Está en la página 1de 107

A TRAVES

DEL

QUIJOTE
( C o ls e e ió Q de A r t í c u lo s )

POR

Franeiseo (I. Arrabal

Hijos de Cuesta, Sucesor Luis Santos


£>, C arretas, 9 .
|h Manuel ^ il g joaatto
C3 ^Íc¿ct-Í t/Ula^ox. de-ir Jíei/tctcio

dedica esfe modesto trabajo en prueba

de sincero afecto.

® u¿or
In tr o d u c c ió n
Innum erables son los trabajos lite­
rarios que han llegado á nuestras ma­
nos interpretando cada cual á su mo­
do la inm ortal n o vela de C e rv a n te s.
Innúm eras son tam bién las veces
que hemos tenido el placer de leer
ese libro sublim e, llam ado por a l­
guien Catecism o d el buen hum or , libro
sin disputa el más im portante de
cuantos ha producido el pensam iento
humano, y en cu ya lectu ra hubim os
de hallar, con repetida frecuencia s o ­
brados argum entos para m uchos y
variad os artículos; pero qu e lu eg o de
apuntados, debim os dejar para plum a
que no fuese la nuestra, para plum a
m ejor cortada y más digna de n arrar
tantas bellezas y tantos y tan dorados
conceptos; pero nuestra loca y dispa­
ratad* fantasía, lo ca y disparatada
como lo fué para regocijo de la h u­
m anidad la del hidalgo inanchogo, li­
b re todo freno, ó fascinada tal vez
p or algún otro sabio Frestón, ¡no
In trod u cción
do resistir á tan pecadora tentación,
y sin enoomendarse como vulgar*
mente se dice ni á Dios ni al diablo^
se lanza á tan difícil tarea y aunque
faltó de todas condiciones, conseguí-
mos dar á la p ublicidad nuestros
mal hilvanados trabajos, los que,,
reunidos hoy en form a de folleto ofre­
cemos al público, seguros de que na,
da nuevo ofrecem os y seguros tam ­
bién de que plagiando á ciertos v e n ­
dedores callejeros podríam os decir
con razón que el pap el v a le más; p e­
ro sírva de disculpa á tanto a tre ví'
m iento, hacer co n star que sólo nos
proponem os satisfacer un capricho,
que no solo de pan v iv e el hom bre, y
satisfacer á la vez los reiterados ru e ­
gos de algunos am igos, tan devotos
y apasionados co in o nosotros de esa
obra siagu lar orgu llo de nuestra ra ­
za, que lle va p or título Ek Ingenioso
Hidalgo Don Quijote d a l a Mancha, á
la que la posteridad más rem ota tri­
butará siem pre him nos de adm iración
y cantos de alabanzas para el esclare­
cido sabio que le e s c rib ie ra .
Eli BAlMOIiERISMO
y el Q u ijo te .

Es el bandolerismo un azote que


desde las épocas más remotas han su­
frido todos los pueblos; pero que
cual otra plaga de las muchas que
sufre la humanidad, ha experimenta­
do Ja evolución progresiva de los
tiempos; cierto que no ha desapare­
cido; pero el bandolerismo no es hoy
una profesión, no está organizado
como lo estuvo en otras épocas, el
bandolerismo de hoy será el bando­
lerismo de siempre, el bandolerismo
aislado y propio del que se encuentra
aguijoneado por el hambre.
En naestro país fue siempre muy
corriente el hampa y el bandidaje,
han existido en todas las provincias;
pero muy particularmente gozaron
de tan poco envidiable celebridad las
provincias catalanas y andaluzas. En
4 El ban dolerism o y el Q uijote.

ellas, más quo en ninguna otra se han


desarrollado siem pre con más lib e r­
tad, ó m ejor dicho, con más toleran­
cia ó d e sc a r o , todas las distintas fo r­
mas en qne el ham pa se diride*
En Andalucía, era S ierra Morena
e l campo donde bandoleros y saltea­
dores verificaban todas sus evo lu cio­
nes, con las cuales podían con fa cili­
dad burlar la constante persecución
de que eran objeto.
E n el capítulo X IV contestando Don
Quijote á la invitación que le hicieran
V ivald o y su com pañero de que se
fuese con ellos á S ev illa , dijo que p o r
entonces ni podía ni debía ir, hasta
que hubiese despejado todas aquellas
sierras (so refiere á Sierra M orena),
de ladrones y malandrines, de que era
fam a que todas estaban llenas.
A tai extrem o llegó la im portancia
del bandolerism o en los siglos x v i y
xvii* qne era una tem eridad em pren­
der un viaje, como no fuera con ve­
nientemente garantida h persona del
que á realizarlo se propusiera. «Quie­
re uno hacer un viaje la rg o — dice
Don Q u ijote--y, si es prudente, antes
de ponerse en camino, busca alguna
com pañía segura».
En el transcurso de la novela se
hallan con frecuencia hechos que go-
E l bandolerism o y el Quijofce- 5

rroboran lo dicho anteriorm eqtc por


Don Quijote, hechos que justifican el
tem or que entonces existía de h acer
un viaje una persona sola,
L o s m ercaderes toledanos que iban
á M urcia por seda, á pesar de que
eran seis llevaban, sin em bargo, c u a ­
tro criados á caballo, amén de tres
mozos de muías, todos ellos co n ve­
nientem ente arm ados, que les sirvie­
sen de guarda de sus personas y de
su hacienda-
E l canónigo de T oledo, aquel que
acom pañara á Don Q uijote cuando el
C ara y el B arb ero lo llevaran encan­
tado á su lugar, lle va b a como custo­
dia y guarda de su persona seis cria«
dos bien fuertes y aderezados:
A Don Fernando y á Luscinda,
tam bién le daban guarda varios hom ­
bres de á caballo p rovistos de lanzas
y de adargas.
A los dos gentiles hom bres llam ado
el uno V iv ald o , que montados á ca­
b allo se encaminaban para asistir al
famoso entierro de Grisóstom o, les
acom pañaban tres mozos de á p ie.
E l licenciado Juan P érez de V ied-
ma, herm ano del capitán cautivo, has­
ta su llegada á Sevilla,, donde pensa­
ba em barcar para Méjico, como O idor
de aquella Audiencia, se hizo escoltar
6 El bandolerism o y at Quijote-
igualm ente p or varios hombres de á
caballo, y á la señora Vizcaína, que
se dirigía á Sevilla, en donde debía
unirse con su m arido para pasar a las
Indias, iba acom pañada de cuatro ó
cinco jinetes, mas dos criados de á
pie que correspondían á los dos fra i­
les de San Benito que acertaran á lle­
va r igu al namino.
Para seguridad y garantía de los
caminante^ no se conocían entonces
más que á los cuadrilleros de la San­
ta Hermandad; ladrones en cuadrilla
que no cuadrilleros, salteadores de
caminos con licencia de la Santa H er­
mandad, como decía Don Quijote,
ronda de gente arm ada creada é ins­
tituida por los R eyes Católicos para
la persecución de m alhechores y s a l­
teadores de cam inos. A su cuidado
estaba la custodia de los caminos y
encrucijadas y era misión suya tam ­
bién, p erseguir á todos los que por
algo debieran com parecer ante la jus«
ticia; por eso decía Sancho á su amo
después de la aventura del vizcaíno,
que era conveniente retraerse á a lg u ­
na igle^i*, porque según quedó mal
trecho aquel con quien había soste­
nido la pelea, no será mucho que den
noticia del caso á la ¡Santa H erm an­
dad y nos prendan; y á fe que si lo
JE1 b a n d o le r ism o y el Q u ijo te . T

hacen, que prim ero que salgamos


de la cárcel nos habrá de sudar el
hopo.
Después de la aventura de los g a ­
leotes, m uestra Sancho de nuevo sus
tem ores de caer en manos de los de.
la Santa H erm andad, y aconseja á su
amo que aprovechando la p ro xim i­
dad y escabrosidades de la sierra, d e­
bían huir de aquel lu gar, p o r lo que
le hago saber, decía, que con la Santa
H erm andad no hay u?ar de ca b a lle­
rías, que no le da á olla por cuantos
caballeros andantes hay, dos m ara­
vedís; pero Sancho en esto no estaba
en lo cierto, no h ablaba con co n oci­
miento de causa, por que si bien es
verd ad quo esta institución llegó á
gozar en algún tiem po de fama y de
prestigio por los servicios que p re s­
tara, cayó después en un descrédito
tal, que no eran respetados por nadie,
e l soborno era cosa m uy corriente y
con frecuencia se les veía p restar ser­
vicios que caían fu era de sus p ra g ­
m áticas y reglam entos.
Lo acaecido en la venta, cuando de­
cía Don Quijote que se veía m etido
de hoz y de coz en la discurdia del
campo de Agram ante
L as medidas que tomara Don F e r ­
nando al cuerpo del cuadrillero que
E l bandolerism o y el Q uijote.

llegó á tener á su sabor debajo de sus


p ies.
L a libertad en que á tan escasos
ruegos dejaron á Don Quijote, á pe­
sar del mandamiento de prisión que
llevaran contra él p or lo de la aven ­
tura de los galeotes, y el concierto
que á razón de un tanto p o r día h i­
cieron con ellos el Gura y el B arbero,
p ara que les acom pañaran hasta su
lu gar cuando lle va b a n encantado y
enjaulado á Don Quijote, todo ell»
prueba el poco tem or y poco respeto
que ya por entonces infundían los
individuos de la Santa H erm andad.
P uesta en libertad, en m al hora, la
cadena ó sarta de galeotes, p or nna
de aquellas locuras ó necedades p ro ­
pias del buen hidalgo, dió con ello
m otivo para que los caminos se p o­
blasen mas aun de gentes m aleantes.
E l Gura y maese N icolás, el barbero,
que á la saa-ón discurrían p or aque­
llos parajes, son los prim eros en sen­
tir las consecuencias de aquella mala
aven tura de Don Quijote, pues hasta
las barbas dicen que les fueron rob a­
das por cuatro de aquellos foragidos,
y el mismo Sancho hubo de llorar
am argam ente la pérdida de su rucio,
que le robara después e l propio y
desagradecido Ginés de P asam o n te.
R1 bandolerism o y el Q uijote 3

No obstante lo frecuente que era


tropezar entonces á cada paso con
p artidas de bandoleros, Don Quijote,
en sus tres salidas y en todo su largo
caminar, no topó nu nca' con partida
alguna que le molestara; pero una
mañana, aquella que siguiera á la n o ­
che en que Sancho desviándose un
tanto de su am o, tropezara con las
piernas de tantos foragidos que á ma­
nera de racim os pendían de los árb o­
les, por donde Don Quijote vin o á c o ­
le g ir que debían hallarse cerca de
Barcelona, aquella mañana, rep eti­
mos, viéron se rodeados amo y mozo
p or una partida perfectam ente orga*
nizada de más de cuarenta bandole­
ros, que lo prim ero en que ponen
mano es en espulgar el equip aje que
Sancho lle v a ra sobre e l rucio; y á
buen segu ro que el dsspojo hubiera
sido com pleto, si no llega á tiem po
de im pedirlo el capitán de la partida
que lo era, un hom bre hasta edad de
trein ta y cuatro años, llam ado R oque
(tuinart. D on Quijote llam a a l cap i­
tán p or su nom bre, lo que p ru eba
que la fama de R oque G uinart había
traspasad o las fronteras de la regió n
catalana, «cuya fama, dice, no hay l í ­
mites que la encierre», y lo que p ru e ­
ba tam bién, que hasta á la Argam a-
10 E l ban dolerism o y el Q uijote .

silla, por lo menos, llegaron noticias


de sus famosos hechos. R oque Gui-
nart á su vez después de o ír los con­
certados disparates de Do a Quijote,
cayó en la cuenta de quien era, sin
duda por haber leído la prim era p a r­
te de su historia y holgose mucho de
haberle hallado.
T res días y tres noches fueron Don
Quijote y Sancho huéspedes re ga la ­
dos del valiente Roque Guinart, d u ­
rante los cuales pudo apreciar bien
Don Q uijote, que si es agitada y aza­
rosa la vida del caballero andante, no
lo es menos la del valiente y atrevido
ba n d o lero .
E n uno de aquellos días en que
Don Q uijote perm aneciera al lado do
su gran amigo R oque, pudo presen­
ciar uno de esos hechos que hacen fa­
moso al bandido y que es m uy co­
rriente en gente de tales oficios.
Nos referim os al equitativo y escru­
puloso despojo que hicieran á los dos
capitanes que pasaban á Sicilia; á los
peregrinos que á R om a se dirigían y
á la señora D oña G-uiomar de Quiño­
nes, m ujer del Regente de la V icaría
de Ñ apóles. Los despojados, lejos de
salir tristes de aqu ella m ala a ven tu ­
ra , salieron contentos gracias á la co r­
tesía y liberalidad de Roque. L o s pe­
Cl b an dolerism o y el Quijote. 11

regrinos aum entaron su hacienda en


diez escudos y hasta el propio Sancho
vio aum entada la suya en otros
tantos.
D io Roque á cada uno un sa lv o ­
conducto que le evita ra do nuevos
males si por casualidad caían en m a­
nos de alguna escuadra de las m u­
chas que tenía repartidas, y á D on
Quijote y á Sancho los acom pañó
hasta las mismas p layas de B arcelo­
na, en donde R oque, abrazando á
amo y á escudero, se despide de am ­
bos, después de los m il ofrecim ientos
que de la una á la otra p arte se h i­
cieron.
Grítiea soeial reflejada
M LAS OBRAS DE CERVANTES

E s creencia general, aun entre li­


teratos cervantistas, que el Quijote
tuvo p o r único objeto desterrar de
entre la literatu ra patria los p ernicio­
sos y detestables lib ro s de caballería
tan corrientes y tan leídos e a aquella
época, á cu ya creencia unim os la
nuestra; pero con la salved ad de que
no fue este e l sólo fin que á nuestro
ju icio se propusiera C ervantes con Su
fam osa novela.
Grande era la enfermedad, y á g ran ­
des males grandes remedios; pero pa*
récenos que no se precisaba tanto,
paré ceños que C ervantes hubiera p o ­
dido com batir y cu rar la enferm edad
p o r crónica que fuese, con un esfuer­
zo menos poderoso de su rica mente,
tratábase pues, de cu ra r muchas en­
C rítica social

ferm edades, m uchos vicios y muchas


costum bres, y para ello era preciso
hacer lo que hizo, escribir su Farma­
copea social.
Ciertam ente que costubre m uy
arraigad a era entonce?, y siguió sién­
dolo p or largos zños, costum bre que
á toda costa convenía desterrar, la
de aquellos escritores tan dados á lle ­
v a r á la estam pa hechos que aunque
en extrem o fabulosos, no p or eso de»
jaban de tener fácil acogida aun entre
aquellas gentes monos predispuesta
p o r sus condiciones para dar cabida
en su im aginación á literatura tan dis*
paratada, y era conveniente p or lo
tanto, y más que conveniente necesa­
rio, dar al traste con ella, aunque para
conseguirlo fe v ie ra C ervantes p re ­
cisado á escribir el más famoso y dis­
paratado libro de caballería.
Ahora bien; cualquiera que lea el
Quijoto y lea tam bién las N ovelas
ejem plares de Cervantes, observará
á poco que se fíje en ello, esa propen­
sión c o n ju n te que casi le dominaba,
de zah erir con pu plum a todos los v i­
cios y todas las costum bres que no se
ajustaran á lo s más sanos principios
de m oral y religión, realzando y de-
fendiendo á su vez todo aquello que
dentro de lo legal em parentase per-
Critioa BociaJ 15
fectainente con los proceptos de lina
y o tr a .
T rata de ridiculizar el j spíritu de
grandeza que con t a n t » facilidad y
frecuencia germ ina en el corazón hu­
mano y ha celo con sin^u'ar ma estría,
tom ando como prototipos á los dos
personajes protagonistas de su obra,
Dice que A lonso Qnij^no. el Bueno,
corresponde á la oh:se d«- hijos*»algos,
<yo soy hidalgo de solar conocido»;
pero la cla^e de hidalgo á que el m is­
mo Don Quijote confiesa con orgullo
p ertenecer, debía ser sin duda la de
h id algo pobre, puesto que T eresa
P anza que e ra del mismo pueblo de
Don Quijote, hablando con su marido
decía: «yo no sé p or cierto quien le
puso á él don, que no tu vieron sus
padres ni sus abuelos», y debía ser
h idalgo pobre, puesto que así lo de­
m ostraba en lo flaco de su ro cín y en
que una alim entación escasa, cu al
puede ser una olla al m ediodía, sal­
picón p or las noches, lentejas los v ie r ­
nes y p o r añadidura algún palom ino
los dom ingos, dice que consum ía las
tres partes de su hacienda.
D on Quijote se hace caballero a n ­
dante por que dice que así cum ple á
sus deseos de enderezar tuertos, so­
correr viudas, am parar m enesterosos,
IG C ritiea social

en una palabra, lleva r la justicia allí


donde falte la justicia; p ero á pesar
de esta confesión de parte, no debía
ser esta idea sola la que le em pujara
á buscar aventuras, sueña con g ra n ­
dezas, considera ser su dama la más
alta princesa de la tierra, sueña con
ser r e y ú em perador y para ju stificar
la posibilidad de llegar á serlo, dice
hablando con su escudero: «porque
has de saber Sancho, que h ay dos
maneras de linajes en el mundo, unos
que traen y derivan su descendencia
de príncipes y m onarcas y otros que
tuvieron principio de gente baja y van
subiendo de grado en grado hasta lle ­
g a r á ser grandes señores*.
Sancho, como su amo, padece tam ­
bién de iguales pujos de grandeza,
muoho podrá en él la esperanza de
h allar otros cien escudos, m ucho le
placerá m asticar á dos carrillos; p ero
en ocasiones dem uestra que no es
solo el ansia de riqueza ni la m ateria­
lidad del bien comer lo que le hace ir
tras de su amo, son las constantes
prom esas de éste de h acerle g o b e r­
nador; pero él aspira á mas, aspira á
ser conde, y para justificar su actitud
dice que él es cristiano viejo y para
ser conde esto me basta* Y aun te so­
bra, añade Don Q uijote.
C ritica social 17

Sueña en casar á San chica con un


conde, porque dice que así á su hija
y á sus nietos le llam arán señoría y
hasta á su m ujer le llam arán Doña
Teresa Panza; pero ésta que en un
principio m uestra repugnancia á que
su hija case con un conde, porque
dice que nadie debe casar con otro
que no sea de su igu al, se la v e mas
tarde desistir de tales propósitos ala­
gad a sin duda con la carta y determi*
nación de Sancho, de que había de
andar en coche, porque decía que
toda otra manera de andar es andar
á gatas y la carta de la duquesa con
su correspondiente sarta de corales,
despierta en ella de tal m anera su
am or propio que se relam e de gusto
pensando en la envidia que con todo
ello había de dar á las hidalgas del
p u e b lo .
H ay momentos en que Sancho, con ­
tagiado de los mismos ideales de su
amo, aspira tam bién á la gloria, no
es todo codicia, no, quiere dejar
huellas que indiquen á la posteridad
que fue escudero del caballero más
valiente de la Mancha, y por eso des­
pués de la aventura del yelmo de
Mambrino, le aconseja á su amo que
seria más conveniente irse á se rv ir á
algún em perador ó á otro príncipe
1« C rítica so cia l

que tenga alguna guerra, «én donde


no faltará quien ponga en escrito las
hazañas de su merced p ara perpetua
memoria», de las m ías no digo n a d a ,
aunque se d ecir, que si se usa en caba­
lle r ía escribir hazañas de escuderos, que
no pien so que se han de quedar las
m ías entre ren g lon es. *
L as aspiraciones de Sancho, nos
hace recordar al Sancho de A v e lla ­
neda, que en ocasiones tenía sus
ribetes de orgullo- Hablando con don
A lva ro Tarfe, le dice que su padre
tam bién tuvo d on , sólo que lo tuvo á
la postre, y ¿qué es eso de á la pos­
tre?, le preguntó Don A lvaro, pues
que mi padre era zapatero y le lla ­
maban Pedro el rem en d ó n .
T rata después de satirizar todas
las clases y profesiones y con sumo
gracejo hace una crítica de las co s­
tum bres sociales de aquellos tiempos.
Desde el más hum ilde al más alto,
desde el astuto G inesillo de Pasam on-
te, famoso p or más de un concepto,
hasta el duque de dorados blasones
y de rancios pergam inos, para todos
tiene pronto el rep roch e de sus v i ­
cios.
G inés de Pasam onte, por otro nom ­
bre G inesillo de Parapilla, pertenece
p o r sus condiciones á la clase de gi-
C rítica social 15)

taaos truhanescos, es uno de aquellos


galeotes que condenado á gurapas
tuvo la suerte al ser conducido para
servir en las galeras de S . M., de tro*
pezar con Don Quijote, quien en su
afán de enderezar entuertos lo p u ­
siera en libertad -
E n nuestro país dedícase el gitano
á las ocupaciones y oficios que todos
conocemos, su trabajo favorito con ­
siste en la fabricación y ven ta de toda
clase de objetos de hierro, hacen h e­
rraduras, fabrican calderas, trévedes
y sartenes, que luego venden de p u e­
b lo en p ueblo. Sus estudios no son
o tro s que los de aprender p erfecta­
m ente toda clase de hechicerías, ma­
leficios y adivinanzas, y con su buena
ventura engañan á no pocos incautos.
P ero su oficio más conocido y si se
qu iere más productivo, es el chalaneo,
de feria en feria recorren toda E sp a ­
ña y de todas sacan buen p ro vech o .
C uatrear es su principal m isión y
cu atrero fue Ginés de Pasam onte,
pues el fue el que a Sancho le robara
el ru cio. Dicese de ellos que no hay
ave de rapiña que más presto se ava-
lance sobre su presa como ellos se
avalanzan sobre las ocasiones que le
señalan algún interés, y que si no les
fatiga el tem or de perder la honra
20 Critica aociaí
tampoco les des reía la ambición de
a crecen tarla .
A l hablar de los discípulos de H i­
pócrates y Galeno, dice que no hay
gente más dañosa á la república que
ellos. E l juez, dice, nos puede torcer
ó dilatar la justicia; el letrado, sus­
ten tar p or su interés nuestra injusta
demanda; el mercader, chuparnos la
hacienda, y finalmente, todas las per­
sonas con quienes de necesidad tra ­
tamos nos pucdeD hacer daño; pero
quitarnos la vida, sin quedar sujetos
a l tem or del castigo, ninguno: sólo
los médicos nos pueden matar, sin
desenvainar otra espada que la de un
réctpe.
Arrem ete d e s p u é s contra los b o ti­
carios diciendo de ellos que son ene­
migos declarados de sus candiles p or­
que en faltando cu alquier aceite en
la botica lo suplen con el candil que
está más á mano, y que muchas v e ­
ces no habiendo en su tienda la me­
dicina recetada por el médico, suelen
su p lirla con otra que á su p arecer
goza de la misma virtu d y calidad, no
siendo así; y con esto la medicina m al
com puesta obra al revés de como de­
b iera o b rar.
De los marineros, dice que son
gente gentil é inurbana tan diligentes
C ritica social

en la bonanza como perezosos en la


borrasca y que no tienen otro pasa­
tiem po que v e r m areados á los pa~
sajeros.
De los arrieros que tienen hecho
divorcio con las sábanas y están ca­
sados con las enjalm as, son tan d ili­
gentes que antes de perder la jo r n a ­
da serían capaces de perder el a lm a .
Su música es la del mortero; su salsa
el ham bre; sus m aitines levantarse á
dar el pienso y sus misas no oir nin­
gun a.
A las doncellas le recom ienda que
deben guardarse siem pre de un hom ­
bre sólo y á solas y no de m uchos
juntos, siéndoles muy conveniente
huir de las ocasiones: pero de las oca­
siones secretas, no de las públicas.
De los historiadores dice que aque­
llos que de m entiras se valen, habían
de ser quemados, como los que hacen
m onedas falsas.
En cuanto ¿L los procuradores los
com para con los m édicos, los cuales,
que sane ó no sane el enfermo, ellos
lleva n su propina, y los procuradores
hacen lo propio salgan ó no salgan
adelante con el pleito que ayudan.
Ocúpase, por últim o, de los celosos
y hace la apología de los celos d i­
ciendo que es uno de los m ayores
22 C ritica soci ni

azotes con que P ios quiso dejar su­


jeto al hom bre sobre la tierra, dice
que los celos constituye el más angus­
tioso trabajo y la más rabiosa de las
p asion es. É s un gusano roedor que,
cual e l de la envidia, hace en poco
tiem po señaladísimos estragos en la
persona que lo padece No le basta
al hom bre guardar entre laberínticos
escondrijos la prenda objeto de sus
celos, no le bastará ser un A rgos, ni
le bastará poner como guardián á la
puerta de lo que é l considera fortale­
za inexpugnable, á un negro eunuco
com o éste sea aficionado á la música;
no le será bastante lle v a r consigo ni
dorm ir sobre las llaves todas de su
casa, si existe un viro te tan astuto y
tan sagaz que sea capaz de vencer y
dom esticar, cual se vence y dom esti­
ca á las fieras del desierto, á toda la
cáfila de guardianes, dueñas y don­
cellas, al son de una bien tem plada
guitarra, y no le bastará tampoco por
muchas precauciones y advertim ien­
tos que ponga á su recato, si por su­
perintendente de su casa toma á una
Marialonso, dueña astuta y m aliciosa
que cual todas las de su clase, son na­
cidas en el mundo para perdición y
ruina de m il recatadas y buenas in­
tenciones.
LA C U p DE CERVflflTES

Muchas son las poblaciones que se


han disputado la gloria de ser patria
del estropeado m anco de L epanto y
autor del Ingenioso H idalgo Don Q u i­
jote de la Mancha, M a in d , Sevilla,
E sq u ivia y Lucena; p ero ninguna ha
m ostrado tanto empeño en su litigio
como A lcalá de H enares y A lcázar de
San Juan.
Ahora bien; con m otivo de la con­
m em oración del IV Centenario del
descubrim iento de A m érica, instalósé
en nuestro Palacio de B iblio teca y
Museos nacionales una E xp osición de
arte retrospeetivo bajo el nom bre de
Exposición Europea. A este Certam en
internacional, inaugurado el SO de
O ctubre de 1892 , enviáronse de todas
las Bibliotecas y A rch ivo s del reino,
aquellos documentos que por su v a ­
2í La cuna de C ervantes,

lo r histórico fuesen digaos de ser e x ­


puestos a la curiosidad pública (i),
N uestras iglesias y cabildos cate­
drales respondieron á tan plausible y
patriótico llam amiento con una in fi­
nidad de libros y m anuscritos entre
los cuales figuraban los bautism ales
de las iglesias de Santa María la M a­
yor, de A lcalá de H enares, y el de
Santa María, de A lcázar de San Juan.
A l folio 192 vu elto del prim ero de los
citados libros parroquiales vim os una
partida fechada el 9 de Octubre de
1547, firm ada por el bach iller Serra­
no, cura de Santa María la M ayor, de
un nifto á quien pusieron p or nom bre
Miguel, hijo de R odrigo de Carvante
y de doña Leonor; y en el de A lc á ­
zar, folio 20 vuelto, aparece otra p ar­
tida, firmada por ei licenciado A lo n ­
so Díaz de Pajares, de 9 de N oviem ­
bre de 1558, de un niño con el mismo
nombre, hijo de Blas de Cervantes
Saavedra y de su m ujer Catalina
López.
D el estudio y cotejo de estos có d i­
ces, surge desde lu ego dos dudas,

|1) £7 Jíe/elaijtcdj, periódico seproviano, dedicó por


entonces nnoúm ero & nn trabajo nuestru fcifctüado
«Una visita ít la Exposición*, que ern. nna, reseña
de tridas lo» do enmontas má,s notables que se tra­
jeron á Xa misma.
Ln cuna <le C arvan tei. 25

¿cómo el autor del Quijote, dicen los


cervantistas aleenses, llam ábase Cer­
vantes y no Curvante, como consta en
la partida de AlcaláY, bien pudiera
ser esto una mala interpretación ó un
error del m anuscrito n que nos refe­
rimos; pero ¿y si apellido S a a v ed ra ,
do dónde proviene entonces? A esto
dicen los com plutenses, que siendo
costum bre en Castilla tom ar p or so­
brenom bre el apellido de los p arien ­
tes á quienes se debía alguna p ro te c­
ción, C ervantes tom ó el de Saavedra
de un tío suyo llam ado Juan B ern a­
bé de S aared ra, vecino de A lcázar
de San Juan, á quien debía señalados
b en eficios. Pase por que así sea, di­
cen los m anchegos; ¿pero cóm o es
que en A lca lá 110 existen lo s apellidos
C ervantes de Saavedra, m ientras que
en A lcázar se conservan todavía?
¿Cómo es, añaden, que en A lcalá no
consta ni aparece por parte alguna
las partidas de bautism o, casamiento
y defunción de los padres de C ervan ­
tes?; pero esto no es razón, ni lo será
nunca, para negar á A lca lá la g lo ria
de ser patria del autor del Q uijote.
A legan en pro de su causa los ce r­
vantistas com plutenses, que C e rva n ­
tes asistió al com bate n aval de L e ­
pante, según él mismo confiesa en al­
26 La cuna de C ervantes.

gunos de SUS escritos, en cuya alta


ocasión que vieron los siglos pasados,
los presentes, ni esperan ver los venide -
res, perdió la mano izquierda de re ­
sulta de un arcabuzazo; entonces te ­
nía veinticuatro años, mientras que
el de A lcázar no había cum plido los
trece (i), edad, dicen, incom patible
con el servicio de las arm as.
A l anterior razonam iento añaden
los com plutenses este otro digno de
tenerse en cuenta. En el p rólogo de
las N ovelas ejem plares, que se p u b li­
caron por prim era vez en M adrid en
Julio de 1613, asegura el m ism o C er­
vantes que en dicha fecha estaba y a
entrado en los sesenta y cinco años»,
que si por alcanzar, dice, que la le c ­
ción d e estas novelas pudiera inducir
á quien la leyera algún mal deseo ó
pensam iento, antes me cortara la
mano con que la e s c r ib í, que sacar­
las en público: mi edad no está y a
para burlarse con la otra vid a que al
cincuenta y cinco de los afws gano por
nueve mas y por ¡a mano . E sta edad
que él mismo confiesa tenia en 1613,
no coi acide con su partida de bautis-

(1) En la página &(í de la obra, del Sr. Itizcano,


hay una nota que dice que el C ervantes de la Man­
cha ce hallaba próximo á los catorce años, cuando
asistió al com bate de Lep&nto, siendo rjue no ha­
bía cnm plído li»s trace.
! j» cuna de inervantes. 27

mo, ni por consiguiente, con la que


hem os dicho que contaba cuando en
* 57 *» co n cu rrió al com bate de Le-
panto; pero á esto dicen los com plu­
tenses, que la citada fecha de Julio
de 1613, corresponde á la dedicatoria
y no al p rólogo, que siendo éste p or
regla general el prim ero en el orden
de com posición y aquella e l últim o,
es lo natural y probable que cuando
escribió aquel tuviese la edad de que
nos habla, cu yo argum ento sería bas­
tante p or sí solo para echar por tie­
rra á cuantos puedan alegarse en fa­
v o r de ninguna otra población que
no sea A lca lá de H enares.
Com o argum ento en su favor citan
tam bién los com plutenses la partida
de rescate de Cervantes; cierto que
en ella se in cu rre en un erro r de dos
años; pero es tam bién cierto que en
dicho docum ento se declara que era
natural de A lcalá de H enares, m edia­
no de cuerpo, estropeado de la mano
izquierda y cautivo cinco años en A r ­
g e l, A h ora bien; nuestro am igo el se ­
ñor Lizcano, p artid ario de que el
autor del Quijote es nacido en A lcá ­
zar de San Juan, hablando de él, dice
que era alto y bien formado, con lo
cual p ru eba el señor Lizcano que el
C ervantes á que se refiere no pudo
28 La crnia de C ervantes.

ser el autor del Quijote, puesto que


en el retrato que hace Cervantes de
sí mismo en el prólogo de aquellas,
no dice nada de lo que el señor Liz-
cano asegura, sino que p or el contra­
rio, dice: *el cuerpo entre dos e x tre ­
mos ni grande ni p eq u eñ o , la color
viva, antes blanca que m orena, algo
carga do de esp a ld a s , y no m uy ligero
de pies, este digo que es e l rostro del
a u tor d e la G alatea, de D on Q uijote
de la M ancha y del que hizo e l viaje
al P arn aso^ .
E l S r . Lizcano, en sus refutaciones
al cautiverio y rescate de Cervantes,
dice que éste cayó prisionero la n o ­
che que precedió al com bate de Le-
panto; pero con sem ejante afirm ación
niega lo que nadie se atrevió á negar,
niega que Cervantes se hallase p re­
sente en tan m em orable jornada, sien­
do así que él mismo lo asegura cuan­
do dice: *Entre tantos venturosos
como allí hubo, yo sólo fui el desdi­
chado, pues en cambio de que p u d ie­
ra esperar, si fuera en los rom aaos
siglos, alguna n aval corona, me v i
aquella noche que siguió á tan fam oso
día, con cadenas á los pies y esposas
á las manos»; pero es más, el mismo
señor Lizcano no puede p o r menos
de convenir en ello al considerar la
La aun* de C ervantes.

historia del cautivo como la p ro p ia


de C ervantes.
A segura tam bién el señor Lizcano
que el cautiverio de Cervantes duró
veintiún años al cabo de cuyo tiempo
se rescató con el dinero que le diera
Zoraida la hija de A gi-M orato E l se­
ñ o r Lizcano tom a al oapit n P érez de
Viedm a por C ervantes y ron ello co­
rrob ora más la idea d f qu*- el C ervan ­
tes de que nos habla no fue t i autor
del Quijote, p or que si «s cierto, com o
dice, que dicho cautiverio duró hasta
1592, no pudo concurrir con su anti­
guo capitán, M arqués dé Santa Cruz,
á las expediciones navales que en los
años de 1582 y 83 tu vieron lu g a r en
aguas de las T erceras, ni p u b licar en
1584 la (M a te a , cuya paternidad n a­
die niega á Cervantes, ni pudo, p or
consiguiente, contraer m atrim onio en
las postrim erías de dicho año de 1584
con doña Catalina Palacios de Sala-
zar y Voz median o, natural de la v illa
de É sq uivia, de cuya unión nada nos
dice el señor L iz ca n o .
tos DOS QUIJOTES
Es innegable que para alcanzar
fam a im perecedera á través de las
generaciones y á través de uno y otro
siglos, han de b rillar los hom bres y a
p o r su ingenio y p or sus talentos
nada comunes en las letras y en las
artes, y a en e l prestigio de las arm as,
y a por sus prodigiosos y sorp renden­
tes inventos y descubrim ientos, es
preciso descollar, es preciso que e l
hom bre sobresalga de la masa com ún
de sus sem ejantes en algo que no sea
lo corriente, en algo que esté fuera
de lo vu lg a r y en algo en sum a, que
hable m u y alto y que esté p or enci­
ma de todo lo conocido*
L a fama de Colón es u n iversal p or
que su ob ra fue um versalm ente reco­
nocida, su nom bre v ivirá eternam ente
en la historia y la posteridad más re ­
m ota tributará á su memoria unání-
L os dos Q uijotes.

mes hom enajes, y al lado de su nom­


bre irán siem pre unidos igualm ente,
p orque con éi com partieron pen ali­
dades y fatigas sin cuento, el nom bre
de los P in zo n es.
H ernán Cortés, quem ando sus n a­
ves y som etiendo al dom inio de E s­
paña el reino de Méjico, y con Hernán
C ortés, M agallanes y E l cano, que con
una reducid a escuadra de cinco p e ­
queñas em barcaciones casi de cabo­
taje, dieron la v u elta al mundo en
tres años recorriendo más de 14.000
leguas; los Pizarros conquistando el
vasto y opulento im perio del Perú;
D . Juan de A ustria poniendo un di­
que en Lepanto contra los sectarios
del Profeta, todos; todos ellos, hicie­
ron más que #5n ti cíente para inm orta­
lizar sus mimbres.
Si á las arre^ nos referim os podre­
mos m encionar en prim er lu ga r al di­
vin o Rafael co n su Perla y su Pasmo
de Sictlia; ;d religioso M urillo, con su
Purísima; V« lázijjuez, con sus Meni­
nas; á Gr*ic Riv ra, Rubens, Tinto-
retto, Miguel Angel, G uya y tantos y
tantos otros
En literatura podemos citar con or­
gu llo dentro de los reducidos lím ites
de nuestra patrin, á aquel ilustre g ra ­
nadino autor de la famosa novela p i­
L ob d o “ Q uijotes. S3

caresca E l L a za r illo de Torm es , D iego


HurfcadoJ de Mendoza, de quien se
dice que fue buen soldado, m ejor p o ­
lítico, discreto poeta y gran historian
dor; aquel otro que ilorecid p or los
años 1503 á 1536, toledano d o 'g r a ta
mem oria, que fue la adm iración de su
época y que m urió á la tem prana edad
de treinta y tres años, G arci-Lasso
de la Vega, reputado más tarde, como
príncipe de los poetas castellanos; Ca-
moens con sus L u s ia d a s, es el honor
de los lusitanos; V ícto r Hugo con sus
M isera b les , lo es de los francos; el
Dante con su D iv in a C om edia ; S hakes­
p eare con sus obras dramáticas; H o ­
mero con su O d isea , y Miguel de C er­
vantes S aared ra con su Ingenioso
H id algo D o n Q ui jote de la M ancha , p ri­
m era m aravilla de la literatura un i­
versal, biblia profana como ha dado
en llam ársele, y de la que tantas ed i­
ciones se han tirado en todos los id io­
mas conocidos. No fue Cervantes
ajeno al gran m érito de su obra, pues
y a profetizó su grandioso resultado
«y á mí se me trasluce, dice por boca
de Sansón Carrasco, que no ha de h a­
ber nación ni lengua donde no se tra­
duzca*, y aquella otra p rofecía p u es­
ta en boca de D o n Q u ijo te , «treinta
mil volúm enes se han im preso de mi
31 Los dus Q u ijotes.

historia y lle va camino de im prim irse


treinta mil veces de m illares si el cie­
lo no lo remedia»; pero un día, un es­
pañol contem poráneo suyo, que se
dice natural de Tordesilla, más en­
vid ioso que afortunado, R uiz de A lar-
cón, según unos, F ra y Luis de A lia ­
ga, según otros, y A lonso Fernández
de A vellan ed a, según todos, hom bre
de gran ingenio, que com prendiendo
antes que otro alguno el m érito ex­
traordinario de la portentosa obra de
C ervantes, siente penetrar en su alma
el gusano roedor de la envidia, y á
sem ejanza de E rostrato que falto de
las dotes necesarias para producir
cosa alguna que conduzca su nom bre
al tem plo de la fama, prende fuego al
de Diana, y con efecto, consigue ce ­
lebridad; pero es triste celebridad la
suya, como lo es la de la mano regi­
cida y como lo es la del com petidor
Alonso Fernández de A vellaneda, que
falto igualm ente de las dotes precisas
para levan tar un monumento que le
inm ortalice, trata de eclipsar la gloria
em pezada p or Cervantes y da á la es­
tam pa en T arragona en 1614 su falso
Quijote con el título de Segundo tomo
del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de
la Mancha, con la tercera salida que
hizo de su lu ga r el ilustre hidalgo
Los dos Q uijotes.

m anchego, que dejó anunciado Cer~


van tes en el prólogo de sus N ovelas
E je m p la r e s «y con brevedad v e r á s --
dice al C onde— dilatadas las hazañas
de Don Q u ijote y donaires de Sancho
Panza.» En el capítulo X IV deja in ­
dicado D o n Q u ijo te , que después de
lim piar de ladrones y m alandrines á
S ierra Morena, pensaba ir á Sevilla;
p ero en el L II y últim o de dicha p ri­
m era parte, deja anunciado su viaje
á Zaragoza y su asistencia á unas fa­
mosas j dstas que en dicha ciudad se
celebraron; pero como A vellan eda se
adelanta, allá lo lleva, con lo cual
C ervantes, al publicar la tercera sa li­
da. vóse ob ligado á cam biar el itine­
rario del personaje de su fábula y lo
lleva á Barcelona á aquel archivo de
Ja hidalguía como dice p or boca de
D o n Q uijote.
De regreso en su patria el invicto
h idalgo m anchego, obligado por las
condiciones im puestas en desafío p or
el B ach iller Sansón Carrasco, m ejor
dicho, por el caballero de la Blanca
L u n a, de allí á pocos días cayó en­
ferm o Don Q uijote con unas calentu­
ras de esas que los físicos llam an efí­
m eras . D urante la enfermedad el va-
leroso caballero recob ra la razón
«que ya en los nidos de antaño no
38 Loa tíos Q uijotes.

hay pájaros hogaños», yo fui loco* ya


soy cuerdo, fui Don Quijote de la
Mancha, y soy ahora Alonso Quijano,
e l Bueno*» C ervantes da fin á su obra
con la m uerte de su héroe para e v i­
tar la ocasión de que ningún otro
autor que Cide Ham ete Benengeli, le
resucite falsam ente y haga in acaba­
bles historias de sus hazañas.
E l protagonista de la fábula del fin­
gido A vellaneda, term ina sus aven­
turas en la casa del N uncio en T o le ­
do, y aunque la locura tarde ó nunca
se cura, hace e n trev e r: sin embargo,
la posibilidad de que curado Don
Q uijote, p rosiga sus correrías por los
dilatados llanos de C£Stilla* A Sancho
P anza le hace quedar en M adrid al
se rvicio del A rchipám pano, mientras
que el Sancho Panza de Cervantes,
©1 graciosísim o y fiel escudero del
auténtico Don Quijote, muerto su
amo, se apresta otra vez á las a g ríco ­
las faenas, y en unión de T eresa y de
Sanchica, se dedica de nuevo á la
vid a tranquila y sosegada de su aldea.
Itas mujeres del Quijote.

H ay un lu gar en la M ancha en e l
cual vivió hace ya tiem po un hidalgo
Labrador llam ado Alonso Quijano , el
Bueno, del que se dice que era tan
dado á la lectura de los libros ñe ca ­
ballería, y que llegó á tanto su afición,
que «se pasaba las noches leyendo,
de claro en claro, y los días de turbio
en turbio, y así del poco dorm ir y del
mucho leer se le secó el cerebro, de
m anera que lle g ó á p erd er el juicio»;
y cuéntase tam bién de él que le llevó
á tanto su afición, que de sosegado y
pacífico labrador que era se co n v ir­
tió en caballero andante, y tom ando
com o escudero á un hum ilde com pa­
trio ta suyo llam ado Sancho lianza, á
quien había ofrecido como prem io á
su le a l servicio escu deril h acerle g o ­
bernador ó conde de alguna afam ada
ínsula, llevósele, pues, consigo bajo
aü La.s m ujeres déi Q uijote.

esta prom esa, y él, con la que asim is­


mo habíase dado de ser algún día rey
ú em perador, lanzáronse ambos al
cam po una mañana del caluroso e s­
tío, ;i correr aventuras, enderezar
tuertos, desfacer agravios, socorrer
viudas y am parar las doncellas que
necesitasen del ayu da de su esforza­
do b razo.
La ligara más Interesante de la fá­
bula, dejando á un lado la de amo y
escudero, está personificada en una
rústica labradora de la Mancha. L lá ­
mase A ldonza L orenzo, y es hija de
L orenzo C orchuelo, humilde lab ra­
dor del T oboso. D on Quijote que no
veía más que altas y distinguidas da­
mas allí donde no había otra cosa que
m ujeres de la clase más humilde, con­
sidera como la más alta princesa á
Aldonza Lorenzo* es decir, á Dulcinea
del Toboso, que es el nom bre que
acuerda dar al fin á la que ha de ser
señora de sus pensamientos, á la que
ha de ser la dama en quien pueda en­
com endarse en todas sus aventaras, y
de quien decía encareciéndola que
era de herm osura sobrehum ana y
que tu vo la m ejor mano para salar
puercos, que otra m ujer de toda la
M ancha.
E l ama y la sobrina de Don Quijote
L as m ujeres d el Q uijote. -33

ocupan tam bién preferente lu gar en


e l decurso de la fábula, una y otra
ponen todo su empeño en evitar que
el hasta entonces tranquilo y sosega­
do hidalgo salga ele su casa en busca
de aventuras, y para conseguirlo a yu ­
dan al cura y á maese Nicolás al os-
crutinio de k .Librería, procuran re ­
galarle y darle de com er cosas co n ­
fortativas y apropiadas al corazón y
s i cerebro quu era, según ellas, de
donde procedía toda su mala ven tu*
ra; pero la lo cu ra de Don Quijote no
no es de las que se curan con em plas­
tos, su lo cu ra co es la del cerebro
enferm o, su locura es una locura su­
blim e, sale de su casa, sí; pero no á
bu scar pan de trastrigo como llegó á
decirle su irreveren te sobrina, sale
de su casa en busca de la gloria y la
glo ria es su Dulcinea, la gloría us A L
donza L orenzo, la hija de L oren zo
Corehuelo, por quien tanto tiem po
hacía que susp irab a.
Una y otra, ama y sobrin a, p ro cu ­
ran por todas las vías posibles apar­
tarle de tan maL pensamiento; pero
hay mumentos en que A n tonia Qui~
jana, aqu ella rapaza que apenas si
contaba veinte años y que apenas si
sabía m anejar doce palillos de raudas,
olvidando todo respeto, se re v e la
40 lias m ujeres âe] (¿ni jo te .

contra su tío y se atreve á profanar


en sus mismas barbas la historia de
los caballeros andantes y hasta decir
que todo ello es fábula y m entira,
blasfem ia que Don Quijote hubiera
castigado duramente, á no ser Anto­
nia Quijana, su sobrina derecham en­
te, como hija de su misma hermana;
pero cuando Don Quijote deja de-ser
Don Quijote de la Mancha, para ser
de nuevo Alonso Quijano, el Bueno:
cuando Don Q uijote vu elve de su lo ­
cura en aquellos postrim eros momen­
tos de su vida, entonces com prende
la razón de la sinrazón de su sobrina,
entonces otorga testam ento dejándo­
la h eredera de su hacienda; p ero eon
la condición de que si quiere casarse,
se case, si: pero con hom bre de quien
prim ero se haya hecho inform ación
que no sabe que cosa sean libros de
caballería.
Cuenta la fábula que en tanto que
Don Quijote sostenía con la sobrina la
referida plática, Sancho y su m ujer
Teresa Cascajo, sostenían á su vez in­
teresante y cóm ico d iá lo g o . Decía
Sancho que deseaba ser gobern ador
p ara casar á M arisancha, su hija, tan
altam ente que no la alcancen sino
con llam arla señoría; pero á tan no­
bles y legítim os deseos se oponía T e­
L a a m u je re s iltil Q u ijo te . il

resa, so pretexto de que cada cual


debe casar con su igual, p or que de­
cía, y decía bien, por el pobre todos
pasan los ojos como de corrida y en
el rico los detienen; y si t i tal rico
fuó un tiempo pobre, allí es e l m u r­
m urar y el m ald ecir.
P ero cuando Sancho es ya g o b er­
nador efectivo, cuando la D uquesa se
lo anuncia á Teresa por medio de un
paje y de valiosos p resen tes, enton­
ces cam bia de p arecer y se dice que
fue tal su a leg ría que no faltaron dos
dedos para p erd er el ju icio y que á
Sanchica se le fueron las aguas sin
sentirlo de puro contento; ya ve rá s
tú, led ice á su hija, ya verás tú, como
tu padre no p ara hasta hacerm e con ­
desa, pues todas estas venturas y aun
m ayores me las tiene profetizada mi
buen Sancho.
L a Tolosa y la Molinera, aquellas
dos famosas m ozas del partido, á
quien nuestro bu en hidalgo tom ara
p or dos altas y distinguidas señoras,
son las prim eras semidoncelías á quie­
nes Don Q uijote ofrece las prim icias
de su fuerte y poderoso brazo; pero
ellas, que no tardan en penetrarse del
estado de D on Quijote, se prestan
gustosas á servirle, y en unión del
dueño de la venta le arman caballero,
L as mxtjeres del Q uijotn,

y m ientras la una le ciñe la espada,


la otra le calza las espuelas, á lo que
nuestro héroe, agradecido y acom o­
dándolo al caso, les recitó aquel ro ­
mance viejo de LanzíU'ote, que así
empieza:
Nunca fuera cal mil oro
De damas, tan bien servido,
Com o lo íué Don Quijoto
Cuando de su aldea vino;
D o n c e l l a s c u r a b a n de él,
P r i n c e s a s de su r o c i n o .

Es Maritornes, la de ancha cara y


llana de cogote, aquella moza de la
venta por quien á Don Quijote le fué
tan dolorosam ente deshecha parte de
sus quijadas y Sancho tan fuertem en­
te aporreado, que considerase como
tortas y pan pintado el molimiento
de las estacas.
M a rcela , es aquella endiablada
moza, hija de G uillerm o el rico, que
traía á mal traer á todos los m ozos
de su aldea; se hizo pastora de su
propio ganado, y por im itarla lu cié­
ronse pastores cuantos m ancebos, hi­
dalgos y labradores la conocían; pero
ella los hacía desesperar de tal m a­
nera, que sus desdenes y desengaños
fueron causa para m atar de am ores
al estudiante (xrisóstomo,
Leandra, es aquella otra mucha-
Las m u je r il <1el Q uijote.

chuela no menos ligera que M arcela,


ni mellos endiablada y revoltosa; era
hija tam bién de un honrado y rico
labrador, y de elln se dice que era de
tan extrem ada herm osura, que la
fama de su belleza se extendió p or
todas partes, y que,- como á M arcela,
eran tam bién m uchos los maneé bos
que la pidieran ni padre; pero ella»
que sin duda gustaba más del oropel
que de las riquezas, enam oróse de un
soldado llam ado V icente de la Roca,
que, como ofreciera lle v a rla á Italia*
de donde él acababa de llegar, a b a n ­
donó su casa y huyeron de la aldea,
dejando triste á su buen padre y a tó ­
nitos y suspensos á Eugenio y á A n ­
selmo, quienes á sem ejanza de los
pretendientes de M arcela hiciéronse
también pastores; pero háse de a d ­
v e rtir que V icen te de la R oca no
amaba á Lean ira; al robarla á su pa­
dre no le guiaba más que la am bición
de apoderarse de los dineros y jo y a s
que pudiera lle v a r consigo al huir de
la casa paterna; despojada de todo,
fué abandonada por quien tantas, p ro ­
mesas la h ic ie ra . L a inocente Lean-
d ra v u e lv e á la casa de su acongoja­
do padre, ante el cual hace mil p ro ­
testas úe arrepentim iento v asegura
que le fueron robadas las joyas que
L as am jere3 clal (¿nijote.

llegara, pero que se conserva lim pia


y pura en la apreciada jo ya de su h o­
nestidad; todos quedan adm irados de
la continencia del jo ven V icen te de
la Roca, de lo que su padre se felici­
ta; pero la hace entrar, sin em bargo,
en un m onasterio, hasta que el tiem ­
po borre parte de la mala opinión en
quer se p u s o .
El m ayor núm ero de aventuras que
le ocurrieron á Don Q uijote hubieron
de tener lu g a r en aquella venta.de la
Mancha en donde la corrom pida Ma­
ritornes servía; allí le fueron desh e­
chas las quijadas por el a rriero y r o ­
tas las narices por el de la Santa H er­
mandad; en ella fue donde quedara
atado y burlado por la pérfida astu­
riana y p or la hija del ven tero, y en
ella fue también donde Don Q uijote
dio rem ate á lo prom etido á la p rin ­
cesa Micomicona cortando la cabeza
al gigan te Pandafilando. De ella con ­
serva Sancho el más perenne re cu e r­
do de su manteamiento, y allí, por
últim o, parece que se dieron cita para
que ella fuese teatro de otras no me-
nos curiosas aventuras, cuales son el
encuentro de D orotea con D. F e r­
nando; el de Cardenio con Luscinda,
el de doña Clara de V iedm a con el
mozo de muías y el de Zoraida y el
L as m ujeres flet Q tiijote. 45

capitán P érez de Viedm a con su h e r­


mano el O idor y su hija dona Clara;
alli, pues, tuvo feliz rem ate la p ere­
grina h istoria de la desgraciada" D o­
rotea, que de princesa Micomicona
pasó á ser la esposa del ingrato don
Fernando; allí tu vo tam bién fin la
vid a errante del Caballero del Bosque,
recibiendo en sus brazos á su fiel y
leal Luscinda; allí quedó con cer­
tada la boda de la herm osa doña
C lara con el jo ven D. Luis, y allí, por
últim o, acrecentáronse más los vivos
y santos deseos en la atrevid a Zorai-
da de poder llam arse pronto la esp o­
sa del capitán cautivo, de re cib ir las
aguas bautism ales y de verse pronto
arrodillada ante lo s altares de Lela
Marien (i), por quien ella tanto sus­
p iraba y por quién había dejado á su
patria, hecho apostas!a de la religión
de sus m ayores y sacrificado á su
buen padre A g i M o ra to .
Camila es la m ujer virtuosaj es el
p rototipo, digám oslo así, de la m u jer
honrada, Anselm o, su m arido lo sabe,

(L) Kn el fthttp-nrrarto lenguaje m orisco, Xeia Jffa-


rien* quería decir Virger¡ Jtfaria, protectora, única de
aquel id ilio sagrado entre el crtfiitán Péreü de Vied'
ma y la bija de Api M orato. de aquel idilio que hizo
enmar un alm a irredenta al Reno de nuestra sacro­
san ta religión católica y reducir á, sus alegres ho’
fra-rea & unos cuantos cautivos qua perecían en el
fondo do flbscuma nm.r morras Isarberiecas,
■Mí I . a s m n jt¡T 03 <lol Q u i j o t e .

está persuadido de ello, pero le asus­


ta la idea de qiie Camila pueda ha­
cerle traición, y para estar tranquilo
qu iere h acer la prueba, quiere v e r si
la voluntad de Camila se doblega á
lo s requerim ientos y dádivas de un
amante, y acude á un amigo, pero
éste es un am igo le a l y cariñoso que
le ad vierte del peligro á que seexp o -
ne, le a d vie rte que no haga la prue-
b a, que intentarlo es locura; pero él
insiste, tiene fe en el am igo, éste se
niega, pero son tantas Jas súplicas v
los ruegos, que al fin consigue v e n ­
cer sus naturales e scrú p u lo s. H echa
la prueba, Cam ila resulta vencida, el
m arido burlado y L otario v e n c e d o r.
Cam ila vese precisada á term inar sus
días en un monasterio, Anselm o m ue­
re de la pena que Je causara su
im pertinente curiosidad, y L otario,
avergonzado, h u ye al reino de Nápo^
les. en donde se dice que m urió de
a llí á poco en tina batalla que mon-
síeur Lautren dio al gran capitán F e r­
nando G onzález de C ó rd o b a .
Leonela es la criada de Camila, p e r­
tenece, pues, al género de M aritor­
nes; p or ella so descubre todo, su des­
honestidad es la causa de la perdición
de Anselm o, de la perdición de Ca­
m ila y de la perdición de Lotario;
Laa m njsros del Q uijote.

como fuera cóm plice de ias d esver­


güenzas de su señora, lle g ó a tanto la
suya., que todas las noches daba en­
trada en la casa á su amante; pero un
día es L eonela cogida infragant-i p or
Anselmo, y aquí em pieza entonces
á desbaratarse todo el artificio que
ocultaba la desgracia, ca que lo puso
más que su desventura su im perti­
nente y necia curiosidad.
Quiteria es la prom etido de Cam a'
cho el rico; pero como antes que de
él lo fuera de Basilio, fingieron la es­
tratagem a de la estocada, y á su bu e­
na industria debieron am bos enam o­
rados la dicha de ser unidos para
siem pre con el eterno yugo del m a­
trimonio, allí donde mismo habían de
ten er lu gar los desposorios con C a ­
m acho,
Claudia Jerónimo, es la hija de Si­
món F orte, quien despechada por las
noticias que m aliciosam ente lehablan
dado de que D. V icente Torellas, que
le tenía dado palabra de ser su espo­
so, lo iba á ser pronto de L eonora,
quiere oponerse á ello, y para ccnse-
g u irlo se disfraza de hom bre, monta
á caballo y saliendo al encuentro de
V icen te le hace varios disparos; pero
tem erosa de* lo hecho váse á poner
bajo el am paro de R oque G uinart, d
48 Lfts m rtjeres <lel Q \\ijo te .

quien su padro era gran amigo,


ru eg a que Ja pase á F ran cia y que
proteja á los so y os de la venganza
que era natural tom asen los p a rie n ­
tes de Torellas; p ero Roque G uinart,
antes de acceder á las peticiones de
la herm osa Claudia, dirígese con e lla
hacia el lu gar donde había sido h e ri­
do el joven Vicente, y hallándole,
fuese C laudia hasta él> y le pide,
aunque tarde, explicación á sus des­
denes, las o b tu v o de Vicente tan cla ­
ras y tan precisas, que ellas fueron
bastantes á sacarla de las dudas y te­
mores á que Je habían conducido la
rabiosa fuerza de los celos; allí mismo
diéranse las manos y concertada que-
do la unión; pero como á V icente se
le escapase la vida por las heridas
que de Claudia recibiera, ésta quedó
nuevam ente sola y entonces determ i­
nó ingresar, como lo hizo, en un m o­
nasterio de donde era abadesa una
tía suya
P or el título con que encabezam os
estos renglones, quedábam os o b lig a ­
dos á ocuparnos poco ó mucho de to ­
das las figuras fem eoinas de la fá b u ­
la; pe^o ya por no hacernos demasia­
do prolijos, ya por 110 salim os, digá­
m oslo así, de los moldes á que está
s ujeto todo trabajo periodístico, re-
L as niiijorea del Q ¡jote. 4‘J

iiuncíam os á ello, dejando para otra


ocasión todaá aquellas otras que com ­
ponían la casa de los Duques: la D u­
quesa, A itisidora y doña R odríguez
de G rijalba y sobre todo las aven tu ­
ras de la desgraciada m orisca A n a '
F é lix , la hija de Ricote
Eli SABIO FRESTÓfl

E s Alonso Quijano, el Bueno, el ca­


ballero por excelen cia. Es el hidalgo
m anchego enderezador de tuertos y
el desfacedor de agravios, de cuerpo
enjuto, pero con ei alma henchida de
todas aquellas inacabables aven turas
que le y e ra en los fam osos libros de
co b allería. Arm ase un día caballero
y , á sem ejanza de aquellos á quienes
á. im itar se propone, sale al campo
una mañana del caluroso mes ;lo Ju ­
lio por la puerta falsa de un corral,
y armado de todas ai'mas, monta en
su rocín y com ienza á cam inar por
los antiguos y conocidos campos de
M o n tie l.
Es su prim era salida; va sólo con
su rocín e l hidalgo lab rad o r de A rga-
masilla; no tiene nom bre conocido, y
pensando en ponerse uno que no des­
diga do la honrosa profesión elegida,
El sabio F restó ü .

acepta para sí el de D o n Q u ijote de la


M ancha y para su rocín el de B o c i ­
n a n te ; no le falta, pues, más que ser
arm ado caballero, y deseoso de h a ­
llar pronto quien tal don pueda otor
garle, prosigue su camino dispuesto
á dejarse arm ar caballero del prim e­
ro qu e topase.
Es la venta, que él toma por casti­
llo, el lu gar de su prim era aventura;
en ella fue armado caballero por el
dueño de la misma y por l&s mozas
d el partido, la T olosa, hija de un r e ­
mendón de Toledo y la Molinera, hija
de un honrado molinero de A n teq u e­
ra; á todos queda D on Quijote alta-
mente reconocido y parte de nuevo
para su lugar, dispuesto a proveerse
de todo lo necesario a los caballeros
an dan tes.
Y a tenem os, pues, á Alonso G,uija'
no, el Bueno, armado caballero y con­
vertid o, por lo tanto, de sosegado hi­
dalgo, en el caballero andante Don
Q uijote de la Mancha, quien provisto
y a de todo lo indispensable, sale de
nuevo montado en su rocín y acom-,
pafiado de Sancho Panea, su escude­
ro, da comienzo á sus co rrerías por
los dilatados campos de la M anch a.
A Don Quijote no le guía otra cosa
más que ol imperio de la justicia; el
E l sabio Fre&tón. 58

altruism o es su ideal, sus afanes no


son para él, no son en provech o p ro ­
pio, sino en beneficio de los demás;
á Sancho, que es m aterialista, le lle ­
van sus ambiciones; pero Don Q uijo­
te padece de una obsesión, la de tro ­
car todas las cosas; pero no, no es él,
es el maldito sabio Frestón, quien
todo se lo trueca y quien todo se lo
cam bia: un día le roba el aposento
con todos sus libros; conviértele des­
pués en m olinos de viento lo que su
calenturienta imaginación le dice que
son desaforados y descom unales g i­
gantes; triiécale los ejércitos en m a­
nadas de ovejas y en ventas los cas­
tillos; no, no es él el que trueca todas
las cosas, es el m aldito sabio encan­
tador; es el que le co n virtiera en al­
tas y distinguidas damas las mozas
d el p a r tid o y en diosa de la herm osu­
ra á M aritornes, ancha de cara, llan a
de cogote, de nariz rom a, de un ojo
tuerta y del otro no m uy sana; es el
mismo que poco después, en aquella
misma venta, en donde servía la an­
tojadiza asturiana, le co n virtiera en
cueros de vino al gigante Panda filan­
do de la Fosca, enemigo de D orotea,
mejor dicho, enemigo de la princesa
Micomicoua; él es tam bién, el que po­
niendo en ju ego todo su poder hechi-
54 El sabin F restón .

coro y toda su fuerza nigrom ántica,


encanta á nuestro héroe y lo hace lle ­
v a r desde aquella venta, que por su
m al creyó que era castillo, hasta su
lu g a r metido en tosca jaula de palos
en reja d o s.
E l fue el que le transform ara en
rústicas y feas aldeana^ á la sin par
D ulcinea y sus doncellas y en b o rri­
cas las hacaneas sobre que venían
montadas; pero á decir verdad en este
encantam iento no tu vo arte ni parte
el sabio F restó n , el artífice de todo
ello, el m aldito encantador, fué aquí
el ladino de Sancho, que no cono-
ciendo á su señora Dulcinea, á quien
nunca había visto, hubo de in v e n ta r ­
lo y achacarlo á encantam iento para
salir del apuro en que le pusiera su
amo; pero como él fuera el encan­
tador, á nadie más que á él to cá b a ­
le, por consiguiente, el desencanta­
miento de su señora, mediante los
tres mil trescientos azotes recom en­
dados por Merlin; y él, el sabio F r e s ­
tón, fué, por últim o, el que le con ­
virtie ra tam bién al caballero de los
Espejos en su com patriota y ve ci­
no el b ach iller Sansón Carrasco* y
más tarde, en las playas de B a rce lo ­
na, al bach iller por Salam anca en el
caballero de la Blanca L u n a J de cu yo
Él sabio Frostón. &5

encuentro salió veneido Don Quijote


y concertado que había dé dejar las
arm as y abstenerse de toda ciase de
aventuras por el term ino de un año,
con cuyas condiciones quedó obliga­
do Don Quijote á v o lv e r á su aldea,
en donde murió de allí á poco, no sin
que antes el sabio Frestón, sin duda,
aquel que todo se lo trocara, le tro ­
cara en razón su locura, lo co n virtie­
ra de loco en cuerdo, transform ándo­
lo, por lo tanto, de Don Q uijote d é la
M ancha en Alonso Quijano el Bueno,
Itinerario del Quijote
de A v e lla n e d a .

I
A nadie se le ocultará seguramente
que además del Quijote de Cervantes
que todos conocemos, existe otro Q u i­
jote, publicado en Tarragona el año
1614, que, bajo el mismo título del
Ingenioso H idalg o y con el nombre
de segunda parte, contiene la tercera
salida que hizo de su lugar el invicto
hidalgo manchego, escrito por un tal
Alonso Fernández de Avellaneda,
competidor y enemigo declarado de
Cervantes
A nadie se le ocultará tampoco que
entre el libro de Cervantes y el libro
de A vellaneda no cabe ni ha lugar á
parangón posible; pero á fuer de im-
parciales hemos de confesar, que si
bien es cierto aue la obra del insigne
5S Itinerario del Q uijote de A vell anecia.

y s^abio com plutense m archa á la ca­


beza de Ja literatu ra clásica u n iv er­
sa i, no hemos por eso de relegar al
olvido Ja deJ escritor tordesillesco,
que digan lo que quieran sus muchos
y constantes detractores, habrá de
m erecer siem pre los honores de obra
m aestra de la literatura española.
No hemos nosotros de com entar
ahora la obra del P rín cipe de los in­
genios españoles, intentarlo no más
fu era locura después de los eruditos
y concienzudos trabajos de eminentes
literatos, ni hemos de hacerlo tampo*
co de la del escritor tordesillesco;
pero no se nos podrá negar el que á
título de curiosidad demos á conocer
á nuestros lectores las prim eras aven ­
turas del Héroe de Avellaneda, tra­
bajo, que, aunque desnudo de las ga­
las literarias, abrigam os, sin em bar­
go, la esperanza de que ha de ser bien
acogido, siquiera no sea más que por
honrarlo el nom bre ilustre del Manco
de L epanto que atrae y hace in tere­
sante cuanto con el se relaciona.

II

R efiere Cide Ham ete B enengeli que


Don Q uijote di <5 fin á lás aventuras
de su segunda salida, m erced á los
Itínarario <iel Quijote) de A.vt>Uano(la. 011

esfuerzos realizados por el Cura y e l


B arbero que Je llevaron desde la v e n ­
ta á su lu gar metido en tosca jau la de
palos enrejados; pero el sabio A liso -
lan, historiador no menos moderno
que verdadero, dice que, curado Don
Quijote de su antigua a fición á Jos l i ­
bros de caballería, acertaron á pasar
p or la A rgam asilla cuatro caballeros
granadinos que cam inaban hacia la
insigne Zaragoza para asistir á unas
justas reales que en dicha ciudad se
hacían; fue alojado en casa de Don
Q uijote uno de los expresados caba-
llero s llamado D . A lv a ro Tarfe, cuyo
trato alteró de nuevo el caletre del
señor M artín Q uijada y despertó en
su desvanecido ánim o la. práctica de
sus pasados ejercicios m ilitares y del
orden de caballería que recibiera.
Don Quijote, á imitación del caba­
llero del FebOí que dejó á Claridana,
o h ida á su ingrata D ulcinea y bajo
el nom bre de E l cab allero d esa m ora­
do , hace la tercera salida de su lu ga r
en busca de otra de m ejor fe y m ayor
correspondencia á sus fervorosos in ­
tentos .
60 Itin erario del Q uijute de A veU ftüeda.

III

A rg a m a silla de A lb a — Patria de
Don Quijote y de su fidelísimo escu ­
dero Sancho Panza.
E l invicto hidalgo m anchego y su
escudero, salea de A rgam asilla en la
m añana del 22 de Agosto para ir á las
justas reales de Zaragoza, para don­
de días antes habíanse despedido los
caballeros granadinos.
V en ía del A h o r c a d o . — A ven tu ra de
la gallega, Don Quijote- como de cos­
tum bre, toma la venta por castillo
encantado, con cuyo dueño traba des­
comunal batalla en defensa de la
moza de la venta á quien nuestro
buen hidalgo había tom ado por una
herm osa p rin cesa.
E sta venta creem os que no exista
hoy; pero nosotros por conjeturas de­
ducidas de la p ropia historia, la su-
panem os en los alrededores de E l
Cam po de Griptana, por ser ésta la di­
recció n que á nuestro juicio debió
seguir el Paladín y desam orado man-
c h e g o . E l Cam po de C rip ta n a dista
de A rgam asilla cuatro 6 cinco leguas,
que es lo que cam inaba D on Quijote
cada día, que ni aun Rocinante podía
hacer m ayores jornadas; que no le
Iti& erario del Q uijote de A v ella n ed a . 61

daban lu ga r para ello la flaqueza y


años que tenía á cuestas.
A riza. — Don Q uijote manda á S an ­
cho que ponga en un poste de la pía-
za un cartel que ha redactado desa­
fiando á quien dijese que las m ujeres
m erecían ser amadas de los caba­
lleros.
Aventura del melonar.— Don Q uijo­
te desafía á singular batalla al guarda
de un m elonar próximo, á A teca á
quien toifta por Orlando el F urioso,
de cuyas resultas son robados y apa­
leados hidalgo y escudero.
A teca . — Vueltos de sus respectivos
molim ientos hidalgo y escudero, se
dirigeu hacia A teca lam entando la
pérdida de sus caballerías. Mosén
V alentía, cura párroco de A teca , con ­
dolido de la locura de Don Quijote y
sim plicidades de Sancho, los recibe
en su casa y avisa á un barbero para
que los cure de las heridas que re ci­
bieran . E nterado Mosén V aleatín del
paradero de Rocinante y jum ento de
Sancho, dió orden de recobrar y v o l­
v e r á su casa las caballerías de sus
h uésped es.
Zaragoza.— Llegan á Zaragoza el 16
de Septiem bre, á los veiatiseis días
de salir de A rgam asilla y seis des­
pués de celebradas las famosas justas
62 I tin e r a r io d e l Q u ijo te de A v e lla n e d a .

pbjeto de la salida do Don Quijote.


La aventura del azotado da con
Don Quijote en la cárcel, donde se­
guramente lo pasara mal, si su amigo
el sabio Alquife, en la persona de
D . Alvaro Tarfe, no le sacara de tan
obscura y lóbrega mazmorra.
E l rey de Chipre, Bramidan de Ta-
jayunque, reta y emplaza.al desamo­
rado caballero para que en un plazo
de cuarenta días comparezca en la
Corte del rey de España á hacer ba­
talla con él.
Don Quijote sale para la Corte.
En las afueras de la ciudad, en el
sitio denominado A lja fe r ía , se en­
cuentra y uoe Don Quijote al ermita­
ño fray Esteban y al soldado Anto­
nio de Bracam onte.
A ven tu ra de Sancho con el soldado
B ra c a m o n te .— Este se da por ven ci­
do, y Sancho imitando las costumbres
caballerescas le manda ir á su lugar
á verse con su mujer Mari Gutiérrez,
y puesto de rodillas delante de ella
le diga que fué vencido por él en ba­
talla cam pal.
Sancho hace las paces con el mili­
tar y dispensándole de lo concertado
le dice: «Señor soldado, seamos ami­
gos; y en lo de la ida al Toboso á ver­
se con mi mujer, y o le doy licencia
Itin e r a r io d e l Q u ijo te d e A v e ll a n e d a . (iìf

para que lo deje por ahora.* Hase de


advertir que la residencia fija de San^
cho y de su mujer fue siempre en la
Argamasilla de Alba, sin que se sepa
por Cervantes ni por Avellaneda,
que Mari Gutiérrez estuviese nunca
en el Toboso, luego dispensar á Bra­
camonte de que fuese al Toboso á ver­
se con su mujer, es un anacronismo
en el cual no creemos que incurriese
Avellaneda, sino Sancho, que segura­
mente no supo lo que se dijo.
A te c a .— Don Quijote y su escudero
y fray Esteban y el soldado Bracft-
monte reciben alojamiento en casa de
Mosén Valentín. Al día siguiente con­
tinúan su viaje camino de la Corte.
L u g a r de los S a u c e s .— Se detienen
á descansar á la sombra de unos sau­
ces, en la cual hallaron cesteandd á
dos canónigos de Calatayud y á un
jurado de la misma ciudad. A ins­
tancias de Don Quijote, refiere B ra­
camonte el cuento de E l R ico desespe­
ra d o , y el ermitaño fray Esteban el
de los F elices am a n tes. Estos cuentos
los introduce Avellaneda en su obrá
á imitación de E l curioso im pertinente
y la H istoria del cautivo de la obra de
Cervantes, cuya primera parte hubo
de leer repetidas veces el escritor
tordesillesco.
Si- I t i n e r a r i o del Q u ij o t e do Av ella ne da-,

L u g a r de los p in os. —Donde nuestro


buen hidalgo halló á B árbara la m on­
d on guera. Don Q uijote en su loca y
desvariada fantasía la toma p or re i­
na C e n o b ia .
Irueeha. —L u g a r en donde fra y E s­
teban y el soldado Antonio de B ra ­
cam onte se separan de Don Q uijote.
Sancho, p or orden de su amo, a l­
quila al posadero una b o rrica vieja
para lle va r hasta Sigüenza á la reina
Cenobia.
jSigüenza. — Se alojan en la posada
del S o l.
Don Q uijote pone un cartel en la
plaza desafiando á sin gular batalla á
quien no confiese que la gran Ceno­
bia, Reina de las amazonas, es la más
alta y herm osa princesa de la tie rra .
Don Q uijote com pra una muía en
veintiséis ducados para llevar en ella
hasta la Curte á la reina C eiio b ia ,
Venta ó castillo encantado, lu gar de
la aventura de los com ediantes.
A lc a lá de H e n a r e s . — A ventura del
cated rático en m edicina. Don Quijo­
te p ierd e en la refriega caballo, adar­
ga y espada y perdiera tam bién la
vid a á pedradas y m ojicones si la fo r­
tuna no le tuviese para m ayores tra n ­
ces Don Q uijote recupera su p re­
cioso Bocinante, recup era tam bién la
I f t i n e i a r í o fidi Q u i j o t e de A v a M a n e c i a . fi:')

adarga y la espada que fe dice halló


en una pastelería t?n donde habían
sido empeñada? por unos estudiantes.
M adrid. — Reciben cómodo aloja­
miento en pasa de un titular de la
Corte á quien Don Q uijote toma por
el Príncipe de Per ia neo de Persia, de
las casas y casta del Em perador Otón,
amante de la ¡Infanta F lo risb ella y
com petidor del nunca vencido D. Be-
lianis de G recia.
Dice el sabio Alisolan que Don Q u i­
jote halló en casa,del titu lar á su am i­
go D . A lv a ro Tarto y al juez que lue-
ra de las sortijas corridas en ]a calle
del Coso de Zaragoza*
A ven tura con un j^aje del titular y
con un alguacil de C orte.
Batalla de Sancho con el escudero
n egro del re y de C h ip re.
V erifícase en la Real Casa de Cam ­
po el concertado desafío de Don Q u i­
jo te con el gigante Bra midan do Ta-
jayun q ue.
B árbara la mondonguera ingresa
p or cuenta del Archipám pano en una
casa de arrepentidas,
Sancho m anda llam ar á Mari-Gu-
tiérrez y am bos se quedan en la C o r­
te al servicio del A rchipám pano.
Don Q uijote sale para T oledo en
donde le espera la Infanta B u rlerina,
66 I t in e r a r ia del Quijofi« dn ^ ve iU n ^ da .

para que con su valer (».so br^zn libro


á la im perial ciudad del c e r c o en que
la tiene el alevoso príncipe de C ó r­
doba.
Toledo, — Don Quijote, engañado
p o r D . A lv a ro Ta^fe, ingresa en la
Casa del N uncio para curarse de su
enferm edad.
Cuéntase que nuestro buen hidalgo
salió de la Casa del Nuncio; pero
como la locura tarde ó nunca se cura,
se cree que vo lv ió d i nuevo á su p o r­
fiado tema de caballero andante, to ­
mando por campo de sus correrías
los dilatados llanos de Castilla la V ie ­
ja, en los cuales, se dice, qu* le su c e ­
dieron estupendas y jam ás oídas
aven tu ras.
GERVANTES |U f|I |10
Es tan m em orable la fecha de 7 d^
O ctubre de 1^71 en los fastos de nues­
tra historia, v va tan unido á ella el
nom bre del ilustre sabio com pluten­
se, Miguel de Cervantes Sauvedra.
que al h icer la reseña dé la gran v ic ­
toria de L a L ig a , no cabe prescindir
del autor del Q uijote, como no cabo
prescindir tam poco de «aquella alta
ocasión que vieron los siglos pasa­
dos, lo a presentes, ni esperan v e r i s
venideros*, al biografiar, siquiera s- a
ligeram ente, al más insigne principo
de los ingenios españoles.
T re s son las navf>s españolas á que
ha dado im perecedera y justa fama
el nom bre de Cervantes; la M arquesa
en aguas de Lepa rito; la £oZ cuando
al regresar á su querida patria fué
apresada p or le? pirat&s argelinos?, y
el galeón San Mateo en aguas de laa
T erceras.
En la M arquesa em barcó Cervan«
m Cervantes m arino.

tes com o soldado de la com pañía de


D iego de U rbina E ra la M arquesa,
galera española que, mandada per
Santo Prieto, formaba parte de la e s­
cuadra española, que coligada con la
de la SaritH Sede v Señoría de W iie -
cí h habían d o disputar á los turcos el
im perio de los m a re s. Eran por en­
tonces los venecianos dueños y seño­
res de la isla de Chipre y Solín IT,
p or otro nom btv el B o rra ch o ►hijo y
sucesor del famoso Solim án, sultán
de los turcos-; rom piendo la paz ajlis­
tada con la Señoría de V eaecia, se
apoderó por asalto de las ciudades
de N icosia y F am agusta. Esto dió lu ­
g a r á la alianza conocida con el nom­
bre d^ L iga Santa, verificada en M ayo
de 157r entre la Santa Sede, la Señ o­
ría de V enecia y España El mando
suprem o de las fuerzas com binadas
cupo al esforzado capitán D. Juan de
A u stria .
E l día 7 rie O ctubre de 1571, tuvo
lugar el encuentro en aguas de L e ­
pan to de las escuadras turcas y co li­
gad as é inm ediatam ente aprestáron­
se al combate. De más de 300 naves
con 80.000 hom bres se componían
Jas escuadras cristianas, á cu yo n ú ­
mero superaba en hom bres y en ba­
jeles la escuadra de Solim án.
C ervantes m arino.

Trabado el com bate, bastaron no


más que dos horas para dar al traste
con todas las fuerzas enemigas; pere­
ció el generalísim o turco A li-B ajá y
con él más de 200 bajeles de los que
antes com ponían su form idable arm a­
da, y hasta á 30.000 hacen subir a l­
gunos el núm ero de hom bres de las
dotaciones de los buques que sucum ­
bieron en el com bate L a pérdida de
las escuadras coligadas fueron de 15
bajeles y 8.000 hom bres, de éstos,
2.000 se dicen que eran españoles y
entre los cuales figuraba un solda­
do llam ado Miguel de Cervantes Saa­
ved ra, que á bordo de la Marquesa
lib ró del com bate con el estropea -
miento de una mano, estropeam iento
que hubo de darle más tarde el glo­
riosísim o sobrenom bre de Manco de
Lepanto.
R epuesto del estropeam iento de su
mano y de otras dos heridas que en
el pecho recibiera, fuó Cervantes des­
tinado á la com pañía de D. M anuel
Ponce de León, T ercio do L op e de
F igu ero a, coa el cual y bajo e l mando
otra vez de D* Juan de Austria, salió
del puerto de Sicilia para p elear de
lluevo en la conquista de Tnúez y la
G o leta ,
D e regreso en Italia, tomó pasaje
70 O rv n n te» m arino.

para España en la galera Sol en Sep ­


tiem bre de 1575
T ranquila y -felizmente navegaba en
demanda de las contris de su patria,
cuando tuvo lugar i-l fatal encuentro
con la escuadra de piratas argelino«,
á cuyas fuerzas se rindió la Sol, des­
pués de reñido y porfiada com bate.
Hecha la distribución de los cautivos,
tocó C ervantes al propio Dalí Mami
que los había apresado, en cuyo cau ­
tiverio perm aneció cinco años, y de
regreso al fin en üVpafia, el que du­
rante tanto tiempo había sabido su­
frir los rigo res de una estrecha y p e ­
nosa esclavitud, se alistó como v o ­
luntario para la guerra con Portuujíil.
Concurrió des pues con el marqués
de Santa Cruz á la conquista de las
T ercera s, em barcado en el galeón
San Mateo, que fue uno de los que más
se distinguieron en tan sin gular com­
bate. Había tres buques franceses
para cada bajel español, dice F e r ­
nández D uro, y sobro el San Mateo„
que se hallaba rezagado, cayeron la
capitana y otros de superior porte;
viéndole tan fuertem ente atacado é
incendiado por cin^o vécesv viró nues­
tro general, reconcentrando todos los
demás en su ayuda. L a alm iranta
francesa fuó totalmente destruida: la
Cervantes marino. 71

capitana se desatracó del San Mateo


y, aprovechando la ocasión para a b o r ­
darla, la rindió el Marqués, después
de una horrorosa matanza en que su­
cum bieron más de 400 franceses.
R etirado Cervantes del noble y
hr-nroso ejercicio de las armas, des­
em peñó en tierra servicios que, como
propios de marinos, hemos í^mbién
de considerar. A las órdenes del Con-
sejorcj, Antonio de G aovara, desem pe­
ñó el cargo de Gomieario de H acien­
da, para p ro veer de víveres á L a I n ­
ven cib le. D isuelta ésta, siguió G u eva ­
ra y con él Cervantes, encargados
igualm ente de p ro veer de víve re s ó
las Arm adas y fi tas de Indias; por
lo tanto, será fuerza considerar como
marino á quién, como Cervantes, p e ­
leó en L epan to,ú bordo de la M arque­
sa ; en Túnez y la Goleta, hsjo las ó r ­
denes del esforzado capitán D- Juan
de Austria; contra los piratas a rgeli­
nos á bordo de la S o l , y contra los
franceses en aguas do Jas Terceras,
em barcado en el galeón San Mateoy
bajo las órdenes del más ilustre é in ­
trépido m arino de la época D. A lv a ­
ro de Bazán.
EL QUIJOTE HITE El H i E

Apasionados escritores del inm or­


tal cnanto desgraciado manco de L e ­
pante, en su constante afán de escu­
driñar sus obras para poner de m ani­
fiesto, ya en una forma, ya en otra,
toda la fecundidad de tan apreciable
ingenio, nos lo presentan con títulos
de tan honrosas y distintas profesio­
nes que no falta quien lo h aga com o
peritísim o geógrafo por las m uchas
citas de sus obras; quien como enten­
dido m édico p or las sabias y atin a­
das observaciones que hace de la
ciencia de H ipócrates y Galeno; quien
como arrojado militar, por que con
arrojo m ilitara en los T ercios de Mon­
eada y F igu eroa, y quien como in tré­
pido marino, porque á bordo de n a­
ves españolas peleara prim ero en Le-
panto con D . Juan de Austria, des­
pués en N avarino y la Goleta y más
74 El Q uijote a n te la h igien e.

tard e en las T erceras bajo las ó rd e ­


nes del esclarecido m arqués de Santa
C ruz,
A nosotros toca hoy presentarlo
como el más prudente y sabio h igie­
nista, pues no ha lugar á duda qu e
una de las divisas que mostrara en su
estandarte el esforzado paladín man-
cliego era la de la higiene, la de la
higiene propiam ente dicha, la de la
higiene social, la de la higiene do las
costum bres, esto es, la higiene del
alma unida con la higiene del cuerpo»
ó lo que es igual, la higiene de la sa ­
lud juntam ente con la higiene de la
conciencia.
Im pelido por su generosidad, sale
un día de su casa el afam ado caballe­
ro y al abandonar su hacienda y con
ella las com odidades y regalos p ro­
pios de su casa, se entrega en los an­
tojadizos brazos de la fortuna, para
que le lle v e donde más fuese se rv i­
da; pero sin que le guíe otro interés
que el interés suprem o del bien, el
socorro del oprim ido, el am paro del
menesteroso, el ayuda del débil en
una palabra, el sacrosanto in terés de
la ju sticia.
L leg a un día m altrecho y malferido
á la ven ta en donde M aritornes ser­
vía, y qu eriendo m ostrar su linaje á
E l (¿nijoto an te la higien e.

la ventera la llama venturosa por h a­


ber alojado en su castillo a persona
de su calidad, «que si yo no la alabo,
dice, es por lo que suele decirse que
la alabanza p ropia envilece.
A paleado en ocasiones, no se due­
le de m agullam ientos ni heridas, que
las heridas que se reciben en las b a ­
tallas, antes dan honra q u e ía quitan,
duélese más de las afecciones m ora­
les, porque los dolores del cuerpo,
dice, pueden curarse con bizmas; pero
los dolores del alma no se curan con
emplastos.
De regreso en su casa Don Q uijote
de su prim era salida, y m ie n t r a s le
dura el paroxism o de su m agulla­
m iento, el C ura y el B arbero llevan
á cabo el escrutinio de su librería,
medida de pura higiene del alma;
pero ya es tarde, la higiene sirve más
para evita r que para curar; la enfer­
medad habíase infiltrado demasiado
en el cerebro del pobre hidalgo man-
chego-
E n la descripción que hace á los
cab reros sobre la edad dorada, dice
que entonces se doraban los concep­
tos amorosos del alm a sim ple y sen ­
cillam ente del mismo modo y m anera
que ella los concebía, no había, dice,
el fraude, el engaño ni la malicia
7(i E l Q u i j o t e u n t e ln L i d i e n # .

m ezcládose con la verdad y llaneza.


L a justioia se estab? en sus propios
térm inos, sin que la osasen turbar ai
ofender el favo r n i el interés, que
tañto ahora, la m enoscaba, turba y
p e rsig u e .
L a ley del encaje aun no existía,
p orque entonces no había que juzgar
ni quien fuese ju z g a d o .
L as doncellas y la honestidad an­
daban p or donde quiera, sin tem er á
que la ajena desenvoltura y lascivo
intento las m enoscabasen, y su p er­
dición nacía de su gusto y propia v o ­
lu n tad . Y ahora en estos detestables
siglos, no está segura ninguna, au n ­
que la oculte otro nu evo laberinto
como el de C reta.
D e triste recordación será siem pre
para Sancho, cual molim iento de las
estacas, la noche que precediera al
día de la aventura del yelm o de Mam-
brino, por las congojas que lle^ ara á
su alma el tem eroso ru id o del in ce­
sable golpear de los mazos de los b a ­
tanes, cuyas congojas trocáronse en
raudales de risa, cuando ya de día,
vino en conocim iento, que golpes de
batanes y no otra cosa fuera lo que
tan suspenso y m edroso le tuvo toda
la noche; pero fueron tales las mues­
tras de su alegría que Don Quijote
El Q uijote an te la h ig ien e. 77

tomando á burla las risas de su escu­


dero, alzó el lanzón y le asestó dos
palos en las espaldas, advirtiendo que
en adelante se abstuviese de h ablar
demasiado con él «que jam ás he ha­
llado, dice, que ningún escudero h a­
blase tanto con su Señor como tú con
el tuyo, y en verdad que lo tengo á
gran falta tuya y mía: tu ya, en que
me estim as en poco; mía, en que no
me dejo estim ar en m á s. De todo lo
que he dicho has de inferir. Sancho,
que es m enester hacer diferencia de
amo á mozo, de Señor á criado y de
caballero á escudero: así que, desde
hoy en adelante nos hemos de tratar
con más respeto, porque después de
á los padres á los amos se han de res­
petar como si lo fuesen *
En la plática que sostiene Don
Quijote con D. D iego de Miranda,
danse uño y otro reglas y fórm ulas
de buena higiene social y religiosa.
A l darse á conocer el del V erde
Gabán, dice, que él es caballero mas
que m edianamente r ic o . A lguna vez
com o con mis vecinos y amigos, y mu
chas veces los convido; son mis con ­
vites lim pios y aseados, y 110 nada es«
casos; ni gusto de m urm urar, ni con ­
siento que delante de mí se murmure;
no escudriño las vidas ajenas, ni soy
7K BÍ Q uijote a n te la iiíg id n e .

lince de los hechos de los otros; oigo


misa cada día, reparto mis bienes con
los pobres, sin hacer alarde de las
buenas obras por no dar entrada en
mi corazón á la hipocresía y va n a g lo ­
ria; procuro poner en paz los que sé
q u e están desavenidos; soy devoto de
N uestra Señora y confío siem pre en
la m isericordia infinita de Dios N ues­
tro Señ or,
Mas adelante Don Quijote refirién­
dose á D . L orenzo, hijo m ayor de
D . Diego, dice que a los hijos, por
que son pedazos de las entrañas de
sus padres, se los ha de qu erer ya
sean buenos ó malos, y que á los p a ­
dres toca el encam inarlos desde pe­
queños por los pasos de la virtud, de
la buena crianza y de las buenas y
cristianas costumbres: para que cuan­
do grandes sean báculos de la vejez
de sus padres y gloria de su p oste­
ridad,
Cuando ya D on Q uijote en casa de
los D uques asiste un día al banquete
que éstos dieran en su honor, concu­
rre tam bién como comensal el cape­
llán de la casa, quien no sabiendo
como eclesiástico melindroso, sopor­
tar con sabiduría los disparates y san­
deces de ámo y escudero, reprende
duram ente á Don Quijote, y después
El (¿tiijote a n t e la h ig ie n e . 70

de aguantar la respuesta de éste se


levanta de la mesa y se m archa de la
casa, sin que fuesen p arte á deten er­
le los ruegos de los D uques, los cu a­
les, lib re de la enfadosa presencia del
eclesiástico, dan á Don Quijote toda
clase de satisfacciones diciéndole;
vuesa merced, señor ca b a lle ro de los
Leones, ha respondido por sí tan a l­
tamente, que no le queda cosa por sa­
tisfacer de ésto aunque parece a g ra ­
vio, nu lo es en ninguna manera, p o r­
que así como no agravian las m uje­
res, no agravian los eclesiásticos,
com o vuesa merced m ejor sabe. Así
es, respondió Don Quijote, y la causa
es que el que no puede ser a g r a v ia ­
do, no puede agra via r á nadie. Las
mujeres, los niños y los eclesiásticos,
como no pueden defenderse aunque
sean ofendidos, no pueden ser afren-
tados. La afrenta viene siem pre de
parte de quien la puede hacer y la pue­
da sustentar; el agravio puede ven ir
de cu alquier parte sin que afrente.
E n el capítulo X L II refiriéndose á
los consejos que da Don Quijote á
Sancho antes de partir éste para el
gobierno de la ínsula, cu ya m erced
le fuera otorgada por la liberalidad
de los Duques, hállanse á porfía, más
que en otra parte de la fábula, conse­
80 Q uijote a n te la higiene.

jos tantos y tan sanos y de tan alta


m oralidad política y social, qu e ellos
solos fueran bastantes y más que so ­
brados para dar á cu alquiera que no
fuese C ervantes patente de gran m o­
ralista.
Como enum erar todos los consejos
que diera D on Q uijote á Sancho, s e ­
ría h acer dem asiado la rg o este ar­
tículo, cosa que está fuera de nuestro
ánimo, extractarem os sólo aquellos
que más encajen dentro de las co n d i­
ciones del periódico y dentro tam ­
bién de las condiciones de e&te tra ­
b ajo .
Estate, pues, atento, le dice, á este
tu Catón que quiere aconsejarte, y
ser norte y guía que te encam ine y
saque á seguro puerto de este mar
proceloso donde vas á engolfarte.
P rim eram ente has de tem er á Dios,
p orque en e l tem erle está la sabidu­
ría, y siendo sabio no podrás errar en
nada.
L o segundo, has de poner los ojos
en quien eres, procurando conocerte á
ti mismo, que es el más difícil conoei-
miento que puede im aginarse. Del
conocerte saldrá el no hincharte como
la rana, que quiso igu alarse al b u e y.
Haz gala, Sancho, de la hum ildad
de tu linaje, y préciate más de ser hu-
El Q u ij ote a n t e In h ig ie n e -

naide virtuoso, que pecador soberbio,


porque si la sangre se hereda, la v i r ­
tud se aquilata, y la virtu d va le por
si sola lo que la sangre no v a le .
Si acaso doblares la vara de la ju s­
ticia, no sea con el peso de la dádiva,
sino con el de la m isericordia.
A l que has de castigar con obras
no trates mal de p alabras, pues le
basta al desdichado la pena del su­
plicio sin la añadidura de las m alas
ra z o n e s.
En lo que toca á como has de g o ­
bernar tu casa y tu persona, lo p ri­
m ero que te encargo es que seas lim ­
pio y que te cortes las uñas, sin de­
jarlas crecer com o algunos hacen á
quien su ignorancia les ha dado á en ­
tender que las uñas largas les her­
m osean las m an o s,
Si has de dar libreas á tus criados,
dásela honesta y provechosa, más que
vistosa y bizarra y repártelas e n tre
tus criados y los pobres, y así ten ­
drás paje para el cielo y para el suelo.
Come poco y cena más poco, q u e
la salud de todo el cuerpo se fragu a
en las oficinas del estóm ago.
Ten cuenta, Sancho, de no m ascar
á dos carrillo s ni de eructar delante
de n a d ie . En verdad, Señor, dijo San­
cho, que uno de los consejos y avisos
32 El Q u ijo te a n te la. h ig ie n e .

que pienso lle va r eñ la m em oria ha


de ser el de no regoldar, p orq u e lo
suelo hacer m uy á m en u d o.
Y por últim o, se tem plado en el
beber, considerando que e l vino de­
m asiado ni guarda secreto n i cum ple
palab ra*
E d ur) lu g a r
d e la M a n c h a ...

Hay un lugar en la Mancha cuyo


nom bra producía espanto en la m e­
m oria de C ervantes, siem pre que por
algo veíase obligado á recordarlo tan
esclarecido in g en ia . L u g a r famoso
por que se dice que en él fue escrita
la ob ra más adm irable de la litera-
tura clásica un iversal y por que se
dice tam bién que era p atria del p ro ­
tagonista de esa misma obra C um ­
plim iento exacto de un deber h icie­
ron desp ertar de tal manera los odios
contra sí, que ello sólo bastó para ser
encarcelado, y no es extrnño que el
hom bre se niegue á recordar el lu ga r
donde tales am arguras se p asa ra n .
Cuéntase que lib re Cervantes de
los disgustos, sinsabores y pública
vergüenza que le proporcionara el
d esfalco de que fue acusado de una
Oí En mi lu£ftr de la Mad cha.

cantidad procedènte de la recauda­


ción de Vélez-M álaga, se trasladó á la
M ancha á cobrar los diezmos corres­
pondientes al P riorato de San Juan.
E ra A rgam asilla d e A lba, uno de los
p ueblos de aquella región que más
atrasado se hallaba en el pugo de este
impuesto, y cuyos vecinos, tem iendo
que C ervantes llevase á cabo el a p re ­
mio, lo encerraron, según se cuenta,
en los sótanos de la casa llam ada de
Medrano. Kn tsn obscura y estrecha
cárcel, dícese que ideó y escribió la
prim era parte d e l Q u ijote, según él
mismo afirm a y según afirm a tam­
bién su contem poráneo y apócrifo
A vellaneda, «¿qué podría engendrar,
dice, el estéril y mal cultivado in ge­
nio mío, sino la historia de un hijo
seco, avellanado, antojadizo v lleno
de pensam ientos varios y nunca ima­
ginados de otro alguno; bien como
quien se engendré en u n a cárcel, donde
toda in com odidad tiene su asiento , y
donde todo triste ruido hace su h a b i­
tación»; pero no fai .a pues quien ase­
g u ra, que la cárcel en donde se en­
gendró el Q u ijote y á que se refiere
el propio Cervantes, no fué en la de
A rgam asilla de A lba, sino en la de
S evilla, en donde se dice que estuvo
igualm ente preso por descubierto de
fin n i lu g a r de la M h-d o Li h .

caudales, el célebre Mateo Alem án,


cu ya cárcel le sugirió tam bién la idea
p ara escribir su famosa n o vela pica-
resca titulada A v en tu ra s y vida de
G uzm án de A lfa r a é h e , A ta la y a de la
vida hum an a , que inm ortalizó su nom­
bre y que es una feliz im itación del
L a za rillo de T orm es , de H urtado de
Mendoza*
Se dice que C ervantes, burlando la
vigilancia de que era objeto p or p ar­
te de los de Argam asilla, consiguió
escapar de casa de M edrano, y hu­
yendo hasta el Toboso, lu gar de la
p rovincia de Toledo, recibió franca y
noble hospitalidad en casa del rico
labrador L orenzo Core huelo, á donde
llegara anochecido; p ero como tras
él llegasen tam bién al Toboso sus p er­
seguidores, enterados de que C e rv a n ­
tes habíase refugiado en casa de Cor-
chuelo, pidieron á éste la entrega del
S a ca m a n te ca , nombre con que enton­
ces conocíase en la Mancha á los r e ­
caudadores del diezmo. L orenzo tra ­
ta de ocultar á su huésped y protesta
de que C ervantes se halle en su casa;
p ero su hija, la que más tarde sirvie­
ra á C ervantes para que el p rotago­
nista de su ingeniosa fábula fijase en
ella todo el raudal y grandeza de su
locura, la sin par D ulcinea, delata á
fifí É n tin iiiga,r de la M an etm .

aquellos foragidos el lu ga r donde C e r­


vantes se halla y les indica el sitio
p o r donde pueden subir para llegar
al paraje donde se oculta- L os de A r ­
gam asilla se apoderan de nuevo del
recaudador del diezmo y mal, m uy
mal lo hubiese pasado- de no mediar
en su fa vo r el propio L orenzo Cor-
chuelo, á cuyas desaforadas voces
acudieron los de la Santa Hermandad
consiguiendo arrancarle de manos de
sus tenaces y porfiados enemigos.
A h ora bien; reconstituyendo y dan­
do fe á la leyenda y á los com entaris­
tas del Ingenioso H idalgo, P ellicer,
F ernández de N avarrete, Clem encín
y otros m uchos ¿será éste acaso aque l
lu gar de la M ancha á que se refiere
C ervantes en el com ienzo de su obra
y de cu yo nom bre no quiso acordar-
darse? (1) por que es indudable, que
ha de p roducir am argura en nuestro
ánimo y ha de resu lta r ingrato- siem­
p re á nuestra memoria, el recuerdo
de aquellas cosas que dieron luíxar á
m omentos tristes de nuestro p asador
de donde se deduce que g rav es a ve n ­
turas y no m uchas bienandanzas de-

(1) Sa aaeguna, qne Alonso Quijano era n&tnr&l


del T o b o s o y q u e aun ú l t i m o » «.ñoa iob pa só en A r -
gÉnaasilIa.
En nn lngiir do la M ancha.

bió ocurrirle á Cervantes en aquel lu ­


gar de la Mancha, del que tan m ani­
fiestamente dem ostró que no quería
a co rd a rse.
Gervantes y Avellaneda

N íh ü novum sub solé , no hay nada


nuevo en el m ando, ha dicho un p oe­
ta, y al desfilar ante la fantasía de su
poética im aginación todas las crea­
ciones m aravillosas, detúvose adm i­
rado ante la obra de C ervantes, y
conviniendo con el adagio de que no
hay regla sin excepción, fijó como
excepción de la suya el In genioso H i­
dalgo D o n Q u ijote de la M an ch a , ese
precioso monumento de nuestra lite ­
ratura. que ha sido y será siem pre la
envidia d é lo s pueblos extranjeros.
Di cese que Cervantes, durante su
prisión en casa de Medrano, Alcalde
de Argam asilla de Alba, iáéó y escri­
bió la prim era parte de la obra que
había de hacerle inm ortal y que h a­
bía de darle más tarde el titulo de-
Principe de los Ingenios españoles. No
era esta ob ra otra que el Ingenioso Ili-
C erran tes y A v ella n ed a 90

dalgo Don Quijote de la Mancha, en


que trata su autor de ridiculizar en
lo posible y desterrar por com pleto
los perniciosos y extravagan tes lib ro s
de caballería tan en auge en aq u e­
llos tiem pos y que tan corrom pidas
traían las costum bres sociales de la
época; «pues no ha sido otro mi de­
seo— d ecía — que poner en ab o rreci­
miento de los hom bres las ñngidas y
disparatadas historias de los libros
de caballerías*.
Como tipo protagonista de su obra,
tomó Cervantes á un tal Quesada,
vecin o de A rgam asilla de A lb a . E ra
el tal hidalgo m anchego tan e x tre ­
madam ente alto y de aspecto tan en­
juto, que entre sus convecinos era
solo conocido por el mote de Quijada.
P ara el papel de doña Dulcinea,
elig ió según las más acertadas opi~
niones, á la hija de un rico labrador
d e l Toboso, llam ado L orenzo Cor-
ch uelo, por quien su lugar, dice, será
fam oso y nom brado en los venideros
siglos, com o lo ha sido T ro ya p or
E len a y España p or la Ca^ a. (1)
E l p rivilegio para la im presión del
Quijote, lo obtu vo Cervantes con fe-
(0 Fernández da Xav&rrete dice que D.* D u lci­
nea se Uam6 Ana y que fu i herm ana del D octor
Zarco de Morales-
ÍU C orvantes y A v«llatieda
cha 26 de Septiem bre de 1604 . A n tes
de lle va rlo á la im prenta acudió á
don Alonso L ópez de Zúríiga y Soto-
m ayor, séptim o D uque de B éjar,
para que patrocinase la obra y acep*
tase la dedicatoria de la misma; m os­
tró reparo al principio; p ero luego
que C ervantes le leyó algunas p á ­
ginas convino en aceptarla con agra­
do. Inm ediatam ente fue entregada á
la im prenta, y vio la luz pública en
los prim eros meses del mguien te año
de 1605 .
L a prim era parte del Quijote fué
tan fríamente acogida por el público
en general, que no faltó quien b u r­
lándose de tan extravagante título
tildase á su autor con los más feos
epítetos. Convencido tn ton ces Cer-
vantes de que sus lectores no com ­
prendían el mérito del Q uijote, p u ­
blicó un folleto anónim o que bajo el
titulo de BuscMpie y Borrádmelo ( 1)
aparentaba criticar la obra, e x p o ­
niendo al paso las bellezas y cl^ve
d é la m ism a. Tan ingenioso medio
surtió los efectos apetecidos por
cuanto que el mismo año se hicieron
hasta tres ediciones en castellano y
fué ve rtid o á varios idiom as euro-
(1) D. Martín Ferdández de Kavarrete y *’le-
m euoin, ao con form e con «xigtenuiii de
esta lib elo.
(Jervanhes y A v e l l a n e d a

peos. Esta m ultiplicación de edicio­


nes nos recuerda las palabras que
Gíde fía m ete B en én g e li , pone en boca
del bach iller Sansón C arrasco, refi­
riéndose á la prim era p arte del Q ui­
jo te . «Es tan verdad, Señor, dijo
Sansón, dirigiéndose á Don Quijote,
que tengo para mí que el día de hoy
están im presos más de doce mil li­
bros de la tal historia; si no dígalo
Portugal, B arcelona y V alencia, don­
de se han im preso, y aun hay fama
que se está im prim iendo en Am beres,
y á mi se me trasluce que no ha de
haber nación ni lengua donde no se
traduzca, — y más adelante dice:—
«porque es tan clara, que no hay
cosa que dificultar en ella; los Diños
la m anosean, los mozos la leen, los
hom bres la entienden, y los viejos la
celebran, y finalm ente, es tan tri­
llada y tan leida y tan sabida de todo
género de gentes, que apenas han
visto algún rocín flaco cuando dicen:
a lli va R o cin a n te . No hay antecám ara
de Señor donde no se halle un Don
Quijote: unos le toman si otros le d e ­
jan; estos le em bisten y aquellos le
p id en . Finalm ente, Ja tal historia es
del más gustoso y menos perjudicial
entretenim iento que hasta ahora se
h aya visto, porque en toda ella no se
Cervantes y Avellaneda

descubre ni .por sem ejas una palabra


deshonesta, ni un pensamiento menos
que católico» Si con lo expuesto no
bastara para dem ostrar que C ervan ­
tes, por otro nom bre Cide Ham ete
B en en g eii , presentía el m aravilloso r e ­
sultado de su obra, bastara con trans-
crib ir las palabras que más adelante,
en el capítulo L X X I, puso eu boca
del graciosísim o Sancho: «Yo apos­
taré, dijo S a rd io , que antes de m u­
cho tiem po no ha de haber bodegón,
venta ni mesón 6 tienda de barbero,
donde no ande pintada la historia de
nuestras h azañ as. >
En 1610 se publicó en Milán una
edición en castellano de dicha p ri­
mera parte, con la dedicatoria de Su
M ecenas el Duque de Be jar, susti­
tuida por otra al Conde Y italian o, (3 )
de la cu al son aquellas m em orables
palabras que jam ás olvidarem os por
lo que significan respecto á la obra
de C ervantes y respecto á nuestro
idiom a castellano: <sin hacerlo tra ­
ducir en lengua tosca na, dicen los
editores al Conde, por no le quitar su
gracia, que más se m uestran en su
lenguaje natural que en ningún tras­
lado» .

(3) Blanco A senjo-Espaiia M oderna.


CeíVftutee y A vellanada. ‘Jt

Un año antes de ve r la luz pública


la segunda parte del Q uijote, en
1 .614 , apareció en T arragon a otra
bajo el mismo título por un plagiario
de C ervantes disfrazado con e l p seu­
dónimo de Alonso F ernández de
A vellan ed a, que se decía ser natural
de Tordesiíla; pero C ervan tes ase­
gu ra sin em bargo que su patria era
A ragón y su profesión sacerdote del
Santo oficio. (1)
A lgu n o s escritores quijotistas, más
partidarios y defensores de A v e lla ­
neda que de Cervantes, banse em­
peñado en dem ostrar no solo que el
Quijote de aquél no desm erece en
nada del de éste, sino más arin, que
si el escritor tordesillesco no h u ­
biese publicado su obra, Cervantes
no hubiera escrito tampoco- la se­
gunda parte de la suya; pero lejos de
eso, fnerza es decir á quien tales y
tales absurdos sustentan, que, ó 110
han leido á Cervantes ó no lo com ­
prendieron, pues cuanto á Jo p ri­
m ero, á nadie se le oculta la diferen­
cia que existe entre la herm osura de
una y otra obra, (2) y en cuanto á lo
(.11 Se dico que era confesor rleFslip« III y
£U veril micro nom bra era Km y Luis de A liaga y
utroe dicten qne Huiz d® A la tli n .
(í) C em ennlii llam a h la obra, de A vellaneda el
'ra^ech o ¿¿uijo te.
95 C a r v a n t s a x A v e l l a ned»

segundo, bien claroy term inante dej a


su pensam iento de continuarla con lá
tercera salida de Don Q uijote en el
capítulo L II y último de la prim era
parte; mas si t>sto no bastara á con ­
ven cer á esos qu ijo tista s a v ella n a d o *,
lean el p ró lo go de las N ovelas E jem ­
plares que dedicó á Don P ed ro F e r ­
nández de Castro, Conde de Lem os,
en 16 t 3 , un año antes de que viera
la lu z pública el Quijote de A v e lla ­
neda, en cuyo escrito anunciaba y a
la conclusión de la segunda p arte dé
su obra, *y con brevedad, verás, dice
al Conde* dilatadas las hazañas de Don
Q uijote y donaires de Sancho Panza*»
E l apócrifo A vellan ed a no contento
con rob ar á C ervantes su p en sa­
miento, se desató en su lib ro con un,
d iluvio de im properios y baldones,
se b u rla b a de sus se rvicio s m ilitares
llam ándole m anco, reíase de su po­
breza y hasta se m ofaba de su a v a n ­
zada edad, com o si el ser manco, po~
b re y viejo fuese algún delito. A todas
estas in ju rias contestó Cervantes en
el p rólogo de la segunda p arte del
Quijote; respecto á la de m anco le
decía que el estropeam iento de su
mano no había nacido en la taberna,
sino en la más a lta ocasión que vie­
ron ios siglos pasados, los presentes,
C ervantes y A vellanada. %

ni esperan ver los venideros, y á la


de viejo, que no había estado en su
mano detener el tiem po y que no se
escribía con las canas, sino con el en­
tendim iento, ol cual suele m ejorarse
oon los afios.
**

De la lectura del Q uijote se deduce


y á nadie se le oculta, que el co n ­
junto y lenguaje de la segunda parte
de tan ingeniosa obra, es más rico y
elegante que el de la prim era, ya lo
ha dicho un escritor cuyo nom bre
sentim os no recordar, que la segunda
p arte es más filosófica, las aventuras
de Don Q uijote revisten un carácter
más fantástico que en la prim era, y
hasta el carácter de Sancho resulta
más sim pático, en cu yos innegables
hechos vem os corroborada la verdad
de aquel refrán castellano de que no
h ay regla sin excepción, y desm en­
tido por consiguiente aquél otro de
que nunca segundas partes fueron
buenas, puesto p or C ervantes en
boca del bachiller Sansón C a rra sc o .
E n Enero de 1615 , solicitó C er­
vantes licencia para entregar á la
im prenta la segunda parte del Q ui­
jote, dedicada á D . Pedro Fernández,
de Castro, Conde de Lemos, á la sa­
97 C ervantes y Ax-eUane<ia

zón v irre y de Ñ apóles. Aludiendo en


ella al Quijote de Fernández de A v e ­
llaneda, dice: «porque es mucha la
p risa que de todas partes me dan de
que ie envíe, para quitar ei amargo y
la náusea que ha cqusado otro Don
Quijote, que con nom bre de segunda
parte se ha disfrazado y corrido por
el orbe: y el que más ha m ostrado
d esearle ha sido el gran em perador
de la China, pues en lengua chinesca
h abrá un mes que me f-scribió una
carta con un propio, pidiéndome, ó
p or m ejor decir, suplicándom e se le
enviase, pues quería fundar un c o ­
legio donde se leyese la lengu a cas­
tellana, y quería que el libro que se
leyese fuese el de la historia de Don
Quijote. > Term ina la dedicatoria ofre­
ciendo al Conde de Lem os los Tra­
bajoi de Pérsiles y Segismundo, libro,
dice, á quien daré fin dentro de
cuatro meses; el cual ha de ser, ó el
más malo ó el m ejor que en nuestra
lengua se haya compuesto; y digo
que me arrepiento de h aber dicho el
más malo, por que según la opinión
de mis am igos, ha de lle g a r ai e x ­
trem o de bondad posible » E sta obra
fuó la ultim a que produjo la privi-
ligiada im aginación de Cervantes, y
aun que la tenía term inada antes de
C ervantes y A vellan ed a 38

contraer la enferm edad que le lle ­


vara á la tum ba, no se publicó hasta
un año después de su m uerte, y cu ya
obra si bien es cierto que no llegó á
m e r e c e r lo s elogios que de ella h i ­
ciera su autor, publicáronse, sin em­
b argo, varias ediciones en castellano
y mereció los honores de ser tradu­
cida á varios idiom as europ eos.
Muchas y em bozadas son las a lu ­
siones que en la segunda parte del
Quijote hace Cervantes del libro d«
A v ellan ed a. Un escrito r m uy cono­
cido, pero cuyo nom bre no re co r­
damos, dice que cuando aquél llegó
á manos de Cervantes se hallaba éste
en el capítulo L IX . de su segunda
parte, y verdaderam ente que en el
expresado capítulo se hacen a lu ­
siones; pero alusiones tan terminan*
tes, tan precisas y tun claras, que no
pueden dar lu gar á la más pequeña
duda.
*
**
Según el plan cronológico que
precede á las ediciones de la R eal
A cadem ia Española, hecho por el
individuo de número de aquella C or­
poración, D. V icente de los Ríos, la
tercera y últim a salida que hizo don
Quijote de su lugar; duró ochenta y
90 C¡ervn.nt.e3 y A v ella n ed a

siete días, desdo el 3 de O ctubre


hasta el 29 de D iciem bre. E l 30 de
N oviem bi'e llegaron á Barcelona el
h idalgo m anchego y su escu dero
Sancho Panza ( 1) hospedándose en
casa de D. A ntonio Moreno, rico y
caballero discreto do aqu ella Ciudad
que gustó de tan grata y deleitable
compañía, hasta el 18 del mismo
mes, en que convaleciente aún de loa
seis días qne estuvo en cama, ma-
rrido, triste y pensativo de resulta
del vencim iento con el caballero de
la Blanca Luna, partió de allí para
los cam pos del M ontiel, obligado por
las condiciones del desafío. E l 1 . u de
D iciem bre, día siguiente al on que
Don Quijote llegara á Barcelona, tu vo
lu gar en casa de D, Antonio M oreno
el suceso de la cabeza encantada, d es­
p ués de cu ya aven tura salió Don
Quijote, Sancho y dos criados de don
Antonio á dar un paseo por la ciudad,
y entrándose en una emprenta a ce r­
cóse á un cajón y vió que estaban
corrigiendo un pliego de un libro que

(1) Cervantes en eL capitulo LXI cU la segunda


parte, dice que 3>. Quijote llegó k B arcelona la
víspera del dia de San Jtian, D. Antonio fcxiinaDo
un su Jtp b h g ic <?í Jtfigue! de Geiva'ntes, pnblicada «n
1806, ha dicho qne el Q uijote com o fábula, todo es
im aginario y qne la cronología del tiem po im agi­
nario no debe calcularse por los calendarios del
tiempo verdadero.
C ervantes y A.ve]lanerU 100

se titulaba L u z del alm a, pasó de allí


á otro cajón y preguntando por el
título del que corregían , le dijeron
que se llam aba L a segztnda parte d el
ingenioso h idalgo don Q u ijote de la
M a n ch a , com puesta por un tal vecino
de TordesiUa Y a yo tengo noticia de
este libro, dijo don Quijote; y en
verd ad y ea mí conciencia que pensé
que ya estaba quem ado y hecho p ol­
vo p or im pertinente; pero su San
Martín le llegará como á cada p u er­
co; que las historias fingidas tanto
tienen de buenas y deleitables cuan­
to se llegan á h verdad ó la sem e­
janza del las, y las verdaderas tanto
son m ejores cuanto son más verda-
d e ra s*.
Más adelante, en el capítulo L X X
refiriéndose á la m uerte y resu rrec­
ción de A ltisidora, pregunta Sancho
á la doncella le cuente lo que haya
visto en el infierno, porque quien
m uere desesperado p or fuerza ha de
ten er aquel paradero* <Yo no he en­
trado en el inñerno» dice A ltisidora,
que si allá entrara no pudiera salir
dól aunque q u isiera. L a verdad es
que llegué á la puerta, adonde esta­
ban jugando hasta ana docena de
diablos á la pelota. . y lo que más
me adm iró fue que le servían en lu ­
1Ó1 Cervantes y A vellanada

g ar de pelotas libros, a] p arecer lle ­


nos de viento y de borra, cosa m ara­
villosa y n u ev a .. . . mas hay otra
cosa, que tam bién me admiró, y fue
que al pririior boleo 110 quedaba p e­
lota en p ie ni de provecho para ser­
v ir otra vez, y así m enudeaban libros
nu evos y viejos, que era una m ara­
villa. A uno de ellos, nuevo, fla­
m ante y bien encuadernado, le die­
ron un papirotazo que le sacaron
las tripas y le esparcieron las hojas.
Dijo un diablo á otro: m irad que
lib ro es ese, y el diablo le respondió:
esta es la Segunda parte del ingenioso
hidalgo Don Quijote d é l a Mancha, no
compuesta por Gide H am ete su prim er
autor, sino p o r nn aragonés, que él
dice ser natural d e T ordesilla. Q u i­
tádm ele de ahí, respondió el otro
diablo, y m e t e d l e en los abismos del
infierno, no le vean más mis ojo s.
¿Tan m alo es? respondió el otro. Tan
malo, replicó el prim ero, que si de
propósito y o mismo me pusiera á
hacerle peor, no a c e r tá r a . >
#**
Quien h aya leido las ediciones del
Q uijote de 1605 , habrá observado sin
duda, á poco que haya fijado su aten­
ción, en lo s descuidos en que ineu-
C ervantes y A vellaneda, 102

rrió C ervantes en dicha prim era


parte, descuidos que prueban que
cuando aquél escribió su ingeniosa
fábula la dio á la im prenta sin p arar­
se á co rregirla.
En e l año 1.008 se hizo una nueva
edición con algunos pasages co rre ­
gidos por el mismo C ervantes, de­
jando de co rre g ir otros muchos, entre
ellos los que se refieren á la pérdida
del rucio de Sancho Panza* En el
capítulo X X III, se cita por prim era
vez el hurto del asno de Sancho por
Ginós de Pasam ente, 110 ocupándose
de rob ar á Rocinante, dice, por ser
prenda tan mala para empeñada
com o para vendida. * H asta el ca­
pítulo X X X , no recup era Sancho su
jum ento, y sin em bargo, en los siete
capítulos interm edios lo hace C ervan ­
tes apearse varias veces de su asno.
E n el mismo capítulo X X III en que
le roban á Sancho su jum ento, le hace
segu ir cargado con todo aquello que
había de lle v a r el rucio; pero en esto,
dice, alzó los ojos y vio que su amo
estaba parado, procurando con la
punta del lanzón alzar no sé que
bulto que estaba caído en el suelo,
p or lo cual se dió priesa á llega r á
allu darle si fuese m enester; y cuando
llegó, fue á tiem po que alzaba con
103 Cervantes y Avellanada

la punta del lanzón un cojín y una


m aleta . . , más pesaban tanto, que
fue necesario que Sancho se apease
á tomarlos.»
Más adelante, refiriéndose Don
Quijote al dueño del cojín y de la
maleta, dice: «Engañaste en eso, San­
cho, que ya que hemos caido en sos­
pecha de quien es el dueño, casi
estamos obligados á buscarle y v o l­
vérselos; y cuando no lo buscásem os,
la vehemente sospecha que tenemos
de que él lo sea nos pone ya en tanta
cu lpa como si lo fuese: así que,
Sancho am igo, no te dé pena de bus-
calle, por la que á mi se me quitará
si le hallo. Y asi picó á Rocinante,
y siguióle Sancho á pié y cargado
merced á Ginesilío de Pasamonte »■
En el capítulo X X V al despediree
Don Quijote del cabrero de Sierra
M orena, subió sobre Bocinante y
mandó á Sancho que le siguiese, el
cual, d ice> lo hizo con sit jumento de
m uy mala gana. En el mismo ca­
pítulo XjXV, y en otros dos pasages,
pone en boca del gracioso escudero
las lam entaciones de la pérdida del
r u cio .
En el capítulo X X IX se lam enta
Sancho de nue iro de la pérdida de su
Corvant*# 7 A vellan ad * 104

ru cio, y en el capítulo siguiente,


yendo éste y Don Q uijote por un ca­
mino, «vieron ven ir á un hom bre ca­
b allero sobre un jum ento, y cuando
]legó cerca, les pareció que era g i­
tano; pero Sancho Panza que do­
quiera que veía asno se le iban ios
ojos y el alma, apenas hubo visto al
hom bre, cuando conoció que era Gi-
nés de Pasam onte, y por el hilo del
gitano sacó el o v illo de su asno como
era la verdad, pues era el rucio sobre
que Pasam onte ven ía.
Otra de las contradiciones que h a­
llam os en el Quijote es aquella que
se refiere á la espada de Sancho. L o
que en un capítulo se asegu ra en
otro se desm iente, y todo ello pone
al lector en un estado de perplejidad
que su confusión llega hasta e l ex­
trem o de no saber á que atenerse. En
el capítulo X V de la prim era parte,
es por boca de Don Quijote por donde
prim eram ente venimos en conoci­
miento de que Sancho, á pesar de su
estado escuderil, u saba espada «que
cuando veas, le dice, que sem ejante
canalla nos hace al^ún agravio, no
aguardes á que yo ponga mano á la
espada para ellos, porque no lo haré
en ninguna m anera, sino pon tu mano
á tu espada y castígalos m uy á tu sa­
Oúcvftiite» y A vellan ed a

bor, y más adelante, en el mismo


capítulo, ya no es Don Quijote, es el
propio Sancho, el que hace la afirm a­
ción,» que en ninguna manera, dice,
pondré mano á ht espada ni contra
villan o ni contra caballero En el ca­
p ítulo X LV I se hacen referencias al
mismo asunto y en el capítulo IV de
la segunda parte habla Sancho nue­
vam ente de su espada, cuando d iri­
giéndose al bachiller Sansón Ca­
rrasco, le dice: «aviso á mi señor que
si me ha de lleA^ar consigo ha de ser
con la condición que él se lo ha de
b atallar t o d o ... . porque pensar que
tengo de poner mano á la esp ad a,
aunque sea contra villanos m alan­
drines, es pensar en lo escusado;»
pero en el capítulo X IV se desdice
d© todo y desdice tam bién á su am o,
pues aquí asegura, cuando á pelear
le reta su com padre Tom e Cecial,
disfrazado de escudero del caballero
de los espejos, que él se halla impo
sibilitado de hacerlo p or ?io tener es­
pada, pues en mi vida me la puse*
¿Es que C ervantes al llegar á este
pasaje se olvidó de lo que repetida­
mente dijo en capítulos anteriores ó
es que á Sancho le convino m entir
p ara no verse en la necesidad de
p e le a r? .
C ervantes y AvailftiiecU 106

Com o descuidos ó lunares del


Q uijote, como injustam ente han dado
en llam arles algunos cervantistas,
pudiéram os citar otros muchos, pero
p or no hacernos dem asiado prolijos
vam os á citar tan solo la inconse­
cuencia en que incurrió C ervantes,
culpando á F ernández de A vellaneda
de llam ar Mari G utiérrez á la m ujer
de Sancho, siendo así. que él mismo,
en el capítulo séptimo de su primera
parte, la llam ó indistintam ente Juana
G utiérrez, y Mari G utiérrez. En el
capítulo L IX de la segunda parte la
llam a Juana Panza; diciendo, «que
así se llam aba la m ujer de Sancho,
aunque no eran parientes, sino
p orque se usa en la Mancha tom ar
las m ujeres el apellido de sus m a­
ridos . >
Que todo esto fueron distraeiones
de Cervantes, lo dice él mismo por
boca de Sansón C arrasco y de Sancho
en el capítulo I T de la segunda parte,
cuando dando cuenta aquél á Don
Q uijote y á su escudero de la histo­
ria que había leído de la prim era y
segunda salida de Don Quijote, dice
que el autor de la tal historia incurrió
en algunos errores, «pues se olvida
de contar quien fué el ladrón que
hurtó el rucio á Sancho# en ésto no
107 Ct>rvftnt*s y A v ella n ed a

está tam poco en lo cierto Sansón Ca-


rrasco, pues ya dice Cervantes en el
capítulo X X III que fué Ginés de Pa-
aamonte, «y de allí á poco le vemos
á caballo sobre el mismo jum ento sin
h aber p arecido. * • A eso dijo Sancho,
no sé que responder, sino que el his­
toriad or se engañó, ó sería descuido
del im p re s o r .»
Y por último, sería inacabable
cuanto de una manera ó de otra pu­
diéram os decir respecto del Quijote,
de ese gran monumento nacional que
parece construido p or inspiración di­
vina y que dejando á un lado los
espirituales como el Veidan, los
E vangelios y el Corán, es seguro que
de ningún otro se han tirado tantas
ni tan numerosas ediciones. «Treinta
m il volúm enes se han im preso de mi
historia, decía Don Quijote, y lleva
cam ino de im prim irse treinta mil v e ­
ces de m illares si el cielo no lo rem e­
dia.» Con él trata C ervan tes, com o
decíam os al principio, d esterrar los
perniciosos libros de la caballería
andante y logra al fin, por medio
del ridículo, lo que no consiguieron
tantas em inencias como los V ives,
V en egas y otros m uchos. Tan difícil
tarea la encom ienda á Don Q uijote
y á Sancho Panza: y desde entonces,
C ervantes y A v ella n ed a IOS

com o ha dicho un ilustre publicista,


quedó la sociedad dividida en las dos
castas en que las dividiera Cervantes;
la casta de los Quijotes, desfacedores
de tuertos y la casta de los Sanchos
que viv e n con la esperanza de g o b er­
nar ínsulas B aratarlas.
Tirada de 2&0 ejemplares.
IN DICE
Página*

E l Bandolerism o y el Q u ijo te . . 3
Crítica social reflejada en las
bras de C e rv a n te s................... 13
L a cuna de C e rv a n te s................. 23
L os dos Q u ijo te s .,. - .................... 31
L as m ujeres del Q u ijo te 37
E l sabio F r e s tó n ............... 51
Itin erario del Q uijote de A v e lla ­
n e d a ............. 57
C ervantes m a rin o ........................ 67
E l Q uijote ante la h ig ie n e 73
E n un lu gar de la M an ch a 83
C ervantes y A v e lla n e d a 89
FE DB ERRATAS
Página, Linea Dice. Debe decir

39 28 mu meni os momentos
> 31 raudas randas
41 17 ledice le dice
45 34 marmorrás mazmorras
47 32 d de
48 1 le
69 30 Tnúez
102 7 pasages
Túnez
pasajes
103 26 pasagos pasajes

También podría gustarte