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Entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que
ciertas cosas nos convienen y otras no. De modo que ciertas cosas nos convienen
y a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras,
en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo».
Por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre
podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no
esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero.
No somos libres de elegir lo que nos pasa, sino libres para responder a lo que nos
pasa de tal o cual modo. No es lo mismo la libertad que la omnipotencia.
Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende
de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras
muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto.
Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros,
frente a lo que nos parece malo e inconveniente.
A veces las circunstancias nos imponen elegir entre dos opciones que no hemos
elegido. Casi todas las elecciones de nuestra vida son instintivas, ya que nos
resulta más cómodo y rápido.
Motivo: es la razón que tienes o al menos crees tener para hacer algo, la
explicación más aceptable de tu conducta cuando reflexionas un poco sobre ella.
Órdenes. Uno de los tipos de motivación es el en el que nos mandan que
hagamos tal o cual cosa.
Costumbres. Son las cosas que hacemos casi sin pensar rutinariamente o nos
comportamos como habitualmente lo hacen los demás.
Caprichos son cosas que hacemos de pura gana.
Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que vienen de
fuera, que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de
dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande ni a nadie en principio
creas imitarlos.
En circunstancias normales puede bastar con hacer lo que le mandan a uno, pero
a veces lo más prudente es plantearse hasta qué punto resulta aconsejable
obedecer.
Sólo disponemos de cuatro principios de la moral:
Geovani Rugerio Miramontes
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La mayoría de las cosas las hacemos porque nos las mandan porque se
acostumbra a hacerlas así, porque son un medio para conseguir lo que queremos
o sencillamente porque nos da la ventolera o el capricho de hacerlas, así, sin más
ni más.
Esto tiene que ver con la cuestión de la libertad. Libertad es poder decir «sí» o
«no»; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o los demás, también es
darse cuenta de lo que uno ha elegido y no dejarse llevar. Para no dejarte llevar
no tienes más remedio que intentar pensar al menos dos veces lo que vas a
hacer.
En asuntos sin importancia el capricho puede ser aceptable, pero cuando se trata
de cosas más serias dejarme llevar por él, sin reflexionar si se trata de un capricho
conveniente o inconveniente, puede resultar muy poco aconsejable, hasta
peligroso.
Puede haber órdenes, costumbres y caprichos que sean motivos adecuados para
obrar, pero en otros casos no tiene por qué ser así. Pero nunca una acción es
buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho.
Nadie puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de elegir y
de buscar por mí mismo.
Lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre libre nada tiene
que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea,
autoridad humana o divina, para el caso es igual. Ni órdenes, ni costumbres ni
caprichos bastan para guiarnos en esto de la ética.
La verdad es que las cosas que tenemos nos tienen ellas también a nosotros en
contrapartida: lo que poseemos nos posee. En cierta forma, eso es lo que le
ocurrió a Kanes: tenía las manos y el alma tan ocupadas con sus posesiones que
de pronto sintió un extraño picor y no supo con qué rascarse.
Nadie es capaz de dar lo que no tiene, ¿verdad?, ni mucho menos nada puede dar
más de lo que es.
Al tratar a las personas como a personas y no como a cosas (es decir, al tomar en
cuenta lo que quieren o lo que necesitan y no sólo lo que puedo sacar de ellas)
estoy haciendo posible que me devuelvan lo que sólo una persona puede darle a
otra.
Cuando tratamos a los demás como cosas, lo que recibimos de ellos son también
cosas: al estrujarlos sueltan dinero, nos sirven (como si fueran instrumentos
mecánicos).
A las cosas hay que manejarlas como a cosas y a las personas hay que tratarlas
como personas: de este modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las
personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de ser humanos.
Por muy semejantes que sean los hombres no está claro de antemano cuál sea la
mejor manera de comportarse respecto a ellos.
«malos», es decir, los que tratan a los demás humanos como a enemigos en lugar
de procurar su amistad.
Ahora ningún orden político es tan malo que evite el vivir bien, sino que es
responsabilidad de cada uno el cómo se decida vivir y hacer las cosas bien a
pesar de lo malo.
Ahora como relacionamos la ética con la política, ambas emparentadas en la
búsqueda de un vivir mejor, nos encontramos en una sociedad por tanto
cualquiera que tenga la preocupación de vivir bien debe entenderse con la
política , sin embargo también se encuentran diferencias empezando por la ética
que se preocupa por uso personal de la libertad mientras que en la política intenta
coordinar de mejor forma lo que muchos hacen con su libertad , en la ética resalta
el querer bien y en la política cuenta el resultado de las acciones ejemplo.
La organización política preferible, debiese respetar la libertad de las personas
absteniéndose de las dictaduras, y a su vez promoviendo la responsabilidad social
de las acciones.
Además debe fomentar la justicia, es decir, tratar a las personas como tales, ser
empáticos, respetar la dignidad de las personas (la que acredita que todos
tenemos los mismos derechos al reconocimiento social). Y por último tiene que
garantizar la asistencia comunitaria, pero no a costa de la libertad y dignidad.