Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Daniel Campi
Rosario, 2020
Campi, Daniel
Trabajo, azúcar y coacción. Tucumán en el horizonte latinoamericano (1856-1896) / Daniel
Campi. - 1a ed . - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2020.
242 p. ; 23 x 16 cm. - (Historia argentina / 43, Darío G. Barriera, dir.)
ISBN 978-987-4963-52-9
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconoci-
dos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.
La edición de este libro se llevó a cabo con fondos del Proyecto Plurianual de Investigación
1122015 del CONICET.
© Daniel Campi
© de esta edición:
Email: admin@prohistoria.com.ar
www.prohistoria.com.ar
Impreso en la Argentina
A mis amados hijos, Andrés, Guido y Eva
ÍNDICE
PRÓLOGO
La modernidad capitalista también era esto ........................................ 15
INTRODUCCIÓN .............................................................................. 23
CAPÍTULO I
La gestación del auge azucarero, 1850-1880 ....................................... 39
CAPÍTULO II
El auge azucarero, 1880-1896 .............................................................. 71
CAPÍTULO III
La gestación del mercado de trabajo .................................................... 111
CAPÍTULO IV
Coacción, proletarización y mercado ................................................... 127
CAPÍTULO V
Una aproximación a las prácticas: el peonaje por deudas .................. 159
CAPÍTULO VI
Condiciones de vida, cultura, disciplinamiento y resistencia ............... 191
E
ste libro reúne las páginas que considero más originales y vigentes de la tesis
doctoral que defendí en octubre de 2002 en la Universidad Complutense de
Madrid. Diferentes circunstancias fueron postergando su publicación. Pasados
tantos años, me pregunté, ante la posibilidad de darla a conocer, si no convenía repen-
sarla y escribir a partir de ella un nuevo texto. Concluí que valía la pena publicar la
versión finalizada en el primer semestre de 2002, revisando solo la escritura, aliviando
en lo posible su inevitable “aparato erudito” y suprimiendo capítulos que, vistos en
perspectiva, no aportaban demasiado a la problemática central analizada, con el áni-
mo de presentar un trabajo más amable para un público amplio.
Desde aquel octubre de 2002, incursioné en otros aspectos de la historia econó-
mica y social del norte argentino, sin perder el interés en la formación del mercado
de trabajo en Tucumán en el marco del auge azucarero acaecido en el último cuarto
del siglo XIX, tema de la tesis. Por tal razón continué atento a la producción acadé-
mica sobre la problemática de la captación forzada de trabajadores demandada por
economías que de un modo u otro se articulaban o formaban parte de la irrefrenable
expansión del capitalismo en el mundo periférico. Decidí incorporar esas novedades
bibliográficas al texto ahora ofrecido, remitiendo en cada caso al año en el que efec-
tué la labor de actualización (2017) a fin de aclarar que no se trataba de bibliografía
consultada en el curso de la elaboración de la tesis. Estimé que ella sin embargo podía
resultar valiosa para los lectores.
Se mencionan en la Introducción los enfoques empleados para abordar la pro-
blemática y las fuentes, como también los antecedentes y el marco historiográfico
correspondientes al momento en el que el trabajo fue elaborado (fines de la década
de 1980 a 2000). Podría agregar que a poco de iniciarlo advertí en la biblioteca del
entonces Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid que la temática no po-
día encorsetarse en los estrechos límites argentinos o rioplatenses, lo que confirmé
en 1993 durante unos intensos días de trabajo en la Biblioteca Daniel Cosío Villegas
de El Colegio de México y en la biblioteca de la Universidad de Arizona en un viaje
realizado con el auxilio económico de la Universidad Nacional de Tucumán. Enton-
ces, consultando una bibliografía inhallable en la Argentina de esos días, la dinámica
social y económica de Tucumán y el norte argentino en el siglo XIX se hacía inteligi-
ble en el contexto latinoamericano, en particular –pero no de manera excluyente– es-
12 Trabajo, azúcar y coacción
tudiando los casos en los que la demanda de trabajadores se intensificó por el cultivo
y el procesamiento industrial de la caña de azúcar. Por esa razón situé los resultados
de la investigación acerca de procesos acaecidos en la reducida geografía tucumana
dentro del “horizonte” del subcontinente. Como se señala en el texto, ellos también
remiten a experiencias universales, especialmente de países de la periferia capitalista,
algo que José Antonio Piqueras pone de relieve en el Prólogo con meridiana claridad.
Los más de diez años de labor investigativa se llevaron adelante gracias a la con-
junción de distintos auspicios y apoyos. Agradezco al que fuera Instituto de Coo-
peración Iberoamericana, que me concedió sendas becas en los años académicos
1986-1987 y 1987-1988 para cursar el doctorado en el Departamento de Historia de
América I de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de
Madrid. A partir de 1987 y hasta 1992 fui becario del Consejo Nacional de Investi-
gaciones Científicas y Técnicas (CONICET), año este último en el que se me otorgó
el ingreso a la Carrera del Investigador Científico. Como becario y como miembro de
la Carrera del Investigador, el CONICET me brindó un apoyo fundamental en todas
las etapas de mi trabajo. También fue muy importante el respaldo de la Universidad
Nacional de Jujuy –en la que comencé mi carrera en la docencia universitaria en
1986–, que con gran generosidad me concedió licencias y apoyo material para iniciar
la formación de posgrado en Madrid. Tanto la UNJu como la UNT –a la que ingresé
como profesor asociado de Historia Económica en 1988– financiaron proyectos colec-
tivos ejecutados bajo mi dirección a través de sus secretarías de Ciencia y Técnica, y
algunas publicaciones en las que presenté avances luego condensados en la tesis. Con
ambas universidades estoy eternamente agradecido.
No menor gratitud corresponde a mis amigos y colegas en investigación y do-
cencia en Jujuy y Tucumán. Del grupo jujeño debo mencionar especialmente al en-
trañable e inolvidable Marcelo Lagos, a Ana Teruel, María Silvia Fleitas, Adriana
Kindgard y demás compañeros de la Unidad de Investigación en Historia Regional de
la Facultad de Humanidades de la UNJu. En el grupo tucumano, mi reconocimiento
a una compañera insustituible, María Celia Bravo, de quien mucho aprendí durante
años de esfuerzos conjuntos por desentrañar algunas claves de nuestra historia. Ex-
traje enseñanzas, asimismo, trabajando junto a Alejandra Landaburu, Mariela Fernán-
dez, María Paula Parolo, Cecilia Fandos, Claudia Herrera, Patricia Fernández Murga
y José Antonio Sánchez Román, integrantes del equipo constituido en la cátedra de
Historia Económica de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT. De todos ellos
recibí permanente aliento. Les agradezco haberme sugerido ideas que hoy expongo
mezcladas con las mías.
En todos estos años recibí también un invalorable estímulo de un grupo de amigos
del que me siento deudor en más de un aspecto. Mi agradecimiento a Pedro Pérez
Herrero y su infinita paciencia como director de tesis; a Donna Guy, Marta Bonaudo,
Mario Cerutti, Noemí Girbal de Blacha, Ana Presta, Rodolfo Richard Jorba y Horacio
Crespo. Un reconocimiento especial merece Tamás Szmrecsányi, quien me honró con
su generosa amistad, me introdujo en la historiografía brasileña y alentó los enfoques
Daniel Campi 13
comparativos del caso tucumano con el de otras geografías latinoamericanas que en-
caré a partir de la defensa de la tesis.
Algunas de las ideas que aquí se exponen fueron presentadas en reuniones acadé-
micas desarrolladas en la Argentina y en el exterior, en las que fui beneficiado por la
crítica constructiva de Enrique Tandeter, Nicolás Iñigo Carrera, Juan Carlos Garava-
glia, Juan Carlos Grosso, Luis Alberto Romero, Ofelia Pianetto y Antonio Santama-
ría, entre otros. Mi agradecimiento a todos ellos.
Me motivó mucho, por otra parte, el contacto con los estudiantes que me eligieron
como director de sus trabajos de Seminario en la Facultad de Ciencias Económicas
de la UNT, con los cuales realicé las primeras exploraciones de algunas de las fuentes
primarias utilizadas posteriormente para la elaboración de la tesis. La gentileza del
personal del Archivo Histórico de Tucumán y de la Biblioteca Alberdi merece desta-
carse. Su profesionalismo, diligencia y afabilidad hicieron muy productivas y gratas
las horas transcurridas en esas instituciones, que no fueron pocas.
En la etapa en la que adapté el texto para su publicación tuve la fortuna de ser
acompañado por el excelente grupo humano que trabaja en el Instituto Superior de
Estudios Sociales (UNT-CONICET), que me asistió en la vericación de algunos da-
tos, en la edición del texto, en la elaboración de los mapas, facilitando una labor por
lo general árida. Mi reconocimiento a Lucía Zucchi, Víctor Ataliva, Darío Albornoz,
Marcela Alonso, Ernesto Rodríguez Lascano, César Canceco, Paula Ale Levin, Gus-
tavo Carello e Irina Kagüer. En este período también fueron fundamentales para mí el
afecto, el aliento permanente y la mirada crítica de Marcela Vignoli.
Resultado de ese cúmulo de aportes es este libro. Disfruté mucho preparándolo.
Espero que quienes lo lean lo encuentren al menos útil.
S
ubyugados por los mercados, esto es, los circuitos, los nudos y las rutas, los
frutos y sus retornos en metal, el crédito y el transporte, la transformación en
ingenios azucareros de los fundos tradicionales supuso un salto económico im-
portante, posiblemente de implicaciones insospechadas cuando hacia la tercera déca-
da del siglo XIX, en Tucumán, algunos hacendados encontraron lucrativo introducir
aguardiente de caña en esos mismos circuitos mercantiles donde antes colocaban de-
rivados agropecuarios. Aparentemente, el cambio pudiera parecer una diversificación
a partir de otro cultivo comercial vinculado a la geografía subtropical, el tabaco. Y
puesto que hubo trapiches azucareros en manos de los jesuítas en la región en los
siglos XVII y XVIII, pudiera deducirse que la innovación no lo era tanto, y que la
economía del interior argentino –en vísperas de formarse la República Argentina y
cuando grandes espacios no se habían integrado en el mercado nacional– crecía a par-
tir del tiempo de la colonia, remozado con los aires republicanos. Daniel Campi, desde
las primeras páginas de su estudio Trabajo, azúcar, coacción. Tucumán en el contexto
latinoamericano, 1856-1896, nos invita a desprendernos de tópicos y de prejuicios,
y nos muestra la progresión de un sector pronto llamado a predominar a partir de su
paulatina modernización del equipamiento industrial y de la llegada del ferrocarril,
que comunicó la provincia con el mercado nacional del cual se convirtió en principal
abastecedor de dulce.
Este cuadro general sobre la irrupción de la economía azucarera deja paso, tan
pronto abandonamos el segundo capítulo, a la centralidad de la presente obra, el factor
trabajo en el proceso productivo y las características que reviste el mercado laboral
y la clase en formación a qué da lugar. Y aquí nos encontramos con los mismos ar-
gumentos que los estudiosos de la economía azucarera han leído en otras geografías
plantacionistas: la escasez de brazos, la escasa disposición a contratarse en el ingenio
o, en los países con esclavitud, contemporáneos a la historia que aquí se analiza, la
insuficiente capacidad de reposición de los brazos existentes o los que se consideraban
precisos para extender los cultivos, lo que obligaba a criarlos y transportarlos de un
estado a otro, como en el Sur estadounidense, o a abrir las fuentes de aprovisiona-
miento, como en Cuba se hizo a partir de 1847 con la llegada de chinos contratados.
Porque, por definición, los ingenios son complejos agroindustriales cuya inversión en
maquinaria es directamente proporcional a la multiplicación de la oferta y al incre-
16 Trabajo, azúcar y coacción
mento de la demanda de brazos para la caña. Entra aquí una cuestión que recorre la
historia social latinoamericana del siglo XIX, y no se agota en el hemisferio occiden-
tal: la formación de mercados de trabajo.
En un régimen gobernado por el mercado, la mejor alternativa laboral debiera ser
aquella que intercambia la mercancía trabajo por la mercancía dinero (o lo que es lo
mismo, la monetarización de su valor en concepto de salario, es decir, retribución por
día de trabajo –jornal– o trabajo realizado a destajo, que en la época no está asociado a
una regulación contractual ni posee regularidad temporal). La economía política clásica
llamó la tención de sus ventajas: no solo se correspondía con la libertad de mercado e
industria que se preconizaba, sino que combinaba la utilidad (se empleaba al operario
en tanto resultaba productivo, sin asumir otros costes) con el interés del operario por
conservar el puesto y mejorar de posición. Pero algo escapó del cuadro teórico y pareció
salir mal cuando se hubo de regresar a modalidades de trabajo basado en la coacción, es
decir, cuando el incentivo económico de un salario no fue suficiente para atraer y retener
fuerza laboral y hubo de recurrirse a una acción extraeconómica, el empleo directo de
la violencia (esclavitud) o modalidades de sujeción amparadas por leyes y reglamentos.
Este pasado redivivo, el conchabo compulsivo en Tucumán y otras provincias argenti-
nas hasta casi el siglo XX, como otras variantes que luego mencionaremos, ha sufrido
el estigma de su catalogación en una mentalidad anclada en la época colonial, que ha-
cía uso y abuso del indígena, el mestizo y el afrodescendiente, los sectores populares
por antonomasia, en condiciones de dependencia. Es obvio que las dificultades en la
constitución de un mercado laboral libre tuvieron consecuencias en los ingresos de los
trabajadores, en la demanda agregada y en el nivel de vida de la población. Pero eso no
cuestiona la inserción de tal economía en el capitalismo pleno.
Hagamos historia, e historia de la teoría económica. Advertía Marx de la contri-
bución de las colonias a desenmascarar la relación contractual que hacía aparecer en
la metrópoli a los poseedores del capital y del trabajo como poseedores autónomos de
mercancías dispuestos libremente a intercambiarlas. En las colonias, dice, “esa bella
fantasmagoría se hace pedazos”: de un lado, no cesa de crecer la población absoluta, y
en buena parte lo hace con trabajadores en plena capacidad productiva resultado de la
inmigración; a la vez, ingresa capital (aunque Marx, que ha teorizado su acumulación
constante en la explotación colonial, subestima su aporte y aquí alude a su naturaleza
exógena). Ahora bien, la ley de la oferta y la demanda de trabajo se desvanece pronto en
las colonias porque “el mercado de trabajo está siempre insuficientemente abastecido” y
“la reproducción regular de los asalariados como asalariados tropieza con obstáculos
más desconsiderados y, en parte, insuperables”. Los nuevos trabajadores llegados de ul-
tramar, señala, aspiran a transformarse en productores independientes, y en ese proceso
se desprenden también del sentimiento de dependencia respecto al capitalista. Marx se
está refiriendo a las colonias de inmigración europea, básicamente las Américas, Aus-
tralia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Las conclusiones que alcanza partían de los planes
de inmigración y colonización llevados a cabo por Edward G. Wakefield en el primer
tercio del siglo XIX en el Pacífico Sur, y el constante desengaño de éste al comprobar
Daniel Campi 17
de la libreta”: la gente el campo mayor de 16 años que no tuviera una propiedad con
la que justificar su subsistencia, debía contratarse de jornalero para evitar que se le
aplicase las leyes de vagancia; estuvo vigente hasta 1873, cuando la abolición de la
esclavitud se lo llevó por delante, pero también en ese año se inauguraba el patrona-
to para los libertos, que los obligaba a contratarse por cierto número de años. En el
mismo año de 1838 los británicos rescataron la figura con la que había inaugurado la
colonización del Caribe y de las colonias del norte de América: la servidumbre escri-
turada (indentured servitude); al suprimirse la esclavitud, la industriosa Britania no
encontró reparo en trasladar a centenares de miles de coolies de la India, obligados a
contratarse; después trasladaron la experiencia a África del Sur y Oriental; los fran-
ceses siguieron el ejemplo en sus dominios del Océano Índico. Los Estados Unidos
abrieron oficinas de enganche en China para la construcción del Ferrocarril Pacífico.
Los españoles llevaron hasta 125.000 chinos contratados a Cuba. Perú importó un nú-
mero parecido, en condiciones semejantes. Costa Rica y Panamá llevaron cantidades
modestas, sin modificar los vínculos laborales.
Pero, sin duda, de las formas de trabajo basado en la coacción vigentes en el siglo
XIX, la más severa fue la esclavitud de africanos y afrodescendientes. Se mantuvo has-
ta 1848 en el Caribe francés, hasta 1863-65 en los Estados Unidos, en 1863 se suprimió
en las colonias neerlandesas, en 1873 en Puerto Rico, la esclavitud se conservó activa,
y con grandes beneficios para los plantadores, hasta 1886 en Cuba y 1888 en Brasil.
Varios millones de esclavos mantuvieron viva la institución durante la mayor parte del
siglo. Si alguna anomalía reclamaba cuestionar la correspondencia unívoca entre capi-
talismo y trabajo libre asalariado era esta. Eso explica que haya centrado la atención de
los historiadores a la hora de encontrar su encaje con la modernidad capitalista.
Abandonada la tesis del arcaísmo heredado (aunque arcaico sea poseer a otra per-
sona), la interpretación más innovadora ha sido aquella que considera la existencia
de una transformación de la esclavitud sobre africanos hasta entonces conocida, para
insertarse en el capitalismo que se impulsa tras las Guerras napoleónicas bajo la he-
gemonía británica mundial. Dale Tomich utilizó el concepto de “Segunda esclavitud”
para definir la nueva situación: su geografía y sus tiempos varían, pero su función
lo sitúa en el mismo núcleo del capitalismo, ya no en la periferia sino como algo
tremendamente útil al capitalismo. La “segunda esclavitud” no convierte la relación
entre dueños de plantaciones y personas esclavizadas en relaciones capitalistas, no
se trata de eso; convierte a la plantación en un engranaje del sistema capitalista y la
pone a su servicio, o para ser más precisos, crea las condiciones de reciprocidad por
las cuales la plantación conserva su idiosincrasia social interna, adopta muchas veces
una estructura empresarial y participa de la mecanización y de los medios financieros
más avanzados, mientras la industria obtiene suministros masivos, regulares y a bajo
precio, pues su productividad la haría incomparable con cualquier alternativa, tanto
más cuando la conquista del espacio lo llevó a cabo sirviéndose de la tecnología más
avanzada del momento, incluyendo el ferrocarril o la navegación a vapor. Así se ex-
plicaría el auge y los beneficios de la esclavitud en los Estados Unidos, Brasil y Cuba
hasta fecha tan tardía.
22 Trabajo, azúcar y coacción
Más la esclavitud moderna es una de las variantes de trabajo coactivo que se desa-
rrollan en el siglo XIX. La lógica de la conservación de estas, a las que antes hemos
hecho mención, no puede ser diferente de la que explica la esclavización de nueve
millones de personas hacia 1860 en países estrechamente vinculados a los núcleos del
capitalismo internacional más dinámico. Es entonces cuando el trabajo no libre nos
revela la naturaleza de los sistemas económicos que se sirven de él y nos invita a con-
siderarlos en un marco determinado: la incorporación a los circuitos del capitalismo
y la preparación de futuros mercados laborales, cuyo objetivo no corre tanta deprisa
como presuponía el teórico, puesto que estas formas se revelan rentables y eficientes.
La conservación del trabajo informal, y su multiplicación a finales del siglo XX,
la precarización de las condiciones, la explotación infantil, los nuevos trabajadores
pobres, la reedición de peonaje por deudas en Asia, han mostrado que a medida que
avanzaba la economía global en el siglo XXI, más variantes de trabajo libre y no libre
podíamos encontrar. También esto explica que el estudio del trabajo no libre haya
concitado el interés de un número creciente de especialistas. La trayectoria de estu-
dios de la Universidad de Leiden sobre el trabajo involuntario o sometido a compul-
sión cuenta con una referencia insoslayable en W. Kloosterboer (Involuntary Labour
since the Abolition of Slavery. A Survey of Compulsory Labour throughout the World,
1960) y más recientemente en los estudios auspiciados por Marcel van der Linden en
dos obras colectivas convertidas en clásicos (Tom Brass y Marcel van der Linden,
eds., Free and Unfree Labour. The Debate Continues, 1997; Marcel van der Linden
y Magaly Rodriguez Garcia, eds., On Coerced Labor: Work and Compulsion after
Chattel Slavery, 2016), y por uno de los autores que ha realizado las contribuciones al
tema más sugerentes, Tom Bras. El mundo latinoamericano, sin embargo, no ha con-
tado, con estudios semejantes sino de manera muy excepcional. Con justo aprecio, la
obra de Daniel Campi nos sitúa ante una historia social que bebe de estos problemas,
documenta a conciencia, se interroga y aborda con criterio analítico las consecuencias
que, para el orden de la formación de una clase trabajadora vinculada al azúcar, tuvo
en esta fase la existencia de un tipo de trabajo determinado; trabajo que, por otra parte,
era la expresión del capitalismo conquistador y omitía una de las condiciones que se
presuponen a éste: un mercado libre de esa mercancía tan preciada y tan mal cuidada,
sin la cual no hay producción ni riqueza, la capacidad de hacer del trabajador. En las
páginas que siguen el lector comprobará la capacidad de buen hacer de un historiador
comprometido con su oficio y con la sociedad.