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M ichel O nfray

Filosofar como un perro

S i l Capital intelectual DE a u t o r
PRÓLOGO
BAJO EL SIGNO DEL PERRO

A los 17 años la filosofía antigua se volvió para mí el oxígeno


sin el cual hoy estaría muerto... Haber descubierto ese con­
tinente, con Lucrecio en la proa, me salvó de la cultura de
muerte que triunfa en aquel otro continente al que, como la
mayoría de la gente, le debo mi educación: el del judeo-cris-
tianismo. Desde muy pequeño he sido formateado por esta
ideología mortífera y masoquista: el ideal ascético, la culpa­
bilidad, la sospecha frente a la mujer, la desconfianza frente
al placer, el desprecio al deseo, la amenaza del más allá, los
malos tratos infligidos al cuerpo y todo el arsenal neurótico
de San Pablo extendido a las dimensiones de Occidente
-lo que conocemos como religión cristiana...-, he aquí lo que
trataba de dictar la ley de mi alma material.
Poco tiempo antes, Nietzsche, Marx y Freud fueron las
bombas que hicieron desmoronar el edificio conceptual en
el que habían intentado hacerme vivir: la muerte de Dios, el
fin del cristianismo, la posibilidad de una sociedad post­
capitalista y el cuerpo como gran razón sexuada, he aquí
lo que me abría las puertas de un castillo como antídoto a
la prisión católica. Esta modernidad me fascinaba, veía la
salida al final del túnel y presentía la claridad al fondo de
estos largos años de oscuridad.
Lucrecio me enseñó entonces que se podía ser precris­
tiano y moral, lo que me invitaba a recorrer la gran obra
greco-romana, no con el ojo del historiador preocupado
por restaurar un pasado que de todas maneras se termina
traicionando, sino con el del filósofo que busca nutrir el
presente y el futuro con esa savia del pasado siempre pre­
sente. Pensar y vivir después del cristianismo exigía hacer
un desvío por los griegos y los romanos.
La universidad me enseñó a Platón, por supuesto, y su
teoría del deseo que tanto gusta a cristianos y lacanianos -
cara y ceca de la misma moneda-. Agregó además a Aristó­
teles y su metafísica, con interminables lecturas para saber
si se debía traducir la ousía griega como la substantia latina;
momentos de antología y, en el rol principal, un profesor
miembro del Partido Comunista... La antigüedad, para la
institución, es lo que hace posibles el idealismo, el esplri­
tualismo, el cristianismo, el cartesianismo, el kantismo y
otras ilusiones propias de esta Iglesia que prefiere la idea
frente a lo real.
Pero fue por afuera de las clases y de los programas,
fuera de la enseñanza oficial y de los trabajos universita­
rios, que descubrí la figura radical de Diógenes de Sinope.
¿Por qué tanto aturdimiento retórico, sofístico, escolástico
con Platón y Aristóteles -estaba por escribir Platóteles y
Aristón- y nunca nada sobre los cínicos Antístenes, Crates,
Diógenes, Hiparquía o los cirenaicos Arístipo, Teodoro y
otros? ¿Cuál era el menú? Indigestión de Ideas o de For­
mas, y ayuno más allá de este festín conceptual indigesto.
Hasta el mismo Sócrates solo aparecía vestido en las
ropas de Platón, disfrazado por el filósofo en una panoplia
proveniente de su guardarropa. Ese Sócrates platonizado
parece estar muy lejos de lo que debe o puede haber sido más
allá de este enrolamiento. El triángulo subversivo que une a
Sócrates, Diógenes y Arístipo, tres contemporáneos que se
conocían y se relacionaron, me parece mucho más lleno de
potencialidades que los banquetes platónicos o los peripatéti­
cos, si me permiten este juego de palabras, del estagirita.
Diógenes fue entonces mi maestro, por lo menos un
maestro que se niega a ser considerado como tal. Yo envi­
diaba esa vida sin cadenas, sin límites, esa existencia libre
de un hombre que no manda y que sobre todo no quiere
que alguien lo mande, que no es esclavo de nada ni de
nadie, de ningún prejuicio; admiraba esa figura que no se
ve censurada por ningún tipo de corrección política (una
fórmula moderna para expresar algo bien viejo) y se pro­
pone llevar adelante la vida libre de un filósofo libre.
Más adelante, me gustaba que en las genealogías más
viejas del pensamiento anarquista algunos historiadores se
remontasen hasta Diógenes. Intuyo un linaje que, vía La
Boétie, mi otro gran hombre en el teiTeno político, alimenta
a los siglos, y no solamente al siglo de oro de la anarquía, es
decir, el siglo XIX. Que la anarquía haya podido concernir a
tantos hombres desde el ágora de Sínope en que Diógenes
lanzaba sus primeras bombitas de olor filosóficas, es algo
que prefiero mucho más que adscribir al catecismo de los
devotos de la anarquía que no saben abrir la boca sin que la
cita de su autor termine con un "Alabado sea su nombre".
Diógenes, entonces. Con frecuencia la vulgata1 resume
un pensamiento, una obra, en un puñado de tarjetas posta­
les fáciles de enviar a un destinatario apurado y poco exi­
gente. Primera tarjeta postal: el sabio mugriento que vive
en un tonel del que sale a veces para masturbarse en la
plaza pública. El tonel, inventado por los galos, le suma
a la leyenda, pero en este caso se trataba más bien de un
ánfora para aceite o vino. En cuanto a ese trabajo manual,
sería una provocación; dicho de otra manera, y como lo
prueba la etimología, es una invitación a -a reflexionar,
pensar, cogitar, analizar, meditar, razonar...-. Aquí: en las
raíces del pudor, en las razones de una interdicción singu­
lar sobre una práctica banal y generalizada, en la hipocre­
sía de la moral social, en la oposición entre una práctica
corriente en privado y reprobada en público por aquellos
mismos que la llevan a cabo, etcétera. Primera lección: el
filósofo desenmascara las quimeras, todas las quimeras.
Segunda postal: el encuentro entre el filósofo cínico y
el hombre poderoso. Alejandro Magno, al tanto de la céle­
bre reputación del pensador, acude a su ánfora y le dice:
"Soy todopoderoso, pídeme lo que quieras y lo tendrás".
En un griego que debemos traducir a la lengua de hoy,

1. Vulgata: del latín, "divulgada” , “ dada al público” , "popular” . Se conoce como


Vulgata la versión en latín de la Biblia, que se remonta a San Jerónimo y fue decla­
rada auténtica por la Iglesia católica. (N. del E.)
Diógenes responde: "Lárgate, me haces sombra" -"A pár­
tate, me tapas el sol", dicen los manuales de la época en
la que todavía se aprendía griego...-. Segunda lección: el
verdadero poder es el poder sobre uno mismo. Cualquier
otro es una tiranía injustificable.
Tercera postal: Diógenes pasa sus días tratando de
reducir sus necesidades a lo estrictamente indispensable.
Sabe que cuantas menos necesidades se tienen, más libre
se es. El inventor del decrecimiento se despoja de todo lo
innecesario; no guarda más que un abrigo para protegerse
de las inclemencias del tiempo, una alforja para guardar su
jarro y un palo para alejar a los inoportunos. Un día ve a
un niño intentando tomar agua de una fuente con su mano.
Ofuscado por no haber pensado en ello antes, se saca de
encima el recipiente inútil que tanto lo incomodó durante
años. Tercera lección: el dominio del deseo es todo el domi­
nio, y define al mismo tiempo la libertad absoluta, el otro
nombre de la autonomía.
Existe una multitud de otras tarjetas postales, menos
conocidas: Diógenes dando vueltas a la plaza mientras
arrastra un arenque con una cuerda para invitar a la
gente a deshacerse de la opinión de los otros; Diógenes
recorriendo las calles con una linterna en búsqueda de un
hombre, pero no en el sentido de "un verdadero hombre"
sino, de acuerdo con un humor difícil de interpretar, uno
que fuera El Hombre de Platón, su enemigo idealista, es
decir, La Idea del Hombre; Diógenes lanzando un gallo
desplumado a las piernas del mismo filósofo que definía
al hombre como un "bípedo sin plumas" -lo que también
era el volátil desplumado-; Diógenes el comedor de carne
cruda, de carne humana, que de esta manera protesta con­
tra lo arbitrario de las prohibiciones; Diógenes pidiendo
limosna, para acostumbrarse así al rechazo; Diógenes
escupiéndole en la cara a un hombre, el único lugar sucio
que ha encontrado; Diógenes deseando que permitan a
su cadáver pudrirse en un foso para que entiendan que
después de la muerte no hay nada; Diógenes tirándose
una ráfaga de pedos para liberar de culpas a un filósofo
estoico humillado tras haber expelido un viento a pedido
suyo, con el objetivo de probar la futilidad de las con­
venciones sociales; y tantas otras anécdotas que, juntas,
enseñan a llevar una vida filosófica...
Llevar una vida filosófica bajo el signo del cinismo,
¿qué significa? ¿Masturbarse en la vía pública? ¿Arrastrar
un arenque con una cuerda? ¿No parar de tirarse pedos
en cualquier lado? ¿Escupirle en la cara a cualquiera que
pudiera llegar a merecerlo? ¿Comer carne humana? No,
claro que no, es demasiado fácil... Sería patético copiar,
imitar, calcar, seguir a un maestro como un discípulo ser­
vil, igual que la sombra se pega a un objeto bajo el sol. Se
trata de inventar modalidades existenciales cínicas en un
mundo en el que la forma ha cambiado, ¡y cómo!, pero en
el que el fondo sigue siendo el mismo: siempre existirán los
señores importantes a los que hay que sonarles la nariz,
los profesores ciruela, los poderosos arrogantes y los que
compran filósofos tal como se compran esclavos, a los que
hay que aclararles que preferimos el sol antes que sus luces
artificiales, los que nos impiden vivir y que merecen una
buena patada en el culo, los vendedores de falsas noveda­
des que deberíamos abofetear con urgencia...
Sobre Platón, el filósofo emblemático de los hombres
de poder, la referencia de la gente importante, la recomen­
dación de los cómplices del Príncipe, el gurú de los que le
venden humo al pueblo, Diógenes decía: "¿De qué sirve
un hombre que ha pasado todo su tiempo filosofando sin
jamás inquietar a nadie?". Adhiero a esta definición de la
filosofía: inquietar' inquietar al fulano lleno de certezas,
inquietar al clon que cree que piensa cuando se contenta
con duplicar la panoplia de su tribu (tanto de izquierda
como de derecha, incluyendo a los anarquistas), inquie­
tar al charlatán que actúa como espejo de su tiempo y de
su época, inquietar al lorito del momento que vocaliza las
órdenes lanzadas por una sarta de cretinos formadores de
opinión. En resumen, inquietar.

Estas crónicas son ejercicios de inquietud. Nacieron cerca


del tonel de Siné, onanista y pedorrero a la vieja usanza. Le
debo (a él y a Catherine, su Hiparquía2...) la única hospita­
lidad que jamás me han ofrecido en un periódico digno de
ese nombre. La redacción cotidiana se hace en el fuego de
la acción. Una crónica sobre una noticia en caliente tiene
tiempo de volverse una columna fría en lo que tarda en ser
tratada por la redacción. Y ese frío se vuelve a transformar
en otra cosa después, con el paso de las horas. Así es el
juego, aceptemos el augurio.

2. Siné es un dibujante y caricaturista francés cuyo verdadero nombre es Maurice Sinet,


fundador del periódico satírico semanal Siné Hebdo, en ei que participaba periódi­
camente Onfray. Catherine es Catherine Sinet, su mujer, y redactara en jefe de la
publicación. Hiparquía fue una de las primeras filósofas mujeres, vivió en Tracia en el
siglo IV a.C. Fue la esposa de Crates de Tebas, discípulo de Diógenes. (N. del E.)
Sea como fuere, sigue habiendo algo universal para
meditar en la anatomía de una noticia en particular) porque
en la superficie encontramos la sustancia de una época, de
un tiempo, de un estilo, de un tono. Leo siempre con mucho
placer tal o cual crónica de Alain, que puede hablar de un
ministro de la Tercera República cuyo nombre hemos olvi­
dado pero, al hacerlo, pone en la picota un defecto humano
similar al que hubiese desencadenado la ironía de Dióge­
nes, activista del palo.
La ira, la indignación, el enojo, la exasperación, la irrita­
ción, dirigen mi pluma. Escribo directamente, sin borrador.
Releo para evitar errores demasiado groseros. Apruebo los
que quedan. Estas páginas valen como las "palabras conge­
ladas" de Rabelais. Me encantaría que mis hojas se ennegre­
ciesen con entusiasmo, excitación, exaltación, menos furia
y más destellos o fuegos artificiales. Convengamos que las
ocasiones de dar patadas en el traste son cada más nume­
rosas que las de levantar la copa de champagne. Todas las
semanas busco razones para tirar bengalas, muchas veces
de manera desesperada; sin embargo, la mayoría de las
veces sólo encuentro ocasiones para activar el lanzallamas
o para... ¡filosofar a martillazos, como decía aquél! Esto me
tiene a maltraer -y no es sólo una frase hecha-
Diógenes había elegido al perro como animal fetiche. Den­
tro de un bestiario emblemático (en el que hay una rata, ranas,
un pescado masturbador, cigüeñas, liebres, grullas, ciervitos,
y otros que ya hemos visto como el arenque y el gallo...), el
filósofo lo eligió porque se preocupa por sus amigos, muerde
el tobillo de los distraídos; y también muerde a sus amigos
pero, como dice él, para salvarlos. El perro, además, porque
vive como él meando sobre los muros de las iglesias, monta
en público a la mujer deseada, defeca en las puertas de los
palacios, sin preocuparse por las convenciones, mientras
le ladra a los ídolos adulados por la mayoría. El perro, por
último, porque Diógenes y sus discípulos se reunían cerca
del cementerio de perros,, una manera de burlarse de las otras
escuelas -la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles, dos
lugares de funestas acepciones contemporáneas-.
Molosos, cerberos,.mastines, dogos, pastores belgas
malinois, hoy en día pit-bulls, he aquí la raza de los gran­
des filósofos. Conozco a la corporación de yorkshires kan­
tianos, guau-guaus platónicos, bastardos augustinianos,
falderos hegelianos, pekineses tomistas, lulús cristianos,
perros policías evidentemente, caniches en cantidad por
supuesto, galgos también, todo un canil en el que se ladra,
se gruñe, se aúlla, se chilla, se lame, se hacen los lindos.
Pero Diógenes es el único que emerge de esta corte de los
milagros como un gran señor, un gran sangrador...
Terminemos esta presentación de un año de cróni­
cas semanales en Siné Hebdo con el epitafio que -se dice-
figuraba sobre su tumba: Diógenes sucumbió a la mor­
dida de un perro o a la indigestión provocada por una
cena de pulpo crudo. Dicho de otra manera, murió por
culpa de lo que lo había hecho vivir y por haber llevado
al máximo las consecuencias de su invitación a volverse
salvaje. En el mármol, entonces, el transeúnte podía leer:
''Desnudó nuestras quimeras". No puedo imaginar una
mejor definición de la filosofía.
SÉGOLÉNE Y EL BUDA

Ségoléne Royal descubre el Tíbet y al Dalai Lama. Sin


embargo, no fue hace tanto tiempo cuando, dando peque­
ños pasitos detrás de los pasos de Mitterrand y para favo­
recer la suerte presidencial, hizo un viaje a China y encon­
tró allí una ocasión de llenarse de "bravitud" y celebrar la
excelencia de la justicia en ese bello país fascista.
Siempre tan engreída, decidió pedir una visa a las auto­
ridades chinas para ir a ver con sus propios ojos lo que ocu­
rre en el Tíbet. A lo que agrega, vanidosa o ingenua: "Creo
que así las cosas podrán avanzar". De hecho, cuando los
chinos le entreguen la visa y la virtual presidente "socia­
lista" de la República pueda ver las cosas por sí misma, las
cosas habrán avanzado.
Habría que hacerle llegar algunos apuntes a esta mujer
que fue tan feminista al mostrarse para Paris Match en la cama
de la maternidad, y también iluminar a su santidad laica
(que evangelizó en el estadio de Charléty, parafraseando a
un célebre arengador: "Ámense los unos a los otros" -era la
campaña de la candidata socialista, no lo olvidemos-), para
que dejen de llenarnos la cabeza con "la dimensión ética y
espiritual considerable" de un personaje que encarna una
religión en la que, una vez más, la mujer no cuenta en lo
más mínimo: impura, viciosa, perversa, demoníaca -léase el
Canon Pali que tanto le gusta citar al Dalai Lama-.
A lo que habría que agregar una breve iniciación en
esta religión que supone que el mal, el sufrimiento, la mise­
ria, la explotación, la injusticia, no provienen de condicio­
nes históricas sobre las que se puede actuar sino de vidas
anteriores, en las que el enfermo, el pobre o el miserable
han terminado por desmerecerse a causa de su comporta­
miento impío.
Se puede desear un Tíbet libre, es mi caso, pero clara­
mente no para hacer de él un Tíbet budista. Igual que en
otra época se podía querer un Irán libre del Sha sin por eso
querer o favorecer la llegada de los mulás al poder.
DEL DERECHO AL ATEÍSMO

Existe un instrumento formidable para medir la barbarie y


el progreso, y es la intolerancia al ateísmo. Nuestros maes­
tros pensadores toleran lo que les resulta familiar y defien­
den los derechos, por ejemplo el derecho de prensa, pero
únicamente cuando lo que se está defendiendo es su pro­
pia concepción del mundo. Por el contrario, si se trata de
tolerar, ni hablemos de lo intolerable sino simplemente de
una visión alternativa a la de ellos, entonces los tolerantes
de papel sacan la artillería pesada.
Lo mismo ocurre con el ateísmo, bastante poco genera­
lizado si se tiene en cuenta la enorme cantidad de gente que
cree en cualquier tipo de pavada: el Dios judío que abre el
mar en dos para dejar pasar a su pueblo, el Jesús cristiano
que camina sobre las aguas o resucita tres días después de
su muerte, Mahoma que no sabe escribir pero transcribe
escrupulosamente los versículos del Corán, como también
las profecías del Dalai Lama sobre la reencarnación de
perros y gatos y las extravagancias raelianas sobre la salva­
ción a través de clones asistidos por platos voladores, son
todas ofensas a la razón razonable y razonante...
Si a uno se le ocurriera sonreír y afirmar alegremente
que no cree en dioses que desafían de este modo las leyes de
la naturaleza, enseguida lo cubrirían de epítetos infaman­
tes. ¿Te burlas del Dios de los judíos? Antisemitismo, muy
rápido te empezarán a comparar con Hitler. ¿Te ríes del Dios
de los cristianos? Blasfemia, rápidamente serás conside­
rado el anticristo, el diablo, Satanás. ¿Dudas del Dios de los
musulmanes? Islamofobia, serás inmediatamente colocado
a la extrema derecha de Le Pen. Y la letanía va en aumento:
sacrilegio, injuria, ofensa, y aunque defiendas las libertades
de pensamiento y expresión, ¡te terminarán colocando en el
campo de los intolerantes alérgicos a la democracia!
Revindico el derecho a no creer en las fábulas y, sobre
todo, el derecho a poder expresarse sin ser tomado por
alguien que desprecia, insulta, ultraja, ataca, ofende o pro­
voca. El derecho al ateísmo es un barómetro de la auténtica
democracia: desconfíen de aquellos que profieren insultos
cuando uno se ríe de las chiquilinadas de la razón poco
razonable, están hechos de la misma madera que los Savo-
narola o Fouquier-Tinville.
LOS CRETINOS ÚTILES

Hubo una época en la que se hablaba de los idiotas útiles,


una expresión falsamente atribuida a Lenin pero que segu­
ramente se originó en las oficinas estadounidenses de pos­
guerra para caracterizar a los intelectuales que, aunque no
estuviesen afiliados al Partido Comunista, defendían al
marxismo-leninismo de los países del Este bajo el princi­
pio de que eran compañeros de ruta. ¿Su rasgo distintivo?
La negación de la realidad y la militancia ciega, que hacen
que a uno le den gato por liebre. Por ejemplo, Sartre afir­
mando en 1953: "En la URSS la libertad de expresión es total"
-mientras que Camus, extra lúcido, acababa de publicar
El hombre rebelde-.
El idiota útil marxista-leninista ya no existe, aunque la
razón es... la desaparición del marxismo-leninismo. Pero le
dejó su lugar al cretino útil que, siguiendo el mismo prin­
cipio psicológico de su ancestro, defiende ahora al libera­
lismo de la misma manera que un talibán a su dios.
El cretino útil vota a la derecha, aunque puede votar
también a la izquierda, sobre todo a su ala derecha, por el
momento la única con la que cuenta el volátil socialista...
Va de Sarkozy a Ségoléne Royal, pasando por Bayrou.
El primero fue durante mucho tiempo compañero del
último, mientras que -hay que recordarlo- la única dama
de los tres quería como compañero al último que fue com­
pañero del primero. ¿Me siguen?
El cretino útil, tanto de derecha como de izquierda,
cree que el liberalismo, que es el mal, es el remedio. Por lo
tanto, si uno está enfermo es porque todavía no ha inge­
rido una cantidad suficiente de la poción contaminada,
igual que los idiotas útiles que querían que hubiese cada
vez más comunistas para terminar con el totalitarismo en
los países del Este.
El cretino útil prefiere Europa antes que Francia, la
democracia comunitaria a la República, el Banco Central
Europeo a las monedas nacionales, el dinero a los servi­
cios públicos, los patrones a los empleados, la Francia de
arriba a la Francia de abajo, París a la provincia, la rata de
ciudad a la rata de campo, Tocqueville a Louise Michel.
Hay muchos cretinos útiles en todos los espacios de poder,
porque entendieron bien que la fórmula de la democracia
es: o el poder de ellos o nada. .
EDVIGE ES UN SEUDÓNIMO

Estoy bastante sorprendido por la indigencia política de


esos quejosos que bajaron a las calles y peticionaron en
contra del proyecto "Edvige", que busca fichar a los ciu­
dadanos clasificando su identidad, sus datos, su estado de
salud, sus preferencias sexuales, sus afiliaciones políticas
o sindicales, sus adhesiones religiosas, sus sensibilidades
intelectuales. En esta cuestión, o uno se hace el distraído o
es simplemente un bruto.
Porque en Francia existe una vieja abuela, incluso tata­
rabuela se podría decir con certeza, de la pulposa Edvige
sarkozyana, de nombre Simone -no estoy totalmente
seguro de su nombre de pila pero designa lo que conoce­
mos simplemente con el nombre de Servicios de Inteligen­
cia-. Simone nació en 1911 y trabajó para todos los poderes
establecidos: le permitió a Vichy llevar adelante las redadas
contra los judíos, los comunistas, los masones, los socialis­
tas radicales, los opositores, los homosexuales; le sirvió al
poder gaullista para fichar a los portadores de valijas de la
OAS; le sirvió también al poder socialista para impedir el
avance de altos funcionarios de derecha, sin embargo tan
cercanos en el fondo al mitterrandismo post-1983.
Dejemos entonces de hacer gala de tanta tontería, estu­
pidez, enorme ignorancia, enterándonos de que en todos
los regímenes existen policías políticas; como de imaginar­
nos que Sarkozy inventa lo que en realidad no hace más
que perfeccionar. El problema no es la reorganización de
los SI, sino su existencia: ¿es necesario, sí o no, que exista
un servicio abocado a esa tarea?
Basta de hacernos los naifs o los inocentes: cuando mi
compañera se enfermó de cáncer, inmediatamente empezó
a recibir en su buzón cartas de seguros funerarios. Los SI
son la parte visible del iceberg. La informática hace rei­
nar su ley con mayor seguridad que Edvige, que funciona
como un trapo rojo: mientras nos enardecemos frente a esta
especie de capa de torero agitada por el poder, dejamos que
se ejecute una vigilancia policial generalizada mucho más
importante, más peligrosa, porque es silenciosa e invisi­
ble. Edvige esconde a Simone, pero Simone esconde a una
sociedad controladora mucho más eficaz que estos enga­
ños lanzados por el Ministerio del Interior.
AL ARZOBISPO LE GUSTAN LOS PEDOFiLOS

Leo en el diario Le Monde (12 de septiembre de 2008) que el


arzobispo de París ha invitado a setecientos representantes del
mundo de la cultura a la conferencia del Papa Benedicto XVI
en el Collége des Bemardins. Qué curioso, no he sido convo­
cado... Tampoco la prensa, para que comente un poco la visita
de este Papa al que no le gustan las mujeres, los homosexua­
les, los divorciados, los libertinos, los ateos, los materialistas,
los agnósticos, la sexualidad, el hedonismo, los musulmanes,
el derecho a morir con dignidad, probablemente Siné, pero al
que sin embargo parecen gustarle los pedófilos.
¿Cómo se explica si no que hayan invitado, entre
Catherine Millet y Jacques Henric, libertinos profesionales,
a Philippe Sollers, libertino mediático, a Max Gallo, para
nada libertino, a Jean-Luc Marión, filósofo católico, a Régis
Debray, nuestro Renán postmoderno, y al pedófilo asu­
mido Gabriel Matzneff?
¿A qué conclusión deberíamos llegar sobre la invita­
ción que le ha extendido Monseñor Vingt-Trois y su admi­
nistración al autor de una obra que lleva el título de Los
menores de dieciséis, publicada en 1974 en la colección "Idea
fija", dirigida por Jacques Chancel en la editorial Julliard y
reeditada recientemente por Leo Scheer? Un libro en el que
el autor celebra la sexualidad con el "tercer sexo", dicho de
otra manera, las "chicas o chicos a partir de los 10 años",
pero no mayores de 16.
En esta obra, Matzneff escribe: "La violencia del billete
que uno desliza en el bolsillo de un jean o de un pantalón
(corto) es dentro de todo una violencia bastante suave. No hay
que exagerar. Hay cosas peores". Quizá si seguimos leyendo
comprendamos cuáles son las razones por las que los católicos
invitan a este cristiano ortodoxo a escuchar la buena nueva
de Benedicto XVI: "Acostarse con un niño o una niña es una
•^
experiencia hierofánica, una prueba bautismal, una aventura
sagrada". Ahora sí se entiende mejor por qué sodomizar niños
puede volverse una práctica aconsejada por el clero.
Podemos leer también el detalle de estas extravagan­
cias en Mes amours décomposés. Journal 1983-1984, un libro
publicado en la muy honorable editorial Gallimard, en una
colección dirigida por el no por eso menos honorable Phi-
lippe Sollers, que se encontraba en la sala, asistiendo a la
prédica, en plena devoción, con la crema de la intelectua­
lidad francesa, entre ellos los "directores de diarios, radios
y canales de televisión" (szc). Yo me sentí feliz de no tener
lugar en ese reducto de mala fama.
CUANDO LOS LADRONES DICTAN LA LEY

Alain Mine, quien fuera en su momento presidente del con­


sejo de vigilancia del diario Le Monde, quiere terminar con
el monopolio del sindicato gráfico y de los distribuidores, a
quienes acusa de ser responsables del "estado lamentable"
de la prensa francesa. Estoy de acuerdo con él, la prensa fran­
cesa es lamentable, pero no por las razones que esgrime este
señor que navega en todas las aguas políticas, tanto de dere­
cha como de izquierda, siempre y cuando sean liberales.
La prensa es lamentable porque, salvo dos o tres
excepciones, difunde una misma información que comenta
siguiendo el mismo principio, tal como la prensa soviética
trataba en otra época la información del lado Este de la
Cortina de Hierro. Si los degustáramos a ciegas, realmente
sería imposible distinguir a Le Fígaro de Le Monde y Libéra-
tion... Lo mismo ocurre cuando miramos los noticieros.
Me sorprende que Alain Mine, declarado culpable
de plagio por un fallo judicial del 16 de octubre de 2001
(había copiado unas treinta y siete veces, y en algún caso
hasta veintisiete líneas seguidas, el libro de Patrick Ródel,
Spinoza, le masque de la sájese, para fabricar su Spinoza, un
román juif, un libro que fue publicado por Gallimard),
pueda tener alguna autoridad después de haber sido con­
denado por robo. Porque, ¿qué es un plagio si no un robo?
Sigo consternado al constatar que Jacques Attali -d e
quien el periódico Le Canard enchaíné nos hizo saber en
su momento (12 de enero de 1983) que cometió el mismo
crimen, en particular al copiar pasajes de Le Goff, Vernant
y Jünger en su Historia del tiempo-, siga siendo conside­
rado una autoridad y pueda pavonearse sin vergüenza
por los sets televisivos, en los que actúa de oráculo y de
filósofo, librando sus profecías vanas mientras continúa
publicando con editores parisinos de gran notoriedad,
igual que Alain Mine.
Si la prensa es lamentable es porque depende de este
tipo de individuos que -socialistas con Mitterrand, de
derecha con Sarkozy- están siempre donde hay que estar
y comen en la mesa de los poderosos, donde se fomentan
los protocolos de la lavativa liberal que siempre se termina
infligiendo a los más humildes.
La Fontaine escribía: "Según seas poderoso o misera­
ble, los juicios de la corte te pintarán de blanco o de negro".
El ladrón de palabras tiene su servilleta puesta en el pala­
cio del presidente de la República, a quien tutea, mientras
que al ladrón de motocicletas le pegan dos bofetadas antes
de que expíe su crimen en una sucia celda. La prensa es
lamentable cuando los que la hacen son lamentables, esta
es la verdadera y única razón. ¡Viva el sindicato gráfico!
PAGAR ETERNAMENTE LA DEUDA

Desde hace más de tres años mantengo una corresponden­


cia con Georges Cipriani, encarcelado por el asesinato del
vendedor de armas René Audran en 1985 y el del presidente
de Renault, Georges Bresse, en 1986. Hubo un juicio, una
condena, una pena cumplida: el militante de Acción Directa
pagó, paga, y debería seguir pagando una eternidad si llegase
a vivir una eternidad. No defiendo estos asesinatos que con­
sidero odiosos e inútiles, cuando no aceleradores del proceso
autoritario en una democracia a la que sólo le falta eso para
reducirse a su más mínima expresión. La revolución, si lle­
gara a ocurrir, no empezaría con este tipo de rituales bárbaros.
La privación de la libertad puede justificarse en el caso
de un peligro social. No formo parte de los inocentones a los
que les gustaría abrir las celdas para terminar transformando,
en la mayoría de los casos, a toda la sociedad en una cárcel.
¡Entonces, marche preso! Pero claramente no las cárceles tal
como funcionan en la actualidad, es decir, como máquinas
de humillar, descerebrar, despreciar, envilecer, debilitar, des­
truir, romper, quebrar, ensuciar. No es raro que en lugares
así estos condenados de la tierra busquen ayuda en el cielo y
encuentren en el Islam radical un bálsamo a su medida.
Es imposible visitar a Cipriani sin atravesar un vía cru-
cis administrativo y burocrático que desalentaría al más
voluntarioso; no se le puede mandar libros; no se le puede
hacer llegar un CD, por ejemplo de mis clases en la Universi­
dad Popular; claramente no se lo puede llamar por teléfono;
su correspondencia es leída y censurada. ¿Qué buscan?
Además de privarlo de la libertad quieren quitarle la digni­
dad y la humanidad. Remito al artículo 5 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos que estipula: "Nadie será
sometido a la tortura, ni a penas o tratos crueles, inhumanos
o degradantes". Es exactamente lo que ocurre aquí...
Por eso me parece igual de perverso que le prohíban
a su compañero Jean-Marc Rouillan, que se encuentra en
semi-libertad, expresarse sobre su pena y que lo amenacen
con prorrogarla y convertirla en prisión perpetua en caso de
que viole esta prohibición. Él quiere hablar y probablemente
sea para confirmar sus actos pasados, para decir que no se
arrepiente. Si hiciera eso, estaría equivocado. Pero todos los que
se llenan la boca citando a Voltaire -quien habría dicho "No
estoy de acuerdo con lo que dices, pero pelearía toda mi vida
para que puedas decirlo"- se miran los pies y mantienen un
silencio penetrante. Él ya pagó. Que le otorguen entonces el
uso pleno e íntegro de la libertad, incluso para usarla mal,
porque es en la tolerancia del mal uso de la libertad que uno
puede medir su grado de existencia y su alcance.
EL PANZERPAPA SIEMPRE DE VERDE MILITAR

El susodicho Ratzinger, también conocido como el pan-


zerkardinal en la época en que oficiaba como prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, hoy convertido
en panzerpapa, fue como todos sabemos nazi por decisión
propia: era joven, el nazismo triunfaba, no tenía opción y
-dicen- no fue mal alumno, tampoco bueno, en su paso
por las Juventudes Hitlerianas. Que conste. Sin embargo,
en diciembre de 1944, a los 17 años, lo volvemos a ver en
la Wehrmacht.
Al Vaticano le gusta el nazismo: la primera prueba
es que las obras de Marx están inscriptas en su Index de
libros prohibidos3, como las de Spinoza y Bergson, pero
no el Mein Kampf de Adolf Hitler. La segunda es que en

3. Se refiere a! índex librorum prohibitorum et expurgatorum o "índice de libros prohi­


bidos” , una guía de libros que la Iglesia católica considera perniciosos. (N. del E.)
esa época existía en la Iglesia un procedimiento de exco­
mulgación a quien se afiliase a un Partido Comunista en
Europa, mientras que no había ningún problema con la
adhesión al NSDAP, el Partido Nacional-Socialista. La ter­
cera es el rol activo y dinámico de la llamada red de los
monasterios católicos, que permitió, utilizando los con­
ventos como escondites sucesivos, la fuga de una gran
cantidad de criminales de guerra nazis que, al disponer
de pasaportes debidamente sellados por el Vaticano,
podían escapar de la justicia para ir a pasarla fantástico
en Sudamérica. La cuarta prueba es el rol de Pío XII en
la política de su época, quien fue cómplice al permitir la
deportación de los judíos que, según él, representaban
al pueblo deicida. Sin hablar de la falta de una condena
clara, definitiva, pública y planetaria del nazismo como
ideología (aparentemente) en contradicción con los prin­
cipios del cristianismo. En toda Europa, al menos en las"
instancias dirigentes, la Iglesia católica colaboró directa­
mente con los regímenes fascistas de cada lugar: la Iglesia
alemana no condenó a Hitler, la Iglesia italiana no pros­
cribió a Mussolini, la Iglesia francesa no renegó de Pétain,
la Iglesia española no prohibió a Franco; peor aún, apoya­
ron abiertamente a estos regímenes.
Desde hace medio siglo, parte de la defensa de Pío
XII se basa en aquella vieja cantinela del "no sabíamos".
Supongamos que esto fuera cierto, aunque es falso: el Vati­
cano sabía. Pues bien, hoy sí se sabe, y Benedicto XVI más
que nadie. ¿Qué debemos interpretar entonces cuando nos
enteramos de que sigue su curso la beatificación de Pío XII,
deseada con tanto fervor por Benedicto XVI? El antisemi-
tismo sigue reinando a la cabeza de la Iglesia católica. Que
los quejosos que ven antisemitismo en todos lados, sobre
todo ahí donde no está, lo señalen aquí y se escandalicen.
Dejemos de lamer esas botas impecablemente lustradas
desde hace medio siglo, convenciéndonos de que es un
goce del espíritu en una época sin valores. El nihilismo no
está allí donde se cree ni tampoco en lo que se dice.
LA CALLE, VERDAD DEL PUEBLO

Es políticamente correcto defender al Parlamento, que sería


el espacio democrático por excelencia porque allí se encuen­
tra la representación nacional y, por ende, la quintaesencia
de la nación. Hemos votado, hemos efectuado entonces
una singular operación mental según la cual 49=0 y 51=100:
dicho de otra manera, la mayoría, es decir la mitad más algu­
nas migajas, vale por todo, y la minoría, es decir la mayoría
menos dos, no vale nada... ¡Curiosa matemática que excluye
la representatividad de la mitad de los votantes apenas son
anunciados los resultados de la elección!
Observemos cómo está compuesto el hemiciclo: la
sobrerrepresentación masculina es un insulto a la mitad
femenina del país; la casi ausencia de musulmanes es una
afrenta contra al menos cinco millones de personas que
profesan esta creencia; la invisibilidad de los colores,
fuera del pretexto colonial de los DOM-TOM4 es un error
de casting evidente a simple vista y un nuevo cachetazo al
mestizaje en el que -en teoría- se embanderan los adulado­
res del Parlamento; la abundancia de profesores, de funcio­
narios de izquierda, de escribanos, de médicos y abogados
de derecha, la probable inexistencia de un taxista, de un
vendedor de pescado, de un desempleado, de un diputado
en silla de ruedas, he aquí lo que revela el desfasaje entre la
Francia representada y la Francia real.
En el bar de un hotel que uso como sala de espera antes
de tomarme el tren que me devolverá a mi campiña, miro
con un ojo distraído la sesión del miércoles: el primer minis­
tro habla, poco importa lo que dice, la derecha aplaude, la
izquierda se queda de brazos cruzados. Frangois Hollande
lee ostensiblemente el diario. Las ideas liberales de dere­
cha que la izquierda defiende cuando le toca estar en el
poder, desencadenan el aplauso o la crítica según el color
del que arenga a la tribuna. Apuesto a que Ségoléne pre­
sidente, con Bayrou como primer ministro (recuerden los
desmemoriados que ésta era la fórmula "socialista"), pro­
bablemente habría defendido el mismo programa: habría­
mos visto a Fillon, diputado del departamento de la Sarthe,
leyendo el diario, y a Frangois Hollande, diputado de la
Corréze, aplaudiendo al tribuno monárquico... Payasadas,
farsas, mascaradas que asquean a millones de personas.
Está bien visto afirmar que el Senado no sirve para
nada. Hace falta poco más para agregar que el Parlamento

4. DOM-TOM: Abreviatura con la que se conoce a los Departamentos y Territorios de


Ultramar con soberanía francesa. (N. del E.)
tal como funciona hoy, a saber,, como una máquina que le
chupa las medias a la presidencia de la República, no es
mucho más útil. La política que funciona allí es la de Bru­
selas; liberalismo y triunfo, conducido por las alternati­
vas que nacieron de Mitterrand y de Chirac. La política se
hace en otra parte, sobre todo en la calle, que es la verdad
del pueblo.
MARÍA ANTONIETA SARKOZY

Día agotador. Vuelvo a mi campiña después de un día de


trabajo en París. Como un romano del imperio en decaden­
cia, me preparo algo de comer y veo que en la guía de televi­
sión figura Maríe-Antoinette, de Sofía Coppola. Me acuerdo
que cuando se estrenó la película, la crítica fue bastante
cruel: presumo entonces que la película es buena. Por lo
tanto: chablis, sábalo al aceite de oliva y cine.
No soy muy fanático del séptimo arte convertido en el
arte del dinero, donde mandan los productores, los finan­
cistas y los banqueros. Hace tiempo Baudelaire preveía que
un día los burgueses terminarían pidiendo poeta rostizado
para comer, y ese momento ha llegado: los burgueses se
han vuelto antropófagos, a los contadores les gusta tanto el
cine como a la piraña la carne fresca.
Espero con dudas, entonces, los primeros minutos de la
película durante los cuales, la mayoría de las veces, ya está
todo dicho. Y aquí, como por arte de magia, todo se muestra
en un solo golpe, pero con excelencia. Imágenes magníficas:
pintura clásica en movimiento y en pantalla grande, Lancret,
Watteau y Fragonard en veinticuatro imágenes por segundo;
colores pastel que hablan del alma y de la mente de la joven-
císima austríaca mal casada; una edición inteligente, discreta,
sutil, que sugiere en vez de insistir y demostrar; un rechazo
a las escenas de violencia y de sexo que tanto gustan a los
productores; una colección de signos sutiles: guiños, frunci­
mientos de cejas, esbozos de sonrisas, entonaciones, posturas
corporales, mímica de las caras, juegos de máscaras que ilus­
tran las tesis del sociólogo Erving Goffman sobre la puesta en
escena de la vida cotidiana; series de planos en cascada que
resumen diez mil páginas de "La Pléiade" de las Memorias de
Saint-Simon; una psicología de los personajes esbozada, pero
genuina, al contrario de las habituales caricaturas de perso­
najes poco logrados: un rey sin sexo y una reina voluptuosa,
un monarca cazador, cerrajero, y una esposa obligada a inter­
pretar un rol que no le calza bien, lo que hoy llamaríamos un
casamiento forzado y que le valdría a la dama el visto bueno
de los moralistas; luego la revolución que une a la pareja,
aterrada, a la altura de los acontecimientos, pero demasiado
tarde. Todo es acertado en esta película.
Hasta es acertado el uso de la música de la tan con­
temporánea Marianne Faithfull, que recuerda -en caso de
que sea necesario- que esta historia claramente sirve para
entender el final de la realeza y el advenimiento de la revo­
lución pero también, y sobre todo, para entender nuestra
época: los poderosos que nos gobiernan y viven en una
burbuja, ignorando las miserias y desgracias del pueblo
sufriente; el deseo, justamente, de este pueblo de que se
escuchen sus quejas y se les dé un remedio: este pueblo no
quiere la república, sino el pan; la insolencia extrema de la
vida en la Francia de arriba comparada con la miseria de la
Francia de abajo; la apatía de los cortesanos que le lamen
los zapatos al rey, sea quien sea el monarca -reconocemos
aquí a los ancestros de algunos "intelectuales" famosos
de nuestros tiempos estancados-; la política internacional
como una lotería que succiona los magros ahorros de los
pobres. Todo esto conduce, como bien sabemos, a la revo­
lución y al cadalso.
Teniendo en cuenta que las mismas causas producen
los mismos efectos, Sofía Coppola logra un prodigio con
una película sublime en todo: estética, historicidad, verosi­
militud, filosofía política, psicología moral en el sentido de
La Rochefoucauld, estilo, carácter intempestivo en el sen­
tido de Nietzsche... La película tiene la elegancia de termi­
nar con la huida de Versalles seguida de la pantalla negra y
los créditos. Detrás de esa pantalla negra se perfila nuestra
época y, en particular, su posible futuro.
EL ASALTANTE Y LA MONJA

¿La actualidad francesa? Una película sobre Jacques Mesrine5


y la muerte de sor Emmanuelle6. El primero se convierte
en héroe con la película que lo santifica, aunque haya sido
torturador en Argelia y lo haya disfrutado; la segunda
irradia "humildad" mientras se celebra una ceremonia
en su honor en Notre-Dame de París, con la presencia de
Nicolás Sarkozy y su esposa Carla Bruni, grandes cristia­
nos frente a Dios como todos bien saben, más su amigo
Jacques Delors, gran socialista frente al Soviet supremo y,
para terminar, Jacques Chirac, cristiano emblemático como
ya nadie puede ignorar.

5. Mesrine fue un célebre delincuente francés, considerado "enemigo público número


uno" en los años 70. (N. del E.)
6. Sor Emmanuelle, nacida Madeleine Cinqutn, fue una religiosa franco-belga, autora
de best sellersy muy mediática. (N. del E.)
La insistencia mediática de los encargados de prensa
hace que ahora pronunciemos "Mérine", un truco hábil que
llama la atención, un lindo artificio publicitario para ven­
der el producto. ¿Cómo tenemos que pronunciar entonces
mezquino, mezcla, mescalina? ¿Mequino, mecía, meca-
lina? Vamos, paremos con este circo... Y recordemos que
este "héroe" era compañero de ruta del general Aussaresse
cuando masacraba negros en Argelia, un asesino que no
retrocedía frente a ningún crimen igual que el general men­
cionado, un machista que amenazaba a su mujer metién­
dole un revólver en la boca... Dejemos de convertir a los
aduladores de su "instinto de muerte", título de su libro, en
los héroes positivos de nuestra época, que sólo venera eso.
Por otro lado, las ondas radiofónicas supuran los men­
sajes post mortem de sor Emmanuelle, que grabó un comu­
nicado para que fuera difundido después de su muerte.
¡Gran comunicadora, la casi centenaria! Dicho y hecho.
Este folleto publicitario dice, en pocas palabras, que ahí
donde ella se encuentra (dentro de un ataúd, para más
información) no está muerta, que todavía vive, y para toda
la eternidad. ¡Cuánta arrogancia anunciar por las ondas de
radio que uno no está muerto cuando la descomposición
ya ha comenzado su trabajo...! ¡Qué falsa humildad la de
estos verdaderos orgullosos que son los cristianos, que se
imaginan que no se pudrirán como cualquier otro mamí­
fero cuando les llegue la muerte! ¿Humildad? Un carajo...
Arrogancia al cuadrado, eso sí...
Estos dos están reunidos para la eternidad en el culto
a la pulsión de muerte: uno porque disfrutaba torturando,
matando, montando escenas de humillación y tortura (aun­
que se tratase de un periodista, lo condeno...), y jurando
matar a quien se opusiera a sus caprichos; la otra porque
transformó a un muerto crucificado en su cruz en su ideal
existencial y bajo su nombre actuó contra la pobreza, cierta­
mente, pero como contrarrevolucionaria -algo que parece
que no fue captado por Olivier Besancenot7 quien, junto a
Sarkozy, Chirac y Delors, defiende la vía del opio del pue­
blo, una hipótesis que Jean-Marc Rouillan, el otro amigo
del guevarista, probablemente no apoyaría-.

7. Referente de la izquierda francesa, candidato a ia presidencia en dos ocasiones por


la trotskista Liga Comunista Revolucionaria. (N. del E.)
LAS DOS AMÉRICAS

La semana pasada estaba en Nueva York y, al ver en una


calle de Brooklyn la fecha de construcción de un edificio
antiguo, se me ocurrió que probablemente Thoreau había
visto esa misma fachada durante su breve estadía en la
metrópoli. Más tarde, en el penoso museo de los pueblos
amerindios -cuya fachada en el barrio de Wall Street resulta
imponente aunque más no sea para disimular mejor la
pobreza de las tres o cuatro vitrinas llenas de vestigios del
etnocidio que los inmigrantes le infligieron a los pueblos
autóctonos™, me hice una vez más la misma observación:
esta América que, corrección política obliga, recuerda su
masacre genealógica pero tampoco demasiado, no es la
América de Thoreau, que veía en el indio la figura emble­
mática de la filosofía americana futura.
Luego, a medida que avanzaba en mis vagabundeos,
comencé a distinguir con claridad dos Américas: la de
Alexis de Tocqueville y... de BHL8, que es la América de las
ciudades, los periodistas, la modernidad, el dinero, los ban­
cos, las manufacturas, la industria, el liberalismo, los ras­
cacielos, la bolsa, el dólar, el productivismo, el orden mun­
dial, lo que se conoce como democracia; y la de Thoreau,
la América de las praderas, el campo, la naturaleza, los
campesinos, los indios, los leñadores, la ecología, los cami­
nantes, los herborizadores, la producción indexada en base
al consumo, la rebeldía libertaria, el "cambiar uno mismo
antes que cambiar el orden mundial".
De un lado Nueva York, del otro Concord, el pueblito
de provincia de los filósofos trascendentalistas. De este
lado, La democracia en América y su alegato a favor de la
libertad liberal de los propietarios; del otro Walden y su
elogio de la autosubsistencia como contrapoder frente a la
sociedad de consumo y el individualismo, solidario con las
víctimas del capitalismo liberal; o incluso La desobediencia
civil y su celebración de la resistencia contra un gobierno
injusto y también el Alegato en defensa de John Brown, que
deshace la supuesta no violencia de Thoreau al justificar
la toma de armas para defender una causa legítima -como
puede ser la lucha contra la esclavitud y la igualdad de
blancos y negros frente a la ley-.
Los defensores de esa primera América, la de Alexis y
Bernard, nos conminan a amarla y concluyen que quien no
abraza su causa es antiamericano y por tanto -retórica de la

8. BHL es Bernard-Henri Lévy, el reconocido filósofo francés de origen argelino inte­


grante del grupo conocido como "los nuevos filósofos” que surgió en los años 70
como reacción a las ¡deas post-Mayo francés. Durante todo el libro, Onfray se refe­
rirá a Lévy por sus siglas. (N. del E.)
École Nórmale Supérieure obliga- neomarxista y, en con­
secuencia, contrario a los derechos humanos y, por último,
antisemita. Ahora bien, lo cierto es que uno puede preferir
la segunda América contra su primera versión, y afirmar
que Thoreau -o el John Burroughs de Construirse la casa,
el John Muir de Recuerdos de infancia y juventud, el Aldo
Leopold del Almanaque de un condado de arena o el genio
del inmenso Walt Whitman-, nos muestra que existe otra
América querible. Y entre aquellos que vuelven deseable a
América, hay un tal Barack Obama... Continuará.
EL TRABAJO LÍBERA

En estas horas en las que el Partido Socialista parece estar


dispuesto a vender cuerpo y alma -a l menos lo que le
queda- a la telepredicadora encendida Ségoléne Royal (en
una época tan enamorada del centrista Frangois Bayrou
que llegó a proponerle, pasando por arriba de los militan­
tes y de más de un siglo de historia del socialismo, una
unión legal PACS9 entre la primera y la segunda vuelta de
las elecciones presidenciales), es bueno recordar que, antes,
la izquierda y la derecha no eran lo mismo.
Se escucha a los "intelectuales de izquierda" celebrando
las virtudes de un candidato presidencial y luego las de un
presidente claramente de derecha, el que tenemos; podemos

9. PACS (Pacte Civil de Solidarité): una de las dos formas de unión civil que define
el derecho francés. Es un contrato que firman dos personas mayores de edad, del
mismo o diferente sexo, para organizar una vida en común, estableciendo entre ellos
sus derechos y obligaciones. (N. del E.)
leer a otros, amigos de larga data de los primeros, compa­
ñeros de ruta y de vacaciones marroquíes incluyendo al jefe
de Estado, cantando los méritos de una candidata supues­
tamente de izquierda que quiere casarse políticamente con
otro que acaba de divorciarse de la derecha (¿me siguen?);
nos perdemos en conjeturas: ¿dónde está la izquierda?
En pocas palabras, podemos decir que la derecha es
fuerte con los débiles y débil con los fuertes, mientras que
la izquierda, vía el reparto de bienes, la redistribución del
ingreso, el reparto igualitario de las riquezas, la generosidad
social, busca alcanzar lo contrario de esta jungla: a saber, la
solidaridad con los débiles y el freno con los fuertes, para
que no ejerzan su fuerza en perjuicio de los más desprotegi­
dos. Una definición simple de la fraternidad...
Por lo tanto, existe un test que permite separar a la
derecha de la izquierda: a la derecha le gusta el trabajo y, de
acuerdo con sus eslóganes (“el trabajo libera" en Auschwitz,
versión hará alemana; "trabajo, familia, patria"', versión hará
francesa; "trabajar más para ganar más", versión edulco­
rada de la anterior), considera que el trabajo es una virtud.
En cuanto a la izquierda, desde el siglo XIX milita por
una reducción de las horas de trabajo, igual que los sindica­
tos (véase el carlismo en Inglaterra): Fourier busca indexar
el tiempo de producción en base al consumo; Owen trata
de concretarlo en New Lanark, su empresa textil socialista;
Paul Lafargue defiende el Derecho a la pereza y fustiga esa
"locura del amor por el trabajo"; Flora Tristán recorre la
Francia libertaria para convencer a la gente de cuán exce­
lente es la idea de reducir el tiempo de trabajo; la Genera­
ción del 48, y más adelante los comuneros junto a Louise
Michel militaron en este sentido; Hugo puso en juego su
nombre y su prestigio en esta aventura... También estuvie­
ron las 40 horas del Frente Popular, luego las más recientes
39 y 35 horas de los socialistas, saboteadas por la patronal
-y criticadas por... Ségoléne Royal-.
Por eso, cuando escuchamos hablar de jubilación a los
70 bajo el pretexto de que vivimos más tiempo (argumento
estúpido, por cierto), lo que en realidad deberíamos escu­
char es: "Ya que se confirma el envejecimiento de la pobla­
ción, tenemos que aumentar el castigo que es el trabajo!".
Por mi parte, yo vería más bien en estas premisas eviden­
temente justas sobre el aumento de la duración de la vida
la ocasión de proponer otra conclusión: que aprovechemos
entonces mucho más la vida, trabajando menos y durante
menos tiempo. Un argumento que separa realmente a la
derecha de la (verdadera) izquierda.
FELIZ AÑO SARKOZYSTA

Desde que Sarkozy reina de manera absoluta a la cabeza


del Estado, el campo político está devastado -signo de un
dominio inquietante sobre las almas y de un verdadero
peligro para la democracia, que cada vez menos gente
tiene el valor de defender si se juzga por el crédito que se
da en todas partes a las soluciones violentas y brutales con
las que se responde a los estragos de la crisis liberal-
A la derecha, en el sentido republicano parlamentario,
Sarkozy puso un bozal a diputados y senadores, y luego
al personal político que espera la promoción del próximo
recambio ministerial. En el mismo campo, pero del lado
extremo, el presidente vació la pecera y se tragó los sapos
del Frente Nacional, retomando una por una las ideas de
Le Pen: Trabajo, Familia, Patria. "Trabajar más para ganar
más": el eslogan de campaña se volvió, en los hechos, "Tra­
bajar más para ganar menos". Lo que significa aumento
de la duración del tiempo de trabajo semanal, abolición de
las 35 horas, retraso de la edad de jubilación hasta la de
Matusalén, generalización de las horas extras, trabajo los
domingos. Para las familias: una multitud de proyectos
que rebasan las carpetas y que alegran a la Unión nacional
de las asociaciones familiares; para la patria: un ministe­
rio de Inmigración y de la Identidad Nacional, con perros
policías incluidos, lanzados detrás de los indocumentados
y acompañándolos a la frontera dentro de los plazos más
cortos. Si Le Pen muerde el polvo es porque Sarkozy le ha
arrebatado su festín.
A la izquierda, las cosas no están mucho mejor. A la
derecha de la izquierda, convengamos, hay mucha gente,
se tiran de los pelos con la mira puesta en el Palacio del
Elíseo: ¿será acaso la Inmaculada Concepción del Poitou
u otro liberal a la rosew el que garantizará el liderazgo del
antisarkozysmo y encarnará la alternativa (!) al reinado dél
marido de Carla Bruni? En cuanto a los comunistas, prome­
ten cambiar -mientras mantienen en el poder a quien fuera
durante el siglo pasado secretario de Georges Marchais-
¡Parece mentira! ¡Robert Hue lanza su barquito en la carrera
de las transformaciones dentro del PC! José Bové, de quien
me di cuenta rápidamente que lejos de encarnar la unión
de la izquierda antiliberal para las presidenciales defendía
ante todo sus intereses personales (lo que justificó que me
negase a seguir colaborando con semejante iniciativa), par­
ticipará para las elecciones europeas en una lista ecologista

10. Juego de palabras: la rosa es !a flor que identifica al Partido Socialista. (N. del E.)
con Cohn-Bendit (que a veces habla bien de Alain Madelin,
quien le devuelve gentilezas...) y de Nicolás Hulot (quien
fuera la eminencia gris en temas ambientales de un tal
Jacques Chirac). Mientras tanto, Arlette se jubila y presenta
a su clon en los medios; Olivier Besancenot da los toques
finales a su Nuevo Partido Anticapitalista sin que se sepa
muy bien a qué se va a parecer, como si habláramos del
próximo modelo de automóvil de alta gama; Mélenchon
crea un partido de izquierda que se casa al día siguiente con
el PC; Clémentine Autain, unitaria, agrega una pieza nueva
al rompecabezas de la izquierda antiliberal con una Federa­
ción por una alternativa social y ecológica. Mientras tanto,
una invisible "ultraizquierda", retomando la expresión de
Alliot-Marie, estaría tentada con sabotear los trenes para
acelerar la llegada de la TGN, la Tremenda Gran Noche...
¡Patética danza del vientre de "la izquierda"!
Si algo verdaderamente antisarkozysta y peligroso
tiene que ocurrir en este año 2009, que cuestione el poder
de ese señorito sin verdaderos opositores, ocurrirá en la
calle, lejos de cualquier tipo de institución, en las antí­
podas de estos partidos esclerosados, dando la espalda a
estos movimientos abortados y riéndose de las hipótesis
idealistas, utópicas e ilusorias. Debemos confiar en lo que
Michelet llamaba el "genio colérico" de las masas, del pue­
blo, de la calle. La humillación no puede durar sin que una
voluntad de recuperar la dignidad la combata. ¡Feliz año,
de todas maneras!
DEL BUEN USO DEL SABOTAJE

El diario Liberation -¿quién lo creería?- fue fundado por


Jean-Paul Sartre. Hoy se enrolla con Ségoléne Royal, que
sólo sueña con una cosa: casarse políticamente con Fran^oiS
Bayrou; ¿qué hubiese pensando de tan bella línea política
el autor de El hombre tiene razón para rebelarse? La estrategia
editorial es simple: desacreditar a la verdadera izquierda,
la izquierda de la izquierda, y asociar lo más que se pueda
a la posible y genuina izquierda con la extrema izquierda, a
la extrema izquierda con la ultraizquierda y a la ultraiz-
quierda con el terrorismo.
La manga de cretinos que, parece, disfrutaban inmovi­
lizando los trenes TGV al sabotear las catenarias11, le otor­
gan a los defensores de esa lógica una excelente ocasión

11. Tendido de cables al costado de las vías, que transporta y alimenta de energía
eléctrica a las formaciones ferroviarias. (N. del E.)
para avanzar sus peones. Lo que explica una primera plana
("La ultraizquierda se descarrila"), seguida de dos páginas
en el cuerpo del diario, vagamente retomadas de la tesis del
ministro del Interior: "ultraizquierda, movimiento anarco-
autónomo", con un editorial que, discretamente, emplea
sin embargo el condicional. Uno nunca sabe...
El grupo de graciosos, que cree contribuir al adveni­
miento de la "gran noche" parando ciento sesenta TGV,
piensa con la misma profundidad que Michéle Alliot-Marie.
Porque estos actos de adolescentes retardados generan: por
un lado, una verdadera complicación para los miles de
usuarios que no son todos capitalistas viajando a la Costa
Azul para gastar los beneficios que ganaron en sus empre­
sas sino también, y sobre todo, gente que trabaja y que para
hacerlo debe desplazarse; por otro lado, la justificación
del despliegue policial, del ejército, de los controles, de la
presencia de hombres y mujeres armados y uniformados,
dicho de otro modo, de un dispositivo de seguridad que
hace feliz al gobierno.
¡Que estos retardados reivindiquen el anarquismo y el
anarco-sindicalismo si así lo desean! Pero, entonces, que
lean a Émile Pouget y su librito El sabotaje. Ahí podrán
encontrar un manual de ludismo (luchar contra la tiranía
de las máquinas), de sabotaje, de obstruccionismo (respe­
tar al pie de la letra el reglamento y de esta manera dismi­
nuir la velocidad de la producción), de combate a través
del "método de la boca abierta" (revelar lo que uno sabe
sobre las malversaciones del patrón), pero todo basado en
un principio ético muy simple: se trata de invitar al sabo­
taje, siempre y cuando resulte perjudicial para el patrón
y nunca para los empleados, los usuarios o los consumi­
dores. Pouget explica que fabricar pan con pedazos de
vidrio no tiene nada que ver con el sabotaje, como tam­
poco sustituir un producto que cura por uno peligroso o
mortal cuando se es empleado en una farmacia. ¿La ética
del sabotaje? "Busca mejorar las condiciones sociales de las
masas obreras y liberarlas de la explotación que las oprime
y las aplasta".
Llamo sabotaje negativo a todo lo que termina siendo
perjudicial para los usuarios y consumidores, y no para la
patronal. Sabotaje positivo es el que, a la inversa, "apunta
a la caja de la patronal", según la expresión de Pouget, y
beneficia a los usuarios. Como inventar formas modernas
de lucha que permitan, por ejemplo, transformar las huel­
gas en fiestas gratuitas durante las cuales se pueda viajar
sin boleto. O defender la idea de la gratuidad de los trans­
portes públicos, algo a lo que adhiero. ¿Para qué sirven, si
no, los impuestos?
¿A QUIÉN PERTENECE POUGET?

El mecanismo de una colaboración semanal con un diario


obliga a reaccionar rápido ante una información, en general
el mismo día, para poder tomar en cuenta los plazos de cie­
rre y aparecer así en el kiosco a una hora pautada. Una vez
que se ha elegido el tema, puede ocurrir que al día siguiente
uno encuentre otro que le interese más pero sobre el cual no
escribirá porque el nuevo plazo diferiría aun más su publi­
cación y, por eso, perdería toda frescura. Primer escollo.
Segundo escollo: el lector que descubre el artículo en
su diario ignora que ya se enfrió y que tiene un par de
días, a veces una decena en caso de que el texto haya sido
entregado temprano y leído tarde. De suerte que es posi­
ble, como la información viaja tan rápido, que lo haya­
mos escrito ignorando accesorias obtenidas luego sobre el
hecho tratado y que lo muestran bajo otra luz. En cambio,
el lector sí dispone de noticias frescas.
Eso fue lo que ocurrió con "Del buen uso del sabotaje",
un texto publicado en esta columna la semana pasada, y que
me valió muchas cartas (algunas incluso amenazaban con
despellejarme, ¡bravo, gente!) que olvidaban mencionar
que yo reaccionaba -el texto todavía se puede leer- al trato
mediático que se le dio, sobre todo en Libération, al caso
de Tarnac, considerado como el "descarrile de la ultraiz-
quierda" y las farsas del movimiento "anarco-autónomo".
¿Qué fue lo que dije en ese artículo? 1. Que "la
ultraizquierda" era una expresión útil en lo político para
estigmatizar a la izquierda de la izquierda en un diario
que ha optado por la izquierda de la derecha. 2. Que el
sabotaje teorizado por Pouget y al que adhiero, tal como
declaré en Política del rebelde en 1997, es defendible en
tanto afecta al bolsillo del patrón. 3. Que, caso contra­
rio, produce un efecto inverso y legítimo sobre la plebe,
el despliegue del arsenal policial y de seguridad del
gobierno de tumo. 4. Que hoy en día habría que inventar
formas modernas de sabotaje positivo, es decir, útiles para
el pueblo, y que esto le incumbe a la militancia postmar-
xista. Lo sostengo y lo firmo...
¿Qué fue lo que no dije? 1. Que estos individuos dete­
nidos eran "terroristas". 2. Que tenían razón en perseguir­
los sin pruebas -lo escribí al día siguiente de su arresto y
todo el mundo ignoraba que no existían pruebas tangibles
contra ellos-. 3. Que eran "anarco-autónomos" o "partida­
rios de la ultraizquierda". Lo sostengo y lo firmo...
¿Cuál fue el error que me valió insultos, puteadas
y amenazas de palizas? Que no me pareciera política­
mente eficaz, y por ende, defendible, el sabotaje negativo,
dicho de otra manera, el gesto sin efecto positivo evi­
dente para el pueblo.
Para su información, leo en Le Monde libertaire (20-26
noviembre), al que estoy abonado, un artículo con el título
"Anarquistas disfrazados de conejos", un texto excelente
al que adhiero completamente. En él se puede leer: "Las
acciones de Pouget y de sus amigos eran claramente revin-
dicadas y pienso que las preocupaciones anarcosindica­
listas estaban infinitamente alejadas de las de esta banda
de vagos a los que a ti (el periodista que llamó a la caza de
anarquistas y a quien Émile Vanhecke se dirige) te gustaría
comerte crudos". Lo suscribo y lo firmo...
En la página opuesta, la Federación Anarquista "mani­
fiesta su rechazo a estos actos de sabotaje, que contribu­
yen por un lado a fomentar la incomprensión y la condena
de la opinión sobre el eventual sentido político de estas
acciones, y por otro lado refuerzan las medidas represi­
vas del capital y el Estado, que tratando de hacerles pagar
la cuenta de la crisis a los trabajadores, hacen pesar sobre
ellos la carga de una represión en aumento". Lo suscribo,
lo firmo.., y lo sostengo.
SÉOOLÉNE DEBORD Y GUY ROYAL

Apostemos a que cuando no está leyendo a BHL, el filósofo


que la apoya -como Malraux hizo con el general De Gau,-
lle o Bigard con Sarkozy- Ségoléne Royal perfecciona su
cultura general leyendo La sociedad del espectáculo, de Guy
Debord, y luego Comentarios a la sociedad del espectáculo, una
obra que fue publicada en la época en que la señora apare­
cía en París Match, ya icónica, con pijama en la cama de la
maternidad y mostrándonos a su niño, acto político si los
hay, equivalente -en términos de fundación de la historia-
ai llamamiento del 18 de junio.
He aquí la persona, la que en una época recurrió a
un cómico de Canal + para que le escribiese los eslóganes
políticos de su campaña presidencial, la que después de
haber falsamente descuidado la toma del PS, y luego de
haber cambiado de idea al constatar que no desentonaba
tanto ahí, y ahora ver que la vieja guardia no está lista; he
aquí la persona, entonces, que nos dice que mantiene una
"relación directa con el pueblo". Dicho de otra manera, que
para lo que queda de sus aventuras (innegablemente presi­
denciales) no tiene por qué incomodarse con un partido y
la servidumbre militante que lo constituye.
Recordemos la tesis de Debord (porque con frecuencia
se ve deformada por la gente del espectáculo, esta vez en
el sentido trivial del término, es decir por los dueños del
poder mediático): el espectáculo no es la televisión, sino la
maquinaria del reino autocrático de la economía de mer­
cado -de la que Ségoléne forma parte de manera emblemá­
tica-. Lo espectacular concentrado caracterizaría al método
utilizado por el dictador; lo espectacular difuso, el del mundo
mercantil americanizado; lo espectacular integrado, signo de
nuestros tiempos, ofrece una mezcla.
Ségoléne Royal, entonces: su falta de memoria que la
lleva a celebrar únicamente el momento mediático pre­
sente y a olvidar la historia, que ella confunde de manera
obsesiva y personal con su acceso al Elíseo; su poca sustan­
cia ideológica; su falta de carácter político; su inexistencia
intelectual; su electroencefalograma conceptual plano; su
recurso al arsenal de los cómicos de la televisión, de la gente
de teatro, de los consejeros en comunicación para suminis­
trarle su ideario; su requerimiento a la gente de circo para
escenificar sus apariciones; sus performances políticas como
una serie de letanías arrojadas por teleprompter; su voz tra­
bajada por la probable foniatra de Bernadette Soubirous; su
cadencia de ectoplasma; su reciclaje de los grandes textos
políticos del tipo Nuevo Testamento, y en especial de los
Evangelios (¡ah! el famoso "Ámense los unos a los otros",
que entró a la historia al lado de fórmulas como "la tierra,
ella, no miente"...), todo esto, y muchas otras cosas, hacen
de Ségoléne Royal un icono de la sociedad espectacular.
Dicho de otra manera, un blanco privilegiado para
todos aquellos que quieren seguir haciendo política, con el
objetivo de terminar con el reino indis cutido... de la socie­
dad del espectáculo, a saber, de la religión de la mercancía.
El eterno retorno de esta amiga supuestamente socia­
lista de Frangois Bayrou, verdadero hombre de derecha,
define lo icónico de la repetición. Pero no hace reír a todo
el mundo, y seguramente nada al pueblo de izquierda.
AL CARAJO CON LOS CUIDADOS PALIATIVOS

Los cristianos, es decir, la derecha o -digámoslo de otro


m odo- a la derecha, es decir, con frecuencia a los cristia­
nos, no les gusta la eutanasia y prefieren los cuidados
paliativos. La Carta de los agentes sanitarios, editada por
el Vaticano y destinada al personal de la salud, ¡habla del
poder "salvador" de la imitación de la Pasión de Nues­
tro Señor Jesucristo! En otros términos, Benedicto XVI y
su banda consideran que, al sufrir, uno se identifica con
el personaje de la fábula cristiana llamado Jesús y que,
cuanto más se sufre, más se goza; de manera que -d e
acuerdo con este principio- cuanto más júbilo se siente
más se asemeja uno al crucificado con sus heridas, su san­
gre, su sufrimiento, su pasión, su flema, su quilo diges­
tivo, sus costras, y así uno se asegura de tener una vida
eterna, de sobrevivir después de la muerte, de la salva­
ción para toda la eternidad... Salvo que esta promesa es
una publicidad mentirosa: hay tantas probabilidades de
que Jesús haya existido como de que exista Papá Noel.
El señor Leonetti, diputado de la UMP12, posiblemente
el representante de Cristo en la Tierra pero accesoriamente
el vocero de un proyecto sobre la ley de 2005 referido al fin
de la vida, acaba de entregar sus deberes al primer minis­
tro. En este memorando tan esperado se puede leer que es
urgente seguir aguardando y que, sobre todo, no se debe
legislar en el sentido de una despenalización de la eutanasia
-lo que, sin embargo, pondría a Francia en sintonía con las
naciones europeas civilizadas-. Este verdugo de la UMP es
el creador del "derecho a dejar morir" -que podemos tradu­
cir como "el derecho a dejar morir sin asistencia..."-. Dicho
de otra manera, es el arquitecto de un arsenal conceptual
simplista que se propone dejar el terreno libre a los cristia­
nos defensores de los cuidados paliativos, bloqueando el
camino a los humanistas que piensan en la posibilidad dé
reapropiarse de la propia vida hasta la muerte, decidiendo
el lugar, la hora y la forma de desaparición en caso de que la
vida se haya vuelto demasiado invivible.
Rachida Dati, quien por otro lado muestra la excelen­
cia de una política de paridad (es una mujer...) y el ideal
de la discriminación positiva (es de origen árabe...) está en
contra de cambiar la ley. A ella le parece normal criminali­
zar a los sin techo que instalan carpas en la calle; a ella le
parece bien que se saque de la cama, se palpe y se espose a
un periodista de Liberation que se limita a hacer su trabajo;

12. Unión por un Movimiento Popular, partido conservador que llevó a la presidencia a
Nicolás Sarkozy en 2007. (N. del E.)
ella convoca de noche a magistrados para pedirles que rin­
dan cuentas, mientras en las cárceles los presos se cuelgan;
a ella le parece normal que se anule el casamiento de un
musulmán que ha descubierto que su mujer no era virgen;
ella proclama que a los 12 años de edad uno puede ir a la
cárcel; ¡pero no quiere que se permita a personas condena­
das a muerte en un lapso muy breve tener la posibilidad
legal de acortar una vida de sufrimiento!
En un departamento, y con carácter experimental (¡qué
audaces!), ¡se va a permitir al padre de un moribundo obtener
un permiso especial para acompañar al cuasi cadáver en su
agonía! Lamentable, vergonzoso, deplorable, repugnante...
Mientras tanto, Christine Boutin sigue rezando. Y Lau-
rent Fabius, izquierdista convencido, como siempre, se aso­
cia a una diputada UMP para defender en el Parlamento
una propuesta de ley que legaliza una "ayuda activa para
morir''. Es decir: sigue sin existir una franca legalización
de la eutanasia.
¡Un baile de hipócritas, tanto de derecha como de
izquierda! La excelente Asociación por el Derecho a Morir
con Dignidad ya dijo todo lo que se podía decir sobre el
tema. Hagamos a un lado a los curas y dejemos pasar por
fin a los representantes de la ADMD.
En un siglo la gente se burlará de nuestra Edad Media
y de sus inquisidores, de Leonetti a Fabius, pasando por
Boutin, Dati, Bachelot y Ratzinger. Sin olvidar a Sarkozy
que, en su discurso ultrademagógico de candidato presi­
dencial en las puertas de Versalles, expresó su deseo de
solucionar el problema, más preocupado por el dolor de
los enfermos que por los principios. Otra mentira más...
LA CRIMINALIZARON DEL PENSAMIENTO

Cuando la prensa informó sobre el arresto de los supues­


tos responsables de los actos de sabotaje de los trenes TGV
todavía funcionaba la presunción de inocencia, es cierto,
pero la presentación de los hechos que hicieron los medios,
relevando a falta de algo mejor la versión policial, no dejaba
lugar a dudas: se trataba de personas que colocaron los
famosas barras de hormigón sobre las catenarias.
Informado por esta única fuente, y por la primera plana
de Libération que puso el título "La ultraizquierda descarrila",
redacté mi columna semanal en Siné Hebdo, deplorando los
actos de sabotaje que no le aportaban nada al pueblo sino
que más bien lo penalizaban, tanto en forma individual, por
los daños causados, como colectiva, por la legitimación de
una respuesta represiva de los gobiernos en el poder.
Ahora bien, tal como ocurre cada vez que la prensa
anuncia con bombos y platillos una noticia falsa (como ha
pasado en otra época, por ejemplo, con el clonaje de un
niño llevado a cabo por los raelianos) o incompleta, frag­
mentaria, parcelaria y, por consiguiente, parcialmente
falsa, no suele haber mucha autocrítica luego. En el caso de
Tarnac, por caso, constatamos que en el tiempo que duró la
detención preventiva y a falta de más información, la prensa
mantuvo una posición muy cercana a la del Ministerio del
Interior, que terminó siendo falsa. Porque el expediente no
contiene nada.
Así, el ADN de los supuestos sospechosos, que habi­
tualmente actúa como una prueba de justicia irrefutable,
no fue encontrado en la escena del crimen. Las acusaciones
están basadas en hipótesis que no se sostienen: un pasado
como militante y activista internacional, lo que no cons­
tituiría un delito; material que podría haber servido para
actos de sabotaje pero que también podría explicarse sim­
plemente por su uso en bricolaje doméstico; los horarios del
TGV, aunque uno puede necesitarlos para tomar el tren en
hora sin necesariamente querer detenerlo; pero también,
y sobre todo, ¡libros! Pecado mortal. ¡Una biblioteca sub­
versiva! Y la presencia de La insurrección que viene, un libro
sin nombre de autor del que se dice que podría haber sido
escrito por el protagonista, transformado así en "jefe".
Frente a un expediente vacío y la ausencia total de
pruebas, ¿qué puede hacer la policía para no tener que
retractarse? Recurrir a la acusación de terrorismo y a la
posibilidad de un acto terrorista potencial justificado por
el perfil intelectual. Dicho de otra manera: criminalizar el
pensamiento. Otra versión del delito de portación de cara:
podrían haberlo hecho, ¡entonces lo hicieron! El terrorismo,
salvo en casos probados, es con frecuencia la palabra que
usamos para fustigar al enemigo cuando se lo quiere con­
denar sin pruebas o antes de constituir su expediente. Fas­
cista, estalinista o pedófilo responden a la misma lógica.
Frente a un expediente vacío y la ausencia total de
pruebas, ¿qué puede hacer el periodismo para no retrac­
tarse más allá de lo razonable? Invitar al debate y referirse a
los expedientes -m ás tarde...-. ¡Hasta yo mismo terminé
contribuyendo, y todo por seguirles los pasos a los perio­
distas de enfrente! Duró lo que dura una crónica, es verdad,
pero igualmente... Una lección sobre el periodismo, que es
un poder como los otros y que el libertario que intento ser
quizá no tiene tan presente como debiera.
EL GRAN ALBERT

Albert Camus viene de una familia pobre; Jean-Paul Sar­


tre es hijo de burgueses. Camus nunca creyó haber nacido
para la gloria; Sartre pensaba que ésta le correspondía de
forma natural. Camus se confronta con la miseria en los
barrios pobres de Argel; Sartre, en las bibliotecas, leyendo
a Hegel y a Marx. Camus aprendió en la calle, privado de
estudios superiores por la tuberculosis; Sartre es un pro­
ducto puro de la École Nórmale Supérieure, formateado
por y para el examen de la agrégation. Camus conoce de
muy joven el tormento de la enfermedad y vive toda la
vida bajo este signo; Sartre se pasa la vida maltratando a
su cuerpo con el tabaco, el alcohol, las drogas, las anfeta-
minas, la mugre, la suciedad. Camus juega al fútbol como
arquero y admite haber aprendido sobre la filosofía y la
fraternidad en las canchas; Sartre boxea y se rompe la cara
mientras disfruta romper la de su adversario. A Camus le
gustan el sol, el mar Mediterráneo, el sol de Argelia; Sar-
tre es un parisino neto, y precisamente de Saint-Germain
des Prés, la forma más provincial que puede llegar a adop­
tar un parisino. Camus es solar; Sartre, nocturno. Camus
quiere alistarse desde 1939, pero su estado de salud le val­
drá el rechazo por parte de las autoridades; Sartre descubre
la Resistencia y el compromiso una vez que la guerra ha
terminado. Camus se opuso a la depuración; Sartre formó
parte del comité de depuración13. Camus es antisoviético y,
de forma visceral, no soporta el totalitarismo; Sartre acom­
paña a todos los totalitarismos, mientras sean de izquierda,
piensa que ''todo anticomunista es un perro". Camus argu­
menta y se justifica constantemente; Sartre agrede, acusa,
ataca, calumnia. Camus escribió El hombre rebelde y él fue
uno; Sartre coescribió El hombre tiene razón para rebelarse,
pero se rebeló únicamente de manera infantil, visceral y
constante contra la burguesía, el mundo de su padrastro
que le robaba a la madre. Camus no defiende ningún tipo
de terrorismo; Sartre lo defiende cuando es palestino, si
lo practica la banda de Baader14, la "justicia proletaria", o
si es maoísta, incluso cuando corre el riesgo de mandar al
patíbulo al escribano de Bruay-en-Artois. Camus explica
en Reflexiones sobre la pena capital por qué se opone a la pena
de muerte; en Actuel, Sartre la defiende por razones polí­
ticas. Camus quería una solución pacífica para Argelia a

13. La depuración fue e! proceso contra los colaboracionistas nazis que se desarrolló
en Francia durante la postguerra: durante el mismo se registraron unas diez mil
ejecuciones sumarísimas y otras tantas condenas a muerte. (N. del E.)
14. Grupo armado alemán, también conocido como Fracción del Ejército Rojo, que
actuó en los años 70 y 80 del siglo XX. (N. de! E.)
través de una fórmula federalista, defendida con fervor
por los socialistas libertarios; Sartre apoyaba el terrorismo
del Frente de Liberación Nacional y justificaba -hay que
releer el prefacio de Aden Arabie- que se ejecutase a los
blancos asimilados a los colonizadores. Camus era liber­
tario, sin haberlo declarado nunca; Sartre fue autoritario,
aunque en sus últimos años de existencia, ¡haya confesado
sin vergüenza alguna que siempre fue libertario! Camus
era un individuo solitario, lo que no le impedía ser solida­
rio, como lo prueba su rol de jefe de redacción en Combat;
Sartre era el líder de una jauría -véase su dirección en Les
Temps Modernes-. Camus era un sensorial epidérmico, una
sensibilidad frágil, a flor de piel, un sismógrafo existencial;
Sartre era un conceptual puro, un cerebral sin estados de
ánimo. Camus era un demócrata, Sartre no. Camus murió
en la flor de la vida, como un cometa brillante; Sartre vivió
muerto al menos la última década de su vida -lean o relean
La ceremonia de los adioses-. Camus fue un filósofo intem­
pestivo, que tuvo razón demasiado temprano pero que
hoy la historia valida; durante este siglo y medio, Sartre
se terminó convirtiendo en un "filósofo para el último año
del bachillerato". Camus, privado de consagración dema­
siado rápido, hoy lo ha conseguido; a Sartre sólo le queda
el pasado. Para Navidad, no sean idiotas: pidan que les
regalen -o regalen...- El hombre rebelde.
LLEGÓ LA COSECHA DEL NUEVO DIÓGENES

Hace tiempo, en el siglo pasado, escribí un libro que tema


como título Cinismos, con el subtítulo Retrato de los filósofos
llamados perros. Usé el plural en cinismos para diferenciar el
cinismo de los vendedores de armas, de los mercaderes del
capitalismo liberal, de la sociedad del espectáculo, de los
intelectuales de la corte (liberales), de la gente que no le teme
ni a Dios ni al Diablo, de los iconos mediáticos, de los que
al estar condecorados con la Legión de Honor se presentan
como descendientes de Voltaire, de los institucionales -de
la Sorbona a la Academia Francesa, pasando por el Café de
Flore-, y otros engranajes de la máquina social postmoderna,
para diferenciarlo -decía- del de los verdaderos añicos, en
el sentido histórico de la palabra, es decir los descendientes
de Diógenes, el filósofo griego que, en el siglo IV a.C., creó la
escuela filosófica que reagrupa a los que, como La Fontaine,
piensan que "nuestro enemigo es nuestro amo".
Diógenes, que vivía en un ánfora y no en un tonel (el
tonel es un invento de los galos y, por ende, posterior a
Diógenes), había adquirido tal reputación en la resisten­
cia, la subversión, las ocurrencias libertarias, que Alejandro
Magno quiso conocer a este anarquista antes de tiempo.
Entonces Alejandro se reúne con Diógenes y le dice: "Yo
puedo lo que quiero, ¿tú qué quieres?". El filósofo le res­
ponde: "Lárgate, me haces sombra", traducción libre del
griego, el original se encuentra en Vidas, opiniones y senten­
cias de filósofos ilustres de Diógenes Laercio.
El mismo Diógenes era famoso por masturbarse en la
plaza pública, tirarse pedos en el agora, arrastrar un aren­
que ahumado de una cuerda, darle palazos a los molestos,
imitar a la rana, al ratón, al pez masturbador, pero además,
y sobre todo, al perro que sabe morder según la ocasión.
Sus lecciones filosóficas: como rompimos todo lazo con la
naturaleza, interroguémosla para que nos enseñe a darle
un sentido a nuestra existencia.
La aventura de Siné Hebdo me permitió conocer a Guy
Bedos. Creo que a su manera es un Diógenes postmo­
derno. A partir de una propuesta de Daniel Mesguisch,
derridiano militante, Guy Bedos inaugura un curso en el
Conservatorio Nacional Superior de Arte Dramático en el
que enseña lo que no se enseña: la risa. Lo hace como dis­
cípulo de Sócrates, que celebraba la "inciencia", es decir
la verdadera ciencia, que consiste en saber que uno no sabe
nada. Pero de este modo, al saberlo de verdad, Guy Bedos
se transforma también en rdetzscheano: sabe que un buen
profesor es el que enseña a que se desprendan de él. Y eso
es lo que enseña.
En una época en que el escatológico Bigard inspira
al jefe de Estado, es bueno que a este cinismo mierdoso, al
cinismo presidencial de Sarkozy, al cinismo de los amigos
liberales del presidente, a este cinismo vulgar, le oponga­
mos un cinismo filosófico.
Guy Bedos acaba de abrir un espacio que tiene algo del
Cinosargo, la escuela filosófica de Diógenes: allí se enseña
a decirle a Alejandro, y a todos sus clones, que nos hacen
sombra y que necesitamos el sol que nos ocultan. El filó­
sofo que soy ve una ocasión esperanzadora en la risa que
transmite y que enseña el amigo Bedos. Los filósofos están
tan tristes que un cómico que filosofa puede, en esta época
siniestra, indicar el buen camino: no corremos el riesgo,
como los pensadores condecorados, de ser los primeros en
metemos a toda velocidad en un callejón sin salida.
REVOLUCÍONAR LA REVOLUCIÓN

Se habló poco cuando salió en francés -hace casi un año-


la traducción del excelente libro de John Holloway con el
título programático de Cambiar el mundo sin tomar el poder,
y subtitulado El significado de la revolución hoy, publicado
por las ediciones Syllepse junto a Lux15. Holloway filó-
sofo irlandés nacido en 1947, enseña en la actualidad en
la Universidad Autónoma de Puebla, en México. Su tesis
es simple y fastidia a la gente de izquierda, sea cual sea su
corriente: la toma del poder como finalidad de la política
es una idea muerta.
La solución, sin embargo, no está en el rechazo, la
renuncia, el pesimismo social, sino en la lección dada por
Zapata y los zapatistas: aunque ya no se trate de llevar a

15. La traducción en españoi del libro de Holloway fue publicada por Ediciones Herra­
mienta (Buenos Aires, 2002). (N. del E.)
cabo la revolución para tomar el poder, la acción política
sigue siendo urgente y no se debe renunciar a cambiar el
mundo, está claro, pero esta vez debe hacerse multipli­
cando los actos de resistencia cotidianos -una idea que yo
defiendo desde la época de mis lecturas adolescentes de
Foucault, Deleuze y Guattari en la Universidad de Caen-.
Los anarquistas y los libertarios tienen mucho que
aprender aquí, sobre todo de la dialéctica revolucionaria:
pueden alegrarse de que en México exista, mientras escribo,
un Proudhon o un Thoreau que piensa, no en relación a las
bibliotecas ortodoxas de los profetas de la bandera negra,
sino a partir de la realidad social y política del momento.
Asimismo, la izquierda supuestamente revoluciona­
ria tiene mucho que aprender, ella que funciona siempre
según el viejo esquema bolchevique del golpe de Estado,
de la revolución violenta, negadora, destructora, muchas
veces acompañada de guillotinas y cárceles, luego de cam­
pos de prisioneros y alambres de púa. La violencia revo­
lucionaria, una idea que parece recobrar fuerza en nuestra
época, se enfrenta aquí a una magistral superación.
Holloway estudia desde hace más de quince años
los movimientos sociales mundiales y constata la caduci­
dad de los viejos esquemas. Partiendo además de lo que
aprendimos de las "revoluciones" del siglo XX, llama a
una reapropiación de uno mismo a través del "hacer", con­
cepto mayor de su análisis.
De ahí en adelante, digno discípulo de La Boétie para
quien un poder sólo existe si uno le da su consentimiento
-inclusive el poder capitalista-, Holloway afirma que la
libertad no llegará mañana, con la toma del poder, sino
hoy; basta con darse los medios para lograrlo, ya que el
capitalismo colapsa a partir del momento en que dejamos
de apoyarlo. El poder individual es más fuerte que el de los
partidos. El hacer personal aquí y ahora produce más efectos
que esperar el hacer de un partido mañana, luego de una
hipotética revolución.
Esta propuesta tiene el mérito de confrontar a los
revolucionarios kantianos con ellos mismos, dicho de otra
manera, los que sólo son revolucionarios en el discurso.
Porque los obliga a pensar en la eficacia de lo que hacen
en la realidad, fuera del espectáculo militante tradicional
con su teatro habitual de megáfonos, banderas, panfletos
y manifestaciones. Holloway invita a revolucionar la revo­
lución. La inteligencia de sus dichos transforma en viejos
loros a los que antes que él se adjudicaban la única manera
de hacer la revolución. ¡Viva16 Holloway!

16. En español en e! original. (N. del E.)


LOS BÁRBAROS REFINADOS

Dominique Fernandez acaba de publicar un voluminoso


ensayo sobre su padre, cuya tesis es que fue un notorio
colaboracionista a pesar de haber sido un intelectual de
alto vuelo, lo que no deja de sorprender a su hijo más de
medio siglo después. Haber sido crítico literario, amigo
de los grandes nombres del momento, autor de estudios
sobre Moliere, Proust, Mauriac, Balzac y Gide, haber sido
un adepto frenético de las cenas mundanas parisinas, con
la créme de la créme del mundo literario, haber recibido el
premio Femina en 1932, haber formado parte del comité
de lectura de la editorial Gallimard, ¡he aquí toda una
serie de sucesos que deberían haberle impedido adherir
a causas indefendibles! ¡Qué idea más disparatada imagi­
nar que la inteligencia previene la barbarie, que la cultura
impide la maldad, que el refinamiento le prohíbe a uno
ser una bestia!
Cuando BHL, fiel a su método, relata las conmociones
de su ego bajo el pretexto de comentar, para volverla más
imprecisa, la golpiza propinada a los palestinos por el ejér­
cito israelí, comenta en JDD (Jornal du Dimanche) -mira tú,
¿por qué ya no en Le Monde?- bajo el título de "Los diarios
de guerra de Bemard-Henri Lévy", que él vio, con sus pro­
pios ojos, a Ehud Barak "en un amplio salón, que parece
haber sido construido alrededor de dos pianos que toca
como un virtuoso"; de manera que él también cae en ese
lugar común, que consiste en creer que un hombre que toca
el piano (¡y hasta dos pianos!), no puede ser realmente malo.
La historia del siglo XX, sin embargo, está repleta de
gente inteligente, cultivada, brillante, egresados de la École
Nórmale Supérieure, doctores, universitarios confirmados
y de todo tipo, escritores, que pusieron todo su talento,
cuando no su genio, al servicio de justificar lo injustificable.
¿Cuántos tipos brillantes, a veces salidos de la Rué d'Uhn17f
legitiman el campo de concentración -mientras sea comu­
nista-, la pena de muerte -cuando se la practica en nom­
bre del proletariado-, el terrorismo ciego y la masacre de
víctimas civiles -si a la mecha se la prende con el fósforo
políticamente correcto-, la parodia de la justicia -mientras
ocurra dentro del marco de una justicia revolucionaria
supuestamente popular-? Sartre, actor emblemático de las
alegrías de este escuadrón...
¿Es necesario recordar que Goebbels tenía un docto­
rado en literatura y que había defendido una tesis sobre

17. En el número31 de la rued’Ulm, en París, seencuentra la École Nórmale Supérieure.


(N. del E.)
un escritor romántico, que escribió poemas, ensayos y una
novela antes de convertirse en el personaje que conoce­
mos? ¿Debemos invitar a releer La larga marcha de Simone
de Beauvoir, catedrática de filosofía, para medir el alcance
de este crimen en una mujer que celebra la China comu­
nista policial y alambrada al escribir, en 1957, que "ningún
ciudadano chino es perseguido por sus 'opiniones'"? ¿Y
qué decir de Heidegger, titular de un carnet del partido
nazi desde 1933 (antes es imposible) hasta 1945 (después
es imposible...) aunque fuera filósofo?
Hoy, que triunfa lo políticamente correcto tanto en la
derecha como en la izquierda, las indignaciones son selectivas:
no se le perdona a Brasillach el elogio del crimen político
que sí se le justifica a Sartre, y se condena la predilección
que tenía Drieu la Rochelle por Hitler pero se tolera la de
Aragón por Stalin. No es que haya que justificar las por­
querías de uno para legitimar las del otro, pero habría que
terminar con la idea de que se puede distinguir la buena de
la mala basura. La basura no es ni buena ni mala, es basura.
Y todas las contorsiones intelectuales no significan nada:
se puede ser culto y bárbaro. Solo que éstos no hacen más
que llevar la barbarie a grados de refinamiento intelectual
insospechados; eso es todo.
0 LIV1ER, APÚRATE..

Está el ideal, y luego la realidad. Uno puede proclamarse


de una izquierda ideal, platónica, que sólo vive de ideas
y conceptos, de principios etéreos y de grandes discursos.
Y luego uno puede también estar preocupado por la rea­
lidad, no contentarse con las facilidades de una izquierda
kantiana y desear una izquierda concreta, que permita
realmente hacer frente a la brutalidad liberal, en la versión
de Sarkozy o en la versión socialista.
Una larga entrevista con Alain Badiou publicada recien­
temente en Liberation, prueba que el diario tiende a simplifi­
car el debate en la izquierda ubicando, por un lado, al socia­
lismo liberal de un BHL, miembro del consejo de vigilancia
del diario y amigo íntimo de Sarkozy, pero que como buen
estratega de ocupación del campo mediático francés apoya
de manera abierta y oficial a Ségoléne Royal, y por el otro,
a Alain Badiou, que le encuentra virtudes a Stalin (¡les daba
miedo a los capitalistas!), minimiza a las víctimas del comu­
nismo recurriendo al viejo argumento de responder con
las víctimas que produjo el campo capitalista, hace alarde
de fidelidad a su maoísmo de los años 70, diserta como un
platónico de escuela sobre lo que debería ser la "hipótesis
comunista", concluye afirmando que no vota y siembra
dudas sobre el Nuevo Partido Anticapitalista.
El Nouvel Observateur publica en la misma semana
un informe sobre duelos hipotéticos entre tal o cual figura
del mundo de las letras, la literatura o las ideas. Una de
ellas opone a... BHL y Badiou. En verdad, si dentro de la
izquierda la alternativa consiste en elegir entre el amigo de
Sarko que desayuna con Ségo y el amigo de Mao que desa­
yuna con Platón, la izquierda va por mal camino...
Yo no soy platónico, ni en política ni en ningún otro
ámbito; soy un pragmático preocupado por la realidad,
los hechos, lo concreto, la miseria en la que viven millo­
nes de personas todos los días, la esclavitud de los tiem­
pos modernos y liberales. Hay una urgencia, y las cosas
no están como para ponemos quisquillosos, lanzarnos en
interminables debates de asambleas generales o crear gru-
púsculos nuevos cada día, sino para actuar.
No se pierde tiempo en pavadas quince minutos antes
de la batalla. No soy de los que buscan piojos en la cabeza a
Olivier Besancenot ni de los que trabajan con él para cons­
truir una sinergia de izquierda. No adhiero a todas sus pro­
posiciones. Ahora bien, lo importante no es lo que separa
sino lo que reúne, congrega, crea una fuerza y multiplica
la energía.
Nos encontramos en una situación tal que Olivier
Besancenot parece ser el mejor posicionado para poder
federar, mutualizar la cólera tremenda del pueblo francés.
El platónico disfrutará de la caverna en la que da su semi­
nario. El opositor a esta figura angelical preferirá la luz del
exterior, la claridad de la calle, el vigor y el clamor públi­
cos, la salud robusta de la gente común que ya no puede
más que contar las monedas para comer mientras el Estado
sarkozysta alimenta a los banqueros harto satisfechos que
matan de hambre. La izquierda no necesita a Platón sino
a Louise Michel, y el único que habla de ella es Olivier
Besancenot, desde hace mucho tiempo.
“TODA IDEA EN MOVIMIENTO SE CONVIERTE EN UNA AURORA”

Vimos muchas veces a la izquierda marxista gobernar en el


siglo pasado: su autoritarismo dañó considerablemente la
reputación del socialismo, y con razón. El gulag, los alambra­
dos y los muros nunca son buenas soluciones. Durante un
vasto medio siglo, los países del Este encarcelaron, persiguie­
ron, torturaron, asesinaron, y todo en nombre del socialismo.
¿Cómo trabajar para la promoción de semejante ideal
cuando hay que hacerse cargo de tal balance? Aclarando
que existió otra izquierda, libertaria, es decir antiautoritaria,
y que nunca hubo ocasión para medir sus efectos. Porque
Marx hizo lo necesario desde el principio para actuar en
las Internacionales como luego lo hicieron sus hombres de
confianza en el ámbito europeo: con autoridad, brutalidad,
maniobras, truquillos, mala fe y rumores. Proudhon fue el
primero en sufrir las consecuencias, junto con Bakunin.
Ahora bien, con el socialismo libertario francés, es decir
con el pensamiento anarquista, tenemos a nuestra dispo­
sición un formidable caudal de ideas para hoy y para el
mañana -siempre y cuando no leamos a los viejos referen­
tes como los dueños intocables de la palabra sagrada...-.
Hay que ser anarquista con los grandes y viejos referentes
anarquistas, es la única manera de serles fiel.
En la constelación de estos rebeldes intempestivos, el
nombre de Louise Michel tiene un brillo particular. De ella,
que escribía "Toda idea en movimiento se convierte en una
aurora", deberíamos recordar cuáles eran sus ideas y, ante
todo, quién era.
Nacida de la relación entre su madre y el señor de un
castillo que discretamente le dio una educación correcta,
ella descubre la empatia frente al sufrimiento de los ani­
males durante los largos paseos cotidianos que da en el
campo, en Vroncourt-la-Cóte (Haute-Marne). No soporta
que se los trate con violencia o se los haga sufrir. Más ade­
lante, manifestará su franca oposición a las corridas de
toros. Se convierte en maestra. Luego se instala en París.
Junto a 150.000 personas, el 12 de enero de 1870 asiste al
entierro de Victor Noir. Durante la Comuna, disfrazada
de hombre, dispara sobre los versalleses, que terminarán
masacrando a veinte mil "comuneros", como se les decía
entonces. Dicen que tenía buena puntería. En lo alto de una
barricada, se expone para salvar a un gatito perdido que
maullaba; al pie de otra, simpatiza con un africano, ex sol­
dado pontificio. Ella lucha en la primera línea. Cuando su
madre es arrestada, se entrega para obtener su liberación.
Es el comienzo de una larga serie de encarcelamientos.
Al presentarse ante el consejo de guerra, declara: "Si no
son cobardes, mátenme". Será deportada a Nueva Caledo-
nia. Lo que le esperaba era ser devorada por los canacos,
mostrados por la administración francesa como antropófa­
gos, pero se hace amiga de ellos, aprende su lengua, educa
a sus hijos, se interesa como etnógrafa por su civilización,
su fauna, su flora, y lleva adelante la lucha anticolonialista;
es la prueba de que dentro de la izquierda, en 1879, los
anarquistas no siguen los pasos de los republicanos, en su
mayoría defensores de la experiencia colonial. Se enamora
de los ciclones... Se niega a una remisión de condena indivi­
dual y decide aceptar solo una amnistía general, que llega
en julio de 1880. Vuelve a Francia y hace una entrada triun­
fal a la estación Saint-Lazare. Emprende una increíble serie
de viajes para difundir la buena nueva anarquista. Las con­
ferencias se suceden, junto con los desfiles y las manifesta­
ciones. Su activismo desemboca en vigilancia policial, veja­
ciones, difamaciones, calumnias, juicios, encarcelamientos,
calabozos piojosos. El 3 de enero de 1885, la muerte de su
madre la afecta sobremanera. Se hunde en una profunda
depresión. El 22 de enero de 1888, en Le Fiavre, recibe
dos balazos, uno de ellos en la cabeza, disparados por un
obrero al que sin embargo termina defendiendo... Es arres­
tada nuevamente. Destruye todo dentro de su celda y se
niega a ser liberada porque esto no incluye a sus amigos. Se
exilia voluntariamente en Londres, donde la policía fran­
cesa no deja de seguirla. Ella misma relata estas aventuras,
muchas veces de manera cómica, en Recuerdos y aventuras
de mi vida, que publicará en entregas. Instalada en Inglate­
rra, con frecuencia se disfraza de hombre y cruza una vein­
tena de veces la frontera, en ocasiones frente a la barba y
la nariz de los agentes de policía tricolores presentes en
suelo inglés, para ir a dar conferencias en Francia. En 1903
se une a la masonería, en la Logia del Derecho Humano.
Débil, enferma, continúa de todas maneras su lucha.
A fines de 1904, comienza una gira por Argelia y denun­
cia al cristianismo, el capitalismo, el colonialismo, el mili­
tarismo. Muere en Marsella el 9 de enero de 1905. 120.000
personas acompañan el féretro el 21 de enero de 1905 en el
cementerio de Levallois.
¿Cuáles son sus ideas? Las de la Comuna. Es decir:
la fraternidad, la solidaridad, la humanidad, la justicia.
Lo que significa: trabajo para todos con el fin de asegurar
la dignidad de cada uno, la reducción del tiempo de tra­
bajo, la propiedad colectiva de los medios de producción
y el manejo de la actividad por parte de los mismos tra­
bajadores, el rechazo a todo tipo de gobierno, incluido el
republicano; en pocas palabras, busca "la felicidad de los
humildes" -o incluso "la felicidad universal"-. Detesta a:
los propietarios, los burgueses, los periodistas, los policías,
los carceleros, los militares, los explotadores, los patrones,
los jefes, los parlamentarios, la cárcel; ama a: los gatos, los
perros, los animales, los canacos, los menores, los traba­
jadores, el pueblo pequeño, los camaradas anarquistas, la
lectura, la escritura, la poesía, los ciclones, a su madre, los
oprimidos, la escuela. Escribió esta frase sublime: "Que­
remos la conquista del pan, la conquista de la vivienda y
de la ropa para todos. Entonces el sueño majestuoso de
Nietzsche, que profetizaba la llegada del superhombre, se
verá realizado".
Louise Michel es un ejemplo de optimismo al límite de
lo irrazonable: como buena hija de su época, cree en la evo­
lución, en el progreso. La sociedad anarquista verá la luz
un día, ella cree en esto como otros en el juicio final o en la
resurrección de los muertos: entonces no habrá más críme­
nes ni criminales, ni explotadores ni explotados, ni miseria
ni miserables, ni vicios ni viciosos. No se necesitarán más
policías, ejércitos, militares, ni cárceles.
¿Cómo llevar a cabo este proyecto? Louise Michel no
cree en los falansterios; advierte a sus compañeros tentados
por esta experiencia. La revolución no se hace de manera
egoísta, cada uno en su rincón. Llega a pensar en su dise­
minación: elige a diez compañeros que tienen la misión
de inculcar la idea revolucionaria en la sociedad. Se lanza
por esta vía pero la decepciona rápidamente la ineptitud
de sus compañeros de base. Habla de Marx pero no pierde
el tiempo con su doctrina. Cree en la función del tribuno.
La "Virgen Roja", o "la Hermana Laica", como se la cono­
cía a veces, efectivamente adopta el método de... Jesús
y sus apóstoles: la palabra, la expansión del discurso, la
convicción exaltada de las epístolas, la militancia evangé­
lica (recordemos la etimología de los Evangelios: la buena
nueva...). ¡Lo que no le impide llevar un puñal el día del
funeral de Victor Noir o cargar un fusil en las barricadas!
Durante los juicios de Ravachol y Vaillant, justifica
el terrorismo. Dice: "Todo hecho que infunda terror al
enemigo está bien". Como también: "Estos actos de vio­
lencia deben ser considerados bajo otra luz: infunden un
terror saludable entre los déspotas y los verdugos". Albert
Camus, también libertario, habría podido ver en esto una
genealogía de los futuros terrores bolcheviques... Vaillant
arrojó una bomba contra la Asamblea Nacional. El arte­
facto hirió a diputados, pero también a una portera, a una
joven estudiante, a un cocinero, a un labrador, a un apren­
diz de panadero, a un vendedor de limonada, en total más
de sesenta personas. Ella convierte todas estas acciones en
los efectos de una causa que es la explotación, a la que debe
responderse así. El responsable no es el terrorista, sino el
que actuó de tal modo que generó a un colocador de bom­
bas. ¿El diputado? Mientras no haya hecho nada para ter­
minar con la miseria, es cómplice.
Solidaria frente a los radicales fanáticos y sus máqui­
nas infernales, sabemos sin embargo que actuaba de otra
manera, en este caso poniendo en riesgo la propia vida,
jugándose la vida en las barricadas y ajustando la mira sobre
los culpables explícitos: el ejército de los versalleses.
Louise Michel cuenta que vio a los pobres comprar
por casi nada carne de perro, que devoraban cruda de tan
muertos de hambre que estaban. Describe el rojo de la san­
gre de perro sobre la boca de los pobres. En esa época, si un
pobre robaba pan para alimentar a sus hijos, lo pagaba con
seis años de prisión. ¿La anarquía? No, no es cosa de doc­
trinarios, de ideólogos, de teóricos, sino una cuestión de
carácter, de temperamento, de visceralidad. La gran Louise
nos da la razón genealógica del anarquismo: "Soy anar­
quista -escribe™ porque toda mi vida estuve indignada".
Que se multipliquen las indignaciones...
LA IZQUIERDA GAVIAR EN EL COMEDERO

En una época había un juego muy interesante que consistía


en observar cómo los viejos progres de Mayo del 68, según ía
famosa expresión del no menos famoso Guy Hocquenghem,
pasaban del cuello Mao al Rotary... Podíamos encontrar ahí
empresarios de medios, directores de agencias publicita­
rias, rectores de academias, senadores socialistas, críticos
literarios subvencionados por el CNRS (Centre National de
la Recherche Scientifique) y mucha otra gente, dictando las
leyes cuando antes habían llamado a su destrucción. Esta
calaña le da la razón al detestable Jouhandeau, que profe­
tizaba entonces: "Dentro de diez años, todos ustedes serán
notarios". Algunos ni siquiera esperaron diez años.
Ahora existe un nuevo deporte. A veces hasta coincide
con el viejo. Esta vez se trata de seguir el itinerario de los
soldados de la izquierda caviar hasta los salones de Sarkozy.
No es necesario señalar a BHL, ya que lo cuenta él
mismo en Ce grand cadavre a la renverse (para su infor­
mación, "ese gran cadáver caído de espaldas", es la
izquierda). ¿Glucksmann o Bruckner? La cosa está bien
clara. ¿Kouchner? No es necesario insistir. ¿Strauss-
Kahn? Palanqueado por el jefe del Estado francés para
convertirse en director del FMI. ¿Carla Bruni? Alguien me
dijo que ella también formaba parte. ¿Pierre Bergé? Por
supuesto. El inefable Attali, acompañado por el ruido de
las cacerolas... Séguéla, convertida en una agencia matri­
monial a través de la cual la cantante francesa conoció
al presidente, acompañada por Luc Ferry -quien se con­
tentó con pasar de la derecha a la derecha, una traición
menor-. Todos comen en la mesa del rey.
Y luego, Alain Souchon, antaño trovador inspirado por
Arlette Laguiller, opina hoy en París Match que Sarkozy
tiene el coraje de afrontar el problema de las jubilaciones,
de los funcionarios, de los profesores (opina además, en
el mismo número, que BHL en la televisión ¡eleva la cali­
dad del debate!); Laurent Voulzy admite, en Le Parisién, no
haber ido nunca a buscar su documento para votar, pero
que le hubiese dado su voto a Sarkozy; en cuanto a Sophie
Marceau, cuenta en el JDD que ella votó a Mitterrand en
1981 (tema 15 años...) y agrega que la última vez, al no
saber a quién votar, cerró los ojos, agarró una boleta al azar
y se puso muy contenta de que fuese la del actual presi­
dente de la República. Al banquete todos ellos también...
Hay otros más vivos. Por ejemplo, Patrick Bouchain, con­
siderado un arquitecto alternativo, libertario, de izquierda,
participará sin participar, aunque participando, en el Consejo
de la Creación Artística impulsado por Sarkozy y condu­
cido por el productor (¡de izquierda!) Martin Karmitz. Este
último afirma en el sitio de internet de Le Monde que junto
a otros, entre ellos el artista plástico Christian Boltanski,
son tan vivos que se negaron a que sus nombres figura­
sen... ¡pero que igual "van a participar en las experimen­
taciones"! Éstos también comen, pero abajo de la mesa.
Un poco de vergüenza, por lo menos.
ELOGIO DEL CASAMENTO Y DE LOS PAÑALES

Nuestra época, arrasada por lo políticamente correcto, de


lo que nadie escapa realmente, tiende a ver racismo, antise­
mitismo, homofobia y discriminación racial en todos lados,
salvo allí donde realmente se encuentra... Así ocurre con la
susceptibilidad frente a la cuestión homosexual, que llega
al límite de denunciar a amigos de la causa bajo el pretexto
de que no la defienden como se debe.
Yo fui maltratado por unos de ellos, para colmo un
amigo, que se opuso al análisis que propongo en mi Anti­
manual de filosofía de la elección homosexual bajo el modo
sartreano (elegimos lo que ya somos para manifestar la
propia libertad; léase o reléase los análisis de San Genet,
comediante y mártir). Él, un periodista estadounidense, me
convirtió de inmediato en homofóbico con el pretexto de
que la homosexualidad es una cuestión... ¡de genética!
¡Parece mentira! Mientras que Sarkozy tropieza al afir­
mar esta tesis en la entrevista que le hice para Philosophie
magazine, una buena parte de la comunidad científica del
otro lado del Atlántico "explica" los comportamientos
adquiridos a partir de los genes. Ahora bien, una persona
no nace sino que se vuelve homosexual. Fue así que me vi
incluido en la lista negra de Act Up18, por haber analizado
la homosexualidad en términos sartreanos. ¡Por una vez
que homenajeo a Sartre!
Poco importa el análisis que se haga de la homosexua­
lidad (genética o adquirida), lo importante es que no se
la criminalice. Algo que estoy seguro de no haber hecho
nunca. Desde el comienzo escribí que estaba a favor del
casamiento entre homosexuales y de que tuviesen la posi­
bilidad de adoptar. Pienso que hay mejores cosas para
hacer en la vida que casarse y procrear, pero el ferviente
republicano que soy cree en la igualdad frente a la ley
De ahí en adelante, lo que está autorizado entre un
hombre y una mujer debe estarlo entre individuos de un
mismo sexo, caso contrario se entra en una verdadera
lógica de discriminación sexual.
Que no se les siga negando el casamiento y la adopción
a los homosexuales, tal como ocurrió con una pareja de
mujeres en el Jura, a quienes el consejo general del departa­
mento les prohibió adoptar, mientras el Tribunal Europeo
de Derechos Humanos ya les había dado la razón luego de

18. Act Up (en español, Portarse Mal): grupo de acción directa constituido en 1987, en
Nueva York, para impulsar la lucha contra el Sida y forzar legislaciones favorables
en tal sentido. (N. del E.)
un primer rechazo en la instancia departamental. He aquí
un caso de homofobia comprobado.
¿La izquierda busca ideas? Que tome ésta: igualdad
radical y sin diferencias entre los sexos, sin importar la
sexualidad, y autorización para colocarse el anillo en el dedo
y lavar pañales. Así es como se encarna la igualdad.
EL ANTICAPITALISMO REVOLUCIONARIO DE DERECHA

La derecha fue unánime: la constitución del Nuevo Partido


Anticapitalista (NPA) es una suerte inesperada; el creciente
goce del favor del público de Olivier Besancenot es una
buena noticia; las encuestas muy positivas que se le atribu­
yen al NPA alegran a Nicolás Sarkozy; y signo revelador,
los comentaristas políticos, cronistas y otras pitonisas tele­
visivas, todos vendidos al liberalismo y a los poderes que
comparten la alternancia, disimulan mal el placer que les
provoca ver al NPA defender posiciones no unitarias que le
harán el juego a la derecha en el poder.
De manera que los términos de la alternativa son sim­
ples. O bien el NPA logra agrupar a la izquierda antilibe­
ral alrededor de buenas ideas, pero al negarse a asumir los
poderes posibles (de la comuna a la nación, vía la región),
se queda en el ministerio de la palabra reivindicativa donde
las cosas son fáciles: "sólo bastaría con que", "habría que",
"deberíamos", "no queda más que"... En este caso, Sarkozy
se asegura el poder de daño durante diez años.
O bien el NPA deja de arrodillarse frente a Platón,
baja a la tierra y se preocupa menos por su pureza revo­
lucionaria que por la vida cotidiana de millones de vícti­
mas del capitalismo liberal. De ahí en más, se arremanga
y comienza a gestionar pueblos, villas, ciudades pequeñas
y grandes, departamentos y regiones con otras fuerzas de
izquierda, porque el NPA nunca estará mayoriíariamente solo.
Si juega con la lógica del "a todo o nada", nunca tendrá
nada, porque jamás tendrá todo.
Si el NPA no se alia con la izquierda no socialista, de
seguro se quedará en una eterna oposición en la que con­
servará su pureza relativa; porque, ¿puede uno llamarse
o creerse puro si le deja el terreno libre a una horda de
bárbaros de derecha a los que no se combate, cuando la
derrota no está escrita? El delito de complicidad existe, y
una izquierda antiliberal unida que no fuese al combate
común sería claramente responsable de la derrota, al no
haber puesto sus tropas a disposición del combate antili­
beral de izquierda.
No se trata de gobernar con el PS, eso está claro. ¿Pero
por qué negarse a gobernar con la izquierda antiliberal a la
que, entonces, se empuja a los brazos del Partido Socialista
a falta de algo mejor?
Yo estoy atento al ideal, a la moral, también a la pureza.
Pero eso no puede hacernos olvidar la preocupación por
la miseria concreta y real del pueblo que sufre, que está
harto de las querellas entre sectas y que quiere otra vida
en la que no desperdicie la propia para sobrevivir. Veo con
buenos ojos una federación de las fuerzas dispersas den­
tro del NPA. Pero es sólo una etapa. Si este nuevo partido
no tiene una estrategia de unión de la izquierda antiliberal
dentro de la perspectiva de una toma de poder en todos los
escalones de la sociedad, se terminará convirtiendo en el
mejor aliado de la derecha. ¿Quién, en la izquierda, puede
realmente desear eso?
¿DEBORD SOLLERSSANO?

Hace poco fui por una semana a la Isla de la Reunión para


dar unas conferencias. Una noche conocí a un simpático
profesor de música, que vino a comer con nosotros tras
mi intervención dedicada a "Nietzsche, filósofo maldito".
Cabeza rapada, la panza desbordando su musculosa rosa,
la cara regordeta de un bebedor y comilón rabelesiano, me
contó sus comienzos con el grupo "Marqués de Sade" de
Rennes, su trabajo con los alumnos en uno de los colegios
de la isla, pasando por sus conciertos de saxo y el cariño
que siente por su viejo padre alcohólico y psiquiatra.
Y luego me habló de su pasión por Guy Debord, a quien
una vez le había escrito una carta que le valió una respuesta
por tarjeta postal. Lo más increíble es que esta tarjeta había
sido fotocopiada o copiada por su autor, ya que figura hoy
en día en su correspondencia general. ¡El criticón de la
sociedad del espectáculo no estaba contra toda sociedad ni
contra todo espectáculo!
De vuelta en la metrópoli me entero de que el Estado
francés prohibió la venta de los archivos de Debord, codi­
ciados por la Universidad de Yale en los Estados Unidos. El
Estado francés quiere declararlos "tesoro nacional" -dixit el
presidente de la Biblioteca Nacional-. Su viuda se ha ocu­
pado de preparar cuidadosamente el paquete, descartando,
separando, quemando, destruyendo todo lo que podría no
concordar con la leyenda construida y mantenida por su
esposo con el talento de un publicitario preocupado por
promover un producto duradero.
Pero hay más: nos enteramos de que el situacionista,
que rechazaba a la prensa entendiendo que un rechazo
jugaba más a favor de su persona, su figura y su mito que
una aceptación, había tomado recaudos para el destino de
sus archivos, su máquina de escribir, sus anteojos (!) o una
mesita de madera que estaba acompañada de esta nota:
"Guy Debord escribió en esta mesa ha sociéte du spectacle
en 1966 y 1967 en París, en el 169 de la rué Saint-Jacques".
Clausewitz puede también estar al servicio de estrategias
bien lamentables...
Por mi parte, yo siempre preferí, en lugar del situacio-
nismo nocturno de Debord, Papa excomulgante, jefe de
secta, lanzador de anatemas y sacerdote inquisidor de
su propio fondo de comercio, el situacionismo solar
de Raoul Vaneigem, libertario radical, pensador sin
sobrentendidos espectaculares, rebelde intempestivo,
hedonista encarnado.
Philippe Sollers habla muy bien del primero, orga­
nizador de su propia invisibilidad mediática por interés
mediático, pero que era publicado en vida por Gallimard;
sin embargo, nunca escribió nada sobre Raoul Vaneigem,
quien se mantuvo fiel a su Tratado del saber vivir para uso
de las jóvenes generaciones, hoy un gran ser vivo y radiante.
Estoy seguro de que Raoul nunca pensó en donar su pierna
de madera (que no tiene, quédense tranquilos) a la Biblio­
teca Nacional. No puedo afirmar con certeza que Sollers
no le haya hecho prometer a su albacea universal que su
boquilla no vaya a terminar sobre la mesa de San Guy.
CAMPOS DE LA MUERTE INVISIBLES

Desconfiemos de las publicidades que buscan hacernos


bien. Lo que antes se llamaba justamente propaganda
triunfa hoy gracias al consejo dietético e higienista que
esconde un tipo de medicina a la Moliere; pero nos harían
falta la misma cantidad de años que nos separan del autor
de Tartufo como para darnos cuenta de este engaño.
Es así como se relaciona al cáncer con pistas falsas para
evitar denunciar lo que provoca esta peste de los tiempos
industriales. Todos conocemos a fumadores que se salva­
ron del cáncer de pulmón y no fumadores enterrados antes
de la jubilación. O bebedores que llegaron a los 100 años
y adolescentes abstemios fulminados por la enfermedad.
Lejos de mí la idea de disociar cualquier tipo de relación
entre el tabaquismo, el alcoholismo y el cáncer, pero la
causalidad doctamente propuesta por los Diafoirus de
hoy parece ser palabra santa sociológica que nadie piensa
siquiera cuestionar.
Imaginemos un experimento que consistiera en distri­
buir dentro de un centro anticancerígeno un cuestionario
sobre el automóvil del paciente: año del vehículo, color,
potencia, estado de mantenimiento del motor, etcétera. Ima­
ginemos que sociólogos con bonete puntiagudo desmenu­
zaran las encuestas, estadísticos con bonete de burro hicie­
ran las cuentas, universitarios con bonete ridículo sacaran
las conclusiones y periodistas con bonete de cretino publica­
ran los resultados del estudio. ¿Qué diría éste?
¿Que los enfermos que padecen cáncer de recto poseen
en su mayoría autos de un amarillo verdoso? ¿Que los de
cáncer de pulmón tienen autos sin airbags? ¿Que los de cán­
cer cerebral tienen 4 x 4 ? ¿Que los de cáncer de piel ruedan
sobre coches destartalados y abollados? No, sería dema­
siado simple.
Observemos lo siguiente: podríamos poner en perspec­
tiva, por ejemplo, un tipo particular de cáncer y un color
mayoritario de vehículos, porque de hecho un estudio de
este tipo llevaría a esta clase de conclusiones irrefutables
aunque descabelladas. Bastaría con que, en virtud del pen­
samiento mágico que triunfa la mayoría de las veces, se
relacione a la enfermedad con el color para deducir una
relación de causalidad. A partir de ahí, profilaxis obliga,
se invitaría, con la ayuda del principio de precaución, a no
comprar más autos rojos con el pretexto de que es un factor
cancerígeno notorio.
Ahora bien, si rechazamos el pensamiento mágico en
beneficio de un pensamiento racional y razonable, descu­
brimos que el modo de producción industrial contami­
nante nos obliga a ingerir sustancias que, de cierta manera,
vuelven locas a nuestras células hasta generar esta peste
oncológica de los tiempos postmodernos.
De este modo., la propaganda nos obliga a consumir al
menos cinco frutas y verduras por día con el pretexto de
nuestra salud: en realidad, nos propone acelerar la proba­
bilidad cancerosa provocada por la ingestión de millones
de sustancias tóxicas que contienen estos productos proce­
sados. El enfermo conduce un auto rojo, se lo invita a des­
hacerse de él aunque no tenga ninguna relación con su cán­
cer; mientras tanto, se lo atiborra de remolacha / zanahoria
/ arroz / lechuga / manzana, haciéndolo almacenar así una
provisión inaudita de químicos mortales. Al mismo tiempo,
y con la complicidad de los publicitarios, los comerciantes
se regocijan inventando nuevos e invisibles campos de la
muerte: las fábricas alimenticias.
DOSCIENTAS VELAS PARA PROUDHON

Proudhon es sin duda alguna el anarquista con el que más


me siento identificado. Probablemente porque siendo hijo
de pobres, habiendo él mismo experimentado la miseria
en carne propia, boyero en su primer juventud, autodi­
dacta, becario, obrero tipográfico, desempleado, no pensó
el mundo a través del prisma intelectual y conceptual de la
filosofía hegeliana -como Bakunin y Stirner- o desde lo alto
de un mundo compasivo -como el príncipe Kropotkin-,
sino a partir del universo milenarista protestante -como
Godwin- Proudhon piensa el mundo sin un filtro intelec­
tual, como un pragmático preocupado por la realidad.
Este año marca el bicentenario de su nacimiento. Que
sea por fin la ocasión de leerlo. Con él descubrirán a un
pensador de una actualidad sorprendente, que no concibe
la toma de poder bajo el modo insurreccional (la técnica del
golpe de Estado paramilitar), sanguinario (le provocaba
horror la sangre derramada por una idea revolucionaria),
doctrinario (con el fusil en una mano y el texto sagrado
en la otra), lírico (mañana afeitamos gratis: no más explo­
tación, no más cárceles, no más policías, no más ejércitos,
etcétera) pero que se alimenta del mundo concreto y piensa
a partir de este ejercicio de modestia intelectual: lo real le
da lecciones al pensador, y no al revés.
Ahí donde el intelectual conceptualiza sin preocuparse
por la realidad -salvo que esté mediatizada por la idea- y
quiere cambiar el mundo siguiendo el principio religioso
de una epifanía revolucionaria, Proudhon examina las
cosas tal como son, las piensa y propone una superación
de lo que lo indigna en su sentido visceral de la injusticia:
la explotación y, en particular, lo que él llama la "ganga"
(la modalidad de expoliación del trabajo de los obreros por
el salariado capitalista que no paga la fuerza de trabajo),
el uso burgués de la propiedad (porque Proudhon es un
anarquista que defiende el uso libertario de la propiedad
privada -véase lo que el llama la "posesión" en su Teoría de
la propiedad, una obra postuma-).
Entre sus ideas directrices, las que más nos podrían ser­
vir hoy son: el mutualismo y la cooperación definidos por
la reciprocidad de servicios, los bancos del pueblo (crédito
gratuito para los pobres), el federalismo como alternativa
al sistema de poder estatal vertical vía la constitución de
redes horizontales, de ahí la autogestión de microformas
manejadas por... elección, la defensa de la competencia y
la competición como garantías de emulación en el contexto
socialista, la propiedad privada que protege de la intromi­
sión del Estado, la relegación de la cuestión religiosa a la
esfera estrictamente privada.
Muchas otras tesis igual de pertinentes deberían ser
analizadas en un gran debate nacional que fundase el
proudhonismo como una alternativa a la brutalidad liberal,
al cinismo del socialismo institucional y a la nueva religio­
sidad izquierdista que parece estar tratando de reactivar el
viejo tropismo creyente. "Ni Dios ni amo" era la fórmula
de Proudhon; sigue siendo de una tremenda actualidad.
STIRNER SE VISTE EN SAINT-LAURENT

A Stirner19, que figura en el panteón anarquista, lo leen


muy mal los devotos de la bandera negra y muy bien
un millonario que lo comprendió, lo reivindica y me lo
ha dicho. En pocas palabras, para aquellos que lo igno­
ran todo de este pensador y de su libro: Stirner desarrolla
variaciones alrededor del tema del Unico, que define como
todos y cada uno, y concluye con la necesidad de destruir
todo lo que frena la expansión de su unicidad, para luego
celebrar todo lo que hace posible su realización.
Partiendo de esto, las seiscientas páginas del libro se ocu­
pan de destruir a: Dios, el Estado, la Religión, el Socialismo,

19. Max Stirner (1806-1856), educador y filósofo alemán de tendencia anarquista;


su obra principal fue El Único y su propiedad, que despertó la atención de Marx,
Engels, Feuerbach y otros. (N. del E.)
el Comunismo, el Proudhonismo, el Cristianismo, el Hegelia­
nismo, el Humanismo, la República, la Revolución Francesa,
la Policía, la Sociedad, el Trabajo, los Partidos, el Libera­
lismo, la Jerarquía, el Rey, el Emperador, el Papa, el Cristo,
la Familia, los Impuestos, la Autoridad, el Matrimonio, la
Propiedad, la Burguesía, la Moral, el Bien, el Mal, la Virtud,
la Verdad, la Razón, y tantas otras ideas ñjas y sandeces
con mayúscula. Es fácil entender por qué los anarquistas
dogmáticos tiemblan en sus ranchos.
¿Qué rescata nuestro héroe anarquista? Todo lo que
el Unico hace sin dejarse atrapar: el asesinato, el crimen,
el incesto, el robo, la violación, la mentira, la cobardía, la
promesa no cumplida. La máxima de este sistema de pen­
samiento simple, incluso simplista: "Si es justo para mí, es
justo". El Unico y su propiedad puede ser un gran libro de
cabecera para un capitán de industria o un presidente de la
Quinta República. Algo que causaría menos gracia en los
ranchos anarquistas...
Fue Pierre Bergé, durante un programa de televisión
en el que participé, el que dijo que era un socialista stirne-
riano. Le pregunté, en broma: "¿el socialismo de Olivier
Stirn?" No le divirtió mucho... Pierre Bergé votó por Gis-
card, que perdió, pero se había hecho amigo de Mitterrand
(otro stirneriano), que ganó. Apoyó a Ségoléne Royal (que
perdió) y hoy le da dinero (podría ganar), pero es amigo de
Sarkozy (que ganó), etcétera.
Dicho de otra manera, PB claramente leyó El Único y su
propiedad. Adhiere a esta frase de Stirner: "Los pobres son
culpables de la existencia de los ricos"; porque les bastaría
decidir que los ricos no lo sean más para que dejen de serlo.
Es verdad, bastaría con eso, si por casualidad los amigos del
Único de Saint-Germain-des-Prés no fuesen ellos también
Únicos, que en virtud del mismo tipo de sabiduría stirne-
riano, se esfuerzan por asociarse entre egoístas, para retomar
la expresión política de Stirner, para impedir que los débi­
les se vuelvan fuertes. Fuertes con los débiles, débiles con
los fuertes, esa es la ley de estos Únicos ortodoxos.
Al salir del estudio televisivo, Pierre Bergé me dio a enten­
der, por supuesto, que yo no conocía a Stirner. Sin embargo,
ese día yo había sido invitado para hablar del libro Les
radicalités existencielles, un tercio del cual está dedicado al
Maestro del anarquista de Saint-Germain-des-Prés.
CAZAR A LOS CAZADORES

En mi buzón encuentro hoy una invitación para la inaugu­


ración de la exposición Gilíes Aillaud y compris les anitnaux,
en el Museo de la Caza y de la Naturaleza (mayúsculas
en el texto original). Como consejero científico (!), dixit el
cartón, figura Didier Ottinger, a quien conocí más inspi­
rado, sobre todo en la época en la que dirigía una exposi­
ción sobre Los pecados capitales para el Centro Pompidou o
cuando escribía sobre Georges Bataille.
La sofística reina entre los cazadores que perturban el
equilibrio de la naturaleza con la pulsión de muerte de la que
hacen alarde, aunque al mismo tiempo se presenten, arrogan­
tes, en sus ropas verde militar, como defensores enamorados
de la naturaleza. Un grupo de ecologistas, por supuesto...
¡Como si Le Pen pretendiese ser el garante de la Declaración
de los Derechos del Hombre en la República francesa!
Porque, igual que las corridas de toros o las riñas de
gallo, la caza les otorga a miles de impotentes la sensación
de potencia que les hace falta. Es esencialmente una activi­
dad bárbara y primitiva que goza con el sacrificio de un ser
vivo, que conoce el orgasmo sólo por y en la sangre derra­
mada, que se embelesa con el sentimiento miserable de ser
grande sin mucho esfuerzo al detener la carrera del jabalí
de un balazo en la cabeza, al borrar el vuelo de un pájaro
con un haz de plomo, al destruir la elegancia de los ciervos
reventados a perdigones, haciendo papilla sanguinolenta
de la liebre, el faisán, la perdiz, muchas veces tambalean­
tes, atontados, errando en una naturaleza que desconocen
por haber sido liberados el día previo a la apertura por la
federación de caza, que recogió su botín del día en un cria­
dero industrial.
Que Didier Ottinger, que escribió textos tan bonitos
sobre Hélion, Guston, Duchamp, el surrealismo y el futú-
rismo, pueda prestar su nombre a un intento de legitima­
ción de lo ilegítimo, es indignante... "Consejero cientí­
fico", ¿qué significa? ¿Que recibió los honorarios de mano
de cazadores sin neuronas para darles la ilusión de que, a
pesar de la sangre sobre sus chaquetones y los animales
muertos dentro de sus morrales, ellos también son aman­
tes del arte, gente cultivada, estetas no tan descerebrados,
gente bien?
El señor Claude d'Anthenaise (¿marqués o conde?),
curador principal del célebre museo, está probablemente
rodeado de una alegre y bulliciosa comitiva de comuni-
cadores que intentan disimular bajo el bello disfraz del
arte contemporáneo las borracheras de los cazadores, los
comandos de guerreros del domingo, las reuniones post
asesinatos cometidos dentro de la ley, lujuriosas, embria­
gadas, las patrullas de ecologistas vestidos como la solda­
desca desde que el mundo es mundo.
¿Acaso le habría gustado a Gilíes Aillaud que su tra­
bajo fuera recuperado por cazadores, aunque éstos se
reunieran para mostrarlo en un museo? Tengo mis dudas...
Que un curador tan de moda en la escena parisina -tra­
baja en Beaubourg- preste su nombre a semejante acto de
mala fe, incomoda un poco... Es lo menos que se puede
decir. En la invitación se ve una foca: una de las mismas
que en este momento los cazadores canadienses masacran
a golpes de bichero sobre el hielo rojo de sangre.
CÓRCEGA NOCTURNA, CÓRCEGA SOLAR

En una época yo creía en la palabra del puñado de habi­


tantes de Ajaccio a quienes frecuentaba, que no paraban
de hablar del sentido del honor, de la fraternidad viril, de
la amistad hasta la muerte (antes de descubrir que cuanto
más alto y fuerte lo decían, más hacían lo contrario: super­
ficialidad, gusto por la vida mundana, fascinación por los
brillos, duplicidad y el arte consumado de la cuchillada
por la espalda). Yo quería que la Universidad Popular de
verano que había instalado allí se dedicara a reflexionar
sobre las condiciones de una Córcega menos oscurecida
por la pulsión de muerte. Pero esta pulsión de muerte ter­
minaría triunfando, ya que la mafia local que nos alber­
gaba hizo lo imposible para traicionar el espíritu de la UP,
destruyéndola y finalmente reemplazándola por una feria
de amistades mundanas.
Yo había empezado proponiendo un psicoanálisis de
la isla. La insularidad lleva a una lógica de relaciones inces­
tuosas. Cada uno mete las narices en los asuntos del otro
y todos saben quién hace qué, dice qué y piensa qué, con
quién se acuesta, se acostó o se acostará... La dificultad para
dejar la isla, tanto financiera como materialmente, la con­
centración de las poblaciones en un número limitado de
zonas habitables y, por estas razones, la falta de cruce entre
las personas origina la falta de cruce de ideas. Todo eso
genera un mundo lleno de tradiciones cómplices de una
ideología peligrosa: las mujeres reducidas a los roles de
esposa, cocinera, ama de casa, o útiles para el descanso del
guerrero; el no nativo pensado como un extranjero del que
hay que deshacerse; el silencio cómplice frente a los esló-
ganes racistas y anti-árabes grafiteados todas las noches en
las paredes; el gusto sospechoso por las armas blancas y las
armas de fuego bajo el pretexto de una tradición cinegética;
todo esto me parece muy saturado de pulsión de muerte...
Conocí a Jean-Guy Talamoni20, quien llegó a nuestra
UP como oyente atento, y le dije que la causa del pueblo
corso ganaría mucho en popularidad y grandeza si, en
lugar de matar al prefecto o ametrallar edificios públicos,
poner bombas en chalés o concretar arreglos de cuentas en
bares y otras variaciones nocturnas, los corsos, enamora­
dos de su isla (pleonasmo...), se acordasen de que Rousseau
escribió para ellos un proyecto de constitución.

20. Escritor y político corso, referente del partido independientista Corsica Libera y
miembro del Consejo de la Lengua y la Cultura Corsa. (N. del E.)
En ese entonces, Jacques Démela todavía estaba vivo,
y le dije a Jean-Guy Talamoni que este filósofo de la hos­
pitalidad, de la alteridad, del derecho a la filosofía, de los
márgenes, de la amistad, de la soberanía, del derecho y
de la justicia, del psicoanálisis, del cosmopolitismo, era el
pensador ad hoc para proponer en el siglo XX algún tipo de
equivalente a lo que el autor del Contrato social había hecho
en el Siglo de las Luces: una propuesta para hacer de este
pedazo del genio mediterráneo un fragmento de pulsión
de vida capaz de dar el ejemplo a Europa, más aun, con lo
que podría ser la invención de un proyecto político alter­
nativo a la brutalidad de la globalización liberal. Jacques
Derrida está muerto ahora... E Yvan Colonna21 se prepara
para pasar largos años de cárcel. ¿Quién tiene hoy en día
una alternativa solar para Córcega?

21. Hijo de un diputado socialista francés, Yvan Coionna es un independientista corso


radical, condenado a cadena perpetua per el asesinato del prefecto Claude Erignac,
la más alta autoridad francesa en Córcega. (N. del E.)
EL PERDÓN ROYAL

La lógica de la Quinta República, ya todo el mundo se debe


haber dado cuenta, favorece al temperamento monárquico.
Cuando el rey es sabio, vaya y pase, pero cuando el monarca
es un cretino, la cosa se complica... Cuántas veces hemos
visto cómo la llegada al poder modiñca al hombre común,
que apenas se ve ungido por el sufragio universal se cree
Luis XIV, como si estuviera extrañamente embadurnado
por un santo crisma emanado de las urnas. Fue lamenta­
ble con Giscard, patético con Mitterrand, surrealista con
Chirac; es inquietante con Sarkozy, alguien a quien todas
sus taras psiquiátricas remontan a la superficie a toda velo­
cidad. Detrás del dedo que puede apretar el botón nuclear
francés se encuentra un niño sin terminar, pero increíble­
mente satisfecho con ese ridículo esbozo que es.
El caso de Ségoléne Royal no es mucho más feliz. Con
ella, el aprendiz de psiquiatra tiene a su disposición un
material de observación formidable para colocar bajo el
binocular Nadie olvidó su lamentable "Ámense los unos a
los otros" durante la campaña presidencial. ¡Como si para
atacar los vicios de una sociedad gravemente corrompida
por la peste liberal bastara con sacar las recetas de sacris­
tana del cura y la botella de agua bendita! Más adelante,
con Régis Debray soplándole el texto al oído, la volvimos
a ver encendida, extática, martillando "Fra-ter-ni-dad"
como una institutriz frente a alumnos retrasados mentales,
guiada por comunicadores que le recordaban que se diri­
gía a una manga de brutos.
Última imbecilidad a la fecha: ¡el pedido de perdón
que hizo en Dakar por una falta que no cometió! ¿Tiene
que dejar de leer a BHL (su otro mentor junto con Régis
Debray) y leer Le Pardon y Pardonner? De Vladimir Janké-
lévitch. En estos textos magníficos, el filósofo explica las
condiciones del perdón: primero el ofensor debe pedirlo;
luego, el ofendido, y sólo él, puede otorgarlo. De la imposi­
bilidad para los ofendidos de los campos de exterminio de
poder perdonar, y también de la ausencia, evidentemente,
de pedidos de perdón por parte de los ofensores nazis,
Jankévelitch sacaba la conclusión del carácter imperdona­
ble de la Shoah y, por ende, su imprescriptibilidad.
En el caso que nos concierne, el ofensor es Sarkozy de
quien, por supuesto, qué se puede esperar; no pidió perdón
por haber afirmado que los negros eran por naturaleza inca­
paces de entrar en la Historia. Asimismo, el ofendido es el
pueblo africano, y sólo él, y nadie más en su lugar, puede
otorgar ese perdón. Ségoléne Royal no es África ni el presi­
dente de la República. No es ni la ofendida ni la ofensora.
¡No se perdona la ofensa cometida por un tercero!
¿Quién podría perdonar al violador por un crimen que no
sufrió en carne propia? Salvo un cura... ¡Qué brutalidad
contra el ofendido es sustituirlo! Adjudicarse el derecho
indebido de perdonar en su lugar equivale a humillarlo
dos veces. En este caso, a la ofensa sarkozysta se le suma la
injuria royalista. La insania del presidente de la República
es la cara de una medalla, cuyo reverso es la demagogia
de la socialista derrotada. En ambos casos se trata de una
moneda falsa de la que hay que deshacerse.
EL GENOCIDIO DE LOS SSN TIERRA

Fui a ver Welcome, de Philippe Lioret, una excelente pelí­


cula adaptada del excelente trabajo del escritor Olivier
Adam. Es el tipo de obra que cuenta en la vida de un hom­
bre: ver esta película transfigura.
Esta gran obra muestra en detalle las miserias de los
inmigrantes: la condición deplorable del refugiado da
lugar a comunidades en las que rige la ley de la jungla;
vida o muerte, nula solidaridad o fraternidad frente a la
adversidad; los instintos de supervivencia más viscerales
animan a los que tienen hambre, sed y frío, y viven en
medio de una suciedad envilecedora; en este nido de ser­
pientes, los pasafronteras clandestinos encarnan un con­
centrado de liberalismo: todo el poder al dinero, nada de
moral; Europa funciona como los espejitos de colores, se
la ve como una especie de Eldorado en el que uno puede
llegar de una aldea kurda y convertirse en jugador del
Manchester; los pueblos migrantes devienen infalible­
mente en el sub-proletariado planetario, contribuyendo
a pauperizar aun más al proletariado europeo, que ve
sus magros logros derretirse como la nieve bajo el sol; las
condiciones en las que se deja pudrir a estos pueblos de
hombres sin tierra los transforman en deshechos socia­
les, a los que luego los moralistas reprochan su estado;
la caridad alivia el corazón de las bellas almas que dis­
tribuyen la sopa, es cierto, pero ella es -igual que en
otros ámbitos- lo contrario de la justicia, ya que retarda
o difiere los enojos potenciales y legítimos de esta nación
virtual de apátridas probados; la policía actúa como en
la época de Vichy: ciertamente hace respetar la ley, pero
la ley que criminaliza a estos condenados a muerte en su
país es perversa, injusta e inmoral.
¿Qué hacer? La película muestra bien todas las solu­
ciones posibles, que hacen pensar en lo que fue el compor­
tamiento de los franceses durante el régimen de Pétain,
quien también había elegido chivos expiatorios para no
encarar los verdaderos problemas. Simplificando las solu­
ciones: colaborar y llamar a la policía para denunciar al
vecino que es como el Justo de nuestros tiempos; resistir
suavemente, verbalmente, con los principios, distribuir
comida, pero escandalizarse si se trata de hacer algo más;
resistir realmente y alojar a un clandestino, ayudarlo de
verdad, darle tiempo, dinero, energía, rechazar la lógica
represiva, oponerse a la política policial; no darle importan­
cia, esperar, mirar para otro lado mientras se lleva a cabo
todos los días el genocidio de los sin tierra, dentro de la
indiferencia generalizada...
De todos modos, la solución no puede ser individual;
se necesita una política global de inmigración. Europa
dispone de los medios necesarios: no perdamos de vista
los salarios de los jefazos, los stock-options, las jubilacio­
nes doradas o anticipadas, los retiros eximidos de aportes
sociales, los beneficios colosales, los PBN, el precio de algu­
nos relojes en el mercado, la buena salud de los comercios
de lujo, las buenas cifras de venta de automóviles... Si la
izquierda anda en busca de ideas, aquí hay una que induce
al mismo tiempo una política de civilización, porque des­
cuidar al Lumpenproletariat, tarde o temprano, conduce a
las políticas de lo peor.
LOS DESVALIJADORES DE ENFERMOS

A mi viejo padre de 80 años, sólido como una roca, acaban


de operarlo de la rodilla. No se queja, pero las muletas no
son lo suyo: le gusta mucho su jardín, pasear por los camini-
tos del pueblo, el cielo sobre su cabeza, y que nadie le diga
lo que tiene que hacer. Como buen obrero agrícola que fue,
le encanta ver cómo crecen los árboles, que las malas hierbas
no invadan su huerta y medir el tiempo que pasa, como Vir­
gilio, a partir de las lecciones que da la naturaleza.
La operación fue un éxito: un gran profesor en todos
los sentidos de la palabra, ciertamente como técnico pero
también como hombre. La grandeza del servicio público
en todo su esplendor: eficacia, gratuidad, consideración
del zapatero y el príncipe bajo el mismo pie de igualdad.
Aquí, sea uno poderoso o miserable, los gestos quirúrgicos
serán exactamente los mismos. Solidaridad: virtud política
sublime... ¡Bravo!
En el centro de rehabilitación, mi padre comparte la
mesa con dos señoras que le dan charla. Es un momento
de descanso... Se habla mucho entre muletas y sillas de
ruedas, kinesiólogo y enfermera, distribución de medica­
mentos y sesiones de vagabundeo controlado... El tiempo
pasa lentamente, las agujas del reloj parecen correr en
sentido contrario.
Se habla mucho y así uno se entera de muchas cosas.
Una señora que venía de Melun le preguntó a mi padre
cuánto pagó bajo la mesa para que lo operaran. Respuesta
inesperada de mi viejo: "Eh, nada../'. De hecho, en nin­
gún momento se habló de un sobre para acelerar el movi­
miento, adelantar la operación, obtener un cuarto para él
solo, disponer del doble de atención. Servicio público, sen­
tido del interés general, solidaridad social: todavía existe
entre los cirujanos un puñado de héroes modestos, comu­
nes y corrientes, que no hacen un uso privado de las infra­
estructuras públicas.
En cuanto a la melodunesa (así se les dice a los oriun­
dos de Melun), jubilada sin grandes ingresos, cuenta
que antes de su operación, el estafador le pidió 1000
euros en efectivo, caso contrario... ¡El anestesista tam­
bién pasó diciendo que necesitaba dinero! La tarifa: 400
euros, también en efectivo, por supuesto. En el marco
de la puerta entreabierta, agregó: "Si no, podemos hacer
como se hacía antes y operar sin anestesia!". Una humo­
rada, probablemente...
Nadie ignora que estas prácticas gangrenan a los hos­
pitales con el visto bueno de las izquierdas y derechas
que se turnan en el poder desde hace un cuarto de siglo:
el impuesto de la República se invierte en infraestructu­
ras de salud utilizadas por personal médico del sector pri­
vado, que restituyen una especie de propina miserable al
hospital para luego meterse en el bolsillo una porción de
dinero considerable, en efectivo por supuesto, por la que
no pagan impuestos. Propongo que se saque de la cárcel a
los ladrones de gallinas y se encierre a estos desvalijadores
de enfermos, carroñeros que provocan ganas de vomitar.
UN PAPA SATÁNICO

De regreso de Turín y Milán, adonde fui a dar unas con­


ferencias, traigo la inquietud de algunos intelectuales ita­
lianos que me transmitieron, Tratado de ateología obliga, su
desconcierto al ver a una parte de la intelligentsia pasarse
a la vereda de Benedicto XVI. Algunos de ellos, que perte­
necieron a la extrema izquierda en los años 70, hoy entran
en éxtasis con los humos del incensario del Papa.
Les respondí que nosotros también teníamos a nues­
tros nuevos santurrones: Régis Debray, que pasó del Che
Guevara al bautismo de su hijo; Max Gallo, que hizo sus
armas en el Partido Comunista y terminó en la Academia
Francesa tocado por la gracia de la Virgen y de Sarkozy;
Philippe Sollers, que consideraba a Mao el poeta más
grande del siglo XX y hoy besa la pantufla papal, fasci­
nado por el soberano pontífice que fue enrolado en las
Juventudes Hitlerianas y que toca tan bien el piano, sobre
todo Mozart; Alina Reyes, que pasó de la pornografía a la
Virgen María; Eric-Emmanuel Schmitt, que abandonó a
Diderot -sobre el que era un experto- por Jesús, con quien
ahora coletea en agua bendita. Sin contar los seguidores
parásitos de los conversos citados, que adoptan todos los
zigzags de sus mentores.
Escucho que Benedicto XVI no sabe comunicar... Que
no dice lo que los medios le quieren hacer decir... Que su
discurso sutil es masacrado por el tratamiento periodístico
de las noticias... Que se han sacado frases de contexto...
Que es un intelectual incómodo con las técnicas de comu­
nicación modernas... Que es un pensador torpe frente a las
cámaras... ¿Y qué más?
Benedicto XVI es cuadrado como un alemán, claro,
directo y preciso, sin adornos, va derecho a lo esencial,
camina como un oficial prusiano. Formado en la escuela
filosófica occidental, habiéndose frotado con la hermenéu­
tica hasta tener las nalgas rojas, irreprochable tanto en su
patriotismo como en su idealismo alemán, sabe qué quiere
y hacia dónde va. Y usa los medios como le parece: porque
si existen inocentones en esta cuestión son los periodistas y
no el Papa, que los utiliza a gusto para producir los efectos
que desea.
De esta manera, desde Ratisbona, donde proclama cla­
ramente sus intenciones de reconquista espiritual cristiana
y europea frente al ascenso planetario del Islam, desde el
preservativo como causa del Sida, pasando por la reinte­
gración de obispos negacionistas que habían sido excomul­
gados, la legitimación de la excomulgación del médico que
le practicó un aborto a una niña que había sido violada por
su padre, o la condena de un gesto eutanásico que puso fin
a diecisiete años de sufrimiento para una familia e igual
cantidad de años de nada para un cadáver mantenido arti­
ficialmente con vida, el Papa sabe lo que quiere: él quiere
esto y afirma la línea de la Iglesia que es la contrarreforma
con respecto al Vaticano II.
Benedicto XVI es diabólicamente inteligente: el com­
bate no debe ser librado en el campo del insulto o el ana­
tema, porque el adversario es de talla. Hay que iniciar
rápidamente una batalla que esté a la altura de los nuevos
desafíos. Él ya ha proporcionado armas a su legión: está en
nosotros conseguir las nuestras.
NUEVO FILÓSOFO Y VIEJO SARKOZYSTA

En Murcia, España, adonde fui a dar una conferencia en


un festival dedicado a la música alternativa y el arte con­
temporáneo (un lindo encuentro con Michelangelo Pisto-
letto, el Papa del arte povera), me sorprendió descubrir en
la programación que el día anterior había sido invitado
André Glucksmann. No me sorprendió que lo invitasen
-desde que se pasó visiblemente a la derecha, atrae al público
reaccionario-, sino que él aceptara participar de este tipo
de encuentro. Es como si yo fuese a dar una charla en la
universidad de verano del Movimiento de Empresarios de
Francia (tal como hicieron filósofos como Michel Serres o
Philippe Val), o un discurso en la Academia Francesa (invi­
tado por Max Gallo o Jean-Luc Marión).
Me dieron a entender que el evento estaba en parte
patrocinado por la ciudad de derecha y que había que
retribuir invitando a alguno de los suyos. Dicho y hecho.
Las cosas se aclaraban. El Viejo Sarkozysta que supo ser
uno de los Nuevos Filósofos hizo una breve aparición,
refunfuñó durante cuarenta minutos, embolsó su cheque
y se negó a debatir con los presentes. Aunque sí tuvo una
entrevista con un periodista que me iba a reportear a mí
al día siguiente.
Este periodista, después de hacerme una serie de pre­
guntas convencionales, me dijo que lo que tengo en común
con André Glucksmann (yo temblé...) ¡es defender la idea
de que no se debe dudar! Le respondí que, efectivamente,
André Glucksmann no dudó cuando en 1955 tenía su carnet
del Partido Comunista; que no dudó cuando junto con Sar-
tre hacían el elogio de la Revolución Cultural de Mao; que
no dudó cuando firmó en 1977, ya con Kouchner, una peti­
ción para despenalizar las relaciones sexuales entre adultos
y menores de 15 años; que no dudó al apoyar, siempre con
Kouchner, la candidatura de Marie-France Garaud a la pre­
sidencia en 1981; que no dudó al firmar junto con BHL en
1985 una petición en apoyo a la acción de Reagan junto a los
contras nicaragüenses, culpables de crímenes de guerra; que
no dudó al apoyar en 2007, nuevamente junto a Kouchner,
la masacre de iraquíes civiles perpetrada por el ejército esta­
dounidense con el pretexto de deshacerse de un dictador;
que no dudó al legitimar en 2009 los bombardeos masivos
sobre los palestinos; que no dudó al apoyar a Sarkozy en
las últimas presidenciales; que, por último, tampoco dudó
al recibir hace unas semanas la Legión de Honor de manos
de aquel presidente y que allí estaban, siempre dando el pre­
sente, Kouchner y BHL que, según la prensa, lo saludaron
efusivamente en esta ocasión.
No dudó, pero debería haberlo hecho, me parece. No
dudar cuando uno se comprometió con una cantidad seme­
jante de causas inmundas durante medio siglo, es algo que
debería dar que pensar, incluso a un filósofo. Mi interlo­
cutor periodista me contó que Glucksmann le había dicho
que, sin embargo, lamentaba haber apoyado a Bush en la
cuestión iraquí. Anonadado, le pregunté si esta informa­
ción iba a ser publicada en su periódico. Evitó responder...
Vigilo con atención el diario español. Pero el descaro ocu­
rrirá de todas maneras: ya sea que lo confirme o lo niegue,
en ambos casos, tanto si persiste en el error como si cambia
una vez más su fusil de hombro, le agregará una mancha
más a ese uniforme ya decididamente sucio.
EGÓCRATA SERÁS TÚ.

En psicología existe un extraño efecto de espejo, llamemos


así a esa curiosa ley de la psiquis en virtud de la cual el que
insulta profiere con frecuencia aquello que no puede, o no
quiere, reprocharse a sí mismo.
Así es Frangois Bayrou. Este ex tartamudo, que hoy
se cree Demóstenes, acaba de publicar una filípica contra
Sarkozy en la que le reprocha inaugurar el reino de la ego-
cracia. ¡Fie aquí un experto en la materia que no debería
darle lecciones a nadie!
Este hombre hizo toda su carrera en la derecha. Desde
1979 trabajó para Barre y Poher, Giscard y Balladur, Chirac
y Juppé, en puestos que van de encargado de misión en su
juventud a ministro nacional de Educación. Demócrata cris­
tiano, votó la aprobación de todos los presupuestos de la
derecha durante un cuarto de siglo. Y los defendió hasta que
las últimas presidenciales lo transformaron en el Moisés del
próximo milenio.
Porque, de ahora en adelante, para convertirse en
visir en lugar del visir, este hombre de derecha ya no es
más ni de derecha ni de izquierda; está en otro lugar, lige­
ramente hacia arriba... Como de Gaulle, pero menos gran­
dioso, porque el Venerable se encontró con la historia de
Francia en sus actos, mientras que el otro la rozó noveli­
zando la vida de Enrique IV, un bearnés igual que él y la
salsa del mismo nombre. A uno le tocó el llamado del 18
de junio y el beneficio moral de la Resistencia a la ocu­
pación nazi; al otro, el llamado del Elíseo, con las ganas
enormes de sentarse en el sillón que supo ser de Giscard.
Bayrou es Pompidou en pequeño.
Sus ex amigos de la Unión por la Demoracia Francesa
(UDF) fueron fieles a sus ideas al abandonarlo, ya que él
nunca se mantuvo fiel a lo que fue: ahora es fiel a lo que
cree que será. Les pidió a sus amigos que lo acompañaran
en su traición, lo que antes llamaba fidelidad. Ahora bien,
la UDF siguió siendo lo que era: un partido de centro que
vota a la derecha, con la derecha, y que se contentó con
cambiar de nombre. He aquí el Nuevo Centro -aunque
esta novedad sea vieja y este centro sea de derecha-. Hoy
el Movimiento Demócrata (MODEM) es un rejunte de
aquellos que creen en Su Suficiencia, es decir, en su des­
tino como presidente de la República. Más egócrata que
eso, imposible...
Tenemos entonces este parangón de antigaullismo dis­
puesto a vestir las ropas demasiado grandes del General:
las presidenciales como el encuentro entre un pueblo y un
hombre; la necesaria travesía por el desierto; el esquema
del resistente solitario que tiene la razón antes que todos
los demás; el coraje que impone la independencia nacio­
nal contra la Europa liberal (que él ha defendido con
fervor) y contra el Imperio americano (contra el que no
recordamos haberlo escuchado despotricar); la moral y la
virtud (él, que se traicionó y que traicionó a sus amigos
por un plato de lentejas).
La memoria es la cosa menos compartida del mundo.
Nadie recuerda, ya sea por tener poca memoria o falta de
memoria, cuando no por memoria oportunista, la trayec­
toria conservadora de este hombre de derecha, dominado
por un ego tremendo: le gusta Mitterrand, qué más se
puede decir. Este falso recurso virtuoso es un verdadero
retorno al vicio, y nos anuncia el reino egócrata del traidor.
Este señor llegará lejos.
ESTRATEGIA DEL PLACER SUBVERSIVO

El campo intelectual francés es muy fácil de comprender:


están aquellos que defienden al liberalismo y que, tanto de
derecha como de izquierda, caminaban ayer junto a Mitte­
rrand y hoy están al lado de Sarkozy; están también los que
esperan con tranquilidad a Dominique Strauss-Kahn mien­
tras se consuelan con Ségoléne Royal; por último, están los
que al haber sido siempre de derecha contemporizan con
aquellos. Fiñkielkraut, Bruckner, Ferry, Glucksmann, Attali,
BHL, Mine, para nombrar sólo las figuras más emblemáticas.
En la vereda de enfrente se encuentra la izquierda anti­
liberal. Aquí están los intelectuales que persisten en cierta
forma de marxismo: Badiou, Ranciére, Balibar, Bensaíd, y en
cuyas obras encontramos menciones elogiosas a Althusser,
Mao, Che Guevara, Lenin y Lacan... En otras palabras, bajo
un disfraz posmoderno, viejas reliquias que huelen mucho
a los años 70.
De un lado, entonces, el neoliberalismo; del otro, el
neomarxismo... Hoy, los primeros se encuentran en el Elí­
seo; los segundos, a falta de sovietismos para defender
como en la época de Sartre, publican pasquines en los que
tratan a Sarkozy de rata, denuncian con aspavientos las
fechorías y efectos devastadores del capitalismo y procla­
man la urgencia de hacer algo para que las cosas cambien.
¿Y en concreto? En El siglo, Badiou extraña a Mao y mini­
miza su tiranía. Con El odio a la democracia, Ranciére sueña
con confiar el gobierno a individuos elegidos por sorteo.
Balibar milita por una Europa altermundialista sin dar más
precisiones. En tanto apoyo activo del NPA, Bensai'd reac­
tiva el mesianismo revolucionario y prevé, sin decir cómo
ni por qué, que algo se aproxima... Retóricas sublimes, pero
para un futuro invisible... Fuera de Francia encontramos
una literatura similar en Agamben, Zizek o Sloterdijk.
No sorprende que BHL, burgués adinerado de la
izquierda liberal, partidario confeso de Ségoléne Royal
para la foto pero amigo de Sarkozy en la intimidad, haya
elegido a Alain Badiou como adversario e interlocutor, via
Liberation, que tiene interés en fomentar este falso debate.
Porque si hay que elegir entre la izquierda liberal condu­
cida por DSK y la izquierda radical defendida por un nos­
tálgico de Mao, bajemos la persiana ahora mismo. Frangois
Bayrou ya se puede ir a comprar el traje de presidente de
la República.
Insisto en pensar que a la izquierda libertaria le hace
falta una inteligibilidad que no sea la izquierda utópica
del viejo anarquismo. Pienso en John Holloway y su libro
Cambiar el mundo sin tomar el poder, subtitulado El signifi­
cado de la revolución hoy, del cual ya hablé en estas columnas.
O en Hakim Bey, de quien se puede leer UArt du chaos,
un pequeño texto radical cuyo bello subtítulo Estrategia del
placer subversivo indica la naturaleza del programa o, mejor
todavía, TAZ, Zona autónoma temporal, que teoriza la acción
libertaria (subrayo lo de acción) y propone la multiplica­
ción de espacios concretos, aquí y ahora, como una canti­
dad de contrapoderes activos, generadores de positivida­
des inmediatas sin preocuparse por la "gran noche" que
vendrá pasado mañana. Si algo puede ayudar a pensar una
nueva fórmula para un verdadera política de izquierda, no
hay que ir a buscarlo en la cola del cometa marxista francés
sino en este modesto pero fecundo linaje.
CALVIN O TRISTE

Calvino festeja sus quinientos años. Publicación de un volu­


men de "La Pléiade". Biografías. Textos de circunstancia.
Reediciones. Reseñas en la prensa. Elogio del gran hombre.
Dos páginas completas en Libération le dan la palabra a un
profesor de filosofía de la facultad de teología protestante
de París, ex alumno de Paul Ricoeur, docente también en la
École de Hautes Etudes en Sciences Sociales.
¿De qué nos enteramos en esta larga entrevista? Que
Calvino anticipa a Descartes al afirmar que los individuos
pueden pensar por ellos mismos; que la predestinación es
una "doctrina grata, exquisita, liberadora" -claramente,
si Dios decidió condenarte cuando viviste una vida vir­
tuosa y luego salva al perverso vicioso que te pudre la
existencia a diario, es algo efectivamente grato, exqui­
sito y liberador-; que la muerte de Michel Servet es una
trampa tendida por la Iglesia católica; que el famoso texto
de Kant ¿Qué es la Ilustración? es una pálida copia de la
prosa del protestante; que en Ginebra actuó como un
hombre de Estado, en otras palabras, como un individuo
responsable; que "sentó las bases de una sociedad de disi­
dentes"; por último, que no sería el guía espiritual de los
protestantes americanos sino, agárrense, de los estudios
queer, de los libertarios, de las "lesbianas masoquistas"
(sic) y otras problemáticas impulsadas por Judith Butler...
Increíble. El entrevistador ni se mosquea.
¡Tantas idioteces en tan poco tiempo es una hazaña! Por-
que Calvino impone en Ginebra una dictadura teocrática
que lo convierte en el precursor de los regímenes totalita­
rios del siglo XX. De salud delicada y achacosa, eternamente
migrañoso, flacucho, se inflige un régimen de ascesis brutal,
además de que le desagradan las mujeres. El reglamenta sus
peinados, la forma de los zapatos. Prohíbe la borrachera, el
cabaret, los juegos de cartas. Proscribe las ornamentacio­
nes, el lujo, las fiestas. Condena la música, el teatro, el baile,
la vida mundana. Organiza una policía moral que circula
por toda la ciudad e infunde el terror.
En este régimen de ética puritana radical, llueven las
condenas a muerte, la delación se convierte en una activi­
dad moral; se humilla a ciudadanos a los que se les pide
expiar en público faltas que no han cometido; se manda al
exilio, se expulsa, se confiscan bienes, se envía a supuestas
brujas a la hoguera, se imponen confesiones públicas, de
rodillas, frente al Concejo reunido.
Y luego el caso Michel Servet: ese médico, filósofo, teó­
logo, que había tomado una posición contraria al dogma
de la Trinidad. Perseguido por la Inquisición que quiere
quemarlo, se refugia en Ginebra, y Calvino no hace nada
por impedir su muerte en la hoguera. Los católicos afirman
que asistió con genuino placer a la ejecución; los protestan­
tes, que habría preferido una muerte menos espectacular.
Fuese lo que fuese, este precursor de Descartes, de Kant, de
los estudios queer, de los libertarios, este guía espiritual
de todas las disidencias, este Gran Timonel Protestante hoy
da lecciones a todos los talibanes de todas las religiones.
Feliz cumpleaños, señor Jean. ¡Y qué viva Liberation!
LOS ANTIFILÓSOFOS VUELVEN A FILOSOFAR

Me enfrento con cada vez más comentarios de cristianos a


los que debo hacer frente, ¡ya que pretenden que les debe­
mos la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciu­
dadano! Igual que en los partidos políticos en los que, para
paliar la carencia de afiliados, se distribuye una argumen­
tación que fomente el militantismo, así la Iglesia de Bene­
dicto XVI parte a la conquista de todo aquello que negó
explícitamente durante más de dos siglos.
El 23 de abril de 1791, en su encíclica Adeo Nota, Pío VI
condena la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano según la cual el derecho positivo debe ser
la ley que rija en la tierra y no una hipotética ley natu­
ral católica que transforma al clero en oráculo. Más allá
de esta encíclica, que expresa con claridad de qué lado
está, Pío VI concede asilo a los refugiados monárquicos,
rechaza la constitución civil del clero, apoya la primera
coalición antirrepublicana. Un Papa no muy revoluciona­
rio que digamos... Afuera el soberano pontífice, bienve­
nido el jurisconsulto.
Según la doctrina de la Iglesia, calcada de las palabras
de Pablo: "Todo poder proviene de Dios". El artículo 3
de la Declaración aclara que la soberanía no es un asunto
trascendental ni del cielo, sino una lógica de contrato y de
inmanencia: la soberanía se encuentra en la nación, es decir
en el pueblo, y no en la palabra de Dios. Afuera San Pablo,
bienvenido Rousseau.
Asimismo, el artículo 10, arduamente discutido por
aquellos que querían conservar la supremacía católica en
Francia, defiende finalmente la libertad de conciencia y
de culto. El cristianismo deja de ser la religión dominante,
vuelve al redil junto a las otras religiones, principalmente
el protestantismo. Se autoriza incluso el indiferentismo,
cuando no el ateísmo, que depende de la libertad de con­
ciencia. Afuera el Vaticano, bienvenida la Constituyente.
Por otro lado, el preámbulo de la Constitución se pre­
senta bajo el signo del Ser Supremo. Hasta donde yo sé,
esta pavada robespierrista no se refiere al Dios de la Iglesia
apostólica y romana. Este Dios se mueve menos dentro del
pensamiento mágico que el Dios de la Iglesia pero sigue
siendo una ficción, incluso cuando marca un paso más en
dirección a la laicidad y el ateísmo. Afuera Dios barbudo,
blanco, ario, vengador, colérico, omnipresente, omnipo­
tente, omnisciente; bienvenido el Gran Relojero.
Pío VI estaba en lo cierto: la Declaración de los Dere­
chos del Hombre y del Ciudadano es una máquina de
guerra lanzada contra la dominación cristiana y los plenos
poderes del Vaticano. La laicidad, la tolerancia, los dere­
chos humanos, el contrato social, la libertad de conciencia,
le pertenecen al Iluminismo y a la filosofía, no a la religión
y a la teología, habiendo sido atacada la primera por la
segunda a través de una corriente muy poderosa pero hoy
olvidada por la historiografía dominante, conocida por
entonces como los antifilósofos.
La actual captación cristiana de estos bienes obtenidos
en el pasado a través de una gran lucha contra la Iglesia,
que no conocía la piedad con los filósofos de las Luces, no
es otra cosa más que un robo. Vale aclarar que Rousseau
todavía figura en el Index de autores prohibidos mientras
que Hitler nunca estuvo allí.
PINTAR EL CAPITALISMO DE VERDE

No tengo el fetiche del capitalismo y no creo en lo que


habitualmente se dice sobre él al humanizarlo: que tendría
fecha de nacimiento, y continuando con este pensamientó
mágico, un período de crecimiento, una edad adulta, un
momento de decrepitud, de envejecimiento, y por último,
fecha de muerte -anunciada recientemente por todas las
pitonisas de derecha y de izquierda a lo largo y a lo ancho
de todos los medios-. La crisis obliga...
Antes de él, ¿cómo deberíamos llamar a la economía
basada, después de todo, en la propiedad privada de los
medios de producción? El hacha del cazador neolítico,
el torno del alfarero sumerio, el ganado flaco del pastor
griego, la carreta del campesino medieval, el horno de pan
del panadero de los Cévennes en la época de Luis XIV, una
misma cantidad de ámbitos donde reina la propiedad pri­
vada de los medios de producción: ¿cómo considerarlos en
el marco de esta definición industrial y marxista, cuando
no neo-marxista, de la palabra?
De la misma manera: ¿qué pensar de lo que pudimos
ver supuestamente fuera del sistema capitalista en el Impe­
rio soviético y los países del Este? ¿O de lo que todavía
podemos ver en Corea, en Cuba o en China? ¿Socialismo?
¿Comunismo? ¿Postcapitalismo? ¡Por favor! En esos luga­
res, no hay y no ha habido nunca más que una varia­
ción alrededor del capitalismo: propiedad privada de los
medios de producción, el Estado convertido en productor,
por lo tanto la burocracia, por lo tanto los burócratas, es
decir los apparatchiks definidos por su pertenencia al par­
tido. Nuevos ricos, nuevos burgueses, nuevos explotado­
res, nuevos capitalistas...
Rindámonos frente a la evidencia: el capitalismo es una
sola y misma cosa que designa la propiedad privada de los
medios de producción y la organización de dicha produc­
ción con el objetivo de crear bienes de consumo, es decir,
riquezas: el filete de mamut prehistórico, el plato en el que
se sirven las lentejas sumerias, la leche y el queso del pastor
griego, el trigo que sega el campesino de la Edad Media, el
pan horneado por el panadero de los Cévennes... La penu­
ria crea la escasez y, por ende, la riqueza de los que poseen
y la pobreza de los que nada tienen, por eso es ella quien
dicta el valor. ¿Cómo salir de este círculo capitalista?
Hubo entonces un capitalismo neolítico, sumerio,
helenístico, feudal y muchos otros, pero también -m ás
recientemente- uno industrial, postindustrial, soviético,
paternalista, consumista, digital, financiero, virtual, etcé­
tera. La muerte de una de sus formas no equivale al fin
de la bestia. Cortarle un tentáculo a la hidra capitalista no
es lo mismo que fulminar al animal: otra vuelve a surgir
igual de rápido.
Por lo tanto, el fin de un cierto tipo de capitalismo que
todos parecen aceptar,, podría ceder su lugar a un capita­
lismo ecológico, políticamente correcto, convocante, unifi­
cados ¡porque es un deseo muy lindo querer expiar el mal
que otras generaciones han infligido al planeta! El desa­
rrollo sustentable, el comercio justo, la producción ética,
la agricultura biológica: miren en Internet, allí se ven mara­
villosas oportunidades comerciales para darle una nueva
mano de pintura verde al capitalismo, y que dure todavía
algunos milenios más.
¡ABSTENCIÓN, TRAMPA PARA IMBÉCILES!

Está claro que las elecciones no son todo, pero tampoco


son nada. La prueba: el resultado de ayer para la mayo­
ría presidencial en las elecciones europeas le permite hoy a
Sarkozy plantear el problema de la prolongación de la vida
laboral al menos hasta los 65 años y, mañana, hacer votar
esta reforma que será aprobada en tiempo récord. O acaso
no puede valerse de la legitimidad que le otorgan los que
votaron por él e, igual de responsables, cuando no culpa­
bles, los que no votaron en contra de él y por un candidato
que defendiese una verdadera alternativa, es decir, un pro­
grama de izquierda antiliberal.
La postura idealista y kantiana (hay muchos kantianos
en política, incluso y sobre todo entre los fanáticos de la
"gran noche" para mañana o para pasado mañana) de los
que tienen la boleta para votar inmaculada porque no tie­
nen boleta para votar, pone dichosos a los que saben que
no jugar contra el juego liberal manifestando una fuerza
antiliberal es hacerles el juego liberal a los que establecen
las reglas que debemos subvertir.
La lógica del chivo expiatorio funcionará a toda máquina
cuando la idea de retrasar la edad de la jubilación sea lle­
vada adelante por la derecha y combatida en voz alta -pero
apoyada en voz baja- por la izquierda liberal, muy con­
tenta de que esta mala jugada, que cree necesaria, la haga
la derecha. El megáfono va a arder, las calles se van a lle­
nar de manifestantes, de banderas y trapos, se fustigará,
se vociferará "Sarko-facho, el pueblo ya te va a agarrar",
y volveremos a trabajar hasta morir -una idea defendida
desde hace tiempo por un tal Cohn-Bendit, bajo el pretexto
del alargamiento de la expectativa de vida-.
Pero, en el juego democrático, Sarkozy y los suyos sólo
le deben su legitimidad a los electores que votaron por él o
a quienes no votaron en contra. Responsables en este caso:
los abstencionistas activos o pasivos y la extrema izquierda
que rechaza la unión de las izquierdas antiliberales.
Porque el NPAy el frente de izquierda, unidos, habrían
podido crear no una aritmética, sino una dinámica suscep­
tible de formar una fuerza capaz de suplantar al PS (ané­
mico y falto de clorofila) en el liderazgo de la alternativa
a la derecha brutal de Sarkozy. No se puede rechazar la
unión de las izquierdas antiliberales y deplorar que, prag­
máticas y preocupadas por mejorar realmente la vida de
los pobres y de la gente modesta, estas izquierdas busquen
en otro lado las uniones que se les niegan.
Si La Boétie tiene razón, y pienso que sí, y si defiende
más y mejor la razón libertaria que los adoradores con­
temporáneos de momias anarquistas del panteón piado­
samente limpiado por ellos con agua bendita, algo que
también pienso, se pueden extraer las conclusiones de esta
frase que constituye el epicentro libertario del Discurso de
la servidumbre voluntaria: "Tomad la resolución de no servir
y seréis libres".
Traducido a un lenguaje simple y claro para las mentes
estrechas: tomad la resolución de no servir más a Sarkozy,
ya sea dejando de votar por él como votando contra él o
uniéndose contra él, y seréis libres... Porque hay muchas
maneras de servir a esta pérfida calaña que se regocija
desde los últimos resultados electorales y que hasta ve
subir su nivel de popularidad. El rechazo a la unión de
todas las fuerzas de izquierda antiliberales es la más efi­
caz de todas.
MAQUIAVELO GINECÓLOGO

Todo el mundo sabe qué significa violar a una mujer. Pero,


afortunadamente, Mayo del 68 hizo bajar a Freud a la calle
y terminó con los tiempos en los que se pensaba que una
mujer violada había provocado un poco al violador o que
probablemente había consentido un poco, "porque, ya sabes,
a todas finalmente les gusta más o menos eso, si lo piensas un
poco...". Este tipo de delirio ya no tiene cabida, tanto mejor.
En adelante, habría que hacer un esfuerzo para estable­
cer la igualdad en este terreno y considerar que también se
puede violar a un hombre, y luego condenar con la misma
vehemencia este trauma que al parecer hoy puede infligír­
sele a los machos abusados con el mismo candor con el que
se lo infligía en otra época a las mujeres, antes de que el
feminismo proscribiese esta barbarie.
Primero que nada hay que aclarar qué entendemos
por violación en esta nueva configuración. El anatomista
de blusa blanca dirá que claramente se necesita un poco
de turgencia en este evento y, por ende, ¡un poco de con-
sentimiento masculino! De acuerdo. Luego afirmará que,
partiendo de esa base, no puede haber violación. Efectiva­
mente, si consideramos que la palabra define una relación
sexual no consentida con penetración forzada.
Pero podemos dar otra definición, esta vez desde el
punto de vista de los hombres: habría violación en el caso
de una relación sexual libremente consentida, ciertamente,
pero producida con la perspectiva disimulada de una pro­
creación. Una mujer quiere un hijo de un hombre que no lo
desea y obtiene la paternidad escondiéndole claramente su
intención de quedar embarazada: he aquí, me parece, una
barbarie asimilable a la violación.
El moralista de blusa gris recriminará: es suficiente
con protegerse. Está claro. Pero en el caso de una relación
basada en la confianza, y cuando la señora en cuestión pre­
tende falsamente tomar pastillas anticonceptivas o tener
puesto un DIU, ¿habrá que pedirle la receta o verificar in
situ la presencia del alambre de cobre? Porque, para des­
pistar, la mentira forma parte de la guerra... El hombre cree
de buena fe en la sinceridad de la mujer que, por su parte,
como un Maquiavelo ginecológico, sabe que ella abusa.
Esta violencia es infligida dos veces: la primera con­
tra el genitor, transformado en semental al que se le extrae
el esperma con artimañas; la segunda contra el niño, que
procede de una mitad violada y cargará con esa maldición
toda su vida. No es necesario haber leído a Freud: para un
niño, provenir de una violación sexual no lo predestina a
nada bueno en el campo existencial.
Redacto esta crónica con un diario bajo mis narices,
que relata las extravagancias de una feminista que acaba de
publicar un nuevo libro en el que fustiga a las madres
de alquiler, después de haber expresado en otra ocasión
su oposición al casamiento homosexual y su rechazo a la
familia homopaternal. Ella conoce bien el expediente de
la violación de hombres. Me gustaría mucho poder leer
alguna vez sus ideas al respecto. Ella, que habla tan bien
sobre las mujeres transformadas en objeto, tendrá proba­
blemente mucho para decir sobre los hombres sometidos a
la misma vejación.
¿NIQAB O NO NIQAB?

¿Les gustó el debate sobre el uso del velo en la época


dorada de Chirac II? Entonces les va a encantar el debate
sobre el uso del niqab con Sarkozy I... Falsas problemáticas
sociales, verdaderas máquinas para vender papel de diario
y debates televisivos. Hace poco vi uno que reunía a una
verdadera corte de los milagros: el musulmán integrista
reivindica la laicidad y los derechos humanos para poder
terminar con la laicidad y los derechos humanos, acusando
a todos de fascistas si no le permiten defender la ablación,
la infibulación, los casamientos forzados, el velo mini o la
maxi lona, la inferioridad de las mujeres, ¡y todo en nombre
de Francia, patria de la Revolución Francesa! Al musulmán
amable le gusta Voltaire y va denunciando por todos lados
que se está pervirtiendo el mensaje del verdadero Islam,
que en la práctica es una fórmula que precede de lejos y
anuncia, por supuesto, a los famosos derechos humanos y
la laicidad a la francesa... La filósofa austera/ republicana
que se acuesta tanto con Condorcet como con su marido
y cita... los derechos humanos, la Revolución Francesa, a
Voltaire y la laicidad para defender exactamente lo contra­
rio. La ministra de origen árabe, musulmana asumida, ni
puta de izquierda ni sometida de derecha, que le tira flores
a Francia, patria de los derechos humanos, etcétera. El pro­
fesor de filosofía que cita a las Luces, dice ser discípulo de
Voltaire y de los derechos que ya sabemos, para legitimar
el derecho de defender cualquier tipo de ideas, cuando
queramos, como queramos, inclusive y sobre todo las ideas
liberticidas. Otro profesor de filosofía defiende un "Islam
moderado" -o sea, la posibilidad de un enano enorme o un
pequeño gigante- y trulalá, derechos humanos, Voltaire y
compañía, explica que el Islam es una religión de paz, de
tolerancia y de amor... Toda esta gente se tira de los pelos
pero pour la galerie.
Porque nadie duda del credo mediático de nuestros
tiempos estancados: el Islam es una religión de paz, de
tolerancia y de amor, el islamismo no tiene nada que ver
con el Islam (como el marxismo no tiene nada que ver con
Marx o el estalinismo con Stalin, ni el nazismo con el nacio­
nal-socialismo); podemos imaginar un Islam progresista,
un Islam de las Luces... He aquí la vulgata con la que casi
todo el mundo comulga. Y aquí está el problema, no con el
uso del niqab.
El debate convoca al gran-filósofo-del-rostro-Levinas para
explicar por qué un velo semejante es una negación de la
humanidad. La esposa del ministro de Justicia, que hace
tiempo abolió la pena de muerte, dice incluso que una mujer
cubierta con el velo "no es más un ser humano" (¡sí, sí!). La
señora ministra afirma que el Islam goza de buena salud en
nuestro bello país: la prueba, en Francia se construye una
mezquita cada tres días. Mientras tanto, nadie dice que el
Corán, el Gran Libro Santo ante Siné, está repleto de suras
y versículos inicuos, homofóbicos, belicistas, misóginos,
antisemitas, falócratas, armíferos, que justifican el cri­
men, el asesinato, la tortura, la guerra santa, las razias, y
que cualquier otro libro que defendiese semejantes llama­
dos a la discriminación sexual, racial, religiosa, intelec­
tual, estaría prohibido a la venta bajo el pretexto de una
cantidad considerable de leyes que, en Francia, prohíben
todas las "virtudes" de esta religión de paz, de tolerancia
y de amor... ¿El niqab? Un velo que esconde el bosque...
DIME A QUIÉN ODIAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES

Arrancó nuevamente el Tour de France y con él Lance


Armstrong, muy decidido a volver a ganarlo. En sus Mito­
logías, Barthes señala que el patronímico de los corredores
indica las cualidades necesarias para la composición de
la epopeya: el valor, la lealtad, la traición, el estoicismo.
Si hubiese que darle un epíteto a Lance Armstrong, éste
probablemente sería El Americano -con toda la carga que
puede contener esta cualidad que, deporte nacional en
Francia, funciona como una muletilla-.
El asunto está claro, Lance Armstrong no es alguien
querido. ¿Cuáles son las razones? Primero, entonces, que es
estadounidense y -circunstancia agravante- no de la costa
Oeste, ni siquiera de Nueva York o de la Avenida 42, sino,
agárrense, de Texas, la patria del añorado George Bush.
Una falta de gusto enorme.
Encima, se comporta como un profesional y a Fran­
cia solamente le gustan los amateurs, sobre todo cuando se
trata de profesionales: nuestros héroes ganaron una sola
vez una ensaladera de plata y son semidioses del estadio
para toda su vida. Poco importa que luego brillen con la
invención de una nueva "danza de los patos" o en la publi­
cidad de un yogurt que facilita el tránsito intestinal. Lance
Armstrong prepara solo el Tour de France. Completamente
dedicado a este objetivo, evita el diletantismo tan apre­
ciado por los galos.
Además, gana. Y, tropismo nacional obliga, no hay
nada que el francés odie más que los ganadores, a los que
considera siempre un poco culpables y, sobre todo, revela­
dores activos del resentimiento de todos los que pierden,
es decir, de todos los otros -lo que termina siendo un mon­
tón de gente...-. El gran héroe francés será eternamente
Raymond Poulidor, el primero de los segundos.
Para peor, probablemente él haga trampa, aunque no
se deja agarrar -a diferencia de Virenque, filósofo con cono­
cimiento de causa-. Porque un ciclista fotografiado con
una jeringa en la nalga, he aquí algo que excita a la muche­
dumbre como la sangre en la arena. Todos los deportistas
se dopan, los que patean una vejiga sobre el pasto, los que
atraviesan el Atlántico a remo, los que cruzan el desierto
a los pedos, los que se tatúan delfines para avanzar más
rápido en el cloro, pero los ciclistas -vaya a saber por qué-
son los chivos expiatorios de este mundo atiborrado de
esteroides y anabólicos.
Por último, no juega al seductor ni peca de exceso de
familiaridad, y menos aun de amiguismo, con los perio­
distas que tienen la última palabra, tanto acá como allá.
Hombre de pocas palabras, poco preocupado por caer
bien, incapaz de hablar francés, hasta masacrándolo como
un velocista flamenco, sigue siendo estadounidense en un
país en el que a la gente le gustaría muchísimo escucharlo
chapurrear con su acento tejano para decir que Champs-
Élysées ¡es la avenida más linda del mundo!
Para terminar, Lance Armstrong es una estrella, ¡y no se
comporta como tal! A los franceses les encanta lo inverso: los
cabitos de vela que se creen estrellas y que, sean filósofos o
starlets, futboleros o troncos del noticiero, salen de su domi­
cilio parisino con anteojos de sol para cenar en la intimidad
con ese amigo americano al que tenemos de presidente de la
República. ¡Vamos, Lance, hazlos rabiar una vez más!
UNA RELIGIÓN DEL SIGLO XX

Cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Caen,


cursé durante dos años una clase de psicoanálisis en la que
me enseñaron los rudimentos de la materia. Freud apa­
recía como el descubridor solitario de una disciplina que
había surgido totalmente armada de su cerebro: el incons­
ciente, el sueño que allí conduce, pero también los lapsus,
los actos fallidos, los olvidos, las frases ingeniosas, luego
la odisea del autoanálisis, la teoría de la seducción, el com­
plejo de Edipo, la primera y la segunda tópica, la teoría de
los estadios, la metapsicología, el polimorfismo perverso
de los niños, etcétera. Una teoría muy atractiva.
El curso también enseñaba una práctica revolucionaria:
la cura, el diván, el psicoanalista, la palabra que permite
sacar a la luz lo reprimido, y por eso, encontrar la causa de
todo tipo de patología, los casos que prueban esta verdad
clínica -Anna O., el pequeño Hans, el hombre de los lobos,
el presidente Schreber...-, la posibilidad de curar hasta la
nana más insignificante con una explicación freudiana,
causalidad mágica capaz de dar cuenta de la más mínima
anomalía que sufre un cuerpo. Una práctica muy atractiva.
Como profesor de filosofía durante veinte años en un cole­
gio secundario, enseñé concienzudamente este corpus (adqui­
rido en la institución universitaria), ya que Freud es un pensa­
dor del examen de bachillerato de filosofía, un autor canónico,
el gran "mamamuchi"22, junto con Nietzsche y Marx, de una
modernidad que a nadie se le ocurriría cuestionar.
Preocupado por preparar bien mi clase siguiente en la
Universidad Popular de Caen, comencé a juntar documen­
tación de los antifreudianos y de los adversarios del psi­
coanálisis, con el objetivo de tomar conocimiento del caso.
Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que estos alegatos
eran tan convincentes que tuve que someterme a una revi­
sión completa.
Freud mintió, falsificó, engañó. Escribió su leyenda
mientras estaba vivo (algo que, en cuanto a la práctica,
dos o tres avivados de la filosofía contemporánea también
entendieron muy bien), ejerció como jefe de una banda,
cuando no líder de secta, con investiduras, y luego con
exclusiones, denigraciones, difamaciones.
El inventor del psicoanálisis destruyó correspondencia,
compró cartas para romperlas, tachó al copiarlas todo lo que
probara que él había defendido ideas absurdas (transmi­
sión de pensamiento, telepatía, ocultismo, numerología...),

22 Dignatario turca en El burgués gentilhombre de Moliére, por extensión se utiliza


para referirse a un alto funcionario. (N. del E.)
hizo desaparecer artículos en los que anunciaba falsedades
demasiado groseras, traicionó el secreto médico, usó infor­
maciones obtenidas en el diván con fines personales, llene
su autobiografía de patrañas, inventó pacientes que nunca
tuvo y, peor aún, anunció públicamente a través de publica­
ciones comprobables las curaciones logradas con su método,
mientras que todos sus análisis fueron fracasos terapéuticos.
Un ejemplo entre otros, el hombre de los lobos, analizado
por Freud (y luego, durante casi setenta años, ¡por otros diez
psicoanalistas!), terminaría en el mismo estado, si no peor
según sus confidencias, en el que se encontraba después de
su primera sesión en el diván.
Estoy lejos de haber terminado la investigación y no
dejo de acumular informaciones... Pero el próximo va a ser
un año caliente en la UP: disponemos, claramente, de un
material formidable para estudiar cómo se crea una religión
o, mejor dicho, ¡una alucinación colectiva! Continuará...
EL DÍA DEL SANGRADOR

Los franceses están en contra del trabajo dominical, pero


les encanta hacer las compras en el supermercado ese día.
Cuando estas basílicas de la religión consumista abren los
días feriados, las familias se abalanzan, todos aglutinados
alrededor del carrito. Pero los franceses no quieren que se
liberalice el trabajo en domingo. Porque el día del Señor
es sagrado... Dios hizo el mundo, él también tuvo un buen
descanso, no existe entonces ninguna razón para tocar el
domingo, día de la familia, día del descanso, día del ocio,
día del deporte, día de las carreras de caballo, día de la tele
a la tarde.
No comulgo con la religión del domingo. Además, lo
que hay que salvar idealmente es el tiempo de descanso; que
sea ese día u otro poco importa. El problema es que el ideal
no va bien con lo real. Por el momento, la realidad es liberal,
y los liberales de derecha y de izquierda quieren terminar
con el domingo. No por razones ateológicas -sería dema­
siado bueno- sino por razones mercantiles, con el pretexto
de relanzar la máquina económica.
Sarkozy mantiene el mismo rumbo desde el comienzo:
desmantelar todas las conquistas sociales, destruir lo que
se obtuvo después de años de arduos combates obreros,
quebrantar la solidaridad entre los trabajadores, enfren­
tando las categorías sociales de pobres unas contra otras (el
sub-proletariado de los indocumentados, el de los desem­
pleados, los de los planes sociales, los que buscan trabajo,
los trabajadores precarios, los pasantes, los que cobran el
salario mínimo...).
Por eso, de acuerdo con esta configuración particu­
lar, el fin del domingo no significa el fin del día del Señor,
la desaparición de un día de descanso sagrado, sino que
es, para todos, el advenimiento de los trabajos forzados
los siete días de la semana, los doce meses, los trescien­
tos sesenta y cinco días... El domingo se convierte entonces
para el capital en el nuevo día del sangrador.
Si la izquierda potencialmente gubernamental fuese
de izquierda, si los sindicatos hiciesen un verdadero tra­
bajo a favor de los asalariados y no se contentasen con la
posición cómoda de extras de teatro en el rol de contra­
poder institucional del poder oficial, si la izquierda antili­
beral dejase de vociferar un catequismo desconectado de
la realidad, es decir del sufrimiento verdadero de la gente
que poco tiene, entonces podríamos tocar al domingo
sacrosanto y negociar a buen precio, no renunciar a él, pero
sí correr el día de descanso y recuperarlo en al menos el
doble de tiempo o de salario.
La vida ya no estaría organizada en función de este día
siniestro, día festivo obligatorio y que -como todo lo obli­
gatorio- se vuelve un castigo recurrente, sino en relación
a nuevas formas de convivencia a ensayar: con los niños,
en torno a ellos y de sus vacaciones; con amigos, sin que la
pareja sea necesariamente el eje de un mundo imposible
de modificar; con uno mismo, sin que la tribu triunfe como
el horizonte infranqueable de la vida con los que amamos;
con todos los demás, en el fluir de una vida que suponga
menos la obligación del día de descanso que la libertad de
inventar las propias franjas de autonomía. En el descanso
obligatorio, el problema no es tanto el "descanso" como lo
"obligatorio"... Pero según la configuración liberal, termi­
nar con el domingo es algo impensable. Bendito sea enton­
ces el día del Señor; por una vez puede pasar.
EL POST-ANARQUISMO EXPLICADO A MI ABUELA

Todo empieza con el e-mail de un joven estudiante de His­


toria en Estrasburgo -Gabriel Pornet es su nombre-, quien
me pregunta si por casualidad yo no seré un poco post­
anarquista... Y si así fuera, ¡él no podría ponerlo en Wikipe-
dia! Antes de responder a esa pregunta trato de averiguar
qué significa post-anarquismo. Lo descubro y no lo puedo
creer: igual que el señor Jourdain, que escribía prosa sin
saberlo, ¡yo era post-anarquista y lo ignoraba!
La palabra y la cosa definitivamente existen en Esta­
dos Unidos, con autores que no han sido traducidos de este
lado del Atlántico y que caracterizan a una corriente que
reivindica el derecho de inventario en la historia del pen­
samiento libertario y se inscribe en esta misma corriente
para superarla, y al mismo tiempo conservarla gracias a
su actualización. Dicho de otra manera: un pensamiento
crítico, dialéctico, vivo, que rechaza los catecismos anar­
quistas, los breviarios libertarios, los lugares comunes de la
secta y las religiones de la bandera negra. Gente que piensa
que hay que ser anarquista en todo, incluso y sobre todo
con el pensamiento anarquista, para darle una chance de
durar y asegurarle una larga vida.
Ante todo, entonces, examinar lo que, de Proudhon a
Kropotkin, pasando por Stirner, Bakunin y algunos otros,
sigue teniendo sentido y lo que no. Lo que resiste y lo que
envejeció, vivió y hoy ya no significa nada. ¿Qué envejeció?
El rrdlenarismo, el esquema judeo-cristiano: el pecado origi­
nal de la propiedad privada, la redención a través de la revo­
lución, el saludo a través de la obediencia al mesías rebelde,
la concreción de un paraíso terrenal, la parusía de la "gran
noche", la supresión de toda negatividad (no más guerras,
no más prisiones, no más explotación, no más miseria, no
más maldad, no más nieve en invierno, etcétera).
Luego, quedarse con todo lo que constituye el fondo
del pensamiento anarquista: el negarse a mandar y a guiar,
el desprecio por el poder y la gente poderosa, el compro­
miso junto a las víctimas del capitalismo liberal, la cons­
trucción del orden a través del contrato, la defensa de la
ilegalidad si y sólo si contribuye a mejorar la vida de la
gente que sufre, la edificación de comunidades jubilosas
indexadas según la pulsión de vida, etcétera.
Por último, tomar en cuenta el pensamiento de los
filósofos críticos de los últimos cincuenta años para for­
talecer el corpus anarquista: la reflexión sobre el encierro,
la disciplina, la prisión de Foucault; el advenimiento de
la micropolítica y de las micro-resistencias en Deleuze y
Guattari; la ecosofía en este último; el fin de los grandes
relatos que tenían una respuesta para todo -cristianismo,
marxismo, estructuralismo, psicoanálisis- y, ahora, el
reino de los pequeños relatos en Lyotard, con un interés
particular por las vanguardias estéticas; las considera­
ciones de Derrida sobre la amistad, el derecho a la filo­
sofía, la política necesaria de hospitalidad, los Estados
canallas, una ética por fin para el trato a los animales;
el desmontaje que hace Bourdieu de los mecanismos de
reproducción de la sociedad -grandes écoles, universida­
des, periodismo, televisión-, la dominación masculina, la
fabricación de un intelectual colectivo capaz de trabajar
por una plataforma antiliberal.
La posibilidad de que exista este post-anarquismo es la
mejor noticia que recibí en mucho tiempo. Me pongo ya a
aclarar las cosas. Gracias, Gabriel.
EL INCONSCIENTE PRESIDENCIAL

Dejando de lado a las mujeres, su verdadero talón de Aqui-


les (probablemente tendremos ocasión de volver a hablar de
esto llegado el momento, es decir, cuando Carla lo decida...)/
el único enemigo de Sarkozy es él mismo. Yo me reuní con
el personaje en cuestión para Philosophie magazine antes de
las elecciones presidenciales. Fue durante esta entrevista
cuando levanté una liebre que desde entonces ha recorrido
un largo camino: ¡la famosa predisposición genética para la
criminalidad, la pedofilia y la homosexualidad! El ex futuro
jefe de Estado había comenzado el encuentro aclarando que
nunca había escuchado "algo más imbécil" que la fórmula
de Sócrates "Conócete a ti mismo" -el servicio de comuni­
cación del Ministerio del Interior corrigió la palabra en la
relectura del artículo a favor de un epíteto más ameno-.
El personaje también había señalado algo que nadie
en ese momento retomó o notó: que se había construido
únicamente en base a la transgresión, de la que hacía el
elogio... El policía de los policías celebrando la transgre­
sión, y a nadie le pareció que había algo que criticar. Este
hombre, cuya función es encarnar al superyó societario,
no tiene un superyó personal. De hecho, una vez que fue
elegido, el presidente no dejó de transgredir al considerar
que los dos cuerpos del rey no hacían más que uno, con
una verdadera incapacidad para distinguir al presidente,
la fundón, la figura que carga con una unción del sufra­
gio universal, el hombre que controla el fuego nuclear,
del padre, el marido, el amante, el deportista, el amigo, el
canchero. Los dos registros son vividos en el mismo plano,
y luego reunidos y mezclados en el narcisismo exagerado
de un individuo sin modales, sin educación, sin elegancia,
en resumen, un ordinario.
Esto explica: un uso privado de las ventajas de la función
-tarjeta de crédito del Estado para los gastos personales de
su mujer de entonces-; amiguismo descarado con la gente
adinerada -yate y aviones privados para prepararse espiri­
tualmente para la función-; exhibicionismo de la vida pri­
vada -pareja que fracasa, divorcio, amantes, nueva mujer-;
instauración de un culto mediático del narcisismo presi­
dencial -los rollitos de Sarko en cueros, el gran trasero de
Sarko cuando sale a correr, Sarko dándose un porrazo en
bici, Sarko en short-; trivialidades verbales (el famoso "Lár­
gate, pobre imbécil") y los malos tratos infligidos a la lengua
(negaciones olvidadas, silabas tragadas, expresiones fami­
liares, actitud sobradora...)... La caricatura del nuevo rico.
Impermeable a todo tipo de introspección, manejado
por las mujeres, creyente de la predisposición genética a
la criminalidad, que asimila la homosexualidad a la pedo-
filia, con una individualidad desprovista de superyó, per­
sonalidad ultra narcisista y temperamento exhibicionista,
un tipo desagradable, nuevo rico, este caso patológico
que también es, recordémoslo, presidente de la Repú­
blica, debe creer, como todos los psiconeuróticos, que no
tiene inconsciente.
Una prueba de que se equivoca: sólo una información,
un lapsus que cometió en la escalera del Elíseo unos días
después de su ataque al corazón (llamemos a las cosas por
su nombre). Se acerca al micrófono como un chico que va
a hacer una tontería y declara: "Quería decirles a los fran­
ceses que estaba sano". ¿"Estaba"? ¿Por qué no "estoy"?
Si el inconsciente sobrepasa un poco a este hombre can­
sado, lo uno explica lo otro, aquí nos dice una verdad:
hay que hablar en pasado de su buena salud. He aquí una
novedad que hay que empezar a tener en cuenta.
LA BANDERA NEGRA Y EL BALDAQUÍN

En la constelación anarquista están los aguafiestas, los


señoritos pudorosos, los curas del ideal ascético revolucio­
nario, los frígidos, los hielitos, los de las libidos trabadas
-como Proudhon, querible por otro lado pero no en esto,
ya que nuestro besanzonés se muestra machista, misógino,
homofóbico y, lo uno explica lo otro, bastante fascinado
por los cuerpos bellos y viriles de los machos robustos-.
Y también están los defensores del ideal hedonista, los
que se ríen de todo, los pensadores excéntricos, los filósofos
que, como Fourier, proyectan la copulación de los planetas,
piensan en las manías más extravagantes (los rasca-talones,
los adoradores de los dedos del pie, los fanáticos de una sola
parte de la anatomía, los sectarios del pezón, etcétera). Éstos
claramente se ganan la ira de Marx y del Papa, del bolche­
vique y del cristiano, del fascista y del señor Homais, del
rabino y del imán. De gente honorable, entonces.
Entre la abstinencia militante y la astrología libi-
dinal se encuentra La révolution sexuelle et la camaraderie
amoureuse de Emile Armand, que por suerte ha sido ree­
ditado por Ediciones Zones -una lectura para hacer con
su media naranja...- Émile teoriza el individualismo anar­
quista (véase la magnífica Initiation individualiste anarchiste
que no envejeció ni un poco. Tengo una edición de 1923
con una dedicatoria del autor que dice: "¡Ser uno mismo,
no hay nada más importante!") y la liberación sexual. Se
anuncia bajo la influencia de Nietzsche para criticar la
moral sexual dominante: monogamia, casamiento, fideli­
dad, cohabitación, procreación y otras maquinarias desti­
nadas a calmar los ardores sexuales dionisíacos haciéndo­
los entrar de manera forzada en prisiones para las cuales
claramente no fueron hechas.
¿Por qué estamos tan apasionadamente enamorados
de una persona que, de golpe, se vuelve el objeto único
de nuestro odio desde el momento en que nos anuncia
que pasó una tarde en los brazos de otro, tarde en la que
los dos sintieron placer sin que se tratara de algo más que
de un intercambio de un día? ¿Por qué razones surge el
odio, convertido en violencia verbal, mental, moral, física,
cuando en realidad debería agradarnos el placer de aquel
o aquella que amamos? Por culpa de los celos, un senti­
miento de propietario de los que hay que deshacerse por­
que, como decía aquél, ¡la propiedad es robo!
¿La Familia? Hay que aboliría, porque este "Estado en
pequeño" coagula el exclusivismo y prohíbe la creación de
relaciones de sociabilidad hedonistas. En su lugar, hay que
establecer la "camaradería amorosa", una relación contrac­
tual donde sólo el placer dicte la ley. Este contrato hedo-
nista puede ponerse en práctica en red en una serie de coo­
perativas sexuales que luchen concretamente en contra de
una sexualidad sometida a las lógicas del mercado liberal:
contra la propiedad privada de la libido, o contra la pros­
titución burguesa que transforma al casamiento en una
vidriera legal de la cesión del cuerpo propio a un tercero a
cambio de beneficios materiales. Émile propone la libera­
ción de todas las fantasías, entre ellas el fetichismo, el sado-
masoquismo, la homosexualidad y el transformismo (¡en
1830!). Celebra las asociaciones sexuales más fantasiosas,
mientras sean llevadas a cabo con mutuo consentimiento.
Si se mide el alcance revolucionario tomando esto como
referencia, una buena cantidad de Lenines de poca monta
pueden irse a tomar la sopa.
BESTIAS QUE SE AUMENTAN DE HENO

Los antiespecistas llevan adelante un combate que los


honra: luchan contra esa idea cristiana según la cual el
hombre fue creado por Dios como prueba del corona­
miento de Su genio que, de hecho, domina la naturaleza
y que, por eso, le da el derecho de hacer lo que quiera con
los animales, para su ocio, su trabajo, su alimentación y su
goce. Que existan militantes de esta causa es algo bueno.
Que el filósofo Peter Singer lleve adelante esta lucha por
La liberación animal con argumentos que sacuden a todas
las conciencias formateadas por el racionalismo occiden­
tal, entre las cuales me encuentro yo, es igual de sano en el
plano intelectual.
En los siete años en los que vengo enseñando una
historia alternativa de la filosofía en la Universidad
Popular de Caen, donde destaco a los pensadores ato-
mistas, los epicúreos, los ateos, los hedonistas, los sen­
sualistas, los materialistas, los anarquistas, descubrí que
la mayoría de estos filósofos olvidados, pasados por
alto, marginados, defendían esta tesis radical: no existe
una diferencia de naturaleza entre los hombres y los
animales (algo que sí afirman los judeo-cristianos) sino
una diferencia de grados (lo que dicen los antiespecistas).
Y esto cambia todo.
El combate antiespecista es legítimo cuando nos invita
a reflexionar sobre el sufrimiento animal, la legitimidad de
experimentar científicamente con animales, lo bien fun­
dado del vegetarianismo (al que cualquier consciencia que
reflexiona un poco no puede dejar de adherir intelectual­
mente...), las condiciones indignas de la cría industrial, la
tragedia que significa filosóficamente la matanza progra­
mada de animales, la salvajada de toda espectacularización
de la muerte -como son los casos de las corridas o las riñas de
gallo-, la vergüenza asociada a todo establecimiento de tipo
carcelario como los zoológicos, y la necesidad de replantear
nuestra relación con los animales. En este plano, nuestra
humanidad atrasa, se atasca, declina...
No puedo ver un cargamento de terneros, cerdos u ove­
jas en un camión que se dirige al matadero sin una inmensa
empatia, sin experimentar un verdadero sufrimiento fisio­
lógico, la vergüenza de ser miembro de una tribu que se
arroga el derecho de esos acarreos odiosos. Pero lo que no
puedo aceptar es que militantes antiespecistas, entre los
que a veces se encuentra Peter Singer, asimilen estos con­
voyes a los trenes de la muerte que conducían a los depor­
tados hacia las cámaras de gas, o que transformen al mata­
dero en el equivalente exacto de la solución final.
Siento náuseas frente a las imágenes de toros sacrifica­
dos en la plaza, animales torturados en laboratorios, focas
masacradas en los bancos de hielo, compañeros domésti­
cos martirizados por infelices que no los merecen. Pero me
indigna que haya comandos que desentierren la urna de la
madre del director de Novartis (el laboratorio que experi­
menta con animales), profanen su tumba con inscripciones
insultantes, incendien domicilios, amenacen de muerte,
prometan secuestrar a los hijos de los jefes de esta empresa,
hagan correr rumores de pedofilia sobre esta gente, por­
que... ¡las bestias no muestran este tipo de inhumanidad!
Y con razón... Estas personas son la prueba de que sí existe
una diferencia entre los hombres y los animales: sólo los
primeros disfrutan del daño que provocan. Invito a estos
"humanos" a seguir las enseñanzas de los animales.
MARTINE FILÓSOFA

Así como para los varones antes existían "El Club de los
Cinco" y "El Club de Los Siete Secretos", las nenas tenían
las "Martine", para alegría de las prepúberes, Martine va a
la granja, Martine va al colegio, etcétera. Nosotros tenemos
desde hace poco "Martine en la calle Solférino"23. Me gus­
taría contribuir modestamente a esta colección con el resu­
men de un breve "Martine filósofa".
Martine Aubrey declaró recientemente que el Partido
Socialista debería "inventar el postmaterialismo". Probable­
mente haya detrás de este proyecto de alto vuelto intelectual
un informe redactado por un egresado de la École Nórmale
Supérieure, agregé de Filosofía, tal como le gusta emplear al
PS. Pero Martine tropieza con la alfombra filosófica.

23. La calle Solferino queda en París (7“ arrondissement), y allí se encuentra la sede
central del Partido Socialista. Por metonimia, en los medios se le llama Solferino a
ia conducción del PS francés. (N. del E.)
Porque, ¿cuál es ese materialismo que hay que supe­
rar? ¿El de Demócrito, el de Epicúreo, el de Lucrecio, como
el de otros grandes filósofos atomistas que, con esa doc­
trina física, combatieron en la Antigüedad las tonterías reli­
giosas, las pavadas clericales y los cuentos de los chupaci­
rios? ¿El de Holbach, Helvétius, La Mettrie, Diderot, que al
retomar la llama de los pensadores greco-romanos citados
combatieron contra el dominio del cristianismo sobre los
cuerpos y las almas y formularon una filosofía de las Luces
radicalmente proveedora de claridad?
¡Si se trata de éste, qué tiempos jodidos para la izquierda!
Este postmaterialismo significaría una muy buena coyun­
tura para los curas de toda clase, los espiritualistas
mediocres, los kantianos de supermercado, los católi­
cos de juerga con los médiums, los raelianos clonados
embarcados en sus platos voladores, los bebedores de
agua bendita, los lectores de horóscopos, los abonados
a las videntes, los tomadores de vino pero solamente en
el paraíso, y toda la hueste de tarados que piensan que
existe algo, sin saber demasiado qué, pero que se arro­
dillan frente a esa cosa que ignoran. Desde hace tiempo,
estos son postmaterialistas.
¿Debemos darle otro sentido al "materialismo", enton­
ces? ¿Como por ejemplo la religión, muy de moda en esta
época (incluso en el PS), de los fanáticos de las lapice­
ras de lujo, de los coleccionistas de relojes pagados con
dinero ganado con el sudor de la frente por el represen­
tante político (dixit el representante), de los amantes de
hoteles imponentes con más estrellas que un mariscal,
y otras chucherías que descolocan al que gana el sueldo
mínimo y le cuesta concebir cómo alguien puede com­
prarse una especie de Swatch por lo mismo que vale gran
parte de su vida labotal?
Si este es el materialismo que Martine quiere dejar
atrás, no podemos decir que no tenga razón. ¿Pero acaso
ella sabe también, nuestra querida Martine, que la impo­
sibilidad de pagar los estudios de los hijos, de hacerse ver
por un médico, de poder comprar prótesis dentales, audi­
tivas, oculares, de irse de vacaciones, de comer afuera, de
comprar libros o discos, de vivir una jubilación decente, de
pagar el alquiler de un departamento digno de ese nombre,
de viajar aunque sea modestamente, de elegir la comida
en un mercado sin tener que fijarse en lo que queda en el
fondo de la billetera, son problemas materialistas?
De ahí en más, esta búsqueda de un postmaterialismo
revela claramente, aunque traicionándolo, el inconsciente
del PS, que quiere evitar estas cuestiones triviales en bene­
ficio del idealismo, el otro nombre del postmaterialismo,
cuya noble preocupación consiste en preguntarse cómo
conquistar el Santo Grial Inmaterial que se encuentra en la
siguiente dirección: Palacio del Elíseo...
LACAN CÓMO Y DÓNDE

El psicoanálisis francés es Lacan. Poco importa que hayan


existido muchos otros antes, durante y después que él:
la figura emblemática de los amantes del diván es él, con
sus cigarros torcidos atornillados a la boca, su saco largo
de piel de conejo, sus huestes de sectarios iluminados, sus
honorarios considerables por sesiones de sólo algunos
minutos, su desprecio por un público que adora esto y pide
más, su logorrea incomprensible que hacía gozar (y toda­
vía lo hace) al masoquista que experimenta la erección que
en él es consustancial a toda servidumbre voluntaria.
Es difícil entender al personaje si uno se olvida que su
formación es menos freudiana o hegeliana que... surrea­
lista. Lacan es un literato que actúa en las antípodas de
toda ciencia experimental y un poeta de lo más delirante.
Una prueba de esto es la obra cuyo título es 789 néologis-
mes de Lacan, una obra saludable (probablemente no de
la manera que le hubiese gustado a sus autores), porque
muestra que el inventor de una lengua para sí mismo, es
decir de una lengua autista, no se propone liberar al lector
sino someterlo con su dialecto, exigiéndole que lo practi­
que para formar parte de la secta y ser reconocido como
un miembro de pleno derecho. Si lo que se quiere es ver
en Lacan a un filósofo para el cual La fenomenología del espí­
ritu no tiene secretos, a un exégeta de Freud, se equivocan.
Había contratado a un joven egresado de la École Nórmale
Supérieure para que lo pusiera al día con la filosofía, y sus
conocimientos provenían de una hábil glosa en torno a
algunos lugares comunes de la filosofía de grandes nom­
bres del momento, rápidamente ingeridos y digeridos con
el talento de un titiritero de feria.
No me sorprende descubrir en su biografía un momento
que lo dice todo sobre el personaje: para la Pascua (!) de
1953, Lacan le manda una carta a su hermano monje en la
que le hace entender su proximidad con la religión cristiana
que, al igual que él (!) valoriza a la persona, a diferencia del
materialismo (!) freudiano. Le gustaría poder asociarse con
los cristianos y por eso quisiera obtener una audiencia con
el Papa Pío XII para conversar sobre la posibilidad de acer­
car a los cristianos al psicoanálisis.
(Recordemos que Pío XII fue, unos diez años antes, el
soberano pontífice que durante la barbarie nacional-socia­
lista no hizo nada por los judíos deportados en toda Europa
y tampoco contra el régimen nazi y sus dignatarios. Este
Papa excomulgó a todos los comunistas, puso a Marx en
el Index, pero no le dio el mismo trato a Mein Kampf, ni a
Hitler, ni a los nazis...)
Pese a las numerosas maniobras de acercamiento en
el entorno del Papa y en la Embajada de Francia, Lacan no
tuvo la fortuna (a diferencia de Sollers con Juan Pablo II)
de obtener un encuentro privado para, según la expresión
que usó en la carta a su hermano, "rendir homenaje al padre
común". Tuvo que consolarse con un audiencia pública en
Castel Gandolfo durante la cual, rodeado por una multitud
de ilustres desconocidos, Lacan asistió a la gran reverencia,
escoltado por dos miembros de su secta. Un Discurso a los
católicos en 1960 en Bruselas y una entrevista con un perio­
dista en Roma en 1974 confirmaron la inclinación cristiana
de Lacan. ¡Sectario una vez, sectario para siempre!
SAN JACOB, ROBA PARA NOSOTROS..

Serios como Papas ateos, algunos de los Savonarolas de


la moral que ocupan un escaño en la Asamblea Nacional,
flanqueados por el presidente de la República en persona
y el ministro de Presupuesto, quieren moralizar el capita­
lismo liberal y, para lograrlo, dirigen nuestras miradas a
los traders cuyos salarios son una vergüenza porque, dense
cuenta, ¡algunos de estos mercenarios ganan más que sus
jefes! Todos contra los traders -pero, sin exagerar, larga vida
a la religión del Capital...-
¿Entonces qué se puede hacer? Los molinetes son
el único tipo de respuesta que podemos esperar de un
gobierno liberal: indignación virtuosa, protestas verbales,
simulación de un prurito ético, y luego nada. Las cosas
siguen igual.
Propongo que saquemos del olvido a Alexandre Marius
Jacob (1879-1954), un aventurero que se cruzó con el anar­
quismo a los 17 años. Jacob no teorizó sobre la expropiación
individual sino que la probó poniéndola en práctica -de la
misma manera en que se prueba el movimiento al cami­
nar-. Y yo no creo más en las ideas (sobre todo libertarias)
que no sean practicables, si no ellas son religión pura. Por
eso, este hombre puede ser oído y escuchado.
Jacob era un señor ladrón, el modelo de Arséne Lupin:
robaba, es verdad, pero no para imitar a los burgueses,
comprándose sus chucherías y accediendo así a la trilogía
consumista de cigarrillos, whisky y minas (no te enojes,
Bob, es una manera de hablar), sino con la perspectiva de
redistribuir el dinero entre los pobres.
¿El imperativo categórico de su acción? Forzar única­
mente las cerraduras de los parásitos sociales (escribanos,
banqueros, agentes inmobiliarios, aseguradores, curas,
aristócratas) y entregar el diez por ciento a la causa anar­
quista, sobre todo a los diarios (¡No sueñes, Bob!) y a las
familias de los detenidos políticos. ¡Su pandilla llegó a con­
tar con más de ciento cincuenta delitos en su haber! Su ética
lo llevaba a salvar a aquellos que cumplen funciones útiles:
médicos, profesores, escritores -pospuso un asalto cuando
se dio cuenta de que iban a entrar a robarle a Pierre Loti-.
En el llamado juicio a los "Trabajadores nocturnos"
hizo gala de su ironía, humor y causticidad. Este lector de
Nietzsche y de Proudhon afirmó el derecho al robo: "Los
que producen todo no tienen nada, y los que no producen
nada tiene todo". Fue condenado a trabajos forzosos a per­
petuidad en la Guayana francesa. En la colonia penitencia­
ria no le hizo concesión alguna a los carceleros, a quienes
hizo la vida imposible, e intentó escaparse diecisiete veces.
Veinticinco años después (de los cuales pasó casi nueve
con grilletes) fue liberado, comenzó a trabajar en ferias y
mercados de Francia, ayudó probablemente a pasar armas
a los libertarios españoles, vio cómo su mujer moría de
cáncer. Se unió a ella de manera voluntaria con una inyec­
ción de morfina y una vieja estufa regulada para terminar
el trabajo. Dejó este mensaje: "La ropa está limpia, enjua­
gada, seca, pero sin planchar. Me dio pereza. Les dejé dos
litros de vino rosado al lado de la panera. Salud". En Reui-
lly (¡excelente el vino blanco!), donde está enterrado, un
pasaje lleva su nombre: habría que darle una calle, ¿qué
estoy diciendo? ¡Un bulevar!
¡DIVINO DIVÁN!

Las cartas de lectores funcionan en general como un prostí­


bulo en el que cada uno se descarga con varios gruñidos...
Mis artículos sobre Freud el Padre y Lacan el Hijo, desnu­
dados a la luz del Espíritu Santo libertario, disgustaron a
algunos creyentes que, perfumados con agua bendita psi-
coanalítica, retomaron todos los argumentos que los tra­
gasantos me arrojaron a la cara cuando publiqué el Tratado
de ateologia -incluyendo la vehemencia y la agresividad...-.
¡Camaradas, un último esfuerzo para convertirnos en
verdaderos republicanos! Porque "ni Dios ni amo" existe
también en la variante "ni dioses ni amos". La devoción
a los dioses, ya sea del politeísmo como del monoteísmo,
pero también a los ídolos de los totalitarismos del siglo
pasado (San Marx, San Lenin, San Mao, como también San
Franco, San Mussolini, San Hitler, San Pol Pot) ya deberían
habernos vacunado para siempre contra la genuflexión.
Ahora están aquellos que se desviven arrodillándose
frente a Freud y Lacan, aunque hoy sepamos cuánto hizo
cada uno de ellos para construir su propia leyenda, leyenda
que algunos que se creen libres dan por sentada y así se
niegan a escuchar, a comprender y a leer las tesis que no
alimentan su devoción. Así es como se reconoce al devoto:
es incapaz de familiarizarse con los argumentos de quienes
no comparten su fe sin insultarlos.
Freud ya había previsto el callejón sin salida que le
permitía afirmar que aquel que dudaba de sus fábulas lo
hacía porque las necesitaba: la resistencia a sus mitos se
volvía un signo del conflicto edípico que probaba la neu­
rosis y justificaba la necesidad de acostarse en el diván. De
manera que uno tiene derecho a ser ateo, por supuesto,
pero solamente con la condición de haber estudiado antes
teología durante años en una facultad católica, preferente­
mente jesuita.
Y luego hay un argumento que desde entonces no ha
dejado de crecer: el antisemitismo. ¡Freud mismo recurre a
él con frecuencia para transformar la oposición a sus ideas
en un prurito del lobby ariol -son sus palabras-. Recien­
temente, toda la literatura desmitificadora del freudismo
recibió el mismo trato: se habla de "revisionismo" en
mayúscula y se tiene cuidado, para evitar ser acusado, de
señalar en una nota a pie de página que la palabra no tiene
nada que ver con aquellos que niegan la existencia de las
cámaras de gas, por supuesto.
Los guardianes de la secta también asocian a los desmi-
tificadores freudianos con gente de derecha, como también
de extrema derecha, conservadores, reaccionarios, es decir,
gente dudosa, poco recomendable. Después de estas con­
sideraciones, ¿quién querría leer la literatura de un autor
revisionista, antisemita y de extrema derecha?
Una amiga psicoanalista, al enterarse de mis tesis, se
pregunta cómo puede ser que me haya pasado al "bando
de los horribles": si hay que ser lindo con la mentira -de
hecho, tiene razón-, prefiero ser horrible con la verdad. En
su consultorio cura, dice ella. No lo dudo: hay que ser retar­
dado para negar el efecto placebo. El diván es el lugar del
chamanismo postmoderno. Los chamanes curan, eso está
claro. Pero también el agua de Lourdes, como lo prueban
las muletas colgadas en la cueva. ¿Pero acaso esto prueba la
existencia de Dios? ¿Y debemos por eso hidratarnos (la inte­
ligencia) solamente con esta agua milagrosa?
PEILLON, TRAMPA PARA IMBÉCILES

Primer acto. Invitado recientemente a ser el primero en


pagar el pato en un nuevo programa de televisión cultu­
ral, vi tras bambalinas cómo Vincent Peillon se me venía
encima con todo, él, que acababa de dar rienda suelta a
su hipócrita lengua de socialista en el plato anterior. El ex
futuro gran hombre me dio un apretón de manos furtivo, al
tiempo que me decía: "Me llamaste, pero como me pediste
dinero, no te devolví el llamado". Asqueado, le pedí que lo
repitiese. Lo volvió a decir antes de desaparecer como un
ladrón. Apenas tuve tiempo de entender a qué se refería
ese señor.
Segundo acto. Hace ocho años creé una Universidad
Popular en Caen. Varios amigos me acompañaron en esta
aventura, y hoy somos unos quince los que damos más de
trescientos cursos gratuitos cada año. Ninguno de noso­
tros recibe un sueldo por los cursos -yo doy veintiuno y
cada sesión requiere unas treinta horas de preparación-.
Gratuidad y voluntariado, éste es mi aporte concreto al
edificio antiliberal.
Pero la gratuidad tiene un precio. Si quiero seguir
logrando que ninguno de los veinte mil oyentes tenga que
pagar de su bolsillo para venir a la UP, hay que encontrar
subvenciones y esa tarea recae en mí. Porque los seguros,
los gastos de los participantes (viajes, documentación,
hotelería -tampoco se trata de que el voluntariado lo ten­
gan que pagar mis amigos...-), los teléfonos y otros gastos
que requiere esta aventura tienen que ser financiados.
Tercer acto. Estoy a favor de los impuestos, en concreto
son la ocasión (teórica) para que haya un reparto social e
igualitario de las riquezas. Soltero y sin hijos, pago sufi­
ciente como para permitirme elogiarlos. El personal polí­
tico existe para garantizar la justa redistribución de estas
sumas y para asegurarse de que sean afectados a los asun­
tos más pertinentes en relación al bien público y al interés
general. Del municipio a Europa, pasando por el Estado,
un ejército de funcionarios teóricamente bajo las órdenes
de los funcionarios elegidos garantiza esta tarea. Si juzga­
mos a partir de la locura y el deseo desenfrenado que tie­
nen de ser elegidos, los políticos parecen estar muy satisfe­
chos con sus salarios en monedas reales y simbólicas.
Cuarto acto. Es cierto, contacté por teléfono al señor
Peillon, aproximadamente de mi misma edad, catedrático
de filosofía, pero en su calidad de diputado europeo de la
región en la que vivo, con el fin de constituir un pedido de
subvenciones a ser presentado en la Unión Europea. Como
el apparatchick socialista publica libros que él no escribe
junto a Xavier Darcos (su última obra...) con mi editor, me
dieron su celular. Desde entonces estoy esperando, por lo
menos una respuesta de cortesía.
Quinto acto. Obtuve la respuesta que me debía, un
septenio más tarde y sin cortesía. Y hasta con una marcada
insolencia. ¿Quién se cree este señor? ¿El dueño del erario
público? ¿El señor de los impuestos que redistribuye a la
plebe según su humor? ¿El padrino que mantiene conten­
tos a sus secuaces y solamente a ellos? Él, que fanfarro­
nea con el interés general y tritura el bien público, y que
habiendo comenzado en otra época con Emmanuelli hoy
trata de levantarse a Bayrou, tiene una concepción muy
particular del oficio de representante del pueblo... Es con
esta clase de individuos de baja estofa que se fabrican los
políticos. Como diría Siné con una fórmula grabada hoy en
el mármol periodístico: este muchachito va a llegar lejos...
UNA MÁQUINA DE DAR CACHETADAS

En un "debate" televisivo me encuentro con Alain Finkiel-


kraut, que nunca se separa de un gran cuaderno lleno de
notas, ¡Un ritual muy curioso, ya que en cada una de sus
intervenciones suelta el mismo discurso! Entonces, ¿para
qué necesita esos machetes? En menos de una semana,
lo escuché repetir la misma vieja cantinela: todo se va al
demonio, la escuela es un antro, los profesores se visten,
hablan y piensan como niños, el mensaje de texto asesina
a la ortografía, la computadora es el caballo de Troya de
la barbarie, los artículos de los diarios (muchas veces los
suyos) han reemplazado en los manuales a los grandes tex­
tos clásicos, etcétera.
Me parece injusto colmar de injurias a nuestros
docentes y perdonarles la vida a los políticos de quienes,
de hecho, nuestro filósofo no soporta que sean el objeto
de las burlas de algunos Diógenes radiofónicos postmo-
demos. El sistema y los que lo apoyan se salvan siempre
de la condena de nuestro pensador, mientras que nunca
se ahorra flechas contra los "profes", como los llama para
diferenciarlos de los "profesores", quienes sí se ganan los
laureles del pensador de La défaite de la pensée24.
Un cálculo simple efectuado con amigos durante un
almuerzo en la terraza de un restorán. Aprovechando los
últimos rayos de sol veraniego, llegamos a estas conclusio­
nes asombrosas: mi compañera enseña italiano en el pri­
mario de la ciudad en la que vivimos. En una clase, acaba
de recibir a 30 alumnos que empiezan el aprendizaje. Les
da 3 horas de clase por semana durante 36 semanas en el
año. Un cálculo breve permite constatar que cada sesión de
55 minutos, privada de 5 minutos por cuestiones adminis­
trativas (pasar la lista, llenar el cuaderno de faltas y otros
rituales disciplinarios), se reduce de entrada a 50 minutos.
Hay que restar además 3 pruebas escritas por trimestre, es
decir 9 horas por año, e incluir la cantidad de tiempo que
habla el docente.
Si cada alumno toma la palabra y se divide el tiempo
pedagógico residual por la cantidad de alumnos, obtene­
mos 1 minuto de práctica de la lengua por sesión, es decir,
3 minutos por semana. Multipliquémoslo por 36 sema­
nas: un alumno habrá hablado menos de 2 horas por año.
Multipliquemos por 4 los años de un aprendizaje normal
en el colegio y obtendremos 7 horas para la totalidad de
su estadía.

24. La derrota de! pensamiento (Anagrama, Barcelona, 1987). (N. del E.)
¡7 horas de práctica de la lengua en 4 años de clase!
¿Quién puede pensar que con este ideal pedagógico de la
llamada escuela republicana alguien puede algún día lle­
gar a hablar italiano para pedir correctamente la cena en un
restorán? En lugar de quejarse de los docentes que hacen
un trabajo psicológicamente agotador, simbólicamente
poco gratificante, financieramente ridículo (teniendo en
cuenta el tiempo dedicado a formarse para obtener un
diploma antes del primer puesto), sería mejor que nuestro
Alceste pusiese en marcha su máquina de dar cachetadas
contra los pedagogos agregados del rectorado, los ilumina­
dos de la ciencia de la educación, los inspectores pedagó­
gicos emperifollados en su propia suficiencia, los asesores
técnicos del ministerio y todo el rejunte de políticos a la
cabeza de esta mafia odiosa mal llamada Educación nacio­
nal... Que les den cachetazos a estos imbéciles claramente
peligrosos pero, por favor, dejen tranquilos a los docentes,"
esos fogoneros que arreglan lo irreparable como pueden
-cuando no se atiborran de somníferos para pasar unas
vacaciones eternas-.
Rastros de fuegos furiosos
¿UN POLICIA BAJO EL DIVÁN?

¡Los psicoanalistas están que trinan! Pobrecitos... Sucede


que el gobierno busca controlar el acceso a la profesión
y reservarlo únicamente para los individuos con título
de médico. Pero si no existe el derecho de ejercer con
libertad el oficio de charlatán -u na libertad fundamen­
tal, uno de los derechos del hombre, ¿no?...-, ¿hacia
dónde vamos? El mesmerista, el radiestesista, el astró­
logo y el sofrólogo tensan los músculos. Por el momento
la medida no los incumbe.
Freud es un genio y, como ocurre frecuentemente con los
genios, su invento es utilizado por malandras lamentables,
cómodamente instalados en el ejercicio de su chamanismo
postmoderno, y cuya única legitimación, según la desafor­
tunada frase de Lacan, proviene de ellos mismos. Igual que
el delincuente, el mafioso, el periodista, el asesino a sueldo y
otros profesionales bajo jurisdicción de excepción.
Es verdad que un policía bajo el diván no suena bien.
También es cierto que el control de la profesión por parte
del gobierno hace temer la ortodoxia, la bajada de línea,
la tiranía psicoterapéutica. Razones suficientemente legíti­
mas como para fruncir el ceño. Pero la falta de control perió­
dica, si no frecuente, le deja el terreno libre a cualquiera.
Sobre todo tomando en cuenta que si los psicoanalistas se
valen únicamente de sí mismos y rechazan cualquier tipo
de mirada de terceros, se corre el riesgo de sacrificar en el
altar a una víctima francamente inocente: el paciente.
En una época en la que la moral no asfixia a casi nadie,
en la que reina el mercado libre de psicoanalistas, que tie­
nen la libertad de presentarse frente a una persona frágil
-la definición misma del paciente- sin estar formados para
ello, bajo el pretexto de que el cliente es libre, la tarifa es
libre, el método es libre, no creo que sea liberticida apelar
a los poderes públicos para que moralicen una profesión
incapaz de hacer ese trabajo por sí sola. Proteger al débil
contra la peligrosidad del fuerte, ¿no es ese el rol del dere­
cho y de la ley?
Al negarse a firmar un contrato con el Estado por
el bien del paciente, los psicoanalistas muestran que
sus clientes no les importan -estaba a punto de escribir
"sus víctimas"...-. El inconsciente psíquico actúa como
un cómplice ideal para esta toma de rehenes: invisible
pero omnipotente, omnipresente -¿no les hace acordar
a nadie?-, le permite al maestro, autoproclamado experto
en el análisis de sus efectos, justificar el poder que ejerce
sobre un sujeto que sufre, que pide ayuda y que confía en
el discurso, y luego en la práctica, de un personaje cuya
blusa blanca -real o simbólica- placa profesional, aura de
la disciplina, estatus social, lo legitiman de hecho.
Si no tiene nada que temer, ¿por qué el psicoanalista se
niega entonces a ser instruido en biología, neurología, ana­
tomía, patología, algo que le permitiría conocer mejor ese
cuerpo, que ciertamente sufre los embates del inconsciente
pero muchas veces también de condiciones de existencia
deplorables y patógenas que dependen de lo político?
Negarse a recibir una formación científica bajo el pretexto
de que el contrato psicoanalítico pertenece a un orden dife­
rente del de la razón pura hace pensar en las artimañas y
creencias de otro defensor de lo irracional: el viejo e incan­
sable personaje del cura.
LA COMUNIDAD IMPOSIBLE

Cuando cada uno se aferra a su pertenencia comunitaria


y reivindica ser considerado únicamente a partir de ella,
la comunidad se convierte en algo imposible. ¡La fórmula
bárbara del yo, en mi calidad de... produce efectos nefastos!
Yo, en mi calidad de mujer, de persona de origen árabe,
judío, homosexual, francés, corso, musulmán, etcétera.
Bajo estas consideraciones parcelarias el individuo des­
aparece totalmente. Sólo queda una etiqueta detrás de la
cual uno se puede ocultar -y ésta es una clara ventaja- para
captar, y luego desvirtuar en beneficio propio, la historia
íntegra de la comunidad. Los beneficiados son ante todo
los temperamentos frágiles...
Es así que una mujer se vuelve la quintaesencia de
todas las mujeres del planeta y de la totalidad de las luchas
femeninas desde el origen de la humanidad; lo mismo
ocurre con un judío en particular, si se presenta como la
abstracción encarnada de las decenas de siglos de memo­
ria del pueblo judío, heredero en línea directa de Moisés y,
por ende, habilitado a hablar a la sombra del Holocausto;
o incluso con un francés de pura cepa, que carga con la
tradición nacional y que está genéticamente programado
para recibir la herencia de Asterix, Luis XVI, Robespierre,
Napoleón, De Gaulle... y Chirac... Sin hablar del musul­
mán, vagamente emparentado con el Profeta y por ende,
destinatario en mano propia del Corán y heredero de todo
lo que sus hermanos de religión han conocido, vivido,
padecido y hecho padecer...
La individualidad desaparece detrás de cualquier tipo
de reducción que se haga de un individuo a una esencia.
Este devenir-idea hace imposible toda conversación, con­
frontación y oposición. Si me opongo a una mujer, a un
judío, a un francés, a un musulmán en particular, porque
como cualquier otra persona él o ella pueden ser odiosos,
insoportables, soberbios, arrogantes, pretenciosos, espe­
culadores, cortos de luces, etcétera, insulto a toda la tribu:
a las mujeres, los judíos, los franceses y los musulmanes.
De ahí viene la censura de críticas y reservas. ¿Quién se
atreve a insultar a una comunidad en su totalidad?
Yo creo solo en los individuos solares, en las subjetivi­
dades radiantes, en los temperamentos solitarios capaces
de vivir con la menor cantidad posible de construcciones
ilusorias. La negritud, la femineidad, lo judío, lo árabe, lo
francés, como también las preferencias sexuales o las elec­
ciones religiosas, no permiten jamás definir claramente a
un individuo. Poco importan estas cualidades si detrás de
ellas se esconden figuras detestables. Esta opción esencialista
engendra un tipo de individualidad imposible y, por ende,
una comunidad imposible.
Para poder existir, la comunidad no debe fomentar los
comunitarismos, las reivindicaciones categóricas, puntuales,
locales, que de hecho son egoístas e interesadas. La dilu­
ción del lazo social, el nihilismo generalizado en la política,
el desinterés por lo colectivo, el éxito del abstencionismo y el
extremismo no encontrarán un remedio en la celebración
de aquello que divide y fragmenta, sino en la construcción de
un proyecto verdaderamente multicultural, capaz de resis­
tir frente a las aspiraciones que pueda tener tal o cual parte
de hacerse pasar por el todo.
EL OXÍMORON VIVIENTE

Lionel Jospin se encontró con la Historia una sola vez en


su vida. Y la perdió en la primera vuelta. ¿Cuándo? No fue
durante sus estudios, ni en los pasillos de los ministerios,
menos todavía cuando fue primer secretario del Partido
Socialista o primer ministro; no, ocurrió la noche del 21 de
abril de 2002. Ese día, él se encontró frente a Ella y no vio
más que una sola cosa: a Sí mismo. Él y sus problemas de
ego: "¿Ya no me necesitan? Bueno, entonces yo tampoco. Me
voy. Se acabó. Abandono la política. Me retiro. Arréglenselas
sin mí". Llantos, lágrimas, pathos, gritos reprimidos... Fin
(provisorio) de su pequeña historia, continuación (defini­
tiva) de la grande.
Lo que siguió fue, si lo recuerdan, dos semanas de
histeria nacional durante las cuales no faltó un solo botón
en el traje republicano: sindicatos y la patronal, derecha e
izquierda, laicos y religiosos, comunistas y católicos, jóvenes
y viejos, hombres y mujeres, judíos y palestinos, goys y
musulmanes, homo y heterosexuales, anoréxicos y obesos,
provincianos y parisinos del bulevar Saint-Germain, reco­
lectores de residuos y psicoanalistas, delincuentes y poli­
cías, fuimos conminados a elegir entre la democracia con
Chirac o el fascismo con Le Pen. Sólo el enjuto Mégret25
llamó a votar por el gordo Le Pen.
Para cualquiera que hiciera un poco las cuentas -a falta
de pensar-, no cabía duda alguna en cuanto al resultado:
Chirac sería elegido ese domingo fatal. Lo único que se
desconocía era el porcentaje... Menos razonables todavía,
hubo desaforados que hacían sonar la alarma y afirma­
ban que con un resultado aplastante, el presidente de la
República ya no podría seguir siendo lo que siempre había
sido: un hombre de partido y de clan. De hecho, ¡se sentiría
atado, obligado, responsable, en deuda! No lo creí ni por
un segundo, voté en blanco.
¿Y Jospin, a todo esto? Ya había abandonado a los que lo
habían echado... ¿Qué debería haber hecho para demostrar
que era capaz de ir más allá de sí mismo para reencontrarse
cara a cara con la Historia? Anunciar esa misma noche que
dejaría la política recién después de la cuarta vuelta, una vez
que la izquierda hubiese ganado las elecciones legislativas.
Y que mientras tanto proponía votar a Chirac en la segunda
vuelta si éste se comprometía -el momento hacía posible
este gesto republicano histórico- a formar un gobierno
de unión nacional con todos los partidos, salvo el Frente

25. Bruno Mégret, fundador y líder del Movimiento Nacional Republicano (MNR), de
extrema derecha. (N. del E.)
Nacional (FN) y el Movimiento Nacional Republicano
(MNR). Si se negaba, Chirac votaba por Le Pen o por él
mismo, mostrando de esta manera lo poco que le intere­
saba Francia. ¿Acaso podía?
Con Chirac como jefe de Estado, se habría nombrado
a un primer ministro de izquierda, elegido por Jospin y
por el presidente, y el gobierno habría estado formado por
comunistas y liberales, por neogaullistas y ecologistas, por
socialistas y por centristas: Le Pen habría tenido muchos
menos votos de los que tuvo, y Jospin habría entrado en la
Historia, continuando además como alguien políticamente
legítimo. En cambio, este ausente demasiado presente,
este mudo que habla, este jubilado activo, este oxímoron
viviente, sigue intentando arreglar sus problemas de diván,
pero tomando como rehenes a Francia y los franceses, con
la complicidad cotidiana de los medios. Con esto se vuelve
doblemente ilegítimo, además de hacerse más patético.
LA TERCERA REVOLUCIÓN DE LAS COSTUMBRES
EL CASAMIENTO HOMOSEXUAL

La ley republicana no hace ninguna distinción entre hom­


bres y mujeres, no considera la edad como un factor de
discriminación, ni el color de la piel, tampoco una creen­
cia o el ateísmo, mucho menos distingue entre personas
cultas y otras que lo son menos, y por supuesto tampoco
entre ricos y pobres. No: la ley define lo justo y lo injusto
-es decir el bien y el m al- para un sujeto, un ciudadano
que, frente a este absoluto, se encuentra de igual a igual
con su semejante.
Con el matrimonio ocurre lo mismo: un hombre negro,
pobre, feo, inculto, viejo, que se encarga de la basura en una
universidad, puede casarse con una profesora -con "a",
como se dice hoy en día-, blanca, rica, bella, culta -si revi­
samos su estatus, aunque...- y joven. Podemos también -lo
que parece menos imposible sociológicamente- imaginar lo
inverso. Cualquiera sea el caso, y con todas las combinacio­
nes posibles, sólo se les pide que estén sanos mentalmente
y que ambos consientan, sin ningún tipo de impedimento.
Dentro de dicha ley no se les pregunta a los que se
quieren casar si son... un hombre y una mujer, lo no dicho
se presenta de manera tan evidente que se debe indexar
este compromiso ¡en base a la reproducción de la espe­
cie! Ahora bien, si dos homosexuales quieren casarse, la
imposibilidad no aparece clasificada en ningún lado. Sin
embargo desde que este siglo avaló la separación entre la
sexualidad y la procreación, entre el sentimiento y la fideli­
dad, entre el amor y la cohabitación, la pregunta deber ser
planteada con seriedad: ¿por qué no?
Esta revolución, la tercera en términos de costumbres,
permite a los homosexuales -evitaremos agregar cada vez
"y a las lesbianas", ya que el término homo no significa el
hombre sino lo mismo- revindicar frente a la ley, igual que
los otros ciudadanos, aquello a lo que los demás tienen
acceso desde hace años. Claramente hay mejores cosas
que hacer que casarse, pero bueno, si quieren comprome­
terse frente a quien sea -Dios, el Estado, la ley, la fami­
lia, los amigos, los testigos-, para poder así transmitir su
herencia o dar al que esté más vivo de los dos una prueba
de su afecto, nada permite oponerse a esto. Salvo medi­
das discriminatorias.
¡Las ligas de la virtud, los defensores de la familia,
van a gritar que es un escándalo! Parten del principio -que
queda por demostrar...- de que una pareja hombre-mujer
es mejor para asegurar el equilibrio y la educación de los
niños. Sin embargo, lo fundamental en una pareja no tiene
que ver con quienes la componen -algo que no tiene nin­
guna importancia-, sino con la presencia del afecto. No
creo que todas esas parejas que supuestamente son "como
se debe" sean la prueba o la garantía de una educación
digna de ese nombre. ¿Por qué se les pediría más a los
homosexuales? Ni más, ni menos. De manera que, a fin de
cuentas, se necesita una cuarta revolución: proporcionar
a los homosexuales, con el aporte de las biotecnologías,
la posibilidad de acceder a tener una familia, en el sentido
clásico del término. Defensores de la vieja familia, empie­
cen a hacerse a la idea...
ALÁ ES (DEMASIADO) GRANDE

Bueno, un imán acaba de ser expulsado... ¿Cuál fue su cri­


men? Enseñar a no golpear a las mujeres en la cabeza sino
en la panza o el trasero, ¡incluso hasta un poco fuerte, si lo
que se busca es un gesto realmente profiláctico! ¿De qué
sería culpable? Es lo que enseña su religión, y ella está muy
establecida: en efecto, en la República francesa, el Islam es
respetado, tanto como sus creyentes y su Libro.
El ministro del Interior habla con los musulmanes, los
recibe en el ministerio, va a sus congresos, entra en medias
a las mezquitas. Sin embargo, nadie lee realmente el Corán
ni los hadices del Profeta, algo que debería hacerse con
suma urgencia. Porque allí, a lo largo de sur as y versículos,
se descubren invitaciones a pensar, comportarse y actuar
contra todos los valores que heredamos de 1789. En la
mira: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Libertad: ¿para qué? "Musulmán" significa sometido a
Dios. ¿De qué serviría entonces reflexionar, pensar, actuar
de manera autónoma e independiente? Basta con desear
la realización de la voluntad y los deseos de Dios tal como
se encuentran consignados en el Corán. Y obedecer a los
iluminados que pretenden ser los dueños de esas palabras.
En este caso, el clero. Lo que deja la puerta abierta a la teo­
cracia, lo opuesto a la democracia, su rival más peligroso.
¿Libertad de ser ateo o infiel? ¿De renunciar al Islam? Claro
que no: abundan las invitaciones a considerar a los no cre­
yentes como sub-hombres y masacrarlos (IV.91, VIII.7,12 y
17, IX.5, etcétera).
Igualdad: ni entre los hombres y las mujeres, ni entre
los creyentes de las tres religiones del Libro -judíos, cris­
tianos y musulmanes-, ni entre estos últimos y los ateos.
La invitación a golpear a las mujeres existe, explícita,
negro sobre blanco (IV.34); no se necesitan pruebas: basta
con sospechar la infidelidad. También existe la afirmación
de la superioridad de los machos sobre las hembras (IV.34,
XVI.58, XLIII.18), y asimismo la de los creyentes del Libro,
entre los cuales los musulmanes, pueblo elegido por Dios,
la mejor de las comunidades, se encontrarían en lo más
alto (III.110)...
Fraternidad: de hecho, parece bastante improbable...
¿Cómo fraternizar? ¿Y con quién, si no únicamente con
los hermanos de la misma fe? Ya que se legitima la guerra
entre los sexos y las religiones, se prohíben las relaciones
y los casamientos mixtos (III.28), se profesa un antisemi­
tismo recurrente (IV. 160 y passim). El musulmán considera
que sólo tiene deberes con los miembros de su comunidad,
la umma, siempre que el otro piense y practique escrupu­
losamente como él, lo que verifica actuando como perma­
nente policía de los demás. De ahí la dictadura tribal de la
familia, del clan.
Dejemos de agarrárnosla con un hombre que no hace
más que profesar y enseñar una religión que fingimos no
conocer. Cuando algunos hablan de un Islam de las Luces
-¡qué ocurrencia!- fantasean con una religión que no figura
en ninguna parte del Corán, porque estaría construida en
contradicción con sus más profundas enseñanzas. ¿Cuál
es la alternativa hoy en día? Las Luces pero sin la Religión;
o la Religión pero sin las Luces. Un día va a haber que ele­
gir en serio...
GRANDES COLONOS E INTELECTUALOIDES

A Magali Coneau-Denis

¡Gran ajetreo agita al mundillo literario parisino -pleo­


nasmo- frente a la nueva traducción francesa del Ulises de
Joyce! Libro incomprensible, voluntariamente esotérico,
del que, con la mejor voluntad del mundo, no se entiende
nada de nada, y esto durante alrededor de mil páginas.
Confesar que uno ha renunciado definitivamente a aden­
trarse en este delirio monomaniaco y onanista equivale a
ser condenado por los esnobs, que otorgan certificados de
pertenencia a su círculo a cambio de profesar una devoción
bienpensante por este mamotreto intragable.
Entre la prensa que celebra el acontecimiento, dos de
los traductores admiten la naturaleza deliberadamente
autista del libro y aconsejan leerlo sin entender, aceptar no
entender todas las claves -¿acaso hay alguna?-, ¡y hasta
invitan a saltearse algunas páginas! Increíble... ¿Para qué
sirve un libro sobre el que sus propios especialistas reco­
nocen su incomprensibilidad? Sólo para darle excusas al
esnobismo, para otorgarse un aura de distinción mundana
y espíritu de clase... ¡La literat-u-u-ra, diría Céline!
Al mismo tiempo, o casi, Alain Robbe-Grillet, otrora
enemigo de la novela clásica, con sus personajes, intriga,
psicología e historia, se da vuelta la camiseta, escribe cua­
tro o cinco libros en los que, sin una sola explicación, se
reconcilia con lo que antes había mandado al demonio y
obtiene luego -aunque probablemente no haya conexión
alguna- un sillón en la Academia Francesa, al lado del de
Giscard d'Estaing. Al igual que un gran señor, el apóstata
de sí mismo aclara ¡que no portará espada! Pero, querido
Robbe, el bicornio y el traje con borlas me parecen igual de
ridículos, ya que cualquier elección en ese geriátrico de la
lengua francesa es intrínsecamente inconveniente...
Ahora bien, entre el esoterismo esnob y la apostasía
teórica, existe una novela bien francesa, bien blanca, bien
de Saint-Germain-des-Prés, muy de fenomenología del
ombligo propio, que fluye en un estilo neutro. ¿Sus carac­
terísticas? Un estilo indigente: sujeto, verbo, complemento;
una catarata de verbos pobres: hacer, decir, ser, haber; una
geografía limitada de temáticas que provocan conster­
nación: el uso que le doy a mi sexo, la narración de mis
angustias, el despliegue de mis adulterios, el disfrute de
mi nihilismo superficial, etcétera. Todo eso produce exce­
lentes novelas para las rentrées literarias.
Mientras tanto, lejos de estas controversias pueble­
rinas de intelectualoides franceses, hay escritores fran­
cófonos que llevan el genio de la lengua a un punto
incandescente, la escritura a grados de fusión realmente
apocalípticos. Leerlos provoca las mismas emociones a las
que nos tienen acostumbrados los más grandes prosistas:
Céline, Gracq, Cohén, Delteil. A ellos sí les gusta escribir,
celebran el placer de la literatura dionisíaca, el intercam­
bio poético, la comunicación alegre. Su único defecto, y
no es menor: lejos de la Torre Eiffel, escriben en el Caribe
y sobre todo en Haití. El silencio que París mantiene en
torno a la labor de estos genios me llega como un eco de
viejas costumbres coloniales...
EL ARTE DE FACILITARLES U S GOSAS A LOS CANÍBALES

En la terraza de un café de la ciudad normanda en la que


vivo, un día de julio sin lluvia, cosa poco frecuente, me
quedé atónito al leer una noticia breve en la página de socie­
dad: a principios de ese mes, en el departamento de Indre,
en la localidad de Saint-Maur, un detenido que se encon­
traba cumpliendo una pena de treinta años de prisión por
asesinato, seguido de actos de canibalismo, mató a su com­
pañero de celda y luego lo trepanó, para prepararse un car-
paccio de cerebro. Los guardias llegaron cuando estaba por
comenzar el festín...
¿Qué lección podemos aprender de este trágico hecho
policial? Que no hay nada escrito sobre gustos y colores:
a algunos les gustan las achuras y otros no las toleran. Pero,
además, que hace falta una filosofía de la prisión. Ya es
tiempo de reflexionar sobre la culpabilidad, la responsabi­
lidad, la pena, la encarcelación, la penitencia, a la luz de un
siglo de prácticas psicológicas y psicoanalíticas, para aca­
bar con un esquema represivo heredado de las horas más
oscuras de la civilización judeo-cristiana: la Edad Media.
¿Los medios apuntaron los reflectores sobre una serie
de crímenes de pedofilia? Los gobiernos, engreídos, vani­
dosos, tan huecos y vacíos como una palangana antes de
ser usada, anuncian "un tren de medidas". En este tren,
un vagón lamentable: ¡que los criminales sexuales reciente­
mente liberados tengan que llevar un brazalete magnético!
Lamentable porque, ¿quién puede ser tan tonto como para
creer que con este tipo de brazalete en la rodilla, el pedó-
filo se vuelve dócil como un cordero? ¿Qué puede impe­
dirle localizar una víctima, embaucarla, violarla, mutilarla,
matarla, abandonarla en un arroyo o enterrarla? O se saca
la cosa para dejarla en la mesa de luz antes de ir a cometer
la fechoría; o marcha a cumplir el trabajo sucio de predador
psicótico con el aparatito encima y se constata luego que
efectivamente estuvo ahí donde se encontró el cuerpo...
La enfermedad mental es una enfermedad, como un
cáncer rectal, una insuficiencia respiratoria o un coágulo
cerebral. Y, que yo sepa, no se cura a los pacientes encarce­
lándolos, esposados, para luego hacerlos comparecer ante
un jurado de fiambreros, instructores de manejo y maes­
tros de escuela a quienes se les confía su destino. Se los
lleva a un hospital, se les brinda el tratamiento adecuado,
se los cuida y, si se puede, se los cura para que retomen una
vida normal.
La sociedad liberal, espectacular y mercantil, fabrica
enfermos mentales con los individuos frágiles. Una vez
generados estos desechos sociales, los esconde detrás de
los muros de las cárceles. Se le reprocha mucho a nuestra
época el estar compuesta por individuos que reclaman
derechos sin asumir nunca sus deberes. Esta constatación
vale también para la sociedad: así como está muy claro
cuáles son los derechos que se atribuye sobre las personas,
es más difícil saber cuáles son sus deberes hacia las vícti­
mas que segrega.
PERFUMADO CON AGUA BENDITA

Domingo a la mañana, la gente sale de misa. Yo no formo


parte del grupo... sin embargo, asisto al acontecimiento
involuntariamente, porque estoy eligiendo frutas y verdu­
ras para los dos o tres días siguientes en un negocio que se
encuentra al otro lado de la calle, justo frente a la escalera
de la iglesia. Suenan las campanas, los enamorados com­
pran flores, los maridos salen a buscar el diario en jogging,
los padres de familia buscan pan y galletas, mientras la
mamá prepara la comida. La vida es bella...
Con un promedio de edad elevado, los cristianos
aureolados aún por la gracia evangélica piensan en sus
cuellos de fémur mientras bajan las escaleras. Se aferran
más a la baranda que a las promesas de un paraíso inme­
diato. Dos o tres muchachas los siguen, vestidas como sus
padres, y estos últimos copiando el estilo de los abuelos:
anteojos recetados, pelo atado con gomita, zapatos de tacos
chatos, ropa larga, amplia, en colores pastel. Con aspecto
de haber sido raptados de una guardería.
Una burguesa segura de sí misma, que hace cincuenta
años probablemente tuvo su encanto y cree seguir tenién­
dolo, se dirige hacia la verdulería. Frente a las cerezas,
damascos, peras y melones, hay un cartelito indicando que
está prohibido tocar los productos -para evitar que esta
señora manosee los míos antes de decidir que no serán los
suyos-, pero ella agarra un melón, lo pesa, lo huele, le dice
dos palabras (salvo que todavía esté rezando...), y luego
entra al negocio y delante de mis narices se dispone a apo­
yar el cuerpo del delito sobre la balanza.
Le pregunto si le molesta que termine con mi pedido...
Sonriendo con todas sus arrugas, el brazo extendido como
una prueba suplementaria en su contra, me responde con
seguridad que por supuesto, que no tiene la intención de ocu­
par mi tumo. A lo que respondo que todos estamos seguros
de ello, salvo, quizás, ella. La católica practicante se planta
delante de la caja con descaro, pero yo termino mi compra y
ella espera. Cada cual a su turno, como en la confesión.
La lección de esta anécdota: hay una importante pér­
dida de ética entre el coro de la iglesia y la caja de un
negocio. Después de haber fortificado su amor al prójimo
durante el rezo dominical, tenemos aquí a otra persona que
no cree que la fe cristiana nos obligue a tener un compor­
tamiento coherente y consecuente. Que el amor al prójimo
no se limita a cincuenta minutos de genuflexiones domi­
nicales, sino que se manifiesta el resto del tiempo, en la
vida cotidiana y en la primera modalidad de la moral que
existe: la cortesía.
Esta virtud falsamente menor cumple el rol de una
verdadera virtud capital, porque permite que la ética se
encarne en actos y en acción. Su ausencia marca la ausencia
de toda moral. Nadie está obligado a profesar una creencia
religiosa, ética, política, filosófica u otra. Pero, de hacerlo,
debería tener efectos visibles con el prójimo. Si no, ¿para
qué sirven los votos píos? Sin duda, esta lección bien vale
un melón, a falta de un sermón...
¡VIENE EL LOBO ANTISEMITA!

Todos conocemos la historia del pastor que grita que viene


el lobo para que vayan en su auxilio los habitantes del
valle. Éstos acuden a cada llamado. Hasta que un día, can­
sados ya de los delirios del montañés, la buena voluntad
no basta para hacerlos ir, y ese día el lobo realmente viene y
se come al pastor. Temo que al ver antisemitismo por todos
lados, estemos preparando el terreno para una catástrofe
similar. Porque Francia no es antisemita. Como tampoco
está exenta de hechos, gestos o dichos realmente antisemi­
tas. De hecho, Francia: ¿toda Francia? ¿Sesenta millones de
personas? ¿El gobierno, la nación, la República? Vamos, un
poco de seriedad....
Entre una histérica en un tren suburbano, supues­
tamente judía, falsamente agredida y realmente desqui­
ciada; un empleado auténticamente judío -pero enseguida
calificado de "retrasado"- que incendia un centro social
israelita; un tipógrafo profesional que dibuja esvásticas al
revés y que escribe mal el nombre de su ídolo (\Hadolf.);
unas muchachas provincianas aburridas que deciden ven­
garse de un alcalde -quien probablemente les negó algún
tipo de beneficio municipal- pintando esvásticas con aero­
sol en el cementerio... tenemos para elegir: verdaderos
enfermos mentales, trastornados genuinos, neuróticos de
primera clase muy decididos a llamar la atención sobre
sus vidas lamentables, con el fin de acceder a esos famosos
quince minutos de fama televisiva -otorgada mayoritaria-
mente por medios culpables- que Andy Warhol prometió
un día al común de los mortales.
Porque hay que tener cuidado con usar como insultos
las palabras "estalinista", "fascista", "nazi", "antisemita".
Estos sustantivos mal empleados terminan significando
nada. Si se quiere luchar contra el antisemitismo, hay que
buscarlo donde realmente se esconde, calificarlo como se
debe, analizarlo con seriedad, y denunciarlo y trabajar con
fuerza en su contra.
En Francia, y es muy bueno que así sea, uno puede
ser judío y primer ministro, jefe de partido político, can­
didato a la presidencia de la República, funcionario electo
de la Nación; puede dirigir una cadena de radio pública,
un diario o una revista, comandar servicios políticos y
culturales en los medios, ser periodista, tener una tribuna
escrita, hablada o televisada; puede enseñar, ser elegido en
el Collége de France o en la Academia Francesa, disponer
de una cátedra en la universidad: ninguno de estos lugares
estratégicos de la República le está vedado a un ciudadano
judío. Y digámoslo nuevamente: cuánto mejor que así sea.
Dejemos de gritar que viene el lobo antisemita cuando
no es así; estemos atentos; no cedamos a la pasión contra
la razón, a la histeria contra la reflexión, al odio contra la
explicación. Porque el antisemitismo existe, y no vamos a
poder prevenirlo, impedirlo ni luchar eficazmente contra
él, hasta no haberlo disociado de las fantasías que suelen
acompañarlo. Al verlo por todos lados, temo que ya no lo
veamos por ninguno, y menos aun ahí donde sí está.
UNA CONTINUACIÓN A LAS HISTORIAS DE LOBOS..

Quisiera volver sobre mi última crónica. En ella intenté


demostrar que Francia no es un país antisemita, ya que
ningún judío tiene vedado el acceso a cualquier puesto
estratégico en la nación, la República o el Estado. Por
eso sugerí tomar como ejemplo lugares como el Palais-
Bourbon, el Senado, Matignon, la Academia Francesa, la
Universidad, el Collége de France, los medios públicos y
privados, las cadenas del Estado y otros mecanismos de la
maquinaria francesa en los cuales, y cuánto mejor que así
sea, una importante cantidad de judíos ejerce su magisterio
sin que nadie tenga nada para decir.
Los pintores tienen la posibilidad de arrepentirse o
darse el lujo de hacer retoques: dan un paso atrás desde
sus telas y les viene a la mente una idea que anula, precisa,
subraya o continúa y hasta concluye su obra. Una pince­
lada o un golpe de brocha, un nuevo trazo, un color rea­
vivado, y la obra termina cobrando el sentido que debía
tener. Yo tuve ganas, en esa misma noche en que envié el
texto el mes pasado, en esos minutos que preceden al
sueño, de darme el lujo del arrepentimiento del artista;
no del moralista. ¿Arrepentirme de qué?
Si mi razonamiento era justo, mi demostración correcta
y mis argumentos apropiados, en resumen, si mi tesis era
sólida, entonces debía proseguir y concluirla: la ausencia en
esos lugares de franceses de origen magrebí o africano -beurs26
y blacks, como decimos ahora en francés, después de haber
dicho durante mucho tiempo atabes y négres...-, esta ausen­
cia significaba algo. La blancura de la piel de los directores
de televisión, de los dueños de las radios, de los redactores
en jefe de los diarios o revistas, la palidez de los miembros
de la Academia con sus trajes verdes, de los periodistas y de
las caras visibles de la tevé, la tez blanquecina de los prime­
ros ministros, ministros, senadores, diputados, candidatos
presidenciales, este triunfo del blanco nos enseña algo: si
Francia no es tan antisemita como se dice, podría suceder
que sea más racista de lo que se cree.
¿Racista? Yo, que en mi último artículo llamaba a pre­
cisar el sentido de las palabras para usarlas de manera
correcta, paso a definirlo: el racismo consiste en llevar a
cabo una discriminación ontológica, metafísica y, por ende,
política y social -siguiendo la degradación de la idea hacia
la materialidad de lo concreto- en relación al color de piel.

26. Término del argot francés formado a partir del verían (proceso de inversión, “ vesre",
de las sílabas de una palabra) de rebeu, que a su vez proviene del revés de arabe.
(N. del T.)
¡Faltan caras bronceadas o negras en esta famosa Francia
black-blanc-beurl En los estadios o en las canchas de fútbol sí
se ven, ahí no hay problema, ¿pero allí donde está en juego
lo esencial? Ni una sola...
Entonces, hay que rendirse a la evidencia. El racismo
dejó de existir bajo su forma supuestamente científica
luego de la apertura de los campos de concentración nazis:
razas superiores, razas inferiores, por suerte ya nadie cree
en eso. Pero que existen pieles indeseables, excluidas del
epicentro de la sociedad, del corazón nuclear de la nación
y del centro activo de la civilización, he aquí una evidencia
que puede ser verificada por cualquier persona inteligente;
siempre y cuando sea alguien libre...
LA IMPROBABLE RAZÓN ESTADOUNIDENSE

Hace unos años, un presidente de los Estados Unidos fue


víctima de increíbles vejaciones, se lo humilló en público
y se pisoteó su dignidad de hombre. Las cámaras de tele­
visión transmitieron a todo el planeta las imágenes de su
cara cubierta de escupitajos mediáticos y jurídicos, y así
durante meses. La prensa escrita del mundo reprodujo esta
información hasta en el más mínimo detalle. Como si se
tratara de un niño al que se le pide que confiese su falta
y luego pida perdón, se hizo poner de rodillas al hombre
más poderoso del Estado más poderoso del planeta. Y éste
lo hizo. Nosotros vacilamos. Finalmente, no se decretó en
su contra el famoso procedimiento de impeachment, que
habría provocado que lo destituyesen inmediatamente de
su función en la Casa Blanca.
¿Qué es lo que había hecho él? No infló las urnas con
la complicidad de la justicia a sus órdenes; no accedió al
poder en minoría de votos con un golpe de Estado mili­
tar; no explotó la miseria de su pueblo, sumido en el dolor
post-atentado terrorista; no mintió a sabiendas para justi­
ficar su irrefrenable voluntad belicosa; no persistió en la
mentira una vez que su maquinación salió a la luz; no le
declaró la guerra a un pueblo inocente ni mandó a matar
al menos a cien mil de ellos; no encubrió la tortura llevada
a cabo por la soldadesca que envió por decisión propia;
no sumió al Estado en la violencia armada, el caos, corriendo
así el riesgo de aumentar el mal dentro de su país e incluso
en la región. No, él no hizo nada de todo esto.
¿Qué pasó entonces? Lo que pasó fue que coqueteó con
una secretaria peinada como un personaje de clase B ame­
ricana, con un empalagoso peinado colmena, una especie
de torta de boda fijada con rizador. Él le recitó un poema
al oído mientras ella, enamorada, manchaba su vestido
con mantequilla de maní, un chorro de salsa blanca que
se derramó de su Mac Burger o un poco de dulce de leche.
Quizás él también haya perdido la cabeza luego y le dio
un cierto uso a un cigarro hondureño -embargo cubano
obliga...-, que reprobaría cualquier club de aficionados
a los habanos. Y para terminar, fue mucho más grave no
haber continuado ese momento delicioso con una promesa
de divorcio, para luego volver a casarse como lo exige la
moral, y sobre todo la estupidez, en épocas normales. Esto
es lo que le ha valido a un presidente de los Estados Uni­
dos tener que sufrir uno de los embates mediáticos más
escandalosos de todos los tiempos.
Por el contrario, el ex alcohólico que ahora exagera con
el agua bendita, reza a toda hora y clama a los cuatro vien­
tos su fe en Dios, piensa que Jesús es el filósofo más grande
de todos los tiempos y frecuenta el templo más de lo razo­
nable; él, que no debe fumar habanos -n i tabaco hondu-
reño-, helo aquí un buen cristiano como existen en todo
el mundo, practicando el Decálogo a la carta: ciertamente
honra a su padre y a su madre, y parece probable que no
codicie a la mujer de su vecino. Por el contrario, no matar,
no dar falso testimonio, no mentir, no codiciar el bien
(petrolífero) del prójimo, ¡es mucho más difícil! Estados
Unidos es realmente un gran país, por la gracia de Dios.
EL ENFERMO Y LOS HIJOS DE PUTA

Así como una persona no nace tuberculosa, tampoco nace,


sino que se vuelve, pedófila. En virtud de lógicas incons­
cientes, siguiendo los principios de un determinismo que
destruye el libre albedrío, en relación a un pasado que se
ha vuelto pasivo, y por muchas otras razones. Pero en nin­
gún momento el enfermo libidinal elige de manera explí­
cita esta sexualidad entre otras, la heterosexualidad de
las familias tradicionales entre ellas. La afección afecta, el
enfermo padece. Y como en todas las contagiosas, contagia
a sus víctimas gravemente y de manera definitiva.
Es el caso de un pedófilo llamado Lechien27, un ape­
llido revelador -no es un seudónimo-, y de su abogado,
modesto lector de Freud, mejor dicho, un lector con pocas

27. Le chien■
. en español, “ el perro” . (N. del T.)
ambiciones. Juzguen por ustedes mismos: con un nombre
así, dice el abogado, básicamente no deben haber faltado
las burlas y por eso este ex burlado se convirtió en pedó-
filo. ¿Es lógico, no? Cualquiera diría que la defensa fue ele­
gida por la parte civil...
Algunos se descargan contra Lechien: esto es muy fácil,
sirve para desahogarse, incluso evita, cuando ya no hay
nada que temer, tener que preguntarse cómo este hombre
pudo, durante treinta años, masacrar a unas sesenta víc­
timas con total impunidad. Entre los que ladran, algunos
se dejan llevar, después de años de silencio cómplice o de
falsa indiferencia combinada con genuina cobardía. En otra
época, los rapadores de cabezas reclutaban poco entre los
verdaderos resistentes.
Ya que vamos a levantar la voz, también podríamos
cambiar de blanco: por qué no apuntar a esos padres que se
volvieron cómplices a partir de las dolorosas confesiones
de sus hijos; a los médicos informados por padres perdi­
dos y en busca de ayuda; a la asistencia social, que hoy
seguramente debe acusar a la falta de personal en su pro­
fesión; a esa psicóloga, probablemente también devota a
la baja de efectivos para justificar su culpable impericia;
a esa directora escolar que sabe todo, pero que no quiere
comprometer las inevitables palmas académicas; a ese ins­
pector, cómplice de esta última, él también a la espera de
un ascenso en su cuartel pedagógico; a ese alcalde de una
comuna rural y dedicada al terruño, y a la que no le gusta
que se hagan olas: el mar está tan lejos... Y a ese fiscal,
sermoneando al único héroe de esta historia, un escritor
-no hay que olvidarse de su nombre: Jean-Yves Cendrey-
que no encontraba la paz en el silencio y sabía todo sobre
el mutismo cómplice alrededor de Lechien.
Estas sesenta agresiones sexuales clasifican como un
caso de violación colectiva. Está claro que todo chivo
expiatorio tranquiliza: no se necesita pensar, reflexionar,
analizar, indignarse, decir que no. Un poco de cobardía,
de ruindad, una bajeza sin nombre, y Lechien va a la cár­
cel y la directora y el inspector vuelan hacia el ascenso,
El enfermo merece ser tratado y los hijos de puta, un cas­
tigo. Hace poco, esta clase de silencio llenaba los trenes que
viajaban a las cámaras de gas.
EL PRINCIPIO DE JUDAS

A veces uno se pregunta cómo algunos pudieron colaborar


con el régimen fascista de Vichy, mandar a sus compañe­
ros de escuela a campos de concentración, a sus amigos al
matadero nazi o a sus amantes a las cámaras de gas. Mien­
tras había gente que hacía volar las torres de transmisión,
colocaba minas en las vías de tren y transportaba correo
para la Resistencia, también había dandis estrafalarios,
oportunistas inefables, perdedores y fracasados de baja
estofa, envidiosos carcomidos por pasiones oscuras, que
encontraban la oportunidad de vengarse del mundo y se
reunían en la rué Lauriston, a pasos de sótanos y bañeras
de siniestro recuerdo.
El traidor, la basura, la escoria, existen desde siempre.
Llamemos a este fenómeno el principio de Judas, quien
tuvo la moral suficiente como para odiarse por lo que era
y colgarse de las ramas de una higuera. El infiel traiciona;
él fue fiel, y en eso que fue hay que buscar las razones de
lo que un día acontece más allá de toda lógica... Sólo apa­
rentemente, porque creo que la deslealtad, en el caso del
miserable que se declara culpable, apura las cuentas de
una lealtad que un día le pesó.
Con el paso del tiempo, he perdido la cuenta de los
que un día me traicionaron. Ese día no tiene nada de par­
ticular, para el enfermo es simplemente el día en el que
la gota colmó el vaso de un alma demasiado cargada de
impurezas acumuladas. Todos estos hijos de Judas tienen
algo en común: yo nunca ahorré esfuerzos a la hora de
darles todo, de hacerles un bien, de ayudarlos, de apo­
yarlos, de hacerlos avanzar: una columna que rechacé en
una revista o en la televisión, soplándole al oído del que
me la había propuesto el nombre de alguien que podía
ocuparse de ella; un libro publicado en colaboración; una
dedicatoria como epígrafe en uno de mis libros; regalos
de viajes verdaderos y de gran belleza; homenajes públi­
cos y constantes; asociaciones intelectuales -la mayoría
de las veces una yunta entre un elefante y un ratón-;
exposiciones que se pudieron hacer gracias a mis contac­
tos; prefacios y textos de circunstancia; dinero prestado;
mi departamento puesto a disposición (y a veces hasta la
cama...). ¡Y tutti quantü
¿Por qué entonces pagar esta amabilidad con tanta
maldad? Quizá porque el don provoca sistemáticamente
la obligación del contra-don, y uno se ofusca por tener que
cumplir con esto. Porque sólo las naturalezas nobles, gran­
des y generosas saben recibir con sencillez, sin que la vir­
tud prodigada los excite y despierte en ellos el vicio que
siempre termina aflorando. La realidad está compuesta de
tal manera que existen prosperidades evidentes en el vicio
y desgracias eternas en la virtud. ¿Habría que dejar de ser
virtuoso por eso? Por supuesto que no, porque en un uni­
verso sin Dios, la única moral que cuenta es la de no haber
contribuido a la maldad del mundo.
LA ESTUPIDEZ CON CABEZA DE TORO

¡Un escándalo! Una amiga -gracias, Josette...- me envió por


correo una copia de un cable de la Agencia France Presse,
con fecha del 5 de febrero de este año. El documento me
informa que un alemán acaba de dar los últimos toques a un
"teléfono tumbal" -el copyright del objeto y el nombre per­
tenecen a este bruto inventor...- cuya función, muy simple
en realidad (¿cómo no haber pensado en esto antes?), per­
mite hablar con el muerto que uno quiera. El objeto se pre­
senta bajo la forma de una especie de caja de zapatos con
un tubo de teléfono, que puede ser recargado una vez que
se ha agotado el crédito de doscientas horas de conversa­
ción... Si uno no es demasiado charlatán -a veces los muer­
tos son poco locuaces...- y ha acumulado mucho crédito,
puede hacerlo durar hasta un año entero.
Un detalle importante: para los muertos un poco cor­
tos de oído -sobre todo aquellos que negligentemente olvi­
dan llevarse su audífono durante el apuro del gran día...-
se puede agregar un parlante al equipo. No regateemos:
si queremos que la comunicación pueda establecerse
a pesar de las dificultades de transmisión en el más allá
-porque está lejos, el más allá...- va a ser necesario, a falta
de buenas operadoras a la vieja usanza, invertir en equipos
de calidad. ¡Marche entonces el accesorio extra! Y ense­
guida un débito de mil quinientos euros de su cuenta.
El teléfono cargado puede empezar a funcionar una vez
que ha sido enterrado. Dos timbres despiertan al muerto
-porque algunos están atontados, ausentes o descerebra-
dos, en sentido metafórico claro está-, que no está obligado
a revolcarse en su tumba. Hasta una oreja distraída puede
ser suficiente. Se puede usar todo el crédito entreteniendo
al difunto con las últimas noticias del mundo. No hay duda
de que escuchará con atención y agrado, porque allí donde
está no tiene nada para hacer.
Este hijo de Goethe -recordemos su nombre porque se
lo merece: Jürgen Bróther- tuvo esta idea genial cuando
perdió a su madre. Frente al ataúd, al darse cuenta de
que no había tenido tiempo de decirle todo, él extrapoló,
pasando de su pequeño caso personal a una gran causa
universal. Alabado sea: su filantropía abre un abismo sin
fondo. Desde entonces, ha puesto toda su inteligencia al
servicio de este invento extraordinario. Sobre todo porque,
partiendo de una constatación de sociólogo -porque el
tipo también es sociólogo en sus ratos libres...-, Jürgen se
dio cuenta de que en los cementerios uno no puede hablar
tranquilamente con sus cadáveres preferidos: efectiva­
mente, siempre puede haber una oreja dando vueltas por
ahí -los sepultureros lo saben-, viva o muerta y enterrada.
Así, uno no puede contarle de entrada al esqueleto las noti­
cias recién cosechadas en Voici o Gala, esas gacetas metafí­
sicas sobre las vanidades de este mundo.
¿Cuál podría ser la moraleja de esta historia? No defe-
nestremos al teutón, él se basta solito. Pero concluyamos
con esta enseñanza extraña: la gente habla, pero la mayo­
ría de las veces le importa poco su interlocutor. Digo más,
si me permiten, cuando ellos eligen una víctima para dar
rienda suelta a su verborragia, ni siquiera necesitan una
oreja de carne y hueso. Con frecuencia, con gran frecuen­
cia, con demasiada frecuencia, el hablador sólo se preocupa
por sí mismo y, como dice el filósofo arriba de su zócalo,
con el mentón en la mano, objetiva y cosifica al otro. Aun­
que en este caso, digámoslo con claridad, más cosificado,
más objetivado que esto, la muerte...
HIGIENE DE LA CORRESPONDENCIA

Todos los días recibo un centenar de e-mails, una docena


de cartas y una decena de llamados telefónicos. Salvo a los
insultos, amenazas y palabras injuriosas, respondo a todos.
Brevemente, por supuesto, porque una respuesta detallada
terminaría devorando todo mi tiempo disponible. Una o
dos frases, una fórmula de cortesía, porque en teoría lo
esencial es proponer una solución a la pregunta formulada
-si se trata de una pregunta-, y yo nunca intento eludirla.
En un gran número de casos, se trata de señales de sim­
patía, conmovedoras, emocionantes. Pero también existen,
de manera recurrente y estadísticamente estables, una
manada de delincuentes relaciónales preparados para
disparar sin una legítima razón... Un mensaje típico: ama­
ble, a veces demasiado agradable, casi almibarado, obse­
cuente, género retórico a punto caramelo. Le respondo.
Y ahí arrancan las hostilidades, respuesta a mí respuesta:
¿en serio, dos frases? ¿Nada más? A continuación siguen
las injurias habituales. No es necesario dar detalles.
Curiosa dialéctica: la aparición mediática -porque con
frecuencia estos cagatintas que sufren de autocombustión
no leen los libros en cuestión- desencadena en el quejoso
un supuesto derecho sobre el autor y decreta un cierto deber
en este último. ¿Qué derecho? El de disponer del tiempo
del otro, de usar y abusar de su disponibilidad, el derecho
de someter la libertad del escritor al propio capricho, a su
mezquina exigencia elevada al rango de necesidad metafí­
sica de primer orden. En cuanto al autor, es su deber res­
ponderle de manera extensa, precisa y detallada, es decir,
dedicar un libro entero a su inquisidor miniatura.
Otro tipo de rebaño constante son los bienintenciona­
dos: me "aman", me "veneran", me "adoran". Con ellos,
todo es siempre hiperbólico... Pero, afectados y falsamente
escandalizados, me envían ese texto, esa página, esa crítica,
ese portal de Internet -con el link adjunto para facilitarme
la tarea- en el que me tratan de nazi, de fascista, de fanfa­
rrón, de basura, de hijo de puta, de cabrón. ¿Acaso no vi
todavía esta colección de calumnias e insultos? En el caso
de que este odio me haya pasado inadvertido, lo compar­
ten conmigo, con preocupación y un marcado afecto, por
supuesto... Luego viene la fórmula de cortesía en la que me
aseguran, obviamente, sus buenas intenciones.
Si hubiesen leído a un tal Michel Onfray, por ejemplo,
sabrían que una de las prácticas del hedonismo consiste en
evitar al otro el dolor y el sufrimiento. Mientras que divul­
gar el odio de un tercero con la excusa de la ofensa hace
que la violencia alcance su objetivo, como volver a repetir
la comida pero con platos cubiertos de hiel. Así es como
se fomenta la maldad a través de terceros. Terminar con
la negatividad, ese es uno de los imperativos categóricos
hedonistas; por el contrario, darle medios para existir, o
incluso para reiterarse, he aquí una prueba indiscutible de
delincuencia relacional...
¿Qué se puede hacer? ¿Desconectar la computadora?
¿Sellar el buzón? ¿Arrancar los cables del teléfono? No,
claro que no. El mundo corre por esos canales, y tratar de
apartarse de ellos no tiene ningún sentido. Por el contra­
rio, bendigo secretamente al que cuida el tiempo del que
dispongo al no considerarme como un ídolo primitivo que
puede ser picado con agujas de brujo charlatán. La malicia
es lo que mejor repartido está entre todos, incluso cuando
viene recubierta con las mejores intenciones porque, como
todo el mundo bien sabe, de ellas está plagado el camino
al infierno.
LA EUROPA DE LOS IDIOTAS

La gente que va a votar No a la Constitución europea es


idiota, bruta, imbécil, inculta. Poder adquisitivo limitado,
cerebro limitado, pensamiento limitado, sentimientos limi­
tados. Sin diplomas, sin libros en sus casas, sin cultura, sin
inteligencia. Viven en el campo, en las provincias. Campe­
sinos, pueblerinos, pajuéranos, rústicos. No tienen sentido
de la historia, no saben a qué se parece un gran proyecto
político. Ignoran el gran avance del progreso. Están muer­
tos de miedo.
En otra época, estos mismos débiles votaron No al Tra­
tado de Maastricht, ignorando que el S iles iba a aportar el
poder adquisitivo, el fin del desempleo, el pleno empleo,
el crecimiento, el progreso, la tolerancia entre los pueblos,
la fraternidad, la desaparición del racismo y la xenofobia,
la abolición de todas las contradicciones y de toda la nega-
tividad de nuestras civilizaciones postmodernas, por ende
capitalistas, en su versión liberal.
El elector del No es populista, demagogo, extremista,
reactivo y de marcado descontento. Es el prototipo del
hombre del resentimiento. Su voz, de hecho, se mezcla con
la de todos los fascistas, izquierdistas, altermundialistas y
otros partidarios vagamente vichystas de la Francia enmo­
hecida, esa vieja historia que quedó totalmente atrás de
la alegre globalización. Digámoslo claramente: un sobera-
nista es un perro.
Por el contrario, el elector del Sí es genial, lúcido, inte­
ligente. Tiene una chequera abultada, un cerebro inmenso,
una gigantesca visión del mundo, un sentimiento de la
generosidad hipertrofiado. Egresado de la universidad,
feliz poseedor de una flamante biblioteca de la colección
"La Pléiade", dueño de un saber ilimitado y de una asom­
brosa sagacidad, además de tener un departamento en la
dudad, ser urbano convencido, parisino en el mejor de los
casos. Sabe hacia dónde va la historia, de hecho ya instaló su
sillón en ese sentido, y no se pierde ninguna de las manías
de su siglo. ¿El progreso? Lo conoce de cerca. ¿El miedo? Lo
ignora. El debordiano Philippe Sollers, el sartreano BHL y
el kantiano Luc Ferry se lo pueden confirmar.
Por supuesto, el partidario del Sí le dio su voto a Maas-
tricht y constató, como estaba previsto, que los salarios
aumentaron, que el desempleo disminuyó y que la amis­
tad entre las comunidades se vio fortalecida. El votante del
Sí es demócrata, moderado, feliz, se siente bien consigo
mismo, equilibrado, se analiza hace mucho tiempo. Su voz
se mezcla de hecho con la de otras personas que, como él,
detestan los excesos: el demócrata cristiano liberal, el chi-
raquiano convencido, el socialista mitterrandiano, el direc­
tor de empresa humanista, el ecologista mundano. Es muy
difícil no ser partidario del Sí... Ciudadanos, ¡piensen antes
de cometer algo irreparable!
LOS DEVOTOS DE LA RELIGIÓN CATÓDICA

La muerte de Juan Pablo II confirmó lo que pienso de la


camarilla periodística... ¡definitivamente no le temen ni a
Dios ni al Diablo! Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces
que me llamaron de diarios, radios, canales de televisión,
tanto de París como de provincia, y también del exterior,
para preguntar mi opinión sobre la muerte anunciada del
Papa, su muerte programada, su muerte en vivo, su muerte
real y el después de su muerte. Algunos hasta me pedían
que les escribiese algo sangrientamente antipapista. Tres o
cuatro hojas...
No respondí a nadie, salvo un texto breve para la
Agence France Press que también me venía persiguiendo;
lo hice para calmar los pedidos y para aclarar que, por
supuesto, tenía mucho para decir sobre un pontificado
de tan largos veinte años pero me parecía que, como Juan
Pablo II todavía no había sido ni enterrado, se imponía un
mínimo de decencia. Porque no es mi estilo andar escu­
piendo sobre el cadáver de un hombre, aunque haya sido
un adversario en el campo de las ideas. El escupitajo no
forma parte de mi arsenal conceptual, sí más bien del de
un buen número de creyentes que salivan frente a la sola
aparición de mi sombra.
Sin embargo, de esta avalancha de pedidos destaco
una pregunta recurrente porque no corresponde a la polé­
mica inoportuna: ¿cómo explicar la histeria -la palabra no
es m ía- de la muchedumbre en esta ocasión? He aquí uno
de los factores que lo explica: Juan Pablo II fue un verda­
dero devoto de la religión catódica. Como primer Papa
elegido en la era mediática, supo utilizar en su provecho
la religión de la imagen frente a la cual nuestra moder­
nidad, bañada en devoción, se pone de rodillas sin ver­
güenza alguna.
De esta manera, la larga y dolorosa enfermedad del
ciudadano Wojtyla exhibida durante más de diez años,
la decadencia de su cuerpo transformada en espectáculo,
el fin anunciado mediáticamente, la agonía emitida en
directo, el cadáver expuesto a las cámaras fotográficas y de
filmación de todo el mundo y luego a una muchedumbre
con sentimientos no del todo claros, el funeral retransmi­
tido al mundo entero, todo esto lo confirma: este Papa fue
realmente el hombre más filmado y fotografiado de todos
los tiempos, en todas sus formas e investiduras, incluida la
del sudario.
¿Por qué? Fue con fines cristianos apologéticos: mos­
trar la Pasión en directo, dar testimonio en la pantalla
chica de los valores cristianos, evangelizar vía imágenes.
Los polacos saben que la modernidad se alimenta esencial­
mente de virtualidad mediática, lo que explica la pertinen­
cia misionera de usar tales armas. Que Benedicto XVI haya
reservado su primera intervención para la prensa lo con­
firma: la Iglesia les debe a los periodistas unos caramelos
a cambio de su fiel y leal servicio. Perdónalos, porque no
saben lo que hacen.
LA VIDA DE LOS BICHOS BOLITA

Querer llevar una vida filosófica en un mundo en el que


globalmente se ignora hasta el sentido mismo de la palabra
filosofía, ¡he aquí algo que lo expone a uno a las mayo­
res decepciones! En efecto, la mayoría se contenta con una
existencia de mamífero, banal, indexada en lógicas etoló-
gicas y hormonales. Ya que no hay una diferencia de natu­
raleza entre los hombres y las bestias, sólo una diferencia
de grados. Conozco a algunos cuya vida se parece en todo
a la de los bichos bolita, incentivados únicamente por las
feromonas de sus congéneres...
¿A qué se parece una vida filosófica? Presupone un
motor existencial ideal y no sólo un motor biológico. Antes
de cualquier acción, se necesitan una serie de proposiciones
teóricas en función de las cuales uno puede luego organizar
su vida cotidiana en detalle. Claro que se puede alegar que
hay una gran cantidad de escuelas de sabiduría, numero­
sas vías en dirección del bien supremo, incluso que existen
varias definiciones de este famoso bien supremo...
Sin embargo, en más de veinticinco siglos de filosofía
occidental, aunque hayan aparecido muchísimas maneras
diferentes de acceder a él, el objetivo sigue siendo el mismo:
relacionarse con uno, con los otros y con el mundo de una
manera suficientemente controlada como para poder ser
dueño de sí mismo en cualquier circunstancia. De ahí el
trabajo sobre los propios deseos: no desear más de lo que
puede ser satisfecho; no querer lo imposible y contentarse
con lo realizable; no confundir los deseos con la realidad.
De ahí proviene también la preocupación por la intersubje-
tividad pacificada: elegir la mansedumbre y los mansos y
rechazar la maldad y a la gente malvada; preferir al hom­
bre de palabra, capaz de asumir y cumplir con sus compro­
misos, frente al delincuente relacional amnésico dedicado
completamente a su engreimiento autista.
Ahí donde el bicho bolita, previsible, lleva adelante
aquello para lo que ha sido naturalmente programado, el
aspirante a filósofo pone en marcha una cultura del asce­
tismo: rechaza los honores, las riquezas, los poderes, salvo
el poder que ejerce sobre sí mismo. Como no se deja enga­
ñar por la vida mundana, se mantiene alejado y prefiere
una vida de meditación y de acción con respecto a la sabi­
duría adquirida.
Mientras que el artrópodo se conforma con obede­
cer las señales de su tribu, que se mueve para vivir, para
dominar su territorio -de algunos centímetros cuadrados
bajo una piedra-, para subordinar a una hembra, copular,
reproducirse y duplicar a sus semejantes, el Homo sapiens
intenta subir algunos escalones para alcanzar un poco
menos de naturaleza y un poco más de cultura. Llevar ade­
lante una vida filosófica significa en la mayoría de los casos
evolucionar muy solo en un mundo fuera del mundo. Para
protegerse de la vida mezquina de los bichos bolita, hay
que practicar siempre un arte severo del alejamiento, o
incluso de la más pura y simple expulsión. Porque en la
perspectiva de una vida filosófica, el bicho de las sombras
húmedas pertenece a la categoría de las plagas.
LOS DEBERES DE LA AMISTAD

Me siento muy solo en estos tiempos al querer vivir la amis­


tad tal como la practicaban los romanos. Nuestra época,
que ha perdido la brújula, confunde la mayoría del tiempo
esta virtud sublime con pálidos ersatz28 de la camaradería o
reemplazos del amiguismo, productos de sustitución des­
tinados a las almas en pena incapaces de vivir en la sola
compañía de ellas mismas. La amistad romana alcanzaba
su pleno desarrollo bien lejos de los afectos insípidos de
una compañía agradable.
Pitágoras y Séneca han dicho, escrito y pensado todo
sobre la amistad. ¿Puede darse entre gente de condiciones
desiguales? ¿Entre el hombre y la mujer? ¿Entre miembros
de una misma familia? ¿Se puede usar la palabra en plural?
¿Acaso existen un tuyo y un mío bien separados y dife­

28. En alemán, remedos o sucedáneos de menor calidad. (N. del T.)


rentes en esta aventura? ¿O todo es de todos? Y si es así,
¿también lo son el dinero, el esposo o la esposa, los bienes
muebles e inmuebles? ¿El interés actúa como motor? En
ese caso, ¿debemos desacreditar esta virtud? ¿Cómo enve­
jece? ¿El amigo es un otro yo? ¿Cómo conservar a los ami­
gos? ¿Qué pasa cuando muere un amigo? Etcétera.
El cristianismo desprestigió la amistad, una virtud
demasiado aristocrática y exageradamente selectiva, en la
que no hay suficiente amor al prójimo bañado en caramelo y
cursilería. Más allá de Montaigne y de La Boétie, dos roma­
nos que se escaparon y sobrevivían en el siglo XVI, ya no se
escribe más la amistad con la lengua de Cicerón. En vano
buscamos en las bibliotecas contemporáneas páginas signi­
ficativas para agregar a este bello y antiguo libro.
Es razonable, ésta no es una buena época para la virtud,
y menos aun para una virtud exigente. Porque la amistad no
brilla con fuegos platónicos, como un ídolo mayúsculo, res­
plandeciendo en el cielo de las ideas, lejos de las contingen­
cias mundanas. Ella nombra lo que se cristaliza en presen­
cia de pruebas de amistad: delicadeza, ternura, atención,
preocupación por el otro, afabilidad y bondad. Vive de lo
que se le da. Si no se la alimenta, desaparece. La prueba de
la amistad, esas son las pruebas de la amistad.
Por eso, si éstas faltaran, o si en cambio recibimos lo
contrario -falta de delicadeza, brusquedad, frialdad, negli­
gencia, falta de atención, sin mencionar la hostilidad o la
maldad, suficientes pruebas de enemistad-, podemos con­
cluir sin dudar: no hay o dejó de haber amistad. Es lo que, de
hecho, indica la muerte de esta virtud viva, poco, nada o mal
cultivada. Porque sólo los deberes de la amistad, que son
agradables, otorgan el derecho a la amistad, que es exigente.
LA INSOLENTE GENERACIÓN DE LOS TRAIDORES

Para Fierre Orsoni

Domingo lluvioso de julio en Normandía. Nada raro... Leo


el diario. Retrato de un renegado muy contento consigo
mismo. Tenemos la misma edad. Poco importan su nombre
o su carrera emblemática, que contribuyó a la sociología
de nuestra época: la generosidad de la juventud, su sentido de
la rebelión, su sed de justicia, enterradas demasiado rápido
bajo la losa de hormigón cínico de un soberbio que quema
a sus ídolos del pasado con el pretexto lamentable de un
error de juventud.
Un papá médico que se envileció en el Partido Comu­
nista, una mamá ama de casa, un hijo con su carnet de la
trotskista Liga Comunista Revolucionaria. Egresado de la
École Nórmale Supérieure, catedrático, el revolucionario
se junta con los suyos. Uno de ellos le presenta a su padre,
inspector de finanzas en el estudio de Chaban-Delmas.
Y es entonces cuando se produce la conversión: nuevo
golpe de piqueta contra Léon en nombre del alcalde de
Bordeaux. Tenemos los héroes que merecemos.
El ex combatiente de la causa revolucionaria descubre
la realidad y renuncia a la ideología. Basta del esquema­
tismo de la enfermedad infantil. Entiende que para cambiar
realmente el mundo, hay que poner los pies en el barro -la
metáfora es suya-. En la ENA (Escuela Nacional de Admi­
nistración), la madraza de los liberales, devora los hadices de
los profetas: Tocqueville, Aron, Furet... El barro lo encuentra
en Matignon, cerca de Bérégovoy. Tenemos los héroes...
Sigamos con el barro: en Air France se ocupa de la "polí­
tica social", como la llama él. Dicho en un lenguaje transpa­
rente: limpieza de personal. Luego en la FNAC, donde es
nombrado CEO, a sus 43 años. El agitador de ideas llena los
estantes de sus bibliotecas únicamente con libros sacados
de la lista de best sellers. El lector de Pascal, Rimbaud, Stend­
hal, Chateaubriand -no corre muchos riesgos...-, alimenta
al sistema que asesina, antes de que puedan desarrollarse, a
los Pascal, Rimbaud, Stendhal y Chateaubriand de la actua­
lidad. Sin arrepentimientos: probable fidelidad a la parte
menos recomendable de Trotski...
Hoy, nuestro héroe, laico devoto, se detiene para per­
signarse delante de los monumentos a los resistentes. ¿Qué
sentido tiene honrar a estos héroes si, en una situación en
la que no se arriesga gran cosa y definitivamente no la vida
propia, uno mismo no resiste? Mejor, o peor: ¿qué significa
este tropismo resistente cuando se contribuye de manera
activa al mundo tal como está hoy en día?
Este personaje es un rejunte de todo lo que caracteriza a
la generación que tiene las riendas de nuestra época: banal­
mente renegada, con frecuencia insolente, la mayor parte de
las veces cínica y casi siempre desvergonzada, esparciendo
sin vacilaciones la injusticia liberal como si se tratara de una
peste. ¿Para cuándo nuevas -y necesarias- barricadas mon­
tadas por nuevos -y valiosos- resistentes?
LA PEDALEADA DE JEAN-PAUL SARTRE

¡Así que Lance Armstrong se dopaba! ¡Menudo hallazgo!


Solo los tontos fingen haber descubierto la pólvora...
O lo niegan contra toda evidencia. Los tontos o los imbé­
ciles. Porque, ¿cómo es posible imaginar que el desem­
peño que se les exige a los ciclistas del Tour de France se
logre solamente con agua fresca, hojas verdes con unas
gotas de limón y músculos de titanio? Lo mismo digo
sobre los descerebrados de las canchas de tenis, las carre­
ras alrededor del mundo, los estadios de Francia y otros
circuitos automovilísticos...
¿Qué es lo que hace que alguien sea un campeón? Ante
todo, una capacidad física fuera de lo común, y luego un
equipo que piensa por él. No se puede hacer todo, no se
puede pedalear y accionar el coeficiente intelectual de un
premio Nobel de física cuántica. El staff, como se dice en el
francés de ocupación, piensa por su héroe: un plano en el
papel, adaptado al terreno, una estrategia, es decir un obje­
tivo, una táctica, los medios para concretar esta aspiración
y una serie de preparaciones del cuerpo y la mente para el
día o la época previstos.
En estos niveles de competencia, el puñado de ganado­
res potenciales lleva adelante un combate en un pañuelo.
Todo competidor recurre entonces, tanto como su adversa­
rio, a todos los medios legales e ilegales a su disposición.
Desde que el mundo es mundo, sólo prosperan los vicios
y ¡ay de la virtud! ¿Qué clase de bruto elige la virtud -que,
es cierto, permite mantenerse en el camino recto, pero para
qué serviría esto en un mundo en el que todos reptan- en
lugar del vicio, que lo transforma a uno en bicho bolita,
ciertamente, pero en un bicho bolita engalanado, deco­
rado, condecorado, mediatizado, rico, cortejado, celebrado
por otros bichos bolita?
¡Basta de hipocresía! Lance Armstrong se dopaba y fue
un gran campeón. Jean-Paul Sartre masticaba anfetaminas
(Corydrane), tubos enteros diluidos en whisky, mientras
fumaba para hacer pasar todo y escribía El Ser y la Nada:
no por eso dejó de ser en su categoría un campeón del
Tour de France filosófico, como consta en los manuales
de quinto año de la secundaria. BHL, como bien sabemos
todos, admira a Sartre y lo imita en cuanto a las anfetami­
nas; lo escribe en Comedie y confiesa tener el mismo provee­
dor que Philippe Sollers...
¿A qué conclusión llegamos? Que tenemos el derecho
de exigirle al cuerpo como nos plazca, incluso recibiendo
una gran satisfacción inmediata junto con la gran proba­
bilidad de una degradación posterior. ¿Escribir la Critica
de la razón dialéctica pero pasar los últimos años de vida
meándose el calzoncillo, ensuciándolo con materia fecal,
errando mentalmente, viviendo como un despojo humano
a merced de cualquier ave rapaz? Hay candidatos para
esto. La forma que puede tomar el odio contra uno mismo,
una variación de la pulsión de muerte, tiene más de un as
bajo la manga.
ASALTAR A MI PANADERA

Está decidido, mañana a la mañana asalto a mi panadera:


junto con el primer rayo de sol, entro en el negocio, agarro
tres o cuatro medialunas, una baguette, y me voy contento a
prepararme el desayuno sin pagar, llevándome como pre­
mio la mirada de desprecio de la pobre, que quería que
le largara medio euro, ¡por una miserable flauta o media
baguettel ¿Y luego qué?
Porque, en virtud del derecho natural de superviven­
cia, pero también en base a los derechos humanos que me
autorizan a disponer de medios de subsistencia, tengo
buenas razones para apoderarme de este bien. ¿Su trabajo?
Poco importa. ¿Ella pagó su mercadería? Y qué. ¿Junto con
su marido efectuaron una transformación de las materias
primas? Sí, ¿y? ¿Que detrás de estos productos hay todo
una trayectoria? Pavadas. ¿Y los gastos, los préstamos que
hay que reembolsar, los impuestos, las tasas? ¿Por qué sería
mi problema? Es mi derecho, lo tomo y ya.
Así es como piensan los adeptos a la descarga gratuita
en Internet: tengo derecho, tomo lo que quiero. ¿Y si se les
respondiera que lo que roban es el producto de un trabajo?
Estos falsos libertarios y verdaderos liberales no tienen
cura. Sin embargo, el pan y la medialuna, el libro y el disco
concentran una fuerza de trabajo. ¿Desde cuándo los liber­
tarios consideran el trabajo como una cantidad insignifi­
cante, tal como lo hace cualquier rapaz liberal?
¿Cómo se puede pelear para que una mucama reciba
una mejor retribución y, al mismo tiempo, considerar que
no se le pague nada a un cantante, un escritor, un fotó­
grafo? Si asaltar a mi panadera es injustificable, ¿por qué
sería legítimo hacerlo con un cantante, un novelista, un
fotógrafo o un cineasta? Ya declaré suficientes veces mi
solidaridad con los trabajadores del espectáculo para no
justificar además mayor precariedad: es decir, la más pura
y simple expoliación del trabajo intelectual y artístico.
Aclaremos que, sin embargo, milito a favor del con­
sentimiento de la descarga gratuita para el que lo hace. El
acceso al consumo cultural tiene que ser lo más libre posi­
ble. Ahora bien, yo, que defiendo los impuestos -pago los
suficientes como para permitirme esta elegancia...-, estoy
a favor de su traslado. Viva la talla y la gabela29, pero no,
como suele ocurrir en un régimen liberal, sostenida por
los más pobres, sino como en un régimen verdaderamente

29. Talla y gabela: impuestos que pagaban los campesinos franceses a la nobleza y la
Corona. (N. del E.)
republicano, pagada por los más ricos. En este caso, los
marchands de las compañías informáticas y telefónicas. Que
ellos paguen los impuestos y que podamos tener una ver­
dadera circulación libertaria de los bienes culturales, desti­
nados a la mayor cantidad de personas posible. ¡Y que viva
la panadería socialista!
FILOSOFAR A FONDO

Un amigo francés que vive en Japón me pregunta sobre los


disturbios en los suburbios. Para poder responderle, pre­
paro los artículos de prensa, colecciono las intervenciones
de los intelectuales, clasifico las opiniones de los filósofos,
y volveremos a hablar del tema en Navidad, cuando nos
encontremos. Mientras tanto, la pila de documentos que
acumulé merece que uno se detenga en ella.
Recapitulo: Attali deplora la inacción de los políticos
desde hace veinte años. ¡Increíble! ¿Qué hizo entonces
este consejero del príncipe al lado del enterrador de la
izquierda durante dos septenios? Su solución: darles los
medios suficientes a los jóvenes de los suburbios como
para que puedan convertirse en empresarios. ¡Bravo! Una
idea genial... BHL no entiende nada: "energía negra",
"torbellino de nihilismo", "falta de racionalidad". ¿En
serio? ¿Este sartreano se olvidó de los análisis de la Crí­
tica de la razón dialéctica sobre las relaciones entre violencia
y política? Badiou, defensor de los crímenes maoístas -léase
El siglo-, cuenta los infortunios de su hijo adoptivo, negro,
arrestado por la policía mientras acompañaba a un amigo
que negociaba una bici, probablemente sin factura: ¿qué
tiene que ver esta anécdota con la crisis? Héléne Carrére
d'Encausse, con su sombrero bicornio en la televisión rusa,
ve negros polígamos por todos lados y familias numerosas
que desbordan en los monoblocks, que se aburren y por
ende rompen y queman todo. ¡Qué profundo! Baudrillard
vaticina: la nada, decadencia, desintegración, desherencia:
"¡Andá a cogerte a tu vieja!'7, dice el título de su artículo;
lo que sigue es inútil, el título lo dice todo. André Glucks-
mann asocia a los incendiarios con los que votaron por el
No en el último referendo. ¡Vamos! ¡Estos nihilistas de los
monoblocks son del mismo calibre que los defensores de
Saddam Hussein y de Putin! André, estás diciendo cual­
quier cosa... Le podría dedicar toda la crónica solamente a
Finkielkraut: no le gustan los blancos, los árabes, los futbo­
listas, los raperos, los jóvenes, los musulmanes; por el con­
trario, le gusta el colonialismo, la República, Francia para
los franceses. Si a él no le gusta Le Pen, Le Pen va termi­
nar queriéndolo a él... Régis Debray se queja de la falta de
religiosidad, ¡que fomenta tan fácilmente el vínculo social!
¡Ah, el agua bendita republicana, qué placebo sublime,
qué panacea! Sollers añrma que este grito tiene un único
destinatario: Chirac... ¿Áh, sí, en serio? Malek Chebel no
entiende, el Islam es una religión de paz y de amor, pero
esa no era la cuestión. Daniel Sibony recita a su Freud y
diserta sobre la regresión arcaica... Todo muy lindo...
Estoy anonadado: ningún análisis político, ningún tipo
de consideración sobre este nuevo lumpen-proletariado
que sobrevive en los monoblocks, nada sobre las palabras
que enojan y que explican: liberalismo, ley de mercado,
desempleo, miseria, pauperización, urbanismo, vivienda,
racismo, discriminación. Recusar lo político -y la política—
equivale a retroceder para saltar y volar mejor, en el sen­
tido pirotécnico del término...
LA INGENUIDAD FILOSÓFICA

Aunque se trate de una vieja cantinela filosófica (weberiana),


la clásica oposición entre la ética de la convicción y la ética
de la responsabilidad permite esclarecer más de un debate.,,
Los críticos rescatan la segunda y se ríen de la primera; los
ingenuos al revés. A un filósofo digno de ese nombre le con­
viene considerar estas instancias como dos fuerzas igual­
mente necesarias. Giorgio Agamben, un filósofo de peso
en Europa, ilustró recientemente la posición ingenua que
desencadena con tanta frecuencia la risa de la criada tracia30.
Al filósofo le agarra una rabieta contra la biometría. Pri­
mera crítica: fomenta la sospecha generalizada y nos trans­
forma a todos en criminales virtuales. Sí, ¿y entonces? Salvo
el irenista un poco inocentón o alguien cándido y un poco

30. Refiere al relato en el que el sabio Tales de Miíeto, mientras observaba los astros, se
cayó en un pozo, y una bonita y graciosa criada tracia se burló de que deseara vivamen­
te conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que estaban ante sus pies. (N. del E.)
retardado, o en todo caso, el filósofo adicto a la ética de con­
vicción contestataria, todos somos delincuentes en potencia.
Pregúntenle al señor Perogrullo: ¡antes del delito, todo cri­
minal comienza por ser inocente! Soy un delincuente virtual
y, mientras que no me traten como a un delincuente real, las
sospechas sobre mi persona no me molestan si provienen de
gente cuyo trabajo consiste en sospechar de cualquiera, por el
interés general y el bien público, y no por un simple capricho.
Segundo reproche: la biometría actúa siguiendo las pre­
misas de una sociedad totalitaria. Agamben activa en sü
obra con frecuencia el paradigma nazi para pensar la ciudad.
Asimismo transforma al campo en la matriz de toda política.
Ahora bien, recordemos la utilización que se le da a la foto
carnet en la economía de la Shoah... Por lo tanto, ¡temblemos
por la peligrosidad virtual de la biometría en nuestra época
despolitizada! Pensar* con analogías es siempre peligroso.
Ya que, frente a semejante demostración, e informados como
estamos de las lógicas del sistema concentracionario, por la
misma razón deberíamos decretar homicida al tren, y negar­
nos a todo tipo de uso del ferrocarril.
Envuelto en su toga de convicción pura, Agamben
anuncia públicamente que va a renunciar a cualquier tipo
de documento de identidad. En consecuencia, no más
pasaporte, no más aviones, no más cursos en la universi­
dad californiana en la que enseña. Lo que no hará más que
castigarlo a él y a sus estudiantes. Ahora bien, la biometría
merece menos una condena de principio que ser juzgada
en cuanto a sus usos. Rechacemos el utensilio en manos
de cínicos y afinemos el uso postmoderno de este instru­
mento, útil para prevenir las violencias generalizadas.
DEL DERECHO DE LAS RATAS

El filósofo australiano Peter Singer dedicó una gran parte


de su obra a defender los derechos de los animales y mili­
tar por su liberación. Un accionar generoso. Sin embargo,
la lectura de sus obras - Liberación animal, por ejemplo- me
provoca un genuino malestar. Después de constatar que se
ha liberado a los negros, a las mujeres, a los homosexuales,
desea que se haga lo mismo con los animales. De entrada,
llama la atención...
Prosigamos: ¿el racismo es indefendible? Estoy de
acuerdo. Pero entonces, ¿por qué volverse especista, dicho
de otra manera, por qué pensar en el animal como un sub-
hombre, y entonces justificar la cría industrial, la experi­
mentación científica, los malos tratos contra aquellos que
son criados para ser matados y luego comidos? Por lo
tanto, concluyamos: ¿por qué comer carne y no ser vege­
tariano? En efecto...
Estoy dispuesto a admitir la afirmación filosófica según
la cual existe una diferencia de grado y no de naturaleza
entre el hombre y el animal, pero sería incapaz de adherir a
la casuística desubicada de Peter Singer. ¿Realmente pode­
mos poner en el mismo plano a los negros, las mujeres,
los homosexuales y los animales? ¿Al racismo y al espe-
cismo? ¿Deberíamos acaso poner en paralelo la ignorancia
generalizada de las condiciones de la cría industrial con la
del pueblo alemán y los campos nazis? ¿Tendríamos que
preguntar(nos) por qué no aceptamos que se experimente
con un niño de menos de seis meses o con un discapaci­
tado mental, mientras que sí consentimos que se lo haga
con un simio, aunque todos dispongan de la misma capaci­
dad para sufrir más allá de la conceptualización? ¿Corres­
ponde acaso preguntarnos por qué comemos "pedazos de
no humanos sacrificados"? En un momento de casuística
pura, Peter Singer se pregunta: ¿qué habría que hacer si, en
un tugurio infestado por las ratas, un niño es mordido por
los roedores? ¿Es legítimo desratizar? Peter Singer deja la
pregunta en el aire... ¡Increíble!
La visión del mundo antiespecista pone a todos los
seres vivos que sufren en el mismo plano. Luego practica
la amalgama: cría industrial y campos de concentración,
experimentación en laboratorios y tortura nazi, gusto por
el bife y perversión necrófaga. Los animales merecen tener
mejores defensores. Claramente hace falta una verdadera
filosofía del animal, porque bella es la bestia. Pero no puede
ser construida por aquellos que ponen enjuego el derecho
de las ratas frente al de un niño.
LA TANATOFILIA FRANCESA

Al borde de la tumba, el cuerpo del rey Mitterrand apestaba


a muerte; tras diez años de ataúd, huele a rosas -bueno, es
una manera de decir. El reavivamiento de la llama mitte-
rrandiana recuerda demasiado al culto del Mariscal: "Que­
remos un Padre, devuélvannos el esqueleto del socialista
que dio su cuerpo por Francia". Al responder a las pregun­
tas tontas de los periodistas, los franceses ponen primero a
la francisca, justo antes de la Cruz de Lorena31.
¿De Gaulle? La resistencia, la descolonización, las insti­
tuciones, la independencia nacional, el sentido jacobino del

31. La francisca era un hacha de guerra utilizada en los siglos V al VIII, cuyo nombre
dio origen al del pueblo franco. La Cruz de Lorena es un símbolo utilizado por los
duques de Lorena desde el siglo XV. Ambas son representaciones de la tradición
francesa, sólo que durante la ocupación nazi se vieron enfrentadas: el colaboracio­
nista Pétain incorporó la francisca a la bandera, y De Gaulle hizo lo propio con la
Cruz de Lorena, como símbolo de la Francia libre. (N. del E.)
Estado, la pasión por la República. ¿Mitterrand? Vichy, el
ministro de la picana, el golpe de Estado permanente,
el abandono de la soberanía francesa, el culto barresiano
del yo, la religión del egotismo. No resiste a la compara­
ción... De esta manera, uno termina entendiendo por qué la
única idea mitterrandiana que nunca varió fue el odio que
le tema el General.
¡Y ni hablemos del hombre! ¿Cómo puede ser que lo que
habitualmente queda como una banal historia de cornudo
en una comedia ligera se haya transformado con él en un
asunto de Estado? Una esposa, una amante, otras mujeres,
dos familias, una hija adúltera. ¿Y entonces? ¿Mitterrand,
personaje de novela? De teatro más bien, héroe de Labiche,
claramente no de Corneille. Monsieur Perrichon o alguna
otra figura del vodevil francés.
¿El hombre valiente frente al cáncer? Cuántos desco­
nocidos anónimos viven esta maldición con discreción, sin
por eso recurrir a astrólogos, despedir al médico de la fami­
lia para dar el espaldarazo a vendedores de polvos mági­
cos, conjurar sus temblores frente a la nada adhiriendo a
la prédica de gurúes de cuidados paliativos, creer en las
"fuerzas del espíritu" que miran televisión post mortem,
pedir que les envíen a domicilio las reliquias de Teresa de
Lisieux o poner helicópteros de la República al servicio de
las visitas de Jean Guitton, viejo filósofo que nunca renegó
de su pétainismo. De Gaulle era Michelet y Bergson, Mitte­
rrand fue Alain Decaux y Jean Guitton.
¿El hombre de la fidelidad y la amistad? Que invita a
los fascistas de su juventud a Latche, el lugar de las afini­
dades electivas. ¿La figura de izquierda? Que hace colocar
flores en la tumba de Pétain. ¿El socialista? Que vende, sin
vergüenza alguna, la izquierda al liberalismo. ¿El abolicio­
nista de la pena de muerte? Que compromete a Francia en
la redada anti-árabe de la guerra del Golfo. ¿El hombre de
paz? Que hizo posible el millón de muertos del genocidio
en Ruanda. Detengámonos aquí: cualquier tipo de elogio
sobre este hombre me da la pauta sobre la calidad del alma
y de la calaña de quien lo pronuncia...
ESTO NO ES UNA CARICATURA

Nuestros islamólogos patentados lo machacan constante­


mente en los medios: el Islam es una religión de paz, de
amor y de tolerancia. Sí, claro... Pregúntenle a Salman
Rushdie, al cadáver de Theo Van Gogh, a los homosexuales
torturados en los calabozos musulmanes, a las mujeres sos­
pechadas de adulterio y asesinadas en un estadio afgano.
Interroguen también a los dibujantes daneses, ¡tan tontos
como para creer que la libertad de expresión es universal!
En toda la superficie del globo, los musulmanes -de quie­
nes se aclara que se trata de fanáticos- incendian, queman y
amenazan de muerte, en razón de que existe una caricatura
del Profeta con un turbante en forma de bomba. ¿Una carica­
tura? ¿Dónde están la exageración, el exceso, la desmesura que
la definen? Hay una cantidad increíble de suras del Corán que
muestran cómo Mahoma invita a pasar por el filo de la espada
a los judíos, a los infieles, a los ateos, a los cristianos y a otros
que se rebelan frente a su visión del mundo, homosexuales,
libertinos, librepensadores. ¿Podemos creer entonces que, si
resucitase en nuestra época, el susodicho Profeta dudaría un
segundo en reemplazar su cimitarra por una bomba?
Por otro lado, cuando la pólvora musulmana habla en
todo el planeta, no se ve a los defensores de esa famosa reli­
gión de paz, amor y tolerancia, bajar en masa a las calles para
manifestar su reprobación hacia los criminales que revindi-
can un Corán que no impide que se inspiren en él para come­
ter semejantes crímenes, todo lo contrario. ¿Acaso son mode­
rados aquellos que consienten el fanatismo de los otros?
Que un musulmán crea que la carne de cerdo es inco­
mible, el alcohol intomable, la cabellera de una mujer obs­
cena por definición, y blasfema la representación del rostro
de un profeta que fue hombre, allá él. ¿Pero por qué yo
también debería creerlo, bajo pena de muerte? El caso de
las supuestas caricaturas (como la del velo), saca a la luz
un síntoma mayor: de ahora en más el Islam se cuela por
los intersticios del viejo mármol de una Europa que ya no
cree más en sí misma, en sus valores, en sus virtudes, y esto
antes de la destrucción definitiva.
Para evitar los mismos clichés de siempre sobre el
Islam, quien no haya leído al menos una vez el Corán entero
debería abstenerse de dar su opinión. Una vez que lo haya
terminado, ese lector informado de los recurrentes dichos
misóginos, antisemitas, intolerantes, violentos y belicosos,
podrá emitir un juicio de manera legítima. Entonces podre­
mos abordar el desafío lanzado a la cara de Occidente:
¿continuamos con la Ilustración o volvemos a la barbarie
feudal? Dicho de otra manera: ¿la libertad o la muerte?
ANA (FRANK) Y JOSEPH (RATZINGER)

Al momento de escribir su diario, Ana Frank tiene 13 años.


Aunque está en una habitación minúscula/separada de un
mundo al que la une solamente una radio, habla en 1942 de
"cámaras de gas", de persecuciones a los judíos, de acoso,
de deportaciones en vagones para ganado, del mismo trato
para mujeres, viejos y niños, de familias separadas. El 3 de
marzo de 1944, habla de "millones de personas [...] asesina­
das o gaseadas sin miramientos". Verifíquenlo...
En 1939, un niño llamado Joseph Ratzinger, seminarista
en Baviera, entra a las Juventudes Hitlerianas. Con algunos
meses de diferencia, los dos niños tienen la misma edad. El
futuro Benedicto XVI permanecerá allí hasta el final de la
guerra. En 1944, tiene 17 años. A lo largo del medio siglo
restante, ni la más mínima explicación, ni una gota de arre­
pentimiento, ningún remordimiento, ese deporte nacional
de los católicos. Cuando Dios todopoderoso inspiró a los
cardenales electores en el cónclave, no consideró que ese
pasado fuese suficientemente pestilente como para guiar a
los ancianos hacia otro nombre. Dios es amor...
Claro que se puede decir que el muchacho no pudo
elegir, igual que millones de otras personas en esa época.
Como Eichmann, de hecho, se contentó con obedecer, con
no rebelarse, aceptando, consintiendo, rindiéndole tri­
buto al partido nazi. Igual que Eichmann, no asesinó con
sus propias manos. Como Eichmann, argumentó no haber
tenido opción. Igual que el cristiano Eichmann, el Papa
afirma que para los demás existe el libre albedrío y lo que
le sigue: la culpa, las faltas, por ende el castigo, la conse­
cuente expiación... Pero solamente para los demás...
Pero esto podría no ser lo más grave. Después de todo,
no ser un héroe no transforma a nadie en un hijo de puta
de facto... Pero si cuando éste se ha vuelto jefe del Vaticano
proclama dentro del recinto de Auschwitz que el nazismo
es producto de un "grupo de criminales", que el pueblo ale­
mán ha sido engañado por ellos, a pesar de haber votado
democráticamente como un solo hombre, que los crímenes
nazis constituyen "un ataque contra el cristianismo" (!),
nos vemos obligados a hacer un poco de historia. ¡Los cató­
licos son tan descarados con la memoria!
Recordemos que Pío XII firmó un convenio con el
nazismo; que el Vaticano nunca puso Mein Kampf en el
Index, lo que sí hizo con Montaigne, Descartes, Sartre,
Bergson y miles más; que ningún nazi fue excomulgado
por pertenecer a una ideología criminal -a l contrario de
los comunistas, que fueron excomulgados en bloque-; que
el Vaticano permitió, con sus pasaportes diplomáticos y su
red de evasión vía los monasterios alemanes, suizos e ita­
lianos, la fuga de criminales de guerra que así evitaron a la
justicia; que Hitler no era pagano sino deísta, y ni hablar
de anticristiano; que su libro elogia a Jesús echando a los
mercaderes del templo: judíos...; que celebra la grandeza
de la máquina imperial cristiana, y por consiguiente del
Vaticano; que los cinturones de sus militares ostentaban
el lema "Dios con nosotros", un eslogan muy poco ateo...;
que frente a la estrella amarilla y el triángulo violeta o rosa
que estigmatizaba a los judíos, a los Testigos de Jehová y a
los homosexuales, no hubo ningún signo contra los cristia­
nos, que jamás fueron perseguidos como tales... Etcétera.
El viaje reciente de Benedicto XVI a Auschwitz prueba que
Pío XII no tendría por qué avergonzarse de su sucesor...
Ana Frank tendría la misma o casi la misma edad que el
Papa actual.
RECETAS DE FILOSOFÍA MEDIÁTICA

No confundamos al filósofo que no rechaza el canal mediá­


tico que eligió para transmitir algunas de sus ideas, con
aquel que formatea su trabajo para mantener su visibili­
dad y luego le saca partido a través de las tareas consus­
tanciales a su profesión: tribunas periodísticas, dirección
de colecciones, artículos de opinión, prefacios y coloquios
sobrefacturados, anticipos de contratos que quedan en la
nada y otras posiciones de poder en el campo intelectual.
¿Cómo separar el grano de la cizaña? Vimos a Foucault,
Bourdieu y Derrida en televisión. Aunque no en cualquier
lado. Hay otros que sí aparecen en todos lados, multipli­
cando las oportunidades para que ocurran accidentes que
los revelan más y mejor. Un ejemplo: se publica un libro
que se llama Aprender a vivir, subtitulado Tratado de filoso­
fía para uso de las jóvenes generaciones. Linda música, bonita
cantinela, no se entiende muy bien por qué pero la canción
suena bien: ya se presiente que será un éxito de ventas...
¿Cuál es el problema? El título imita al de la última obra
de Jacques Derrida, Aprender por fin a vivir, libro de conver­
saciones con un egresado de la École Nórmale Supérieure,
periodista free lance en un periodicucho de la tarde, que con
esto tuvo su hora de gloria de la que parece que le cuesta
reponerse. El subtítulo proviene de un desvío similar, pero
en este caso del Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes
generaciones, de Raoul Vanegeim. Si esto fue consciente, es
hábil y pérfido, ya que el autor de la fechoría hizo la mayor
parte de su carrera en el odio a Derrida y a las ideas de
Vaneigem; si fue inconsciente, resulta todavía más revela-
dor del personaje... Porque observemos un poco qué es lo
que desapareció en el robo: ¡"por fin" y "saber vivir"! Exac­
tamente lo que le hace falta al autor del latrocinio: por fin
saber vivir. Una lección en forma de retorno de lo reprimido.
El mismo estafador admite que este libro proviene de
un curso improvisado, sin biblioteca ni referencias, que le
dio a su hija en vacaciones, en un país en el que el sol se
acuesta a las 6 de la tarde -vacacionar en Dunkerque esta­
ría fuera de lugar-. El filósofo tiene una memoria de ele­
fante, porque se pueden contar con los dedos de la mano
las páginas que no tienen de dos a tres citas extensas de
autores oficiales del programa de filosofía... ¿El nombre del
malhechor? Ahora es mi turno de desviar. Lacan, muy útil
en este caso de atraco, diría: Luc Fairire32...

32. Juego de palabras entre el nombre Luc Ferry y la forma verbal faire rire ("hacer
reír” ). (N. del E.)
EL PERIODISMO EXPLICADO A MI HIJA

Debo decirte que Rastignac33 es mi dios, mi héroe y mi


verdad. Hubo una época en la que enseñaba filosofía en
un colegio secundario de Normandía. Corregía deberes
lamentables, muy lejos de la idea que me había hecho de
mi carrera. Y sobre todo de mí mismo. Es por eso que dejé a
tu madre, renuncié al colegio, abandoné mi provincia pio­
josa y me fui a París, donde me dediqué descaradamente a
la seducción, a las lisonjas y a la adulación.
Durante años usé la crónica filosófica de un diario ves­
pertino para ensalzar a mediocres útiles, elogiar los valores
seguros e insultar a las pocas mentes libres. Acúsalos de
demagógicos, de populistas, de mentirosos, de falsificado­
res. Cuanto más exageres, mejor. La perfidia en un diario

33. Eugéné de Rastignac, personaje protagónico de Papá Goriot que también aparece
en otros libros de La comedia humana, de Honoré de Balzac. (N. del E.)
de gran circulación es interpretada como signo de un espí­
ritu independiente. Así uno disimula mejor su estrategia..,
A fuerza de acumular bajezas, logré entrar al Centre
National de la Recherche Scientifique: para eso basta con
dorarle la píldora en tu diario a los mediocres que integran
el jurado de admisión y, sobre todo, escribir las peores cosas
sobre sus adversarios o enemigos. Es mágico: enseguida
todos son tus amigos y reina el "hoy por ti mañana por mí".
La suma mensual asignada para investigar sin obligación
de encontrar nada es muy desahogada, te lo aseguro.
Mi posición actual me permite arreglármelas. En la
UNESCO, por ejemplo, puedo hacer desaparecer en una
tarde el presupuesto anual de útiles escolares de un cente­
nar de pueblos africanos. Basta con vender mi nombre -en
realidad, el del diario-: le hago tres preguntas tontas a un
panel de crédulos y me voy después de haber embolsado
el tesoro filosófico. Uno pierde el alma, es verdad, ¿pero
de qué sirve un alma cuando entre la gente útil nadie tiene
una? Te lo digo claramente: véndete, hija mía, el vicio es
tanto más satisfactorio que la virtud. Y, además, verás que
al rodar en ese lodo ya no necesitarás un analista.
La filosofía feroz
Me parece cada vez más que el filósofo, que necesaria­
mente es un hombre del mañana y del pasado-mañana,
se ha encontrado y debía encontrarse siempre en contra­
dicción con el presente: su enemigo ha sido siempre el
ideal de moda. Hasta aquí, todos esos extraordinarios
pioneros de la humanidad a los que llamamos filósofos
y que rara vez han tenido el sentimiento de ser enemigos
de la sabiduría, que se han considerado más bien locos
desagradables y enigmas peligrosos, se han asignado una
tarea dura, involuntaria, ineluctable, pero grandiosa: ser
la mala conciencia de su época.

F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §212.


LA GEOGRAFÍA DE LA ETERNIDAD ENGARZADA

Soy nativo de una Normandía pegada a la región de Auge,


una tierra de tarjeta postal con vacas marrones y blancas
que rumian en medio de pastizales verdes o de huertos de
manzanos vencidos por el peso de las frutas redondas y
rojas. Mi pueblo natal se encuentra en la intersección de
ese paisaje y una llanura modesta en la que se cultivan los
cereales ondulantes, trigo y cebada, avena y maíz. Y siem­
pre el agua, en todas sus formas: la lluvia, el rocío, la llo­
vizna, los charcos, las charcas, los arroyos, los ríos, todo
el conjunto dando a los verdes normandos sus magníficas
tonalidades. Soy de esta tierra, y probablemente me des­
compondré en ella.
Es por ello que amo Córcega. Esas son las razones
por las que ella es mi lujo. Brinda la perfecta antítesis de
mi cotidianeidad: el Mediterráneo, contra el tropismo
inglés de Normandía; África, contra las tierras hiperbó­
reas y frías al borde del canal de la Mancha; el sol, con­
tra los siempre ricamente cubiertos y trabajados cielos de
Boudin; las antiguas virtudes, casi feudales, de una isla en
la que se puede practicar, casi sin arriesgarse al ridículo,
la palabra dada, la amistad, la hospitalidad, la fidelidad y
otras riquezas descuidadas por el continente, preocupado
por imitar la inmoralidad marchita de los anglosajones.
En Córcega me siento africano, encendido, incandescente,
contemporáneo de los presocráticos y de Homero.
Allí, como en los cinco o, seis países de África en los
que he experimentado demasiado brevemente el calor, el
desierto, el silencio y el espacio, gozo de un tiempo lujoso,
de estadías magníficas. Mientras el continente vive bajo
el principio de un tiempo identificado con el dinero, el
Mediterráneo reactiva el registro de las Geórgicas de Virgi­
lio: tiempo prehistórico, en el sentido etimológico de antes
de la historia, tiempo de las estaciones y de la tierra, de los
planetas y del mar, del cosmos y de los viñedos. Los hom­
bres aceptan someterse a él exactamente a la manera del
mineral o del vegetal, consintiendo a la necesidad con la
voluptuosidad de quien conoce la eternidad engarzada
en el uso voluptuoso del presente.
Es por ello que, pese a no tener la fantasía del propie­
tario, cuando me da por soñar en las cuatro paredes que
podría comprar me las imagino en Córcega, modestas en su
construcción pero lujosas por la vista: quisiera poder mirar
el mar desde una terraza y ver cambiar sus colores -azules,
verdes, turquesa, negros, violetas, malvas y grises-. Luego
espiar, surgidas de la ola, la aparición de figuras que ace­
chan La llíada y La Odisea. Experimentaré allí los tiempos
magníficos de un contemporáneo de los griegos y de los
romanos, de los africanos y de los fenicios, sabiendo recor­
dar que en la época de las primeras huellas, hoy desapareci­
das, también se incluía a los libios -descendientes del filósofo
Arístipo de Cirene, el inventor del placer-, primeros ocupan­
tes curiosos de la isla devuelta a los misterios. Entonces, en
la tierra que lindaría con esta pequeña gran casa, a falta de
arcilla normanda, aceptaría una tumba con vista al mar.
TENDREMOS LA FILOSOFÍA FEROZ34

El euro actúa como un siniestro acelerador del proceso libe­


ral dominante. Anunciado desde hace algún tiempo, pre­
cipita la muerte del Estado-nación. Como tal, contradice
sintomáticamente los logros de la Revolución Francesa,
reducidos a una porción mínima. Los plenos poderes del
dinero, la abolición del Estado como máquina reguladora
de las contradicciones de la vida social, el fin de la indepen­
dencia monetaria, y por lo tanto económica y política, la
imposible cristalización activa y eficaz de un voluntarismo

34. La frase corresponde ai poema "Democracia" de Arthur Rimbaud, publicado por


primera vez en volumen en Iluminaciones (1886): “ La bandera va por el paisaje in­
mundo, y nuestra jerga provinciana ahoga el tambor. / En los centros alimentaremos
la prostitución más cínica. Masacraremos las revueltas lógicas. / ¡En las regiones
pimenteras y empapadas! Al servicio de ías más monstruosas explotaciones indus­
triales o militares. / Hasta la vista aquí, no importa dónde. Reclutas de la buena
voluntad, tendremos la filosofía feroz; ignorantes para la ciencia, astutos para el
confort; que el resto del mundo reviente. Ése es el verdadero camino. ¡Adelante, en
marcha!” . (N. del E.)
de izquierda pese a la vivacidad de la corriente crítica que
lo sostiene, todo ello caracteriza la llegada de la nueva era
a la que ingresamos con la cabeza gacha...
La realización de Europa supone, tras la desaparición
de los Estados-nación -ese primer tiempo de una dialéctica
sombría- la realización de una federación llamada, tarde
o temprano, a reemplazarla íntegramente: con su Constitu­
ción, su Parlamento, su jefe de Estado, sus leyes, su derecho,
Europa prepara y anuncia el ineluctable gobierno planeta­
rio del que ella y el euro son sólo las premisas indoloras.
A futuro, el liberalismo apunta al imperio sobre la totali­
dad de las tierras y de los pueblos del planeta. Nos encon­
tramos al alba de ese nuevo colonialismo.
Ahora bien, la moneda común no justificaba la moneda
única. Tanto es así que con la banca electrónica y las tarje­
tas bancarias ya disponíamos de una real moneda planeta­
ria -y no tan sólo local, como lo es el euro en la zona limi­
tada a los intereses del club de los países industrializados
y burgueses-. El dinero liberal dispone desde entonces de
sus iconos, de sus fetiches: liberales de izquierda y liberales
de derecha, que se reparten alternativamente la gestión y la
administración del capitalismo, comulgan con esos símbo­
los. Su pan y su vino, su eucaristía...
Nuestra época debe vivirse, entonces -seamos hege-
lianos, una vez no hace costumbre...-, a la manera de la
culminación de un ciclo. Fin de siglo, de milenio y de civili­
zación. El nacimiento del euro da cuenta, paradójicamente,
del fin de la preeminencia de Europa en el mundo. Ante
el cadáver de esta entidad difunta, las monedas y billetes
valen como certificado de defunción, no de nacimiento.
Se cree que se hace Europa, pero de hecho se embalsama su
cadáver antes de la superación, negación y cumplimiento
de esa antigua figura en un gobierno planetario convo­
cado enérgicamente por el liberalismo y sus predicadores
-comerciantes, banqueros, financistas, economistas, corre­
dores de bolsa, políticos...-.
Ya los mercados, las transacciones y la circulación de
flujos que ignoran las naciones se burlan de las fronteras
y de las patrias -y por lo tanto de aquellos que sufren
allí como víctimas del capitalismo- y dan cuenta de esta
nueva religión: existieron las pirámides egipcias, los
templos griegos, los foros romanos y las catedrales euro­
peas; de aquí en más habrá que contar con las bolsas de
las megalópolis. El liberalismo es una religión, el euro su
profeta; el planeta, su territorio... He aquí el tiempo de los
asesinos. De Rimbaud, esta otra profecía inducida: "ten­
dremos la filosofía feroz".
CONTRA LAS MADRES Y LAS ESPOSAS, LAS MUJERES

Siempre me ha parecido ridicula esa idea de que la mujer


sería el futuro del hombre. Viniendo de un poeta que se ha
afanado en encontrar el camino de los niños varones desde
la desaparición de su mentor hembra, creo incluso que ese
verso convertido en muletilla no carece de gracia...
¡Qué no haríamos para convencernos de que amamos
cuando nos conformamos con obedecer las meras órdenes
de la naturaleza! Incluida allí una letanía de poemas dedi­
cados a los cantores de fiestas populares o de colegiales
que cuentan los pies y transpiran -y no a la inversa- en la
clase de versificación... En las bases del buen gusto, el amor
-o aquello que se hace pasar por é l- merece perpetuidad...
Porque las mujeres no son ni el futuro, ni el pasado, ni
el presente de los hombres. ¡Qué idea extraña y descabe­
llada! Demasiados siglos cristianos han enseñado que ellas
no son nada, menos que nada, la hez de la humanidad, sin
alma, indignas de consideración, pecadoras, incitadoras
y otras sandeces. Nos equivocaríamos si creyéramos que
oponiéndonos sistemáticamente a esta extendida ideología
decimos cosas inteligentes: la oposición a una estupidez
punto por punto corre fuertemente el riesgo de ser también
una estupidez...
De allí una invitación a pensar las citas y su correlato
ideológico (las mujeres serían mejores en política que los
hombres, aportarían aire fresco a este universo nausea­
bundo, tendrían éxito allí donde los hombres fracasan,
etc.) como una forma hábil y nueva de seguir despre­
ciando a las mujeres. Si ellas son absolutamente nuestras
iguales, cosa que creo, hacen mal aquello que los hombres
hacen mal: el poder las corrompe en igual medida, la retó­
rica las habita del mismo modo, la demagogia las anima
con la misma constancia, las resignaciones las acompa­
ñan, las promesas no cumplidas, etcétera.
Allí donde la realidad, por su naturaleza, disminuye a
los hombres, afecta del mismo modo a las mujeres. Cuando
los machos son inútiles, las hembras también lo son -n i más
ni menos-. La igualdad supone el fin de la discriminación
tanto negativa, la antigua, como la positiva, la nueva, la
moderna, la que está de moda. Ni misoginia ni falocracia,
desde luego, pero tampoco ginefilia o vaginocracia. El hom­
bre no es el futuro de la mujer; la mujer no es el futuro del
hombre. Intrínsecamente, las mujeres no aportan nada que
los hombres no hagan ya. Salvo si se piensa que ellas son
suaves por naturaleza, finas, gentiles, pacifistas, que tienen
sentido del matiz allí donde los hombres serían duros, pesa­
dos, gruesos, malvados, belicosos y actuarían como bull-
dozers. Si nos resignáramos a semejante visión del mundo,
habría que añadir que los negros tienen sentido del ritmo,
que los judíos aman el dinero, que los asiáticos son pérfidos
y los árabes genéticamente delincuentes... y los corsos bioló­
gicamente holgazanes...
Que las mujeres desconfíen: cuando los hombres sos­
tienen discursos tranquilizadores sobre ellas, esconden a
menudo el deseo de seducirlas y limitarlas mejor. El azú­
car poético envuelve maravillosamente la punta embebida
de curare con la cual el macho apunta a su presa con la
certeza de no errarle. Cupido no es un angelito inocente,
sino un cazador sin fe ni ley. Unas veces entona versos y
adquiere la forma de Jean Ferrat cloqueando con los poe­
mas de Aragón...35 Otras se oculta tras la pluma de un filó­
sofo y redacta su misiva para Córcega... Que las mujeres
dejen de pensar que su plenitud pasa por la maternidad
o el casamiento, puesto que supone la exacerbación de su
subjetividad, y serán el futuro de ellas mismas, el único
que realmente importa.

35. Jean Ferrat (http://www.jean-ferrat.com) es un reconocido cantautor francés (1930-)


que alcanzó uno de los puntos más altos de su carrera cantando poemas de su
compatriota Louis Aragón (1897-1982), uno de los fundadores del movimiento
surrealista y, junto a Paul Eluard, uno de los llamados poetas de la Resistencia
durante la Segunda Guerra Mundial. (N. del E.)
INVENTAR UNA VIDA EXITOSA

La posteridad funciona de manera extraña: a menudo


transforma a un individuo en destino a partir de parado­
jas, de malos entendidos, de errores, de aproximaciones
y otros leves desfases de la realidad. Así, Jean Toussaint
Desanti36, a quien el rumor se afana en presentar como
a una figura mayor de este siglo XX filosófico -¡"e l más
importante de los filósofos franceses de la actualidad"!, lle­
gaba a afirmar la contratapa de una de sus obras publicada
en 1999-, mientras que en más de medio siglo se le conoce
apenas un verdadero libro: Les Idéalités mathématiques, su
tesis de filosofía de las ciencias, austera y probablemente
leída por un puñado, ni siquiera quizás por aquellos que
propagaban el halago...

36. Filósofo francés nacido en Córcega (1914-2002). En 1968 publica la que es con­
siderada su obra mayor, Idealidades matemáticas (N. del E.).
Con ese opas, dos o tres textos de entrevistas, una com­
pilación de artículos, Jean Toussaint Desanti poseía un aura
que superaba ampliamente los efectos producidos por su
pensamiento -una filosofía de las ciencias inyectada de un
lenguaje fenomenológico de los años setenta-, ¿Por qué,
entonces, tildarlo de genio? Cierto, tuvo como discípulos a
oyentes famosos, entre ellos a Althusser y a Foucault, ade­
más de a una generación de aspirantes a catedráticos que
luego terminaron al mando de la máquina universitaria
-y los demócratas aman con locura a los profesores de las
escuelas elitistas parisinas-, ¿Pero es eso suficiente?
¿Su trayecto en el siglo, quizás? Nada, tampoco, que
denote la excepción, la excelencia, o que indique una
madera de héroe, un porte de genio, un hábito de santo...
Una formación de estudiante normalista en París; una
resistencia honorable, aunque de papel, a partir de julio
de 1942; una adhesión al Partido Comunista pro-soviético
en 1943; un activismo estalinista hasta 1953; un oficio de
profesor de filosofía mantenido hasta la edad de su jubila­
ción, un entusiasmo en definitiva gregario en Mayo del 68.
¿Entonces? Entonces nada por allí tampoco...
¿Cómo, entonces, explicar esa pasión sentida por todos
aquellos que la han profesado si no es deduciendo que su
carisma, como en una figura socrática, provenía de su con­
tacto, de su palabra, de su verbo, de aquello que no pasa
nunca la barrera del libro, de la transcripción escrita y de la
entrevista fijada en el papel? Si ése fuera el caso, entonces
todos aquellos que no tuvieron la suerte de habérsele acer­
cado ignorarán definitivamente lo que han podido ser esa
voz, ese cuerpo, esa presencia, esa sonrisa picara captada
alguna vez por una fotografía. Misterio...
Ahora bien, en el tren que me llevaba a mi casa en Nor-
mandía, a mediados de enero, descubrí en los diarios los
primeros comentarios de La liberté nous aime encore, otro
libro de entrevistas con un periodista. Decididamente..,
leyendo esos artículos, aquello que leí de ese personaje
me gustó: ese gusto (¿corso?) por las armas, incluso en las
calles de París, esa especie de descuido (¿corso?) que deja
a los otros la desesperación por la escasez de sus libros
publicados, esa determinación (¿corsa?) por construir su
existencia sin preocuparse por las normas, las leyes, los
prejuicios dominantes. Allí entrevi el carisma del hombre.
Mi simpatía aumentó cuando descubrí su excepcio­
nal historia de amor con su mujer durante sesenta años.
El encuentro sobre los techos de la ENS37, el gato que acari­
ciaban juntos, la decisión, en ese momento, que sería de por
vida, el rechazo a someter al otro, de apropiárselo, la prác­
tica sartriana de los amores necesarios (el pivotal de Fourier38)
y de los amores contingentes (el cambiante del mismo), la
construcción de dos libertades en contrapunto: la inven­
ción de su existencia como filósofo. Entonces decidí leer ese
libro en cuanto me fuera posible -luego, al abrir Liberation
esa mañana del 21 de enero, descubro que Jean Toussaint
Desanti acababa de morir-. De repente, me encuentro triste...

37. École Nórmale Supérieure. (N. del E.)


38. Charles Fourier, economista francés (1772-1837) considerado predecesor del so­
cialismo, propuso la creación de falansterios, pequeñas cooperativas nacidas de ía
asociación de trabajadores cuyo resultado utópico sería la "armonía universal” . Su
sistema filosófico y social contemplaba la poligamia tanto para eí hombre como para
la mujer, sin perjuicio para e! amor único, al que llamaba amor pivotal. (N. del E.)
LAS DOS VIOLENCIAS

La violencia es tan vieja como el mundo y nos equivoca­


ríamos si la creyéramos más extendida hoy que ayer o
anteayer. Desde el inventor del garrote paleolítico hasta
el ingeniero que pone a punto una bomba de rarefacción
de oxígeno, la brutalidad no cesa, se metamorfosea. Se la
llama legítima cuando pretende hacer respetar el orden
republicano -de hecho, cuando se contenta con permitir y
garantizar el buen funcionamiento de la máquina liberal-.
Por el contrario, se la considera ilegítima cada vez que pro­
viene de individuos que actúan por su cuenta -de la ratería
al asesinato político pasando por las agresiones, crímenes y
delitos inscritos en el Código Civil...-.
Opino que la delincuencia de los individuos funciona
como contrapunto de la delincuencia de los gobiernos. En
todas partes del planeta los Estados contaminan, avasallan
a las minorías, declaran guerras, aplacan las sublevaciones,
reprimen las manifestaciones, encarcelan a los opositores;
practican la tortura, las detenciones arbitrarias, ahorcan,
arrestan, en todas partes compran silencios y complici­
dades, desvían fondos en cantidades faraónicas y otras
preciosidades reportadas parcialmente por la prensa coti­
diana. Esa violencia no encuentra nada por encima de ella,
y es eso lo que la hace llamarse legítima.
Paralelamente, los delincuentes privados hacen gritar
como descosidos a los practicantes de las violencias públi­
cas. Como si fuera un solo hombre, el personal político se
excita ante estas cuestiones cruciales para los demagogos:
la inseguridad, la delincuencia, la criminalidad, las inci­
vilidades; a esto se limita el debate político contemporá­
neo. ¿Represión o prevención? Ahora hasta se rechaza esta
alternativa, antaño operativa, para responder de una sola
manera: represión. En nuestras sociedades despolitizadas,
las diferencias residen en las formas y ya no en el fondo.
Los depredadores que activan el liberalismo actúan
más allá del bien y del mal, acumulan considerables rique­
zas que se reparten entre ellos dejando a la mayor parte de
la humanidad pudrirse en la miseria. El dinero, el poder,
los honores, el goce, la fuerza, la dominación, la propiedad
lo es todo para ellos, un puñado, una elite; para los otros,
el pueblo, los humildes, los simples, bastan la pobreza, la
obediencia, la renunciación, la impotencia, la sumisión,
el malestar... Villas señoriales en los barrios elegantes de
los países ricos contra chozas derrumbadas en las zonas
devastadas; fortunas concentradas en el hemisferio Norte,
pobreza en el hemisferio Sur; ricos del centro y deshereda­
dos de los suburbios; perros y gatos hartos de Europa, niños
africanos que mueren de hambre; prosperidad económica
de los pudientes contra suspiro de las víctimas exangües.
Violencia legítima de los poderosos contra violencia ilegí­
tima de los mendigos, el viejo motor de la historia...
Nos equivocaríamos si apuntáramos los proyectores
sólo sobre las violencias individuales cuando todos los
días la violencia de los actores del sistema liberal fabrica
situaciones deletéreas en las que se hunden aquellos que,
perdidos, sacrificados, sin fe ni ley, sin ética, sin valores,
expuestos a las asperezas de una máquina social que
los tritura, se contentan con reproducir a su nivel, en su
mundo, las exacciones de aquellos que (los) gobiernan
y permanecen en la impunidad. Si las violencias llama­
das legítimas cesaran, se podría finalmente considerar la
reducción de las violencias llamadas ilegítimas...
ELECCIONES, ¿TRAMPA PARA BOBOS?

La instauración del sufragio universal directo daba cuenta


de un incuestionable progreso sobre la arbitrariedad de los
regímenes autoritarios, tiránicos o despóticos de antaño.
Contra el poder feudal de uno solo, contra el capricho
monárquico o el cinismo mercantil de la Revolución Indus­
trial, llamar a consultas electorales para decidir en común la
mejor forma a adoptar para gobernar bien un país merecía
y justificaba la lucha. Pasado el tiempo, ¿qué han hecho los
políticos de esta excelente idea? Una caricatura, un juego
ridículo orquestado por los comunicadores y los medios,
una comedia lamentable.
Al menos hay un puñado que comulga con la idea libe­
ral y que liquida lo político en la economía, incluso en la
religión: el economicismo. Para ellos, las ideas están muer­
tas y enterradas: el discurso falsamente humanista de los
derechos humanos les sirve de auxilio en todo momento.
Dejan algunas sobras a aquellos que aún creen en la política
y en las ideas que la acompañan, cierto, pero a la manera
de los señores que toleran a los campesinos al pie de sus
mesas para recoger las migajas. La muerte de la política
orquestada por el liberalismo triunfante viene acompa­
ñada por el devenir insignificante de las elecciones, que
proponían una genealogía de la soberanía.
Hoy se burlan de la opinión de las bases. A contrapelo
de lo que ella pretende, la clase política no la comprende
ni la escucha, pero intenta, a través de sus consultas, darle
la ilusión que necesita. De hecho, se la descuida, se la des­
precia y además se le pide silencio. Las elecciones son
ahora una farsa que pretende el ideal democrático; hacen
creer en la verdad de un mecanismo que sin embargo está
quebrado desde hace tiempo. Son parodias que se valen
de grandes palabras -Democracia, Pueblo, Nación, Repú­
blica, Soberanía-, pero que ocultan mal el cinismo de los
gobernantes: se trata, para ellos, de instalar y de mantener
una tiranía soft que produce un hombre unidimensional
-e l consumidor embrutecido y alienado- como ninguna
dictadura ha logrado producir jamás...
Trampa para bobos, eso es lo que son las elecciones,
puesto que mucho antes de los resultados -Chirac o Jos­
pin...- se sabe que tendremos un presidente liberal. Poco
importa que provenga de la derecha o de la izquierda: el
liberalismo siempre es de derecha. ¿Quid, entonces, de las
lecciones de estas elecciones? El considerable abstencio­
nismo, el desprecio por los votos blancos o nulos (es decir,
con esas dos opciones, una mitad de los electores...); la
profusión de pequeños candidatos rebeldes, la pobreza de
la mayoría de sus programas (¡la caza, la pesca y la tradi­
ción como proyecto de sociedad!); la desmovilización de la
segunda vuelta a causa del desprecio simple y llano de los
deseos emitidos en la primera, el desinterés cuando ya no
queda sino elegir entre la peste o el cólera. Ése es el alcance
de los daños.
Una vez electo el presidente, los hombres de par­
tido, tanto de derecha como de izquierda, guardarán en
sus galeras mágicas esta costosa maquinaria electoral,
demagógica, despreciable y despreciativa, este teatro que
absorbe la energía mediática, intelectual, cultural y política
durante meses y meses. Una vez que nos hayamos desen­
gañado, nos quedará por descubrir las consecuencias de
estas parodias electorales: la impotencia de los gobernan­
tes crispados sobre la única gestión liberal de la política
generará según lo convenido las violencias urbanas, las
manifestaciones en las calles, las reivindicaciones categó­
ricas y creará una comedia para los demagogos capaz de
cristalizar su desesperación. Situación ideal para fomentar
guerras civiles o regímenes autoritarios.
LA IZQUIERDA ESTÁ MUERTA. ¡VIVA LA IZQUIERDA!

El liberalismo triunfa en el planeta sin encontrar ahora el


contrapoder de una ideología que lo resista. Hasta hace
poco el comunismo proporcionaba una alternativa. Valía
lo que valía, poco, pero al menos cumplía su papel impi­
diendo los desbordes de arrogancia de un capitalismo
creído de sí mismo. El socialismo republicano surgido de
la Tercera República se envilecía un poco perfumándose
a veces con algunos conceptos del tipo "lucha de clases",
"proletariado", "capitalismo", pero nada demasiado grave,
puesto que se trataba de captar al electorado de los olvida­
dos por el liberalismo...
Desde la caída del Muro de Berlín, la misa está cantada.
La izquierda ya no cautiva, como Mitterrand39, su embaja­

39. Frangois Mitterrand (1916-1996), presidente de Francia entre 1981 y 1995 por el
Partido Socialista. (N. del E.)
dor francés, que desde 1983 había juzgado conveniente con­
vertir el socialismo de Jaurés40 en el caldo liberal. No dejó
de hacerse las dos preguntas de Maquiavelo: ¿cómo llegar
al poder? Y luego ¿cómo permanecer en él? A esos dos inte­
rrogantes respondía de igual modo: todo lo que permita el
éxito de mi empresa es bueno. Los socialistas podían elegir
entre la honestidad, la integridad y la inteligencia sin Mitte-
rrand o el goce del poder con él, pero echando por la borda
los principios y la moral. Ya conocemos su elección...
Desaparición del socialismo, disuelto en la Europa de
Maastricht, el nuevo embuste destinado a hacer tragar la pil­
dora liberal; fin, para los obreros, los pobres, los modestos, los
simples, los asalariados, de una posibilidad de tener represen­
tación y de existir políticamente; en definitiva, farsa en pos del
capitalismo y de sus secuaces, la derecha. Un cuarto de siglo
-¡queda lejos mayo de 1981! - bastó para que la izquierda se
institucionalizara y, de la banda de los R25 mitterrandianos
a los Safrane jospinianos41, rompiera definitivamente con la
famosa Francia de abajo, teóricamente su base...
Le Pen42 podía entonces aceptar la apuesta. Económi­
camente de derecha y socialmente de izquierda, el tuerto
clamó venganza y revancha para aquellos a quienes los
socialistas y los comunistas (desde entonces tan frescos

40. Jean Jaurés (1859-1914), poíítico francés socialista fundador del diario
L’Humanité. Fue asesinado el 31 de julio de 1914. (N. del E.)
41. El Renault 25 (R25) fue durante parte de la presidencia de Mitterand el auto oficial
del Palacio de Gobierno, mientras que el Renault Safrane io fue durante ¡a gestión
de Lionel Jospin como primer ministro (1997- 2002). (N. del E.)
42. Jean-Marie Le Pen (1928-), presidente del Frente Nacional (Front National, FINI), parti­
do nacionalista francés de extrema derecha. En 2002, Le Pen llegó a ia segunda vuelta
de las elecciones presidenciales, en las que perdió ante Jacques Chirac. (N. del E.)
como el cadáver de Lenin) despreciaron durante tanto
tiempo. Mitterrand se destacó menos en el arte de dirigir
a la izquierda que en el de dividir a la derecha con esa
creación nacional-populista. Luego le ha dejado su herencia
a Jospin -que por una vez debería haber ejercido su famoso
derecho de inventario-. Resultado: ¡Chirac y Le Pen en la
segunda vuelta de las presidenciales!
Esta democracia nunca lo ha sido tan poco como entre
las dos vueltas,, en donde dio de sí misma un espectáculo
histérico y lamentable: unión de la patronal y de los comu­
nistas, de la Iglesia y de los francmasones, de los obreros y
de los intelectuales, de la izquierda y de la derecha, de los
parisinos y de los provincianos, de los futbolistas y de los
filósofos, de los izquierdistas y de los veteranos de guerra.
Francia dio el espectáculo de su miedo -y de nada m ás-
Nada de soluciones, de propuestas, de proyectos, de fuer­
zas alternativas: sólo miedo, el miedo de los que gozan de
buena salud y siempre se muestran despreocupados por
las víctimas del sistema...
El liberalismo ha creado pobres y excluidos en canti­
dad, ha sumido a la totalidad de los sectores del mundo
al principio del dinero, ha transformado la inmigración en
problema cuando el problema es la pobreza, luego ha colo­
cado a su representante más servil, Chirac, al mando del
Estado por cinco años. Al ganar las legislativas, nadie duda
que nos preparará la mascarada, su especialidad. Pronto
la política dejará de hacerse en esos lugares de payasería
generalizada -el Elíseo, Matignon, la Asamblea Nacio­
nal-: la calle se convertirá, desgraciadamente, en el único
recurso. ¿Cuánto falta para la catástrofe?
ES HOMERO AL QUE ASESINAN..

El movimiento de la historia obedece a algunas leyes ele­


mentales, entre ellas la de los ciclos: una civilización nace,
crece, culmina, decrece y luego desaparece dejando lugar a
otra que experimenta la misma lógica. Así, en la sucesión,
Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, Bizancio,- Europa,
cada una ha barrido a la precedente al tiempo que la dige­
ría para conservar un cierto número de sus experiencias.
El movimiento de la historia puede leerse entonces en la
geografía: todos esos momentos sublimes de la inteligen­
cia, de la cultura, del arte, de la política, del comercio, se
desplegaron en relación con el Mediterráneo. La astronomía
caldea, la matemática y la arquitectura egipcias, la razón y
la democracia griegas, la política imperial romana, la teolo­
gía de Constantinopla y el monoteísmo judeo-cristiano han
fabricado una psiquis mediterránea sobre la cual aún vivi­
mos, al menos por lo que resta.
Estamos en el fin del ciclo, en un período de turbulen­
cias. Nuevos valores esperan en un clima de desconcierto,
cuyos síntomas son el regreso del pensamiento reaccio­
nario y conservador, el progreso de los neo-fascismos, las
celebraciones del particularismo étnico y del repliegue tri­
bal, a lo cual se añade la impotencia de la izquierda para
ofrecer un discurso alternativo.
La visibilidad del fin de Occidente tiene una fecha
de nacimiento: el 6 de junio de 1944, cuando los estado­
unidenses desembarcaron en las playas de Normandía
argumentando un amor desenfrenado por la Libertad
que los llevaría a sacrificar a sus soldados, cuando se tra­
taba de resolver sobre el suelo europeo el problema que
les había impuesto Hitler al declararles la guerra. Parecía
menos costoso resolver el problema en tierra extranjera
que esperar los bombardeos de la Luftwaffe sobre Nueva
York, incluso la puesta a punto por parte de los nazis de
aviones a reacción y de la bomba atómica.
La política del AMGOT (Allíed Military Government of
Occupied Territories) lo confirma: los estadounidenses vinie­
ron a Francia para transformar el país en colonia. ¿Para
qué, si no, esos billetes impresos por los "libertadores" para
reemplazar la moneda francesa, o ese proyecto de reciclar a
los altos funcionarios de Vichy43, poco sospechosos de haber
sido comunistas, en la administración us del Hexágono? ¡De
paso, los estadounidenses creaban el mito de una nación

43. Vichy, en el departamento de Aílier, región de Auvergne, fue la sede de lo que se


conoce como la Francia de Vichy, el régimen instaurado en parte del territorio fran­
cés y de sus colonias tras el armisticio con la Alemania nazi, entre junio de 1940
y agosto de 1944, (N. de! E.)
capaz de sacrificarse por amor a la Libertad! Premisas de
Vietnam, de Irak, de Kosovo, de Afganistán, sin hablar de la
brutalidad gubernamental generada durante años en Amé­
rica Latina... Mientras se prepara lo que sigue.
Esas operaciones policíaco-militares de gendarmería
planetaria necesitan un enemigo: el nazismo (no los fascis­
mos, que gozan del favor estadounidense), el comunismo
y hoy en día el islamismo. Desde luego, los estadouniden­
ses no se preguntan nunca cómo esas pestes -rubia, rojá/
verde- provienen de la brutalidad de su capitalismo, que
genera la pauperización, ella misma en el origen de esas
ideologías mortíferas: ¡ellos inoculan el mal, luego se pre­
sentan como los médicos salvadores!
En su lógica, Estados Unidos no tiene necesidad de
cultura, de intelectuales, de artistas, de poetas, de filósofos,
sino de físicos, de economistas, de banqueros, de asegu­
radores, de financistas, de jefes de empresa, de militares,
de políticos. La cultura mediterránea está muerta y ahora
nos reímos de Homero, de Platón y de Dante. ¿Para qué?
Si existe Disneylandia, las series televisivas, Coca-Cola, los
Mac Donalds, las historietas, los rollers, los Walkman, las
i-Mac y los aviones furtivos tan útiles para hacer avanzar
la causa de la democracia.
LOS DOS MEDITERRÁNEOS

El Mediterráneo sufre una recuperación intelectual del


norte del continente europeo, siendo objeto de una evi­
dente confiscación por parte de los hiperboreales, al punto
que lo presentan como el crisol de esa Europa en la que
nuestra civilización se agota y se extingue. Atenas, Roma y
Bizancio como preparación a las catedrales... El dualismo
y el odio del cuerpo versión Platón pasados por la proce-
sadora judeo-cristiana producen una cultura en la que el
libro reemplaza a la carne y el espíritu al cuerpo, y en la
que se prefiere más la muerte que la vida.
¿Pero quid del otro Mediterráneo? ¿Aquel de la Escuela
de Dionisios, del sol y del mar, del erotismo y de la fertili­
dad de los cortejos báquicos y de las lupercales endiabla­
das? ¿Aquel, también, de los cuerpos bellos, de las carnes
alegres, de las pieles cómplices, del pámpano, de la vid con­
temporánea de los siglos de antes del pecado, la culpa y la
falta? El Mediterráneo solar no necesita de los instrumen­
tos de tortura del Mediterráneo nocturno transmitidos por
los libros (Antiguo y Nuevo Testamento, Corán): las prohi­
biciones, la misoginia, la celebración de la maceración, el
desapego a la vida, la pasión por la muerte. El monoteísmo
infecta Europa desde hace ya demasiado tiempo...
El culto fetichista del libro provee un modelo cultural
que impregna incluso a aquellos que quieren deshacerse
de su influencia: la identidad de los dominantes se afirma
a golpe de referencias cerebrales. Supone un archipiélago
de grandes hombres, de hechos y de gestos memorables.
Poetas, filósofos, novelistas, militares, arquitectos, músicos,
pintores y escultores constituyen un coro que da el la: en un
caso así, una civilización se limita al diccionario, a la enci­
clopedia. El Mediterráneo nocturno ama la oscuridad de las
bibliotecas y de los museos, adora el polvo de los conserva­
torios y de los archivos.
El Mediterráneo solar vive de playas y de arena, de
sol y de luz, de amistad y de amor, de vino y d e farniente,
de calor y de mar, de conversación y de verbo. Su iden­
tidad pasa menos por el papel que por la vida: el cuerpo
sin pecado, la carne que ignora la falta, la expresión coti­
diana de sí mismo vivida como una suave voluptuosi­
dad, la pasión por el paisaje, el sentimiento oceánico, la
capacidad de meditar ante la calidad de las luces de una
jornada que se despliega y se desarrolla en un azul side­
ral, la conciencia y la mirada en línea directa con la vas­
tedad de los cielos, la extensión de las aguas, la majestuo­
sidad de las montañas. En definitiva, un arte del cuerpo
sensual y festivo.
El Mediterráneo judío, cristiano y musulmán combate
desde siempre esa filosofía de la carne gozosa. La Europa
liberal es su criatura. Hipnotizada por el dinero, el mer­
cado, el trabajo, la expiación y el sufrimiento, secreta una
religión higienista que causa estragos: ni tabaco, ni alco­
hol, ni velocidad, ni calorías, sino agua, deportes, alimen­
tos livianos, todo por la economía burguesa del yo... Como
cómplices de las locuras cínicas y cirenaicas, de esos otros
Mediterráneos que vivían primero y filosofaban luego, que
disfrutaban primero de la existencia y luego encaraban la
teoría de forma secundaria, apostemos a lo solar contra lo
nocturno, a la pulsión de vida como antídoto contra el ins­
tinto de muerte. Y que venga ese otro Mediterráneo...
LOS ZOOLÓGICOS NACIONALISTAS

En estos tiempos de lo políticamente correcto agresivo e


integrista, no es bueno estar del lado del mariscal Pétain44
y de sus valores. La moda ya pasó... Y, sin embargo, jamás
la trilogía mariscalista se ha portado tan bien. Amamos el
trabajo, nos desarrollamos con él, lo queremos, lo buscamos,
invertimos en él lo esencial de nuestro tiempo, practicamos
la cultura de la empresa, el orgullo de la empresa, la escuela
ha renunciado a fabricar individuos inteligentes y, como
si fuéramos uno solo, únicamente produce mano de obra;
celebramos la familia, la pareja, el hogar, el techo común, los
niños, la procreación, la tribu, al punto que hasta los homo­

44. Philippe Pétain (1856-1951), m ilitar y político francés, héroe en la Primera Guerra
Mundial, accedió a la jefatura de gobierno de la Francia no ocupada -con capital
en Vichy- el 16 de junio de 1940, Al finalizar la guerra, Pétain fue condenado a
muerte por su política colaboracionista con la Alemania nazi, pero fue beneficiado
por la conmutación a prisión perpetua. (N. del E.)
sexuales reivindican el derecho a amamantar y a cambiar a
los bebés; en fin, somos franceses, amamos a Francia y sus
banderas, sus himnos y sus colores -¡Mundial de fútbol,
elección presidencial y Tour de Francia dan cuenta de ello!-.
¿Habrá dos nacionalismos? ¿Uno malo, aquel del abuelo,
boina vasca y una baguette bajo el brazo, y uno bueno, el post-
modemo, cool, modernizado con los colores fashion? Todo nos
hace pensar eso... Ahora bien, los nacionalismos funcionan
sobre los mismos principios: exclusión, rechazo, aceptación
del otro sumida al principio de renuncia a su identidad, a su
singularidad (¡la famosa integración!). Asimilado, desapare­
cido, dejando de ser aquello que era, consentimos a abrirle la
puerta. El nacionalismo es binario: el bien reside en su casa
-su suelo, su sangre, su tierra, su raza, su pueblo, su historia-;
el mal anida afuera -el otro, el extranjero, el bárbaro-.
De la extrema derecha a los soberanistas republicanos
pasando por los nacionalistas étnicos y regionales, siempre es
el mismo eslogan: ¡Francia para los franceses, Bretaña para los
bretones, Córcega para los corsos! Ese discurso propone un
modo de utilización simplista y explica aquello que merece­
ría ser dicho por una policía identitaria: (buen) francés, (buen)
bretón, (buen) corso. Vivir en su tierra -las vacas, los cerdos y
los corderos están allí-; adaptar los barrios de nobleza feudal
de ocupación de la tierra -las ruinas tienen derecho a ello-;
demostrar sus orígenes -los espinos pueden pretenderlo-;
hablar la lengua, incluso si apenas se la chapucea, con los cas­
settes Assimil45 al alcance de la mano... El bárbaro es el otro,

45. Empresa francesa con más de setenta y cinco años en el mercado de la enseñanza
de idiomas. (N. del E.)
aquel que vive en nuestra casa, ocupa nuestras tierras, viene
de afuera y habla otra lengua, come nuestro pan francés,
nuestro bruccio46 corso y nuestro faiA1 bretón.
El nacionalismo postmoderno es igualmente ridículo:
negro-blanco-beur4*, ajustado a las cuotas de importación,
adaptando Debussy al rap binario, escogiendo a sus héroes
entre los deportistas, los actores de cine o los presentado­
res de televisión, celebrando el mestizaje obligatorio, la
juventud, la incultura, el culto consumista y la religión de
la apariencia, la ausencia de memoria, el narcisismo y el
egocentrismo. He aquí con lo que se podría volver a pintar
a Marianne49 y promover un nacionalismo con los colores
fluo de moda...
Ahora bien, todos los nacionalismos son reduccionis­
tas y locales; encierran y llaman a las fronteras, luego los
muros, a veces los alambrados de púas; incitan a lo bina­
rio, al maniqueísmo con el cual fácilmente se lleva a los
hombres a los conflictos, a los asesinatos, a los combates,
a las guerras, a las trincheras; transforman la tierra sobre
la que flota su bandera, se entrena su ejército, resuenan sus
himnos y florecen sus prisiones en campos sitiados -en
zoológicos-. Releamos a aquellos griegos que celebraban el
cosmopolitismo, remedio al nacionalismo, esa enfermedad
infantil de la globalización.

46. Queso de Córcega a base de leche de oveja o de cabra. (N. del E.)
47. Pastel bretón con pasas y ciruelas. (N. del E.)
48. Beur. nacido en Francia de padres inmigrantes de origen magrebí. (N. del E.)
49. Marianne, bajo la forma de una mujer con gorro frigio, es la representación simbó­
lica de la República francesa y encarna la permanencia de sus valores y los de sus
ciudadanos: “ Libertad, Igualdad, Fraternidad” . (N. del E.)
HAY QUE LIQUIDAR MAYO DEL 68

Más allá de los golpes de imagen y de los resultados mediá­


ticos, el gobierno de Raffarin50 encuentra su legibilidad en
un tipo de restauración que toma Mayo del 68 como cabeza
de turco y propone reconciliarse con los valores del farma­
céutico y del notario. La confesión nunca es tan clara, pero se
percibe en la banda de Matignon51 una confirmación sobre
la decadencia de Francia que delega la responsabilidad en
las barricadas de antaño. El retorno del gaullismo52 parece

50. Jean-Pierre Raffarin, primer ministro de Francia entre el 6 de mayo de 2002 y el


31 de mayo de 2005. (N. del E.)
51. Residencia oficial del primer ministro francés. (N. del E.)
52. Charles de Gaulie (1890-1970), m ilitar de carrera y presidente de Francia entre
1958 y 1969. E! discurso del 18 de junio de 1940, difundido por la BBC de
Londres, en el que desde su cargo de subsecretario de Guerra y Defensa llamó a la
resistencia del pueblo francés contra la invasión de la Alemania nazi lo erigió en
líder de la Francia libre frente al régimen colaboracionista de Vtchy. (N. de! E.)
menos actual -e l hábito es demasiado grande para estos
pequeños...- que su fórmula cómica: el pompidoulismo53.
Así, se nos propone trabajo, policía y represión para
consumar la mascarada. Le Pen, menos el velo y la com­
pasión por las cámaras de gas... De ahí la supresión de las
35 horas54, la única idea realmente de izquierda del episo­
dio Jospin; la única que la derecha, además, ha saboteado
para debilitarla haciéndola nociva en el terreno. Vuelta a la
fábrica, al taller, a la oficina, a la tienda: ¡fin del descanso y
de la utilización para sí de la semana algo liberada! Así el
esclavo no corre el riesgo de abusar de su libertad...
Mientras, los trabajadores trabajan, la gendarmería
custodia y los corderos están bien cuidados. Al menos eso
dicen... puesto que las violaciones y crímenes en serie de
mujeres jóvenes, los asesinatos y atropellos de peatones
por parte de automovilistas borrachos, los incendios de
escuelas por parte de menores y otras incivilidades de las
cuales la permanencia de Chirac en el Elíseo debía librar­
nos persisten, pero dejan de ser objeto de explotación
mediática en las noticias de las 20. Agentes, policía, gen­
darmes, gorras e insignias por todas partes...
El ministro de estas cosas compensa su tamaño, que no
le habría permitido entrar en la gendarmería motorizada
-muy pequeño, amigo mío...- exhibiéndose regularmente

53. Georges Pompidou (1911-1974), primer ministro de Francia entre 1962 y 1968 y
presidente de (a República entre 1969 y 1974. (N. del E.)
54. La ley de reducción del tiempo de trabajo (RTT, en francés) a 35 horas semanales
fue puesta en práctica en el año 2000 en Francia por la ministra de Empleo y So­
lidaridad Martine Aubrey, durante eí gobierno del primer ministro socialista Lionel
Jospin (1997-2002). (N. del E.)
en bicicletas todoterreno, moto, barco, y hasta rollers.
Mientras tanto, el ministro de la Educación Nacional, ex
filósofo, se apura por desgrasar el mamut para ofrecerle
a su colega del Ministerio del Interior los ahorros hechos
sobre las espaldas del personal educativo. Menos profe­
sores, más prisiones y flashballs55, un tribunal reactivado
-¿para cuándo la restauración de la pena de muerte?- para
entrenar a los estudiantes más en insultos a los cuatro vien­
tos que en alejandrinos de Víctor Hugo. Éstos son los bene­
ficios. Luc Ferry56, que nunca ha ocultado su desagrado
por Mayo del 68 y por las ideas que lo acompañan, puede
ahora regocijarse agregando su piedra al edificio raffari-
niano de restauración.
La derecha despliega su plan quinquenal: liquidar
Mayo del 68 como a un animal enfermo al cual se le pro­
mete la inyección letal. Entretanto, siempre obsesionada
por la próxima elección presidencial, preocupada por hallar
al hombre al que poner delante para encontrar los oros eli-
seanos, inmersa en la guerra de dirigentes y en el odio de
las ideas, empantanada en los balances y en los derechos
de inventario, imbécil al punto de haber olvidado que la
extrema derecha estaba presente en la segunda vuelta de
las presidenciales, la izquierda deja un claro lugar a esta
derecha revanchista y segura de sí misma.
Una idea para la izquierda -así al menos tendrá una-:
también se puede liquidar Mayo del 68 rematándolo, per­

55. Arma de baja letalidad. (N. dei E.)


56. Luc Ferry fue ministro de Educación en Francia entre 2002 y 2004, bajo e! gobier­
no del primer ministro Jean-Pierre Raffarin. (N. del E.)
mitiéndole terminar un trabajo que, por estar incompleto,
ha producido efectivamente negatividades lamentables
para nuestra época. Ahora bien, aquello que va mal pro­
viene menos de un exceso de Mayo del 68 que de un Mayo
del '68 inconcluso: nunca la equidad, la igualdad, la jus­
ticia han sido a tal punto letra muerta como en la actuali­
dad. Sólo la libertad de explotar a los más débiles logra la
unanimidad entre los liberales, tanto de derecha como de
izquierda. Éste es el tema. Que los políticos a quienes per­
tenece el oficio hagan los cambios...
LA VIDA DESPUÉS DE LA GUILLOTINA

El mundo había olvidado a Patrick Henry57, a quien sus


cabellos iban abandonando a medida que pasaba su cuarto
de siglo en prisión -probablemente sin querer terminar el
resto de sus días tras las rejas-. Quizás también dejaban una
cabeza en la que no todo carburaba bien. También es cierto
que en libertad condicional el mencionado Patrick mostraba
su calvicie con orgullo. Contrastaba además con las greñas
del joven infanticida al que todos recordábamos. Y en la
prensa, que apuesta más al impacto de las fotos que al peso
de las palabras, la descubríamos al mismo tiempo que a un

57. Patrick Henry (1953-) fue arrestado e! 17 de febrero de 1976 por el secuestro y
asesinato de Phillppe Bertrand, de 7 años de edad, en la localidad francesa de
Troyes. El proceso, uno de los más célebres de la historia judicial francesa, suscitó
un gran debate sobre la vigencia de la pena de muerte. Gracias a la defensa del
abolicionista de la pena capital Robert Badinter, Henry fue condenado a reclusión
perpetua. (N. del E.)
hombre normal reintegrándose a la sociedad, tan normal,
por otra parte, que había negociado magníficamente los
derechos de publicación de su retrato y de su prosa en las
columnas mercenarias...
Y luego el ex detenido se deja atrapar primero en una
ferretería con la mano en una bolsa de tornillos -de vicios,
habría dicho Lacan...58-. En su cuenta bancaria posee
110.000 euros -sin contar su salario mensual de 1.100 euros:
los anticipos de Calmann-Lévy, otrora el editor de Flau-
bert, ¡los tiempos son duros!- y los ahorros acumulados en
prisión. Suficiente para pagar ampliamente los tornillos, o
incluso comprar el negocio. Mejor aun: ¡añade a su desem­
peño una detención en la frontera española al volante de
su automóvil mientras llevaba tranquilamente 10 kilos de
hachís provenientes de Tánger! Con lo cual tiene el comer­
cio en la sangre, pero el cerebro mal irrigado.
Psicólogos, educadores, abogados, magistrados, aso­
ciaciones, periodistas, personal penitenciario, cronistas,
ahora todos debaten y dan vueltas en círculos. Escuchando
esa verborrea, nos enteramos de que el motor interno
de este hombre es el amor por el dinero, la pasión por el
dinero. Estafas antes del asesinato del niño, ese crimen
abominable por sórdidas razones de rescate; el tráfico de
droga; la negociación de los derechos de su "libro", de sus
entrevistas, de sus fotos... Todo va en ese sentido: nada le
interesa además de sí mismo y el dinero.

58. “ ... la main dans un sac de vis -de vices, aurait dit Lacan...-” . ES autor juega con
las expresiones vis (tornillos) y vices (“ vicios” ). (N. del T.)
Admitámoslo, el debate vuela más bajo en las chozas
y la mayor parte de los franceses medios recitan sus coplas
sentenciosas: nostalgia de la pena de muerte, lamento por la
ausencia de una verdadera perpetuidad, disertaciones sobre
el crimen en los genes, el laxismo jurídico, la costosa inutili­
dad de los marcos sociales en las prisiones, conversaciones
sobre la cimentada efectividad de las liberaciones condicio­
nales y otros argumentos que van en el sentido de los actua­
les aíres represivos. Otros detenidos pueden llegar a pagar
cara la incapacidad de este hombre de asumir el papel de
un traje social demasiado grande para él: el del monstruo
convertido en hombre gracias a la formación, a los diplomas
obtenidos en prisión, a la confianza de un editor -homenaje
a ese señor Corlet- a quien se le pedía ilustrar la pertinencia
y la excelencia de esta lógica de oportunidades ofrecidas.
Porque el problema real es la enfermedad de este hom­
bre: la obsesión histérica por el dinero y su determinación
a hacer cualquier cosa para obtenerlo, incluso cuando ya
tiene suficiente. Pasión compartida por una gran mayo­
ría cuyos arreglos con el mundo no molestan a nadie en
tanto eviten el crimen de sangre -habrán tirado el resto de
la moral a la basura-. Ahora bien, este hombre no se ha
curado; por otra parte ¿cómo podría haberlo hecho? Nunca
ha sido atendido. Como los violadores, los pedófilos, los
violentos y otros enfermos sociales encerrados y luego
soltados sin cuidados. ¿Quién aceptaría que un hospital
devolviera a un enfermo de cáncer luego de haberlo pri­
vado de su libertad para castigarlo, dejándolo en la calle
sin haber hecho nada para curarlo? ¿Quién? Viniendo de la
prisión, todos lo aceptan...
EL OLOR A SANGRE DE LOS MONOTEÍSMOS

A veces se fustiga mi agresivo anticristianismo por el


hecho de que Francia ya no sería católica y que yo dispa­
raría sobre una ambulancia, actividad inútil e incierta...
Ahora bien, temo lo contrario: la mínima adhesión a las
prácticas rituales del terreno se convierte en una sumisión
visceral a los ideales cristianos que trabajan el cuerpo y el
alma de la gran mayoría como nunca antes. Esa religión
aparentemente ausente determina aún los pensamientos,
los comportamientos y las reacciones con la complicidad
de una laicidad que la imita hasta el punto de confundirse
con los valores bíblicos.
Por el contrario, si tengo que admitir un error en
materia de anticristianismo militante es mi europeocen-
trismo, incluso mi posición franco-francesa. Debería, en
efecto, ampliar y fustigar menos el catolicismo apostólico y
romano que todas las modalidades del monoteísmo -entre
ellas su versión papista local...-. Porque el judaismo, el cris­
tianismo y el Islam pudren igualmente la vida de millones
de individuos en el planeta; fomentan guerras, conflictos,
odios dirigidos contra sí, los otros y el mundo; predican el
amor al prójimo y apuñalan como nadie.
Las religiones monoteístas comulgan en una misma fe:
la vida sobre la Tierra es una ficción, sólo cuenta un mundo
invisible poblado por criaturas que harían palidecer los
cuentos para niños -u n dios que lo ve todo, un barbudo que
parte el mar en dos, una virgen que procrea, un muerto que
resucita, un profeta abstemio que detesta los embutidos-. El
cuerpo es una punición; la mujer, una catástrofe; la procrea­
ción, una necesidad para perpetuar la negatividad en nom­
bre de la cual se nos castra; la pobreza, la miseria, la muerte
de los niños, el sufrimiento proceden de un plan del cual
ignoramos los detalles, pero que tiene sus razones; etcétera.
¿Cuándo dejarán de enseñar esas tonterías sólo bue­
nas para las marmotas? ¿Cuándo diremos que esas histo­
rias que nos hacen dormir parados valían hace siglos, en la
época del pensamiento mágico, pero que hoy en día aver­
güenzan a la humanidad del hombre? ¿Quién se levantará
para llamar a rechazar las religiones y a celebrar las activi­
dades intelectuales que convocan a la razón, a la deducción,
a la inteligencia? ¿Cuándo podremos gozar de la Revolu­
ción Francesa, de la separación de la Iglesia y el Estado, del
Mayo del 68, todas ocasiones ofrecidas a los hombres para
arrancar su destino de las manos de los sacerdotes a fin de
poder reapropiárselo?
Los monoteísmos detestan igualmente a los hombres
que no tributan al mismo Dios que ellos. Intolerantes, celo­
sos, exclusivos, arrogantes, seguros de sí mismos, domi­
nadores, se erigen en ley para los demás. De ahí sus com­
plicidades de siempre con los guerreros, los soldados, los
militares -del sicario pagado por las tribus primitivas al
terrorista que navega en Internet, pasando por los ejércitos
regulares de tantos Estados...-. Del sacrificio de Abraham
a los fatzvas islámicos pasando por el gusto de las cruci­
fixiones, de los mártires y otras guerras santas católicas, los
monoteísmos profesan un culto a la sangre y a la muerte.
Que se termine con estas religiones de asesinato y odio
escondidas tras un discurso de paz y de amor al prójimo.
Si los hombres piden ficciones para vivir pese al óbito, que
al menos las busquen y luego las encuentren en un registro
en el que no se invite a soportar la muerte en vida ni infli­
girla en todas partes en torno de sí. Aumentando el carác­
ter negativo no se ha fabricado nunca el carácter positivo.
La vida se vive y se construye resistiendo a las pulsiones de
muerte de uno mismo, los otros y el mundo, no aceptándo­
las como invitan las tres religiones del Dios único...
POBRES CABRONES

La célebre expresión de Gabin en La Traversée de Paris cabe


ahora para Nicolás Sarkozy, determinado a hacer pagar a
los empobrecidos y a amparar a los enriquecidos del sis­
tema, sus amigos y cómplices. Su puesto en el ministerio
del Interior le permite efectuar juegos retóricos recurriendo
a palabras grandilocuentes -República, Libertad, Derecho,
Ley-, mientras que sólo le importa una cosa: encarar su
propia campaña para la próxima elección presidencial.
En la derecha piensan que las víctimas del sistema
liberal constituyen excelentes culpables. ¿Mendigos en las
calles? Matémoslos a palos. ¿Prostitutas en las veredas?
Encerrémoslas. ¿Delincuentes en los barrios? Aporreémos­
los. ¿Refugiados en los tugurios? Expulsémoslos. ¿Estu­
diantes reacios en sus escuelas? Detengámoslos. ¿Camio-
neros huelguistas? Reprimámoslos. Todos lo sabemos, el
neofascismo reinante triunfa a causa de esta miseria: los
pobres, las putas, los insociables, los extranjeros, los malos
estudiantes, los trabajadores o los desocupados...
¿Los delitos de principiantes? Ellos. ¿Las facturas de
viáticos diarios casi a la altura del SMIC59? Otra vez ellos.
¿El lavado de dinero sucio? ¿Las facturas falsas? Ellos, les
digo. ¿Las confusiones entre bien público y bolsillo pri­
vado? Siempre ellos. ¿La inmoralidad, la mentira, la hipo­
cresía, la picardía, la lisonja oportunista? Ellos, ellos. ¿El
cinismo, las negaciones? ¿El chantaje de los hlm60 o de las
mutuales de estudiantes? ¿Los desocupados, los sin techo,
los morenos, otra vez, sin cesar, sin fin. Aquellos a los que
hay que golpear para desviar la atención de los delincuen­
tes de nivel que cometen fechorías reales y pueden sin
embargo actuar con total impunidad.
Sarkozy refleja la quintaesencia de la gente resentida:
fuerte con los débiles, débil con los fuertes. Y aun más
despiadado con las víctimas sin defensa. No hay riesgo.
Y cierra los ojos con los otros, los rapaces sin fe ni ley, aque­
llos con los que se llevan adelante las campañas presiden­
ciales, se fomentan las redes útiles para alcanzar el poder
y permanecer en él. Mercaderes de sangre contaminada,
prefectos de Vichy, presidentes ahora cancerosos de una
asociación de lucha contra el cáncer, tantos cómplices rápi­
damente liberados, cuando ya habían partido los periodis­
tas, tantos probables condecorados con la Legión de Honor

59. Salaire Mínimum Interprofessionne! de Croissance (Salario Mínimo Interprofesional


de Crecimiento). (N. del E.)
60. Habitation a Loyer Modéré (Vivienda de alquiler moderado). (N. del E.)
que se pavonean sobre cadáveres de gente muerta de Sida,
de judíos deportados o de cancerosos nunca curados.
Entretanto, los trabajos continúan: transformación
de los liceos en campos de prisioneros con cercas -luego
vendrán los alambrados y los miradores-; instalación de
sistemas de videovigilancia en todos los lugares sospe­
chosos -nada de cámaras en el Elíseo...-; incremento de
la policía en la calle supuestamente para luchar contra
el terrorismo -apostemos a que los potenciales kamika-
zes recularán ante los agentes en bicicletas todoterreno-;
contratación de autobuses y charters para deportar a la
escoria: los kurdos allí en donde se los gasea, los ruma­
nos hacia aquellos que los hambrean, los afganos para
que los bombardeen. Pronto, valiéndose de su imagen, y
sólo con su imagen, Sarkozy podrá pretender el sillón de
monarca republicano. El único lugar en el que un delin­
cuente puede vivir en total impunidad...
EN EL GRADO CERO DE LA INTELIGENCIA

Antiguamente las civilizaciones hacían las guerras en nom­


bre de sus ideales, de sus principios. Tenían para ellas la
matemática de sus pirámides,, la filosofía de su ágora, el
derecho de su foro, las bibliotecas de sus monasterios. Desde
que Estados Unidos ocupa el primer puesto de las naciones,
¿qué propone? ¿Dónde están sus arquitectos, sus sabios, sus
políticos o sus monjes? ¿A qué se dedican sus elites? ¿Qué
brindan al resto del mundo? ¿Quid de los genios, de los
héroes y de los santos bajo la bandera estrellada?
Estados Unidos ofrece hamburguesas y obesidad,
maníes y televisión en continuado, ketchup y telefilmes.
Se destacan en el supermercado, el cine y los paquetes
de comida hipercalórica accesibles desde el asiento de su
auto. Han inventado Disneylandia como otros La Divina
Comedia. Han destronado a los dioses y semi-dioses del
Olimpo o del cielo cristiano para invitar al imbécil plañe-
tario a prosternarse ante los ídolos y los iconos de la gran
y la pequeña pantalla, unos más descerebrados e incultos
que los otros...
¿En nombre de qué quiere Estados Unidos sem­
brar de bombas, fuego y violencia al pueblo iraquí, que
incluso ignora en qué lugar del planisferio se encuentran
sus nuevos enemigos? Y antaño los japoneses volados por
dos bombas atómicas, los vietnamitas calcinados por el
napalm, los iraquíes destruidos por las bombas a rarefac­
ción de oxígeno, los campesinos serbios pulverizados por
las armas high-tech, los afganos despedazados por el fuego
de los bombardeos furtivos... Siempre pagan las poblacio­
nes, siempre los dictadores sobreviven, quedan a salvo y
luego mueren en sus camas. ¿Por qué exterminar a un pue­
blo y cuidar a los autócratas que los desangran en su exis­
tencia cotidiana?
Como si existiera una complicidad tácita entre los jefes
de Estado: pretendidos demócratas y verdaderos tiranos,
todos juegan a la guerra, sacrifican a sus pueblos, arrasan
sus países, pasan a las naciones por pérdidas y beneficios,
las culturas, los hombres, las mujeres y los niños, pelean
por diversión, sobreviviendo en medio de los osarios,
triunfando sobre un montón de cadáveres, antes de partir
en busca de nuevas aventuras.
Nunca tanto como hoy las guerras dejan a salvo a los
militares -empero formados, formateados, pagados para
ir al combate- y sacrifican a las poblaciones civiles. Mil,
diez mil, cien mil muertos en las calles, las ciudades, las
escuelas, los hospitales, con tal de que quede a salvo el
emperador de Japón, colaborador notorio de los nazis, el
sanguinario Hó Chi Minh, digno émulo del Terror del 93, el
diabólico Milosevic, verdugo de su pueblo, Saddam Hus-
sein, el exterminador de los kurdos, el muid Ornar, renco­
roso del progreso pero hábil motociclista cuando se trata
de escapar del ejército estadounidense... Cuando la guerra
causa estragos, los déspotas esperan en sus refugios antia­
tómicos mientras los pueblos sobre los que hacen reinar
el terror sufren una segunda punición: luego de la de sus
amos, la de los presuntos enemigos de sus amos...
La guerra revela el grado cero de la inteligencia y de
la política. Surge cuando el hombre ha fallado y la bestia
toma nuevamente la posta. En el arsenal cultural, cima
de la civilización, se encuentra la diplomacia fabricada
durante siglos de refinamiento retórico y de mecánica inte­
lectual. Cuando el derecho falta, cuando el verbo perma­
nece impotente, antes de la destrucción masiva de los pue­
blos, quedan los auxiliares de toda gran política: servicios
secretos afilados, soldados de elite, comandos al servicio
de políticos dignos de ese nombre. Pero para hacer eso
hacen falta grandes períodos. En las épocas en las que el
rey del mundo parece salido de Disneylandia, sucede de
otra manera...
DEL BUEN USO DE LOS CADÁVERES

Los estadounidenses escriben la historia de manera singu­


lar. El punto de vista del vencedor vale como una verdad
revelada... Y los periodistas estadounidenses -¡honor al
pueblo que sale a la calle para militar contra la guerra!-
abuchean a Francia por declinar la invitación a asociarse a
las expediciones punitivas petroleras, electorales y edípi-
cas de Bush Jr. Y he aquí a los franceses culpables de olvi­
dar a los soldados estadounidenses muertos por Francia y
la Libertad sobre las playas del desembarco...
Tienen la memoria corta en el país de Mickey. Pues
los estadounidenses entran tarde en las hostilidades. Muy
tarde. Precisamente cuando los nazis les declaran la guerra
y cuando el avance en la puesta a punto de los aviones a
reacción y luego de la bomba atómica por parte del Tercer
Reich tornan la cuestión crucial para ellos. Antes de eso,
la Casa Blanca hace sorprendentes oídos sordos a los eva­
didos de los campos de concentración, que les señalan la
existencia de cámaras de gas sobre el suelo alemán.
Así, cuando intervienen sobre el suelo francés, ¡no es
ni por amor a la Libertad o a Francia ni por pasión por
la vieja Europa! ¿Los derechos humanos? Por favor... La
política del AMGOT preveía la administración de Francia
y de todos los países europeos. Suponía: una moneda de
ocupación -ha sido acuñada, se encuentran unos pocos
billetes en los subsuelos del Memorial de Caen-, un poder
judicial garantizado por la administración de Vichy reci­
clada -poco culpable de simpatía comunista...-, una ges­
tión integral de la política de transportes. Los ingredientes
de un colonialismo en buena y debida forma...
¿Muertos por Francia, realmente, los reclutas de 20 años
enviados a la guerra para preparar el terreno que les per­
mitiera a los estadounidenses instalarse en Europa para ser
los amos de la política y de la economía? ¿Muertos por la
Libertad, las poblaciones civiles bombardeadas sin discerni­
miento por el Estado Mayor estadounidense, que ha borrado
del mapa a ciudades y a una parte de sus poblaciones prefi­
riendo sacrificar a civiles inocentes para luego pactar mejor
con los militares de enfrente? Porque, ¿quién recuerda el reci­
clado en la NASA de los ingenieros nazis que trabajaban en la
puesta a punto de armas de destrucción masiva por orden de
Hitler? Mientras que el gobierno estadounidense enterraba
a miles de jóvenes muertos en combate sobre las playas del
desembarco, los dignatarios científicos del Reich, cubiertos
de dólares y gozando de condiciones de trabajo maravillo­
sas, permitían a los estadounidenses aventajar a los soviéti­
cos en la conquista del espacio, ese nuevo colonialismo.
La bandera estadounidense ha sido plantada sobre la
Luna; la misma que envolvía los ataúdes de los soldados en
los cementerios militares mientras que los científicos nazis
eran contratados por la Coca-Cola. Hoy, sin vergüenza,
algunos utilizan por segunda vez la carne de cañón antaño
enviada a la masacre bajo el fuego nazi.
Cinismo en cantidad, colonialismo reactivado, guerra
como horizonte único, poblaciones civiles bombardea­
das, motivaciones triviales -e l dinero, el poder...-, inmo­
ralidad generalizada, complicidad entre dignatarios de
regímenes, desprecio de los anónimos, uso de grandes
palabras -Libertad, Derechos Humanos, Justicia, Huma­
nism o- para esconder la vulgaridad de esas recurrentes
lógicas brutales y bárbaras: los belicistas de Estados Uni­
dos se harían un favor si no pei'oraran demasiado en los
cementerios de Normandía. Demasiados cadáveres se
acumulan en sus armarios...
LA SINRAZÓN DEL MÁS FUERTE

La sinrazón del más fuerte es siempre la mejor: el dere­


cho no es justo, ni la justicia equitativa. ¡Si no, lo sabría­
mos! Todos conocemos a ciencia cierta la doble ley sadiana
que rige el mundo: prosperidad del vicio y desgracia de la
virtud... El derecho procede menos de la revancha de los
débiles sobre los fuertes -versión nietzscheana- que de la
dominación perennizada de las potencias sobre los misera­
bles -versión La Fontaine y Marx juntos-. Salvo mediante
contorsiones ideológicas, no se sale de esta evidencia.
Cada época supone la dominación de una civilización:
dictar el derecho se desprende de sus atributos reales.
En función de su único interés para ser, prosperar, vivir
y sobrevivir, fabrica leyes, promulga fórmulas, decide qué
es justo y qué injusto, plantea el bien y el mal, establece la
norma y obliga a quien la resista a encajar en la máquina
jurídica, ética y metafísica fabricada para su propio uso.
Obviamente, arguye ideales sublimes: la libertad de los
ciudadanos, la igualdad de los sujetos, la fraternidad de los
hombres, la justicia social y otras ficciones rimbombantes.
De hecho, la civilización que construye la época apunta
a mantener aquello que la hace ser: la brutalidad de los
depredadores, la violencia de los dirigentes, la fuerza de
los gobernantes. ¿El bien de la Nación? ¿El interés del Pue­
blo? ¿La prosperidad del Estado? ¿La seguridad de los
Ciudadanos? ¿La grandeza del País? ¿La soberanía repu­
blicana? ¿El principio democrático? Permítanme que me
ría... El derecho sirve para los poderosos flanqueados por
los comerciantes, protegidos por la soldadesca, apoyados
por la policía, sostenidos por los banqueros, legitimados
por las instituciones.
El ejemplo de Estados Unidos, que en nombre de Dios
y del Bien desprecia soberanamente el derecho interna­
cional, el derecho natural y el derecho de gentes -apenas
excusado...- muestra, lamentablemente, la validez de mis
funestas hipótesis. ¿Las resoluciones de un organismo
internacional? Les importa un bledo... ¿Las inspecciones
efectuadas en nombre del derecho por parte de jueces
imparciales? Los tiene sin cuidado... ¿Los votos democráti­
cos de naciones soberanamente representadas? Barridos de
un plumazo... Las consultas diplomáticas, las discusiones
políticas, los debates contradictorios, las confrontaciones
democráticas en el marco de la ONU? Peanuts... Mejor lan­
cemos la armada en contra de las poblaciones mientras el
dictador se instala en su nido de ratas, un búnker a cien
metros bajo tierra en el que esperará junto a sus confiden­
tes a que el fuego arrase su nación.
El derecho sólo sirve para dominar a los humildes/
reprimir a los débiles, hospedar a los desamparados. ¿El
Código Penal, el Código Civil, los tribunales? Sólo son bue­
nos para enviar a prisión a los ladrones de gallinas, poner
tras las rejas a los aficionados a la marihuana, enjaular a
las prostitutas de ropas ligeras, someter a los estudiantes
que insultan a un profesor en una escuela, enderezar a los
adolescentes reunidos en los huecos de los edificios, casti­
gar a los asaltantes de scooters... Sólo en esos casos la Ley es
grande, el Derecho poderoso, la Justicia reina.
¿Para los poderosos? Nada de derecho ni de todos los
derechos. Ellos se dedican a desviar el dinero público, a
abusar de los bienes sociales, a enriquecerse con el dinero
del contribuyente, a atragantarse o a mantener a su amante
gracias al impuesto público, a comprarse una colección de
estatuas antiguas o de zapatos falsamente ortopédicos, a
expoliar a las mutuales de estudiantes o a las dependencias
locatarias de hlm para pagar en efectivo sus viajes y sus
vacaciones, etcétera. Y al primero que insulte la bandera
francesa la ley le dice y el derecho lo confirma: al tribunal...
CONTRA EL NACIONALISMO REGIONAL

Todo el mundo ama las regiones, más aun cuando permiten


la fronda contra la nación: manteca, leche, crema, vacas y
manzanos de Normandía; pastis, bullabesa61, aceite de oliva
de los provenzales; corons62, cerveza, mejillones y papas fri­
tas del Norte; todos estereotipos para creer que resistimos
a la Coca-Cola, a las hamburguesas y a las gorras Nike...
Le Pen las ama porque sus banderas le recuerdan las orifla­
mas de Vichy; los ecologistas las celebran porque permiten
la multiplicación de los micro-poderes gracias a los cuales
toda decisión deviene problemática -la manía de ellos-; los
liberales las ponen por encima de todo por sus potencialida­
des destructivas del Estado, responsable de todos los males
de nuestra sociedad.

61. Sopa de pescado. (N. dei E.)


62. Caseríos de mineros en el norte de Francia. (N. dei E.)
¿Qué significan hoy en día las regiones? El poder polí­
tico de los potentados instalados más cerca de los admi­
nistrados, por ende más fácilmente experimentados en el
modo mafioso de clientelismo; la usurpación de los pues­
tos esenciales en beneficio de cómplices que se reparten la
torta: la canasta financiera es considerable; la distribución
de las prebendas a los acólitos, aquellos que demuestran
una fidelidad constante: nada de competencias, pero una
devoción sectaria por el gurú. Digámoslo de otro modo y
de manera paradojal, las regiones brindan la posibilidad
de un golpe de Estado permanente...
¿Qué sentido puede tener hoy en día ser lorenés>
picardo o borgoñón63? Los bretones, los corsos y los alsa-
cianos pueden argumentar dialectos antiguos -¡atención,
lenguas!-, cofias con puntillas, cogullas de Lycra o de maU
gré-nous64 a la espera de una reivindicación nacional. ¿Pero
quid de la identidad, tan importante para los autonomistas,
independentistas y otras variantes del nacionalismo caro al
mariscal Pétain, a Le Pen o a otros, tanto de izquierda como
de derecha?
Porque la identidad nacional fue, no es más -se quiera
o no, se lo lamente o no-. Salvo cuando se practica el
encarnizamiento terapéutico y las curas paliativas y que a
caballo de las culturas regionales -incluso en la morgue...-
se inocule, se crea en los milagros, se espere un vuelco de

63. Gentilicios de las regiones francesas de Lorena, Picardía y Borgoña. (N. dei E.)
64. Pese-a-nosotros. Nombre otorgado a los miembros de las fuerzas alsacianas o lo-
renas obligados a integrar los campos de trabajo del ejército alemán durante la
Segunda Guerra Mundial. (N. del E.)
perspectiva, como siempre cuando se trata de la desapari­
ción de un ser amado. Incluso la identidad nacional “fran­
cesa, precisemos...- plantea un problema: ¿qué significa
hoy en día ser francés cuando vivimos la planetarización,
la globalización y la confiscación de ese futuro por parte
tan sólo de los estadounidenses?
Las regiones deben quererse por otras razones que no
son las nacionalistas. Impidamos a los políticos que las con­
fisquen y luego las utilicen a su favor. Se ama una región
cuando se vive en ella, cuando se trabaja en ella, cuando se
permanece en ella, cuando no se la denigra, cuando no se
la defiende sólo por su pasado -¡sus duques de Aquitania!,
¡sus vencedores de Hastings!, ¡sus príncipes de Borgoña!,
¡sus druidas celtas!- sino por sus potencialidades: su pre­
sente y su futuro. El culto del pasado huele a muerte, ama
los cementerios, venera a los difuntos, comulga con las pie­
dras funerarias.
Se ama una región cuando al despertar no se tiene
ganas de ver otros paisajes; cuando se quieren las luces y
los colores que nos alegran, brumas de aurora, ruidos de
crepúsculo, claridades primaverales; cuando se ama una
geografía, una geología: perfumes de tierra -monte, pinar,
bosque-, volúmenes de un territorio -llanura, montaña,
costa, landa, caleta...-; cuando se escucha con felicidad el
tono, la inflexión de la voz, el canto de una lengua, de una
pronunciación; no cuando se controlan las riendas econó­
micas y administrativas de dicha región, cuando se canta
un único e igual himno, cuando se pone en posición de
firme ante una única bandera. Dejemos eso a aquellos que
no aman su región, sino el poder.
EL VELO DEL CHIVO EXPIATORIO

El arte de hacer preguntas supone el temible poder de


inducir las respuestas deseadas. Nos cuesta imaginar hasta
qué punto la formulación de un interrogante coacciona sin
aparentarlo a la persona que da su parecer con toda ino­
cencia. Como en el caso del uso del velo por parte de las
estudiantes musulmanas en las escuelas de la República
Francesa. ¿A favor o en contra? A menudo no se evitan los
términos de la alternativa, como si la solución residiera en
esa doble salida: aceptar, rechazar...
Detrás de esta sofistería útil para llenar las colum­
nas de los diarios y animar los estudios de televisión o
de radio se disimulan presupuestos teóricos. Igualmente
simplificadores, por otra parte... ¿Cuáles? La idea de que
en este asunto se oponen dos concepciones de la laicidad.
Una tolerante, amplia, abierta, que supone el poder de
enarbolar el signo de pertenencia religiosa de su elec­
ción: kippa o velo sobre la cabeza, crucifijo o medialuna
en el pecho, incluso remera con tilde o zapatos con tres
tiras para los fieles a la religión consumista. La otra, que
rechaza los llamados signos ostentativos de pertenencia a
una comunidad, sean cuales fueren...
Quien consiente al artificio dual de la encuesta se ve
compelido a optar por una concepción que parece hacerle
el juego al Islam, -incluso el menos lúcido- o a enlistarse
del lado de los cruzados de la Francia laica, republicana e,
infine, de tradición católica. Izquierda y derecha se enmara­
ñan en esas redes y no saben cómo evitar pasar por ideólo­
gos irresponsables o reaccionarios empedernidos. A veces,
incluso, esas dos corrientes están atravesadas por estas dos
sensibilidades: una derecha populista y una izquierda libe­
ral, una derecha liberal y una izquierda populista...
Yo me inclinaría más bien por el uso del velo y contra
el Islam... ¡Posición insostenible en el marco de la trampa
ideológica descrita aquí arriba! ¿Por qué razón? La misma
que me hace creer que no se lucha contra la droga persi­
guiendo a los consumidores sino a los traficantes, o que
no se combate la prostitución encarcelando a las damas de
pequeña virtud sino desmantelando las redes de proxene­
tas que las mantienen en las calles. No se ataca el oscuran­
tismo de las religiones monoteístas -las tres, puesto que las
considero a todas un mismo opio del pueblo- escogiendo
a tal o cual víctima expiatoria en lugar de a los verdaderos
culpables: las jóvenes cubiertas por el velo, incluso si ellas
hablan de libertad -¿qué alienado reconoce, por otra parte,
su alienación?, ¡es su propio principio y su signatura ador­
narse con las plumas de su libre elección!-, a fin de cuen­
tas son víctimas, mientras que allí, muy arriba, se encuen­
tran los verdaderos protagonistas de este asunto. Va por el
velo, la marihuana y la calle, pero no por los cabecillas que
manipulan las marionetas.
¡Dejemos entonces que se cubran con el velo aquellas
que creen -qué extraña idea cuando se la piensa...- acer­
carse al cielo ocultando sus cabellos! Dejemos a sus espo­
sos, que rechazan el cerdo asado y el Beaujolais nouveau por­
que sus dulzores aumentan la distancia entre sus personas
y Alá. Dejemos a sus semejantes evitar los interruptores los
días de shabbat o la langosta, ¡culpable de exhibir indecen­
temente su esqueleto al exterior! Y retomemos la antorcha
de Voltaire y de las Luces para luchar contra las religiones,
ese recurso de las almas demasiado débiles para construir
su paraíso en la Tierra...
EL SUPERYO DE LOS SUB-YO

Magistrado, gendarme, sacerdote: ¡qué extrañas profe­


siones en las que las vestimentas para hombres luchan
contra gorras con borlas y sotanas cubiertas de boto­
nes...! Y los politécnicos65: bicornio con penacho, sable y
doraduras de vestidos encorsetados en los que desfilan tie­
sos, rígidos como la justicia, según se dice... O preceptor
de internado: ¡qué ocupación singular, peón de por vida
una vez pasada la edad de esta actividad para pagar sus
estudios! El gusto por los disfraces, la regresión, una proxi­
midad con las preocupaciones de los niños: las panoplias
regaladas en Navidad -para reírse...-.

65. Nombre con el que se conoce a los ingenieros recibidos en la Escuela Politécnica,
una de las más célebres de Francia, fundada en 1794. Los alumnos de la Escuela,
dependiente del Ministerio de Defensa, reciben un uniforme característico por su
sombrero bicornio y su espada. (N. del E.)
¿Qué punto en común tienen todos estos hombres?
Una puesta de sus existencias al servicio del más fuerte
que ellos: la Ley, la Justicia, el Orden, el Derecho, la Disci­
plina, que ellos se proponen encamar y luego hacer respe­
tar. Sus cuerpos, sus vidas, sus seres se reducen a eso: bajo
un hábito que los esconde y les permite disimular sus fallas
personales, desfilan, dicen la verdad, formulan palabras de
evangelio, ejercen un poder, producen efectos en la vida de
los otros, obtienen la sumisión, el temor, el miedo y la obe­
diencia de sus semejantes. Tropismos detestables...
¿Quieren otro signo distintivo de todas estas mario­
netas sociales? Un superyo superpoderoso. Precisemos: la
hipertrofia de una instancia psíquica que censura el yo y
controla los deseos. ¿Y cómo llega ese gusto por la disci­
plina a los futuros adultos? En la época edípica, hacia la
edad de 6 años, cuando los niños varones enamorados
de sus madres y deseosos de esposarlas miran con malos
ojos a sus padres, que les impiden acceder a su deseo... Un
complejo de Edipo bien resuelto, con padres despiertos
que prohíben la realización, bajo cualquiera de sus formas,
de la fantasía incestuosa de sus hijos, produce individuos
equilibrados capaces de escoger a sus parejas entre adultos
que consienten, fuera del vínculo familiar.
¿Y los otros, traumatizados por una censura inexis­
tente? Ellos invierten en el superyo y se excitan con la
castración de los otros, con la represión de un tercero,
con el control de cualquiera pero no de ellos mismos. ¿Es
extraño, a partir de esto, que lea hoy en un diario que,
junto con representantes de las profesiones citadas aquí
arriba, un alto magistrado católico, casado, padre de
familia -cuatro hijos-, bien calificado, representando su
oficio en las más altas esferas -sindicales, ministeriales,
corporativas...- cae por consultar desenfrenada, activa y
regularmente un sitio pedófilo en donde niños de pocos
meses son sometidos a sodomización por parte de adul­
tos? ¿O es coherente, desde un punto de vista freudiano?
Sin terminar, inconclusos en cuanto a su aparato psí­
quico, incompletos éticamente. ¿Cuántos, a falta de un
psicoanálisis bien llevado, se enfundan en la dignidad
de profesiones de orden y de ley para intentar solucionar
algunos problemas personales que los persiguen durante
toda la vida? ¿En qué estado mental evolucionan aquellos
que encarnan el derecho y la disciplina y pueden recurrir
al Código Penal, a los reglamentos, a los textos de ley para
exigir a los demás una rectitud cuya posibilidad de exis­
tencia ellos mismos ignoran? Sueño con un mundo en el
que sepamos que los enfermos no siempre se encuentran
donde creemos que están...
CARPA SOCIALISTA, CONEJO LIBERAL

Una dama filósofa -poco importa su nombre, vale de modo


sintomático...- vende por estos días su refinado producto
en las usinas del CNRS66: el socialismo liberal. Un centro
nacional y una investigación científica, ¡vaya garantías
radicales! Es serio: el jacobinismo centralizado y el método
de las ciencias duras... Si la pensadora encuentra, en lugar
de buscar -como a menudo en este queso-, podemos apos­
tar a que la época va a sufrir un cambio radical.
¿Resultados? En las páginas de "ideas" de los dia­
rios, que ella inunda, la montaña pare un ratón... Sujé­
tense: ¿aplicado a la escuela, el socialismo liberal qué da?
El aprendizaje del inglés lo más temprano posible en las
clases primarias y la puesta a disposición de una compu­

66. En Francia, Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de In­


vestigación Científica). (N. del E.)
tadora para cada alumno. Revolución, ¡seguro! Aprender
la lengua del Imperio y utilizar sus máquinas preferidas,
suficiente para alegrar a los liberales. Los socialistas tam­
bién, si se trata de Dominique Strauss-Kahn -agradecido
en la última página...-, pero no el ínfimo puñado que, bajo
la rosa, piensa todavía desde la izquierda...
Ese socialismo liberal define claramente una quimera,
un oxímoron. Una carpa clonada con un conejo, ni carne ni
pescado, incómodo en el agua como en la tierra, mudo como
uno, eyaculador precoz como el otro. En el liberalismo se
ve grande como una casa: libertad de empresa, libertad de
poseer, libertad de producir ganancias, libertad de emplear
sin restricciones por parte del derecho social, libertad de
circulación de capitales, libertad formal de ser libre para
el desempleado, el enfermo de Sida, la mujer golpeada, el
inmigrante con o sin papeles, el prisionero. La vieja libertad
del zorro libre en el gallinero libre. Nada cambia...
Para el socialismo es más difícil de encontrar... Evi­
dentemente, constatamos sin dificultad el anti-comunismo
(¡ah, el odio a Castro y el amor por Bush, esas dos figuras de
una misma abyección!), el desprecio por Marx (superado
por el elogio de un Proudhon, a quien los petainistas tam­
bién querían...), la diabolización del Estado (¡ese fósil exe­
crado por el M edef67!), el rechazo a someter la economía a
la política (¡viva la Bolsa en lugar del Hemiciclo!), la crítica
de la utopía (siempre culpable de conducir al gulag...), la
del determinismo (¡la vieja animosidad recalcitrante con­

67. Mouvement des entreprises de France (Movimiento de empresas de Francia), cono­


cido comunmente como sindicato patronal de Francia. (N. de! E.)
tra Bourdieu!). La gran máquina conceptual regurgita algo
muy pequeño: el reformismo...
Con este famoso reformismo (¡celebrada la segunda
izquierda, Michei Rocard68 transformado en el Jaurés de
los tiempos modernos!), la dama propone una sarta de
nociones para escandir como un monje obrero: democracia,
república, creación de riquezas, redistribución y solidari­
dad, deliberación, trabajo. Tantas viejas lunas descolgadas
por los abstencionistas, los aficionados al voto en blanco y
los sufragios expresados para nada por candidatos protes-
tatarios tanto de derecha como de izquierda en todas las
consultas de ahora...
El socialismo, científica y nacionalmente, afirma en su
centro la investigadora, es -retomando a Rosselli™ "cuando
la libertad llega a la vida de los más pobres". ¿Para qué
sirve cuando no se tienen los recursos? En Rusia, con Yelt-
sin, los pobres han tenido rápidamente la libertad de los
liberales -y con ella la prostitución, criminalización, mer­
cado negro, mafia, pauperización, desempleo, exclusión,
precarización, creación de una casta de apparatchiks riquí­
simos y todopoderosos-. El comunismo, peor que eso. En
las antípodas de esta izquierda de derecha, la izquierda de
izquierda no se conforma con decretar la libertad: brinda
los medios para obtenerla. Lo cual supone justicia...

68. Michel Rocard (1930-) participó en 1969 de la creación del Partido Socialista
Unificado (PSU) francés, unión del Partido Socialista Autónomo (PSA) y la UGS
(cristianos de izquierda). En 1988 fue electo primer ministro por el Partido Socia­
lista al mando de Frangois Mitterrand, cargo que ocupó hasta 1991. (N. de! E.)
LA CURVATURA DEL DERECHO

Cuando era un joven estudiante y trabajaba en mi tesis


de filosofía política y jurídica, mi directora y yo chocába­
mos sobre casi todos los actores: nunca sobre aquellos que
ella no llevaba en su corazón -Helvétius, Marx, Nietzs-
che-, puesto que ella quería a aquellos que yo abominaba
-Hobbes, Kant, Montesquieu...-. Tampoco estábamos de
acuerdo cuando leíamos a tal o cual al que ambos quería­
mos. Así sucedía con La Boétie, que mientras para ella era
legitimista, yo lo veía como el padre de todas las resisten­
cias, ¡por lo tanto el inventor del temperamento libertario!
Pero yo amaba su rectitud y su gusto por el trabajo bien
hecho, y era sensible a su deseo de conducirme en la histo­
ria de las ideas.
Hoy pienso a menudo en nuestras discusiones. Espe­
cialmente sobre la cuestión del derecho. Puesta en platónica,
ella lo veía bajado del cielo, como un sustituto laico de Dios.
Era una devota de la Ley porque una sociedad sin ley es la
anarquía, el peor de los males. Yo me oponía al Derecho y a
la Ley puesto que como marxista las veía como una regla de
juego impuesta por las potencias para legitimar su domina­
ción y su ascendiente sobre los desposeídos, los débiles -sus
víctimas-. Y persisto en este análisis.
La prueba de lo que planteo se encuentra en la his­
toria del derecho. Como cuando el Código teodosiano
(435 d.C.) promulga leyes que legitiman la persecución,
el despojo, la detención, la tortura y la pena de muerte
para los herejes y los paganos, cuyo error consiste en no
amar a su prójimo del mismo modo que sus perseguido­
res; igualmente con el Código negro (1685), que legaliza la
explotación, la deportación, la sumisión de millones de
africanos y de antillanos transformados en ganado por
la necesidad del colonialismo de los comerciantes de la
época; como las leyes antisemitas nacional-socialistas
(1933) o de Vichy (1940), que dictan el derecho a la expo­
liación, a golpear, a deportar a los campos, a transformar
en sub-hombres a aquellos que no tienen la dicha de ser
arios, blancos, heterosexuales, cristianos, de derecha...
De modo que soy menos celoso de una Justicia defi­
nida por el Derecho y la Ley que de una Justicia expresada
más allá de la positividad jurídica, siempre puesta en movi­
miento para justificar y legitimar el poder de los poderosos
y luego convertir en ilegal e ilegítima la insumisión de los
potenciales rebeldes. Contra la Justicia legal y sus palacios,
sus hombres llamados de ley -tan a menudo por encima de
ella...-, prefiero una Justicia que nos devuelva a la equidad.
¿La equidad? Aquello que vuelve a cada uno según el prin­
cipio de una justicia natural, independientemente de las cris­
talizaciones políticas y jurídicas del momento. Obviamente,
esta naturaleza no proviene del derecho natural de los cris­
tianos, que esconden bajo esta expresión el poder supremo
de su Dios; ella nombra, más bien, aquello que desagrada,
despierta la cólera, estremece y promueve la camaradería
con los desheredados, los desamparados, los olvidados, los
simples, los desperdicios del sistema liberal.
El sentimiento de esta justicia a pesar del derecho se
expresa ante los quince mil muertos provocados por la ola
de calor y cuyo error fue ser viejos y no tener poder; se
manifiesta en la presencia de los obreros despedidos por
sus empleadores, que parten a hacer estragos a otra parte
con los bolsillos repletos de indemnizaciones suculentas;
surge ante el espectáculo de los anónimos que en invierno
mueren de frío por decenas en los sótanos y en las veredas;
existe ante las guerras llevadas a cabo por el imperialismo
estadounidense, movido por el interés del dinero; actúa, si
se considera a las prisiones, en donde la sociedad anima­
liza a aquellos a quienes luego les reprocha ser bestias. Para
esta Justicia no es necesario convocar al Derecho. Alcanza
con actuar contra la Ley, siempre llamada a caducar.
LA REGLA DE LAS LEYES DE HOSPITALIDAD

La hospitalidad proviene ante todo del panteón de las vir­


tudes griegas. En un mundo agrario, de campesinos/ de
pastores que pacen sus rebaños en tiempos de Homero,
compensa la austeridad de la errancia con la certitud de un
suplemento de alma asegurado en el absoluto. Invención
helénica, pues. Supone la puerta abierta para todo -digo
bien-, todo caminante que solicite cama y comida. No se le
pregunta ni de dónde viene, ni a dónde va, ni quién es, ni
qué hace. En efecto, aunque sea el Extranjero absoluto, el
desconocido, el personaje conceptual del vagabundo. En el
arsenal primitivo, el anfitrión ofrece hasta a su esposa para
el reposo del vagabundo solitario... Para completar su cre­
dibilidad, ¡deseemos que los turiferarios contemporáneos
de esta virtud secular puedan llegar tan lejos!
¿Por qué actuar de ese modo? ¿Qué razones obligan
al pobre a abrir su despensa, compartir su pan, prestar su
cama, hasta su mujer, hacer lo necesario para que a un des­
conocido no le falte nada mientras está en su casa, bajo su
propio techo? ¿Una ley natural de benevolencia? ¿Un sen­
timiento moral presente en el corazón del hombre anterior
a toda ley positiva? No, para nada. Aquello que hace que la
hospitalidad sea necesaria, sagrada, absoluta, es la mirada
de los dioses. Los dioses o Dios. La generosidad vale como
un seguro de vida para después de la vida... Ese gesto es
un anticipo para la salvación.
En teoría, los cristianos actúan así y los musulmanes
también. Pero no es que brillen de todos sus fuegos éticos
de manera excelsa, sino que así compran su paraíso. En el
extremo de la mesa medieval o bajo la tienda del beduino,
el pan compartido y el lecho ofrecido dan cuenta de ello:
aquello que se hace al más pequeño de los hombres, es a
Dios a quien se le hace. El bien como el mal... De modo
que es difícil imaginar una práctica de la hospitalidad que,
para ejercerla, fuera contra el deseo de los dioses -o de
Dios-. Abrir conscientemente la puerta al diablo no puede
alegrar al ídolo de los monoteístas.
¿Se puede adscribir a esta virtud de manera post-cris-
tiana? ¿Está prohibido amar la hospitalidad, practicarla y
adscribir a ella si no se cree en el cielo? No, desde luego.
Son necesarios algunos ajustes intelectuales, eso es todo.
¿Cuáles? Decir, por ejemplo, que una hospitalidad que
se rechaza al Otro absoluto y se practica con el Mismo
absoluto no es tal. ¿Quién se esconde detrás del Mismo
absoluto? Mi hermano, mi amigo, mi padre, mi madre,
mi primo, mi vecino: ¿para qué sirve un deber de amar a
aquellos a los cuales se ama naturalmente? ¿Quid de una
exhortación a hacer aquello que se practica de hecho por
afecto, sin obligación ni coacción? No existe ningún deber
de amar aquello que se ama... Por el contrario, ese deber
funciona para el Otro, el Desconocido, el Vagabundo, el
Errante, el Tercero -e l Pinzuti, para decirlo en el lenguaje
de la isla-. A saber: el Árabe, el Continental, el Turista, el
Parisino, ¡incluso aquel que viene de Bastia69, para el hom­
bre de Ajaccio70, o a la inversa! El Diferente radical, ése es
el huésped esencial.
Sin duda, la hospitalidad no es un crimen en tanto se
practique como el gesto generoso del sedentario al encuen­
tro del caminante absoluto. Sin embargo, reivindicada por
aquellos que pintan en las paredes fuera los franceses o fuera
los árabes, hay un problema: la palabra no corresponde.
Pues rechazar la hospitalidad al Diferente marca toda polí­
tica que hace una especialidad del Odio a aquello que no
es ella. En el siglo XX, del III Reich a Ruanda, pasando por
Vichy y Serbia, los ejemplos no han faltado...

69. Ciudad francesa ubicada en el nordeste de la isla de Córcega. (N. del E.)
70. Municipio francés, capital de la región de Córcega. (N. del E.)
¡ENSEÑAR EL HECHO ATEO!

Sí, lo sé, profeso un anticristianismo primario... ¡Pero soy


consumidor de informaciones sobre el anticristianismo
secundario! Cada vez que quise conversar con un vende­
dor del mundo invisible judío, cristiano o musulmán -ven­
den la misma alfombra-, sólo he encontrado a gente dotada
de buena memoria, pero que la mayor parte del tiempo
mete su inteligencia bajo la canilla... Memoria de lugares
comunes enseñados y escritos en la carne de sus infancias;
y rechazo a pensar para mantener mejor sus ilusiones.
Los tiempos son duros para los ateos radicales.
Así, habría que tomar posición a favor o en contra de
la enseñanza del hecho religioso en la escuela. Aprecien
primero el eufemismo: ¡el hecho religioso! No se dice el
catecismo o la historia santa, que huelen demasiado a
incienso y al humo de los cirios, sino ¡el hecho religioso,
puesto que la fórmula recuerda al hecho sociológico de
Durkheim, es decir a su aroma de tiza y pizarrón negro
de los húsares de la República!
En esta escuela en la que ya no se aprende a leer, a
escribir y a contar -no soñemos que se aprenda allí a pen­
sar...- en donde el analfabetismo ya no sólo concierne a los
alumnos, sino también a una parte de los docentes, en esta
escuela, entonces, faltaría una enseñanza, ¡especialmente
aquella de la religión judeo-cristiana! Estoy soñando...
¿Y para enseñar qué y cómo? ¿Un hijo de Dios que
camina sobre las aguas y resucita al tercer día luego de su
crucifixión? ¿Quién contaría a los niños esas patrañas que
son las interdicciones de utilizar un interruptor eléctrico los
días de shabbat? ¿O que en el paraíso se bebe vino a mares,
pero no sobre la Tierra? ¿Un Dios que abre el mar en dos
para permitir el paso de su pueblo, otro que reserva vír­
genes en cantidad para la cama del fiel que toma su lugar
cerca del Profeta luego de haberse cargado a un máximo
de inocentes -con tal de que no crean en sus pamplinas-?
Que esas historias para niños sean contadas por las
familias, pase. Transmiten ya demasiadas sandeces, ¡pue­
den continuar sin que se las moleste! Pero que la escuela
las reemplace so pretexto de fabricar un vínculo social, de
hacer posible el acceso a la cultura universal o de poner al
día las fundaciones de nuestra civilización, ésos son tapa­
rrabos para disimular el regreso del sacerdote a la escuela.
Al fin de cuentas, detrás de esas fabulaciones aparentemente
inofensivas se trata siempre de promover la moral judeocris-
tiana o la de los musulmanes, que bajo apariencias divergentes
enseñan un mismo odio de la mujer, de la vida, del aquí y ahora,
del infiel, del incrédulo o del ateo. Todas justifican el pasaje por
la Tierra como un castigo, un valle de lágrimas, una ocasión para
expiar. Las tres contabilizan cada día los muertos infligidos en
nombre de sus libros santos. En vista del estado del mundo, ¡la
urgenda me parece más bien la enseñanza del hecho ateo!
DE UNA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA

La mayor parte de la gente establece con su televisión


una relación singular. Y para decirlo de una vez, bas­
tante estúpida. Todos pretenden detestarla, la critican, la
abuchean, pero pasan tanto tiempo denostándola como
mirándola... Según ellos, saldría de la pequeña pantalla
un flujo perpetuo de abyecciones y de ignominias, pero
no se pierden ni una migaja y, apoltronados, abatidos
ante sus aparatos, se instalan para la transfusión al fin de
la jornada de trabajo. Que yo sepa, la extinción del ins­
trumento diabólico también es una posibilidad. A menos
que no se lo tenga.
Recuerdo a un profesor universitario que evocaba la
postura de los clásicos, siempre enfundado en la túnica,
hablando como un oráculo, el verbo de bronce y la figura
majestuosa, escribiéndome antaño acerca de cuán triste
estaba al verme obligado a "ir a lo de Pivot"71 -según la
expresión utilizada en ese entonces- para degradarme, lle­
narme de vergüenza, desconsiderarme, cuando me confor­
maba con formular allí algunas ideas presentadas en tal o
cual de mis libros. ¡Él, que se tiró de cabeza para hablar allí
-una vez...- de un libro que ni siquiera había escrito! Temo
que él ni siquiera haya conservado el ticket del vestidor
como recuerdo de ese bendito día.
Ahora bien, muy a menudo esos fiscales que activan
con la fuerza de su brazo la hoja de la guillotina se pelea­
rían por asistir al programa -incluso como público-. Son
los repartidores de lecciones, los guardianes de la virtud,
los injuriados por el hecho de que decimos delante de una
cámara aquello que profesamos en todas partes -lo contra­
rio sólo merece la guillotina...- quienes, ya ante la penum­
bra del público, se toman del cuello y efectúan contorsio­
nes peligrosas para su salud articular intentando que, del
otro lado del televisor, se vea su mostacho o su peinado.
La televisión vuelve loco. Cierto. Pero seguramente
más a aquellos que no aparecen en ella. Más radicalmente.
¿Puesto que quién no ha ido a hablar de su relación sexual
con un camionero pese a su diploma de lenguas orientales?
¿Qué profesor de provincia no ha aplastado un champig-
non sonoro un día de juego televisivo para ser el primero
en decir el nombre de la capital de Zimbabwe? ¿Qué psi­
cólogo de subprefectura ha rechazado visitar un estudio
de televisión regional para hablar de los estragos del acné

71. Bernard Pivot es un periodista francés, conductor de programas de televisión


culturales. (N. del E.)
juvenil? ¿Qué vieja rubia platinada no ha explicado a lo
largo y a lo ancho su decisión de esposar a un imberbe con
quien juega al amor perfecto? ¿O qué siniestro universi­
tario ha rechazado decir tres frases el día de gloria en el
que se ha celebrado a un escritor -a causa del centenario..
sobre el que ha transpirado toda su existencia, pero nunca
a causa de los focos...?
Sobre la pequeña pantalla el mundo se escribe de la
misma forma que sobre un espejo: se ve lo que se pone.
Su mediocridad o su curiosidad, su odio, su resentimiento,
su maldad, o su deseo de diversión, su estupidez o su inte­
ligencia. La televisión no es nada en sí misma, ni buena ni
mala. Apenas una proposición que, para existir, necesita del
que la mira y puede siempre dispensar de él. Duchamp72
tenía razón al afirmar que el observador hace el cuadro. La
idea vale también para aquello que se muestra en la tele­
visión. Cuando se le reprocha su mediocridad, tengamos
cuidado de que no nos esté devolviendo la nuestra.

72. Marcel Duchamp (1887-1968), pintor y escultor francés inventor del arte ready-made,
que consistía en la designación de un objeto de uso cotidiano como obra de arte.
Una de sus obras más famosas es el urinario “ La fuente" (1917). (N. del E.)
EL LEJANO AMOR AL PRÓJIMO

Nunca he visto demasiado a los cristianos amar a su pró­


jimo. Incluso menos perdonar sus ofensas. Al contrario,
durante los años en que se suponía debían educarme, he
tenido más a menudo la ocasión de constatar que se toma­
ban libertades con sus invitaciones a la ética de la suavidad
para preferir un nihilismo de valores y lanzar capirotazos,
castigar con un refinamiento sin nombre, detestar aquí
tanto como mascullaban allá, sin hablar de los manoseos
en las duchas o de las palizas infundadas. ¡Versiones sin­
gulares del amor al prójimo!
Hoy, un poco más viejo, y en mejores condiciones para
devolver las bofetadas, mi constatación persiste: los cris­
tianos parecen más capacitados para el resentimiento y el
odio que para el amor al prójimo. Si ellos se conformaran
con responder ojo por ojo y diente por diente, no veríamos
sino la banalidad de la naturaleza humana. Pero a menudo
compruebo que practican más seguramente por un ojo los
dos ojos, por un diente toda la boca...
¿Mi pecado? ¿Mi falta? ¿Aquello que me vale sus dia­
tribas, cartas y correos electrónicos? Ser ateo, decirlo cla­
ramente, rotundamente, fustigar los monoteísmos, redu­
cir a fábulas sus creencias de niño. Yo nos los violo ni los
saqueo, no he matado ni a su padre ni a su madre, no he
faltado a ninguno de los diez mandamientos. No. Simple­
mente mostré que no creía en la divinidad de su Jesús, en
la resurrección de la carne, en la vida eterna, no más que en
los nacimientos provenientes de las ancas de Júpiter.
¡Pero qué lluvia de palos! En otros tiempos, estos epis­
tolarios me habrían mandado directamente a la hoguera,
quizás después de haberme sometido al interrogatorio,
¡embudo en boca, barril de aceite vaciado en el estómago!
Amor al prójimo, cuando tú nos tienes... Es muy necesa­
rio que el personal con el cual se hizo la Inquisición exista
en alguna parte en tiempos de paz, y por ende esté posi­
blemente disponible de nuevo, en caso de necesidad...
Los auxiliares de verdugo nunca faltan realmente entre los
lectores de libros pretendidamente santos. Sus insultos hoy
permiten contarlos.
Extrañamente, eso que ellos consideran argumentos se
reducen a insultos que los dispensan de ir al único terreno
en el que yo merecería la corrección: aquel de los textos que
leo, analizo, critico o recuso. Para no tener que enfrentarme
en un duelo singular y de honor, desprecian: no he leído,
no conozco, no sé leer, no comprendo, me pierdo lo esen­
cial, sólo leo libros malos, soy deshonesto, no hago filoso­
fía, no soy serio, estoy en la caricatura, etcétera.
Incluso recientemente, ante los quinientos asisten­
tes de la Universidad Popular de Caen en la que presen­
taba la tesis de los negadores de la existencia histórica de
Jesús, que hago propia, uno de mis viejos profesores, al
que no había visto durante los últimos veinticinco años,
se levantó, extático, y con los ojos mirando al cielo expuso
todos sus argumentos hilvanándolos como perlas. Con­
cluyó cuando lo invité a confrontarme en el terreno de
los hechos, de las ideas y de la historia, que, comprobado
o no, incluso si Jesús no existió, de todos modos no cam­
biaba nada a la verdad del cristianismo. Ni, probable­
mente, a la validez de sus tesis sobre el amor al prójimo...
ÍNDICE

Filosofar como un perro


Prólogo: bajo el signo del perro 9
Ségoléne y el Buda 18
Del derecho al ateísmo 20
Los cretinos útiles 22
Edvige es u n seudónimo 24
Al arzobispo le gustan los pedófilos 26
Cuando los ladrones dictan la ley 28
Pagar eternamente la deuda 30
El panzerpapa siempre de verde militar 32
La calle, verdad del pueblo 35
M aría Antonieta Sarkozy 38
El asaltante y la monja 41
Las dos Américas 44
El trabajo libera 47
Feliz año sarkozysta 50
Del buen uso del sabotaje 53
¿A quién pertenece Pouget? 56
Ségoléne Debord y Guy Royal 59
Al carajo con los cuidados paliativos 62
La crirninalización del pensamiento 65
El gran Aibert 68
Llegó la cosecha del nuevo Diógenes 71
Revolucionar la revolución 74
Los bárbaros refinados • 77
Olivier, apúrate... 80
"Toda idea en movimiento se convierte en una aurora" 83
La izquierda caviar en el com edero 89
Elogio del casamiento y de los pañales 92
El anticapitalismo revolucionario de derecha 95
¿Debord sollersiano? 98
Campos de la muerte invisibles 101
Doscientas velas para Proudhon 104
Stimer se viste en Saint-Laurent 107
C azar a los cazadores 110
Córcega nocturna, Córcega solar 113
El perdón royal 116
El genocidio de los sin tierra 119
Los desvalijadores de enfermos 122
Un P apa satánico 125
N uevo filósofo y viejo sarkozysta 128
Egócrata serás tú... 131
Estrategia del placer subversivo 134
Calvino triste 137
Los antifilósofos vuelven a filosofar 140
Pintar el capitalismo de verde 143
¡Abstención, tram pa para imbéciles! 146
Maquiavelo ginecólogo 149
¿Niqab o no niqab? 152
Dime a quién odias y te diré quién eres 155
Una religión del siglo XX 158
El día del sangrador 161
El post-anarquismo explicado a mi abuela 164
El inconsciente presidencial 167
La bandera negra y el baldaquín 170
Bestias que se alimentan de heno 173
Martine filósofa 176
Lacan cómo y dónde 179
San Jacob, roba para nosotros... 182
¡Divino diván! 185
Peillon, tram pa para imbéciles 188
Una máquina de dar cachetadas 191
Rastros de fuegos furiosos
¿Un policía bajo el diván? ^97
La comunidad imposible 200
El oxím oron viviente 203
La tercera revolución de las costumbres 206
Alá es (demasiado) grande 209
Grandes colonos e intelectualoides 212
El arte de facilitarles las cosas a los caníbales 215
Perfumado con agua bendita 218
¡Viene el lobo antisemita! 221
Una continuación a las historias de lobos... 224
L a improbable razón estadounidense 227
El enfermo y los hijos de puta 230
El principio de Judas 233
La estupidez con cabeza de toro 236
Higiene de la correspondencia 239
L a Europa de los idiotas 242
Los devotos de la religión catódica 245
La vida de los bichos bolita 248
Los deberes de la amistad 251
La insolente generación de los traidores 253
La pedaleada de Jean-Paul Sartre 256
Asaltar a mi panadera 259
Filosofar a fondo 262
L a ingenuidad filosófica 265
Del derecho de las ratas 267
La tanatofilia francesa 269
Esto no es una caricatura 272
A na (Frank) y Joseph (Ratzinger) 274
Recetas de filosofía mediática 277
El periodismo explicado a mi hija 279

La filosofía feroz
La geografía de la eternidad engarzada 285
Tendremos la filosofía feroz 288
Contra las madres y las esposas, las mujeres 291
Inventar una vida exitosa 294
Las dos violencias 297
Elecciones, ¿tram pa para bobos? 300
La izquierda está muerta. ¡Viva la izquierda! 303
Es Hom ero al que asesinan... 306
Los dos M editerráneos 309
Los zoológicos nacionalistas 312
Hay que liquidar M ayo del 68 315
La vida después de la guillotina 319
El olor a sangre de los monoteísmos 322
Pobres cabrones 325
En el grado cero de la inteligencia 328
Del buen uso de los cadáveres 331
La sinrazón del más fuerte 334
Contra el nacionalismo regional 337
El velo del chivo expiatorio 340
El superyo de los sub-yo 343
Carpa socialista, conejo liberal 346
La curvatura del derecho 349
La regla de las leyes de hospitalidad 352
¡Enseñar el hecho ateo! 355
De una servidumbre voluntaria 357
El lejano amor al prójimo 360
Este libro se terminó de miprimir en marzo de 2013,
Elias Porter Talleres Gráficos, Plaza 1202, CABA.

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