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Las unidades políticas que caracterizan este primer momento de la alta edad media
son, como hemos dicho, los reinos romano-germánicos. Se trata de reinos surgidos
en los antiguos territorios del imperio romano de Occidente conformados por una
aristocracia germana guerrera que rápidamente se mezcla con las elites romanas
de las provincias. Estos reinos, organizados a través de monarquías, se
caracterizan por ser patrimoniales, unidades políticas en las que el patrimonio del rey
no se diferencia del patrimonio público. El control de los territorios, el
establecimiento de un aparato fiscal y el ejercicio de la justicia desde la cúspide del
sistema no aparecen claramente delineados en los reinos romano-germánicos.
Entre los reinos romano-germánicos, sobresalía sin duda el reino franco, fundado y
mantenido hasta el siglo VIII por la dinastía merovingia. Población, producción agrícola
y poderío militar determinaron la fortaleza de este reino frente a otros que fueron
mucho más endebles. Fue además un factor importante en la creciente importancia
del sector noroeste de Europa frente al tradicional escenario Mediterráneo de la
antigüedad y tardo-antigüedad.
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El reino de los francos fue sin demasiadas dudas el más próspero de los reinos
romano-germánicos en el siglo VII. Y eso a pesar de haber sufrido intensos conflictos
internos, divisiones, reagrupaciones y unificaciones. Más allá de estas luchas, la
dinastía merovingia, en sus distintas ramas, había logrado mantener los territorios
dentro de la familia. Y para ello contaban con la ayuda de sus famosos mayordomos.
Los mayordomos eran nobles que terminaron funcionando como virreyes de los reyes
merovingios, atendiendo sus asuntos, organizando sus ejércitos y ocupándose
muchas veces del gobierno efectivo del reino. Vamos a detenernos en uno de estos
mayordomos, Charles Martel (c. 688-741), abuelo de Carlomagno.
En el 732 Martel se enfrentó en Poitiers, cerca de Tours, con las fuerzas que
comandaba Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi. No suena a nombre europeo, no?
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Al-Gafiqi había nacido en la península Arábiga, en las costas del mar Rojo. Formaba
parte de los cuadros militares y de gobierno del califato Omeya, el segundo gran
estado islámico formado después de la muerte del profeta Mahoma en el 632.
Máxima expansión del califato Omeya. No pudieron mantener sus posiciones en el sur de
Francia y debieron también retroceder en la frontera de los Pirineos, pero fuera de eso, una
expansión formidable y destinada a ser heredada por otros imperios musulmanes.
Era una organización política expansiva, que había conquistado no solo buena parte
del Cercano y Medio Oriente (destruyendo al imperio sasánida y poniendo a la
defensiva al imperio romano de Oriente) sino también el norte de África y buena
parte de la península Ibérica, derrotando completamente a los reinos visigodos
cristianos y obligando a sus reyes a refugiarse en el extremo norte de lo que hoy es
España. Practicaban el Islam, cosa que les daba una extraordinaria cohesión
(unidad): el califa omeya gobernaba así desde su opulenta corte en Damasco, casi
toda la península ibérica, toda la costa sur del Mediterráneo, Siria, Palestina, la
península Arábiga, la Mesopotamia y el Irán.
La monumental
mezquita de
Damasco fue
originalmente una
basílica dedicada a
Juan el Bautista, a
quién el islam
considera también
un profeta. Fue
convertida en
mezquita tras la
conquista de la
ciudad en el 634, y
luego ampliada y
re-decorada con
mosaicos.
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Lo más probable es que A-Gafiqi solo se hubiera aventurado con una fuerza militar de
exploración a los territorios de los francos. Pero el hecho de que Carlos Martel lo
derrotara completamente decidió a los gobernantes musulmanes del Al-Ándalus (la
península Ibérica) a no insistir en su expansión hacia el oeste. Dentro del reino de los
francos, Martel fue tenido como un héroe de la cristiandad, en tanto que había
vencido a una fuerza musulmana y “salvado” al reino franco del destino que habían
tenido los reinos cristianos visigodos de la península ibérica.
Todo lo que está en amarillo eran dominios del califato de omeya (o califato de Damasco, por
su capital). Las partes verdes corresponde a reinos cristianos. La ocupación musulmana de la
península ibérica va retrocediendo hacia el sur, pero eso sería un trabajo de siglos: piensen
que el último reino musulmán en la península (Granada) cayó en 1492, meses antes de que
Colón partiera en su viaje atlántico.
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En el 751, sin ningún tipo de oposición, este mayordomo de los reyes merovingios
se convirtió en rey de los francos, aclamado por un asamblea de nobles y obispos y
destronando a Childerico III (m. 755), el legítimo rey merovingio, que no encontró
ningún defensor de su causa. Evidentemente había un acuerdo previo entre Pipino y
los nobles francos que confiaban en su capacidad de gestión y que, por el contrario, ya
no lo hacían en la vieja dinastía merovingia. Los obispos locales y el obispo de
Roma, también habían prestado su apoyo a lo que no era otra cosa que una
usurpación.
Denario de Pipino el breve, cuya cara tiene el monograma “RP”, Rex Pipinus; en la seca, dice
“LVG”, por Lugdunum, el nombre latino de Lyon.
Así empieza esa segunda alianza imperio/papado, que sigue a la que se había dado
en el contexto del dominado. Por supuesto, todavía no había un nuevo imperio en
Europa: Pipino había sido coronado “rey de los francos”, no emperador; pero su
hijo Carlomagno sí lo sería, por lo que las relaciones que su padre fundó con el
obispo de Roma fueron los primeros cimientos de esa alianza.
Cuando Pipino murió, en 768, dividió el reino franco entre sus dos hijos: recuerden que
como era patrimonio personal del rey, podía hacer con el reino lo que mejor le
pareciera. Carlomagno reinó con su hermano Carlomán por unos pocos años (y no en
completa armonía) hasta la muerte de éste en 771. De allí en más sería el único rey
de los francos y sería también coronado emperador veintinueve años después.
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Una de las cosas más impactantes e importantes del reinado de Carlomagno fue la
impresionante campaña de conquista y expansión que llevó adelante en Europa.
Extendió el dominio de los francos hacia el sur, derrotando a los lombardos del norte
de Italia, sobre quienes se coronó rey. Pero todavía más importante, conquistó e
incorporó a la cristiandad los territorios que hoy componen Alemania, así como los
territorios eslavos de Polonia y Hungría. No pudo avanzar contra las posiciones
musulmanas de la península Ibérica, pero sí logró mantener la famosa “Marca
Hispánica”, una zona en el sudeste de lo que hoy es España y el suroeste de Francia
(digamos, entre Barcelona y Narbonne) que funcionaba como un “retén” contra el
avance del califato de los omeyas.
Todas estas conquistas lograron restituir una parte importante de la unidad del
antiguo imperio romano en Occidente (pero como claramente se ve en el mapa, de
una forma muy parcial). El poderío económico y bélico que podía extraer de estos
territorios tan extensos le permitió estabilizar buena parte de Europa. Estableció una
corte en Aquisgrán, entre Alemania y Francia no demasiado lejos del Rin.
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Las fuentes que tenemos para analizar la organización de los territorios carolingios
son los famosos “capitulares”. Los capitulares son las leyes dictadas por el rey
franco, que se iban recopilando en pequeñas secciones llamadas capítulos. Abarcan
todo tipo de asuntos, desde temas eclesiásticos, hasta las condiciones de la
esclavitud, la herencia o temas de justicia criminal.
Pero estos textos tuvieron poca aplicación. Expresan más lo que se deseaba que lo
que era la sociedad carolingia en realidad, y lo mismo pasaba en la organización del
territorio. Citando nuevamente a Baschet, podemos estar bastante seguros que “la
imagen de una administración bien organizada y fuertemente centralizada que
sugieren los capitulares […] es quizá ampliamente ilusoria” (Baschet (2009 [2004]:
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73).1 Tenemos así una mezcla de estado patrimonial y un estado que, en algunos
rasgos, parece constituirse de una forma más fuerte.
Lo que sale de los capitulares, por “ilusorio” que fuera, era que los territorios
interiores, más establecidos y seguros, estaban divididos en 300 pagi administrados
por condes, nombrados por el rey/emperador. En cambio, los territorios fronterizos
más nuevos dónde podía haber guerras o levantamientos se dividían en marcas o
ducados y estaban defendidas por personas de mayor prestigio, poder y confianza del
rey/emperador, los duques o los marqueses. Además, aparecen unos personajes
llamados missi dominici, una especie de inspectores laicos y eclesiásticos que
recorrían el territorio por orden del rey/emperador
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El resaltado es mío.
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En todo caso, si Carlomagno quería coronarse emperador, fue León III el que decidió
la forma, el cómo y el cuándo. Parecía que iglesia e imperio serían dos entidades
equivalentes y complementarias: la primera, aseguraría el gobierno de dios sobre
los hombres; el segundo, el orden en la tierra a través de la ley (y la fuerza, si era
necesaria). Pero más allá de esta complementariedad, la iglesia se ocuparía repetidas
veces de recordarle a emperadores y reyes que lo eran por gracia de dios; y
quienes controlaban las relaciones hombres/dios eran los obispos, y en especial, el
romano, que coronaba emperadores.
No es pues una relación sencilla la que se construye entre imperio e iglesia, pero es
una relación que los fortalece mutuamente. Por el lado del imperio, Carlomagno y
sus descendientes adquieren la máxima legitimidad a la que podía aspirarse en
Occidente: “la iglesia se encarga en todo momento de mantener el aura del poder
imperial, no solo legitimándolo mediante lo sagrado, sino esforzándose siempre en
hacer aparecer las acciones imperiales como las de un príncipe cristiano, que actúa de
acuerdo a la voluntad divina” (Baschet (2009 [2004]: 73). Esta posición le permitió
además nombrar obispos y abades, que constituyeron una red que además de
extender el cristianismo, lo ayudaron a gobernar y a ejercer cierto control territorial.
También, le ganó el favor de los únicos intelectuales de la época (los hombres de
la iglesia), que comenzaron a escribir historias y tratados que construyen la imagen de
un Carlomagno de dimensiones míticas.
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Oriente eran muy distintas a las que sostenía el obispo de Roma. Con Carlomagno y
la fortaleza del reino de los francos, el obispo de Roma encontró los apoyos
necesarios para sacudirse el control del emperador de Oriente y asociarse a un poder
imperial nuevo, creado a su medida. Coronar a Carlomagno como emperador fue la
forma en que el obispo de Roma cortó los lazos de dependencia que lo unían con el
emperador romano de Oriente, logrando así una inusitada independencia.
Cuando hablábamos de cristianismo les había comentado sobre este fresco del siglo XIII, que
representa la supuesta concesión de la soberanía temporal del imperio por parte del dominus
Constantino al obispo de Roma, Silvestre. Los reclamos de los obispos de Roma por su
supuesta supremacía sobre el imperio se formulan en el imperio carolingio y estarán activas
muchos siglos.
Pero allí no terminan los beneficios que el obispo de Roma sacó de la alianza con el
imperio. La coronación de Carlomagno significó la construcción del papado como un
auténtico poder. Acompañando al emperador, el obispo de Roma comenzó a amasar
territorios, prestigio y mecanismos que lo convirtieron en la cabeza indiscutida de la
Iglesia:
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europeo podía competir con las rentas que el obispo de Roma sacaba de la
administración de media Italia?
En resumen “en momento carolingio descansa así sobre una alianza entre el imperio
la iglesia, que garantiza, mediante un intercambio equilibrado de favores y apoyos, el
auge conjunto de ambas partes” (Baschet (2009 [2004]: 72).
Ligado a sus vínculos con la iglesia, el imperio carolingio tuvo uno de sus legados
más importantes en el ámbito de la alta cultura letrada. Con esto nos referimos a la
producción y circulación de saberes vinculados a la lectura y la escritura. Tengamos
en cuenta que durante la mayor parte de la edad Media, los únicos intelectuales de
Europa eran los miembros del clero. Sabemos que Carlomagno aprendió de adulto a
leer y apenas sabía firmar su nombre; no necesitaba más.
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Varias de estas renovadas escuelas catedralicias carolingias darían pie luego a la mejor
invención medieval: las universidades. Ejemplos de ello son las escuelas catedralicias de
Oxford, París, Salamanca (esta, una vez que los reinos cristianos comenzaron a recuperar
terreno del califato Omeya en la península Ibérica) o Pisa.
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Sabemos que eso no es sencillo, lleva mucho tiempo y que al copiar de copias, se
van deslizando errores cada vez peores. Si esto era un problema con un texto
filosófico, imagínense el desastre que podía ocurrir si se copiaba mal la Biblia:
podíamos terminar en una herejía involuntaria. Entonces, había que mejorar las
formas de producir libros manuscritos, creando las posibilidades de que más
personas pudieran escribir (la escuelas catedralicias) pero, también, estandarizando
una letra fácil de leer y copiar (la minúscula carolingia). Se introdujeron otras
novedades importantes, como la separación de palabras y el agregado de signos de
puntuación (¡gracias monjes carolingios!), superando la vieja scripto continua de los
manuscritos antiguos. Junto a esto, se multiplican los scriptoria en los
monasterios, los espacios para copiar libros. Si quieren ver manuscritos medievales
franceses (e ingleses on line), pueden consultar varios por siglo en el portal de la
Biblioteca Nacional de Francia. Es difícil para nosotros imaginarnos lo difícil, lento y
caro que era hacer y acceder a un libro en la edad media.
Una representación
muy temprana del
trabajo de un monje
copista. Codex
Amiatinus, c. 700
(Inglaterra).
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Por suerte no solo se copian textos cristianos: también se copiaron textos latinos,
ya que enseñaban el latín (el idioma de la iglesia y de la administración) y también, la
historia del pasado pagano. Gracias a todos los monjes que copiaron a Cicerón,
Virgilio y hasta a Ovidio, es que estos autores latinos (y muchos otros) llegaron
primero a los siglos XIV y XV y luego a nosotros. El mantenimiento de la lengua latina
con reglas de referencia estables resultó además fundamental para la cohesión de la
iglesia, desparramada ya por toda Europa.
Una copia carolingia del De materia medica, Codex Aureus de Lorsch, que contiene los
de Dioscórides, uno de los libros de cuatro evangelios y una carta de San
medicina más importantes de la antigüedad Jerónimo. Fue elaborado entre finales del
clásica. Escrito originalmente en griego, fue siglo VIII y principios del IX en el taller del
traducido al latín muy rápidamente. palacio de Aquisgrán
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El problema vino con la sucesión de Luis, que murió en 840. A partir de entonces
vamos a notar que una crisis interna al mundo franco se combinó con otra externa.
Vemos primero la interna.
Ludovico Pío decidió dividir en vida sus dominios entre sus hijos, Luis el
Germánico, Lotario, Pipino y Carlos el Calvo. En base a la lógica de un estado
patrimonial esto tenía sentido: el reino era propiedad de su rey y podía dividirlo como
mejor le pareciera. Pero como ya había pasado previamente, los herederos
comenzaron a disputar entre ellos la herencia aun en vida de su padre, abriendo un
ciclo de guerras que iban de Francia a Alemania y afectaban también a Italia. Estos
conflictos llegarían a una tregua con el tratado de Verdún, firmado en el 843 entre los
tres hijos sobrevivientes de Ludovico. Este tratado establecía un acuerdo que dividía
el reino franco en tres partes: Francia Oriental, Francia Media y Francia
Occidental. Si miran el mapa es muy claro que Francia Oriental va a dar origen al
reino de Francia mientras que Francia Occidental, a Alemania. Lotario, en el medio,
fue quien conservó el título imperial, al menos por un tiempo. Sus territorios se
reorganizarían luego en otras unidades políticas no tan claras y duraderas como las
que heredaron sus hermanos.
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Aunque el tratado de Verdún calmó un poco las rivalidades y las luchas, estas no
cesaron, por lo que volvemos a tener un panorama fragmentado en términos
políticos en Europa Occidental. Pero la fragmentación política no terminaría allí. A
partir de mediados y finales del siglo IX y durante todo el siglo X, Europa fue objeto de
las llamadas “segundas invasiones”.
Como las primeras, allá a fines del mundo romano antiguo, se trataban de
migraciones de sociedades que se hallaban en la periferia de Europa y que por
distintas razones, comenzaron a avanzar sobre ella. Si bien predomina un elemento
militar en este caso, también tuvieron elementos de migraciones poblacionales más
amplias.
La invasión más larga y persistente fue la de los north men, los hombres del norte,
más conocidos como vikingos. Estos tenían sus territorios ancestrales en Dinamarca
y la península Escandinava y comenzaron a atacar la costa norte de Europa e
Inglaterra buscando botín (tesoros, esclavos), pero también tierras en donde
instalarse. Solían atacar en raids rápidos e inesperados, por lo que era muy difícil
defenderse de sus ataques. Además, bajaban por los grandes ríos que desembocan
en el mar del Norte, por lo que sus ataques podían llegar lejos de la costa: en el 845,
por ejemplo, saquearon París.
La peor parte de los ataques de los hombres del norte se la llevó Inglaterra. Pero
eso no quiere decir que en Europa continental la pasaran mucho mejor. Por ejemplo,
en el 911 el rey de Francia Occidental, Carlos III, firmó un tratado con el jefe
normando (otra forma de decir “north man”) Rollón, en el que le cedió en matrimonio
a su hija y un conjunto de tierras sobre el canal de la Mancha, que conformaban el
ducado de Normandía. De este espacio franco-escandinavo (aunque con el paso
del tiempo, cada vez más franco y menos escandinavo) surgió luego un duque que
conquistaría Inglaterra, Guillaume le Conquérant o William the Conqueror (1066-1087).
El famoso tapiz de Bayeux (1070), que representa la invasión normanda a Inglaterra. Fíjense
como en unos pocos siglos los north men habían tomado las prácticas de guerra francas
(caballería pesada combinada con arqueros).
De aquí también saldrá una familia de guerreros y mercenarios, los Guiscardo, que
liderados por Robert Guiscard el Zorro, (1.015-1.085), terminarían conquistando y
fundando un reino en el sur de Italia y Sicilia.
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Como si todo esto fuera poco, en el este, sobre Polonia y Hungría, se registraron
avanzadas de magiares, que terminaron habitando y controlando buena parte del
este europeo.
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