaba.
47
volviera a ser la que siempre había sido. A
pesar del dolor inmenso que les producía
verla tan extraña, dedicaron todo su esfuerzo
y tiempo a amarla íntegramente, respetando
su estado, sus dolencias, sus ausencias, sus
decisiones, sin recriminaciones, ni exigencias,
ni impaciencia, ni desesperación, tratando de
agradarla con pequeñas cosas que le gustaban.
48
Iluminada, convaleciente, se dejaba
hacer y al mismo tiempo, consciente del
sufrimiento que la enfermedad había generado
en sus padres y hermanos e impulsada por el
amor que sentía por ellos, se esforzaba lo
indecible para disminuir su angustia.
49
trabajado. Allí salió con chicas y chicos de su
edad, empezó a irse de fiesta, a fumar y a
beber, y sintió en el alcohol un escape
liberador a la presión de su mente, pero no
duró mucho aquella pequeña incursión en
algo que, justificadamente, podría haberse
convertido en una adicción, ya que su cuerpo
reaccionó con intolerancia, probablemente por
la cantidad de medicación que estaba tomando
durante aquellos días.
50
reconfortarles hablando de su propia
experiencia y de todo aquello que a ella le
ayudaba a estar un poquito mejor.
51
Avanzaban los meses e Iluminada se iba
sintiendo mejor, había recuperado su figura y
se veía más guapa, más mujer, más persona,
se había esforzado mucho para regresar a la
vida y lo estaba logrando. Las dosis de
medicación fueron disminuyendo hasta que
finalmente fue capaz de reanudar su trabajo
como modista y, poco a poco, se fue
reconectando con la vida, y, aunque aún no se
sentía con fuerzas para volver a visitar
enfermos, esto era algo que tenía colocado en
el primer plano de su horizonte y tarde o
temprano retomaría esta actividad que tanto la
había colmado y confería un profundo sentido
a su vida.
52
53
Segunda crisis
54
Tenía entonces 24 años y un anhelo
recién estrenado: en los pliegues de su falda
de vuelo habían nacido unas mariposas de
colores para hablarla de amor, intuyó
entonces la belleza de compartir la vida junto
a un hombre y de ser madre, y se preguntó si,
a pesar de la enfermedad, esto podría suceder,
al fin y al cabo, llevaba ya mucho tiempo sin
miedo ni delirio de ninguna clase. Trasladó
esta inquietud al doctor Álvarez y éste dio su
aprobación, dijo que, si las cosas iban bien en
su vida, lo sucedido anteriormente no tendría
por qué repetirse y podría llevar una vida
como la de cualquier otra mujer de su edad, y
esto incluía casarse y tener hijos.
55
infructuosos de conocer a un hombre había
decidido guardar el vestido de fiesta para
reanudar la visita a los enfermos. Aquella
última tarde de baile, justo cuando ella ya se
estaba marchando, David la invitó a bailar y
desde ese preciso instante, y durante mucho
tiempo, ya no habría más mundo que aquel
hombre bellísimo y perfecto, aquel ser
deslumbrante en todos los aspectos que, al
mirarla, había atravesado todos y cada uno de
los átomos de su cuerpo.
56
y siguió adelante con un amor solícito y
atento para colmarla de regalos, paseos,
fiestas, caricias, besos y flores.
57
más cima que alcanzar, de alguna manera
había hecho su aparición un nuevo dios, y con
él un nuevo hogar sagrado al que pertenecer
de modo incondicional y donde, mientras este
nuevo dios-marido la amara, siempre estaría a
salvo.
58
y soledad, un vacío profundo que duele, y una
soledad de ti mismo que, poco a poco, te
mata.
59
consecuencias de no hacer lo que se esperaba
de ti. En realidad, el miedo más ancestral y
común a todo ser humano: el de no ser amado
y aceptado.
62
otra mujer que no fuera ella, lo que significó
una dura y constante crítica hacia todo aquello
que hiciera o dejara de hacer. En cierta
ocasión, Iluminada intentó expresar a David
su descontento en este sentido, pero él no
reaccionó bien y ella no tardó en darse cuenta
de que expresar sus sentimientos respecto a
esto solo conseguiría que él se alejara de ella.
63
adaptarse y renunciar a todo aquello que
hiciera falta con tal de poder permanecer para
siempre al lado de su gran y definitivo amor.
64
consiguiente aumento del sentimiento de
culpabilidad que se estaba gestando en ella,
poco a poco, el miedo y una extrema
inseguridad se fueron instalando de nuevo en
su corazón para convertirse en el motor que
impulsaría sus acciones en adelante hasta
llegar a gobernar completamente su vida.
65
Así pues, este ambiente fue el caldo de
cultivo para una nueva recaída de la
enfermedad mental cuyos tentáculos, aún
invisibles, estaban empezando a germinar.
66
esos huesos, había que colmar aquella piel
desvanecida y poner los dedos en el centro de
su corazón.
67
Tras la muerte de su madre, el cerebro de
Iluminada reaccionó y en un acceso de
agotamiento extremo, sin pedir permiso a su
voluntad, dijo “basta ya”. Un cura derramaba
el agua bautismal sobre la frente de su hijo,
mientras ella rompía a reír y a llorar de
manera indistinta y descontrolada, como el
reflejo involuntario de la vida y la muerte
recién experimentados en su ánimo. Nadie, ni
siquiera ella misma, comprendía esta extraña
e inoportuna conducta, a la que se sumaba una
absoluta dejadez y despreocupación por las
cosas del mundo, incluidos sus dos hijos.
68
convertirse en una persona enferma no iba a
liberarla de ninguna prisión, tal y como había
supuesto en su día el ingreso en el convento,
esta vez tenía dos hijos y su instinto materno
no iba a permitir tan fácilmente que se
apagara del todo el botón de su voluntad.
69
Por su parte, para David, la incursión en
la enfermedad mental suponía un novedoso e
inquietante paisaje muy difícil de transitar, no
sabía cómo gestionar tanta extrañeza en la
conducta de su mujer, toda esa ausencia que,
entre otras cosas, la incapacitaba para atender
debidamente a sus hijos, razón por la cual la
envió junto a los niños a vivir durante una
temporada con sus padres en Barcelona con la
esperanza de que ellos pudieran manejar
mejor la situación, y confiando, quizás, en que
un cambio de aires podría hacer que
Iluminada recobrara un espíritu que parecía
haber emigrado de su cuerpo.
70
nueva medicación muy fuerte cuyos efectos, o
al menos así lo percibía ella, hacían que viera
los rostros de las personas aterradoramente
desfigurados.
71
que la primera vez había lanzado al viento sus
gritos de auxilio escritos en pequeños papeles,
esta vez vagaba por las calles de la ciudad
hasta llegar al rompeolas y esperar al ilusorio
marinero que había de regresar en un barco
para rescatarla.
72
eran reacciones de su naturaleza buscando
protección y luchando por su supervivencia,
alguien que, en definitiva, pudiera
acompañarla en el viaje oscuro del alma para
que ella dejara de sentirse tan peligrosa y
mortalmente sola.
73
solos (“De lo que tengo miedo es de tu
miedo”. William Shakespeare).
74
comprendió que la mujer de la que se había
enamorado se estaba marchando, ya que aquel
ser que tenía junto a sí era completamente
extraño a sus ojos.
75
confirmados una vez que el niño nació, ya que
su frágil vida era un hilo casi inmaterial a
punto de romperse y tuvo que permanecer
durante dos meses en la incubadora, luchando
entre la vida y la muerte. Como secuela, tuvo
una parálisis braquial que requería una
atención continuada, y David, al ver el estado
en el que se encontraba Iluminada, decidió
llevar al pequeño a Barcelona para que sus
padres se hicieran cargo de su cuidado. Allí
permaneció durante un año, hasta que la
propia y siempre consciente Iluminada
suplicó que le trajeran de vuelta para que no
creciera separado de sus hermanos.
76
apenas podían alcanzar y los besos que les
daba se le caían de los labios antes de llegar a
sus mejillas.
77
se duchaba; por otra parte, tenía la convicción
de que todo el mundo, incluida su suegra,
creía que era una prostituta porque en su
subconsciente se había quedado a vivir una
impresión recibida años atrás: una noche,
mientras esperaba sola en la calle a sus
padres, un hombre se había acercado y le
había preguntado cuánto cobraba por su sexo,
algo que en aquel momento causó un fuerte
impacto en su sensibilidad y que ahora había
tomado forma.
78
extremo padecer de santa Teresa de Jesús, un
personaje que en aquel momento la tenía
obsesionada y cuyo dolor identificaba como
propio. También, había veces en las que tenía
que gritar muy fuerte a sus hijos para callar
las voces de su cabeza, unas voces canallas
que le hablaban con crueldad de todo tipo de
suposiciones y sospechas sobre continuas
infidelidades de su marido, así como frases
lapidarias que la condenaban por todos y cada
uno de sus actos infames e irresponsables.
79
complacencia. Pero esto último solo eran
lapsus del tránsito mental, la mayor parte del
tiempo lo pasó anclada entre una dolorosa
vida imaginaria y una imposible, inalcanzable
y aún más dolorosa realidad.
80
planchaba, o regresar a casa cuando salía. Su
hijo David apenas comía nada y al pequeño,
Jose, había que ayudarle a recuperar la
movilidad; por su parte, Ana, la mayor, era
consciente de que su madre estaba mal y que
su padre sufría en exceso, el gran
desequilibrio de fuerzas que gobernaba su
casa hacía estallar a la niña en accesos de
cólera fruto de la pura impotencia que le
provocaba ver, casi físicamente, cómo el
abrazo y el consuelo de su madre trataban de
alcanzarla para no llegar jamás.
81
conciencia de que cada día perdía una batalla
y que la adversidad había sido más fuerte que
su voluntad y sus ganas, como también era
consciente de que el gran amor de su vida se
estaba marchando, pues el plomo que ella
arrastraba consigo estaba aplastando, al
mismo tiempo, el corazón de su amado.
82
por lo que luchaba permanentemente para
evitar que algo así pudiera suceder algún día.
83
insoportable situación era llevarla a los
mejores médicos, pero tampoco ellos fueron
capaces de hacer gran cosa, ninguno de los
psiquiatras que la trató pudo agarrar la
suplicante mano y tirar fuerte en contra de la
enfermedad, ya que su proceder casi siempre
consistía, únicamente, en pasar de la
administración de un medicamento a otro, a
ver si, por casualidad, daban con alguno que
ayudara a normalizar esta existencia
sumamente alterada, pero pocas veces se
paraban a escuchar hondamente la anhelante
súplica.
84
noción de cuál podría ser. De algún modo, a
pesar de no ser siquiera capaz de ponerle a su
hija dos calcetines iguales, en el fondo de su
pensamiento encontraba absurdo el hecho de
venir al mundo con el único fin de sufrir
como un condenado, no tenía ninguna razón
de ser nacer y conservar la capacidad de amar
para estar enterrada en vida con todas y cada
una de las células del alma estériles y
doloridas. Pensaba que, quizás, con todo ese
sufrimiento algún día se podría hacer algo
bueno, como si el mismo éter tuviera el poder
de transformar el gusano del dolor en una
bella mariposa.
85
que se presentara el camino que estaba
transitando, y, al mismo tiempo, la refrenaban
para no caer en la más absoluta desesperación.
86
medicamento provocaba en ella con el único
fin de arrojar algo de luz sobre las ciegas
lagunas del médico para que éste pudiera
ayudar mejor, no sólo a ella, sino a todos los
pacientes que se encontraban en su misma
situación.
87
cruzara en su camino, desde una mujer
anciana cargada con bolsas hasta un hombre
incómodo en el autobús. Podía andar perdida
por la ciudad y vagando errante sin saber
cómo regresar a su casa pero, si se encontraba
con alguien en el más mínimo apuro,
recobraba de pronto todo su centro y su
cordura y no dudaba en socorrerle, aunque
después siguiera sin tener la más mínima idea
de dónde se encontraba; cuando caminaba por
la calle, por ejemplo, recogía las colillas que
veía en el suelo para aligerar el trabajo de los
barrenderos urbanos; en su casa se arrodillaba
para limpiar la alfombra y ahorrarle a la mujer
que trabajaba para ella esta incómoda tarea; al
jardinero le dejaba algo de dinero escondido
entre las flores de una maceta, pues pensaba
que aquel buen hombre padecía apuros
económicos.
88
Hay, además, un par de gestos muy
significativos que reflejan su acusada empatía
y la fuerte necesidad de hacer algo con ella:
durante uno de sus ingresos en el hospital
compartía habitación con una mujer que se
encontraba en estado de absoluta ausencia
vital y era incapaz de hacer cualquier cosa. El
día que a Iluminada le dieron el alta, al
despedirse de su compañera se dejó olvidado
el abrigo intencionadamente sobre la cama,
con la esperanza de que aquella mujer se diera
cuenta, despertara de su letargo y reaccionara,
como de hecho así ocurrió, ya que cuando
Iluminada estaba en el pasillo, la mujer salió
de su estado de total mutismo y ausencia y,
desde la puerta, sonriente y con el abrigo en la
mano, la llamó por su nombre para decirle
que se le olvidaba.
89
En otra ocasión, paseaba con su hijo por
la calle, estaban en un paso de cebra junto a
un hombre en silla de ruedas al que le costaba
un gran esfuerzo avanzar, de manera que dejó
que el hombre les adelantara el paso a
propósito y en voz alta, para que éste la oyera,
le dijo a su hijo: “¡mira, este hombre con la
silla nos ha adelantado!”, como tratando con
este gesto de hacerle sentir capaz de avanzar a
pesar de su limitación.
90
todo momento trató de darle un destino, una
razón de ser, un lugar concreto donde
depositar esa cosa llamada amor y que era
más grande y trascendente que ella misma.
91
ellos, tal y como había hecho siempre: un
juego, una sonrisa, cualquier cosa que
eximiera a aquellos niños de su sufrimiento y,
al mismo tiempo, liberarse del propio. Pero
esta vez, ni su cabeza ni sus manos
respondieron al impulso del corazón y cayó
en un estado de gran impotencia y frustración.
92
de pronto aparecía frente a sus ojos, como un
espectro, aquella joven epiléptica que había
conocido, Iluminada lloraba; la mujer que
trabajaba limpiando en su casa echaba de
menos a sus padres porque estaban lejos,
Iluminada lloraba; una mujer en el autobús
comentaba a otra que su hijo estaba enfermo,
Iluminada lloraba; en África la gente moría de
hambre, Iluminada lloraba.
93
si sus lágrimas no servían para envolver una
única lágrima ajena, entonces no servían para
absolutamente nada, y esto sí que privaba a la
vida de todo su sentido.
94
todo el pueblo reunido en la Iglesia gritando
su nombre a la vez, que no sabía dónde
colocar la ropa que planchaba o que su marido
tenía una hija con otra mujer, sin dudarlo un
segundo, el psiquiatra aumentaría aún más la
dosis de medicación y ¿para qué tomar más
esas pastillas que no la ayudaban en nada?
Con ellas los síntomas delirantes no
desaparecían ni tampoco lograban aligerar el
sufrimiento, por el contrario, la hacían sufrir
aún más porque sentía que aquellas cosas que
ingería la estaban anulando y arrebatando su
creatividad y esencia, además del tremendo
cansancio que suponía levantarse cada
mañana, todo ese peso en la cabeza que
ralentizaba sus movimientos y la agotaba
hasta el extremo desde el primer suspiro del
alba.
95
Ella era muy consciente de que no podía
salir sola de este estado y que necesitaba
ayuda urgentemente, se sentía del todo
incapacitada para las tareas cotidianas de su
vida y suplicaba un ingreso, quería estar en el
hospital para no tener que hacer siquiera el
esfuerzo sobrehumano que suponía levantarse
de la cama, o vestirse, o cocinar cualquier
cosa.
96
que, hasta ahora, no parecían servirle para
gran cosa.
97
Así pues, fue necesario un segundo intento
para que la dejaran ingresada.
98
ingresada un total de 20 días que supusieron
un retiro para su alma.
99
David en el que éste decía que ya no
soportaba más la situación, y se marchaba.
100
El principio del fin
102
llegado el momento de rendirse ante las
evidencias de la realidad.
103
todas las partes, por la esperanza de una vida
plena de salud.
104
En aquel momento las cosas en sí
mismas carecían de todo significado para
Iluminada, pero en ella seguía viviendo un
amor latente que hacía que no perdiera de
vista a aquellos que la rodeaban. Se daba
cuenta y valoraba el esfuerzo continuo que
hacían tanto su padre como sus tres hermanos
por ayudarla, como también valoraba la
dedicación y el cariño de las monjas.
105
días y saliendo de su aislamiento. Comenzó a
hablar con otras pacientes y emprendió
pequeñas labores artesanales con las que
pasaba gran parte de su tiempo.
106
en su vida y cada día que pasaba acrecentaba
en ella la convicción de que tanto él como los
niños ni la querían ni la necesitaban. El hecho
de que nunca fueran a visitarla hacía que se
afianzara en ella esta idea desoladora, sin
embargo, el psiquiatra solo veía progreso y
mejoría y consideró que quizás sería capaz de
ir retomando las riendas de su vida, de manera
que decidió darle el alta a modo de prueba.
107
haber construido una nueva vida en la que ella
estaba excluida y pasados los días tuvo que
regresar a la clínica arrasada en lágrimas y
con la cabeza hundida sobre el pecho.
108
quinto piso donde vivía y estimó que la altura
era idónea para tirarse, pero le salvó la
campana de alguien que llamó a la puerta en
ese instante aparentemente último y
definitivo. En otra ocasión, sentada frente a la
vía del metro, imaginó nuevamente el vacío
de la muerte, pero los rostros de sus tres hijos
aparecieron para rescatarla y contuvo el
impulso.
109
rondando y de cómo esta tentación se
fortalecía cada vez que salía del hospital,
razón por la cual, conforme pasaba el tiempo,
él solo veía mejoría en su estado, ya que tanto
su conversación como sus acciones indicaban
que se estaba recuperando, que el trastorno
mental parecía haber remitido y que, por lo
tanto, no había motivo para retenerla por más
tiempo en la clínica y había llegado el
momento definitivo de regresar a casa.
Iluminada, por su parte, con el fin de no
defraudar al médico y a todos aquellos que la
alentaban y hablaban de su visible
recuperación, una vez más aceptó la decisión
del psiquiatra.
110
comprendía, con plena convicción, que su
desaparición era la única opción posible, ya
que, entre otras cosas, haría más fácil y
liviana la vida de los suyos, y más
particularmente la de sus hijos, pues ya no
tendrían que soportar más la condena de tener
una madre siempre enferma que lo único que
había aportado a sus vidas era dolor y
desequilibrio, ellos merecían tener un camino
abierto a la esperanza, al sosiego de una vida
equilibrada y serena.
111
Después de seis horas en coma y tres
días sin conocimiento se despertó y con ella
también lo hizo un fuerte instinto de
supervivencia; el instinto, a su vez, despertó
levemente a su voluntad, una voluntad de
vivir que parecía aletargada de manera
indefinida, casi muerta. Fue solo a partir de
esta incipiente voluntad que, poco a poco, se
fueron abriendo los ojos a las posibilidades de
la belleza y, de pronto, todas las palabras de
ánimo y aliento que había estado recibiendo
fueron resonando en su interior y cobrando
significado para ella.
112
finalmente, desde su mente, cuerpo y corazón,
que David ya formaba parte del pasado y que
en adelante solo habría un presente donde
habitar, un presente donde él no estaría.
113
tipo de medicación y sentía una inusitada
energía. Por el momento no le fue permitido
salir de la clínica los fines de semana ya que
el objetivo principal de todas las partes era
alimentar la recién nacida confianza en sí
misma, y así, pequeños retos y
responsabilidades que hasta ahora habían sido
impensables comenzaron a formar parte de la
rutina cotidiana.
114
esperanza, pensó que aquellas plantas bien
podrían ser algún día sus propios hijos.
115
A pesar del miedo inconmensurable que
le provocaba la sola idea de salir del recinto
del hospital, llegó un momento en el que tanto
el médico como las monjas consideraron que
debía empezar a dar pequeños pasos en esta
dirección, de modo que le propusieron salir
durante el día para regresar a dormir a la
clínica.
116
muy levemente, una autoestima perdida
mucho tiempo atrás.
117
Iluminada ahora contaba con el refuerzo
de una incipiente autoestima que había sido
trabajada a conciencia durante los nueve
meses que había estado ingresada en el
hospital; antes de este periodo de tiempo, su
psique había sido alimentada durante muchos
años por constantes críticas y juicios, tanto
ajenos como propios, el mensaje continuo que
había estado recibiendo estaba nutrido de la
idea de que no hacía nada bien, que no era
capaz de ser lo único que se esperaba de ella:
madre, esposa, amante, en definitiva, que no
era apta para la vida. Sin embargo, durante su
estancia en el hospital había sido alentada
continuamente para vivir a pleno rendimiento
a partir de su potencial, su mirada había sido
dirigida hacia sus capacidades, a sus
posibilidades, y no a sus carencias o
118
debilidades, día tras día había estado
recibiendo aliento y aplausos.
119
limitaciones psíquicas, había entrado en un
círculo vicioso que jamás le permitiría tomar
ninguna decisión ni hacer nada por sí sola.
120
un plato de comida, ir a comprar algo, acostar
a sus hijos o hablarles, enseñarles, vestirles,
decidir qué ropa ponerse, descubrir su cuerpo,
su presencia, o, sencillamente, descubrir el
azul en el cielo o la verde sustancia de los
árboles. Todo absolutamente se presentaba
con una grandeza inusitada y cada cosa
lograda adquiría una importancia descomunal.
121
aprendiendo a andar; se caería mil veces, pero
las mismas se levantaría y descubriría al
alzarse del suelo nuevas chispas de aliento, de
fuerza y ánimo, porque ahora, al fin, tenía el
viento a su favor y sabía que había
posibilidades de lograr aquello hacia donde su
instinto la empujaba con más fuerza: la vida.
122
Iluminada y sus hijos se instalaron a
vivir en la casa familiar del barrio de Aluche,
junto a su padre, un ser que jugó un papel
elemental para la recuperación y estabilidad
de su salud mental. En realidad, no pudo tener
a su lado a alguien más perfecto para coger su
mano durante esta etapa ascendente de su
reconstrucción.
123
Indudablemente, recibir este tipo de
confianza y aliento a domicilio las 24 horas
del día, todos los días, era una gran y efectiva
terapia que fortalecía la autoestima y
aumentaba la fe en sí misma.
124
fraile que la había ido a visitar mientras
estuvo en el hospital: en su conversación
habían hablado de un medicamento muy
fuerte del que tenía que tomar dos pastillas
antes de irse a dormir, una especie de bomba
que aniquilaba todos los sentidos, el buen
fraile le contó que, coincidentemente, él
tomaba esa misma medicación como un
sedante muy suave que le ayudaba a conciliar
pacíficamente el sueño, pero solo un cuarto de
pastilla. Iluminada almacenó este dato en su
cerebro en el lugar donde se guardan las cosas
importantes que algún día podrían hacerle
falta, y ese día había llegado.
125
efectos, las mejoras, y únicamente cuando se
sintió fuerte y segura, se atrevió a comentar al
psiquiatra lo que estaba haciendo, quien
respondió que, si ella se sentía bien así, no
había ningún problema y podía seguir
adelante.
126
tanteaba. Aprendió a aceptar sus emociones
de manera natural, sin combatirlas, a convivir
con la tristeza que había supuesto su ruptura
matrimonial, pero ya no franqueaba el camino
hacia delante, y aprendió también algo muy
necesario: a no necesitar la aprobación de
nadie para dar cualquier paso adelante y a
fiarse, por encima de todo, de su intuición y
de su instinto.
127
particularidades, junto al justo y lúcido
autorreconocimiento de su ser profundo,
pusieron en marcha la maquinaria de su
potencial, descubrió que ahora disponía de un
inmenso arsenal de herramientas que le
permitirían volcar todas sus ganancias
personales, no solo en ella misma, sino
también en los demás.
128
A partir de su experiencia como
“enferma mental” su inclinación se decantó
por este campo y desde hace un tiempo hasta
la actualidad forma parte de la asociación
Nueva Psiquiatría, allí se reúne con personas
diagnosticadas y familiares para hablar de su
propia experiencia y de cómo es posible, en
contra de lo que se diga, superar cualquier
clase de trastorno mental.
129
A lo largo de nuestra vida pueden
pasarnos muchas cosas a nivel mental, como
de hecho nos pasan. Dependiendo de la
persona y las circunstancias, podemos padecer
desde estados de ansiedad y pánico hasta
dolencias más severas o visiblemente
escandalosas, todas ellas limitantes y casi
siempre incompatibles con las tiránicas
exigencias de nuestra sociedad.
130
imposible encontrar dos dolencias o trastornos
anímicos o mentales idénticos).
131
dejemos de creer podría cambiar la silenciosa
verdad que habita en la Naturaleza, ni
tampoco sus leyes.
132
dependerá de las circunstancias y
particularidades de cada persona.
134
El intento de vivir en contra de uno
mismo siempre tiene un alto precio y en el
caso de Iluminada desembocó, como solo
podía suceder, en un estrepitoso y doloroso
fracaso que la dejó atrapada en un peligroso e
insano círculo vicioso.
135
había nada que perder y sí mucho que ganar y,
sobre todo, de que era posible.
136
habían herido, aunque fuera de modo
inconsciente (el cura dominico, su suegra, su
marido, etcétera), ni siquiera tuvo la
necesidad de perdonarles nada, pues ella
nunca les consideró culpables.
137
Iluminada fue afortunada y se libró de la
etiqueta, ella solo conoció su diagnóstico de
“esquizofrenia paranoide” pasados muchos
años, cuando hacía tiempo que todo había
quedado atrás y tuvo que pedir su informe en
el hospital para una gestión burocrática. Ella
tuvo la gran fortuna de no quedar atrapada en
las redes de un sistema social que psiquiatriza
por defecto cualquier alteración a nivel mental
ya que su enfermedad nunca fue cronificada,
nadie habló jamás de la pérdida definitiva de
sus facultades, por lo tanto, el camino hacia
una salud plena jamás fue bloqueado, algo
que fue fundamental para poder llegar al
punto donde ha llegado.
138
cosa y, más aún, siempre se trabajó a
conciencia en el sentido opuesto, en la
recuperación de sus plenas facultades con el
objetivo de que pudiera retomar su vida al
cien por cien, y no una vida de discapacidad y
mala calidad.
139
una de las lágrimas derramadas, a cada
quejido, a cada estertor de su espíritu le había
sacado un beneficio, pues todo le había
conducido a dos cosas fundamentales de la
condición humana: el autoconocimiento y
autoaceptación primero, y a partir de estos, la
aceptación íntegra de los demás, desde la
comprensión profunda de su sufrimiento y el
reconocimiento de que, tanto ellos como
nosotros, formamos parte de un mismo cuerpo
cubierto por una misma piel.
140
excesiva y continuada, por lo tanto, nunca
aceptó como un dogma incuestionable la
asociación de las palabras vida/medicación,
aunque también es cierto que este asunto
nunca fue expuesto de este modo por parte de
los médicos.
141
142
Epílogo
143
Los trastornos mentales parecen
revelarse, en la mayoría de los casos, como
desacuerdos de nuestra naturaleza con nuestro
estilo de vida, un estilo de vida insano que
podemos haber adquirido sin darnos cuenta
por miles de razones distintas.
144
mundo, y así un largo etcétera de diferentes
síntomas.
145
En ese pozo nos pasarán cosas a nivel
espiritual de las que, en ocasiones, ni siquiera
seremos conscientes, pero una vez que
salgamos de ahí, cuando al fin tengamos
capacidad para mirar las cosas con una nueva
luz, nos daremos cuenta de que podemos ver
y sentir todo eso que ha sucedido mientras
estuvimos en el pozo, empezaremos entonces
a caminar con una especie de mano invisible
que nos sostiene y nos devuelve la confianza
en nuestras posibilidades, para demostrarnos
con ello una gran y necesaria verdad: que
después de todo, la vida es posible, y puede
ser buena.
146
encima de todo, que somos humanos, y
nuestra protectora naturaleza, con sus fuertes
y a veces escandalosos toques de atención,
nos está ayudando a recobrar la salud perdida.
147
148
Agradecimientos
149
150
ÍNDICE
Introducción…………………….....……...5
El comienzo………………………………..7
Primera crisis…………………………….17
Segunda crisis…………………………….53
Epílogo…………………………………...141
Agradecimientos.......................................147
151
152