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Trabajo, azúcar y coacción

Trabajo, azúcar y coacción


Tucumán en el horizonte latinoamericano,
1856-1896

Daniel Campi

Rosario, 2020
Campi, Daniel
Trabajo, azúcar y coacción. Tucumán en el horizonte latinoamericano (1856-1896) / Daniel
Campi. - 1a ed . - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2020.
242 p. ; 23 x 16 cm. - (Historia argentina / 43, Darío G. Barriera, dir.)

ISBN 978-987-4963-52-9

1. Historia. 2. Historia de América del Sur. 3. Historia Regional. I. Título.


CDD 980

Maquetación de interiores: Lucía Zucchi / Lorena Blanco


Ediciónal al cuidado de Lucía Zucchi
Maquetación de tapa: Estudio XXII
Imagen de tapa: “La Zafra”, fotografía recreada por Marcela Alonso (Instituto Superior de
Estudios Sociales, UNT-CONICET) a partir del original publicado en LLOYD, Reinald (Dir.) Im-
presiones de la República Argentina en el Siglo Veinte. Su historia, gente, comercio, industria
y riqueza, Londres, Lloyd’s Greater Britain Publishing Company Ltd., 1911.

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconoci-
dos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

La edición de este libro se llevó a cabo con fondos del Proyecto Plurianual de Investigación
1122015 del CONICET.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS


HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Daniel Campi

© de esta edición:
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Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de


portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa
autorización del editor.

Este libro se terminó de imprimir en Multigraphic, Buenos Aires, Argentina en el mes de


noviembre de 2020.

Impreso en la Argentina
A mis amados hijos, Andrés, Guido y Eva
ÍNDICE

PALABRAS PRELIMINARES Y AGRADECIMIENTOS ............ 11

PRÓLOGO
La modernidad capitalista también era esto ........................................ 15

INTRODUCCIÓN .............................................................................. 23

CAPÍTULO I
La gestación del auge azucarero, 1850-1880 ....................................... 39

CAPÍTULO II
El auge azucarero, 1880-1896 .............................................................. 71

CAPÍTULO III
La gestación del mercado de trabajo .................................................... 111

CAPÍTULO IV
Coacción, proletarización y mercado ................................................... 127

CAPÍTULO V
Una aproximación a las prácticas: el peonaje por deudas .................. 159

CAPÍTULO VI
Condiciones de vida, cultura, disciplinamiento y resistencia ............... 191

REFLEXIONES FINALES ................................................................ 229

FUENTES CONSULTADAS ............................................................. 237

ÍNDICE MAPAS, CUADROS Y GRÁFICOS ................................. 239


PALABRAS PRELIMINARES
Y AGRADECIMIENTOS

E
ste libro reúne las páginas que considero más originales y vigentes de la tesis
doctoral que defendí en octubre de 2002 en la Universidad Complutense de
Madrid. Diferentes circunstancias fueron postergando su publicación. Pasados
tantos años, me pregunté, ante la posibilidad de darla a conocer, si no convenía repen-
sarla y escribir a partir de ella un nuevo texto. Concluí que valía la pena publicar la
versión finalizada en el primer semestre de 2002, revisando solo la escritura, aliviando
en lo posible su inevitable “aparato erudito” y suprimiendo capítulos que, vistos en
perspectiva, no aportaban demasiado a la problemática central analizada, con el áni-
mo de presentar un trabajo más amable para un público amplio.
Desde aquel octubre de 2002, incursioné en otros aspectos de la historia econó-
mica y social del norte argentino, sin perder el interés en la formación del mercado
de trabajo en Tucumán en el marco del auge azucarero acaecido en el último cuarto
del siglo XIX, tema de la tesis. Por tal razón continué atento a la producción acadé-
mica sobre la problemática de la captación forzada de trabajadores demandada por
economías que de un modo u otro se articulaban o formaban parte de la irrefrenable
expansión del capitalismo en el mundo periférico. Decidí incorporar esas novedades
bibliográficas al texto ahora ofrecido, remitiendo en cada caso al año en el que efec-
tué la labor de actualización (2017) a fin de aclarar que no se trataba de bibliografía
consultada en el curso de la elaboración de la tesis. Estimé que ella sin embargo podía
resultar valiosa para los lectores.
Se mencionan en la Introducción los enfoques empleados para abordar la pro-
blemática y las fuentes, como también los antecedentes y el marco historiográfico
correspondientes al momento en el que el trabajo fue elaborado (fines de la década
de 1980 a 2000). Podría agregar que a poco de iniciarlo advertí en la biblioteca del
entonces Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid que la temática no po-
día encorsetarse en los estrechos límites argentinos o rioplatenses, lo que confirmé
en 1993 durante unos intensos días de trabajo en la Biblioteca Daniel Cosío Villegas
de El Colegio de México y en la biblioteca de la Universidad de Arizona en un viaje
realizado con el auxilio económico de la Universidad Nacional de Tucumán. Enton-
ces, consultando una bibliografía inhallable en la Argentina de esos días, la dinámica
social y económica de Tucumán y el norte argentino en el siglo XIX se hacía inteligi-
ble en el contexto latinoamericano, en particular –pero no de manera excluyente– es-
12 Trabajo, azúcar y coacción

tudiando los casos en los que la demanda de trabajadores se intensificó por el cultivo
y el procesamiento industrial de la caña de azúcar. Por esa razón situé los resultados
de la investigación acerca de procesos acaecidos en la reducida geografía tucumana
dentro del “horizonte” del subcontinente. Como se señala en el texto, ellos también
remiten a experiencias universales, especialmente de países de la periferia capitalista,
algo que José Antonio Piqueras pone de relieve en el Prólogo con meridiana claridad.
Los más de diez años de labor investigativa se llevaron adelante gracias a la con-
junción de distintos auspicios y apoyos. Agradezco al que fuera Instituto de Coo-
peración Iberoamericana, que me concedió sendas becas en los años académicos
1986-1987 y 1987-1988 para cursar el doctorado en el Departamento de Historia de
América I de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de
Madrid. A partir de 1987 y hasta 1992 fui becario del Consejo Nacional de Investi-
gaciones Científicas y Técnicas (CONICET), año este último en el que se me otorgó
el ingreso a la Carrera del Investigador Científico. Como becario y como miembro de
la Carrera del Investigador, el CONICET me brindó un apoyo fundamental en todas
las etapas de mi trabajo. También fue muy importante el respaldo de la Universidad
Nacional de Jujuy –en la que comencé mi carrera en la docencia universitaria en
1986–, que con gran generosidad me concedió licencias y apoyo material para iniciar
la formación de posgrado en Madrid. Tanto la UNJu como la UNT –a la que ingresé
como profesor asociado de Historia Económica en 1988– financiaron proyectos colec-
tivos ejecutados bajo mi dirección a través de sus secretarías de Ciencia y Técnica, y
algunas publicaciones en las que presenté avances luego condensados en la tesis. Con
ambas universidades estoy eternamente agradecido.
No menor gratitud corresponde a mis amigos y colegas en investigación y do-
cencia en Jujuy y Tucumán. Del grupo jujeño debo mencionar especialmente al en-
trañable e inolvidable Marcelo Lagos, a Ana Teruel, María Silvia Fleitas, Adriana
Kindgard y demás compañeros de la Unidad de Investigación en Historia Regional de
la Facultad de Humanidades de la UNJu. En el grupo tucumano, mi reconocimiento
a una compañera insustituible, María Celia Bravo, de quien mucho aprendí durante
años de esfuerzos conjuntos por desentrañar algunas claves de nuestra historia. Ex-
traje enseñanzas, asimismo, trabajando junto a Alejandra Landaburu, Mariela Fernán-
dez, María Paula Parolo, Cecilia Fandos, Claudia Herrera, Patricia Fernández Murga
y José Antonio Sánchez Román, integrantes del equipo constituido en la cátedra de
Historia Económica de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNT. De todos ellos
recibí permanente aliento. Les agradezco haberme sugerido ideas que hoy expongo
mezcladas con las mías.
En todos estos años recibí también un invalorable estímulo de un grupo de amigos
del que me siento deudor en más de un aspecto. Mi agradecimiento a Pedro Pérez
Herrero y su infinita paciencia como director de tesis; a Donna Guy, Marta Bonaudo,
Mario Cerutti, Noemí Girbal de Blacha, Ana Presta, Rodolfo Richard Jorba y Horacio
Crespo. Un reconocimiento especial merece Tamás Szmrecsányi, quien me honró con
su generosa amistad, me introdujo en la historiografía brasileña y alentó los enfoques
Daniel Campi 13

comparativos del caso tucumano con el de otras geografías latinoamericanas que en-
caré a partir de la defensa de la tesis.
Algunas de las ideas que aquí se exponen fueron presentadas en reuniones acadé-
micas desarrolladas en la Argentina y en el exterior, en las que fui beneficiado por la
crítica constructiva de Enrique Tandeter, Nicolás Iñigo Carrera, Juan Carlos Garava-
glia, Juan Carlos Grosso, Luis Alberto Romero, Ofelia Pianetto y Antonio Santama-
ría, entre otros. Mi agradecimiento a todos ellos.
Me motivó mucho, por otra parte, el contacto con los estudiantes que me eligieron
como director de sus trabajos de Seminario en la Facultad de Ciencias Económicas
de la UNT, con los cuales realicé las primeras exploraciones de algunas de las fuentes
primarias utilizadas posteriormente para la elaboración de la tesis. La gentileza del
personal del Archivo Histórico de Tucumán y de la Biblioteca Alberdi merece desta-
carse. Su profesionalismo, diligencia y afabilidad hicieron muy productivas y gratas
las horas transcurridas en esas instituciones, que no fueron pocas.
En la etapa en la que adapté el texto para su publicación tuve la fortuna de ser
acompañado por el excelente grupo humano que trabaja en el Instituto Superior de
Estudios Sociales (UNT-CONICET), que me asistió en la vericación de algunos da-
tos, en la edición del texto, en la elaboración de los mapas, facilitando una labor por
lo general árida. Mi reconocimiento a Lucía Zucchi, Víctor Ataliva, Darío Albornoz,
Marcela Alonso, Ernesto Rodríguez Lascano, César Canceco, Paula Ale Levin, Gus-
tavo Carello e Irina Kagüer. En este período también fueron fundamentales para mí el
afecto, el aliento permanente y la mirada crítica de Marcela Vignoli.
Resultado de ese cúmulo de aportes es este libro. Disfruté mucho preparándolo.
Espero que quienes lo lean lo encuentren al menos útil.

Tucumán, septiembre de 2020


PRÓLOGO

La modernidad capitalista también era esto

S
ubyugados por los mercados, esto es, los circuitos, los nudos y las rutas, los
frutos y sus retornos en metal, el crédito y el transporte, la transformación en
ingenios azucareros de los fundos tradicionales supuso un salto económico im-
portante, posiblemente de implicaciones insospechadas cuando hacia la tercera déca-
da del siglo XIX, en Tucumán, algunos hacendados encontraron lucrativo introducir
aguardiente de caña en esos mismos circuitos mercantiles donde antes colocaban de-
rivados agropecuarios. Aparentemente, el cambio pudiera parecer una diversificación
a partir de otro cultivo comercial vinculado a la geografía subtropical, el tabaco. Y
puesto que hubo trapiches azucareros en manos de los jesuítas en la región en los
siglos XVII y XVIII, pudiera deducirse que la innovación no lo era tanto, y que la
economía del interior argentino –en vísperas de formarse la República Argentina y
cuando grandes espacios no se habían integrado en el mercado nacional– crecía a par-
tir del tiempo de la colonia, remozado con los aires republicanos. Daniel Campi, desde
las primeras páginas de su estudio Trabajo, azúcar, coacción. Tucumán en el contexto
latinoamericano, 1856-1896, nos invita a desprendernos de tópicos y de prejuicios,
y nos muestra la progresión de un sector pronto llamado a predominar a partir de su
paulatina modernización del equipamiento industrial y de la llegada del ferrocarril,
que comunicó la provincia con el mercado nacional del cual se convirtió en principal
abastecedor de dulce.
Este cuadro general sobre la irrupción de la economía azucarera deja paso, tan
pronto abandonamos el segundo capítulo, a la centralidad de la presente obra, el factor
trabajo en el proceso productivo y las características que reviste el mercado laboral
y la clase en formación a qué da lugar. Y aquí nos encontramos con los mismos ar-
gumentos que los estudiosos de la economía azucarera han leído en otras geografías
plantacionistas: la escasez de brazos, la escasa disposición a contratarse en el ingenio
o, en los países con esclavitud, contemporáneos a la historia que aquí se analiza, la
insuficiente capacidad de reposición de los brazos existentes o los que se consideraban
precisos para extender los cultivos, lo que obligaba a criarlos y transportarlos de un
estado a otro, como en el Sur estadounidense, o a abrir las fuentes de aprovisiona-
miento, como en Cuba se hizo a partir de 1847 con la llegada de chinos contratados.
Porque, por definición, los ingenios son complejos agroindustriales cuya inversión en
maquinaria es directamente proporcional a la multiplicación de la oferta y al incre-
16 Trabajo, azúcar y coacción

mento de la demanda de brazos para la caña. Entra aquí una cuestión que recorre la
historia social latinoamericana del siglo XIX, y no se agota en el hemisferio occiden-
tal: la formación de mercados de trabajo.
En un régimen gobernado por el mercado, la mejor alternativa laboral debiera ser
aquella que intercambia la mercancía trabajo por la mercancía dinero (o lo que es lo
mismo, la monetarización de su valor en concepto de salario, es decir, retribución por
día de trabajo –jornal– o trabajo realizado a destajo, que en la época no está asociado a
una regulación contractual ni posee regularidad temporal). La economía política clásica
llamó la tención de sus ventajas: no solo se correspondía con la libertad de mercado e
industria que se preconizaba, sino que combinaba la utilidad (se empleaba al operario
en tanto resultaba productivo, sin asumir otros costes) con el interés del operario por
conservar el puesto y mejorar de posición. Pero algo escapó del cuadro teórico y pareció
salir mal cuando se hubo de regresar a modalidades de trabajo basado en la coacción, es
decir, cuando el incentivo económico de un salario no fue suficiente para atraer y retener
fuerza laboral y hubo de recurrirse a una acción extraeconómica, el empleo directo de
la violencia (esclavitud) o modalidades de sujeción amparadas por leyes y reglamentos.
Este pasado redivivo, el conchabo compulsivo en Tucumán y otras provincias argenti-
nas hasta casi el siglo XX, como otras variantes que luego mencionaremos, ha sufrido
el estigma de su catalogación en una mentalidad anclada en la época colonial, que ha-
cía uso y abuso del indígena, el mestizo y el afrodescendiente, los sectores populares
por antonomasia, en condiciones de dependencia. Es obvio que las dificultades en la
constitución de un mercado laboral libre tuvieron consecuencias en los ingresos de los
trabajadores, en la demanda agregada y en el nivel de vida de la población. Pero eso no
cuestiona la inserción de tal economía en el capitalismo pleno.
Hagamos historia, e historia de la teoría económica. Advertía Marx de la contri-
bución de las colonias a desenmascarar la relación contractual que hacía aparecer en
la metrópoli a los poseedores del capital y del trabajo como poseedores autónomos de
mercancías dispuestos libremente a intercambiarlas. En las colonias, dice, “esa bella
fantasmagoría se hace pedazos”: de un lado, no cesa de crecer la población absoluta, y
en buena parte lo hace con trabajadores en plena capacidad productiva resultado de la
inmigración; a la vez, ingresa capital (aunque Marx, que ha teorizado su acumulación
constante en la explotación colonial, subestima su aporte y aquí alude a su naturaleza
exógena). Ahora bien, la ley de la oferta y la demanda de trabajo se desvanece pronto en
las colonias porque “el mercado de trabajo está siempre insuficientemente abastecido” y
“la reproducción regular de los asalariados como asalariados tropieza con obstáculos
más desconsiderados y, en parte, insuperables”. Los nuevos trabajadores llegados de ul-
tramar, señala, aspiran a transformarse en productores independientes, y en ese proceso
se desprenden también del sentimiento de dependencia respecto al capitalista. Marx se
está refiriendo a las colonias de inmigración europea, básicamente las Américas, Aus-
tralia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Las conclusiones que alcanza partían de los planes
de inmigración y colonización llevados a cabo por Edward G. Wakefield en el primer
tercio del siglo XIX en el Pacífico Sur, y el constante desengaño de éste al comprobar
Daniel Campi 17

que los emigrados británicos se resistían a convertirse en asalariados en las colonias.


Para Marx, esto constituía la evidencia de la ausencia de “libertad” del trabajo asalariado
en las relaciones capitalistas de la metrópoli: se contrataban en condiciones que le eran
impuestas por necesidad y en ausencia de alternativas laborales o de la opción de ser un
productor independiente. La libertad del asalariado bien podía ser llamada “esclavitud
del asalariado”, escribe, porque para subsistir se veía obligado a contratarse por salarios
de miseria. Lamennais había hablado poco antes del “esclavo moderno”, el asalariado,
para referirse a la “esclavitud voluntaria” del proletario, porque sometido se hallaba,
pero por decisión propia, añade, a diferencia de los esclavizados de las plantaciones.
El proceso descrito es perfectamente válido en las nuevas repúblicas americanas,
desde los Estados Unidos, que convierten la colonización de las tierras del interior
en una epopeya abierta a la producción independiente e inventa la ficción del “sueño
americano” de una prosperidad universal, a los Estados latinoamericanos que desde la
segunda mitad del siglo XIX se empeñan en aplicar la máxima de que gobernar es po-
blar y lo logran abriéndose a inmigraciones selectivas pero también concentrando en
las regiones más fértiles y mejor comunicadas, o en núcleos mercantiles, la población
antes dispersa en el propio país. De esto último nos habla Daniel Campi en su estudio.
Los principales retos se presentaron en sectores que descansaban en cultivos ex-
tensivos cuyo fruto tenía gran demanda y alcanzaba precios muy remunerativos, y que
a la vez precisaban de trabajo intensivo y poco o nada cualificado. En esos casos, la
formación de los mercados laborales tenía tantas dificultades como había encontrado
Wakefield, cuando el primer contingente de trabajadores que llevó a Australia se le
dispersó pronto por la isla-continente en busca de tierras vírgenes.
Los mercados laborales no se constituyeron tan fácilmente como parece desprender-
se de la lógica racionalizadora utilitarista. Sin embargo, no era esto lo que leíamos en
la primera teoría económica, cuando todavía esta se llamaba economía política; ni es lo
que suele aparecer en los manuales de historia económica donde se nos explica que el
trabajo asalariado es consustancial al capitalismo y, siéndolo, la forma natural y gene-
ralizada en la que se nos presenta ha de ser la del laborante libre, voluntario, que pacta
sus condiciones. Esta posibilidad ha sido elevada a premisa indiscutida. En un sentido,
la citada explicación culminaría una historia de la evolución que a lo largo de la historia
conduce del sometimiento personal al estadio de libertad, de las personas y del trabajo,
a la emancipación. El pensamiento de la Ilustración identificó esa tendencia, en la que se
entrecruzaban la dimensión civil, política y laboral con la historia del progreso.
Todo lo que no se ajustaba al orden contractual, considerado propio del capitalis-
mo, pudo ser interpretado como la conservación de formas arcaicas de producir, sig-
nos de atraso, síntomas de un subdesarrollo ancestral que las nuevas repúblicas here-
daban de la colonia, reproduciendo en su interior una periferia “colonizada”, también
con formas de trabajo atávicas. De manera que los teóricos de la economía, de Adam
Smith a David Ricardo, pero también luego John Stuart Mill y Marx, identificaron la
propensión a la mayor rentabilidad y la eficiencia con el mercado laboral formado por
libre iniciativa de las partes.
18 Trabajo, azúcar y coacción

En noviembre de 1857 el Times de Londres publicaba la carta de un propietario


de Jamaica donde lamentaba cómo los negros libres de la isla, en lugar de contratarse
en las plantaciones se limitaban a producir lo necesario para su consumo y disfruta-
ban con la holgazanería, a pesar de que el testimonio, reproducido por Marx, refiere
que los antiguos esclavos optaban por ser campesinos autosuficientes. Karl Polanyi,
en La gran transformación, hizo ver que en la cuna de la Revolución industrial las
resistencias de la sociedad, con sus costumbres y con las leyes que obstaculizaban la
movilidad de la población adscrita a las parroquias, vigente hasta 1795, retrasaron
“todo aquello que pretendía reducirla a un simple apéndice del mercado”. Y añade:
“Resultaba inconcebible una economía de mercado que no comportase un mercado de
trabajo, pero la creación de semejante mercado, concretamente en la civilización rural
de Inglaterra, suponía nada menos que la destrucción masiva de las bases tradiciona-
les de la sociedad […]. En el nuevo sistema industrial, el mercado de trabajo fue de
hecho el ultimo mercado organizado, y esta última etapa no fue franqueada más que
cuando la economía de mercado estaba lista para expandirse”. El excedente de mano
de obra y la alta concurrencia entre trabajadores surtieron, no obstante, a las fábricas
de operarios en número suficiente, pero allá donde la densidad de población era muy
inferior a la de la campiña inglesa, donde las condiciones eran menos favorables y
la estigmatización del trabajo aparecía asociado a consideraciones raciales o, como
en el caso del interior de la Argentina, la disponibilidad de tierras era muy superior
a la oferta de trabajo asalariado y, a la vez, se promovía el cultivo de la caña para la
industria azucarera en el gran oasis subtropical tucumano, con lo que esto comporta
de trabajo temporal intensivo, el mercado laboral se manifiesta refractario. No es la
“mano invisible” la que promueve el mercado laboral “libre”, sino leyes, normativas
y prácticas promovidas con el auxilio de las autoridades.
El trabajo, siguiendo las máximas virtuosas sostenidas durante la Ilustración, dis-
tingue a los hombres útiles. El trabajo se reconoce socialmente como una obligación
sostenida por principios de orden económico, moral y cívico, pero también de orden
público, puesto que la vagancia no solo se considera un vicio, sino que es fuente de
vidas desordenadas y antesala del delito. De ahí la rehabilitación de las normas puniti-
vas y los castigos que convierten tanto a ociosos como a desocupados y a renuentes a
ser empleados en condiciones extremas a penas en trabajos públicos obligatorios o de
deportación a las colonias para favorecer la colonización con forzados.
Cierto grado de coerción acompaña las fases iniciales de la transición al trabajo
asalariado voluntario a fin de crear hábitos, de la predisposición a contratarse, a acep-
tar un orden disciplinario durante el tiempo de trabajo, hasta monetarizar el valor del
trabajo y los ingresos, condición para su intercambio posterior por bienes de consumo.
Una vez que cumple su función aleccionadora, a la espera de disponer de una oferta
laboral adecuada, el trabajo compulsivo se va disolviendo, unas veces ante la presión
de la opinión pública. Pero generalmente estos puntos de vista no se imponen antes
de que se den las condiciones de su reemplazo, bien por efecto de migraciones más o
menos masivas, bien porque el incremento natural de la población y las consecuencias
de las prácticas conductistas descritas han alcanzado el objetivo deseado.
Daniel Campi 19

La interconectividad del capitalismo ha dado lugar a nuevas explicaciones sobre la


manera en que se insertan las partes. La división internacional del trabajo, finalmente,
cuenta con dos acepciones dispares. En la primera, la más difundida en el lenguaje
económico, unos producen materias primas y otros bienes industriales, manufacturas,
con un valor añadido muy desequilibrado que tiene efectos profundos y duraderos en el
intercambio y el desarrollo de los países que quedan de un lado u otro de la ecuación.
Estos subprocesos productivos interrelacionados son algo más complejos que la produc-
ción de mercancías de valor desigual e incidencia diferente en las respectivas estructuras
económicas y sociales, como apuntó Raúl Prebisch y la escuela económica desarrollista
de la CEPAL, que atribuyeron el arcaísmo de las relaciones laborales a la baja cuali-
ficación requerida para producir bienes agrarios u ocuparse en la economía extractiva,
donde otros se habían limitado a ver la supervivencia de un orden social colonial. Sin
embargo, importa no solo lo que se produce y para quién, sino cómo se produce y por
qué, dado que en el interior de cada uno de los subprocesos y las geografías donde tienen
lugar puede darse, y se dan, formas distintas de producir, relaciones sociales específicas
y distintas a las que rigen en otro de los subprocesos productivos, que se convierten de
esa manera en subprocesos sociales específicos dentro de una economía global.
En la primera “económica política” clásica, la división del trabajo consiste en
un proceso de especialización, que después de segmentar las funciones que han de
llevarse a cabo para elaborar un bien y desarrollar las habilidades de cada operario
que interviene en una de las fases, incide muy notablemente en la productividad. La
división técnica del trabajo estaba unida a los procesos industriales y era un signo
distintivo del capitalismo, concebido como un régimen económico de valor universal.
Marx indagó sobre esta base en su estudio de la manufactura y, aunque advirtió que
la especialización en una función implicaba la descualificación del trabajador en su
comprensión y dominio del oficio en su conjunto (el “obrero parcial”), con efectos
sobre el salario y la alienación con respecto a la mercancía que elaboraba, mantuvo la
concepción expansiva del nuevo modo de producción que en su avance iba liquidando
formas antiguas de producir. Capitalismo y trabajo asalariado eran parte de la misma
concepción de la economía. Esto último no impedía que, transitoriamente, el nuevo
capitalismo industrial se valiera de formas de trabajo precapitalistas (“precapitalistas”
en el sentido de que estaban antes de que el capitalismo se hubiera desarrollado, no
porque resultara su antagonista, pues muchas veces en su seno venía desarrollándose
el capital). Así, Marx se refiere a “la esclavitud de los negros […] puramente indus-
trial”, a propósito del sur de los Estados Unidos, muy avanzado el siglo XIX, como
una “anomalía” que se explicaba tanto por las necesidades de materias baratas durante
la Revolución industrial inglesa como por el desarrollo industrial del norte del propio
país, y se explicaba también porque el capital se servía, allá donde era posible porque
se daban las circunstancias (un poder colonial o una dominación conservada históri-
camente), de formas establecidas de producir que le eran ventajosas, y en las que el
trabajador no era libre o enteramente libre.
Corresponde a Nikolai Bujarin (La economía mundial y el imperialismo, 1915) la
primera conceptualización de la división internacional del trabajo como una realidad
20 Trabajo, azúcar y coacción

sustantiva del capitalismo histórico, en la que la división internacional del trabajo no es


únicamente la base de una especialización productiva y un intercambio desigual, sino
que la división técnica y espacial comporta en ocasiones relaciones sociales diferentes,
subsumidas en una estructura capitalista global. Esta teoría inspiró en la segunda mi-
tad del siglo XX las tesis de numerosos autores vinculador al movimiento del Tercer
Mundo, a las corrientes neomarxistas y al altermundismo antiglobalizador, como Ernest
Mandel, Samir Amin, Giovanni Arrighi o Inmanuel Wallerstein. Wallerstein ofreció un
marco teórico en el que hacía las siguientes consideraciones: el capitalismo es la matriz
de una economía-mundo, de un sistema-mundo, pues la anterior es inseparable de un
sistema político determinado y de la sociedad a la que aquella da lugar, en expansión
desde el siglo XVI; esta economía-mundo se sirvió desde fecha tan temprana como la
colonización de América de formas laborales no asalariadas, no libres, llevando a la
práctica la división internacional del trabajo siempre que le fue factible; se originaron
de esta manera tres esferas de actuación, el centro, la semi-periferia y la periferia, con
grados distintos de penetración del capitalismo industrial, especialización diferente y
modalidades laborales dispares, configurando una jerarquía de consecuencias directas
en el desarrollo respectivo de cada esfera. La noción de economía-mundo es más rica
y menos esquemática que la aquí resumida, mientras que el debate sobre el temprano
capitalismo –donde se confunden capital mercantil y régimen capitalista– no favorece
las líneas de acuerdo. De otro lado, esta interpretación, que hace parte a la periferia del
moderno sistema mundial, relega su protagonismo a un lugar secundario, periférico. La
“gran teoría” de la sociología histórica quizá se hallaba huérfana de evidencias empíri-
cas de primera mano, en un sentido más apegado al suelo, más histórico.
A falta de un mercado de trabajo constituido, el capitalismo no se detiene y no re-
trasa por ello la formación de mercados de tierras y dinero. Entran entonces en escena
una mezcla de coerción e incentivos: el trabajo “contratado” por una serie de años, en
los que el trabajador acepta someterse a condiciones excepcionales de obligaciones y
disciplina a cambio de un salario moderado y de ciertas expectativas que resultan de
provecho, por ejemplo, a un inmigrante extranjero o de otras regiones limítrofes del
país. Así, durante el siglo de las libertades y de expansión de la libertad de mercado, se
prodigaron formas de sometimiento en todo el continente americano. Unas venían de
muy atrás, otras habían desaparecido y resultó útil recuperarlas, otras se impusieron,
a veces con nombres familiares. Abolida la mita en el Alto Perú, regresó el servicio
gratuito indígena en la República de Bolivia para el trabajo en las minas y la repara-
ción de caminos; en Perú se instauró el llamado “Servicio a la República” destinado
a proporcionar trabajo obligatorio y semigratuito en obras comunitaria; la obligación
de contratarse, el “conchabo” o “enganche”, se mantuvo en Argentina y Uruguay por
largo tiempo, al igual que las “cuadrillas” para la caña y los cafetales de Venezuela.
El peonaje por deudas es común en las haciendas latinoamericanas, hallándose muy
extendido en México y algunos países de Centroamérica.
La compulsión para obtener disposición al trabajo conoce numerosas variantes.
En Puerto Rico, las autoridades coloniales españolas impusieron en 1838 el “régimen
Daniel Campi 21

de la libreta”: la gente el campo mayor de 16 años que no tuviera una propiedad con
la que justificar su subsistencia, debía contratarse de jornalero para evitar que se le
aplicase las leyes de vagancia; estuvo vigente hasta 1873, cuando la abolición de la
esclavitud se lo llevó por delante, pero también en ese año se inauguraba el patrona-
to para los libertos, que los obligaba a contratarse por cierto número de años. En el
mismo año de 1838 los británicos rescataron la figura con la que había inaugurado la
colonización del Caribe y de las colonias del norte de América: la servidumbre escri-
turada (indentured servitude); al suprimirse la esclavitud, la industriosa Britania no
encontró reparo en trasladar a centenares de miles de coolies de la India, obligados a
contratarse; después trasladaron la experiencia a África del Sur y Oriental; los fran-
ceses siguieron el ejemplo en sus dominios del Océano Índico. Los Estados Unidos
abrieron oficinas de enganche en China para la construcción del Ferrocarril Pacífico.
Los españoles llevaron hasta 125.000 chinos contratados a Cuba. Perú importó un nú-
mero parecido, en condiciones semejantes. Costa Rica y Panamá llevaron cantidades
modestas, sin modificar los vínculos laborales.
Pero, sin duda, de las formas de trabajo basado en la coacción vigentes en el siglo
XIX, la más severa fue la esclavitud de africanos y afrodescendientes. Se mantuvo has-
ta 1848 en el Caribe francés, hasta 1863-65 en los Estados Unidos, en 1863 se suprimió
en las colonias neerlandesas, en 1873 en Puerto Rico, la esclavitud se conservó activa,
y con grandes beneficios para los plantadores, hasta 1886 en Cuba y 1888 en Brasil.
Varios millones de esclavos mantuvieron viva la institución durante la mayor parte del
siglo. Si alguna anomalía reclamaba cuestionar la correspondencia unívoca entre capi-
talismo y trabajo libre asalariado era esta. Eso explica que haya centrado la atención de
los historiadores a la hora de encontrar su encaje con la modernidad capitalista.
Abandonada la tesis del arcaísmo heredado (aunque arcaico sea poseer a otra per-
sona), la interpretación más innovadora ha sido aquella que considera la existencia
de una transformación de la esclavitud sobre africanos hasta entonces conocida, para
insertarse en el capitalismo que se impulsa tras las Guerras napoleónicas bajo la he-
gemonía británica mundial. Dale Tomich utilizó el concepto de “Segunda esclavitud”
para definir la nueva situación: su geografía y sus tiempos varían, pero su función
lo sitúa en el mismo núcleo del capitalismo, ya no en la periferia sino como algo
tremendamente útil al capitalismo. La “segunda esclavitud” no convierte la relación
entre dueños de plantaciones y personas esclavizadas en relaciones capitalistas, no
se trata de eso; convierte a la plantación en un engranaje del sistema capitalista y la
pone a su servicio, o para ser más precisos, crea las condiciones de reciprocidad por
las cuales la plantación conserva su idiosincrasia social interna, adopta muchas veces
una estructura empresarial y participa de la mecanización y de los medios financieros
más avanzados, mientras la industria obtiene suministros masivos, regulares y a bajo
precio, pues su productividad la haría incomparable con cualquier alternativa, tanto
más cuando la conquista del espacio lo llevó a cabo sirviéndose de la tecnología más
avanzada del momento, incluyendo el ferrocarril o la navegación a vapor. Así se ex-
plicaría el auge y los beneficios de la esclavitud en los Estados Unidos, Brasil y Cuba
hasta fecha tan tardía.
22 Trabajo, azúcar y coacción

Más la esclavitud moderna es una de las variantes de trabajo coactivo que se desa-
rrollan en el siglo XIX. La lógica de la conservación de estas, a las que antes hemos
hecho mención, no puede ser diferente de la que explica la esclavización de nueve
millones de personas hacia 1860 en países estrechamente vinculados a los núcleos del
capitalismo internacional más dinámico. Es entonces cuando el trabajo no libre nos
revela la naturaleza de los sistemas económicos que se sirven de él y nos invita a con-
siderarlos en un marco determinado: la incorporación a los circuitos del capitalismo
y la preparación de futuros mercados laborales, cuyo objetivo no corre tanta deprisa
como presuponía el teórico, puesto que estas formas se revelan rentables y eficientes.
La conservación del trabajo informal, y su multiplicación a finales del siglo XX,
la precarización de las condiciones, la explotación infantil, los nuevos trabajadores
pobres, la reedición de peonaje por deudas en Asia, han mostrado que a medida que
avanzaba la economía global en el siglo XXI, más variantes de trabajo libre y no libre
podíamos encontrar. También esto explica que el estudio del trabajo no libre haya
concitado el interés de un número creciente de especialistas. La trayectoria de estu-
dios de la Universidad de Leiden sobre el trabajo involuntario o sometido a compul-
sión cuenta con una referencia insoslayable en W. Kloosterboer (Involuntary Labour
since the Abolition of Slavery. A Survey of Compulsory Labour throughout the World,
1960) y más recientemente en los estudios auspiciados por Marcel van der Linden en
dos obras colectivas convertidas en clásicos (Tom Brass y Marcel van der Linden,
eds., Free and Unfree Labour. The Debate Continues, 1997; Marcel van der Linden
y Magaly Rodriguez Garcia, eds., On Coerced Labor: Work and Compulsion after
Chattel Slavery, 2016), y por uno de los autores que ha realizado las contribuciones al
tema más sugerentes, Tom Bras. El mundo latinoamericano, sin embargo, no ha con-
tado, con estudios semejantes sino de manera muy excepcional. Con justo aprecio, la
obra de Daniel Campi nos sitúa ante una historia social que bebe de estos problemas,
documenta a conciencia, se interroga y aborda con criterio analítico las consecuencias
que, para el orden de la formación de una clase trabajadora vinculada al azúcar, tuvo
en esta fase la existencia de un tipo de trabajo determinado; trabajo que, por otra parte,
era la expresión del capitalismo conquistador y omitía una de las condiciones que se
presuponen a éste: un mercado libre de esa mercancía tan preciada y tan mal cuidada,
sin la cual no hay producción ni riqueza, la capacidad de hacer del trabajador. En las
páginas que siguen el lector comprobará la capacidad de buen hacer de un historiador
comprometido con su oficio y con la sociedad.

José Antonio Piqueras


Catedrático de Historia
de la Universitat Jaume I

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