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Legislar con perspectiva de género para impartir justicia

Marinette Bricard

Quizás lo más complicado de tratar la perspectiva de género, discursivamente


hablando, sea desplazar el tema del terreno ideológico y trasladarlo al terreno
puramente científico o, más modestamente, al académico. Lo anterior porque sin
negar la utilidad del pensamiento ideológico para movilizar recursos políticos y
sociales, debe haber una vertiente que claramente permita separar hechos de
percepciones, intereses de necesidades; en fin, que permita exponer sin lugar a
dudas que la defensa de ciertos actos de gobierno, como la promulgación de leyes
con perspectiva de equidad de género, derivan del sentido común y de la
congruencia con la idea de justicia en un sistema democrático, más que de la
agenda política o sentido de oportunidad electoral de sectores específicos.

Por otro lado, quitar la fuerza política y la carga emotiva de ciertas palabras es
imposible. Además es indeseable. En el peor de los casos, puede resultar de una
tibieza que desanima a cualquiera, o animar a ciertos hombres a pedir, cada vez
más, pensión alimenticia a su ex esposa pese a que ella se quede con la
responsabilidad económica de los hijos.

Como mujeres, las legisladoras están encargadas de elaborar y diseñar las


mejores leyes para todos los mexicanos; sin embargo, en ciertos temas su trabajo
es legislar para las mujeres, así, con todas sus letras y sin que nos de miedo la
expresión. Y esto se justifica porque legislar en favor de cualquier grupo social que
no cuenta con las herramientas adecuadas para su desarrollo, redunda en
perjuicio, no sólo de ese grupo, sino de la sociedad en su conjunto. A contrario
sensu, legislar para que ese grupo pueda cumplir con sus potencialidades,
beneficia a todos los grupos sociales, porque la comunidad política, en su
totalidad, se fortalece.
La defensa y necesidad de legislar con perspectiva de género no emana de un
impulso feminista sino de la idea misma de la equidad. En efecto, la perspectiva
de género se traduce en un prisma que pretende detectar la presencia de tratos
diferenciados para determinar si dicho tratamiento es discriminatorio, es decir no
justificado e irracional. Ello debido a que no toda distinción entre las personas es
discriminatoria, puesto que sólo se actualiza dicho supuesto si encontramos una
conducta que constituya un trato diferenciado entre personas, basado en una
valoración negativa atribuible a la persona y cuyo resultado sea la violación o
vulneración de uno o varios derechos.

Es perfectamente comprensible que muchas instituciones jurídicas se hayan


elaborado desde una lógica masculina; esto, contra lo que a veces argumentan
algunos actores políticos, no tiene su explicación en la falta de ética o maldad de
algún grupo en específico, sino en el hecho histórico del papel que jugaban las
mujeres al estar excluidas del mercado de trabajo.

Ese hecho, como tal, puede ser analizado como fuente indebida de innumerables
discriminaciones concretas, pero la construcción de las leyes y conceptos
generales que ellas contienen son una consecuencia, y no la causa, de esa
exclusión. Por eso hay que repensar las instituciones, y no limitarnos a exigir
cuotas en puestos públicos; Duncan Kennedy sabía que para hacer una verdadera
diferencia en el arreglo político y social de un país, no hay que denunciar las
inequidades desde la filosofía o teoría del derecho. Más bien, hay que redefinir los
conceptos “duros” y “técnicos” de las disciplinas que crean los contenidos del
derecho y de la política.

Si quieres promover la igualdad económica, no tendrás un éxito duradero


mediante denuncias y gritos en contra de los que más tienen. Más bien, debes
erosionar desde el derecho civil el concepto de propiedad y patrimonio; debes
construir nuevos conceptos de proporcionalidad y equidad en materia fiscal. La
igualdad económica sobrevendrá como una consecuencia de esa redefinición de
la realidad jurídica desde sus cimientos. Este enfoque hay que seguir para legislar
con perspectiva de género, a través de la reconstrucción de los conceptos del
derecho de familia y del derecho laboral, por mencionar las materias más obvias.

Las condiciones de trabajo de la mujer relacionadas con la maternidad siguen


siendo un tema insuficientemente tratado. Los períodos de “incapacidad” que se le
conceden a la mujer (fíjense ya desde el término, incapaz) obedecen más a
ahorrarle costos económicos al patrón y al estado, que a una correcta adecuación
de los tiempos en los que la vida del bebé depende de ser alimentado por su
mamá. ¿Es difícil cambiar las condiciones porque le cuesta económicamente a los
patrones? Pues que les cueste. Ni siquiera voy a hablar de los incontables casos
de trabajo no remunerado de las mujeres, porque eso amerita otra ponencia.

Recalcamos que si bien en un inicio el enfoque del género derivaba de la base de


que la diferencia de trato emanaba de un sustento en el sexo, el género o las
preferencias u orientaciones sexuales, la idea de hoy es que la conducta del
legislador se oriente hacia la creación de leyes que garanticen el derecho a la
equidad de todos los sectores de la población.

En términos generales, abogar por leyes con perspectiva de género es una de las
vertientes de la lucha en contra de la discriminación, a secas, por lo que no
pretende erigirse en una posición devaluatoria para ningún género, esto es, no
pretende reivindicar derechos para un grupo a costa de violar derechos de otro;
esto es necesario recalcarlo por algunos malos entendidos que han conllevado a
discursos polarizantes e igualmente discriminatorios, de una y de otra parte.

El género no debe confundirse con el sexo, puesto que el género es un concepto


mucho más amplio que abarca el conjunto de características, actitudes y roles
asignados por la sociedad, la cultura y la historia de la humanidad.

En otras palabras, el género abarca la pretendida “identidad” de una persona,


identidad que es impuesta por el sexo de una persona. Estamos hablando de que
es necesario modificar la idea del “yo” y del “otro” que emana de estereotipos; lo
cual hace necesario romper con paradigmas.
No se niega que existen diferencias biológicas entre los seres humanos que hacen
necesaria una diferenciación de trato entre los mismos. Por ello debemos
enfocarnos en la equidad y no en la tajante y falaz igualdad. En efecto, el deber de
no discriminar significa tratar a los iguales de forma igual y a los desiguales de
forma desigual; pero el criterio para determinar la diferenciación entre los seres
humanos no puede elegirse arbitrariamente, sino que debe ser justificado y
racional.

Tal y como lo ha sostenido la Corte Interamericana de Derechos Humanos “(…)


no toda distinción de trato puede considerarse ofensiva, por sí misma, de la
dignidad humana”. En este mismo sentido, la Corte Europea de Derechos
Humanos, basándose en ‘los principios que pueden deducirse de la práctica
jurídica de un gran número de Estados democráticos’, advirtió que sólo es
discriminatoria una distinción cuando ‘carece de justificación objetiva y razonable’.

Ello porque existen ciertas desigualdades de hecho que pueden traducirse,


legítimamente, en desigualdades de tratamiento jurídico, sin que esto contraríe la
justicia. Más aún, tales distinciones pueden ser un instrumento para la protección
de quienes deban ser protegidos, considerando la situación de mayor o menor
debilidad o desvalimiento en que se encuentren.

En ese orden de ideas, la Opinión Consultiva No. 18 emitida por la Corte


Interamericana de Derechos Humanos, destaca que “no habrá, pues,
discriminación si una distinción de tratamiento está orientada legítimamente, es
decir, si no conduce a situaciones contrarias a la justicia, a la razón o a la
naturaleza de las cosas.”

De ahí que no pueda afirmarse que exista discriminación en toda diferencia de


tratamiento del Estado frente al individuo, siempre que esa distinción parta de
supuestos de hecho sustancialmente diferentes y que expresen de modo
proporcionado una fundamentada conexión entre esas diferencias y los objetivos
de la norma, los cuales no pueden apartarse de la justicia o de la razón. Es decir
que la diferencia de tratamiento no puede perseguir fines arbitrarios, caprichosos o
despóticos ni repugnar la esencial unidad y dignidad de la naturaleza humana.

¿Qué se pretende entonces con la idea de legislar con perspectiva de género?

Legislar con perspectiva de género significa ser congruente con una visión de que
existe una pluralidad de seres humanos, significa romper con la falsa dicotomía
entre hombre y mujer, falaz división sexual de los seres humanos que olvida a las
personas intersexuales y transgénero. Si no respetamos estas complejidades, el
desarrollo entendido como ampliación de libertades y capacidades humanas, tal
como lo conceptualiza el eminente economista y filósofo que ha devuelto la ética a
la economía, Amartya Sen, no podrá ser una realidad ni personal ni socialmente
posible, ya que nadie puede emanciparse desde una posición cultural y
políticamente subordinada, subalterna, privada de derechos, de status, de
apropiaciones, y menos aún desde un posicionamiento social sujeto a
desigualdades entrecruzadas.

Legislar con perspectiva de género significa respetar el proyecto de vida de cada


ser humano, para alcanzar sus realizaciones personales, proyecto que no emana
de su sexo ni de sus genes, sino que se construye con base en el desarrollo de la
libre personalidad dentro de una sociedad que permita que las expresiones de la
diversidad sean escuchadas. Es evidente que la reforma legislativa que le otorgó a
la mujer el derecho a votar en 1953, con todo el valor que encierra, no fue una
legislación con perspectiva de género, sino el mero reconocimiento de la igualdad
natural entre hombres y mujeres, en tanto seres humanos. Por cierto, el artífice de
esa reforma, como bien saben, fue un distinguido veracruzano, el presidente
Adolfo Ruíz Cortínez. La perspectiva de género no es la concesión graciosa de
derechos básicos; implica ir varios pasos más adelante.

Legislar con perspectiva de género significa destruir la asignación social de los


roles con base en el sexo de una persona. Roles bipolares: activo/pasivo,
puro/impuro, creativo/destructivo, sujeto/objeto, político/doméstico, así como
público/privado.
Francis Fukuyama, a finales del siglo pasado, publicó su tristemente célebre obra
del Fin de la Historia, y en ella trató de abolir por decreto el hecho de la diversidad
humana, sugiriendo que había un consenso universal respecto de que sólo la
democracia representativa era un régimen político viable, y en ese sentido al ser
humano no le quedaba más que votar cada 3 años y comprar videocaseteras (él
hablaba de videocaseteras todavía, no yo).

Ralph Dahrendorf reaccionó de forma brillante contra esa aseveración


reduccionista, que implicaba creer que los “hombres” sólo querían ser reconocidos
como “ciudadanos” para llevar la fiesta en paz. Él sabía, de modo más acertado,
que las mujeres queríamos ser reconocidas también como mujeres; los
afroamericanos como afroamericanos; las minorías, en general, tenían y tienen la
necesidad de ser reconocidos en su diferencia, pues tienen la evidencia histórica
de que la igualdad ante la ley, en sentido clásico, se traduce en desigualdad ante
los hechos.

Ni la taxonomía de ciudadano/no ciudadano, ni ninguna otra en lo individual


pueden pretender agotar la riqueza en diferencias y unicidad en dignidad de la
especie humana. Sostengo, al contrario, que dentro del propio género femenino, la
mujer es muchas mujeres, y todas ellas con igual dignidad: la mujer empresaria, la
mujer legisladora, la mujer jefa de familia, la mujer obrera, la mujer religiosa... sin
duda requieren una reflexión para entenderlas no sólo en su género sino en su
circunstancia y en sus decisiones de vida que determinan la clase de
contingencias con las que cada una se encontrará para hacer valer sus derechos.

En este sentido, legislar con perspectiva de género significa cuestionar el


paradigma del "único" ser humano etiquetado arbitrariamente con base en
preconcepciones e ideas que conllevan a someter no sólo a las mujeres sino
también a los hombres, en razón de su sexo u orientación sexual. Obligando a las
primeras a identificarse con una imagen prefabricada por una religión, una clase
política o la influencia de los medios de comunicación. Obligando a los segundos a
asumir tareas paternalistas como proveedores, arcaicos pater familias que tanto
ayer como hoy "deben" ser y comportarse de cierta manera.
Legislar con perspectiva de género significa romper con la idea de que existe un
ser humano "único, neutral y universal" caracterizado por ser hombre,
heterosexual, adulto, blanco y sin discapacidades. Un ser que tiene muy marcados
sus roles y, con ello, defender el pluralismo a través de un marco normativo que
tutele los derechos de todos.

Legislar con perspectiva de género significa reconocer y reivindicar los derechos


de los homosexuales, los bisexuales, los transexuales y los intersexuales; porque
ninguno de ellos encaja en el "rol" que como hombre o mujer debe de jugar.

Legislar con perspectiva de género significa eliminar las manifestaciones del


sexismo y los paradigmas que derivan del mismo. Es romper con las formas en
que se manifiesta el sexismo:

 El androcentrismo, mediante el cual se presenta a la realidad desde la


experiencia masculina y que se traduce hasta al repudio de lo femenino,

 La sobregeneralizacion, que presenta un estudio con base en parámetros


masculinos haciéndolos válidos para ambos sexos,

 La sobrespecificación, que al contrario, presenta ciertas necesidades,


características o intereses que en realidad son de ambos sexos,

 El doble parámetro o doble moral, que se da cuando una misma conducta


es valorada de manera distinta en razón del sexo de su agente y del rol
atribuido al mismo,

 El deber ser de cada sexo, mediante el cual se estima que existen


conductas o características humanas que son más apropiadas para un
sexo,

 El dicotomismo sexual, mediante el cual se tratan a las mujeres y a los


hombres como si fueran absolutamente diferentes, en lugar de tratarlos
como seres que tienen muchas semejanzas y algunas diferencias, y
 El familismo, actitud que identifica a la mujer con la familia, asimilando a la
mujer con su papel como madre de familia

En resumidas cuentas lo que procuramos es romper con el "deber ser" imputado a


cada sexo.

En el ámbito legislativo si bien, como Octavio Paz escribió en El laberinto de la


soledad, "Las ideas no se implantan con decretos" (139) y "Casi todos piensan...
que basta con decretar nuevas leyes para que la realidad se transforme", no
podemos negar la importancia de las leyes en la creación de una sociedad. El
poder legislativo es y debe ser un visionario que funde una sociedad con base en
un deber ser, un visionario que debe pretender modificar la cultura de los
mexicanos, en aras de garantizar que todos tengan acceso libre a la justicia; es
decir que todos gocen y hagan efectivos plenamente sus derechos humanos.

Porque ¿qué es la justicia si no una lucha para lograr la mayor felicidad para el
mayor número, entendido en el sentido aristotélico de desarrollo pleno de las
potencialidades?

Se trata de darle a cada quien lo suyo con base en criterios que no violen la
dignidad del ser humano pero adoptando ciertas medidas conocidas con el
nombre de tratamientos diferenciados, es decir, realizando diferenciaciones
justificadas: objetivas, razonables y proporcionadas, con la finalidad de que ciertas
personas que se encuentran en una situación de desventaja social se equiparen
con el resto de la sociedad, compensando las discriminaciones sufridas en el
pasado mediante la redistribución de los bienes sociales y valorando de manera
positiva la diversidad, al ubicar a personas de diversos grupos en los diferentes
ámbitos sociales.

Algunos tipos de tratamientos diferenciados pueden ser las “medidas de


diferenciación” que diferencian positivamente a individuos que se encuentran en
situaciones desventajosas pero sin perjudicar a otros, las “acciones positivas” que
compensan situaciones de desventaja de las personas con discapacidad para su
incorporación o participación social, así como las llamadas “discriminaciones
positivas,” por ejemplo a través del establecimiento de cuotas o porcentajes (como
el caso del porcentaje de cargos de elección popular que deben ser ocupados por
mujeres).

No se trata de una meta retórica. Las leyes no son eso; las leyes son un
instrumento que puede cambiar la realidad social, nacieron para eso, para orientar
a la población hacia el bien común. Ahora bien, para estr en posibilidades de
provocar conductas en el mundo exterior, los actos legislativos primero deben
reconocer lúcidamente la realidad social que pretenden normar.

En esta tesitura, ¿cómo legislar con perspectiva de género?

Entre otras cosas:

 Creando leyes que permitan visibilizar la asignación social diferenciada de


roles en virtud del sexo,

 Revelando las diferencias en oportunidades y derechos que emanan de


dicha asignación,

 Evidenciando las relaciones de poder originadas en estas diferencias,

 Haciéndose cargo de la vinculación existente entre las cuestiones de


género, raza, religión, edad, creencias religiosas y otras, teniendo en
cuenta los impactos diferenciados de las leyes basadas en dichas
asignaciones, diferencias y relaciones de poder, y

 Determinando en qué casos un trato diferenciado es arbitrario y en qué


casos necesario.

La tarea no es fácil puesto que, como lo ha señalado el Comité para la Eliminación


de la Discriminación contra la Mujer, se trata de cambiar las causas subyacentes
de la discriminación y de la desigualdad, mediante la adopción de medidas que
transformen realmente las oportunidades, las instituciones y los sistemas "de
modo que dejen de basarse en pautas de vida y paradigmas de poder masculinos
determinados históricamente" y que han sido en ocasiones, yo agregaría,
estimulados por las mismas mujeres, resultando al mismo tiempo en una
afectación y discriminación en contra de los hombres.

No hay que olvidar, como un punto importantísimo, que las leyes deben tener una
característica esencial; a saber, deben ser susceptibles de ser cumplidas. Por ello,
una buena técnica legislativa debe ir de la mano de buenas políticas públicas; la
convicción ética y política de legislar con equidad, de poco servirá si las
autoridades competentes no tienen conciencia de de los requerimientos
presupuestales para convertir las intenciones en realidades tangibles.

Finalmente ¿por qué legislar con perspectiva de género?

 En primer lugar, por que es una obligación del Estado mexicano que deriva
tanto de nuestra Carta Magna como de las decenas de tratados
internacionales en materia de derechos humanos. Pero no únicamente.

 Se trata más bien de legislar para garantizar el derecho al acceso a la


justicia libre de estereotipos y garante de la equidad.

 Porque si logramos hacer leyes con perspectiva de género alcanzaremos,


en última instancia, un mejor desarrollo humano como sociedad y como
individuos.

Lograremos entonces contribuir, sembrando una semilla de virtud que lentamente


germinará y dará como fruto una sociedad más justa, representada por relaciones
sociales más humanas.

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