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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Colegio Nacional de Buenos Aires


Historia- Segundo año
Prof. María Juliana Gandini

14- El momento carolingio

En estas últimas semanas hemos entrado en el mundo medieval. Más precisamente,


en la alta edad media, un período que va desde la disolución final de las estructuras
sociales y económicas del mundo antiguo y la consolidación de aquellas propias del
medioevo.

La primera parte de la alta edad media se caracteriza, según lo que hemos


analizado, por la ruptura de la unidad política en Europa y por el carácter
patrimonial de las unidades políticas que surgen en el continente; la fusión romana-
germana; una poderosa ruralización (que incide en el deterioro de las ciudades, la
caída de los mercados, el comercio y la economía monetaria); una progresiva
regionalización de Occidente; la lenta desaparición de la esclavitud productiva; y
la expansión del cristianismo (gracias al poder episcopal, la red de monasterios y el
culto a los santos).

Las unidades políticas que caracterizan este primer momento de la alta edad media
son, como hemos dicho, los reinos romano-germánicos. Se trata de reinos surgidos
en los antiguos territorios del imperio romano de Occidente conformados por una
aristocracia germana guerrera que rápidamente se mezcla con las elites romanas
de las provincias. Estos reinos, organizados a través de monarquías, se
caracterizan por ser patrimoniales, unidades políticas en las que el patrimonio del rey
no se diferencia del patrimonio público. El control de los territorios, el
establecimiento de un aparato fiscal y el ejercicio de la justicia desde la cúspide del
sistema no aparecen claramente delineados en los reinos romano-germánicos.

Entre los reinos romano-germánicos, sobresalía sin duda el reino franco, fundado y
mantenido hasta el siglo VIII por la dinastía merovingia. Población, producción agrícola
y poderío militar determinaron la fortaleza de este reino frente a otros que fueron
mucho más endebles. Fue además un factor importante en la creciente importancia
del sector noroeste de Europa frente al tradicional escenario Mediterráneo de la
antigüedad y tardo-antigüedad.

Nos ocuparemos ahora de dos procesos importantes de la segunda mitad de la alta


edad media: por un lado, la constitución, desarrollo y crisis del famoso “momento
carolingio”, que ve la constitución de un nuevo imperio en Europa occidental que
se sustenta en el poderío de los francos; por el otro, las “segundas invasiones”, una
segunda gran serie de movimientos demográficos y militares que afectaron
profundamente a Europa Occidental en el curso del siglo X.

No hay representaciones contemporáneas a Carlomagno,


solo imágenes posteriores que lo recrean como un
arquetipo de rey. Aquí lo vemos en un denario que recoge la
iconografía tradicional del imperio latino: junto a su nombre
en latín (Karolus) aparece la abreviatura IMP AVG
(imperator augustus).

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EL MOMENTO CAROLINGIO Y LAS SEGUNDAS INVASIONES

EL “RENACIMIENTO” CAROLINGIO, EL MOMENTO CAROLINGIO, EL IMPERIO DE


CARLOMAGNO

Con estos nombres distintos se refiere un mismo proceso: la aparición de un nuevo


imperio en Europa occidental. Un imperio fundado en el reino de los francos y
sancionado por la iglesia cristiana que quiso reconstruir la vieja unidad imperial
romana pero que, pese a algunos logros interesantes, finalmente fracasó. De allí la
caracterización de “renacimiento”, como una vuelta o, mejor, un intento de vuelta a
las estructuras imperiales. De allí también la caracterización de “momento” ya que el
experimento solo se sostuvo por parte de los siglos VIII y IX.

El nombre de “carolingio” se debe al gobernante más célebre de este intento de


reconstrucción medieval del imperio en Occidente, Carlos el grande, Carlomagno o, en
latín, Carolus Magnus (742-748), un rey de los francos coronado como emperador
de Occidente por el obispo de Roma en el año 800.

Entonces ya sabemos tres cosas importantes: la experiencia histórica del imperio


carolingio quiso ser un renacimiento (finalmente fracasado) de la unidad imperial
en Occidente; tuvo una duración breve; y tuvo en su centro a un señor llamado
Carlomagno, rey de los francos y luego emperador. Ahora necesitamos más contexto.

EL FIN DE LA DINASTÍA MEROVINGIA Y LOS ORÍGENES DE LA DINASTÍA CAROLINGIA

El reino de los francos fue sin demasiadas dudas el más próspero de los reinos
romano-germánicos en el siglo VII. Y eso a pesar de haber sufrido intensos conflictos
internos, divisiones, reagrupaciones y unificaciones. Más allá de estas luchas, la
dinastía merovingia, en sus distintas ramas, había logrado mantener los territorios
dentro de la familia. Y para ello contaban con la ayuda de sus famosos mayordomos.

Los mayordomos eran nobles que terminaron funcionando como virreyes de los reyes
merovingios, atendiendo sus asuntos, organizando sus ejércitos y ocupándose
muchas veces del gobierno efectivo del reino. Vamos a detenernos en uno de estos
mayordomos, Charles Martel (c. 688-741), abuelo de Carlomagno.

Carlos Martel era un temible comandante militar y un también temible animal


político. No solo logró heredar el cargo de mayordomo de su padre, sino también
mantener los territorios de los francos unidos y frenar una invasión.

En el 732 Martel se enfrentó en Poitiers, cerca de Tours, con las fuerzas que
comandaba Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi. No suena a nombre europeo, no?

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Al-Gafiqi había nacido en la península Arábiga, en las costas del mar Rojo. Formaba
parte de los cuadros militares y de gobierno del califato Omeya, el segundo gran
estado islámico formado después de la muerte del profeta Mahoma en el 632.

Máxima expansión del califato Omeya. No pudieron mantener sus posiciones en el sur de
Francia y debieron también retroceder en la frontera de los Pirineos, pero fuera de eso, una
expansión formidable y destinada a ser heredada por otros imperios musulmanes.

Era una organización política expansiva, que había conquistado no solo buena parte
del Cercano y Medio Oriente (destruyendo al imperio sasánida y poniendo a la
defensiva al imperio romano de Oriente) sino también el norte de África y buena
parte de la península Ibérica, derrotando completamente a los reinos visigodos
cristianos y obligando a sus reyes a refugiarse en el extremo norte de lo que hoy es
España. Practicaban el Islam, cosa que les daba una extraordinaria cohesión
(unidad): el califa omeya gobernaba así desde su opulenta corte en Damasco, casi
toda la península ibérica, toda la costa sur del Mediterráneo, Siria, Palestina, la
península Arábiga, la Mesopotamia y el Irán.

La monumental
mezquita de
Damasco fue
originalmente una
basílica dedicada a
Juan el Bautista, a
quién el islam
considera también
un profeta. Fue
convertida en
mezquita tras la
conquista de la
ciudad en el 634, y
luego ampliada y
re-decorada con
mosaicos.

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Lo más probable es que A-Gafiqi solo se hubiera aventurado con una fuerza militar de
exploración a los territorios de los francos. Pero el hecho de que Carlos Martel lo
derrotara completamente decidió a los gobernantes musulmanes del Al-Ándalus (la
península Ibérica) a no insistir en su expansión hacia el oeste. Dentro del reino de los
francos, Martel fue tenido como un héroe de la cristiandad, en tanto que había
vencido a una fuerza musulmana y “salvado” al reino franco del destino que habían
tenido los reinos cristianos visigodos de la península ibérica.

Todo lo que está en amarillo eran dominios del califato de omeya (o califato de Damasco, por
su capital). Las partes verdes corresponde a reinos cristianos. La ocupación musulmana de la
península ibérica va retrocediendo hacia el sur, pero eso sería un trabajo de siglos: piensen
que el último reino musulmán en la península (Granada) cayó en 1492, meses antes de que
Colón partiera en su viaje atlántico.

El triunfo de Carlos Martel se tradujo en un creciente poder y prestigio para su


propia familia dentro y fuera del reino franco. Tal fue así que sus hijos heredaron su

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mayordomía, controlando a los reyes merovingios, quienes parece no tenían


demasiado interés en gobernar. Uno de sus hijos, se retiró a la vida monástica,
cediéndole todo el poder a su hermano, Pépin “le Breff”, Pipino “el breve”
(aparentemente por su baja estatura).

En el 751, sin ningún tipo de oposición, este mayordomo de los reyes merovingios
se convirtió en rey de los francos, aclamado por un asamblea de nobles y obispos y
destronando a Childerico III (m. 755), el legítimo rey merovingio, que no encontró
ningún defensor de su causa. Evidentemente había un acuerdo previo entre Pipino y
los nobles francos que confiaban en su capacidad de gestión y que, por el contrario, ya
no lo hacían en la vieja dinastía merovingia. Los obispos locales y el obispo de
Roma, también habían prestado su apoyo a lo que no era otra cosa que una
usurpación.

Denario de Pipino el breve, cuya cara tiene el monograma “RP”, Rex Pipinus; en la seca, dice
“LVG”, por Lugdunum, el nombre latino de Lyon.

Detengámonos en el apoyo del obispo de Roma (en ese momento, Zacarías). En


ese momento, la ciudad de Roma (y el propio obispo) se hallaba amenazada
militarmente por una invasión de lombardos que se habían asentado en el norte de
Italia. El obispo de Roma necesitaba una fuerza militar poderosa que barriera a sus
enemigos y le diera seguridad. Pipino, por su parte, necesitaba una autoridad religiosa
que sancionara y le diera legitimidad a su reinado, en origen, ilegítimo.

Así empieza esa segunda alianza imperio/papado, que sigue a la que se había dado
en el contexto del dominado. Por supuesto, todavía no había un nuevo imperio en
Europa: Pipino había sido coronado “rey de los francos”, no emperador; pero su
hijo Carlomagno sí lo sería, por lo que las relaciones que su padre fundó con el
obispo de Roma fueron los primeros cimientos de esa alianza.

Cuando Pipino murió, en 768, dividió el reino franco entre sus dos hijos: recuerden que
como era patrimonio personal del rey, podía hacer con el reino lo que mejor le
pareciera. Carlomagno reinó con su hermano Carlomán por unos pocos años (y no en
completa armonía) hasta la muerte de éste en 771. De allí en más sería el único rey
de los francos y sería también coronado emperador veintinueve años después.

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EL LARGO REINADO DE CARLOMAGNO (768-814)

Una de las cosas más impactantes e importantes del reinado de Carlomagno fue la
impresionante campaña de conquista y expansión que llevó adelante en Europa.
Extendió el dominio de los francos hacia el sur, derrotando a los lombardos del norte
de Italia, sobre quienes se coronó rey. Pero todavía más importante, conquistó e
incorporó a la cristiandad los territorios que hoy componen Alemania, así como los
territorios eslavos de Polonia y Hungría. No pudo avanzar contra las posiciones
musulmanas de la península Ibérica, pero sí logró mantener la famosa “Marca
Hispánica”, una zona en el sudeste de lo que hoy es España y el suroeste de Francia
(digamos, entre Barcelona y Narbonne) que funcionaba como un “retén” contra el
avance del califato de los omeyas.

Todas estas conquistas lograron restituir una parte importante de la unidad del
antiguo imperio romano en Occidente (pero como claramente se ve en el mapa, de
una forma muy parcial). El poderío económico y bélico que podía extraer de estos
territorios tan extensos le permitió estabilizar buena parte de Europa. Estableció una
corte en Aquisgrán, entre Alemania y Francia no demasiado lejos del Rin.

El imperio carolingio en su máxima extensión (con la línea gruesa en Europa); el imperio


romano de Oriente en Grecia y Asia Menor (con otra línea gruesa); y el califato omeya, en la
península Arábiga, Siria-Palestina, el norte de África y la península Ibérica ¿Quién estaba más
cerca de reunir a todos los territorios del viejo imperio romano?

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¿Cómo se organizaba este amplio territorio? No existía ya el aparato burocrático


del imperio romano, ni su extensa red de curias en los municipios; las ciudades
tampoco eran puntos importantes del poder político y no había funcionarios como
sí había habido en el imperio. En gran medida, seguiría funcionando como un estado
patrimonial, aunque hay cambios muy interesantes.

Las fuentes que tenemos para analizar la organización de los territorios carolingios
son los famosos “capitulares”. Los capitulares son las leyes dictadas por el rey
franco, que se iban recopilando en pequeñas secciones llamadas capítulos. Abarcan
todo tipo de asuntos, desde temas eclesiásticos, hasta las condiciones de la
esclavitud, la herencia o temas de justicia criminal.

Una copia del


siglo IX de un
capitular
carolingio. Esa
hermosa letra se
denomina
“minúscula
carolina” en es la
letra en la que se
basan muchas de
nuestras letras
tipográficas
actuales. El
manuscrito
original se
encuentra en la
Biblioteca
Nacional de
Francia.

Pero estos textos tuvieron poca aplicación. Expresan más lo que se deseaba que lo
que era la sociedad carolingia en realidad, y lo mismo pasaba en la organización del
territorio. Citando nuevamente a Baschet, podemos estar bastante seguros que “la
imagen de una administración bien organizada y fuertemente centralizada que
sugieren los capitulares […] es quizá ampliamente ilusoria” (Baschet (2009 [2004]:

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73).1 Tenemos así una mezcla de estado patrimonial y un estado que, en algunos
rasgos, parece constituirse de una forma más fuerte.

Los territorios controlados por Carlomagno y sus sucesores eran administrados de


manera indirecta por el rey (y luego, emperador) porque no había ni funcionarios, ni
burocracias ni redes urbanas en las que apoyarse. No obstante, todos los actores
políticos del reino/imperio consideraban que eran potestades inalienables
(intransferibles) del rey/emperador mantener la seguridad del territorio, imponer la
fiscalidad y la ejercer la justicia.

Lo que sale de los capitulares, por “ilusorio” que fuera, era que los territorios
interiores, más establecidos y seguros, estaban divididos en 300 pagi administrados
por condes, nombrados por el rey/emperador. En cambio, los territorios fronterizos
más nuevos dónde podía haber guerras o levantamientos se dividían en marcas o
ducados y estaban defendidas por personas de mayor prestigio, poder y confianza del
rey/emperador, los duques o los marqueses. Además, aparecen unos personajes
llamados missi dominici, una especie de inspectores laicos y eclesiásticos que
recorrían el territorio por orden del rey/emperador

Pero la realidad es que el control territorial está en manos de aristócratas locales


o de guerreros, más allá de que el rey/emperador los nombraba y recompensaba
de forma directa. No había pues una estructura administrativa propiamente dicha,
sino lazos de fidelidad personal. Estos lazos se establecen y organizan a través de
un juramento de vasallaje, en el que el noble (vasallo) jura fidelidad, dar consejo y
ayuda militar a su señor (el rey/emperador). Endeble, pero otra forma de resolver el
problema no había.

Lo importante en esta etapa es que estos lazos de vasallaje están monopolizados


por el rey/emperador. De hecho, la obligación del servir al rey/emperador funciona
durante todo el período carolingio como un elemento central en la definición de la
aristocracia, que fundamenta y legitima su poder. De allí que se considerara que
defender el territorio, establecer los impuestos y ejercer la justicia eran poderes
propios del rey/emperador. Esto cambia sustancialmente en el siguiente período,
que analizaremos la semana próxima.

LA ALIANZA CON LA IGLESIA Y EL FLAMANTE IMPERIO CAROLINGIO

La incorporación de Germania, Polonia y Hungría a la cristiandad (con políticas


que bordearon casi el genocidio, sobre todo contra los sajones) fue un fenómeno
fundamental para el futuro de Europa. Pero quizá, fueron todavía más importantes las
consecuencias de la relación especial que tejieron con francos con la iglesia
cristiana, y en particular con el obispo de Roma. Es esta relación la que lo
convierte en el papa, la cabeza indiscutida de una iglesia cristiana jerarquizada y
uniformizada como nunca antes lo había sido.

1
El resaltado es mío.

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La relación entre los reyes carolingios y el obispo de Roma comenzó, como ya


hemos dicho, cuando, a cambio de una muy necesitada legitimidad, Pipino el Breve
defendió a Roma del ataque de los lombardos. Pero esto sería solo el comienzo.

Las campañas militares de Carlomagno no solo se extendían los territorios


controlados por el rey franco, sino también la cristianización. La evangelización de
Alemania, Polonia y Hungría fue posible gracias a la implantación del poder
franco, que les permitió a predicadores y misioneros predicar la fe al tiempo que
combatía por las armas a los rebeldes “paganos” que insistían en adorar a sus dioses
antiguos. Además la de la violencia, el culto a los santos y la resignificación de algunos
ritos paganos (como al decoración del árbol sagrado de Wotan, transformado en el
arbolito de Navidad) ayudó a la conversión de estas nuevas regiones integradas a la
cristiandad.

En el 800, Carlomagno se hallaba en Roma, en una conmemoración de la Navidad.


Allí es coronado emperador por el obispo de Roma, León III. No está claro qué
significó esto ¿Era algo buscado por Carlomagno o, por el contrario, una situación
armada por el obispo de Roma? ¿Desde cuándo un obispo, aun cuando fuera el de
Roma, coronaba a un emperador? ¿Se buscaba engrandecer la figura de Carlomagno
o recordarle que su poder y su posición en la tierra venían de un poder divino
representado por los hombres de la iglesia?

En todo caso, si Carlomagno quería coronarse emperador, fue León III el que decidió
la forma, el cómo y el cuándo. Parecía que iglesia e imperio serían dos entidades
equivalentes y complementarias: la primera, aseguraría el gobierno de dios sobre
los hombres; el segundo, el orden en la tierra a través de la ley (y la fuerza, si era
necesaria). Pero más allá de esta complementariedad, la iglesia se ocuparía repetidas
veces de recordarle a emperadores y reyes que lo eran por gracia de dios; y
quienes controlaban las relaciones hombres/dios eran los obispos, y en especial, el
romano, que coronaba emperadores.

No es pues una relación sencilla la que se construye entre imperio e iglesia, pero es
una relación que los fortalece mutuamente. Por el lado del imperio, Carlomagno y
sus descendientes adquieren la máxima legitimidad a la que podía aspirarse en
Occidente: “la iglesia se encarga en todo momento de mantener el aura del poder
imperial, no solo legitimándolo mediante lo sagrado, sino esforzándose siempre en
hacer aparecer las acciones imperiales como las de un príncipe cristiano, que actúa de
acuerdo a la voluntad divina” (Baschet (2009 [2004]: 73). Esta posición le permitió
además nombrar obispos y abades, que constituyeron una red que además de
extender el cristianismo, lo ayudaron a gobernar y a ejercer cierto control territorial.
También, le ganó el favor de los únicos intelectuales de la época (los hombres de
la iglesia), que comenzaron a escribir historias y tratados que construyen la imagen de
un Carlomagno de dimensiones míticas.

Pero si bien el imperio se benefició, no se compara con el provecho que sacó la


iglesia y en especial, el obispo de Roma de la alianza con el imperio. Por empezar,
teóricamente, el obispo de Roma ya tenía emperador: el lejano emperador romano
de Oriente, sentado en el trono de Constantinopla. La relación entre uno y otro,
después de la caída del imperio romano en Occidente no era buena, ya que la
distancia, pero también las preferencias litúrgicas y dogmáticas de los emperadores de

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Oriente eran muy distintas a las que sostenía el obispo de Roma. Con Carlomagno y
la fortaleza del reino de los francos, el obispo de Roma encontró los apoyos
necesarios para sacudirse el control del emperador de Oriente y asociarse a un poder
imperial nuevo, creado a su medida. Coronar a Carlomagno como emperador fue la
forma en que el obispo de Roma cortó los lazos de dependencia que lo unían con el
emperador romano de Oriente, logrando así una inusitada independencia.

Cuando hablábamos de cristianismo les había comentado sobre este fresco del siglo XIII, que
representa la supuesta concesión de la soberanía temporal del imperio por parte del dominus
Constantino al obispo de Roma, Silvestre. Los reclamos de los obispos de Roma por su
supuesta supremacía sobre el imperio se formulan en el imperio carolingio y estarán activas
muchos siglos.

Pero allí no terminan los beneficios que el obispo de Roma sacó de la alianza con el
imperio. La coronación de Carlomagno significó la construcción del papado como un
auténtico poder. Acompañando al emperador, el obispo de Roma comenzó a amasar
territorios, prestigio y mecanismos que lo convirtieron en la cabeza indiscutida de la
Iglesia:

 Recibió del emperador el control del llamado “patrimonio de San Pedro”, un


conjunto de territorios en la península itálica que van de Roma a Rávena. Allí el
obispo de Roma gobernaría como máxima autoridad, religiosa y política.
La iglesia señalaba que esos territorios habían sido donados por Constantino
al obispo de Roma Silvestre I. En el siglo XV se demostraría que esta
donación era falsa, porque el documento en el que se apoyaba había sido
escrito en el siglo VIII y no en el III. Pero más allá de que el documento en que
descansaba la sesión fuera falso, sirvió en su momento (y también después)
para asegurar las importantes bases territoriales del papado ¿Qué obispo

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europeo podía competir con las rentas que el obispo de Roma sacaba de la
administración de media Italia?

 El obispo de Roma comenzó a imponerse sobre el resto de los obispos, tanto


en cuestiones de dogma (en núcleo de las creencias) como de liturgia (la
forma en que se practican los ritos). Esto fue creando una iglesia cada vez
más jerárquica y homogénea, que reconocía al papa como su líder.

Mirando al conjunto de la iglesia, la institución obtuvo del emperador autonomía


judicial (podía juzgar sus propios miembros por sus propias leyes, sin intervención de
otra jurisdicción) e inmunidad fiscal. Finalmente, el imperio hizo obligatorio el
diezmo, la donación del diez por ciento de lo producido para la iglesia.

En resumen “en momento carolingio descansa así sobre una alianza entre el imperio
la iglesia, que garantiza, mediante un intercambio equilibrado de favores y apoyos, el
auge conjunto de ambas partes” (Baschet (2009 [2004]: 72).

UNA HOMOGENEIZACIÓN CULTURAL

Ligado a sus vínculos con la iglesia, el imperio carolingio tuvo uno de sus legados
más importantes en el ámbito de la alta cultura letrada. Con esto nos referimos a la
producción y circulación de saberes vinculados a la lectura y la escritura. Tengamos
en cuenta que durante la mayor parte de la edad Media, los únicos intelectuales de
Europa eran los miembros del clero. Sabemos que Carlomagno aprendió de adulto a
leer y apenas sabía firmar su nombre; no necesitaba más.

Tanto él como su hijo, Luis el Piadoso, o Ludovico Pío, se rodearon de sabios


letrados, como Alcuino de York o Waldo de Reichenau en la escuela palatina (del
palacio) de Aquisgrán: el saber es también una forma de legitimación. Pero también,
ordenó que cada catedral mantuvieran distintos tipos de escuelas. Las más básicas,
como centro de instrucción de primeras letras; las más avanzadas (escuelas
catedralicias), eran más antiguas, pero en este período se generalizaron en Europa y
se ampliaron notablemente.2 Asimismo, la administración carolingia impulsó que los
monasterios tuvieran espacios de estudios, con libros y bibliotecas.

El objetivo central de estas políticas, en el que estaban de acuerdo las autoridades


imperiales (laicas) y eclesiásticas, era difundir los textos más importantes del
cristianismo: los evangelios, las liturgias y los grandes pensadores tardo-antiguos y
temprano-medievales del cristianismo (Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán,
Jerónimo y el papa Gregorio Magno). Había que contar con buenas copias y más
numerosas de sus obras más importantes.

Recuerden que previo a la invención de la imprenta en el siglo XV (y luego también), la


única forma en que uno tenía para hacerse de un libro era copiarlo a mano.

2
Varias de estas renovadas escuelas catedralicias carolingias darían pie luego a la mejor
invención medieval: las universidades. Ejemplos de ello son las escuelas catedralicias de
Oxford, París, Salamanca (esta, una vez que los reinos cristianos comenzaron a recuperar
terreno del califato Omeya en la península Ibérica) o Pisa.

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Sabemos que eso no es sencillo, lleva mucho tiempo y que al copiar de copias, se
van deslizando errores cada vez peores. Si esto era un problema con un texto
filosófico, imagínense el desastre que podía ocurrir si se copiaba mal la Biblia:
podíamos terminar en una herejía involuntaria. Entonces, había que mejorar las
formas de producir libros manuscritos, creando las posibilidades de que más
personas pudieran escribir (la escuelas catedralicias) pero, también, estandarizando
una letra fácil de leer y copiar (la minúscula carolingia). Se introdujeron otras
novedades importantes, como la separación de palabras y el agregado de signos de
puntuación (¡gracias monjes carolingios!), superando la vieja scripto continua de los
manuscritos antiguos. Junto a esto, se multiplican los scriptoria en los
monasterios, los espacios para copiar libros. Si quieren ver manuscritos medievales
franceses (e ingleses on line), pueden consultar varios por siglo en el portal de la
Biblioteca Nacional de Francia. Es difícil para nosotros imaginarnos lo difícil, lento y
caro que era hacer y acceder a un libro en la edad media.

Una representación
muy temprana del
trabajo de un monje
copista. Codex
Amiatinus, c. 700
(Inglaterra).

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Por suerte no solo se copian textos cristianos: también se copiaron textos latinos,
ya que enseñaban el latín (el idioma de la iglesia y de la administración) y también, la
historia del pasado pagano. Gracias a todos los monjes que copiaron a Cicerón,
Virgilio y hasta a Ovidio, es que estos autores latinos (y muchos otros) llegaron
primero a los siglos XIV y XV y luego a nosotros. El mantenimiento de la lengua latina
con reglas de referencia estables resultó además fundamental para la cohesión de la
iglesia, desparramada ya por toda Europa.

Una copia carolingia del De materia medica, Codex Aureus de Lorsch, que contiene los
de Dioscórides, uno de los libros de cuatro evangelios y una carta de San
medicina más importantes de la antigüedad Jerónimo. Fue elaborado entre finales del
clásica. Escrito originalmente en griego, fue siglo VIII y principios del IX en el taller del
traducido al latín muy rápidamente. palacio de Aquisgrán

Finalmente, desde el punto de vista de la liturgia, tenemos que resaltar la imposición


de la liturgia romana en toda Europa, producto no solo de estos mecanismos de
homogeneización cultural que citamos más arriba, sino de la voluntad unificadora
tanto del imperio como del obispo de Roma. Se impuso así el sacramentario
romano, el libro que contenía todas las fórmulas que el sacerdote debía decir en los
sacramentos de la iglesia cristiana. De ahí en más, toda la diversidad de usos y
costumbres que había tenido cada diócesis comenzó a desaparecer. Esto es
también producto de la alianza imperio/iglesia: “la reforma litúrgica, apuesta
fundamental para la iglesia, se realiza mediante una alianza entre Aquisgrán y Roma,
que sirve a los intereses conjuntos de ambos poderes y manifiesta el nuevo papel y el
prestigio que se le confieren al papa en Occidente” (Baschet (2009 [2004]: 77).

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LAS SEGUNDAS INVASIONES Y LA CAÍDA DEL IMPERIO CAROLINGIO

El derrumbe del imperio carolingio no es instantáneo. Al morir Carlomagno en


814, su hijo Luis fue reconocido tanto como rey de los francos y como emperador.
De hecho, el reinado de Ludovico Pío consolidó muchas de las tendencias que se
habían generado en el reinado de su padre, sobre todo en lo que hace a la difusión de
la liturgia cristiana y la influencia del papa en la iglesia de Occidente.

El problema vino con la sucesión de Luis, que murió en 840. A partir de entonces
vamos a notar que una crisis interna al mundo franco se combinó con otra externa.
Vemos primero la interna.

Ludovico Pío decidió dividir en vida sus dominios entre sus hijos, Luis el
Germánico, Lotario, Pipino y Carlos el Calvo. En base a la lógica de un estado
patrimonial esto tenía sentido: el reino era propiedad de su rey y podía dividirlo como
mejor le pareciera. Pero como ya había pasado previamente, los herederos
comenzaron a disputar entre ellos la herencia aun en vida de su padre, abriendo un
ciclo de guerras que iban de Francia a Alemania y afectaban también a Italia. Estos
conflictos llegarían a una tregua con el tratado de Verdún, firmado en el 843 entre los
tres hijos sobrevivientes de Ludovico. Este tratado establecía un acuerdo que dividía
el reino franco en tres partes: Francia Oriental, Francia Media y Francia
Occidental. Si miran el mapa es muy claro que Francia Oriental va a dar origen al
reino de Francia mientras que Francia Occidental, a Alemania. Lotario, en el medio,
fue quien conservó el título imperial, al menos por un tiempo. Sus territorios se
reorganizarían luego en otras unidades políticas no tan claras y duraderas como las
que heredaron sus hermanos.

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14- El momento carolingio

Aunque el tratado de Verdún calmó un poco las rivalidades y las luchas, estas no
cesaron, por lo que volvemos a tener un panorama fragmentado en términos
políticos en Europa Occidental. Pero la fragmentación política no terminaría allí. A
partir de mediados y finales del siglo IX y durante todo el siglo X, Europa fue objeto de
las llamadas “segundas invasiones”.

Como las primeras, allá a fines del mundo romano antiguo, se trataban de
migraciones de sociedades que se hallaban en la periferia de Europa y que por
distintas razones, comenzaron a avanzar sobre ella. Si bien predomina un elemento
militar en este caso, también tuvieron elementos de migraciones poblacionales más
amplias.

La invasión más larga y persistente fue la de los north men, los hombres del norte,
más conocidos como vikingos. Estos tenían sus territorios ancestrales en Dinamarca
y la península Escandinava y comenzaron a atacar la costa norte de Europa e
Inglaterra buscando botín (tesoros, esclavos), pero también tierras en donde
instalarse. Solían atacar en raids rápidos e inesperados, por lo que era muy difícil
defenderse de sus ataques. Además, bajaban por los grandes ríos que desembocan
en el mar del Norte, por lo que sus ataques podían llegar lejos de la costa: en el 845,
por ejemplo, saquearon París.

La peor parte de los ataques de los hombres del norte se la llevó Inglaterra. Pero
eso no quiere decir que en Europa continental la pasaran mucho mejor. Por ejemplo,
en el 911 el rey de Francia Occidental, Carlos III, firmó un tratado con el jefe
normando (otra forma de decir “north man”) Rollón, en el que le cedió en matrimonio
a su hija y un conjunto de tierras sobre el canal de la Mancha, que conformaban el
ducado de Normandía. De este espacio franco-escandinavo (aunque con el paso
del tiempo, cada vez más franco y menos escandinavo) surgió luego un duque que
conquistaría Inglaterra, Guillaume le Conquérant o William the Conqueror (1066-1087).

El famoso tapiz de Bayeux (1070), que representa la invasión normanda a Inglaterra. Fíjense
como en unos pocos siglos los north men habían tomado las prácticas de guerra francas
(caballería pesada combinada con arqueros).

De aquí también saldrá una familia de guerreros y mercenarios, los Guiscardo, que
liderados por Robert Guiscard el Zorro, (1.015-1.085), terminarían conquistando y
fundando un reino en el sur de Italia y Sicilia.

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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Colegio Nacional de Buenos Aires
Historia- Segundo año
Prof. María Juliana Gandini

14- El momento carolingio

Como si todo esto fuera poco, en el este, sobre Polonia y Hungría, se registraron
avanzadas de magiares, que terminaron habitando y controlando buena parte del
este europeo.

No era un buen momento para vivir en Europa Occidental, de nuevo. La crisis


interna del mundo franco, sumado a la inestabilidad que traían estas nuevas
invasiones, redundó en que el poder se atomizara a un nivel nunca antes visto: “El
emperador no logra garantizarse la fidelidad de los condes y de los demás aristócratas
encargados de las entidades territoriales” (Baschet (2009 [2004]: 78). Incluso, el
emperador y los reyes se ven obligados a tolerar como los nobles comenzaron a
levantar fortalezas para defenderse de forma autónoma, de los ataques que reciben;
y a que leguen a sus hijos su nombramiento. Los reyes y el emperador habían pues,
perdido el control efectivo del territorio en manos de sus vasallos; prontamente le
seguirían la administración de la fiscalidad y de la justicia.

Finalmente, el poder del emperador carolingio se debilitó tanto que cuando en el


888 murió el tataranieto de Ludovico Pío, llamado Carlos el Gordo, nadie buscó un
sucesor imperial. La organización de poder político de Europa estaba ya corriendo por
otras unidades políticas, y el imperio (más allá de un revival a principios del siglo XI)
no volvería a organizar el espacio europeo.

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