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El cuento realista muestra situaciones y personajes que se presentan creíbles, es decir, probables dentro
de un mundo creado a semejanza del real.
En cambio, en el cuento fantástico el mundo real es quebrado por la irrupción de hechos o elementos
extraños y ajenos a él que producen incertidumbre en el lector ante la imposibilidad de explicación racional.
Por su parte, en el cuento de ciencia ficción los autores se interrogan sobre el progreso científico y
tecnológico y, por eso, los cuentos suelen poblarse de viajes en el tiempo, seres extraterrestres, robots y
naves espaciales.
El cuento policial gira en torno de un enigma inicial, que habitualmente es un delito, y las acciones que
se llevan a cabo para resolverlo. Así, en estos textos suele relatarse a la vez la historia de un crimen y la de la
investigación.
En el cuento maravilloso intervienen personajes sobrenaturales, como hadas, duendes o brujos, y objetos
mágicos, como talismanes y varitas mágicas. A diferencia del cuento fantástico, lo sobrenatural no
desconcierta al lector, quien acepta las reglas del mundo fabuloso presentado en el relato.
De ese modo, el concepto de verosímil no se reduce al mero parecido de un suceso, personaje o
marco con lo que consideramos “la realidad”; no se reduce a lo que puede suceder dentro de la lógica que
creemos que rige nuestro mundo: lo verosímil en literatura tiene relación con el género al que una obra
literaria pertenece. Entonces, el proceso de lectura no se limita a lo que en la vida cotidiana vemos como
lo real sino que inaugura el mundo de lo posible. Serán posibles (y esperables) en las obras pertenecientes a
la ciencia ficción los viajes a otros mundos o los contactos con seres de otros planetas, del mismo modo
como existirán los vampiros o los monstruos en los géneros góticos o de terror. Y lo fantástico se definirá
como aquel género que le permita al lector vacilar entre una lectura ajustada a la lógica del mundo “real” o
ajustada a hechos extraños, no explicables por esa lógica.
Es decir, cada género literario tiene sus propias leyes, respetadas por emisores y receptores –autores
y lectores- en los imaginarios mundos que propone la literatura.
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