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la página”; repeticiones, muletillas y silencios del emisor que los produce con el fin de
darse más tiempo para organizar la producción de su mensaje, etcétera.
Esta caracterización de la oralidad y de la escritura debe ser relativizada en
función de los diversos ámbitos de la actividad humana y de las nuevas tecnologías.
Respecto de lo primero, es necesario considerar que discursos como el político y el
académico despliegan una oralidad que no es tan espontánea como la de la
conversación cotidiana en la familia o entre amigos íntimos. La de aquellos ámbitos,
como el teatro (podría decirse), tienen un “guión” que se planifica, se ensaya antes de la
“puesta en escena” que en verdad constituyen un discurso de campaña frente a los
ciudadanos o una clase frente a los alumnos.
Además, las nuevas tecnologías de la palabra permiten un control de la
producción oral que se acerca al del código escrito, con el cual comparte rasgos
composicionales y estilísticos. Así sucede en las emisiones de radio y televisión.
También, como resultado de las innovaciones tecnológicas, surgen nuevos
géneros discursivos, como los asociables al chat, que genera una escritura que se
produce a la vez que se “entrega” el enunciado a un destinatario quien, si bien no está
“cara a cara” con el emisor, comparte su tiempo de producción con el de recepción. Esta
escritura en internet tiene una sintaxis próxima a la de la oralidad.
Sin embargo, esta caracterización de la oralidad y de la escritura en general es
válida porque la escritura supone básicamente una descontextualización que, se puede
sostener, implica una mayor abstracción mental. La invención de la escritura y su uso
generalizado han significado un avance importante para el pensamiento occidental.
Un proceso cognitivo. Al mismo tiempo que percibe y decodifica los signos, el lector
intenta comprender el significado. La conversión de las palabras y grupos de palabras
en elementos de significación supone un importante esfuerzo de abstracción.
Esta comprensión puede ser mínima y abarcar únicamente la acción en curso. El
lector de una novela policial, por ejemplo, enteramente ocupado en llegar al desenlace,
se concentrará entonces en el encadenamiento de los hechos: la actividad cognitiva le
sirve para progresar rápidamente en la intriga. Cuando los textos son más complejos,
el lector puede, a la inversa, progresar más lentamente en función de la interpretación.
Deteniéndose en tal o cual pasaje, tratar de captar todas las implicaciones. Roland
Barthes describe con precisión estas dos prácticas de lectura:
Una va directamente a las articulaciones de la anécdota, considera la extensión del texto, ignora
los juegos verbales (si leo a Julio Verne, leo rápido: pierdo discurso, y sin embargo mi lectura no
está fascinada por ninguna pérdida verdadera— en el sentido que esta palabra puede tener en
espeleología); la otra lectura no deja pasar nada, pesa, se pega al texto, lee con aplicación y
arrebato, capta en cada punto del texto el asíndeton que corta los lenguajes— y no la anécdota:
no es la extensión(lógica) lo que cautiva, del deshojar de las verdades sino el hojeado de la
significación. (R. Barthes, 1992)
Un proceso afectivo. El atractivo de la lectura está relacionado en gran parte con las
emociones que suscita. La recepción del texto puede convocar las capacidades
reflexivas del lector y/o su afectividad. En efecto, las emociones están en la base del
principio de identificación, motor esencial de la lectura de ficción: porque provocan
admiración, piedad, risa o simpatía nos interesa el destino de los personajes novelescos.
El rol de las emociones en un acto de lectura es fácil de discernir: identificarse
con un personaje, interesarse por lo que le sucede, es decir, por el relato que lo pone en
escena. Intentar eliminar la identificación— y por consiguiente el factor emocional—
de la experiencia estética parece destinado al fracaso. Más que un modo de lectura
particular, el compromiso afectivo es, según parece, un componente esencial de la
lectura en general.
Los textos explicativos o argumentativos que son los de más frecuente lectura
en la universidad convocan fundamentalmente las capacidades reflexivas del lector. Sin
embargo, el factor afectivo no está ausente: las ideas desarrolladas, el despliegue que
hace el autor de éstas, las estrategias argumentativas, los recursos estéticos, provocan
reacciones emocionales.
hasta tal vez le premie) que interprete en La Biblia que Caín es una víctima inocente de
la injusticia y la arbitrariedad de un Dios egocéntrico; si un antropólogo o cualquier
otro científico se niega a leer con fe— como se lo exigen las autoridades académicas—
para someter a pruebas racionales lo que se declara en ese antiguo texto, una
comunidad religiosa podría llegar (y lo ha hecho) a sancionar esas “violencias” ejercidas
contra la Biblia con otras (desde una excomunión hasta una bomba en un teatro).
iTextos extraídos del Manual de lectura y escritura universitarias. Prácticas de taller. Coord. Sylvia
Nogueira. Bs As. Biblos, 2010.