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Plinio Corrêa de Oliveira: Revolución y Contra-Revolución; Edición de

1992. Primera parte: Revolución. Resumen:

Por Luis S. Tobar Bastidas

Llamo Revolución a la crisis (o conjunto de crisis) que comienza en el alma del


hombre occidental —configurando posteriormente su modus operandi— y se ha
extendido a los territorios donde dicho hombre ha podido llegar. Esta crisis se
caracteriza por ser universal, una, total, dominante y procesiva.
Es procesiva, porque partiendo desde una serie de convulsiones o etapas
históricas1, ha sabido reducir a acto todas sus potencialidades. A saber: desde la
decadencia de la Edad Media (ss. XIV-XV) se observa en la Europa cristiana un cambio
de mentalidad que busca subvertir los valores cristianos, —cuyo apogeo se observan en
los ss. XII-XIII—, por valores terrenales2.
Estos valores surgieron del Humanismo y el Renacimiento, los cuales
configuraron un Neopaganismo. Por su parte, el neopaganismo fue el antecedente del
protestantismo o Pseudo-Reforma de Lutero. La Pseudo-Reforma arremetió
abiertamente a la Iglesia Católica mediante sus dos pecados (o valores metafísicos):
orgullo y sensualidad3. Afirma Plinio Corrêa de Oliveira:
«El orgullo dio origen al espíritu de duda, al libre examen, a la interpretación naturalista
de la Escritura. Produjo la insurrección contra la autoridad eclesiástica. En el plano
moral, el triunfo de la sensualidad en el protestantismo se afirmó por la supresión del
celibato eclesiástico y por la introducción del divorcio» (p. 19).
Posteriormente, la Revolución Francesa realizó una obra análoga a la Pseudo-
Reforma. La rebelión contra el rey (= rebelión contra el papa); la rebelión de la plebe
contra los nobles o aristócratas (= rebelión de los fieles contra el clero); la afirmación de
la soberanía popular (= gobierno de sectas constituidas por fieles). Así, el debilitamiento
de la piedad tuvo en el s. XVIII una disolución de las buenas costumbres, dio paso a un
modo frívolo de considerar las cosas y el endiosamiento de la vida terrena preparó el
triunfo progresivo de la irreligión4. Con la Revolución Francesa nació el movimiento
comunista de Babeuf, y, más tarde, en el s. XIX irrumpieron las escuelas del
«comunismo utópico» y el «comunismo científico» de Carlos Marx.

1
Estas etapas se las denomina como un requinte, i. e., etapas donde la Revolución se desarrolla a una
velocidad lenta para llegar a tener éxito. Asevera Plinio Corrêa de Oliveira: «…el humanismo naturalista
y el protestantismo se requintaron en la Revolución Francesa, la cual, a su vez se requintó en el gran
proceso revolucionario de la bolchevización del mundo de hoy (p. 30). No olvidemos que el requinte es
aquello que es llevado a su mas alto grado o exceso.
2
V.gr., la austeridad, el amor al sacrificio, la devoción por la Cruz, las aspiraciones de santidad o de vida
eterna, la caballería; se invierten por lo risueño, lo festivo, lo sensible, lo placentero; i. e., por todo aquello
que traía consigo el deleite de los sentidos.
3
No olvidemos que estos valores metafísicos de la Revolución son aquellas pasiones desordenadas en
consecuencia de la triple concupiscencia de la carne, los ojos y la soberbia de la vida. Pues, el orgullo
conduce a todo igualitarismo radical y la sensualidad a todo liberalismo.
4
«Dudas en relación con la Iglesia, negación de la divinidad de Cristo, deísmo, ateísmo incipiente fueron
las etapas de esa apostasía» (p. 19).

1
Por tanto, se afirma que el proceso revolucionario es el desarrollo de la crisis o
tendencias desordenadas5 del hombre occidental y cristiano, cuyas etapas se
metamorfosean en la Historia. V. gr.:
«…el espíritu de la Revolución Francesa, en su primera fase, usó mascara y lenguaje
aristocráticos y hasta eclesiásticos. Frecuentó la Corte y se sentó a la mesa del Consejo
del Rey. Después, se volvió burgués y trabajo por la extinción incruenta de la
monarquía y de la nobleza, y por una velada y pacifica supresión de la Iglesia Católica.
En cuanto pudo, se hizo jacobino y se embriago de sangre en el Terror» (p. 25).
A su vez, el proceso revolucionario está compuesto por tres profundidades.
Llamo a la primera «revolución de las tendencias», a la segunda «revolución de las
ideas» y a la tercera «revolución de los hechos»6.
Ahora bien, una vez expuesto el carácter procesivo de la Revolución, las
diferentes metamorfosis por las cuales transita y la irrupción que tiene en el alma del
hombre y su pronta exteriorización en actos, es preciso profundizar en la esencia de la
Revolución.
Pensamos la Revolución como un movimiento que pretende destruir un poder
legítimo para instalar un estado de cosas ilegítimas; negando, ya sea por sistemas
filosóficos o jurídicos, las nociones del Bien y del Mal, del Pecado Original y la
Redención, (razón de la venida de Jesucristo). Para obtener este objetivo, la Revolución
puede ser cruenta o incruenta7. La Revolución, por tanto, desde sus inicios (s. XV) ha
ido destruyendo (en requinte en requinte) la civilización cristiana, la cual se considera el
orden por excelencia8.
Aquí es lícito enfatizar que el ideal de la Contra-Revolución es restaurar y
promover la cultura y civilización católicas. Entendemos por «cultura católica» la visión
del universo elaborada según la Doctrina de la Iglesia. Llamamos «civilización católica»
la estructuración de las relaciones humanas, institucionales y estatales según la Doctrina

5
Las tendencias desordenadas, que operan como fuerzas propulsoras de la Revolución, suelen
desencadenar las peores pasiones en el ser humano. Desde sus inicios, esas fuerzas encerraban per se toda
la virulencia, y posteriormente, terminarían en grandilocuentes excesos. «…en las primeras negaciones
del protestantismo, —afirma Plinio Corrêa de Oliveira— por ejemplo, ya estaban implícitas los anhelos
anarquistas del comunismo». (p. 29). A medida que se satisfacen dichas pasiones desordenadas, estas
toman mayor intensidad y acaban por producir crisis morales, doctrinas erradas y revoluciones. «Esto
explica —según Plinio Corrêa de Oliveira— que nos encontramos hoy en tal paroxismo de impiedad y de
inmoralidad, así como en tal abismo de desórdenes y discordias» (p.30). También es preciso subrayar que
la Masonería ha sabido manipular sagazmente las tendencias desordenadas de la Revolución. Y, aunque
muchas sectas articulan las tramas revolucionarias, la Masonería es la secta-maestra que hace de todas
estas, fuerzas auxiliares. [Revisar la Encíclica Humanum Genus, 1884 de León XIII].
6
La revolución de las tendencias modifica las mentalidades y el modo de ser de los individuos por medio
de expresiones artísticas y pseudo-costumbres. La revolución de las ideas impone nuevas doctrinas. La
revolución de los hechos es la puesta en escena de dichas doctrinas, ya sea en la esfera religiosa o social.
En otras palabras, la tercera revolución suele institucionalizar las ideas y las tendencias. Sin embargo,
para ahondar más en esta idea, en el Cap. X se expone que el proceso revolucionario se da en la cultura,
las artes y los ambientes. A saber: en la cultura, dado que las ideas surgidas de las tendencias debilitan las
convicciones verdaderas, éstas desencadenan la rebelión de las pasiones. En las artes, las personas son
persuadidas e inducidas a un estado revolucionario. En los ambientes se llevan a cabo las energías de la
Revolución.
7
V. gr., revoluciones incruentas pueden ser las legislaciones que van tomando un cariz socialista en
nombre del progreso; las cruentas pueden ser las dos guerras mundiales del s. XX.
8
Para comprender mejor este orden o cristiandad medieval, estudiar la Encíclica Inmortale Dei de León
XIII.

2
Católica, cuyo fin es la sacralidad. Pues, con esto se constata que, la sociedad y el
Estado no pueden estar al margen de la Iglesia Católica.

[Revisar el Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo (1946) de


Donoso Cortés].

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