Está en la página 1de 488

RESUMEN Y TECTORIA DEL ENCUENTRO

CON LA OBRA HISTORIA DE LOS REYES Y PAPAS


Y DESEO DE PUBLICARLA DE NUEVO

Durante mi estancia en México fue donde por vez primera escuché acerca de esta obra,
gracias al testimonio de unos hermanos que me hablaron del Pastor Evangelista Ignacio
Castañeda, y a través de unas grabaciones que yo escuché de este mismo Pastor donde se hacía
mención repetida a esta obra y de los actos vergonzosos y contrarios a la voluntad de Dios, a los
que hacía referencia y se encontraban en esta obra que se habla empezado a escribir en el siglo
pasado, por el autor Mauricio de la Chátre, y continuada en este siglo hasta Pío XI y Alfonso
XIII por el autor Pey Ordeix.

De regreso a España empezó la búsqueda, tras haber averiguado que varias editoriales
la habían publicado aquí en España. Empezando por estas editoriales e indagando acerca de
ellas comencé a dar los primeros pasos —que por cje rto serian pocos ya que me informaron
que dichas editoriales hace muchos años cerraron sus puertas—. Un librero de Plaza
Universidad me dijo que el régimen franquista las cerró porque eran las únicas que hablaban y
escribían acerca de la iglesia romana y su gran polémica. En el lugar donde existieron un día,
hoy podemos encontrar unos grandes almacenes, y en la otra que indagué es hoy otro edificio de
la Diputación de Barcelona.
Fallido mi intento de coger al toro por los cuernos, mi alternativa fue recorrer librerías y
ferias del libro antiguo, hasta en el Rastro de Glorias en Barcelona y el de Madrid. Pero
siempre la misma respuesta. «no la tenemos», me decían algunos; otros me desalentaban
diciendo que son contaditas y que, de encontrarla, me costaría un ojo de la cara.
Opté por pedir un catálogo en el que aparecen todas las librerías de España del libro antiguo y
me decidí escribir a todas ellas, preguntando por dicha obra; una cosa es cierta, recibí cientos
de catálogos del libro antiguo, de historia, mapas, arte culinario, poesía, arte, etc., etc. Todo
menos noticias de la obra que yo buscaba.
Aprovechando cierto viaje a la capital de España estuve varios días buscando por los
lugares donde se ubican las librerías de Madrid que tienen libros antiguos, resultando también
infructuosa la búsqueda. Recuerdo que el último día que tenía que partir para Barcelona
telefoneé a diversas librerías que no había podido visitar, debido a su lejanía del centro de
Madrid. Y cuál fue mi sorpresa el encontrar en una de ellas una señora mayor que me contestó
diciendo que sí tenían esa obra y, concretamente, tenían un volumen en la estantería del
aparador. Recuerdo que me puse hasta nervioso y mi corazón latía fuertemente mientras subía
por la famosa calle de Serrano; al llegar a destino me paré por un momento frente al aparador
buscando de un lugar para otro con la vista la obra deseada.
Entré y la desilusión no se hizo esperar, pues aquella señora —casi una anciana— me
decía que, después de haber estado consultando, sólo tenían ese tomo. De nuevo escuché aquí la
palabra no.
Fueron siete largos años de búsqueda de aquí para allá, de una feria del libro a otra, de
una librería a otra, ya casi sin esperanza de encontrarla.
Aquí en Barcelona soy ya conocido por todos los libreros y cuando voy nuevamente a
preguntarles ya no es necesario formular la pregunta desde la entrada oigo la respuesta:
«todavía no ha llegado», o bien «todavía no» o «ya te avisaremos, pues tenemos tu teléfono».
Con motivo de la visita de unos hermanos misioneros que también buscaban libros
antiguos, les acompañéenBarcelona mostrándoles las librerías antiguas de la calle Balmes y los
llevé a la calle de la Paja, donde hay también algunas librerías de esta especialidad. Mientras
ellos ojeaban unos libros antiguos yo crucé la pequeña calle y encaminé mis pasos hacia una
librería que estaba enfrente,formulando la casi rutinaria pregunta: «oiga, ¿tienen algo de los
Papas?». Aquel hombre quedó por un momento pensativo antes de responder:
«voy a ver; hace unos días trajimos unos libros del almacén y parece que me suena algo».
La espera por verlo aparecer al fondo de aquel largo pasillo abarrotado de libros a un
lado y a otro se hacía interminable. Por fin vi al señor que me atendió que venía abrazando con
fuerza cinco tomos para que no le cayeran. Entre tanto llegaba, yo pensaba que quizás fuera
otro autor u otra obra; auíí que, por un momento, pensé que podía ser la obra deseada; me
parecía ver, como en una visión, que todos aquellos volúmenes colocados euí sus estantes se
i,ícliííaban reverenciando mi tan esperada obra.
Efectivamente, después de ojear el primer tomo, comprobé que era la esperada, la
buscada, la preferida, aquella que tenía entre mis manos. Cualquiera se hubiera dado cuenta de
que estaba rebosante de alegría, si bien trataba de disimularla, puesto que, de haber
demostrado un gozo desmesurado ante el buen caballero que me atendió, se hubiese podido
encarecer la obra en pocos segundos. Pero, sea como fuere mía es, yo la compré.
Quiero agradecer la ayuda y ánimo para que fuese posible la nueva publicación de esta
obra, en primer lugar a S.J.F.
s.d.D.
También agradezco su ayuda a J.R.R. Y de parte de la editorial, 1411 especial agradecimiento a
D.M.

Barcelona, diciembre de 1992


Quien escribe. J.F.A.P.

Justificación de esta e dición Facsímil

No se trata de añadir leña al fuego ni de avivar viejas polémicas. Tampoco convenía


ponernos a revisar la historia ni actualizaría, pues la política de las naciones de los últimos 50 o
60 años, con los ríos de tinta y la abundante información gráfica que ha generado habla por sí
sola para quien quiera informarse.
Puede señalarse que los logros cte las libertades sociales, y en especial de la libertad
religiosa en los países en que la Iglesia de Roma ha ido perdiendo poder, han cambiado las
apariencias. También los movimientos ecuménicos nos presentan una Iglesia más dialogante; sin
ernbargo, en el fondo no ha cambiado nada. Y si algo hubiera cambiado en el fondo, no ha
cambiado nada en la historia; y de historia trata este libro.
Por lo tanto, se ha tomado la decisión de reimprimiría en facsímil por ser una obra
histórica, escrita en tiempos de libertad y destruida en tiempos de represión e intolerancia
religiosa. Salvados de la quema y tras años de búsqueda de algún ejemplar, reaparece hoy, cual
Ave Fénix, la obra de M. de la Chátre.
Algunos fallos de tipografía, que puede observar el lector meticuloso, aparecen en el
único original disponible. Los grabados respiran antigúedad. Todo esto es parte de una obra que
aparece de nuevo a la luz con toda su carga histórica.
Sin más pretensión que la de que brille la verdad histórica como brilla la luz en las
tinieblas, sin ánimo de ofensa para nadie, ni a personas ni a instituciones, se pone en manos de
los lectores del mundo hispano la presente obra, con el deseo de que el conocimiento de la
historia evite la repetición de sus errores.

Los EDITORES

RAZON DEL LIBRO

Iba enderezado este libro al objeto preciso de completar hasta nuestro tiempo la Historia
de los Papas y los Reyes que La Chatre dejó estancada en el período de su vida. En el repaso de
aquella obra, el autor de la presente no pudo menos de observar el fenómeno imitable de eontem-
piar, aquel notable historiador, el degile de siglos y de personajes desde la cumbre de
Montmartre, ocurriéndole la sugestión tan bellamente descrita por Anatole France al gorrión
admirado de ver rodar el Universo alrededor del árbol del jardín de Luxemburgo, desde cuya
rama lo contemplaba. Con tanta más razón había de padecer esta ilusión aquel crítico, dado su
temple de excelente patriota y de ferviente revolucionario, toda vez que Francia ha sido en largas
épocas de la Historia el riñón de la política europea.

Si ese natural y legítimo entusiasmo por la Francia justifican y hasta cierto punto
ennoblecen los pasajes honrosos dedicados a exaltar la gloria de su pueblo y de su patria 1 cuando
sus escritos son leídos por un extranjero no pueden menos de hacerse doloroso si llega a
barruntar que el entusiasmo del historiador se nutre en las loas de su patria, a expensas del honor
de los vecinos, y en nuestro caso, de España, que no debe pretender ser el centro plan~etario del
uxundo politico, pero tampoco puede agradablemente resignarse a ser la cenicienta de Europa en
los menesteres de la crítica.

No habría sido discreto intercalar en la obra metódica de La Chatre, los textos del punto
de mira español al punto de mira francés en cada uno de sus pasajes, ni procedía tampoco
continuar desde el punto de mira de aquende, un relato hecho desde allende, sin llevar la
confusión al ánimo del lector, acostumbrado a mirar los Pirineos por sus vertientes del Norte y
trasladado de improviso a verlos del lado del Mediodía.

Para resolver estos obstáculos, se discurrió presentar en boceto la Historia del Pontificado
y del Imperio en España desde los primeros vagidos del cristianismo, destacando a la vista del
lector del siglo xx aquellos hechos de la vida llacional que tienen vibrante repercusión en las
ideas y sentimientos contemporáneos sagazmente sepultados en los substratos ‘de la conciencia
por los interesados en desna.turalizar aquellos hechos y en desvertebrar la Historia nacional en
provecho de intereses secrílegamente llamados religiosos:
dejando aparte otros hechos expuestos en los escaparates de la Historia con oriflamnas y atavios
destinados a desviar la investigación y a ocultar con frivolidades el secreto curso de los
acontecimientos y la generación de los grandes fenómenos de la psicología nacional.

De ahí el empeño en fijar y realzar el origen absolutamente pagano del Pontificado


católico; el paganismo de sus más brillantes instituciones; los fraudes de su introducción en
España y lo inverecundo de su consorcio con los reyes.

En tal estela, nuestro país, reducido a simple provincia del Imperialismo Católico, en el
cual el Papa asume el papel de Augusto, y el Emperador ejerce el oficio de César, corre
generalmente la suerte de otros países del Occidente. En lo que se exceptúa y adquiere especial
relieve ante el Tribunal de la Crítica Universal, es en las dos instituciones, Inquisición y
Compañía de Jesús, adjudicadas a nuestro pueblo como estigma de baldón ante el mundo
religioso y político. Empresa principal de este libro es el análisis anatómico de esos dos
monstruos, y la demostración cabal del repudio en que las tuvo constantemente el pueblo español
desde su nacimiento hasta su expulsión definitiva. La novedad de este criterio en pugna abierta
con el establecido en la crítica vulgar, ha reclamado datos fijos y documentos prolijos
acreditativos de las conclusiones derivadas.

En seguimiento de los sucesos, al llegar a nuestro tiempo, sobrevino la revolución que


derrocó la monarquía bajo cuya dictadura fueron escritos los capítulos de su tiempo. Objeto del
libro era prevenir y orientar la opinión revolucionario acerca de los poblemas sometidos por el
Destino a su resolución definitiva. Las dificultades editoriales impidieron su publicación
oportuna; y en tal paréntesis, el Pueblo hace la Historia. Cada ley es un capitulo improvisado,
cuyos alcanses destructivos y constructivos abarcan derechos radicados en siglos los más
remotos y largos tiempos venideros.

Están hablando los hechos. Ante ellos, enmudecen los dichos. La crítica cede su lugar a la
epopeya en marcha, yuyos escalones serán objeto del epílogo, en la fecha de imprímirse. el
último pliego.

Octubre de 1932.
INTRODUCCION

Génesis del sacerdocio y el Imperio

Melquisedec

Vamos a presentar en su intimidad las dos grandes instituciones que desde hace cuatro
mil allos se disputan la hegemonía de los pueblos, que, partiendo dcl Occidente asiático, se
desparramaron por Europa, Africa y América, y constituyen al prcscnte la llamada civilizacion
occidental.

Esas dos instituciones vienen designadas en la Historia con los nombres de Imperio y
Pontificado, simbolizando éste el dominio de los espíritus por medio de la fe religiosa, y aquél el
dominio social por medio de la fuerza politica.

Para el objeto de nuestro estudio, el Pontificado es representado por los Papas, y el


Imperio por los reyes, que se han sucedido en el curso de los siglos, ora unificados, ora en
rivalidad. ora entendidos y convenidos entre sí mediante los pactos, tratados y concordatos.

El Papado se designa a si mismo ante los pueblos como cabeza del cristianismo, y como
heredero único y universal de un secerdocio, a su decir, iniciado e instituido por Cristo, que, a su
vez, era heredero único y universal del sacerdocio hebraico, a quien Dios confió por modo
exclusivo el depósito de la verdad religiosa, de la revelación constante dc los misterios, y, en
consecuencia, la dirección moral y política dc la humanidad. Estas condiciones se expresan con
la frase archi-ritual, aplicada a Cristo: (Tú eres el Gran Sacerdote según el orden de
Melquisedec). Por tanto, este Melquisedec es propuesto como el primer ordenador del sacerdocio
cristiano y el adelantado del Cristo, consagrado sacerdote de aquella Orden.

Mas ¿ quién fué este personaje, fundador e inspirador del sacerdocio cristiano, según esta
doctrina?
Sólo breves palabras se hallan de él en dos escritos sagrados. Remóntase a los tiempos
del Génesis y a la víspera de la destrucción de las ciudades de Sodoma y de Gomorra (siglo xxiii
a.de C.)

El pasaje, por su importancia, merece ser registrado puntualmente, tal y como se halla en
el capítulo 13 de aquel libro. Describe la estratagema con que Abraham cayó con sus gentcs en
Hobah, a la izquierda de Damasco, sobre las tropas de los cuatro reyes vecinos, que habían
saqueado a los cinco reyes de Sodoma, Gomorra, Admia, Zelvin y Zoar. Recobré—dioe el
Génesis—todo el botín y los prisioneros. Y cuando salió el Rey de Sodoma a recibirle, «entonces
Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino, el cual era sacerdote del Dios alto, y bendijo a
Abraham, y éste le dió los diezmos de todo lo recobrado del enemigo».

No vuelve a hablarse de tal personaje en los textos bíblicos. No sc especifica su origen


religioso, ni su casta sacerdotal, ni puede determinarse a cuál rito de los existentes en aquellos
tiempos pei-tenecía su sacerdocio, ni de cuál sistema ‘teúrgico se derivaba aquel «Dios de lo
alto». Los críticos no se han preocupado de estas cuestiones hábilmente orilladas. Ni se explica si
ese Dios del añejo culto de Melquisedec era idéntico o distinto del proclamado hasta allí por
Abraham, en virtud de ideas aprendidas fuera de aquel magisterio. Lo único que los criticos
sacan de ahí, es que ese sacerdocio de Melquisedec, del que se hizo tributario Abraham, primer
Padre de la religión hebrea histórica, juntaba el sacerdocio y ‘el Imperio; era sacerdote y rey al
mismo tiempo, y ejercía l.a doble función política y religiosa. Tal es la unica consecuencia
extraída de aquel pasaje para deducir de ella a renglón seguido que, sienido Cristo el Gran
Sacerdote de Melquisedec, sus representantes sucedáneos no pueden ejercer la plenitud del
sacerdocio cristiano sino disponiendo en absoluto de dos soberanías, política y religiosa,
juntando el trono del reino de Salem y el sacerdocio supremo, y cobrando el diezmo de la riqueza
del Universo.

En el año 1929 (d. de C.), d Pontífice romano ha estipulado con el dictador italiano
Mussolini el tratado de Letrán, disputando la parte de soberanía nacional correspondiente al Papa
en virtud de su sacerdocio, «según el orden de Melquisedec».

De este modo se han enlazado los dos hechos extremos:


el del 228C años antes de Cristo con el de 1930 años después de Cristo. Es el jaleado título ‘de
Papa-rey.

Nos conduciría a largas digresiones ‘el buscar en los arcanos de la borrosa Historia
anterior, los orígenes egipcios, persas e hindús, del reino sagrado reconocido por Abraham,
reclamado después como institución fundamental del pueblo hebreo, y finalmente como base del
Papado, objeto preciso de nuestro estudio.

No pueden, empero, omitirse algunas indicaciones de importancia suprema para la critica


posterior, referentes a aquellos tiempos primitivos donde se hallan las raíces de muchos grandes
acontecimientos que han llegado hasta nosotros.
De la concepción político-religiosa de Abraham, aparte lo dicho, es difícil formar cabal
idea. En orden al derecho de familia se descubre en la conducta del patriarca la ausencia de las
nociones tenidas hasta hoy como rudimentarias.

La parte épica de su vida se inaugura con la renegación de los dioses de sus padres y
parientes, que es presentada como determinante de su expatriación y de su lanzamiento a la vida
errante, llevándose por mujer a su hermana de padre, Sara, y por compañero a su sobrino Lot.

No tenía, pues, noción de la inmoralidad del incesto.

En su peregrinación induce a su mujer a ocultar su condición conyugal y a fingirse soltera


y libre para atraer primero el amor de Faraón, con el cual granjeó «ovejas, vacas, siervos,
criados, asnos y camellos» para su marido, al propio tiempo que propagó en la corte del egipcio
«grandes plagas», que descubrieron al rey seducido la falsedad de Sara. No expresa el texto más
por menor la índole de tales plagas, que se envuelven en el misterio; pero ya que ellas revelaron
al rey la condición de su concubina, es de temer que esas plagas fuesen de índole sexual,
verdadera tara hereditaria de la raza. Descubierto el fraude, el Faraón repudió a tal amante, la
consignó al marido reprendiéndole su engaflo y los desterró de Egipto con toda su hacienda. De
este modo salió Abraham del reino «riquísimo en ganado, en plata y oro, y regresó a Bethel y
Hur, donde se estableció, en el alcornocal de Mamré, en el Hebrón, donde acaeció el lance con
los reyes de Sodoma y Gomorra, antes indicado.

La suerte jugada con Faraón se repitió más tarde con Abimelech, rey de Gerar, a cuyo
señorío se había arrimado el patriarca. Cayó en la red el nuevo monarca, y tomó a Sara, ofrecida
por el marido como hermana. Descubrió el lazo, reunió sus gentes, hizo comparecer a Abraham,
reprendióle duramente por haber atraído «sobre él y sobre el reino tan gran pecado»; excusóse
con el miedo el profeta, y el engañado dió al tímido esposo mil monedas de plata, además de
ovejas, vacas, siervos y siervas, y les dió permiso para residir en la tierra.

En éstos dos pasajes se comprueba la relajación de la moral conyugal. en el hebreo, en


contraste con la veneración que por ‘e,lia profesaban los de Gerar y los Faraones, quienes reputa-
ban grave pecado el adulterio; y, además, se expresa por modo asaz gráfico cómo el adulterio fué
el cebo para atesorar las primeras grandes riquezas del patriarca.

El menosprecio de los padres fué sucedido por el lanzamiento de la concubina Agar y de


su primogénito Ismael al desierto, abandonados al hambre y a las fieras por exigencia de Sara,
del cual lanzamiento procede el odio milenario entre los ismaelitas, afrentosamente llamados
agarenos por los judíos; odio que a cuatro mil años de distancia se revive y enfurece al pie del
Muro de las Lamentaciones, da .krusalén, donde chocan judíos y mahometanos, éstos
descendientes del primogénito Ismael, desheredado por su padre, y aquéllos descendientes de
Isaac el Privilegiado; odio que atraviesa los siglos dejando por estela ríos de sangre y de
devastación, y que aun al presente amenaza a la humamdad con barruntos del levantamiento del
pueblo árabe y mahometano, contra la raza saraina y sus defensores. El pueblo de Mahoma es
hijo de Ismael; los otros son hijos de Isaac.
El texto bíblico presenta a Abraham como sumamente religioso, pero no es posible
definir su religión. Por todo culto, establece la circuncisión «de todo varón de ocho años, el
nacido en casa y el comprado al extraño», debiendo ser raído del pueblo todo incircunciso.

Su heredero Isaac dió origen a otro cisma que perduro druante dos milenarios y se
esfumó entre las revoluciones subsiguientes. Fué su causa la primogenitura correspondiente por
derecho natural a Esaú, y reclamada para Jacob (Israel) por su madre Rebeca, despechada contra
Esaú por haberse casado contra su gusto. Fué el cisma entre los jacobinos (is.. raehitas) y los
idumeos, así llamados los de Esaú por haberse establecido en Edom, raíz de la Idumea. Estos
odios los hallaremos agitando violentamente el espíritu popular en los tiempos de Cristo símbolo
dcl israelitismno, enfrente de Herodes, símbolo de los Edomitas.

Pero fué propiamente Jacob el que determinó y cristalizó la forma del pueblo, al que dió
origen y título, o sea, el verdadero y genuino Israel.

La carta magna de esta fundación, única en el mundo, se halla en el capítulo 49 del


Génesis, que contiene ‘el testamento del patriarca en favor de sus doce hijos, cabezas de las que
fueron después las doce tribus, a quienes organiza y coordina políticamente, asignando a cada
una las funciones sociales del futuro pueblo, en virtud de los méritos y razones de cada uno de
ellos.
En este soberano documento el padre expulsa de la primogenitura a Rubén, por haberse
hecho culpable de incesto; y no la transfiere a los dos hermanos siguientes Simeón y Leví, por
ser malvados, maldiciéndoles en términos formidables: «Armas de iniquidad son sus armas; no
entre mí alma en su secreto; ni mi honor sea cómplice de sus campañas; pues fueron crueles
homicidas, allanaron moradas, se enfurecieron como fieras, y su crueldad fué dura. Yo los
pondré aparte en el pueblo de Jacob, y los esparciré en la tierra de Israel».

Por causa de esta excomunión de los dos hijos sicarios, el padre declara príncipe del
pueblo al cuarto hijo Judá, en cuyo poder vincula el cetro, hasta que venga «Shiloh, a qúien se
consagrarán los pueblos atando a la viña su pollino y a la cepa el hijo de su asna»

Consagra Jacob a sus otros hijos: Zabulón, naviero; alsacar, agricultor, simbolizado en el
asno huesudo; a Dan lo simboliza en la serpiente astuta; a Gad lo declara guerrero; a Aser,
cortesano; a Neftalí, cierva dejada que dirá dichos hermosos; a José lo exalta con la máxima
ponderación, situándolo en lugar eminente sobre «la mollera de sus hermanos», y a su hermano
uterino Benjamin lo declara «lobo rapaz: a la mañana comerá la presa, y a la tarde repartirá los
desPojos,.

Con este documento y con el relato de la muerte y entierro de Jacob y de José, se cierra el
libro dél Génesis, dejando vivamente impregnados los respectivos linajes de los germenes que
han de caracterizarlos en el curso de la Historia, con carácter hereditario e indeleble.
*
En este documento constitucional del pueblo isrealita, se observa desde Juego la ausencia
del elemento sacerdotal propiamente dicho.

La religión doméstica, a pesar de las indicaciones del abuelo Abraham, había sido el
politeísmo general del tiempo. Lo expresa el capítulo 35, donde Jacob, decidido a ir a Bethel,
ordena a sus familiares «quitar los dioses extraños, cuyos idolillos tenían en su poder», que le
fueron entregados juntamente «con los zarcillos de las orejas» y los escondió debajo de una
encina próxima a Sichem, y camino de Efrata (Belén), donde la amada Raquel dió a luz sus dos
hijos José y Benjamín, muriendo del parto, y siendo sepultada allí mismo.

También Raquel había sido idólatra; tanto que, al fugarse ‘de la casa de su padre, le hurtó
los «idolillos», cuyo recobro impidió mediante el ardid de esconderlos debajo de la albarda sobre
la que estaba sentada, fingiéndose estar allí en el período de impureza, durante el cual los objetos
tocados por la doliente quedaban impuros y contaminaban la impureza a cnantos los tocasen. Por
esto el padre no llevó al asiento el registro, saliendo burlado en la pesquisa. Estos «idolillos»
debieron formar parte del tesoro enterrado debajo de la encina de Sichem.

Asimismo debió José profesar la idolatría en Egipto, pues se enlazó en matrimonio con
«Asenath, hija de Potiferah, sacerdote de Orn», a quien las historias designan como sacerdote
principal del culto de Helios (el Sol); y en el ejercicio de su privanza financiera con el Faraón,
privilegió largamente a los sacerdotes del culto egipcio, sin constar hecho ni anécdota contraria.
Hasta aquí vemos a los hebreos rendir culto a los dioses en boga en su tiempo y carecer de culto
y sacerdocio propio. Aun el «Dios» único, adoptado por Abraham, vemos. ser el que prof’es~xba
Melquisedec, de procedencia ignorada; y, por tanto, dentro del pueblo hebreo e israelita de estos
patriarcas no cabía la confusión de poderes entre la soberaní.a política y la religioaa.

El sacerdocio y la política hebreo-egipcia


Dictadura de Moisés

Ciérrase el Génesis con el relato de la muerte de José. El libro inmediato siguiente de la


Biblia (el Exodo), se inicia con la historia de Moisés, nacido cuatro siglos más tarde, cuando de
los 72 jacobitas inmigrados en Egipto durante la privanza de aquél, había surgido muchedumbre
de desendientes tal, que obligó al soberano reinante a decir a sus vasallos: «El pueblo de los hijos
de Israel es mayor y más fuerte que nuestro pueblo indígena».

Previendo el peligro de tal huésped, propuso impedir la multiplicación de la raza. Habló a


las dos parteras de las hebreas llamadas Sifra y Fúa, y díjoles: «Cuando parteareis a las hebreas y
mirareis los asientos, si fuese varón, matadlo; y si fuese hembra, dejadía viva». Ellas, temerosas
de Dios, burlaban la orden del rey. Reprendidas por la omisión, se excusaron alegando que las
mujeres hebreas, más robustas que las ‘egipcias, salían del paso antes de acudir la partera.
Entonces Faraón ordenó a su pueblo ‘echar al río a todo hijo recién nacido.

Un matrimonio de la tribu de Leví, llamados Amram y Jochebed, sobrino y tía, tuvieron


dos hijos; el menor, escondido durante tres meses. Viendo ser imposible continuar la ocultación,
la madre fabricó con juncos, pez y betún una arquilla, colocó en ella el niño y lo puso en un
carrizal a la orilla del río, observándolo de lejos una hermana suya. Descendió la hija de Faraón a
lavarse en el río por cuya ribera pasaban sus doncellas, y descubrió la arquilla, y mandó a una
criada abrirla, apareciendo llorando el niño. Compadecida, dijo la princesa: «De los hebreos es
este niño». Y la hermana de éste le dijo: «¿Voy a buscarte una ama hebrea para que lo críe?»
«Ve», dijo la princesa, y la mensajera llamó a la madre del niño; Fué ajustada para ama de cría.

Ya crecido, fué prohijado y educado en la corte por la hija de Faraón. Le puso por
nombre Moisés. Un día salió ésta a ver a sus hermanos hebreos. Como los viese cargados (con el
trabajo de esclavos), observó que un egipcio hería a un hebreo, y mirando por todas partes sin
ver a nadie, mató Moisés al egipcio, y escondió en la arena el cadáver.

Al día siguiente, riendo reñir entre ellos a dos hebreos, dijo al agraviador: «¿Por qué
hieres a tu hermano?» Y le respondió: ¿Quién te mete a príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas,
acaso, matarme a mí como mataste ayer al egipcio?

Moisés, con tal réplica, tuvo miedo de ser descubierto. Delatado a Faraón, éste condenó a
muerte a Moisés. Se salvό en la fuga a la tierra de Madián (poblada por los hijos de Lot); donde
se casó con Séfora, hija de su hospedero Jetro, sacerdote de Madián., donde premeditó la gran
odisea del rescate del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia.

Su empresa se inicia con una revelación extraordinaria. Jehová dijo a Moisés: «He aquí
que yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano mayor Aarón será tu profeta», a partir de
lo cual se realizó la serie de maravillas del relato bíblico, tan sorprendentes por su realidad como
por su invención, rivalizando con los sacerdotes magos en la producción y destrucción de plagas,
con el objeto de recabar la libertad de los hebreos para emigrar del país.

Con estas empresas, Moisés se hizo caudillo de su pueblo, fabulosamente multiplicado.


En este caudillaje, Moisés se erige en jefe político y religioso, ejerciendo las dos funciones que
posteriormente expuso cuidadosamente con gran nimiedad.

La religión de Moisés

No es dable puntualizar sobre el. relato bíblico, el origen del dogma y del ritual de la
religión mosaica.

Los hebreos en Egipto, a partir del propio José, según advertimos, no se ve que
practicasen religión aparte de la del país. Por el relato bíblico se hace constar que la casta
Sacerdotal fué exceptuada por José del negocio del trigo en los años de hambre. Fuéles entregado
sin exigirles precio ni pago. Poseía la tercera parte de la tierra; otra tercera el rey, y la última los
militares. Estos debieron ser los despojados por el negocio josefino, quedando tributarios del rey.
No sabemos fijamente las relaciones de este tiempo entre el altar y el trono; mas, sabido
que el sacerdocio no modifica livianamente sus normas, no es aventurado fundar en un ejemplo
conocido de la Historia, la creencia de seguirse ya el sistema establecido por tradición
inmemorial. El ejemplo pertenece al siglo II a. de C., y se refiere al rey de Etiopía, Ergameneno,
coetáneo de Tolomeo II, cuyo sacerdocio vinculaba en su Pontífice el derecho de matar al rey en
nombre de la divinidad. Para extirpar tal creencia. el rey hizo exterminar a los sacerdotes. El
trono quedó sobrepuesto al altar. Este derecho etíope veremos reclamarlo los Papas dcl siglo ~ de
la Iglesia.

Por la Historia general sábese sin embargo que el pueblo egipcio era muy celoso de sus
misterios religiosos, todavía no bien conocidos. Pero es indudable que en el fondo de sus
doctrinas teológicas había varias categorías, en las que se amasaban los conocimientos
científicos, siendo reservado al sacerdocio el conocimiento de la conexión íntima entre la
religión y la ciencia, según la cual organización una misma conclusión presentada al vulgo como
dogma religioso, era tratada en el aula sacerdotal corno hecho científico, cuya razón y
demostración se suponía y se hacía inasequible a la comprensión de las masas.

Este sistema a primera vista parece primitivo y caduco. Al fijar la atención, se observa
subsistir totalmente en nuestros tiempos.

Realmente, para la masa popular, la enseñanza religiosa del catecismo se da alegando


como fundamento radical y definitivo la autoridad del sacerdocio, llámese iglesia o concilio; al
fiel no se le consiente discutir acerca de las razones filosóficas en que puedan apoyarse tales
enseñanzas. Su estudio se reserva a los teólogos oficiales, obligados a su vez a sostener y
continuar la tradición, como patrimonio heredado de los pasados y transmisible a los venideros.

Para el pueblo, las cosas son verdaderas, porque se las enseña el sacerdote, siempre
infalible. El teólogo es en lodo caso encargado de fijar el tenor de estas enseñanzas buscando la
razón superior; la cual, una vez adoptada por el sacerdocio, pasa a ser verdad constituida
suficientemente discutida ya, e indiscutible en lo sucesivo, tal y como en los litigios pasan los
fallos a autoridad de cosa juzgada sin concederse ulterior apelación.

Sin duda este modo de proceder pertenece a la economía doctrinal, o sea, a la necesidad
de determinar las orientaciones dcl criterio humano acerca de los problemas del Universo con el
individuo, poniendo término a las discusiones.

Ya se ve que el ocultismo de los magos egipcios permanece en los sacerdocios de nuestro


tiempo, sea cual fuere su denominación religiosa.

En aquel ocultismo había la parte ritual del culto popular, a cuyas ceremonias y fiestas
eran admitidos sólo los nacionales. Los hebreos hospedados en el país quedaban excluidos de
aquel culto, basado especialmente en la dinámica celeste Pero los seres naturales, terráqueos o
astrales, propuestos a la veneración del culto popular, con las galas artísticas dc la riqueza
ceremonial y con las todavía sorprendentes observacioncs científicas de la astronomía, en la
doctrina sacerdotal, eran considerados como efectos visibles y físicos de causas superiores a la
percepción de los sentidos y sólo deducible por los discursos y meditaciones de la lógica me-
talísica, hasta llegar a la unidad inicial, origen del espacio y del tiempo; idea que tomó en su
tiempo David, traduciéndola en la frase: «Lo invisible de la divinidad se deja entender en las
criaturas visibles».

Según la teurgia egipcia, ese primer principio universal era eterno, inefable e
incomprensible.

Este concepto tenía Moisés de aquella teología, y lo adoptó como patrono único de su
pueblo, de cuyo culto eliminó la adoración de todo ser secundario, celeste o terreno. Con el entró
en Colonico; de él se dijo inspirado, y en su nombre dictó sus leyes, pasando a la posteridad
como «el mayor de los profetas». Como se halla en el hebraísmo la idea del Dios supremo
invisible, así aparece después con tenacidad de obsesión la idea del Juicio Final del difunto,
descrito en «El Libro de los Muertos», en que Osiris cita a juicio al finado, Thot anota las faltas y
los méritos, y Anubis los pondera y aquilata.

El «Dios terrible» de Moisés

El cisma de Moisés

El audaz caudillo se constituyó en dictador de su pueblo; una vez arrancado de Egipto y


confinado en el desierto se convirtió en tirano, apoyado en el terror. Sus apologistas bíblicos
encarecen este carácter, proponiéndole como el más terrible de los gobernantes del pueblo.

El pueblo errante no podía volver atrás por haberse cerrado la puerta del reino faraónico
con la matanza dc sus primogénitos y con el hurto y saqueo de sus tesoros santos.

Ni podía seguir adelante por haberse alarmado los pueblos de los confines contra la
invasión de la raza. A los primeros contratiempos, el pueblo se llamó a engaño y sintió
arrepentimiento de haber irritado a los dioses egipcios con el hurto de sus vasos y riquezas; que
trató de restituirles a su manera, juntando los objetos de oro para fabricar un ídolo y aclamarlo
dios de Israel. El propio Aarón, hermano mayor de Moisés, ejerció de sumo sacerdote en la
fabricación y aclamación del becerro, símbolo de «Osiris oculto».

Habiase hecho esto en una de las ausencias del dictador. Este, al apercibirse, mandó
fundir el ídolo, ordenó el nuevo culto del Tabernáculo e instituyó el sacerdocio de su hermano
Aarón con minucioso ritual y artificiosa suntuosidad extraídos de los cultos egipcios; introdujo
los sacrificios y ordenó sus códigos, de recia trabazón y de cerrado hermetismo en religión y
política, acotada aquélla por la fobia contra los dioses extranjeros, y ésta precintada con la fobia
a los pueblos extraños.

Hemos visto antes, que Aarón acababa de erigirse en sacerdote de Baal o del Sol, adorado
en su símbolo del becerro. Este carácter sacerdotal no se halla historiado en el texto bíblico. No
sabemos si pudo haber formado parte del sacerdocio oficial egipcio, o si asumió por sí y ante si y
por consagración popular su ministerio. Lo cierto es que pasó del sacerdocio pagano al
sacerdocio mosaico sin Puríficarse del delito de idolatría. de que fué inculpado y disculpado
sucesivamente por su hermano Moisés.

Este, a su vez, obró en esto como dictador. La destrucción del ídolo y la fabricación del
Tabernáculo fueron dos actos de soberanía politica. como lo fué el degúello de sus hermanos de
raza, por haber tratado con las mujeres madianitas.

Moisés no presenta sus códigos y leyes como fruto de su estudio y meditación, sino como
inspiraciones adquiridas en las repetidas ausencias que hacia del resto del pueblo, explicadas con
formas maravillosas. Como en el Ormutz de los Vedas, Moisés trataba «cara a cara con Jehová»,
bien que el divino rostro mataba al que lo mirase. En una de estas ausencias el caudillo fimé a
consultar a su suegro, el sacerdote de Madián. que no hay razón de suponer fuese distinto del
caudillo de Helios, Baal o el Sol. No se dice el programa completo de las enseñanzas de este
sacerdote a su yerno. Déjase adivinar por el carácter propio del suegro, que estas enseñanzas no
debieron omitir los secretos relígiosos, tanto más cuanto el sagrado texto refiere que el mago le
trazó el orden de la organización político-militar del pueblo, adoptado inmediatamente por el
caudillo.

Ahí tenemos, pues, con suficiente claridad, designados los orígenes del sistema mosaico,
extraños al pueblo de Israel y tomados de estos sistemas político-religiosos con quienes se
confunde en muchos puntos, diversificándose en otros, cual es el de la iconoclastia, y el horror al
cielo cristalizado en su prohibición de mirar a los astros así fuese por simple curiosidad.

Empero, vimos antes que Abraham había establecido como bautismo esencial de la
religión de su pueblo, la circuncisión, y había reglado los sacrificios en modo sencillo. Moisés,
en su código, omitió la circuncisión. El mismo debió ser incircunciso. En el desierto este rito fué
omitido.

La circuncisiόn no forma, pues. parte esencial del mosaísmo. Después de la muerte del
caudillo fué repuesto ci sacramento abrahámico. No es posible atribuir a olvido o descuido tal
omisión, tratándose del único rito fundamental, así como su reposición debe ser considerada
como reprensión severa del sistema mosaico, sospechoso de infide]ídad religiosa por esta causa.

Más adelante aparecieron profetas acusándole de haber introducido los sacrificios


arbitrariamente y por propia sugestión.

Se abrió, pues, el cisma desde ‘el principio entre el abrahísmo y el mosaísmo, en puntos
fundamentales.
Hebreos y levitas

Otras razones políticas emponzoñaron aquellas diferencias.

Partían éstas del testamento de Jacob, que vimos contenía la maldición y anatema de las
tribus de Simeón y de Leví, de la cual última procedían Moisés y su hermano.

El crimen motivo de la execración paterna asignada como herencia de la paternidad, fué


el haber aprovechado hipócritamente aquellos dos hermanos la fiebre causada por la circuncisión
de los varones de Abilmelec lograda con juramento de confraternidad y de alianza, para asaltar la
ciudad, degollar a los varones indefensos, robar sus mujeres y saquear sus haciendas; por el cual
crimen de perjurio a Dios y de infiel alevosía, Jacob y su linaje serían, a su decir, odioso a los
pueblos. Para no hacerse cómplice de tal crimen, Jacob, en su testamento, condenaba a los linajes
de los dos sicarios a andar dispersos por el resto del pueblo a fin de impedir sus
aconchavamientos y conjuras.

En aquel testamento nada se dice expresamente acerca del sacerdocio o de la función del
culto. Sólo interpretando anchamente las frases de imponderable elogio de José, podría
suponerse que en la descendencia de éste (poco afortunada) vincula cierta autoridad y
principalidad sobre las otras tribus, muy semejante a la consagración religiosa y la más cercana
al concepto sacerdotal.

Estas bendiciones y maldiciones eran cultivadas como patrimonio entre los israelitas, con
vehemencia tal, que las veremos resonar con estrépito en los tiempos evangélicos, a más de mil
años de distancia de su origen. Cabe imaginar cuán candentes se mantendrían tales sentimientos
de execración en los tiempos de Moisés; y sólo a ellos y como réplica a Jacob pueden imputarse
muchas de las maquinaciones del caudillo, no sólo en defensa y purificación de su linaje, sino en
su exaltación y predominio sobre todo el pueblo de Israel, impuestos con artificios de fina astucia
y por pretextos que han determinado en la estela histórica del pueblo, la huella característica de
su genialidad abominable.

Realmente, Moisés, según el texto bíblico, indujo a todo el pueblo hebreo a encubrir con
el manto de religiosidad su intento de emigración de Egipto. Hurtó sus tesoros y degolló a sus
primogénitos; felonía asaz semejante a. la de sus antepasados Simeón y Leví. Este despojo y
asesinato, los egipcios no pudieron atribuirlos al ángel del Señor, sino al demonio genial de los
prófugos; por esta causa fué abominado, perseguido y confinado en el desierto el pueblo israelita,
donde expió durante cuarenta años su fechoría.
El levirato

De este crimen fué autor todo el pueblo israelita, sin excepción conocida. Al sentir aquel
pueblo los primeros efectos de su perfidia, acusó al dictador de sedición y de. impostura, y allí
mismo estalló en forma revolucionaria el cisma, siendo sus encendedores y fomentadores los
descendientes del primogénito Manasés. Contra esta efervescencia político-religiosa, Moisés
armó el bando de Leví. No menos sanguinarios que su padre, los hijos levíticos sembraron la
muerte y la consternación de su pueblo. Aquella matanza fué declarada por Moisés como acto de
consagración sacerdotal. Los levitas habían sacrificado a Jehová por mandato de Moisés, a sus
propios hermanos, padres y esposas. Con ello ganaron a perpetuidad el título y preeminencia de
sacrificadores del Altísimo, de custodios del Arca, de tesoreros del Tabernáculo; depositarios e
intérpretes de la ley; o sea el patrimonio hereditario de la función legislativa y de la ad-
ministración de justicia. En la tribu de Judá vinculó Moisés la milicia. Instituyó, es cierto, una
especie de Senado de ancianos y el Cuerpo consultivo de profetas; mas sus atribuciones
quedaron vagas y confusas; en su sistema de gobierno sólo el Sumo Sacrificador con sus
mesnadas de levitas quedó brillante y definitivo.

De ahí se derivó el gobierno de los llamados «Jueces», ora procedentes de la


consagración sacerdotal, ora de la aclamación popular; al principio, representados por los
primates del pueblo y luego confiados a la audacia de los aventureros, en serie de catorcé
personajes. En su lista aparecen la intrépida Débora, el afortunado Jefte, hijo de meretriz, el
legendario Sansón, y por último, Samuel, computado entre los grandes profetas restauradores del
pueblo. Este sistema de gobierno duró desde 1554 hasta 1080 a. de C. Ofreció períodos de
anarquía, de relajación nacional y de ‘esclavitudes.

En los tiempos del último juez Samuel, los magnates rechazaron el gobierno teocrático
introducido como vinculo del linaje del Sumo Sacerdote, y reclamaron la constitución de la
Monarquía.

La lucha entre Samuel y la aristocracia fué viva y ardua, ofreciendo pasajes


fundamentales para nuestro trabajo.

De los jueces a los reyes

Para poder apreciar la autoridad del último juez Samuel, es preciso tener alguna idea de
su novelesca biografía mística, descrita en sus propios libros. A partir de la milagrosa
concepción, en ella se hallan no pocas especies del cristianismo posterior.

Su padre, efrateo de origen, tenía hijos de una de sus dos mujeres, Pennina; pero no de la
otra, llamada Anna, a pesar de ser la predilecta del marido.

Entre las dos reinaba la envidia: Anna la tenia de los hijos de Pennina; ésta, de la
preferencia del marido por Anna.
Acudió la estéril al templo a pedir a Jehová remedio a su mal, con voto de consagrarle a
perpetuidad el hijo que le concediese. Su. oración fué oída; y ella cumplió su palabra.

En el acto de ofrecer a Jehová el hijo en servicio del templo, Anua estalló con el
regocijado canto, cuyo eco más tarde el Evangelio atribuye a la Virgen María a raiz de su
concepción de Jesús. (Samuel 1. c. 2. — Lucas, 1, v. 46.)

Con tan halagúeños auspicios, el gobierno de Samuel se llenó de hazañas y de elogios; en


cambio, sus hijos, presuntos ‘herederos de su cargo, hacían temible su llegada al poder. En
evitación del peligro, los príncipes pidieron rey.

Samuel hizo a la asamblea de embajadores la anatomía de la realeza, que, según él, es por
naturaleza impía, tiránica y escandalosa.

No convencieron al pueblo los discursos del profeta. Este accedió a la petición. Fué
elegido Saúl, de la tribu de Benjamín, «e] mejor mozo de todo Israel».

Los reyes de Israel

La elección de un benjamita (último de los hijos de Jacob) para rey del pueblo, se hacía
contra el estatuto de este patriarca, que adjudicó el cetro a la propiedad de Judá. Aunque el texto
bíblico lo calla, era imposible que los herederós de Judá llevasen en bien tal usurpación de su he-
rencia.

Samuel. tomó ocasión de restituirla a los judíos. A pretexto de dos actos, humanitario el
uno y piadoso el otro, atribuídos a desobediencia de las órdenes sacerdotales, Saúl fué depuesto,
y en su lugar fué consagrado David, del linaje de Judá y betlemita. (Cap. 13 y cap. 15.)

En el reinado de Saúl, se dio por establecida la teória de la soburdinación absoluta y ciega


del rey a los mandatos sacerdotales (cap. 15, y. 22), obligado a matar sin piedad ni lástima a los
consignados a tal suerte.

Por virtud de esta subordinación entró a reinar David, verdadero fundador de la dinastía,
y enriquecedor del templo y del culto. A la muerte de este segundo rey, el derecho de
primogenitura otorgaba el trono al hijo mayor.

El Sumo Sacerdote se hizo partidario de un segundo, Salomón, hijo del rey y de la mujer
de Urias. El jovenzuelo era alumno de los sacerdotes. La manera de suplantar a, aquél, fué con
ardides semejantes a los utilizados por Rebeca para engañar a Isaac, y desposeer a Esaú. Es la
primera intriga cortesana dinástica.

El reinado se inauguró con el fratricidio. El sabio rey, tercero en el disfrute de la


Monarquía, aunque educado exclusivamente por los sacerdotes y hechura politica suya,. fué
sacudiendo poco a poco la tutela, llegó al extremo de implantar el politeísmo en Jerusalén, y
erigió templos y altares a los dioses de sus muchas concubinas. Su gobierno tiránico incubé la
revolución subsiguiente a su muerte.

La dinastía de Judá no pudo sostener tres reyes en la Monarquía israelita. Contra el hijo
de Salomón se levantaron. diez tribus emancipadas del yugo judío y constituidos en reino. de
Israel, cuya capital se fijó por modo definitivo en Samaría, rival de Jerusalén.

A partir de ahí ambos reinos se hostilizaron con furor y sin descanso; y a partir de este
momento, se produce el cisma religioso y la locura fratricida de la raza.

Los reyes de Israel y Judá

A la muerte de Salomón (año 962 a. de C.) las nueve tribus de Manasés, Efraim, Aser,
Neftalí, Zabulón, Isacar, Dan,. Simeón, Gad y Rubén, se rebeláron contra la dinastía de Juda,
proclamaron rey suyo a Jeroboam y establecieron el reino de Israel, que tuvo diecinueve
dinastías, durante los 24.1 años de su permanencia, hasta que fué destruido por Salmanazar, en el
año 718.

Las tribus de Judá, Benjamín y Leví, ocupantes de la sexta parte del antiguo reino,
aceptaron a Roboam, hecho rey de Judá cuyo trono subsistió hasta el año 587 a. de C. en que fué
conquistado por el rey de Babilonia, Nabucodonosor, a trayés de veinte reyes que cernieron la
corona davídica.

Los libros sagrados de los Reyes y de las Crónicas traen las biografías de ambas coronas.

Están escritas por los levitas y con criterio levítico. Para tales escritores, los reyes
prometidos al sacerdocio eran los buenos; los emancipados de aquella tutela eran malvados.

Por esta crítica se víslumbra la lucha sostenida por el levilismo para sostener su
preponderancia y soberanía mediante la sumisión total de los reyes a las inspiraciones y decretos
del templo; lucha a veces sorda y a veces estridente y encarnizada, en la que el sacerdocio
esgrimió toda suerte de armas y desencadenó toda suerte de vendavales en el interior y en el
exterior de la nación.

Así, debe considerarse en la separación de los dos reinos, el odio de las diez tribus contra
aquel consorcio del altar y el trono, causante de la tiranía religiosa y política de Leví y de Judá,
apoyados por la de Benjamín, que ejercía de perro de presa del gobierno de Jerusalén.

La tiranía religiosa se disimulaba bajo la idolatría del templo y del arca santa, a quien
debían aportar sus tributos, holocaustos y obsequios todos los hijos de Israel, en cuyo territorio
no podía levantarse otro templo ni altar, que disputase al templo de David sus gajes y
pretensiones. Constituía, por tanto, el monopolio hermético de las industrias religiosas;
analizando la mecánica de aquel monopolio, se descubre cómo Moisés, consciente o
inconscientemente, había ordenado las leyes de guerra de modo tal, que, por la sola exención de
los levitas del servicio de las armas inquietas y siempre provocativas, este linaje quedaba a salvo
de las mermas de los combates diezmadores de los ejércitos, pudiendo multiplicarse sin
interrupción a través de los tiempos, con tanta mayor potencialidad cuanto que la vida sacerdotal
era la más regalada y mejor nutrida. Por este lado, la raza levítica habría devorado por sólo el
impulso del tiempo a las demás tribus, sujetas a las calamidades despobladoras. Esta fatalidad
habia de producirse a talante de los levitas, dueños ‘únicos de declarar la guerra, únicos ex-
cluidos de hacerla y los primeros en escoger la flor del botín, del cual, el templo se reservaba
todo el oro, blata y metales preciosos, además de su parte en el resto de los despojos.

Por el lado económico, el templo y sus ministros absorbían las riquezas del pueblo con
paso tanto más seguro cuanto más lento.

La dispersión impuesta por Jacob a los hijos de Leví para impedir sus aconchavamientos
criminales, fué utilizada en la constitución mosaica como instrumento de fiscalización, de policía
y de discordia entre las demás tribus, incapacitadas do unirse entre sí, en tanto que la tribu
levítica mantenía su cohesión íntima e intangible. La dispersión era medio de unión
invulnerable. Los demás estaban divididos, aunque juntados. La de Leví, permanecía unida
aunque dispersa.

Al proclamarse la independencia de Israel de la tiranía de Judá, comprendieron sus reyes


la inutilidad de sus esfuerzos si no establecían la independencia religiosa.. De hecho, al templo
de Jerusalén opusieron el templo de Garitzin; al sacerdocio levítico, el sacerdocio popular;
cerraron los canales por donde las riquezas del pueblo eran conducidas a Jerusalén, y se
declararon independientes de sus doctores, escribas y profetas.

Equivalía esto a provocar el entredicho del santo de Aarón y las diabólicas artes de los
levitas, que no podían defender su patrimonio sin perturbar el nuevo régimen revolucionario. De
ahí las guerras incesantes y fratricidas entre Judá e Israel, corroedoras de las energías de ambos
adversarios y debilitadoras de las fuerzas requeridas para la lucha defensiva contra los
ambiciosos extranjeros circundantes.

El .primer reino caído en la esclavitud fué el de Israel; mas no tardó en seguir su suerte el
reino de Judá, no menos corroído por la carcoma levítica.

En afecto, según los libros de las Crónicas y de los Reyes, la divergencia ofrecida en el
desierto entre idólatras y mosaicos, acompañó al pueblo en su peregrinación y renacio en la
propia capital de Jerusalén desde el tiempo de Salomón, que terminó sus días con la piedad del
panteísmo y con la vacilación del escepticismo.

Los vicios del sacerdocio, sus escándalos su tirania, su soberbia, y aun la degradación
decantada por los profetas no podián menos de hacer odioso el templo, albergue de tales
inmundicias, y de desacreditar la providencia del Dios en cuyo nombre se consagraba la
hipocresía.
Los reyes se encontraron bien pronto entre la tiranía y ambición feroz del sacerdocio en
la reclamación de aquel monopolio religioso, frente a las ansias de libertad de las masas.

En vano los sagrados libros, redactados por los escribas del Santuario, intentaron atribuir
los conflictos políticos civiles exteriores a la flojedad de los reyes en la persecución de los cultos
extranjeros y a la apostasía de las masas. Contra esta afirmación del levitismo, el pueblo atribuía
las calamidades públicas a la consagración sacerdotal, a los escándalos del templo y a la
impiedad de los levitas con los dioses y pueblos extraños.

En estas encarnizadas luchas, la propia Judea fué invadida por el paganismo; en la ciudad
de Jerusalén se practicaban públicamente los ritos gentílicos, y en el propio templo de Salomón
se estableció el culto a Baal (el Sol). El levitismo y mosaísmo davídico se veían reducidos a
misérrima secta de conspiradores contra el liberalismo del pueblo judaico, disuelto en partidos y
escuelas contradictorias e incompailbles, cada una de las cuales prefería el yugo extranjero,
tolerante y liberal, al duro y feroz yugo levítico, insaciable en su ambición y ferocidad.

Los reyes no salían de una conspiración sino para entrar en otra. Unos caían bajo el puñal
o en alborotos promovidos por los sacerdotes del templo; otros bajo la revolución de los pueblos;
el templo de los levitas iba seguido del deguello de los sacerdotes y altares disidentes; en la
alterativa contraria, ellos eran los degollados o perseguidos. Con este vaivén, el reino de Judá
sucumbió a manos de Nabucodonosor; los magnates fueron llevados al cautiverio, sometidos a
duros suplicios y a los más viles escarnios sus príncipes y sacerdotes, y las tierras del reino
fueron distribuidas entre los pobres despojados por los antiguos gobernantes.

Del tiempo de la caída y de los sucesos de aquella tragedia fué relator, testigo y victima
Jeremías.

Destruido primero el reino de Israel y después el de Judá (año 587 a. de C.), el turbulento
pueblo israelita se vió dispersado y reducido a esclavitud por espacio de 70 años.

Los reyes-sacerdotes

Tras ellos, el rey Ciro (año 536) otorgó libertad a los judios para regresar a Jerusalén, les
dió su favor y auxilio para reconstituir su culto, y les asignó corno sistema de gobierno la
teocracia de los reyes-pontífices. No les fueron más propicios los hados. Durante este gobierno
teocrático, cayeron los judios bajo el dominio de persas, sirios y egmpdos hasta el año 169 a. de
C., en que se sublevaron bajo el caudillaje de los Macabeos, que vincularon en su linaje el
pontificado y el imperio, retenido hasta el año 40 a. de C.

Esta dinastía sacro-política no fué menos escandalosa en su conducta ni más acertada en


su política. Las intrigas cortesanas ,y las rivalidades entre los miembros de la familia de los
reyes-pontifices, abrieron la puerta del regio alcázar a los edomitas Herodes, y éstos a la
intervención romana, que destruyó definitivamente aquella nación y arrojó los residuos de su
pueblo a la peregrinación por el mundo, sin lograr rehacerse ni capacitarse para la ciudadanía de
los paises de su convivencia; refractario a la extinción mediante la fusión con las demás razas y
refractario a la moral a,niliente en cuyo seno formó doquiera el quiste judaico.

En el siglo XV fI, la Revolución francesa, a propuesta del abate Gregoire, levantó el


anatema político y civil a la llamada raza maldita.

Bastóle a éste un siglo de libertad para organizarse ‘en todo el planeta con sus negocios
usurarios, y pretender constituir la raza superior de la humanidad, y reconstituir el primitivo
reino de Israel en la Palestina, bajo el protectorado inmediato de Inglaterra, como mandataria de
la Sociedad de las Naciones.

Apenas instalados los judíos en su antiguo territorio, renace la vieja Jerusalén frenética y
agitada, y se hace. foco de perturbación de los pueblos modernos, como treinta siglos atrás lo fué
de los pueblos antiguos.

En los nucleos israelitas reaparece el levitismo mosaico con el título rabínico, reclamando
su principalidad en el universo y fomentando la intransigencia irreductible, en tanto que los
hombres geniales, entre quienes descuella Einstein, aconsejan la tolerancia y padificación como
medio necesario para establecer la gran familia humana.

En conclusión: los reyes y los Pontífices fuéron los disolventes de la nación.

El problema monárquico en los profetas

Los profetas aparecen en la contitución del Estado de Moisés, como institución popular
divina. Eran equivalentes a los oradores de los tiempos modernos surgidos de la masa popular, y,
por tanto, representaban la intelectualidad pólítica israelita, cuyas dotes eran estimadas por
Moise.s como manifestaciones o encarnaciones del espíritu de Jehová, según lo eran igualmente
los talentos científicos, las habilidades artísticas y las virtudes morales.

Tal institución, reconocida y privilegiada por Moisés, degeneró pronto de su primitivo .


crédito. Los charlatanes se hicieron pasar por profetas; se multiplicó, su número, surgieron entre
ellos enconadas riñas, y finalmente se hicieron instrumento de los partidos políticos dinásticos o
sociales.

Del infinito enjambre de estos agitadores, la Biblia recogió como profetas genuinos y
verdaderos una porción de ellos, y relegó los demás al olvido o al catálogo de embaucadores. De
algunos de aquéllos sólo se conservan los nombres; de otros se registraron algunos hechos y
dichos, y sólo de 17 se acoplaron al canon bíblico los escritos, llamados libros de los profetas.

El objeto principal de las profecias, es la crítica de la historia política de Israel y de Judá,


la descripción de las costumbres y los vaticinios acerca del porvenir de aquel pueblo y de sus
adversarios.
Dejando aparte las ideas de otro orden, a nuestro estudio incumbe solamente señalar el
cisma que los libros proféticos mantienen entre sí, respecto del sistema monárquico y del
democrático.
Los grandes profetas escribieron con la - mayor altivez y crudeza contra las depravadas
costumbres de los reyes y contra la corrupción del pueblo envilecido y explotado por el
escandaloso sacerdocio.

Nada nuevo dejaron por inventar a los críticos posteriores. Sus ataques son
frecuentemente de mordacidad por nadie superada, y sus imputaciones difamatorias son de
descarnadc graficismo, chocante a la cultura literaria de nuestro tiempo.

En orden al trono, unos profetas se sienten entusiastas monárquicos y fervientes judíos.


La redención del pueblo de Israel y 1a realización de su destino de dominador universal de las
gentes, ha de realizarse precisa y exclusivamente por mediación de un rey del linaje de David,
cuyo reinado o dinastía será eterno. Para otros, la redención y sublimación israelita no puede
realizarse sino por medio del gobierno sacerdotal. Otros establecen para lo futuro el gobierno de
los jueces y ancianos; Otros, finalmente, hacen tabla rasa de la Historia, y preconizan el imperio
mundial de una Jerusalén sin templo y sin sacerdocio, ejercido por el convenio de todos los
pueblos y por la instrucción de todos los hombres. En la conciencia estará escrita la ley; la virtud
bastará para su perfecto cumplimiento y para restablecer con recta justicia la paz en el mundo, en
el pueblo, en la familia y en el propio individuo.

Generalmente convienen en que la rehabilitación de aquel pueblo sólo se logrará con la


desaparición del cisma is raelita-judaico, causante de la ruina de ambos reinos, según los
profetas; por cual razón éstos no fueron reconocidos por los israelitas del reino de Samaria.

La mayoría de los profetas conciben el futuro renacimiento de Israel, para un reinado de


riqueza material, en el que los tesoros de las naciones, sin excepciones, afluirán a Jerusalén como
ríos de oro, de joyas, de tributos y de regalos, que el profeta contempla avaramente en su fantasía
y disfruta de su enorme caudal.

He aquí la rivalidad entre Jerusalén y Roma.

En cuanto al sacerdocio, la discordia no es menor. Unos profetas atribuyen las


calamidades dé su pueblo a la perversidad de las gentes infieles a Jehová y adoradores de Baal.
La apostasía del pueblo es, según ellos, la que atrajo las iras del terrible Dios de Israel. Otros
profetas, en cambio, atribuyen esta misma apostasía del pueblo y el séquito de las demás
calamidades, a la prevaricación del sacerdocio, a la inmundicia del templo y a la impiedad con
los dioses

Una tercera escuela aparece en los profetas que señalan como fuentes del estrago en la
injusticia social, en la tiranía y crueldad de los poderosos, al acaparamiento de riquezas y
privilegios de unos pocos sobre el despojo y opresión de lo; más; a la depravación de costumbres
derivada de la excesiva miseria y de la excesiva riqueza; o sea, al desequilibrio social y político.
Por esta confusión puede entreverse la escasa influencia del conjunto de tales profetas en
el ánimo del pueblo. Ellos entre sí mantenían las discordias y suscitaban rencores; y en vez dc
apaciguar los espíritus, más bien confirman con el crédito de profetismo inspirado, la irritación
de las pasiones populares, pues todas éstas podían invocar su profeta en apoyo de sus instintos.
Mas entre todos los libros descuella con proporción de pirámide el del profeta Isaías,
sobrino del rey de Judá, Amasias, e hijo del profeta Amós, que vivió a través de cuatro reinados
y murió por el año 694 a. de C., aserrado su cuerpo por decreto del rey Manasés.

Aparte el valor literario de sus escritos, este profeta ofrece tres caracteres dignos de
nuestra atención.

Primero,, el de ser señalado como principal vidente del futuro mesianismo de Jesús de
Nazaret, al que vaticina a la casa de David como «señal del Señor Jehová, en ser concebido y
parido por madre doncella» (Cap. 7, y. 14), en cuyas hombros caerá el principado davídico, cuyo
imperio será ilimitado y eterno (C. 8, y. 6), «vástago de la estirpe de Isaí». sobre quien reposará
el espíritu de sabiduría, prudencia y fortaleza» (C. 11, y. 2), «ruin de semblante y sin hermosura
ni atractivo físico, despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, acrisolado en el
quebranto, llevador de las enfermedades del pueblo, y por ‘esto tenido por maldito de Dios»; por
«cuya llaga será curado Jsrael”; «como cordero llevado al matadero, y como oveja delante de sus
trasquiladores»; «quitado de la cárcel y del juicio»; cortado de La tierra de los vivientes»; «entre
los impíos su sepultura»; «inocente y veraz»; «que derramará su vida y será contado con los
perversos» (Cap. 53); «dado por testimonio a los pueblos, por jefe y maestro de las naciones» (C.
53), «y vendrá el Redentor a Sión», donde resplandecerá para siempre... sin noche ni sombra, y
en su pueblo «todos serán justos; para siempre heredarán la tierra» CC. 60).

Como se ve, en esta serie de frases se ve perfilada la teoría del cristianismo desde siete
siglos antes de la era evangélica hasta nuestros tiempos, que han puesto de moda el título de
Cristo Rey, dando por ello por colmado el cielo del prefacio isaitico del reino de Dios.

Estas frases engarzadas en serie. y otras simliares igualmente expresivas, no se hallan


compactas, sino desordenadamente esparcidas en el libro del fogoso profeta. Ni tampoco son las
únicas ideas rertidas en tono profético, antes bien se mezclan con otras muchas de notoria
disparidad dificilmente reductibles a perfecta armonía con las citadas. Los textos de que son
desglosadas, no dan idea uniforme del mesianismo concebido por Isaías, ni menos permiten
puntualizar con precísion fija la conexión del Mesías Redentor con el principio monárquico.

Por el conjunto de principíos doctrinales del profeta; por la vehemencia de su lenguaje;


por su autoridad personal y por su larga y dramatica vida, Isaías alcanzó enorme crédito en el
pueblo judaico, caído POCO después en la primera cautividad babilónica (año 672). La muerte
del profeta. ejecutada por Manasés siendo niño de doce años fué fatal a la monarquia. El
reconocimiento del crimen durante el cautiverio, debió ejercer gran influencia en el
arrepentimiento del monarca, que de idólatra pasó a iconoclasta furibundo, sin lograr en su largo
reinado afianzar el trono, destruido medio siglo más tarde. Estas profecías se reflejan en muchas
de las posteriores en sus grandes líneas y seguramente dieron gran impulso al desenvolvimiento
del sentido moral del pueblo, que comprobó en la aflicción la verdad de sus augurios, fundados
en discursos de ética social. Esta orientación de la política es el segundo carácter notable del
profeta. En sus escritos las leyes éticas son elevadas a la inviolabilidad llanto como las leyes
rituales. En él el Dios Jehová no es sólo fuente de religión ceremoniosa, sino manantial de
justicia, eminente, cuya virtud es propuesta como suprema de la moral política.

Con audacia heroica acusa a los reyes de injusticia, de prevaricación a los jueces y de
impostura a los sacerdotes; y aun mina los cimientos del propio templo, objeto de idolatría
judaica, contra el cual descarga este anatema: «Esto dice Jehová: El cielo es mi solio y la tierra
el estrado de mis pies. ¿ Dónde está para mí la morada que me habéis de edíficar donde pudiese
hallar mi reposo» Y a renglón seguido arremete contra los sacrificios mosaicos: «El que sacrifica
el buey es para mi como el que sacrifica hombres; el sacrificador de ovejas como el sacrificador
de perros; como si me ofreciese sangre de puerco el que trae holocausto; el que me trae
perfumes, es como si los llevase al ídolo.» (Cap. 66).

En otros pasajes reprende la idolatría de su pueblo y la vanidad de sus sacrificios. Según


esto, una misma reprobación alcanza a idólatras y mosaicos, igualmente abominables a Dios si
andan fuera de la piedad humana, que resulta con ello antepuesta a la piedad religiosa,
deleznable sin aquélla, y a la excelencia de la fe sobrepone las leyes de la probidad, más grata a
Dios, en cuyos labios pone este testímonio: «Fui buscado por los que no han preguntado por mi,
y fui hallado por los que no me buscaban. A gentes que no conocían ni invocaban mi nombre,
díjeles: Heme aquí.» (Cap. 65).

He aquí, según Isaías, sometida la religión a la moral, de la que ha de ser sierva asidua en
instrumento recto, fuera de cuya servidumbre y ordenamiento la religión es escarnio, la piedad
del templo es antifaz de la impiedad con los hombres, y ‘el culto es insulto a la propia divinidad,
a quien de labio se invoca y en el corazón se detesta.

Muchas de las grandes frases de Isaías resuenan en 3ere-mías, testigo y víctima de la


ruina del reino de Judá. Aconietió éste a los próceres del reino a quienes ataca a granel uno tras
otro: «Los sacerdotes no dijeron dónde está Jehová; los legistas no me conocieron y los pastores
se rebelaron contra mí.» Augura este profeta el futuro retoño de David, restaurador de Israel,
introductor del reino de Dios en el cual «éste pondrá la ley en los corazones y ninguno necesitará
de enseñanza ajena; ninguno dirá a su hermano: conoce a Jehová, porque todos me conocerán».

He aquí perfectamente esbozado el Evangelio, en sus grandes líneas.

El Mesías de los profetas

Durante el cautiverio, los profetas fueron conquistando la veneración del pueblo, en quien
mantenían viva la esperanza de la redención y de la restauración de su grandeza.

Libres de la tiranía de los reyes y sacerdotes, tan duramente fustigados, los profetas y el
pueblo se entregaban al entusiasmo de contemplar la ruina de la nación como justo castigo de
Jehová por la prevaricación religiosa y moral, y en presentir la venidera restauración ganada con
el doble arrepentimiento.
Por el testimonio y anatemas de los propios profetas, conocemos parte de los cultos
extranjeros popularizados en la Palestina y adoptados por los pobladores. Isaías menciona las
consultas a los pitones, adivinos y ‘espiritistas (C. 8, v. 19); los ídolos de plata y de oro (C. 31, v.
7); el culto del Destino y de la Fortuna; con sacrificios ‘en huertos y quema de perfumes sobre
ladrillos, sobre los montes y collados (C.65).

Entre todos los cultos, Jeremías censura como principal causa de la apostasía mosaica, el
de la reina de los cielos, adorada públicamente en Jerusalén, especialmente por las mujeres
judías, quienes arrastraban a la infidelidad a sus hombres, maridos e hijos. Tan arraigado estuvo
ese culto de la reina del cielo, que, en vez de atribuir al poder de Jehova los azotes nacionales en
castigo del abandono de su culto, en el colmo de la desgracia los judíos escapados a la esclavitud
de Babilonia y refugiados en Egipto, replicaban al profeta vindicador de Jehová: «No
escuchamos lo que de Jehová nos dices. Antes bien, según hemos practicando nuestro culto, con
sahumerios y libaciones a la reina del cielo, según lo hicimos nosotros y según lo hicieron
nuestros padres, y nuestros reyes y nuestros príncipes en las plazas de Jerusalén y en las ciudades
de. Judea. Entonces andábamos hados de pan, vivíamos alegres y éramos felices. Mas desde que
dejamos el culto de la Reina del Cielo, nos falta todo y somos consumidos por el hambre y el
cuchillo. (Jeremías, 44, y. 17-27).

Según este testimonio, el culto de la reina del cielo era el más popular entre los judíos y
el más irritante para los levitas.

Era culto femenino por excelencia. Al desamparo de la reina celestial y no al abandono


de Jehová, atribuianse las calamidades nacionales, ante lo cual, el. celoso profeta prorrumpía en
maldiciones de execración y exterminio contra su pueblo, con furor que permite entrever el de
los levitas de su tiempo.

Después del cautiverio babilónico y de la restauración del culto judaico, los regresados a
Palestina procedentes de sus varios destierros, habían de llevar las ideas de los países de su larga
convivencia; ideas no destruibles por la violencia de la ley, ni extirpables con gritos y
maldiciones.

En aquellos siglos avanzaba a grandes pasos la crítica religiosa de aquellos países donde
topaban las civilizaciones de los cuatro puntos cardinales. Los siglos v y iv (a. de C.)
entronizaban las doctrinas de Sócrates, Platón y Aristóteles, no ciertamente como inventadas por
ellos, sino como recogidas de los arsenales de los muchos centros científicos que recorrieron. La
filosofía iba reduciendo al sincretismo universal las encontradas teogonías rudimentarias de los
pueblos. A la par de este movimiento intelectual, general en el tiempo, se ve penetrar en el
hermetismo judaico a través de los profetas las ideas humanitarias básicas de la religión superior
y de un culto dominante sobre todos los cultos particulares por imperio de la razón natural
religiosa y de la ética universal.

En la evolución de la idea teológica y teúrgica de los grandes profetas, se ve, entre


vacilaciones, avanzar la noción del Dios universal, padre de todos los pueblos, si bien la
presentan como emergente del concepto del propio Jehová, como los gentiles la atribuían al
«Padre Jove». Esta evolución o sublimación del concepto de la divinidad, los profetas la sienten
surgir de la ley moral a que ha de someterse al propio Dios para ser lógico consigo mismo; por
esto .Jehová ante la perversión moral y social del pueblo israelita, no vacila en repudiarle así
haya de contradecir a gran número de sus juramentos de perpetua alianza; y prohíja a pueblos
extraños, ignorantes aún de su nombre, pero guardadores de la probidad y de las virtudes
altruistas. He aquí sobrepuesta la ética natural a la teología; la virtud humana a la magia ritual de
las ceremonias; la rectitud de conciencia a la gárrula de escribas y doctores.

No es fácil definir en esta convergencia de la filosofía y de las teogonías del tiempo, la


parte de cada una de ellas en la iniciativa del movimiento, ni poseemos suficientes elementos
para señalar los orígenes y procedencia de las ideas unificadoras, antiguas ya en el Extremo
Oriente y dogmatizadas en los cultos de Zeus, de Mitras y de sus sinónimos.

Los escritores eclesiásticos pretenden que esa unificación procede originariamente del
hebraísmo bíblico, donde creen hallar la explicación entelequia del universo. Empero contra tal
pretensión, hemos señalado antes el origen extraño del dios de Abraham, raíz de la religión
israelita, quien aceptó el culto de Melquisedec, extraño al linaje abrahámico; y por tanto, más
extraño de la cepa israelita. También vimos a José rendir culto a los dioses egipcios, y a Moisés
le vimos hacerse alumno del sacerdote madianita, su suegro Jethro. Aun en el canon bíblico fué
incorporado el libro de Job, de ignorada procedencia y linaje, cuyo ideario choca notablemente
con el de los otros libros, y ciertamente anterior a Moisés.

Según estos datos fijos, la religión hebrea se constituyó por recolección y amasijo de
ideas y ritos de los varios países recorridos por aquel pueblo, y por evolución realizada por la
presión del ambiente general en su progreso inevitable.

El propio Jehová, que se reveló a Jacob, Abraham y Moisés, como aliado perpetuo y
exclusivo del pueblo israelita, «se arrepintió» de sus pactos, rectificó sus promesas y se declaró
cosmopolita.

El pueblo, en general, adoptó las modas religiosas que fueron apareciendo. Los propios
reyes, empezando por Salomón, profesaron el panteísmo, venerador de todos los dioses y de los
cultos propios y extraños, como revelaciones especiales de una misma divinidad superior
reguladora del mundo de las creencias.

Y por fin, el culto de Cibeles y de Venus Celeste, con su titulo de Reina de los Cielos y
madre de los dioses, fué el más generalizado y apasionante de los palacios y ciudades. Sólo el
levitismo se hizo reacio a este movimiento unificador, creciente en el transcurso del tiempo.

En cuanto al ideal mesiánico, propuesto como profético, hemos visto hallarse confuso y
vago y lleno de contradicciones. Sobre el contexto de los testimonios acreditados de proféticos,
unos creían que el Mesías sería un simple libertador según lo fueron Moisés, Gedeón, Sansón o
Judas Macabeo. Había quienes lo vinculaban en el linaje davídico; quienes afirmaban lo
ignorado de su origen; los monárquicos lo anunciaban como rey; los rabínicos lo reclamaban en
figura de Pontífice; si habla la creencia de que seria un caudillo guerrero y conquistador por la
fuerza bruta de sus huestes, creían otros que seria un simple profeta de influencia moral
irresistible, no habiendo manera de armonizar entre sí los numerosos signos por los que debía
darse a conocer.
En cuanto al tiempo de su aparición, no se halla mayor claridad. Durante el cautiverio
babilónico, se anunciaba como inmediato a su terminación el establecimiento de su reino
universal y eterno. Al observarse el fracaso de los reyes-pontífices, se les negó el carácter
mesiánico y se proyectó a Herodes la idea. El partido judío-puritano no aceptó la redención
venida de los idumeos, que continuaron los escándalos de los reyes anteriores.

En esto se llegó al período evangélico.

El pontificado y el Imperio ante el Evangelio

La idea de rey y de reino es la culminante en la superficie literal de los Evangelios. La


campaña de Jesús llega a su colmo con sus sermones y parábolas acerca de su Reino. En su
proceso, la acusación de proclamarse «rey de los judíos», es presentada como inculpación de
crimen político, subversivo del orden monárquico restablecido en Palestina por el Imperio
romano. Encima de la cruz es presentado al público en su ejecución el rótulo de «Rey de los
Judíos».

La actitud de Jesús frente a tal inculpación, según la proponen los textos evangélicos, es
sorprendentemente equívoca.

«Tú lo dices que soy rey de los judíos», se dice habar respondido a Pilatos al formularle
tal cargo, aceptando tal título. Mas, a poco, se le hace decir: «Mi reino no es de éste mundo».

Desconcertantes son ambas frases, ante la crítica bíblico-mesiánica, en la cual no hay


manera de interpretar fuera de un reino material mundano la restauración de Israel, por un hijo de
David.

Mas en los varios profetas, el desacuerdo acerca del carácter del gran libertador, procede
de la confusión con que Isaías lo anuncia como surgido de la oscuridad de familia, lastimoso,
plagado de desdichas, desconocido de su pueblo y aun ejecutado inocentemente; según lo cual,
este libertador no puede ser testigo de su triunfo en vida y sólo podrá realizarse después de la
muerte por la reflexión del pueblo sobre la iniquidad de su persecución. Algo de lo cual había
ocurrido a Isaías en Judea, y a Sócrates en Grecia: muertos primero y después glorificados.

Mas en otros pasajes de Isaías y de otros profetas, el Mesías es descrito como general de
ejércitos irresistibles, devastador de todo pueblo rebelde, y restaurador de la formidable plaza de
Jerusalén, inconmovible a todo ataque futuro.

De esta doble idea contraria procede la de armonización, atribuyendo a un solo personaje


mesiánico el doble carácter: el patibulario de Isaías y el glorioso de los otros, realizable en dos
vidas distintas: idea adoptada por el cristianismo, que afirma realizado el primer carácter en la
vida evangélica de Jesús, quedando por realizar el segundo carácter, siempre anunciado como
inminente y nunca dado como verificado.
Nuestro siglo xx, por no distinguirse de los demás ha declarado abierto el período de esta
segunda venida. En la ciudad del Vaticano se ha erigido el monumento a Cristo-Rey, dándolo
como proclamado ya.

La figura y la persona de Jesús


El Cristo de San Pablo

Para nuestro estudio, consideramos en Jesús uno de los conceptos históricos de mayor
relieve en el mundo occidental, del cual irradian los acontecimientos más notables.

En ese concepto, como en todos, debe distinguirse lo subjetivo, producto exclusivo de la


sociedad que profesa aquel concepto, y lo objetivo, o hecho real, que lo motiva, y sostiene la
vestimenta con que le ha adornado la fantasía de las gentes.

Respecto de Jesús, se realiza este fenómeno de la humana psicología por modo


extraordinario. En sus imágenes observamos que cada siglo y cada pueblo lo dibuja, pinta y
adorna a su manera, tal y como lo conciben, lo imaginan o lo desean sus devotos. Esas imágenes
puestas en catálogo, ordenado y metódico, ofrecen matices varios y figuras las más raras de la
idea de Jesús de cada tiempo y lugar, en proporción con la habilidad de los artistas en interpretar
y traducir a la materia plástica la idea espiritual de sus respectivos tiempos.

Este es el Jesús hijo de los hombres, amasado por los siglos, cada uno de los cuales se ha
creído con derecho a colorearlo, retocar, pulir y conformar la imagen adaptándole a su criterio,
prescindiendo cada vez más del fundamento objetivo inicial; resultando con ello la imagen, el
reflejo de la persona del autor, más que la del sujeto principal.

Estas imágenes escultóricas y pictóricas, expresivas de la imagen retórica, moral y


mística, instantánea y variable, tratan de consuno de responder a un motivo positivamente
histórico, de un personaje real y concreto, existido en tiempo y lugares ciertos y precisos, y
pasado al testimonio histórico. Tal es el Jesús propuesto como modelo objetivo constante, en
determinados documentos alegados con fuerza de instrumentos probatorios.

Mas éste, al entrar en el examen del fondo y contenido histórico de estos documentos
examina la historia de éstos su autenticidad. Este juicio previo es desconsolador. Los materiales
traídos al juicio, se dicen copias de originales que no se presentan, que se dicen perdidos y que
no hay medio humano de contrastar, copias de autores anónimos, pasadas además por
traducciones, discordantes entre sí, cuya fidelidad tampoco hay modo de comprobar.

Acerca de cada uno de estos puntos se han escrito libros innumerables en pro y en contra,
sin que la discusión haya adelantado un paso durante cerca de dos mil años. La cuestión se he
terminado por cada contendiente, dándola por suficientemente discutida, y estableciendo con
carácter dogmático y definitivo su respectiva conclusión: lo afirmado por nuestra parte es cierto
y lo negado es falso. De este modo, lo que dicen los libros evangélicos canonizados como tales,
contienen la vida cierta y positiva de ‘Jesús, para aquellos que han arreglado los Evangelios a su
criterio. Para los otros, no hay un solo punto susceptible de demostración histórica, siendo todo
ello fruto de una fantasía interesada en hacer prosperar determinadas ideas mercantiles con
pretexto de religión y piedad. En el siglo v, Julio el Africano descubrió la inconsistencia de todo
documento.

No incumbe a nuestro estudio internarnos más en este largo laberinto, ni enzarzarnos en


discusiones interminables en sus términos lógicos y terminados ya por el interés económico de
las partes. Bástenos advertir que cuando unos dicen: «todo es cierto», los contrarios responden:
«todo es falso». Nuestro criterio parte de la base firme y evidente de ser y haber sido el
cristianismo un hecho humano de gran trascendencia, originado de Jesús de Nazaret, en cuya
vida, traída por los libros llamados del Nuevo Testamento, tratan de radicar y fundar las
consecuencias de aquel hecho histórico humano multisecular.

El nombre cristianismo, derivado de Cristo ( Krestos), es de etimología griega. Se adoptó


en Corinto como traducción la más aproximada del «Mesías» del hebreo caldaico. Equivale,
pues, a Mesías libertador de Israel y sublimador de Judá, según estaba prometido en los libros
proféticos. con el titulo de «Malka Maschicha» (Rey-Mesías). En el léxico griego el título
«Krestos» carecía de esta significación particular caldaica; era genérico de «crismado» o
«ungido» por la divinidad para una misión especial.

San Pablo aparece como introductor de este titulo genérico aplicado a Jesús. Y a partir de
ahí, hemos de considerar el cristianismo, no sólo como efecto exclusivo israelita, sino agregado
al helenismo, actuando con tal vehemencia sobre la escuela aquella en forma que ha hurtado a
los hebreos el propio nombre y ha sobrepuesto al primitivoo de «Jesús» (salvador), el titulo
griego de invención paulina.

La idea representada por Pablo en ese nuevo apelativo, se halla insistentemente repetida
por el mismo. Es el «Cristo crucificado y resucitado», cuyo mérito está, no en la muerte, sino en
la resurrección, sin la cual «la fe sería vana» e inconsistente; según la cual doctrina radical y
absolutista, el cristianismo de Pablo y el fundamento y razón de la fe cristiana, está en la
resurrección y empieza en ella; idea evidentemente contraria a la sostenida por los discursos
evangélicos de Jesús, que declara obligatoria la fe en sus enseñanzas, por cuya incredulidad
rechaza y maldice a los incrédulos de Cafarnaum y Corozaim.

A su vez, la idea de la resurrección en Pablo, es independiente de los hechos relatados por


el Evangelio acerca de ella y del testimonio de los apóstoles y discípulos, a quienes estuvo
persiguiendo implacablemente Pablo después de la muerte y resurrección evangélica. Su idea
procede de la convicción personal suya, muy digna de análisis.

El profesaba con ardiente fervor las creencias de los fariseos, según su sabio maestro
Gainaliel, en choque con las creencias de los saduceos. El odio entre ambas sectas era furibundo.
Las discordias escolásticas habían sido llevadas a la corte de los postreros reyes-pontífices, y
hablan producidos graves trastornos sociales y políticos, terminados, según la costumbre de las
discusiones judaicas. con degüellos, destierros y claudicaciones violentas en favor del partido
triunfante.
El punto principal de discordia entre ambas escuelas era el referente a la posibilidad y
realidad de la resurrección de los muertos; negadas por los saduceos, apoyados en copiosos
testimonios bíblicos, y defendidas a capa y espada por los fariseos, en virtud de otros textos y
razonamientos, generalizados en los centros escolásticos de aquel tiempo filosofador,
especialmente desde el tiempo de Pitágoras (570-472 a. de C.), que enseñaba la espiritualidad,
inmoralidad y trasmigración de las almas, juntamente con tina moral austera y una disciplina
mental rigurosa, todo ello armonizado por su ingenioso sistema cósmico-filosófico, en que la
religión y las ciencias se copulaban con admirable ajuste. No necesitaba tal doctrina más de
cuatro siglos para irradiar desde Crotona a la Palestina, llevada por sus discípulos y aun por sus
adversarios.

No podía ignorar estos sistemas doctrinales el sabio Gamaliel, reconocido por los
historiadores como létrado helenista, ni dejaría de utilizar en favor de la teoría los argumentos
del inventor del adjetivo «filósofo» ante su alumnos, entre los cuales consta haberse contado
Esteban y Pablo (Saulo). Los dos colegas se hallaron en ruta con ocasión de la persecución de los
discípulos de Jesús después de la muerte del Maestro. Esteban habla sido elegido para cargo
importante del núcleo de Jerusalén; por tal causa fué perseguido, procesado y apedreado en la
plaza pública, a presencia de su colega Pablo, custodio de las ropas de los apedreadores durante
el acto.

La resurrección de Jesús, crucificado en gran parte por el voto de los fariseos del
Sanedrín, afirmada y divulgada por sus discípulos y por el propio Esteban, era suceso de máxima
trascendencia para la escuela farisaica y poderoso auxiliar en su lucha con los saduceos.

Esta resurrección constituía un testimonio experimental resolutivo. Si era cierta la


resurrección, el saduceismo quedaba abatido en su bese doctrinal, que, además, era base y sostén
del sistema económico y político de la plutocracia.

Esta resurrección, en principio, caía dentro del dogma farisaico. Su posibilidad era
innegable para este dogma; su realización, era altamente útil a la batalla; para pasar a establecer
su realidad histórica, el más débil testigo que afirmase el hecho tenía dentro de cada doctor
fariseo el deseo intimo de que así fuese, y el impulso del instinto de venganza contra los
poderosos adversarios. De Ganimaliel trae el Evangelio un primer testimonio expreso de la
benevolencia que sentía hacia aquellos creyentes de la resurrección del Jesús crucificado; el cual,
si bien en su vida de propaganda había atacado reciamente a los fariseos, ganándose su odio y
sentencia de muerte, en cambio, con la resurrección afirmaba de modo definitivo el edificio
doctrinal de la escuela; y, pues, con la cruz había pagado holgadamente las deudas, adquiridas
con sus ataques a la secta, bien podía perdonársele el recuerdo de la ofensa a cambio del
extraordinario servicio que con la resurrección les prestaba enfrente de sus rivales.

El empeño polémico era cierto. El odio al saduceo era cierto y ardiente. La excelencia del
socorro era evidente. ¿ Qué le faltaba al suceso, para pasar a ser convicción y arma de combate?

Pablo era fariseo fanático y belicoso. Por esto fue contra los discípulos de Jesús,
mordaces críticos de los fariseos, hasta que murió. La noticia de la resurrección, le creó el grave
conflicto de renunciar a tal arma de combate contra los odiados saduceos si persistía en la
persecución del Evangelio Jesús, en vida, era escándalo del fariseísmo; resucitado, era su
salvador.

He aquí analizada la conversión de Saulo. El no es partidario de Jesús Nazareno; lo es del


resucitado, porque el resucitado es fariseo.

En el camino de Damasco se verificó su iluminación. Oyó la voz de Jesús, al que, por


tanto, debía haber conocido personalmente para poderle reconocer. Aquella voz era anhelada de
antemano por todo fariseo. Era la victoria contra el enemigo secular. Saulo se convirtió a Jesús
porque Jesús se había convertido a él, y se hizo pemidón de la campaña que él fogoso fariseo va
a emprender contra los saduceos.

A este Jesús, Pablo lo llamó Cristo; su escuela fué llamada por esto cristiana, con
independencia de la evangélica, que los discípulos de Jesús propagaron por otras partes.

El cristianismo, en consecuencia, es una religión nacida del sepulcro vacío de Jesús,


inmortalizado, triunfante y glorioso, cuyo cuerpo se trasladó a los cielos.

Dentro del ideario hebraico, la ascensión a los cielos tenía el precedente de Elías, cuya
reaparición aguardaban ciertos judíos del tiempo evangélico, de modo tal, que cuando el
prestigio de Jesús llegó a su colmo,, algunos decían de él ser el Elías reaparecido, o Juan el
Bautista, que no pocos creyeron era el propio Mesías. Elías no habla muerto; por esto los
saduceos pueden admitir su reaparición. El Bautista había sido decapitado, y sólo los fariseos
podían admitir su resurrección en Jesús, según lo temió Herodes, si es que no explicaban el
hecho como caso de emigración del espíritu del Bautista al alma de Jesús.

Pero en el ideario greco-romano, así la resurrección como la ascensión a los cielos eran
creencias triviales y radicales de su religión. En el culto de la Madre de Dios, Cibeles, la muerte
cruenta, la sepultura y resurrección de Attis, era la fiesta más solemne y orgiástica. En sangre se
celebraba el bautismo; en la muerte del «hombre viejo» y «renacimiento del hombr nuevo», se
verificaba la consagración de sus sacerdotes, y su resurrección era festejada como día de su-
premo fausto y alegría. Los dioses celestes del calendario greco.romano-egipcio habían sido
hombres escogidos por Dios, resucitados muchos de ellos y elevados a los astros.

Un judío podía dudar de estos hechos; un egipcio, o sea greco-romano, no podía negarlo
sin incurrir en blasfemia contra los dioses oficiales del imperio.

Con perfecto conocimiento de este estado psicológico social, Pablo, perseguido--por los
judíos, reclama la excepción de su fuero de ciudadano romano, se hace conducir a Agripa, oficial
del Imperio, y en su proceso y defensa alega con gran habilidad el hecho causante de su proceso,
un tanto deformado: .Me persiguen por afirmar y defender la resurrección de los muertos». Lo
cual equivalía a acusar de impíos contra los principios religiosos del Imperio a sus perseguidores.
Y así entró en Roma, donde forma su escuela de Evangelio farisaico.
El Cristo helenico, el Cristo romano y el Cristo anti judío

Ya otros autores han hecho observar que en la organización de su cristianismo, y en la


formación de su doctrina, no buscaba inspiración en la vida de Jesús, sino en otras fuentes.

Su Indice doctrinal no se completa desde el primer momento de entrar en campaña,


iniciada con gran ímpetu, pero sin norte filosófico, sin objetivo trascendental y sin plan es-
calonado. Así como en la traza de sus viajes se presenta andando y desandando, tentando acá y
acullá las probabilidades de éxito, entre escollos y contratiempos que va venciendo con
sagacidad y bríos de luchador indomable; así en el planeamiento de sus doctrinas aparece
idéntico forcejeo y adopta la misma estrategia de salir del paso de uno u otro modo, sin gran
miramiento a lo de atrás ni a lo de delante, cuando el apuro presente le coloca en grave aprieto.

A la suma de conclusiones uniformes que va estableciendo, la llama él «mi evangelio» en


oposición a todo otro de los que hallaba en su camino. Trátase, por tanto, de algo muy subjetivo,
aislado y peculiarísimo del hábil propagandista. Así como el principio fundamental de su
campaña es «su visión del Cristo», y no la de los demás, así su evangelio brota de la serie de
especulaciones creadas de aquella «visión», por su lógica de perfecto fariseo, tipo perfecto del
discutidor eclesiástico, tan ducho en arrastrar las cuestiones a su molino aunque sea
desquiciándolas, como en esquivar los puntos peligrosos, como en resolver argumentos.

Esta agilidad debió sacarla de la escuela de Gamaliel, a la que se jacta de haber


pertenecido; escuela farisaica muy saturada del retoricismo y gramaticismo helénicos adoptados
desde hacía siglos por los elegantes de Roma.

Apenas iniciada la campaña, Pablo se dedica a estudiar la filosofía pagana y trata de


armonizaría: con «su evangelio». Busca solícito los libros, se introduce en los centros culturales,
discute con los gentiles redarguyéndoles con sus propios razonamientos. Y del estudio de has
gentes y de los libros va sacando el desprecio doctrinal del judaísmo, la estima de la filosofía
pagana en sus conclusiones acerca de la divinidad y de su actuación sobre los hombres, y por fin
cae de lleno en la afirmación de la caducidad e insuficiencia del mosaísmo judaico y de los
cultos paganos del tiempo, y la necesidad de una religión superior que absorba de ellos lo bueno
y elimine lo malo, cuyo mensajero cree hallar en el Cristo de su visión que él va dibujando con
su magín.

De este modo brota un «evangelio» equidistante del judaísmo y del paganismo, que, sin
embargo, exprime de ellos lo útil y provechoso, según su criterio, y entonces se apoya en su
autoridad tradicional, y a renglón seguido ataca en eflas las ideas contrarias a su naciente
sistema, anulando aquella autoridad caída en prescripción.

Este sistema doctrinal, llamado por el autor «mi evangelio», atraía desde luego las
simpatías de los infinitos judíos y gentiles, caídos en la incredulidad de sus religiones por los ar-
gumentos de los filósofos, y por los escándalos de los sacerdotes. Ante ellos aparecía Pablo
como crítico racionalista, ponderado y ecuánime en la proclamación de la verdad religiosa, así
como ejercía sugestión extraordinaria sobre los esclavos y extranjeros excomulgados de los
templos oficiales por el hermetismo de los ritos respectivos.
Mas tales ventajas para lograr fácil popularidad y acrecentar el proselitismo, eran
acompañadas del odio de los fanáticos y ministros de los cultos lastimados por el nuevo
Evangelio; a saber: los sacerdocios gentílicos, los rabinos y aun los apóstoles y discípulos
directos de Jesús.

El intrépido propagandista provocó sucesivamente y con habilidad de fariseo astuto, el


choque con esos adversarios, entre los cuales sembraba la discordia, preparaba su partido,
planteaba la contienda, y se lanzaba di ataque con brioso arresto.

Los primeros centros de su propaganda fueron las sinagogas, que los judíos tenían
organizadas en las ciudades del Imperio.

Presentábase en ellas a título de «hijo de Abraham», y no como la mayoría de los hebreos


nacidos de las otras mujeres; sino como hijo de Sara, ¿la liberta. Aun, ante los sarainos israelitas,
aducía el polemista su preferencia sobre los otros hijos de Jacob y de sus concubinas, y aun sobre
los de su primera esposa Lea, la «no amada», pues él era hijo de la amada Raquel, y hermano
gemelo de José: salvador éste de Israel, y delicia del padre el otro. En cuanto a la sangre, Pablo.
en la sinagoga, ocupaba asiento preeminente. Ninguno, fuera de los benjamistas, podía codearse
con él.

Y, en cuanto a sus méritos religiosos, no tenía rival posíble. Circuncidado al octavo día
de su nacimiento, cumplidor escrupuloso de los mandatos legales y sectario de la escuela más
rígida y perfecta, del famoso Gamiliel, ¿quién podía decir más u otro tanto? Estas jactancias han
sido traídas los escritos del Santo, como textos apabullantes para los Judios. pues él no era judio
de los hijos de Judá, deseendiente de Lea, la aborrecida, sino superjudio, hijo de la bella y
adorada Raquel.

Fácil es adivinar en las vivas discusiones de la Sinagoga, la altiva arrogancia con que el
agresivo y cauto benjamita trataría de imponerse al auditorio y la vehemencia con que agrediría a
sus contradictores. El orgullo y vanidad de estas alcurnias fueron siempre y siguen siendo
características de la raza. A este estigma psicopático del pueblo israelita, puede muy bien y aun
se debe atribuir el menosprecio de Pablo por Jesús «según la carne»; y su única obsesión por
«Jesús el Creador», por el espíritu de Dios. El Jesús carnal era del vil linaje de Judá, por parte de
su padre legal José, y del de Leví y Aarón, por parte de su madre María. ( Math. C. 1.—Lucas, C.
1 y III ). Con esta credencial abre Mateo el primer Evangelio, ofreciendo el «Libro de la
genealogía de Jesucristo, hijo de David, de Abraham»; según el cual libro Jesús procedía de Judá
(hijo de Jacob), no por sus primeras esposas, sino por Thamar, viuda de dos hijos fornicarios de
Judá; y procedía de David por la línea de Salomón, que tampoco fué hijo de las primeras mujeres
del rey, sino de la mujer de Urias; «catorce generaciones desde Abraham a David; catorce desde
David hasta la destrucción del reino, y catorce desde la transmigración de Babilonia hasta
Cristo», según Mateo, a cuya progenie Lucas añade la lista hasta Adán, «que fué hijo de Dios».

Estas cuestiones genealógicas hubieron de ser muy apasionadas en los centros


jadaizantes. Los textos evangélicos surgieron al encuentro de Jesús. Mateo, después de afirmar
ese linaje, que hubo de ser extraído de los registros de los escribas, afirma haber nacido en Belén,
cual si fuese esta ciudad davídica la del domicilio del matrimonio. Lucas (Cap. 2) contradice esta
idea, explicando ser Nazaret el lugar de residencia y haberse trasladado a Belén con el exclusivo
objeto del empadronamiento del esposo, quien disimuló el origen extraño del niño y lo suscribió
como hijo suyo natural.

Según tal relato, Jesús no pertenecía al linaje de Judá y de David por derecho de sangre,
sino por adopción. Durante la vida de Jesús, no se mencioné tal. circunstancia. Los profetas
davídicos no habían indicado tal filiación anómala, antes bién, inducían a creer en que la
filiación davídica seria por descendencia natural rigurosa y no por intrusión de un recurso que
hacia a Jesús, hijo legítimo de José, ajeno a la concepción.

Después de la muerte de Jesús, los rabinos hubieron de escudriñar estos secretos, que
ofrecían no pocos reparos al derecho mesiánico, según el concepto clásico dominante. Según los
discípulos, Jesús, hijo de David, era candidato legítimo a rey de Judá. Su derecho derivaba de tal
filiación natural. Mas si no era tal hijo natural de José, le restaba por la madre la filiación
sacerdotal de Aarón.

Acaso obedeciese el entroncamiento de estas ramas, al natural deseo de los apóstoles de


revestir a Jesús con la mayor autoridad posible. Si por el padre heredaba a los reyes, por la madre
heredaba a los pontífices. En sus venas se juntaban las dos sangres, real y sacerdotal, y cabía la
doble herencia realizando el tipo mesiánico de David: «sacerdotere y, según el orden de
Melquisedec.

Metidos en tales cuestiones genealógicas, las luchas habían de ser reñidisimas. Bastaría a
los discípulos insinuar la condición simplemente adoptiva davídica, para que los rabinos. le
negasen el derecho mesiánico y exigiesen pruebas concluyentes del hecho extraordinario de su
filiación milagrosa y decisiva, aducida como supletoria y aventajada; pruebas. difíciles de
traducir a prueba judicial por carecerse de testigos de esta maravilla, contradicha por el
testimonio público. constante de la vida de Jesús.

Puso fin a la contienda San Pablo con una resolución heroica. «¡Basta de genealogías!»,
cuyas discusiones prohibió a sus adeptos, como perturbadoras e inacabables.

La réplica de los judíos

A las jactancias de puritanismo de raza de Pablo, losi asistentes a la sinagoga se ve que


oponían alborotadas protestas. La sesión solía terminar con anatemas, maldiciones y juramentos
de venganza, que, poco a poco, empujaron a Pablo a rebelarse contra las leyes de su
nacionalidad.

El fué quien dentro de las sinagogas inició, con pretexto cristiano, la defensa indirecta de
los fariseos en lo concerniente al proceso de Jesús, y, al revés de los evangelistas, que procuran
dejar a salvo al pueblo judío inculpando sólo a escribas, fariseos y herodianos, Pablo acusa
directa y afrentosamente a los judíos en globo y como tales.
Si dentro de la sinagoga esta acusación concitaba contra los judíos el rencor de los
israelitas de las demás tribus contra los de Judá, reproduciendo el antiguo cisma y reavivando los
rescoldos, y aun agravándolos con la rebelión y separación de los benjamitas, y con ello dejaba
aisladas las tribus. de Judá y de Leví linaje éste el más odioso a los benjamitas desde el tiempo
del casi total exterminio de todo el pueblo de Benjamín por causa de la venganza de un levita); si
estas habilidades del travieso agitador sembraban la discordia y dejaban el núcleo judío en manos
del incendio, los rabinos y saduceos, hábiles aquéllos y poderosos éstos, movieron contra el
revolvedor las autoridades de su nación w las del Imperio.

—Tú, Agripa, conoces de sobra a los judíos—decía Pablo al rey, señalándolos a su


desprecio.

Pablo fué tachado como renegado y traidor a su pueblo y nación.

De este incidente decisivo en la evolución de Pablo, dan minuciosa cuenta los «Hechos
de los Apóstoles» en sus últimos capítulos. Había acudido Pablo a Jerusalén con el objeto que
veremos luego, después de hacerse famoso en varías ciudades por los trastornos, de la Sinagoga.

Hallándose en el templo con otros amigos suyos, unos indios de Asia le reconocieron, alli
brotaron al público y echaron mano al apóstol, acusado ante los israelitas de será «sujeto que en
todas partes hace campana contra el pueblo de Israel, contra la ley y contra el templo, que acaba
de profanar con la introducción de gentiles».

Tumultuosamente fué sacado del templo y de la ciudad el apóstol, y expuesto al ultraje.


del populacho. Noticioso del tumulto el tribuno romano, corrió con sus soldados; a su presencia
suspendieron los judíos las injurias. Pablo fué encadenado, fué conducido a la fortaleza seguido
del gentío que pedía a voces su muerte.

El tribuno tomó al principio a Pablo por cierto judío egipcio que días antes había
levantado en sedición a cuatro mil salteadores refugiados en el desierto. «Ciertamente—dijo el
preso—, soy hombre judío, mas ciudadano de Tarso, ciudad notable de la Cilicia», noticias
repetidas en seguida al pueblo, al que recuerda los méritos de raza, de creyente y de celote,
acérrimo perseguidor de los discípulos de Jesús, a quienes respondía a bofetadas y heridas en las
sinagogas, espiaba por todas partes, servía de agente policiaco para prender a hombres y mujeres
en la ciudad y fuera de ella, votándolos a la muerte.

Como sus palabras fueron coreadas por las protestas y gritos de la multitud, el tribuno lo
confió al centurión, y éste trató de someterlo a azotes para arrancarle confesiones de
culpabilidad.
—¿Os es lícito—le interpeló el preso—azotar a un ciudadano romano, sin haber sido condenado?
—¿Eres tú romano?—preguntó el tribuno.
—Sí, lo soy; no por dinero, sino por nacimiento.
Quedó bajo el pabellón imperial el acusado. El Consejo dc los sacerdotes fue requerido a
formular proceso regular.
Enterado de que el Consejo se componía de fariseos y saduceos, el reo alegó su condición
de fariseo, y puso como pretexto de la persecución que sufría «la esperanza y resurrección de los
muertos». Esta frase bastó para sembrar la discordia en el Consejo. Pusieron se de parte del reo
los escribas del partido de los fariseos. Tan grave fue la revuelta, que el tribuno, temiendo que
matasen al causante, lo sacó escoltado y lo puso a buen recaudo.

Muy a mal llevaron el escamoteo los judíos. Cuarenta de ellos se juramentaron pena de
maldición, a no comer sin antes haber matado al apóstol. Para lograrlo, el Sanedrín simularía
necesidad de someterle a interrogatorio. En el camino del preso, al ser conducido al tribunal, los
conjurados le matarían en asalto.

Una hermana de Pablo se enteró del proyecto y lo hizo prevenir al tribuno por medio de
un sobrino. Por tal aviso, el tribuno ordenó secretamente formar una escolta de 200 soldados, 200
lanceros y 70 caballos, y trasladar de noche al preso a la ciudad de Cesárea, a disposición del
prefecto Félix, que lo mandó preso al Pretorio de Herodes.

Ante éste acudieron de oficio el Pontífice Ananías con su corte de acusación. El cargo
formulado era de ser Pablo «hombre pestilencial, levantador de sediciones entre los judíos por
todo el mundo, cabecilla de la secta de los nazarenos y violador del templo».

En su defensa, el acusado negando los hechos alegados contra él, protestó «servir al Dios
de sus padres (Jehová)» creyendo todas las cosas escritas en la ley y en los profetas, y esperando
en la resurrección de los muertos». Su presencia en el templo la explicó en estos términos:
«Pasados muchos años de ausencia vine a hacer limosna a mi nación y ofrendas al. templo», lo
cual era falso de toda falsedad.

Fué diferido el negocio. Durante la dilación, los agentes de Pablo no debieron dormirse; a
los pocos días el preso fué llamado a presentarse ante el prefecto Félix y su mujer Drusilia, que
era judía, y se interesó por las novedades evangélicas. Pablo disertó sobre «la justicia y el juicio
final con gran espanto de Félix. Sin terminar la causa, fué relevado por Festo. Reunió el Consejo
nuevamente: el prefecto dejó al reo eliegir el fuero judío del tribunal de Jerusalén.

—Ante el tribunal del César estoy—replicó el apóstol—. En él he de ser juzgado.

Desde este momento surge un evangelio político especial. El fariseísmo judaico,


renegado del mosaísmo y naturalizado en el Imperio. Pablo se apoya en el poder temporal del
Césár para sostener su guerra espiritual a sus antiguos correligionarios. Ha renegado de su nación
y se ha nacionalizado entre los gentiles.

A la apostasía política siguió en seguida la apostasía religiosa.

A consecuencia de esta emigración jurídica, fué censurado por los judíos de Roma.
Llevado a esta ciudad para la conclusión del proceso, a los tres días de su llegada convocó a los
jefes de los judíos» —dice el texto—, a quienes dijo:
—Yo, varones hermanos, sin haber hecho nada contra el pueblo, ni contra el rito de la
patria, fui preso en Jerusalén y he sido entregado preso a los romanos. Esto, probada mi
inocencia, intentaron libertarme. Contradijierenlo los judíos; por esto apelé al César, sin que por
esto tenga que acusar a mi nación.

Los judíos de Roma no tenían noticias particulares de este caso; sabían, empero, la
contradicción que en todas partes suscitaba la secta. Por curiosidad de informarse de ella se
dieron cita. Desde la mañana a la noche duró la discusión. Unos creyeron; otros protestaron.

La sesión terminó con esta amenaza: «Daos por notificados que la nueva de la salvación
es enviada a los gentiles, y ellos oirán».
Al oirlo, se produjo gran contienda.

Y Pablo quedó en Roma predicando su evangelio «con toda libertad y sin impedimento».
protegido por la libertad de los gentiles contra los tribunales de su nación. Con este amparo
organizó su secta ambigua, mezcla de judíos y de gentiles; gentil con unos, judío con otros,
revolvedor siempre, y de todos sacando lo que podía.

El liberalismo de Pablo y el panteísmo romano

Su apostasía religiosa

Poco a poco y por sus pasos contados, el apóstol, después de renegar de la nacionalidad
judía, acusándola de «generación maldita de Dios y de los homnbres», empezó a renegar del
mosaísmo, al que declaró fenecido y condenado con la resurrección de Cristo, heraldo de una
nueva religión, de la que él era portavoz y pregonero.

Al dogma del templo adorado por los judíos, opuso su nuevo dogma: «Vosotros sois
templo de Dios y su espíritu mora en vosotros» (1 Corintios, 16). «Ya no sois siervos de Dios,
sino hijos, herederos de Dios por Cristo». (Gálatas, c. 4-7.) Al rito bautismal de la circuncisión,
por cuya puerta se entra en el pueblo escogido, opuso su misiva: «En Cristo Jesús, ni la
circuncisión vale nada, ni la incircuncisión», porque «ni los mismos que se circuncidan guardan
la ley» (Gálatas, c. 6, 12-16). Ese sacramento puesto como muro de separación entre el pueblo de
Israel y los otros pueblos, fué derribado por la muerte de Cristo sacerdote eterno, según el orden
de Melquisedec, quien dirimió en su carne las enemistades y derogó la ley de los preceptos
rituales, y reconcilió con Dios a hebreos y gentiles. Así ya no hay extranjeros ni advenedizos,
sino que todos son ciudadanos y domésticos, siendo judíos y gentiles los consortes incorporados
a Cristo. (Efesios, 2-3.) Este es el nuevo orden religioso «donde no hay griego, ni judío, ni escita,
ni bárbaro, siervo ni libre, sino hermanos». Según esto, el pueblo de Israel queda de agradado de
sus antiguos privilegios y equiparados a él los demás pueblos.

El rigor de la prohibición de determinados manjares, sostenida aún por los profetas como
motivo de insulto a los gentiles, «comedores de puerco, y puercos como su comida«, opone
múltiples razones condensadas en esta máxima: «Todas las cosas son limpias a los limpios; mas,
para los inmundos, todo es inmundo». (Tito, 1, y. 15). Restaba el gran problema de la
reconciliación de los pecadores con Dios, mediante los sacrificios y ofrendas. A esta mina de
riqueza del culto y del sacerdocio, opone Pablo su dogma nuevo: «El Cristo, para destruir el
pecado, se dió a sí mismo en sacrificio por una vez, y agotó los pecados del mundo. Los
sacerdotes ordinarios ofrecen diariamente los mismos sacrificios imponentes para quitar los
pecados; pero el gran sacerdote Cristo, el único, con un solo sacrificio redimió a todos para
siempre». (Hebreos, 4-8.) Con el cual sacrificio quedó terminado el ciclo del culto empezado en
Aarón y fué cerrado para siempre el santuario por este Pontífice celestial y eterno, y suprimido el
sacerdocio levítico.

Nada quedó en pie del monumento bíblico. «No hagas caso de las fábulas judaicas», dice
a Tito en réplica a los judaizantes. «Ellos, los judíos, mataron al Señor Jesús y a sus propios
profetas, y a nosotros nos persiguen; infieles a Dios, incompatibles con el género humano;
maldecidos por la ira divina al extenninio«. (Tesalonicenses, e. 2-15.)

Con esto quedan rotos todos los vínculos entre Pablo y su nación. Su evangelio se satura
de antijudaismo. Sobre la raza carga el máximo crimen (el deicidio. Entre el cristianismo de
Pablo y el judaísmo, queda abierto el abismo del odio. Ahí se estableció la lucha moral entre
cristianos y judios.

El cisma de Pablo con el Evangelio

Habíamos señalado la sagacidad con que Pablo convierte en político su pleito religioso
con los judíos, y acabamos de ver el odio profundo que respiran los últimos textos contra la «raza
maldita y execrable».

Este odio se parapetaba detrás de su derecho de ciudadano romano, que le hacia incólume
a los dardos del Sanedrin, tanto más cuanto que combatía a éste desde tierras lejanas la sede de
Jerusalén.

La política fué el arma y coraza de su campaña. A los romanos decía: «Soy vuestro
conciudadano, nacido en Tarso». A los israelitas: «Soy israelita preferente de la tribu de
Benjamín». A los judíos: «Soy habitante de Jerusalén, fariseo de Gamaliel y agente policíaco del
Pontífice». Con estos alardes, sembraba la discordia en el adversario y arrastraba a su bando a los
afines de cada rama.

Pero estas estratagemas de ladino político se realizaban enfre núcleos de vivos y


fervientes sentimientos políticos irritados ya por la política religiosa de paganos y judíos, ya por
las corrientes filosóficas impetuosamente desbordadas por todo el Imperio, y por muchos de los
cultos existentes en las abigarradas masas de las ciudades.

Los judíos de Roma, que debían ser no pocos, notorios y organizados, según se desprende
del relato antes aducido, hablan de pertenecer en buen número a los profesionales de la política
que en la propia Judea constituían extenso partido. Entre ellos figuraban partidarios de la dinastía
herodiana corazones de convicción o de conveniencia; pues los Agripa eran personajes
considerables del Imperio y sus adelantados en aquella estratégica y bulliciosa Palestina, llave
del Imperio asiático.

Hemos visto en Cesárea el prefecto Félix, casado con Drusila, la cual era judía, y se
interesó por Pablo. No se expresa si el judaísmo de Drusila era de simple religión como eran
judíos los Herodes, aunque idumeos de linaje, o si lo era de naturaleza. Lo cierto es que, fuese
cual fuese su judaísmo, había de ser odioso y maldecido por los rabinos, enemigos del
matrimonio con extranjeros e infieles, según lo eran de los herodianos procedentes de tales
mezcolanzas.

Allí mismo acudió Agripa, con Berenice. Fué ésta gran cortesana y mujer de complicada
historia. Nacida en el año 28 de C., a la sazón del encuentro con Pablo, contaba 25 años. Hija de
Agripa 1, casó primero con Herodes, rey de Calcis; después con Polemón, rey dc Cilicia, al que
abandonó para cobijarse al amparo de su hermano, Agripa II. En la guerra de Judea, ella u otra
homónima, enamoró a Tito, que hubo de renunciar a su amor por razones de Estado.

Estos datos bastan para comprender la influencia que en Roma podian ejercer los judíos,
a los cuales intentó agruparse Pablo. viéndose rechazado por las sospechas de traición a la patria
y de hereje contra la religión, no sin arrastrar a algunos compatriotas, con los cuales formó su
sociedad.

El ejemplo del apóstol podía decidir a adoptar la ciudadanía romana y a renegar del
mosaísmo, a cuantos se veían inducidos a ello por razones económicas, por dudas doctrinales y
por la notoria conveniencia politica; ciudadanía otorgada fácilmente al dinero, según lo hace
constar el propio relato paulino. Y, sobre todo, sus razones debieran ser persuasivas para todos
los israelitas y conversos, odiados por el levitismo rabino, y por los denigrados y postergados por
la soberanía de aquellas tribus monopolizadoras del culto y dc la política de Israel. Contra estos
privilegío enfoca Pablo sus tiros en su «Carta a los Hebreos», en la que hace una revisión general
del sacerdocio judaico, según la Biblia: «Notorio es que el Señor nuestro nació de la tribu de
Judá, sobre cuya tribu nada habló Moisés tocante al sacerdocio. Más chocante es que el nuevo
sacerdote salido de Judá, haya de serlo según el orden de Melquis.edec (rey y pontífice». (Cap.
8.) Reconoce la primitiva vinculación del sacerdocio en los hijos dc Leví (cap. 7), con el
privilegio de cobrar los diezmos de los demás hijos de Abraharn, quien, sin embargo, los había
pagado a su extraño (Melquisedec). y pues Leví estaba a la sazón en el lomo de Abraham,
tambíén estuvo comprendido en el tributo del diezmo y no fué desvinculado de su yugo.

Como se ve, el ataque a los levitas va al corazón y al alma de su negocio. Si Moisés pudo
vincular en Leví lo vinculado por Abraham en el extranjero Melquisedec, así puede Dios
transferir a Judá el mayorazgo de Leví.

Con esto quedan legitimados el diezmo y demás impuestos del templo. El pueblo queda
liberado de tales gabelas y el levita, abocado al asador del altar y escarbador del arca del
santuario, queda sometido a buscar en otro oficio el arte de ganar y el modo de vivir. ¿ Cuál
israelita, al acariciar la bolsa del diezmo, dejaría de sentir en el sonido de la moneda, un amoroso
consejo a dar la razón a Pablo? ¿ No resultaba tontería y derroche al pagar deudas proscritas?
Hasta aquí el evangelio de Pablo era sólo negativo del judaísmo. Hubo necesidad de
articular de algún modo la nueva religión natural, al alcance de todas las inteligencias y aceptable
a todos los pueblos, sin ritos y sin sacerdotes. Lo halló anunciado por los profetas (cap. 8), y sólo
tuvo necesidad de buscar «la nueva ley de Dios», escrita en los corazones.

Ni aun del bautismo es posible adivinar lo que pensaba el orador. «Doy gracias a Dios
que a ninguno he bautizado fuera de Crispo y de Cayo y las Estéfanas; ninguno puede decir
haber sido bautizado por mi». (1 Corintios, c. 1. 11-16.) «Porque no me envió Cristo a bautizar,
sino a predicar».

Sobre estos principios negativos que venían a servirle de vallas. trazó la nueva vereda de
su evangelio y «los caminos para ir a Cristo«. El primer concepto prohibitivo que decía (Cor. 3)
es contra la fornicación aparecida ante sus discípulos de Corinto «cual no existía ni entre los
gentiles, llegando alguno al incesto con la mujer de su padre. Y en seguida ordena negar el titulo
de hermano «al fornicario, al avaro, al idólatra, al maldiciente, al borracho, al ladrón y al
frecuentador de rameras».

En su primera carta, dice contestar a consultas que le habían hecho acerca de la


continencia. Fuera del nazareato no tenia fundamento esta consulta en el Antiguo Testamento. La
moral sexual de éste era de oprobio para la esterilidiad y santificación de la procreación.

En los cultos paganos se hallaba el culto de la Virginidad y de la Castidad, cual en el


culto de Mitras y de Cibeles,, Madre de Dios, extendido por el Imperio, muy acepto entre los
judíos, según vimos antes. Y con el cual debe contarse en el estudio de la evolución religiosa de
aquella sociedad. En el siglo y veremos en Lión a los cristianos confundidos con estos cultos
paganos.

El reformador trata de resolver la consulta, mas lo hace vacilante y como con miedo de
tropezar. Dice: «Bien es al hombre no tocar mujer; mas, a fin de evitar la fornicación, cada uno
tenga su mujer y cada mujer tenga su marido, con intercambio de dominio de sus propios
cuerpos, sin defraudarse ni separarse por largo tiempo; no sea que os tiente Satanás. Esto, sin
embargo, es por permisión y no por vía de precepto. Pues bien fuera que los solteros y viudas
guardasen su estado como yo» (dice el apóstol).

En cuanto al sello religioso del matrimonio, su doctrina va derecha contra el judaísmo y


hubo de ser muy grata a libertinos y liberales. «Si algún hermano tiene mujer infiel y ella
consiente, no la despida; lo -mismo de la mujer casada con el marido infiel (judío o gentil),
porque el marido infiel santificado es en la mujer, y ésta en el marido, cristiano y sus hijos son
santos.

«De las vírgenes (alude ciertamente a las vestales y mega-las solemnes o privadas) no
tengo indicación del Señor. Mas, puesto que la necesidad (del fin del mundo) apremia, bueno es
al hombre permanecer virgen; y pues el tiempo es corto, los que tengan mujeres como si no las
tuvieren.»
Acerca de las segundas nupcias, habló Pablo en Roma muy extensamente y con alto
predicamento de la virtud de las «univiras» y del matrimonio único. A sus correligionarios les
exhortó a esto, conforme a la moda romana, sin prohibir el nuevo casamiento, a veces ordenado
en el judaísmo. Sólo a las «univiras» admitía en la conversación apostólica. (7 incot. 5.)

Mas ¿ cuál era el ejemplo del Santo? Se deduce de esta autodefensa: «¿No tenemos
facultad para llevar con nosotros una hermana mujer, como los otros apóstoles, los hermanos del
Señor, Santiago y San Juan y Pedro?»

Ahí dejó delineada la moral individual y de la familia, tan efímera, puesto que el fin del
mundo era inminente por momentos.

En la moral social es donde discurrió profusamente, a base de la confraternidad entre los


correligionarios, la tolerancia y la convivencia con los infieles «haciéndose gentil con el gentil, y
judío con los judíos, para ganárles a todos al Cristo», prohibiendo las contiendas y rencores, con
plena sumisión a la autoridad constituida, buena o mala; doctrina sustentada ya por Jeremías
respecto de las autoridades de Babilonia, al caer el trono judío.

Así, a tientas, tomando de acá y de allá, la hilaza de su rueca fué tramando su nueva
religión, «sin altar y sin trono», sin sacerdocio y sin ritos, «de espíritu y de verdad», según Jesús.
Esta religión, tan simple y humanitaria, que en política defendía la indiferencia de las formas de
gobierno, el origen divino de toda autoridad, aunque fuese perversa, en lo dogmático coincidía
con el panteísmo imperial en la universidad de Dios y en la indiferencia de los ritos. Sólo los
sacerdocios industriales de estos ritos podían quejarse. Y en cuanto esta religión se identificaba
en su espíritu social y moral con Los esenios y galamitas que formaban una secta oficial de los
judíos, bastábale esta identidad y linaje para entrar en el goce del fuero judaico en el imperio,
que fué uno de los objetivos notorios de Paulo, de lo cual trataremos más extensamente en el
tomo final de la obra al hacer eseresumeil histórico general.

Algo hubo de haber, sin embargo, por no llevarlo a los escritos, así en las doctrinas como
en la práctica, donde se ocultaban los gérmenes de las cruentas colisiones motivadas con
pretextos del cristianismo.

Los objetivos de estas luchas encarnizadas pueden señalarse en la nefasta Trinidad del
Dinero, de las Mujeres y de la Ambición de mandos, que entronizaron en los pueblos de esta
cultura la Soberbia, la Lujuria y la Godicia, ocultadas en el Secreto del Santuario por el velo del
secreto irapenetrable.

Este boceto de religión natural, desnuda y simple, en manos de los romanos fué
trocándose poco a poco en el Evangelio del Capitolio, que vamos a ver empezando en la sufrida
persecución y elevarse en furia perseguidora; en la colecta voluntaria, y pasar al tributo
expoliador; en la sumisión dócil de los primeros siglos, que en el siglo IX será la rebeldía
máxima contra toda autoridad humana. El evangelio demoledor del trono y del altar, servirá de
cobertera de los altares y tronos en la perpetua orgia de lujurias desenfrenadas, de latrocinio
insaciable y de carnicería continua. Jehová y Júpiter se hallarán encarnados en el nuevo
leviderato pontificio. La Chátre coleccionó los principales documentos de, esta impía
sofisticación, que aplicará a Roma el infamante título de Sodoma del Occidente y al Papado el
titulo de Anticristo.

SIGLO PRIMERO

Sumo pontificado de los emperadores

SAN PEDRO, primer obispo de Roma

TIBERIO, CALLGULA, CLAUDIO Y NERÓN, EMPERADORES Y PONTIFICES


MÁXIMOS

César Augsuto había sido consagrado gran sacerdote de Vesta y asumido el Sumo
Pontificado agregado aI Imperio, cuando ocurrió én la región oriental, silenciosa y obscura-
mente, el hecho más trascendental para el mundo dE Occidente.

El pesebre (tel establo de la 1-losteria de Belén sirvió de cuna al nacimiento del que fué
llamado por los suyos «Jesús hijo de José, el carpintero de Nazaret».

Sin estudios reconocidos y sin misión oficial, sorprendi a las gentes con la predicación de
una nueva doctrina; la sabiduría de su palabra extendió su fama en la Judea, y Jesús se convirtió
en apóstol. del pueblo.

La multitud numerosa acudía a él para oír sus discursos y convertirse a la nueva escuela.

Los príncipes de Judea perseguían al profrta, fustigador de sus vicios, de la corrupción


del siglo, del orgullo de los nobles y del escándalo y avaricia del sacerdocio. Este hombre-Dios
fué a traición cogido por sus enemigos, condenado a las humillaciones y expiró en cruz
infamante.

Pero sus preceptos, lecciones y ejemplos, cruzaron revoluciones y siglos; su moral se


esparció en todo el universo, y el Cristo fué el Dios de las naciones futuras.
Uno de sus apóstoles fué Simón Pedro, de quien se dicen sucesores los obispos de Roma.
Simón había nacido en Bethsaida, pequefia población de Galilea, sobre las orillas del
lago Genesareth. Pescador de profesión, alimentaba su familia con los productos de su trabajo.
Tenía un hermano llamado Andrés, discípulo de San Juan Bautista, de cuyos labios había oído el
elogio de Jesús. Por él supo que ese hombre extraordinario era el Mesías vaticinado por los
profetas y aguardado por los judios; Andrés participó esta gran noticia a Simón, su hermano, y se
dirigio con él a su encuentro. Jesús le recibió con ternura, y mirando a Simón le dió el nombre de
Kepha, que, en idioma sirio, , quiere decir piedra o roca.

Los dos hermanos pasaron todo el día al lado del Salvador y se hicieron sus discípulos.
Créese también que se encontraron con él en las bodas de Canaán.

Algunos meses después, Jesús, volviendo de Jerusalén, dió con ellos en las orillas del
lago Genesareth, donde componían sus redes. Entonces se metió en la barca y dijo a Simón que
echase en el
mar sus
redes.
Este observó que durante la noche había trabajado inútilmente; pero ejecutó la orden y
sus redes quedaron tan llenas de peces, que con ellos cargó dos barcas. Simón, al cual
llamaremos Pedro, quedó tan sorprendido al ver este milagro, que se echó a los pies del Mesías
rogándole que se alejase, porque él no era más que un pescador; pero esta humildad le hizo tan
agradable a Jesús, que le dió el primer puesto entre sus mismos discípulos.

Cierto día en que los apóstoles cruzaban el lago de Tiberíades, vieron a Jesús dirigirse
hacia ellas andando sobre las ondas. Sorprendidos al ver este prodigio, tomáronle por fantasma, y
Pedro le gritó:
—¡ Señor! Si realmente sois vos, mandad que yo vaya hacia vos andando sobre las aguas.
Y Cristo le respondió:
—Vente, Pedro.
Y éste se lanzó fuera de la nave y anduvo sobre las olas como si se hallase en tierra firme. Pero
su fe no era muy verdadera. Pedro se hubiera hundido y se hubiera ahogado si no hubiese
llamado al Señor.
Jesús, entonces, cogió su mano y le dijo:
—Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?
San Pedro, en lo sucesivo, puso gran confianza en su Maestro. Jesús, viendo que muchos de sus
discípulos, cansados de su severa moral, le abandonaban, se dirigió a los doce ‘apóstoles,
diciendo:
—¿Y vosotros también vais a dejarme?
Pedro contestó sin vacilar en nombre de todos:
—¿Adónde iremos sin, vos, Maestro? Vos guardáis el enigma de la vida eterna y nos consta que
sois el Mesías, hijo de Dios.

En otra ocasión, Jesús preguntó a sus apóstoles lo que de él pensaban, y Pedro fué el
primero en contestarle, diciendo:
—Vos sois el Verbo, hijo del Dios vivo.
Y el Salvador replicó:
—Vos, Simón, hijo de Juan, sois en verdad muy dichoso, porque esto no os lo ha revelado ni la
carne ni la sangre, sino que os lo ha revelado mi Padre, que está’ en los. cielos. Y yo os digo que
vos sois Pedro y que sobre esta piedra levantaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ‘ella; y os daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que hagáis sobre la
tierra quedará hecho en el cielo; todo lo que deshagais en la tierra quedará deshecho en el cielo.

Tal es la versión del principado apostólico de Pedro, la alegoría de sus privilegios y la


herencia reclamada por sus sucesores, no sin graves protestas de la cristiandad.

Después de la profesión de fe de Pedro y de las promesas hechas a este apóstol, Jesús


manifestó a sus discípulos que debía sufrir la muerte en Jerusalén. Pedro le obseirvó que ‘el hijo
de Dios no podía morir, y el Señor, que le acababa de declarar bienaventurado, lo llamó Satán, le
impuso silencio y le hizo colocar tras los apóstoles. Esta mortificación fué el único castigo que se
le infirió- mas no por esto perdió la confianza de su Maestro, que le eligió para ser testigo de su
transfiguración.
La víspera del día en que Jesús debía sufrir la muerte, Pedro y Juan prepararon la pascua.
El Salvador quiso lavar los pies a sus discípulos, y el jefe de éstos se opuso a este acto de
humildad por parte del Maestro; pero dejó da resistirse luego que éste declaró que si no consentía
en recibir la ablución no ‘tendría parte en el reino de los cielos. Entonces Pedro ofreció a Jesús,
no sóló sus pies, sino también su cabeza.

En la celebración de la pascua, el Salvador dijo a Pedro. que el demonio quiso tentarle,


pero que rogó a su Padre al objeto de que le fortificara en su fe. Concluida la. pascua, Jesús salió,
y como Pedro le preguntase dónde quería ir, el Señor le contestó:
—Voy donde tú no puedes seguirme.
Y Pedro replicó:
—Señor: estoy dispuesto a ir con vos, ya sea a la cárcel, ya a la muerte.

El apóstol, sin embargo, no continuó en esta resoltíción; pues si bien tuvo bastante valor
para cortar la oreja a Marcos, criado de Caifás, renegó, en cambio, tres veces de su Señor, ante
una criada que le preguntó si era discípulo de Jesús. No tardó mucho en borrar esta debilidad con
la sinceridad de su arrepentimiento y la abundancia de sus lágrimas, y se convirtió en seguida en
el más celoso predicador de la fe cristiana.

Los miembros de la nueva Iglesia no tenían entonces más que un corazón y un alma;
todos sus bienes eran comunes. Los que poseían tierras o casas las vendían y eniregaban el
dinero a los apóstoles para que lo distribuyesen a los pobres. Sucedió que un tal Ananías, de
concierto con Safira, su mujer, vendió una heredad, y llevando parte de su precio a los apóstoles,
se quedó con el resto. Mas Pedro, iluminado por el espíritu divino, les reproché su falta y
cayeron heridos de muerte.

Sería muy difícil señalar el año en que se fundó la iglesia de Antioquia; a pesar de esto es
incontestable que San Pedro fijó una especie de residencia en esta ciudad, la cuál fmi siempre
mirada como la del primer obispo.

Luego de predicar algún tiempo en Antioquía, volvió a Jerusalén en la época en que el


hambre, vaticinada por el profeta Agap, comenzaba a esparcir el luto en el país. Entonces
Herodes Agripa, tratando de conciliarse el acpecto de los judíos y para dar muestras de que
quería mucho su ley, suscité contra la naciente Iglesia una segunda persecución, mucho más
terrible que la que siguió al martirio de Esteban.

Santiago, hermano de Juan el Evangelista, fué una de las primeras víctimas. El mismo
Pedro fué echado a la cárcel y condenado a sufrir el último suplicio; pero un ángel abrió las
puertas de su calabozo, rompió sus cadenas y le puso en libertad. Desde este acontecimiento
hasta el concilio de Jerusalén, que se celebró siete años después, la Escritura guarda el más
profundo silencio acerca de San Pedro. Quizá se ocupó en visitar las Iglesias que había fundado
en Asia y en robustecer la fe de los cristianos, sin lo que le diese que hacer la persecución de sus
enemigos.

Se supone que luego se dirigió a Roma para combatir la idolatría, en el año 48 de


Jesucristo.
Sin detenernos en el examen de las dudas qué ocasionó este aserto, referiremos aquí lo
que dicen los autores sagrados respecto de tal viaje.

Existía en la capital del Imperio un célebre impostor llamado Simón el Mago, judío, de
Gittón, cerca de Samaria, donde se había hecho cristiano, y que tenía suficiente valor para
anunciarse como Padre Eterno. En Tiro había sacado de un lugar infame a una prostituta que se
llamaba Elena« la cual, según decía, ‘era su pensamiento o su palabra y a la que el mal espíritu
había ligado a la tierra haciéndola pasar al cuerpo de diversas mujeres. Aseguraba, también, que
era la famosa Elena de la guerra de Troya, y que los hombres que creían en ella alcanzarían
salvación y misericordia.

Sostenía, con igual impudencia, que había venido a Jerusalén como Hijo de Dios, a
Samaria como el Padre, y a las demás naciones como el Espíritu Santo.

Tal era la doctrina de Simón el Mago, según sus adversarios. La tradición asegura que
este impostor llegó a Roma cuando reinaba el emperador Claudio; los ciudadanos romanos le
adoraron como un dios, elevándole una estatua con la inscripción siguiente: Simoni Deo sanoto
(1).

Las leyendas de los santos, afirman que el apóstol se dirigió a Roma para combatir al
Mago; que habiéndole confundido en presencia del pueblo y de Nerón, mandó a un ángel que le
hiriera, y que el impostor murió tristemente.

Otras dicen que Simón se alabó que hacía más milagros que San Pedro, y que se elevó en
los aires llevado por íel diablo; mas los dos apóstoles San Pedro y San Pablo invo caron el
nombre de Jesucristo, y el demonio, asustado, solIó al Mago, que se rompió las piernas.

Poco tiempo después de haber escrito siu primera epístola, el emperador Claudio echó a
los judíos de Roma porque levantaban muchas sediciones, tomando por pretexto la doctrina de
Cristo.

(i) Lo menciona San Justino (Apología, 2.8). Baronio supone referfrse a este Simón una
lápida aparecida en las islas del Tiber.

Supónese que el edicto del emperador obligó a Pedro a volver a Judea; pues se hallaba en
Jerusalén cuando San Pablo, diputado por la Iglesia de Antioquía con Bernabé y Tito, fueron a
consultar a los apóstoles.

Algunos judíos convertidos sostenían la necesidad de la circuncisión para salvarse.


Habían sido victimas de Cerinto, el cual,. llevado por una fe ciega, pretendía sujetar a los fieles
gentiles a las observancias de la ley mosaica.

Los apóstoles determinaron reunirse para tratar este asunto, y celebraron ‘el primer
concilio, en el cual se formaron estatutos para quitar sus escrúpulos a las conciencias timoratas.
No sólo los apóstoles y los sacerdotes entraron en este concilio, sino que también
hablaron en él los simples fieles, y la cuestión fué resuelta con el consentimiento unánimé de la
Iglesia, constituida en forma radicalmente democrática.

Pablo y Bernabé volvieron a Antioquía, donde algún tiempo después se les reunió Pedro.
Este se conformó con lo prescrito por el concilio y vivió corno los gentiles, sin fijarse en la
distinción de las viandas prescritas por la ley. San Pedro era tan falible, que como unos cristianos
de nación judía llegasen de Jerusalén, se separó de los gentiles y no comió con ellos por una
especie de fingimiento, que debe hacernos suponer que la observancia d& la ley era, cuando
menos, necesaria a los judíos. «Destruía hasta cierto punto lo que él mismo había edificado “en
el concilio, y echaba por tierra la disciplina que había establecido.»

Mas San Pablo le hizo comprender su falta, escribiendo a los gálatas: « Cephas llegó a
Antioquía y le resistí porque se mostraba reprensible. Yo le dije: Y si tú, que naciste judío, vives
como los gentiles convertidos, ¿, por qué quieres que los gentiles judaícen?’

Pedro recibió esta lección con dulzura y humildad notabIes. No se defendió con su
primacía, y no tuvo en cuenta que Pablo había perseguido la Iglesia, que era su inferior y más
nuevo que él en el apostolado. Cedió a las observar ciones que aquél le dirigía y cambió de
sentimientos, o, mejor dicho, d’e conducta. Este primer Pontífice no se adjudicó el derecho de
imponer su voluntad a los fieles, y no obligó a la Iglesia a someterse a sus decisiones.

Luego de haber historiado los actos de San Pedro, siguiendo las Escrituras, debemos
recordar las varias tradiciones que existen sobre este apóstol. Lactancio pretendia que hizo un
segundo viaje a Roma veinticinco años después de haber muerto Jesús, lo cual ha dado lugar a
suponer que había sido obispo por espacio de veinticinco años. Añade que en el año 62 hizo un
postrer viaje a Jerusalén, con el objeto de elegir el sucesor de Santiago el Menor, que fué el
primer obispo de esta ciudad, y que en seguida volvió a Roma, donde continuó predicando. Nada
se sabe fijamente de el desde el año 51 hasta el tiempo de su muerte, es decir, por espacio de
quince años.

Se afirma que los dos apóstoles Pedro y Pablo fueron martirizados en el mismo día y
conducidos a la prisión Mamertina, al pie del Capitolio.

A ser exactas las crónicas, Pedro pudo presenciar el incendio de Roma (año 31) y la
ferocidad de Nerón.

Es opinión que San Pedro murió crucificado con la cabeza hacia abajo. La muerte se fija
en el año 66. San Agustín dice que este apóstol marchó al suplicio dando muestras de cobardía.
De los escritos que se le atribuyen, se deducen consideraciones notables.

La segunda epístola va dirigida a los fieles que se hallaban dispersos en el Asia, en el


Ponto, la Capadocía y las provincias vecinas. Les recomienda que sigan la moral de los profetas
y de los demás apóstoles, y que se preserven de los falsos sacerdotes que niegan a Jesucristo,
blasfeman contra la Divinidad y se abandonan a los más infames escándalos.
El apóstol señalaba con estas notas a los sectarios de Nicolás, uno de los siete primeros
diáconos de Jerusalén, que despreciaba el matrimonio y sc entregaba a los más repugnantes actos
de sodomía.

Estos cristianos comían las viandas ofrecidas a los ídolos. Sostenían que Cristo no era
hijo de Dios, y que el Creador se hallaba sometido al poder de la diosa Barbelo, la cual, según
ellos, habitaba un cielo ocho veces más elevado que el cielo cristiano; pretendían que era Madre
del dios de los Ejércitos, Sabaoth, y que éste se había apoderado del séptimo cielo, gritando a los
dioses inferiores:
«Yo soy el primero y el último, y no existe otro doininador sino yo.»

También publicaban libros, hablaban de falsas revelaciones, y señalaban nombres


bárbaros a la multitud de prfncipes y de Padres que colocaba en sus cielos.

Consideraban la Trinidad, la Virgen, el pecado original, la encarnación de Cristo y los


dogmas de la religión, cual nitos sobre los que daban explicaciones ora extrañas y a veces
sublimes.

Sobre esta versión, en la que la crítica no logra distinguir lo real de lo fantástico y lo


sublime de lo ridículo, se fornió la idea del cristianismo primitivo, y después la del catolicismo,
como de la semilla brota la planta y de ésta se multiplica la nueva simiente en progresión
geométrica; así de cada uno de los conceptos, frases, letras y acentos de esta leyenda evangélica
y apostólica, veremos surgir en la Historia instituciones que van a conmover los pueblos y
mantener en hervor continuo et mundo occidental por espacio de dos milenarios. Sus páginas van
a escribirse cofl sangre. En su lectura nos alumbrará constantemente la siniestra luz de las
hogueras. En la imaginación s’e formará la orgía de un continuo apocalipsis.
SAN LINO, 2º PAPA (1)

NERÓN, GALBA, EMPERADORES — VITELIO, OTÓN, PONTíFICES

ADVERTE1VCIA

La falta absoluta de historiadores verídicos, y la multitud de libros apócrifos escritos en


griego y en latín, no nos permiten juzgar, por nosotros miamoe~ los primeros siglos del
cristianismo.
Sólo podemos ser los traductores fieles de los Padres de la Iglesia conservando
religiosamente el orden de los hechos y hasta el obscuro y lento estilo de sus obras.

Pero cuando hayamos cruzado estas épocas de tinieblas, desenvolveremos una larga
serie de acontecimientos extraordinarios y de crímenes horribles, dignos de fijar la atención
sobre la maravillosa historia de los nontificesde Roma.

Nada hay de positivo en los primeros siglos respecto al lugar donde se encontró situada la
Sede apostólica. La cronología varía las fechas de sucesión adoptada por los obispos de Roma.

La opinión indica a San Lino como sucesor de Pedro (2).

Era toscano, hijo de Herculano. Encargóse del ministerio apostólico al mismo tieml)o que
San Pedro, lo cual cs una irrecusable prueba de no haberse establecido la jerarquía episcopal.
Otros historiadores afirman que San Lino, Anacleto y Clemente, se hallaban encargados del
gobierno de la Iglesia, y que San Pedro resolvió elegir a Clemente para sucesor suyo,
prefiriéndole a los otros; pero Clemente, que no era ambicioso, temió que los fieles que estaban
bajo la direccion de sus colegas, no se someterían a su autoridad, y de ahí que se retirase por
modestia. Anaéieto siguió tan digno ejemplo, y Lino tomó a su cargo la cátedra romana tan
pronto como Pedro y Pablo murieron (3).

(1) El tiulo de Papa, actualmente privativo del obispo de Roma, fué antes genérico y
sinonimoj de obispo o prelado.

(2) Para las cronologísa éstas, se sigue la indicación de los Libros Pontif icales

(3) Las palabras «silla episcopals y sus equivalentes, significan la cátedra del
maestro usada de ordinario en las escuelas. Deriva este titulo, de qua Jesús fue llamado
Maestro, discípulos sus apóstoles y «escuelas su sociedad, paca distinguirla de la Sinagoga.

Todos los actos de este prelado permanecen en la obscuridad más completa. Murió en el
año 67, y es presentado como primer obispo de Roma.
SAN LINO

Mientras San Lino trabajaba en el acrecentamiento de la fe, la religión gozaba de una


tranquilidad envidiable. Durante su pontificado se promulgó una ley que prohibía a las mujeres
él encontrarse en reuniones sin llevar el rostro velado.

En esta época los cristianos carecían de templos y de libertad para reunirse en los de otros
cultos.

Es opinión que San Lino recibió la corona del martirio hacia el año 78.

El Padre Pagí cree que murió en la persecución de Nerón, y que fué condenado por el
cónsul Saturnino, luego de haber exorcizado a su hija, que estaba poseída del diablo.

No fué honrado en la Iglesia como mártir sino después, del siglo ix. Antes de esta época,

San Telesforo era el único Papa muerto bajo la cuchilla del verdugo.

Existen varias opiniones respecto a la sucesión de San Lino. Unos quieren que le haya
sucedido San Cíe to, otros pretenden que San Clemente.

Se le atribuyen dos obras escritas en griego acerca de los martirios de San Pedro y de San
Pablo. Los críticos convienen en que estos libros, lleiíos de los más groseros errores y de las
fábulas más ridículas, no pertenecen a este obispo. Plotino dice que Lino escribió una biografía
de San Pedro, en la que habla del combate sostenido por este apóstol contra Simón el Mago.

Algunos años después de la muerte de Lino, ocurrió la toma de Jerusalén por Tito. Esta
desgraciada ciudad, entregada a los horrores de las guerras religiosas, trabajada en todos sentidos
por bandas de fanáticos que degollaban a los ancianos, atentaban contra el pudor de las mujeres y
se entregaban a los más espantosos crímenes, llevó hasta el colmo el desastre, declarándose en
contra del romano Imperio.

Tito marchó a la cabeza de sus tropas al objeto de someter a los rebeldes; invadió la
Palestina, atacó Jerusalén, y se hizo dueño sucesivamente del primero y segundo muro que
rodeaban a esta ciudad; mas al apoderarse del tercero halló una resistencia tan grande, que se vió
en el caso de emprender un sitio con todas las reglas del arte.

Mandó interceptar las comunicaciones entre la ciudad y el campo, y cl hambre no tardó


mucho en diezmar a los sitiados pero el odio de los judíos a los romanos era tan grande, que
resistieron a los horrores del hambre y se alimentaron con carne de perro y de caballo. Al faltar
estos alimentos devoraron las cosas más inmundas: pája, heno, el cuero de sus sandalias y hasta
el cuerpo de los muertos.

Cuéntase que, durante este sitio, una mujer noble llamada Maria, hija de Eleazar, no
pudiendo resistir las torturas del hambre, cogió a su hijo y le mandó asar; se había comido ya la
mitad, cuando una pandilla de soldados, atraídos por el olor, entraron en su casa y la amenazaron
con que la degollarían si no les entregaba la vianda que ella había ocultado.

La desgraciada madre abrió entonces la pueda de un cuarto donde había las sobras de esta
repugnante comida, y les dijo:
—¡Tomadla! ¡ He ahí la parte que os reservo!
Y en seguida cayó muerta.

Por fin los romanos intentaron un nuevo asalto en la ciudad santa y franquearon el tercer
muro. Sus habitantes fueron pasados a cuchillo, el templo quedó destruido, la ciudad arrasada, y,
conforme a su costumbre, los .romanos hicieron pasar en ella el arado.

Tito no dejó en pie más que un lienzo de muralla que caía a Occidente y las torres
Hippica, Phazael y Mariamna, al objeto de que transmitiesen a las generaciones futuras el
recuerdo de su victoria.

Es el famoso muro a cuyo pie acuden desde entonces los fieles judíos a llorar la ruina de
la ciudad y a pedir a Jehová el Mesías Restaurador.

Pierre Loti, en su «Jerusalén», describe con viveza la escena de esta lamentación


milenaria.

En el año 1929, con ocasión de esta solemnidad, se han dado sangrientas colisiones entre
judíos y mahometanos, que pusieron en alarma la paz del mundo.
La historia del desastre judaico por los romanos fué escrita por Josefo, testigo y actor de
parle de sus escenas.

Estos acontecimientos fueron celebrados por los cristianos regocijadamente, como


cumplimiento de las profecias de Jesús. El terrible espectáculo debió mover a muchos judíos a
convertirse al cristianismo.

De los judíos salvados del desastre, los romanos los desterraron a las provincias lejanas
del Imperio. De ellos, aportaron a España algunos, que se sumaron a los existentes desde tiempos
remotos.

SAN CLETO, 3º PAPA

VESPASIANO, TITO — DOMICIANO, EMPERADOR

La sucesión de San Cleto o Anacleto íio es muy cierta; la aceptamos a beneficio de


inventario.

Nació italiano y gentil. Su padre se llamó Emiliano; llegó a Roma bajo el reinado de
Nerón. Los apóstoles le convirtieron .a la fe y no tardaron en asociarle a su ministerio.

SAN CLETO
Unos le conceden doce años de gobierno; otros, los reducen a seis.

Los actos de este obispo han quedado envueltos en la obscuridad más profunda. Se le
atribuye la ordenación de veinticinco sacerdotes y la división de la ciudad en parroquias, para
establecer el servicio por medio de siete diáconos (1).

Fué obispo de Roma y casado (2).

La Iglesia honra a San Cleto como mártir. Es probable que murió en el año 91 de
Jesucristo.

Siete siglos después de su muerte, se le atribuyen las falsas Decretales que aun tenemos.
En esta época se echó a San Juan en un caldero de aceite hirviendo para obedecer las órdenes del
cruel Domiciano. Juan no se hallaba destinado a gozar los honores del martirio, y salió del
caldero completamente ileso.

A pesar de este milagro, Domiciano continuó persiguiendo a los cristianos, y el apóstol


fué desterrado a la isla de Patmos, donde escribió el Apocalipsis dirigido a las siete Iglesias
principales.

Muerto Domiciano, Juan alcanzó el permiso de volver a Efeso, donde escribió sus
epistolas y su Evangelio, última parte dc las Sagradas Escrituras reconocidas por los concilios.

(i) Pontifical de Dámaso.


(2) Act. Apost. de San Lucas.

SAN CLEMENTE 4º PAPA

DOMICIANO, NERVA — TRAJANO, EMPERADOR

Clemente era romano, y su padres, llamado Faustino, vivía en el barrio del monte del
Celio. Algunos autores le dicen pariente de los Césares. Este error procede de la semejanza de su
nombre con él del cónsul T. Flavio Clemente, sobrino del ‘emperador Vespasiano, martirizado
por orden de Domiciano, su primo. El mismo Pontífice se llamaba hijo de Jacobo, lo cuai hace
suponer que era más bien judío que gentil.

Su vida se hallaba en las Constituciones de los apóstoles. Esta obra no pasaba por
auténtica, no obstante las, verdades que contiene, verdades inspiradas en la tradición de los pri-
meros siglos. A este Papa se le atribuye el establecimiento de ~iete notarios encargados de
escribir las actas de los mártires.
Como el emperador Domiciano quisiese declarar la guerra el critianismo, Hermas lo
previó en muchas visiones, cuya descripción se halla en el Libro del Pastor, y recibió la orden de
advertirlo al Papa con objeto de que lo avisar a las demás Iglesias y las previniese contra la
tempestad que amenazaba.

Clemente continuó gobernando la Iglesia durante la persecución, y vivió hasta el. tercer
año del reinado de Trajano, que fué el año 100 de Jesucristo.

Rufino y el Papa Zósimo le dan el tiulo de mártir. Eusebio y Jerónimo suponen que murió
tranquilamente.

Se cuenta que Clemente fué relegado por Trajano al Quersoneso, más allá del Ponto
Euxino, y que por sus oraciones hizo brotar una fuente de agua; virtud que han perdido los
Papas, entre otras muchas.

Vivió por espacio de un año en este desierto y convirtió a todos los habísantes de este
país. Entonces Trajano le mandó uno de sus emisarios. Este le echó al mar con una áncora en el
cuello. Al siguiente día las aguas se retiraron más de una legua de la orilla y permitieron ver mi
templo de mármol bajo el cual se levantaba el sepulcro del mártir. Este milagro se renovaba
todos los años, el día en que se celebraba la fiesta del Santo. También cesó este milagro
periódico.

Se le dice autor de cinco epístolas: las dos primeras van dirigidas a Santiago, hermano de
Jesús; la tercera a todos los obispos, los sacerdotes y los fieles; la cuarta a Julio y a Juliano. y la
quinta a los cristianos de Jerusalén; pero estas epístolas son apócrifas, a semejanza de las Cons-
tituciones apostólicas y los Cánones de los Apóstoles, que forman colecciones de disciplina
eclesiástica.

SAN CLEMENTE
Pasa igualmente por autor de las Recognioiones que contienen una pretendida historia de
su vida; en ellas relata muchos viajes de Pedro y habla extensamenbe de las disputas que sostuvo
con Simón el Mago. A esta obra se llama también Itinerario de San Pedro.

Durante el pontificado de Clemente falleció Bernabé, apóstol de segundo orden y autor


de una doctrina singular que divide en dos partes. La primera va dirigida contra los judíos; la
segunda contiene profecías notoriamente sacadas del dogma indiano de la metempsicosis,
enseñada en Grecia por los pitagóricos.

San Bernabé explica, por alegorías, las prohibiciones de la ley judaica en lo que a ‘los
animales que calificó dc impuros.

«El cerdo, exclama, representa a los voluptuosos y a los ingratos que no conocen a sus
amos sino en la necesidad; las aves d’e rapiña son los reyes y los poderosos, que sin trabajar
viven con el sudor del pueblo; los peces que moran en el fondo de las aguas, representan a los
impenitentes; la liebre y la zorra son los símbolos de la impureza; los animales que rumian y que
ofrecen un buen manjar, son los justos que meditan las enseñanzas que Dios les envía; su pie
ahorquillado nos indica que. andando en este mundo, aguardan la vida futura.»

Hablando del Génesis, dice que los seis días de la creaejon representan otros tantos
períodos de miles de años, y que en el séptimo periodo cl Cristo juzgará a los vivos y a los
muertos.

Entonces, añade, el sol, la luna y los astros perderán su luz, y el comenzamiento del
octavo día será la aurora de una creación nueva.

Al hablar de los futuros tiempos de la Iglesia hace esta singular profecía:


«Entrará (la Iglesia) en el mal camino, en la senda de la muerte y los suplicios; brotarán los
males, que son perdición de las almas; la idolatría, la audacia, el orgullo, la hipocresía, el
adulterio, él incesto, el robo, la apostasía, la magia, la avaricia y el asesinato constituirán el
patrimonio de sus ministros; serán los que corromperán la obra de Dios, los adoradores de los
ricos y los opresores de los pobres.»

España en el siglo 1

Los tradicionalistas españoles enseñan que España fué evangelizada por los tres apóstoles
Pedro, Santiago y Pablo. Del primero no se señala vestigio alguno especial, fuera de que dejó
nombrado un obispo llamado Epeneto, en la ciudad de Sirmia. Del segundo, su venida a España
es dogma oficial del reino. Se fija ‘en el año 38, cuatro antes de su martirio en Jerusalén.
«Durante ‘este ‘espacio de tiempo—dice Lafuente—, tuvo tiempo para venir y volverse»; y
puesto que los gallegos ‘están interesados en mantener aquel viaje como cimiento de la ciudad de
Compostela, enriquecida en otro tiempo por los peregrinos, y los aragoneses sacan no poco
provecho de su Pilarica, traída por el apóstol, es inútil fralar de convencerles de lo contrario,
mientras la verdad no les indemnice de los daños que sufrirían dejando el error, si lo fuese. Los
hechos podían ser inexactos o imaginarios; los provechos son positivos, evidentes: dos catedrales
lo demuestran; dos cabildos metropolitanos lo cantan, y mx] industriales viven al calor de esta
llama de la fe.

San Pablo, según Eusebio, fué a Roma el año 58, cuarto del imperio de Nerón y segundo
consulado con Calpurnio Pisón; y de allí vino a España dos años después, al salir de la cárcel
romana. «Ocho años tuvo de tiempo para venir». Y pues a nadie se infiere daño, y es muy grata
a. los devotos aquella venida, ¿ por qué regatearía? De ella vive la Catedral Primada de
Tarragona, y sobre ello - han rescrito largas páginas los autores. Démoslo, pues, por demostrado.
¿Dónde estaba, si no, el Santo en aquellos años, que no se le ve en parte alguna? Hombre de.
ruido era; y pues no lo hizo en otra parte, y acá dicen haber predicado, esto es lo cierto, como lo
es que hacía sus colectas para llevarse las limosnas a Jerusalén.

Discípulos suyos fueron el divino Heiroteo, Santas Xantipa y Polixena.

Xantipa era una rica dama de una ciudad de España; vió al apóstol, se prendó de él y
recabó del marido que lo llevase a su casa; se hincó ante el Santo y le pidió la hiciese cristiana.
Su hermana, Polixena, fué a Acaya (Grecia) a bautizarse.

Por lo demás, el centurión Cornelio, primer convertido al cristianismo, era español, de


Guadix. De su familia Cornelia había personajes varios en Barcelona,, recordados en una lápida
de mármol junto al antiguo palacio real. Una ilustre señora Luparia, de Gaudix, aparece en 1a
leyenda cediendo su casa para baptisterio; y en Sevilla se dice establecido ya el obispo Eraccio,
discipulo de los apóstoles.

A la par de estas misiones evangélicas del Mediodía, en las regiones del Norte abordaron
otros misioneros venidos de Francia; cosa que se atraganta a los nacionalistas, que no quieren de
Francia ni el Evangelio.

Los eruditos dirán que ya en España hubo mártires en la persecución de Nerón, cuando el
incendio de Roma. Lafuente los buscó con gran cuidado, y no halló ninguno hasta el siglo III.
Por esto supone que los cristianos de los dos primeros siglos vivirían tranquilos por parte de los
gentiles, a cuyas costumbres se amoldaron, y es de suponer que sólo sostendrían sus reyertas con
los judíos a cuyas sinagogas acudían y en cuyos «cazales» se armarían las consabidas
discusiones.

De estas leyendas se deduce que el primer Evangelio publicado en España, fué el de


Pablo, «sin altar y sin sacerdocio».. Los apóstoles desde el primor día establecieron la
comunicación de los varios países con Jerusalén. Se hacían conductores de las limosnas de los
judíos para el templo de los cristianos y para los pobres. Los rabinos tenían igual modo y
comisión para los suyos.

Las conversiones se hacían individualmente. Así es de ver que la mujer cristiana llevaría
su dinero al apóstol, y el marido al rabino. Las controversias a que darían lugar las cuestiones de
fe acerca del destino del dinero, son fáciles de imaginar.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO 1

Emperadores romanos

España y Roma (1). — La Península ibérica fué agregada al Estado romano, parte por la
conquista de aquellos genetales, y parte por llamamiento de los naturales del país, deseosos d’e
sacudir el yugo cartaginés.

En varios aspectos de la cultura algunas regiones de España estaban acaso aventajadas


sobre la misma Italia. No así en la organización política, muy retrasada a causa de la variedad
geográfica de sus regiones y de la índole de sus pueblos feroces de su independencia e incapaces
de entienderse para constituir la unlidad nacional.

Estas divergencias intestinas hicieron a unos pueblos aliados de Roma y a otros de


Cartago. El triunfo final de aquélla, redujo la Península a provincia romana, la más populosa, la
más rica del Imperio y que ejerció no escasa influencia en sus destinos, de lo cual nos dará idea
la breve síntesis que copiamos de Masden:
«Roma trabajó dos siglos enteros en la conquista de España, no habiendo empleado más tiempo
en sujetar a todo el mundo; y las guerras no solamente fueron largas, sino tambien dudosas; tanto
que, según atestigua Veleyo Patérculo, no se podía decidir entre Roma y España, quién era ir
mas poderosa, y quién lograria el mando sobre la otra. Lucio Cornelio Balbo el mayor, natural
de Cádiz, fué en Italia el primer extranjero que promovieron los romanos al consulado, y Balbo
el menor, el primero que obtuvo el triunfo. El primer emperador extranjero fué Trajano, y él
entre todos los emperadores fué el príncipe de más dominios Adriano, natural de Sevilla la Vieja,
fué el primero que dió a los romanos un cuerpo sistemático de leyes; y Teodosio II, hijo dc padre
y abuelos españoles, fué el segundo legislador universal, y hasta nuestros días el mejor de todos.
Quien quitó a Italia las diversiones pantomímicas, tan contrarias a la honestidad y a la razón, fué
el emperador Trajano; y quien logró que se abodiesen en Roma los inhumanos espectáculos de
los gladiadores, en que se mataban los hombres bárbaramente para deleite del pueblo, fué el
célebre Prudencio, natural de Zaragoza. El primero que fundó en Roma universidad de estudios,
y concedió la jubilación a los profesores beneméritos, fué el emperador Adriano: el primer
maestro de elocuencia que tuvo Italia, de habilidad y fama, fué Marco Porcio Latron, cordobés; y
el primer profesor que mereció estipendio del público en la ciudad de Roma, fué Marco Fabio
Quintiliano, de Calahorra; Higinio, Lucio, Séneca y Lucano son los primeros astrónomos del
Lacio; y Pomponio Mela ‘el primer geógrafo latino. El alférez Cayo Fabiano Evandro, natural de
Osma, fué el que obtuvo más coronas entre todos los guerreros del imperio romano; los 30.000
celtíberos que se alistaron en las banderas dc los Escipiones, el año 213 antes dc Cristo, fueron
los primeros extranjeros que sirvieron con estipendio en los ejércitos de Roma; Merco, oficial
español, que servía por los años 211 antes de la Era Cristiana, fué el primero que obtuvo corona
de oro en día de público triunfo; y el lusitano Cayo Apuleyo Diocles fué el gue más premios
logró entre todos los agitadores de todas las naciones y edades.» España quedó romanizada, con
el romanismo característico de la graa época de los Catones y Escipiones, que trajeron los
primeros gérmenes de la política civilizadora que fueron conservados en las ciudades de acá,
acaso mejor que en la propia Roma, más agitada por las convulsiones de los tiempos.

(i) La Chatre escribe su Historia desde un punto de mira francés esclusivista, cual si
su libro fuese dedicado solamente para lectores franceses. Esto nos obligará a suplir algunas
omisiones y aveces a corregir algunas ideas criticas, desde el punto de mira de España.

Desde luego, a través de los siglos, se nota el carácter ultrarromanista de los españoles.
Para ellos la «diosa Roma» ha formado un culto espiritual permanente que servirá para explicar
muchos fenómenos de la Historia del Imperio y de la Iglesia (1).

Con esta advertencia vamos a presenciar el desfile de los que ejecutaron la soberanía a
partir del momento de la publicación evangélica, que nos sirve de punto de partida:

La batalla de Farsalia, ganada por César contra Pompeyo, el año 705 de Roma, fué el
sepulcro de la libertad, romana. El vencedor, después de esta jornada, se apoderó de la autoridad
soberana en Roma, y sólo dejó subsistir un título vano de república. Por esta razón se le
considera como fundador del imperio romano. Sin embargo, no habia hecho nada más que
bosquejar el plan, y este imperio no tomó una. Forma determinada, una verdadera consistencia y
su misma denominación, hasta que Augusto, después de haber vencido a Antonio en la batalla de
Actium, reunió en su persona todo el poder que hasta entonces había estado dividido entre los
diferentes jefes de la república Augusto es, pues, hablando con propiedad, el primer emperador
romano, como Augástulo és él último. Habiendo Odoacro destronado a este último, en el año
476, quedó extinguido en el mismo año el imperio de Occidente. Subsistió con todo entre los
griegos en Oriente, donde fué constantemente en decadencia hasta su total destrucción, acaecida
en 1453, apoderándose los turcos de Constantinopla.

AUGUSTO, primer emperador romano (Cayus Julius Cesar Octavianus). Más conocido
bajo el nombre de Augusto, que recibió del senado el 17 de enero del año 727 de Roma, segundo
sobrino de Julio César, por su abuelo materno, y su hijo adoptivo, emplezó a reinar
soberanamente sobre los romanos, después de la batalla de Actium, en que venció a Antonio el 2
de septiembre del año 723 de Roma, 31 años antes de la Era Cristiana. Pero no se le confirió el
pod¿er soberano por ‘el senado, hasta cuatro años después de este suceso, a saber el 7 de enero
del año 727 de Roma y él no lo aceptó al principio más que por diez años, con el te mor de
alborotar con una soberanía perpetua a un pueblo acostumbrado a la libertad. Finido este plazo,
tomó Augusto el imperio por cinco años más, luego por diez, y a la terminación dc éstos, por
otros diez, y así sucesivamente (Sallengre, Thesaur. Antiq. t. 1, p. 459). Su reinado fué de
cuarenta y cuatro años menos trece días, habiendo muerto en Nola el 19 de agosto del año 14 de
Jesucristo, 767 de Roma, a la edad de sesenta y seis años. Se ha dicho de Augusto que no debía
haber nacido a causa de los males que ocasionó para hacerse dueño de la república; y también se
ha dicho que no debía morir, por la moderación y sabidu.rí 4a con que goberné el Estado, después
de haber llegado al término de sus deseos. Servilia, Clodia, Escribonio y Livia, fueron sus cuatro
esposas. Repudió las tres primeras. La última, la que pidió le cediese Tiberio Nerón, su esposó,
aunque encinta de seis meses, supo cautivar su ánimo, hasta el punto de que éste, dueño del
mundo, era considerado como el esclavo de Livia. Acabó, según dicen, por envenen arle. De
estas cuatro esposas, sólo tuvo Augusto una hija llamada Julia, que nació, no el mismo día en que
fué repudiada su madre Escribonia, como dice un moderno, sino dos años antes (el año 713 de
Roma, 42 antes de Jesucristo). Esta princesa, una de las más cumplidas por las gracias dcl cuerpo
y del entendimiento, pero de costumbres depravadas, después de enlazarse el año 727 de Roma
con Marcelo, su primo, muerto a la edad de veinticuatro años (730 de Roma), contrajo segundas
nupcias al año de su viudez con Vipsiano Agripa, a quien perdió el año 740 de Roma; después
con Tiberio, hijo de Livia, y cl año 732 de Roma, mereció por sus desórdenes ser desterrada a la
isla Pandatana, en donde Tiberio la hizo morir de hambre, el año 14 de la Era cristiana, después
de haber tenido de Agripa, un segundo marido,, tres hijos y dos hijas; a saber: C. César, muerto
en. Licia el año 4 d.c Jesucristo, L. César, fallecido en Marsella hacia el 20 de agosto del año 2
dé la misma Era; Jul. Agripa, póstumo, príncipe feroz, desterrado a la isla Planasia por el
emperador Augusto; Julia, esposa de Paulo Emilio, muerta el año 28 de Jesucristo; y Agripina,
casada con el ilustre Germánico, sobrino de Tiberio.

(i) Esta idolatría romana hizo que Tarragona elevaae el templo a Augusto; Acci, el templo a
Mamea, madre del emperador Severo; Ilíberis, al emperador Marco Aurelio,

AUGUSTO
De cuatro épocas diferentes se hace datar el principio del imperio de Augusto. La primera es
desde el año 2 del ~ríodo juliano, 709 de Roma, cuando llegó d:e Macedonia, después de la
muerte de Julio César, se tituló emperador sin desempeñar ninguno de los cargos de la república,
y reunió de su propia autoridad algunos soldados veteranos; la segunda data del año 3 de la
misma era juliana, 711 de Roma~ cuando, después de la muerte de los dos cónsules llirtio y
Pansa, entró en el consulado vacante con Q. Pedio, el 22 de septiembre, o cuando en 27 de
noviembre siguiente fué ~nombrado triunviro con M. Antonio y Emil. Lépido. La tercera del 2
de septiembre de 723 de Roma, 13 de la Era juliana, esto es, del día de la batalla de Actium. La
cuarta data del año siguiente, cuando, después de la derrota de Antonio y Cleopatra, entró
triunfante en Alejandría el 29 de agosto, primer día del año egipcio. De este modo Augusto,
según la~ primera época, reinó cincuenta y ocho años, dnco meses y cuatro días; y ésta es la que
parece ha seguido el historiador Josefo. Según la segunda época, el reinado de Augusto fué d.c
cincuenta y cinco años, diez meses y veinHistoria de los Papas.—TomO 1.—6

82 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 83

tiocho días, a contar desde su primer consulado, o cincuenta y cinco años, ocho meses y
veintidós días, empezando en su triunvirato; y de uno de estos dos términos deben contarse los
cincuenta y sei,s años de duraeión que Suetonio,.
trados anuales, teniendo cada uno la inspección de su cuartel. En el segundo censo o padrón que
mandó hacer Augusto, se encontró que el número d.c ciudadanos ascendía a cuatro millones,
ciento treinta y siete mil.
14. TIBERIO, nacido el 16 de noviembre del año 712 de Roma, 42 antes de Jesucristo, era
hijo de Tiberio Claudio Nerón y de Lival. Adoptado por Augusto, que había casado con su madre
el 27 de junio del año 4 ‘de Jesucristo,’ ocupó su lugar en clase de colega de este último desde el
28 dc agosto del año 11, hasta 19 de agosto del 14, eu que le sucedió. Desde esta última época se
empiezan a contar comúnmente los años de su imperio. Algunos, sin embargo, empiezan su
cuenta desde el tiempo en que el senado y cl pueblo, a petición (le Augusto, le concedieron Ja
igualdad de poder en las provincias y en los ejércitos, «ut ~quum ei jus in omnibus provinciis
exercitibusque esset», dice Ve-. ley.o Patérculo (1. u, c. 121), esto es, del 28 de agosto del año 11
de Jesucristo. Antes de dar publicidad a la muerte de Augusto, Tiberio y Livia enviaron
secretamente a asesinar a Agripa, su nieto, en el lugar de su destierro, temerosos de que aspirase
al imperio. Tales fueron las prlmlcias del reinado de Tiberio. El resto no las desmintió. Nada más
hermoso, sin embargo, que las exterioridades que ostentó al principio sobre el trono. Desechó
todos los títulos fastuosos, afectando la moderación de un particular. Pero no tardó en
desarrollarse la malignidad de su carácter. Esparció ‘el temor y la desconfianza en las familias,
favoreciendo las delaciones, y castigando con el destierro, la proscripción, o la muerte, a cuantos
le eran delatados. El aflo 17 redujo a provincia romana la Capadocia, después de la muerte del
rey Antíoco~ a quien por una falsa acusación había hecho citar a Roma. El mismo año, celoso (le
las victorias que Germánico, su sobrino, alcanzaba contra Nrminio, jefe de los germanos
sublevados, le hizo pasar a Oriente; y nombró, para que le contrarrestase, gobernador de Siria a
Calpurni~o Pisón, su enemigo. Secundó Pisón las intenciones de Tiberio, y acaso se excedió. El
año 19 muere Germánico, envenenado. según la voz pública, por Pisón y su mujer Plancina, a la
edad de treinta y cuatro años. Su viuda Agripina se traslada a Roma con sus seis hijos y las
cenizas de su esposo para pedir justicia por la muerte de Éste. Pisén, que la había seguido de
cerca, trata de defenderse, pero viéndose detestado del pueblo, inconsolable por la pérdida de
Germánico, y abandonada a Tiberio, se dió
N
JULIO CÉSAR

Eusebio, San Epifanio y algunos otros dan al imperio de Augusto. Pero la costumbre más
generalizada es la de empezar la cuenta desde la batalla de Actium; cálculo cuyo ¡-esultado es de
cuarenta y cuatro años menos trece días.
A Augusto se debe la división de Roma en catorce distritos o cuarteles, bajo el gobierno de igual
número ‘de magis
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
84 HISTORIA DE LOS PAPAS T LOS REYES
la muerte. Tiberio, el hombre menos comunicativo y más desconfiado del mundo, se había
prendado del caballero S’eyano, hasta el punto de nombrarle prefecto de la guardia pretoriana y
su ministro, haciéndole depositario de sus secretos. Pero tuvo también que arrepentirse de su
confianza. En el año 23 de Jesucristo, irritado Seyano contra Druso, hijo de su señor, que le
había dado un bofetón, le hizo envenenar por su propia esposa Livila, hermana de G’ermánico. A
pesar de su suspicacia, no sospecha Tiberio de dónde ha salido el golpe; tan ciego estaba para
con su ministro. La insolencia de éste creció con su crédito. Denigró en el ánimo de] príncipe a
cuantos le inspiraban alguna sospecha, logrando al fin perderlos con sus artificios. El affo 26
abandona Tiberio, para no volver, su morada de Roma. Pasa a Campania, de donde al año
siguiente va a fijar su residencia en la isla de Caprea. Mucho se ha disputado sobre las causas
que motivaron tan asombrosa retirada. Lo más probable es, que entregado al libertinaje, cuyas
señales llevaba impresas en su rostro cubiérto de úlceras y emplastos, buscaba un medio como
ocultarse a la vista del público, deseando al mismo tiempo continuar en una vida tan infame. Su
ausencia d.c Roma no disminuyó el terror que inspiraba. Los discursos que sobre su persona se
hacían, le eran comunicados en. seguida por sus espías; y estas imprudencias tenían por lo
común funestas consecuencias. La que menos sabía contenerse declarando en alta voz contra
Tiberio y su ministro, era la viuda de Germánico. El año 29 Tiberio la denuncié por medio de
una carta, al senado, juntamente con Nerón, su primogénito. Instruido el pueblo, que les
idolatraba, del peligro que corrían, circuyó el local en donde debían ser juzgados, y obligó al
senado a suspender el fallo. Ofende este retardo al emperador, y amenaza a los jucees. Agripina
es por újtimo desterrada a la isla Pandataria, Nerón a la isla Poncia, y su hermano Druso
encerrado en un subterráneo del palacio. Seyano triunfa y aspira a más grande3 honores. Pero el
año 31, instruido el emperador de una conspiración que tramaba contra él, le denunció al senado,
que en 18 de octubre le condenó a muerte, ejecutándose la sentencia el mismo día. Muchos de
sus partidarios fueron envueltos en su ruina. Sucedióle en la prefectura de la guardia pretoriana
Macrón, genio igualmente perverso, pero más peligroso por su mayor astucia. Continúan las
proscripciones y las muertes. En 16 de noviembre del año 33 muere Agripina de resultas de los
malos tratamien
tos que le ha hecho experimentar Tiberio. Finalmente, este aborrecible tirano terminó sus días en
Misena, el 16 6 28 de marzo del año 37, a los setenta y ocho años de ediad, y tras un reillado de
veintidós años, seis meses y seis días, o diez más, a contar desde la muerte de Augusto, y de
veintiséis años, seis meses y quince días; si se empieza a contar desde que Augusto le asocié al
poder. Preténdese que Macrón, de quien acabamos de hablar, le ahogó. Entre los vicios de
Tiberio sobresale la embriaguez, que hizo que los bufones de la época le llamasen «Biberius
Caldius Mero», en vez ce «Tiberius Claudius Nero». Sin embargo, Tácito le flama «princeps
antiqu~e parsimonhe»; y lo que prueba que fué, realmente económico es, que sin haber
apremiado al pueblo, ni aprovechádose de las confiscaciones, excepto en los últimos años cte su
vida, dejó dos mil setecientos millones de sestercios, «vicies ac septies millies», que hacen más
de quinientos cincuenta millones de nuestra moneda, y que su sucesor disipó en menos de un
año. Había casado con Vipsania Agripina, hija del gran Agripa, de quien le hizo separar Augusto
para darle su hIJa Julia. En la primera tuvo a Druso, emponzoñado, como se ha dicho~ por su
esposa Livila
37. CALíGULA (Caius Julius Cmesar Germanicus), el menor de los hijos. de Germánico y
de Agripina, nieto de Augusto, por sobrenombre Calígula, de la denominación de un calzado
militar que usaba; nacido en 30 de agosto del año 12 de Jesucristo, sucedió en el de 37 a Tiberio,
que le’ había adoptado. En los primeros meses de su reinado correspondió ~ las esperanzas que
del gobierno de un hijo de Germánico habíanconcebido los romanos; pero los burlé
horriblemente en lo sucesivo. Los desórdenes más vergonzosos, las crueldades más inauditas, las
locuras más insignes, le fueron tan t5amiliares, que una vez arrancada la máscara, formaron
como el tejido de su vida. Su tiranía llegó a tal punto, que sobrepujé a la de todos sus semejantes.
«Era, dice Montesquieu, un verdadero sofista de crueldad. Como desoendia igualmente de
Antonio que de Augusto, decía que cast?igaria a los cónsules que celebrasen con regocijos el día
festivo instituido en memoria de la victoria de Actium, y que les castigaría si no le celebraban. Y
habiendo muerto Livia, a quien concedió los honores de la divinidad, a la tal, según él, «era
crimen llorar por ser diosa, y crimen no llora~r por ser su hermana». Otra de sus supercherías era
la de hacer escribir los ~dictos en caracteres muy ftnos, y fijarlos bastante elevados, para que
nadie los pudiese leer, y de este xnodo la ignorancia, multiplicando las contravenciones, diese
lugar a más suplicios. Empero, pronto se agotó la paciencia de los romanos, y en 24 de enero del
año 41, este déspota feroz y extravagante fué asesinado por Chereas, capitén de sus guardias,
después de un reinado de tres años, nueve meses y veintiocho días. Habí~a tenido cinco mujeres,
Claudia, Ennia-Nevia, Livia-Orestila, Lolia Paulina, y Cesonia. Esta fué muerta pocos días
después, de una estocada, y su h~ijo ~iplastado contra una pared. Plinio, el naturalista, dice, lib.
Ii, que Calígula tenía los párpados inmóviles. Es una singularidad má~ en este monstruo. Pué el
primer emperador romano que tomó el título de «dominus», que Augusto y Tiberio habían
rehusado por sobrado fastuoso, y por parecerles propio únicamente del Ser Supremo. Entre los
gastos locos y ruinosos que hizo Calígula, se encuentran algunos útiles; tal fué el de trasladar de
Egipto el gran obelisco que se Colocó en el circo del Vaticano. La nave en que fué transporlado
‘era de lo más suntuoso que ‘en su clase se hubiese visto hasta entonces, y el pino que le servia
de másti~l, necesitaba cuatro hombres para abrazarle (Tillemont).
41. CLAUDIO 1 (Tiberius Clauditís Nero Drusus), hijo de Druso y Antonia, nacido en Lyon,
el 1.Q de agosto del año 744 (y no 742) de Roma, diez años antes del nac~mient’.o de Jesucristo,
el mismo día en que su padre hizo en Lyon la dedicación del templo de Augusto y de Roma;
ascendió al imperio el día 25 de enero del año 41 de nuestra era. No aguardaba ni debía aguardar
semejante fortuna. Su madre decía de él que no era más que un bosquejo de homhre. Juguete, por
su estupidez, de su sobrino Calígula, que le despreciaba, se había escondido cuando el asesinato
de éste, en un rincón de palacio., temeroso ¡de quie le envolviesen en su desgracia. En tanto que
el senado se hallaba reuni~do para ~stablecer una nueva forma (le gobierno, entran algunos sol-
dados en palacio con objeto de saquearlo. Encuentran en él a Claudio, que temblaba de miedo, y
le saludan emperador, cuando les pedía la vida. Métenle en una litera, y le llevan al campo de la
guardia pretoriana, en donde recibe el juramento del ejército. Aprobó el pueblo esta elección, y el
senado ~e vió obligado a ceder a la fuerza. Reconocido de este modo emperador, tomó Claudio
los nombres de César y Augusto, aun cuando no descendía de la familia de los dos~, pues les era
pariente s’ólo por línea femenina, ni por adop
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
87
ción, como sus predecesores. Su ejemplo, empero, fué imitado por los que le sucedieron, los
cuales tomaron todos estos nombres. El titulo de César pasó a ser el distintivo del heredero
presunto del imperio, y el de Augusto determinaba el poder supremo y absoluto. Claudio murió
de veneno, o más bien de un hartazgo de setas, el 13 de octubre del año 54 de Jesucristo, a los
sesenta y cuatro de edad, y después de un reinado de trece aflos, ocho meses y dieciocho días.
Re>fiérese de él, que al morir recitaba este verso: «Boleti lethi causa fuere mei». El reinado de
Claudi~o fué el d.c sus libertos, de quienes era menos el príncipe que el milnistro. Los dos
principales fueron Narci~so y Palas. Cambiaban a menudo sus sentencias, pusieron precio a
todo, y obtenían de su debilidad las cosas más absurdas; porque las más de las veces, para
obtener lo que querían, le azoraban con fingidos peligros. Tan poderosos se habían hecho con
esto, t~u’e mu
*~has personas invitadas a cenar por el emperador, o por alguno de sus libertos, dejaba con algún
pretexto al pri,xnero, para ir a casa de los segundos. Saqueaban con tan poca reserva el tesoro
imperial, que quejándose el mismo emperador de que no tenía dinero, le dijo un chusco que lo
tendría en abundancia, si Narciso y Palas le admitiesen en su sociedad. ‘Los que más expuestos
se hallaban por la codicia de estos criados soberanos, eran los ciudadanos ricos. Cuéntanse
~.reinta y cinco senadores, y más de trescientos caballeros, víctimas de la estúpida facilidad de
‘Claudio. No carecía, con todo, de conocimientos, conocía la historia, y componía él mismo sus
discursos; pero, por lo demás, estaba tan falto de juicio, que confundía todo lo que le decían, y si
so aventuraba a hablar según sus propias inspiraciones, soltaba siempre alguna necedad. Había
tenido cinco esposas. Emilia Lépida, Urgunalila, madre de Druso y de Claudio, Elia Pelma,
madre de Antonia, Valeria Mesalina, que le dió a Británico y Octavia, y a la que, o más bien
Narciso sin su noticia, la h~zo morir a causa de su licenciosa conducta el año 48, y, finalmente,
Agripina, que unía a las costumbres de nua prostituta la crueldad de un tirano. Era hija del ilustre
Germánico, hermano de Claudio, y este fué el primer ejemplo en Roma del casamiento de una
sobrina con su tío. Claudio hizo una ley para autorizar esta clase de matrimonios; pero tuvo poco
eco, y sólo por Complacencd>a para con el emperador, pasado algún tiempo, s.e conformó a ella
un caballero romano. Pero aun cuando se permitía al tío casar con la sobrina, limetábase a la hija
dcl hermano;
1
88 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
pero de ningún modo podía casar el tío con la de la lier— niana. «Nunc autem, dice Ulpiano,
jurisconsulto del tiempo de Mejandro Severo, ex .tertio gradu lioet uxorem habere, sed tantum
fratris filiam, non etiam sororis».
<Claudio, dice el presidente de Montesquieu, acabó de perder las antiguas órdenes, concediendo
a sus oficiales el derecho de administrar justicia ~ugusto había Instituido los procuradores; pero
no tenían jurisdicción, y en caso de no ser obedecidos, debían recurrilr a la autoridad del go-
bernador de la provincia, o del pretor. Pero en tiempo de Claudio ejercieron la jurisdicción
ordinaria, como lugartenientes de la provincia. Juzgaron, además, los negocios fiscaíes, lo cual
puso entre sus manos la fortuna d:e todo el mundo.» (Grand. y dec. de los rom., pág. 174.)
Claudio, ele’-vado ‘al imperio p.or los soldados, como hemos visto, fué el prinero en hacerles
larguezas. Dió a cada uno «quina dena» II. 5. 2,700 libras (Suetonio).
El año 48 de Jesucristo concedió Claudio el título de patricio a los más antiguos de entre los
nueve senadores, y a los ciudadanos más ilustres de Roma. La razón que da ‘fácito para ello, es
la extinción de la mayor parte de las famihas patricias, no sólo de las elevadas a aquel rango por
Rómulo, Tarquino el Antiguo y Ja r~pública, sino también de las creadas por César y Augusto
(NI. Perreciot).
54. NERÓN (Nero Claudius C~esar Germanicus), hijo de Cn. Domicio Enobardo y de Agripina,
bija de Germánico, nacido en Antium el 25 de diciembre del año 37 de Jesuvristo, adoptado por
Claudio, su suegro, el año 50, le sucedió el 13 de octubre del 54, en perjuicio de Británico, a
quien por nacimiento correspondía el imperio. Al sólo nombre de Nerón, se presenta a nuestra
mente la idea de un monstruo cubierto de todos los vicios. Esto fué lo que predijo su padre
cuando fueron a cumplimentarle por su nacimiento. «De Agripina y de mí, les contestó, no puede
nacer nada que no sea detestable>. Con todo, nada descuidó para la mejor educación de su hijo.
Queda dicho todo al indicar que le puso en manos de Séneca y Burrho, los dos hombres más a
propósito para educarle en las letras y en la viirtud. Al principio de su reinado, hizo Nerón
concebir la idea de que se había aprovechado de sus lecciones. Modesto, atable, humano,
desechaba las alabanzas, diciendo que no quería recibirlas hasta después de merecerlas. Tan
sensible era ~su corazón a la piedad, que precisado un día a firmar una sentencia de muerte,
pronunciada por el senado, exclamó: <Qul
siera no s~iber escribir». Pero pronto se vieron desaparecer tan bellas cualidades, para dar lugar a
los vicios más espantosos. Después de haber sacudido el yugo de sus preceptores soltó el freno a
sus pasiones, dejándose llevar con los ojos cerrados a todos los excesos en que ellas pueden
precipitarnos. Su primer acto de crueldad fué la muerte de su hermano Británico, a quien hizo
envenenar el año 55, y al que vid morir en un festín en donde los dos se hallaba 1u juntos, sin
experimentar la menor emoción. El año 59, habiendo intentado por varios medios quitar la vida a
su madre, satisfizo su deseo haciéndola dar de puñaladas. A este parricidio siguió de cerca la
muerte de su tía Domicia, envenenada por su orden. Igual trato experimentó en. el 62, según
Suetonio y Dión, su ayo Afranio Burrho, cuyas lecciones y ¡ejemplos le hacían avergonzar. Por
la misma época acaeció la muerte de Octavia, hija del emperador Claudio, con quien había
casado en 53, princesa virtuosa, y de quien él no era digno, y a la que obligó a abrirse las venas
el 9 u 11 de junio. Nuevas atrocidades señalaron el año 64. El 19 de Julio hizo pegar fuego a la
ciudad de Roma, acusando a los cristianos de ‘este incendio, que duró nueve días y consumio
diez cuarteles, sólo para tener ocasión de perseguirios. Estaba reservado a su crueldad el
imaginar el suplicio que debian sufrir. Después de dar a todo su cuerpo un baño de cera y de
resma, les hizo atar a unas estacas, ordenadas en forma de alameda en sus jardines; luego,
habiéndoles hecho pegar fuego durante la noche, dióse el bárbaro placer de pasearse en su carro
a la luz de estas a~torchas animadas. El intento de Nerón al incendiar a Roma, era ‘el de
reedificaría bajo un plan más regular, ensanchando y reedificando sus calles. Llevó a cabo este
proyecto por medio de impuestos que oprimieron a las provincias, y de las extorsiones y
confiscaciones que hizo sufrir a los particulares. Sirviéronle al par tan odiosos medios para
construir un palacio cuya extensión era suficiente pu~ra una ciudad, sobrepujando en
magnificencia a todo cuanto en su clase había existido hasta entonces. Cada año de los de Nerón
le señalaba un rasgo de su cirueldad. Habiendo descubierto en 12 de abril del 65 una
conspiración formada contra él por Calp. Pisón, famoso libertino, tomó de ello pie para llevar a)
patíbulo a un gran número de personas distinguidas, las cuales, en su mayor núrnQro, ningu~1a
parte habían tomado en aquel crimen. Entre los primeros se cuenta al ~élebre Lucano, de quien
era rival en poesía. Entre los últimos
89
90 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 91.

se comprendió el filósofo Séneca, su preceptor, a quien re~ompensó por los cuidados que se
había tomado por su educación, obligándole a hacerse abrir las venas. Pompeya, su segunda
esposa, o más bien su concubina, la que había quitado a su marido. Otón; murió poco tiempo
después, de resultas de un puntapié que él le dió estando encinta. La molicie de esta emperatriz
se ha hecho célebre. Quinientas pollinas le proporcionaban todos los días su leche para hafiarse.
El odio que profesaba a la virtud, y no otro motivo, impulsó a Nerón al año 66 a sacrificar a Peto
Trasea y l3area Sorano, Los dos hombres más apreciables de su tiempo. Corbulón, célebre por
sus victorias contra los partos, no tenía seguramente a sus ojos más delito que su mérito.
Hallándose en Corinto, llegó a su noticia en ‘el año 67 que había ‘el ‘emperadosr dado ord’en de
que le asesinasen, y evitó su cumplimiento con una muerte voluntaria. Victimas de su furor
fueron otras muchas personas en número infinito. Jamás fiera alguna estuvo tan sedienta d’e
sangre como este príncipe abominable. El pudor se resiste a referir sus desórdenes que ultrajaban
a la naturaleza bajo todos conceptos. Sus locuras y extravagancias no rep’ugnan menos a la sana
razón. Vióse en su persona al jefe del imp’erio, al dueño del mundo, representar en el teatro con
los histri~nes, o disputar a los músicos ‘el premio en el canto, sin tener talento para la
declamación, ni gracia alguna en la voz. Con igual éxito se le Vió ‘en el circo desafiar a los
aurigas~ en la destreza en conducir un carro. Viósele lamentar públicamente la muerte de su
mono, y haee~r gastos enormes para sur: ridículos funqral’es. La justicia divina ‘estalló al fin
sobre este monstruo, el más espantoso que haya vomitado el abismo. Declarado de pronto
enemigo de la platria por el ‘senado, ~ abandonado en. ‘el acto de Fodo ‘el mundo, se vió
reducido a darse de puñaladas, o, según otros, a hacerse degollar por un esclavo, para evitar el
infame suplicio que le estaba preparado. D’ebe exceptuarse en la común alegría al populacho, al
que bastaban, pa~ra estar contento, pan y juegos, «panem ‘et circenses», que Nerón les propor-
cionaba en abundancia; y las gentes pérdidas por sus deudas o vicios, que concentraban en él
todos sus recursos. En 9 dc junio del año 68 terminó su funesta vida, después de un reinado de
trece años, siete meses y veintiseis días. 1-La-llábase entonces ‘en el año 31 de su edad.
Aun cuando el reinado de N’eyón. no pasase de catorc~e aflos, subsisten, sin embargo, algunas
medallas acuñadas en
Egipto, en una de las cuales se cita el año 18 y en la otra el 21. Esto se explica dici’endo qu’e en
las medallas acuñadas en. Oriente, en honor de los emperadores, se ponía no ‘el año de su
reinado, sino el del reinado de su famiUa, par~ tiendo de la época en que le había pertenecido el
imperio. D’e ‘este modo, habiendo pasado el imperio a la famíli<a Claudia el año 41 en la
persona de Claudk~, la primera de las dichas dos medalles se refiere al ai~o quinto del imperio
de Nerón, y la segunda al octavo.
En el año cuarto del reinado de N’erón, 57 de Jesucristo, fué cuando el valor del «denario
imperial» romano se redujo, según los modernos, a un noventa y seis ayo de la libra d’e plata
romana, o de la nuestra de sesenta y ~inc.o granos y cinco octavos; de este modo, el cuarto de
este «denario impe>rial», llamado «sextercius’>, no ph~só más de dieciséis granos y trece treinta
y dos ayos de los nu’es~’ tros. Algunos autores, sin embargo, hacen subir esta reducción al
segundo año del triunvirato de Octaviano, Antonio y Lépido, 711 de Roma. Sea d’e ello lo que
fuere, este «denario imperial», permaneció bajo el mismo pie hasta el reinado de Séptimo
Severo, 193 de Jesucristo.
68. GALBA (S’erv. Sulp.. Galba), nacido cerca de Terracina, el 24 dc diciembre del año 749 de
Roma. fué declarado augusto por el senado, d.esp~ué.s d’e la proclamación de los pretoh ñanos,
‘el 9 de junio del año 68, a la edad dc setento y dos años. Hallábase entonces en España, en
donde se hahia declarado contra N’erón, que había dado orden de que pereciese. Llegó a Roma
siete días después de recibir la noticia de su proclamación. Su entrada en esta cíúdad la hizo
bajo funestos auspicios. Hallándose en Pontemolle, a una legua de Roma, las tropas d’e marina
fueron a p~edirle la confir’mación dci título de legionarios que les había concedido Ne‘rón.
Negósela Galba, y en vista de sus seíialcs de descontento hizo carga,r a su caballería, que mató
un gran número de ellos. Llegado apenas a phlacio, se. dejó sentir un fuerte temblor de tierra,
acompañado de un ruido semejante a un mugido. La superstición sacó de ello un funesto augurio.
A pesar d.c esto, señaló el principio de su reinado llamando a todos cuantos Nerón había
desterrado. Pero la avaricia no le. permitió completar la obra con la devolución de los bienes
confiscados. Esta misma pasión le indujo a negar a los pretorianos las grandes sumas que les
había prometido cuando aspiraba al imperio; a la petición que de esto le hicieron, contestó con
a~ltivez, «que un emperador debía es-
92 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 93

coger a sus soldados, no comprarlos>. En general, su gobierno indispuso contra él a todas ‘las
clases del Estado. Dominándole sucesivamente tres hombres obscuros, de diférentes caracteres,
pero igualmente perversos, aprovecharon su indolencia para ejecutar en su nombre las más atro-
ces injusticias. No olvidaron los pretorianos la que con ellos había ejercido. Excitados por Otón,
le asesinaron en 16 de enero del alIo 69, junto con L. Pisón Frugi, a quien había hecho césar
cinco días antes. Su reinado fué de nueve meses y catorce días. Tácito dice de él que estuvo más
lejos deJ vicio que cercano a la virtud. «Magis extra vitia, quam cum virtutibus». Prometía con
todo algo más antes de ascender al imperio. Suetonio refiere una sentencia que pronunció en
¡Espafla, que descubre una gran inteligencia, y que puedecompararse al. célebre juicio de
Salomón. Dos ciudadanos se disputaban delante de él la posesión de un caballo, y los testigos
producidos por ambas partes no concertaban cp nada. Galba ordenó que el animal fuese
conducido a su. abrevadero ordinario, con los ojos vendados, y que pertenecería a aquel de los
contendientes a quien de propio instinto se dirigiera.
Aun cuando el reinado de este emperador no llegó a ser de un año; vense sin embargo medallas
acuñadas en el segundo de su iffiperio; pero en cuanto a esto, los anticuarios observan, que todas
lo fueran en Oriente cuya costumbre generalizada era la de contar los años de los emperadores
desde el día que empezaban su reinado, y como el alio empezaba en Oriente por el otoño, Galba,
siguiendo aquella costumbre, murió efectivamente en el segundo año de su imperio.
69. OTÓN (M. Salvius Otho~, hijo de L. Salv. Otón, que había sido cónsul en tiempo de
Tiberio y de Albia Terencia, nacido en. 28 de abril del año 32, fué proclamado emperador por los
pretorianos en la sedición en que pereció Galba, y reconocido por el senado y el pueblo en 16 de
enero del alio
69. Educado en la corte de Nerón, que le había hecho el agente de sus desórdenes secretos, la
juventud de Otón so pasó en un lujo excesivo y entre la más infame y refinada voluptuosidad.
Nerón, enamorado en 58 de su esposa Pompeya, y queriendo arrebatársela, le envió de
gobernador a Lusitania, y su conducta en este destino, le hizo, slegúu Tácito, apreciar de los
grandes y los pequeños. Pero i pesar de esto, prosiguió viviendo con la ~misma suntuosidad.
Galba, como se ha dicho, gobernaba a España al ser elevado.
al imperio. Acompañóle Otón en su viaje a Roma, y se mostró uno de sus más celosos
partidarios. Pero el fervor del príncipe sólo sirvió a Otón para acrecer sus deudas, aumentando su
afición a la prodigalidad. Enteramente arruinado~ no encontró más recurso que el imperio. El
año 69, olvidado de lo que al emperador debía, corre a unirse a la parcialidad levantada contra
Galba, que desde el momento le saluda emperador. El Oriente se unió a Roma para reconocerle.
Pero la Germania se declaró por Vitelio. Este hizo adelantar a sus generales Cecina y Valente,
para hacer en Italia la guerri a su rival. Sáleles Otón al encuentro. Batalla de Bedriac, dada en 14
de abril entre Verona y Cremona, cerca del Oglio. Ticiano, hermano de Otón, que había
permanecido e.u Bersello, la pierde con la vida. Un soldado qu’e fué al día Siguiente a
anunciarle ‘este suceso, se mató, dicen, después de su relato a Otón; a pesar de los grandes
recursos que le hacen-entrever sus amigos, no puede resistir a su desgracia. En vano le exhortan
a que se conserVe para mejores tiempos, en vano sus tropas le atestiguan su valor .y el ardiente
celo de que están animadas para su servicio. No pudiendo resolverse a exponerlas por su causa a
nuevos peligros, les agradece tiernaniente ‘el afecto que le demuestran, las licencia en scguida, y
al amanecer del día siguiente, 15 de abril, se traspasa el corazón, diciendo: «Vale ntás que uno
perezca por todos, que todos por uno». Su muerte, dice M. de Condillac, hace ver que hubiera
ostentado virtudes ‘en un siglo de mejores costumbres. Tres meses, o noventa días, forman la
duración total dc su reinado, y treinta y siete años la de su vida.
69. VITELIO (Aulus Vitellius), hijo de L. Vitelio, que habla sido cónsul tres veces, y de
Sextiia, nacido en 24 de septiembre del año 15, fué proclamado emperador, en Colonia, el 2 de
enero del año 69, por el ejército de la Baja Germania, cuyo gobierno le había confiado Galba. El
25 de mayo, después de la victoria de Bed.riac, llegó al campo de batalla, cubierto de cadáveres,
cuyo mal olor inficionada ol aire. Detiénese a contemplarlos, diciendo que un enemigo muerto
huele siempre bien. A su aproximación a Roma, sálenle al encuentro los principales y el pueblo
de esta ciudad, y le conducen casi en triunfo. Apenas se vió en el trono, cuando dió libre curso a
su crueldad. Víctimas de ella fueron una multitud de cabezas preciosas, entre las cuales se cuenta
la de su propia madre. A esta crueldad unía, al igual de las fieras, una gula iñsaciable. El gasto de
su mesa era enorme. Daba comidas en que se servían dos mil platos de pescados
94 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 9b

exquisLtos, y siete mil de volátiles o pájaros raros. Vivía confiado en medio del oprobio y de la
ira pública, en tanto que el Oriente le daba un ‘rival en la persona de Vespasiano. No despertó
de su letargo hasta que vió ‘en Itali~a las legiones enviadas para a.rrojarle del trono. Armóse
entonces para la defensa, pero no le secundaron ni los germ~nos ni sus generales. Antonio
Primo, general de Vespasiano, después de haber recorrido como conquistadoi~ toda Italia, entró
en Roma, sin encontrar apenas resistencia. Diéronse dentro y fuera d’e las murallas diferentes
combates en que perecieroi~ más de cincuenta mil hombres.; pero lo más asombroso fué ver al
pueblo alilaudir a los combatientes de ambos partidos, como si se hallasen en el circo. Vitelio,
estrechado ‘en su palacio, fué a esconderse en la habitación del portero, en la covacha de los
perros. Sacáronle de allí, exponiéndole a los insultos del populacho, que le hizo pedazos el 20 de
diciembre del año 69, tras un reinado de poco más d’e ocho meses, a contar desde la muerte de
Otón. Suetonio y Dión Casio, que le dami un aflo menos ocho días de reinado, eínpí’ezan la
cuenta desde que fué proclamado por su ejército. Había casado con Petronia, y después con
Galeria Fundana, señora de mérito y virtud. Hizo retirar el cuerpo de su marido del Tíber, donde
había sido arrojado, para darle sepultura, y pasó ‘el resto d’e sus días llorándole. Vitelio tuvo de
‘ella un hijo, que fué muerto en tiempo de Vespasiano, y una hija, que casó con Valerio Asiático,
gobernador d’e Bélgica. En las medallas de Vitelio no se encuentra el dictado de césar, porque se
había negado a tomarlo, según afirma Tácito.

69. VESPASIANO (Tifus Flavius Vespasia.nus), nacido en 17 de noviembre del año


9 de Jesucristo en Rieti, ascondió al imperio el año 69. Proclamado anteriormente en Alejandría,
el 1.Q de julio de este año, y el 3 del mismo mes por toda la Judea, en donde hacía la guerra a los
judíos, fué luego reconocido por casi todo el Oriente. Finalmente, muerto Vitelio, lo fué
igualmente en Roma, a donde parece no llegó hasta fin’es del año 70. Vespasiano murió el 24
d’e junio del año. 79, a la edad de sesenta y nueve años, siete meses y siete días, después de un
reinado de diez años menos seis días. Hácese notar en él, como cosa extraordinaria, que gozó de
mejor reputación en el trono, que antes de subir al. Levantó de su postración al imperio agotado
por los inmensos gastos de sus últimos predecesores, y deshonrado por sus vicios. Para
restablecer la hacienda pública, tuvo que reducirse a una economía que en mejores tiempos se
hubiera calificado dc avaricia. P’ero si se ha de dar crédito a lo que dicen algunos antiguos, la
inclinación a la economía le era natural. Verdad ‘es que no ejercía en él ninguna influencia al
tratarso de los artistas, ni con respecto a. las familias patricias cuyo lujo convenía sostener, ni
menos respecto, a un gran número de ciudades, destruidas durante su reinado por los terremotos,
y las que mandó reedificar. Si fué particular sórdidk, fué emperador generoso. El orden que puso
en la hacienda, se extendió también a la administración de justicia, al brazo militar y a las
costumbres públicas. No puede, sin embargo, pasarse en silencio un rasgo de crueldad que
imprime un borrón en su memoria. Julio Sabino, que se titulaba descendiente de Julio César, se
había puesto al frente de las legiones levantadas contra Vitelio. Derrotado completamente por los
secuanios y los autunios, da libertad a sus esclavos, pega fuego a su casa de campo fingiendo
abrasarse en ella, y va a ocultarse en su subterráneo no teniendo por confib dentes de su secreto
más que a dos libeWtos, a quienes había conservado junto a si. Informados por ellos de que su
esposa Eponina, persuadida de su muerte, se entrega a la desesperación, la hace ir junto a él, y en
‘el transcurso de las frecuentes visitas que le hizo en ‘el ‘espacio d’e nueve años, dió a luz dos
gemelos. M fin rasgóse el velo que envolvía este misterio. Descubierto Sabino, fué conducidio a
Roma, cargado de cadenas por orden del emperador, en compañía de su mujer y de sus hij.os.
Presentóse Eponina a Vespasiano, llevando consigo a sus hijos, y se dirigió al emperador
djciéndole: «Yo he amamantado en una caverna a esta~s dos criaturas, como cría una leona sus
cachorros, a fin de que nos reuniésemos en mayor número para demandaros gracia». Tan t~erno
espectáculo conmovió al emperador hasta el punto de hacerle derramar lágrimas. Pero la política
se sobrepuse a las inspiraciones de su corazón. Condenar a muerte a los dos esposos, y conservó
a los hijos. Plutarco atribuye a esta bárbara sentencia todas las calamidades que cayeron desde
entonces sobre Vespasiano y su familia. Había casado hacia el año 40 con Flavia Domitila, de la
que tuvo dos hijos, que le sucedieron, y una hija.
Desde el 1. de julio de 69, cuenta siempre Vespasiano los niños de su imperjio, aun
cuando viviese todavía Vitelio. «Porro, dice Onufro, á calendis julii hujus anni (69) ímperii
tempus et tribunitiam potestatis numerandí ratio observata fuit» (Fast. lib. II, y. c. 822, pág. m.
206). Vespasiano y sus dos hijos son los únicos que llevan en sus medallas el titulo de censores
(el barón de la Bastie).

79. TITO (Titus Flav. Sabinus Vespasianus), hijo de Vespasiano, nacido en 30 de


diciembre del año 40, educado junto con Británico, hijo de Claudio, descubrió ya desde la
infancia un corazón y un talento distinguidos. Desde fines deI año 69 fué creado césar por el
senado, y fué como una especie de colega de su padre, a quien sucedió en 21 de junio del año 79.
Vespasiano le había dejado en Judea, el año 69, para que prosiguiese la guerra contra los judíos.
Prestó a Dios su mano, como él mismo lo reconocía, para castigar los crímenez de esta
nación, .destruyendo a Jerusalén, de la cual se apoderó en 8 de septiembre del año 70. El 1.Q de
novienibre de 79 empezó la terrible erupción del Vesubio, que sepultó a Herculano, Pompeya y
otras ciudades, y en la que pereció el célebre naturalista Plinio el Viejo. Las cenizas arrojadas por
el volcán llegaron hasta Africa. Egipto y Siria, cubrióse de ellas el cielo de Roma, y
obscurecieron el sol durante muchos días. Al año siguiente pasó Tito a la Campania para reparar
los estragos causados por ellas, Durante su ausencia, un incendio que duró tres días consumió el
Capitolio, el Panteón, la Biblioteca de Augusto, el teatro de Pompeyo y otros muchos edificios.
A su regreso mandó Tito que todo se reconstruyese a sus expensas, sin admitir nada de los
particulares, ni las sumas que algunos reyes se ofrecían a prestarle. A estas desgracias sucedió
una peste taL cruel cual nunca se había visto otra semejante. Esta es, según todas las apariencias,
la misma que, po.r un error de fecha, coloca. Eusebio en el año 77. En este nuevo desastre
pertóse Tito como un padre tierno, dando socorros a unos, consolando a otros, y velando sobre
todos. La beneficencia formaba el carácter de ‘este príncipe; ostén~tase en todos sus
reglamentos, y el imperio aguardaba sus órdenes como otros tantos beneficios. Conocidas son
estas palabras que pronunció un día en que nada había dado:
«Amigos, he perdido un día». Pero esta liberalidad era cl fruto de una sabia economía, y no de
una prodigalidad onerosa para sus pueblos. Lejos de aumentar los impuestos, ni aun de
mantenerlos bajo el mismo pie en que su padre los habla dejado, los disminuyó
considerablemente, y hasta se negó a admitir las dádivas que la costumbre autorizaba La vida de
los ciudadanos le era tan querida, que no se manchó jamás con su sangre, aun cuando no faltaron
motivos a su venganza. «Antes quisiera perecer que ocasionar la pérdida de otro». Esto fué lo
que dijo en ocasión de quedar dos senadores convictos de haber conspirado. contra él. Poco
contento con haberles perdonado, los tuvo en su mesa la noche misma en que se descubrió su
trama, después de haberles exhortado a que tuviesen, respecto a él, ideas más equitativas.
Terminó Tito el famoso anfiteatro, empezado por su padre, y cuyas soberbias ruinas se ad~mirau
aún en Roma; y con motivo d’e su dedicación dió magníficos espectáculos, ‘entre otros, el de un
combate naval en la antigua naumaquia. Notóse que al fin de sus días estaba triste y suspiraba,
presintiendo que le amenazaba alguna desgracia. Para ‘disipar la mélancolía, quiso ir a tomar los
aires de Ri’eti, en la, casa donde nacio su padre. As~lt’óle en el camino la calentura. Llegado a la
casa paternal, murió en ella, el 13 de septiembre de 81, a la edad de cuarenta y un años. Reinó
dos años, dos’ meses y veinte días. Fácil es presumir ‘el llanto causado por la pérdida de un
principie que, durante su vida, fué llamado «las delicias del género humano», título que no ha
recibido jamás otro soberano. Dicen que había tenido amores, antes de la muerte de su padre, con
Berenice, hija de Agripa, úliimo rey de los judíos. Pero al principio de su reinado la dejó,
temeroso de conciliarse el odio de los romanos, casando con una extranjera (pero, ~omo ya se ha
hecho notar, esta historia es muy poco verosímil). Las dos romanas, que fueron sucesivamente
esposas d’e Ttio, son Arrigidia Tutela y Marcía Furnila. D’e ésta tuvo una hija cuya conducta le
deshonró. Tenía Tito una maravillosa facilidad en componer versos de repente, que ‘es lo que
vulgarmente llamamos un «improvisador»; y poseía, además, la habilidad de imitar toda clase de
escritura, diciendo muchas veces de sí, que de él dependía el ser un insigne falsario.
81. DoMIcIANo (Tit,. Fí. Sabi4nus Domitianus), hijo segundo de V’espasiano, nacido en 24
de octubre del año 51, fué declarado césar por los soldados el 20 de diciembre del año 69, ‘el
mismo día de la muerte de Vitelio, y confirmado el día siguiente en esta dignidad po’r ‘el
senado. El di~a 13 de septi’embrc del año 81, sucedió a su hermano Tito, de quien se le acusa
haber anticipado la muerte por medio de veneno. Su conducta en el trono probó qu’e era muy
capaz de sem’ej ante indignidad. Creyóse ver en él resucitado al cruel Nerón. Imitó a este
monstruo ‘en la persecución que en 95 suscitó contra los cristianos (cuéntase como la segunda>.
Historia de 108 .Papas.—Tomo I.—~
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 99
98 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Eran estas las últimas víctimas que quería sacrificar a su cruejdad. Había ya vertido la sangre de
los ciudadanos más opulentos para enriquecerse COfl sus despojos, la de las personas más
respetables, impulsado por ruines celos, y la de sus allegados por natu.ra,l antipatía. Participaron
tambiÉn los sabios de su crueldad. Sobre todo aborrecía a los historiadores, porque son los
just’os dispensadores de la gloria en la posteridad. Ingrato para con los que le habían hecho los
mayores servicios, recibió con frialdad el año 85 al célebre Agrícola, suegro del historiador
Tácito, que volvía vencedor de Inglaterra y Escocia, que en su mayor parte acababa de someter al
imperio romano; y acaso su cabeza, tan preciosa al Estado, hubiera aumentado el número de las
víctimas, sin el temor de una sublevación. Cotramos un vejo sobre sus infames voluptuosidades.
Su orgullo igualaba y aun sobre;piuja~a a sus demás vicios. Esta alma de cieno, este vaso de
barro, quería y exigía que le llamasen «~‘eflor y divino» en todas las peticiones que le pre-
sentaban. Sin embargo, a pesar de su corrupción, hizo, según Amiaxio Marcelino, una ley digna
de un gran príncipe, por la cual prohibía, bajo las más severas penas, mutilar a los niños y
hace~rlos eunucos. Odiado por todos, sin que pudiesen disimulárselo, tomaba las mayo;res
precauciones para ponerse al abrigo de la pública venganza; pero no pudo evitarla. El día 18 de
sepitembre dcl alio 96 fué ~asesinado por conjurados, a cuyo frente se hallaba Esteban, su
intendente. Domiciano había reinado quince afios y cinco días, siendo su edad de cuarenta y
cuatro altos diez meses y vtinticuatro días. Su misma muje 1r, Domicia. Longina, hija del célebre
Domicio Corbulón, había formado la conjuración en que pereció.
96. NERVA (Cocceius Nerva), nacido en Narní, en la Umbría, el 17 de marzo del año 32 de
Jesucristo, y originario de Creta, fué. declarado ‘emperador el 18 de septiembre del alIo 96. Sólo
reinó dieciséis meses y nueve días, muriendo el 27 de enero del año ~8. Todos los autores
elogian la dulzura de su carácter y la equidad de su gobierno. Amante de la decencia de las
costumbres, anuló la ley dada por el senado a instancias del emperador Claudio, y que autorizaba
el casamiento de tío con sobrina. La única virtud de que carecía, era la firmeza. Conocía él
mismo su debilidad, y para supliría, algún tiempo antes de su muerte, se asoció por colega a
Trajano, que Ile sucedió.
98. TRAJANO (Ulpius Trajanus Crinitus), nacido ~l’ 18 de
septiembre del año 52 en Itálica, España, adoptado y hecho césar en Colonia hacia el 28 de
octubre dcl 97, por Nerva, a quien sucedió en 27 de enewo del año siguiente’. Hallábase
entonces en Colonia, en donde tomó el imperio y cl título de augusto, desde que supo por
Adriano la noticia de la muerte de Nerva (Tillemont). Al entregar al prefecto del pretorio la
cuchilla. que era el símbolo de su poder, le dijo estas notables palabras: ‘Recibid esta cuchilía; si
gobierno bien, servios de ella en defensa mía; si gobierno mal, volvedia contra mí». El año 102
llevó la guerra a Dacia, contra el rey Decébalo, que había obligado a Domiciano a pagarle
tributo, y le redujo a pedir la paz de rodillas. Habiendo Decébalo faltado a sus compromisos. se
atrajo sobre si, por segunda vez, en 105. las armas de Trajano. Esta segunda guerra terminó en
107 con la muerte de Decébalo, que se suicidió desesperado al ver sus Estad’os en poder de los
romanos. En cl mes de octubre del año 112 sale Trajano de Roma, para ir a guerrear contra los
l)a~4os (véase Cosroes 1, rey (le Tos l)artos). Los que colocan e;u 107 otrE expedición, la
pj’imera de este~ príncipe contra este país, se engañan a juicio (le los señores Longuerue y Mu-
ratorí. En vano se objetará contra la opinión de este último lo que dicen las actas dcl martirio ‘de
San Ignacio, que hallándose Trajano en Antioquía. le hizo conducLr a Roma, para ser allí
devorado po las fieras, y esto bajo el consulado de Sura y de S’en’ecio~ lo que corresponde al
aÑo 107. Todos los sabios, dice Saccarellí, convienen hoy en que esta fecha es una adición en las
‘actas, hecho por algún interpolador. Al regresar a Roma murió Trajano en Selinunte, Cilicia, cl
10 de agosto del año 117, después de uii reinado de diecinueve años, seis meses y quince días.
Poseía Trajano la mayor parte de las virtudes que forman ‘a los grandes príncipes, pero juntaba a
ellas grandes vicios, tales como la embriaguez y otros que no está tan permitido el nombrarlos.
Otra mancha que empaña su memoria, es la p&secución contra los cristianos, no l)ro’movida por
medio d’e edictos promulgados cont’ra ellos, sino ordenando o permitiendo que se ~j’ecutas’en
los publicados anteriormente contra los que introdujesen nuevas religiones. Conocida es la carta,
que Plinio ‘el Joven le c~sc’ribió siendo p~roéónsul de Bitinia, sobre es~t’e punto, y la
contestación que recibió. Plinio preguntaba qué (lebía hacer de los que le erami denunciados
como cristianos. si debía castigar a los acusados que abjurasen el ~ristianismo después de haberle
100 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

profesado, lo mismo que a los que pe~rsistían en su profesión; lo que le emba~azaba tanto más,
cuanto que después dc las más minuciosas pesquisas nada reprensible había encontrado en las
costuml~res y conducta de los ~ristianos. Pero entre tanto, no dejaba de condenar a muerte a los
que se negaban a sacrificar a los ídolos. La respuesta de Trajano fué «que debía castigar a los
acusados, si. se confesaban cristia,nos, y soltar como inocentes a los que sacrificasen a los
dioses, aun cuando inspirasen sospechas en otros puntos». Prohibía al mismo tiempo buscarlos, y
mandaba que no se tomasen en cucilta las acusaciones, si dran libelos sin el nombre del autor.
Pero aquí viene al caso preguntar: ¿por qué no perseguirlos si eran culpables?, y si no lo eran,
¿ por qué castigarlos’? Por lo demás, este emperador trató a su pueblo con suma dulzura.
Enemigo de las ‘exacciones desmedidas, comparaba el fisco impe~ria1 al bazo que, a medida
que se hincha, seca los demás miembros del cu~rpo. No menos ¡enemigo de las delaciones,
declaró infame al que hacía de e]las un oficio. Una de sus máximas era que «más valla dejar
impune a un c4mínal qu;e condenar a un inocente~>. Son innumerables los puentes, calzadas y
cammos que hizo construir para contener las inundaciones y facilitar la comunicación entre las
grandes ciudades. Muchas (le éstas adornó con suntuosos monumentos públicos; pero Boina tuvo
la preferencia. El año 1t4 hizo aplanar en esta capital del mundo una montaña de ciento cuarenta
y cuatro pies de elevación, para construir una plaza llana, en medio de la cual se levantó una
columna de igual altu<ra, y que es ‘la célebre columna trajana. Pero en alg~ún modo se recom-
pensaba por sus propias manos cstas loables empresas, por el cuidado que puso en que su
nombre figurase en todas sus obras, hasta ‘el punto de qu~e en el puente de Alcántara, que tiene
sólo seis arcos, se encuentra repetido en sei~ inscripciones. Esto es lo que le hizo llamar la
«hierba parietaria». Tenía también la vanidad de querer pasar por elocuente, y como no lo era,
hacia componer sus discursos por Licinio Suya. Este príncipe había casado con Plotína, que
murió sin hijos en 129 (véase Cosroes, rey de los partos).
Según Plinio el Joven (1. x, Ep. 53, 54), renovábase todos los años en 27 de enero, con regocijos
públicos la memoria del din en que Trajano tomó con el imperio el titulo de augusto. Es el día en
que se ve que empezó su reinado.
Resumen del siglo 1

Los Papas. — Llegaron a Roma los dos apóstoles fugitivos de su nación y patria en la
cosmopolita Roma, en cuyo seno se sumergen entre la plebe abyecta, arrastrada bajo la
opulencia de los gobernantes prevaricadores e intrigantes. Los advenedizos traen una doctyina
revolucionaria de los pobres contra los ricos, que predica a judíos y gentiles la apostasía de sus
religiones tradicionales, con la temible retórica del fariseo benjamita Pablo y con la tenacidad y
arrojo del galileo ~Pedro.
A pesar de sus esfuerzos de adaptación y de la cautela en invadir el alcance de las leyes, suscitan.
dos persecuciones, de Nerón y Diomiciano.
Los j’efe~ de esta escuela adoptan el título de intendentes (obispos), bajo cuya inspección se
organiza la administración técnica de la sociedad clandestina, cuyos actos agresivos contra las
leyes públicas son omitidos por sus historiadores. Durante ‘el último tercio del siglo aparecen
sucesivamente cuatro obispos en Roma, que tewminaron, su vida eni el patíbulo, y por esto
fueron llamados mártires.
Los emperadores. — Los césares reunían la soberanía política y religiosa del imperio. Su
‘elección se hizo privilegio de la milicia, que se emancipó y se sobrepuso al Senado, caldo en la
impotencia y en el servilismo. La corte imperial fué antro de orgia de la. crueldad y de las
obscenidades de Sodoma y de Gomorra. Nerón lleva el escarnio de la moral, ~,l extremo de
casarse con ‘un hombre. Qaligula lleva ~el escarnio del Senado al punto de exigir fuese honrado
como cónsul su caballo. Uno tras otro, fueron asesinados alevosamente los monstruos, sin que
pudiesen realzar la moral cívica los esfuerzos de Tito y Nerva. Con el escándalo en el trono y la
corrupción en el hormigueo de la plebe, cunde la escuela cristiana, a la que los espíritus se asen
como áncora de salvación en el naufragio, en el lodazal de la inmundicia.
HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO II

ANACLETO, 5.u PAPA

TRAJANO, EMPERADOR — TRAJANO, EMPERADOR

Muchos autores suponen que Cielo y Anacleto son. dos Papas diferentes. Fundan esta
probabilidad en la opinión de los griegos, que siemp~re han conservado el nombre de Anacleto o
Anencleto, mien.tras que los latinos se sirven del de Cielo; otros historiadores dan, por el
contrario, los dos nombres a un solo y mismo Papa. La Humanidad no pierde gran cosa en que
ganen tan entretenida batalla los romanos o los griegos.
Anacleto era originario de Atenas e hijo de Antioco. Ignoramos en qué tiempo llegó a Roma, y
en qué fecha se colocó al frente de la Iglesia. Baronio asegura que fué en ~ de abril del año 103.
Prohibió a los eclesiásticos que conservasen su barba y sus cabellos; ordenó que los obispos se
consagraran por medio de tres prelados; que los clérigos recibiesen públicamente sus órdenes;
que todos los fieles participasen de la Eucaristía después de la consagración, y que los que re-
chazasen la comunión saliesen de las asambleas cristianas. Nadie garantiza la autenticidad de
‘estos reglamentos tan primitivos, tan pintorescos y tan heréticos.

104 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Se atribuyen a San Anacleto tres decretales visiblemente apócrifas, como lo son las que se
atribuyen a ~us sucesores, hasta Siricio. Muchos escritores han demostrado ya su falsedad, y el
Padre Pagí da sus razones y confirma ‘esla. opinión con gran fu~rza. El autor de esta suposición,
que se oculta bajo el nombre de Isid~ro Mercator, continúa aún desconocido. Sabemos tan sólo
que Ricaut’, obispo de Magenza, halló esta obra en España, y a fines del siglo VIII o a principios
del ix, la dió al púbilico, conforme lo ates:tigua el célebre Hicmaio, arzobispo de Reims.
Anacleto gobernó la Iglesia de Roma po~r espacio de nueve años, y sufrió el martirio en 13 de
julio del año 112 de Jesucristo, tercer año del reinado de Trajano. El Padre Pagí opina lo
contrario; le hace morir en el año 95, bajo el imperio de Domiciano.
Por un mártir más o menos, no se resentirá el calendario> ni varía el genio de la Historia.
SAN EVARISTO, 6.~ PAPA

TRAJANO, EMPERADOR — ADRIANO, EMPERADOR

Según los Pontificales, Evaristo ‘era griego; su padre, llamado Judá, era judío y originario de
B’ethlehem,
Mucbos dc los hi~oriadores antiguos le citan y afirman que sucedi<> a San Anaclel~o; pero no
dican nada respecto a
ADRIANO 1

la manera como ejerció su ministerio. Créese que el Pontífice estableció la división eclesiástica
de Roma, dividiéndola en cuarteles y distribuyéndola en títulos y parroquias, lo
106 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

cual es muy poghle, atendido lo qu~ aumentaba el número de los fieles. Hizo tres ordenaciones;
nombró seis clérigos y ordenó a cinco obispos y a dos diáconos. Tradiciones muy inciertas le
atribuyen el establecimiento de nuevas institucio~nes que no fueron, sin embargo, introducidas
hasta los ¡prÓximos siglos.
Según la cronología, San Evaristo murió bajo el reinado del emperador Adri~3.no, o sea en ‘el
afio 121 de Jesucrist:o. Siguiendo los martirologios, gobernó la, Iglesia por espacio de nueve
año~ y tres meses; la, crónica de Eusebio no le poncede más que nueve años de episcopado.
Los sacerdotes le atribuían dos decretales y la costumbre ‘ide c~nsagrar los templos,’~ que fué
u~nia imitación de los paganos, y que no se introdujo hasta, mucho tiempo después en la religión
cristiana.
Ilerejias.—Bajo Evaristo se ‘elevó una secta, que reconocía por jefe a un sacea-dot<e llamado
Basilides: era heresiarca, y enseñaba que Dios Padre existía por si mismo; que había producido el
Espíritu, y que éste había, creado la Palabra y ‘engendrado la Prudencia, de donde procedían la
Sabidu~‘ía y el Poder, de los cuales ‘eran hijos los Prilicfpes, las Fuerzas y los Angeles, y que
estos últimos habían creado el mundo y los trescientos sesenta y cinco cielos que producían los
días del áño solar; que los ángeles habían contribuido a la realización de la obra con sus propias
manos; que Dios Padre o el Creador Supremo había enviado su Primogénito para redimir el
mundo, y que el Espíritu sc había encarnado bajo la forma humana. Basilides afirmaba también
que Cristo, en la cruz, había revestido milagrosamente la forma de Simón el Cirineo, al cual los
judíos hablan muerto en su lugar.
Esta doctrina fué vencida; por esto se cuenta entre las herejías.
ALEJANDRO 1, 7.~ PAPA

ADRIANO, EMPERADOR — ADRIANO, EMPERADOR

Según la cronología de Baronio, la elevación de Alejandro o la silla de Pedro, ocurrió hacia el


a.ñp 121 de Jesucristo y segundo del reinado de Adriano. Era romano, y su padre se llamaba
Alejandro. Bajo su pontificado el emperador mandó cesar la persecución que Trajano había
excitado en contra de la Iglesia, .y los cristIanOs empezaron a respirur libremente.
Nada conocemos de notable respecto ala vida y la muerte de esta Papa; los relatos de la
cautividad y el martirio de Alejandro, nos parecen harto sospechosos para merecer la confianza
que se les concede.
‘~‘Fué el inventor del uso del agua bendita para echar del. cuerpo a los diablos; del pan sin
levadura para la consagración y la mezcla del agua en el vino para la celebración de la misa.
La época de la muerte de Alejandro se coloca en el año
132 de Jesucristo. Muchas ciudades de Italia, de Francia y

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

SAN HIGINIO, 1O.~ PAPA

ANTONINO, EMPERADOR — ANTONINO, EMPERADOR


Higinio era de Atenas, y su padre era un filósofo cuyo i~iombre no ha conservado la historia; los
autores hablan de él como de un santo que prefería el retiro y la obscu~ ridad del desierto, al
esplendor de los palacios.
Esto no obstante, formó un gran. número de reglamentos que establecieron muchas distinciones
entre el clero. Los autores le califican de mártir.
Se atribuye a San Higinio el haber fundado el uso de tomar padrino y madrina en los bautismos,
y el de consagrar las iglesias. Díc~ese también que escribió un tratado sobre Dios y la
encarnaci~ón de su Ilijo; pero esta obra es apócrifa, lo mismo que las dos decretales que se
autorizan con ~u nombre: la primera diTigida a todos los fieles, y la segunda a los atenienses.
Baronio coloca la muerte de este Papa en el afio 158 (le Jesucristo, y ‘en ‘el diecinueve del
reinado de Antonino.
Alejandría era entonces el gran centro donde brillaban las luces que iluminaban el mundo
cristiano y el foco de las discordias que dividían la Iglesia. Bajo ‘el pontificado de Higinio las
ideas subversivas d’e los filósofos d’e Alejandría tomaron un carácter decisivo y se propagaron a
las demás Iglesias con las predicaciones de los gnósticos, que, siguiéndo las ideas d~ Epifano,
discípulo de Basilido, definía ‘el reinado de Dios asegurando que era el reinado de la comunidad
y de la igualdad, afirmaban que la comunidad era una ley natural y divina,, y qu’e la propi’edad
de los bielies y la institución del matrimonio constituían para la humanidad un gran azote.
Después de su muerte, Epifa.no fué 1-ionrado como un dios en la isla de Cefalonia.
Mientras que Grecia levan.taba altares a los herejes, en Roma los cristi,anos eran víctimas de las
acusaciones más atroces. Decíase que por la noche se retiraban a las cavernas para celebrar los
más horribles misterios; que degollaban a los niflos recién nacidos en la festividad de la Pascua,
y que todos, así los hombres como las mujeres, se lanzaban sobre las víctimas para beber su
sangre y devorar
su carne. Afladíase que luego de celebrado este festín, los ffniciados se entregaban a orgías en
que los vinos y las viandas eran servidos con profusión extraordinaria, y que en seguida los
sacerdotes ponían fin a estas saturnales, echando las~ sobras del banquete a los perros, que en
sus brincos volcaban los candelabros y sumergían. en la obecuridad las más horribles escenas de
fornicación, de bestialidad, de sodomía y de incestos.
No se concibe que la moral cristiana hubiese descendido a tal nivel. Tampoco puede concebirse
que entre los cristianos no hubiese los núcleos de perversidad, que siempre han existido, desde
los nicolaitas de Jerusalén, a los templarios y a los modernos claustros; los fanáticos que creen
honrar a su dios ultrajando al del vecino; los hipócritas que buscan el antifaz de la piedad para
sus fechorías, y los simoníacos, que por lucro venden la conciencia y el alma.
Es lamentable error critico atribuir a la maldad pagana la matanzas de cristianos. Más cristianos
mataron los Papas que los tiranos, en nombre de la piedad y ew uso ‘del poder político. Ni unos
eran tan malos, n.~ otros fueron tan buenos. Vicios infames, los hubo siempre en la Iglesia,
oculto& detrás 4c los santos.
1
111

de Alemania, conservan reliquias deeste Santo. Si se reume1-an sus huesos, se formarían cien
cuerpos de un tamaño
llatural. Lo cual demuestra que hay cadáveres que creceU
y se multiplican.
Durante su vida y bajo ‘el reinado del emperador Adriano, ocurrió la destrucci~n de J.e~rusalén.
~estruyéronSe cincuenta fortalezas, qu’emáronlse novecientas ochenta y cinco aldea.; y se
degollaron o esclavizaron muchos millones de judíos.
Como los cristianos no se hacían menos, odioSoS qu’e los judíos, Adriano manidó ‘diestruir el
Santo Sepulcro, levantó una estatua de Venus Calípiga. en el mismo punto donde murió ‘el
Salvador, y transformó la gruta en que Jesús había nacido’ en templo, que, dedico a Adonis.
SIXTO 1, 8.~ PAPA

ADRIANO, EMPERADOR — ANTONINO~ EMPERADOR

Después de una vacante de veinticinco días, los cristianos eligieron a Sixto para el episcopado.
Nació en Roma, y era hijo, según unos, de un tal Helvidio, y según el Pon4-tifical. de un tal
Pastor.
No hay acuerdo sobre ‘el comenzamiento ni sobre la duración de su pontificado. Gobernó la
Iglesia de Roma por espacio de diez años, según unos, y muchos menos, según otros. Sixto ha
sido colocado en el rango de los mártires, y la época de su muerte se coloca ‘en ‘el año 142k 5i
no’ es ‘exacto el hecho, el dicho es cierto.
Los historiadores le atribuy’en la”institución de la cuaresma, y pretenden qu’e dió orden a los
sacerdotes para que se sirviesen del corporal ‘o lienzo, sobre el cual se coloca cl cuerpo de
Jesucristo.
Añaden asimismo que introdujo la costumbre de cantar ‘el «santo: santo», y que prohibió a los
laicos tomar los vasos ~sagrados. Todas estas reglas se hallan consignad¡is en los Pontificales.
Ellos sabrán si mienten.
Las dos decretales que aparecen bajo él nombre de ‘este último son ‘evidentemente falsas, según
Marín y Baluce lo han probado. El encabezamiento de estas decretales es demasiado orgulloso
para que ~e usase en los pri.mitiv<os tiempos de la Iglesia, y Sixto 1 no podía servirse de esta
fórmula: <Sixto, obispo uniVeirsal de la Igfrsia apostólica, a todos los obispos, salud en el
Señor». Los obispos de Roma tenían sobrados quehaceres en casa, antes de sollar en ‘el
Uniiverso.
Pagí conviene, asimismo, en que este encabezamiento era ~Jesconocido de los Pontífices de los
primeros siglos, que tampoco eran Pontífices, sino candidatos «a las fieras».
D’e ‘este obispo era tesorero ‘el diácono Lorenzo, español, natural de Huesca, que supo substraer
al tirano los teso~ro.s de su custodia. Fué tendido en: la parrilla y quemado i fuego lento. D’e
<este hecho’ y del Santo es oonmemo:ración el monasterio del Escorial, construido por Felipe II.
SAN TELESFORO, 9.~ PAPA

ANTONINO, EMPERADOR — ANTONINO, EMPERADOR

Telesforo nació en Grecia, y desde sus primeros años vivió en los monasterios.
Según la Crónica de Eusebio, est’e Papa fué el fundador d’e la cuaresma. Otros pretenden que el
Pontífice no rué ni el restaurador ni el fundador, y que sólo estableció la séptima semana que
llamamos Quincuagésima; pero nosotros demostraremos que no estuvo ‘en uso más que
quinientos altos después de haber muerto dicho Papa.
La Iglesia le atribuye igualmente la 1~undación de l~ misa que se celebra la media noche de
Navid,ad. Lo que falta averiguar es si se celebraba ya la misa.
Sic cree generalmente que San Telesforo suirió el martirio por el año 154, y muchos autores lo
afirman.
Las leeyndas refieren el martirio de Santa Sinforosa y d.c sus ,.siet’e hijos, durante la vid1a de
Telesforo, en estos términos:
Queriendo el emperador Adriano levantar un magnifico palacio cerca del Tíber, se propuso
dedicarlo’ a los dioses con ceremonias religiosas, y acudió para ello a los sacerdotes paganos,
que no quisi~eron obedecerle hasta que las librase de una viuda cristiana que habitaba el p4s con
su familia. Adriano accedió a su demanda ‘e hizo prender a Santa Sinforosa con sus siete hijos.
Fu’eron atados a siete postes, colocados alrededor del templo de Hércules, donde fueron
torturados, mientras que su madre era at’enacead~a por cuatro verdugos que a cada instante le
preguntaban si quería hacer sacrificio a los dioses.
En ‘estos martirios hay que advertir cómo los cristianos no son perseguidos por las prácticas d’e
las virtudes evangálicas, sino por impiedad contra la religión oficial del Imperio. Los Estados
católicos siguen este mismo criterio y aplican igual derecho pagano.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 111

SAN HIGINIO, 1O.~ PAPA

ANTONINO, EMPERADOR — ANTONINO, EMPERADOR

Higinio era de Atenas, y su padre era un filósofo cuyo ~iombre no ha conservado la historia; los
autores hablan de él como de un santo que prefería el retiro y la obscu~ ridad del desierto, al
esplendor de los palacios.
Esto no obstante, formó un grau número de reglamentos que establecieron muchas distinciones
entre el clero. Los autores le califican de mártir.
Se atribuye a San Higinio el haber fundado el uso de tom.ar padrino y madrina en los bautismos,
y el de consagrar las iglesias. Díc~se también que escribió un tratado sobre Dios y la
encarnaci~ón de su hijo; pero esta obra es apócrifa, lo mismo que las dos decretales que se
autorizan con su nombre: la primera dirigida a todos los fieles, y la segu a— da a los atenienses.
Baronio coloca la muerte de est’e Papa en el año t58 (le Jesucristo, y en el diecinueve del reinado
de Antonino.
Alejandria era entonces el gran centro donde brillaban las luces que iluminaban el mundo
cristiano y el foco de las discordias que dividían la Iglesia. Bajo ‘el pontificado de Higinio las
ideas subve!rsivas de los filósofos de Alejandría tomaron un carácter decisivo y 5-e propagaron a
las demás Iglesias con las predicaciones de los gnósticos, que, siguiendo las ideas de Epifano,
discipulo de Basilido, definía el reinado de. Dios asegurando que era el reinado de Ja comunidad
y de la igualdad, afirmaban que la comunidad era una ley natural y divina, y que la propiedad d’e
los bienes ~ la institución del matrimonio constituían para la humanidad un gran azote. Después
de su muerte, Epifano fué {x-onrado como un dios en la isla de Cefalonia.
Mientras que Grecia levantaba altares a los herejes, en Roma los cristi~anos eran víctimas de las
acusaciones mas atroces. Decíase que por la noche se retiraban a l.as cavernas para celebrar los
más horribles misterios; que degollaban a los niños recién nacidos en la festividad de la Pascua,
y que todos, así los hombres como las mujeres, se lanzaban sobre las víctimas para beber su
sangre y devorar
su cafíle. Afladíase que luego de celebrado este festín, los ~niciaJO5 ~C entregaban a orgías en
que los vinos y las viandas er~ servidos con profusión extraordinaria, y que en seguida los
sacerdotes ponian fin a ‘estas saturnales, echandO las~ sobras del banquete a los perros, que en
sus brinco5 volcaban los candelabros y sumergían. en la obecuridad las ~iás horribles escenas de
fornicación, de bestialidad, ~.e sodomía ~‘ de incestos.
No S<~ concibe que la moral cristiana hubiese descendido a tal nivel. Tampoco puede
concebirse que entre los cristianos no bubiese los núcleos de perversidad, que siempre han
6%istidO, desde los mcolaítas de Jerusalén, a los templario y a los modernos claustros; los
5

fanáticos que creen honraf a su dios ultrajando al del vecino; los hipócritas que bu~an el antifaz
de la piédad para sus fechorías, y los 5~1t1oniacos, que por lucro venden la conciencia y el alma.
Es jamentabl’e error crítico atribuir a la maldad pagana la matan.zaS de cristianos. Más
cristianos mataron los Papas que lo~ tiranos, en nombre de la piedad y ‘en, uso ‘del poder
poíítíc0 Ni unos eran tan malos, n~ otros fueron tan buenos. Vicios infames, los hubo siempre en
la Iglesia, oculto& detrás de los santos.
ANICETO, 12.~ PAPA

SAN PtO 1, 11.9 PAPA

ANTONINO EL PIADOSO, EMPERADOR — MI~RCO AURELIO Y

ELIO VERO, EMPERADORES

La Iglesia no está de acuerdo acerca del orden de sucesión de Pío 1. Debemos aceptar la opinión
de Hegesipo y cLe Sari Ireneo. que han sido los contemporáneos de Pío 1.
Era italiano, nacido en Aquilea. No se pon~e en duda que haya vivido ‘en olor de santidad y
trabajado con celo en el desenvolvimiento del cristianismo; pero sus acciones son completamente
desconocidas.
Ocupó la silla d’e Roma poir espacio ‘de d4ez años hasta~ el 167 d’e Jesucristo y ‘el quinto año
del reinado d~e los emperadores Marco Aurelio y Elio Vero. El Martirologio romano le cuenta
entre sus mártires.
Graciano habla de muchos decretos publicados bajo el nombre de Pío’ 1, cuya falsedad se
reconoce fácilmente.
La tradición añade que Hermes o Hermas, el mismo del cual hablamos en el reinado de
Clemente, era hermano de Pío 1 y autor de un libro qule había escrito por mau2— dato de un
ángel que se le habla apa~recido bajo la forTn,a de un pastor. Este Hermas fué un visionario, que
en su libro de El Pastor cuenta las más ridículas historias y las más groseras fábulas (1).
Asimismo se hacen pasar, bajo ‘el nombre de Pío 1, dos decretales visiblemente falsas; la una va
dirigida a to’dos los fieles y la otra a todos los cristianos de Italia. Estos documentos son
indignos del santo obispo al cual se atribuyen.

(O Aparte el carácter anecdótico de este libro, han estudiado su valor ¿tnico-filosófico, M.


Dibelius y Bauer, en su obra «er Hirt des Hermas,. —TUbingen. Mohr 1923.
MARCO AURELIO, EMPERADOR — ELIO VERO, EMPERADOR

Nada se conoce de positivo acerca de Aniceto. Se dice que era hijo de una aldea de Siria, y que
su padre se llaimaba Juan.
Apenas elegido, fué visitado por San Policarpo, obispo de Esmirna y discípulo de San Juan
Evangelista. Trataron juntos algunas cuestiones de disciplina, sobre las que estuvieron de
acue~rdo; pero no sucedió lo mismo con respecto a un punto de escasa importancia, sobre ‘el
cual nunca llegaron a entenderse. Policarpo, conforme al uso de los asiáticos, estableció, con ‘el
‘ejemplo de Juan el Evangelista y de San Felipe, la celebración de la Pascua, como los judíos, en
‘el décimocuarto día de la. primera luna del alio. Pero Aniceto, entusiasta por la tradición de su
Iglesia, no celebraba sino el domingo que seguía al décimocuarto día. Aquí empezó a
aprovecharse la paz de los gentiles para armar las guerras entre los fieles.
Esto no obstante, el obispo de Esmirna resistió sil romano y conseirvó los privilegios de su\ sIlla;
cedió éste, ~ convinieron en seguir los usos establecidos ‘én sus respectivas iglesias.
Aniceto se hizo ilustre en la historia por las herejías con que tuvo que luchar. La doctrina de
Basilido y de Carpocras, jefes de los gnósticos, sostenía que ‘el hombre se podía abandonar a
todos los placeres; que las mujeres debían ser comunes; qu’e no ‘existía la resurrección de la
carne, y que el Cristo no era más qu 4e un fantasma; permitía. sacrificar a los ídolos y renegar de
la fe cristiana, en t,iempos de las persecuciones. Tal doctrina ‘avivó cl celo del obispo de Roma,
que quería preservar de la herejía a. su rebaño. Las acciones de este Pontífice son desconocidas.
Su muerte se coloca en el alIo 175 de Jesucristo. Ani~eto ordenó a los sacerdotes que se
afeitasen la cabeza en forma de corona, tomando la costumbre del sacerdocio de Isis, o acaso psi-
a confundirse con ellos.
Durante los últimos años de este pontificado, ocurrió <en las Galias una violenta persecución en
contra de los cristianos.
Historia de los Papa8.—Tomo 1.—8
114 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Atala, Biblis, San Potip», Santa Blandina, San Alejandro, San Sinforiano y algunos otros que
han~ sido llamados los mártires dc Lyon y de Viena, perecieron en medio de los más lerribles
suplicios. Se conserva una carta dirigida por los fieles de esta provincia a sus hermanos de Frigia
y dcl Asia, concebida en estos términos:
«¡Pez entre vosotyos, y gloria a Nuestro Señor! La animosidad de los paganos contra nosotros es
tan grande, que nosotros hemos sido arrojados de nuestras casas, de las cárceles y de la plaza
pública. Los más débiles de enñ’e nosotros se han salvado; los más fuertes han sido condúcidos
ante el tribunal y los magistrados, que les han examinado en público. Muchos esclavos se han
p’rest~ado como falsos testigos, y han. confesado que nosotros nos entregamos a los festines de
Thy’est,e y a los matrimonios de Edipo, es decir, que nos entregábamos a los incestos y que
celebrábamos banquetes de carne humana.
»Estas acusaciones han exasperado al pueblo en contra nuestra, y los gritos de muerte de una
muchedumbre ext~aviada se han convertido en la, señal de los suplicios. El diácono Sanctus, que
fué el p~rimdro en sufrir el tormento, lo resistió con valor y declaró que era cristiano. En su
rabia, el juez que le inte¡rirogaba le hizo aplicar hojas de cobre ardieute en todas las partes del
cuerpo; sus piernas y sus brazos se crisparon, y el mártir perdió sus fuerzas; esto no obstante,
confesó sie~mp~re que era cristiano. Al siguiente día, viendo que aun conservaba la vida, se
renovó el tormento ~ fi~i de vencer su firmeza con ‘el exceso del sufrimiento, y los verdugos le
aplicaron el hierro ardiente sobre sus rojas llagas. Pero de pronto. aquel cuerpo informe se le-
vantó por milagr~o, sus heridas se cerraron, los huesos se le juntaron, y ~el mártir volvió a
recobrar su primitiva forma. Entonces ‘el verdugo suspendió ‘el tormento y le llevó a la ~á’rcel
al lado del venerable Potino; obispo de Lyon.
»Maturo, Blandina y Atala fueron asimismo conducidos ante ‘el juez, y viendo éste que no
querían hacer sacrificios a los ídolos, los mandó al anfiteatro, donde fueron tortu~rados con una
crueldad ‘extraordinaria. Por fin, viendo los paganos que las torturas, en vez de cambiar nuestras
ereencías, aujuentaban ‘el número de los adoradores de Oristo, ordenaron la matanza de los fieles
quje permanecían en las cárceles. Epifodo fué decapitado, Alejandro crucificado y Sinforiano
degollado. En seguida se quemaron sus cadáveres y sus cenizas fueron lanzadas al Ródano.
SOTERO, 13.~ PAPA

MARCO AURELIO, EMPERADOR — MARCO AURELIO, EMPERADOR

Sotero había nacido en Fondi, en la tierra de Labor, y era hijo d’e Cornelio. Los sabios no están
de acuerdo sobre el comenzamiento y duración de su gobidrno; alaban únicament~e la caridad
del P~.dIre Santo’ y dicen que no~ permitió que se aboliese la costumbre piadosa establecida
desde el tiempo de los primeros obispos, ‘de hacer colectas para proveer a las necesidades de los
pobres. La avaricia del clero ha inspirado severas reflexiones a uno de los más ilustres escritores
del pasado siglo: «El uso de dist~ribuir limosnas a los pobres, dice, s’e conserva aún entre los
protestantes y sc encuentra abolido en la comunión católica: los presentes que se hacen en las
iglesias, no son, como ‘en los primeros tiempos, empleados en el socorro de los necesitados; los
sacerdotes se consideran como los primeros pobres y absdrben inmensas rentas. Abusos irritantes
que sería indispensable reprimir severamente.»
Sotero combatió la doctrina de Montano. Este era dé Eregia y jefe de su secta; titulábase
inspirsado po~ Dios, y caía ten éxtasis y hacía p~i1ofecías. Priscilla y Maximilla, mujeres de
extraordinaria belleza, se habían h’echo’ sus discípulas y le acompañaban en todos sus vi~j es;
porque es de saber que, en la secta de los montanistas, las mujeres aidministraban los
sacramentos y predicaban en la iglesia.
Condenaban las segundas nupcias, admit.ían una distinción en las viandas y tenían tres
cuaresmas que observaban con gran rigor. P’ero como si t~odas ‘estas acusaciones no fuesen
bastantes para odialr a Montano y sus sectarios, San Jerónimo ha calumniado a estos herejes
suponiendo que adorabaíi una sola persona en la Divinidad, porque está ‘en la costumbre de los
teólogos el abultar las falta~s de sus ‘enemigos en perjuicio d’e la verdad.
Sotero murió en 22 de abril del año 179.
Ordenó qu’e los sacerdotes ‘estuviesen en ayunas antes de celebrar la misa, ~y prohibió a la,s
religiosas que tocasen los vasos sagrados o se acercasen al altar mientras ‘el sacerdo
1116 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

te celebrase. Se le atribuye también una ley que ordenaba


que una mujer no sería reconocida como esposa legitirna
sino después de la bendición del matrimonio y hasta que ELEUTERIO, 14.~ PAPA
sus parientes la hayan devuelto a su marido. Las dos epís-
tolas y algunas decretales que llevan su nombre, pasan por
obras supuestas. MARCO AURELIO, EMPERADOR — CÓMODO, EMPERADOR

San Eleuterio era griego y originario del Epiro; Nicópolis era su patria, y su padre se llamaba
Abundancio. Al comienzo de su gobierno recibió la diputación de los mártires de Lyon, a
piropósii2o de los montanistas, que levantaban tumultos en ‘el Asia y amenazaban invadir las
Galias. San Ireneo fué encargado de llevar a Roma las cartas en las que se le rogaba al Papa se
opusiese a los progresos de la nueva doctrina.
..Muchos autores han creído que Eleuterio se había dejado arrastrar por los montanistas, que
aparentaban gran piedad; mas de todos modos el Padre Santo halló otras ocu~aciones en ‘el seno
de su Iglesia. Algunos sacerdotes depuestos a consecuencia de sus errores, se sublevaron contra
la doctrina recibida, y propagaron la secta de los Valentinianos, cuyo jefe profesaba la filosofía
platónica.
Este beresiarca y sus sectarios atribuían a las frases dc la Escritura un sentido figurado. Adoraban
treinta dioses, que, segán ellos, habían nacido uno liras de otro. Permitian las más gr~andes,
impurezas y pretendían que nadie podía ll~gar a la perfección sin que antes hubiese dado
su amor a una mujer.
Hacia la misma época, Lucio, que reinaba en una parte
de la Gran B’re~afta, envió una embajada al Papa Eleuterio
para pedirle los medios con los cuales se podía hacer cristiano. Fleury y algunos autores admiten
este cuento y lo consideran como un hecho real, y califican tan sé~lo de fabulosas las
circunstancias que concurrieron a la tonversión de Lucio. Mas, según el testimonio de historiado-
res verídicos, está ya demostrado que Gregorio fué el primer Pontífice que se ocupó en convertir
a los ingleses. Es muy posible que hubiese ya cristianos en la Gran Bretaña; pero es falso que
Eleuterio haya enviado allí misioneros a instancias de uno de sus reyes.
El Padre Santo combatió la opinión de Taciano. Este
pretendía que no se dlebían comer ciertas viandas, y ord’enó a los fieles que comiesen la carne
de todos los am
118 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 119
males. Después se han hecho sobre este punto algunas reformas, como se han reformado también
otras cosas de los primeros cristianos y hasta de los mismos apóstoles.
Eleuterio, después de haber gobernado su Iglesia con gran prudencia y por espacio de quince
años y veintitrés jías, murió en paz en el año 194, y fué enterrado en el Vaticano, si hemos de
creer al Pontifical de Dámaso. El Martirologio y el Breviario Romano, le conceden la cualidad
de mártir. De este Papa se conservan dos cuerpos: uno en el Vaticano, donde se celebran, en
honor suyo, grandes solemnidades; otro en la ciud~d de Troyes, en la Pulla. Exi el día del Juicio
identificar1emo~s a estos sujetos.
En este tiempo Clemente de Alejand~ría escribía los .Stro‘matos o títulos de la filosofía
cristiana. Uno de los pasajes más notables de sus obras, es el que trata del matrimonio. San
Clemente enumera las diversas. opiniones de los filósofos. «Demócrito y Epicuro, dice,
consideran el matrimonio como la principal fuente de nuestros dolores; los estoicos le
consideraban como un act¿o’ indiferente, y los peripatéticos como el menor de todos los males;
pero todos estos filósofos no podían juzgarlo con imparcialidad, toda vez que sc cntnegaron a las
infames prácticas de ta so~ domía.
»En la religión cristiana el matrimonio es una institución moral; la conformación natural de
nuestro concepto nos lo indica y el Criador nos ha dicho: Creced y ‘muUiplieaos. Fuera dc esto,
¿no es para el hombre una gran obra el engendrar seres que le sucederán eternamente en ]a serie
de las edades~ El matrimonio es ‘el germen de la familia, la piedra angular del edificio social; y
los sacerdotes cristianos deben ser los primeros en dar el ejemplo, contrayendo santas y lícitas
uniones.
»Los nicolaitas. los discípulos de Carpócrato y de su hijo Epifano, han predicado la comunidad
de mujeres y se han hecho culpa,bles de un gran crimen ante Dios; y sin embargo son menos
cifipables aún que los marcionístas, que, cayendo en el exceso contrario, han renunciado a las
dulzuras del matrimonio para no aumentar el número de hombres. Yo censuro a Taciano, que
pretende que el come~rcxo con las mujeres distrae de la piegaria; y yo condeno igualmente a
Julio Cassiano, que, ‘en odio a la gene{ración, afirma que Jesucristo no tuvo siquiera las
apariencias de la virilidad en su cuerpo.
»Todos estos hereji~s han condenado igualmente a los
que sostienen con razón que el hombre debe usar, conforme a su libre albedrío, de la libertad que
Dios le ha dado de tomar una mujer; los unos pretenden que todas las voluptuosidades, hasta el
mismo pecado contra natura, son pdrmitidos a los fieles; los otros, muy diferentes de los
primeros, llevan la continencia hasta el punto de que miran como un sacrilegio toda unión de la
carne y condenan hasta su ¿propio origen. Estos insen~atos quieren imitar a Jesucristo, sin
conisiderar que no ‘erá un hombre ordinario; y rehusan obstinadam’enté seguir el ejemplo de los
apóstoles San Pedro y San Felipe, que ‘estaban casados. y tenían gran número de hijos.»
Por este pasaje del príncipe de los filósofos cristianos, podemos veIr ‘el desvío que ha sufrido la
Iglesia en ‘este punto cardinal de la sociedad humana. Para San Clemente, son herejes los Papas
celibal~arios; para ‘el Papa, resulta hereje San Cl’ement~e. Hemos dic>ao ya, y h’emos de
repetirlo, que, en Roma, ‘el hereje ‘es. ‘el vencido, con razón o sin
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 121

SAN VICTOR, 15.~ PAPA

PERTINAX, EMPERADOR — SEVERO, EMPERADOR


Víctor era africano. El apóstata Teodoto, que había vuelt& a entrar en el seno de la Igl.esi~, se
convirt~ió en jefe de una nueva secta que ocasionó gran escándalo a principios de este reinado.
Su doctrina enseñaba que Jesucristo pertenecía a la naturaleza humana, y sus discípulos dijeron
públicamente que el obispo .Víct~tr participaba de iguales ideas.
El Pontífice destruyó muy p:ronto es~ta cailumnia, excomulgando a Teodoro con Artemán, su
discípulo, que formó en seguida una nueva secta. Condenó al mismo tiempo l~s viejos errores de
Albión y de algunos ol4ro~ heresiarcas, que trataban de reanimarse a favor de la paz de que
gozaba la Iglesia.
Pero como la infabilidad no se hallaba aún establecida, Víctor se dejó seducir por los
montanistas; Tertuliano,. que se ‘declaró en favor de estos novadores, dice que el obispo de
Roma aprobaba las profecías de Montano y de las dos mujeres Priscilla y Maximilla, que,
conforme ‘hemos dicho, le seguían.
Poco tiempo después se declaró otra herejía en la Iglesia. Praxeas, que había contribuido a la
proscripción de las profecías de Montano, inventÓ el patripasianismo, que echaba por tierra la
distinción de las personas en Dios. Víctor atacó este nuevo cisma, y celebró en Roma un concilio
donde condenó a Praxeas.
la suficiente autoridad para decir al Sumo Pontífice lo que acerca de sus pretensiones creían,
hubieron de reprenderle con frases duras y enérgicas. San Ireneo le censuró igualmente en una
carta que le escribió en nombre de los cristianos dc las Galias.
San Víctor entonces se vió obligado a someterse a las censuras y advertencias de los obispos de
Occidente. Este Papa vivió aún algunos años: aseguran que concluyó su existencia hacia el año
202; pero el Martirologio, apoyándose en San ‘Jerónimo, no le da más que el título de confesor;
los pontificales, apasionados por ver a los Papas morir de muerte traumática, quieren que hubiese
sido mártir, y le dan por matado. Cómo quie~ra que le matan después de muerto, perdonémosles
el delito.
En esta misma época se promovió la célebre cuestión respecto a la Pascua. Hasta entonces la
diferencia de opinionies y costumbr~s sobre este punto de la disciplina, cii. nada había alterado
la paz de las Iglesias; pero Víctor, atribuyéndose injustamente cierta superioridad sobre sus her-
manos, escribió contra todas las Iglesihs de Asia cartas muy enérgicas y amenazó con
excomulgar a todos los fíeles que no adaptasen sus opiniones.
La conducta del Padre Santo irritó a un gran número de obispos; los mismos que combat~ían la
opinión de los asiáticos rechazaron las opiniones del Papa y como tenían
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO II

117. ADRIANO (P. Aelius Adrianus), nacido ~n Roma el 24 de enero del año 76, adoptado por
Trajano, cuyo pariente era, ‘en los últimos días de su vida, tomó el título de emperador de
Antioquía el 11 de agosto del año 117. Trasladóse el año siguiente a Roma después de abandonar
todo el país conquistado a los persas por Trajano. Una pérdida de san‘gre, a la que esLe príncipe
estaba sujetp, causóle una hidropesía que le condujo al sepulcro en Bayas, el dia 10 de julio del
año 138, siendo de edad de sesenta y dos años, cinco meses y diecisiete dias, y tras un reinado de
veinte años y once meses menos un día. Sus cenizas fueron trasladadas a Roma en una urna de<
pórfido, y colocadas en un soberbio y vasto mausoleo d~ mármol de Paros, que se había hecho
construir ‘en vida; llamáronle la «mole adriana». Cuando la invasión de los bárbaros, este
monumento fué convertido en fortaleza, y en el día es el castillo de San A.ngelo. En cuanto al
reinado de este príncipe, puede decirse que fué un viaje continuo. Trece años empleó en visitar
las provincias. marchando por lo común a pie y con la cabeza descubierta. De regreso a Roma,
dedicóse a todos los géneros de literatura, artes y ciencias, conversando con los sabios y los
artistas, eje<rcitando sus talentos, pero, incitado por celos los más ruines, no consentía que
tuviesen razón cuando él sostenía lo contrario. D’e~terró al arquitecto Apolodoro, y algún tiempo
después le hizo dar muerte bajo un falso pretexto, todo por haberse atrevido a criticarle el diseño
124 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

que había hecho de un templo, y sobre el cual le pidi~ Sil parecer. Fácil es entender que tendría
muy pocos que le ~0~~radijesen «¿Cómo es pos~ble, decía el filósofo Favorino, resistir a un
hombre que posee treinta legiones armadas9» Adriano tenía, además, otro defecto, su
desconfsanZa y recelo de los grandes. Pero constantementie trató al pueblo COII la iiiayor
humanidad. Todas las ciudades por donde pasó durante SUS viajes, experimentaron los efectos
de su mu~ific.enCia. Mandó reedificar a Jerusalén, dándole el nombre

de Aelia. Con este motivo los judíos se sublevaron cl alio 134, bajo la conducta de un falso
Mesías, llamado Barchochebas, atrayendo de nuevo contra ellos las armas de los roma~ 05, que en
una guerra de tres años les mataron quinientF~S ochenta mil personas; despu~s de ‘esto, fuéles
prohibidO penetrar en la ciudad, y ni aun mirarla de lejos. Para quit~arle5 hasta el deseo de
acercarse a ella, eolo-
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 125

cóse un cerdo de mármol sobre la puerta de la ciudad que miraba a Belén. En esta ocasión
confundió Adriano las religiones cristiana y judía haciendo levantar un ídolo de Júpiter e.u el
lugar de la resurrección de Jesucristo, y otro de Venus en el Calvario. No paró aquí; hizo plantar
en Belén un bosque en honor de Adonis. consagrándole la cueva en donde nació el Salvador.
Con todo, este príncipe no persiguió a los cristianos. Eusebio nos ha conservado un rescripto
célebre de Adriano, dirigido el alio 126 a Minucio Fundano, procónsul de Asia, y dado en vista
de las í,rudentes manifestaciones de su. predecesor Serenio Graniano. Este había representado al
emperador en una carta, cuán notoria injusticie se cometía condenando a los cristianos~ por acu-
saciones y delaciones vagas, sin haberles juzgado ca la forma debida, ni convencerles de crimen.
Adriano, en su rescripto, prohibe que se dé muerte a nadie sino Lras una acusación y convicción
jurídicas. Pero no impidió esto que hubiese mártires bajo este reinado, y aun en la misma Roma,
Eomo se ve en las actas de Santa Sinforosa; de tal manera el odio contra los cristianos era más
poderoso que las buenas disposiciones del emperador para con ellos. Si hemos de dar crédito a lo
que dice Lampridio, este príncipe estaba dispuesto a establecer públicamente el culto dc Jesucris-
to. «Coí~ este intento, dice, había hecho construir templos en varios puntos, sin poner en ellos
ningún ídolo». Pero a pesar de tan laudable celo, no eran menos corrompidas sus costumbres.
Conocida e~ su pasión por Antinoo. atestiguada por las medallas, las estatuas, los templos, las
ciudades y la constelación consagradas a este favorito, al que uio se avergonzaba de colocar en el
número de los dioses. En 131 hizo Adriano un gran servicio al Estado publicando el ‘edicto
perpetuo, redactado por Salvio Juliano, para servir de reala ‘a los pretores, y el que no se les
permitió alte~ar en nada. Hasta entonces, cac~a pretor, al entrar en ‘el ejercicio de sus funciones,
daba a conocer por medio de un eciicú las formas y los principios que seguiria en la
administración de justicia. De este modo, la jurisprudencia variaba de un año a otro según las
luces y equidad de los pretores que se sucedían. La última ‘enfermedad de Adriano, que fué muy
larga, ~y resistió a todos los es,fuerzos de la medicina, le desesperó, haciéndole cruel?
Imposibilitado de darse la muerte, falto de instrumentos, que le negaban, ordenó la de varias
personas ilustres, lamentándose de que, siendo árbitro de la vida de los demás, no podía disponer
ADRIANO II
126 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 127

de la suya. Ent.re las víctimas de su desesperación se cuenta a su esposa Julia Sabina, segunda
sobrina de Trajano, y con la cual había casado’ el año 1Ot~, y a la que hizo envenenar pocos días
antes de su muerte.
Aun cuando el reinado de Adriano no haya llegado a ser de veintiún años cumplidos, con todo,
se hace notar en algunas medallas egipcias el año 22 de este príncipe. La, razón es, como ya se
ha djcho, que en Egipto no se contaban los años de los príncipes desde el dia preciso de su
advenimiento al trono, sino desde d mes «thot,h», que había precedido a este mismo suceso.
Adriano fué el primero que introdujo los rescripto.s o cadas d61 príncipe, por las cuáles decidía
los negocios qu1e le consult~aban, o los hacia juzgar por otros. Fue también el prime~ emperador
que empleó caballeros en los cargos de secretarios e intendentes de su casa, pues que sus
predecesores sólo se habían servido de sus libertos para el servicio de su persona y de sus
asuntos ‘domésticoS. Fué, además, el primer emperador que se dejó crecer la barba, costumbre
que no ~mitaron sus sucesores. Bajo su reinado florecieron ‘el historiador Suetonio, el filósofo
Epitecto y Plutarco, que fué ambas cosas a la vez.
138. ANTONINO (Titus Antoninus Pius), llamado anteriormente «Titus Aurelius Ful~us o
Fulvius», originario de Nimes, inacido en Lavínio <el 19 de sept~’embre del año 86, fué adop-
tado por Adriano en 25 de febrero del año 138. Desde entonces tuvo el titulo de césar y fué
proclamado emperador en 10 de julio siguiente. Este príncipe descendía de Marco Antonio por
su bisabuela Antonia, hija de Marco Antonio y de Octavia, hermana de Augusto. Antomo reíno
veíntídos aflos, siete meses y veintiséis días, a contar desde la muerte de Adriano hasta la suya,
acaecida en 7 de marzo de 161. Este príncipe llevó la virtud tan adelante como le permitía la
filosofía estoica que profesaba. Pero no le hizo más equitativo para con los crist~ianos. Antes de
su advenimiento al trono, cuando era simple procónsul de Asia, había condenado a muerte a
muchos de ‘ellos. Colocado en el trono, ~arecíó inclinarse a la blandu~ra para con ellos.
Conocida es la célebre carta en la que ordena se les absuelva cuando sean denunciados, y aun
que se castigne a sus acusadores. Pero, cambiando con el t~.empo est~as disppsíCiOfles, t.rocóse
en. su perseguidor, ‘haciendo at~ormentar a muchos, a fines de su reinado, como lo prueba el P.
Bs~rti1 en contra de lo ~entad<> po~ Dodwill. Tal fu~ el efecto de la superstición ‘en ‘el ánimc
de este príncipe filósofo, por otra parte el más
humano de los hombr~s, ~r que no cesaba de repet~ir esta máxima de Escipión: «Es pi’efe/ribl’e
la conservación de un ciudadanos a la destrucción de mil enemigos». Amaba de tal modo a srl
pueblo, cpe evitó las guerras, prefiriendo el dictado de pacifico’ al de conqi~istador. No por esto
fué menos resp?tado de .las naciones bárbaras, ninguna de las cuales, durante su reinado, se
atrevió a tocar a ‘las fronteras del imperio. Mgunas desearon recibir de sus manos sus monarcas.
Otras mu~chas le nombraron árbitro de las díferencias suscitadas ‘entre ellas. Su muerte,
ocasionada pior una mdigestión, produjo un llanto universal. Había casado con Faustina, de
ilustre cuna, ptero de costumbres desarregladas. Murió ‘esta princesa en 141, dejando de su
matrimonio a Galerio Antonino, que murió antes que su padre, y Faustina, que casó con Marco
Aurelio. Antonino hizo rendir a su mujer, después de su muerte, los honores divinos, como se los
había hecho prestar a su predecesor. Qué idea Lenía de la divinidad, cuando la atribuía a tan
perversos personajes 1 El emperador Juliano, su railmírador, no ha podido menos de criticarle, y
aun ponerle en ridículo en e~Iie punto. También le haíí echado en cara los historiadores ‘el’
vergonzoso servilismo a concubinas, que disponían a su albedrío ‘de los ho~iores y cargos del
Estado en favor de sujetos los más andignos. Bajo su ¶reinado ‘empegó a abolirse ‘enúe los
romanos la costumbre de quemar los cadáveres, volviendo al antiguo uso de e,nterrarlos, como
han hecho siempre los judíos y los cristianos. Macrobio, qu~e Xlorezía a principios del siglo
quinto, asegura (Saturn., 1. VII) que en su tiempo había caído ‘en desuso la costumbre de quemar
los cadáveres.
161. Dos EMPERADORES POR LA PRIMERA VEZ. —1.a MARCO AURELIO (M. Aurelius
Antonius), d’e la antigua casa de los Mijos, nacido en 26 abril del año 121, discípulo del Filósofo
Diognetes, fué adoptado por Antonino, el mismo día en que él lo fué por Adriano, proclamado
césar el a,ño sigui’~nVe; y d’espués ‘emperador en 7 de marzo ‘de 161. Próximo a sentarse en el
trono, se mostraba triste. Su m~adr$e le preguntó la causa, y d le contestó: «No queréis que ‘esté
triste, si voy a reinar». Por medio de su~ generales hizo la guerra a los partos; y marchó en
persona contra los suevos, cua~dos y marcomanos, pue~blos que daban bastante qué hacer a su
valor. Marco Aurelio murió en Sírmich, en 17 de marzo de 180, a los cinci.~nta y ocho aflos,
diez meses y veintidós días d’e edad, y tras un reinado de dieci~nueve años y diez días, contados
desde la muerte de Antonino. Este principie
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 129
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~jnpezó en 163 la cuarta persecución cont,ra los cristianos. Fué larga y cruel. La apología del
cristianismo que el fi¡&sof o At;enágo~ras presentó en 166 a los dos emperadores, ~o logró
qu~e cesase. ~Iuchos más borrones hay en la vida ~J.c Mareo Aurelio, cuya conducta estuvo por
lo común en conUradicción con las bellas máximas de mora.l que sienta eX 1 sus «Reflexiones».
Descuidando el castigo de los crím& ~es, sobre todo en las personas de los senadores, llegó
‘hasta e1 punto de imaginar que ni aun debía informarse de ellos. í~n tanto que se entretenía en
discutir puntos de filosofía,
en dis~rta.r sobre el modo de gobernar, a los hombres, dejaba a los gobe~nado~res saqujea.r
impunemente las p~rovincias, temeroso de pasar por severo si castigaba sus rapiñas. Canonizó el
crimen, haciendo elevar a su infame colega y ~ su esposa, que no valía mucho más, al rango de
diviní’dades. Hase de obseirvar qu¡e este príncipe ostent~ó brillantes cualidades, t.anto de
corazón como de inteligencia, y que en ~iuchos puntos fué veirdáderaniente digno de
admiración. ‘Vrataba de tal modo a sus pueblos, que ‘en una necesidad ~p~r’emiante prefirió
vender los mu<ebles del palacio imperial, ~. sobrecargar a sus súbditos con nuevos impuestos
(Aurel. Víctor). Había casado por los años de 140 con Ania Faustina, hija de Antonino, mujer de
desordenadas costumbres, qute murió ‘en 175, dejando de su matlrimonio a Cómodo, que
sucedió a su padre, y tres hijas, Lucila, ‘esposa del emperador Lucio Vero, Fadila y Vibia
Aurelia.
161. 2.~ Lucío VERO (Lucius Gei’onius Commodus Verus), ~‘~acido er 15 de diciembre de
130, de Elio y de Domicia Lucila, adoptado por Antonino en 25 de febrero del año 138, asociado
al impd4o, y nombrado augusto por su primo Marco Aurelio, en marzo de 161, sin haber pasado,
como era costwnbre, por la dignidad de césar. Es de admirar que M. Au~elio pusiese a su lado un
colega, cuyas costumbres con‘t~rastaban singularmente con las suyas. Para apartarle de la
molicie en que vivía, le envió a hacer la guerra a los par-‘tos; pero Vero dejó el cuidado de esta
guerra a sus gene~,a,les Avidio Casio y Marco Vero, y se ‘entregó al libertinaje en Antioquía,
todo el ti’empo que emplearon en vencer a los e~nemigos. Volvió a Homa despu<és de u.na.
ausencia de cinco años, conduciendo a un ‘ejército que fué esparciendo a su tránsito la peste de
que estaba infectado. Este azote afligió
~ Roma y toda Italia por espacio de tres ~Aos, lo que no impidió a V’dr.o continuar el
mismo género de vida. Sólo mantuvo d’e su autoridad soberana, la que le era indispen
sable para satisfacer su inclinación a la voluptuosidad. Apreciaba, sin ‘embargo, las letras, y
tenía siempre algunos sabios junto a sí. P’ero se dejaba gobernar por los libertos, gente ‘en su
mayor parte viciosa, y que se dedicaba únicamente a lisonjear las pasiones de su señor. Una
apoplejía ~terminó sus días en Altino a fines de 169, a los treinta y nueve afios de ‘edad y nueve
dc reinado. Había casado en 163 con Lucila, hija de Marco Aurelio, a quien hizo dar muerte ‘el
emperador Cómodo por los años de 183. Era este príncipe muy rubio, y, según Julio Capitolino,
cuidaba tanto de su cabello, que para hacer resaltar su color, vertía sobre él polvo de oro.
180. CÓMODO (L. Aclius Aurel. Commodus), nacido en 31 de agosto del año 161, creado
augusto, cont,ra la costumbre, por Nl. Aurelio su padre, ‘en 27 de noviembre de 177, le sucedió
en 17 de marzo de 180. Su reinado fué de doce años. miueve meses y catorce días. A pesar del
‘esmero que puso su padre en educarle llevó al trono una gran. aversión a) trabajo, y una ardiente
inclinación a la voluptuosidad. Pero por otra parte, ~parecía humano, y los tres primeros años dc
su reinado se pasaron sin que sus manos se tiñesen de sangre. Cierto acontecimiento cambió su
carácter volviéndole cruel. El año 183, al pasar por d’ebajo de un pórtico obscuro que conducía
al anfiteatro, se abalanzó contra él ‘espada en mano, un asesino, ‘exclamando: «He aquí lo que el
senado le envía>~. La amenaza hizo crrar el golpe. Preso el asesino, descubí’ió a su,s
cómplices, a cuyo frente se hallaba Lucila, ~erniana di Cómodo, viuda de Lucio Vero, casada en
segundas nupcias con Claudio Pompeyano, senador ilustre, que ignoraba la existencia de la
conjuración. Desde aquel instante juró Cómodo un odio implacable al senado, buscando crí-
menes qu atribuir a sus más ilustres miembros, con intento de hacerles perecer. El resto de su
reihado dejó muy atrás los horrores de los gobiernos de Calígula, Nerón y Domíciano. Roma.
convertida en espantosa carnicería, ofreció cl espectáculo de todas las abominaciones. Cómodo
añadió la locura a la crueldad. Dejó el nombre de su familia para ¶omar el (le Hércules,
titulándose como él, hijo de iúpiter. Viñsele. a su imitación, por la calle, vistiendo una piel de
león, y empufiando una clava, dando muerte con ella a los cojos y a los enfermos que encontraba
al paso. Como blasonaba (le destreza en el manejo de las armas, tenía una (lecidida afición a los
juegos del circo. No se avergonzaba
Historia de los Papas.—Tomo 1.—9
128
130 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 131

de bajar ~ la arena y combatir desnudo con los gladiadores y los animales monteses, que con
grandes gastos hacía traer dc los paises más remotos. Los historiadores hacen subir a setecientas
treinta y cinco el número de veces que se dió en espectáculo en unos ejercicios tan vergonzosos
‘como llenos de peligros; pero bien sabía ponerse a cubierto dc toda desgracia. Feroz hasta en
sus amores, sacrificó su barbarie no sólo a los ministros, sino también a los objetos mismos de
sus lascivos placeres. Su concubina Marcia, Leto, prefecto del pretorio, y Electo, su chambelán,
ha.biendo descubierto sus funestos intentos contra ellos, se previnieron, haciéndole estrangular
por un gladiador en la última noche del año 192, a la edad de treinta y un años y cuatro meses.
Cómodo había casado con Brutia Crispina, nueva Mesalina, a quien hizo (lar muerte hacia el año
184.
Existen medallas de Cómodo acuñadas en Egipto, que llevan inscritos los años 20, 30, 31 y 32
Para comprobar estas fechas~ es preciso remontarse al año 161, que es la época en que entró el
imperio en la familia Aurelia, y la del nacimiento de Cómodo. De este modo se ve que el año 20
de la primera medalla se refiere al primero del reinado de Cómodo. el 30 al décimo, y así los
restantes. Acaso tendría la misma apariencia de verdad el suponer que estas medallas expresaban
la edad de Cómodo, porque siendo porfirogénito (esto es, nacido después del advenimiento dd su
padre al trono), era considerado emperador desde su nacimiento.
193. PERTINAZ ~P. Helvius Pertinax), hijo de un carbonero o carpintero, nacido el l.~ de
agosto del año 126 en el Lerrítono de Alba Pompeya, ciudad c¡ue en el día pertenece al
Monlerrato, pretor, dos veces cónsul, y luego prefecto (le fionia, proclamado emperador por los
pretorianos la noche misma en que fué asesinado Cómodo, reconocido el l.~ de enero (ie 193 por
el ejército y el senado, fimé asesinado Él 28 de marzo siguiente, habiendo tan sólo reinado
ochenLa y siete días. Era un anciano venerable que había tomado por modelo a M. Aurelio y
Antonino, a los que acaso hubiera~ sobrepujado si hubiese reinado más tiempo. Fué víctima de
sus esfuerzos para reformar los abusos introducidos en los reinados precedentes. Los mismos
pretorianos, que le habían ensalzado, levantaron el estandarte de la rebelión, y uno de ellos,
natural del país de Tongres, al herirle ínortalmente con la lanza, ‘exclamó: «He aquí lo que te
envían mis camaradas». Sin emfrrgo, las tropas le querían, y lío-
raron su muerte: «Admirantibus e.am virtutem cuí irascebantur». (Hist. Aug. pág. 54). De Flavia
Ticiana, su esposa, dejó un hijo dc su mismo nombre, que fué muerto el año 215. Por medio de
una sabia economía, dejó Pertinaz a sus sucesores un tesoro de «vicies septies milles» H. 5.,
cerca de dos millones. (Dión, L. 73).
193. CUATRO CONTENDIENTES DISPUTÁNDOSE EL IMPERIO.— Después dc la muerte
de Pertinaz, pusieron los pretorianos el inípenio a pública subasta. Juliano y Sulpiciano’, suegro
d.c Pertinaz, pujaron muchas veces, hasta que habiendo el primero pasado de una vez, de cinco
mil dracmas por soldado a seis mil doscientas cincuenta, logró que se le adjudicase el solio,
siendo recibido en el campo, y proclamado augusto. Pero iLuegc qu’e llegó a las provincias la
noticia de la muerte de Pertinaz, los ejércitos eligieron otros tres emperadores, que se darán a
conocer sucesivamente.
193. 1.Q JULIANO (M. Didius Severus Julianus), nacido en Milán en 29 de enero de 133, de
una muy notable familia’, proclamado ‘emperador por. los pretorianos, del modo que queda
dicho, el mismo día de ‘la muerte de Pertinaz, 28 de marzo de 193, fué reconocido a la fuerza
por~ el senado. Pero ‘en cuanto se supo en Roma la ‘elección de Severo, este mismo senado hizo
cortar la cabeza a Juliano, el día 2 de junio del mismo año. Había casado con Manía E’scan~tila,
de la que tuvo una hija llamada Didia Clara. Aurelio Víctor le llama «hominem omnium
turpitudi.num».
Di dio Juliano, según observa M. de la Bastie, fué el primero que adulteró la calidad d’e las
inedaillas de plata. Hízolo, según pretenden algunos, para llenar con más facilidad sus arcas,
exhaustas por sus liberalidades al comprar el imperio a los soldados pr’etorianos. Después de él
fué siempre disminuyendo.
193. 2.Q NíGER (C. Prescennius Niger Justus), nacido cn la medianía, pero de indisputable
mérito, gobernador de la Siria, fué proclamado emperador en Antioquía, a fines de abril de 193.
sabida va la noticia dé la mmíerte de Pertinaz. En lugar de partir inmediatamente a Roma~ en
donde era deseado con ardor, perdió entre placeres en Antioquía un tiempo precioso, de que
Severo se aprovechó hábilmente y d’e un modo decisivo. Níger perdió luego tres batallas contra
este rival, y finalmente el imperio y la vida en la última, dada a principios del año 195 (Muratoní.
Annali d’It.> Algunos jinetes enemigos le alcanzaron cuando huía hacia ‘Él Eufrates, y le
cortaron la cabeza, que presentaron a Severo,
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 133
132 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

quien le hizo llevar primero a su campo, delante de Bizancio, para que la viesen los sitiados; y
luego a Roma, en donde la expusieron públicamente. Bizancio fué una de las ciudades que se
declararon por Níger, y la sola que le permaneció fiel después de su muerte. Hasta principios del
año 196 no abrió sus puertas a Severo, habiendo sostenido un sitio de tres años. Considerábasela
entonces por una d~e las mayores y más florecientes ciudades de Oriente. Sus murallas cu‘yas
piedras estaban unidas por medio de abrazaderas de bronce, y labradas tan bien, que parecían de
una sola pieza, las defendian un gran número de torres, teniendo la propiedad las siete
principales de comunicarse distintamente cualquier ruido que se hiciese en la primera. Para
vengarse de su prolongada resistencia, Severo la arruinó casi enteramente, haciendo pasar a
degúcilo la guarnición y los magistrados. Pero hizo gracia de la vida al ingeniero Prisco, que tan
bien Ila había defendido. Niger había casado con Pescenia Plautiana, (le la cual tuvo muchos
hijos.
193. 3c~ SEVERO (L. Septimius Severus), hijo del senador Scptimio Geta, nacido en Lepte de
Africa, en it de abril de 143. fué nombrado emperador por el ejército que mandaba en Iliria, no el
13 ‘de agosto, como dice Esparciano, sino en abril o mayo del ‘año 193. El 2 de junio siguicnte,
después de la muerte de Juliano, se dirige a Roma, lícencia a los pretorianos, que se le habían
presentado sin armas, y bace su entrada en la ciudad, en donde es reconocido por cl sena(lo. Hizo
en seguida la apoteosis de Pertincz, dió orden de que se persiguiesen sus asesinos, y formó un
nuevo CUCFl)O de pretorianos. Vencedor de Niger en 193, y de Albino en 19 de febrero de 197,
ocupó desde esta época el trono sii~ rivales. Fué Severo el mcjor de su tiempo; pero inanchó sus
laureles con su excesiva crueldad. Después de la muerte dc Albino, hizo arrojar al Ródano a. su
esposa e hijos, y exterminó sin pie(lad a su familia y amigos. No exccl)tuó tampoco de esta
medida a los principales señores de la¿ Galias y de la Gran Bretaña, y de este modo adquirió sus
bienes; lo que le puso ‘en estado de enriquecer a su~ soldados, aumentando de este modo su
adhesión a su persona. Ya sc ha visto al hablar de Níger, el modo cómo trató a Bizancio. Al
mismo tiempo meditaba la más terrible venganza contra Roma en donde sabía que Albino había
tenido gran número de partidarios. Llegado a esta ciudad, llenó de invectivas en pleno senado la
memoria de Albino, condeiio a muerte a muchas personas ilustres con objeto
de adquiríí’ sus bienes, y luego asoció al imperio a sus hijos. El año 198 marchó contra los
partos. Después. de vencerlos, regresó en 203 a Roma, en cuya ciudad celebró el año siguiente
los juegos seculares. Este príncipe no sufría que nadie le burlase impunemente. En 22 de enero
del año 204 ó 205, hizo ejecutar públicamente a Plaut,iano, su cuñado, y ministro favorito, que
había abusado de su confianza del mismo modo que S’eyano de la de Tiberio. Le edad y las
enfermedades no lograron debilitar el ánimo. de Severo, ni su deseo de distinguirse en
‘expediciones militares. El ~ño 208, aunque molestado por la gota, llevó la. guerra a la Gran
Bretaña, en donde hizo construir en 210 una gran’ muralla, para separar sus conquistas del resto
de la isla. Algunos pretenden, sin embargo, que lo que hizo fué sólo reparar la muralla de. tierra
levantada por Adriano, que ‘abrazaba desde Newcastle a Carlislie. Murió en York el 4 d’e
febrero ‘del año 211, de la pena qu¡e le’ causó la p.er~ vers~idad de. su hijo mayor, que atentó
contra su vida, y que le seguía al frente del ‘ejército. La edad de Severo era entonces de sesenta y
cinco años, nueve meses y veinticinco días, habiendo reinado diecisiete años, ocho meses y tres
días. Sus cenizas fueron llevadas a Roma en una urna de plata (Esparciano). Había casado
primero con Marcia, cuya ~sc.ende~ncia se ignora; segundo, con Julia Domna, hija de Julio
Basiano, sacerdote del ‘Sol en Em’esa de Fenicia, de la quie tuvo los dos ~mperadores que
siguen después de Albino. Julia, princesa igualmente bella, espiritual y voluptuosa, cautivó con
sus gracias a su esposo, y l.~ sirvió con sus consejos, al mismo tie~mpo qu,e le deshonró con sus
desórdenes. Habiéndose retirado a Antioquía, en tanto que su hijo mayor hacia la guerra en
Oriente, se dejó morir de hamhre el año 217, después de la muerte d’e este princípe, a causa de
una orden del emperador Macrino, que le mandaba salir de la ciudad. Por un edicto de Severo
empezó en 202 la quinta persecución d’e los cristianos; duró todo el resto de su reinado, y no dos
años sólo, como pretende D’odwell. D’e ésta se encuentran en la sola ciudad de Lyon diecinueve
mil mártires. Era Severo una mezcla de buenas y malas cualidades. ‘Activo, vigilant~, laboirioso,
falso, cruel, avaro, sin fe, sin probidad, atrevido, rápido y confiado en sus empre~as, todo lo
sacrificó a sus intereses, y no conoció límites a sus odios ni a sus venganzas.
193. 4.Q ALBINO (D’ec. Claudius Septim. Albinus), natural de Adrumeto, Africa, de familia
ilustre, gobernador da
134 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

la Gran Bretaña, fué reconocido césar por Severo, en tanto que éste tuvo’ que luchar con Juliano
y con Niger; pero después de la muerte de estos dos rivales, Severo le declaró enemigo de la
patria. Albino tomó entonces el título de emperador, pasó a las Galias, y presentó una gran
batalla a Severo en las llanuras de Trevoux, día 19 de febrero del año 197. Vencido, puesto en
fuga y perseguido hasta Lyon. Mbino sc dió muerte el mismo día (Muratori). Su cabeza fué
llevada a Roma en la punta de una pica.

HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO III

CEFERINO, 16.u PAPA

SÉPTIMO SEVERO, CARACALLA, EMPERADORES — MACRINO, HE


LIOGÁBALO, EMPERADORES
Es una verdad generalmente admitida, que las más santas y mejores leyes concluyen por
corrompers>e cuando ~zoncede~n demasiado poder ~ un hombre solo. La institución del
episcopado nos ofrece de ello un ejemplo. La alta dignidad del Pontífice modificaba el carácter
de los que ocupaban la santa silla; les convertía en orgullosos~ y LiEonjeaba dc tal ~nodo su
ambición, que se consideraban como superiores a los demás sacerdotes. Esto se obeervó princi-
palmente en Roma, bien como si esta querida del mundo no pudiese sufrir en sus entrañas más
que príncipes y reyes.
Los obispos de la ciudad santa comenzaron hacia fines del s’egundo siglo a usurpar sobre las
demás Iglesias una jurisdicción que no hablan recibido de los apóstoles, y en el tercero habían ya
abandonado los preceptos de la humamdad que habla dado Jesucristo. El primer siglo de la Igle-
sia, si,gniendo la expresión del cardenal de Lorena, era el siglo de oro; pero a medida que se
alejó el tiempo de los ap5stoles, la corrupción fué e 4n aumento y el despotismo del clero cayó
sobre los pueblos. Víctor habla preparado la
136 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 137

dominacióii de los pontífices, y sus sucesores no olvidaron nada para extender su influencia.
Ceferino, que gobernó la Iglesia de Roma después de San Víctor, era romano e, hijo de Abundio.
Se atribuye su elección a la aparición milagrosa del Espíritu Santo bajo la forma de una paloma.
Ciertos historiadores afirman que el Papa profesó las ideas montanistas, y que Praxeas le detuvo
antes de caer en sus errores.
En su tiempo, la persecución hubo de aumentarse con un edicto del emperador Severo, y el
obispo de Rom» ¡abandonó su rebaño para evitar el martirio. Cuando 1~ calma hubc sucedido a
la tormenta, el Pontífice reapareció, y al objeto ‘de que su cobardía se olvidase, persiguió a los
herejes; excomulgó a los montanistas, y con ellos a Tertuliano, que había abrazado el partido de
estos novadores.
La pérdida de este gran hombre afligió extraordinariamente a los fieles, que atribuyeron la causa
de su alejamiento a los terribles tratam$entos que sufrió y a la envidia de lo~ clérigos. La
excomunión del Papa había sublevado la general indignación, y la mala reputación que había ad-
quirido el clero hizo subir hasta él la universal censura, en la misma ‘ép~oca e,n que Orígenes,
desterrado por 1 a~ religión cristiana, llegó a la capital del imperio con objeto de ver a Ceferino,
del cual fué favorablem’ente recibido. Los autores guardan el más profundo silencio respecto a
las acciones de este obispo: dicen, sin embargo, que perdonaba a los adúlteros que se arrepentían,
y le acusaban de ne~gligencia y relajamiento en la &sciplina, por haber tratado con dulzura a las
mujeres culpables mientras que cerraba las pue1rtas de la Iglesia a los idólatras.
Las leyendas cuentan a~simísmo una conversión milagrosa que ocurrió al termifnar el
pontificado de Ceferino. Natalio, llevado por un sentimiento de avaricia, abrazó el partido d.c los
tepdócianos; pero fué rudament~e azotado por espacio de una ‘noche por unos ángeles; en
seguida le metieron en un saco, llenaron de ceniza su cabeza, le condujeron a los pies del obispo
y le hizo enfrar en la comunión de los fieles.
La Iglesia le adjudica los honores del martirio.
Según los Pontificales, su muerte ocurrió en 221 y fué enterrado en el cem0nterio de Calixt~o, en
la vía Appia.
Comc> ya hemos hablado de Orígenes, seria útil el dar a conocer este escritor, cuya secta tomó
un gran desenvol—
viíniento a fines de aquel siglo. Origenes había sido educado por una dama cristiana muy rica, a
la cual abandonó para vivir en el aislamiento más absoluto y el más riguroso ayuno, sin que
bebiese más agua que la de lluvia ni comiese más que algunas hierbas cocidas. Este hombre llevó
su fanatismo hasta el punto de ejercer sobre sí mismo la~ mutilación de los eunucos, propia del
sacerdocio de Cibeles, lo cual se halla prohibido por las leyes de la Iglesia. «No obstante esta
gran falta, añade en la leyenda, fué ordenado obispo por Alejandro, primado de Jerusalén, a cau-
sa de su elocuencia y saber, que hacían de él una lumbrera de la Iglesia».
Las doctrinas de Orígenes eran bastante extrañas: decía que en el principio del mundo, Dios
había creado un gran número de espíritus iguales en poder, diferentes en ciencia, y que la mayor
parte de elFos habían perecidb; que entonces, para castigar su caída, Dios les había encerrado e,n
formas varias, y qu:e en seguida estos espíritus se habían convertido en álmas, en ángeles, en
astros, en animales o en hombres. Como consecu~encia de esta primera idea, afirmaba que las
almas eran materiales y que Jos ángeles se hallaban sujetos ál bien o al mal; que los
bienaventurados aun podían pecar en el cielo, y que los demonios no debían ser enemigos de
Dios eternamente. «Pero e~sta conversión del espíritu del mala ~adía Orígenes, no ocurrirá sino
después de un gran número de siglos y cuando un número considerable de mundos hayan
sucedido al nuestro; el tiempo nunca ha estado ni estará sin mundo, porque Dios no sabe
permanecer ocioso».
La Iglesia sc aprovechó grandemente de los estudios filosóficos de Tertuliano y de Origenes.
Este puso en relieve la cuestión del ennuquismo, que veremos ser la más batallona de la Historia.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 139

CALIXTO 1, 17.~ PAPA

JIELIOGABALO EMPERADOR — ALEJANDRO SEVERO, EMPERXDOR

Calixto era romano. Fué elcvado a la Sede romana, y se aprovechó de la tranquilidad quc gozaba
el clero bajo el reinado de Heliogábalo, príncipe entregado por completo a sus orgías religiosas,
en cuyos secretos y sacerdocios se hizo iniciar aun a costa de la virilidad. Fué realmente el tipo
del rey-sacerdote. La muerte de este emperador aumentó aún la tranquilidad de la Iglesia, y los
fieles comenzaron a gozar del ejercicio público de su religión bajo Alejandro Severo. Este
príncipe favorecía abiertamente a los cristianos, era amante de su disciplina y se alababa de
seguir la may.ol’ parte de sus .máximas. Un autor pagano da cuenta de una cuestión suscitada
entre los sacerdotes y los taberneros de Roma, a propósito de un lugar que éstos querían conver-
tir en un centro de prostitución y de escándalo, y que los cristianos habían elegido para celebrar
sus asambleas. E] emperador lo abjudicó a los clérigos y permitió a Calixto que levantase un
templo en aquel punto. La tradición aftade que lo dedicó a la Santa Virgen, hecho muy notable,
por tratarse de Alejandro, consagrado a Cibeles, «Madre de Dios», corno su primo Heliogábalo,
y que podría indicaí’ la penetración de la mística cibelina en el cristianismo con el culto de
María.
La nota más notable que se atribuye al Papa, es el famoso cementerio que lleva su nombre (1).
Este Papa introdujo la enorme y cómoda doctrina de considerar como herejes a los fieles que
pretendian que los sacerdotes no pueden ejercer sus funciones si cometen algún crimen, y aunque
éste fuese redimid’o con la penitencía. Estos rígidos principios fueron rechazados por Calixto.
Gracias a tal enseifanza, el mayor canalla puede ser clerígo,
(i) Es, a no dudarlo, e~ mayor en exten,ión y el más famoso de todos los cementerios que se
encuentran en los alrededores de Roma; los sacerdotes afirman que en él se hallan enterrados
seiscientos catorce mil mártires y cus-renta y seis Papas. Este cementerio existía ya anes que
reinara este Papa; toas se le dió el nombre de Calixto, porque lo ensanchó y porque fué enterra~
do en el mismo Otras tradiciones afirman, por el contrario, que hizo mezclar los cuerpos de los
cristianos con los de los pagamss, y añaden que la Iglesia sio tuvo cementerios particulares sino
hasta el quinto siglo.
obispo y Papa, y cobrar sus rentas del culto para disiparías en los vicios.
Las Actas de los mártires dicen que luego de haber permanecido por mucho tiempo en la cárcel,
Calixto fué lanzado desde una ventana a un poz~o muy prolfundo, y qu~ los fieles alcanzaron
licencia para recoger su~cuerpo, que fué enterrado en el cementerio de’ Calúpodo en la vía
AureIi~.
Se supone que murió en 226.
Alejandro era sirio de nacimiento, y el sobrenombre de Archisinágogo que le daban los
romanos,. atestigna que protegía a los judíos, y principalmente a los nazarenos. Orígenes afirma
que hasta la mIsma Mammea, madre del emperador, era cristiana, y que pasaba el día
ínstruyéndose en las verdades anunciadas por los apóstoles. Con Mamm’ea
empícza la intriga cortesana de las mujeres en la odisea evangélica.
Así, no pudiendo establecer de un modo incontestable el martirio de Calixto, dicen que el
prefecto de Roma le persiguió sin que el emperador lo supiese. Mas para demostrar lo falsedad
de esté hecho, basta recordar que este . magistrado, llamado Ulpiano, era un modelo de justicia y
que una acción cual -ésta no podía ocultarse a Alejandro, puesto que en un edicto prohibía a los
gobernadores de provincia el ejecutar ninguna violencia contra sus súbditos por causas de
religión, cualquiera que fuese el rango o fortuna de los acusados. Así es probado que no hubo
ningún mártir durante su reinado, y que, por el contrario, los sectarios, de la religión nueva
fueron muy protegidos.
Entre tanto las ideas cristianas hablan filtrado en la sociedad pagana; muchos de los ciudadanos
más ricos admitían algunos de los nuevos dogmas, y profesaban gran veneración a los
sacerdotes. Citase particularmente a un tal Ambrosio, de familia consular, que en Alejandría
protegía la literatura cristiana y que mantenía a su costa un considerable número de copistas, los
cuales transcribían las obras eclcsiásticas. Siete de ellos transcribían las solas obras de Origenes;
veinte libreros ponían en limpio sus obras, y jóvenes calígrafos hacían copias para las demás
Iglesias (1).

(s) Llamábanse notarios a los que poselan el arte de escribir en notas abreviadas, con las
cuales se podía transcribir un discurso oral; redactaban la.s declaraciones de los testigos, los
procedimientos judiciales, las deliberaciones del Senado, bien como hoy día los taquígrafos nos
trasladan los discurso~. Llamábunso lilsreros o anticuArios los que transcribían en caracteres
elegantes y al alcance del vulgo, las notas y discursos conservados por los notartos.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 141

Rentas del clero


URBANO 1, 18.~ PAPA

ALEJANDRO SEVERO, EMPERADOR — ALEJANDRO SEVERO,


EMPERADOR

Urbano nació en liorna, y era hijo de uho cte los sellores de la ciudad, llamado Pontiano.
Mientras él gobernó la Iglesia de Roma, Alejandro Severo, que reinaba entonces, lejos de hacer
la guerra a los fieles, era guiado por consejos de su madre Mammea, que era cristiana. Situó la
imagen de Cristo en su gabinete entre los grandes hombres por los cuales tenía singular
veneración, y hasta se le ocurrió la idea de hacerle recibir entre el número de los dioses. Urbano,
aprovechando las buenas disposiciones de este príncipe, hizo un gran número de conversiones y
extendió el cristianismo hasta la casa del emperador.
Esto no obstante, otro Urbano, que era entonces prefecto de Roma y celoso pagano, mandó
comparecer al Padre Santo ante su tribunal y le ordenó que ofreciese incie~nso al dios Marte. El
obispo rompio cl incensario en señal dc desprecio y lo estrelló contra el dios; el prefecto condenó
por sacrílego al obispo a morir en el tormento. Urbano fué arri~strado a la cárcel con muchos
fieles, los cuales sufrieron todos el martirio. Se cuenta que su muerte ocurrió ~n cl añc 233 dc
Jesucristo, segundo en que reinaba Alejandro Severo. Fué enterrado en el cementerio de Pretés-
tat, sobre el cami,no de Appio.
Se hace remontar a este Pontífice el origen del tempo¡al de las iglesias; añádese que afectó a las
necesidades de] ~lero los fondos y recursos que los cristianos acababan de ofrecerle, y que
organizó las rentas dic forma que estuviesen proporcionadas con los trabajos. de los sacerdotes.
Es este el primer acto pontificio del obispo dc Roma, tomado del derecho del sacerdocio romano,
bajo la administración del Gran Flamen de Vesta.
Cálices de oro

Los autores dicen que este obispo introdujo en la Iglesia el uso de los vasos preciosos; si este
he~cho es cierto su conducta se halla en gran oposición con la del emperador Alejandro Severo,
que no quería ni oro ni plata en los templos de los ídolos, y pretendía, con. justicia, que el oro no
podía ser a la religión de utilidad alguna.
ANTERO, 20.0 PAPA PONCIANO, 19.Q PAPA

ALEJANDRO SEVERO, EMPERADOR — MAXIMINO, EMPERADOR.

Ponciano era i’omano e hijo de Calpurnio. Gobernó con tranquilidad la Iglesia dixrante los
primeros meses; pero en seguida fué turbado en las funciones de su ministerio por los enemigos
del cristianismo, que le hici’eron desterrar a Cerdefla. Esta pésima comarca, cubierta de lagu.nas,
había sido elegida como lugar ‘de destierro donde se mandaba aquel cuya muerte era deseada.
Antes de su partida, el Papa no quiso dejar la Iglesia sin jefe; y al objeto de que los fieles.
pudiesen ejercitar el derecho de elegir otro obispo, declaró ~ol’emnemente que abdicaba el
cargo. El emperador Alejandro Severo había condenado a Ponciano al destierro, no-por causa de
religión, pues este príncipe no era amigo de persecuciones, sino porque se dejó sorprender por
los artificios y las calumnias de los enemigos de Ponciano, cine le acusaban de haber turbado el
imperio. Este obispo gob.ernó la Iglesia de Roma durante algunos meses, y cuando Maximino
suscitó una nuera persecución contra los cristianos, Ponciano volvió a ser desterrado a la
Cerdeña, donde murió apaleado en el año 237.
En esta época murió el célebre Tertuliano, sacerdote de Cartago y digno émulo de Orígenes; fué
hereje como su contemporáneo y se convirtió ‘en uno de los propagadores más ardientes de las
doctrinas de Montano; sus numerosos ‘escritos atestiguan su ilustración y sus conocimientos
profundos.
Los padres de la Iglesia casi todos fueron herejes para sus hijos. Los Papas les despojan de sus
escritos, lo exprimen en su provecho y después condenan sus nombrcs..
MAXIMINO, EMPERADOR — MAXIMINO, EMPERADOR

Cuando Ponciano abdicó el episcopado, los fieles de Roma le profesaban tal respeto y cariño,
que no~ quisieron elegirotro obispo en tanto que viviese. Mas luego de su muerte prooedieron a
su elección y nombraron a Antero, griego, e hijo de Rómulo.
Mientras que se ocupaba en guiar su rebaño, fué víctima de las persecuciones y sufrió ‘el
martirio en el año 238, después de haber gobernado por un mes la Santa Sede.
Los historiadores pretenden que permi.tió a los obispos que dejaran sus Iglesias para ocupar otras
sillas, no por ventajas pal-ticulares, sino por necesidad o por bien del cristianismo. Si no fué
Antero el inventor, fué otro; esta2. industria romana ha llevado muchos millones a su corte.
Julio ‘el Africano publicó entonces su Historia Universal, que empezaba ~en el origen del
mundo y terminaba ~i el cuarto año de IFleliogábalo. Este historiador, ‘el más sabio genealogista
d’e su tiempo, nos dice que había procurado conciliar las dos genealogías d~ Jesucristo dadas por
los -evangelistas San Lucas y San Mateo, y que hasta había emprendido un viaje a Palestina con
objeto de consultar a los judíos, que pretendían Tormar párte de la familia de Cristo y que por
esta razón se llamaban Despognas en lengua griega, pero quie no lograron convencerle de nada
que probase ‘el origen de Jesucristo. Este mismo Padre, cuya ortodoxia ha sido reconocida por la
Iglesia, afirma que la mayor parte de lo que trae la Biblia es apócrifo, y cita entre otras cosas la
historia de Susana y la de Bel y la del Dragón, la cual, según él, no se encuentra en los
ejemplares judíos anteriores a la destrucción de .Jerusaién y a la ruina de Judea.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 145

FABIANO, 21.o PAPA

MAXIMINO, GORDIANO, EMPERADORES — FELIPE, DELio,

EMPERADORES

Algunos días después de la muerte de Antero, Fabiano, que era romano o italiano, fué hijo de
Fabio y fué elegido Papa dc un modo milagroso, si debemos creer a Eusebio y a lo3 autores que
le siguen. Cuéntase que Fabiano dejó el campo y se dirigió a Roma para asistir a la elección de
un obispo; los fieles, que se habían reunido en la iglesia, proponían a muchas personas muy
notables, sin pensar en Fabiano, aunque se hallaba presente. De pronto una pato-ma blanca,
volando desde lo alto, vino a posarse en su cabeza; ‘entonces los- fieles, recordando que ‘el
Espíritu Santo se babia manifestado en una forma parecida en el bautismo dc Jesucristo, gritaron
que Dios les indicaba su voluntad. Así es que Fabiano fué proclamado y conducido a Ja silla.
episcopal, sin otra formalidad que la imposición de manos.
En esta época no se había aún adoptado la costumbre de arrodillarse ante el Pontífice de Roma
inmediatamente después de su elección, ni de besarle los pies, de cuyo do~ioso orgien
hablaremos más adelante.
Según la tradición, el Padre Santo introdujo la costumbre de renovar el óieo del Santo Crisma ‘el
Jueves Santo de todos los años, y de quemar en la iglesia el del año antenor; pero la antigúedad
no nos ha conservado íiada imjportant’e ni sobre sus actos o sobre los reglamentos que hizo
durante el deseínpeño de su carao Excomulgó a l~íivato, hombre de una conducta ‘escandalosa y
de una doct.rina perniciosa, que había sido ya cóndenado en Africa en un ~onci1io d ochenta y
dos obispos. Ignoramos qué dogmas enseñaba la herejía de Privato, que se extinguió a su muerte.
S.gukíídc la historia de Eusebio, el emperador Felipe y su hijo cran cristianos. Las actas del
martirio de San Ponciano afirman que el obispo Fabiano bautizó estos dos príncipes. El Senado
colocó al emperador entre el número de los dioses, y por tanto, éste fué el primer santo cristiano
llevado a los altares por los gentiles.
Después de la muerte de estos dos príncipes, Decio,
que le sucedió, vino a turbar la Iglesi.a con una persecución furiosa qu’e se considera como la
séptima; muchos fieles, y el Pontifice a su cabeza, recibieron la corona ded martirio, y otros, en
gran número, apostataron. Los autores señalan la muerte de Fabiano en el año 253 o 250.

Vacante de la Santa Sede

Antes dc elegir otro Portifice, se aguardó que el rigor de la persecución fuese calmado, por
cuanto una parte de los eclesiásticos y de los obispos vecinos se hallaban prisioneros, dispersos u
ocultos; así, pues, la Santa Sede no fué ocupada durante muchos años, y ‘el clero, entonces,
gobernó por sI mismo la Iglesia y sin el Espíritu Santo.
Como la persecución ‘continuara haciendo sus estragos en la Iglesia d’e Oriente y en la d’e
Occidente, el gran Cir ¡priano, obispo de Cartago, se vió obligado, por orden de Dios, a
abandonar su diócesis, conforme lo atestigna en sus epístolas; fué también proscrito y se
confiscaron sus bienes. San Gregorio Taumaturgo, obispo de Neocesárea, en el Ponto,
‘emprendió igualmente la fuga y se retiro con su diácono hacia una colina desierta; los
perseguidores ~ecliaron a correr tras de ‘ellos, y habiendo descubierto su retiro cercaron el
monte; los unos guardaban una senda que conducía a un ~álle y los otros registraban las caver-
nas. Gregorio dijo ~ su diácono que orase con él y tuviese confianza en Dios; él comenzó a orar,
manteniéndose en pie, on las manos extendidas y mirando fijamente al cielo. Los paganos, luego
de haber visitado las rocas y los parajes más ocultos, volvieron al valle asegurando que 110 ha-
bían encontrado más qu’e dos árboles uno al lado de otro.
Se cuenta igualmente que un día, mientras ‘el piadoso obispo hablaba con otros prelados bajo
uno de los pórticos de Alejandría, cierta cortesana le pidió vergonzosamente el ‘precio de una
noche de escándalo que había pasado con ella, y que él rehusó pagar. Los qu’e conocían las
virtudes de Gregorio, se levantaron indignados para castigar a esta ínuj’er, pero él, sin
conmoverse, dijo a uno de ellos: «~Dad, os lo ruego, a esta mujer la cantidad que pide». No bien
~l dinero tocó las manos de aquella prostituta, cuando fué cogida por el diablo; cayó en el suelo,
se retorcitó en. las:
contorsiones niás crueles, destrozó sus vestidos y lanzó griHistoria de los Papas.—Tomo 1.—lO
146 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

tos que parecían salir del fondo del infierno. Gregorio entonces, rogó por ella, y de pronto
retembló el sue4to, sintiéndose olor de azufre, y la cortesana fué llevada por el demonio.
Esta anécdota ha dado origen a la interesante cues Ilión de moral teológica acerca de si la ramera
puede exigir cl precio estipulado por su servicio infame. Los teólogos, con el P. Gury, resuelven
el caso en favor de la ramera, tal y como lo entendió San Gregorio.
SAN CORNELIO 1, 22.a PAPA

DEdO, GALO, EMPERADORES — VOLUSIANO, EMPERADOR

Novaciano 1, antipapa

Cornelio, hijo de Roma y de Castin, no fué elevado sobre la silla sino poco tiempo antes de la
muerte del emperador Decio.
Se distinguía por su pureza virginal, por una modestia y una firmeza notables; luego de haber
pasado por todos los grados de los oficios eclesi~ásticos, no había empleado manejo alguno para
alcanzar el episcopado. Fué elegido como el más digno por dieciséis obispos que se encontrabai~
en la ciudad; todos los notarios dieron fe de su gran mérito, y ‘el pueblo, que se hallaba presente,
consmtió en su ordenación.
En aquella época desastrosa, el episcopado era tan lucrativo, que se había convertido en objeto
de ambición por parte del sacerdocio. Novaciano, celoso de la elevación de Cornelio, se declaró
en contra suya. Parte de los miembros del clero se dejaron seducir por su fingido celo. Novato,
cismático de ‘Africa, apoyaba sus deseos, y uno y otro propagaban noticias contra ‘el Papa
Cornelio; le acusaban de estar en relaciones con obispos idólatraS, y de haber adjurado
secretamente entre las manos de un magistrado con objeto de evitar las persecuciones.
Novaciano arrastró hacia su cisma a machos fieles; proclamóse jefe de los que se llamaban los
más puros, porque decían que los cristianos que habían renegado mientras se les perseguía, no
podían aguardar la salvación ni alcanzar la remisión de sus faltas. Esto hizo que en Roma se
cele~brara un concilio de sesenta obispos, entre los que figuraban algunos sacerdotes y diáconos
en el cual Novaciano fué condenado como hereje.
Cornelio escribió a Fabio, obispo de Antioquía, a fin de participarle lo que se había resuelto en el
concilio. En este documento habla con acritud de las intenciones y costumbres de su adversario.
He aquí el retrato que de él hace:
«Os diré cómo Novaciano, este hombre admirable que
148 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 149

desde mucho tiempo quería ser obispo’, ha ocultado su ambici~ón desarreglada bajo el velo de la
santidad de los confesores que había comprometido... Mas habi¿endo conocido sus artificios, sus
falsedades, sus engaños, sus perjurios, éstos han renunciado su amistad, han vuelto al seno de la
iglesia y han. publicado ante los obispos, los sacerdotes y muchos laicos, la mala fe que ocultaba
bajo la apariencia dc una humildad falsa. Estos confesores lloraron la desgracia de haberse
separado de los fieles, víctimas de los engaños de un hombre tan impostor... Nos, querido her-
mano, hemos observado un admirable cambio de conducta:
este sacerdote que con execrables juramentos afirmaba que ~io deseaba la dignidad episcopal,
quiso de pronto conver~irse en obispo; este doctor, este defensor de la disciplina’ de la Iglesia
que quería usurpar un cargo hacia el cual no le llamaba ‘el Cielo, se asoc~ó con hombres
perdidos y les envió a un 4ncón de la Italia para engañar a tres obispos muy sencillos e
ignorantes, diciéndoles que habían de dirigirse a Roma con objeto de dirimir, con otros prelados,
una cuestión que se había suscitado; y cuando llegaron a Roma les man~dó encerrar por hombres
que, cual él, eran tan malos, y dándoles de beber con exceso, les obligó a que le consagrasen
obispo por una imposición de manos tan yana como imaginaria; y he ahí por qué se
atri~buy~ .injustam’ente la dignidad episcopal, que nunca fué suya.»
Ya se ve que las elecciones de nuestros diputados tienen modelos perfectos en aquellas
elecciones,, donde jugaba el vino .y la truhanería.
Novaciano, sin embargo, mantuvo su autoridad contra la de Cornelio y le quitó gran parte de su
rebaño. En las epístolas que escribió después de su ordenación, el antipapa no mostraba por su
adversario ningún género de consideración.
Algún tiempo después, Fortunato, que había sido lanzado dc la Iglesia, fué ordenado obispo de
Cartago con wbjeto de disputar este cargo a San Cipriano. El usurpador ~envió a Roma para
preguntar a qué comunión pertenecía el Papa. Felicísimo, su diputado se presentó a las puertas de
la iglesia acompañado por un ejército furioso de herejes que pretendían hacer de Fortunato el
obispo de Cartago:
mas ‘el Papa no quiso escucharles; les arrojó de la i~glesia y les trató como hubiese tratado a
Novaciano. Los fieles ~aprobaron la conducta que observó el Papa hacia Felicísimo, que había
sido legítimamente condenado por haber
distraído el di1nero y por haber corrompido vírgenes y cometido adulterios.
La persecución, que se había calmado hacia fines del reinado de Decio, volvió a comenzar con
más furia a consecuencia de una violenta peste que se extendió sobre muchas provincias del
imperio. El emperador Gallo y su hijo Volusio recurrieron a sus ídolos y enviaron edictos para
ordenar sacrificios. Mas los cristianos no quisieron tomar parte en ‘estas supersticiones, y se
echó sobre ellos la culpa de las públicas desgracias, consideradas como el efecto de la cólera de
los dioses.
Cornelio fué el primero en Roma que confesó el nombre d’e Cristo. Fué enviado al destierro por
orden del ‘emperador Gallo y se le indicó Centum-Celbe, hoy Civita-Vecehia, lugar muy
agradable, situado a cuarenta y cinco millas de Roma.
Su muerte ocurrió en 253. San Jerónimo, según el testimonio dc ‘erróneas tradiciones, afirma
que ‘el Pontífice derramó su sangre en Roma y que. el verdugo le cortó la cabeza, después de
haber gobernado la Iglesia un año y algunos meses.
Decio ocasionaba tan profundo terror en los nuevos cristianos, que muchos de ellos abandonaron
el imperio y huyeron a lo~ desiertos de Egipto. Durante estas emigraciones, muchos perecieron
de sed y de hambre; otros fueron destrozados por los tigres y por los leones; algunos, después de
haber franqueado los montes de la Arabia, cayeron en poder de las hordas nómadas, y los que
fueron bastante dichosos para ‘escapar a estos riesgos poblaron las soledades de la Tebaida y se
hicieron ermitaños.
Las leyendas cuentan una historia muy curiosa acerca de los anacoretas de la baja Tebaida: «Un
joven cÑistian,odc Alejandría llamado Pablo, dice la leyenda, heredero de un rico patrimonio y
l)rofuI~damente instruido ‘en las letras griegas y e~gipcias, s~ había retirado de uno de sus
dominios para vivir lejos del mundo con su cuñado y una joven hermana, por la cual había
concebido una pasión violenta; pero un día su cuñado le sorprendió ‘en incesto y le amenazó con
entregarle a los comisarios del emperador.
»Asustado por esta amenaza, Pablo huyó a los montes más inaccesibles donde recobró la
tranquilidad de su espíritu. Sus lágrimas enternecieron a Dios, y tuvo una reve~ación en la que se
le apareció un angel que le prometió
150 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

el perdón de su crimen, a condición de que terminara su vida en el desierto.


»Al siguiente día, Pablo decidió seguir aquella inspiración divina; subió una colina que se
hallaba enfrente suyo, llegó a su cumbre, y percibió una gran caverna cerrada con una piedra;
entró en ella y encontró una sala espaciosa, iluminada por la luz del día, sombreada por una vieja
palmera que extendía sus protectoras ramas por toda la gruta; una límpida fuente brotaba al pie
de un peñasco, y después de correr hacia afuera, se perdía en una ‘hendidura formada por dos
rocas de granito. Pablo eligió aquel lugar para su retiro, y vivió en él ochenta y dos años ;por más
que hubiese vivido ya veintitrés ‘en la época en que huyó de Alejandría».
Admiremos la fecuúdidad del pecado. Toda la monjería cristiana procedió de este San Pablo,
como su voto procedió del incesto. Si no llega a. existir esta hermana frívola, no tendríamos la
gran milicia monástica.
LUCIO, 23.o PAPA

GALLO Y VoLusIo, EMPERADORES — EMILIANO, EMPERAno1~

Lucio, sucesor de Cornelh,: romano e hijo de Porfirio. Había acompañado al Papa en su


destierro, y después de su muerte, los fieles le eligieron para llenar la vacante. No ejerció por
mucho tiempo las funciones de su cargo, toda vez que fué desterrado de Roma por sus
perscguidore~ basta que, por fin, se le levantó el destierro y sc le permitió volver a su Iglesia. No
se ha asegurado que Lucio hubiera sufrido cf martirio, y los historiadores no fijan tampoco la
duraciór. de su reinado; pero convienen, sin embargo, en que murió en el año de su elección, es
decir, en 253.
Hacia muy pocos años que Ciprino era obispo de Cartago, y sus escritos se habían ya esparcido
en la Iglesia ile Africa. Este piadoso obispo, antes dc convertirse al cristianisnio, había enseñado
públicamente, las bellas letras, adquiriendo inmensas riquezas. No sólo distribuyó sus bienes a
los pobres, sino que dedicó toda su vida a la religión nueva.
Saíi Cipriano es autor de un tratado de moral extraordinariamente riguroso acerca de la disciplina
eclesiástica, lo cual prueba que el clero observaba ya en ‘esta época una conducta escandalosa
(1), y se introducía la mística parda.
Se cita de Cipriano un hecho muy curioso: Un obispo llamado Pomponeo le había consultado si
debía dar la comunión a unas doncellas que, habiendo hecho voto de castidad, querían desafiar al
espíritu dcl mal dividiendo su
(¡) cierto día, el obispo Eucracio le consultó para saber si deb!a negar la comunión a un cómico,
que se dedicaba a su arte por más que huidese abrazado el cristianismo y el Santo le respondió
<Lanzad al histr¡ún del templo de Dios; la ley divina prohibe a los hombres cubrirse con el traje
de las mujercs e imita, SUS gestos y acciones. Es necesario que ese impío renuncie a representar
los papeles de cortesanas y de reinas impúdicas en el teatro, o que permanesca alejado de la
comunión de los fieles. Si se excusa en su pobreza, la Iglesia le concederá socorros, según lo
hace con otros de sus hijos, con tal que se contente con un alimento frugal y no pretenda que se
le debe recompensar por haber renunciado al pecado, toda vez que esto se halla en su interés y no
en. el nuestro.»
152 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

lecho con jóvenes sacerdotes. Cipriano contestó, que si eI’ec


tivarnente era verdad que hubiesen conservado su virginidad, ESTEBAN 1, 24.~
PAPA
no debía rehusárseles la comunión; pero que era preferible
que no se sometiesen a tan peligrosas pruebas, a fin de
evitar escándalo. VALERIANO, EMPERADOR — GALIANO, EMPERADOR
Esta prueba la renovaron los jesuitas en el siglo XVI.
La Iglesia, rica

Esteban, romano, e hijo de un sacerdote llamado Julio~


Fué elegido obispo en recompensa de los servicios que
había prestado a la Iglesia.
Apenas elegido, se dejó seducir por dos obispos de Espafla, que, después de haber sido
depuestos, habían llegado a Roma para suplicar al Papa que les restableciera ‘en su cargo. Estos
prelados, que se llamaban Basílides, obispo de León y Astorga, y Marcial, obispo de Mérida, sci
hallaban convencidos de ser l~beláticos, es decir, de figurar ‘entre los cobardes cristianos que no
habían ‘hecho sacrificios a los ídolos, pero que habían dado o recibido billetes de abjuración con
‘el fin de salvar su sida, su libertad y sus bienes. Basílides y Marcial se hallaban también
acusados de haber cometido enormes crímenes, que les hacían indignos del episcopado, y habían
obligado a los obispos de Espafla a que los nombraran sucesores.
Esteban oyó sus quejas cíe mín modo favorable, y los restableció ‘en sus cargos. El clero de
EspaÑa, escandali,zado por la conducta del Papa. ínandó comisionados a las Iglesias dc Africa
para implorar su auxilio contra la ambición de Esteban. Cipriano ‘reunió entonces un concilío
de veintiocho prelados, que coí-ífirnmaí’on la deposíción de Basf-lides y d Marcial; en seguida
envió a Roma dos sacerdotes para instruir al Papa dc las decisiones que la Iglesia de Africa
adoptaba; pero Esteban no quiso verles ni hablarles, y prohibió a los fieles que les recibiesen y
ejerciesen la. hospitalidad con ellos. Su furor le llevó a la réalización de otros excesos; separó d’e
su comunión a los obispos de Africa, y les recibió de un modo tan arrogante, que su orgullo
sublevó la indignación de los cristianos que s’e hallaban
en Oriente.
Firmiliano, obispo d’e Cesárea, dirigió a San Cipriano
una larga epístola en que le manifestaba una gran estima
t
154 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

y un profundo cariño; al mismo tiempo se des ahoga contra el Papa, y le decía, hablando de
Esteban:
«¿Se podrá creer que este hombre tenga una alma y un cuerpo? Según parece, el cuerpo lo tiene
muy malo y su alma desarreglada. Esteban no vaciló en tratar a su hermano de falso Cristo, de
falso apóstol y de obrero fraudulento; y para que no se lo dijesen a él, tuvo la audacia de
reprocharlo a los otros.» (1).
Un antiguo pontifical cuenta que Esteban fué condenado al destierro como San Cipriano y San
Dionisio de Alejandría; y que en seguida, habiendo vuelto a su iglesia, fué metido en una cárcel
con otros dos obispos, nueve sacerdotes y tres diáconos; añádese que alcanzó de los magistrados
licenci<a para reunir en su calabozo a los principales eclesiásticos, y con su equiescencia
‘entregó los vasos sagrados y el tesoro de la iglesia a su diácono Sixto, que señaló para su
sucesor. En seguida fué decapitado en la plaza pública.
Las Actas de los mártires cuentan que el Pontífice quedó preso en el segundo día del mes de
agosto del año 257, y conducido ante el emperador Valeriano, que le condenó a ser devorado por
las fieras del circo; mas la súbita y milagrosa caida de un templo de Marte, hizo huir los guam’-
dias que le acompañaban, y el Padre Santo logró fugarse a un cementerio vecino. Creyéndose al
abrigo dc sus porseccuiones, comenzaba a ofrecer el sacrj1ficio divino, cuando, de pronto, los
soldados fueron a buscarle y le cortaron la cabeza al pie del mismo aliar.
Su doctrina sobre el bautismo es muy original: afirmaba que este sacramento encendía ‘el alma
de los neófitos, y entraba en ella bajo dos formas, apoyándose en estas palabras de San Juan
Bautista: <El que vendrá d’spués de mi, os bautizará en el Santo Espíritu y en el fuego».
En este Papa aparece el intento de sobreponer su autoridad sobre la Iglesia de España, utilizando
a los obispos idólatras; intento que esta vez fracasó en ‘espera dc mjor éxito.

(í) Esta carta parece violenta a Pamelio, y confiesa que no la hubiese insertado en su edición,
si Morel y Turnebo no la hubiesen traído antea qu~ él Fleury no se ha atrevido a traducirla, y
calla, igualmente, las acusaciones horribles que San Cipriano dirigió contra el Pontífice,
reprochándole «que era orgulloso, tenaz, arrogante, enemigo de los cristianos, de defender la
causa de los herejes contra la Iglesia de Dios y preferir la tradición humana a la insajiracián
divina,.
SIXTO II, TESORERO DE LA IGLESIA, 25.~ PAPA

VALERIANO, EMPERADOR — GALIANO, EMPERADOR

Sixto era griego, nacido en Atenas. Era muy caritativo; había ejercido con celo y fidelidad el
diaconado bajo Esteban, y cuando el Papa fué arrestado, le rogó que le permitiera seguir a la
cárcel; en seguida fué ‘el guardián y el dei~positario de los vasos, de los muebles y de’ toda la
plata de la Iglesia, y después de la muerte de Esteban fué elevado a la dignidad de obispo.
La fatal cuestión sobre bautismo de los herejes continuaba dividiendo los fieles después. de
haber separado de una manera escandalosa a Cipriano y San Esteban; pero Sixto, menos violento
o menos ambicioso que su antecesor, concluyó esta cuestión cediendo a las opiniones de los
obispos africanos. Así, San Poncio, diácono de Cartago, le llama en sus obras un bueno y santo
prelado.
En una ~carta, Dionisio de Alejandría participaba a Sixto que comenzaba a propagarse la
doctrina de Sabelio.
Pretendía que las personas de la Trinidad eran tres nombres; que no había más que una sola
persona en Dios, llamado -en el cielo, Dios Padre; en la tierra, Jesucristo; entre los hombres,
Espíritu Santo; y que el padre, bajo la noción del hijo, había nacido de la Virgen y habla sufrido
la muerte.
Muchos obispos, que participaban de los mismos sentimientos dc Sabelio, propagaron esta
doctrina en sus diócesis. Esta opinión se parecía mucho a la de P:raxeas y a la de los
patropasianos que negaban la trinidad y la distinción real de las personas divinas. Esta doctrina
fué Iransmitida u Sahelio por Noeto, su maestro, y se extendió en seguida por todas las
provincias, en Roma mismo, y hasta en
sopotamia, donde encontró numerosos partidarios. No serían tan malas las ideas cuando hallaban
tal ac.ept4.Áón.
La violencia de la persecución aumentó bajo el consulado de Memmio FuscQ y de Pomponio, en
ocasión en que el emperador Valeriano, ocupado ‘en Oriente en la guerra con los persas,
abandonó el gobierno de Roma y lo dejó a Macm-iano, enemigo de la religión cristiana. Este, en
ausen
156 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 157

cia del soberano, d.ió orden al senado para que persiguiese a los fieles y condenase al último
suplicio a los obispos, los sacerdotes y los diáconos, y todos los patricios y caballeros. romanos
que insistiesen en profesar la religión nueva. Dió, aparte de esto, dos edictos: el uno contra las
mujeres disting4das, que amenazaba con el destierro; el otro contra los ces-~r’eos o libertos de
César, que declaraba confiscados como esclavos del príncipe si no volvían a la religión del
imperio.
El Papa Sixto fué uno de las prijneras victimas. Cogido con parte de su clero, mientras se
dedicaba a la oración en el cementerio de Calixto, se le condujo al suplicio. San Lorenzo, el
primer diácono de la Iglesia romana, le seguía llorando y le decía: «¿Dónde vais, padre mio, sin
vuestro hijo 9 No estáis acostumbrado a celebrar el sacrificiQ sin ministro». Sixto le respondió:
«No soy yo quien te. dejo, hijo mio; aun se te reserva mayor lucha: tú me seguirás de aquí a tres
días».
El martirio de San Saturnino y San Dionisio, se coloca bajo el reinado de Valeriano. Saturnino,
dice una leyenda, había establecido su iglesia en el Capitolio de Tolosa, cerca del templo
dedicado a Júpiter y célebre en todas las Galias por sus oráculos. Desde la llegada ~el Santo, los
oráculos cesaron de hablar, la reputación del idolo fué en decadencia, y las ofrendas hubieron de
disminuir poco a poco. Al principio los sacerdotes paganos propusieron a Saturnino que edificase
un templo fuera de la ciudad; pero, como rehusase, tomaron la resolución de deshacerse del
obispo.
En cierto día de fiesta, y como ‘el pueblo se hubiese reunido para la celebración de un sacrificio,
vióse a Saturnino que cruzaba la plaza para dirigirse a su iglesia. ‘He ahí, gritaron al pueblo, el
enemigo de los dioses y el defensor de la religión nueva; he ahí al que llama la cólera de Júpiter;
¡que celebre el sacrificio’»
De pronto aquel fanático pueblo se dirigió hacia el obispo; se le arrastró hacia el altar, se le
obligó a arrodillarse ante la estatua del dios, y se le presentó incienso para que lo qu’en~sen en
honor de Júpiter. Mas, en vez de obedecer, el mártir rompió su ídolo y entonces los sacerdotes
paganos se arrojaron sobre él y le ataron a la cola (le un salvaje toro, destinado al sacrificio; el
animal, excitado por los gritos de la muchedumbre, franqueó de un salto las gradas del Capitolio,
recorrió la ciudad y se lanzó al campo,
‘ki.rrastrando consigo el cadáver del obispo. Por fin las cuerdas se rompieron; algunos de sus
sangrientos miembros quedaron en el suelo y pudieron ser recogidos por una infeliz mujer, que
los enterró secretamente.
San Dionisio, según nuestro Martirologio, fué decapitado ~on Eleuterio y Rústico sobre ‘el
monte de Montmartre, cogió su cabeza después de su ‘ejecución, y la llevó por espacio dc más
de una legua hasta la capilla que lleva actualmente su nombre.
Por estos ejemplos puede entreverse la conducta sacrílega de los cristianos con las imágenes de
los dioses consagradas por el culto oficial; y se ve claramente que la Iglesia heredó el furor del
paganismo centuplicado, cuando castigó con la hoguera y la infamia, no a los que destrozaban
sus imágenes, sino a quienes dudaban de sus virtudes. Por otra parte, el sacrilegio contra los
dioses era delito público del Estado. El concliio de Elvira decía que ni Jesús ni los apóstoles
dieron tales ejemplos sacrílegos.
1
VACANTE DE LA SANTA SEDE

Martirio de San Lorenzo

bespués del martirio de Sixto II, la Sede de Roma quedó V~ant,e por espacio de un año; el
martirio de San Lorenzo

el único acontecimiento notable de este interregno.

l~1 santo diácono, en el día mismo de su muerte, distria los pobres (?) el dinero de la Iglesia,
sin exceptuar
~ vasos que serv~an a la comunión, que vendió al objelo salvar las riquezas que podían
caer en manos de los pag~105 La noticia de estas grandes limosnas, despertó la ~Varicia de
Cornelio Secularis, prefecto de V~.oma, el cual ~14puso que los cristianos tenían inmensas
riquezas oculy con objeto de apoderarse de ellas, mandó prender a
~MÚenzo, que en su calidad de diácono, guardaba la Iglesi~a 1’~mana. El santo sacerdote fué
conducido ante el tribuy Cornelio le interrogó en esta forma:
«Se asegura que en vuestras ceremonias, los ministros ~ecen libaciones con vasos de oro, y
reciben la sangre de

víctima en copas de plata; que para alumbrar vuestros ~crificios nocturnos, os servís de
candeleros de oro en los
colocáis velas fabricadas con cera y con perfumes; sa~mos, también, que para sufragar lo que
cuestan estas ~trendas, los hermanos venden sus bienes, ocasionando o ‘~lenudo la pobreza de
sus hijos; mostrad esos tesoros ~iultos; el príncipe los necesita para el sostén de su ejéry debéis,
según vuestras doctrinas, dar al César lo es del César. Yo no supongo que vuestro Dios acuñe
moneda; no trajo dinero cuando vino al mundo; no trajo ~ás que palabras; dadnos, pues, vuestro
dinero y quedaos ‘~sotros con éstas.»
San Lorenzo respondió con firmeza:
«Confiesio que nuestra Iglesia está rica, y que el empe~‘l~dor no tiene, como nosotros, tesoros
más preciosos; pues-
que lo exigís, yo os mostraré lo que contiene más pre%so; concededme únicamente algunos dias
para poner las
%sas en orden5 para levantar un estado de nuestras rl~hiezas y preparar los necesarios cálculos.»
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
159
El prefecto, confiando en esta promesa y esperando coger los tesoros de la Iglesia, le concedió
tres días. San Lorenzo recorrió toda la ciudad para buscar los pobres que alimentaba la Iglesia;
reunió los cojos, los estropeados y los contrahechos; escribió sus nombres, y al tercer día los
mandó colocar frente al pórtico de la basílica; fué en busca del prefecto, y le dijo:
<Venid a contemplar los tesoros de nuestro Dios; ya están reunidos nuestros vasos de oro y
nuestras riquezas todas.>
Cuando Cornelio vió aquel ejército de mendigos que daban gritos pidiendo limosna, volvióse
hacia San Lorenzo con amenazadores ojos, y le dijo: <Sacerdote embustero, yo castigaré tu
audacia.»
«¿De qué os ofendéis, señor?—replicó el Santo—. El oro que deseáis con tanto ardor, no es más
que un vil metal sacado de la tierra y que ocasiona muchos crímenes. El verdadero oro es la luz
de que estos desgraciados son ‘discípulos; los grandes de este siglo son los pobres más des-
preciables. He ahí los tesoros que os he prometido: mirad estas vírgenes y estas viudas, porque
forman la corona de la Iglesia. Aprovechad estas riquezas para Roma, para el emperador y para
vos mismo.» (1).
El prefecto, en el exceso de su furor, gritó: «¡ Miserable! ¡Te atreves a despreciar las leyes del
emperador, porque tú no temes la muerte; pero la venganza será horrible!>
Luego ordenó a los verdugos que trajesen un lecho de hierro sobre el que se colocaron algunos
carbones medio encendidos, para que el suplicio fuese más lento; se quitó el vestido a San
Lorenzo y se le ató en sus hierros. La re~ignación y el valor que mostró durante este horrible su-
plicio, convirtió a muchos paganos, entre los cuales se halIaban personas de condición muy
distinguida. El poeta Prudencio cuenta que los neófitos, es decir, los c¿istia.nos recientemente
bautizados, afirmaban ‘que su semblante se hallaba rodeado por una brillante aureola, y que un
olor suave se exhalaba de sus carnes. Añade, también, que los infieles y los impíos no vieron esta
luz ni percibieron este olor. Pero esto debemos considerarlo como una licencia poética. Sea lo
que fuere, lo cierto es que en medio de aquellos

(5> Varias dudas ocurren en este relato Primera, sobre el dfa del reparto de tesoros: si fu¿ el
mismo de la muerte, Lorenzo so Surl6 del Prefectci escondiendo lcs tesoros y sacando los
miserables. Si éstos se hallaban sn haxnr~rier,~cs, no seria tanto el socorro recibido Cosas de
sacristía 1

160 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


horribles tormentos, el bienaventurado mártir no cesó de entonar sus alabanzas al Señor y animó
a los fieles a que confesasen con “él la doctrina de Jesucristo. Cuando fué tostado por un lado se
dirigió al ~prefecto para burlarse de su crueldad, bien como antes lo había hecho de su avaricia, y
le dijo: «¡Manda volver mí cuerpo del otro lado, denionio del infierno !» Y luego que esto fué
ejecutado, añadió 4con un valor estoico: «Ahora ya estoy asado; puedes comerme cuando
gustes».
Después de la muerte de San Lorenzo, la persecución fué en aumento e hizo un gran número de
mártires en Lodas las provincias; entre ellos se cuenta San Cipriano, obispo de Cartago, y
muchos fieles de condición ilustre.
Según las mismas crónicas, Eugenio, obispo de Hipona, fué decapitado en los muros de la misma
ciudad. En Tuberbo tres mujeres nobles, Máxima, Donatilla y Secunda, habiendo rehusado el
hacer sacrificios a los dioses, fueron violadas por el verdugo y en seguida se les cortó la cabeza.
DIONISIO,~ 26.~ PAPA

GALIANO, EMPERADOR — CLAUDIO, EMPERADOR

El Papa Dionisio era griego; no se ha conocido el origen de su familia. En su juventud se había


dedicado a la vida nion~stice, y después fué nombrado sacerdote de la Iglesia romana durante ‘el
reinado del Papa Esteban: había adoptado las opiniones de su obispo acerca de la validez del
hautismo en los herejes; mas parece que no usó de igual violencia al tratar esta cuestión.
Como el emperador ‘Valeriano hubiese sido vencido por los persas y quedado prisionero,
Galiano, su hijo y sucesor, tomó las riendas del gobierno. La ineptitud del nuevo príncipe expuso
las provincias del imperio a las usurpaciones de los bárbaros; la ciudad de Gesárea ‘en
Capadocía fué arruinada y saqueada, y los ciudadanos, arrancados de sus hogares,’fu’eron
hechos esclavos. No bien Dionisio ~tuvo noticia de estos desastres, cuando no sólo auxilió a esta
igle~ia afligida, sino que envió dinero a Capadocia a fin de rescatar a los cautivos del poder de
los bárbaros, y su caridad no se detuvo ante el recuerdo de las antiguas cuestiones dc Firmiliano,
obispo de Cesárea, con su antecesor el Papa Esteban.
San Atanasio, cuya autoridad es de gran peso, cuenta muchas honrosas acciones de este
Pontífice, al cual enu~nera ‘entre los Padres antiguos que fueron más capaces de interpretar las
doctrinas de la Iglesia y establecer las reglas de los concilios ecuménicos.
Alguno~s años después. los fieles de Egipto llevaron algunas quejas a Roma contra Dionisio,
obispo de A~l~jandría. al cual acusaban cíe profesar máximas impías en los libros que había
escrito contra los sabelianos, para ‘establecer la distinción dc las personas divinas. Esta
acusación era frívola; ma~ ‘el Papa, aprovechando una ocasión en que pudiese extender su
autoridad sobre las iglesias y perseguir ~l sistema de Esteban, consintió en celebrar un juicio. No
queriendo resolver por si solo ‘este negocio, reunió u~i
Historia de los Papas.—Tonzo 1.—li
162 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS RÉYES 163

concilio que rel)rObó la doctrina del obispo de Alejandría y ordenó al prelado que se sometiese a
la Santa Sede y se:
dirigicse a Roma para aclarar los puntos condenados.
SAN ATANASIO

Dcsde mucho tiempo los errores de los milenarios se habían establecido en Egipto amenazando
invadir el Occidente; el principal autor de esta secta, el obispo Nepos, traduciendo de una manera
harto judaica el texto de las.
Sagradas Escrituras, pretendía que Jesucristo regeneraría la tierra dentro de mil años, y que los
santos gozarían en el cielo de todas las voluptuosidades de la tierra; Nepos fundaba su opinión en
el Apocalipsis de San Juan, y arrastró consigo a muchos fiel’es;la historia no nos dice las
medidas que tomó Dionisio, obispo de Roma, para destruir esta herejía, periódicamente renacida.
Poco tiempo después la doctrina de Pablo d’e Samosata, &bispo de Antioquía, provocó ‘algunas
violentas cuestiones en la I~glesia. Zenobia, reina de Palmira, princesa de un mérito que estaba
por encima de su sexo, quiso conocer la religión cristiana, y se dirigió al obispo Pablo, a fin dc
que la instruyese en sus misterios. Este prelado profesaba opiniones que en aquel siglo parecían
harto extrañas: llamaba a Cristo un hombre y no un Dios; ‘en~flaba al puebljo la subli’me moral
del Evange~1io y no se cuidaba de instruirle en los dogmas de la religión. Los obispos de
Oriente, escandalizados ~or su conducta, se reunieron en Antioquía y le persiguieron «como un
lobo que atacaba el rebaño del Señor». El concilio, animado por el fanático celo que siempre b,a
distinguido a las reuniones eclesiásticas, procedió a juzgar a Fablo dc Samosata. Con su
elocuencia el sacerdote fi~ósofo l]cgó a suspender la condena que se iba a pronunciar contra él y
su doctrina. Mas luego se advirtió que Pablo había obrado con astucia y que no corregí,a ni sus
opini1o-nes ni sus costumbres; entonces los Pad~res de la Iglesia ~volvieron a reunirse ‘en
número de setenta, y le condenaron por haberse burlado de su credulidad y de las pacíficas in-
tenciones de Firmiliano, que había presidido el primer si-nodo.
Evidentemente: el evangelio del obispo de Samosata era demasiado sencillo y poco explotable
para la industria religiosa.
Pablo fué depuesto y excomulgado por el concilio.
El Papa Dionisio murió en 26 de diciembre del año 269, bajo el reinado del emperador Claudio II
y de Paterna, después de diez años y algunos meses de episcopado, y fué enterrado en el
cementerio de Calixto.
Bajo el pontificado de Dionisio florecía en Roma el filósofo Plotino, célebre por su erudición
inmensa. No sólo este hombre extraordinario había conquistado por su doctrina un gran número
de discípulos quitados al paganis¡no, sino que substraía también sectarios a la. religión nue
164 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

va, y cuandp predicaba en público dejaba desiertas las iglesias.


Pretendía que estaba en relaciones con un demonio familiar a semejanza de Sócrates, y afirmaba
que por la sola luz de la razón se podía elevar hasta ‘el conocimiento de Dios, el cu4, según él,
no tenía fo~rma ni esencia y que ‘era indefinible a la palabra humana. Combatía todas las se4:tas
cristianas y particularmente los gnósticos, que creían en los espíritus o dioses secundarios, entre
los cuales figuraba Cristo.
Los historiadores cuentan que antes, de morir se volvió hacia sus discípulos ‘y les dijo: Voy a
reunir lo que exVste de divino en mí, con 10 que existe ‘de divino en el uni.vers o».
FELIX 1, 27.o PAPA
CLAUDIO II, EMPERADOR — AURELIANO, EMPERADOR

Pleito de obispos ante el emperador

Félix, romano, suced;ió a Dionisio el último día del año 269. No se conoce ninguno d.e los actos
de su vida hasta el tiempo de su pontificado; al subir a la cátedra de San Pedro, ‘encontró la
Iglesia tranquila en lo que se refería a su exterior, mas destrozada en el interior por la herejTh de
Pablo de Samosata, quien, apoyado en el favor d’e los magistrados idólatras y el crédito de que
gozaba en Antioquía, no quería someterse al decreto del concilio que, habiéndole condenado y
depuesto, ~había nombrado, para llenar su puesto, a Domno. Como Pablo rehusase dejar la casa
de la iglesia, recurrió a la autoridad del emperador Aureliano, que resolvió el asunto con gran
justicia: ‘el príncipe re-. solvió que la posesión del palacio episcopal pertenecía i~ los que
estaban en relaciones con el obispo de Roma y de los demás prelados de Italia, y que, en su
consecuencia, como ‘el Papa Félix rehusase la comunión a Pablo de ‘Samosata, éste debía ser
lanzado de su billa, por orden del Sumo Pontífice pagano.
Félix murió, según ‘la opinión general, en 22 de diciembre del año 274, después de haber
gobernado la Iglesia cinco años. Fué enterrado en el cementerio de Calixto’.
Siguiend.o las leyendas, San Antonio de Heráclea tuvo en ‘esta época sus famosas tentaciones.

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 167

EUTIQUIANO, 28.o PAPA

AURELIANO, TÁCITO, EMPERADORES — FLORIANO, PROBO,


CARO, EMPERADORES

A la muerte de Félix 1, el clero y ‘el pueblo romano eligieron a Eutiquiano para que gobernara su
Iglesia. La ciudad de Luna, en la Toscana, era la patria del Pon.tífice, y su padre se llamaba
Mann. La historia nada nos dice sobre los actos de su vida; esto no obstante, pudiéramos ‘escribir
muchos ‘volúmenes si tradujésemos las fábulas que se han contado acerca de este Pontífice y
cuya verdad pueden garantizar las Pontificales.
Durante. su reinado nació la famosa herejía de Manes; pero sin entrar en detalles acerca de la
vida de este maestro, nos contentaremos con explicar su doctrina. Pretendía que existían dos
principios contrarios y coeternos: Dios y la materia, la luz y las tinieblas; el uno es autor del
bien; el Otro lo es del mal; ‘el uno es autor del Nuevo Testamento y el otro de la Biblia;
rechazaba los Santos Evangelios y se titulaba el Paracleto envi’ad.o .por Jesucristo; afirmaba que
el Salvador no habla tenido más que la apariencia del hombre y no había realmente sufrido.
Según su opinión, el bien y el mal eran substancias. Manes miraba la tierra, la carne, los
magistrados, los reyes y el pecado, como creaciones de un mal principio; negaba que las ac-
ciones del hombre fuesen libres; prohibía el matrimonio ‘~‘ censuraba a los pueblos que se
declaí’aron la guerra. El obligaba a sus discípulos a no comer carne ni’ huevos, y a no beber
leche ni vino, quc él llamaba hiel <leí demonio.
Los maniqueos administraban la Eucaristía balo una especie, y l.a profanaban, mezclando en ella
semen humano; pretendían que Jesucristo era el sol y que había revelado su divinidad
sumergiendo la tierra en las tinieblas, el día de su muerte. Miraban la luna como la temible
morada de la Trinidad. y el aire corno el no sobre el cual las almas de los muertos eran elevadas
a la luz eterna. Los maniqueos no creían en la resurrección general y pretendían que las almas de
los (IUC ellos calificaban de aud!itofres. pasalan a
las almas d’e los elegidos y volvían a Dios después de ha~berse purificado; que las almas de los
malos pasaban a los cuerpos de las bestias, a los árboles, a las plantas, y miraban a los labriegos
como l.~omicidas: ideas de procedencia oriental.
Esta doctrina se extendió a todas las provincias del imperio y duró muchos años; quizá hizo.
estos progresos por su misma singularidad y extravagancia, pues la naturaleza humana busca
siempre lo más extraño y lo menos ~azonabl’e. Los sectarios d’e Manes anunciaban qu’e no que-
rían imitar a los católicos; que no empleaban la persecución, sino ‘el simple razonamiento para
librar los hombres del error y guiarlos hacia Dios. Sus doctores refutaban con grau habilidad, y
por sus d~ulc.es e insinuantes maneras, Rtraan poco a poco a sus ideas (1).
La historia no dice cuáles fueron las medidas que adopté Eutiquiano para combatir esta herejía;
el Martirologio afirma tan sólo qu’e el Padre Santo - ordenó a los sacerdotes que consagrasen en
el altar las habas, la~s manzan~as y las uvas, a fin d’e echar por tierra la doctrina de Manes que
prohibía comer esta fruta. Ordenó, igualmente, que los cuerpos de los mártires seríau~ envueltos
‘en púrpura, y ~I mismo hizo envolver en ella a trescientos cuarenta ínárLi‘res.
Por fin, el Pontífice recogió el fruto de sus trabajos en el cielo, el 8 de dici’~mbre del año 2S3.
Orozco y Sozomeno nos han dejado un triste cuadro ‘de las desgracias del imperio bajo estos
últimos pontificados.
«El ‘ejército, dicen, disponía a su capricho del imperio, los jefes de las tropas se apoderaban uno
tras otro del poder, y ‘el infame Ciriado, que era persa, fué el primero de los

(s) He aqui uno de los diálogos escritns conforme al estilo de la ¿poca:


Un católico se queja de las moscas, y dice a un maniqueo que no puede sufrir estos insectos, y
que Dios tenía que destruirlas. El maniqueo le pi-eguntó:
—¿Quién las ha creado?
El católico en su cólera, no se atreve a responder que las hizo Dios.
El maniqueo continúa:
—¿ Fué Dios quien las hizo?
—Creo que el demonio.
—Si el demonio hico las moscas, conforme vuestro buen sen:ido lo indica. ¿ quién hizo la abeja?
E! católico no se atreve a decir que Dios hizo la abeja, como no se atreve a decir que hizo la
mosca. De la abeja, el maniqueo paja a la mosca, a la langosta, al lagarto, al ave, al cordero, al
buey, al elefante, hasta que, ‘por fin, llega al hombre y le persuade que Dios tampoco lo ha
creado.
168 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

treinta tiranos que mandaron al mundo en el intervalo de algunos años.


»Durante su execrable reinado, el imperio fué víctima de todos los males: Bretafla fué subyugada
por los caledonios y los sajones; la Galia por los francos, los alemanes y borgoñones; Italia por
los alemanes, los suevos, los marcomanos y los guados; la Media, la Macedonia y la Tracia por
los godos, los herules y los sármatas; los persas llevaron sus correrías hasta las costas de Siria; en
fin, la guerra civil, el hambre, la peste, arruinaban las ciudades y extinguían los pueblos que
habían escapado a las ~u-mas de los ‘bárbaros: las ciudades fueron conmovidas por temblores de
tierra que duraron muchos 4ías: el mar salió de su lecho e inundó provincias enteras; en la Nubia,
en la Acaia y en Roma, la tierra se abrió y devoró casas y campos enteros.>
Así, añaden los autores ‘eclesiásticos, Dios empezaba a vengarse contra los perseguidores de 1a
Iglesia, que se iba engrandeciendo, fecundada por la sangre de sus mártires.
Los paganos replicaban que estos males procedían de la impiedad de los cristianos contra los
dioses del imperio. Esta cuestión está sin resolvey todavía.
CAYO, 29.Q PAPA

CARO, CARINO, EMPERADORES — NUMERIANO, DIOCLECIANo, EMPERADORES

El cristianismo acepta la milicia pagana

Cayo era de Dalmacia y pariente del emperador Diocleciano. Durante los primeros años de su
reinado, la Iglesia gozaba de una tranquilidad aparente y los emperadores no daban ninguna
orden formal para perseguir a los cristianos; hubo, sin embargo, algunas condenas, y el
pontificado de Cayo fuú ilustrado por el martirio de San i\’lauricio y de la célebre legión tebana.
Maximiano, a quien el emperador dió el título de césar, había pasado las Galias para combatir las
facciones de Amando, de Iliano y de los Bagandos. Dtespués de haber vencido a sus enemigos,
el césar mandó venir de Oriente una legión llamada Tebana, compuesta de cristianos que quería
emplear como los demás soldados para perseguir a los fieles (1); pero la legión rehusó marchar,
situó su campamento cerca de la ~ciudad de Aguana, al pie del monte que se llama actualmente
el gran San Bernardo. Maximiano, irritado por esta desobediencia, mandó pedir tropas al
emperador para someter a los rebeldes. Diocleciano envió réfuerzos ordenándole que mandase
diezmar a los soldados; y reiteraron sus órdenes para obligarles a ~erseguir a los cristianos. Los
tebanos declararon que continuarían en su resolución; entonces Maximiano ordenó que se les
diezmase por segunda vez y que se hiciese obedecer a los otros; pero esta segunda ejecución no
pudo quebrantar su ánimo.
Esto3 soldados se hallaban mandados por tres generales: Mauricio, Exupero y Cándido, que les
exhortaban a morir por la religión cristiana y les recordaban el ejem-Pío de sus compañeros a los
que el martirio había ya concedido el cielo. Esto no obstante, quisieron apaciguar la cólera
(i) Aparece ahí la paganización del Evangelio, ante el cual a profesión militar quedaba proscrita
para los fieles, como sigui6 siéndolo paré el clero.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
170

del tirano, y le dirigieron algunas observadlioneS que respiran mucha energia y nobleza.
«Somos vuestros soldados, señor; pero confesamos libremente que somos los servidores de Dios;
debemos al príncipe el servicio de las armas; pero debemos a Dios nuestra inocencia; recibimos
de vos la paga; pero él nos da la vida y no podemos obedecer rennuciando a Dios nuestro Cría-
DIOCLECIANO, EMPERADOR
dor, nuestro Señor y el vuestro. Si vos no pedís nada que pueda ofenderle, nosotros seguiremos
vuestras órdenes como hemos hecho hasta ahora; de otro modo no obedecei~mos vuestros
mandatos. Nosotros os ofrecemos el serviciO de armas contra vuestros enemigos; pero no nos es
posible que las baftemos en sangre de inocentes. Nosotros juramos a Dios que no lo haríamos, y
si violásemos este juramento tampoco fiaríais en el que luego os prestaríamos. No nos
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 171

mandéis buscar a los cristianos para castigarles; vos no iiecesitái~ el buscar otros; aquí estamos:
confesamos que creemos en Dios Padre autor de todas las cosas, y su hijo Jesucristo. Hemos
visto degollar a nuestros compalieros siu quejarse, y nosotros estamos muy orgullosos de la
‘honra que les ha alcanzado al sufrir por et Señor. La desesperación no nos ha impulsado a los
motines; tenemos las armas en las manos y no nos resistimos porque preferimos morir inocentes
que vivir culpables. »
Maximiano, viendo que no podía vencer tan heroico esfuerzo, ordenó a sus oficiales que les
dieran la muerte; les envió tropas con objeto de cogerles y destrozarles. Lejos de ofrecer
resistencia, aquellos infelices bajaron sus armas y ofrecierón el cuello ~. sus enemigos. La tierra
futi inundada por su sangre y seis mil hombres fueron degoliad os por orden del soberano.
Durante la persecución que Diocleciano hizo sufrir a la Iglesia, el Papa Cayo tuvo la prudencia
de velar por su conservación y emprendió la fuga.
Murió en 21 de abril del año 296. Fué enterrado en el cementerio de Calixto.
Las Actas de los mártires cuentan, igualmente, el glorioso fin de S.aA Victor de la ciudad de
Marsella.
<Este valiente soldado de Cristo, dice la leyenda, fué colocado sobre el caballete por orden del
prefecto Asterio, y fué cruelmente atormentado por espacio de tres horas. El emperador le mandó
conducir a su presencia y le ordenó que quemara incienso en honor de los dioses. Pero Víctor, en
lugar de obedecer, se acercó al altar y derribó con su pie el ídolo. Furioso el príncipe por esta
muestra de desprecio, dió orden para que se le cortase una pierna. Mas..., ¡oh, prodigio...!, no
salió sangre de la herida; mandó poner al Santo bajo la rueda de un molino, y al dar la primera
vuelta, en vez de moler sus huesos, se rompió en cien pedazos; entonces, el emperador mandó
que se le cortase la cabeza, y luego que fué ejecutado, se oyó desde lo alto una celeste voz que
gritaba: «¡Tú has vencido, bienaventurado Víctor, tú has vencido!»
Es inúti] observar que en las Actas <le los mártires los suplicios terminan casi siempre con el
hacha. principalmente si los instrumentos de tortura no han mata lo a los pacientes a gusto de los
cronistas
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 173.

MARCELINO, 30.Q PAPA

DIOcLECIANo, EMPERADOR — MAXIMIANO, EMPERADOR

Confusión del paganismo con el cristianismo


Marcelino, romano, fué elegido para suceder a Cayo, bajo el reinado de Diocleciano. Algunos
años después de su elevación, el emperador excitó contra los cristianos la más horrible y cruel
persecución que la Iglesia ha sufrido desde el tiempo de los apóstoles. Esta pe~rsecución comen-
zó en el año 303, y todas las provincjas ~1el imperio fueron inundadas con la sangre de los
mártires.
Citaremos un pasaje de Eusebio para que se compren-da el estadG en que se hallaba la Iglesia
antes de esta persecución.
<La doctrina de Cristo gozaba de mucha estima y rep.u¶tación entre los griegos—escribe—; la
Iglesia gozaba de] libre ejercicio de su culto, los emperadores profesaban un ‘gran cariño a los
cristianos y les daban el gobierno de las provincias sin que les obligasen a hacer sacrificios a los
ídolos. Muchos de éstos ejercían cargos al lado de los pmcipes, y les era permitido ejercer con
sus mujeres, sus hijos y sus esclavos, los actos de su religión.
»Doroteo, uno de los hombres más célebres entre los cristianos, se había también honrado con la
amistad del soberano; magistrado tilustre, y hábil administrador de la provincia, había dado a los
emperadores grandes muestras de su fidelidad y su celo; el ilustre Gorgono, y con él to-. dos los
que habían imitado su celo jor la religión cristiana, participaba de su poder y su crédito. Los
obispos ‘eran muy queridos por los pueblos y por los gobernadores de Itas provincias. Una
multitud de paganos hacía~ todos los días, profesión de fe; se levantaban iglesias en todas las
ciudades; los pueblos daban a Dios gracias por tanta dicha, y los templos no eran bastante
grandes para contener a los fieles.
»Mas tanta libertad arrastró consigo el relaja.mieiito de la disciplina y se comenzó la guerra con
ultrajes: los obis
pos, animados los unos contra los otros, promovieron cuestiones y desórdenes; en fin, cuando la
maldad y la mala fe fueron llevadas hasta el último, extremo, la justicia divina levantó el brazo
para castigar y permitió que los fides que profesaban la carrera de las armas fuesen los primeros
en ser perseguidos. Esto no obstante, cc~ntinuóse en una insensibilidad culpable; en vez de
apaciguar la cólera dc Dios, se aumen’taron los crímenes: los sacerdotes, despreciando las reglas
santas de la piedad, promovieron entre ellos cuestiones ~, querellas; fomentaron las enemistades
y los odios, y se di~putai-on los primeros cargos de la Iglesia, bien como sí fuesen dignidades
seculares...»
Tal era la corrupción de los ‘eclesiásticos hacía fines del tercer siglo. Desde esta época, los
esc~nda1os del clero lían ido en aumento; los sacerdotes se mostraron en grado creciente avaros,
ambiciosos, soberbios, vengativos, revolttosos; siempre enemigos de la verdadera piedad;
siempre disimulados y falsos. Esta es, cuando menos, la opinióu de Piotino; y lo que vemos en
nuestro siglo, debe con.vencernos de la verdad de estas acusaciones.
No poco hubieron de ayudar estos vicios a provocar la perE.ecución feroz de Diocleciano. Decía
en sus edictos que era permitido a los verdugos inventar nuevas toIt~turas contra los cristianos.
Para castigarles se usaba de gruesos bastones, de látigos, de disciplb~as y cuerdas; se les ataba
por las manos a unos postes, donde se le~ descuartizaba cop máquinas; luego se les destrozaba
con martillos de hierro y se les quitaba la carne de los muslos, del vientre y do las mejillas. Los
unos eran colgados por una mano, los otros eran atados a columuas sin que sus pies tocasen al
suelo a fin de que el peso de’ su cuerpo relajara sus tendones y aumentara sus dolores; en tal
estado sufrierop los interrogatorios del gobenaador y pe~-manecían en el tormento por espacio
de días enteros. Cuando el juez se dirigía a otros pacientes, dejaba guardianes para observar a los
que, cediendo a la fuerza del tormento, consentían en renegar de Jesucristo, y ctiando quedaba
fallida su esperanza, loe, verdugos estrechaban los lazos sin ninguna clase de misericordia, hasta
que los reos se hallaban cercanos a la muerte; entonces se les desataba de los postes, se les
arrastraba ~por el suelo y ~e hacia de modo que volviesen a la vida para aumentar sus supl~cios.
El Pap~~ Marcelino, durante estas épocas desgraciadas, abiuró solemnemente la religión
cristiana; los autores afir
174 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

man, según los testimonios más auténticos, que el Padre Santo, asustado por los suplicios que
sufrían los cristianos y de los cuales estaba amenazado, ofreció incienso a los ídolos en el templo
de. Isis y de Vesta, en presencia de muchos fieles, a fin de que imitaran el ejemplo de debilidad
que les daba; añaden que a consecuencia de esto se reunió un concilio en Sinuesse para juzgar al
Papa, sin qu.e se atreviese a condenarle. Los obispos que se encontraron en el sínodo, l.e dijeron:
«Estáis condenado por vuestros labios, pero no seréis ‘excomulgado por nuesWa sentencia.»
En este siglo perecen en España como mártires, dos nigromantes convertidos y condenados ~n
vida por el procónsul Sabino.
En Sevilla, dos tenderas de Alfarería negáronse a contribuir con su óbolo a la colecta que las
devotas nacían para celebrar la fiesta Salambón, dedicada a Venus. Acusadas ante el prefecto,
una de ‘ellas, Justa, murió de fatiga; la otra, Rufina, fué arrojada a los leones del anfiteatro (año
287).
En León sc rei¿istra ‘el martirio de Marcelo y sus doce hijos, por negarse a sacrificar a los ídolos.
En Córdoba, Acisclo y Victoria fueron denunciados por blasfcmar de los dioses del imperio, que
ante el. tribuno llamaron «de-momos» y «piedras vanas» sus imágenes. Acisclo rué degollado en
el circo; Victoria vió amputados los senos y la lengua y murió asaetada.
En Calahorra se veneran Hemeterio y Celedonio, soldados de la L.egión VII «Gemina Pila
Fclix>.
El culto y memoria de estos poco~ mártires, demuestra la tolerancia imperial ‘en España, donde
estaba muy extendido el cristianismo; y si bien se observa, estos santos fueron perseguidos, no
por sus virtudes cristianas, sino por rebeldes y blasfemos del culto oficial del Estado.
Marcelino murió el 21 de octubre de 301, y fué enterrado en el cementerio de Priscilo.
El tercer siglo termina con las corrientes migratorias de los oficiales del imperio que rinden culto
a Cristo en tiempos de bonanza, y de los prelad9s de la Iglesia que queman incienso a Isis y
Vesta en tiempos de adversidad. El favor de los emperadores atraía a]. cristianismo a los paganos
ambiciosos; como su furor hacía refluir de nuevo al paganismo a los prófugos. El capricho del
César fué el vehículo del trasiego religioso.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO III

211. l.~ CARACALLA (M. Aur. Sever. Arton. Caracalla), hijo. mayor dc Severo, nacido en
Lyon el día 4 de abril de 188, creado césar por su padre ‘en 196, y augusto el 2 de junio de 198,
fué, en compañía de su hermauo Geta, saludado’ emperador por los soldados el 4 de febrero de
211. Eran demasiado opu’estos los caracteres de ‘estos dos príncipes, para que juntos pudiesen
reinar en paz. Geta, a pesar de las precauciones qu’e tomó para ponerse a cubierto de las em-
boscadas de su hermano, no tardó ‘en ser víctima de su ambición y barbarie. Después de darle
muerte entre los brazos de su madre, que quedé teíiid~i d’e su sangre, Caracalta trató de inducir
al célebre jurisconsulto Papiniano, a quien Severo había nombrado prefecto del pretorio, a que
cxciisase su crimen ante el senado. «Sabed, le dijo aquel gran hombre, qu’e ‘es imás fácil
cometer un parricidio, que excusarlo. Por otra parte, es mancharse con un segundo asesinato ‘el
acusar a un inocente, después de quitarle la vida.» Irritado con tal respuesta, el omperador le hizo
decapitar. Desde entonces concibió un odio implacable contra todos los. letrados, a los qu’e
persiguió aun ‘en las provincias. Su furor se extendió hasta sus escritos, y los hizo reunfr para
abrasarlos. En medio de los horrores que mancharon su reinado, hizo una cosa muy apreciada de
San Agustín, que la suponic un buen principio. El año 212, o en sus inmediatos, publicó un
edicto, creando ciudadanos romanos a todos los súbditos libres del imperio, con tod~>s los
privilegios.
176 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~inexos a tal dignidad; lo que impulsó al poeta Rutilio a decir en su Itinerario:

Fecisti patriam diversis gentibus unam;


Urbem fecistí qu~ prius orbis erat.

Tian extraordinario favor no tenía, s~n embargo, su origen ~n los sentimientos de un alma
gene~osa. Dictóla sí una avaricia sórdida porque los ciudadanos, dice Tillemont, pagaban
muchos derechos de que los demás estaban exentos, romo el vigésimo y el décimo de las
sucesiones. A pesar de su cobardía, tenla Caracalla la pretensión de que le comparasen a los más
famosos capitanes, tales como Aquiles y Alejandro. Para merecer estos nombres, que ningún
reparo Thvo ‘en apropiarse, el año 216 pasó con su ejército’ a Oriente, en donde sus generales le
hicieron alcanzar algunas ventajas sobre los partos. Pero en ‘este viaje ejeculó un acto de
barbarie, que acreditó todas las odiosas calificaciones qu3 le habían adquirido sus crueldades
precedentes. Hallándose en Alejandría fué testigo de ciertas burlas que el pueblo lanzó contra él,
relativas a la muerte de Geta. Transportado de furor, mandó en seguida a los soldados que ca-
~es’en sobre l~ multitud; Dícese que fué tal la carniceri~a, ~ue la llanura quedó inundada de
sangre, y qué por espacio d’e muchos días quedaron tenidos de ‘ella ‘el Nilo, el mar y las
corrientes cercanas. Fué ésta una de sus últimas atrocidades. En 8 de abril del siguiente año 217,
la tierra sie ~rió libre de este monstruo, por mano de Marcial, centurión de los pretorianos, que le
asesinó entre Edesa y Carres, después de un reinado de seis años y dos in~e~es, contados desde
la muerte de su padre. Había c~sado en 203 con Justa Fulvio ~Plautina, hija de Plautino, y a la
que hizo matar el año 211 en la isla de Líparí, adonde la había confinado en 204, después del
de&eto d’e muerte pronunciado, como se ha dicho, contra su padre. A Caracalla, según observa
Montesquieu, puede con más propiedad apellidársele destructor de los hombres, qu’e tirano.
Calígula, N’erón y Domiciano, añade, concretaron sus crueldades a ‘Roma, empero éste ~paseó
su barbarie por todo el universo. En efecto, apagú su sed de sangre en las Galias, en Asia y en
Egipto. Lloráronile a pesar de esto~ sus soldados, porque siempre fué liberal ~pai-a con ellos.
211. 2s GETA (P. Septimus Geta), hijo segundo de Severo, ~i’acido en ‘Milán en 27 de mayo de
189, creado césar a fines
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
177
de 198 y augusto en 208 ó 209, ‘fué reconocido emperador junto con Caracalla, su hermano, en 4
de febrero de 211. En 17 de febrero del siguiente año Caracalla le asesinó en los mismos brazos
de su madre, a la ‘edad de veintidós años y nueve meses aproximadamente. Su verdugo, para
aminorar la atrocidad de su crimen, le hizo colocar en el número de los dioses, diciendo: «Sit
divus dum non sit vivus»; sea dios con tal que no viva. Dícese que hizo dar muerte a veinte mil
soldados o domésticos de este príncipe.
217. MAcRiNO (M. Opilius Macrinus), nacido el año 164 en Argel, de una humilde familia de
moros, ascendido por su mérito a prefecto del pretorio, sucedió en 11 de abril de ‘217 ,a
Caracalla, tres días después. de haberle hecho asesinar. Su primer cuidado fué el de castigar a los
ministros de las crueldades de su predecesor, y poner en libertad a todos los que había hecho
arrestar por el crimen de lesa majestad. La guerra que continuaba ‘entre los romanos y los partos,
le obligó a salir al encuentro de Artabano, que avanzaba a] frente de un poderoso ‘ejército. Los
dos se encontraron cerca de Nísibe, en donde se dieron una batalla que duró dos días. Macrino,
que llevó la peor parte, concluyó con el rey d’c los partos un tratado vergonzoso para los
romanos. Resuelto a abandoar este país, concedió una tregua al rey de Armenia, que también
‘estaba en guerra con el imperio. Pero ‘en lugar de pasar a Roma para ~asegur~ar su autoridad,
tomó la extraña resolución de detenerse en Alejandría todo el invierno. Fué esto una falta
irreparable. El celo que durante su permanencia en ‘esta ciudad mostró para el res~-
Itablecimiento de la disciplina militar, sólo sjrvió para irritar más y má~ a las tropas, que le
imputaban ya la muerte de Caracalla, y ~e atribuían . toda la culpa de su descalabro causado por
los partos. Sublevándose los que acampaban cerca de Emesa, proclamaron al emperador
siguiente. Juliano, prefecto del pretorio, ‘enviado contra los rebeldes, fué derrotado y - muerto.
Un sóldado tuvo la osadía de llevar la cabeza de este general envuelta en un fardo sellado con su
nombre, a Macrino, diciéndole que era la cabeza del nuevo emperador. En tanto que ‘examinaba
‘el ‘envoltorio, el portador se evadió. Macrino se puso en marcha para atacar a su competidor.
Pero fué derrotado en 7 de junio del año 218, y ‘emprendió la fuga, pensando retirarse a Italia;
pero fué perseguido y alcanzado en Arquelaida de Capadocia, en donde le cortaron la cabeza, a
la ‘edad de cincuenta y cuatro
.Usstoruiz de los Papas.—T orno I.—12
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 179
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
178

años, y después de un reinado de catorce’ meses menos tres días. Dc su esposa, Nonia Gelsa,
había este príncipe tenido un hijo llamado Diadumeniano, y que fué muerto caSi al mismo
tiempo que su padre.
218. HELIOGÁBALO O ELAGÁBALO (M. Aur. Anton. B.assía mis Alagabalus o
Heliogabalus), llamado así porque era sacerdote del sol, nacido en Roma a fines de 20-1, de
Marcelo y de Soemias, sobrina de la emperatriz Julia, segunda mujer de Severo, fué proclamado
emperador el 16 de mayo de 218, por los soldados, cerca de Emesa. Habiéndole salido Macrino
al encuentro, fué derrotado, como ya se ha dicho, el 7 de junio siguiente. Desde este día data con
propiedad el principio del reinado de Heliogábalo, cuya duración fué sólo de tres años, nueve
meses y cuatro días, muriendo junto con su madre, a manos de sus soldados, en 11 de marzo de
222, siendo de edad de dieciocho años. Flerodiano señala a su reinado seis años (empezados)
porque los cuenta desde la muerte de Caracalla, considerando a Macrino como un usurpador. La
misma cuenta echaba Heliogábalo, pretendiendo haber heredado el imperio el. ano 217. Por esta
razón hizo continuar en los Fastos del año
218 su nombre~, en lugar del de Macriano, que había sido~ cónsul aquel año. Heliogábalo,
corrompido por su madre, fué a causa de su molicie el Sardanápalo de los roiflaflIO5~, ~ielldo al
propio tiempo un Nerón en crueldad. Pero en medio de tau espantosas costumbres., no dejó de
hacer algunas co’~as apreciables. En este número puede co~loearsC una galería sostenida por
pilares~ de mármol, que hizo construir para juntar el monte Palatino con el monte Capitolino.
Había casado cinco veces, siéndonos conocidas solamente tres de sus cinco esposas, y son: Julia
Paula, Julia Aquila Severa y Ania Faustina. Lampridio echa en cara a este príncipe, como una
infamia, el haber sido el primero en usar un vestido entero de seda, «vestem holoserícatn~.
222. ALEJANDRO (M. Aur. Severus Alexander), hijo de Crenesio Marciano y de Julia Mamea,
nacido en. 1.~ de octubre de 208, en Arco, en el templo de Alejandro el Grande, el mismo día en
que se celebraba su muerte (circunstancia que, según Lampridio, hizo que le diesen el nombre de
Alejandro), adoptado y hecho césar en 221 por su primo Heliogábalo, a quien sucedió en 11 de
marzo de 222, a la edad de trece años y medio. Ya desde entonces fué un príncipe perfecto.
Brillaban en él todas las virtudes humanas, sin la menor mezcla de vicios. Tenía a menudo en los
Á
labios, e hizo grabar en el frontispicio de su palacio y en otros edificios, esta máxima: «Lo que
no quieras para ti, no lo quieras para otro». Su modestia le hizo rehusar el titulo de señor,
«dominus>~, con que algunos, lisonjeros pretendían adularle. ‘Tal fué el fruto de la esmerada
educación que le dió su madre, la que con algún fundamento se presume que ‘era cristiana. El
mismo, según se cree, adoraba en secreto a Jesucristo, pero mezclando su culto con el de los
ídolos. El’ año 223 se extendieron sobre Roma unas densas tinieblas, que duraron tres días,
acompañadas de un fuerte temblor de tierra que se sintió desde el 9 al 17 de septiembre, según
los. Fastos de Sicilia; lo que no dejó de considerarse como augurio de alguna próxima desgracia.
que, sin embargo, no acaeció. En este mismo año formó Alejandro su consejo, de los
jurisconsultos Ulpiano, Paulo. Elio Marciano, Hermógenes, Calístrato, Modestino y Venuleyó,
todos hábiles en su profesión, pero tanto más enemigos del cristianismo, cuanto era grande su
apego a las leyes romanas. De aquí resultaron las persecuciones que se suscitaron en varias
provincias, conforme a las. instrucciones que dieron a los gobernadores. El primero de eslos
consejeros fué víctima (le su celo en la Teforma del Estado. Ulpiano, nombraflo prefecto del
pretorio, fué muerto el año 226, a Ja vista misma del, emperador por sus soldados, irritados por
los severos reglamentos que había formado para contenerlos. Después de una guerra de cuatro
años contra los persas, volvió Alejandro en el de 231 a Roma con muy poca gloria, pero no por
eslio dejó de hacer en 25 de septiembre una especie (le entra(la triunfal (y. Artajerjes, rey de
Persia). Habiendo llevado en seguida la guerra a Alemania, fué asesinado con su madre en un
motín de sus soldados, cerca dc Maguncia, en 19 (le marzo dc 235, a la edad de veintiséis años,
cinco meses y diecinueve días. La bondad de su carácter hacía a este príncipe acreedor de mejor
suerte. Había casado, según Lanrnridío, con Memía, .hija de Sulpicio, que había sido cónsul.
Algunos pretenden que ésta fué su segunda esposa. Danle por primera a Salustia Barbia Orbiana,
que en efecto, se ve calificada de augusta en algunas medallas, en cuyo reverso se lee:
«Concordia Augustorum». Pero este reverso, indicando la existencia colectiva de dos
emperadores, prueba que la medalla no corrusponde al tiempo del ‘emperador Alejandro. En el
día se ad~mira aún en Boina ‘el mausoleo de este príncipe en el atrio de una de las galerías del
«Canpidoglio«.
ISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 181.
180 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
235. MAxIMINO 1 (C. Julius Verus Maximinus), nacido en Tracia el año 173, autor del
asesinatO de Alejandro, fué proclamado emperador, después de la muerte de este príncipe. en
mayo ¡de 235. Era godo, de baja cuna, y de una estatura y fuerza extraordinarias, y de un valor
correspoildiOnte :~ su fuerza. En sus principios había sido pastor; y habiéndose presentado el
año 205 en los juegos militares que Severo hacía celebrar en Tracia, con el fin de solemnizar ‘el
nacimiento dc su hijo Geta, derribó uno después de otro a siete soldados de los de mayores
fuerzas del ejército, con los cuales, a pétición suya, había reñido. Estas hazañas, y otras
semejantes de que fué testigo el emperador. le merecieron el ser alistado entre los soldados que
se habían desdeñado de medirse con él, alcanzando con su valor el verse elevado a los primeros
puestos de la milicia. Pero dueño del poder soberano, mostróse tan cruel, que se le dieron los
nombres de Cíclope, <Fállaris y otros parecidos. Los cristianos, a quienes había odiado
constantemente, fueron las primeras victimas de su ferocidad. La persecución que promovió con-
tra ellos, se considera la sexta. Su reinado, o más bien su tiranía, no duró más allá de tres años.
Fue muerto a fines de marzo de 238, delante de Aquilea que tenía sitiada, después de haber visto
degollar a su hijo Maximino, a quien había asociado al imperio. Sus más terribles decretos los
pronunciaba entre los vapores del vino. Precisado muchas veces, cuando ya se le había disipado
la embriaguez, a manifestar su arrepentimiento, y a revocarlos, tomó la prudente precaución de
ordenar que no se llevasen a ejecución hasta el día siguiente las órdenes sanguinarias que diese
durante la comida. Pero dictó las suficientes, a sangre fría, para que su memoria fuese aborrecida
para siempre. Durante los tres años de su reinado se desdefió de visitar a l1om~, y aun a Italia.
Circunstancias particulares le hablan obligado a transportar su ejército de las orillas del Rhin. a
las del Danubio. Su esposa Paulina murió antes que el.
237. Los DOS GORDIANOS. — El Africa, sublevada contra Maximino, escogió por su jefe a
Gordiano~ procónsul, que fué proclamado augusto en Thysdrum, en abril del año 237, a pesar de
su resistencia y de lo avanzado de su edad (contaba entonces ochenta años). Asociáronle a su
hijo Gordiano, de edad de cuarenta y seis años, y el senado confirmó esta elección en 27 de
m:ayo de 237. GordianO reí hijo perdió la vida en un combate dado contra Capeliano,
gobernador de l~ Mauritania; y Gordiano el padre terminó la suya estra”
guiándose. Todo lo cual, según la opinión más generalmente recibida, pasó en vida de Maximino
y en el espac~o de sólo seis semanas. Gordiano reí padre había casado co¡~ Fabla Orestila, de la
familia de Antonino. Su hijo Gordiano fué un príncipe muy disoluto. 1Segúu Julio Capitolino,
tenía hasta veintidós concubinas. El gran número de hijos ~jue de ellas tuvo, le hizo dar el
nombre de Príamo, que algunos ~zoyivierten en el de Príapo, a causa de su lubricidad. «Pasaba,
añade, su vida entre delicias, en lo~s. jardines, en los baños, en agradables bosquecillos. Sus
parientes conservan de él algunos escritos en prosa y en verso, que no son ni sublimes ni
despreciables, sino de un género mediano, que descubren un buen talento voluptuoso, y a quicll
la molicie no permitía el trabajo de limar sus obras».
237. 1.~ ~‘lÁxíMO Y ‘BALBINO (M. Claud. Puppienus Maxíurus). nacido por los años d’e
161, hijo de un cerrajero o carretero, elevado por su valor e inteligencia a los prinreros empleos,
y Balbino «Decim. Crelius Balbinus», de clase consular, distinguido orador, poeta céLebre, sabio
magistrado, fueron elegidos emperadores en 9 de julio de 237 por el senado, que ‘el mismo día
declaró cés~r al nieto de Gordiano. Pero los jweforianos, viendo con recelo ‘al frente de los ne-
gocios a emperadores elegidos ~por ‘el senado, asesinaron a Máximo y Balbino, tres meses o
cien días des.pués de la muerte de Maximino, y cuando apenas hacía un año de su elección~ esto
es, a mediados de Julio de 238. La esposa de Máximo se llamaba Quintia Crspila.
237. 2.~ GORDIANO ‘el Joven (M. Antonius Gordíanus Phis Africanus), hijo del cónsul Junio
Baldo, y nieto, por Mecía. Faustina, de Gordiano el Viejo, nacido en 20 de enero de 225, fué
creado césar por el senado en 9 de julio de 237, declarado augusto por los pretorianos a mediados
de julio de 238, y confirmado en su dignidad por el senado, el pueoblo y las provincias con una
alegría extraordinaria. Este príncipe no había nacido para el vicio. Pero, por desgracia, su madre
le había dado por tutores y ministros, libertos que reinabaíL en su nombre. Conmovido por los
clamores que excitaban sus injusticias, buscó un hombre digno de su confianza y lo encontró en
la persona de Misiteo, célebre por su saber, elocuencia y virtud. Hízole Gordiano prefecto del
pretorio ‘el año 241, después de haber casado con su hija Furia Sabina Tranquilina. Por consejo
de este sabio varÓn reformó diversos abusos, y empezó a construir varios edificios, sobre todo
en el campo de Marte. Este príncipe era
182 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 183
valeroso, y dió de ello brillantes piruebas. Noticioso el año 242 dc que Sapor, rey de Persia,
devastaba las fronteras del imperio, se puso en marcha para rechazarle. De paso por la Iliria hizo
con buen éxito la guerra a los godos y a los sármatas, que rechazó más allá del Danubio’.
Llegado a Siria, derrotó a Sapor en una gran batalla~ Fruto de esta victoria fué la reconquista de
Antioquía, Garres y Nísibe, de que se habían ap~oderado los persas~ Penetró Gordia~no en su
país, extendiendo sus conquistas hasta Ct’esifon, capital de Persia. Pero contrapesó con tantas
Jelicidades la pérdida de Misiteo, muerto de ‘disentería, o por mejor decir, de veneno, que le hizo
administrar un oficial’ llamado Filipo, el áño 243. La muerte de este esclarecido varón dejó
vacante la plaza de prefecto del pretorio, la que fué dada imprudentemente al autor de su muerte.
Sirvióse Filipo’ de ella como de una escala para llegar al imperio por medio de un nuevo crimen.
Volvía Gordiano, triunfante d’e’ la Mesop:otamia, ‘ci> donde había vencido a Sapor cerca de
Resaira; de repente, faltan los víveres al ejército, por los artificios de Filipo. Este suceso dió
lugar a una sedición. en la que los solda(los pidieron que se asociase en ‘el trono a Filipo. Pidió
Gordiano que le d’ejas’eii todo el mando, y no j~udo obtenerlo. Arengó a las tropas para que el
poder se dividiese por igual entre los dos, y tampoco lo obtuvo; suplica que sc le dejo el titulo de
césar, y se lo niegan. Pide ser nombrado prefecto del pretorio, y es desechado. Finalmente, ruega
que le concedan la vida, y le asesinan cerca de la confluencia del riachuelo Aboras con el
Eufrates, en marzo dc 24’l. Poseía este príncipe todas las cualidades a propósito para hacerse
amar y apreciar; por ‘esto fué generalmente llorado.
244. FILIPo (M. Julius Philippus), hijo de un capitán de bandoleros, nacido en Bostres, Arabia,
el año 201, prefecto del pretorio, indujo a los soldados, después del asesinato d’e Gordiano. a que
le ‘eligiesen ‘emp’erador el 10 de marzo del año 244. Filipo cra cristiano, según Eusebio, a quien
siguen San Jerónimo, San Crisóstomo, Paulo Orosio y otros. Este escritor refiere, que al pasar
por Antioquía, de regreso a Roma, después de haber firmado la paz con los persas, quiso asistir a
la función religiosa que se celebraba en la iglesia la víspera de pascua, pero que sabiendo el
obispo San Babilas su culpabilidad en la mu~te de Gordiano, le detuvo, y le impidió la entrada.
Filipo, añade, se sometió humildemente a las reprensiones del obispo, hizo
confesión de sus crímenes y aceptó la penitencia. Pero Eus’ebio cuenta ‘este hecho refiriéndose a
un rumor del que no sale garante. «Fama est», dice. Por otra parte, el’ mismo Eusebio, Lactancio,
San Ambrosio, Paulo Orosio, Teodoreto, Sulpicio y Severo, y casí todos los antiguos, aseguran
que Constantino fué el primer emperador cristiano. Además hay otra pru.eba que alega
Saccareili, que Filipo, durante su reinado, practicó muchos actos de idolatría. Así, pues, es más
cuestionable su pretendido cristianismo. Habiendo este príncipe enviado a Decio a castigar una
revuelta en la Mesia, las tropas del país, para escapar del castigo que meredan, proclamaron
emperador a Decio. Noticioso de ello Filipo, marchó contra Decio, le presentó cer~a de Verona
una batalla que perdió con la vida a mediados de octubre de 249. Filipo, su hijo y colega, que
había tenido de Marcía Octacila su esposa, fué muerto ‘en Roma, pocos días después. El P.
llardouin señala a Filip.o un origen muy diferente del que le hemos atribuido, tomándolo de los
historiadores ínás cercano a su tiempo. Las medallas del emperador Filipo, dice, declaran que
descendía de Antonio, y de Augusto, de Pompeyo, descendiente de Numa Pompilio, segundo rey
de los romanos, y yerno de Rómulo; y, en fin, de Marcio Filipo, de la familia d~ Anco Marcio,
tercer rey de los romanos. Todo esto, dice, lo demuestran las medallas». Sí, efectivamente, las
medallas exl)Jicadas por el P. llardouin.
ítn 218, año milésiíno ~e la fundación de Roma se celebraron los juegos seculares, con una
magnificencia cual acaso no se había visto igual hasta entonces. Según Julio Capitolino,
combatieron en el anfiteatro treinta y cuatro elefantes, diez osos, diez tigres, sesenta leones, un
cal)allo marino, un rinoceronte, diez canes blaocos, diez asnos monteses, cuarenta caballos
silvestre~, diez cameleopardos, y un nún~ero infinito (le animales de otras varias esl)ecies. Sin
contar dos mil gladiadores, mantenidos a expensas del fisco, que sc hallaron en el circo, y los
juegos en ‘el teatto que duraron tres días y tres noches.
Jotapiano en Siria, Pacaciano en ‘el Mediodía de las Galias y Carvíllo Marino en Miesia,
tomaron la púrpur~a a fines del imperio de Filipo, pero fueron despojados de ella poco tiempo
‘después con l)crdída dc la vida.
219. DEdo (Cn. M’essius Quintus Trajanus Desius>, nacido el aÑo 201. de antigua familia,
según Zósimo, en Biíbalia, pueblo cercano a Sirmich, sucedió a Filipo, ‘en octubre de 219. El
año 231 marchó contra los godos a Mesia, en com
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 185
184 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
punía de su hijo mayor Herenio Dedo, asoló todo el país~ y puso a los godos en el conflicto de
fiar su salvación en el éxito ae una batalla. Trábase ésta, y al primer choque, una flecha mata al
joven Decio. El padre, sin inmutarse, al parecer, por ello, exclama: «que la salud del imperio no
depende de la vida de un solo hombre». Perseguía con tal enca:rnizamiento al enemigo, que
introduciéndose en un .p,an— tano que quería atravesar, hundióse con su caballo ‘en el lodo, sin
que, por más esfuerzos que hizo, lograse salir de allí. Matáronie los bárbaros a flechazos, a fines
de noviembre. Este príncipe era acreedor a semejante suerte, por la cruel persecución que hizo a
los cri~tianos (cuéntase como la séptima). Sin embargo, debe decirse en su elogio, que du—
rante su reinado se ocupó gravemente en reformar las costumbres, y que con este objeto
restableció el cargo de censor. Decio había casado con Herenia Cupienia Etruscija, de la que
tuvo a Hostiliano; de quien hablaremos más adelante, y acaso otros dos hijos.
251. GALO Y .VoLusíANo.—El primero (C. Vibius Trebonianus Gallus), después de la ‘muerte
de Decio, fué proclamado emperador por las tropas de Mesia y Tracia. Dió los títulos de augusto
y emperador a Hostiliano, hijo de Dc cio, que murió poco tiempo después. M mismo tiempo creó
césar a Volusiano, su hijo, declarándole augusto, antes de termiíiar el mes de julio de 252. Galo y
Volusiano fueron muertos y.or sus soldados, a fines de mayo de 253 ‘en Temí, cuando
marchaban contra Emiliano, que se había sublevado. Segúi~ Dexipo, historiador contemporáneo,
reinó tan sólo dieciocho meses. Su reinado apenas es conocido más que por la vergonzosa ¿paz
que concluyó con los godos, por la persecución que hizo a los cristianos (la octava), y por la
peste y demás calamidades que fueron el castigo de su crueldad.
253. EMILIANo (C. Julius Aemilia~nus), nacido en el año
207, habiéndose hecho proclamar emperador en la Mesia, de donde era gobernador, fué
reconocido por el senado, después de la muerte de Galo. Su reinado fué sólo de tres o cuatro
meses. Murió a manos de los soldados cerca de Espoleto, a fines de agosto de 253. Existen aún
medallas en que se hallan representados el nombre y atributos de Hércules Victorioso y Marte
Vengador (Bandurí, Numism., pág. 94>.
253. VALERIANO (P. Licinius Valeirianus), de ilustre cuna, y decorado con muchos tílluos,
nacido el año 190, fué proclamado emperador en Recia por las tropas que llevaba a

A
Galo contra Emiliano, y reconocido p~r éste en agosto de 253 (1). El senado p~roclamó césar a
Galieno, su hijo, y Va

(í) 253. PRINCIPALES TIRANOS QUE SE ALZAEON EN EL IMPERIO EN TIEMPO


DE VALERIANO. GALIENO, CLAUDIO y AURELIANO. — Sulpicio Antoniano,
proclamado. emperador por las tropas de Siria, en 253, fué muerto el año siguiente. Vese aún una
medalla de bronce acuñada en honor suyo el año 565, de la era de Emesa, esto es, en 254 de
Jesucristo
260. D. Lelio Ingenuo, gobernador de Panonia y de Mesia, fué reconocido
emperador en estas provincias, al saberse el cautiverio de Valeriano. No le dió
Galieno tiempo de afirmarse Envió contra él a los generales Aureolo, y Celetr
Veriano, que le derrotaron cerca de Mursa. Después de este descalabro, temeroso
Ingenuo de caer en manos del vencedor, se dió la muerte.
261. Q. Non. Regiliano, de la familia de Decébalo, rey de los dacios, vencido por Trajano, tomó
la púrpura en Mesia, después de la muerte de Ingenuo. Hablase hecho célebre por las victorias
alcanzadas contra los sármatas. Prosiguiá haciendo la guerra a estos pueblos hasta fines de
agosto de 263, en que fué asesinado por sus soldados.
261. M Fulv. Macriano, hombre de baja raea, pero capi’án inteligente, pro. clamado emperador
en Siria, en marzo de 261, se asoció inmediatamente sus dos hijos, Q. Fulv Macriano y Cn. Fuji’.
Quieto. Su imperio se catendió sobre toda el Asia y el Egipto. El año 282 pasó a Occidente para
destronar a Galieno. Detúvole Auréolo en Iliria, sobre los confines de Tracia. Acometido el 8 de
m Irzo del n-,ismo añc. por Domicjano, lugartenjentej de Auréo~o, o acasa por éste mismo,
murió,, junto con su hijo primogénito, a manos de sus rop 05
dados. QuIeto, segundo hijo de Ma.criano, que había permanecido en Siria, fué víctima de la
traicción de su gé~ñe zíl Balista, que le hizo dar de puñaladas,~ antes del mes de agosto de 262,
en En~esa, cuya plaza entregó a Odenatn (Tillemont).
261. Calpurn. Pisón, persona consular, recomendable igualmente por su nacimiento e integridad,
habiendo sido enviado contra Valente, por Macriano, se hizo proclamar emperador en Tesa’ia,
con objeto de imponer a su enemigo. No gozó por mucho tiempo de este honor. Imposibilitado
Valente de resistirle a campo abierto, le hizo asesinar por medio de cieros satélites, a fines de
mayo del año 261. Fué, dice Gibbon, el único noble entre lodos los tiranos que pulularon
entonces. La sangre de Numa, tras de veinte generaciones sucesivas, corría por las venas del
Calpurnio Pisón, que, enlazado por las lineas femeninas con loa más ilustres ciudadanos, tenía el
derecho de adórnar su casa con los retratos de Craso y del general Pompeyo... Las cualidades
personales de Pisón añadían nuevo lustre a su raza... El senado, con el genero;o permi~o del
emperador, concedió los honores del tritutfo a la memoria de este virtuoso rebelde.
2ó1. Valer Valente, procónsul de Acaya, tomó la púrpura para defenderse de Macriano, que se
negaba a reconocerle. No le libró esta salvaguardia de] furor de lo 3 soldados, que le mataron, el
año mismo de su usurpación, pocos días después que él habla hecho asesinar cobardemente a
Pisón.
261. M. Casiano Latiene (o Latinos) Póstumo, de baja cuna, pero distinguido por sus grandes
cualidades, que le habtan hecho merecedor del canso. lado, fué proclamado emperador en las
Galias, a principios del año 261. Gobernaba este país desde el año 257. Para asegurar su
usurpación, hizo asesinar a Salonino, hij.~ de Galieno, junto con su preceptor Silvano,
encerrados ambos en Colonia. Apresorárqase a reconocerle Inglaterra y España. Sitióle Ge...
heno en Auton, pero fracasó en la empresa, y se vió obligado a levantar el sitio después de haber
sido herido en él. El reinado de Póstumo fu¿ de siete años, durante los cuales alcanzó muchas
victorias contra los bárbaros. En la
186 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 187
primavera del año 267, después de haber derrotado al tirano Lelieno, cerca de Maguncia, fué
asesinado por sus soldados~ por no haberles querido conceder el saqueo de aquella ciudad. Aun
cuando P6stumo no gozó la púrpura más que siete años, las últimas medallas de este príncipe
señalan el año X de su potestad tribunicia. Pero Boze da la razón, diciendo que no empezó stt
cuenta desde el día en que fué proclamado en~perador, sino desde aquel en que se hizo cargo del
gobierno de las Galias. Póstumo tuvo un hijo,, al que se asoció, y que murió con él; se llamaba C.
Jun. Cass. Póstumo.
262. Serv Anicio Balista, general de Macriano y de su hijo Quieto, se hizo proclamar emperador
en Siria algún tiempo después de la muerte de este último. Era un homibre de talento, conocedor
de la guerra y versado en la política. Valeriano le había nombratlo prefecto del pretorio, y
aprovechó útilmente sus consejos. Después del cautiverio de este príncipe, le pusieron los
soldados a su frente y él pasó por mar a Cilicia, salvando a Pompevópolis, que estaba para caer
en poder de los persas. Desde allí, adelantándose rápidamente por la Licaonia, hizo pedazos, en
una sorpresa, al ejército de Sspor, y se apoderó de sus tesoros y de sus mujeres, regr~sando en
seguida a Cilicia. Ignórase lo que hizo siendo emperador. Reinó dos años, al cabo de los cuales,
en el de 264, fué muerto, según se cree, por orden de Orlenato.
262. Tib. Cest. Alex. Emiliano, gobernador de Egipto, se vió obligado en
262 a tomar la púrpura para apaciguar una sedición, El año siguiente, Galieno
envió contra él a Teodoro, que se apoderó de su persona, cuando se disponía
a conducir sus armas a las Indias, y le envió a Roma, en donde fué estrangu1a~o
263. Sempron Saturnino, ~ué, a su pesar, proclamarlo empe¡-atior en los confines de Escitia, el
año 263. Lejos de dar las gracias a su ejército por el honor que le dispensaba. de~Soró
públicamente su funesta suene, diciéndole: «Habéis perdido un comanríante úil, creándoos un
emperador infelir». Sus presenrirnien. tos se cumplieron. Fué muerto el año siguiente, o en el de
267, a ser verdaderas las medallas que le señalan cuatro años de reinado.
264. C. An. Trebeliano, pirata famoso, proclamalo emperaio: en Isauria, al principio del año 264,
fué muerto pl año siguiente, en una batalla contra Cato. sisoleo, hermano de Teodoto, vencedor
de Emiliano.
264. M Aurel. l’iauvonio Victorino, elegido en calidad de coega por Póstumo, en 264, le sucedió
en 267. El desarreglo de sus costumbres eclipsó. sus brillantes cualidades Algunos mallos,
o’endidos PO que Isabía seducirlo o violado sus muleres, vengaron el ultraje Isecíso a su honor,
asesinándole cts los primeros meses d~l año siguiente en Colonia. Antes de expirar designé por
su sucesor a C. Piauvonio Victoriano, su hijo, que experimentó, poco tiempo después, su misma
suerte. Una piedra, descubierta en Colonia, ostenta en la inseriprión, sHic sití sunt Victorini
duns. Después de la muerte del padre, Aurelia Victorina (o Victoria), madre de Victorino el
Viejo, tomó el titulo de Augusta Esta fué en Occidente, lo que en Oriente Zenobia. Puesta al
frente de cierto número de legiones, les inspiró tanta confianza, que la llamaban la madre de los
ejércitos. Conduefales en persona con ese rínimo tranquilo que anuncia tanto valor como
inteligencia Su autoridad sólo terminó con su vida a 5n~ediados de 268.
265. T Corn. Celso, proclamarlo emperador en Cartago el año 265, fu muerto seis días después
por sus prol)ias tropas.
266. Ulp. Corq. Leliano (o L. Eliano), se hizo proclamar emperador en Maguncia a fines riel año
266. Perdió la vida a principios del año siguiente, cerca de la misma ciudad, en una batalla cIada
contra Póstumo. Muratorí le confunde con Loliano, que viene luego, pero las medallas les
distinguen perfectamente
267. Sp. Servil. Luliano, reconocido em.perador en una parte de las Ga.
lisa, después de la muerte de Póstumo, cuyas tropas había sublevado, fué derrotado por los
Victorin~, y muerto por los soldados el mismo año.
267. Séptima Zenobia, esposa de Odenato, a quien acompañó en todas sus expediciones
militares, tomó el titulo de reina de Oriente después de la muerte de su esposo y dió la púrpura a
sus tres hijos Hereniano, Timolso y Valbalate. Esta princesa, descendiente de los Tototneos de
Egipto, reunía en su persona el saber y el heroísmo. Resistió a las fuerzas que enviaron contra
ella Galeno y su sucesor Claudio, y extendió sus conquistas ets Egipto y hasta la Galacia. Pero
encontró su vencedor en la persona de Aurelio. Este príncipe, el año 272, después de dos
victorias alcanzadas contra ella, la una en Dafne, cerca de Antioquía, y la otra bajo los muros de
Emesa,. la sitió en Palmira. Defendióse en eUa como una nueva Semiramis. Pero después de
haber agotado todos los recursos que sugieren el genio y el valor, fué hecha prisionera el año
siguiente, cuando se re,iraba hacia el Oriente, y conducida a Roma, donde, en compañía de
Tétrico, sirvió para adornar el triunfo de Aurellano. Zenobia pasó el resto de sus días en TívoIl.
Ignórase qué suerte tuvieron sus hijos, a excepción de Valbalate, a quien el emperador colmó de’
favores. Las hijas de Zenobia casaron con ilustres personajes.
267. Man. Acilio Auréoio, - general del ejército de Iliria, con el cual, en
262, habla derrotado al tirano Macriano. Enviado el aCto 267 a Milán por Galieno, a fin de que
impidiese el paso de los Alpes al tirano Póstumuié tom,ó la púrpura en esta ciudad, en donde
Galieno fué a sitiarle el año síguiente~ Habiendo sido muerto este príncipe durante su
expodición, traté Auréolo de proponer a Claudio, su sucesor, un tratado de alianza y de partición.
~<Decídle, contestó el intrépido emperador, que semejantes ofertas potílan haberse hecho a
Galieno; acaso. éste las hubiera escachado con paciencia, y acaso aceptera un colega tan
despreciable como él.» Tan dura repulsa in itoidó a los sitiados. Aurénlo tentó la suerte de una
batalla, que se dió cerca del Ada, entre Milán y ~,érgamo, en el mes de abril de z68. Auréolo la
perdió con la vida, según Trebelio Polión. Zósimo dice, por el contrario, que se entregó al ven-
cedor, que quiso salvarle la vida; pero que, habiéndose apoderado ríe él los soldados, le dieron la
muerte. Sea de esto lo que fue:e, el lugar donde se dió la batalla fué denominado «Pons Aureolis,
en el día Pontito’a.
267. Meonio, primo y asesino de Odenato, se hizo proclamar emperador en Siria, después de la
muerte de éste. Ma:áron’e sus soldado; al cabo’ de algunos días.
268. M. Aurel. Mario, armero, fué proclamado emperador en una parte de las Galias, por los
cuidados de Victorina. Pero pocos días después, en los primeros meses del año 268, fu~ muerto
por un soldado que Isabia trabajado en su tienda, con una espada fabricada por el mismo Mario.
Este tirano se hacia notar por su intrépido valor, por una extraordinaria fuerza corporal y por la
indecencia de sus gros&as costumbres.
268. P. Pivesuvio Tétrico, senador y gobernador de Aquiania, fué. proclamado emperador en la
ciudad de Burdeos, después de la muerte de Mario, por recpmendación de Victorina, que quería
asociarle a su hijo Victoriano. Este tirano se sostuvo con gloria por espacio de seis años
empezados. Pero cansad~ de los frecuentes motines de su ejército, se decidió, el año 273, a
entregarse al emperador Aureliano, El modo cómo lo efectuó no le hace grande honor.
Aguardándole Aureliano en las llanuras de Chalons, vienen a las manos los dos ejércitos. En
tanto que se baten con el encarnizamiento imaginable, Tétrico y su hijo se pasan al enemigo,
dejando a sus tropas verter inútilmente su sangre por un jefe que las abandona tan cobardemente.
Fueron casi enteramente hechas pedazos~ y Tétrico recibió de Aureliano un gobierno en Italia,
en donde murió, entre septiembre de 275 y matzo de 276. Su hijos P. Pivesuvio, a
188
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
quien habfa hecho césar, despu~s que Aureliano le hubo atraído a si, se vió colmado por éste de
bienes y honores.
273. Marco Firmio, natural de Seleucia, en Siria, llevado siendo muy joven a Egipto, en donde el
comercio le bi~0 opulen-o, se atrevió a hacerse proclamar emperador a mediados del ario ~
después de la calda de Zenobia, de quien era amigo. Era hombire de taUis gigantesca y fuerza
sorprendente; apellidábanle el Cíclope. Habiéndose hecho dueño de Alejandría y del reso del
Egipto, prohibió llevar a Roma el trigo que era de costumbre enviar a ella. Luego que en Carres
de Mesopotamia tuvo Aureliano noticia de su revuelta marchó contra él y apollerándose de su
persona en una baslía, le hizo expiar el crimen aquel mismo año en un si~plicío afrentoso.
TIRANOS QUE 55 LEVANTARON SAJO EL REtNADO DE PRono— 10 Jul. SaturL nino, a
quien Aureliano había nombrado general de las fronteras de Orienta. Habiendo ido el año 280 a
Egipto, los habitantes de Alejandría, le proclamaron emperador, a pesar de su resistencia, y le
vistieron un traje de púrpura sacado de una estatua de Venus El emperador Probo, que le
apreciaba, le escribió ofreciéndole su gracia, prQpon~ndole un partido ven ajoso. Pero’ los
oficiales de Saturnino, temerosos de experimentar la venganza de Probo, impidierois a su jefe
que aceptase atas ofertas. En consecuencia hizo Probo marchar contra él sus tropas, que le
sitiaron en A.pamea, en donde fué hecho prisionero y muerto, pocos días después de su
usurpación.
2.~ Tit El. Próculo, natural de Albenga, en la costa de Génova, oficial distinguido, pero difamado
al par pcsr sisa dedórdenes. El año 280, en una partida de diversión, sus soldados le proclamaron
emperador en Colonia. Quiso conservar este titulo, y tomó la púrpura a instigación de ‘liturgia,
su muj’er. Perseguido por Probo, fué derrotado y hecho prisionero el mismo año en Colonia, en
donde sufrió el último suplicio.
3.5 Q Bonosio, general de las tropas de Recia. Su negligencia fué en cierto modo causa de su
usurpación. Ifabiendo dejado que los alemanes incendiasen las naves que guardaban la
enibocadura del Ehin, tomó la púrpura en 280, para evitar el castigo que merecía. Era un bebedor
de los más fuertes de su tiempo. Hizo causa común con Próculo, y conservó la púrpura mucho
més tiempo que él. Sostuvo una guerra larga y difícil; pero por último cay4 prisionero y fué
condenado al suplicio de la cuerda. Viendo su cuerpo colgado en la horca, dijo Probo: aNo
cuelga aquí un hombre, sino utt pellejo. de vinos. Este príncipe hizo gracia a los dos hijos que
dejó, y trató con decencia a Hunila, su viuda.
284. TIRANOS QUE 55 ALZARON SN ~L IMPERIO, OR5OE EL AÑO 234 HASTA EL DR
312. — M, Aurelio Juliano tomó la púrpura en Venecia d~spués de. la m’uer,e de Numeriano, y
pereció el mismo año en una batalla con~ra Carino.
285. Co .Salv. Amando y Pomponio Eliano, habVndo.;e puesto al frente de los campesinos
sublevados en las Galias, ulsurparon la púrpura en 285, y dieron a su facción el nombre de
Bagaudos. Después de muchos combates sostenidos contra ellos, logró Hercúleo acorra3~rlos
e~n un castillo certcano a Paris, y los dispersó. Pem con el tiempo, los rebeldes volvieron a
juntarse, y su partido subsistió por mucho tiempo ssolando las Galias.
287. Carausio, nacido en San-David, en Inglaterra, y príncipe de la sangre real de Bretaña, según
el dUctor Stukeli (Hist.. Carausii, pág. 62); pero ~ más presumible que fuese hombre de baja
ra~ea, según lo dan a entender Eu!ropio, Aurelio, Victor y Eumenes De piloto pasó a ser
soldado, luego almirante de una flota establecida en el puerto de sGessoriacums o Bolonia, para
contener las correrías que los piratas franceses hacían en las c~tas de Bélgica, y habiendo pasado
el año 087 a la Gran Bretaña, se hizo en ella proclama~ emperador por las tropas romanas que
gua¿daban la isla. Después de inútiles - esfuerzos para reducirle, Diocleciano y su colega
tomaron el partido dez
~1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
189
leí-iauo le declaró acto continuo augusto, asociándole a] imperio, atacado por todas partes por los
bárbaros. Valeriano y Gaheno reinaron juntos siete años. Pero sabiendo el primero. los pyogresos
que Sapor, rey de los persas, hacía en (}riente, en el territorio romano, se p~uso en marcha el alio
259, con intento de rechazarlo. A fines del año 260, viéndose después de una dérrota rodeado por
los persas, sin esperanza de poder escapar, tuvo una conferencia con Sapor, que le retuvo
prisionero, sin querer jamás devolverle la libertad. El p~érfidor monarca, después de haberle
[ratado ~on la mayor indignidad por espacio de nueve años, haciéndole servir de estribo p,ara
montar a caballo, o subir á~ su carro, le hizo al fin dar muerte en 269 ~P:ag1i>, negándole hasta
los honores de la sepultura; porque después d~ 6U muerte,. Valeriano fué desollado por orden de
aquel bárbaro, ~saladc su cuerpo y su piel curtida y teñida de encarnado y puesta en un templo
para eterno monumento de la afrenta de los romanos. Todos los cristianos han reconocido iel
dedo de Dios en el deplorable fin de Valeriano, quedando

cederle la soberarda de la isla, y, ~i bien con repugnancia~ admitieron un súbdito rebelde a los
honores de la púrpura. Pero la paz que le concedieron no fué duradera El césar Constancio Cloro
si’ió en 292 a Bolonia. Carausio enviu~ sus naves en su socorro, pero el sitiador se apoderó de
ellas, obligando a la ciudad a rendirse. Este feliz resultado envalentonó a Constancio, que hizo
grandes preparativos para recobrar la Gran Breaña. Pero antes de terminsrse, murió Carausio a
manbs de Alecto, su ministro, año 294. Consérvans~ de este tirano un gran número de medallas,
que dan bastante que hacer a la penetración de los anticuarios. Consérvase también una de su
mujer, Oriuna.
292. L. Elpidio Aquileo, tomó la púrpura en Egip~o, en donde reinó cinco años El año 296
acudió Diocleciano a sitiarle en Alejandría, de cuya ciudad se apoderó el año siguiente, después
de ocho meses de siiío, la entregó al saqueo y condenó al tirano a ser aevorado por los felones.
Casi todo el Egipto fué entregado a la proscripción y a la muerte.
294. Alecto tomó la púrpura, y se hizo reconocer por emperador en Ingiaterra, después de haber
asesinado a Carausio. Constancio y su lugarteniente Asciepiodoro, ~hicieron a la vez,, y por.
diferentes puntos~ un doble desembarco en Inglaterra. Marchó Alecto contra el segundo, y
pereció en un~ batalla que le presentó, el año 297.
306. M. Aur. Majencio, hijo del erÉpiera 4dor Hercúleo, se hizo reconoc~r emperador en Roma el
día 28 de octubre de este año. A tal, noticia corre Hercúleo a junrársele y recobra la púrpura.
Desaviénese luego con su hijo, y se retira junto a Constantino en las Galias. Majencio declara la
guerr~ a este <iltímo, que le derrota en tres batallas. Preséntale la cuarta cerca del puente Milvio,
y fugitivo de ella, se ahoga en el Tiber, el día 28 de octubre de 312. Había tenido de la bija dc
Gtslerio Maximino, su esposa, un hijo llamado Rómulo, que murió en 309.
308. Alejandro tomó la púrpura, el año 303, en Africa, de donde era gobernador. E ué muerto por
los generales de Majencio, el año 311.
190 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 191
así vengaba la sangre inocente que habí a vertido. La persecución que empezó el afic~ 257, es la
novena, conside~rando separadas la de Galo y la de Decio. Hasta entonces p~ar~ecla
que .prot.~gía a los cristianos. Hízole cambiar de conducta para con ellos Macriano, su gene~ral
y prefecto de.l pretorio. Fué consecuencia de su debilidad el recibir las perversas impresiones a
que le sujetaban hábiles cortesanos. En general, durante su reinado, no supo conocer el verdadero
mérito, y hacerle justicia. Confiado y receloso fuera de tiempo, falto de disce~rnimiento, fué su
imprudencia causa de su desgracia, y echó sobre la gloria de los romanos una mancha que no
pudieron borrar jamás. Dc Mariana, su segunda mujer, tuvo a P. Licinio Valeriano., que fué
muerto con Galieno. Murió en la misma pyisión que su esposo, con quien había ido a Persia.
260. GALIENO (P. Licin. Gallienus), nacido el aflo 233, creado césar en agosto de 253 por el
senado, y declarado en. s~guida augusto poir Valeriano, su padre, permaneció único ‘emperador
después del cautiverio de éste, cuya noticia recibió con secreta alegría y con marcada
indiferencia. Hasta entonces había hecho concebir las más bellas esperanzas. Nacido con las más
brillantes cualidades, y educado por el filósofo Plotino, se había entregado alternativamente al
‘estudio de las bellas letras y a los ‘ejercicios mililtares. Los poetas le miraban como a su émulo,
y los guerreros como a un naciente héroe; había mandado. ‘el ejército y alcanzado una victoria
contra los sármatas. Su humanidad, su beneficcncia y su generosidad le habían conquistado todos
los corazones; los mismos cristianos le daban el parabién por su moderación y equidad. Pero
cuando empufló solo las riendas del gobierno, transformóse en. otro hombre. La seducción de
los más corrompidos cortesanos, por los que se dejó conducir, le hizo cae4r ‘en. la indolencia, la
crápula y la crueldad. Pasaba los días en darse buena vida y embriagarse, frecuentando p~r la
noche los más infames lugares, y dejando los negocios del Estado en manos de sus libertos. Su
lujo no tenía limites. Sólo ~e servía de vasos de oro enriquecidos con diamantes. Sus vestidos
eran de lo más suntuoso, y hasta los zap~atos llevaba cubie~rtos de pedrería, y sólo se
‘empolvaba el cuello con limaduras de oro. Para podeí sostener sus enormes dispendios, atacó
con diversos pretextos a los más ricos senadores, cuyos bienes se hizo adjudicar por derecho de
confiscación, después di’ Proscritos ~ ajusticiados. Viendo los bárbaros, que por to
das partes rodeaban el imperio, el deplorable estado en que se hallaba bajo este reinado, no
tardaron en invadir sus fronteras. En su propio seno se levantaron cerca de veinte (no treinta)
tiranos, todos los cuales, al frente de los ijércitos que mandaban, tomaron ‘el título de
emperadores. Dáxxiosles a conocer en la nota, pero no continuamos en ‘este »úmero de
Odenato., príncipe de Palmira, a quien el mismo Galieno nombró augusto y emperador de
Oriente en 264. Tampoco comprendemos entre ellos a Cayo Valeriano, hermano de Galieno.,a~
quien hizo igualmente augusto, habiéndolo ya antes nombrado césar. D’e nada tenía el estado
más necesidad que del primero de los dos colegas que s~e nombrió este príncipe. En tanto qu:e
Galieno se entregaba al libertínaje, contuvo Odenato el imperio ‘en la pendiente de su ruina.
Alcanzó muchas victorias contra los persas, y se disponía a adquirir sobre ellos muchas más.
ventajas, cuando fué as’esinado, junto con H’erodes o Herodiano, su primogénito, el año 267, en
Heraclea, en el Ponto. Galieno experimentó igual suerte, junto con su familia, el 8 de marzo del
‘año siguiente, octavo de su reinado, delante de Milán, en donde tenía sitiado al tirano Auréolo,
que se había encerrado en aquella plaza. Su esposa, llamada Julia Corn. Salonina, a la que
algunos escritores griegos dan el sobrenombre de Crisógona, le dió dos hijos, Salonino, príncipe
de la Juventud, que fué muerto ‘en Colonia, asesinado, segán se cree, por orden de Póstumo, a
quien Galieno le había confiado, y Julio Galieno, con dos hijas, Julia y Licinia Galiena, que
fueron envueltos en la desgracia de su padre. A más de su esposa, tuvo Galieno, hacia el
año .260, una concubina en la persona de Pipa o Pipara, Jiija de un rey de los marcomanos
(Tillcmont).
Galieno fué el que divorció la milicia de la magistratura. Hasta su tiempo, se había considerado
como obligatorio el reunir el mérito militar junto con la habilidad para los negocios civiles. Pero
viendo ‘este príncipe levantars.e~ por todas partes usurpadores del titulo imperial, impidió a los
senadores pertenecer a la milicia, temeroso de gu’e afladiendo a su rango el mando de un
ejército, no favoreciesen los intentos de la ambición.
268. CLAUDIO II (M. Aur. Claudius), llamado el Gótico, nacido en Iliria el 10 de mayo de 214
ó 215, general deL ej&cito de Iliria, de obscura familia, fué proclamado emperador de~pués de
la muerte de Galieno, y reconocido con gozo por ‘el senado, el 24 de marzo de 268. Subió al
trono,
192 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 193

modelo de todas las virtudes de que era susceptible el alma de un pagano. Antes de ascender a él,
había mandado con gloria los ejércitos. Continuando a su frente, ~iriunfó de algunos tiranos, y el
año 269 derroté completamente, cerca de Naisa, a ‘os godos, que habían entrado a devastar la
Tracia, el Asia y la Grecia, en número de trescientos veinte mil, lo que le valió el sobrenombre
de Gótico. Murió de peste, en Sirmich, en mayo de 270, año tercero de su rei~nado. Después de
su muerte, queriendo los romanos consagrar su memoria, le erigieron en el Capitolio una estatua
de oro (esto es, dorada) de diez pies de altura.
Desde Claudio hasta Diocleciano, que restableció las monedas dc plata pura, no se encuentra este
metal en las medallas, o si se encuentran algunas, son tan raras, que la excepción confirma la
regla. Acufláronlas entonces sobre cobre, pero después de cubrirle con una hoja de estaño Esto
es lo que da su color blanco a las medallas que ha,man «saucées» los franceses. Las piezas de oro
continuaron siempre subsistentes, porque sólo en este metal se pagaban los tributos (La Bastic).
270. QuINTILO (M. Aur. Claud. Quintillus), tomó, después de la muerte de Claudio, su
hermano, el título de emperador, que le fué concedido ‘en Italia por el sfenado y las tropas. Pero
al mismo tiempo Aureliano fué proclamado por él ejército que se hallaba en Sirmich.
Desesperado Quintilo de poder sostenerse contra su rival, se dió muerte des ués de diecisiete o
veinte días de reinado.
270. AURELIANO (L. Valerius Domitius Aurelianus), nacido a lo que se cree, en bacia, el año
212, de baja familia, apellidado Espada en Mano, «manu ad ferrum», a causa de su pasión poí
J.as armas y su gran valor, general de los ‘ejércitos dc lliria y de Tracia, fué proclamado
emperador en mayo de 270 en Sirmich, al mismo tiempo que Quintilo lo fué en Italia. Reinó
cinco años, ‘empezados, siendo asesinado en Tracia, entre Heraclea y Bizancio, en enero de 275,
por la traición de su secretario Mnest’eo, que con una falsa memoria sublevó a sus generales.
Este príncipe, ‘el #nayor capitán de su siglo, repuso el imperio en sus antiguos límites,
haciéndole temible a sus enemigos.. Después de muchas yictorias alcanzadas sobre los godos, los
rechazó hasta el otro lado del Danubio. A los alemanes, que, tras de una victoria que habían
obtenido cerca de Plasencia, se adelantaban hasta Umbría, les obligó a volver otra vez a
Germania. Pero sus hazañas más brillantes las ejecutó contra Zenobia,
‘viuda de Odenato y reina de Palmira, que después de haberle dado mucho que haeer, fué presa
‘el año 273 y llevada cautiva a Roma. El vencedo;r~ hizo dar muerte a los partidarios más
distinguidos de esta princesa, sin exceptuar a] filósofo Longino, su secretario, cuyo saber y
virtud hicieron su muerte muy sensible. Su intente era el de conservar a Palmira, pero habiendo
sabido, hallándose en Tracia aquel mismo año, que se había sublevado, nesolvió sobre ‘ella, pasó
a cuchillo a todos sus habitantes y destruyó completamente aquella soberbia ciudad, de la que se
conservan aún algunos monumentos, que son la admii~ación de los inteligentes. Aureliano se
inclinaba, naturalmente, a la cruel dad. Esta funesta inclinación se mostraba hasta en la exactitud
con cwe quería que se observase la discipilina militar, lo que hizo que los soldados le dir~igiesen
este picante epigrama: «Ha vertido más sangre, que vino ha bebido persona alguna». A los
últimos de su vida, persiguió a los cristianos, a quienes hasta ‘entonces había tratado
favorablemente. Dodwell j~ret.ende que se limitó a amenazarles, sin llegar jamás al
cumplimiento de sus intimidaciones; pero Eusebio (Hist. Eccí., I~ víl, c. 30) dice formalmente lo
contrario, que además se halla confirmado por las actas de los mártires de su tiempo. Apreciaba
la modestia en ‘el traje, y no consintió jamás que su esposa y su hija usasen vestidos de seda, di-
ciendo quc una ropa es demasiado cara cuando cuesta a peso de oro. «Absit ut auro fila
pensentur». Sin embargo, es el primer emperador, según Jornandes que ciñó la díadema ‘en
público (véase du Cange sobre Joinvilí., diser. XXIV, pág. 290). Su mújer tenía por nombre
Ulpia Severina; el de la hija que tuvo de ella, es desconocido. Roma debió a este príncipe un
nuevo circuito mucho más extenso y defendido por fortificaciones que la ponían ál abrigo de los
insultos de los bárbaros. Evaluóse su circuito a cuarenta mil pasos aproximadamente.
275. TÁCITO (M. Claudius Tacitus), de clase consular, y uno dc los senadores más ilustres, fué
‘elegido emperador por ‘el senado en 25 de septiembre de 275, después de un interregno de siete
u ocho meses, durante los cuales aquella corporación y el ‘ejército se habían ofrecido diferentes
veces el honor de dar un jefe al imperio. Tácito fué muerto por los soldados en Tiana de
Capadocia, en abril de 276, habiendo reinado sólo seis meses. Su edad, al morir, era de ~setenta
y seis años. Lloráronle todas las personas honradas,
Historia de los Papas.—Tomo 1.—13

194 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 195
porque. durante el corto espacio de su réinado hizo brillar todas las virtudes que habían ilustrado
los de Tito, Trajano, Antonino y Marco Aurelio, y renunciando a todas las diversiones se
‘entregó exclusivamente a la administración de justicia, a la política y a la defénsa del Estado. Su
desinterés fué tal, que distribuyó entre el pueblo la mayor parte de su patrimonio, cuyas solas
rentas ascendían a cerca de ocho millones. Su deferencia para con el senado fué tanta, que nada
ordenó sin atemperarse a su dictamen; su modo de vivir tan sencillo, que no usó más traje que el
de simple ciudadano, y a la emperatriz, su esposa, cuyo nombre nos es desconocido, no la
permitió usar oro ni piedras preciosas en sus vestidos. Antes de subir al trono había cultivado
cori afición las letras, y se había nutrido particularmente en las máximas políticas que se hallaban
‘esparcidas en las obras del historia4or Tácito, de quien se ~vanagloriaba de descender.
Emperador ya, rindió un homenaje a su memoria, haciendo colocar su ‘estatua en todas las
bibliotecas públicas, ordenando que lodos los años se sacasen diez copias nuevas de sus ‘escritos,
a expensas del ‘erario, temeroso de que pereciesen por la negligencia de los lectores. Sin
embargo, esta precaución no fué bastante a salvar una gran parte de la injuria del tiempo. Est’e
gran príncipe volvía de rechazar a los escitas, que habían hecho una irrupción en territorio del
imperio, cuando fué muerto.
276. FLORIANO (M. Annius Florianus), tomó el titulo de emperador ‘en Cilicia, después d’e la
muerte de Tácito, su hermano uterino, sin aguardar la ‘elección de los soldados, ni atender a la
autoridad del senado. Opúsole el ejército de Oriente a Probo, que habiéndole derrotado dos
veces, le redujo a que, desesperado, se abriese las venas, en julio, tres meses después de la
muerte de Tácito.
276. PROBO (M. Aur. Val. Probus), nacido el 19 de agosto de 232 dc una familia obscura ‘en
Sirmich, fué contra su voluntad elevado a la dignidad ~imperial por las tropas de Or.wnte,
después de la muerte de Tácito; esto es, en abril de 276. Esta elección fué confirmada por el
senado en 13 dc agosto siguiente. El reinado de Probo fué una serie continuada de victorias que
alcanzó contra los liges, los francos, los borgoñones y los vándalos, en Occidente, y contra los
bleniios, los isaurios y los persas, en Oriente. Para contener a los bárbaros del Norte, hizo
construir en Germania una alta muralla, defendida por torres situadas a distancias convenientes.
Empezaba en las cercanías de Neustadt y de
Ratisbona, extcndiéndose h.~sta Wimptin. sobre el Necker, terminando a orillas del Rhin,
después de un circuito de do~ci’entas millas. Pero esta muralla fué destruida por los alemanes
algunos años después de la muerte de Probo, y sus esparcidas ruinas ‘excitan aun en el día la
admiracióu de los campesinos de Suabia. No es este el solo trabajo útil en que Probo empleó sus
tropas durante la paz. Domiciano había prohibido Plantar nuevas viñas, maíYdando arrancar h.
mitad de las antiguas. Probo empleó sus soldados en hacer florecer este ramo de la agricultura,
partícularmiente en la Panonia y en las Galias. Piero la ocupación que no satisfizo tanto a las
legiones, fué ‘el desague de unos pantanos d.c los alrededores de Sirmich, su patria, cii que les
empleó. Habiéndose amotinado con ‘este motivo, atacaron al ‘emperador en una torre que había
hecho construir para vigilar los trabajos; forzado este asilo, le atravesaron con mil heridas en
agosto de 282. El arrepentimiento siguió de cerca a esta atrocidad. Deploraron los rebeldes su
funesta precipitación, y levantaron a la memoria de Probo un glorioso monumento, con esta
inscripción: «Probus et vere probus hic situs est: victor omniumn gentium barbararum: victor
etiam tyrannorum». Procla, Su esposa, le dió dos hijos, cuyos nombres se ignoran. El emperador
Juliano dice que durante su reinado restauró y reediFicó setenta ciudades.
282 CARO (M. Aur. Carus), nacido por los años de 230, en Narbona, después dc haber pasado
por todos los grados de los honores civiles y militares, fué elegido por el ejército de Panonia para
suceder a Probo, probablemente a prinmeros de agosto dc 282. El año síguicute, acompañado de
su hijo segundo, llevó la guerra a Persia, ‘en donde alCanzó muchas victorias contra Vararanes
II, extendiendo Sus conquistas hasta el Tigris. Pero hacia cl 20 (le diciembre del año 283 terminó
sus días, habiendo tan sólo reinado dieciséis o diecisiete meses. Corrió el rumor de que le había
herido un rayo en una tempestad que se levantó cuando su muerte. Pero hay motivos para
presumir que le asesiuó Ario Aper, prefecto (le ,los guardias pretorianos, cuya hija habia casado
con su hijo segundo. Para demostrar el sentimiento de que se hallaban poseídos por su pérdida,
los romanos le colocaron en el rango de los dioses. Magnia Urbica, su mujer, le dió dos hijos,
Carino y Numeriano, que Sucedieron a su padre.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 197
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

284. CARINO (M. Aur. Carinus), hijo mayor de Caro, nacido el año 249, creado césar en agosto
de 282, sucedió a su padre, a puilCipioS del año 284. El mismo año, después de conceder la paz
a los persas, marchó contra el tirano Juliano, que pereció en una batalla que se dieron cerca de
Verona. El año siguientc (283), perdió la ~‘ida después de una victoria alcanzada contra
Diocleciano, en Murges, sobre el Danubio, entre Viminiac y el Monte de Oro, en Mesia, no lejos
de las orillas del Danubio. Asesinóle un tribuno a cuya mujer había violado. Antes de subir al
trono habla mostrado algunas buenas cualidades; pero se eclipsaron luego que se vió sentado en
él. Vano, libertino, fastuoso, cruel, juntó las locuras de Heliogábalo a la ferocidad de
‘Domiciano. Tuvo hasta nueve mujeres, que repudió sucesivamente.
284. NUMERIÁNO (M. Aur. Numerianus), hijo segundo de Caro, declarado césar en agosto de
282, fué proclamado emperador en compañía de Carino, su hermano, en los primeros días del
año 284, después de la muerte de su padre. Volviendo de Persia, el mismo año, fué muerto antes
del 17 de septiembre en su litera, por la perfidia de su suegro. Arrio Aper, habiendo reinado
apenas de ocho a nueve meses. Su esposa se llamaba, según se cree,~ Alvia.
281. Li. IMPERIO DIVIDIDO POR PRIMERA VEZ ENTRE CUATRO EMPERADORES,
DOS AUGUSTOS Y DOS CÉSARES. — D4OCLECIANO
(C. Val. Aurelius Diocíctianus), nacido de una familia obscura, en Diocíca, Dalmacia, por los
años de. 233, fué ‘elegido emperador, cerca de Calcedonia, después de la muerte de Numeriano,
po~~ cl ejército cjue regresaba de Persia, y en el que servia, el 17 de septiembre de 281. Luego,
después de Sil proclamación, subido en el tribunal de césped, para arengar a sus soldados, juró,
con la espada desnuda en la mano, que no había tenido ninguna parte en la muerte de Numne-
riano, acusó como único autor dc aquel crimen a Aper, que se hallaba presente, y en el mismo
instante le tendió muerto a sus pies. El gran número (le enemigos que tenía que combatir a la vez
en Oriente y Occidente, fué ‘la causa que le indi~jo, en 286, a asociar al imoerio a Maximiano
Hercúleo, que había sido su compañero de armas. Encontrando aun demasiado grave el peso del
gobierno, creó césares con el poder tribunicio, el año 292, a Constancio Cloro y Galeno
Maximiano. Dividióse entonces el imperio, cosa que jamás había acaecido; porque, aun cuando
se hubiesen visto algunas veces dos emperadores, cada uno de ellos ha‘bía siempre poseído el
imperio por entero, sin división al-
guna. Diocleciano retuvo para sí todo cuanto se hallaba más allá del mar Egeo, y dió la Tracia .y
la Iliria a Galeno, Italia y Africa, con las islas que se hallan ‘entre las dos, a Hercúleo, y las
Galias, España, Inglaterra, ‘etc., a Constancio. «Tetrarquía borrascosa, dice Sigrais, que
necesitaba, para no destruirse a sí misma,~ la unión más perfecta, la más compieta concordia,
entre cuatro príncipes nacidos en paises diferentes, y en quienes diferían aún mucho más la
‘edad, las familias, las costumbres y los caracteres. El prodigio que no debía esperarse, acaeció,
sin embargo, y duró cerca de doce años, gracias a la superioridad del carácter conciliador de
Diocleciano; y ‘de un sistema, tan. vicioso por naturaleza, resultaron al imperio dos grandes
beneficios: uno fué qu’e la milicia empezó a respetar más la vida de los emperadores, así
multiplicados; la otra, qu’e las provincias de cada división, aunque sobrecargadas a la verdad con
“el peso de una corte dispersa, pero vigiladas de más cerca y so~orridas con más rapidez, se
vieron defendidas con nijás interés y vigor por sus soberanos, que no lo habían sido antes por
generales indiferentes a la gloria de su ‘príncipe, y por lo común rebeldes». En 296, Diocleciano
pasó a Egipto para combatir al tirano Aquileo, sitió a Alejandría, de la que sc apod’eró a los
pocos días, hizo prisionero a Aquileo y puso a raya a los tebanos, que habían sido los qu’e mayor
parte tomaron. ‘en la revuelta. Para tenerles sumisos, alistó toda su juv’entud en tres legiones
qu’e se denominaron: ¡>i, Jovia felix Thaebm~orum; 2.~, Maximiana Thmebmeor~um, y 3.~,
Diocletina Th~bmeorum (Rivez). En 23 de febrero del ~f1o 303, Diocleciano, a instigación de
Galileo, dió principo, por medio ‘de un edicto, publicado en Nicomedia, a la novena o décima
persecución contra los cristianos, a los qu’e hasta entonces había favorecido, prefiriéndoles para
los empleos de mayor confianza. Tan gran número de mártires hizo esta persecución, que los
‘enemigos del cristianismo se vanagloriaban de haberle dado el golpe mortal. Aun se conserva
una medalla de Diocleciano, con esta inscripción: «Nomine christianorum deleto». Desde su
enlazamiento no había aún este prbicipe visitado a Roma. Trasladóse a ella en compañía de
H~rcú~1eo, a fines de otoño del mismo año 303, para celebrar en 17 de noviembre un triunfo, el
último que se viera en Roma. El Africa y la Bretaña, ‘el Rhin y el Danubio proporcionaron para
aquella fiesta magníficos trofeos. Delante del carro imperial iban representados los ríos, las
montañas y las provincias. Los retratos d’e las mujeres, her
198 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 199

manas e hijas del «gran rey», que hechas prisioneras habían sido devueltas al firmarse la paz,
formaban un espectáculo kiuevo que lisonjeaba la vanidad del pueblo (véase Narses, rey de
Persia). Ofendido Diocleciano por las burlas de los romanos, les abandonó el 19 o 20 del
‘siguieiite mes, encamíbándose a Rávena, a pesar del rigor de la estación. Contrajo en el camino
una enfermedad lenta, que no le abandonó; y desde entonces se vió a su ánimo decaer, al par que
su cuerpo, lo que fué considerado como un castigo de sus crueldades, o de las que en su nombre
se ejercían contra los cristianos (Till’emont). Instado poy Galeno, que había ido a verle a
Nicomedia, abdicó el imperio en i.~ de mayo de 305, y se retiró a Salona, en donde vivió aún.
ocho años, ocupado en cultivaí- sus jardines, y diciendo a sus amigos que no había empezado a
vivir hasta el día d’e su abdicación. Pero. antes de morir tuvo el dolor de ver abrazar a
Constantino aquella religión que se lisonjeaba de haber destruido.. Otros dolores le asaltaban
también en su retiro. Su hija Valeria, viuda de Galeno Maximino, había pasado a las tierras de
Maximino Daia, pensando encontrar en ellas mayor seguridad. Este, que no pudo recabar ‘de ella
que le tomase por esposo, le desterró junto con su madre, siendo inútiles todos los ruegos de
Diocleciano para volver a ver a su ‘esposa e hija. En fin, noticioso Diocleciano de que
Constantino había destruido sus estatuas y las de Hercúleo, porque, al parecer,”se había inclinado
al partido de Majencio, recibió de ello tan gran pesar, que no pudo resistirle. Llorando sin cesar,
agitado siempre y negándose a ‘tomar álimento, murió de extenuación, afligido y desesperado,
en mayo de 313 <y no en 3 de diciembre precedente, como dice Fleuri), a la edad de sesenta y
ocho años. Su esposa, Pnisca, a quien Licinio hizo cortar la cabeza en 315, le dió a Galeria
Valerila., de la que acabamos de hablar. La madre y la hija ‘eran cris-ti anas.
su fe’ pero no tuvieron suficiente valor para persistir en cuando Diocleciano las mandó que
sacrificasen a los
fdolos. La hija experimentó la misma suerte que la madre y pereció con ella, después de haber
ido ambas divagando de país en país. Diocleciano, cuya sabiduría han dado en ensalzar algunos
modernos, ostentó un lujo tal, como no se encuentra ejemplo en los príncipes más abominables
que le habían precedido. Sus vestidos eran de telas de oro y seda, y hasta el calzado llevaba
cubierto de pedrería. Miserable mortal, pretendía gue le tratasen de eI~erno, y que se pros-
ternasen delante de sus estatuas, como delante de los dioses.
P~or lo demás, no puede negarse que fué un gran capitán y un hábil político. Alábase, y con
razón, lo equitativo d’e la mayor parte de las leyes qu’e publicó. Embelleció muchas ciudades
con soberbios monumentos, y en pariLular a Roma, Milán, Cartago y Nicomedia.
286. HERCÚLEO (M. Aur. Valer. Maximianus Herculeus’>, nacido cerca de Sirmich, de una
familia obscura, el 21 de julio del año 250, hecho césar en 20 de noviembre de 285, fu45
asociado al imperio por Diocleciano, el 1.Q de abril de 286, según Idacio, cuya opinión es la que
tiene mejor fundamento. No hizo esta elección gran honor al discernimiento d’e Diocleciano. A
unos modales rústicos, que conservaba desde su. infancia, y qu’e no abandonó jamás, juntaba
H’ercúJeo yn carácter feroz, un natural sanguinario, y una inclinación invencible a los más
enormes excesos. No poseyendo, p’or otr~. parte, ningún ‘estudio, sólo era recomendable por su
valor. Poco tiempo después de su asociación al imperio fué enviado ¿poi Diocleciano a las Galias
para reducir a los rebeldes, facción de paisanos a quienes habían sublevado las injusticias y
vejaciones de los oficiales encargados de los impuestos. Después de haberles’ forzado en su
posición l)rincipal, sita en ‘el paraje llamado en el día. ~an M~a1uro, próximo a París, y que en
otro tiempo se flamaba el castillo de ~os Bagaudos, logró, como ya se ha dicho, dispersarlos,
pero no destruirlos. Hizo en seguida, y con igual éxito, la guerra a las naciones bárbaras que
habían invadido las Galias, tales como los hérulos, borgoñones, alemanes y caibones~ pueblos de
Germania. En el curso de ‘esta expedición, año 286 ó 287, recibió d’e Diocleciano, al pie de los
Alpes alpinos, una de las tres legione.s tebanas, mandacja por San Mauricio. el da 22 dc
septiembre; después de haberla diezmado muchas veces, hizo que su ‘ejército acabase con ella,
por haberse negado a sacrificar a los ídolos (véase la sabia disertacióui de Rivaz sobre este
suceso). El año 297 pasó Hercúleo a Africa, en donde sometió otra vez al yugo a cinco ciudades
de la Libia, que se habían sublevado. Pero en i.~ de mayo de 305 abandonó, mal de su grado, la
púrpura en Milán, ‘el día mismo ‘en que Diocleciano la dimitía en Nicomedia. Recobróla el año
siguiente, en Roma, en donde su hijo Majencio se había hecho reconocer por augusto. Dejóla por
segunda vez en 308, para engañar con más facilidad a su yerno Constantino, y en seguida volvió
a recobrarla en Arlés. Pero apoderándose Constantino de su persona en Marsella, le despojó de la
púrpura, haciéndole gracia de la vIda. Convicto
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

luego de haber atentado a la de Constantino, se le concedió únicamente la elección del género de


muerte. Escogió la cuerda, y él mismo se estranguló en Marsella, lo más tarde en abril de 310.
De su esposa Galeria Eutropia, además dei Majencio, había tenido una hija ?llamada Fausta, que
casó con Constantino.
292. CONSTANCIO CLORO (Flavius Valerius Constantinus>, por sobrenombre Chlorus, a
causa de la palidez de su sem~ blante, hijo de Eutropio y de Claudia, sobrina del emperador
Claudio II, por parte de su padre, Crispo, nacido en Sirmich en 31 dc marzo de 250, hecho césar
en 1.~ de marzo de 292, sucedió en 1.o de mayo de 305, en compafií’a de Galeno, a Diocleciano
y Hercúleo, que les cedieron el imperio aquel ~nismo día. Constancio murió en York, el 25 de
Julio de 306, cuando apenas hacía quince meses desde que le habían saludado augusto. «La
moderación, la dulzura y la templanza formaron principalmente el noble carácter de este amable
soberano, y sus bienhadados súbditos tenían a cada paso ocasión para oponer a las pasiones
violentas de Maxímiano, y a la misma artificiosa conducta de Diocleciano, las virtudes dc su
señor. Lejos de ádoptar el fausto y la magnificencia asiáticas. conservó Constancio la sencillez
de un príncipe romano. Decía con sinceridad que su tesoro más precioso se hallaba en el corazón
de sus vasallos, y que podía contar con su libertad y reconocimiento, siempre que la dignidad del
trono y los peligros del Estado exigiesen socorros extraordinarios» (Gibbon). En tanto que sns
colegas perseguían con furor a los cri&tianos, Constancio les favoreció, ~es empleó en sus
s~ervici~os, y echó de su corte a los que para conservar sus empleos habían sacrificado a los
¶dolos. jEusebio asegura, además («De vita Constantini», c. 27), que adoraba a un solo Dios. De
su pri’mera esposa, Elena, mujer de baja extirpe («ex obscuniori loco», dice Zósimo), tuvo a
Constantino. El año 292 se vió preci~ado a repudiarla para casar con Teodora, hija de Eutropia,
mujer de Hercúleo, de la que tuvo a Dalmacio, padre de Dalmaci’o, césar, y del joven
Anibaliano, a Julio Constancio, padre de Galo César y de Juliano, emperador, y de Constantino
Anibaliano, con tres hijas, Constancia, esposa de Licinio, Anastasia, casada ~on Basiano César, y
Eutropía, madre del tirano Nepociano. Algunos autores antiguos se han avanzado a decir, que
Elena fué tan sólo la concubina de Constancio. Pero la mayor parte afirman que fué su verdadera
esposa, y el haberla repudiado Constancio prueba la exactitud de esta aserción.
El desinterés de Constancio Cloro hizo que le diesen el sobrenombre de «pobre», titulo
honorífico para un emperador; y en efecto, poseía tan pocas joyas y muebles preciosos, que,
cuando daba alguna fiesta, se veía obligado a pedirlos prestados.
292. GALERIO (C. Galenius Valer. Maximinos o Maximianus), hijo de un campesino de las
cercanias de Sárdica, por sobrenombre el Pastor, «Armentarius», de su primer oficio, ascendió
por grados a los cargos más eminentes de la milicia. Diocleciano le creó césar en 1.~ de mayo de
292. Feroz por educación, el año 303 indujo al emperador a perseguir a los cristianos, y ‘en 1.Q
de mayo de 305 le obligó a abdicar, siendo declarado augusto el mismo día, haciendo al mismo
tiempo nombrar césares a Severo y Maximino Daia o Daza, hijo de su hermana, excluyendo a
Majencio, hijo de Hercúleo, y ~ Constantino, hijo de Cloro, propuestos vanamente por Dro-
cleciano. La venganza divina cayó sobre Galeno en 310; acometido por una vergonzosa
enfermedad y con una llaga incurable, después de haber sufrido durante un año los más crueles
dolores, bajó al sepulcro en 1.Q de mayo de 311, después de un reinado de diecinueve años, a
contar desde que fué creado césar. Al par de Antioco, Galeno se ~rió obligado a reconocer la
~mano de Dios, que le hería, y en consecuencia expidió un edicto en 1.>~ de marzo de 311, para
hacer cesar la persecución. Había casado en 292 con Valeria, hija de Diocleciano, de cuyo
matrimonio no dejó hijos. Pero le sobrevivió Candidiano, su hijo natural, a quien Licinio hizo
cortar la cabeza dc Antioquía el año 313; trato que, como se ha dicho antes, hizo experimentar
también, dos años después, a la suegra y a la esposa d.c Galeno.
200
201
HISTORIA DE LOS PAPAS
SIGLO IV

VACANTE DE LA SANTA SEDE

CONSTANCIO CLORO, EMPERADOR — CONSTANCIO CLORO, EMPERADOR

Fundación del primer oratorio domestico

Despué~ de la muerte de Marcelino, el clero de Roma gobernó la Iglesia de esta ciudad por
espacio de tres años, sin la asistencia personal del Espíritu Santo.
Durante los tres. primeros siglos, la religión, oprimida por los paganos, hacia lentos y difíciles
progresos; los fieJes se veían obligados a reunirse de noche en las Casas particulares, en los
cenáculos, en los baños, debajo de los pórticos, en los cementerios, y hasta en las tumbas, para
administrar la ?Eucaristía y dedicarse a la plegaria.
Algunos cristianos, animosos, se dirigían al punto de ~us reuniones sin temor a una vergonzosa y
violenta muerte los sacerdotes leían ‘el Antiguo y el Nuevo Testamento, como lo practican aún
los protestantes; el pueblo traía el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía; la comu-
~níón se distribuía en las dos especies a todos los que se hallaban bautizados, hasta que, por fin,
las Ceremonias termíliaban recogiendo limosnas «para los pobres de la Iglesia», según ley de
San Pablo.
1
204
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
En ‘el primer siglo se utilizaba el agua de las fuentes y de los ríos; al principio este sacramento
se administraba a los enfermos y a los niños en las casas particulares, y en las cárceles; luego se
abandonó esta sencillez apostólica; en tiempo de Tertuliano los niños eran ungidos, se les presen
fl~ba miel y leche haciendo muchas veces la señal de la cruz, y los bautizados eran revestidos
con un traje Dianco.
La comunión se daba indiferentemente a la hora del almuerzo o de la cena; llevábase la
Eucaristía, es decir, el pan y ‘el vino consagrados, a los enfermos y a los ‘ausentes; en cuanto a
los ayunos, nadie, entonces, se hallaba obligado a observarlos.
En ‘el segundo siglo, los fieles adoptaron la costumbre de rogar por los muertos, y, según
Tertuliano, antes de orar se santiguaban muchas veces; para distinguirse de los paganos, se
abstcnían, como los judíos, de comer carne de animales ahogados.
En ‘el tercer siglo, el bautismo sólo se administraba lii los niños cuando eran mayores, y en la
misma época se introdujo ‘en Roma el ayuno del sábado, en memoria de haberse sepultado a
Jesucristo, costumbre no aprobada por los orientales y de sabor judaico.
El culto cristiano aun no tenía altares; una simple mesa de mármol servía a la comunión de los
fieles; esto no obstante, la disciplina era muy severa para los que habían cometido homicidios,
adulterios, illcestos, o qu’e se hallaban convictos de apostasía. En los primeros tiempos la confe-
sión era pública; la Iglesia griega y oriental había elegido un sacerdote penitenciario, que
obligaba a los culpables a mantenerse a la puerta del templo con el saco y el cilicio, llorando y
puestos de rodillas; se les imponía el ayuno por muchos años, conforme a la gravedad de su falta.
Luego se establecieron los subdiáconos; pero los historiadores no mencionan los patriarcas, los
arzobispos o los metropolitanos. Los obispos de las capitales se atribuyeron injustamente la
supremacía sobre los de su comarca, y algunas veces sobre los de muchas provincias que depen-.
difan de las grandes ciudades. Los Papas, a su vez, hat~1an valer iguales pretensiones, y la
debilidad de los magistrados les dió medios para coi~vertír en reales sus imaginarios derechos a
la jurisdicción espiritual y temporal, siguiendo la división religiosa del sacerdocio pagano.
La persecución de Diocleciano empezó a calmarse en Italia, luego de haber muerto el Papa
Marcelino, y no
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
205
tardó mucho en extinguirse en las iglesias de Africa. Entonces los obispos de Numidia se
reunieron en Cirta para dar un pastor a esta ciudad.~ mas es tos prelados eran todos apóstatas; los
unos habían dado los libros santos a los paganos, los otros se hallaban manchados con grandes
crímenes; luego que estuvieron de acuerdo, colocaron sobre ha silla de la capital numídica un
obispo célebre en la hisYtoría por sus incestos y escándalos.
Los autores sagrados colocan en la misma época el martirio de San Bonifacio; traduciremos la
leyenda:

Novela piadosa

«Una mujer de ilustre cuna, llamada Aglae, vivía en Italia, donde poseía riquezas tan enormes,
que por tres ve-ces había dado juegos públicos al romano pueblo; setenta y tres intendentes se
hallaban ‘encargados de administrar sus bienes; y sobre estos empleados había un intendente ge-
neral, llamado Bonifacio, qu’e era su favorito. Este sostenía con su querida un criminal
comercio, y se entregaba con ella a t’odos los escándalos; pero la divina gracia descendió sobre
esta culpable alma, y la inició en las verdades de la religión cristiana. Aglae, arrepentida de sus’
desórdenes, comenzó a practicar la religión, y como sus faltas eran grandes, quiso poner entre
ella y Dios las más poderosas influencias. Entonces ‘encargó a Bonifacio que fuese a Oriente
para traer reliquias d’e mártires ‘extranjeros, toda vez que no hallaba las de Roma bastant’e
ilustres.
»Lu’ego que Bonifacio llegó a Tarsa, en Cilicia, donde la persecución arreciaba, se apresuró,
siguiendo las órdenes de su querida, a dirigirse a la plaza pública para contemplar los mártires en
el tormento; los unos permanecían colgados cabeza abajo, y eran quemados a fuego lento; otros
atados sobre un caballete, eran aserrados por los verdugos, divididos en cuatro trozos; se les
cortaba las manos, se tes arrancaba la lengua, se les clavaba en ticrra con estacas que les
cruzaban la garganta, y los verdugos les daban de bastonazos. Bonifacio se acercó a ‘estos
mártires que no bajaban de veinte, exhortándoles a combatir como verdaderos atletas de la fe
para alcanzar una inmortal corona; pero en aquel mismo. instante fué detenido y conducido ante
‘el tribunal del gobernador. Bonifacio, lejos de retractarse, llamó a éste infame, serpiente
tenebrosa y hombre envejecido
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
206
en el crimen. Tan enérgico lenguaje ‘en boca de un une-V.G Cr St ano atrajeron a éste un
horrible castigo, y Bonifacic> fué condenado a que ‘el verdugo le cortase la cabeza.
»Al siguiente día sus compañ’eros lo buscaban por tod» la ciudad, y como no lo encontrasen,
decían: «Nuestro ink »tendente se enceuntra en alguna taberna o lupanar, mien»tras nosotros nos
molestamos en buscarle», Y razonando en esta forma,~ encontraron al hermano del carcelero, y
le preguntaron dónde habían de dirigirse para encontrar a un ‘extranjero que había llegado de
Roma. El hermano del carcelario respondió: «Ayer un italiano fué martirizado por »su amor a
Jesucristo, y se le cortó la cabeza». «El que nos-«otros buscamos—dijeron los compañeros de
Bonifacio— »es un hombre fornido, rubio, que lleva un manto de »púrpura; es un ‘escandaloso y
borracho que nada tiene de »común con los mártires». Esto no obstante, siguieron al hermano del
carcelero, que les mostró el cadáver de su amigo, y cogiendo su cabeza se la presentó; mas de
pronto la boca del muerto comenzó a reír por obra y gracia del Espíri tu Santo. Entonces sus
amigos lloraron amargamente su desgraciada muerte y se llevaron su cuerpo.
~En aquel mismo dia un ángel se apareció a Aglae, y le dijo: «El que era vuestro esclavo, es hoy
día vuestro her»mano; recibidle como vuestro amo y colocadle dignamen»te, pues, con su
mediación, se os perdonarán vuestros pe»cados». Agla’e transformó ‘en seguida su palacio ‘en
oratorio, y encerrándose en él con algunos sacerdotes, se preparo, con oraciones, a recibir el
cuerpo de aquel mártir. Cuando sus enviados llegaron cerca de la ciudad, se dirigió con los pies
desnudos a recibir las preciosas reliquias, que deposité en medio de flores y perfumes en una
magnífica tumba que mandó construir a cincuenta estadios de Roma.»
La leyenda añade que el santo obraba muchos milagros, que echaba los diablos del cuerpo, y
curaba los enfermos.
Durante esta vacante de la Santa Sede, se ejecutaron otros fieles que vivían en Tesalónica; entre
otros debemos citar el martirio de la joven Irene, que recibió la gloriosa palma sobre un monte
donde fué quemada viva. Antes de sufrir este horrible suplicio, si creemos la leyenda, la virgen
obré un singular milagro que los autores antiguos cuentan, ‘en su sencillez, con los detalles más
cínicos.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
207
Un ángel encarnado

«Como Irene, dicen, fuese conducida ante el gobernador, éste la obligó a probar la carne que se
ofrecía a los idolos; pero como la joven rehusase indignada, el juez, para castigarla, mandó que
se Ile quitaran sus vestidos, y ordenó al verdugo que la desflorara ‘en su presencia; después se la
llevó a una casa d’e prostitución donde fué librada a los paganos, que se ‘entregaron con ella, y
por ‘espacio de un mes, a los más repugnantes excesos.
»Y, sin ‘embargo, añade el piadoso cronista, la joven no cesó por esto de ser virgen, toda vez que
un ángel se había prostituido en su puesto, y la había hecho invisible.»
Con ‘estc ‘ejemplo se invirtió el caso de Lot, en Sodoma~ quien, para salvar el honor de los
ángeles, ofrecía á la lujuria del pueblo a sus propias hijas.

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


MARCELO 1, 31.~ PAPA

MAJENCIO, EMPERADOR — MAJENCIO, EMPERADOR

Después de una vacante de tres años, el’ clero y los fieles de Roma fueron gobernados por
Marcelo, romano.
Este nuevo obispo quiso aprovechar la calma de que al principio de su pontificado gozaba la
religión cristiana, para hacer reglamentos y establecer en la Iglesia la disciplina que habían
alterado los tumultos. Su rigor le hizo odioso al pueblo, y ocasioné la división entre los fieles; las
discordias se convirtieron en sediciones, y éstas en homicidios.
Viendo Majencio que los cristianos turbaban la tranquilidad de Roma, echó las culpas de estos
desórdenes a Marcelo, y le ~ondenó a qu.e cuidara de unos caballos de posta que tenía en una
cuadra situada a la orilla de una carretera. Por espacio de nueve meses el Pontífice ejecutó el
oficio de palafrenero; pero cierta noche los sacerdotes le cogieron y le llevaron a casa de una
dama romana que se llamaba Lucila. Los fieles se pusieron en armas para defender ial Pontífice;
mas el emperador envió tropas ~n su contra, los dispersó, y por orden suya la casa de Lucilí~ fué
convertida en~ icuadra, donde Marcelo llenó el oficio de palafrenero. El santo obispo, rendido a
la fatiga que le ocasionaba condición tan miserable, murió en la abyección después de dos años
de pontificado y en los primeros meses del año 310.
en gozarla; mas apenas hubo satisfecho su brutal deseo, cuando sintió que ‘el Espíritu de Dios
descendía de su alma; precipitóse a los pies de Teodora; le pidió perdón por su crimen, y luego la
obligó a que vistiera su traje y a que huyese. No bien salía de aquel lugar infame, cuando un
soldado beodo entró en el cuarto en que permanecía Dídimo. En su sorpresa, mezclada de temor,
llamó a sus compañeros que aguardaban en una cámara vecina, y les dijo:
«Venid hacia mí y observaréis una cosa extraña: hasta ahora yo había oído decir que Jesucristo
cambiaba el agua en vino; mas no que cambiase las doncellas en muchachos».
Pr óculo, al saber tan singular fenómeno, mandó llamar a Dídimo, reconoció la superchería, y dió
orden para que se le cortase la cabeza. Teodora entonces acudió para salvar a su generoso
protector, y dijo: «He consentido en evitar la infamia; pero no consentiré que llevéis más lejos
vuesti~o sacrificio, y que perezcáis en mi puesto». Entonces el juez, para evitar
cuestiones,mandó cortar la cabeza a Teodora y al joven Dídimo.
Novela milagrosa

En esta misma época ocurrió la conversión de un joven ~efi~or de Alejandría, llamado Dídimo,
que había asistido ~il interrogatorio de la virgen teodora, condenada por el juez Próculo a ser
expuesta a los ultrajes de los infieles en un lugar de escándalo.
Como la belleza de la santa despertara en él los deseos de la carne, compró al verdugo el
privilegio de ser el primero
Historia de los Papas.—Tonw 1.—li
1
1
209
EUSEBIO. 32.o PAPA
MAJENCIO, EMPERADOR — MAJENCIO, EMPERADOR

No obstante las divisiones que reinaban en ‘la Iglesia de Roma, el clero y el pueblo tenían ‘voz y
voto en las ‘elecciones. El unánime consentimiento eligió a Eusebio, grie-. go de nación e hijo de
un médico. E~ tirano M’ajencic> desterré al nuevo Pontífice a Sicilia, donde este obispo murió
algunos meses después, y en el mismo alio de su elección, o sea en 310.

4
La Santa Cruz

Los cronistas afirman que bajo. el pontificado de Eusebio, Elena, madre de Constantino, hizo
algunas indaga— ciones en Jerusalén, y que ‘esta princesa hallé la cruz sobre la cual el Salvador
del mundo había muerto; los historiadores formales rechazan este cuento.
Se coloca en esta época la persecución de Numeriano Máximo, gobernador de Tarsa en la
Cicilia, y los cronistas hablan mucho de los suplicios de Probo, de Teraco y de Andrónico. Los
santos confesores, dicen, después de ser torturados por el hierro y por el fuego, fueron
conducidos al anfiteatro, donde se les dejó con los figres de Numidia; pero estos animales, que
habían entrado en el circo con el pelo ‘erizado y la boca entreabierta por el hambre, se dul-
cificaron ante el aspecto de los mártires, y se tendieron a sus pies. Entonces Máximo acusé al
guardián de las fieras de haberleL dado mucha comida, y dió ‘orden para que se le diese de
azotes. Luego mandó que se soltara un oso que había muerto a tres gladiadores en la mañana de
aquel día; pero cuando el animal llegó cerca de Andrénico, se tendió a sus pi’es, como lo habían
hecho los tigres. Máximo dió orden para qu’e se le matase, ‘e hizo soltar una leona que el
Pontífice de Antioquía le había ‘enviado; cuando sálió al anfiteatro, sus rugidos hicieron temblar
a los espectadories; de pronto, dando un salto, se lanzó sobre Teraco; pero una
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 211

mano invisible le detuvo, y la leona se bajó y se prosterné a los pies del santo, que, cogiéndola
por las orejas, 1a atrajo hacia sí como si fuese un cordero. Máximo, lleno de furor, dió entonces
orden para que decapitasen a estos mártires. Contra ‘este procedimiento no hubo milagro.
Su cuerpo fué echado a las llamas y se colocaron guardias en torno de la hoguera para impedir
que los cristianos rob~sen sus cenizas; mas durante la noche, los soldados vieron como la tierra
temblaba, y oyeron que el trueno conmovia los aires. Llenos de terror, huyeron asustados, y
entonces los fieles se acercaron a la hoguera y cogieron ‘el cuerpo de los santos, donde, para
mayor sorpresa, brillaban milagrosas estrellas.
A ‘este tenor, los relatos de los martirios contienen maravillas que asombran al fantasista más
audaz.
Todo cuanto se refiere ‘es cierto, no por haber sucedido, sino por afirmarlo la seri’edad de la
Iglesia, con su manga ancha para las mentiras piadosas y su puño cerrado para las ‘verdades
escandalosas.
1
EPOCA ¡-JISTORICA

MELQUJADES, 33.Q PAPA

MAJENCIO, EMPERADOR — CONSTANTINO, EMPERADOR

El culto cristiano legalizado por el Pontífice Pagano

Entramos ahora en una vasta senda que no se halla lan obscurecida como la dc los siglos
anteriores; en ella la historia, con su sublime antorcha, muestra los escándalos y horribles
crímenes que encontraremos sobre el trono de los reyes o la silla de los Papas.
Melquiades, el nuevo Pontífice, era africano, y bajo su reinado la Iglesia comenzó a gozar de
alguna calma. Majencio no persegnia la religión más que por intervalos, y esto únicamente para
satisfacer sus desarregladas pasiones; entonces robaba a las jóvenes y a las mujeres cristianas,
que utilizaba para sus infames placeres.
La conducta del tirano sublevó la indignación de los fieles; y Melquiades, para libertar a Roma
de este monstruo (le impurezas, escribió a Constantino, que había llegado hasta Treves, para que
fuese allí y con sus tropas de bárbaros norteños combatiese a Majencio.
Constantino, desde algún tiempo, había preparado los medios para subir al trono, y su política
hizo que se inclinase a favor del cristianismo; atendió, pues, a las súplicas de Melquiades, y
poniéndose al frente de su ejército, se dirigió hacia Milán.
El primer acto de su poder, consistió en promulgar un edicto en favor de la religión nueva; pero
al mismo tiempo dejaba a los paganos el libre ejercicio de su culto, «porque, decía, conozco que
las religiones deben ser libres, que es necesario dejar a cada uno el derecho de servir a Dios en la
forma que juzgue conveniente».
En esta él)oca. los que l)rofesabafl el Evangelio ignoraban que fuese permitido a los hombres cl
obligar a otros
que. profesasen una religión contraria a sus creencias: los

CONSTANTINO
U
r
214
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Papas fueron los primeros en usar de estos execrables medios y en ‘emplearlos lu.egQ en todos
los síglo~s con una tiranla o diosa.
Constantino y Licinio, su colega, se acercaron a Roma; Miajencio, desesperando el v’encerl’es,
no obstante sus muchas tropas, quiso usar de cierta estratagema; pero él mismo cayó en el lazo
tendido a su eneinigo y sie ahogó en el Tíber. Después de la muerte del tirano, Constantino entró
victorioso ‘en la ciudad y los cristianos celebraron con públicos regocijos el triunfo que aquél
había alcanzado.
Para aumentar su poder, el príncipe fingió que se ocupaba con celo de las necesidades ‘e
intereses de la Iglesia, y se mezcló en todas las cuestiones religiosas. Los donatistas comenzaban
entonces su~ famosas disputas, cuyo origen es harto curioso. Un sacerdote, llamado Ceciliano,
halla sido ‘elegido obispo de Cartago por los fieles; mas unos diáconos que habían recibido en
depósito los vasos de esta iglesia durante las persecuciones, se habían opuesto a su ordenación; y
en la esperanza de que ‘alcanzarían repartirse ‘esos tesoros, habían levantado un altar contra otro
altar.

Una mujer en acción

Botro y Calensio, irritados por no haber sido elegidos para ocupar la silla, se juntaron a ellos y
arrastraron consigo a tina señora de ilustre cuna, llamada Lucila. Las muj’cres dan siempre
‘extraordinario impulso a todos los complois que se forman en la Iglesia o en el Estado. Lucila
era rica y hermosísima; se hallaba rodeada por numerosos amigos, y desde algún tiempo su
conducta había ocasionado el escándalo en la Iglesia, y quería, sobre todo, vengarse de Ciciliano,
el cual, en plena asamblea, había criticado su ligereza y sus vicios.
Los tres partidos, reunidos, formaron un partido poderoso, que sc declaró .contra Ceciliano, y
rehusó comunicar con él.
Setenta obispos auxiliaron sus proyec’tos; habiendo celebrado un concilio en ~Zartago,
condenaron a Ceciliano, primero, porque rehusaba acudir ante ellos, para justificarse; segundo,
porque había sido ordenado por traidores, y ter-
u
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
215
cero, porque había impedido a los fieles el llevar alimentos a los mártires que, durante la última
persecución, se hallaban en la cárcel.
Luego de esta decisión, y considerando los Padres que la silla dc Cartago permanecía vacante,
procedieron a una nueva elección, y ésta recayó sobre un tal Majorino, servidor de Lucila, que
había sido lector en la diaconía de Ceciliano.
Tal fué el origen de los donatistas en Africa: se les dió este nombre a causa de Donato de Casas
Negras y de otro Donato aun más famoso que sucedió a Majorino en la silla de C.artago~
Los donatistas elevaron sus quejas al emperador y le rogaron que mandase echar, a Ceciliano de
esta ciudad; mas el príncipe, deseando obrar en justicia, ordenó al obispo y a sus adversarios que
compareciesen ante un concilio el cual les juzgaría.
Ceciliano se dirigió a Roma con diez obispos de su partido; Donato de las Casas Negras fué
también a la capital del mundo con igual número de prelados. El sínodo se reunió en el palacio
de la emperatriz Fausta, y los obispos, ~i.o sólo declararon inocente a Ceciliano, sino que
aprobaron
-su elección. Donato de las Casas Negras fué cl único condenado como autor de aquel escándalo,
y porque, según su confesión misma, había cometido grandes crímene.~. Permitióse a los
obispos el que volvieran a sus Sedes y fueron confirmados en sus dignidades, por más que
hubiesen asido ordenados por Majorino declarado cismático.
Melquiades murió tres meses después, en el año 314.
El Papa y los demás obispos dieron cuenta a Constantino de la scntencia que cl concilio de Roma
había pronunciado en este asunto, y le enviaron las actas de sus sesiones.
No obstante su condena, los donatistas continuaron en su cisma; tuvieron bastante audacia para
protestar contra lo resuelto por el concilio de Roma, bajo ‘el pretexto de que los jueces se habían
dejado corromper por Ceciliano; y hasta en tiempo de San Agustín y bajo el emperador Honorio,
acusaron al Papa Melquiades de haber entregado las Santas Escrituras a los paganos y de haber
ofrecido inéienso a los ídolos. Los obispos contrarios la niegan; estos otros obispos lo afirman.
En cada bando habría algún embustero.
1

SILVESTRE, 34.o PAPA

CONSTANTINO, EM?E1~ADOR — CONSTANTINO, EMPERADOR

Silvestre era romano de nacimiento, hijo de Rufino y de Justa, mujer de gran piedad. A su
advenimiento, la Jglesi~ no tenía en Occidente ni en Mrica ningún negocio tan ~mportant,e
como el de los donatistas; en vista de esto, el Papa alcanzó del emperador licencia para celebrar
un gran concilio en la ciudad de Arlés; los herejes fueron anatematizados y expulsados de la
comunión de los fieles.

Celibato

Eií esta misma época se celebró el concilio de Ancira, que se ha hecho célebre por sus cánones.
El décimo se halla concebido en estos términos: «Si los diáconos, en su ordenación, protestan
que quieren casarse, continuarán en su ministerio con licencia del obispo; mas si durante su
ocde--nación no hacen protesta alguna y contraen, luego, un segundo matrimonio, serán privados
de ejercer su cargo.» Esto nos confirma en la opinión de que el celibato de los sacerdoles era
desconocido en la época de los apóstoles, y que lo fué mucho tiempo d’cspués de ellos. Esto no
obstante, no es posible determinar la fecha en que los sacerdotes prefirieron abrasarse antes
que casarse. Los historiadores indican que desde el tercer siglo, los eclesiásticos se hallaban más
expuestos a los furores de la persecución que los simples fieles, y que, en su consecuencia,
encontraban difícilmente mujeres, por lo cual se acostumbraron a vivir en el celibato. Después
oiremos decir a las devotas: «o ama de cura, o reina de Espafla».
El concilio de Neocesárea, se celebró algunos meses después, y parte de los obispos asistieron al
mismo; los Padres. hicieron muchos reglamentos para la disciplina eclesiástica; en el primer
canon prohiben a los sacerdotes el casarse bajo pena de ser depuestos; en el octavo permiten a
los que se hallaban casados antes de recibir las órdenes sagradas,
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 217

el continuar con sus mujcrles, y dejarlas tan sólo cuando se las encuentre en adultenio. Esta
costumbre se ha conservado siempre en la Iglesia griega.
El famoso Cornelio Agr’ipa censuraba con gran seveSAN SILVESTRE, PAPA

ridad la ley que obligaba a los eclesiásticos a privarse de sus mujeres; a los obispos contrarios al
matrimonio de los-curas, se les acusaba de tolerar ‘el concubinato porque sacaban de él grandes
ventajas. Aflade qu’e ciento prelado se alababa en público de tener en sus diócesis once mil
sacerdotes concubinarios, que le daban un escudo de oro todos los aflos para tolerar sus queridas.
He ahí por qué se oponíi~ a su matrimonio. Este impuesto de alcoba se neguló en uno de los
Sínodos de Vich medio siglo después.
En el concilio, los Padres observaron que el matrimonio
L
*
218 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

arrastraba los sacerdotes a oupaciones terrestres y sensuales, que les distraía de sus deberes (1).

Arrianismo

Bajo el rein~ado de Co~isJtantino, la Iglesia entró en un estado de prosperidad y grandeza que


no tardó mucho en ser turbada por Arrio, jefe de secta, nacido en la Libia. Eusebio, obispo de
Nicomedia, había tomado bajo su protec~ ción la nueva herejía y contribuyó notablemente a
propagarla. Este prelado, que era un hombre muy astuto, había atraído a su partido a Constancia,
hermana del emperador, cuyas gracias había conquistado; y con su favor, el partido de Arrio hizo
grandes y rápidos progresos. Muchos obispos acogieron favor:ablemente el nuevo cisma, y
promovieron horribles disputas y los más sangrientos combates. Entonces el emperador
Gons,tantino, para poner valía a estos desórdenes, mandó reunir ¿1 primer concilio general de
Nicea, donde se condenó la arriana doctrina.

Una cortesana piadosa


Arrio decía que existía una trinidad en la que Dios Padre se hallaba por encima de las otras dos
personas; consideraba a Cristo como la primera de las criaturas, y pretendía que Dios le había
adoptado por Hijo, pero que este Hijo nada tenia de la consustancia paterna; que no era ni igual
al Padre; ni consubstancial con él; ni eterno, ni coeterno; que el Hijo no existía antes de ser
creado; que había salido de la nada como todos los seres de la creación; que no era el verdadero
Dios, sino por participación.
Los autores pretenden que la dificultad de la materia contribuyó mucho al establecimiento de la
herejía. Afiaden que en lo sucesiv~, A~io abjuró sus ideas en presencia del concilio, y que
quedó en paz con la Iglesia; otros sostienen, con más visos de certeza, que fué desterrado, y citan
un decreto de Constantino, por el cual se ordena que se quemaran sus escritos y amenazó con el
último suplicio a los que tuviesen bastante audacia para conservarles. Sin

(i) En el resumen de la obra comentaremos estos sucesos con la documentación debida.


HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 219

guiar decreto que condenaba al destierro a Arrio y sus discípulos, y ordenaba la pena de muerte
contra los que conservaban los libros de los herejes.

La Pascua
La gran cuestión sobre la celebración de la Pascua, fué igualmente agitada, y resuelta por el
concilio de Nicea. Los Padres convinieron en celebrarla el mismo día en toda la Iglesia, y los
orientales prometieron conformars6 a la práctica de Roma, de Egipto y de Occidentft

Los eunucos

Redactaron en seguida un canon sobre los eunucos; permnitieron a los que habían sido mutilados
por los, cirujanos o por los bárbaros, continuar en el clero y pronunciaron la interdicción contra
los que se habían operado a sí mismos. Este juicio de los santos Padres hace comprender que el
mal entendido celo habla hecho que varios sacerdotes imitasen a Orígenes. La secta de los
valesianos se distinguiR por esta práctica: eran todos eunucos, como los sacerdotes de Cibeles, y
prohibían a sus discípulos el comer carne de ~animales hasta que hubiesen sufrido aquella
operación horrible; en seguida les devolvían su libertad y les consideraban ya seguros contra las
tentaciones.
Aunque la Iglesia condena esta operaciól7l, los pueblos han deseado que fuese impuesta a los
clérigos (1). Si todos los sacerdotes fuesen eunucos, algunos matrimonios no fueran tan
fecundos, ni tan mal avenidos.
El gran concilio llevó s~i severidad hasta el punto de 1)rohibir a los obispos y a los sacerdotes el
conservar en sus casas toda clase de mujeres, excepto la madre, la hermana, la abuela y otras
personas que no ocasionaban sQspechas. Calificábafl.5e de mujeres extrafias, a las sobrinas, las
primas, y a las criadas jóvenes y hermosas. El concilio de Iliberis, había dado igual decreto. En
Nicea se propuso una ley que fué aún más severa; prohibía a los que hablan recibido las órdenes
sagradas, es decir, a los obispos, a los sa
(¡) La musa castellana canta: <Si a los curas les caparan,—CUSfldO les van a ordenar,—flO
llevarlan las amas—delantales de percal.a

A
220 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

cerdotes y a los diáconos, el habitar con las mujeres, con las cuales se habían casado siendo
laicos; mas el confesor Pafnuceo, obispo de la alta Tebaida, se levantó en medio del concilio, y
dijo en voz alta: «Hermanos míos: no es necesario imponer tan pesado yugo a los sacerdotes y al
clero. El matrimonio es honroso y el lecho nupcial no tiene manchas; una severidad harto grande,
sería perjudicial a la Iglesia, puesto que todos los hombrte,s no son capaces de tan perfecta
continencia; debe bastar el prohibir a los sacerdotes el casarse sin que se obligue a dejar sus
mujeres a los que ~e hallaban casados antes de recibir las órdenes.»
La opinión de Pafnuc’eo ejercía tanta más influencia en los obispos, cuanto el santo confesor
nunca se había casado, y en la silla episcopal había observado una gran continencia. Adoptóse su
consejo; la cuestión del matrimonio fué favorable, y se dejó a los sacerdotes en la libertad más.
completa.

El emperador, Sumo Pontífice del cristianismo

Terminado ya el concilio, el emperador Constantino escribió dos cartas para que se ejecutasen
sus decretos. Los que no quisieron someterse a las decisiones de los Padres fueron perseguidos
por la autoridad secular, mucho más temible que los cánones de un concilio; los cuidados del
príncipe no se limitaban a la persécución de los herejes. Constantino se ‘ocupaba también en
extender la religión cristiana en todos sus dominios; así ‘es que trató de construir una magnífica
iglesia en el mismo punto donde se enterré a Jesucristo; y su madre Elena, durante el pontificado
de Eusebio, emprendió un viaje a Oriente para levantar en Jerusalén la iglesia del Santo
Sepulcro.
Las crónicas afirman que al abrir las zanjas donde se debían levantar los cimientos del templo, se
encontró la cruz del Salvador; la princesa ‘envió parte de esta preciosa reliquia a su hijo y dejó
‘en Jerusalén ‘el tronco (1).
Todo lo que hemos contado pertenece más bien a la historia eclesiástica, que a la biografía del
Papa Silvestre. Las

(i) Mas a partir de esta época, el madero de la verdadera cruzj se ha multiplicado tanto, que,
reunidos los trozos que ~e han expuesto d~ ella a la veneración de los pueblos, ue podrfa calentar
a todos los habitantes de Paris, durante el más riguroso invierno, toda, vez que no exiate unal
iglesia que no. se alabe de poseer tan preciosa reliquia.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
221
acciones dc este Pontífice han qu’edado ‘en el olvido; y las leyendas transmitidas por los frailes
nos hacen comprender que la historia de tan célebre hombre fué corrompida desde su origen. No
debemos creer a los autores que presentan a Silvestre como el catequista de Constantino y que
pretenden qu’e este príncipe había sido curado de una lepra y bautizado por el Pontifice. Añaden,
también, que el emperador, reconocido, le hizo donación de la ciudad de Roma, y obligó a todos
los obispos del mundo a someterse a la silla pontificia. Afirman, igualmente, que el concilio de
Nicea se reunió por ord’en d’e Silvestre, y que fué ‘el primero en conceder el derecho de asilo en
las iglesias, según privilegio dc los templos de Vesta, de Augusto y otros.
En el concilio de Roma celebrado en el año 378, bajo el Papa Dámaso, los Padres escribieron al
‘emperador Graciano que Silvestre fué acusado de sacrílego, y que había llevado su causa ante el
emperador Constantino, porque no existía un concilio ante el cual pudiese presentarse. Alegan
este ejem-Pío para probar que Dámaso y los Pontífices sus sucesores podían def’enderse en el
consejo de los emperadores y que los Pontífices estaban sometidos a la autoridad secular.

La Iglesia bicéfala

Observaremos, igualmente, qu’e el concilio de Nicea concedió al obispo de Alejandría los


mismos privilegios que el pastor de Roma. La autoridad del Papa se hallaba entonces
comprendida en la extensión de sus diócesis; no existía ninguna jurisdicción sobre los demás
obispos~ pa” el contrario, veiase obligado a sujetarse a las decsioars d3 los concilios y al juicio
de sus colegas.
En todas las persecuciones que San Atanasio ‘experimentó por parte de los arrianos, el obispo de
Roma nunca fué consultado y no se sometieron a su juicio los artículos de la fe que ocasionaban
los desórdcnes de Oriente, porque el Papa era considerado como otro obispo.
Las liberalidades del emperador Constantino han ocasionado grandes males a la Iglesia, coíno
nos lo indica la crónica de Silvestre. Este afirma que en el día de la pretendida donación de
Constantino, se oyó una voz del cielo que gritaba: «Hoy el veneno se ha esparcido en la Iglesia».
Los donatistas, que continuaban eíi su cisma y calumnial)an la memoria de Silvestrr. le ací¡sar~íi
d~ haber des-
222 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

honrado el sacerdocio bajo el reinado del Papa Marcelino,. entregando las Santas Escrituras a los
paganos y ofreciendo incienso a los ídolos. Sus acusaciones se hallaban fundadas en pruebas
terribles ‘e irrecusables.
Silvestre murió el último día del aflo 335. Su cuerpo fué MARCO, 35a PAPA enterrado en
el cementerio de Priscilo, sobre el camino
de Sel, a una legua de la ciudad de Roma.

CONSTANTINO, EMPERADOR — CONSTANTINO, EMPERADOR

Marco, romano, fué elegido el 18 de enero del afio 336


para gobernar la Iglesia. Su pontificado duró ocho meses y
todas sus acciones nos son desconocidas.
En las obras de San Atanasio se encuentra una carta
de los obispos de Egipto al Papa Marc.o por la cual se ve que le pedían ejemplares de lo que se
había resuelto en e] concilio de Nicea; mas los protestantes consideran como documento apócrifo
la pretendida contestación del Papa en la que se da el título de obispo universal.
El Padre Santo murió el 7 de octubre del año 336. y
fué enterrado en el cementerio de Calixto.

Bizancio

Durante el pontificado de Marco, y bajo el reinado de


sus sucesores, la nueva capital del imperio, elevada en el
mismo punto donde se levantaba la antigua Bizancio, continuaba en su gran desenvolvimiento.
Según ‘el historiador Sozomeno tenía ya quince estadios de circunferencia; el interior de la
ciudad se hallaba dividido como la antigua Roma en catorce cuarteles; las plazas se hallaban
adornadas con pórticos, y las principales calles desembocaban en un magnífico foro, donde se
levantaba una columna de pórfido que sustentaba la estatua de Constantino. El emperador ha-
bitaba un suntuoso palacio ante el cual se había construido un circo inmenso, un hipódromo para
las carreras de caballos, estadios para las carreras de los andarines y un anfiteatro para las luchas
de las fieras. Constantinopla encerraba,
además, muchos teatros, muchos pórticos o galerías donde
se paseaba la gente; baños, acueductos y un gran número
de fuentes; el príncipe había mandado construir un capítollo para la enseñanza de las letras y de
las ciencias; WI
pretorio o palacio de justicia; graneros públicos, graderías
para la distribución de cereales a los ciudadanos que cons
224 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

trufan la ciudad, y a los que Constantino había señalado una renta perpetua que debía satisfacerse
en granos a ellos y a su familia.
La capital, en perjuicio de las otras ciudades, se había enriquecido con las más hermosas
‘estatuas; el Apolo Pitiano, el Smintiano y el triptico de Delfos, adornan el hipódromo; las musas
de Helicona y la célebre estatua de Cibeles del monte Didimo fueron colocados en el imperial
palacio. Mas lo que caracterizó particularmente este reinado, fué el gran número de basílicas
cristianas que en Constantinopla se ‘elevaron; la catedral llamada de Santa Sofía, y la iglesia de
los Doce Apóstoles, construidas en forma de cruz, atraían la admiración por el esplendor de su
arquitec~ tura. El príncipe, destinando esta última para su sepultura, mandó esculpir una rica
tumba de mármol que se hallaba colocada en medio d’e los doce sepulcros de los apóstoles,
«esperando, conforme dice Eus’ebio de Cesárea, participai después de su muerte de la gloria de
estos príncipes de la Iglesia».
Aquí fué ‘engendrado el catolicismo~ por el Pontífice pagano en ei¡ seno de la Iglesia. La
gestación será accidentada:
~aboxioso ‘el parto. Las, victimas serán el imperio y la Cristiandad.
JULIO 1, 36.~ PAPA
CONSTANTINO EMPERADOR — CONSTANCIO Y SUS HERMANOS

La Santa Sede quedó vacante por espacio ‘de muchos me>bes; eií seguida Jul~io, romgno de
nacimiento, fué elegido para ocuparla. Mgún tiempo después Constantino se retiró a Bizancio
para escapar a la ‘execración del Senado, del pueblo romano y de los mismos cristianos, a los
cuales colmó de beneficios. Por fin, el emperador se hizo administraí’ el bautismo, el cual no
quería recibir ha~sta ‘el postrer instante de su vida, y abrazó el cristianismo no por convicción,
sino por política. Escalígero, hablando de este Pontífice, dice: «Era tan cristiano como yo
tártaro». El historiador Zósimo, le acusa, igualmente, de haberse convertido a la religión nueva
porque los sacerdotes del paganismo no quisieron absolverle de los enormes crímenes que había
cometido, mientras que la religión. cristiana 1e <ofrecía una absolución completa. Los sacerdotes
griegos han, sin embargo, colocado este monstruo en su Monólogo, y le honran como santo...
Los romanos no lo admiten ‘en el calendario por haber sido enemigo de Roma.
Poco tiempo después de su bautismo. el emperador mu 7 rió, dejando el imperio a sus tres hijos y
a sus dos sobrinos.
Triunfo del arrianismo

Entretanto los sectarios de Arrio hacían nuevos progresos; sedujeron a Constancio, que reinaba
en Asia, en Oriente y en Egipto; mas, en cambio, el ‘emperador Constantino el joven, que
reinaba en España, en la Galia y en t~das las comarcas situadas más allá de los Alpes, protegía a
los ortodoxos. San Atanasio fué restablecido en h Iglesia de Alejandría, donde fué víctima de las
acusaciones de sus enemigos, que le acusaron de homicida, y promovieron terribles sediciones
en su diócesis.
Historia de los Papas.—Tomo I.—15

226 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 227

A fin de que cesara este escándalo, el patriarca Eusebio. reunió en la ciudad de Antioquía un
concilio de ochenta y siete obispos para juzgar a Atanasio. Ninguno de los obispos de Italia y de
Occidente se presentaban en nombre deI Papa Julio; y el concilio, presidido por Eusebio, quiso
aún lanzar a San Atanasio de su silla. Decidiéronse, en favor de los arrianos, los diferentes
artículos de la fe y se formaron veinticinco cánones que después fueron recibidos en toda la
Iglesia. El segundo canon es notable: los Padres. condenaban severamente a los que entraban en
el templo con un espíritu de desobediencia, rehusando juntar cou ellos sus plegarias y ordenaba
que fuesen lanza,dos de la. Iglesia.
Esto demuestra que en los primeros, siglos del cristia!n.ismo, los fieles, en sus asambleas, tenian
la costumbre de orar y hasta de participar del misterio de la, Eucaristía.
Los partidarios de Eusebio dirigieron a Roma algunas cartas quejándose de las relaciones que el
Papa sostenía con Atanasio, y de sus pretensiones a restablecer sobre su& sillas a los obispos
depuestos por los concilios; entregaron estas cartas a los diáconos Elpidio y Filoxeno, que el
Papa había enviado a Antioquía, ordenándoles que en no breve plazo trajesen la contestación del
Pontífice. Julio reunió luego un nuevo concilio para juzgár la causa de San Atanasio, y ‘escribió
al emperador Constancio participándole-la persecución que se hacía sufrir a este prelado y a
Pablo de Constantinopla. El príncipe se dirigió a Constancio, su hermano, rogándole que eftviase
tres obispos para que le diesen cuenta de la deposición de Pablo y de Atanasio. Los embajadores
se dirigieron hacia las ‘Galias, conforme a la órdenes del ‘emperador; mas el obispo de Tréveris
no quiso riecibirles en su comunión; y éstos, por su parte, rehusaron platicar con ‘el obispo d’e
Alejandría, pretendiendo que no debían justificar§e del concepto formado por orientales, y se
contentaron con poner en manos de Constancio la nueva profesión de fe que habían compuesto
después del concilio.
,fi~’
pales jefes de estos desórdenes fueron excomulgados y depuestos. Los eusebianos, por su parte,
confirmaron lo que habían ordenado contra Atanasio y sus amigos: depusieron a Julio, obispo
d’e Roma, por haberles admitido su comunión, y a Osio de Córdoba, por haberse ligado con
particular amistad con Paulino y Eustaquio, obispo de Antioquía. Excomulgaron a Maximino,
obispo de Tréveris, y depusieron a Protogeno, obispo de Sárdica y Gaudencia; al uno porque
favorecía a Marcelo, que era víctima de una condena, y al otro porque había sostenido a los
sacerdotes depuestos. Las Iglesias d.c Oriente y de Occidente se encontraron así divididas por
‘espacio de muchos años, hasta que, por fin, habiendo muerto Gregorio, usurpador de la silla de
Aieja~ndna, ‘el emperador Constantino llamó a San Atanasio y le restableció a la cábeza, de su
reba,ño.
Bajo el pontificado dc Julio s’e ‘elevaron aún otras herejías; mas la historia no nos dic’e si ‘el
Padre Santo las protegía o combatía. Murió ‘en 12 de abril del año 352, y fué enterrado sobre el
camino de Aurelio, en ‘el cementerio de San Calépodo.
Graciano e Ivón nos han conservado muchas bulas de Julio en que el Santo Padre condenó la
usura.
Por ellas ‘están condenados todos los obispos, frailes, y monjas, censualistas y bolsistas.
Caos eclesiástico

La Iglesia se encontraba entonces en el más espantoso desorden; los obispos y los sacerdotes se
lanzaban horribles anatemas; el concilio de Sárdica pronunció una condena contra los enemigos
de San Atanasio, y ocho de io~ princí
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 229

LIBERIO, 37o PAPA

CONSTANTINO, JULIANO, EMPERADORES — JOVIANO, VALEN

TINIANO, VALENTE

Apelación del obispo de Roma al Concilio


El arrianismo

Después de una vacante cuya duración no se conoce, Marcelino Félix Liberio fué elegido para
suceder a Julio 1. Era romano de nacimiento. No bien los orientales supieron que Liberio
ocupaba la silVa pontificia, cuando le escribieron contra San Atanasio. El P!apa aprovechó la
ocasión que se le ofrecía para aumentar su influencia. Envió a P:ablo, Lucio y Emilio a San
Atanasio para que fuese a Roma. a fin de responder a las acusaciones que se habían formulado en
su contra; mas Atanasio, comprendiendo las consecuencias de un juicio cuyos preparativos
anunciaban el triunfo de sus enemigos, no quiso obedecer al llamamiento. Entonces Liberio
condenó al santo obispo y lanzó en contra suya un anatema.
Los obispos de Egipto se reunieron luego en concilio, declararon a su metropolitano ortodoxo, y
devolvieron al Papa la excomunión lanzada contra Atanasio.
Liberio comprendió que su ambición le había arrastrado a una senda peligrosa, y para conducir a
buen término
a los obispos que habían rechazado sus proyectos, dirigió
a San Atanasio, su antiguo amigo, cartas flenas de amistad y de respeto.
Luego reunió un concilio de los obispos de Italia, y leyó ‘en su presencia la carta de los
orientales contra Atanasio, y la de los obispos de Egipto en su favor.
Comprendiendo ‘el concilio que los partidarios de San Atanasio eran superiores en número a sus
enemigos, juzgó que el favorecer los deseos de los orientales era atacar la icy de Dios y aconsejó
al Papa que enviase al emperador Constan.cio, a Vicente, obispo de Capua, y a muchos Padres,
con objeto de que reuniera un concilio en Aquilea, a fin de terminar las diferencias.
El nuevo concilio fué convocado en la ciudad de Arlés. donde el emperador se dirigió luego de la
derrota y la trágica muerte del usurpador Majencio. Los comisionados del Papa, Vicente de
Capua y Marcelo, obispo de otra ciudad de la Campania, no gozando el privilegio de la
infalibilidad, tuvieron la debilLdad de reclamar, con insistencia, que lOS Padres condenasen la
herejía de Arrio, obligándose con esta condición a subscribir la excomunión de Atanasio. Los
orientales no quisieron condenar las doctrinas de Arrio, y pretendieron que ellos, también, debían
excomulgar a Atanasio. Vicente de Capua se dejó seducir por el oro de los herejeL; y se colocó
en las filas de los arrianos. Liberio, afligido por esta debilidad, escribió al célebre Osio de
Córdoba paía manifestarle su dolor, y protestó que prefería morir en defensa de la verdad antes
que convertirse en delator de San Atanasio; mas no continuó mucho ti 5empo en esta resolución
generosa, y su vergonzosa caída ocasionó el escándalo y la desolación en la Iglesia. La conducta
de Vicente había colocado al Papa en un gran compromiso relativo a la condenación de los
arrianos, fin constante hacia el, cual se dirigían los esfuerzos de la Santa Sede. El Pontífice, antes
d’e meterse en una senda que podía ser peligrosa, resolvió aceptar los consejos de Lucifer,
obispo de Cagliari: este prelado despreciaba el mundo, virtud harto rara en los hombres que
ocupaban su rango; era muy instruido, cosa muy ‘extraordinaria en los obispos, llevaba una vida
ejemplar y no carecía de firmeza; aparte de esto, conocía mucho las controversias religiosas, y
comprendía ‘une los orientales querían atacar la fe. Aconsejó al Santo Padre que enviase
comisionados al emperador, para alcanzar de él que se pudiesen tratar en un concilio general
todos los artículos d’e la fe y él mismo se ofreció a ser uno de los embajadores.
Liberio aceptó con gusto la propuesta, y entonces Lucifer, un sacerdote llamado Pancrasio y el
diácono Hilano, fueron encargados de llevar al emperador uña carta respetuosa y llena de
firmeza. Constancio, solicitado por los católicos y los arrianos, cedió a las instancias de ambos
partidos y ordenó que en Milán se celebrara un concilio getieral. San Atanasio fué también
condenado en vista de las acusaciones lanzadas por sus enemigos, a los cuales apoyaba el
príncipe; y los prelados ortodoxos, que no quisieron someterse a la voluntad del emperador,
fueron desterrados a Calcedonia.
230
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Constancio, irritado al ver que sus pacíficas órdenes, lejos de calmar el furor de los ortodoxos,
aumentaba aún su orgullo y que sus Estados continuaban en guerras por las cuestiones religiosas
que suscitaba la obstinación del Papa, escribió a Leoncio, gobernador de Roma, para que
sorprendiese a Liberio con destreza y le enviase a la corte. También le ‘encargaba que en caso
necesario emplease la violencia a fin de arrancar de su rebaño a este sacerdote, origen de tantas
discordias.
Leoncio mandó arrestar al Papa durante la noche y le condujo a Milán, al lado del ‘empe~a’dbr,
que interrogó al Santo Padre a propósito de las cuestiones en que se agitaba la Iglesia. Mas
Liberio se manifestó intratable y entonces el príncipe gritó en un transporte de cólera:
«¿Representáis acaso la cuarta parte del mundo cristiano para proteger, vos solo, a un impío y
turbar la paz del Universo?» El Papa respondió: «Aun cuando yo me veo solo, la causa de la fe
no por esto dejará de ser buena y de consiguiente yo me opondré a vuestras órdenes. En otro
tiempo tres personas generosas fueron bastantes a resistir las órdenes de Nabucononosor, y yo
imitaré su ejemplo».
Dos días después de esta conferencia, y v’iendo que no quería firmar la condenación de
Atanasio, fué desterrado a Berea, ‘en Tracia, y Constancio, al cual los romanos consideran como
un perseguidor de la Iglesia, le hizo entregar quinientos escudos de oro para sus gastos.

Las mujeres en campaña

Los arrianos, ~entonces, eleva:ron a Félix sob’re el trono pontificio; mas dos aflos después,
Constancio llegó a Roma, y muchas damas de ilustre cuna obligaron a sus maridos a qu’e
suplicasen al emperador que devolviese ‘el pastor a su rebaño, y hasta les amenazaron con que
les abandonarían, para ir en busca de su obispo. Los patricios, que temían la cólera del príncipe,
no se atrevieron a dar un paso tan audaz, y autorizaron a sus mujeres para que solicitasen el
perdón de Liberio. Las damas romanas se presentaron delante del emperador, vistiendo los más
ricos trajes, y Cubiertas de pedrería, a fin de que el príncipe, juzgando de su calidad por su
magnificencia, accediese más fácilmente a sus súplicas.
Llegadas al pie del trono, se arrodillaron ante Cons
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
2~l
~Iancio, y le rogaron que tuviese compasión de esta gran ciudad, privada de su pastor, y expuesta
a los ataques de los lobos; ‘el ‘emperador se dejó conmover, y luego de haber deliberado con los
obispos que le acompañaban, ordenó que si Liberio entraba en buen camino, sei<ia llamadó, y
gobernaría la Iglesia.
La mitra bien vale una claudicación

Fortunaciano, obispo de Aquilea, se dirigió hacia el punto donde se hallaba Liberio, para
obligayie a cumplir la voluntad del monarca. El Papa, cansado del destierro. y deseando volver a
Roma, se adhirió a lo dispuesto por él tercer concilio de Sirmio, que había publicado una
profesión de fe en favor del arrianismo. Nosotros hemos conservado la carta en la que expresa
que acepta por completo la fórmula hereje de los arrianos. Excomulgó, luego, a San Atanasio. y
este ejemplo de debilidad impulsó hacia ‘el arrianismo a gran número ‘de obispos.
Luego de esta apostasía, Liberio escribió a los obispos de Oriente ‘en estos términos:
«Yo no protesto contra Atanasio; le había recibido en mi comunión para imitar a Julio, mi
antecesor de feliz memoria, y a fin de que no se me llamase prevaricador; mas Dios ha querido
que yo conociese la justicia con que le condenasteis, y de ahí qu’e yo haya ‘dadé a la excomu-
nión mi asentimiento. Nuestro hermano Fortunacíano lleva consigo las cartas de sumisión que
dirijo al emperador; en ellas, declaro que rechazo de nuestra comunión a Ata.nasio, del cual ni
tan sólo quiero recibir las cartas, deseando yivir en paz y en unión con vosotros, y con los
obispos orientales de todas las provincias.
»A fin de que conozcáis la sinceridad con que os hablo, os diré< que como vuestro h’ermano
Demófilo me hablase de la verdadera y católica fe que muchos de nuestros hermanos. los
obispos, han examinado en Sirmio, yo la he aceptado por completo, sin que rechace ninguno de
sus artículos. Os ruego, pnes, que me consideréis de acuerdo con vosotros, y dirijáis al
emperador vuestras súplicas, para quc me levante el destierro, y me devuelva a la Santa Sede que
Dios me ha confiado.>
Este era el deseo del Pontífice.
232 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES

No bien San Hilario supo que el Papa se había vuelto arriano, cuando lanzó contra él tres
horribles anatemas (1).

Rectificación del Papa

Aceptada la abjuración del Pontífice, Liberio vólvió a Roma, donde fué recibido con gran
pompa; sus amigos lanzaron al pueblo en nuevas sediciones y expulsaron de la ciudad a Félix. El
Santo Padre sostuvo al principio las nuevas doctrinas que había abrazado e hizo triunfar a los
arrianos; mas luego comprendió que no podría mantenerse por mucho tiempo en la silla de
Roma, si no cambiaba de politica. Entonces el concilio arriano de Rimini, exigió su aprobación;
mas rehusó el darla, y permaneció oculto hasta la muerte del emperador Constancio.
Tres años después, los semiarrianos, perseguidos por Eudoxo y por los arrianos puros, celebraron
sínodos y convinieron en Someter sus doctrinas al juicio del obispo de Roma. El Papa tuvo
dificultad en recibirlos, considerándolos como arrianos que habían abolido la fe establecida por
el concilio de Nicea; mas luego que hubieron consentido en reconocer la consustancialidad del
Verbo, Liberio les dió una carta de comunión, en que mostraba extraordinaria alegría por las
muestras que daban de la pureza dc su fe y por su unión con todos los occidentales.
El Papa no sobrevivió mucho t~empo a esla fusión de los semiarrianos, toda vez que murió en 24
de septiembr2 de 366. Su apostasf a no ha sido obstáculo a que se hiciesen d’e él grandes
‘elogios. El MartirologiD romano inscribió también su nombre entre los santos.
cinco años, San Antonio, primer fundador de las órdenes religiosas d~ Oriente. Las visiones de
este anacoreta le habian hecho célebre entre los ermitaños de su siglo. Aunque no sabia leer ni
escribir, dejó muchas obras que (lictaba en lengua egipcia a sus discípulos; entre otras, siete car-
tas llenas de verdadero espíritu apostólico. En medio de sus incoherentes y singulares éxtasis,
admiramos la revelación que tuvo unós días antes de su muerte y que nos ha sido transmitida por
uno de sus discípulos.
«El Santo permanecía sentado, dice ‘el cronista, cuando el divino Espíritu descendió a él;
entonces entró en éxtasis con los ojos elevados hacia ‘el cielo y la mirada fija; así permaneció
cinco horas en una inmovilidad completa gimiendo de cuando en cuando; por fin, se colocó de
rodillas. Todos sentimos miedo y le suplicamos nos indicara ~1 motivo por el cual lloraba. «¡Oh!
~Hijos míos!—respon»dió—. La cólera de Dios caerá sobre la Iglesia. Esta será »en~regada a
hombres parecidos a bestias; porque yo he visto »la santa mesa rodeada por mulos y asnos que
echaban »por tierra los altares de Cristo con coces; que manchaban »el sagrado cuerpo del
Salvador. Y he oído una voz que »gritaba: «Así se profanará un altar por abominables mi»nistros
que se llamarán los sucesores de los apóstoles.»
Visión de San Antonio

Durantc el reinado de Liberio, murió, a la edad de ciento

(í) Esta historia de Liberio es una de las más graves objeciones puestas al dogma de la
infalibilidad del Papa. Sin embargo, no tiene más valor que el de la confesión del prc~pio Papa,
que contradice a cada paso, según le inspira el espíritu de su conveniencia y provecho, tratando
de das’ la razón aJ más fuerte. La historia de los dogmas obedece a esta ley consante d~ laborar
«pro domo suas y de barrer hacia dentro. En el resumen final, volveremos sobre la cuestión
arnana, tratando de descubrir la parte del paganismo qtte hizo triunfar la doctrina llamada
católica, y que debemos ‘considerar como dogma pagano

FELIX II, 38.~ PAPA, O ANTIPAPA

Hay varias opiniones acerca de si Félix merece el nombre de Papa o de antipapa. Algunos
autores hablan de él con desprecio. La Iglesia dice, por el contrario, que fué elegido obispo de
Roma, y se le conceden los honores del martirio.
Romano de nacimiento e hijo de Anastasio, er;a diácono cuando el Papa Liberio fué enviado al
destierro. Los arrianos quisieron colocar otro obispo sobre la silla de Roma. Como el clero jurase
que no recibiría a ningún otro obi~po mientras viviese, fué necesario us~r de cierta astucia para
hacer ‘este juramento inútil. El ‘emperador Constancio se sirvió de Epicteto, joven neófito, audaz
y violento, obispo de Centumcelle, hoy di a Civita-Vecchia, sobre el mar de Toscana.
Félix recibió la ordenación episcopal. Si hemos de creer a San Atanasio, la ceremonia sagrada
tuvo lugar en el palacio imperial aunque se debiese hacer en la iglesia; tres eunucos
representaron al pueblo fiel de Roma, y tres obispos impusieron las manos a Félix (1).
Los autores formulan diferentes juicios respecto a su conducta y su ortodoxia. Unos dicen que se
hizo arrijano; otros sostienen que conservó la fe de Nicea. Su elevación disgustó a los amigos de
Liberio, que eran en gran número; y cuando las damas romanas hubieron obtenido que éste
volviese a la ciudad, el ‘emperador ordenó que gobernase la Iglesia con Félix.
Entonces los prelados, reunidos en el concilio de Sirmio, escribieron al clero de Roma para que
recibiese a Liberio, el cual había jurado que olvidaría lo pasado, y que viviría en paz con Félix;
mas ‘el uno había probado los placeres de la grandeza episcopal, y el otro era ~mbícioso; los dos
tenían partidarios que excitaron en Roma violentas cuestiones y los más sangrientos combates.
Por fin, el legítimo jete triunfó de su competidor, le arrojó de la ciudad y le r’edujo al estado de
obispo de su iglesia.

(¡) Sobre este suceso haremos hincapié en el resumen final.


HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 936

Félix, cuyos partidarios no se consideraban aún vencidos, entró poco tiempo después en la
ciudad, atreviéndose a llamar al pueblo ‘en la basílica que se hallaba en la otra parte del Tíber;
mas los nobles le obligaron a dejar por segunda vez a Roma. El príncipe, qu’e deseaba siempre
mantenerle con Liberio, fué, por fin, obligado a abandonarle, y Fehx, perdiend.o su protector, se
retiró a una pequeña hacienda que poseía en el camino de Porto, donde viNrió cerca de ocho
años.
Los fieles le honran. hoy día como un santo mártir, lanzado de su silla por la defensa ca,tólica y
por el arriano Constancio. El Pontifical de Dámaso añade qu’e fué asesinado no lejos de Ceri, en
la Toscana, por orden del emperador, al cual había excomulgado. Esto sin embargo, se ha
probado qu’e el título d’e santo le fué dado por Gregorio el Grande, y que estuvo a punto de
perderlo bajo Gregorio XIII, poí~ un incidente cuyo relato nos ha transmitido el cardenal
Baronio.
Este cuenta que en ei~ año 1582, mientras s’e trabaja,ba por oi d’en del Papa en la reforma del
Martirologio, se dellberó acerca de si Félix merecía el titulo de mártir. Baronio compuso una
larga disertación para~ ~demostrar que Félix no era ni santo ni mártir; fué aplaudido por todos
los hombres juiciosos, y los Padres afirmaron que había ~ido inscrito por sorpresa en aquel
catálogo; el cardenal Santono quiso tomar la defensa d’e Félix, mas no alcanzó ningún éxito.
Esta cuestión religiosa obligó a muchos saoerdotes a registrar secretamente los altares de Sa,n
Cosme y San Damián d’e Roma, en los cuales descubrieron un gran sepulcro de mármol ‘en que
por una parte había las reliquias de San Marco, Marcelino y Tranquii.ino, y por otra un~t tumba
con la inscripción siguiente: «Aquí está el cuerpo de San. Félix, Papa y mártir, que ha condenado
Constancio».
Esto descubrimiento había sido hecho el día antes de aquel ‘en que se debía celebrar su fiesta, y
cúando iba a perder su causa. Así ‘es que se atribuyó a milagro lo que no era más que una
astucia. Baronio se consideró dichoso por verse vencido por un santo, y se retractó de todo lo que
babia escrito. Entonces el nombre de Félix se restableció en el Martirologio, donde su culto fué
confirmado. San Atanasio lo miraba como un monstruo que la malicia del Anticristo había
colocado en la Santa Sede.
D’esde ‘el reinado de Constantino, el cristianismo continuaba su marcha progresiva; el
politeísmo se extinguía

236 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

en Oriente y Occidente, no obstante la oposición de algunos emperadores que permanecían


adictos al culto de los-antiguos dioses, y no obstante el encanto de sus mitos, creación
maravillosa de la imaginación de tos poetas. Los brillantes símbolos del espíritu del amor y de la
materia, triple unidad de las facultades humana,s, representados en sus diversas manifestaciones
por las divinidades paganas, Rea, Saturno, Júpiter, Minerva y Apolo, se reunían y con[undian en
la nueva y misteriosa Trinidad compuesta de Dios Padre, Dios Hijo y del Espíritu Santo, y los
hombres se entusiasmaban con las formas a\scéticas de esta religión inmaterial.
No sabemos si con esto la humanidad dió un gran pa,so y si los pueblos, abandonando la doctrina
del panteísmo para echarse en brazos de un espiritualismo desmedido, han operado un
movimiento que era necesario a la marcha de la civilización y del progreso. Este es un problema
que aun no se ha resuelto.
4
DAMASO, 39.~ PAPA

VALENTINIA NO, VALENTE, EMPERADORES — GRACIANO, TEODOSIO,


EMPERADORES

Matanza entre cristianos

El Sumo Pontífice cristiano sometido al Pontífice Máximo Pagano


Dámaso era español de nacimiento, hijo de un escribano llamado Antonio, que fué a
establece~rse en Roma, para ejercer su oficio. El joven Dámaso fué educado con gran esmero y
se le dedicó al estudio de las bellas letras; en seguida recibi~i las órdenes sagradas y siguió al.
Papa Liberio, desterrado a Berea, ciudad de la Tr~cia; luego volvió a Roma, y abandonó s~
protector para abrazar el partido cJe Féli~x.
Después de la muerte de Liberio, las facci~nes que diNidian al clero excitaron una violenta
sedición para darle un sucesor. Cada partido se reunió separadamente. Dámaso, que tenía
entonces sesenta años, fué elegido y ordenado en la basílica de Luciano, mientras que el diácono
Ursino era proclamado en otra iglesia. Cuando llegó la ocasión de ocupar la silla pontificia, la
lucha se encarnizó entre los dos contrincantes, y el pueblo tomó parte en ‘este cisma y promovió
serios desórdenes. Juvencio, prefecto de Roma, y Juliano, prefecto de las Vituallas, desterraron a
Ursino y a los diáconos Amancio y Lobos, principales causantes del tumulto; lue~ mandaron
arrestar a siete sacerdotes que querían desterrar de la ciudad; pero los partidarios de Ursino los
arrancaron de manos de los soldados y les condujeron en triunfo a la basílica de Julio. A fin de
echarbs de ella, los partidarios de Dámaso se reunieron armados con espadas y palos y con el
Pontífice a su caibeza, sitiaron la basílica y hundiendo sus puertas degollaron las 1nujeres~ los
niños y los ancianos~ y la. mata,nza concluyó por el incendio; al siguiente día sc enconiraron
~bajo los escoml.>ros los cadáveres de ciento treinta y seis personas que habían sido muertas por
las armas o ahogadas por las
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 23~
238
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

llamas. El prefecto Juvencio, no pudiendo apaciguar la


sedición, fué obligado a retirarse.
El autor que cita estos hechos, censura igualmente ‘el furor de las dos facciones, y añade:
«Cuando considero el esplendor de Roma, comprendo que los que desean la plaza de obispos de
esta ciudad deben hacer toda clase de esfuerzos para alcanzarla; ella les procura muchas digni-
dades, ricos preseiites y los favores de las damas; le~ da pomposas carrozas, magníficos vestidos,
y una mesa tau espléndida, que sobrepuja la de los reyes».
Dámaso era aún más sensual que sus antecesores, amigo de la voluptuosidad y la molicie.

Riqueza de la Mitra romana

Pretextato, que fué, luego, prefecto de Roma, le decía en son de burla: «Hacedme obispo en,
vuestro Thgar, si deseáis que yo me haga cristiano». Y, ciertamente: tan rico señor no hubiese
ambicionado la silla de San Pedro si la conducta de Dámaso hubiese sido más apostólica.
El lujo de la Iglesia latina era tan odioso a San Jerónimo y San Gregorio Nacíanceno, que se
quejaban de él indignados. Llamaban al clero romano senado de fariseos, ejército de ignorantes
sediciosos, bando de conjurados. Censuraban también las prodigalidades, los escándalos, las
maldades de los sacerdotes, y condenaban la elevación de Démaso a la Santa Sede, porque la
había alcanzado por la violencia y la fuerza.
En cuanto al antipapa Ursino, su consagración era igualmente de las más irregulares, toda vez
que había sido hecha por un solo prelado.

Escándalo romano

Dámaso, viendo que no podía someterles, recurrió a la autoi~idad del príncipe para obtener la
ord’en de lanzarles de Roma; uniendo en seguida la hipocresía al fanatismo, celebró procesiones
para pedir solemnemente a Dios la conversión de esos cismáticos. Pero cuando hubo recibido del
emperador la autorización de destruir a sus ‘enemigos, el Pontífice, cambiando de táctica, reunió
sus partidarios, y con la tiara en su cabeza y una ma~a de armas en su
mano, penetró en la basílica y atacó a los adversarios dando la señal de combate. La carnicería
fué larga y sangrienta; el templo de un Dios de paz y clemencia, fué manchado por la violencia y
el homicidio.
Esta horrible ejecución no abatió a los ursinos. Entonces, el Santo padre, aprovechando el día en
que se celebraba el aniversario de su nacimiento, reunió muchos obispos, a los que quiso
arrancar la condenación de su contrincante. Estos prelados, dotados de gran equidad y firmeza,
respondieron que se habían reunido para burlarse de él y no para condenar a un hombre sin oirle.
Tal era este Papa, al cual ciertos impostores se atreven
a llamar muy piadoso’ y muy santo.
La acusación de adulterio que luego se intentó contra él, por Calixto’ y Concordio, parece que se
funda en í!rrecusables pruebas. El sínodo que le justificó de esta acusación, no ha cambiado sus
convicciones sobre este horrible escándalo; pues si la impostura hubiese sido probada, los
acusadores hubieran sido acusados ante el brazo secular para ser castigados conforme al rigor de
las leyes romanas; y sabemos, por el contrario, que fueron sostenidos por los principales
magistrados.

Ley notable
Para conocer el espíritu y las costumbres del clero d’e esta época, importa hablar de una leS’ que
los emperadores Valentinialio, Valente y Graciano, hicieron publicar hacia el año 370: prohibía a
los eclesiásticos y a los que se hacían llamar castos, el visitar las casa~s de las viudas y d’e las
doncellas que vivían solas, o que habían perdido sus padres; en caso de contravención, permitía a
los parientes o allegados entregar los culpables a los tribunales.
Prohibía ademá5~ bajo pena d’e confiscación a la gente de iglesia, que recibiese el título de
donación o por testamiento, los bienes de sus penitentes, a menos que por el parentesco no
fuesen sus legítimos herederos. Esta ley era leída todos los domingos en las iglesias de Roma. Se
supone, también, que el Papa la había ‘exigido a fin de repri~. mir, con el socorro del poder
secular, la avaricia de muchos clérigos que seducían a las damas romanas para cmlquecerse con
sus bienes. La avaricia de éstos, les había llevado a una corrupción espantosa; sobrepujaban a los
240 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 241
más hábiles en el arte de captar las herencias, y su astucia era tan grande, que nadie se atrevía a
luchar con ellos en los tribunales.
San Jerónimo clamaba contra esta ley para reprimir la avaricia de los sacerdotes, la cual
imprimía, sobre ellos una señal de infamia; mas a pesar de esto, la consideraba necesaria. «¡Qué
vergúenza, decía, no causa el vera los ministros paganos, a los truhanes, a los cómicos, a los co-
cheros de plaza, a las mujeres públicas, el ver cómo heredan sin obstáculos, mientras que los
curas y los frailes son los únicos a los cuales la ley prohibe recoger las herencias...! Esta
prohibición se ha hecho no ‘por príncipes paganos ni por los perseguidores de la Iglesia, sino por
emperadores cristianos. Yo no me atrevo a quej arme de esta ley, porque mi alma se halla
profundamente entriste¿ida, y porque se ha de convenir en que nosotros la hemos merecido. L.a
religión, perdida por la insaciable avaricia de nuestros sacerdotes, obligó a los príncipes a adop-
tar un remedio tan violento. »
Esto no obstante, esta ley no fué lo suficiente para detener los desórdenes del clero; los
emperadores se vieron en el caso de promulgar una segunda, ley para que las viudas, bajo un
pretexto religioso, no disiparan sus pedrerías y sus muebles preciosos; mandaron, por el contra-
rio, que los dejaran a sus hijos, que nadie al morir, pudiese nombrar por herederos a los
sacerdotes, los pobres y las iglesias. El Papa ha sido rebelde a estas leyes, reclamando para sus
ministros el derecho de seducir a las herederas ricas.

El arrianismo

E,n Constantinopla, la secta arriana, que ya era perseguidora, ya perseguida, dominaba entonces,
por la protección de Valente; perseguía a los ortodoxos con gran encarnizamiento, y usando de
represalias, devolvió a los católicos los males que había sufrido. San Atanasio, Eusebio de
Samosata, Melecio y San Basilio, ‘escribieron a Dámaso cartas conmovedoras acerca del
horrible estado ‘en gu’e se encontraba el Oriente; mas el Papa no les dió contestación alguna
porque se hallaba demasiado ocupado en Roma, o mejor dicho, porque su edad, ya adelantada,
comenzaba a d~ebilitar su ambición. Quizás temía que el emperador Va-
lente no apoyase los intereses de Ursino si se declaraba con demasiado ardor en contra de los
arrianos; por otra parte no quería a San Basilio, que se había declarado en coiiLra de Paulino, el
favorito del Papa, y había sostenido a Melecio, su contrincante, para ocupar una silla de obispo.
Dámaso devolvió las cartas por su mismo portador, encargándole dijese a los obispos que les
ordenaba el seguir, frase por frase, el formulario que prescribía. Basilio, descontento de esta
altanería, rompió con el Pontífice sus reíaciones y manifestó, en varias cartas, su indignación
contra la Santa Sede.
El Egiptc había quedado en paz durante la Vida de 5am Atanasio, ‘el cual ejercía, desde cuarenta
y seis años, las funciones episcopales en Alejandría. Como el obispo entrase en una edad muy
avanzada, los fieles le rogaron que iudicara SL! sucesor. Entonces nombr~ a Pedro, hombre
venerable, apreciado de todos a causa de su gran piedad. En esta ocasión el Pontífice romano
escribió al nuevo prelado cartas de comunión y de consuelo, las que hizo llevar con un diácono.
El prefecto de Alejandría, temiendo que Dámaso buscase la alianza del obispo para levantar las
antiguas’ cuestiones reli~iosas, mandó prender al comisionado del Papa, y le hizo atar las manos
a la espalda, ordenandb que fucse azotado por el verdugo; luego de este suplicio, el desgraciado
diácono, inundado aún de sangre, fué embarcado, sin que nadie le socorriese, y conducido a las
minas de cobre de Jenesia. Pedro, temiendo por sí mismo, se escapó durante esta ejecución, y
evitando a sus perseguidores, subió en una nave que le con(lujo a Roma, donde permaneció por
espacio d.c cinco años en la tranquilidad de un honroso y pacifico retiro.

Tres obispos en Roma

En Roma, el partido de Ursino se hallaba í’educido a ]os últimos extremos; mas los luciferianos,
otros cismátíros, celebraban siempre asambleas criminales, y la vigilancia de Dámaso no podía
imped.ir que tuviesen un prelado. Estos habían elcgido a Aurelio; después de su muerte le
‘sucedio Efesio, y se mantuvo en la ciudad, no obstante las Iversecuciones del Papa.
La facción de los donatistas tenía también su obispo.
Historia de los Papas.—Tomo 1.—16
242
=1
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Entonces se reunían fuera de los muros de la ciudad en las cavernas de un monte, lo cual hizo
que se les diese el nombre de monteses. Estos heresiarcas recibieron de sus hermanos de Africa
un pretendido patriarca romano, que, fiel a los preceptos del Evangelio, no tenía más patrimonio.
que la humildad y la pobreza.
Después de aguardar muchos años, Pedro de Alejandría, que había sido lanzado de su silla por la
violencia de los arrianos, fué convocado para asistir a un concilio celebrado por Dámaso, donde
tuvo la satisfacción de ver cómo se condenaba a Apolinario y a Timoteo, su discípulo, que se
titulaba metropolitano de Alejandría. Hasta entonces la herejía de Apolonio no había sido
anatematizada, y sus ~rrores habían sido siempre tolerados por los más santos. patriarcas de
Oriente, que manifestaban una profunda veneración por su persona.

Paganización del clero


Desde la muerte de Valentiniano 1, el antipapa Ursino intrigaba siempre para levantar su partido
y usurpar la Santa Sede. Tres años se habían pasado en estas vanas tentativas; mas, por fin,
Dámaso quiso destruir por completo los restos de su facción, y aprovechando el interreg~io que
tuvo lugar después de la muerte de Valente, celebró un concilio en ~Roma, donde se hallaban
gran número de obispos italianos. Los Padres dirigieron una carta a Graciano y Valentiniano a
fin d.e suplicarles que reprimiesen el cisma de Ursino. Anunciaban, al mismo tiempo, que habían
decidido que el Pontífice romano juzgaría a los otros jefes del clero: que los simples sacerdotes
continuarían sometidos a los tribunales ordinarios; mas que no so podría aplicarles el tormento.
Los príncipes contestaron favorablemente a esfe documento del concilio. Ordenaron a los
vicarios de Roma que ejecutasen las órdenes que recibiesen del Papa, que arrojasen los herejes
de la ciudad’ santa y que les e~xpuLsasen de las demás provincias. Así, los emperadores,
concediendo al concilio de Roma todo lo que había pedido, se encontraban despojados de una
parte de su autoridad., con la cual invistieron al Pontífice Dámaso. Con esto se otorgó al obispo
el derecho civil y criminal sobre sus fieles, propLo~
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
243
de los Pontífices paganos y del Rey-Sagrado, sacerdote de Jano.
Los bárbaros

En esta época las frecuentes irrupciones (le los demanes en la Galia obligaron a Graciano a
volver hacia Occidente, donde habia establecido la silla de su imperio, abandonando ,a Teodosio
la Iliria y ‘el Oriente. Los dos emperadores fueron, igualmente, favorecidos por la fortuna.
Graciano contra los alemanes y Teodosio contra los pueblos que habitaban las orillas del
Danubio. Este principe derrotó su ejército y les óbligó a demandar la paz. Los historiadores
sagrados jprctenden que se dirigió en seguida hacia Tesalónica, donde cayó gravemente enfermo.
Los ~iacerdotes se apresuraron a instruirle en la religión cristiana, y Ascolio, obispo de esta
ciudad, le adminisiró el sacramento del bautismo que le proporcionó una curación milagrosa.

Herejía en España — El culto de Isis

Pero si la religión se afirmaba en Oriente por la conversión de un príncipe ilustre, en. cambio cl
Occidente se encontraba amenazado por la herejía de los priscilianistas. Marco, egipciano de
Menfis, jefe de esta nueva doctrina> había llegado a España para predicar sus do~nias, y su
elocuencia había arrastrado al cisma al retórico Elpidio y a una mujer de ilustre nacimiento
llamiada Agappa~. La ~i.ueva conversa, por la influencia de su rango, su fortuna y su belleza,
conquistó gran número de seglares y entre ellos al célebre Prisciliano, el cual dió nombre a su
secta. Hijo dc una de las primeras familias del Estado, buen mozo, elocuente, instruido, ardiente,
sabio, desinteresado, Prisciliano tenía las cualidades de un gran reformador, y su energía le hacía
capaz de resistir las persecuciones que en todos los Estados son la recompensa de los apostoles
del pueblo.
Su doctrina fué abrazada por una multitud Imumerosa que pertenecía a la nobleza y al ejército;
las mujeres sobre todo, ansiosas de novedades y vacilantes en su fe, corrían en torno suyo.
Prisciliano enseñaba los errores de los ma-
244
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
nrqueos y de los gnósticos; afirmaba que las almas eran átomos de la esencia de Dios mismo;
que bajaban voluntariamente sobre la tierra, cruzando las inmensidades de los cielos, recorriendo
todos los grados y que Dio6 las colocaba en diferentes cuerpos a fin de combatir el mal principio.
Según él, los hombres dependían de algunas estrellas fatales y sus cuerpos dependían, también,
de los doce signos del zodíaco: el cordero gobernaba la cabeza; el toro, el cuello; los gemelos, las
espaldas, y recordaba, en fin, todos los sueños de los astrólogos. No reconociendo la Trinidad,
pretendía, con Sabelio, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran un mismo Dios, sin ninguna
distinción real de personas. Sus dogmas se diferenciaban de los maniqueos en que no rechazaban
abiertamente ‘el Antiguo Testamento, y en que no explicaban los más licenciosos pasajes con
castas alegorías; admitia, con los libros canónicos, muchas obras apócrifas; prohibía a los
discípu:
los comer animales, porqu’e los consideraban como un alimento inmundo, y en odio a l.a
generación, anatematizaba a los matrimonios pretendiendo que la carne no era obra de Dios y sí
del ángel malo.
En esta religión los hombres y las mujeres se reunían de noche y oraban enteramente desnudos
para mortificar su duerl)o. La máxima de Prisciliano ‘era la siguiente: «Ju~-ad y volved a jurar;
mas no descubráis los misterios». Sus enemigos, no pudiendo convencerles de crínienes reales,
se servían contra ‘ellos de esta fórmula de inacción y les acusaban de cometer las más horribles
impurezas, de servirse de los hombres y de los niños para sus escándalos, y de ultrajar la
naturaleza hasta con las mujeres. Los católicos afirmaban que sus sacerdotes, en odio al
matrimonio, arrancaban de las entrañas de las mujeres en— cinta los fetos casi formadós y los
amontonaban en el centro de la iglesia. Lo mismo que los gentiles decían de los cristianos.
Lo.; priscilianistas ayunaban el domingo, en tiempo de Pascuas y de Navidad, y se ocultaban
para no encontrarse en el templo. Esta moda había inundado la Península y ganado a gran
número de obispos, entre otros a Justancio y Salviano, que formaron un partido para sostenerla;
mas, después de muchos años de lucha, los ortodoxos, sostenidos por ‘el príncipe, eclebraron un
concilio en Zaragoza, donde fué condenada en ausencia de sus adeplos.
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
245
El Papa juzgado y absuelto

En aquel mismo tiempo se convocó por orden de Graciano el famoso sínodo de Alquilea. San
Ambrosio presidió este concilio y condenó el arrianismo; se examinaron luego las acusaciones
que se dirigían contra el obispo de Roma, sebre todo la de adulterio que dos diáconos muy adic-
tos a Ursino habían en otro tiempo intentado, y que fundaban ‘en el cariño que las damas
profesaban al Pontífice. El. concilio examin~ jurídicamente los principales puntos de la
acusación contra Dámaso, y dió un testimonio auténtico de la inocencia del Papa.

Joyas

Dámaso murió en 11 de diciembre de 384, d’espués de haber gobernado la Iglesia de Roma por
espacio de dieciocho ‘años: Enriqueció la basílica de San Lorenzo, le dió una patena de plata, un
vaso~ cincelado, gran número de coronas y candeleros, y para sostener esta iglesia, afectó a ella
casas, tierras y hasta algunos baños públicos: todas estas riquezas las había adquirido de las
damas romanas.

El cristianismo en España en el siglo IV

Destacan en este siglo en la Península la persecución de cristianos dirigida por el prefecto


Daciano, empezada por los años 303 a 305, a título de impíos contra la religión oficial del
Imperio.
A ella se refieren dos lápidas de Clunia (Coruña del Conde), que celebran la piedad de
Diocleciano por haber «boj’rado totalmente el nombre cristiano, subvertidor del Estado», y
propagado. el culto de los dioses.
Estos martirios fueron celebrados por el poeLa Prudencio. Entre ellos sobresalen los de las
Eulalias, San Félix de Gerona, los escultores o canteros Germán, Justo y Sicio; el obispo Severo
de Barcelona; Valerio y los innumerables de Zaragoza, con el, ‘esclavo Lamberto; Justo y Pastor
en Alcalá, niños de escuela; Leocadia en Toledo; Zoilo en Córdoba; Veriscino, Máxima y Julia
en Lisboa, y otros muchos no ieconocidos por la crítica ni por la Iglesia.
246 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

De esLe Siglo se conserva el preciado conciliO de Ilíberis (Granada), que descubre la extensión
y organización eclesiásticas, adjudicado el año 300 ó 325. Efl SUS C~flOfl~S se ve la
mezcolanza de cristianos con los judíos y gentiles; de costumbres, de ritos y aun de creencias.
El concilio afirma la iconoclastia; censura la destrucción de los ídolos; consiente a los sacerdotes
gentiles llevar corona por no perder los gajes del oficio con tal que se hagan suplir por otros en
los sacrificios; y por fin, establece un canon que ha sido leído al revés. Es cl 33, que dice~
«Plugo (a los Padres del concilio> prohibir en absoluto a los obispos, presbíteros y diáconos
puestos en ministerio, abstenerse de sus mujeres y no engendrar hijos; el que lo hiciere, sea
exterminado del honor clerical.» Los celibatorios haií falseado el canon haciéndole decir mandar
donde dice prohibir.
En el canon 49 se aprende su costumbre propia de los judíos: bendecir los frutos; el 56 prohibe la
comunión a los magistrados y duunviros durante ‘el ejercicio de sus funciones; los aurigas y
cómicos habían de renunciar a su oficio~ y elimina del clero a ~lo5 libertos de amos no crisltia
nos.
Es además notable este concilio por no hallarse en él referencia a autoridad alguna extraña.
Tenga como asamblea soberana con absoluta independencia del obispo de Rom 4a, del cual ni
mención se hace.
SIRICIO, 40.o PAPA

TEODOsIO, ARCADIO — HONORIO, EMPERADOR

Triunfo de Cibeles en el clero. — Eunucos imaginarios

Después de la muerte de Dámaso se eligió a Siricio, romano, no obstante la oposición del viejo
Ursino. No bien ocupó la Santa Silla, cuando el nuevo Pontífice mostró que era ambicioso, y
para ‘ensayar’ su poder, hizo nuevas leyes s’obrc el celibato del clero, punto que el gran concilio
de Nicea había dejado algo obscuro.
Promulgó un decreto para excluir del clero a los que conservaban con sus mujeres lazos íntimos,
aplicando injustamente a los clérigos que se casaban las frases de San Pablo: «Que los que
estái~i en la carne no pueden agradar a Dios».
Sirici,o quería imitar a los paganos, que tenían en gran veneracién la pureza virginal. Estos
habían reconocido que ningún hombre era capaz d.e conservarla sin medios extraordinarios, y los
hierofantes, que eran los primeros mínistros dc la religión entre los ateniense~s, bebían la cicutia
para hacerse impotentes, y no bien ‘eran elegidos al pontificado, cuando cesaban de llevar los
signos de la virilidad.
San Jerónimo, en un escrito, hace hablar a un estoico llamado Cremón., que describe la vida de
los antiguos saicerdotes de Egipto, y se expresa en estos términos: «Estos hombres no tenían
comercio alguno con las mujeres desde el momento que se dedicaban al servicio divino; para
extinguir la llama de sus deseos, no probaban la carne ni el vino, y hasta los mi,ni’stros de
Cibeles eiran todos eunucos. »
El celibato fué una mezcla de cibelismo y romanismo; creó el eunuco imaginario.
Poco tiempo después de la muerte de Dámasó, Jerónimo se vió obligado a pasar a Iloma para
volver a Palestina: la reputación de su santidad había levantado celos entre muchos miembros del
clero, y la libertad con que censuraba sus vicios había excitado en su contra el odio
248 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 249

de los sacerdotes. En un pequeño tratado que escribió so~ bre la manera de guardar la virginidad,
aconseja a la doncella Eustaquia, hija de Santa Paula, que «huya de los. hipócritas que solicitan
el sacerdocio o el diaconado para ver más libremente a las mujeres, para ‘adornarse con bueiios
trajes y para perfumar sus cabellos. Estos sacerdotes malditos adornan con brillantes sus dedos y
andan con la punta de sus pies; toda su ocupación ‘estriba en conocer el nombre .y la casa de las
señoras hermosas y en infor-~ marse de sus inclinaciones y gustos.
»A fin de que no seáis enggfiada por las apariencias de una falsa piedad’, os haré el retrato de
uno de ‘estos ~acerdot’es, maestro ‘en el oficio; se levanta con ‘el sol~, prepara por su orden sus
visitas, y bu~a los caminos. más cortos; ‘este viejo importuno e~tra hasta en Los cuar— tos
donde duermen las mujeres; si ve una almohada, una toalla o un mueble de su gusto, lo ‘examina
con cuidado, admira su limpieza, lo tienta y se que~ja de n,o tener otro igual, y lo arranca mejor
que lo a1can~a.
»Los mismos obispos, con e1 pretexto de dar su bendi:ción, extienden la mano para recibir
dinero, se hacen los esclavos de aquellas que les pagan, y les ofrecen con asiduidad ~os más
bajos e indign~os servicios para doger su~ herencias.>
Muchos prelados, furiosos por verse desenmascarados an~te las críticas d’e San Jerónimo, se
vengaron de él con la calumnia: censuraban su manera de andar y el aspecto de su rostro; su
sencillez erá también sospechosa, y se ennegreció su reputación a propósito de Las mujeres y
vErgeues a las que constantemente ‘explicaba las Sagradas Escrituras, y no siempre para
~antifica4as.

Roma perversa
El pueblo romano miraba con prevenéión a ~los monjes-venidos de Oriente, y les consideraba,
no sin justicia, como impostor’e~ que intentaban seducir las doncellas distinguidas. El santo
doctor, obligado a ceder ante la envidia~ abandonó a Italia para substraerse a los disgustos que
sufría, y en su carta a Marcela, s’e quejó amargamente de los ultrajes que había recibido en la
ciudad santa~ «Leed, decía, leed ‘el Apocalipsis; vos veréis lo que se dice de esa mujer vestida
de escarlata, que lleva en su frente un título
d’e infamia. Ved esta ciudad Soberbia: a decir verdad encierra una Iglesia santa, donde se ven los
trofeos de los apóstoles y los mártires; se confiesa en ella el nombre de Jesucristo y la doctrina
apostólica; mas la ambición, el orgullo y la grandeza, apartan los fieles de la verdadera piedad.
»Cuando yo me hallaba en esa Babilonia, uno de los cortesanos de esa mujer vertida de escarlata,
quiso formular algunos erroros acerca del Santo Espíritu; entonces compuse mi obra, que
dediqué al Papa. Mas luego, aquello se convirtió en la olla hirviente de Jeremías; el Senado de
los fariseos comenzó a gritar en contra mía, y todos, desde el obispo al sacristán, conjuraron mi
pérdida. Entonces yo dejé aquella ciudad maldita, y volví a Jerusalén; abandoné las chozas de
Rómulo, estos lugares infames, y preferí la choza de María y la gruta del niño Jesús.»

Un precursor de Loyola

En aquel mismo tiempo, un concilio de Roma condenó a Joviniano. Este juonje había pasado los
primeros años de su vida en las austeridades de los conventos ayunando, viviendo a pan y agua,
andando con los pies desnudos, llevando un vestido de grasera tela y trabajando con sus manos;
pero en seguida salió de su monasterio cerca de Milán para dirigirse a Roma, donde esparció sus
doctrinas. Pretendía que los que habían sido regenerados por el bautismo, no podían ser vencidos
por el demonio; afirmaba que las vírgenes tenían menos mérito ante los ojos de Dios, que las
viudas o las mujeres casadas; por fin, enseñaba que los hombres debían comer de todas las
viandas y gozar de todos los biens que la Divinidad les había concedido.
Joviniano vivía conforme a sus principios: vestía con gran elcgancia, llevaba telas blancas y
magnificas sedas, rizaba sus cabellos, frecuentaba los baños, amaba los juegos, los espléndidos
banquetes, los manjares y los vinos exquisitos, conforme se veía por su color fresco y sano. Esto
no obstante, sc alababa de ser monje y observaba el celibato para evitar las consecuencias del
matrimonio. Su .herejía encontró muchos partidarios en Roma; muchas personas, después de
haber vivido en la mortificación, y la continencia, adoptaron sus opiniones y dejaron las
austeridades del
250 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

claustro, para volver a la existencia ordinaria de los demás


ciudadanos.
Después de su condenación, Joviniano volvió a la ciii-dad de Milán; mas el Papa Siricio envió
tres sacerdotes al obispo para participarle la excomunión de este hereje y rogarle que lo lanzara
de su Iglesia. Con el tiempo los ‘Papas se harán jovinianos.
La Historia no nos dice nada notable respecto a la
vida y acciones de SFricio~ y ~se supone que niurijó’ en e¡l
‘aflo 398.
San Agustín

Bajo su reinado, la reputación de San Agustín comenzaba a esparcirse en todos, los países
cristianos, y las nu~nerosas obras que había escrito’ contra los maniqueos y los donalistas, le
hadan aparecer como una de las columnas de la Iglesia. E~itonces era muy diferente de aquel
joven Agustín de las escuelas de Tagasta~ su patria; al cual sus condiscípulos le tenían por ‘el
más calavera de los estudiantes; porque es de advertir que la primera parte de ~u existencia se
deslizó en medio de los mayores desórdelies, y su conducta fué tal, que su madre tuvo que lan-
zarlo de su casa. Había fuera de esto, abr:azado las opinio~es d’e Manés sobre el culto de la
naturaleza, y profesaba públicamente esta herejía. Por fin, cansado de esta agitada existencia, s’e
casó y abandonó ‘el Africa para dirigirse a Milán. En esta ciudad trabó r’elaci’ones de a,mistad
con San Ambrosio, que le c’onvirti’ó a la religión cristiana, y le administró el bautismo lo mismo
que a su hijo Adeodato. Algunos aftos después, habiendo vuelto al Africa, fué nombrado
sacerdote de Hipona, y más tarde alcanzó el obispado de esta ciudad; desd’d entonces s’e mostró
intolerable y persiguió con gran rigor a todos los cristianos que profesaban otras doctrinas que
las suyas.
Entre las numerosas obras de San Agustín, se colocan en, primera línea su tratado sobre el
trabajo,~ donde pone ipor epígrafe estas frases del apóstol San Pablo: «Que el que no quiera
trabajar no coma». Se cita igualmente su libro sobre el bautismo; su obra sobre la Ciudad de
Dios, o Defensa de la Iglesia contra los hijos ~IeI siglo; su tratado sobre la Trinidad, donde
establece la igualdad de las tres personas divinas, y en fin, sus diferentes opúsculos sobre
SAN AGUSTÍN

L
252 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

el pecado original, ~obre la graci.a y el libre albedrío, sobre la predestinación de los santos, sobre
la perseverancia, etc., etc. Sería difícil enumerar las obras de ‘este Padre de la Iglesia, pues,
según el catálogo que Posidio ha dejado, su número se eleva, a más, de mil trei;nta. Todo& estos
escritos fueron compuestos en el intervalo de cuarenta años, que se deslizaron entre la
conversión y la muerte dc San Agustín.
Su mérito principal consiste en hurgar en los escritos paganos en busca de ripios en favor del
catolicismo. Cuando el Papa le condenaba, apelaba, de su fallo; cuando le daba ~Ia razón,
declaraba conclusa la causa.
Resumen del siglo IV
Mtrasladarse a Bizancio la capitalidad del Imperio, Roma ~ecibió el golpe de muerte, y perdió
4e1 brillo de la corte, ]as imágenes más veneradas y la llave de los destinos y riquezas. Los
Sumos Pontífices paganos quedaron abandonados a sí mismos. El emperador luchó contra el
Senado romano; éste luchaba contra la plebe. El oibspo de Roma, asumió el caudillaje popular y
buscó la ‘allainza del Césa,r para derrocar la religión tradicional difundida, por el Senado.
La lucha religiosa ‘era también política.
En ella aparecen uiiirse los cultos extranjeros, repudiados
> mali vistos por el Pontificado romano gentil: Isis, Mithras, Cibeles y ‘el Cristo, a quienes
la opinión oficial confunde frecuentemente. Se adueñan de la corte y del pueblo, y dejan aislada
la clásica arisftcracia romana y ‘la facción de los opulentos.
A,quellos cultos llevaban sobre los otros la ventaja de uLilízar hábilmente las mujeres, que
hallaban en ‘ellos los órganos del espíritu. Entre éstos coincide ‘el culto de la Maternidad Divina,
a la que no renuncian los cultos de Cibeles, de Isis y de Vesta, basados en ‘aquel dogma.
En el cristianismo surge la división acerca ‘de este punto:
los arrianos rechazan aquella Maternidad como invención pagana. Los romanos la defienden y se
la aplican a Maria, ‘a cuyo hijo hacen Hijo de Dios y Dios.
El paganismo de Cibeles, de Isis y de Vesta, triunfan en el cristianismo, e imponen el dogma de
la Maternidad y la disciplina dcl sacerdocio eunuco, ya sea por operación quirúrgica o por
estrangulación psíquica.
De esa mezcla nace el catolicismo romano posterior.
Eíi ‘este siglo, la Iglesia pasa del estado embrionario al estado de feto, iniciándose perfectamente
los órganos y víscera del nuevo sér, pero nutriéndose todavía de la succión de jugos de la
sociedad cristiana, ‘su madre. El obispo recaba ser reconocido como Pontífice del culto cristiano
254 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

y gana el primer jalón de la autoridad judicial sobre los suyos.


El culto va adquiriendo las formas paganas, de templos, sacramentos, ceremonias, ministros,
sacrificios, riquezas y rentas.
El Gobierno sigue la forma democrática: del Papa sometido al. concilio, éste a los obispos, éstQs
a la elección del pueblo, y todos aceptando la sumisión al Pontífice Máximo Emperador, en lo
político y en lo religioso.
Las mujeres aparecen como amazonas de la intriga en los momentos de aguda crisis.
El monaquismo brota en Africa y en Asia.
Y se plantean las cuestiones doctrinales que han de perdurar en los siglos.
El Papa, en estas discusiones, se i’nclina del lado del más fuerte, y se hace custodio de los
triunfadores.
Las Iglesias se dividen: la unidad es reclamada en vano. Pasan los siglos sin conseguirse.
Diocleciano inventa la ceremonia de hacerse besar los pies en seflal de adoración; de él la
tomaron los Papas.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO IV
Diocleciano
Diocleciano, enorgullecido con su gloria después de haber derrotado a sus enemigos, llevó su
impudencia hasta el punto de hacer besar sus pies a los que se presentaban ante él, y fué bastante
impío para hacerse adorar como un dios; mas, en fin, notó que sus excesos le habían convertido
en objeto de odio público y resolvió abdicar ‘el poder temiendo que la sumisión aparente de
Constantino y de Galeno no fuese sificiente para substraerle a la violenta muerte de que se
hallaba amenazado por el pueblo, el cual quería castigar sus repugnantes amores con Magencio y
Maximino.
Los remordimientos de su conciencia le obligaron a dejar el imperio y buscó, en el retiro, un
descanso de que se habuia privado en los cuidados del gobierno. No obstante su conducta
tiránica, este príncipe manifestaba alguna vez generosos sentimientos y decía con gran tino:
«Nada es tan clifídl como reinar bien, porque los ministros de que se sirven 106 príncipes, sólo
están de acuerdo para hacerles traición; les ocultan o disfrazan la verdad, primera cosa que
debieran conocer, y con sus adulaciones engaflan y venden a los soberanos que les pagan para
recibir de ellos sabios e ilustrados consejos.»
[
256 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Valerio Maximiano

Valerio Maximiano, sucesor de Diocleciano, abdicó el buíerio a su ejemplo, después de haber


reinado dieciocho aflos; mas luego se arrepintió de haberlo hecho, comprendiendo que un
solitario y un filósofo tenían menos poder que un emperador; y bajo tal concepto, abandonó su
reÁro y volvió a Roma bajo el ‘pretexto de que con su consejo ayudaría a su hijo Magencio. Pero
los tiempos habían cambiado Comprendiendo el. viejo emperador que se había adivinado su
intenciÓn de recobrar el poder, se dirigió hacia las Galias, donde se hallaba Constantino, su
yerno; tramó una conspiración que fué descubierta por su propia hija Flavia Máxiima, y
emprendió la fuga para ‘evitar el castigo de su perfidia. Constantino envió en su persecución
emisarios que le alcanzaron ~en Marsella, y le estrangularon en un calabozo.

Constancio Cloro y Galeno Maximino

Después de la abdicación de Diocleciano y de Maximiano, Flavio Constancio Cloro y Galeno


Maximino, que gozaban ‘el título de augustos, se repartieron el Imperio. Constancio Cloro ilustró
su reinado con grandes hazañas, reconquisto la Bretaña, derroto sesenta mil alemanes y edificó la
ciudad de Espina, sobre las orillas del Rhín. Su dominación se extendió sobre Inglaterra, que ya
había conquistado; sobre la Iliria, el Asia y sobre todas las provincias de Oriente. Este príncipe
quería mucho a los literatos; era muy liberal, y tan enemigo del fausto, que en su mesa se hacía
servir en platos de arcilla, y en los grandes festines rogaba a sus amigos que le l)restaran su
vajilla de plata.
Durante su reinado. ~os cristianos gozaron de una paz profunda: cuéntase que habiendo
promulgado un cdicto por ‘el cual ordenaba a los fieles que ocupaban empleos en el Estado, que
hicieran sacrificios a los ídolos, algunos prefinieron el destierro a sus empleos, y se retiraron;
mas el príncipe volvió a llamarles, les calificó ante su corte de verdaderos amigos, y quitó de sus
cargos a los que habían sido bastante débiles para sacrificar a los ídolos, reprochándoles con
severidad sus apostasías, y añadiendo: «No: los que no son fieles a Dios, no pueden servir al
emperador con
.celo». Constancio Cloro murió en York, en Inglaterra, después de haber colocado la diadema
sobre la cabeza de su hijo Constantino.

Galeno Máximo

Gderio Máximo había ganado dos grandes batallas so.br’e los persas, y había perdido la tercera
por su imprudencia, cuando no era más que césar. El primer acto de su poder, consistió en una
declaración de guerra; derrotóles,, invadió su campo, cogió al r’ey Nors y a su familia, y con sus
conquistas, extendió las fronteras de sus Estados hasta las orillas del Tigris.
Eligió para sucederle a sus dos sobrinos: C. Valerio Maximino, que se llamaba Daza antes de ser
césar, se colocó al fr’ente de Oriente, y Flavio Valerio Severo, obtuvo Italia con Africa. Algún
tiempo después de haber tomado estas disposiciones, Galeno falleció de una úlcera donde se
habla engendrado una prodigiosa cantidad de gusanos que le devoraron vivo.

Magencio

Marco Aurelio Valerio Magencio, hijo de Marco Aurelio Valerio Maximiano, por otro nombre el
Viejo, habiendo s~mbido que Constantino era nombrado emperador, se hizo dar igual título ‘en
Roma por los soldados de la guardia pretoriana, a los cuales permitió violar las mujeres y de-
gollar a los ciudadanos. Este príncipe, dado por completo a la magia, no se atrevía a realizar
ninguna empresa sin antes consultar los adivinos y oráculos; sobrecargaba las provincias con
‘extraordinarios tributos, y despojó de sus bie~xes a los más ricos habitantes. El vino, ese licor
pérfido que acaba con el juicio, le ponía en gran furor; en sus momentos de ‘embriaguez, daba
crueles órdenes y hacia nmtilar a los que le acompañaban en ?la mesa. Su avaricia era insaciable;
sus escándalos y crueldades igualaban a las de Nerón. No habiendo podido vencer la resistencia
de una ‘dama cristiana llamada Sofronia, a la que intentó deshonrar, eniió soldados para que la
robaran de su casa. Entonces :esta mujer valiente fingió que cedía a los deseos del mo-
Historia de 108 Papas—Tomo 1,—17
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
257
258 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 25~

narca, y pidió, tan sólo, que le concediese el tiempo necesario para recoger sus más ricos trajes y
prese4nta:rse ante el soberano. Luego entró en ,un gabinete; pero como tardase mucho, los
sol(lados, impacientes, hundieron sus puertas y hallaron su cadáver con un puñal en el seno.
Una virgen cristiana de Antioquía llamada Pelagia, su madre y sus hermanas, se mataron
igualmente para ubrarse del riesgo a que se hallaban expuestas por la impudicidad de Maximino,
colega de Magencio.
Por fin, la guerra fué declarada ‘entre Magenck y Constantino: este último se acercó a Roma, y
dió una proclama ~n la cual decía que iba allí, no para combatir a los roma-líos, sino para librar a
la capital de un monstruo íue hacía matar al pueblo por los soldados pretorianos.
Magencio, por su parte, se procuraba la victoria con. operaciones mágicas: inmolaba leones en
sus impíos sacrificios, y mandaba abrir el seno de las mujeres que sú hallaban ‘encinta para
buscar en, sus ‘entrañas sus hijuelos y comísultar sus augures. Los oráculos se habían mostrado
poco favorables: el príncipe, asustado, abandonó el palacio con su mujer y su hijo para retirarse a
una casa l)articular; esto no obstante, mandó salir de Roma a sus tropas, que consistían en ci’ento
sesenta mil hombres d~ a pie y dieciocho mil de a caballo. Su ‘ejército pasó el Tíber, encontró
‘el de Constantino, que consistía en ochenta mil peones y ocho mil jinetes, y comenzó la batalla.
En aquel mismo instante prornovióse en Roma una sedición violenta: el pueblo, indignado por
la conducta de Magencio, que la superstición y su cobardía habían retenido en la ciudad, se
dirigió hacia el circo donde el príncipe daba juegos públicos, para celebrar ‘el aniversario de ‘su
advenimiento al Imperio, y comenzó a gritar: ~<¡ Muera el tiraiio! ¡Muera cl traidor y el
cobarde! ¡Viva Constantí~io ‘el invencible!»
Magencio, asustado por estos gritos, dejó el circo y ordenó a los senadores que consultasen cl
libro de las sibilas. Sc le respon(lió que anunciaban qu’e en aquel día el e4nemigo de los
romanos perecería miserablemente, y entonces el príncipe, considerando suya la victoria, se uniá
a su ejército. Pero al salir de Roma, unos mochuelos hubieron de posarse en los muro’s de la
ciudad, y le siguieron hasta ‘el campo de batalla: este siniestro presagio, ob’servado por todo el
ejército, abatió el valor de los soldados. Las fijas hubieron de retroceder ante las legiones de
Constantino, y comenzó la derrota. El mismo Magencio, ~rriastrado por los soldados, volvió a
ganar el puente que babia mandado formar con barcas, y ya fuese por casualidad, ya por traición,
lo cierto es que las barcas se hun,dieron y cayó en el río, donde quedó ahogado. Magencio fué
victima del lazo que había tendido a Constantino: el puente se hallaba construido de manera que,
cuando sus enemigos le cruzanim, debía romperse en el centro. y sumergirles en el Tíber. Al
siguiente día se halló su cuerpo, y se le cortó la cabeza, la cuial fué paseada por las calles de
Roma en el extremo de una pica.

Constantino

Constantino, dueño del Imperio, se reunió a Licinio, que se había casado con su hermana
Constancia: estos dos príncipes destruyeron ‘el ejército de Jovio Maximino, que quería s’er
‘emperador.
Licinio era hijo de un labrador que vivía en un país de los dacios; gracias a su valor, se elevó
poco a poco en el ejército, y fué nombrado césar por el emperador Galeno. Convertido en
príncipe, se mostró avaro, impúdico, arrebatado, intemperante, como si el rango supremo pudiese
dar todos los vicios y los medios con que satisfacerlos. En su extraordinaria ignorancia,
calificaba a los literatos como el veneno y la peste de la república, y lies hacía morir sin que
fuesen culpables de ningún crimen.
No tardó mucho en hacerse sospechoso a su colega, porque no renovaba la persecución contra la
Iglesia y procuraba atraer a su partido a los pontífices paganos; mas Licinio fué vencido por su
cuñado y murió decapitado.
Luego de la muerte y derrota de ‘este hombre salvaje, Constantino gozó tran(luilament’e de la
autoridad soberana. Este príncipe era de majestuoso continente, y. su alma no carecía de
granj’eza; era valiente, atrevido y muy previsor ‘en las empresas; mas a esLas bellas cualidades,
unía grandes vicios. No está cii nuestro ánimo el ‘entrar en los detalles de una vida tan ilustre, y
observaremos tan sólo la parcialidad de los amigos o enemigos del primer monarca cristiano: los
unos le han prodigado elogios desTn’esurados, y los otros han llenado su memoria con toda clase
de crímenes. La envidia y ‘el odio proporcionaron a juliano el Apóstata los colores que ha
‘empleado para hacer el
260 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 261

r’etrat(> de su antecesor; los Padres de la Iglesia han dado con frecuencia desmedidos elogios a
este emperador, porque fué el primero que se declaró protector de la religión cristiana.
Constantino merece, efectivamente, el título de Grande si se toma este epiteto en su acepción
más lata: ¡ Que prudencia no necesitó para escapar a tantos riesgos que encontró sobre el camino
del Imperio! ¡ Qu.é intrepidez al afrontar los riesgos más espantosos! ¡ Qué valor para atacar y
vencer enemigos que eran igualmente temibles por su valor y por su número! Qué sabiduría y
qué esforzado aliento para sostener por espacio de treinta años las riendas de un Imperio que
estaba vacilando! ¡ Qué habilidad para gobernar en paz tantos pueblos diferentes y para asegurar
su dicha y someterles a las leyes. equitativas y justas...!
El retrato de Constantino, mirado por su lado bueno, ofrece cualidades brillantes que hacen
resaltar más y má~ sus defectos.
Fué ‘el padre del catolicismo sin ser cristiano. Recibió el bautismo pocos momentos antes de su
muerte, si es que se bautizó.
Padre desnaturálizado, hizo morir a su hijo Crispo, porque fué acusado por una madrastra que se
hallaba interesada en su pérdida.
Esposo inflexible, cond’enó a su esposa Fausta a ser ahogada en un baño. En fin, político cruel,
mandó verter la sangre de Licinio, príncipe muy bueno que en nada había participado de los
crímenes dc su padre, y que era cl urneo consuelo que habia quedado a la desgraciada Cons-
tancia. Esta última crueldad es una prueba evidente de que el cristianismo de Constantino era un
reflejo de su política:
necesitaba partidarios al objeto de resistir a sus enemigos; y como los cristianos se hallaban
dispuestos a sostener los intereses de un príncipe que les devolvía la tranquilidad, tomó la
resolución de protegerles.

Fin del Imperio romano

Después de su muerte, sus hijos se repartieron el Imperio: Flavio Claudio Constantino II, recibió
España, las Galias, una parte de los Alpes, Inglaterra, Irlanda, las Orcadas e Islandia; Flavio lulio
Constante, alcanzó Italia,
Africa y sus islas, Dalmacia, Macedonia, el Peloponeso o la
Morea, y Grecia; Flavio Julio Constancio recibió Asia y
Tracia, y Flavio Dalmacio, Armenia y las provincias que
~ivecinaban con ella.
Dalmacio fué muerto por los soldados luego de haber remadd algunos años.
Constancio II quiso despojar a Constante, ~u hermano, de las provincias que gobernaba, y
declaránd’ole la guerra, envió sus soldados para que luchasen; pero ~l mismo fué sorprendido en
una emboscada cerca de Aquilea, y cayendo de su caballo, recibió muchos golpes mortales.
A consecuencia de esta victoria, Constante pasó los Alpes, entró en la Galia, y en dos años se
hizo dueño de todas las provincias de su hermano. Pero no tardó mucho en olvidar los cuidados
del Imperio en los eséjndalos y los placeres. Entonces ~os oficiales de su ejército dieron el ti-
tulo de emperador a Magencio, y este ingrato y rebelde súbdito, olvidando que Constancio te
había ampariado con su escudo, un día en que los soldados iban a matarle, envió contra su
bienhechor y soberano asesinos para que mataran al principe en su tienda.
Flavio Nepociano usurpó a su vez el Imperio durant~ algunos días; pero ‘el senador Heraclio,
que era muy celoso por los intereses de Magencio, le pidió una entrevista secreta, y matándole a
puñaladas, le cortó la cabeza y la mandó patear por las calles de Roma.
Por su parte, Flavio Veteranión se había adjudicado ‘el titulo de emperador en Pannonia; mas
luego se sometió a Constancio, se despojó voluntariamente de la púrpura y recibió, a cambio de
esto, el gobierno de la Bithynia, donde fué tratado, hasta su muerte, con los más grandes honores.
Flavio Silverio, luego de haber rechazado a los germanos que invadían las fronteras de las
Galias, trató igualmente de hacerse nombrar emperador por el ejército; mas Constancio compró
sus principales oficiales, que le mataron en Colonia, después de un mes de reinado.
Magencio hacía nuevos progresos y se dirigía con fornada marcha hacia Roma: este usurpador,
monstruo de ingratitud ‘al cual San Ambrosio llama hechicero, Judas, Cain, furia, diablo, quedó,
por fin, cierro Lado en una grau batalla. Constancio he persiguió hasta Lyon y le obligó a
~traviesa.rse el cuerpo con su espada. Decencio, que habíá
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 263.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
sido tratado césar ~or Magencio, luso también fin a sus días estrangulándose desesperado.

Constancio Galo

Constancio Galo, al que el mismo Constancio nombró césar, se entregó a la crueldad e insolencia
con los vendidos, e hizo que el emperador le mandase cortar la cabeza, poniendo en su lugar a
Juliano, su hermano; luego decta.ró la guerra a los guados y a los sármatas, que ~ujctó a sus
armas; pero fué vencido a su vez por Sapor II, hi,jo de iFlormisdas, que reivindicaba la
Mesopotamia y la Armenia. Al marchar contra Juliano, al cual el ejército había dado ~1 título de
augusto, fué atacado por una violenta fieb’i’e. y murió cerca del monte Tauro, en Niesopotamia.

Jul ¡ano

Flavio Claudio Juliano, por otro nombre el Apóstata, fué elegido emperador: este príncipe
profesó el cristianismo desde sus primeros años, educado por monjes y ordenado. Dió a lo~
paganos los cargos de ‘la magistratura, cerró las escuelas de los cristianos y les prohibió que se
enseñasen la filosofia, la poesia y la retórica. Dicen los católicos que como este príncipe tuviese
el capricho de reedificar el tem— pío de Jerusalén. para desmentir las profecías, se vió obligado
a renunciar .a su empresa porque se escapaban. do ~quel punto fuegos subterráneos que
destruían. milagrosamente las nuevas construcciones.
Muchos historiadores han colocado a Juliano por en.címa de Constantino, y afirman que este
prí.ncipe se hallaba adornado con un talento más brillantc y cultivado que su ~uteoesor. Su
reinado fué muy corto, y terminó con st~ desgraciada expedición contra los persas: en un
combate habido con éstos, Juliano fué herido por un dardo envenenado, y expiró en el mismo
campo de batalla. Los sacerdoles pretenden que este dar~1o cayó del cielo en señal de la cólera
de Dios, y que Juliano gritó al arrancarse ‘el mortífero hierro: «~Venciste, Galileo!»
Con ‘este emperador concluyó la dinastía de Constantino, dinastía que había dado al cristianismo
un gran pro~ector y un temible enemigo. Juliano, siguiendo las di-
versas versiones de los autores, ofrece uno de los problemas más obscuros que puede ofrecernos
la historia. Era humano y sanguinario, inconsecuente y lógico, pródigo y avaro, duro para
consigo mismo y benigno con sus favoritos para reunir todos los contrastes. Esto no obstante, los
sacerdotes cristianos, llenando su memoria con grandes acusaciones, convienen en que se hallaba
dotado con las imás excelentes cualidades, y que sus defectos encontraban su origen en su
condescendencia por los retóricos. Entre las ,principales obras de Juliano que nos han sido
conservadas, se citan como notables una fábula alegórica, un escrito~ intitulado el Misopogón,
un discurso en honor de Cibeles, otro en honor de Diógenes, y una colección de sesenta cartas,
en la cual se encuentra tina larga epístola dirigida a Temistio, la cuál se considera como uno de
los tratados más completos respecto a los deberes del soberano hacia los pueblos. Este último
escritó, es, a no dudarlo, el ~nás meditado y el más digno por la elevación de su estilo. Su libro
de los Césares, forma un complemento riieesario a la historia crítica del Imperio romano; Juliano
condena en él con gran finura los misterios del cristianis~mo, y c~nsura a Constantino y sus
descendientes la intolerancia que habían demostrado para asegurar el triunfo de una religión
nueva. Por fin, en su indignación, el einpe~ rador filósofo no vaciló en añadir que la mayor
desgracia para los pueblos, consiste en haber confiado sus destinos
-en manos de los sacerdotes y los reyes.

Flavio Juliano

Juliano al morir, designo para sucesor suyo a l~rocoPío, su primo; mas los soldados ofrecieron la
corona a Flavio Juliano de Pannonia, el cual, al principio, rehusó esto ho— ror, diciendo que era
cristiano y que no podía mandar 5ifl() a hombres de su religión. Las legiones gritaron entonces
que consentían en recibir el bautismo, y aceptó el imperio. Su primer cui(lado consistió en
celebrar un tratado de paz por treinta años con Sapor II, al cual devolvió cinco provincias que
Galeno había tomado, obligándose a no prestar su socorro a Arsacio el Armenio: luego se ocupó
en los interese~ de la religión; promulgó terribles decretos cii contra de los judíos, y les prohibió
ejercer públicamente su culto. Este principe abolió los edictos de
262
264
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~us antecesores, restableció en sus dignidades a San Atanasio y a los obispos desterrados por
Constancio o por Juliano, e hizo devolver a los fieles y a las iglesias los honores, las rentas y los
privilegios que les habían quitado.
Estas buenas acciones le hubiesen merecido los honores de la santidad, si en los primeros
tiempos del cristianismo se hubiesen hecho semejantes apoteosis. El priíicipe murió de repente,
después de haber reinado siete meses, pero la Iglesia ha olvidado canonizarle.

Flavio Valentiniano
Flavio Valentiniano, hijo de Graciano, que vendía redes en Belgrado, fué ‘elegido emperador por
lós soldados, después de la muerte de Joviano: su fuerza era tan ‘extraordinaria, que echaba al
suelo cinco de los hombres más robustos de su ejército. Durante su reinado apareció una l~y que
permitía casarse con dos. mujeres. Este príncipe mu~ió de un ataque apoplético.

Valente

Valente, su primo, que se hallaba asociado al gobierno, venció al tirano Procopio, pariente de
Juliano el Apóstata, y alcanzó una gran victoria sobre Atanarico, rey (le los godos; pero su mujer
le convirtió al arrianismo y persiguió a los fieles, los cuales le hicieron quemar en su tienda por
unos soldados.

Graciano

Después de él la corona fué a parar a las sienes de Flaz. vio Graciano, hijo de Valentiniano y de
Severa; este príncipe, discipulo del poeta Ausono de Burdeos, dividió el imperio con el joven
Valentiniano: era generoso, sobrio y laborioso; al principio hizo la guerra con éxito a los ala-
rxos.~ a los hunos y a los godos; luego se durn~ió en sus laureles, abandonó a sus cortesanos
los asuntos del go~ bienio, para entregarse por completo a los placexies, a la caza y a los
escándalos. Entonces, M~gno Máximo, que
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
265
queíía apoderarse de las Islas Británicas, aprovechó la imprevisión de Graciano y le mandó
asesinar.
Valentiniano II

Valentiniano II, llamado, el Joven, tuvo que sostener una horrible guerra contra el. tirano
Máximo, que cruzo los Alpes y le obligó a salvarse en Tesalónica y hasta en el mismo Oriente.
Teodosio detuvo a este peligroso e~nemigo, le dió bajo los muros de Milán u~na batalla en la
que Máximo quedó muerto, y restableció a Valentiniano sobre el trono: ‘este desgraciado
príncipe no gozó del poder por mucho tiempo:
concluyó miserablemente su existencia en Viena, donde fué ahogado por sus eunucos, los cuales
le ahorcaron para que se creyese que se había suicidado.

Caída del paganismo

Valentiniano y Teodosio, para atraerse ‘el clero y afír-. mar su autoridad, promulgaron leyes que
prohibíail ofrecer sacrificios a los falsos ‘dioses, abrir los templos de lo~ paganos, conservar los
ídolos y hasta quemar incienso en honor de los d1loses penates domésticos.
Durante su reinado, Teodosio no pensó más que ciz hacer felices a sus súbditos y en honrar a la
Divinidad con el culto de la religión verdadera. Este príncipe, elevado sobre el trono por su
mérito, tuvo la dicha de regentar el Imperio cuando éste se halla~ba cerca de su caída; y no 5ól(>
tuvo el necesario valor para conquistar sus Estados, sino lo que es más glorioso, que tuvo la
fortuna de contar con bastante grandeza de alma para entregar al joven Valentini’dno otro
imperio que le había deparado la suerte. Su vida se encuentra llena de generosas acciones, y sus
actos de debilidad, encontraron su origen en la bondad de su alma, realzan aún el brillo de sus
virtudes (1).

1~-~

FIISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO V

ANASTASIO 1, 41.Q PAPA

ARCADIO, EMPERADOR -~ HoNoRio 1, EMPERADOR

Pocos días después de haber muerto el Papa Siricio, se eligió a Anastasio 1, hijo de Roma.
Al subir al trono pontificio, la Iglesia se hallaba turbada por los errores de Orígenes; y dos damas
(le ilustre &~una, que se llamaban Melania y Marcela, dividían a los fieles en dos facciones
enemigas.

~unuqu¡smo

Rufino, sacerdote de Aquilea, que había vivido por espaci() de veinticinco años ‘en Jerusalén con
Melania, había venido a Roma a fin de publicar una versión latina de Ja Apología de Origenes.
Luego de haber propagado sus doctrinas, Rufino se había retirado a la ciudad d~ Aquilea, su
patria, con una carta de comunión que el l~apa Siricio le había concedido sin dificultad alguna.
Pero bajo el reinado de Anastasio, una dama romana, llamada i\Iarcela, furiosa contra Rufino
porque éste babia despreciado sus favores, denunció al Pontífice las doctrinas del clérigo
filósofo.
Se le acusó de haber propagado los errores de Orígenes;

268 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


se ‘enseftó su traducción del libro de los Príncipes, y como no había puesto su nombre en la obra,
sus enemigos dijeron que había corregido los ejemplares de su puño. Este, sabiendo lo que se
tramaba en contr,a de sus escritos~ rehusó hasta contestar al Pontífice, y continuó en Aquilea.
Anastasio, San Jerónimo y otros adversarío,s de Rufino, a pesar de las observaciones de sus
discípulos y de la ortodoxia de su fe, le condenaron para &atisfacer las exigencias de la
codesana.
El reinado de Anastasio se deslizó por completo en medio de las cuestiones teológicas
promovidas por los donatistas y los católicos de la Iglesia de Cartago. Murió en 27 de abril de
402.
INOCENCIO 1, 42.Q PAPA

ARCADIO, HONORIO, EMPERADORES — TEODOSIO EL JOVEN,

EMPERADOR

Inocencio 1 era hijo de la ciudad de Albano, cerca de Roma. Después de su elevación a la Santa
Sede, los godos, tiue amenazaban a Italia con upa desolación espantosa, fueron rechazados por
Stilicón, ,qu.e alcanzó el triunfo sobre estos pueblos.
Libres del temor que les inspiraban los bárbaros, los
-sacerdotes volvieron a empezar sus luchas religosas con la Iglesia de Oriente. Teófilo, obispo de
Alejandría, sostenido por el emperador, habla depuesto a Crisóstomo, patriarca de
Constantinopla, y dando aviso al Papa de su sentencia, rehusó explicar los motivos de aquella
excomunión. Inocencio recibió, igualmente, una carta de Crisóstomo, mstruyéndole de cuanto
había pasado en el primer concilio que le había depuesto y en el segundo sínodo donde había
sido condenado al destierro. El Papa recibió con gran pompa a los comisionados del patriarca y a
los de Teófilo; mas para no comprometer la dignidad de su silla en una cuestión tan importante,
remitió el examen de este asunto al próximo concilio que había de celebrarse por los obispos de
Oriente y de Occidente.

Celibato

Se atribuyen al ‘Pontífice muchas decisiones respecto al celibato de los sacerdotes, prohibiendo a


éstos sostener comercio carnal con sus mujeres, y ordenando a los frailes que viviesen en la
continencia.

Un ¡viras

En sus reglamentos, Inocencio prohíbe el conferir las órdenes eclesiásticas a los oficiales del
emperador o a las

270
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
personas que desempeñaban cargos públicos; ordena a los. sacerdotes que no rehusen la
penit’encia a las vírgenes dedicadas solemnemente a Dios, cuando traten de contraer los lazos
del matrimonio. «Si una mujer, dice el Padre-Santo, viviendo su esposo, se casa con otro
hombre, se la Considerará como adúltera y será rechazada por la Iglesia; ~obsérvesc el mismo
rigor con respecto a la que, después de haberse unido con su esposo inmortad, trate de contraer
nupcias humanas». Y a esta ridícula decisión debemos la esclavitud de los conventos.
Esto nc obstante, los Pontífices admitían reclamaciones contra los votos que se ar¿rancaba~n por
la violencÉa; pero las desgraciadas víctimas, parca desatar un juramento, debían ofrecer al Padre
‘Santo presentes y dinero. En esta época, la importancia de las sumas que se mandaban a Roma
hacía que se admitiesen o rechazasen las quejas imis legítimas; hoy día las naciones más
ilustradas han reconocido que ‘el voto de castidad puede ser roto aun sin la autorización de los
Papas. Pero la dictadura clerical española de 1923 lo declaró delito público.
Inocencio parecía haber olvidado las cuestiones de los orientales, cuando recibió una carta de
veinticinco obispos que sostenían la causa de Crisóstomo, y al mismo tiempo llegaron a Roma
Domiciano y Vallago, encargados. de someter al Pontífice las quejas de las Iglesias de Meso-
potanija Los dos sacerdotes le dieron cuenta de los <bentos actos ‘ejecutados por Optato,
prefecto de Constantino pía) contra Olimpiada y Pentadia, mujeres de ilustre cuna y de familías
consulares y llevaban también consigo frailes y vírgenes que mostraban sus llagas y los latigazos
que habían recibido en sus espaldas.
El Pontífice, condolido de sus males, escribió al empe~a(1Or Honorio rogándol.e que ordenase
la unión dc un concilio para poner término a las disensiones que destrozaban la Iglesia.
Los comisionados del Papa y los obispos de Italia se dirigieron hacia Constantinopla, a fin de
‘entregar al princip’e sus despachos; mas lo~s enemigos del patriarca hicieron a esta diputación
odiosa, acusamn a Inocencio diciendo~ que trataba de calumniaríes y mandaron que se le echase
v~ergon Zosamegt’e.
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
271
Un español apostólico

Durante el año 406 apareció la prílnerá obra (le Vigílancio, sabio sacer(lote, muy versado en el
conocimiento de las Sagradas Escrituras, alimentado en, la lectura de los autor~s jii’olanos, y que
unía, a su j)rofunda instrucción, una elocuencia que arrastraba al pueblo. Declarábase en alta voz
contra los abusos introducidos por la religión, censuraba ‘el celibato de los eclesiásticos,
condenaba el culto ‘de las reliquias, calificaba de cinerarios e idólatras a cuantos las honraban, y
trataba de superstición pagana la costmnbre de encender cirios para honrar a los sanlos.
En sus escritos, Vigílancio sostenía que los fieles no debían rogar por los difuntos; aconsejaba a
los fieles que no enviasen limosnas al Papa,, y que no vendieran sus bienes para darlos a los
pobres, pretendiendo que valía mejor guardarlos y distribuir sus rentas~ condenaba, también, la
vida licenciosa de los claustros y se oponía a la celebración dc las misas nocturnas en las
igle~sias, donde se cometían las impurezas más sacrílegas.
Este hombre admirable, que usaba de un knguaje tan firme en un siglo de esclavitud y fanatismo,
no pudo abolir ninguna de las prácticas ridículas introducidas por la avaricia y ambición de los
frailes, que se multiplicaban en todas las naciones y cuyo azote han sido.
San Crisóstomo murió en 14 de septiembre del año 407; mas este ‘acontecimiento no terminó las
disensiones de las Iglesias de Oriente y de Occidente.
Los Bárbaros en Roma

A principios del año 408, el temible Alarico propuso un tratado de alianza al emperador f-
lonorio~ mas como fuese rechaz~do, los godos se acercaron a Roma, la sitiaron y la
Lloqu’e’uron por tierra y por mar, a fin de impedir <me ‘recibiese víveres.
Los habitantes, diezmados por el hambre y por la peste, lanzaban tristes quejas y querían que se
abriesen las. puertas al vencedor~ En tal extremo, los senadores creyeron indispensable sacrificar
en el Capitolio y en los demás templos a fin d’e reanimar al pueblo. Consultóse ,a Inocencio que,
dando ejemplo de un noble desinterés, prefirió la sal-
272 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
vación de la ciudad a la observación rigurosa de la fe cristiana, y permitió hacer sacrificios
públicos en honor de los santiguos dioses.

Triste fin de los ídolos

Los sacrificios paganos fueron tan inútiles como las procesiones religiosas, y se tuvo que pensar
en los medios para apaciguar a Alarico. Tratóse con él, se convino en comprar la paz
satisfaciéndole un rescate de cinco mil libras de oro, treinta mil libras de plata, cuatro mil túnícas
de seda, tres mil pieles color de púrpura y tres mil libras de pimienta. Esta contribución fué
impuesta a los ciudadanos porque no existía público tesoro; a más de esto, para completar las
sumas exigidas por el bárbaro, se tuvo que despojar los templo~ de los ídolos y fundir las
‘estatuas de oro y plata. Los remanos prometieron, fuera de esto, celebrar un ~.raiado de &lianza
con el ‘emperador.
Como el rey de los godos levautara su sitio, se dirigió hacia Rímini para entenderse con Honorio
y proponerle la paz con ventajosas condiciones. Jovio, prefecto del pretorio de Italia, encargado
de conferenciar con Alarico. rompió la iíegocación rehusando el mando general de los ejércitos
imperiales.
El Senado, temiendo las consecuencias de esta ruptura, envió una solemne embajada al rey godo;
pero Inocencio, jefe de la comisión, no pudiendo alcanzar nada del irritado monarca y temiendo
los efectos de la venganza, fué a refugiarse en Rávena, cerca de Honqrio, y abandonó sus fieles a
la rabia del vencedor.
Alarico puso por segunda vez sitio a la ciudad santa, y habiéndose hecho dueflo del puerto,
obligó a los romanos a declarar emperador a Atiala, prefecto de la ciudad. El nueva cÉsar,
enorgullecido con su fortuna, no consultó la sabí,duna de Alarico; envió al Africa un general
llamado Constancio, encargado de hacer reconocer su autoridad, sin darle fuerzas nc~esarias
para sostener sus pretensiones, y Ú mis-mo se dirigió hacia Rávena. Honorio, asustado, le envió
sus primeros empleados ofreciéndole reconocerle por su colega; mas Altala rechazó con dureza
los embajadores ordenando al emperador que eligiese una isla o designase una provincia donde
pudiese retirarse.
Honorio había mandado preparar ya sus naves y no
273
saguardaba más que un viento favorable para huir al lado (le su sobrino Teodosio, cuando recibió
de Oriente un inesperado socorro. Al mismo tiempo Attala supo la noticia de que Constancio
había sido derrotado por Heracliano, gobernado]’ del Africa, y que la flota de los enemigos
guardaba, también, las puertas de ?Roni.a y que no podía hacer entrar víveres en la ciudad.
Entonces retrocedio para defender la capital. Mas el rey godo, irritado por la ingratitud con que
había pagado sus beneficios, se reconcilió con Honorio y despojó a su protegido de la púrpura
imperial, después de un año de reinado.
Alarico se dirigió en seguida hacia los Alpes y llegó a tres leguas de Rávena, para mostrar que
deseaba la paz sinceramente; anunció que no exigía grandes provincias ni el mando de los
ejércitos, sino tan sólo una pequefla canti(hld de dinero, cierta cantidad de trigo para el sosteni-
miento de las tropas, y dos pequeñas provincias situadas en el extremo de Alemania qu’e no
pagaban ningún tributo al imperio, y que quedaban expuestas a las irrupciones de los bárbaros.

Saqueo de la ciudad

Honorio, cediendo a los malos consejos, rehusó con~derle esta ¡exigencia, y el rey se puso
furioso al saber este nuevo insulto; sitió Roma por tercera vez, y en 24 de agosto del año 410
tomó la ciudad por traición y la abandonó al pillaje de sus soldados. Lo único que se perdonó fué
la iglesia de San Pedro. Mas el Pontífice, que habí a previsto las desgracias de la ciudad santa,
abandonó, por segunda vez, su si lía, y fué a refugiarse cerca d~l emperador de Rávena.
El saqueo duró tres días. En seguida Alarico salió de Roma, y pasó a la Campaña, donde sus
tropas saquearon a Nola. Despwés de haber asolado toda esta parte de Italia, el rey de los godos
murió en Cosenza, volviendo de Regio.
Su cuñado Ataulfo le sucedió y pasó aún a Roma, cpie Saqueó de nuevo. La mayor parte de sus
habitantes ‘se vieron entonces reducidos a la mayor indigencia, y casi todos los cristianos se
vieron dispersados y obligados a buscar un refugio en las islas vecinas de la Toscana, en Sicili~a,
en Africa, en Egipto, en Oriente y en la Palestina.

1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Los despojos

Inocencio volvió a su silla cuando ‘el peligro hubo desaparecido, y supo aprovechar hábilmente
la desolación generad para extinguir los restos de la idolatría y afirmar su autoridad espiritual.
Echó a los novacianos de la ciudad, y persiguió con extremado rigor a todos los desgraciados he-
rejes.

Pelagianismo

El rumor de la conferencia celebrada en Cartago en 411, entre los ortodoxos y los donatistas,
había atraido al Africa a Pelagio y a Celestio, dos religiosos de la Grau Bretafia, que por mucho
tiempo habitaron en Italia. Celes~ tio era de un carácter franco y abierto; Pelagio, por el con-
trario, era astuto, político, amante de los placeres como todos lo~ frailes, de los que que
Jerónimo decía: «Tratan su cuerpo con gran cuidado y recreo, y sin ‘embargo el cristiano debe
estar en ~uerra con la carne, que es la enemiga dcl alma; mas quizá lo hacen para obedecer el
Evangelio que ordena amar a sus enemigos».
Celestio fué a reunirse con su amigo Pelagio en ?Paiestina, donde sus obras eran favorablemente
acogidas.
El conde Marcelino, gobernador de la provincia, quiso examinar su doctrina, y se dirigió a San
Agustín. El obispo de Hipona contestó con esta proposición capciosa: «Sí; el hombre puede estar
sin pecado mediante la gracia de Dios; mas él no la concede nunca». El monje inglés en-sellaba
la misma doctrina, afirmando que Dios podía conceder esta gracia a sus elegidos; así la
diferencia de ambas opiniones no consistía más que en una disputa de jalabras. Pero temiendo a
este adversario terrible, escribió .a San Agustin una carta llena de protestas acerca de la orto-
doxia dc su fe, y le prodigó muchas lisonjas. Entonces el santo obispo, halagado en su vanidad,
le recibió en su comunión.
Pelagio no había publicado más que un insignificante comentario sobre las ‘epístolas de San
Pablo, y una carta dirigida a una hermosa dama roman,a llamada Demetria, tíne
hacia profesión de virginidad. Este documento había sido atribuido a San Jerónimo o a San
Agustín, por el veneno de que se hallaban saturados sus errores.
Pero cuando publicó su tratado sobre Tas fu.erzas nízturales del hombre, para conquistar los
derechos del franco arbitrio, una reprobación general acogió las teorías del novador audaz. San
Jerónimo le refutó con diálogos, y San Agustín publicó montones de volúmenes contra la nueva
herejía.
Pelagio guiso justificar su doctrina ante un concilio, e hizo que se reuniesen catorce obispos en
Dióspolis.’ Después de haber tomado conocimiento de todos los artículos puestos a juicio, los
Padres se expresaron en esta forma: «Quedarnos satisfechos de las declaraciones del fraile
Pelagio, aquí presente, las cuales armonizan con la santa doctrina y condenan lo que es contrario
a la fe de la Iglesia, y declaramos que se halla d’entro de la comunión católica».
Los obispos de la provincia de Africa se reunieron en Cartago para celebrar el concilio anual.
Los Padres resolvieron que Pelagio y Celestio serian anátematizados. El concilio quiso luego
participar al Papa la sentencia que había dado, para darle más solemnidad.
El Papa respondió a las cartas sinodales del concilio, prodigando muchos elogios a los obispos
po’r la energía con que habían condenado el error y por el respeto que manifestaban a la Santa
Sede, consolándola sobre lo que Roma: declararon que~ np le escribían para concederle el habían
conformado a las leyes de la Iglesia, que ordenaban someter al. sucesor de San Pedro todas las
causas eclesiásticas antes de juzgarlas definitivamente.
«Los africanos rechazaron esta pretensión del obispo de Roma: declararon que no le escribían
para concederle e) derecho de ‘echar por tierra lo que habían decidido, sino para rogarle que
aprobase lo que habían hecho, lo cual no podía rehusar sin hacerse sospechoso de herejía.»
Y en efecto: se había acusado a Inocencio de favorecer ~ Celestio, y para borrar las sospechas
contestó en una segunda carta que detestaba los errores de este hereje; decía que aprobaba lo que
habían resuelto los obispos de Africa y unía su voto al suyo. Luego el pontífice publicó algunas
decretales sobre la necesidad de la gracia de Jesucristo. Lanzó el anatema contra los herejes que
pretendían no necesitar la gracia de Dios para ejercer el bien.
San Inocencio gobernó la Iglesia de’ Roma y dió leyes ~
274
27ó
276 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

todas las otras Iglesias por espacio de quince aflos. Murió


en 12 de marzo de 417.
1
ZOSIMO, 43~Q PAPA
Joyas

Dedicó en honor de San Gervasio. y de San Pi’otasio una iglesia ‘edificada en virtud del
testamento de una mujer ilustre llamada Vestina, que fué seducida por los curas. Esta basílica
encerraba gran número de vasos de plata y oro; el baptisterio se hallaba adornado con un ciervo
de plata del cual manaba agua, y sobre el altar mayor se hallaron un vaso de oro macizo
adornado con piedras preciosas para contener la santa unción, y otro vaso de ágata para el ól’eo
de los ‘exorcismos. El peso de los vasos de plata se elevaba a cuatrocientas ocho libras romanas,
que suponen un valor de quinientos noventa marcos; en este templo ha-Lía además treinta y seis
grandes candeleros de cobre que pesaban novecientas sesenta libras, y un gran número de
candeleros de plata. Las rentas seflaladas para el servicio de esta iglesia, ascendían a
considerables sumas.
HONORIO, EMPERADOR — TEODOSIO EL JOVEN, EMPERADOR

Zósimo, sucesor de San Inocencio, era griego e hijo de un sacerdote llamado Abrahán. Supo
aprovechar con habilidad las ocasiones para aumentar su autoridad y para extender los derechos
de su Iglesia en sus discusiones con los obispos de las Galias.
Celestio, después de su condenación por el concilio de Cartago, apeló de su sentencia ante el
Papa Inocencio. Los africanos no se habían inquietado por ‘este irregular prooedimiento, y ‘el
mismo Celestino, no dando importancia a su apelación, se dirigió a Palestina. Mas ‘el astuto
Pelagio no desesperó de interesar a Roma en favor suyo lisonjeando la ambición del Pontífice.
Los herejes enviaron a Zósimo cartas de comunión. Prayle, obispo de Jerusalén, le recomendaba
que examinase la doctrina d.c Pelagio y ést’e mismo se dirigía al Pontífice para justificar sus
principios. Como sus escritos fuesen leídos publicamente en Roma, todos los asistente~ y el
Pontífice declararon que no contenían más que las doctrinas de la Iglesia.
Luego de haber recibido a Pelagio en su comu~ióny d~ colmarle de elogios, después de haber
lanzado anatemas contra sus enemigos, el Padre Santo, conmovido bor la firmeza de los obispos
de Africa, condenó a los pelagianos bajo el pretexto de que Celestio se encontraba ausente de
Roma sin su permiso.
Furor pontificio

Zósimo quiso hacer brillar su celo contra la herejía que había protegido, y a fin de ahogar las
quejas de las víctimas que había hecho su inconstancia, envió al emperador Ho— nono la
sentencia contra Pelagio y Celestino, con instancia dc que los herejes fuesen lanzados de Roma.
El emperador no se atrevió a resistir los deseos del Pontífice, y dió un
278 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 279
rescripto contra los pelagianos, ordenando que sus sectarios fuesen denunciados a los
magistrados y los culpables enviados al destierro co,n confiscación de sus bienes.
El Papa, que se hizo más poderoso por la debilidad de Honorio, insistió con encarnizamiento en
el deseo que habia formado de exterminar los amigos de Pelagio. Destituyó a los obispos que no
quisieron formar la condenación de la nueva herejía, y dió orden para que se les arrojase de Italia
haciéndoles arrancar de sus casas por los más feroces soldados. Esta persecución determinó la
conversión de gran número de sacerdotes, que consintieron en someterse a la Santa Sede para
volver a sus Iglesias; mas dieciocho obispos sostuvieron con tenacidad sus opiniones y entre
ellos se encontraba el famoso Juliano, obispo de Eclana. Como el Papa les mandó decir que
tenían que condenar a Pelagio y Celestio, respondieron con firmeza que no querían suscribir la
carta de Zós~imo ni recono~cer la autoridad del obispo de Roma.

Derecho de apelación

ZÓsimo sostuvo con los obispos de Africa una cuestión violenta. Un sacerdote, llamado Apiano,
no queriendo sufrir el castigo que le había sido infligido por Urbano, obispo de Sicca en la
Mauritania Cesariana, apeló de su excomunión ante el Pontífice de Roma; esto hubo de parecer
irregular en Africa, porque el concilio de Mueva había .prohibido esta clase de apelaciones; mas
el Papa, sin examinar si los medios que se ofrecían eran legítimos, ~lprovechó esta ocasión y
envió tres legados a Africa.
Los comisionados, luego que llegaron a Cartago, l)re5efltaroli las instrucciones y pidieron
autorización para leerLas al concilio. Comprendían cuatro artículos: el primero autorizaba las
apelaciones de los obispos al Papa; el segundo prohibía los viajes de los obispos a la corte; el
tercero permitía a los sacerdotes y a los diáconos el apelar de la excomunión de su obispo ante
los prelados vecinos; el cuarto ordenaba a los legados que excomulgasen o citasen al obisPO
Urbano a comparecer ante el Pontífice, si no recibía en su comunión a Apiano.
Los Padres adoptaron sin dificultad el segundo artículo. Mas en lo que se refiere al primero, que
permitía a los obispos el apelar ante el Papa de las sentencias que les
condenaban, y en lo que se refiere al tercero, que renviaba las causas ante los obispos veciflo5, el
concilio rechazó las pretensiones del Papa.
Para evitar la oposición de los obispos, Zósimo había tenido la audacia de suponer la .existencia
cte unos cánones del concilio de Nicea que declaraban a todos los reinos cristianos justiciables
en última apelación ante el tribunal de Roma. Sorprendidos los africanos porque oían citar
cánones cuya existencia no conocían, ordenaron que se buscasen los ejemplares del concilio de
Nicea que se encontraban en los orchiv~s de la iglesia de Cartago; y habiendo reconocido que
Zésimo se apoyaba en decisiones que no cxístían, declararon en el sínodo que el Pontífice era un
impostor inlame.
Mas no sobrevivió a su vergúenza; murió en 26 de diciembre del año 418, antes de que volvieran
sus embajadores, y fué enterrado en el camino de Tibur, cerca del cuerpo de San Lorenzo.
Se acusa a Zósimo de haber hollado todas las leyes humanas para satisfacer su ambiciÓn
desenfrenada, secundada poi~ una gran habilidad en los negocios y una política tortuosa que no
hubiese rechazado Maquiavelo.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 281

BONIFACIO, 44.o PAPA


HONORIO, TEODOSIO II, EMPERADORES — FARAMUNDO.

PRIMER REY DE LOS FRANCOS

Escándalo episcopal

Después del Papa Zósimo, Símaco, prefecto de Roma arengó al pueblo para advertirle que había
de dejar al clero la libertad de la elección; amenazó también a los ciudadanos y a los jefes de los
cuarteles si turbaban ‘el reposo de la ciudad.
Entonces, conforme a su~ costumbres, muchos sacerdotes. se reunieron para proceder a la
elección; mas antes que los funerales de Zósimo hubiesen concluido, el archidiácono Eulalio
resolvió usurpar la silla, y colocándose al frente de sus partidarios, se apoderó de la Iglesia de
Letrán, cuyas puertas mandó cerrar en seguida; su facción se hallaba compuesta de diáconos, dq
muchos sacerdotes y de un sinnúmero de ciudadanos que permanecieron días enteros en la
basílica para aguardar el solemne instante de la ordenación, la cual se debía celebrar en el
siguiente domingo. La otra facción, compuesta del clero y del pueblo, reuíiida en la iglesia de
Teodoro, resolvió elegir a ‘Bonifacio, y envio cerca de Eulalio tres sacerdotes para mandarle que
no cmprendieseíi nada sin la participación de la mayor parte del clero; mas los ‘embajadores
fueron maltratados y detenidos en calidad de prisioneros.
Eulalio, apoyado en la popularidad de Símaco, se hizo ordenar por el obispo de Ostia; y
Bonifacio recibió la imposición de rnano. de la iglesia de San Marcelo.
El prefecto Simaco escribió al emperador Honorio, que se encontraba en Rávena, a fin de
partiQiparle lo sucedido en Roma; censuraba la ‘elección de Bonifacio’, y le rogaba que le
enviara sus órdenes a fin de que pudiese obrar conforme a sus deseos. También le recomendaba
las pretensio-. nes de Eulalio.
El ‘emperador, informado por la relación de Símaco, se declaró por Eulalio: por su rescripto
obligaba a Bonifacio
a salir de Roma, ordenando al prefecto que le echase de la ciudad si resistía, que mandase
prender a los jefes de la sedición, y castigase a los rebeldes conforme merecían.
Símaco envió su secretario a Bonifacio, para que conociese la voluntad del emperador; mas éste,
que celebraba un concilio en la iglesia de San Pablo, despreció sus órdenes, mandó apalear por el
mismo pueblo al oficial que Símnaco le había enviado, y entró en la ciudad contra la voluntad
del prefecto y de sus gentes. Las tropas, sin embargo, lograron dispersar al pueblo que
ncoínpaflaba al Papa, y salvar a su jefe, cuya vida se había hallado en gran riesgo. Luego se dió
cuenta al emperador de todos los desórdenes, y se acusó al Pontífice Bonifacio de haberlos
suscitado. Eulalio ejercía siempre las funciones del episcopado en la parte de la ciudad que le
habla reconocido como Papa; mas los sacerdotes partidarios de Bonifacio escribieron al príncipe
para indisponerle contra Eulalio, diciendo que había sido mal informado. Le suplicaban que
revocara sus primeras órdenes, que ma.ndara .a su corte ‘el antipapa y a los que le sostenían,
prometiendo que Bonifacio iría con su clero; le suplicaban, también, que mandase echar de
Roma a todos los fieles que rehusasen conformarse a su decisión.
Honorio consintió en suspender la ‘ejecución de su primier rescripto, y mandó indicar a
Bonifacio y a Eulalio que fuesen a Rávena, bajo pena de ser depuestos, y que fuesen
acompañados por los prelados, autores de una y otra ordenación.
Los obispos convocados en Rávena se reunieron en concilio y remitieron la decisión de este
asunto el prLmer día de mayo, después de la celebración de la Pascua. El unonarca prohibió a
Bonifacio y a Eulalio que volviesen a Roma antes del juicio, y ordenó que los santos misterios
fuesen celebrados por Aquileo, obispo de Spoleto, el cual no se había declarado por ningún
partido.
Eulalio, cediendo a malos consejos, entró en la ciudad y perdió con su imprudencia el puesto que
hubiese podido disputar con ventaja. Honorio, que le era favorable, irritado por esta
desobediencia, dió un rescripto concebido ‘en estos términos: «Ya que Eulalio ha entrado en
Roma, despreciando las órdenes que prohibían a los dos pretendientes el acercarse a la ciudad,
debe salir inmediatamente de su iglesia, para quitar a la sedición todo pretexto; de ‘otra manera
le quitamos sus dignidades; no se admitirá la excusa de que el pueblo le retiene por la fuerza,
pues
282 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
si algún sacerdote se pone en relaciones con él, será castigado, y los laicos serán desterrados del
imperio. Encargamos al obispo de Spoleto que celebre el oficio durante los santos días de
Pascua; y al efecto, la iglesia de Letrán será el templo donde podrá celebrar únicamente.»
Luego que Símaco hubo recibido este rescripto, lo hizo firmar en aquel mismo día por Eulalio;
pero éste contestó que deliberaría acerca del mismo, y no quiso salir de Roma no obstante las
instancias ‘de sus amigos. Al siguiente día reunió al pueblo y se apode4ró de la basílica de
Letrán, donde bautizó y celebró la Pascua. El prefiecto se vió entonces obligado a mandarle
echar por sus tropas, y colocó soldados en la iglesia a fin de que Aquileo de Spoleto pudiese
célebrar tranquilamente. Eulalio fué preso, conducido al destierro, y con él muchos clérigos de su
partido que excitaban a la revuelta.
El emperador Honorio, sabiendo estos desórdenes, declaró a Eulalio excluido de la Santa Sede, y
Bonifacio se encontró libre para vdlv’er a Roma y ponerse al frente de la Iglesia. El Senado y el.
pueblo mostraron gran alegría al ver que, por fin, terminaban esta.s sangrientas querellas, y dos
días después, Bonifacio entró en la ciudad triunf ante, en medio de las aclamaciones generales.
Entonces se ‘devolvió la paz a la Iglesia; y como Eulalio prometiese renunciar a sus
pretensiones, se le indemnizó con el obispado de Nepí.
Después Bonifacio escribió una c ~rta al emperadw, en la que le suplicaba que publicase un
edicto para evitar las cábalas y los escándalos que ocurrían luego d morir un Papa, a fin de coger
el obispado de Roma.
Honorio contestó al Padre Santo con ‘el rescripto siguiente: «Sí, contra nuestros deseos, vuestra
santidad muriese, sepa todo el mund~ que es necesario abstenerse de las cábalas y escándalos
para llegar al papado; así, cuando d’os~ eclesiásticos sean ordenados contra las reglas, ninguno
de los dos será considerado como obispo, sino tan sólo aquel cuya ordenación será confirmada de
nuevo por el <consentimiento de todos.» Esto nos demuestra que el obispo de Roma había de ser
elegido por el pueblo, y consagrado por un prelado y por el consentimiento del emperador.
Los legados que Zésimo había enviado al Africa para resolver el asunto de Apiano, habían
asistido a un conciho general celebrado en Cartago en la sala de la basílica de Fausta, y en el cual
se promovieron nuevas cuestiones
283
respecto a los cánones que había falsificado el Pontífice. Concluido este sínodo, los legados
volvieron a Roma y ‘dieron cuenta del ultraje que se había hecho a la Santa Sede. Bonifacio,
lleno de furia, resolvió exterminar a los pelagianos, y solicitó del emperador una constitución
donde se cita una carta que Honorio escribió desde Rávena al obispo de Cartago. Dice ><que
para reprimir la tenacidad de los obispos que sostienen aún la doctrina de Pelagio, se une a
Aurelio para advertirles que los que no firman la condenación, serán depuestos del episcopado,
lanzados de ,las ciudades y excomulgados». Aurelio, esclavo de la corte de Roma, se apresuré a
ejecutar ‘estas órdenes, amenazando a los obispos con toda la cólera del príncipe.

Teodosio ejerce de Pontífice católico

Teodosio, algún tiempo después de ~u matrimonio, promulgó una constitución contra la


autoridad del Papa, declarando que las sillas de la Iliria no se hallaban sometidas a las sentencia.s
d’e los obispos de Roma, y que los prelados de CQnstantinopla gozaban los mismos privilegios
que los Pont]fíc’es romanos. El príncipe ordenaba, igualmente, que se celebrara un sínodo’ ‘en
Corinto para ‘examinar algunas dc las cuestiones que se agitaban en la Igl’esiaj. Bonifacio se
quejó d’e ‘ello al patriarca de Constantinopla, y le escribió lo siguiente: «Si leéís los cánones,
veréis cuál es cl segundo .y tercer sitio después de la iglesia romana. Las grandes iglesias de
Alejandría y Antioquía conservan su autoridad por los cánones, y, sin embargo, recurren a nues-
tra Sede en los negocios más importantes, como lOs de Atanasio y de Flavio de Antioquía; os
prohibo, pues, que ‘os reunáis para poner en tela de juicio la ordenación de Perigeno. Si luego de
su ordenación ha cometido algún crimen, nuestro hermano Rufo ‘entenderá en el mismo y lo
participará a nuestra Sede, toda vez que sólo nosotros tenemos derecho a juzgarle... »
Recomienda en seguida que se obedezca a Rufo, y amenaza con la excomunión a los que asistan
al concilio.
Bonifacio envió también una diputación al emperador a fin. (le que sostuviera los antiguos
pravilegios de la Iglesia romana. llon’o~io escribió a Teodosio, ‘el cui~l contestó:
Que los antiguos privilegios de la Iglesia romana serían Ol)Servados conforme a los cánones, y
que había encargado
284 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

a los ~irefectos del pretorio que los ‘ejecutasen fielmente.»


Por fin, Bonifacio murió en el mes de octubre del añc> 423, y fue enterrado en el cementerio
~d’e Santa Felicitas.

Fakires cristianos

San Simeón el Estilita, que vivía bajo el pontificado de Bonifacio 1, había establecido su morada
en, la cima de’ una columna de cuarenta codos de alto, y sobre la cual ha,bi:a vivido por ‘espacio
de treinta años. Este fanático había nacido en Sisán, ciudad situada en los confines d’e la Cilicia
y de la Siria: al principio había entrado ‘en un monasterio griego. M salir del monasterio se retiró
a una gruta que se veía al pi’e del monte Teleniso, donde resolvió imitar a Jesucristo pasando la
cuaresma sin, tomar alimento.
Sólo tomó la comunión una vez. Pasado el plazo se ‘levantó lleno de fuerza y se ~in,tió ahíto,
como si hubiese pasado la cuaresma en m’edio de f.estin,es. Desde esta época contintió en las
mismas abstinencias y desde lo alto de su columna predicó por ‘espacio de cuarenta años,
exhortando a los fieles a que Siguieran su ejemplo. Sus predicaciones tuvieron bastante
influencia para exaltar la imaginación de los devotos. El más ilustre de entre ellos fué Simeón II,
el cual subió a su columna a la edad de cinco años, y permanecio sesenta y ocho sin que nunca
descendiera de la misma.
Según los Bolandistas el sucesor de Simeón hizo un prodigioso número de milagros. Habiendo
una madre perdid& a su hija en el bosque, el santo ‘envió en su busca a una liebre ciue trajo a la
niña extraviada.
La exaltación de los fieles era entonces tan grande, que hubo fanáticos que se hicieron enterrar
en un foso, donde asomaban tan sólo su cabeza, esperando, de este modo, la muerte; otros hacían
voto de no llevar nunca vestidos, y permanecían enteramente desnudos, quedando expuestos a
los rayos del sol y a todos los rigores del invierno; hombres y mujeres pastaban en la hierba
como si fuesen bestias, y llegada la noche hombres y mujeres se acostaban juntos en grutas qu’e
tenían la forma de establos, para ejercitarse a combatir todo género de tentaciones.
Estos espectáculos y sus relatos servían para hacer olvidar a las gentes los juegos del circo, más
monótonos y menos pintorescos.
CELESTINO 1, 45.~ PAPA

TEODOSIO II, VALENTINIANO III, EMPERADORES — FAR \MUNDO,

CLODIÓN EL CABELLUDO

Después de la muerte de Bonifacio 1, muchos íuicmhros del clero quisieron llamar a Eulalio,
que, en otro tiempo, le babia disputado la Santa Sede; mas este sacerdole, que se había
convertido en filósofo, rechazó la tiara y continuó en su retiro de Campania, donde aun vivió un
año. L’a cátedra de San Pedro quedó vacante por espacio d~ muchos días, y se eligió, sin
contiendas, a Celestino, romano.

Negocio de las apelaciones

Apenas se encontró sobre la silla pontificia, el famoso negocio de las apelaciones de Ultramar,
donde había naufragado la humildad de los Papas, fué renovado por las apelaciones del sacerdote
Apiano y del obispo Antonio de Fu~ala. Este último era un joven que San Agustín había
educado en su monasterio, y le estableció de obispo en Fusala, pequeña ciudad situada en un
extremo de la diócesis 4e Hipona. Sus desórdenes y escándalos fueron tan grandes, que el pueblo
se sublevó en contra suya.
Reunióse un concilio para juzgarle: los fusalianos le acusaron de haberse entregado al pillaje, de
haber exigido tributos, de haber cometido escándalos, y ofrecieron las pruebas de sus
acusaciones. Los Padres, no pudiendo dejar de condenarle y queriendo mostrarse indulgentes
hacia el protegido de San Agustín, le dejaron el titulo de obispo, pero quitándole su obispado.
Antonio presentó solicitud al Papa, en la cual pedía que se le restableciera ‘en su iglesia.
Celestino escribió a los prelados de Africa en favor del joven, pero manifestando que pedía su
reposición siempre y tanto que fuesen exactos los hechos que le habían contado. Antonio, fuerte
en la sentencia del obispo de Roma, amenaza ha con que la quería ejecutar con el poder civil o a
mano armada.
Los obispos de Africa declararon que no querían admitir las apelaciones d’e Ultramar, y el
negocio de Antonio de Fusala quedó terminado con gran vergúenza del Papa.
286 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Celestino quiso, igualmente, restablecer a Apiano y le envió a Africa con el obispo Faustino.
Luego de su llegada los prelados africanos reunieron un nuevo concilio que fué presidido por
Aurelio de Cartago; examinóse el negocio~ de Apiano, y quedó convicto de tantos crímenes, que
eí mismo Faustino, no atreviéndoseÁ a defenderle, se encerró en los limites, que se fijó como
abogado de la Santa Sede y sc opuso al concilio bajo el pretexto de que se perjudicaban los
privilegios de la Iglesia de Roma. Por fin, declaró a los Padres que debían recibir en su comunión
a?1 sacerdote Apiado, sin ninguna clase de examen y únicamente porque le había restablecido el
Pontífice.
Celestino, viendo su autoridad rechazada en Africa, volvió hacia el Occidente; y envió muchas
cartas decretales a las provincias de Viena y de Narbona para corregir los abusos, En una carta
muy notable condenó a los obispos que llevaban trajes particulares y se distinguían por el
ceñidor y el manteo: «Debéis distinguiros del pucblo, escribía, no por el traje, sino por la
doctrina y por la pureza de las costumbres; los sacerdotes no deben deslumbrar al prójimo, sino
iluminar su espíritu.»
¡ Cuál hubiera sido su indignación si hubiese previsto que un día la tierra se debía cubrir de
frailes abigarrados, de carmelitas ridículamente vestidos, calzados o descalzos, de dominicos con
la cabeza afeitada o lleva,ndo el pelo largo y distinguiértdose todos conforme a los hábitos
particulares de su orden!

La dichosa Cibeles

Hacia fines de este afio, el célebre Nestorio comenzaba a esparcir sus doctrinas.
Nestorio negó a la Santa Virgen el nombre de Madre de Dios. La llama únicamente madre de
Cristo. Este ultraje llenó de consternación ‘el corazón de todos los fieles. Anastasio, su discípulo,
se convierte en defensor tenaz de los errores de su maestro. En la basílica de Constantinopla, en
presencia de todo el pueblo, se atreve a enseñar esta doctrina impía: «Que nadie llame a María
Madre de Dios, porque María és una mujer y es un imposible que Dios nazca de un ser humano.»
El patriarca Nestonio se levantó para autorizar la blasfemia, en vez de condenarla, y
encareciendo la impiedad de su
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
287
discípulo, se atrevió a decir: «¡Me guardaré bien de llamar Dios a un niño de dos o tres meses!»
El Papa, instruido por San Cirilo de los progresos rápi— dos que hacía la nueva herejía, reun,ió
un concilio en Roma para examinar los escritos de Nestorio. El patriarca de Constantinopla fué
condenado, y Cirilo se encargó de la ejecución de la sentencia.
Celestino envió luego a la Gran Bretaña a San G~’rmán, obispo de Auxerre, para resistir a
‘Agrícola, hijo de un obispo pelagiano, que propagaba falsas doctrinas sobre la gracia.
Mientras que los pelagianos se convertían en la Gran Bretaña, San Cirilo, para ejecutar las
órdenes del Pontífice en Oriente, reunió un concilio general. Luego que se hubo celebrado la
fiesta de las varias provincias del imperio, se dirigieron a Efeso; los partidarios se animaron en
las discusiones, los Padres se injuriaron entre ellos, y en medrn de la confusión y el desorden,
Nestorio fué depuesto por los obispos partidarios de San Cirilo. Este, a su vez, fué excomulgado
por los prelados partidarios de Juan de Antioquía. Nunca sentencia alguna fué tan precipitada y
sospechosa como la que fué dada en el concilio de ‘Efeso contra Nestorio: empleóse, tan sólo,
una sesión para examinar sus ‘escritos y los de sus adversarios; y el que’ presidía la asamblea,
que era ‘San Cirilo, el enemigo declarado del patrarca, había abierto el concilio sin ni siquiera
esperar. a los legados del Papa.
Mas la posteridad ha justificado a Nestorio, pues se ha demostrado que cl sentido que atribuía al
epíteto Madre de Dios, era razonable y ortodoxo.
Cirilo, que había sido el perseguidor, fué restablecido sobre su silla por el emperador, y en la
sucesi~n de los siglos se le ha honrado como a rin gran santo. Nestonio, por el contrario, víctima
del odio de sus enemigos, continuó expuesto durante su vida a las persecuciones, y su. memoria
se ha hecho execrable en, los escritos de los sacerdotes ignorantes.
Esto no obstante, las ~doctrinas de Nestorio han cruzado victoriosamente catorce siglos, y sin
embargo de las persecuciones de que han sido objeto, sus sectarios, bajo el nombre de caldeos,
habitan aún la Siria, la Caldea, la Persia y la costa de Malabar, para escapar a la persecución del
emperador Teodosio, el enemigó del nestorianismo.
En el siglo sexto la colonia cristiana que había farm a--
288 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

do, era ya tan importante, que las crónicas de Malabar hacen mención de ella. Estos caldeos
rechazan ira creencia de la naturaleza divina de Cristo. En su consecuencia, no líaman a María
Madre de Dios; wo fi’e~nen más qu’e tres sajcr~s mentos: el Bautismo, la Eucaristía y el
Orden~, y no colocan en sus templos ninguna imagen:, ‘excepto la de la cruz; sus sac’erdotes
pueden casarse, y en sus ceremonias se sirven aún de la lengua calclea o siriaca.
Se~iúu los católicos, el error principal de Nestorio consistió ‘en expresarse en. ‘el siglo’ quinto
de la misma ínaner~ que lo habían hecho muchos Padres de la Iglesia en el siglo cuarto, Y, en
‘efecto, Minucio Félix (?> había dicho, hablando de Jesucristo: «Los dioses no nacen ni mueren;
nacer y morir es tan sólo el patrimonio de los hombres». Y Lactancio había ‘escrito, hablando de
Jesucristo: «¿Se puede razonablemente creer, que ‘el que ha sido jreso, que se ha ocultado, y
qu’e por fin ha muerto, sea verdaderamente un dios? ¡Para creerlo es necesario estar loco!»
Fuerte en estos testimonios, Nestorio negaba lógicamente la divinidad de Jesucristo, sin
inquietarse de ‘estas palabras de Tertuliano:
«¡Es un delirante ‘el que afirma que Je~ús nacido y cru,cificado, sea Dios’! Pues bien: he ahí
precisamente por qu~ creemos en Jesucristo. Sabemos que es contrario a la razón humana y hasta
que es vergonzoso que un Dios haya consentido en revestir la carne, que ~haya sufrido la cir-
cuncisión y sido luego sacrificado. Esto no obstante, no se puede ser realmente sabio sino
aceptando con resignación las divagaciones de los hombres, es decir, creyendo en las locuras de
un dios.>
Hacia fines d’e este desgraciado año 431, ¿1 ~Papa escribió a los obispos de la Galia para la
defensa de San Agustín, cuya doctrina se vela atacada por los sacerdotes de sus diócesis.
La carta del Pontífice sobre la gracia comprende nueve artículos donde el jansenismo se ostenta
en su pureza; de forma que si la bula Unigenitus tuviese un efecto retroactivo, el Papa Celestino
se encontraría en los cielos excomulgado por Clemente XI.
Celestino murió en, 6 de abril de 432. Fué enterrado en ~el cementerio de Priscilo.
Se atribu.ye a Celestino la dedicatoria de la fa,mosa basílica de Julia, que habí a ‘enriquecido con
famosos vasos ‘de oro comprados con el dinero de los fieles.
SIXTO III, 46.~ PAPA

VALENTINIANO III, TEODOSIO II, EMPERADORES — CLODIÓN EL CABELLUDO,


REY DE LOS FRANCOS

Sixto III, italiano y sacerdote de Roma.


Bajo ‘el pontificado de Zósimo, había perseguido con encarnizamiento a los pelagianos, y
gracias a su fanatismo mereció el título de sostén de la fe.
Después de su advenimiento al trono pontificio, Sixto 111, que unía la hipocresí~a a la
intolerancia, escribi~ ~ San Cirilo qu~ trajese a buen. camino a Juan de Antioquía, cuyos
partidarios se oponían. a los decretos del concíllo de Efeso. Este prelado acababa, en efecto, de
reunir en Tarso un nuevo concilio, en ‘el cual los Padres habían depuesto a San Cirilo, Arcadio,
legado del Papa, y a los prelados que habían ido a Constantinopla por orden ‘de Maximiano.
Los orientales escribieron a Teodosip . para decirle quc detestaban las doctrinas de San Cirilo, y
para rogarle que éstos no fueran enseñadas en las iglesias del iínperio.
El príncipe, fatigado por las quejas que recibió de uno
y otro partido, quiso reconciliar a Juan de Antioquía y San
Cirilo: aduló la ambición y el orgullo de ~stos dos prelados,
y terminó sus disputas conforme el capricho de los enemigos del desgraciado N’estorio.
Este triunfo de Sixto III no hubo de durar mucho bern-po; no tardó ‘en ser acusado por ‘el
sacerdote Basso de haber cometido un incesto y de haberse introducido en un convento íara
violar una monja llamada Crisogonia: la acusación hecha ya pública se convirtió en atroz y
ocasionó tan grande escándalo, que Valentiniano, emperador de Occidente, se vió obligado a
convocar un concilio donde s’e reunieron cincuenta y seis obispos a fin de examinar la conducta
del Papa. El oro del Pontífice corrompió a los jueces, y el concilio declaró que aquellos crímenes
no podian ser establecidos con pruebas materiales, y quc en su consecuencIa el delator había de
ser condenado. Así es que; luego de pro-
Historia de lo» Papas.—Tomo 1.—lO

290 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 291
nunciar esta sentencia, el emperador y la emperatriz Piacidia, su madre, proscribieron a Basso y
confiscaron sus bienes en. provecho de la Iglesia.
Tres meses después de esta sentencia murió envenenado. Los historiadores añaden que el
pon.tífice le asistió durante su enfermedad, le hizo administrar el Viático, y quiso enterrarle por
sus propias manos, a fin. de ocultar ‘el horrible cadáver que había desfigurado el venen.o. Mas
los sacerdotes afirman, por el contrario, que Sixto salió de esta acusación puro como el oro y
únicamente sirvió para aumentar la opinión favorable que de su santidad habían formado los
pueblos.
En esta época los obispos de Asia no querían reconocer la jurisdicción del patriarca de
Constantinopla, o, mejor dicho, los sacerdotes prevaricadores, conociendo la ambición de los
Papas, declin.aban la autoridad de sus sujieriores para que sus causas fuesen a Roma, donde se
recibían favorablemente las más injustas quejas, con tal que favoreciesen la política de
usurpación. adoptada por la Santa Sede.
Juliano de Eclano, este famoso defensor de Pelagio, fatigado por las persecuciones que les
suscitaba constantemente el odio de los sacerdotes de Oriente, se sometió al Pontífice, rogándole
que le permitiese ocupar su silla. Pero Sixto, siguiendo el consejo del archidiácono León, el per-
sonaje más importante de la Iglesia, y que luego veremos cómo le sucede, rechazó con dureza las
proposiciones de Juliano, y comenzó una nueva persecución contra los desgraciados pelagianos.
Sixto murió poco tiempo después, en 28 de marzo de 440.
no bajaba de cuatrocientas libras, y la de San Lorenzo con balaustradas de pórfido; situó sobre
‘el altar columnas dc plata maciza que pesaban cuatrocientas cincuenta libias, x~ sosteniendo
una bóveda de plata, adornada con la estatua de San Lorenzo de oro macizo, la cual pesaba
doscientas; la basílica del Santo se hallaba atestada de vasos de plata y oro adornados con
pedrería y perlas. San Sixto mandó adornar igualmente el baptisterio dc Letrán con columnas de
pórfido, y sobre el arquitrabe de mármol hizo grabar unos versos que aludían a la virtud del
bautismo y a ]a fe del pecado original. Por fin, este Pontífice dió a las iglesias, durante su
existencia, más de dos mil seiscientas once libras romanas de oro y plata, que arrancó a los fieles
ya por medio de limosnas, ya por testamentos, ya por las martingalas que inventaba la industria
episcopal.
Más tesoros

Durante su pontificado, restableció la basílica de Santa María, levantó en ella un altar de plata
que pesó trescientas libras, dió muchos vasos de igual metal que en conjunto pesaban mil ciento
sesenta, y cinco libras, un vaso d’e oro de cincuenta, y afectó al sostén de esta iglesia., en tierras
y casas, la renta de setecientos veintinueve sueldos d’e oro; ofreció al baptísberio de Santa
María, y para las ceremonias, vasos de plata y un ciervo de donde manaba el agua, cuyo peso no
bajaba de tr~eínta libras; rodeó la Con~~síón del Santo Padre con ornamentos de plata, cuyo
peso
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 2~33

LEON 1, 47Q PAPA

VALENTINIANO III, TEODOSIO II, EMPERADORES — CLODIO,

MEROVEO, CHILDERICO

León. nació en Roma hacia fines del reinado de Teodosio el Grande. Los autores no hablan de su
juventud, y León apa~ece en la historia con, ocasión de una violenta contienda entre Aecio y
Albino, jefes de los ejércitos romanos enviados a las Galias para rechiazar a los bárbaros que
cubrían las fronteras. La mala inteligencia de estos generales podía ocasionar grandes desastres,
y hasta arruinar el imperio. León, encargado por el Pontífice, desempefió felizmente esta misión
difícil, y reconcilió a Aecio y Albino, que reunieron sus fuerzas contra los bárbaros.
EL embajador se hallaba aún en el campamento cuando murió Sixto; aunque ausente, fué elegido
por unanimidad jefe de la Iglesia, y una diputación fué a anunciarle esta buena nueva.
Luego que ocupó el trono pontificio sc dedicó con gran asiduidad a la instrucción dc su rebaño.
En seguida envió al obispo I~al~eíicio al Africa, para. que le hiciese una relación exacta del
estado en que se hallaban las iglesias, que, según. se decía, se hallaban <sobernadas por personas
indignas del episcopado y elevadas a esta dignidad por sangrientas sediciones.. El legado
reconoció, en ~efecto, que la disciplina se hallaba enteramente abandonada y que se habían dado
órdenes sagradas a legos, a bígamos y a herejes.

Celibato

Luego el Pal)a escribió a ~os obispos (le la Mauritania una carta en (IlIC llamaba l)ígamos a los
l)rcla(los casados con viudas, y les condenaba a ser depuestos lo mismo que a los que tenían dos
mujeres a un misíno tielupo. o que se casaban con una segunda.> luego (le haber repu(lia(lo la
primera.
En lo que se refiere a los convcntos que habían sido
saqueados por los árabes y cuyas religiosas habian. sido violadas, San León juzgó a estas santas
doncellas .inocentes~ toda su vida la irreparable pérdida que habían sufrido.
que conservaban aún su doncellez, obligándolas a llorar toda su vida la irreparable pérdida que
habían sufrido.
Escribió luego a Rústico, obispo de Narbona, prohibiéndole que sujetase a penitencia pública a
un sacerdote que se había hecho culpable de crímenes enormes, aftadiendo que estaba en la
obligación de ocultar las faltas del clero, a fui de evitar un escándalo que podía deshonrar la
Iglesia.
En decreto que dió a principi.o~ del año 432, el Papa ordena a los simples sacerdotes que
siguiesen, la misma ley de los obispos sobre la continencia; es decir~ que les obligaba a
conservar sus mujeres sin tener con ‘ellas relaciones muy íntimas. Los diáconos no quisieron
someterse a ].á observancia de este singular decreto; y únicamente más tarde. y empleando
grandes medidas, los Pontífices lograron que se aceptase en Occidente la lev del celibato,
hallando los mis-mos obstáculos entre los orientales.

Pereg¡ina doctrina sobre el concubinato

En otra bula el Papa estableció la capciosa proposición de que uíx clérigo podía dar su hija a un
hombre que viviese en concubinato, bien como si la diese a un hoírubre unido en matrimonio;
l)orque, añade el Papa, las concubinas no son mujeres legitimas, y las doncellas no cometen
pecado.
El último articulo de esta bula, concierne a los fieles que habían estado prisioneros entre los
paganos y que hablan vivido como ellos. León permitió a los obispos que les purificasen por
medio del ayuno y por la imposición de manos, siempre y tanto que no más hubiesen comido
viandas de víctimas inmoladas; pero ordenó que se les sometiera a la penitencia pública, en el
caso (le que hubiesen adorado a los ídolos, o cometido hoínicidios y adullerios.

Los arrianos

Durante el año 443. G.enseri.co, después de asolar las provincias del imperio y establecer su
dominación en Africa, se (lirigi~ a Sicilia, donde, a instigación de Maximiano, jefe de los
arrianos, persiguió cruelmente a los ortodoxos.
1
~94 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

En el peligro en que se encontraba la Iglesia, San Agustín pensó que estaba en su obligación el
abandonar su diócesis para dirigirse hacia Roma y combatir a los arrianos. Estableció
íor casualidad su morada en casa de un maniqueo, cuya secta hacia muchos progresos, y se
aumentaba considerablemente, con todos los africanos que se habian refugiado en Italia, después
de la ruina de Cartago.
San Agustín, haciendo traición a los deberes de la hospitalidad, denunció a León el Punto donde
se reunían estos nuevos sectarios, y pretendió que los maniqueos eran los autores de la
corrupción que se deslizaba en su rebaño. El Papa indicó a los fieles en sus sermones que no tan
sólo habian de desconfiar de estos feligreses herejes, sino también denunciarles, y les dió medios
para reconocer a los ~‘ectarios. Les acusaba de ayunar el domingo en honor del sol, y ‘el lunes
en honor de la luna; preten,día, igualmente, que recibían la comunión bajo la sola especie del
pan, consideI’ando el vino como una producción hija del mal pnncípío.

La Inquisición

Después de haberles hecho odiosos ante el pueblo, León ordenó que se hiciesen contra ellos las
más severas pesquisas: prohibLó sus secretas reuniones, y mandando coger los libros que
encerraban su doctrina, los quemó en la basílica (le San Pedro. Luego, para aumentar el horror
que inspiraban estos desgraciados, celebró un sínodo de obispos vecinos. a los cuales unió los
l)rincipales miembros del Senado, de la nobleza y del clero; y en presencia de toda esta
asamblea, muchos maniqueos y uno de sus obispos, seducidos por el oro del Pontífice, hicieron
una confesión pública acerca de al)ominables impudicídades de las cuales se confesaban
culpables. Mas el testimonio (le estos débí]es ~I)óstatas será siempre sospechoso ante los
hombres concienzudos que tratan de juzgar imparcialmente; a nosotros nos consta con elemí)los
recientes, así en religión como en
política, que el oro de Caifás convierte en traidor al apóstol
y ‘el miedo a los tormentos obliga a los recién convertidos
a calumniar y perseguir a sus hermanos.
El Papa, no considerándose aún satisfecho, excitó a los magistrados para que exterminasen a los
maniqueos e hizo sostener sus crueles persecuciones con las leyes imperiates. Valentiniano III
Inan(ió publicar un edicto por el cual
SAN CIRILO
296 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 297

confirmó y renovó todas las ordenanzas de sus antecesores contra estos sectarios, declarándoles
infames, incapaces de ejercer cargo alguno, de llevar armas, de testar, de contratar, y prohibió, en
fin, a todos los súbditos del imperio que les dieran asilo, ordenando que se les denunciase para
que ~e les castigara conforme al rigor de las leyes.
Muchos obispos de Oriente y Occidente, a instigación del Papa, se encarnizaron igualmente
contra los maniqueos de sus diócesis. Gracias a estos violentos medios Roma no tardó mucho en
verse purgada de esta herejía, y León, entonces, dirigió sus armas contra el pelagianismo que
Juliano de Eclano, su implacable enemigo, favorecía en la Campania y en Italia; pero’ no
queriendo meterse en discusiones teológicas, donde temía perder su fama, le pareció
mucho más seguro el excitar a los obispos contra los peíagiano~ y ejecutar con rigor las crueles
ordenanzas de los reyes.

Esclavitud de la Iglesia de Francia

Durante el curso de este mismo aflo, León dió una nueva prueba de su ambición excesiva. Los
emperadores, al nepartirse la Iliria, habían quitado a los Papas la jurisdicción do primacía que
reivindicatan sobre esta provincia; no obstante la prohibición del soberano, el Padre Santo eligió
en Iliria, para vicario de su Sede, a Anastasio, obispo de Tesalónica. Verdad es que en esta
circunstancia tuvo que desplegar todos los recursos de su politica y que hasta se vió obliga do a
escribir a los prefectos de Oriente cartas que excusaron su conducta. La experiencia habíal
‘enseñado a los Pontifioes que podían son3eber más fácilmente a los obispos occideiltales que a
los orientales, porque estos últimos sabían mantener sus privilegios. De ahí que la prudencia
aconsejase a los Papas que guardasen muchas consideraciones. con ellos.
En, cuanto a los prelados de las Galias, León no dió importancia alguna a sus decisiones y les
ordenó imperiosamente que se sometiesen a la voluntad de la corte romana.
San Hilario y San Germiin de Auxerre, habiendo sido encargados por el príncipe de reformar los
abusos que se habían introducido en algunas provincias de las Galias, se dirigieron hacia Viena
para recibir las quejas del pueblo y d~ los nobles que acusaban a Geledonio, su obispo, de haber
cometido violaciones, honiicidios, y de haberse casado con una mujer que había mandado
asesinar a su esposo.
Los dos prelados ordenaron que se reuniesen los testigos, y juntaron muchos clérigos de gran
mérito para examinar este asunto. Probada la acusación, dióse sentcnci~i conformo a las reglas
dc la Escritura, las cuates ordenaban a Celedonio que renunciase al episcopado. Este apelo de la
sentencia ante el Papa, el cual le acogió favorablemente, San. Hilario, a Liii de evitar el
escándalo. se dirigió a Italia para suplicar a León que manLuviese la disciplina de la Iglesia,
manifestóle, con gran sabiduría, que era indispensable que la Santa Sede renunciase sus
pretensiones de eh’-var a la dignidad eclesiástica obispos condenados en las Galias por las
sentencias de los magistrados. Ile venido, aftadió, para manifestar a Su Santidad mis deberes y
LO para sostener mis J)retensiones; yo tan sólo os he instruido dc lo que ha pasado, no en forma
de acusación, sino en forma de relato; si profesáis otra opinión que la mía, no insistiré en ésta y
continuaré gestionando cerca del príncipe la deposición del culpable.
Deseando ensanchar las prerrogativas de su silla. el Papa, no solo rechazó la petición de San
Hilario, sitio que le puso entro guardias t~íra retenerle 1)risionero, (¡tiiiriendo olíh— garle a que
se justificase ante el concilio que había convocado. Afortunadamente el prelado logró seducir tos
guarMas del Papa, salió secretamente de Roma y se dirigió a su patria. Furioso León al ver que
su prisionero había logrado escaparse, mandó excomulgar por su concilio al Ol)iSI)O de Arlés y
restableció en todos sus derechos a Celedonio. Verdad es que ‘el sínodo se hallaba compuesto
por sus esclavos, es decir, por los obispos vecinos. Con el auxilio de esta gente, añaden los
historiadores, el Pontífice hubiese podido condenar a los apóstoles y hasta al mismo Jesucristo.
El emperador Valentiniano III, prestándose a la venganza de León, tuvo la debilidad de
promulgar un rescripto dirigido al patricio Ecio, que mandaba el ejército de las Galias, orde-
nándole que encerrasen en una cárcel como traidor y sedicioso, al santo pastor dc la ciudad de
Arlés.
Esto acto de despotismo fu~ un ~iolpe mortal dado a la libertad de las Iglesias de Francia, y los
negocios eclesiásticos, que antiguamente eran juzgados por los concilios na-cionales, fueron
llevados, desde esta época, ante el obispo de Roma.
San Cirilo, uno de lo~ más fogosos perseguidores de los

298 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 299
novacianos, murió en 9 de junio de este mismo alio, después de haber gobernado treinta y dos
años la Iglesia de Mejandria, e indicando por sucesor suyo al obispo Dios-coro.
No obstante la ~rigilancia del Papa, la herejfa de los priscilianistas continuaba haciendo en
España y ea las Gahas los más sorprendentes progresos con ideas las más raras.
Profesaban horror a la materia: así desfloraban a las doncellas en honor a la esterilidad; según
ellos, era crimen el procrear hijos, y las mujeres que se hallaban encinta eran tratadas con rigor
extraño; justificaban su severidad con el ejemplo de Dios, que había precipitado del cielo al pro-
feta Elías a consecuencia de una acusación de un demonio hembra, ~que, según decía, había
recogido las pérdidas nocturnas de este santo hombre, para engendrar, a su capricho, mancebos y
doncellas.
Entre estos herejes, los unos profesaban tanto horror a las relaciones carnales con las mujeres,
que’ San Epifanio afirmaba que nunca se acercaba a ‘ellas; cita otros que llamaba borborianos o
fangosos, que vivían en la más desenfrenada licencia. San Epifanio acusa, también, a los ada-
mianos o adaniitas, porque los hombres y mujeres asistían a las iglesias, oían los sermones,
oraban y recibían los sacramentos completamente desnudos; dice asimismo que, luego de haber
concluido sus místicas comidas, se. entregaban a los más horribles escándalos; que los levitas
recogían el licor seminal del hombre y la sangre menstrual de la mujer, y que después de haberla
mezclado, en el cáliz, daban la comunión con. esle brebaje, el cual, según ‘ellos, form.aba la
verdadera Eucaristía compuesta con los elementos de la vida y representando, ‘efectivamente, ‘el
cuerpo y la sangre de Jesucristo.
Este relato de San Epifanio no fué creído por San Ireneo y San Clemente de Alejandría;
rechazaban éstos la crÑncia d.c que hubiesen cometido esas torpezas, y les acusaban, tan sólo,
de’ afectar una pureza y castidad muy desmedidas.
Furor pontificio

Los frailes, dóciles instrumentos del fanatismo de León, después dc haber formulado ante ‘el
preceptor Evodo las acusaciones atroces contra el venerable Prisciliano, exigie
ron que fuese encerrado en nno de los calabozos y sometido a las pruebas más horribles.
El desgraciado fué atado con cuerdas y cadenas. Un sacerdote comenzó el interrogatorio
siguient’e:
—Abjura tus errores, Prisciliano; sométete al soberano Pontífice.
Como el paciente rehusase contestar, los verdugos liicieron crujir sus piernas bajo los ‘esfuerzos
de las cad’enas, y metieron sus dos pies en un brasero. ardiendo.
—LAbjura tus errores, Prisciliano, y glorifica a León, Padre de los fieles!
Prisciliano, durante sus horribles sufrimientos, dirigía a Dios sus plegarias y se resistía a
glorificar al Papa.
Entonces ‘el fraile ‘encargado de ‘ejecutar la sentencia, ‘dió orden a los verdugos para que
comenzara el sup’licio:
sc le arrancaron los cabellos y la piel del cráneo; se quemaron coíí un hierró candente todas las
partes de su cuerpo; se hizo ‘echar a sus heridas aceite hirviendo y plomo fundido, hasta que, por
fin, se metió ‘en sus entrañas una horquilla ‘enrojecida al fuego, y este mártir cx,piró a las dos
horas de haber sufrido estas horribles torturas.
León mandó perseguir, luego, los restos de la secta y los abandonó al implacable odio de los
sacerdotes. Como la condenación de Risciliano no satisficiera aún su venganza, no tardaron
mucho eni abusar de su crédito y del favor que gozaban en la corte, persiguiendo a la gente
honrada; para ser un hombre sospechoso bastaba con ayunar ~ ser amigo del retiro, y el mayor de
los crímenes consistía en ser sabio y honesto. Los ciudadanos que no gustaban a] clero eran
acusados de priscilianismo, sobre todo cuando su muerte podía ser agradable al príncipe, o
cuando sus
quezas podían llenar las arcas del Pontífice.
San Martin, obispo de Tours, condenó enérgicamente la intolerancia del Pontífice, que, bajo el
manto de la religión, trataba de satisfacer su ambición y su codicia, sacrilicando el reposo de los
pueblos; ‘en los primeros tiempos rehuso hasta el comunicar’ con los obispos de España que
habían ejecutado las órdenes de León; pero en lo sucesivo, cediendo a su fatiga, hubo de
comulgar con ellos. Vivió muy afligido durante el resto de su existencia.
El Papa, no tan sólo se glorificó por haber ordenado ~l suplicio a Prisciliano, sino que escribió a
Máximo para pedirle su apoyo a fin de ‘extender las matanza,s sobre todas las provincias del
imperio. El Pontífice se expresó en es-

300 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 301
tos términos: «Señor, la severidad y rigor de vuestra justicia contra este hereje y contra sus
discípulos, han prestado un gran socorro a la clemencia de la Iglesia. Nosotros, en otro tiempo,
1105 contentábamos con la dulzura de la sentencia que los obispos pronunciaban según los cá-
nones y renunciábamos a las ejecuciones sangrientas; pero hoy día reconocemos como
indispensable el que nos sostengan las severas constituciones de los emperadores, toda vez que el
temor del suplicio hace admitir a los herejes el espiritual remedio que puede curar sus almas de
la mortal enfermedad.
Este Papa impío, olvidando los preceptos de la tolerancia cristiana, pretendía ahogar la herejía
con los medios más violentos, según podía apetecerlo el vicario de Moloc.

Entiques

Algún tiempo después el negocio de Eutiqu’es ‘dió al mundo nuevas pruebas de la crueldad de
León, y mostró el ridículo espectáculo de una pretendida herejía contra la cual ‘el Oriente y el
Occidente se levantaban sin conocer los dogmas que habían merecido el anatema del Pontífice.
Eutiques, sacerdote y abad de un gran convento de trascientos monjes que se hallaba cerca de
Constantinopla, había escrito al Pontífice con objeto de avisarle que ti nestorianismo tomaba
nuevas fuerzas por la protección que le concedía el patriarca Flaviano. León aprobó su celo, y le
animó a que. persiguiese a los her’ejes. Dogmo dc Antioquía escribió a su vez al emperador
Teodosio, y acusó a Entiques de renovar l~ herejía de Apolinario, pretendiendo que la divinidad
del hijo de Dios y su humanidad no constituía más que una sola naturaleza, y atrillllyeti(1o los
sufrimientos a la primera. Esta herejía se hallaba fundada en las consecuencias que se sacaban de
las frases de Eutiques, las cuales no se diferenciaban de las opiniones ortodoxas sino en el modo
de interpretarlas. Futiques reconocía, efectivamente, dos naturalezas en Jesucristo; mas diciendo
que ‘existía una sola naturaleza, pretendía explicar de un modo más fácil y más exactoi el
misterio (le la encarnación. Los que profesaban una opinión contraria, hablaban de ‘estas dos
naturalezas como si estuviesen separadas, y el pretendido heresiarca fué condenado y perseguido
porque no so le entendía o porque no se quería comprenderle.
Los prelados orientales celebraron un concilio en Constantin.opla, y lanzaron contra él sentencia
de excon7unión~
Eutiques, viéndose injustamente condenado, escribió al Papa lo siguiente: «Yo ruego a Su
Santidad que dé su opinión sobre mi fe, y que no permita ejecutar el decreto que se ha dado en
contra mía. Tened piedad de un anci~no que ha vivido setenta años en la continencia; ‘en los
ejercicios piadosos y al cual se le arroja de su pacífico retiro.» El emperador Teodosio, que
favorecía a Eutiques, escribió al mismo tiempo al Pontífice descubriéndole los tumultos que
agitaban la Iglesia de Constantinopla.
Esta carta, que lisonjeaba la ambición de León, el cua] se hallaba entonces en disidencia con
Flavíano de Constantinopla, bastó para obligarle a tomar la defensa de Entiques; así es que
escribió a Flaviano en’ estos términos:
«Extraño mucho, hermanos míos, que no me hayáis escrito nada respecto al escándalo que turba
la Iglesia; hemos leído la exposición de la doctrina de Entiques, y no hemos visto la razón por la
cual le separáis d’e la comunión de los fieles; esto no obstante, como deseamos dar con im-
parcialidad nuestras sentencias, no’ tomaremos decísion alguna sin.conocer perfectamente las
razones alegadas por uno y otro partido. Enviadnos, pues, una relación de todo lo que ha
sucedido y partícipadnos el nuevo error que se ha levantado en contra de la fe, al obj’eto de que,
conforme a la voluntad del emperador, podamos extinguir el cisma;y nosotros lo alcanzaremos
fácilmente porque el Sacerdote Entiques ha declarado que si encontrábamos en su doctrina
alguna cosa reprendible, s’e hallaba dispuesto a corregirla. »
Algunos días después que el Papa hubo recibido ‘esta carta, se celebró en Constantinopla un
nuevo concilio para la revisión de la primera sentencia. El emperador quiso que ‘el patricio
Florentino le representase en el mismo a fin de que ‘el odio de los teólogos no oprimiese la
inocencia; pero viendo que sus precauciones eran inútiles, mandó trasladar el concilio a Efeso.
El Papa y Flaviano de Constantinopla, que se habían reconciliado en interés de sus respectivas
sillas, temieron perder su influencia sobre los Padres, y emplearon sus esfuerzos para que ‘el
emperador renunciase a este proyecto; pero sus medios fueron inútiles. León, invitado a dírígírse
hacia Efeso, se contentó con enviar sus legados.
Cuando los Padres convocados por el emperador se en-

302 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 303
contraron reunidos en Efeso, declaróse que el concilio sc abriría en 8 de agosto. Dioscoro de
Alejandría fué nombrado presidente de la asamblea. La sentencia de deposición pronunciada
contra Entiques en el concilio de Constantinopla fué declarada nula por los Padres; restablecióse
al vcíierable abate a la cabezal de su monasterio, y se hizo la más completa justicia a la pureza de
su fe y a la santidad de sus costumbres. Sus acusadores, Flaviano y Eusebio, obisPO de Dorilea,
fueron condenados y depuestos no obstante la oposición de Hilario, diácono de la Iglesia romana,
que hablaba en nombre del Papa, y no obstante las reclamaciones de muchos obispos que
fi:ngían gran cariño hacia Fíaviano.

El Papa excomulgado

Después del concilio, Dioscoro pronunció también una sentencia de ‘excomunión contra el Papa
León a fin de castigarle ‘en su orgullo y despotismo. El ‘emperador Teodosio confirmó por un
edicto ‘el segundo concilio de Efeso y p’~hibió dar nuevas sillas a los obispos que sostenian la,
herejía de Nestorio y Flaviano.
El Papa seguía ignorando lo que ocurría en Oriente, de donde no había recibido aún noticias;
entonces escribió a Flaviano para manifestarle su inquietud. Algún tiempo después el diácono
Hilario, que se hallaba ya de vuelta ~n Roma, manifestó al Pontífice los sangrientos ultrajes que
el concilio de Efeso había inferido a su Sede.
León, llevado por su cóleí-a, convocó luego un concilio donde fueron llamados todos los obispos
de Italia, y a su vez lanzó su excomunión contra los Padres de Efeso; luego ‘escribió muchas
cartas sinodales contra Entiques, y pidió en seguida al emperador autorización para presidir un
concilio universal.
Después de la muerte de Teodosio, la emperatriz Pulquena, secundando al Pontífice en la
venganza que .Iuenma sacar de Euticrues y de sus amigos, ordenó al patriarca Anatolio, que
había sido colocado en la silla de Constantinopla para reemplazar a Flaviano, que abrazara el
partido de Roma, y conquistase las simpatías del Papa, si quería conservar su obispado. Anatolio,
intimado por esta amenaza, reunió un concilio donde invitó a los le~gados del Pontífice para que
diesen conocimiento de la famosa carta que
envió San León a Flaviano. Los Padres del nuevo concilio declararon que aprobaban su
contenido; en seguida Anatolio lanzó el anatema contra Nestorio y Entiques, condenó su
doctrina, y con esta inicua sentencia mereció que se le reconociese obispo legitimo de
Constantinopla.

Atila

Los negocios políticos se hallaban en un estado tan deplorable como los de la Iglesia. El temible
Atila, rey de los

ATILA

hunos, después de haber convertido en cenizas la ciudad de Aquilea y asolado todos los campos
que encontraba a
1

304 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 305
su paso, hacia temblar Loda Italia. Pavía y hasta Milán. estas dos grandes ciudades, no habían
podido resistir el esfuerzo de sus victoriosas armas, y se habían convertido ‘en teatro de los más
horribles desórdenes.
Estos nuevos desastres ocasionaron en Roma la consternación más grande; el Senado se reunió
para d’eiibera,r acerca de si el emperador abandonaría a Italia, toda vez que parecía imposible el
defender la capital contra el diluvio de bárbaros que inundaban el imperio. En tal extremo, re-
solvióse ‘entrar en negociaciones y se envió a Atila una pomposa ‘embajada llevando a, su
cabeza al Papa León, cuya persuasiva elocuencia era indudable. El Pontífice salió de la ciudad
con un cortejo imponente, y cuando llegó cerca de la tienda de Atila hizo entonar los solemnes
cantos de la Iglesia y se prosternó humildemente ante la majestad del jefe bárbaro; luego
‘empezaron las negociaciones. Cuentan las crónicas que el rey de los hunos se sorprendió tanto
con este singular espectáculo, que accedió a ~uanto le pi.dió León, al cual consideró como
bajado del cielo; que consintió ‘en la paz y se retíró con su ‘ejército más allá del Danubio.
También muchos historiadores añaden que como los capitanes hunos manifestasen gran
desprecio hacia ‘él príncipe porque había honrado al Papa hasta obedecerle como un esclavo,
éste, para justificarse, as’egui~ó que habia visto en sus sueños un venerable anciano blandiendo
una espada con la cuál le amenazaba matarle si no se conformaba a las órdenes de León.
El verdadero motivo por el cual se retiró Atila, consistió en su deseo de adquirir el oro que ‘el
Papa hizo brillar a sus ojos.

Eudoxia provoca el saqueo de Roma


La emperatriz Eudoxia, después de la muerte de Valentiniano III, fué obligada a casarse con
Máximo, usurpador del trono y asesino d’e su esposo. Como la princesa no qu~siese acceder a
los deseos de este monstruo. éste fué lo suficiente bárbaro y salvaje para ordenar a sus soldados
que la atasen con cuerdas y le arrancasen sus vestiduras, a fin de que pudiera satisfacer en ella
sus pasiones. Eudoxia, considerándose ultrajada.por esta horrible violencia, pidió en secreto
auxilios al rey de los vándalos contra la tiranía de Máximo. Genserico aceptó este pretexto,
desem
barcó en Italia y se dirigió h.acia Roma, cuyas puertas le fueron abiertas por traición.

LA EMPERATRIZ EUDOXIA

San León, viendo entonces que su rebaño se hallaba expuesto a la venganza de los arrianos, se
echó a los pies del rey de los vándalos y ~e suplicó que perdonase la ciuHistoria de los Papí~s.—
Tom9 i.—20

306 HISTORIA bE LOS PAPAS Y LOS REYES

dad santa; pero todas sus instancias se estrellaron contra la tenacidad de Genserico. Roma fué
entregada’ por espacio de catorce días al saqueo, y sus habiíantes~ únicamente tuvieron derecho
para retirarse con sus familias en tres basílicas, que les sirvieron de asilo, y en las que no se
verti& ~n una ‘sola gota de sangre.
El rey volvió luego a sus naves, que había cargado con el botín,’ llevándose con él la emperatriz
Eudoxia y sus dos hijas, que trató con la distinción más completa..

Matrimonio

León se ocupó luego en arreglar muchos puntos de disciplina que se refenan a los habitantes d’e
la ciudad de Aquilea, los cuales Atila había hecho prisioneros; durante su cautiYerio, los fieles
habíair comido viandas imundas y consentido en .recibir un. nuevo bautismo; otros, al regresar a
sus hogares, hablan encontrado casadas a sus mujeres. Como Nicetas, obsipo de Aquilea, hubiese
consultado a San León acerca de este caso de conciencia, el Papa respondió con el decreto
siguiente: Con respecto a las muj eres que habían contratado nuevos enlaces, en la incertidumbre
de que existiesen sus esposos, las ordena que vuelvan con’ ellos, bajo pena de excomunión,
perdonando, sin embargo, a los segundos maridos Asimismo condena a la penitencia pública a
los que el temor del hambre había obligado a comer viandas inmoladas, y obliga’ a, los que se
habían hecho rebautizar, a reconcilíarse con la Iglesia por la iniposición de manos del obispo. En
otra decretal, León. prohibió a las virgenes que recibiesen la bendicióji solemne y el velo antes
de los cuarenta aflo~.
La Iglesia debe al Padre Santo el esta,blecímiento (le cuntro ayunos solemnes: la Cuaresma, la
fiesta de Pentecostés y los jueves del séptimo y décimo mes del año y el
el as rogativas, celebradas por primera, vez en el Del-en seguida adoptadas por las Iglesias de
todos los
países. Mamerto, obispo de Viena, es el inventor de esta supersticiosa práctica, que, según los
sacerdotes, tiene el poder dc calmar la justicia divina, de oponerse a los temblores,
HILARIO, 48.~ PAPA
LEÓN 1, SEVERO, ANTEMIO CHILDERICO, REY DE FRANCIA

Hilario nació en Cerdeña. No se sabe nada de su ‘educación, ni de las acciones particulares, que
caracterizaron su ex.ísteucia antes de que subiese al trono pontificio; la historia habla,
únicamente, de su embajada al concilio de Efeso, donde fúé enviado por San León para sostener
los derechos del obispo de Roma.
En el primer ‘año de este reinado, se renovó el escándalo de las apelaciones a Roma. Un tal
Hermes había llegado a hacerse nombrar obispo de Beziers cón gran disgusto dc los habitantes,
que no le querían por los crímenes que había, cometido; mas el nuevo obispo apeló ante Roma, y
en seguida e! Pontífice escribió a Leoncio de M-l’és para que informara, a fin de que pudiera
dar .s~u sentencia con conoc’miento de causa; luego, sin esperar la contestación de Leoncío,
reunió un coneilio y confirmó a Hermes en su obispado.
San Mamerto, obispo de Viena, célebre en toda la Galia por su piedad, adquirió una nueva
gloria’ con la persecución que sufrió por parte (tel Pontífice. He aquí el motivo:
Un sacerdote ambicioso se había quejado en Roma contra Mamerto, que rechazó sus
pretensiones al obispado de Die, y dió esta silla a otro. Esto fué aprobado por el sínodo de la
provincia. Hilario, queriendo aumentar su poder, calificó lo hecho por Mamerto de atentado
imperdonable; acusó al santo obispo de ser orgulloso, prevaricador y fátuo; le amenazó con
qudarle sus privilegios si continuaba en ‘el ejercicio de sus derechos, y encargó al obispo Verano
que mandase ejecutar sus órdenes como delegado de la Santa Sede.
Mamerto rechazó los ataques del Pontífice con moderación y dignidad; refutó las declamaciones
de ~us ‘enemigos, y declaró que sostendría los derechos de la Iglesia. El mismo cardenal
Baronio, hablando de esta escandalosa disputa. escribe: “No os extrafléis de que el Papa se eleve
con ‘tanta ‘energía contra Mamerto, prelado de una ejemplar piedad, toda vez que en lo~ asuntos
litigiosos cualquier
808
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
hombre puede ser engañado aunque sea el mismo sucesor de San Pedro, y uno de estos asuntos
fué lo que se discutió bajo el reinado de San León.»
Si aña(Iies’e que lo tiene por costumbre, acertaría del todo.

España se entrega al Papa

En aquel mismo año la influencia de la Santa Sede en España hubo de acreceníarse con dos
imporianies sucesos. Silvanio, prelado de Calahorra, había elegido un sacerdote de Tarragona y
le había ordenado obispo, no obstante la foposición de su metropolitano. Los jefes dcl clero de la
provincia se había reunido en. concilio para juzgar esta diferencia, y como no se pusiesen de
acuerdo, tuvieron la debilidad dc es¿ribir aJ Pontifice para consultarle cómo debía juzgarse este
asunto.
El otro negocio se refería a Nundinario, obispo de Barcelona, que al morir había indicado para
sucesor suyo a Ireneo, ya pastor de otra ciudad y al cual había dejado sus bienes. Los prelados de
la provincia, conformándose a la voluntad del difunto y según el consentimiento del clero, del
pueblo y los notables, consintieran en la traslación de Ireneo y le obligaron, únicarnente~ a que
pidiera su confirmación del Pontífice. Los eclesiásticos cometieron de esta manera dos graves
faltas que les hicieron depender dc la Santa Sede, y con su imprudencia l)roporcionaron a los Pa-
pas los medios de engrandecer su autoridad.

El Papa se yergue ante el emperador

A principios del año 467, como cl huevo emperador Eufemio hubiese ido a Roma para tornar
posesión dcl imperio, Hilario temió que los herejes (le Oriente se introdujesen en la Iglesia de
Occidente por la protección de Fi-loteo, hereje macedonio y favorito del príncipe, que había ya
permitido a todas las sectas que celebrasen concilios. E1 Papa se declaró contra la libertad de
conciencia, y se atrevió a dirigir reproches al eml)erador ante la asamblea del pueblo, en la
iglesia de San Pedro; amenazó al rey con sublevar las provincias en contra (le su autoridad, si
con un juramento solemne no se obligaba a lanzar a los herejes del Imperio.
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~309
Después de haber manifestado su espíritu de intolerancia, Hilario murió en el mes de septiembre
del año 467.
Los historiadores afirman que el Pontífice se repartió con los bárbaros las riquezas adquiridas en
el saqueo autorizado por Genserio, y que sus tesoros le sirvieron para comprar la tiara.

El Cristo de oro

Elegido Papa, se conformó a las exigencias del siglo, y construyó magníficas iglesias, que
adornó con vasos preciosos; mandó levantar los oratorios en el baptisterio de la basílica de
Constantino; el primero fué dedicado a San Juan Bautista, el segundo a San Juan el Evangelista,
y ei tercero a la Santa Cruz; este último se hallaba adornado co~n un crucifijo de oro, cuajado
de pkdras preciosas y donde sc ‘encontraba un pedazo de la verdadera cruz, él cual pesaba
veinte libras; mandó colocar en el baptisterio de esta misma iglesia una pila de pórfido, tres
ciervos de plata, que vertían el agua, nn cordero de oro y una paloma de cobre de Corintu. Todos
los vasos necesarios a las ceremonias pesaban noventa y cuatrO libras (le oro, y mil doscientas
cincuenta y dos ‘libras de plata. Construyo, asimismo, un oratorio qúe dedicó a San Esteban en el
baptisterio de Letrán, donde colocó dos bibliotecas, o mejor dicho, dos armarios de libros, y
fundó, en fin, muchos monasterios cerca de la basílica dc San Lorenzo, dandoi a los frailes que
les servían unos b~os y un p’alaci~.
Aquí empezó el papado la industria de perturbador polílico y de agitador revolucionario contra
los soberanos. Las v.íctimas formarán cadena hasta llegar al Presidente de Méjico, Obregón,
asesinado por un hijo del Padre Santo, que no se lo mandó l)ersonalmente. p~”~ ( 1UC le enseñó
su doctrina del tiranicidio.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 311

SIMPLICIO, 49.Q PAPA

LEÓN, ZENÓN, EMPERADORES — CHILDERICO, REY DE LOS

FRANCOS

Tibur, ciudad situada en el antiguo Lacio, ]lamada hoy día Tívolí, era la patria de Simplicio.
Desde que el emperador León tuvo noticia de la elección de Simplicio, le escribió para felicitarle
y le instó para que confirmase el concilio de Calcedonia, que elevaba la silla de Constantinopla
al segundo rango de la dignidad episcopal; mas Simplicio se opuso, con obstinación, a la
voluntad del principe.
Después de la muerte de León, su sucesor Zenón subi’~ al trono; pero luego el emperador
Basílico, que había sublevado ‘el ejército, arrojó al nuevo monarca del trono y se apoderó del
Oriente. Su primer cuidado’ consistió en resta
-blecer l’os prelados ‘entiquianois que León, a instancia del Papa, había perseguido con tan gran
rigorismo.
Acacio, patriarca de Constantinopla, fué el único, ‘entre los obispos, que no se sometió a las
órdenes del tirano, y apoyó su resistencia en los sacerdotes y el pueblo. El Padre Santo aprobó, al
principio, la conducta del guerrero Acacio; y en seguida, como los monjes le diesen aviso que
había regresado Timoteo Eluro, el cual procuraba -uncender motines a fin de que fuese
restablecido en la silla de Alejandría, Simplicio tu~ la debilidad de e~cribir al patriarca al cual
autorizaba para imitar ‘el -ejemplo d’e su legado, y para qu’e se uniese a los sacerdotes y los
frailes a fin de apoyar el trono de Basílico, si ‘el príncipe consentía en excluir a Timoteo d’e la
silla 4e Alejandría.

Nueva herejía

Su- Santidad acusaba a este prelado de profesar la herejía de Julio, que, luego de haberse
entregado a profun4as y minuciosas indagaciones para buscar la autenticidad de la venida del
Hijo de Dios so’bre la tierra, sacó de ellas
esta conclusión notable: «Jesús nunca ha existido». En apoyo d’e su opinión, este religioso,
invocando -el silencio de Filón, célebre doctor judío que escribía en la época en que se coloca la
misión de Cristo cn la tierra, probaba que ‘en las obras de Flavio Josefo, que florecía ‘en el
primer siglo de nuestra era, ‘el pasaje en que se habla de Jesús contiene groseras interpolaciones
que no existían en la época de Orígenes, es decir, en el año 253, toda vez que este Padre ma-
nifiesta en sus obras gran sorpresa por el absoluto olvido en que Josefo había tenido a Jesucristo.
Probaba, también, inverosimilitud de la condenación del Hijo de Dios, el cual, ~según ‘el
Evangelio, fué juzgado por Anás, Caifás, Pilatos y en seguida por Herodes, que no tenía ninguna
autoridad judicial en la Judea. y en último lugar condenado por Caifás, todo en ‘el intervalo de
seis horas. El docto fraile sostiene que por más que se admita la autenticidad del pasaje de Flavio
Josefo, no se puede sacar la consecuencia de la divinidad de Jesucristo, «pues, según dice este
historiador, habla de la sublevación del pueblo judío contra Pilatos, de la ¿iniinosa resistencia
mostrada por los jefes de los insurgentes, y de su constancia en medio de los suplicios; enumera
con extensión las cualidades de Simón y de Judas proclamados reyes durante la revuelta, de
Judas el Galileo, y del fariseo Saduco, fundadores y jefes de los patriotas más celosos; los de
Jacobo de Manahem, del taumaturgo Jonatás, de Simón el Mago y d-e Simón Barjona; mientras
que, por el contrario, no- consagra ni una línea a la historia donde se cuenta que un proletario
llamado .1-esús, había anunciado la destrucción del templo de Jerusalén; no habla tampoco de ~u
doctrina, de sus discípulos, de sus milagros. (le SU muerte ni de su resurrección~<. El monje
africano añadía, asimismo, que Justo Tíberiade, contemporáneo de Flavio y de los pretendidos
discípulos de Cristo, nunca había hecho mención ni del Salvador, ni de sus apóstoles en su
historia -de los judíos.
La carto del Padre Santo contra Timoteo Eluro y su protegido, hizo gran ‘efecto en el alma de
Acacio, que empezó en seguida la persecución contra los herejes.

A río revuelto...

Zenón, aprovechando los desórdenes que los ortodoxos y los entiquianos fomentaban -en las
provincias del Impe

312 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

rio, volvió a Constantinopla al frente d’e un ejército, lanzó ‘a ~u vez al usurpador del trono, y
subió a este último. Acacio se a.presuró a mandar a]. Padre Santo un relato de los sucesos de esta
contrarrevolución, y de cuanlo habían intentado los herejes para resistir su influencia: le pedía, al
mismo tiemp’o~ que le trazase un plan de conducta. Simplicio, cambiando de opinión con una
ligereza extraña, respond.ió que la Iglesia no ‘esperaba ya ningún socorro de Basilico, sino de
Zenón, y le obligó a suplicar al príncipe para que publicase una ordenanza para desterrar a los
obispos que Timoteo Eluro había ordenado. El emperador, temiendo excitar la cólera del obispo
de Roma, al cual necesitaba para mantenerse en el trono, accedió a sus deseos, y persiguió a los
‘enti’quianos con la mayor violencia.

Cisma de Oriente

Como la silla de Alejandría se hallase vacante por La muerte de Timoteo, los sacerdotes
eligieron para sucesor suyo a Juan Talaja, sin que ni ‘siquiera aguardasen la autorización del
emperador. Zenón, irritado’ por su audacia, echó de su silla al prelado, que para vengarse
recurrió a] Papa. Mas ya la ‘formidable influencia de Roma ‘empezaba a disminuir en Oriente, y
como ‘el Padre Santo’ quisiese dar con ‘este motivo una repulsa al patriarca de Constantinopía,
se les respondió sencillamente qu’e los orientales no reconocían a Juan Talaja por obispo de
Alejandría, porque así convenía a sus intereses.
Los negocios de Oriente ocupaban mucho al Pontífice; este, sin embargo, no olvidaba los de
Occidente, conforme lo prueban las amonestaciones que dirigió a Juan, metropolitano de
Rávena, el cual ‘había consagrado a Gregorio obispo de una iglesia sin su consentimiento; de su
propia autoridad, trasladó al nuevo prelado a la diócesis de Módena y le ‘emancipó (le la
dependencia del arzobispo.
Este atrevimiento apostólico ocasionó gran inquietud a Juan de Rávena y al patriarca Acacio, que
temían promover nuevos desórdenes en la Iglesia; pero luego sus temores hubieron de cesar con
la muerte del Pontífice, que ocurrió en el año 483.
FELIX III, 5O.~ PAPA

ZENÓN, EMPERADOR — CLODOVEO, REY DE FRANCIA

El papado se alza sobre el Imperio

Celio Félix era romano y de senatorial familia.


Su padre, que era un venerable sacerdote en la iglesia Fasciola, le había hecho abrazar el ‘estado
eclesiástico, por más que se hallase ya casado y tuviese hijos. Después dc la muerte de Simplicio,
el clero se reunió con los magistrados de la iglesia de San Pedro; procedióse a la elección de un
obispo, y Félix reunió todos los votos.

Roma contra Constantinopla

El nuevo Pontífice consideró los negocios de Orientú como su antecesor, y aprovechó la estancia
de Juan ‘Fa-laja ‘en Roma para conocer los secretos manejos del patriarca. Juan Talala, que
deseaba vengarse de sus enemigos, exageró los prejuicios y la mala fe de Acacio; le acusó de
proteger secretamente a Pedro el Monje, e irritó el orgullo del Pontífice manifestándole que las
cartas de Simplicio no habían producido efecto’ alguno ‘en Constantinopla, lo cual era una gran
vergúcuza para la Santa Sede, toda vez que en Oriente se desafiaba de este modo la autoridad de
Roma.
Conforme a sus consejos, ‘el pontífice’ mandó a Zenón embajadores para suplicarle que
persiguiese al Monje como hereje, y para que enviase Acacio a Roma a fin de responder a las
acusaciones que .Iuan había intentado en contra suya, en el informe presentado a la Santa Sede.
Mas los legados Vital y Miseno, al llegar a la ciudad de Abydos, fueron detenidos por orden del
‘emperador; se les quitó sus papeles y se les llevó a la cárcel; Zenón les amenazó con el último
suplicio si rehusaban comulgar con Acacio y con Pedro ‘el Monje. Mas permanecieron
inquebrantables; la violencia aumenta la intrepidez y el valor, y la naturaleza del hombre lucha
siempre con los obstáculos. Esto no obstante,
312 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

rio, volvió a Constantinopla al frente d’e un ejército, lanzó ‘a ~u vez al usurpador del trono, y
subió a este último. Acacio se a.presuró a mandar a]. Padre Santo un relato de los sucesos de esta
contrarrevolución, y de cuanlo habían intentado los herejes para resistir su influencia: le pedía, al
mismo tiemp’o~ que le trazase un plan de conducta. Simplicio, cambiando de opinión con una
ligereza extraña, respond.ió que la Iglesia no ‘esperaba ya ningún socorro de Basilico, sino de
Zenón, y le obligó a suplicar al príncipe para que publicase una ordenanza para desterrar a los
obispos que Timoteo Eluro había ordenado. El emperador, temiendo excitar la cólera del obispo
de Roma, al cual necesitaba para mantenerse en el trono, accedió a sus deseos, y persiguió a los
‘enti’quianos con la mayor violencia.

Cisma de Oriente

Como la silla de Alejandría se hallase vacante por La muerte de Timoteo, los sacerdotes
eligieron para sucesor suyo a Juan Talaja, sin que ni ‘siquiera aguardasen la autorización del
emperador. Zenón, irritado’ por su audacia, echó de su silla al prelado, que para vengarse
recurrió a] Papa. Mas ya la ‘formidable influencia de Roma ‘empezaba a disminuir en Oriente, y
como ‘el Padre Santo’ quisiese dar con ‘este motivo una repulsa al patriarca de Constantinopía,
se les respondió sencillamente qu’e los orientales no reconocían a Juan Talaja por obispo de
Alejandría, porque así convenía a sus intereses.
Los negocios de Oriente ocupaban mucho al Pontífice; este, sin embargo, no olvidaba los de
Occidente, conforme lo prueban las amonestaciones que dirigió a Juan, metropolitano de
Rávena, el cual ‘había consagrado a Gregorio obispo de una iglesia sin su consentimiento; de su
propia autoridad, trasladó al nuevo prelado a la diócesis de Módena y le ‘emancipó (le la
dependencia del arzobispo.
Este atrevimiento apostólico ocasionó gran inquietud a Juan de Rávena y al patriarca Acacio, que
temían promover nuevos desórdenes en la Iglesia; pero luego sus temores hubieron de cesar con
la muerte del Pontífice, que ocurrió en el año 483.
FELIX III, 5O.~ PAPA

ZENÓN, EMPERADOR — CLODOVEO, REY DE FRANCIA

El papado se alza sobre el Imperio

Celio Félix era romano y de senatorial familia.


Su padre, que era un venerable sacerdote en la iglesia Fasciola, le había hecho abrazar el ‘estado
eclesiástico, por más que se hallase ya casado y tuviese hijos. Después dc la muerte de Simplicio,
el clero se reunió con los magistrados de la iglesia de San Pedro; procedióse a la elección de un
obispo, y Félix reunió todos los votos.
Roma contra Constantinopla

El nuevo Pontífice consideró los negocios de Orientú como su antecesor, y aprovechó la estancia
de Juan ‘Fa-laja ‘en Roma para conocer los secretos manejos del patriarca. Juan Talala, que
deseaba vengarse de sus enemigos, exageró los prejuicios y la mala fe de Acacio; le acusó de
proteger secretamente a Pedro el Monje, e irritó el orgullo del Pontífice manifestándole que las
cartas de Simplicio no habían producido efecto’ alguno ‘en Constantinopla, lo cual era una gran
vergúcuza para la Santa Sede, toda vez que en Oriente se desafiaba de este modo la autoridad de
Roma.
Conforme a sus consejos, ‘el pontífice’ mandó a Zenón embajadores para suplicarle que
persiguiese al Monje como hereje, y para que enviase Acacio a Roma a fin de responder a las
acusaciones que .Iuan había intentado en contra suya, en el informe presentado a la Santa Sede.
Mas los legados Vital y Miseno, al llegar a la ciudad de Abydos, fueron detenidos por orden del
‘emperador; se les quitó sus papeles y se les llevó a la cárcel; Zenón les amenazó con el último
suplicio si rehusaban comulgar con Acacio y con Pedro ‘el Monje. Mas permanecieron
inquebrantables; la violencia aumenta la intrepidez y el valor, y la naturaleza del hombre lucha
siempre con los obstáculos. Esto no obstante,
314 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

los legados, que habían resistido las amenazas, se dejaron seducir por las caricias y regalos, y
declararon que comulgarlan con el patriarca si se les devolvia la libertad; entonces se les abrieron
las puertas de la cárcel, y se embarcaron cf ecti~ amente para Constantinopla, donde cumplieron
su prom’esa, reconociendo a Pedro el Monje como obispo legítimo de Alejandría.
Los embajadores volvieron a Roma, llevando las cartas del ‘emperador y del patriarca de
Constantinopla. Félix, irritado contra ellos por su condescendencia hacia sus enemigos, no quiso
recibirles y convocó un concilio para juzgarles. Ustal y Míseno fueron convencidos de haber
comulgado con los herejes del ~Orient’e, y como tales fueron excomulgados y depuestos.
En el mismo concilio, Pedro el Monje fué, por segunda vez, declarado prevaricador y hereje. En
cuanto al patriarca, se juzgó prudente que Félix escribiese en nombre del concilio para obligarle
a que pidiese perdón por su conducla. Acacio respondió con orgullo aue no se humillaría ante la
Santa Sede, y que no quería someterse; entonces el Pontífice pronunció contra él una terrible
sentencia que le privaba del honor del sacerdocio, y le declaraba excomulgado sin que ningún
poder humano fuese bastante para evitarle el anatema.
La bula de excomunión fué llevada a Constantinopla por un antiguo clérigo de la Iglesia romaíia
llamado Tutus, a quien ‘el Papa entregó al mismo tiempo dos cartas, la una para el emperador y
la otra dirigida al pueblo de Constantinopla. En la primera, Félix se quejaba de la violencia
ejercida contra sus legados, menospreciando el derecho dc gentes, que era respetado po~r las
más barbaras naciones; declaraba luego que la Santa Sede no podría jamás comtilgar por Pedro
de Alejandría, el cual había sido ordenado por los herejes; concluía con amenazas al emperador,
y le obligó a ‘elegir entre la comunión del apóstol San Pedro y la de Pedro de Alejandría.
Las orgullosas pretensiones del Pontífice fueron despreciadas ‘en Constantinopla; Acacio ni
siquiera quiso admitir las cartas que se le habían dirigido. Algunos frailes turbulentos tuvieron
bastante audacia para fijar en su manteo el anatema del Pontífice; mas la justicia del príncipe
castigó su insolencia, y sus cabezas cayerotn bajo. el hacha del verdugo. El ‘embajador, después
de haber cumplido su misión,
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 1315
initó los primeros legados; se dejó seducir por ofertas dc dinero y comulgo con los eneírngos de
Roma.
Al saber esta defección, el Papa, llevado por su furor, lanzó tres anatemas: el uno contra Tutus, y
los (105 restanteS contra Acacio y contra el emperador. Todos sus rayos no bastaron a que el
jatriarca de Constantinopla dejase de continuar en él ejercicio de su ministerios y de suprimir el
nombre de Félix de los dípticos sagrados.

En Africa

La Iglesia se hallaba en Africa igualmente agitada por violentas cuestiones religiosas. llumerico,
que mandaba en estas provincias, hacia profesión d’e arrianismo y perseguía a los ortodoxos por
derechos d’e represalias. Después de la niucrie de este príncipe, Gontamundo, su sucesor, trató
más favorablemente a los fieles que seguían la fe de Nicea.
El Papa convocó entonces un concilio de treinta y ocho obispos, para arreglar la disciplina que
los prélados africanos debían seguir con respecto a los sacerdotes apóstatas y de los fieles que
habían pedido un nuevo bautismo. Los Padres declararon que ‘existía una gran diferencia entre
los que ‘habiar sido rebautizados, conforme a su voluntad, por los herejes, y los que habían
tenido que sufrir, por fuerza, este bautismo, condenaron a los primeros a hacer penitencia y a
someterse a las prácticas religiosas, a fin de qu’e mostrasen la sinceridad d’e su arrepentimiento;
en cuanto a los segundos, se les obligó a hacer una confesión pública. Mostráronse mucho más
severos contra los obispos, los sacerdotes y diáconos que habían ac’eptado el bautismo arriano;
1e3 condenaron a que hiciesen penitencia hasta la muerte, y que viviesen separados de las
reumones. de clérigos y excluidos de tas oraciones de la Iglesia, concediéndoles, tan solo, como
una gracia, la comunión laical en~~el articulo de la muerte.

Testimoniales

En cuanto a los clérigos, los monjes y las virgenes consagrados a Dios, que sehabían pasado a los
herejes, el concilio les infligió doce años d’e penitencia: tres años en. ‘el rango dc oyentes, si’ete
en el de penitentes, y dos en cl
314 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

los legados, que habían resistido las amenazas, se dejaron seducir por las caricias y regalos, y
declararon que comulgarlan con el patriarca si se les devolvia la libertad; entonces se les abrieron
las puertas de la cárcel, y se embarcaron cf ecti~ amente para Constantinopla, donde cumplieron
su prom’esa, reconociendo a Pedro el Monje como obispo legítimo de Alejandría.
Los embajadores volvieron a Roma, llevando las cartas del ‘emperador y del patriarca de
Constantinopla. Félix, irritado contra ellos por su condescendencia hacia sus enemigos, no quiso
recibirles y convocó un concilio para juzgarles. Ustal y Míseno fueron convencidos de haber
comulgado con los herejes del ~Orient’e, y como tales fueron excomulgados y depuestos.
En el mismo concilio, Pedro el Monje fué, por segunda vez, declarado prevaricador y hereje. En
cuanto al patriarca, se juzgó prudente que Félix escribiese en nombre del concilio para obligarle
a que pidiese perdón por su conducla. Acacio respondió con orgullo aue no se humillaría ante la
Santa Sede, y que no quería someterse; entonces el Pontífice pronunció contra él una terrible
sentencia que le privaba del honor del sacerdocio, y le declaraba excomulgado sin que ningún
poder humano fuese bastante para evitarle el anatema.
La bula de excomunión fué llevada a Constantinopla por un antiguo clérigo de la Iglesia romaíia
llamado Tutus, a quien ‘el Papa entregó al mismo tiempo dos cartas, la una para el emperador y
la otra dirigida al pueblo de Constantinopla. En la primera, Félix se quejaba de la violencia
ejercida contra sus legados, menospreciando el derecho dc gentes, que era respetado po~r las
más barbaras naciones; declaraba luego que la Santa Sede no podría jamás comtilgar por Pedro
de Alejandría, el cual había sido ordenado por los herejes; concluía con amenazas al emperador,
y le obligó a ‘elegir entre la comunión del apóstol San Pedro y la de Pedro de Alejandría.
Las orgullosas pretensiones del Pontífice fueron despreciadas ‘en Constantinopla; Acacio ni
siquiera quiso admitir las cartas que se le habían dirigido. Algunos frailes turbulentos tuvieron
bastante audacia para fijar en su manteo el anatema del Pontífice; mas la justicia del príncipe
castigó su insolencia, y sus cabezas cayerotn bajo. el hacha del verdugo. El ‘embajador, después
de haber cumplido su misión,
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 1315

initó los primeros legados; se dejó seducir por ofertas dc dinero y comulgo con los eneírngos de
Roma.
Al saber esta defección, el Papa, llevado por su furor, lanzó tres anatemas: el uno contra Tutus, y
los (105 restanteS contra Acacio y contra el emperador. Todos sus rayos no bastaron a que el
jatriarca de Constantinopla dejase de continuar en él ejercicio de su ministerios y de suprimir el
nombre de Félix de los dípticos sagrados.

En Africa

La Iglesia se hallaba en Africa igualmente agitada por violentas cuestiones religiosas. llumerico,
que mandaba en estas provincias, hacia profesión d’e arrianismo y perseguía a los ortodoxos por
derechos d’e represalias. Después de la niucrie de este príncipe, Gontamundo, su sucesor, trató
más favorablemente a los fieles que seguían la fe de Nicea.
El Papa convocó entonces un concilio de treinta y ocho obispos, para arreglar la disciplina que
los prélados africanos debían seguir con respecto a los sacerdotes apóstatas y de los fieles que
habían pedido un nuevo bautismo. Los Padres declararon que ‘existía una gran diferencia entre
los que ‘habiar sido rebautizados, conforme a su voluntad, por los herejes, y los que habían
tenido que sufrir, por fuerza, este bautismo, condenaron a los primeros a hacer penitencia y a
someterse a las prácticas religiosas, a fin de qu’e mostrasen la sinceridad d’e su arrepentimiento;
en cuanto a los segundos, se les obligó a hacer una confesión pública. Mostráronse mucho más
severos contra los obispos, los sacerdotes y diáconos que habían ac’eptado el bautismo arriano;
1e3 condenaron a que hiciesen penitencia hasta la muerte, y que viviesen separados de las
reumones. de clérigos y excluidos de tas oraciones de la Iglesia, concediéndoles, tan solo, como
una gracia, la comunión laical en~~el articulo de la muerte.
Testimoniales

En cuanto a los clérigos, los monjes y las virgenes consagrados a Dios, que sehabían pasado a los
herejes, el concilio les infligió doce años d’e penitencia: tres años en. ‘el rango dc oyentes, si’ete
en el de penitentes, y dos en cl
316 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

de consistencia; permitiendo, sin embargo, a sus pastores,~ que les socorriesen en ‘el peligro de
muerte. El último artículo so refería a los jóvenes cuya edad podía excusar la apostasía. Los
Padres ordenaron a los obispos que les sometiesen a la imposición de manos, sin sujetarles a la
penhtencia, y prohibieron a los sacerdotes el recibir en su comunión a los clérigos y los laicos de
otra diócesis si no presentaban cédulas testimoniales de su obispo o de sus pastores.
Acacho había muerto durante el año 489, y el emperador habia elevado sobre la silla de
Constantinopla a un sacerdote llamado Flavita, que, deseando contentar al Papa y a Pedro el
Monje, escribía a un mismo tiempo a los dos obispos que no aceptaba otra comunión qu’e la
suya; pero su mala fe hubo de ser descubierta, y Félix rechazó vergonzosamente a sus
comisionados. Mgunos días después, Flavita lanzaba el último suspiro, ocasionado, según unos,
por ‘el veneno, y según otros, por una enfermedad desconocida. Ocupó la silla patriarcal cuatro
meses.
Fufemio, su sucesor, deseando restablecer la paz en la Iglesia, consintió ‘en borrar el. nombre de
Pedro el Monje de los sagrados dípticos, y restableció ‘el del obispo de Roma; después de lo ~ual
envió comisionados al Pontífice para pedirle su comunión. Félix rechazó sus proposiciones
porque el patriarca quería conservar en los dípticos los nombres de Acacio y de Flavita, y su
obstinación retardó aún la unión de las dos Iglesias de Occidente y Oriente.
Después de la muerte del -emperador Zenón, un príncipe devoto y supersticioso llamado
Anastasio, subió al trono. Así en Constantinopla como en Roma, la audacia del clero había
aumentado tanto por la tolerancia de los emperadores, que el patriarca se atrevió a acusar a
Anastasio ante ~a asamblea del púeblo, diciéndole que era un hereje indigno de mandar a los
cristianos, y hasta rehusó coronarle antes de que el príncipe diera su profesión de fe por escrito y
de que hiciese un solemne juramento de que en punto a religión no cambiaría nada.
El Papa Félix escribió al ‘emp’erador con objeto de felicitarle por su elevación al trono, y
asegurarle su obediencia y res~peto; mas no tuvo la satisfacción de ver ‘en los. negocios de la
Iglesia el cambio que tanto deseaba; muriá en 25 de febrero de 492, después de un pontificado de
nueve años.
GELASIO, 51.u PAPA

ANASTASIO, EMPERADOR — CLODOVEO, REY DE FRANCIA

Separación de las dos potestades y usurpación del pontificado máximo

Gelasio era africano e hijo de Valerio; ‘el clero y ‘el pueblo romano le elevaron a la Santa Sede
algunos días después de haber muerto Félix.
Luego que cl patriarca Euf.emio hubo recibido la noticia de esta ‘elección, escribió a Gelasio
quejándose de que no había recibido aviso de su ordenación conforme al uso establecido, y le
dirigió al mismo tiempo su profesión de fe.
El Papa contestó a Eufemío: «Verdad es que la antigua regia ordenaba a nuestros Padres, qu~ s’e
hallaban unidos por la comunión, que diesen aviso de su ordenación a sus colegas; mas ¿por qué
habéis preferido una sociedad extranjera a la de San Pedro? Decís que d¿~bo usar de con-
descendencia hacia vos... Pero si debo levantar a los que han caído, ¿ estoy yo en obligación de
precipitarme con ellos al fuego. ‘eterno? Condenáis a Entiques y defendéis a Acacio.. Pero ¿no
es más culpable el comiílgar con los enemigos conociendo la verdad? Preguntáis en qué co~cilio
Acacio ha sido condenado, como si se necesitase de una condenación particular para echar de la
Iglesia a un católico que se atreve a comulgar con gente manchada por la herejía...!» Eft fin,
Gelasio termina su carta declarando a Eufemio que su respuesta no es una prueba de ~omunián, y
que le ‘escribe como si fuese iín extraño.
La intolerancia del Pontífice ocasionó el efecto que se debe esperar siempre de las medidas
extremas; ellas acrecientan el mal. Convencido el patriarca de que había injusticia y aun dureza
en la condena de Acacio. no quiso someterse a las órd’enes del Papa; y las dos primeras sillas de
la cristiandad continuaron aún separadas de su comunión durante muchos años.
Gelasio insistió con invencible tenacidad en el negocio de Acacio; la más ligera concesión podía
devolver fácil-
818
HIS’tORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
1
m~ente la paz a la Iglesia; mas prefirió ver la turbación y desunión entre los fieles, antes que
abandonar sus injustas pretensiones.
Sabiendo el Pontifice que el pelagianismo reaparecía en Dalmacia, escribió a un obispo del país
llamado Honorio para que avisase a sus colegas que se alejasen de los que se hallasen infectados
de la herejía. El prelado respondió con prgullc que extraflaba su extraordinario celo por las
Iglesias de Dalmacia, y que él no necesitaba que se le re~ordasen sus deberes para vigilar el
progreso del cisma.
G’elasio, traído a sentimientos de humildad por ¿1 vigor de Honorio, replicó que la Santa Sede
vigilaba todas las Iglesias del mundo para conservar la pureza de la fe y que no tenía la
pretensión de imponer su voluntad a los obispos de D:almacia.
Así la ambición del Papa le expuso, por segunda vez~ a severos reproches por parte de los
obispos extranjeros. Bien pronto los herejes que trataba de combatir en lejanos paises, se
levantaron a sus ojos en el Piceno. Un anciano, llamado Séneca, ensei’iaba el pelagianismo y
llamaba a su partido gran número de sacerdotes y hasta obispos. El Papa escribió entonces a los
prelados de Piceno para ‘detener la propagación de la herejía, y les mandó un tratado contra los
pelagianos con el fin de combatir la doctrina que predicaban y para demostrar a los fieles que el
hombre no ~podia vivir sin pecado.
Algunos meses después los embajadores que el rey Teodorico habia enviado a Oriente se
dirigieron a Roma de vuelta dc su misión~, y obligaron al Pontífice a escribir al emperador
Anastasio que se quejaba de no haber recibido aúr~ la noticia de su ordenación.
No atreviéndose Gelasio a desobedecer a los diputados de Teodorico, dirigió al emperador de
Oriente una larga epístola en que se veía la exttaord.íliaria audacia usada por los Pontífices
romanos. «Existen, dice, dos poderes que gobiernan soberanamente al mundo: la autoridad
espiritual y la autoridad temporal; la sagrada autoridad de los obispos es tanto más grande,
cuanto en el día d1el juicio deberán dar cuenta de las acciones de los reyes. Ya sabéis,
magnánimo emperador, que vuestra dignidad sobrepuja la de los otros príncipes de la tierra. Esto
no obstante, os halláis obligados a someteros al poder de los ministros, toda vez que tenéis que
dirigiros a ellos para preguntar lo que
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
819
dbéis seguir para recibir los sacramentos y disponer de las cosas religiosas.
»Los obispos persuaden a los pueblos que Dios os ha dado un soberano poder sobre las cosas
temporales, y les someten a vuestras leyes; pero, en cambio, tenéis que obedecer con entera
sumisión a los que ‘están destinados a distribuiros los divinos sacramentos. Si los fieles deben
seguir ciegamente las ordenes de los obispos que cumplen dignamenbe sus funciones, con más
fuerte razón tenéis que ceder a la voluntad del Pontífice de Roma, que Dios ha elegido como el
primero y al que la Iglesia siempre ha reconocido por supremo jefe...
Esta carta, obra maestra de orgullo, de hipocresía y de impudencia, es una enseflanza para los
pueblos que meditan sobre las causas de la tiranía de los sacerdotes y los reyes.
Gelasio quiso ‘extender su autoridad a todos los países cristianos, y convodó en Roma un
concilio de sesenta obispos, para restablecer, según decía, una distinción entre los libros
auténticos y los apócrifos. Los. protestantes combaten la existencia del pretendido decreto que
fué dado en este concilio.
Juan, obispo de Rávena, había avisado al Papa el estado deplorable en que se hállaban muchas
iglesias de Italia, las cuales carecían de pastor, y Gelasio escribió a los prelados autorizándoles
para que confiriesen órdenes Sagradas a los frailes que no habían cometido crímenes o que no se
Ihubiesen casa4lo dos veces.
Entre ‘otras reglas de disciplina clerical prohibe, asimismo, bautizar ~en cualquier ~tiempo que
no sea las fiestas de Pascua y de Pentecostés, a menos gue aquel al cual se confiera el bautismo
se halle en peligro de muerte.
En seguida se entromete a sanlificar a las mujeres.

Monjas

En lo que se refiere a las vírgenes, quiso que se las pusieso el velo en el día de la Epifanía, en la
época de Pascuas, o durante la fiesta de lo~ Apóstoles, consideró a las viudas como indignas de
ser consagradas a Jesucristo, y no permitió que ~entrasen en los monasterios. Condena a ser
expulsados del clero, a los eclesiásticos ordenados por ‘el oro, y somete a la penitencia, por toda
su vida, a los que
320 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES ~321

se hallaban convencidos de estar en relaciones con las vírgenes consagradas a Dios.


En lo que toca a las viudas que se casan después de haber hecho profesión de conservar ‘el
celibato, el Pontífice no les impone penitencia alguna; mas quiere que se les reproche en público
la falta que han cometido.

Rentas
Gelasio trata águalmente la cuestión sobre los bienes de la Iglesia: ordena que se hagan cuatro
partes; la una para el obispo, la otra para el clero, la tercera para los pobres y la otra para las
fábricas, prohibiendo :aJ obispo ‘el (IUC disminuya nada del clero, y al clero que no tome nada
de lo que ‘es del obispo. El prelado, aflad~e, tiene que emplear fielmente la parte destinada a las
construcciones de la Iglesia siít sacar de ello provecho alguno; y en cuanto a la parte que sc
refiere a los pobres, ya dará cuenta, a Dios ‘Á no cumple con sus deberes en la tierra. Quiere
decir que no ha de dar cuenta a nadie.
3nocimos bajo el nombre de Antiguo Sacramentario; captando una tras otra las funciones del
antiguo pontificado gentflico.
EJ Pontífice descubrió en Roma algunos maniqueos, y guiado poí una mala política, mandó
quemar sus libros frente a la iglesia de Santa María; y a fin de impedir que estos peligrosos
herejes evitasen las penas a que les suje‘taban las leyes imperiales, publicó un decreto ordenando
a todos los fieles que comulgasen bajo las dos especies, so pena de anatema.
En esta época se creía que la comunión, bajo las dos es pecies, era de derecho romano, por más
que los cardenales Baronio y B’ossa hayan querido ‘establecer una opinión contraria.
Por fin Gelasio murió ‘en sus trabajos apostólicos en 8 .de septiembre de 496.
La Purificación y las Lupercales

Los senadores dic Roma querían i~establ’eeer la fiesta de las Lupercales, durante la cual los
sacerdotes del dios Pan corrían desnudos por la ciudad, hiriendo con correas de piel de cabra a
las mujeres que ‘euc~ntraban a su pas~o, las cuale~ les ‘extendían las manos para que esto.s
eolpes las hiciesen fecundas. Gelasio prohibió que tal superstición se renovara en medio del
cristianismo, y como los romanos atíibuían las desgracias públicas que desolaban la ciudad a la
supresión (le ‘estas fiestas, compuso una obra par~ mostrar lo ridículo de este fanatismo; este
escrito ha líe’gado a nuestros días bajo el titulo dé liXi,scurso contra Andróma ca.
Pero como el pueblo continuase murmurando por haberse suprimido esta vieja costumbre del
paganismo, Gelasio determinó reemplazarle con la fiesta de la Purificación de la Santa Virgen.
Gelasio introdujo nuevas fiestas en la Iglesia, arregló la liturgia, los oficios divinos y todo lo
que se relacionaba icon el culto. Inscribió sus reglamentos en un libro que co
Historia de los Papas.——Toino I.—21
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES .323

ANASTASIO II, 52.~ PAPA

ANASTASIO, EMPERADOR — CLODOVEO, REY DE FRANCIA

Después de la muerte de Gelasio. el clero y el pueblo de Roma eligieron para gobernar la Iglesia
a Anastasio lI~ romano.
El nuevo Pontífice, animado por sanas intenciones, quiso apagar el cisma que separaba el Oriente
del Occidente. Al principio escribió al emperador Anastasio, rogándole que procurase la paz de
las Iglesias. Estas gestiones fueron origen de murmuraciones entre los falsos devotos, y gran
número de sacerdotes y obispos se separaron de la comunión de Anastasio.
Conversión del rey de Francia

Luego un importante suceso hubo de fijar la atención del Papa y de la Iglesia de Occidente:
Clodoveo, rey de Francia, acababa dc convertirse al cristianismo. La ceremonia d.c su bautismo
tuvo lugar en Reims, con toda la magnificencia y pompa que el hábil obispo creyó que debía
ostentar ante las salvajes hordas que acompañaban a su neófito. Las calles se hallaban
alfombradas con ricos tapices; ‘el templo resplandecía a la luz de millares de cirios perfumados,
y el baptisterio, lleno de aromas, exhalaba suavísimos olores; jóvenes, doncellas y niños
hermosísimos, coronados dc flor.e~, llevaban los Evangelios, la crui y los guiones, mientras que
el preLado, llevando al rey de la mano, entraba en el santuario seguido por la reína Clotilde y por
los jefes del ejército. Cuando el obispo vertió el agua bautismal sobre el nuevo cristiano,
pronuncío estas palabras: «Humilla la cabeza, orgulloso sicambro: de aquí en adelante adorarás
lo que tú entregabas a las llamas, y quemarás lo que tú adorabas».
A imitación de los judíos, el obispo ungió la frente del rey con óleo aromático. Esta piadosa
astucia del santo
crisma se debe al célebre ítem aro, de Reims; él fué el primero que expuso a la adoración de los
fieles la santa botella, la cual no era otra cosa que uno de esos lacrimatorios que se encuentran
con frecuencia sobre las tumbas romanas, y que parecen haber co~tenido el ‘bálsamo de que se
servían en las ceremonias ‘expiatorias para regar las cenizas de los muertos. Con el rey fueron
bautizados tres mil guerreros y sus hermanas Mbo.freda y Laudechilde, todos arrianos.
Después de las ceremonias, el jefe de los francos dió al obispo de Reims muchos dominios
situados en las provincias de la Galia, que acababa de conquistar. De este acuerdo entre el rey
franco y el prelado, resulté que las ciudades armoricanas consintieron ‘en someterse a la’
autoridad del nuevo católico, y acrecentaron de tal modo su fuerza, que se encontró en
disposición de luchar con los borgoñones y los visigodos.
Esta conversión se pareció, por las circunstancias y los motivos políticos, a la de Constantino.:
así ‘el Padre Santo se apresuré a escribir a Clodoveo felicitándole porque Dios le hábia
concedido la gracia encendiendo en él las luces de la fe.
Terminadas ~en Qonstantinopla las negociaciones del patricio Fausto, los legados se obligaron a
nombre del Papa a firmar el Henoticón de Zenón, y recibieron del emperador de Oriente la
promesa de que se reunirían las dos sillas. Pero a su vuelta a Roma supieron que el Papa
Anastasio había muerto en el mes de marzo de 498.
Mu~hos historiadores afirman que Dios le hizo morir de repente para castigarle de haber recibido
en su comunión a Focio; otros pretenden que su muerte fué vergonzosa, y que arrojó sus entrañas
mientras que obedecía a las leyes de la naturaleza.
Si Anastasio hubiese vivido algunos años, habría reparado el mal que sus predecesores habían
hecho a la Iglesia con su rigor excesivo. Era amante de la paz, dirigía con. celo e ilustración los
negocios, y sus cartas se encuentran llenas (le pensamientos morales y de citas juiciosas de pa-
sajes de la Escritiíra. Fiíé ‘enterrado en la basílica de San Pedro.
Después de su muerte la discordia se amparó de la silla pontificia, y las luchas volvieron a
empezar entre los fieles.
SIMMACO, 53u PAPA

ANASTASIO, EMPERADOR DE ORIENTE — CLODOVEO,

CHILDEBERTO, REYES DE FRANCIA

La mitra romana en manos del emperador

La horrible confusión de los negocios l)OlítiCOS y las caíainidades públicas, no detuvieron la


ambición del clero.
Después de Anastasio, brotó un nuevo cisma cuyo autor era el patricio Pesto. Este ciudadano,
muy amante del bien público, quiso restablecer la paz ‘entre las Iglesias de Oriente y Occidente,
e hizo elegir obispo de Roma al arcipresLe Lorenzo, que se había obligado a subscribir el
Henoticón (le Zenón. La mayor parte del clero ~e decidió en. contra de su protegido y eligió al
diácono Simmaco, hijo de Fortunato y natural de Cerdeña.
Los dOL fueron ordenados Papas el mismo día: SimmaCo ‘en la basílica de Constantinopla;
Lorenzo en la de Santa Maria; el Senado y el pueblo favorecíeroíí al uno o al otro conforme a sus
caprichos o intereses, y resufló de ello una violenta sedición durante la cual se ejecutaron en
Roma todos los horrores de una guerra civil y religiosa.
Para concluir ‘el cisma, los ciudadanos notables obligaron a los dos contrincantes a que fues.eíí,
a Rávena pa.ra que el rey Teodorico juzgara sus cu~estiones.
El príncipe resolvió que la Santa Sede pertenecía al que había sido primeramente ordenado, y
según los informes vióse que esta sentencia elevaba a Simmaco y excluía dc ‘ella a Lorenzo.

Elección papal

Los primeros cuidados del nuevo Papa consistieron en remediar los males de la Iglesia; reullió
un concilio de setenta y dos obispos, que celebraron su primera sesión el primer dL del mes de
marzo del año 499, y les propuso que buscasen los medios para evitar las intrigas de los obispos
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES ~25

y los tumultos yopulares que ocurrían siempre que se ordenaba a un Pontífice.


Después de repetidas aclamaciones, mandó leer por el notario Emiliano los decretos dad’os por
los Padres.
Primero: «Si algún sacerdote, diácono o clérigo, viviendo el Papa, y sin su autorización, promete
su sufragio por jiiramento o por firma, o bien delibera sobre este asunto en las ~sambleas, será
depuesto o excomulgado. »
Segundo: <(Si el Papa muere de repente, sin haber provisto a la elección d’e su sucesor, ‘el que
alcance los sufragios de todo el clero o del mayor número, será el obispo legí— \timamente
consagrado.»
Tercero: «El que descubra las intrigas que acabamos de condenar y pruebe su existencia, no sólo
quedará absuelto si es cómplice, sino que aún se le recompensurá con llargueza.»
El concilio manifestó su consentimiento por nuevas aclamaciones: ‘el Papa y setenta y dos
obispos firmaron <estos decretos lo mismo que setenta y siete sacerdotes, entre los cuales figura
‘el primero Celio Lorenzo, arcipreste del título de Santa Práxedes, el mismo que había sido
elegido antipap:a y que luego obtuvo el obispado de Nocera.
P’ero los amigos del cismátiico Lorenzo, los senadores Festo y Probino, no quisi’eron reconocer
al nuevo Pontífice y le acusaron de crímenes horribles, ofrecielndo probarlos ante el rey
Teodorico, que se encontraba en Rávena.

Matanza entre católicos

Entretanto los desórdenes continuaban en Roma; las casas eraíi entregadas al pillaje; matábase a
los ciudadanos bajo pretexto de religión y con objeto de hacer triunfar la causa de la Iglesia, y
hasta las mismas vírgenes eran violadas y morían bajo el puñal del asesino.
Gracias a esta confusión, Lorenzo fué llamado a la ciudad, y como su presencia aumentase el
furor de ambos partidos, se tuvo que recurrir ‘al auxilio de Teodorico. Así <es que F’esto y
Probino suplicaron, al príncipe qu¿e les mandara un visitador.
Teodorico llamó al obispo de Altino’, y le dió orden para que al llegar a Roma se dirigiese
inmediatamente a la basílica de San Pedro con objeto de saludar a Símmaco y pedirle el nombre
de sus acusadores, a fin de que se ~1e~
326
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
interrogara por los prelados, mas sin que, por esto, se les pudiese aplicar el tormento. El obispo
de Altino no siguió estas instrucciones, puesto que rehusó ver al Pontífice e hizo causa común
con los cismáticos. Entonces los católicos, indignados por la conducta de este obispo, quisieron
echarle de, la ciudad, y consideraron su nombramiento como una violación de los cánones.
Deseando el príncipe devolver la tranquilidad a Roma, dirigióse hacia esta ciudad y convocó un
concilio. para que examinase, las acusaciones dirigidas contra Siminaco.

El papado trata de substraerse al concilio


y al emperador

Obedeciendo sus órdenes, los obispos de las diversas provincias del Imperio se dirigieron hacia
la capital de Italia. Pero algunos, excitados por Símmaco, tuvieron bastante audacia para lanzar
acusaciones al monarca: dijeron que había turbado el orden de la disciplina eclesiástica haciendo
reunir los obispos; añadieron que el Papa era el único que tenía bastante autoridad para convocar
concilios, toda vez que había heredado su jurisdicción del Pontífice San Pedro, y que, en fin, no
existía ‘ejemplo alguno de que’ un Papa fuera sometido al juicio de sus inferiores.
Como se ve, la tiranía del clero, no sólo pesaba ya sobre los pueblos, sino también sobre los
reves. La (lebilidad dc Teodorico hizo aún más formidable el poder de los obispos de Roma.
Los de Italia, reunidos en concilio, no quisieron visitar a Simmacc> para no hacerse sospechosos.
El Papa dijo a los Padres que se hiciese retirar al obispo visitador, llamado, contra los
reglamentos, por una parte del clero y por los notables, y que se le restituyesen los tesoros que
habla perdido. Teodorico rechazó sus peticiones, ordenando que Simmaco respondiera antes de
todo a sus acusadores, y mandó trasladar el concilio a la basílica del palacio de Lesorio.
Espectáculo romano

Muchos prelados, en interés de la justicia, propusierou que se recibiese el libelo de los


acusadores; mas su opinión fué rechazada, como atcntator,ia a la dignidad de la Santa,
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
327
Sede. Simmaco, tranquilizado por ~la buena disposición de los prelados, ganados con oro o con.
¿promesas, se dirigió al concilio seguido por gran ni~imero de partidarios. Entonces los
enemigos del Pontífice, desesperando alcanzar una ~sentencia equitativa, y furiosos por su
actitud audaz, atacaron su acompañamiento, lanzando una lluvia de piedras contra los sacerdotes
que iban a su lado~ y quiza les hubiesen muerto si las tropas del monarca n>o hubiesen ¡atacado
a los rebeldes. Entonces los partidarios de Simmaco se esparcieron por la ciudad, forzaron las
puertas de los conventos,~ asesinaron a los frailes y a los clérigos, arrancaron de sus pacíficos
retiros a las virgenes sagradas, las pasearon por las calles completamente desnudas y las azotaron
con varas.
El Papa fué en seguida citado cuatro veces ante el concilio; se excusó de comparecer, y los
Padres declararon que no podían condenar a un. ausente.
Esta sentencia se hallaba concebida ‘en estos términos:
«Declaramos a Simmaco libre de las acusaciones intentadas contra él, dejándolas al juicio del
Señor.»
Como el pueblo rehusara someterse a las decisiones del concilio, los amigos de Lorenzo atacaron
la validez de este juicio. Simmaco, desconfiando de calmar los tumultos que se iban haciendo
más violentos, convocó un nuevo conciliQ~ Ochenta obispos, treinta y siete sacerdotes y cuatro
diáconos formaron esta asamblea; el diácono Ennodio, servil adulador de la Santa Sede,
encargado de refutar el libelo de los partidarios de Lorenzo, terminó su arenga diciendo que el
Pontífice era el más virtuoso, el más puro y el mas santo de todos los hombres.
El emperador Anastasio peotestó contra la sentencia del concilio, y acusó al Papa de muchos
crímenes, en. un libelo que mandó publicar en Italia.
Simmaco rechazó estas acusaciones en una carta apostólica donde manifiesta al emperador que
el interés de su dignidad le obligaba a poner límite a este escándalo. y que responderá con libelos
a las injurias con ‘que se trata de manchar su honra. Invoca el testimonio de la ciudad de Roma.
la cual no se halla infectada de m.a.ni~queismo, y nunca se ha apartado de la fe de la Santa Sede;
acusó al príncipe de ser eutiquiano, y coj~i bellos discursos le lleva a esta reflexión: (<Ya veis,
señor, que nuestra dignidad es superior a todas las grandezas del mundo».
Termina su carta con estas ‘amenazas al emperador: «Si
328 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES. HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES

llegáis a probar la verdad de las acusaciones que contra. mi se han formulado, quizás llegaréis a
lanzarme de la Santa Sede; pero ¿no teméis perder vuestra coron.a si no lográis vuestro objeto?
Recordad que sois hombre y que esta causa será discutida ante el tri’bu~na.l de Dios. Verd<ad es
qu’e un sacerdote ha de respetar las autoridades d~e la tierra, pero no. a las que exigen cosas que
se oponen a las leyes de la Iglesia. Respetad a Dios ea nosotros, y nosotros le respetaremos en
vos; si no os in,spira veneración nuestra persona, kcómo podréis afirmar vuestra dominación
sobre los pueblos y usar los privilegios de una religión cuyas leyes habéis despreciado? Me
acusáis de haber conspirado con el Senado para lanzaros mi excomunión~ ¿no he seguido en esto
el ejemplo de mis antecesores’~ Nosotros no os anatematizamos a vos, señor, sino a Acacio;
separaos de él y os separaréis también de su excomunión; de otra manera no os habremos
condellado nosotros, sino vos mismo.»

Teoría notable

Simmaco se quejaba luego de la persecución que el qmperador hacía sufrir a los católicos
prohibiéndoles el libre ejercicio dc la religión y tolerando sus herejias. «Aunque nosotros
profesásemos el error, añadía, debiérais tolerar como los otros nuestro culto; o bien, si nos
atacáis, es necesario que ataquéis las demás herejías.»

Galantería papál

E~ las Galias, las hazañas de Clodovev.o habían ‘engrandecido tanto la reputación d’e las
huestes francesas, que el emperador Anastasio quiso celebrar un tratado de alianza ~ou el nuevo
conquistador, y le envió, a este efecto, ~mbajadores cargados de ricos presentes, entre los cuales
se veía una preciosa corona de oro enriquecida con piedras preciosas que el rey franco hizo
devolver al Pontífice para que fuese depositada en la basílica de Sa~n, Ped~ro.
Esta clase de liberalidades dieron en lo sucesivo origen a los más intolerables abusos. Felipe de
Comines, que no carecía de religión ni de piedad, censura ‘extraordinariamente la munificencia
de los reyes hacia eI~ clero. Al hablar
de Luis XI, se expresa en estos términ<os: «El. gracioso mo~arca daba mucho a los curas; mejor
hubiera sido que hubiese dado menos, pues tomaba de los pobres y daba a los que no necesitaban
nada.<>

En Oriente

En la Iglesia de Oriente continuaba siempre la con!~usión. y el tumulto’; los católicos ejercian


contra los herejes todas las crueldades que inspira la venganza, y éstos, a su vez, fiados en el
apoyo de Anastasio, perseguían con encarnizamiento a sus adversarios; los monasterios se
habían convertido en teatros de guerra, tanto más crueles, cuanto se hacían bajo el pretexto de
religión y cuanto se hallaban originadas por la ambición y venganza de los curas.
Traduciremos un pasaje de Juvenal que describe perfectamente la situación en que se hallaba el
Oriente: «Los. ciudadanos de la villa de Omba y los dc Tenlíra, son desde muchos años
irreconciliables enemigos; jamás han querido formar alianzas; su odio es inveterado e inmortal, y
‘esta llaga incurable aun destila sangro. Estos pueblos <están furiosos.ilos unos contra los otros,
porque los ombianos adoran un dios que los tentirianos maldicen; cada uno pretende que su
divinidad es la verdadera y la única.» El .odio de los orientales, que era tan ridículo en su crí gen
y se hallaba tan mal fundado como el de los habitantes de Omba y de Tentira, hizo llover un
diluvio de calamidades sobre la Iglesia de Constantinopla.
Por fin, los orientales pidieron el auxilio de Si.mmaco en una larga epístola que dirigieron a
Roma y a los obispos de Occidente.
La ortodoxia de los orientales y la compasión que inspiraban sus desgracias, eran 19 bastante
para determinar al Pontífice a que cesara en su rigor y a qu.e les proporcionase una paz que tanto
necesitaban. Simmaco rechazó todas sus súplicas, y con su rigor demostró que los Papas no
saben perdonai’ cuando se resiste a sus ambiciosos deseos.
Símmaco falleció en 19 de julio dc 514, s~n que hubiiese podido destruir las acusaciones de
adulterio. Sus restos fueron depositados en la iglesia de San Pcd,ro.
1-IISTORIA DE LOS REYES

SIGLO V

El siglo y fué tan fatal a los Imperios de Oriente y Oc~cidente, como lo había sido a la Iglesia de
Roma por los desórdenes y sediciones que agitaron los. pueblos. En Oriente, Arcadic había
muerto, y su hijo Teodosio II, llamado el Joven, permanecía bajo la tutela de Isdegerda. En
Occidente, Estilicón, tutor de Honorio, quería elevar a su hijo Euquerio al trono, mas como s,us
ambiciosos proyectos se (lescubrierau, fué condenado a muerte por orden del joven príncipe, que
tomó entonces las riendas del gobierno.
Honorio, dominado por las fogosas pasiones de un temperamento ardiente, olvidó sus Estados,
abandonó la capital de su Imperio con objeto de vivir en la ciudad (le l’láven,a, a la cual llamaba
su polla; y mientras se entregaba a It; placeres en brazos de sus queridas, el temibl<e Alarico, rey
de los visigodos, después de haber asolado el Oriente, donde Bufino le había llamado, vino a
Italia y se apodenó por traición de Roma.
Multitud de pequeños tiranos se elevaron luego contra Honorio para desmembrar sus Estados;
pero concluyeron por exterminarse con rivalidades y guerras, y el príncipe. que quedó due¡lo del
Imperio, murió sin sucesión.

Teodosio el Joven

En Oriente, Teodosio el Joven sucedió a su padre Arcadio. Este príncipe, enteramente ocupado
en ejercicios de
‘y
332
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
piedad había convertido su palacio en convento; todas las mañanas recitaba himnos sagrados y
cifraba toda su gloria en penetrar los misterios de la redigión cristiana. Profesaba gran respeto a
los sacerdotes, principalmente a los que afectaban cierta santidad en las costumbres, y estos
hombres insaciables alcanzaban de él. todo lo que querían. Su hermana Pulqueria, princesa de
raro mérito, gobernó el Imperio durante la minoría de este príncipe, y conservó igualmente la
administración de los negocios hasta la época de su matrimonio con Eudoxia; entonces quitó a
ésta el soberano poder e invistió con él a la emperatriz.
Teodosio poseía las virtudes de un fraile y los vicios de un príncipe; su negligencia en el
gobierno del Estado era tan grande, que firmaba, sin leerlos cuanto le presentaban sus ministros.
Así, Pulqueria, queriendo un dia mostrarle el peligro de su excesiva negligencia, le hizo
l)r’esentar un acta donde constaba la venta de su mujer a su cocinero; y conforme a su
costumbre, puso el sello imperial en el acta.
Durante el reinado de Teodosio, apareció en Oriente el terrible Atila, que, lanzado de las Galias y
de Italia por A’ecio, invadió, con sus hordas, la Iliria, la TraÑa., l.a Macedonia y la Grecia,
destruyendo todas las ciudades a su paso y flO dejando en todas partes más que la soledad y ‘el
desierto. El débil Teodosio rio logró detener ese temible enemigo sino dándole montones d’e oro
y reconociéndose tributario suyo.
El Imperio no se hallaba aún repuesto de las sacudidas que había experimentado a consecuencia
de la invasión de los bárbaros cuando nuevos tumultos hubieron de sumergirle en una confusión
horrible. Las perturbaciones del Estad.o reconocían dos causas: primero, el destierro de la em-
peratriz, que Teodosio había relegado a Palestina a consecuencia de algunos celos; y en seguida
la persecución que había suscitado con San Flaviano y sus partidarios. En el concilio de Efeso,
que convocó para juzgar a este prelado, el furor religioso fué llevado tan lejos, que algunos
Padres, en un, transporte de fanatismo, se lanzaron sobre el desgraciado Flaviano, al cual
mataron en el mismo sitio que ocupaba. Zonaro, que cuenta este hecho, aña~de que el obispo
Dios-coro subió en el pecho del patriarca, te holló con sus pies y bailó encima de su cadáver.
Este concilio de bandidos, conforme les llama Nicéforo y Calixto, dos autores griegos
contemporáneos, dió un decreto por el cual se obligaba a los gobernadores a que matasen a sus
enemigos en todas
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
32~3
las provincias del imperio. La ciudad de Alejandría, sobre todo, fué teatro de los hechos más
atroces: los sacerdotes de la secta triunfante, después de haber degollado a las mujeres, a los
niños y a los ancianos, mataron al pastor Proteno y devoraron sus entrañas. Teodosio aplaudió el
furor de estos caníbales en vez de castigarles; mas el cielo no tardó ntticho’ en vengar las
victimas de su fanatismo, pues.to que al entrar en Constantitiopla, el príncipe cayó del caballo y
se rompió el cráneo.

Valentiniaflo III

En Occidente, Valentiniano III, hijo de Constancio y de Gala Placid.ia, había tomado las riendas
del gobierno después dc haber vencido val tirano Castino’, que le disputaba el treno; pero luego
fué muerto por Anicio Máximo que se apoderó del Imperio y obligó a la reina Eudoxia a ~qu.e
fu~ra su esposa. Esta, para vengarse del usurpador, llamó a Gensenico a Italia. Al acercarse este
temible conquistador, Máximo quiso emprender la fuga; mas Eu4oxia no le dio lugar para ello:
unos soldados le detuvieron en. su palacio, le destrozaron con su espada y lanzaron su cuerpo ál
Tíber.
El trono, en seguida, fué repartido entre ocho príncipes que ¡aumentaron las desgracias del
Imperio, y gravitaron sobre los pueblos hasta la época de la conquista de Italia por Odoacro, que
gobernó con el titulo de rey:

Marciano
Marciano de Tracia, que se había casado con Pulqueria, suc’edió en Oriente a Teodosio II, el
cual hizo escribir en letras de oro y en su palacio esta bella máxima: <Los reyes no deben hacer
la guerra cuando pueden obtener la paz».
Reinó seis ‘años y murió envenenado por el patricio Arpar y su hijo Ardaburio, jefes del ejército.
Como estos asesinos desdeñasen el título de emperador y se contentasen con ejercer su
autoridad, presentaron al Senado uno de sus capitanes, llamado León, y le hicieron proclamar
jefe del Imperio én 7 de febrero del año 457. Algunos autores pretenden que este príhcipe fué
coronado por el patriarca de Constantinopla, y que ést’e fué el primer ejemplo
334 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 385

de la Coronación de los reyes; ceremonia que luego fué


renovada cuando los monarcas griegos subieron al trono. Zenón

León

León, hecho emperador, quiso deshacerse de los que le habían ‘elevado, y cuyo poder temía. xi
principio íes colmó de honores, procuró que licenciaran su guardia, y les in~sjflUó que
renunciaran al mando del ‘ejército. Pero como su astucia no produjera el ‘efecto que esperaba,
cambió de táctica, y de arriano que era, se convirtió en católico perseguidor y ferviente, a fin de
suscital- enemigos contra Arpar, que profesaba el arrianismo. Esta nueva astucia piodujo sus
resultados: los sacerdotes, viéndose sostenidos por ‘el emperador, amotinaron al pueblo contra
Arpar y su hijo, y atacaron su palacio con tal furia, qu!e éstos no tuvieron más tiempo que el d’e
huir a la basíli~ca de Santa Eufemia que era un lugar de asilo. Entonces Lek5in se dirigió hacia
ellos, les tranquilizó respecto á las consecuencias de este motín, juró que serian protegidos contra
‘el pueblo y les resolvio a que dejaran la basílica. Mas no buen cruzaron el umbral de esta
última2 cuando sus cabezas rodaron a los pies del príncipe. Exasperados por este acto de
debilidad y perfidia, los arrianos quisieror~ vengar la muerte de sus protectores; ‘empuñaron las
armas, se sublevaron contra León, y clamaron en su socorro a los godos. Genserico, rey de estas
hordas bárbaras, correspondió a su llamamiento y fué a sitiar a Constantinopla. En los dos años
que duró esta guerra, ‘el emperador vivió encerrado en una torre desde la cual vió arder su
capital y su flota, compuesta de mil naves, sin que se atreviese a defenderlas; por fin se
desembarazó de Genserico pagándole cantidades enormes, fruto de los sudores del pueblo y que
habfa acumulado en
su fortaleza.

León II

Al morir, instituyó heredero a León II, su nieto’, que no contaba más de tres años, en perjuicio de
Zenón, su yerno. Esta elección había sido resuelta por los sacerdotes que profesaban un odio
violento a este piínci.p’e a causa de su arrianismo.
A despecho del clero, Zenón, luego de muerto su suegro, tomó las riendas del Estado como tutor
de su hijo; en seguida dió a sus hechuras las más altas dignidades; conquistó el afecto del pueblo
disminuyendo los impuestos, y luego que las cosas llegaron al estado que se habí~a propuesto~ y
aprovechando una solemne fiesta, su mujer Arianna condujo al joven emperador al hipódromo,
le colocó sobre un trono, desde el cual llamó a su padre, y ponéndole una corona en su cabeza, le
llamó su colega y le proclamó augusto. No obstante sus ingeniosas precauciones. los ecle-
siásticos gritaron que el trono se había usurpado y hasta llegaron a amotinar los fanáticos contra
Zenón. Entonces el nuevo emperador, que temía las consecuencias de una revolución, se decidió
a matar la inneente causa de sus te’-mores, y ‘el padre envenenó a su propio hijo para continuar
dueño del Imperio.

Los bárbaros

Luego que vió la autoridad suprema entre sus manos, Zenón se abandonó sin cuidado a sus
pésimas inclinacio~nes, y para justificar lo infame de su conducta, decía abiertamente que los
reeys tenian el (leriecho de hacer servir a todos los hombres en provecho de sus pasiones y
escándalos. Entregado a las más repugnantes o’rgí~, olvidaba sus deberes dc jefe del Estado y
permitía a los bárbaros que asolasen ‘el Imperio: por la parte (le L’evain.~e, los sarracenos o los
árajes sescenitas, adelantaban ‘en hordas muy temibIes; y por la parte de Occidente, los hunos
habían pasado el Danubio sin encontrar resistencia y saqu’eaban la Tracia. Más bárbaro aún que
estas hordas feroces. Zenón acabó de arruinar sus pueblos. oprimiéndoles con tributos.
Por fin, tanta avaricia sublevó la general indignación, y desde el segundo año de su reinado y
como estuviese reñido con su suegra Verina, viuda del emperador León~ temió que ésta le
hiciese asesinar y huyó hacia Isauria con
¡su mujer Arianna.
336 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES ~37

Basilisco

Basilisco, hermano de la emperatriz Verina, se hizo luego reconocer emperador con su hijo
Marco. Los historiadores sagrados afirman que aun. era más cruel que Zenó~n. y que había
abrazado el partido de los entíquianos, cediendo a las instancias de su mujer Zenodia. Algunos
autores rechazan, por el contrario, las odiosas acusaciones dirigidas
contra este príncipe, cuyo mayor crimen consistió en su tolerancia, y añaden que si a ejemplo
de Constantino hubiese perseguido a los pretendidos herejes, la lglesia le hubiese levantado
altares. Como se declaró celoso protector de los entiquianos, los sacerdotes católicos excitaron
contra él una violenta sedición en Constantinopla, y llamaron a Zenón, que corrió del fondo de la
Isauria para entrar en la ciudad. Basilisco fué metido por orden del vencedor en una cisterna con
su mujer y sus hijos, y todos fueron condenados a morir de hambre; los partidarios del príncipe
destronado, fueron traidoram~ent’e asesinados, excepto Marciano, uno de sus hermanos, que
alcanzó fugarse. Este príncipe, que se había refugiado en la corte de Teodorico el Bizco, rey de
los godos, había obtenido de este m~narca, y de Teodorico Lancal, rey de los ostrogodos,
socorros en hombres y dinero para echar a Zenón de Constantinopla; cuando, desgraciadamente,
el día antes de entrar ‘en campaña, se vió detenido por orden de su protector y entregado a los
embajadores de su enemigo. Marciano fué conducido a Grecia, cargado de cadenas y ‘encerrado
en un monasterio, donde murió envenenado.
Libre de toda inquietud, el emperador continuó en su conducta de antes, y su corte se convirtió
en una escuela donde la corrupción era enseñada por las mismas princesas. Verina, la emperatriz
madre, aunque ya vieja, había concebido por Illus, general de sus guardias, una pasión insensata
que ni siquiera ocultaba. Este joven, que se hallaba ya casado con una mujer qu~ amaba, para
escapar a su venganza dejó Constantinopla y se pasó al partido (le Siriano Leoncio, que había
empuñado el revolucionario es— tandarte. Su resistencia no duró m~ucho tiempo: un capitán
griego, llamado Juan, marchó contra ellos a1 frente de un numeroso ejército, derrotó el suyo, y
les obligó a encerrarse en una fortaleza, donde fueron presos y decapitados después de tres años
de sitio.
Zenór. continuaba siempre en su carrera de crímenes y escándalos, cuando, en fin, su propia
mujer Arianna resolvió deshacerse de él para casarse con uno de sus ainantCS llamado
Anastasio. Cierta noche en que el emperador se había dormido, víctima de la embriaguez, le
encerró on un ataúd y mandó que se procediese a sus honras fúnebres Al siguiente día, se le bajó
al panteón, y no obstante los rugidos que partían del féretro, nadie trató de salvar al tirano. Tal
fué el espantoso fin de este J)ríncipe. que exi)iO de esta manera la muerte de su hijo.

Anastasio

Anastasio le sucedió al casarse con la infame Arianna; su reinado fué feliz para los pueblos;
suprimió un gran mi-mero de impuestos que oprimían las provincias, y se hizo querer de toda la
nación, por sus grandes virtudes. La his,toria eclesiástica le censura el que no hubiese sido perse-
guidor, y hasta le acusa de haber fomentado en la Iglesia ¿sta famosa división entiquiana, la cual
no reconocí~ otro origen que la ambición de los obispos de Roma, la precipítación de los
prelados de Oriente en la cond,enación de En— tiques, y la mala fe del clero de una y otra
Iglesia. Después de diecisiete años de reinado, Anastasio fué encontrado muerto en un
subterráneo del palacio, sin que nunca se pudiese descubrir si había sido víctima de un asesinato
o si había sucumbido a un ataque de apoplegía.
En Occidente, el Imperio se debilitaba: esas odiosas pasiones del clero llenaban las provincias de
desórdenes, bajo el especioso pretexto de la religión, y preparaban el gran acontecimiento que
iba a cambiar el destino de las Galías
Las hordas de bárbaros salidos de los bosques de Germania, empezaron a empujar a los romanos
hacia Italia, y después de siglo y medio de incesantes luchas, logra-ron formar en el norte de la
Galia un ‘establecimiento firme y estable. Seg~sn la crónica del fraile de San Dionisio, el jefe de
estos bárbaros, que nosotros contamos por el primero de los reyes francos, se llamaba
Faramundo y reinó diez años; otros historiadores consideran su existencia como muy
problemática y no conceden importancia alguna a los hechos que ‘se cuentan respecto a Clodión
el Cabelludo. Este guerrero temible había engrandecido con-
Historia de los Papc¿s.—Tomo 1.—22
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
)Side.rablemei~¡c sus Eslados 1)4)1’ jarlc de l~ ~eguiída Bélgica, cuando fué vencido, a su vez,
por los romanos, los cuales le obligaron a pasar él Rhin.
Clodión luego tomó una vengaí iza brillanie. Mientras que Aedo se hallaba ocupado ‘cli Luchar
con los visigodos, Los borgoñones y otros pueblos dc la Galia, que sc hallaban en constante
lucha con los romanos, pasó el Rhju con nuevas tropas; cruzó los grandes bosques que
separaban a Bélgica de la Galia2 y conquistó las ciudades de Tournai y de Cambraí, y hasta se
apoderó de Amiens, que convirtió en su capital.
Luego que Clodión hubo muerto, el ambicioso Merovco se creó en el ejército un gran partido
que le proclamó rey de los francos en perjuicio de sus nietos~ Estos desgi-acia~ dos y su madre,
huyeron a la coÑe de Atila y fueron a implorar el apoyo de su amigo contra el usurpador; el rey
de los hunos cogió bajo su protección a los príncipes y marchó contra Meroveo, a la cabeza de
un forn~ida:bl,e ejército, para restablecerles en el trono de su padre. Al acercarse ‘el temible
Atila, los francos, que no se consideraban bastante fuertes para resistirle, contrajeron alianza con
Aecio ~‘ reunieron sus tropas a las legiones romanas. Atila no continuó su camino y fué a atacar
el ejército aliado de francos y romanos en una llanura a seis leguas de Troyes. El combate fué
sangriento: quedaron en el campo trescientos mil guerreros; los hunos fueron derrotados; mas
aunque victoriosos los romanos y los francos, perdieron tanta gente. que el general Aecio y
Meroveo emplearon más de un ln?es en enterrar sus muertos. Esta victoria fué muy favorable al
usurpador, toda vez q’ue colocaba a los romanos y a los hunos en una situación precaria y que.
les privaba de Oponerse a sus ambiciosos proyectos. Meroveo reunió precipitadament,e un nuevo
‘ejército, se apoderó del territorio de Mayenza, de la Picardía, de la Normandja y de casi todos
los dominios que constituye Francia, y murió luego de haber reinado diez años.
Childerico, hijo y sucesor de Meroveo, quiso abusar de las mujeres e hijas de sus guerreros, y fué
ignominiosamente lanzado de su patria. Refugióse entonoes en la corte del rey de Turingia, cuya
esposa, llamada Basina, se encargó dc consolar al culPable fugitivo. Más tarde, gracias a las
intrigas de sus partidarios y cuando Childerico fué llamado a Francia, esta nueva Helena
abandonó, para seguirle, a su marido y sus hijos; esta mujer adúltera fué
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
339
madre de Clodoveo 1. Como la adversidad constituye la mejor escuela para los príncipes,
Childerico aprendió, en su desgracia, que los tronos no son siempre inquebrantables, y desde
entontes su dominación fué dulce para los puchlos.

Clodoveo

Clodoveo, primer rey cristiano, poseía todas las cualidades de un héroe; era de carácter feroz,
ambicioso, valiente, y se convirtió, obedeciendo a la política.
Para rematar el poder de los romanos en las Galias, el rey franco, como hábil político, hizo robar
a Clotilde, nieta de Gondeband, tirano de Borgoña, y se casó con ella para conquistar los
derechos sobre las provincias romanas. Esta joven princesa, que la Iglesia honra como una santa,
dió un terrible ejemplo de su crueldad, cuando se escapó de la corte de su tío; mandó asesinar por
su escolta a los habitantes de los lugares que cruzaba, y entregó a las llamas sus desgraciadas
chozas para vengar, según dijo, a sus hermanos y su padre, matados por los borgoñones.
Clodoveo, que se convirtió en ‘el más poderoso príncipe de las Galias por las ventajas que
alcanzó sobre los visigodos y los borgoñones, trató de afirmar sus conquistas y pensó en reunir
todos los francos bajo un mismo jefe. Con ‘esto proyecto mandó asesinar a todos los capitanes
que adoptaban el título de reyes, les declaró una guerra de exlerrninio; envene;nó a los unos, hizo
matar a los ‘otros, se apoderó por traición de Chararico, monarca de los ripuarios~ uervianos, y
le condenó, con su hijo, a que terminara sus días en un claustro; y como el joven príncipe vela
caer las 1á-grimas de su padre mientras le cortaban los cabellos, dijo, «Estas ramas verdes
volverán a brotar porque el tronco aun fo ha muerto, y Dios castigará al qu’e ha mandado cor-
tarilas>. Clodoveo fué advertido de ‘estas frases, que la desesperación arrancaba a este
desgraciado, y exclamó: «Se quejan de que s4e les corten los cabellos... Pues bien: que se les
corte la cabeza!» E inmediatamente fueron decapitados. Asimismo, hizo asesinar a Rignomer,
rey de Mons. Luego, uniendo la ingratitud a la crueldad, sedujo a los criados de Ragnachaire, su
más fiel aliado, y les inipulsó a que hiciesen traición a su señor con la esperanza de una gran
recompensa. Después, cuando este príncipe y su hermano fueron conducidos a su presencia,
Clodoveo insultó su desgracia y
338

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

exclamó: «¡Abortos de nuestra raza! ¡ Sois indignos de descendei’ de Meroveo! ¿ No os


avergonzáis de haberos dejado así agarrotar por los que son Yuestros\ esclavos? Pagad, pues, con
vuestra sangre, la mancha que habéis hecho a la honra de nuestros abtielos.>~
Y al concluir estas frases descargó en su cabeza su pesada maza de armas en presencia de sus
capitanes y de su execrabk consejo. Los miserabIes~ que habían entregado a Ragnachaire
reclamaron en seguida el precio de su traición, quejándose de que no ~e les había dado unos
biazale[es que se les habían pronigtido. «¿Nio hago lo bastante con perdonaros la vida?—les dijo
—. Me he aprovechado de vuestra infam~ia, pero odio la traición.»
Aconsejado por este monstruo, Cloderico, hijo de Sigebedo, asesinó a su pádre, y como
reclamase el precio de su parricidio, fué asesinado con una hacha de armas, en el mismo instante
en que se encorvaba sobre un cofre lleno de pedrería y talegos de oro. Luego de esta hazaña,
Clodoveo se apoderó de Metz, bajo pretexto de vengar la muerte d{e Sígeberto.
Por fin, Dios usó de justicia con este tirano, y Clodoveo murió en’.«enenado. Sus cuatro hijs~s se
repartieron sus Estados y sobrepujaron en el crimen a su mismo pádre.
HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO VI

HORMISDAS, 54.Q PAPA

ANASTASIO, JUSTINO, EMPERADORES DE ORIENTE — CI-IILDEBERTO, REY DE


FRANCIA

El catolicismo en marcha

Antes de ocuparnos del sucesor de Simmaco, necesario es que tracemos el deplorable estado en
que se hallaba la Iglesia al principio del siglo vi. El Padre Luis Doncín nos ha dejado de él una
descripción conmovedora. Los hombres más sabios se habian estrellado en todas sus Lentativas
para calmar la Iglesia, y sus consejos no< habían hecho más que agitar las pasiones dcl clero.
L~as ciudades eran constantementc victimas de las sediciones más sangrientas, y los prelados,
lejos de apaciguarías, contribuían a hacerlas más vivas; por todas partes n~ se oía hablar más.
que de sacrilegios y asesinatos cometidos en los lugares más santos, y las capitales de las
provincias se habían convertid-o eíi teatro de las crueldades más horribles.
Las matanzas comenzaron en la ciudad de Alejandría; degollóse a San Protero, mártir y obispo,
en su misma iglesia, y por odio al concilio de Calcedonia.
Este venerable anciano, sitiado en su casa por una muchedumbre furiosa, se vió obligado a
refugiarse en una capilla que estaba cerca de la <metrópoli; pero ni la santidad del lugar, ni la
solemnid~ad del día, que era la de~
340
1
«4
342 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Jueves Santo, pudieron librarle del furor de sus enemigos; fué asesinado cerca de las fuentes
bautismales y su sangre enrojeció las baldosas del santuario.
Estos caníbales mutilaron en seguida su cuerpo de una manera infame; destrozaron sus entraflas,
se comieron su corazón y arrastraron por las calles sus informgs restos, dándoles bastonazos. Y
como el fanatismo, excitado por la venganza de los sacerdotes, nunca pone término, a los ex~-
cesos, los miembros del desgraciado mártir fueron colocados sobre un montón de leña al cual
pegaron fuego.
Antioquía fué deshonrada. por trastornos semejantes, y cuatro patriarcas ortodoxos fueron
asesinados durante los motines. Los herejes no eran los únicos. que ocasionaban tales delitos; los
católicos ejecutaban las mismas violencias~ y no observaban medida alguna en sus venganzas;
bajo el pretexto de reunir un concilio para discutir sobre los ne~ocios, atrajeron a la ciudad un
considerable número de frailes eutiquianos, «y en ella, como en un campo de batalla, se defendió
la religión, asesinando a los herejes. La sangre que se derramó en esta fatal jornada fué tanta, que
el Oronte se salió de inadrie y los cadáveres detuvieron el curso de este río por ‘espacio cte
muchos días».
En Jerusalén, el famoso Sabas, obispo católico, llevado por el fanatismo religioso, había reunido
en el desierto más de cuatro mil árabes, y puesto a su cabeza, atacaba al ejército del emperador,
le derrotaba y hacia triunfar su religión, no con anatemas o milagros, sino con el terror que
inspiraban sus bandidos.
El clero era aún más terrible en Constantinopla; la majestad del trono ni siquiera fué perdonada;
los sacerdotes colmaron de ultrajes al desgraciado emperador Anastasio; asesinaron, casi ante sus
mismos ojos, a sus mejores amigos, dando la muerte a una religiosa a la cual se acusaba de
guiarle en sus consejos; arrancaron de su solitario retiro a un desgraciado ermitaño, y luego de
haberle degollado. pasearon su cabeza por toda la ciudad en el extremo de una lanza, gritando:
«¡He ahí el confidente del que ha declarado la guerra a la Santa Trinidad! ¡ Perezcan así todos los
que blasfeman de las tres divinas persones!»
Luego se apoderaron de las puertas de Constantinopla, y formando un campo en medio de Ig
ciudad, organizaron un ejército de asesinos para degollar a los que eran sospechosos de herejía, y
para quemar sus casas y destruir las estalua~ del emperador. Los senadores. enviados por
el ]>rín
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 343
cipe para calmar aquella muchedumbre, fueron recibidos a pedradas, y el mismo Anastasio fué
sitiado en su palacio por un ejército de frailes y sacerdotes, marchando como en procesión con la
cruz y el libro de l~os E~va.ngelios. El monarca, asustado, no pudo salvar su existencia sino con
una sumisión vergonzosa.
Los sacerdotes quisieron1 a no dudarlo, borrar la memoria de estas horribles crueldades; mas
Dios ha permitido que el triste recuerdo de estos hechos llegase hasta nosotros para enseñar a las
naciones el fruto de la ambición del clero.
Entre tanto la autoridad de los Papas espigaba en el rastroje del estrago y se robustecía en estos
mismos desórdenes, y con la debilidad de los reyes, que mostraban gran sumisión a los
PontíficeS a fin de mantener a los pueblos bajo su autoridad y despotismo.
Los bárbaros, que habian invadido las provincias del Imperio, buscaban, igualmente, la amistad
del Pontífice. Entonces el Santo Padre lisonjeaba la ambición de los prín~ cipes rivales, y vendía
su alianza a uno y otro partido. Por su parte, los herejes, desterrados y arrancados dei Africa y
del Oriente, recurrían a Roma. No era extraño las quejas eran todas favorablemente acogidas,
siempre y
tanto que favoreciesen el ~orgulloso proyecto de convertir el mundo en la monarquía universal,
tan softada por los Pontilfices.
En medio de estos desórdenes tan funestos a los pueblos y tan ventajosos a la Santa Sede,
eligióse en Roma, paea suceder a Simmaco, a Celi,oH~ormisdas, natural de la Campania. Su
elección fué tan pacífica como tumultuosa habla sido la del anterior Pontífice: todo el mundo
votó a favor suyo.
Pero en todo el Oriente el fanatismo se había cambia-‘do en un frenesí verdadero: la religión, que
sirve siempre de pretexto a los ambiciosos, cubrió a los ojos de los católicos la sublevación
criminal de Vitaliano, jefe de la caballería imperial. Este súbdito rebelde avanzó hasta las puer-
Las de Constantinopla, obligó a Anastasio a demandar la paz, imponiéndole por condición el que
diese a los, ortodoxos los bienes de los herejes y reuniese un concilio para excomulgarlos.
El príncipe, para cumplir la promesa que había hecho, escribik5 al Papa Hormisdas suplicándole
que trabajas’e con él para calmar los tumultos de la Iglesia y reunir la de
r
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Oriente y Occidente, asegurando que la dureza de los Papas, sus antecesores, ocasionaba tantos
desórdenes. El Padre Santo respondió al emperador con estériles felicitaciones.
El emperador, cansado de la lentitud y aplazamientos de Hormisdas, le envió una nueva carta
indicando que e] concilio debía reunirse en la ciudad de Heraclea, e invitándole a que asistiera a
él en 1.~ de julio de aquel mismo año. Vitaliano había mandado embajadores al Padre Santo con
el mismo objeto, y el rey Teodorico le invitaba, asimismo, a que cediera a los deseos de los
orientales. El Pontífice. viéndose apremiado por todos lados, se consideró obligado a reunilLe un
concilio para nombrar legados.
Las instrucciones de los legados consistían en obtener del concili 1o la devolución a Roma de los
obispos acusados de herejia; de exigir la reposición de los que comunicaban con la Santa Sede y
la condenación de los. que habían perseguido a los católiicos. De esta manera Hormisdas fingía
seguir el cami~no de ‘la dulzura, cuando, en realidad, su política no tenía más fin, que aumentar
los derechos de su Sede.
Anastasio adivinó las secretas intenciones del Pontífice, y comprendió que no había consentido
en hacerse represen tar en el concilío d~e Heraclea ‘sino a condición de dirigirlo conlorme a sus
deseos; éste, sin ‘embargo, se lisonj’eó de que, contemporizando, el Papa ‘adoptaría i’4ea’s más
equitativas y conforme al precari~o estado en que se hallaban las Iglesias ori~cntales; recibió
muy favorablemente a los liegados y les concedió todos los honores. El único punto del anatema
de Acacio, fué r~chazado por ‘el príncipe; es-(Tibio al Papa que condenaba a Nestorio y a
Entiques, y que aceptaba ‘el concilío de Calcedonia; pero en lo que se refiere a Acacio,
encontraba severamente injusto’ que se arrojase de la Iglesia a los vivos a causa de los muertos;
añadiendo, también, que los Padres resolverían todas las cuestiones en el conciaio y harían
conocer a la Santa Sede el resultado de sus deliberaciones.
En el año siguiente, el emperador envió a Roma diplomá-. ticos. esperando que conducirían los
negocios con más Sabidu ría que los clérigos.
Los embajadores debían entregar una carta al Padre Santo y otra al Senado de Roma, cuyo apoyo
reclamaba a fin dc solicitar del rey Teodorico y del Pontífice para que trabajasen formalmente al
objet’o de alcanzar la paz en la Iglesia. El Senado, bajo la influencia de Hormísdas, contes
tó al emperador que el clero romano no consentiría jamás en la reunión de las Iglesias, si
conservaban ‘el nombre de Acacio en los libros sagrados. Por ‘su parte, el Pontífice añadía que,
lejos de necesitar las exhortaciones del Senado, se arrojaría él mism9 a los pires del emperador a
fin de que tuviese piedad de la religión cristiana.
Como esta hipocresía hiciese infructuosas las indicaciones del emperador, una segunda legación
salió de Roma en direcci~ón a Constantinopla, con el formulario y copias de la protesta que
debían publicar en las ci~udades en el caso de que no fuesen recibidas sus carias.
En estos escritos, el Padre Santo se muestra siompr~ el mismo, siempre inflexible, siempre
obstinado en proseguir la conde~acíón de Acacio, cuya memoria era muy venerada ‘en gran
parte del Oriente. Esta segunda legación, encerrándose en los mismo~ principios, no pudo
alcanzar resultado alguno; Anastasio no qui~so admitir la reunión con las condiciones que se le
imponían, d’ec~arando que no quería cargar su concienci~a con una accitm tan infame, hiriendo
la reputación de muchos santos obispos y condenando, como herejes, a hombres cuyos crímenes
consistían en las quiméri~as ideas de sus adversarios.
Entonces algunos frailes tumultuosos se encargaron por insi~nuación de los legados, de esparcir
en todas las ciudades las protestas de la Santa Sede; mas los obispos se opusieron a su
distribución e instruyeron de ello al emperador, ‘el cual, justamente irri~tado por la obstinación,
de Hormisdas, despidió a los prelados que habían iido allí por el concilio de. Heraclea, rompió
todas las negociaciones con el inflexible Pontífice y volvió a comenzar la guerra.
Los archimandritas y los frailes de la segunda Siria dirigiiexon luego al Padre Santo~ un informe
para quejarse de la persecución de Severo, patri~arca de Antioquía y jefe de los entiquianos. Se
expresaban en estos términos: «Cuando íbamos a juntarnos con nuestros hermanos del
monasterio d’e San Simeón, para defender con ellos la causa de la Iglesia, los herejes nos
‘prepararon una ‘emboscada en el camino, y lanzándose sobre nosotros de improviso, mataron a
trescientos cincuenta de nosotros, hineron a un número mucho mayor, y persigui~eron hasta el
mismo pie de los altares, a los qu’e esperaban encontrar un refugio ‘en las iglesias. A más de
esto, durante la noche nuestras cuevas fueron saqu’eadas, los santuarios violados y los edificios
entregados a las llamas.
344
345
346 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES ~47
tSe os darán más deta,Ues por los escritos que os entregarén nuestros venerables hermanos Juan
y Sergio; al principio les habíamos mandado a Constantinopla para obtener justici~a de nuestros
‘enemigos; mas el emperador, sin que se dignase contestarles, les ha lanzado vergonzosamente
de la ciudad. Sus mismos oficiales no han querido atender a nuestras quejas, pretendiendo que
sufríamos el justo castigo de nuestra rebeldía; ‘entonces hemos pensado en sros, Santísimo
Padre, para suplicaros que cerréis las heridas de la Iglesia de que sois jefe, vengando el desprecio
que se ha hecho a la religión y a vos mismo qu~ sois el sucesor de Pedro, el cual tiene el poder
de atar y desatar lo que existe así en la tierra como en el cielo.s
El Papa contestó una larga carta dirigida, no tan sólo a los archimandritas de la gran Siria, sino
también a los católicos de todo ‘el Oriente, para exhortarles a que per~maneciesen fÉrmes en la
fe romana, cuya pureza, según decía, hallábase probada co~i. gran número de milagros (1).

(¡) Entre estas maravillosas pruebas citadas por el Papa, los consubstanciales cuentan con
fruición una leyenda sobre el castiga que fué infligido a un escudero de un obispo arriano. «Este
hereje, dice la crónica religiosa, encontrándose en los baflas púMicas de Constantinopla, con
frailes que discutían sobre la Trinidad, se volvió hacia ~Ilos en el momento en qu~ acababa de
despojarse de sus vestidos, y les apoatrofó de esta manera: «Discutís’ smucho para no sacar
consecuencia alguna; mirad, Padres míos, he aquí lo sque se entiende por la Santa Trinidad.» Y
al mismo tiempo llevó sus manos a los órganos viriles «He ahí el Padre, el Hijo y el Esplrit~
Santo, que de. srratna la vida en el Universo.» Los frailes, desesperados con tan horrible
impiedad, querían hacerse justicia y matarle en aquel mismo instante; mas se lo privó un
diácono, el cual les aseguró que Dios sabría vengar el ultraje hecho a su triple unidad. Y, en
efecto, al salir de las estufas. dingióse con confianza hacia los bailas frios de un manantial que
venís de la iglesia de S~n Esteban. En vez del agua frfa, el desgraciado recibió sobre el cuerpo
tres chorros de agua hirviendo, los cuales, si es cierto Irá que we asegura, fueron vertidos por un
ángel. Sus carnes se hicieron pedazos, y murió en medio de los más horriMes sufrimientos. El
emperador Anastasio, a quien se contó este prodigio, hizo pintar este último en un retablo que
fué colocado en el mismo punto donde se realizó el milagro. Los arrianos, que no creían en ¿1,
trataron de ks,ber el cuadro qu~ revelaba su ignominIa, y concluyeron por corromper a Eutiquio,
qne tenía a su cargo la intendencia; .de los bailas. Pero Eutiquio hubo d~ ser castigado por an
condescendencia; perdió el ojo derecho, luego el izquierdo, después el érgano de la virilidad,
hasta que, por fin, un ángel vestido con un traje muy brillante, y que, segón afirma Teodoreto, se
anunció por eunuco de Jesucristo, declaró al culpable que sus niales no cesarían hasta tanto que
hubiese reinstalado el cuadro en los baflos. Y, en efecto, en el mismo Instante en que esta imagen
fué calo,. cada en su lugar habitual, Eutiquio, que se babia hecho flevar al mismo para que su
curación fuese más pronta, falleció incontunent,...»
Justino

En este mismo alto, el emperador Anastasio murió herido por un rayo. Les sacerdotes, que
trataron de sacar partido de este acontecimiento, espantaron a la supersticiosa muchedumbre y
amenazaron a los herejes con la venganza dc Dios. Sus intrigas fuer<~n tan hábilmente urdidas,
que hici~eron subir al trono a Justino~ híombr~e muy~ ignorante y por esta misma razón, muy
buen católico. Después de su elevación, el princilpe dtó a los negocios una dirección enteramente
opuesta a la que había adoptado su antecesor: los pretendidos herejes fueron perseguidos., y el
populacho por aclamacion~es reiteradas, hizo reglamentar la fe católica. . La voluntad de una
muchedumbre fanática se vió confirmada por un concilio celebrado en Constantinopla, y los
católicos pudieron ejercer sus venganzas con-.1ra los eutiquianos.

Concordia

Pero la Iglesia de Constantinopla no se hallaba aún unida a la de Roma, y corno este asunto
pareciese de gran unportancia a los ortodoxos, el emperadbr Justino escribió al Pontífice para
darle aviso de su ‘elevación y rogarle que secundase las miras de Juan de Constantinopla, el cual
reconocía la autoridad soberana de la, Santa Sede. Hormisd.as se dirigió luego hacia Rávena
para conferenciar con Teodorico respecto a este negocio; el rey godo le ordenó que enviase a
Constantinopla una tercera legación. Entre las diferentes provincias que hubieron dc cruzar, los
legados se aseguraron de todos los obispos, a los cuales visitaban; y el lunes de la Semana Santa,
que era el día de su llegada a Constantinopla, dieron cuenta del formulario de reunión que
llevaban, y lo leyeron ante el Senado en pre~encia de cuatro obispos, que representaban al
patríarca Se aceptaron sin discusión sus proposiciones, y algunos dias después se declaró
solemniemente la reunión de ambas Iglesias. Borróse dc los dípticos el nombre de Acacio, el de
los patuarcas Flavita, Eufemio, Macedonio y Timoteo, así como el de los emperadores Zenón y
Anastasio.
Doroteo, obispo de Tesalónica, insistió en la r.esolución de no suscribir la fórmula de fa fe traída
de Occi,díente y
348 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

rehusó aprobar la condenación de Acacio. A ejemplo suyo, el pueblo se sublevó contra los
legados que el Papa había enviado a su diócesis, y éstos se vieron obligados a escaparse de noche
para evitar ‘el peligro que corrían; el diácono Juan recibió muchas puñaladas en la cabeza y los
riñones y un cristiano que ~también se llamaba Juan, fué muerto y destrozado por haber recibido
a los romanos en su ca1sa.
Devuelta. en fin, la paz en la Iglesia, de~pués de tantos años de sangrientas luchas, vióse a punto
de ser turbada con la famosa proposición de: «Uno de la Trinidad ha sido crucificado». Los
frailes de Heitia sostenían este dogma no obstante las decisiones de los prelados ortodoxos.
Como rehusasen admitir la opinión de sus obispos, fueron a Roma para consultar la del Papa;
mas el conde Justiniano y Dioscoro, uno de los legados que les habían ya condenado, escribieron
a Hormisdas contra estos frailes turbulentos, los cuales fueron arrojados de la ciudad con
ignominia.
El Padre Santo murió en septiembre de 523, después de haber gobernado la Iglesia por espacio
de nueve a~ño&
Hermísdas mostró una excesiva ambición y un fanatismo iniplacable.
JUAN 1, 55.0 PAPA

JUSTINO 1, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO, REi DE FRANCIA


La Santa ‘sede permaneció vacante por ‘espacio de seis o siete días; luego se eligió para lle~arla
a Juan, lkunado el Toscano, que reinó do~ años y nueve meses.
La paz de que la Iglesia comenzaba a gozar después de la reunión de los orientales, fué bien
pr9nto alterada por el. fanatismo del emperador Justino, que había jurado éxterminar a los
herejes y a los arrianos. Loca ‘empresa, digna d’e un príncipe ‘estúpido que no conocía ni sus
intereses ni los mismos de sus súbditos. Mandó publicar edictos para obligar a los arrianos a que
se convirtiesen, y les a~menazó con los más crueles suplicios.
En su desesperación, los desgraciados perseguidos recurrieron a Teodorico, que escribió ‘en su
favor a Justino; pero como sus cartas no pudiesen inclinar el ánimo ‘del emperador, éste, irritado
por el desprecio que se le manifestaba en Oriente y sospechando qu’e la política romana no era
extraña a los golpes dirigidos contra el arrianismo, mandó venir a Juan a su corte~ y le ojrden5
qué ‘se @rigiese como ‘embajador a Constantinopla para que Justino revocara sus órdenes. El
monarca dijo también que trataría coíi rigor a los católicos de Italia si se perseguía a los mi-
nistros de su creencia, y si el emperador no consentía en devolver inmediatamente a los arrianos
las iglesias. que les habían sido quitadas.
Esto príncipe se hallaba tanto más ‘dispuesto a usar de represalias, cuanto que veía con qué
ingratitud se correspondía a los notables servicios qu’e había prestado a la Iglesia romana, y cuán
poco se apreciaba la gran tolerancia que siempre había mostrado por los ortodoxos de sus
Estados.
Teodorico, alejando de si al Pontífice bajo el pretexto de una pomposa embajada, no sólo tenía el
proyecto de devolveí~ el ejercicio de su culto a las desgraciadas víctimas del fanatismo de
Justino, sino que también quería poner término a los complots que se tramaban en e~I Senado
contra su existencia, y cuyo principal autor era el mismo Pontífice.
350 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Juan no se atrevió a resistir las órdenes del rey, y se’ puso en camino con los demás embajadores.
Gregorio el Grande comenta piadosamente esta fábula, y añade otra mucho más extraordinaria:
pretende que al entrar en Constantinopla por la puerta Dorada, un ciego rogó al Santo Padre que
le devolviese la vista, lo cual hizo en presencia de todo el pueblo, poniendo las manos ei~ sus
ojos.
Se tributaron a Juan grandes honores, y el pueblo iba a su encuentro con banderas y enseñas
desplegadas. El emperador, en,tusiasmado al ver al sucesor de San Pedro, se ~irrodilló a sus pies
y le rogó que le coronase con su mano.
El patriarca Epifanio invitó en seguida al Papa Juan ~>ara que celebrase los divin,os oficios;
pero éste, llevado por un orgullo inconcebible, no quiso aceptar esta honra, fo sólo después de
haber alcanzado sentarse en el puesto de preferencia, sino después que ocupó un trono. El pa-
triarca de Constantinopla accedió a los deseos del Pontífice, no porque le considerase como
superior en su digní4ad, sino porque veía en él al embajador de un rey muy poderoso.
Exaltado por su fanatismo, el emperador rechazaba todas las quejas que se referían a los arrianos;
entonces Juan, apelando a sus lágrimas ,le manifestó que su conducta hacia los herejes tendría las
más horribles consecuencias para los católicos de Ita2tia, y le arrtan,có la promesa ile que
de~voI~vería a los arrianos la libertad de su culto.. Otros historiadores sostienen, por el
contrario, que el’ Pontífice, lejos <le cumplir la misión que le había encargado Teodorico, ‘ani~-
maba al emperador en el proyecto que form,ó de exterminar a los arrianos.
Juan feé detenido en Ráviena con los senadores que le hablan acompañado.
El Pontifice tué condenado a pasar el resto de su vida en un calabozo, donde murió el 27 de
mayo del año 526, siendo su cuerpo transportado a Roma y enterrado en el templo de San Pedro.
FELIX IV, 56.~ PAPA

JuSTINO 1, JUSTINIANO, EMPERADORES — CHILDEBERTO, RE~ DE FRANCIA

Félix, cuarto de este nombre, fué llevado a La Santa Sede por la autoridad del rey ‘Teodorico.
Era ~amita de nacimiento.
En esta época la elección de los obispos pertenecía al pueblo, y para gozar de su dignidad los
Pontífices debían ser confirmados’ por el príncipe.
La Historia no nos dice nada respecto a las acciones de Félix IV. Casiodoro afirma tan sólo que
‘el emperador Valentiniano II había publicado en otro tiempo una ley que sometía al Papa al
juicio de los inagisfrados seculares en ciertas causas, y qu’e esta ley, humillante para la Santa
Sede, fué revocada por Atalarico a ruego de Félix IV.
Este príncipe publicó en seguida un ‘edicto para exhortar a los eclesiásticos a reformar sus
costumbres y a detener el desbordamiento de la corrupción que se había introducido en el clero
romano.
La secta de los semipelagianos continuaba haciendo progresos y se había esparcido en las Galias.
Los obispos del país reunieron entonces un concilio en Orange para condenar la herejía, y
enviaron sus decretos para ser sometidos a la aprobación del Santo Padre. Pero la carta sinodal
dcl concilio de Orange no llegó a Italia sino después de la muerte de Félix; y Bonifacio, su
sucesor, firmó, sin hacer observación alguna, la sentencia pronunciada contra los pelagianos.
Félix murió en 12 de octubre de 529. Entre los monumentos elevados en su reinado, se cita la
basílica de San Cosme y San Damián, y la de San Saturnino, la cual, devorada enteramente por
un incendio, la mandó reconstruir por coinpleto.
Benedictinos

Bajo este pontificado, San Benito, este célebre fundador d’e un gran número de órdenes
religiosas en Occidente, publicó su regla monástica, que descansa ‘en este principio:
rl
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 353

«Los que sean verdaderamente cristianos, que vivan de su trabajo». Todos los artículos de sus
admirables reglamentos se dirigei~ a la formación de grupos de hombres laboriosos, a los que el
piadoso abad impone la obligación de ‘emplear su actividad e inteligencia en trabajos útiles y
productivos.
Benito era hijo de una familia ilustre de Noscia, ciudad de Spoleto. Había hecho sus estudios en
Roma, y se había distinguido por sus rápidos progresos en las ciencias y en las letras. No
obstante la brillante carrera que su nombre y su fortuna podían abrirle en el mundo, abandonó, a
la edad de diecisiete años, parientes, amigos y patria, con objeto de retirarse a uga cueva en
medio del desiiewto de Subiaco, a cuarenta millas de la ciudad santa. Después de haber pasado
tres años en la meditación y la plegaria, se asoció con algunos peregrinos, que, atraídos por la
fama de su ~santidad, habían ido a visitarle, y construyó celdas donde pudiese alojarles. Su
pequeño rebaño iba siempre en aumento: las poblaciones paganas tuvieron celos del m’ismo, y le
obligaron a retirarse al Monte Oasino, donde halló otros idólatras. San Benito les convirtió con
su~s elocuentes predicaciones, y transformó su templo, que estaba consagrado a Apolo, en una
basílica cristiana dedicada al Dios verdadero. Cerca de la nueva igl:esia construyó en seguida un
gran monasterio, que gobernó por espacio de catorce años. Después de él, sus compañeros,
herederos de sus píaues, continuaron en desmontar las landas, en sanear las lagunas, y en copiar
los antiguos manuscritos, estos tesoros que la antigñedad había legado a los futuros siglos.

JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO, REY


DE FRANCIA

Después de la muerte de Félix, volviéronse a renovar lasintrigas para darle un sucesor. En esta
época la ambición del clero había llegado a sus últimos limites; la libertad empezaba a ser~
desterrada de las elecciones, y todos lo,s que tenían riquezas o amigos poderosos, eran los únicos
que podían ocupar la silla pontificia.
Bonifacio II, romano de nacimiento, hijo de Sigisvult, de la raza de lo 1s godos, fué elegido para
suceder a Félix IV, y ordenado en la basílica de Julio; mas otro parti~do eligió al diácono
Dioscoro, que fué ordenado en la iglesia de Constantino. El cisma duró por ‘espacio de
véintinueve días, es decir, basta la muerte ~e Dioscoro, que, según creemos, debió ser el mismo
que fué enviado de embajador aConstantinopla por Hormisdas. Bonifacio, tranquilo suce-
sor de la santa Sede, continué su venganza contra su adversario, y hasta le lanzó su anatema
después de muerLo;la bula de excomunión fué firmada por el clero, y depositada en los archivos
de la Iglesia, como un monumento eterno de su energía apostólica. El Pontífice acusaba a
Dioscoro de simonía, y, según se lee en un rescripto de Atalarico, su acusación era fundada; mas
Bonifacio se hizo culpable de igual crimen, según lo que cuenta el bibliotecario Anastasio.
Luego el Papa, habiendo celebrado un concilio en la basílica de San Pedro~, mandó promulgar
un decreto que le adjuraba el poder de indicar su sucesor, y obligó a los obispos, por juramento y
por escrito, a que reconociesen por tal a Vigilio.
Poco tiempo después se celebró otro concilio, y el decreto fué anulado como contrario a los
cánones y a la dignidad de la Santa Sede. El Pontífice se reconoció culpable de lesa maj estad,
usurpador de los derechos del soberano, y lanzó su bula a las llamas en presencia de los obispos
y del clero.
En aquel mismo aflo, después del consíílado de Lampadio y de Orestes, Esteban, obispo de
Larisa, dirigió quejas, al Papa sobre una nueva herejía cuyo nombre no hallegado hasta nosotros;
con esta ocasión se celebró en Roma un tercer concilio, donde Teodosio, ‘obispo de
Echuza,BONIFACIO II, 57.u PAPA en Tesalia, presentó el info~rme de Esteban. Ignórase la
decisión de los Padres.
Bonifacio murió a fines del año 531; este Papa, durante su reinado, se mostró religioso,
observador del culto de los ángeles y habia mandado construir una magnífica iglesia en honor del
arcángel San. Miguel.

La Trinidad

JUAN II, POR OTRO NOMBRE MERCURIO, 58~ PAPA


JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO REY

DE FRANCIA

Juan 11, llamado. Mercurio en razón a SU elocuencia, pagó enormes cantidades a SUS
contrincantes. y alcanzó el trono pontificio.
Fué ordenado en 22 de enero del ‘año 532. Había nacido en Roma. Algún tiempo después de su
elevación al trono, un defensor de la Iglesia escribió al rey Atalarico que durante la vacante de la
Santa Sede, los partidarios del Pontífice le habían exigido promesas de que les favorecería con
los bienes de la Iglesia, y que luego, para satisfacer sus compromisos., Juan Mercurio había
vendido públicamente hasta los vasos sagrados.
A fin de remediar estos abusos, el rey escribió al Papa, a todos los patriarcas y a las Igl’esi4as
metropolitanas, diciendo que exigía la observancin de un decreto dado por ‘el Senado durante el
reinado de Bonifaci’o, ‘el cual se bailaba concebido ‘en estos términos: «Los que prometan
casas, tierras > dinero para alcanzar un. obispado, serán declarados sacrílegos y simoníacos; sus
nombramientos serán nulos y quedarán obligados a devolver lo que hayan quitado a la Iglesia. Se
permite, sin embargo1 a los oficiales de nuestro palacio, el tomar hasta tres mil sueldos dc oro
para la ‘expedícion de cartas, cuando se levante alguna diferencia en las elecciones del Papa: mas
los oficiales ricos no podrán aceptar nada, porque estas larguezas merman sicínpre el patrimonio
de los pobres.
»En las elecciones de los patriarcas (nombre que se hallaba consagrado por los obispos de las
grandes ciudades\ se podrán tomar hasta dos mil escudos, y en las elecciones de los obispos se
distribuirán al pueblo quinientos sueldos de .oro.»
El rey en seguida ordenaba al prefecto de Boina que hiciese grabar este ‘edicto en tablas de
mármol y que las hiciese situar a la entrada de San Pedro.
Platino afirma que Juan II condenó a Antimo, patriarca de Constantinopla, porque habia caído en
el arrianismo. Por su parte el emperador Justiniano perseguía con gran rigor a los herejes del
Oriente, cuya conversión había jurado, y rogó al Pontífice que le ‘enviase una bula declarando
que recibía en su comunión a todos los que participaran de sus opiniones, y que condenaba a los
frailes acemitas que no se conformaban con las mismas. A fin de dar más importancia a su
demanda, el eínperador envió ricos presentes destinados a la iglesia de San Pedro: un vaso de
oros cuyo pese no bajaba de cinc~o libras, enriquecido con piedras preciosas; dos cálices de
plata, de seis libras cada uno’; otros dos de quince libras, y cuatro veios formados con un tejido
de oro. -Esta liberalidad dispuso favorablemente el clero de Roma hacia Justiniano, y el Papa
condenó a los acemibas, sin que ni siquiera tratase de escuchar sus quejas.
Según el Padre Luis Doucín, la mala fe de los frailes ocasiox~ó, principalmente, su condena.
Indignado Juan al ver que los herejes se prevalecían de la sentencia dada por Hormisdas, aprobó,
sin exaínen~ los dogmas que el emperador sostenía contra ellos, y declaró muy ortodoxa la mis-
ma proposición que su antecesor había ‘excomulgado.
Esto no obstante, el Santo Padre había meditado sobre esto por ‘espacio de un año, y hasta
escribió al Africa para ilustrarse de las opiniones de los sabios. Ferrando, discípulo de San
Fulgencio, respondió a la consulta con toda la sutilidad de los sacerdotes de nuestros días. Sus
conclusiones se conformaron a la d&ctrina de su maestro y fueron al emperado, muy favorables.
Era lo mismo que si di’jese «que uno de la Trinidad no había muerto, pero que en cambio había
muerto una de las tres personas de la Trinidad».
El Papa lanzó anatemas contra los religiosos acemiLas que habían ido a Roma a defender su
doctrina, y sobre todo contra Ciro, comisionado por los frailes acemitas; humillando así los
nestorianos, Juan encumbraba a los acéfalos, protegidos por la emperatriz, y hacía comprender a
los partidos, que la Santa Sede no era inflexible y que con eí oro se podía alcanzar la anulación
de una sentencia.
El Papa Juan Mercurio falleció en 26 de abril de 535.

AGAPITO, 59.2 PAPA

JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO, REY

DE FRANCIA

El sacerdote Gordiano, padre de Rústico Agapito, habla hecho educar este fruto del amor
conyugal con el mayor cuidado. Le colocó desde muy joven entre el clero de Roma, donde sus
grandes virtudes le hicieron digno de ocupar la silla de San Pedro después de la muerte de Juan
Mercurio.
El clero y el pueblo reunieron a favor suyo sus votos, y luego de recibir la ordenación episcopal,
fué reconocido soberano pontífice.
Su administración se inauguró con un act> de justicia. El Santo Padre mandó quemar
pÚblicamente y en el centro de la iglesia los libelos de ‘los anatemas que Bonifacio había
lanzado contra los obispos y clérigos que hablan favorecido a su contrincante Dioscoro. Con este
motivo infanió el recuerdo de su antecesor, y prefirió la justicia equitativa a la vanagloría de su
Sede.
No bien el emperador Justiniano recibió la noticia de la elección de Agapito~ cuando le envió en
calidad de embajador al sacerdote Heraclio. En su carta decía al Santo Padre que para facilitar la
conversión de los arrianos, era necesario ofrecerles, en la Iglesia, el mismo rango que ocupaban
en su secta. El Pontífice, correspondiendo a la cortesía del emperador, alabó su celo por la
conversión de los arrianos; pero le advirtió que los Pontífices ño tenían derecho a cambiar los
cánones, que prohibían conservar en las órdenes a los herejes reconciliados.
San Cesáreo de Arlés consultó al Santo Padre acerca de un punto de disciplina que dividía a los
obispos de las Galias, y le preguntó si los pastores tenían derecho a enajenar los bienes de la
Iglesia en las circunstancias difíciles. Agapito respondió que las constituciones prohibian esta
clase de enajenaciones, y que no se atrevería a dar su autorización para vender dichos bienes.
«No creáis, alladió el Papa, que mis consejos .se hallen dictados por avaricia o por interés
texnporab.
Agapito, declarando que se veía obligado a someterse a las
360 ?IISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

3~31
decisiones de los concilios, condena la ambición de los obispos de Roma, sus sucesores, los
cuales han pretendido elevarse por encima de los concilios un.iversales.
Animado por generosas intenciones, el Pontilice fundó escuelas públicas para instrucción de la
juvcntud. y se ocupó en desterrar la ignorancia qt~e se había infiltrado hasta en las primeras
capas sociales; a diferencia de sus antecesores, pretendía que las más bellas inteligencias, si no
estáii alimentadas por el estudio, se alteran insensibiemente y se cambian en origen de los vicios
más groseros. El célebre Casiodoro se unió a él para secundar la ejecución dc esta noble
empresa; mas la guerra atrajo. luego su atención sobre otros objetos. Justiniano había confiado el
mando de sus ejércitos a Belisario, gran capitán y Láctico muy hábil; el general griego,
prosiguie~ndo sus conquistas con una rapidez sorprendente, arrancó el Africa a los <ándalos, y
llevó sus victoriosas armas a Italia, donde espar‘ció el terror entre los godos.
Teodato, asustado por la marcha del conquistador, pensó, al principio, en abandonar sus Estados;
mas luego, cediendo a los consejos de sus embajadores, que conocían su devoción ‘estúpida,
resolvió servirse de la religión para detener a Belisario. Ordenó a Agapito que se dirigiese a
Constantinopla a fin de negociar la paz o un armisticio, y dijo que pasaría a todos los romanos
bajo ‘el filo de su espada si esta misión no producía buen éxito.
El Papa se excusó con sus muchos años y su extremada pobreza, rogando que no se le obligase a
emprender tan largo viaje; mas las nuevas órdenes del príncipe fueron ~cnmpañadas con tan
grandes amenazas, que el Papa se vió obligado a obedecerle. Agapito empeñó, entonces, los
cálices, los vasos y la pedrería con que los fueles brabían adornado las iglesias, y con tan ricas
prendas se le proporcionaron los fondos necesarios para emprender su viaje. Hemos de añadir,
para honra de Teodato, que no ~iien llegó a su noticia esta acción, cuando reembolsó de su pe-
culi<> las sumas prestadas, y mandó devolver estos ornarnentos a sus correspondientes iglesias.
Hacía ya un año que Epifanio, patr¡arca católico de Constantinopla, habla muerto, y que Antimo,
obispo de Trebisonda había sido elevad~) a su silla por el favor que gozaba con la emperatriz
Teodora. Conocido por los acéfalos su esp~írjt~ de tolerancia, determinó a los jefes de la secta a
volver a Constantinopla. Estos herejes celebraron al
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
principio sus reuniones cn casas particulares, donde la emperatriz y Conxitón, su hermano, iban a
ellas con sus aman~ les y una muchedumbre dc jóvenes de la corte. Después su audacia se
acrecentó con el buen éxito: edificaron templos~ administraron sacramentos, recibieron ofrendas,
e hicieron muchos prosélitos. Los sacerdotes católicos, viendo que disminuían su importancia y
sus rentas, se quejaron al emperador contra Antimo, y encargaron a muchos diputados que fuesen
al encuentro del Pontífice, que se hallaba ya en camino, a fin de prevenirle en contra del
patriarca.
Agapito fué recibido en Constantinopla con grandes muestras de respeto, lo cual le obligó desde
el mismo día en que hizo su entrada en la ciudad, a que abusase de la ‘deferencia que con él se
usaba, a que no quisiese recibir al patriarca Antimo, que los ortodoxos acusaban de favorecer a
los eutiquianos, y a que, sin conocer su profesión de fe, le arrojase como intruso.
Los acéfalos, ultrajados por la soberbia del Pontífice, visitaron inmediatamente a la emperatriz al
objeto de concertar con ella los medios para perderle. Se convino en inspirar a Justiniano algunas
sospechas respecto a las creencias del Papa, y en acusarle de ser partidario del nestorianismo,
acusación de que sus predecesores habían sido ya víctimas. No obstante su gran devoción, el
emperador acogió estas acusaciones dirigidas contra Agapito con tanta más fruición, cuanto se
sentía agraviado por la altanería con que trataba a su patriarca, y por la corrección que le dirigió
a él mismo. Y, en efecto, en el año anterior, cuando envió a Roma un edicto que contenía su
profesión de fe, el Santo Padre le respondió, con orgullo, <que cada cual debía permanecer en su
puesto, y que no podía aprobar la autoridad que se adjudicaba de enseñar públicamente a los
fieles>.
En esta dis~osici’ón de espíritu, ‘el monarca dirigió al Pontífice muchas preguntas acerca de su
doctrina, no para satisfacer su gusto por las controversias religiosas, sino para recoger pruebas de
su herejía.
Por otra parte, los prelados de la fracción Severo, enviados por la emperatriz, no cesaban de
advertir a Justiniano que el obispo de Roma quería turbar la paz de Oriente. «¿No habéis visto,
señor, le decían, como desde la elección de Antimo, los acéfalos se hallan dispuestos a hacer
cuanto exijáis de ellos? El mismo Severo ha prometido a vuestra clemencia someter su doctrina
al juicio de la Iglesia romana; pero no esperaba hallar en el trono d’e la Iglesia un

362 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 363

anciano tan duro e inflexible. Por Dios, seflor, considerad en qué se halla fundado este
escándalo: está fundado sobre una simple formalidad que se reduce a resolver si, para el mayor
bien de la Iglesia universal, la ciudad de Constantinopla puede pasar sin Antimo, o bien si prefie-
re darle el titulo de patriarca mejor que el de obispo.>
Justiniano, convencido por las razones de sus prelados, se abandonó a su resentimiento contra
Agapito, y en la primera conferencia que celebró con el Pontífice, ¡e dijo, conmovido: <Me hallo
determinado a rechazar vuestras injusLas pretensiones, y no hay que vacilar por más tiempo: o
me recibís en vuestra comunión, o preparaos a ser desterrado».
Esta amenaza no asustó a Agapito, que respondió con audacia: <En verdad que me he engallado,
seflor, al dirigirme aquí con gran celo; esperaba hallar un emperador cristiano, y he encontrado
un nuevo Diocleciano. Pues bien:
qu~ Diocleciano sepa que el obispo de Roma no teme sus amenazas, y que no quiere someterse a
sus órdenes».
El emperador, naturalmente, bueno y devoto, en vez de castigar su audacia, cambió de tema, y
cuando la plática reVistio un carácter pacífico, el Po~nt,ifioe le dijo: «Para que comprendáis que
vuestro pretendido obispo es un. hombre pernicioso a la religión, os suplico que me permitiuis
interrogarle sobre las dos naturalezas de Jesucristo. Quedad persuadido, añadió el astuto Papa,
que no os propongo esto para evitar ~l des Lierro ni para buscar transacción, sino a fin de que
conozcáis al patriarca Antimo».
Justiniano dió sus órdenes para que se le hiciese venir a su presencia, y la conferencia empezó: el
Pontifice abordó las cuestiones réligiosas sobre los misterios de la encarnación; desenvolvió
extensamente los puntos de teología que se hallaban en relación con la proposición indicada, y
luego de apurar los recursos de la contr~oversia, intimó al patriarca a que reconociese la
ortodoxia de su doctrin& Antimo rechazó victoriosamente los ataques del Pontífice, y terminó
declaran’do que no existían dos naturalezas en Jesucristo. Agapito, furioso por su derrota, lanzo
anatemas contra Antimo~ coutra Severo, contra Pedro de Apanie, contra Zora y contra muchos
prelados cuyos nombres hubiesen quedado en el olvido si no se les hubiese excomulgado. En
seguida obtuvo del monarca la orden de deponer a Antimo y consagrar al nuevo patriarca de
Constantinopla.
Luego de haber turbado el Oriente por espacio de cua1ro meses, el Santo Padre fué víctima de
una enfermedad
que le mató en algunos días. Sus funerales se celebraron con cánticos de alegría; y cuando se
transportó su cuerpo a la catedral, los pórticos, las plazas públicas, los tejados y las ventanas de
las casas se hallaban atestados por una mLchcdumbrc de fieles que querían contemplarlo. Los
historiadores colocan la época de la muerte de Agapito en 25 de noviembre del año 536;
aseguran que ningún patriarca, ningún obispo, ni ningún emperador habían sido inhumados con
tan gran pompa; su cuerpo fué embalsamado, metido en una caja de plomo y transportado a.
Roma.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 3645

SILVERIO, 6O.~ PAPA

JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEI3ERTO, REY

DE FRANCIA

Li mc dic de escandalosas intrigas y de simonías criminíles, Silverio, hijo del antiguo Papa
Hormisdas, seducido por la ambición de ocupar la cátedra de San Pedro, ofreció una suma
considerable al rey Teodato, y fué elegido PonLi~ice de Roma.
La elección de ‘este Papa era un golpe de Estado y de hábil política; el rey, temiendo que fuese
arrojado de Italia por las victoriosas armas de Belisario, quiso asegurarse de la fidelidad de los
romanos dándoles un obispo entregado a sus intereses, y que tuvo necesidad de su auxilio para
mantenerse en su silla. Ni el clero, ni el pueblo tuvieron libertad para decidir esta elección;
Teodato hizo tan sólo anunciar a los romanos y a los que se atrevieran a elegir otro Pontífióe, que
se preparasen a la muerte. Entonces Silverio tomó el gobierno de la Iglesia, y el temor de los
suplicios obligó al pueblo a que le reconociese por Papa. Unicamente algunos eclesiásticos
rehusaron firmar cl. decreto de la elección, y protestaron contra el mismo; pero transcurrido
algún tietaal)O, sc colocaron bajo las órdenes del nuevo Papa.
Mas Teodato fué engañado en sus esperanzas; el traiaor Silverio, poniendo en práctica el odioso
principio de «que era permitido no cumplir lo prometido a los herejes», bizo traición a su
bienhechor y abrió las puertas de Roma a Belisario.
Justiniano, convertido en señor de la capital del inundo, volvió a reanimar las cuestiones
religiosas que habían sido ya agitadas bajo ‘el pontifí ido de Agapito. L,a emperatriz Teodora,
que favorecía los acéfalos de Oriente, escribió al Papa con objeto dc que restableciera al patriarca
Antimo y mandase echar a MennaS da la silla de Constantinopla. Al mismo tiempo Belisario
recibía órdenes para obligar a Silverio a que firmase sus proyectos; y en caso de que se resistiese
a ello, le decía que acusase al Pontífice de haber conservado inteligencias secretas con los godos,
y de haber
querido entregar la ciudad por una segunda traición. El Santo Padre fué enviado al Palacio;
Belisario y su mujer Antonina, confidente de la “emperatriz, le participaron las órdenes que
habían recibido, y le obligaron a obedecer, renunciando al concilio de Calcedonia y aprobando
por escrito la creencia de los acéfalos.
Silverio, colocado entre dos peligros, y temiendo la cólera dcl príncipe y la venganza del clero,
pidi’ó que se reuniera un consejo. Los sacerdotes se pronunciaron unánimemente contra la
proposición, y le amenazaron con deponer-lo como traidor y prevaricador si cedía a las amenazas
de sus enemigos.
Entonces, dominado por el miedo, rehusó contemporizar con Belisario, y para evitar la venganza
de los griegos, se retiró a la iglesia de Santa María la Sabina.
Belisario le acusó públicamente dc haber sido pérfido hacia el emperador, y presentó como
testigos a un abogado llamado Marco y a un guardia pretoriano, los cuales áfir
SAN SILVERIO, PAPA

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

maron que él les había entregado cartas dirigidas a ‘Vitigio, rey de los godos. Se obligó al
Pontífice a que compa-~ reciese por segunda vez al palacio imperial, prometiéndole, en forma de
juramento, que no se atentaría a su libertad. Silverio aceptó la invitación del general griego, y
después de la conferencia fué acompañado a la iglesia donde se había retirado.
Pero como Belisario le llamase por tercera vez, comprendió que sus enemigos querían
sorprenderle, y que no les podría resistir por más tiempo.
Sus previsiones eran justas, pues la emperatriz le había escrito para tenderle un lazo; ésta le
rogaba que repusiese inm>ediatament>e a Antimo, o que fuese a aquellos lugares para examinar
la causa de este patriarca, injustamente condenado. Silverio, después de la lectura de- esta carta,
lanzó un gran suspiro, y dijo: <Esto me indica que no puedo vivir mucho tiempo>. Dirigióse en
seguida hacia el general griego; los que }e acompañaban fueron detenidos, los unos a la entrada
de la sala, los otros en la puerta de la antecámara, y se introdujo a Silverio en el departamento de
Antonina, que se hallaba aún acostada, <En verdad, señor obispo—le dijo—, que no sé lo que os
hemos hecho a vos y a vuestros romanos para que tratéis de entregarnos en manos de los
bárbaros. ¿Qué es lo que os impulsa a ello?» El Pontífice ni siquiera tuvo tiempo de responder.
Un subdiácono entró bruscamente, le arrancó su manteo, y metiéndole en una estancia vecina se
le despójó de la insignias de su dignidad y se le vistió un. hábito de fraile.
Después de esta ceremonia, otro subdiácono se dirigió a la antesala donde permanecía el clero, y
dijo a .lo~ sacerdotes: «Hermanos míos: no tenemos ya Papa; acaba de ser depuesto y condenado
a hacer penitencia en un monast~rio. » Sorprendidos por esta noticia, emprendieron la fuga,
dejando al Papa en manos de sus enemigos.
Belisario se ocupó luego en hacer elegir al sacerdote llamado Vigilio, ambicioso desde mucho
tiempo de los honores ‘del episcopado. En el reinado siguiente hablaremos de la muerte del
desgraciado Silverio.
VIGILIO, 6l.~ PAPA
JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO, REY DE FRANCIA

La archipapisa Teodora

Vigiio era romano e hijo de un cónsul llamado Juan.. Bajo el pontificado de Bonifacio II había
alcanzado ya una constitución que le aseguraba la cátedra de San Pedro:
mas el clero se había opuésto a este mercado escandaloso~ y había destruido sus esperanzas;
esta derrota no descorazonó a Vigilio; los obstáculos irritaron su genio y continuó sus intrigas
con más vigor que anteriormente.
La historia nos lo presenta como hombre de una ambición desmedida, capaz de cometer todos los
crímenes cuando se trataba de elevarse al poder. «Su carácter—dice un escritor de su tiempo—
era vIolento y arrebatado. En un acceso de cólera maté a bastonazos a un niño que no guiso
acceder a sus infames caricias; era tan avaro, que confesaba que si había roto sus relaciones con
la emperatriz, era, no por su ocio religioso, sino por no verse obligado a devolverle el oro que le
había prestado para elegirle Papa». Por lo demás, la carrera de su vida no es más que una larga
serie de perfidias, de escándalos y de crímenes; y, sin embargo, los clérigos lo han colocado
entre los. santos.
Vigilio había acompañado al Papa Agapito cuando hizo su viaje a Constantinopla. Después de la
muerte del Pontífice, la emperatriz hizo preguntar al jovcn sacerdote si consentiría en romper
todos los decretos de Agapito, en condenar el concilio de Constantinopla, que acababa de
terminar; en deponer a Mennas, para restable¿er en su silla a Antimo, Severo y Timoteo, y, en
fin, en excomulgar los tres capítulos, el concilio de Calcedonia y la francesa caz— ta de San
León.
Ninguna de ‘estas proposiciones asustó al ambicioso Vigilio; lo prometió todo y se obtigó, por
medio de juramento, a obedecer las órdenes de la emperatriz, si era elegido Papa. En seguida se
le entregaron setecientas piezas de oro,
366
1
868
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
1
.dando un recibo por el cual Vigilio se comprometía a de’
-volverlas, cuando fuera dueño del tesoro de La Iglesia; luego lc entregó cartas para Belisario, a
quien Teodora recomendaba expresamente al diácono Vigilio como sucesor de Agapito.
Estas precauciones le aseguraban su feliz éxito; pero liégado a Nápoles, supo que los romanos
habían recibido ya un Pontífice que el rey Teodato les hab~a impuesto. Esta nueva decepción no
detuvo a Vigilio en sus proyectos; estudió con calma los obstáculos que se oponían a su eleva-
ción, y calculó las probabilidades que tenía para vencer a un hombre recliazado por el clero,
porque era hechura de los godos, enemigos del Imperio. Lu.ego participó sus esperanzas a la
emperatriz, y le suplicó que secundara sus esfuerzos. La princesa escribió a Belisario obligándole
a que examinara los planes de Vigilio, y a que hiciera surgir motivos a fin de que fuese depuesto
Silverio. «Si ~io alcanzáis buen éxito—añadía—, mandadie prender y conducidie a Constan-
tinopla sin ningún retardo, a cuyo objeto os mandamos un sacerdote de nuestra completa
confianza, el cual se ‘ha obligado a restablecer a Antimo y a proporcionar el triunfo a los
acéfalos».
Belisario temió que la ‘ejecución de esta empresa ocasionase la confusión en Roma, y
promoviese un cisma peligroso. Poco firme en su conquista, no quería arriesgar, en un momento,
la gloria que había adquirido en su triunfo sobre los vándalos y los godos; pero su mujer, que
ejercía gran ascendiente en su ánimo, le determinó a ejecutar las órdenes dc la princesa, y ‘esto
dió por resultado la deposición de Silverio y la odiosa elección de Vigilio.
Por mandato del general griego, el clero se reunió para dar un sucesor al Pontífice depuesto.
Púsose en cuestión si la Santa Sede debía ser considerada como vacante; como los sufragios se
hablan comprado con anterioridad, se resolvió afirmafivamente; algunos quisieron excluir a
Vigílío, y protestaron contra sus pretensiones; mas eran pocos, se les trató cdn desprecio, y los
que habían sido comprados convinieron en proceder, sin pérdida de tiempo, a la consagración del
nuevo Papa.
Entonces Vigilio exigió que se le entregara al desgraciado Silverio, y bajo el pretexto de que
debía responder de la tranquilidad de la ciudad, le hizo salir de Roma y le envió a Patara, en la
Licia. Contra lo que ‘esperaba, el ohís.po del país recibió a su prisionero como confesor, y no
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
869
sólo le adjudicó los honores debidos a. su Pontífi~e, sino que. intentó restablecerle en su silla. A
este efecto hizo él misirmo un viaje a Constantinopla, manifestó con altivez al emperador la
injusticia con que se había condenado a Silverio, y obtuvo del príncipe que el acusado volvería a
Roma para ~ufrir un nuevo juicio~ Justiniano se obligó, en caso de que fuese inocentó de la
traición de que se le acusaba, a devolverle el trono pontificio, y si era culpable a desterrarle áni-
jeamente de Roma, sin condenarle a la degradación.
Mas la ‘emperatriz Teodora tenía d’emasiad~ interés en sostener a Vigilio. en su usurpaci,ón
para permitir que la voluntad del emperador fuese ejecutada; y ,por su parte, Vigilio era
demasiado activO para dormirse en medio de los riesgos que le estaban amenazando. Escribió,
pues, a Belisario diciéndole que no podía dar la cantidad en que habían convenido, a menos que
su adversario fuese puesto en sus manos como prenda. Entonces se cogió a Silverio en su refiro,
y fué entregado al infame Vigiliro, que le hizo conducir por sus feroces satélites a una isla
desierta llamada Palmaria, donde se desterraba a los que se quería hacer morir sin escándalo.
Lo.; verdugo~s, a los cuales Vigilio llamaba defensores de la santa Iglesia, ejecutaron las
órden’es que habían recibido, y que les obligaban a concluir en breve plazo coii el infeliz
prisionero. El desgraciado Silverio fué privado de alimento por espacio dc nueve días, y como la
muerte no llegase con la prontitud que deseaban los clérigos que le guardaban, éstos le
estrangularon y se volvieron a Roma. Tal fué el castigo del crimen de que Silverio se había, he-
cho culpable usurpando ‘el primer sitio de la Iglesia.
Por espacio de cinco días, el clero permaneció indeciso sobre la elección de Papa; el oro reunió,
por fin, ]os votos a favor de Vigilio, y después de algunos días de ‘intrigas, fué reconoddo como
el más digno de ocupar la silla de San Pedi’o. Los sacerdotes procedieron a su exaltación, no
obstante el anatema de que había sido víctima Silv>erio, y no obstante la horrible complicación
de crímenes que había puesto en obra para llegar al trono pontificio.
Esto sin ‘embargo’, después de la muerte ‘de su antece‘sor. Vigilit se halló en una situación
extraordínaria.mente difícil. Por una parte, el clero romano le obligaba a c~ndenar a los acéfalos,
y por otra, la ‘emperatriz reclamaba imperiosamente la ejecución de su promesa. Para coñjurar
historia de los iPapas.—Tomo 1. —24
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 371
370 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
el más insensato peligro, Su Santidad envió a Antonina, mujer de Belisario, que pasaba por
favorita de la reina, muchas cartas dirigidas a Teodosio de Mejandría, a A!ntimo de
Constantinopla y a Severo de Antioquía, en las que el Papa declara profesar la misma fe que
ellos; al mismo tiempo les rogaba que conservasen sus cartas secretas hasta que hubiese afirmado
su autoridad, y les recomendaba, a fin de alejar toda sospecha, que dijesen ¡abierta.m.ente que el
obispo de Roma les era sospechoso.
La confesión de fe que les énviaba el Santo Padre, negaba las dos naturalezas de Gristo,
rechazaba la carta da San León, y declaraba excomulgados a los que no creían en una persona y
en una esencia. Es, pues, inqontestable que Vigilo fué apóstata, y Pontífice hipócrita, pues al
mismo tiempo que aprobaba las opiniones de los acéfalos en wn.a carta que les escribía
secretamente, publicaba la prof~esión de fe de los ortodoxos.
Justinano, irritado porque Vigilo no le había escrito cuando entró en el pontificado, interpretó
desfavorablemente su silencio, y envió a Italia al patriarca D’omÚd~o, con cartas que
manifestaban sus sospechas acerca del Papa; el embajador tenía obligación de exigir
explicaciones acerca de las relaciones que, según se. decía, sostenía con los herejes. En su
contestación, Vigilio tributé grandes elogios al príncipe por la pureza de sus sentimientos,. y
decaró que no profesaba otra creencia que la de sus antecesores, que anatematizaba a los que
profesaban opiniones contrarias, y, en fin, rogaba al emperador que conservase los privilegios de
la Santa Sede, y le enviase, como embajadores, a católicos irreprochables. Su Santidad escribió,
igualmente, al patriarca Mennas, felicitándole por haber cumplido las promesas que había hecho
al Papa Agapito, recibiendo los cuatro con. cilios y excomulgando a los cismáticos.
Justiniano, a medida que aganzaba en altos, se abandonaba más y más a su fanatismo religioso, a
la pasión :de las controversias, y componía multitud de obras teológi~. cas. Mas queriendo
profundizar los misterios de la réligión~ concluyó por alejarse insensiblemente de los principios
ortodoxos que había profesado.
Los edictos del emperador eran recibi<dos por todos los obisp~s de Oriente; y únicamente
Vigilio, ordenado por el clero romano, se oponía a la propagación de sus principios en
Occidente.
Irritado por la obstinación del Pontífice, el principe re-
solvió someter las cuestiones a un concilio general; escribió, pues, a Vigitio, diciéndole que
había ordenado la convocación de un sínodo, mandándole partir sin pérdida de tiempo hacia
Constantinopia.
Los Papas siempre han temido las asambleas generales, principalmente si éstas deben celebrarse
fuera de su jurisdicción. Así el Santo Padre empleó todos sus esfuerzos para cambiar la
resolución del emperador, o, cuando menos, para evitar comparecer ante el concilio. Justiniano
fué inflexible y nuevas órdenes obligaron al Pontifice a obedecer al mo~nJarca.
Antes de que marchara Vigilio, el clero promovió sediciones contra el pueblo, y le hizo ver la
suerte que le aguardaba en Roma si abandonaba los intereses de la religión. El mismo día en que
dejó la ciudad, algunos frailes le persiguieron a pedradas, y le cargaron de maldiciones e injurias.
Si~n embargo de estos insultos, Vigiuio, ~.eseando conciliarse los espíritus para cuando
volviese, fondeó en Sicilia y compró granos, que mandó enviar a Roma, con orden de
distribuirlos al pueblo en su nombre; luego proalguió su camino hacia Constantinopla.
El emperador y los obispos que se hallaban en la corfe, recibieron al Santo Padre con gran
pompa; y después de las ceremonias de costumbre, se abrió el concilio. Des de las primeras
conferencias, Vigilio declaró que - Mennas y Teodoro se encontraban fuera de su comunión y
sostuvo los principios de Justiniano; el príncipe, entonces, dejó estallar su indignación y ordenó a
los guardas que arrancasen de su trono al sacerdote indigno, cuya presencia deshonraba la
asamblea; lo cual se hubiese ejecutado inmediatamente si la emperatriz no hubiese íogado a su
esposo que suspendiese los efectos de su venganza.
Esta princesa, que pensaba constantemente en su proyecto ‘de abatir a Mennas para restablecer a
Artimo sobre la silla de Constantinopla, esperába que él Papa se determinaría a cumplir- las
promesas que le había hecho en cítro tiempo respecto a este importante negocio. Vigilio, que re-
cordaba siempre las amenazas del clero romano, no quiso ratificar sus antiguos compromisos, y
prefirió reconciliarse con Mennas bajo la condición, sin embargo, de que el patriarca suscribiria
todo lo que se determinara por los obispos latinos.
Teodoro de Cesárea firmó, igualmente, la paz, aceptando las mismas condiciones; esto sin
embargo, para evitar
1
372
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
que su unión con estos dos prelados no se tomase por una declaración en favor de los eutiquianos
y los acéfalos, Vigibo excomulgó solemnemente a los sectaribs. de esta herejía.
Esta señal de deferencia no satisfizo por completo a Justiniap,o, el culal exigió que Vigilio
condenase los tres artículos; entonces el Pontífice protestó contra la violencia que se le hacia 1 y
no quiso tomar determinación alguna sin el consentimiento de los obispos latinos. Por. su parte el
emperador no guardó consideración alguna al Pontífice, y las cosas fueron tan lejos, que cierto
día el Papa dijo en plena asamblea: «Veo que se me considera como un ‘esclavo al cual tenéis el
derecho de mandará verdad es que me hallo entre cadenas, mas recordad que Pedro, cuyo Jugar
ocupo, en nada ha perdido su libertad».
En otra circunstancia recordó al principe las frases de Agapito: «Pensaba venir a la corte de un
emperador cristiano y me encuentro en la de Diocleciano, ~el más cruel de los déspotas». La
firmeza del Pontífice hizo vacilar a Justiniano, y permitió a los obispos que se reuniesen para
deliberar.
Se hallaban ya reunidos unois ochenta prelados, cuando el Papa declaró el concilio disuelto antes
que se hubiese tomado resolución alguna; los Padres recibieron orden de formular su opinión por
escrito, y envió los boletines al palacio del ‘emperador. Por fin, algunos días después, Vigilío dió
él mismo su ‘opinión ‘en que condenaba lo.s tres artículos sin prejuzgar lo que había dispuesto el
concilio de Calcedonia
Vigilio, siempre en contradicción consigo mismo, ya f avorecía a bis ortodoxos ya a los herejes,
conforme su engrandecimiento exigía.
En el año siguiente los prelados de Africa excomulgaron al Santo Padre como traidor y aÑstata,
emprendieron la defensa de la doctrina de los tres capítulos y enviaron sus letras al emperador
por conducto de Olimpo Magistriano.
Por fin, Vigilio, comprendiendo que su tortuosa política no había podido engañar a ninguno de
los partiklos, coWsintió en recibir los tres’ capítulos, y propuso celebrar un concilio general para
terminar las dí~erencias.
Teodoro Ascidas, obispo de Cesárea, profundamente afligido por los desórdenes y sediciones
que estas disputas ocasionaban al Imperio, se echó a los pies de Justiniano, y en nombre del clero
le dirigió este discurso: «¡Cómo, señort
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~173
¿ No es vergonzoso que el dueño del Universo despué~ de haber subyugado tantas diferentes
naciones, tenga que sujetarse al capricho de un sacerdotte qu~ xl él mismo sabe’ lo que quiere?
Vigilio decía ayer: «¡Anatema al que no condena los tres artículos !» Hoy día dice: «¡ Anatema
al que tos condena!», y bajo el pretexto de reservar el fallo’ a’ un concilio, se atreve, con su
propia auto~ridad, a echar por tierra los edictos del emperador e imponer su creencia a la misma
Constantinopla. El mundo entero conoce vuesti-a gran piedad y vuestros edicto~s han sido
recibidos ~or todas las Iglesias; ¿ qué es lo que pensará.n l~s pueblos viendo a un extranjero,
que, con una sola palabra, echa por tierra actos tan so~lemnes ‘en vue~tra mism~i presencia, en
desprecio de los cuatro patriarcas y de un gran número de obispos qu’e os han prestado su
auxilio para (pie se .e.frcutasen los edictos...? ¿Qué se ha hecho de vuestra autoridad, si vos, gran
señor, no’ podéis mandar a vuesitros’ súbditos sin el permisol de Vigilio. ¿ Qué di~ria la empera-
triz, esa virtuosa princesa cuya pérdida lloramos, si ~riese a Justiniano como rebaja la dignidad
real hasta el pu,~nto de recibir públicamente un mentís por parte de un sacerdote orgulloso?»
Este discurso cambió las disposiciones del emperador; el edicto contra los tres capítulos volvió a
ponerse en vigor y fué sostenido por los escritos de Teodoro, qu~ había conducido con gran
destreza este negocio. Vigilio, con esta ocasión, trató d’e quejarse ante Justiniano; mas el
príncipe rehusó escucharle. Amenazó con la excomunión a cuantos se opusieran a sus órdenes;
mas se contestó a sus amenazas fijando los edictos en todas las iglesi,as. Entonces la rabia del
Pontífice se exhaló en imprecaciones e injurias; mas se despreciaron sus ultrajes como se habían
despreciado sus amenazas. Llevado hasta los últimos límites, convocó, en el palacio de Placidio
a todos ‘los obispos que se hallaban ~n Constantinopla, los diáconos y hasta el mismo clero infe-
rior, y protestando en su presencia contra lo que el emperador hacia, lanzó terribles anatemas
contra los que no se sometiesen a la decisión, de los obispos de Occidentel
Desde entonces no se guardó consideración alguna, y los partidos se entregaron a todo ‘el furor
del fanatismo. El Papa, no creyéndose seguro en el palacio de Placidio, fué a refugiarse a la
iglesia de San Pedro, donde compuso el famoso decreto de excomunión contra Teodoro, Mennas
y sus partidarios. Esto no obstante, lo guardó secretamente a fin
.374
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
de procurarse algunos medios de salvación y lo confió a un monje que debía publicarlo en el
caso de q~se se atentase contra su libertad o su vida.
El emperador no quiso considerar la iglesia de San Pedro como un asilo inviolable para un
sacerdote criminal y audaz que osaba desafiarle en si.~ mismo trono; ordenó al pretor, encargado
de prender a los ladrones y asesinos, que cogiese a \Tigilio en~ su retiro, y protegió a los
polizontes encargados de prenderle con un destacamento de soldados pertenecientes a su guardia.
Los soldados penetraron en la iglesia ~con las espadas desnudas, los arcos preparados y se
dirigieron hacia el Papa con objeto de prenderle, mientras que éste se ocultaba debajo del altar
mayor cuyos pilares abrazaba. Entonces, el pretor, viendo que el Pontífioe no quería obedecer las
órdenes del príncipe, se vió obligado a emplear la violencia; ordenó a los soldados que arroja.
s~n a los diáconos y a los clérigos con sus alabardas, mandó sacar al Pontífice del paraje en que
se hallaba, haciéndole coger por los pies, los cabellos y la barba, y entonces se trabó una lucha en
que Vígilio rompió dos columnas del altar, de forma que si los clérigos no hubieran sostenido
este último hubiese caído, matando irremisiblemente al Pontífice. Durante su arresto, el pueblo,
llamado a la sublevación por los sacerdotes, se puso en armas, atacó al pretor con furia, lanzó a
las tropas de la basílica, y mantuvo a Vigilio en su asilo.
Justiniano, a su vez, se vió obligado a proponer algunos medios para transigir en este asunto.
Tres personas de la corte vinieron en su nombre’ a decir al Pontífice que al refugiarse en una
iglesia había hecho un ultraje al emperador, al cual parecía mirar como un tirano. Estas personas
le obligaron a reprimir ‘el fanatismo de los sacerdotes, que excitaban a la revuelta y señalaban al
príncipe ante la venganza del pueblo; le advirtieron también que si obraba de otra manera,
Justiniano, para que cesasen los desórdenes se vena obligado a emplear los medios más
violentos, y que se pondría sitio a la basiica de San Pedro; y dijeron, en fin, al ~Pontífice, que si
consentía ‘en volver al palacio Placidio, se le devolverían todas las garantías y todas las
seguridades que desease. Vigilio contestó que accedería a sus deseos con la condición de que no
se obligara ni a él, ni ,a los suyos a aprobar los artículos de fe que en su con ciencia rechazada.
Justiniano consintió en este compromiso haciendo un juramento solemne; mas el orgulloso Pon-
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
~75
tífice quiso fijar los términos y cláusulas en que se debía formular el juramento. Entonces se h
indicó que si ~io queria aceptar las condiciones propuestas, sería sacado de la iglesia por las
tropas y condenado a terminar sus días en el fondo de un calabozo. Esta amenaza le determinó a
volver al palacio de Placidio.
No bien se vió instalado en su antigua morada, cuando despreciando los compromisos
celebrados, el Santo Padre se vió ultrajado y expuesto a los peores tratamientos; los oficiales del
emperador le arrancaron del palacio, le arrastraron por las cailles de la ciudad con una cuerda en
la garganta, y di~ndole de bofetones, decían al pueblo: «He ahí el castigo que nuestro ilustre
emperador inflige a este sacerdote rebelde y obstinado; y este odioso Pontífice que ha mandado
estrangular al desgraciado Silverio; a ese infame sodomita, qu’e hizo morir a palos a un pobre
niño que se había resistido». Después de esto fué conducido a su palacio, y guardado en calidad
de prisionero por los soldados del príncipe.
Dos días antes de Navidad alcanzó burlar la vigilancia de sus centinelas: franqueó durante la
no~he un pequeño muro que se había construido alrededor de su cárcel, huyó de Constantinopla,
y se refugió en la iglesia de Santa Enfeinia de Calcedonia. Para evitar la cólera del emperador,
fingió que había caído gravemente enfermo.
Luego que Justiniano tuvo noticia de la fuga de Vigiho, le envió muchas personas de distinción
para obligarle a ~a1ir de Santa Eufemia y para que volviese a Constantinopla, donde recibiría
todas las satisfacciones deseables. Esta vez el Papa rechazó las proposiciones del príncipe y le
amenazó con que resolvería por sí mismo las cuestiones religiosas si no quería sujetarlas al juicio
d.c un concilio formado por obispos de Occidente. Y ‘en efecto, promulgó un decreto que se le
llamó constitución, para distinguirle del primer juicio; y en esta bula, dirigida al emperador,
revocó los anatemas que en. otro tiempo había lanzado contra los que adoptaban los tres
capítulos. Nueva prueba de que la Santa Sede no era infalible.
No obstante la ausencia de Vigilo y su oposición declarada, el quinto concilio de Constantinopla
prosiguió en sus deliberaciones, condenó los tres capítulos y rechazó las pretensiones del Papa
como atentatorias a las libertades’ de la Iglesia.
Los tres capítulos fueron anatematizados, y se obligó
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

a Vigilio a firmar la sentencia de los Padres; viendo que rehusaba, el emperador le condenó al
destierro; se le (jUitaron los criados; los obispos, los sacerdotes y los diáconos de su partido
fueron dispersados en ‘el desierto y se abandonó al Papa por espacio de séis meses, sin que nadie
le prestase el más mínimo socorro, y entregado a los dolores del mal de piedra, enfermedad que
le había hecho sufrir constantemente durante siete a~o~s, cuando vivía en Constantinopla.
El cl’erG y el pueblo romano le miraban como perseguido por detender su Iglésia, y no quisieron
elegir otro Pontífice, ~o obstante las órdenes de Narses, que mandaba a nombre del emperador en
Italia.
El Papa se fatigó del destierro: los males que padecía le hicieron desafiar el terror que le
inspiraban los obispos latinos, y declaró que aprobaba el concilio. Podemos añadir que esta
resolución tardía fué inspirada por el temor de qu’e la Santa Sede fuese ocupada por el diácono
Pelagio, el cual, después de haber defendido los tres capítulos, se había sometido ante el
príncipe, obligándose a cumplir y mandar ejecutar sus órdenes.
Vigilio ‘escribió una carta al patriarca Eutiquio, ‘en la que se reconocía culpable de haber faltado
a los preceptos de la caridad, s’eparándose de sus hermanos; añadía que no se avergonzaba de
retractarse, puesto que había caído en el error, y citaba ‘el ejemplo de San Agustín.
L~i carta d’e Vigilio se encuentra aún en las obras griegas, pero los historiadores sagrados han
juzgado prudente dejarla en el qívido.
El Papa obtuvo del emperador el permiso de volver a Roma. Antes d’e marchar, obtuvo de
Justíniáno una constitución en favor’ de Italia, en la que ‘el príncipe confirmaba todas las
donaciones hechas a los romanos por Atalarico,, Amalasonte o Teodato, y revocaba las de Totila;
declaraba,. igualmente que los matrimonios de los ‘eclesiásticos con vírgenes del Señor, eran
nulos ante la ley, disposición muy en caráct’er en un Papa acusado de sodomía frenética.
Vigilio volvió a Roma para sujetar al pueblo bajo el yugo del terror y el despotismo;
afortunadamente no realizó sus ambiciosos sueños; durante su viaje se le propinó un brebaje
emponzoñado, y murió en Siracusa, a principios del año 555. Su cuerpo fué llevado a Roma y
‘enterrado en la iglesia de San Marcelo.
PELAGIO 1, 62.~ PAPA

JUSTINIANO, EMPERADOR DE ORIENTE — ,CHILDEBERTO, BEV DE FRANCIA

Pelagio nació en Roma y era hijo del vicario de un prelecto del pretorio. Cuando Vigilio se vió
obligado a dejar Roma para dirigirse a Constantinopla, cerca de Jusijiniano, el Santo Padre envió
de Sicíli<a muchas naves cargadas de trigo para aliviar las íiecesidades del pueblo; pero como
los godos sitiaban la ciudad, los navíos fueron capturados en Porto, y Roma sufrió el hambre.
Entonces Pelagio, que se preparaba ya los medios de alcanza la silla pontificia, aprovechó la
ocasión d’e acrecentar su fama y su renombre; compró a los godos los granos de que se habían
apoderado, y los distribuyó a los pobres y a los enfermos. Los romanos, agradecidos, le
nombraron jefe de una embajada encargada de pedir al rey de los go--dos una tregua de algunos
días, y para que les propusiese que se rindieran .a discreción si no recibían auxilios de
Constantinopla.
Nuevo saqueo de Roma

Totila rehusó escuchar- las proposiciones de los diputados romanos; esto hizo que conociera la
desesperada situación de sus enemigos, y estrechando el sitio,~ pasados tres días, se apoderaba
de la ciudad. Antes de’ todo, el bárbaro quería entrar en la iglesia de San Pedro, «a fin, decía, de
rendir una solemne acción de gracias a Dios por el buen éxito de sus armas». Pelagio le recibió a
la cabeza del clero., llevando ‘el Evangelio en sus manos, y se prosternó a los pies del rey.
mientras que los sacerdotes gritaban con voz triste: «¡ Señor, perdonad a los vuestros! El Dios de
los ejércitos. nos ha sometido a vuestra autoridad: perdonad a vuestros súbditos». Totila se dejó
impresionar por sus ruegos; prohibió a los godos continuar las matanzas e insultar el pudor de las
mujeres, y permitió únicam’ente, el saqueo; mandó arruinar las murallas de la ciudad, y
destruyó~
376
1
378 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 379

igualmente, los grandes edificios. El saqueo de Roma duró cuarenta días, y los godos, al saber
que Belisario corría en auxilio de Italia, con un poderoso ejército, se retiraron de la capital del
mundo.
Pelagio fué encargado por el clero de dirig¡rs.e a Constantinopla, cerca de Vigilio, a fin de espiar
la conducta del Pontífice; obtuvo en la corto de Justiniano el títu~lo de apocrisiayio de la Iglesia
de Roma, y fué honrado con la confianza de ,este príncipe. Algún tiempo después, el e¡nperador
le envió a Gaza con Efrén de Xntioquía, Piedro de Jerusalén e Hipacio de Efeso, para quitar el
palio a ‘Pablo de Alejandría y consagrar en su puesto a Zoilo> patriarca de la misma ciudad.
Cumplió fielmentie su misión y volvió ‘a ConstantinopLa al mes siguiente. Durante su estancia
en esta ciudad, mu.chos frailes le pr.esentaroh artículos sacados de los libros de Úrlgenes
¡adoptados por los monjes de la Nueva Laura, a los ~ue querían perseguir porque excitaban
muchos tumultos en los conventos de Palestina. Pelagio, enemigo del obispo de Capadocia,
aprovechó la ocasión de vengarse; se unió al patriarca de Constantinopla, para apoyar cerca del
emperador, las quejas de los frailes de Palestina y hacer condenar a los herejes; pero sus manejos
fueron inutilizados por Justiniano, que publicó un famoso edicto sobre los tres capítulos,
compuesto por Teodoro de Capadocia. Pelagio, empeñado en su venganza, sublevó contra este
decreto a todos los católicos que quisieron secundarle. Gracias al apocrisiiario, los escándalos y
desórdenes fueron tan grandes, que el obispo Teodoro decía «que Pelagio y hasta él mismo eran
dignos de ir a la hoguera por haber excitado en la Iglesia disputas violentisimas. y por haberse,
servido de la religión, de este manto que cubre todos los crímenes, p fin de satisfacer sus odios y
sus celos».
Pelagio fué condenadQ al destierro y no obtuvo su perdón del emperador, sino después de haber
firmado el edicto y de haber prestado homenaje al concilio. Justiniano le devolvió en ~seguida
todo su favor, y le prometió que le haría consagrar obispo de Roma después de la muerte de Vi-
gilio.
Por fin el soberano Pontífice alcaixzó permiso para volver a Italia, y Pelagio rogó que le
permitiesen acompañarle
-cn su viaje. Ya sabemos que Vigilio murió en Siracusa a consecuencia de un veneno. Pelagio,
en seguida, echó sobre sus hombros el manto pontificio, y sin esperar el re-
sultado de una elección, ~ <jeclaró obispo de Roma por la autoridad del emperador Justiniano.
Esto no obstante, a su Jiegada a la ciudad santa, los obispos no quisieron au~torizar su
usurpación y le acusaron públicamente de haber
~isesinado a su predecesor. El clero de Roma y el pueblo rehusaron la comunión del Pontífice,
y no se encontraron más que tres sacerdotes que consintieron en ordenarle.
En este general abandono, Pelagio se dirigió al patricio Narses y le pidió su protección. Este,
para obedecer la~ órdenes del príncipe, consintió en sostener al nuev~o Papa; ordenó una
procesión solemne en la cual se desplegó todo el lujo y pompa de las grandes ceremonias, a fin
de con.quistar las simpatías del pueblo.
La procesión, que salió de la basílica de San Pancracio, se dirigió hacia la de San Pedro; cuandio
hubo llegado al interior dc la iglesia, el Santo Padre cogió el Evangelio en una mano, la cruz en
otra, las colocó en su cabeza y subió de este modo a la tribuna a fin de que le viese todo el
pueblo.
En seguida Pelagio creó nueVos cargos y fiLé muy gener>oso con el pueblo con las sumas que
de Constantinopla le había traído Vigilio. Mas no por esto se extinguió el cisma.
Sostenido por la autoridad’ imperial, se mantuvo sobre la silla de San Pedro; dió la
administración de los bienes de la Iglesia a Valentín, su secretario, e hizo entregar a las basílicas
los vasos de oro y de plata, así como 1s velos que habían sido robados por los sacerdotes en los
tiempos de revueltas. Se dedicó a reprimir las herejías de Italia y ex-citó a Narses a ‘perseguir a
los desgraciados cismáticos.
«No os fijéis—decía—--en los vanos discursos de los hombres tímidos que censuran la Iglesia
cuando ordena una persecución a fin de reprimir los errores para la salvación de las almas. Los
principes deben castigar a los herejes, no sólo con el destierro, sino con la confisca~ión de sus
bienes, con la cárcel y hasta con el tormento.»
El eunuco Narses, capitán bravo y excelent~, se opuso siempre a las violentas medidas que
proponía el Santo Padre, de suerte que se decía de ellos que eran un guerrero que obraba como
un pastor, y un pastor que obraba como un guerrero.
Pelagio, enteramente opuesto a los sentimientos de tolerancia, renovó sus instancias cerca de’
Narses a fin de que secundara sus proyectos de venganza. Los herejes por
380 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 381

su parte, declararon al general griegc~ excomulgado porque parecía dar su protección al infame
Pelagio.
Al objeto de evitar la venganza del Papa, los prelados de Toscana le escribieron justificando su
separ~ación.
Un gran número de obispos de la 4Galia expresaron igualmente su descontento contra el Papa, y
se quejaron al rey Childeberto por el escándalo que la condena de los tres capítulos ocasionaba
en la I~Iesia. El príncipe encargó a Rufino, su embajador en Roma, que pidiera explicaciones
sobre esta sentencia a fin de someterla al clero de Francia. Pelagio se apresuró a contestar al rey,
y al mismo tiempo le envió reliquias de apóstoles y de mártires que recomendaba a su piedad.
En esta época de barbarie y de ignorancia, los señores despoj!aban a sus propios hijos para
enriquecer a los conventos, y otros saqueaban los conventos para coger sus-riquezas. Entre sus
bienhechores, los monjes citan al duque de Crodín: según sus leyendas, parece que este seftor
empleaba sus inmensas riquezas en levantar cada año tres palacios; que llamaba a los prelados de
la comarca para inaugurarles, y que luego de haberles dado un suntuoso banquete, les distribuía,
no sólo las vajillas de plata, los muebles precisos~ y los criados, sino los mismos palacios, los
dominios, sus tributos, las llanuras desmontadas, las viñas y los siervos que las cultivaban.
Empero la mayor parte de lo~ nobles, lejos de imitar el ejemplo de Crodin, asaltaban los
conventos, robaban las. iglesias, y arrojaban los frailes de sus moradas. El sínodo de Paris
amenazó con la excomunión a los que usurpasen los bienes del clero secular .o regular, y los
declaré anatematizados y asesinos de los pobres, hasta el día en que” se restituyeran los dominios
de que se habían apoderado.

Leyes sobre el matrimonio

Los Padres declararon que los obispos eran los guardianes dc las constituciones de l.a Iglesia y
los protectores de k~ bienes eclesiásticos. Prohibieron que una doncella o una viuda se casase sin
sú consentimiento, aunque para ello estuv~es~ autorizada por el príncipe. Condenaron el
matrimonio entre parientes y las personas consagradas a Dios. Prohibieron, igualmente, ordenar
a los obi~pos sin la aprobación de los ciudadanos; y en caso d~ que un sacerdo
te ocupara un cargo de la. Iglesia por orden del soberano. mandaban a los prelados de su
provincia que rechazasen al usurpador, bajo pena de ser expulsados de la comunión dc los fieles.
Por fin, el último canon autorizaba a los metroipolitanos a que juzgaran, de las ordenaciones
tachadas de irregulares. He aquí, pues, las importantes decisiones del sínodo de París.

españa

Mientras Childeberto sitiaba la ciudad de Zaragoza, con su hermano Clotario, vieron una
procesión de mujeres vestidas de luto con los cabellos en desorden y la cabeza cubierta de
ceniza, las cuales salían por una de las puertas y andaban en torno de los muros cantando un
himno a Dios y llevando unas andas. De pronto los francos fueron sobrecogidos por un terror
divino: las armas se escaparon de sus nianos y todos se postraron de hinojos. Childeberto, sor-
prendido ante este milagro, mandó llamar al obispo de Zaragoza y le propuso la paz con tal que
le diera ~sus reliquias. El prelado accedió a las pretensiones del monarca, y le entregó una caja
que llevaban las mujeres en las andas, la cual encerraba una estola y una túnica de San Vicente.
Childeberto levantó luego el sitio, volvió a las Galias y mandó levantar, para contener aquellas
preciosas reliquias una iglesia magnífica construida en formp. de cruz; las naves se hallaban
sostenidas por pilares de mármol, divididas en elegantes columnas; la bóveda era dorada; las
pare-cies se hallaban cubiertas de ricas y simbólicas pinturas con fondo de oro; y hasta en la
cumbre del edificio, tanto en el interior como en el exterior, no se veían más que colores dc azul,
de púrpura y de oriflama. El monarca enriqueció también esta iglesia con vasos, cruces, cálices y
Evangélios espléndidos que había robado en España, y señaló rentas considerables así en tierras
como en casas..
Pelagio murió en 559, en medio de los cismas que dividieron la Iglesia de Oriente y una parte de
la de Occidente.
JUAN III, 63.~ PAPA BENITO 1, 64.Q PAPA
JUSTINIANO, JUsTINo II, EMPERADORES DE ORIENTE — CLOTA
RIO ~HILDEBERTO, CHILPERICO, REYES DE FRANCIA

Las cróni.
decirlo ~ ~as de la Iglesia son, a últimos del sglo VI, por estériles, y la historia de los Papas
se encuendesenvw~ít
Después en sólo ajgunas páginas.
derle, a ~~1e la mue1’rte de Pelagio, se eligió, para sucePontífice ~ llamado Catelín por otro
nombre. El nuevo comenzada~flClUYó las basílicas de San Felipe y Santiago, tzos y pinti. por
su antecesor, y las enriqueció con mosaitituyó la f~¿4ras. Dedicó estos templos, y se cree que
bismienterlo ~sta de los apóstoles Felipe y Santiago. El cecuidados, d~ los mártires fué luego
engrandecido po~r sus
y
Lrán ~ ordenó que todos los domingos la iglesia de Leal clero de este oratorio, el pan, el vino
y las luces ¶nonaría
Habían ¼~anscurrido ya seis años desde la elección del Pontífice, ~iaudo dos obispos del reino
d~e Gontrán escan~dalizaron % pueblo con su vida abominable. El príncipe mandó reunir en
Lyon un concilio que depuso a los dos prelados ~ haber cometido violaciones, adulterios y ho-
nilcidios.
Lejos de someterse a esta decisión~ acusaron al sínodo de haberse excedido en sus poderes, y
apelaron de ello al Papa, que
Viéndose tuvo la audacia de reponerles en sus cargos. dos sostenidos por el Santo Padre,
aquellos prelades, conhnM~ron sus excesos, los cuales fueron tan gran-
que e?~4 clero de Borgoña les excomulgó de nuevo ~x~i
un conciliS reunido en Chalons, donde fueron declarados obispos pr~idores traidores a la patria y
criminales de lesa “>~esta&

to ~ ~utores afirman que Juan III no aprobó el quinque este ~ ecuménico. El cardenal Norris ha
demostrado cisco Pagi ‘crito era contrario a la verdad, y el Padre Franopinión en opina de igual
modo; uno y otro fundan su go, carece¡~ autores muy apreciables, pero que, sin embarEl d la
autenticidad que exige la historia.
~!ice murió en 572.
JUSTINO II, EMPERADOR DE ORIENTE—CHILPERICO, REY DE FRANCIA

Benito 1, por otro nombre Bonosio, romano. Durante su reinado, la miseria del pueblo fué
extraordinaria, y Roma hubiera sucumbido a los horror’es del hambre si el ‘emperador Justino II
no hubiese enviado desde E~pto nav~s cargadas de cereales a fin de socorrer a la ciudad.
Las acciones del Pontífice han quedado envueltas en la obscuridad más profunda; se sabe
únicamente que murio en 577, después de haber ocupado ‘el trono por espacio de cuatro años.
JUAN III, 63.~ PAPA BENITO 1, 64.~ PAPA

JusIINIANo, JUSTINO II, EMPERADORES DE ORIENTE — CLOTA


RIO 1, CHILDEBERTO, CHILPERICO REYES DE FRANCIA
Las crónicas de la Iglesia son, a últimos del sglo vi, por decirlo así, estériles, y la historia de los
Papas se encuentra desenvuelta en sólo ajgunas páginas.
Después de la mue”rte de Pelagio, se eligió, para sucederle, a Juan, llamado Calelín por otro
nombre. El nuevo Pontífice concluyó las basílicas de San Felipe y Santiago, comenzadas por su
antecesor, y las enriqueció con mosai~os y pinturas. Dedicó estos templos, y se cree que ins-
tituyó la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago. El ceinenterio de- los mártires fué luego
engrandecido poa- sus cuidados, y ordenó que todos los domingos la iglesia de Letr~n
proporcionaría al clero de este oratorio, el pan, el vino y las luces.
Habían transcurrido ya seis años desde la elección del Pontífice, cuando dos obispos del reino de
Gontrán osean1-dalizaron al pueblo con su vida abominable. El príncipe mandó reunir en Lyon
un concilio que depuso a los dos prelados por haber cometido violaciones, adulterios y ho-
micidios.
Lejos de someterse a esta decisión, acusaron al sínodo de haberse excedido en sus poderes, y
apelaron de ello al Papa, que tuvo la audacia de reponerles en sus cargos.
Viéndose sostenidos por el Santo Padre, aquellos prelados continuaron sus excesos, los cuales -
fueron tan grandes, que el clero de Borgofla les excomulgó de nuevo ~n un concilio reunido en
Chalons, donde fueron declarados obispos prevaricadores, traidores a la patria y criminales de
lesa majestad.
Algunos autores afirman que Juan III no aprobó el quinto concilio ecuménico. El cardenal Norris
ha demostrado que este escrito era contrario a la verdad, y el Padre Francisco Pagi opina de Igual
modo; uno y otro fundan su opinión en autores muy apreciables, pero que, sin embargo, carecen
de la autenticidad que exige la historía.
El Pontífice murió en 572.
JUSTINO II, EMPERADOR DE ORIENTE—CHILPERICO, REY DE FRANCIA

Benito 1, por otro nombre Bonosio, romano. Durante su reinado, la miseria del pueblo fué
extraordinaria, y Roma hubiera sucumbido a los horrores del hambre si el emperador Justino II
no hubiese enviado desde Egipto navas cargadas de cereales a fin de socorrer a la ciudad.
Las acciones del Pontífice han quedado envueltas en la obscuridad más profunda; se sabe
únicamente que murió en 577, después de haber ocupado ‘el trono por espacio de-cuatro afios.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES ~85

PELAGIO II, 65.o PAPA

TIBERIO II, MAuRIcio, EMPERADORES DE ORIENTE — CHILPE

RICO, CLOTARIO II, REYES DE F~xNcIA

Los Pontífices de Roma habían considerablemente aumentado sus riquezas desde principios del
segundo siglo, declarándose dueños de la cuarta parte de los bienes de la Iglesia, y de
consiguiente, no tardaron mucho en crearse un influyente partido en la ciudad santa. Las
elecciones perdieron entonces su carácter religioso; los ambiciosos que querían ocupar el trono
de San Pedro, prodigaron ‘el oro a sus partidarios y las intrigas ‘degeneraron en tumi4tos.
Bajo el fútil pretexto de que esta libertad promovía tumu]tos y matanzas, y de que hasta alguna
vez impulsaba a los candidatos a formar secretas alianzas con los enemigos del Estado para
sostener sus pretensiones, los emperadores ordenaron que los prelados elegidos por el sufragio de
los laicos y el clero, no podrían ser consagrados ni ejercer su cargo sin su licencia. Reserváronse
principalmente el derecho de confirmar las elecciones de los obispos de Roma. de Rávena y de
Milán, y dejaron a sus ministros el cuidado de las otras sillas.
Con todo, cuando un candidato era agradable al príncipe y al pueblo, le elegia para obispo de sus
diócesis y se le consagraba sin aguardar la contestación del emperador. Lo mismo sucedía
cuando la guerra o la peste interrumpían las comunicaciones entre el Oriente y el Occidente. Así
es como se hizo la ordenación de Pelagio II, sucesor de Benito 1.
Roma sitiada por sus enemigos, se hallaba tan estrechamente cerrada, que nadie podía salir de la
ciudad; el deplorable ‘estado en que se hallaba la Iglesia, obligó al clero a consagrar su jefe sin
autorización de Tiberio. Levantado el sitio, enviaron al diácono Gregorio a Constantinopla para
que el monarca aprobase la elección del nuevo Papa. Los emperadores griegos conservaron el
‘derecho de confirmar las elecciones de los prelados de Italia hasta la milad del siglo viii como
h’erederos del pontificado máximo.
Pelagio era romano e hijo de Vinigildo. Al empezar su reinado los lombardos invadieron Italia,
mataron a los mi-
nistros de la religión, y destruyeron el convento de Monte Casino.
A fin de detener las excursiones de las hordas que sa queaban las Ciudades latinas, Pelagio rogó
a Tiberio quE le enviase tropas. Desgraciadamente la guerra qqe el prín. ipe sostenía contra los
persas hizo esta negociación iná tu, y temiendo que no podría defender el Imperio, rehu&
mandar sus soldados en auxilio de Italia.
Entonces el Pontífice, volviendo sus ojos a otro lado; buscó, también en vano, el apoyo de los
reyes francos, ~ les suplicó que declarasen la guerra a los lombrados.
Después de la muerte de Tiberio II, el nuevo empera‘dor Mauricio fué más favorable a Pelagio
que su antecesor. Mando tropas al Pontífice y hasVa celebró un tratado con Childeberto II, rey
d’e Austrasia, al cual pagó cincuenta mil sueldos de oro para arrojar a los lombardos de Italia. El
rey franco se dirigió en seguida contra ‘ellos; pero éstos le detuvieron en su marcha y compraron
su alianza con una suma doble de la que había sido satisfecha por el emperador griego.
Childeberto aceptó el trato y suspendió ‘las hostilidades bajo ‘el pretexto de que aguatdaba
nuevos refuerzos. En seguida volvió a las Galias, y la Plenínstíla iomana quedó entregada a
merced de los conquistadores.

El cisma

Los obispos que se habían separado de Roma a consecuencia del ‘quinto concilio, perseveraban
en el cisína. Pelagio II emprendió contra ellos una nueva lucha y quiso obligarles a que volviesen
a su lado. Escribió a los prelados de Istria y les rogó que enviasen comisarios a Roma a fin de
tomar una decisión respecto al cisma. 1o~s obispos contestaron que no irían a Roma, cuya silla
se hallaba deshonrada por los Papas, que continuaban en sus culpables errores y querían
imponerlos a los fieles. El metropolitano de Aquilea acusó también al Papa de haber hecho
traición a la fe de Cristo. y a los concilios. Este prim:ado se opuso con vigor a las pretensiones de
Pelagio, y su sucesor Severo fué, cual él, inquebrantable en la defensa de los tres capítulos.
Habiendo ‘el Pontífice desplegado contra ‘ejílos los recurHistoria de loe Papas.—Tomo J.
—25
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES ~387 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS
REYES
386
SOS de su elocuencia y las amenazas del rayo pontifiÁo d~ un modo completamente vano,
recurrió al poder temporal. y Smaragda, gobernador de Italia, secundó la intolerancia criminal
del Papa persiguiendo al clero de Istría. Arrojó a Severo de la silla de Aquilea, le expulsó de la
catedral y le llevó prisionero a Rávena, lo mismo que a otros preladosVie timas de las violencias
de Smaragda, fueron entregados al verdugo. y a fuerza de tormentos se les obligó a abjurar.
Otros herejes, convencidos de la excelencia de su doctrina, resistieron con firmeza las
persecuciones a fin de obtener la palma del martirio. El valor que mostraron en el suplicio.
determínó al emperador a suspender las ejecuciones.
Tres años después, es decir, en ~89, Gregorio de Anlio— quía, acusado de estar en relaciones
incestuosas con su hermana, se justificó por medio de un juramento ante un sínodo celebrado en
Constantinopla. El acusador del prelado fué declarado calumniador, condenado al destierro, tra-
tado ignominiosamente en las calles de la ciudad y golp’~ado~ con un látigo.
El concilio fué presidido por el patriarca de la ciudad imperial, que tomó el titulo de obispo
universal para demostrar que los jefes del clero de Oriente vivían bajo su autoridad. Luego que
Pelagio conoció las ambiciosas pretensiones del sacerdote Juan, envió letras a Bizancio,
declarando
(lue, en virtud del poder dado a San Pedro, anulaba las actas del sínodo.

España — Recaredo

En este mismo año, Recaredo, rey de los visigodos, después d.c haber adoptado la religión
católica en unión con los nobles, reunió concilio en Toledo donde fueron convocados los señores
y los prelados de todos sus dominios, a fin de contender la herejía arriana de que se hallaban
infectados. A este sínodo, que fué presidido por el mis.xno rey, asistieron setenta y cuatro
obispos y seis .representantes de prelados. Abrióse la sesión con la lectura de una profesión de fe
suscrita por el p~rIncipa y por la reina Baddo, su esposa, en la que se hallaban
formuladas .viol’entas acusaciones contra las doctrinas de Arrio y de sus discípulos, y terminaba
con la apología de los cuatro concilios ecuménicos re-
conocidos por la lglesia. En seguida el rey invitó a los Padres a que deliberasen sobre las
reformas que eran capaces de remediar los desórdenes.

Celibato — Fuero clerical

El concilio decretó que los sacerdotes y los obispos, en vez dic vivir públicamente con sus
mujeres, conforme lo hacían antes, envolverían con más misterio sus relaciones carnales y no se
acostarian en los lechos de sus esposas. Asimismo se les prohibió que matasen los niños, hijos de
uniones ilícitas. Los Padres declararon, también, bajo pena de merecer las más terribles
censuras., que ningún sacerdote podría perseguir a sus colegas ni a los laicos ante jueces
ordinarios, sino que debían llevarlos ante los tribunales eclesiásticos, costumbre que el resto de la
cristiandad adopté inmediatamente.

Francia

Apenas terminado el concilio, sc convocó otro en Narbona, en la parte de las Galias que
pertenecía a los godos, para juzgar de las doctrinas arrianas. En él se tomaron diferentes medidas
contra los he~ejes: entre otras se les prohibió Trabajar el domingo, bajo pena, para los hombres
libres, de satisfacer diez escudos de oro, y para los esclavos de recibir cien latigazos.

«Gloria patr¡»

En esta época los prelados pretendían ya que los reyes aprendiesen de ‘ellos la manera con que
debían de gobernar los pueblos. Por fin los Padres del concilio terminaron sus ridícul~.s sesiones
con un decreto que ordenaba a los fieles el cantar el gloria palri después del último verso de los
salmos, para demostrar que condenaban el arrianismo. Tales fueron las grandes cosas que
ilu~straron el reinado del católico Recaredo.
Europa se vió a la sazón desolada por una enfer.medad contagiosa desconocida. Pelagio fué
atacado por ella~ y murió en 590.
388 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Frailes

Ivo de Chartres y Graciano atribuyen, muchas decretales a Pelagio, y Dúpin asegu,ra que son
auténticas, En la primera de estas decretales el Santo Padre prohibe la elección de los frailes para
gobernar las iglesias, considerando ]as~fujxciones del clero secular como distintas de las ‘del
clero regular. Según el Pontífice, ¡os prelados que viven con lo& laicos deben conocer los
intereses del mundo, mientras que los religiosos, siguiendo las reglas de la vida moñástica en él
claustro, no han adquirido la necesaria experiencia y son incapaces d.e dirigir a los fieles. En la
segunda decretal permite, en consideración al escaso número de person.as que se dedican al
sacerdocio, el dar las Órdenes a los hijos de las amas de cura, después de la muerte de sus mu-
jeres legítimas, recomendando, sin embargo, que se encerrase en u.n convento a la criada
culpable, a fin de que hiciese penitencia por la falta cometida con el sacerdote.
SAN GREGORIO 1, 66.~ PAPA

MAURICIO, FOCAS, EMPERADORES CLOTARIO II, REY DE FRANCIA

Gordiano, padre de Gregorio, era miembro del Senado y dueño de iíimcnsas riquezas; su madre,
Silvia, canonizada luego por la Iglesia, era de familia patricia y descendía en línea recta del Papa
Félix IV.
Gregorio, deseando reunir el amor a las letras al de la virtud, cultivó la ciencia y la piedad en
medio de sus grandezas, esperando que su alma resistiría a las vanidades del lujo. Pero
coluprendió muy luego que era muy difícil servir a Dios entre las pompas de la tierra, y su
corazón se dirigió hacia la soledad de los claustros. La muerte de su padre le hizo dueño de
considerables tesoros que sus abuelos habían reunido desde hacía tiempo, y entonces se halló en
esa si.tuación de espíritu en que el mundo se coloca entre Dios y el hombre.
No vaciló un instante. Abandonó sus trajes adornados con oro y pedrería, renunció a sus grandes
dignidades, empleó sus inmensas nquezas en fundar conventos, dió a los religiosos de estas
piadosas moradas, rentas. que les dispensasen él recurrir a la limosna. Asimismo convirtió en
monasterio su palacio y lo dedicó a San Andrés~ y distribuyó a los pobres sus vajillas de oro y
plata, sus lienzos y sus muebles más preciosos, y dejó el mundo cambiando su precioso lraje por
el grosero de los frailes.
San Gregorio Vl~ió muchos años bajo la. dirección de Valencio. Muerto éste, los frailes le
eligieron superior del monasterio. Accediendo a sus súplicas, aceptó el cargo de abad. En el
fervor de su celo por la religión cristiana, se condenó a los rigores del más absoluto ayuno, y se
aplicó de tal modo al estudio de los libros santos, que su cuerpo se debilitó y cayó enfermo. Su
madre, retirada en un lugar llamado la Celda Negra, donde luego. se edificó un oratorio y un
célebre convento, le enviaba para alimentarse unas cuantas legumbres crudas bañadas en agua,
que se las llevaban en una bandeja de plata; cuentan que Gregorio, no teniendo nada que ofrecer,
las dió a un pobre que le pedía limosna.
L
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
3~O HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Cierto día, cruzando la plaza en que se vendían los es-a clavos, sus ojos se detuvieron ante unos
jóvenes de notable belleza y de una blancura extraordinaria, que se hallaban expuestos a la venta;
el santo pregunt5 de qué país eran aquellos desgraciados; el mercader respondió que los había
comprado en la Gran Bretaña y que aun se hallaban envueltos en las tinieblas del paganismo.
Esta respuesta hizo lanzar un profundo suspiro a Gregorio, y dijo: «Al pensar que el príncipe de
los abismos encadena aún bajo su Imperio a unos pueblos de tan gran belleza, se vienen las
lágrimas a los ojos».
En seguida se dirigió hacia el palacio de Letrán y suplicó iii Pontífice Benito, que enviase
misioneros a Inglaterra con objeto de propagar la doctrina cristiana. Ningún ‘eclesiástico quiso
aceptar esta misión peligrosa, y Gregorio entonces se ofreció al Pontífice para emprender solo
este viaje.
El venerable abad dejó Roma de noche para evitar los obstáculos que se podrían oponer a su
viaje. No obstante estas precauciones, su intención fué notada por los romanos, y los fieles se
reunieron en tumulto; luego de ‘ana dá~ liberación muy detenida, se dividieron en tres grupos
para interceptar las calles por las que debía pasar Benito al dirigirse a la catedral, y gritaron a su
paso: ‘Id con cuidado, Santo Padre. Habéis ofendido al bienaventt.rado San Pedro y ocasionado
la ruina de nuestra ciudad permitiendo <Inc la abandonara Gregorio.»
Benito, asustado por estos gritos y temiendo una sedición más violenta, se obligó a enviar
comisarios para que fuesen al alcance del misionero. Gregorio, que no se encontraba más que a
treinta millas de Roma, fué conducido. en triunfo.
Cuando Pelagio II subió al trono pontificio. fué elegido como embajador de la Santa Sede en
Constantinopla, para obtener del emperador auxilios contra los lombardos, y ~ntonces dejó su
retiro, y partió seguido de muchos frailes que pertenecían a su orden.
A su llegada tuvo que combatir la doctrina del patriarc.a Eutiquio, e’ cual decía que luego de
resucitar nuestro cuerpo, éste dejaba de ser palpable y se hacia m~s sutil que el éter; opinión
entonces mirada por la Iglcsia latina como un resábio de la herejía de Orígenes.
Durante su estancia en la corle imperial. trabó muchos lazos de amistad con los hombres mis
notables, y conquistó su aprecio ~)oí la profundidad de su. juicio la pureza de
sus costumbres. En seguida fué llamado a Roma por el Pontífice, al cual d.ió ciwnta del feliz
éxito de sus negociaciones.
Muerto Pelagio II, a consecuencia de la peste, el clero y el pueblo elevaron al pontificado a
Óregorio, en re~onocimi~ndo de su ardiente caridad y de los servicios quc había pres4ado a
Roma. Mas llevado por su humildad, rehusó este glo4-
rioso cargo a diferencia de otros sacerdotes codici~sos que ambicionaban las dignidades.
Escribió asimis.mo al emperador para que no confirmase su elección y eligiese otro que fuese
mucho más digno. E] Santo Padre, persiradido de que su súplica sería aceptada por la corte de
Constantinopla, resolvió ocultarse hasta la elección del Papo, a fin de poder entrar en su
convento de San Andres. El gobernador de Roma interioeptó la carta de Gregorio y se expidieron
órde
GREGORIO 1
TORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 393
392 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

nes y emisarios para que d’escubriese~n el retiro en qu,e so ‘ocultaba el Pontífice. Por fin, unos
pastores le sacaron de una caverna y le condujeron a la ciudad, donde fué consagrado a pesar de
su resistencia.
La ceren~onia de la consagración tuyo lugar en la bas~lica de’ San Pedro.
En esta época, los obispos, luego de su ordenación, enviaban su~ profesión de fe y~ cartas
sinodales a los jefes de las grandes sillas; Gregorio, para conformarse al uso estahiecido,
convocó un concilio y dirigió sus cartas a los prelados más notables de Oriente y de Occidente.
Sin imitar el ejemplo de sus antecesores, que vivían en. magníficos palacios, rodeados por
num’eroso~ esciav’os, no retuvo a su servicio más que algunos frailes y clérigos a fin de que su
palácio recordase la austeridad de’ los conventos. Las rentas de su Iglesia se hallaban dedicadas
al auxilio de los pobres, y empleaba su tiempo dn la. instrucción de los fieles.
San Gregorio quiso aprovechar el profundo terror que había inspirado la epidemia, con objeto de
convertir a los herejes, y en sus declaraciones o discursos, les mostraba las puertas del infierno,
abiertas para recibirles. Sus proyectos no alcanzaron buen éxito y sus ‘exhortaciones acerca del
rigor de los juicios de Dios, no impidi~eron que lo~ obispos de Istria continuaran en los cismas y
desórdenes; se propuso igualmente reformar la escandalosa conducta de los sacerdotes cristianos;
mas el clero le opuso iltvdncibles obstáculos en Espafta, en Lombardia, en Nápoles., en la Pulla
y hasta en Francia.
El Pontífice convocó un concilio en la ~iudad santa para juzgar a Severo, patriarca de Aquilea, al
cual el emperador Mauricio había dado ordeti de someterse a las decisiones cíe Gregorio.
Temiendo el ‘emperador que los cismáticos se echasen en brazos de los lombardos, escribió al
Papa diciéndole que la confusión en que se hallaba Italia no permitía usar de rigor contra los
prelados; que era necesário aguardar una ocasión más oportuna, y a más de esto, encargó al exar-
ca de Rávena, que impidiera toda jpersecución contra ellos. Viendo Gregorio qu’e sus proyectos
de reunir los prelados de Istría en una misma comunión no alcanzaban gran éxito, exclamó: «Las
armas de los bárbaros perjudican menos a la religión, que la debilidad culpable del emperador y
del exarca».
Viendo que con el rigor no sacaba partido, recurrió a los presentes, a las seducciones y a las
caricias; dirigió cartas a un gran número de cismáticos, concluyendo por alcanzar su reunión a la
Santa Sede. Como a los hoimbres les es muy difícil observar principios contrarios a la razón, el
Papa quiso que se cargara con impuestos a los que no querían aceptar sus ideas, y ordenó al
obispo de Numidia y al gobernador de Africa, que reprimieran la insolencia y el, orgullo de los
donatistas. En seguida buscó la alianzá de los lombardos, a fin dc obtener su protección para las
provincias cíe Occidente y la cátedra de San Pedro. Poi fin, habiendo muerto el rey Authariz,
‘escribió a la reina Th’eodolinda, y le suplicó, en nombre de Jesucristo, qu’e consintiese en
unirse con ‘el príncipe de Turín, para aumentar la gloria dc la religión y convertir su monarquía a
la fe católica.

Conversión de alcoba

Seducido por los hechizos de su nueva ‘esposa, el joven duque consintió, realmente, en abrazar
el cristianismo, y con su ejemplo arrastró consigo a muchos de los súbditos que eran idólatras o
arrianos.
Gregorio, al ver el buen éxito de su política, sintió una extraordinaria alegría, y en una carta
dirigida a Theodolinda, ‘ensalzó las virtudes de esta reina, elogió su ardor y su celo, y le dió
gracias por haber destruido el arrianismo uniendo los lombardos a la Iglesia romana.
Eii esta época el emperador promulgó un decreto por el cual se prohibía a los funcionarios
públicos y a los ciuda,danos señalados ‘en la mano izquierda como soldados alistados, el entrar
en las filas del clero. El Papa« sie’Iripre atento a los intereses de la Santa Sede, escribió a,
Mauricio una misiva, que terminaba:
«Debéis ~aber que ‘el poder fué concedido a los monarcas para dirigir los reinos de la tierra, y no
‘el reino de los cielos. Las órdenes que habéis dado interesan ‘a la,s cosas Sagradas. Pero
sometido al poder imperial, cumplo con mi deber de cristiano, obedeciendo al monarca y
declarándole francamente mis s’entiniientos acerca de la injusticia con que obra.«
El arzobispo de Milán se sometió, pero el obispo de Rávena no quiso obedecer al Papa y protestó
contra las advertencias de Gregorio sobre el uso de llevar el palio, a
394 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES

fin, de demostrar que su dignidad en tnada cedía a La del obispo de Roma. San. Gregorio se
quejó contra esta nueva pre— tensión, y dirigió al orgulloso pastor ‘~dos enérgicas cartas que no
despertaron en él los sentimientos de una humildad evangélica.
En el alio 593 publizó sus Diálogos por las súplicas de la reina TheodoLinda, para que sirviesen
~ la conversión de los loxnbardos, sumergidos aún en la más profunda ignorancia, y cuya salvaje
inteligencia impresionaba con extraños prodigios y por extraordinarios milagros.

Disputa de un título

Algún tiempo después,’ Juan el Ayuna4or, jefe del clero. de Constantinopla, dirigió al Pontífice
las actas de un juicio celebrado contra un ~saoerdote griego acusado de herejia. En el proceso
usurpaba el título de obispo universal. El Papa quiso reprimir la ambición de Juan y le prohibió,
en nombre de la Iglesia, el levantar su silla por sobre la de los otros prelados. Mauricio escribió
al Santo Padre en fayor del patriarca, e intimó a Gregorio para que se retractase; pero éste, que
consideraba esta cuestión como wi articulo de fe, calificó de crimen la usurpación del titulo, que
siguió siendo disputado por los dos pretendientes.

Saqueo de Roma

El comenzar el año 595, asuntos mucho más graves que la contestación del titulo de ecuménico,
ocasionaron la inquietud más viva ál Santo Padre. El exarca de Rávena había roto los tratados
célebrados con los lombardos y se había apoderado de algunas de sus~ importantes ciudades.
Esto había irritado tanto a su rey Agi~ulfo, que salió de Pavía, su residencia ordinaria, marchó
con un poderoso ejército hacia Perusa, la saqueú, y wo obstante el respeto que profesaba al Santo
Padre, se dirigió hacia Roma y la sitió en forma; el Papa, temiendo los efectos de la venganza del
emperador si consentía en una alianza con los bárbaros, no sc atrevía a abrir las puertas de la
ciudad~y resolvió sufrir todos los horrores del sitio. Animó a los romanos para que opusieran
una vigorosa defensa a fin de ganar tiempo con lo cual el emperador podía enviar socorros desde
Gre
cia, hasta que~ por fin, viéndose reducido al último extre-mo, hizo al rey Agilulfo proposiciones
de paz que fuero~n aceptadas, y los lombardos se retiraron cargados de botín y llevándose todo
el oro que la ciudad santa encerraba.
Mauricio censuró con severidad a Gregorio por haber transigido con sus enemigos, y le dirigió
una carta en la que calificaba de simpleza la confia,nza del Papa. Herido éste en su vanidad,
mostró que la humildad sacerdotal triunfa rara vez del orgullo, y reprochó al monarca el haberle
acusado de ignorante y de simple.
Su Santidad envió en seguida unas carta~s al rey Childeberto y a la reina Brunehaut, con el sólo
objeto de solicílar su apoyo.
Inglaterra se hallaba agitada por sangrientas guerra levanladas por Etelberto, que reinaba en esta
comarca. Había pedido en matrimonio a Aldeberja, hija de Cariberto, rey de Francia. La joven
princesa era cristiana; el rey mostró en seguide las más favorables disposiciones hacia la religión
católica. Aldeberja instruyó de ello a l.a corle de Roma., la cual envió algunos misioneros a la
Gran Bretaña.
Unja amante introdulo el catolicismo en Ii~iglaterra; otra ‘amante del rey lo expulsará en el siglo
XVI.
El jaque al rey por la reina es juego favorito’ de la diplomacia romana.
Los misioneros se establecieron en Cantorbery e hicieron gran número de conversiones.
Aldeberja, por su parte, estrechaba a su marido para que se instruyese en los dogmas de la
religión cristiana y hasta le amenazaba con romper sus lazos de esposa si insistía en la idolatría.
E1 l)ríncil)’e, fatigado por las instancias de la reina, consintió por fin, en bautizarse. El ejemplo
de un jefe ha tenido siempre gran influencia en los bárbaros, y viendo esto, lo~ ingleses pidieron.
en masa, el agua que debía regenerarles.
Agustín fué elegido obispo en la Iglesia que acababa de fundar, y algunos años después el éxito
dc SUS conversiones hizo necesario un clero tan numeroso, que p~nsó en someterlo a la
autoridad pontificia. Reunió a todos los prelados de ln~iatcrra les participó las órdenes
‘expedidas desde lomo, y ca su calidad dc legado abrió la~ sesión sin que dejara su asiento. La
asa,mblea. ofendida por tanta audacia, opuso a su voluntad ~rrqndes obstáculos y ‘el célebre
Dinoth abad de Bangor. le habló en esta forma:
‘Propoiicis que nos sonwtanios al orgulloso apóstol. ¿Ig
396 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 397

noráis que estamos sometidos a Jesucristo, al mismo Papa, y a todos los cristianos por 1os~ lazos
de la sociedad y el amor9 Buscamos con ardor la mansedumbre evangélica, empbeamos nuestra
fe en socorrer a los hombres y en convertirlos a Dios, y por consiguiente no tenemos que cumplir
otro deber hacia aquel que vos llamáis S1anIo Pa,dre.
»¿Por qué hemos de elegir un superior en Roma cuando estamos gobernados por el. obispo de
Caerleón, al cual escogimos para que dirigiese nuestras Iglesias y nuestras conciencias? No
insistáis, pues, en vuestra idea: nosotros ~rechazamos a vuestro jefe supremo.»
Deses~perado Agustín de vencer su resistencia, y luego de una discusión muy larga, exclamó:
«Ya que rechazáis la paz que yo os propongo con vuestros amigos, vos, abad Dinoth, tendréis
que sostener la guerra con vuestros enemigos, y sus cuchillas os herirán de muerte.»

Otra reina

Gregorio escribió a la reina Brunehaut, agradeciendo el comportamiento que con Agustín


observaba. Ea todas las cartas que el Pontífice dirigía a esta mujer, la. colmaba de enfáticos
elogios asegurando que la más feliz de las naciones era la de Francia, que poseía una reina
dotada de las virtudes más raras y las prendas más brillantes. V’erda4 es que Brunehaut, uniendo
la superstición a la crueldad, repartía grandes riquezas entre el clero para atenuar el rigoir de la
justicia divina; que las basílieas y los monasterios se multiplicaban por su orden, y que
encorvaba su frente hasta el polvo cuando entraba en las iglesias pa~ra rogar a Dios que le
perdonara sus envenenamientos e infanti’cidios.

Soborno de fieles

Para alcanzar la unión de los herejes al trono de San Pedro, Gregorio empled todos los recursos
de su política.. Anatolio, su legado en la corte de Mauricio, tenía orden de recibir favorablemente
a los cristianos que se dirigían ~ Constantinopla para abjurar del císnia de Istría; al mismo
tiempo se le había recomendado que solicitase para, ellos la protección del emperador, y
obtuviese pensiones para los nuevos conversos. Así el interés por uña parte, y el miedo
a los tormentos por otra, secundaron las miras del Pontífice y produjeron numerosas
conversiones.
El obispo Máximo fué el único que, despreciando el oro, continuó en la herejía y persistió en el
ejercicio de sus funciones episcopales en la ciudad de Salona, y acusó, asimismo, a Gregorio de
haber envenenado al obispo Malco, que se oponía igualmente a sus deseos. El Papa contestó que
el prelado había muerto de repente el día de su excomunión, en casa del notario de Bonifacio, en
donde fué conducido luego de su condena.. Entonces Máximo llamó al. Santo Padre traidor e
hipócrita, envenenador y homicida, y renovó su acusación diciendo que probaría cómo Malco
había sido sacrificado al odio del Pontífice.

¡dolos e imágenes
Gregorio, llevado por su ambición insaciable, quiso extender su autoridad pontificia a toda la
cristiandad. Envió a Ciriaco, abad del monasterio de San Andrés, a las Galias, para reunir el clero
de dstas provincias a fin de que reconocieran su poder. El prelado tenía que detenerse en
Marsella, y el Papa escribió a su obispo Sereno:
«En nombre de Jesucristo, querido hermano nuestro, alabamos el celo que habéis mostrado
rompiendo las imágenes, y aplaudimos el que hayáis arrojado del templo los ídolos fabricados
por las manos de los hombres, toda vez que usurpan la adoración debida única,mente a la
Divinidad.
»Esto no obstante, vuestro ardor os ha impulsado harto lejos; vos, con algunas mutaciones,
debíais transformar los ídolos en imágenes de nuestros mártires, y conservarlas en nuestros
teml)los. Porque es de saber que es muy permitido colocar cuadros en las iglesias a fi~n de que
la, gente s~e4n-cilla conozca los divinos misterios de una réligión, que no puede estudiar en los
libros.>
Sereno, al leer esta carta, manifestó su sorpresa ante la singular doctrina que desenvolvía el
Pontífice: «No es así como piensan los Padres de la Iglesia —dijo al enviado de Gregorio—.
Moisés prohibió, formalmente, fabricar imágenes y adorar los objetos materiales a fin de no ocu-
par el espíritu del hombre con cosas que se conciben por la sola inteligencia y sin el auxilio de
los objetos corpóreos. San Clemente de Alejandría afirma que está prohibido ejercer un arte que
engaña a los hom~bres, o re-
398 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

presentar algo que esté en el ci~lo~, en la tierra o en las. aguas; porque, dice, el qu~e adora los
dioses visibles y las. numerosas generaciones de estos diosess, es más despreciable que los
objetos de su cu~to. ¿Acaso San Epifanio~ no hizo pedazos las estatuas de oro y plata, que
represent~ban el Cristo o. la Virgen? ¿Acaso. Orígenes no ha proscrito el culto de las imágenes
porque las consideraba como obras de hombres susceptibles de malas costumbres? ¿ Qué dirían
todos estos grandes santos si vieran como nosotros exponemos en los templos y a la insensata
adoración del pueblo imágenes del Salvador, que no son más que los retratos de ladrones que
sirvieron de modelo a los pintores, o imágenes de virgenes que representan las facciones de inf
ames prostitutas? ¿Acaso, en fin, añadió el piadoso obispo, el concilio de Elvira, no dispuso que
los objetos del culto no fuesen colgados en las paredes de los,, templos? Esta decisión categórica
es la ley que yo debo seguir y la doctrina de los Padres de la Iglesia primitiva.»
El abad Ciriaco le respondió que Evagrio, en su Historia Eclesiástica, contaba que el mismo
Jesús~ había mandado al rey Abgaro su retrato pintado en ‘el cielo, y que esta imagen había
defendido a la ciudad de Efeso del furor de los persas, bajo el imperio de Justiniano. Esta
autoridad no pareció irrecusable al prelado, que insistió en sus opiniones y proscribió las
imágenes de su iglesia.
Pero el pueblo de Marsella, sumergido, entonces en la iiás profunda ignorancia, se opuso a las
reformas del obis)O y abandonó la comunión de Sereno.

CeI¡bato
El abate Ciriaco se dirigió luego hacia Autún, par.a entregar a Siagrio, obispo de esta ciudad, la
carta del Papa que le concedía el palio y daba a su silla el primer lugar en la provincia después de
la Iglesia metropolitana de Lyon.
El Sant;o Padre recomendaba a los prelados de las Galias que reuniesen frecuentemente al clero
con objeto de arreglar los negocios eclesiásticos; prohibió a los sacerdotes guardar en sus casas
otras mujeres que las autorizadas por los cánones, y condenó las ordenaciones simoníacas, así
como la elevación de los laicos a las funciones episcopales..
España

Después de haber llenado diferentes misiones en la Gaha, Ciriaco se dirigió hacia España, donde
tenía que llevar muchas cartas; una de ellas iba dirigida a. San Leandro, otra a Claudio, personaje
de gran piedad y capitán ilustre, y otra, eii fin, era destinada al soberano del pais, llamado
Recaredo. Gregorio hacía grandes elogios del príncipe por el celo que había manifestado en la
conversión d~e los godos, y sobre todo porque había rehusado el oro que le ofrecían los judíos a
cambie de la revocación de las crueles leyes promulgadas en contra suya. El Pontífice terminaba
su carta con consejos de la más odiosa política:
«íd cori cuidado—le decía—en no dejaros sorprender por la cólera y no ejecutar con demasiada
prisa lo1 que vues1ro poder o~ Úermite. Al castigar a los culpables, la cólera debe marchar cerca
d’e la reflexión, y obedecer domo un esclavo. Cuando la razón es dueña de las acciones de un
rey, convierte en justicia l.a crueldad más implacable, y mantiene al pueblo en la servidumbre.»
En agrad’ecimient.o a los ricos presentes que había hecho a la Iglesia pontificia, el Papa enviaba
a Recaredo una pequeña llave forjada con el hierro de las cadenas de San Pedro, un crucifijo
labrado: con madera de la verdadera cruz y cabellos de San Juan Bautista.

Ceremonias

En aquel mismo tiempo Gregorio escribió a Juan de Siracusa a propósito de las ceremonias
religiosas que practicaba ‘en Roma, y que obligó a adoptar ‘en su Iglesia; esta epístola notable
manifiesta que había reformado la celebración de los divinos oficios, y que había introducido un
gran número dc abusos en la religión cristiana. El culto fundado por los apóstoles, y que era tan
sencillo, había sido rodeado en el siglo VI con la pompa de las ceremonias paganas; y San
Gregorio, cuya política consistía en herir los sentidos de los hombres, a fin de encadenartes a la
Iglesia con los lazos d’e la superstición, materializó el culto mucha más de lo que habían hecho
sus predecesores. Inventó nuevas prácticas religiosas, cuyo brillo imponía al grosero pueblo,
llená los templos de cuadros y ornamentos preciosos, y hasta
400 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 401
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

llegó a transigir con las creencias de las naciones idólatras, introduciendo sus ritos y su~ dogmas
en la religión de Cristo.

Descubrimiento del nuevo mundo Purgatorio


Alimentado por la lectura de. los autores latinos, había aprendido de Virgilio «que las almas
humanas se hallaban encerradas en la prisión obscura del’ cuerpo, donde adquirían una mancha
carnal, conservando’ un resto de su corrupeión, aun después de emanciparse de su existencia
inun dana». El poeta habla dicho: «Pai~a purificarías se las hace ‘sufrir varios suplicios: las unas
están suspendidas en el éter, y son juguetes de las tempestades; las otras expían sus crimenes en
el abismo de las aguas; la llama devora las más culpables, y ninguna se halla ‘exenta de castigo.
»Exislen algunas almas situadas en los Campos Elíseos, donde aguardan que los años las
purifiquen de las manchas dc su existencia terrestre, y les devuelvan ~u priinitiva pureza, esencia
suprema, emanación dIvina. ‘Después de haber cruzado muchos siglos en tan ignorada estancia,
las almas la dejan, y Dios las llama a las orillas del Leteo.»
El Purgatorio fué conquistado por el Papa: ha sido la gran América.
En sus diálogos y en sus salmos de la penitencia, Gresorio se expresa en estos términos.,:
«Cuando se han emancipado de su prisión terrestre por Ja muerte, las almas culpables son
condenadas a suplicios cuya duración es infinita; las que en el mundo sólo han cometido algunas
faltas ligeras, alcanzan la vida ‘eterna después de haberse regenerado en llamas purificadoras... »
Otro descubrimiento hizo el sabio Papa: la transubstanciación del paganismo en cristianismo.

Bautizo de ídolos y de templos

San Gregorio, fiel a su ambición política, aprovechaba hábilmente las costumbres de los paganos
conforme lo atestigua en una carta dirigida a Agustín, apóstol de Inglaterra. Después de varias
consideraciones, acerca de la ma
:~era con que los prelados deben consagrar al servicio divino los templos profanos, exclama:
«Guardaos mucho de destruiJr estos edificios; basta con 1-omper los ídolos que contienen, y
purificar su interior con agua bendita. Podréis en seguida levantar altiares cristianos, y colocar
las reliquias bajo las santas bóvedas. Recordad, también, que es preciso desterrar al demonio de
los monumentos de su culto, pero sin que se destruyan estos últimos; al conservarles seréis útil a
la causa de Dios, pues los paganos, cuyas plantas manchan con frecuencia las losas de estos
templos, llegarán a convertirse, aunque no sea más que para orar en l~is lugares donde ‘estaban
acostumbrados a dirigir súplicas a los dioses; y los que tienen la costumbre’ de inmolar víctimas
al infierno, abandonarán sus impíos sacrificios por el esplendor de vuestras ceremonias.
»En las dedicatorias, o en la muerte de los santos mártires cuy’os sagrados restos serán
depositados en la nueva iglesia, haréis tabernáculos con ramas de árboles en torno del templo, y
la fiesta será celebrada con festines piadosos. En estas solemnidades permitiréis al pueblo
inmolar animales conforme al uso; antiguo, para que dé gracias a Dios y no al mal espíritu.
Conservaréis algunas de sus antiguas costumbres, y entonces consentirán más fácilmente en
practicar el culto que tratamos de imponerles.»

Canto

El Pontífice se dedicó igualmente a reformar la salmo(ha de la Iglesia; compuso el famoso canto


gregoriano, del que todos los escritores eclesiásticos hacen los más grandes ‘elogios; algunos
autores afirman que no hay nada tan admirable. No obstante los sufrimientos que le agobiaban y
las ocupaciones de su gobierno, arregló también, la música de los salmos, himnos, oraciones,
versículos, cánticos de los Evangelios, prefacios y la oración dominical. Instituyó la academia de
los chantres, donde los élérigos estudiaban la música religiosa hasta entrar en el diaconado. El
Santo Padre era su principal maestro, y se conservó por mucho tiempo el lecho en el cual,
s~stando enfermo, enseñaba el canto de los himnos sacros y el látigo con que amenazaba a los
niños del coro que no llevaban el ‘comp as.
Historia de los Papas.—Tomo 1.—26

402 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 403

El obispado universal

Sabiendo Gregorio que los enemigos de la Santa Sede-habían convocado un concilio en


Constantinopla, se dirigió a los principales obispos con objeto de manitestarles las miras
ambiciosas de Ciriaco. El Santo Padre le exhortaba a mantener la autoridad de Roma sobre
Bizancio, y a que rehusasen al orgulloso patriarca el título de obispo universal.
AA mismo tiempo dirigía una carta al emperador Mauricio para manifestarle su agradecimiento
por las treinta libras de oro que había enviado a los pobres de Roma. «Hemos—decía Su
Santidad—repartido fielmente vuestra limosna entre las familias desgraciadas, los eclesiásticos
ilecesitados y los frailes que hemos recogido en nuestra ciudad y que huían de las persecuciones.
A más de esto, para que cese-ii las murmuraciones de los soldados y para conquistaros su
agradecimiento, hemos pagado a las tropas el sueldo que se les debía desde muchos mese.s.»

La Mística

Al siguiente año el Pontífice reunió un sínodo para condenar la secta de los agnoitas. Estos
herejes sostenían que Jesucristo, por su encarnación, había revestido la naturaleza humana, que
gozaba de las mismas facultades de los demás hombres, y que, durante el curso de su mortal
vida, no había podido obtener el don de lenguas ni la revelación del juicio final. Eulogio de
Alejandría se declaró asimismo contra la herejía nueva, y Gregorio le ‘escribió lo siguiente:
«He admirado vuestra doctrina, cuya conformidad coil la de los santos Padres me hace
comprender que el Santo Espíritu se ha revelado de igual manera en todos los idiomas. Así no
hay duda que el hombre que no puede ser nestoriano no puede ser agnoita. No disminuyáis
vuestro celo por la ortodoxia, puesto que la santidad de vuestro cuerpo os da bastante fuerza para
cumplir lo que vuestra inteligencia os dieta; desterrad con brío a los herejes. En lo que a mí se
refiere, sucumbiré de un instante a otro a los sufrimientos que me abruman; hace ya dos años que
mis pies no tocan en el suelo; en los dias de fiesta solem
nes, sólo puedo levantarme unos instantes a fin de celebrar los divinos oficios. La vida me es una
carga, y llamo la muert~ como el único. remedio de mis males.»

La gota
En efecto, los sufrimientos del Padre Santo, a consecuencia ~d’c las austeridades impuestas,
aumentaban cada día y el Papa ‘escribía a una dama romana llamada .Justi’mana. atormentada
del mal que padecía,: «Ya sabéis que mi salud es muy robusta y que mi taita es muy alta; pero el
horrible mal de la gota me ha consumido como el gusano del sepulcro. Si estos constantes
dolores han empobrecido así mi cuerpo, ¿qué será del vuestro, ya tan débil, con esta cruel
enfermedad?

Un milagro al revés

No obstante sus horribles sufrimientos, Gregorio no cesaba de velar por los intereses de la Iglesia
romana; prohibió a los obispos disminuir los dominios y las rentas de los conventos; que
variasen sus títulos, y les quitó la jurisdicción que sobre los mismos tenían. Ordenó a los frai~les
que sc sujetasen escrupulosamente a su regla, y dió un decreto que obligaba a los sacerdotes a
que s~ separasen de ~as mujeres con la~ cuales vivían. La severidad del Pontífice ocasionó
terribles consecuencias, y fué causa de un prodigioso número de infanticidios.
Un historiador cuenta que, un ~ifl’o después de la publicación dc este edicto, Gregorio dió
orden para pescar en unos aljibes que había mandado construir para conservar peces, y se
retiraron del agua seis mil cabezas de ni,ños. El Papa comprendió entonces que su decreto era
contrario a las leyes de la naturaleza; lo revocó en seguida y se impuso una .severa penitencia a
fin de obtener de Dios el perdón por las abominables crueldades de que se hacían culpables los
sacerdotes de su Iglesia, y de la cual ék era causa.

Otro jaque a las reinas

En esta época Gregorio envió a Inglaterra al eclesiástico Lorenzo, que el obispo Agustín había
comisionado a

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 405


404
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Roma desde hacía tres años; encargó que contestara en su ‘nombre a las preguntas que le dirigió
el prelado de Cantorbery, y le entregó unas cartas para el rey Kcnt y su mujer la reina Berta, qu~
~I llama Aldeberja. Agradece a esta princesa la protección que concede a Agustín, la compara a
Santa Elena, madre de Constantino, del cual Dios se sirvió para convertir a los romanos a la fe
cristiana, y la exhorta a que haga entrar al rey, su esposo~ en la nueva religión, invitándola, sobre
todo, a que se ocupe en conquistar a sus súbditos para el cristianismo. «Vuestras bueias obras —
le dice— son conocidas, no sólo en nuestra ciudad apostólica, donde se ruega con ardor por la
duraciói~ de vuestro reinado, sino también en Constantinopla, donde la fama las ha llevado hasta
el trono del Imperio.»
Recomienda al rey Etelberto que conserve fielmente la gracia que ha recibido por el, bautismo; le
dice que destruya el culto de los ídolos, que establezca buenas costumbres en su corte,
empleando las amenazas, las caricias y principalmente el ejemplo, y por fin le ruega que tenga
completa confianza en el obispo Agustín y que siga fielmente las instrucciones de la Iglesia.
En Francia, la reina Brun’ehaut y el rey Teodorico, su nielo, emplearon la mediación de San
Gregorio a fin de concluir la paz con el Imperio:. Consultaron igualmente al santo Padre sobre un
punto de disciplina relativo a un obispo de Francia, que experimentaba en la cabeza dolores tan
horribles que le hacían insensato y le impedían llenar las episcopales funciones. El Pontífice dió
sus instrucci~nes al metropolitano de Lyon, acerca de la conducta que debía observ’ar con su
sufragáneo en caso tan ‘extraño. En su contestación a Brun’ehaut, sigu~e, con su habitual políti-
ca, dirigiendo muchos elogios a esta princesa y mezquinas adulaciones por la munificencia qu’e
desplegaba a favor del clero. En su carta le decía también que concedía los privilegios quc ella
había pedido a favor de dos monasterios que había fundado en Autún.
En Oriente, Focas se había apoderado del trono imiperial después de haber hecho degollar a
Mauricio y a sus hijos. El usurpador envió su retrato a Gregorio, que le colocó, con el de la
emperatriz L’eonc’ia, en el oratorio de San Ges~reo, que se hallaba en el palacio de Letrán. Su
SanUdad escribió luego. al monarca para felicitarle por su ad‘venimiento al Imperio.
Maimbourg, después de haber tra
zado un horrible cuadro .de los crímenes de Focas, habla en esta forma de la política de
Gregorio:
«Confieso que todos los que lean las tres epístolas, dirigidas a este príncipe y a Leoncia, su
‘esposa, experimentarán una indignación igual a la que yo siento por el Pontifice romano: estas
vergonzosas adulaciones reconocían por origen la declaración hecha por el emperador Mauricio
a favor del patriarca de Constantinopla, en la cuestión suscitada por el Papa sobre el título de
obispo univers¿al. La muerte del soberano legitimo dejó al Papa la esperanza de conquistar al
nuevo soberano, y empleó todos los recursos de su talento y su política para obtener de Focas~
un decreto que elevase su silla por encima de la de Bizancio.»
A principios del año 604, la reina Teodolinda participó a la corte de Roma el nacimiento y
bautismo de su hijo Adoaldo; al propio tiempo sometió al Papa algunas observaciones del abad
Secundino, acerca del quinto concilio, y le suplicó que resolviese las dudas del prelado. Gregorio
felicitó a la reina por haber mandado bautizar en una iglesia católica a un príncipe destinado a
reinar sobre los lombardos, y terminó su contestación en esta forma:
«Me hallo tan rendido por los sufrimientos de la gota, que no me es posible dar un paso,
conforme os lo diráiu vu’estro.s comisionados. Si Dios me concede algunos días de alivio,
contestaré extensamente a las observaciones dcl abad Secundino.
»Mando a vuestro hijo, el príncipe Adoaldo, un crucifijo labrado ‘en madera de la verdadera
cruz, y a la pl»-cesa, vuestra hija, un Evangelio encerrado en una caja de P’ersia, y tres anillos
consagrados. Dad gracias en nuestro nombre al rey, vuestro marido, por la paz que nos concede,
y rogadle que ‘la conserve.»
Esta carta es la última que escribió Gregorio. El Padre Sant~ murió en 12 de marzo del año 604.
San Gregorio recomendaba al pueblo el respeto a los superiores; esto no obstante, añadía que la
obediencia no llevaba consigo la aprobación ciega de las órdenes de los príncipes.
La intolerancia del Pontífice se reveló con actos de crueldad y vandalismo. Destruyó los
monumentos de la magnifícenci a romana, incendió la biblioteca Palatina fundada por Augusto, e
j~iizo quemar, en la plaza pública, las obras de Tito Livio, porque este autor protesta en sus
libros con-
406 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

tra los cultos supersticiosos; inutilizó las obras de Afranio, de Nevio, de Ennio y de otros poetas
latinos de los que no quedan sino fragmentos; se mostró enemigo de todas las ciencias romanas,
proscribió ~de Roma los libros paganos y llevó su odio contra los sabios hasta el punto de
excomulgar a Didier, arzobispo de Viena, porque este santo prelado pormitia que se enseñase la
gramática en su dióoesi~s.
Así es que los historiadores de esta época, afirman que los sacerdotes han sido más funestos a las
letras que las guerras de los godos y de los vándalos, y que debemos a su fanatismo esta
profunda ignorancia que ha reinado por espacio de muchos siglos en todas las provincias del
Imperio. Gregorio no sólo inutilizó las obras de Los filósofos de AIejandria y de Roma, que
manifestaron los engaños de los primeros sacerdotes cristianos y que podían ilustrar a las na-
ciones, sino que la Iglesia militante, siguiendo los ejemplos del jefe, atacó, llena de furor, todo lo
que se refería a la ciencia o al artie. Los manuscritos más raros fueron quemados; los cuadros de
inestimable precio fueron destruidos; las obras maestras de la escultura fueron rotas o mutiladas
y los edificios más notables cayeron bajo el hacha de los sacerdotes. En fin, la religión nueva
estableció su trono sobre las ruinas de los más nobles te~oros de la antiguedad para fundar su
poder sobre la ignorancia y el embrutecimiento de los pueblos.
Gregorio fué, sin discusión, uno de los Papas más grandes, más vivos y niás diplomáticos.
Descubrió las Indias del Purgatorio, las virtudes hechiceras de los ídolos y el manejo de las
reinas.
Con él se cierra el siglo vi.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO VI

Anastasio

Anastasio reinó por espacio de veintisiete años. Desterró la venalidad de los cargos que su
predecesor habla introducido; levantó una muralla que se extendía en los dos- mares para
defender a Constantinopla contra los búlgaros; y, n fin de detener las excursiones de tos persas,
mandó levantar la ciudad de Daras. Bajo el sabio gobierno de Anastasio, el Imperio había
recobrado su fuerza; pero la tolerancia del príncipe por las diversas sectas religiosas, excitó el
odio de los católicos, que promovieron sediciones y motines, en los cuales cien mil habitantes
perdieron su existencia, y este fanatismo sirvió a la ambición de un general católico llamado
Vitaliano, que usurpó el titulo de emperador, marchó contra su soberano y se preparaba a sitiar a
Constantinopla, cuando fué vencido por Marín y obligado a emprender una vergonzosa fuga.
Durante el curso de su reinado, Anastasio cambió las decisiones del concilio de Calcedonia, y
añadió tres nuevos artículos a las actas de este sínodo. Se asegura que algunos sacerdotes le
habían profetizado que Dios le castigarla en su orgullo, enviándole una muerte horrible. Murió,
en efecto, en el año 513. herido por un rayo.
408 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 409

Justino ¡

Sucedióle Justino 1, llamado el Viejo. Este príncipe te— nl a cerca de sesenta y ocho años
cuando ocupó el trono; era hijó de un aldeano de la Iliria, y d.c simple soldado pasó ¡a jefe de los
guardias del emperador. Su ignorancia era tan grande, que no podía firmar sus órdenes, conforme
a la costumbre de los príncipes, y a más de esto se veía obligado a confiar el cuidado del
gobierno al cuestor Probo, que disponía de todos los cargos y de todos los honores.
Un ¡autor habla en esta forma de Justino: «Nada fué ~respetado por este viejo estúpido; mandó
degollar los más. ilustres ciudadanos para coger sus’ riquezas, persiguió la secta de los arrianos
con furor y abolió las mejores leyes. Este soberano, dado por Dios en su cólera, fué más terrible
que la misma peste; todos los días nuevas víctimas inundaban con su sangre los patios del
imperial palacio o bien eran estranguladas en el fondo’ de sus cárceles y nada era bastante a
calmar su crueldad. No se contentó con arr uín~ar el Imperio, sino que quiso conquistar Italia y
Africa a fin de envolver los habitantes de estas provincias en una desgracia igual a la de sus
súbditos.
»Diez días después de su advenimiento al trono, conde.nó a muerte al eunuco Amancio sin que
pudiese acusarle de otro crimen que el de haber reprochado a Juan, patriarca de Constantinopla,
los furores de su fanatismo.
»El usurpador Vitaliano había recibido la promesa de olvidar lo pasado, y como una garantía de
su palabra, el príncipe había participado con él de los santos misterios. Esto no obstante, no bien
los divinos oficios concluyeron, cuando Justino hizo matar al rebelde en su palacio.»
Entre este ‘eni~perador y Teodorico el Grande hubo muchas discusiones respecto a la
persecución de los arrianos; y muchos senadores de Roma que habían sido acusados de sostener
secretas relaciones con la corte de Constantinopla, entre otros, Boecio y Simmaco, fueron
condenados a muerte por el rey de los ostrogodos.
Justino tuvo qu.e sostener luego una terrible guerra contra Kobad, rey de los persas, y como no
esperaba ile’varía felizmente a cabo con sus propias fuerzas, llamó en socorro del Imperio a
Zeliobez, jefe de los hunos, al cual compró su alianza. Este bárbaro, en la esperanza de recibir
del monarca persa una cantidad más fuerte que la pagada
~por los griegos, rehusó cumplir sus promesas y condujo. sus soldados a Persia. El emperador
envió en seguida embajadores a la corte de su enemigo para instruir a Kobad de la traición de
Zeliobez. Este príncipe mostró una grandeza de alma ‘extraordinaria; lejos de aprobar las
máximas de los soberanos y de servirse de los traidores, mandó comparecer ante él al huno, le
condenó a muerte para castigar su mala fe, ordenó la matanza de ¡aquel ejército de bárbaros y
concedió la paz a Justino.
Una nueva prueba de ingratitud por parte del emperador ocasionó una segunda guerra entre los
dos Estados: Za— te, rey de los lazarienos, pueblos sometidos a los persas, habiendo sacudido
‘el yugo de Kobad, quiso cambiar de religióu para asegurarse la protección del Imperio y se diri-
gió hacia Constantinopla donde Justino le recibió con alegría y le hizo bautizar, lo mismo ~qu’e
a su joven hijo. El rey de Persia perdonó a Justino esta falta ‘de respeto que atribuyó al fanatismo
religioso. Más tarde, temiendo sucumbir a una grave enfermedad de la cual se h¡altaba atacado, y
no queriendo que su sucesor fuese víctima de la ambición de los nobles, ofreció la tutela de su
‘hijo al emperador, que la rehusó por consejos del ministro Proclo. Kobad, indignado por este
desaire, que consideraba como un ultraje, juró un odio eterno al Imperio y declaró a los griegos
una gu¡erra de exterminio. Para resistirle, Justino se vió obligado a asociaí~ ‘en el trono a su
sobrino Justiniano; pero no bien las hostilidades hubieron comenzado cuando el emperador mu-
rió, a los setenta años, a consecuencia de una antigua herida que se le volvió a abrir en una orgía

Flavio Anido Justiniano 1


Flavio Anicio Justiniano 1, llamado el Grande, había nacido en Bederina; era hijo de Sabacio y
de Vigilancia, hermana de Justino; después de haber muerto su tío fué proclamado soberano por
el Senado y por ‘el ejército.
No bien fué dueño d’e Constantinopla, y no obstante las observaciones de su madre, tomó por
mujer a la cortesana Teodora, que tenía ya un hijo de su primer matrimonio con un árabe. Su
pasión por esta mujer, ‘cuya belleza era extraordinaria, fué tan violenta, que desafió ha
desesperación dc Vigilancia, su madre, que murió de dolor al ver que realizaba esta unión
infame. Teodora justifi&5 la previsión de
L
410 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 411

la reina madre y mostró en el trono ia miás descinfrenad~ licencia; incestuosa con su hijo,
incestuosa con su hermano, ~e entregaba a monstruosos escándalos en las fiestas nocturnas con
las mujeres de su corte. Los historiadores cuentan que para variar sus vergonzosos placeres,
todas las noches salía con Comitón, su hermana, y llevaba en sus hombros el tapiz en el que las
dos se prostituían en las calles de Constantinopla.
Justiniano poseía una vasta inteligencia, formó hábiles ministros y grandes capitanes que co~n su
mérito le ayudaron por espacio de cuarenta af~os, a aumentar la pro~peridad y los recurso0 del
Estado. Las felices guerras que terminó contra los bárbaros, y la protección que concedió a las
artes y las ciencias, le han, conquistado en la historia el primer lugar entre los prínci~pes ilustres
del siglo vI. MIandó levantar la iglesi~a de Santa Sofía, obra maestra de la arquitectura
bizantina; construyó cincuenta y dos fortalezas a orillas del Danubio; reparo los antiguos
castillos y proveyó, con igual cuidado, a la seguridad de la Tracia. Bajo la dirección de
Tribonigno mandó reunir, por los más sabios jurisconsultos, todas las leyes romanas, y las
publicó en un volumen donde están clasificadas con un gran método. Este trabajo sirve de base a
la legislación moderna Belisark> y Narses, sus generales, llevaron el terror. de sus armas a los
pueblos enemigos del Imperio.
No obstante las grandes acciones de su reinado, .Justi»iano ha merecido la censura de la
posteridad por su. ingratitud hacia los que Le habían prestado Los más eminentes servicios. Su
ejemplo muestra lo frágil que es el favor cte los príncipes, y cuán poco deben contar los hombres
en el agradecimiento de los reyes. El capitán ilustre que le había conservado el trono sometiendo
a los revoltosos de Constantinopla, que ya proclamaban emperador a Hipatio, nieto de Anastasio;
el general que había domado a Italia, a Persia y al Africa; Belisario, en fin, gloria de los romanos,
sucumbió a las calumnias de infames cortesanos y fué condenado a que se 1~ sacasen los ojos
por el verdugo; esta gran hombre murió de dolor y de miseria.
El eunuco Narses, de origen, persa, le . sucedió en el mando del ejército; gracias a su habiilidad y
valor, conti‘nuó las conquistas de BelisarLo~, y alcan~ó sobre los godos la gran victoria de
Tagines, donde Totila, príncipe de estos bárbaros, recibió una mortal herida. Hizo entrar la
Península romana bajo la domin~ción griega: fundó el exar
cato de Rávena y obligó a los Papas a pagar un tributo al príncipe para la confirmaci~ón de su
elección para la Santa Sede.
Durante su reinado, Justiniano se ocupó, con ardor, de las cuestiones religiosas que agitaban al
clero; se dejo arrastrar por su fanatismo a actos de intoleranciaj, y privó de sus bienes y sus
cargos a los que profesaban el arrianismo, a fin de aumentar las riquezas de los sacerdotes por
confiscaciones odiosas. Sometido a las pueriles prácticas de la religión, como todos los espíritus
supersticiosos, no comía durante la cuaresma sino hierbas cocidas, con sal y vinagre, y no bebía
más que agua. Lras di;sc.usio,nes teológicas absorbían casi todo su tiempo; y su consejo, com-
puesto de gentes de la Iglesia, se ‘ocupaba, no de los negocios de! Estado, sino tan sólo de las
disputas religiosas o de cuestiones dogmáticas.
Los pueblos se hallaban sobrecargados con tributos para satisfacer la rapacidad de su mujer, y
condenaba a la muerte y el destierro a los ciudadanos ricos a los que trataba de heredar la
‘emperatriz. Por fin, murió a los ochenta y tres ‘afios.

Justino II

Justino II, llamado el Joven, sucedió a su Lío Justiniano. Los primeros actos de su poder hicieron
presagiar un favorable reinado. Pero eí príncipe no tardó en entregarse al desbordamiento de sus
pasiones: saqueaba las provincias para aumentar sus tesoros; rol)aba a las mujeres y a las
doncellas para ‘encerrarlas en su palacio; condenaba a muerte a sus padres o a sus maridos para
ahogar sus quejas, y sus crueldades llenaban de espanto a los pueblos. Una cnlermcdad cruel,
adquirida en las orgías, le condujo a la locura, y la emperatriz Sofía, su mujer, tomó entonces las
riendas del gobierno. Reparó las faltas cíue había cometido su esposo, y alcanzó un tratado de
paz con el monarca de los persas, ciue rehusó hidalgamente luchar con una mujer y con un
emperador insensato.
Los historiad)res censurail severamente a Sofia por su ingratitud hacia Narses. Deseando esta
princesa confiar a su favorito Longino el mando de Rávena, escribió al general eunuco
diciéndole que había de dejar su espada de capitán para volver a Constantinopla y coger una
rueca e hilar con las doncellas de palacio. Naús’es, en su justa in
412 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 413
dignación, contestó que puesto que sabía hilar, formaría una tela que ni ella, ni Justino II, ni sus
sucesores, podrían romper jamás; formó, realmente, una alianza con Alboin, rey dc 1o3
lombardos, que estableció su dominación en Italía y preparó la expulsión de los griegos.

Tiberio II

Tiberio II, que había sido declarado césar por el Senado, fué proclamado emperador por el
pueblo, después de la mu:erte de Justino. Este príncipe era dé ‘elevado juicio y de sentimientos
nobles: era liberal con los pobres y daba muchas limosnas. Cierto día en que la emperatriz le
reprochaba que los beneficios que hacía a estos desgraciados le obligarían muy pronto a reducir a
losgranid’es a la miseria, respondió: «No temáis, señora; nuestros cofres nunca estarán vacíos
mientras los pobres saquen de ellos».
Fuera de esto, sus riquezas habían sido considerahle~ mente aumentadas con el descubrimiento
de un gran tesoro, oculto por los emperadores antiguos en una cueva de palacio.

Mauricio
Mauricio, yerno de Tiberio, fué proclamado césar después de una victoria sobre los persas y en la
cual fué muerto el rey Chosroes.
Muerto Tiberio II, le sucedió Flavio Mauricio. Al ocupar el trono, dió pruebas de una sabia
liberalidad y de gran clemencia, concediendo la vida a un rey moro llamado Alainandoro, que le
había hecho traición, y se contentó con desterrarle a Sicilia con su mujer y sus hijos. Esto no obs-
tante, Mauricio es considerado por los historiadores como un príncipe despótico y de una
avaricia excesiva; convienen, sin embargo, en que se vió obligado a imponer muchos tributos al
pueblo para pagar enormes sumas al jefe de los árabes, que había llegado hasta los muros de
Constantinopla, después de haber devastado cuarenta poblaciones de la Dalmacia.
Al finalizar su reinado, un general llamado F’ocas fué acusado de conspirar en contra suya. El
‘emperador mandó prender al culpable, le condenó a ser abofeteado pública-
mente por mano del verdugo y le mandó arrancar todos los pelos de la barba. Después de este
suplicio, Foca~ huyó a Constantinopla, reunió el ejército, que le era muy fiel, le ‘hizo sublevar
contra Mauricio, s’e dirigió en seguida a la capital y la tomó por asalto.

Focas

Focas, que llegó a ser ‘emperador con su audacia, quiso vengarse d.c una manera brillante por el
ultraje que había recibido. Ordenó que los cinco hijos de Mauricio fuesen conducidos ante su
trono, y les hizo degollar afile los mismos ojos de su padre. La nodriza trató de robar al furor del
homicida uno de aquellos jóvenes príncipes, sacrificando su hijo; pero el desgraciado Mauricio
se opuso. a la acción sublime d’e esta madre, y mandó entregar su verdi~dero hijo al bárbaro
Focas. Este admirable rasgo excitó la piedad de los mismos verdugos; sólo ‘el tirano contínnó
inflexible, y mandó degollar al joven príncipe. Luego, sobre los misinos cadáveres de sus hijos
mandó cortar la cabeza al p9dre.
El primogénito de los hijos del emperador se hallaba ‘en Persia cuando se mató a su familia; pero
fué detenido en Nicea y cond’enado a muerte; los amigos, los parientes, los servidores de
Mauricio fueron igualmente decapitados, así como la ‘emperatriz Constantina y sus tres hijas. no
obstante la promesa que Focas había hecho al patriarca Círiaco dc que l)’erdonaría a estas
desgraciadas.
Este usurpador, que carecía de brillantes cualidades y no tenía mérito alguno, era torpe e
impúdico y se entregaba a escándalos nocturnos con jóvenes muchachos que hacia robar en las
calles de Constantinopla. Guardó el Imperio por espacio d’e ocho años, y siguiendo la relación
de los historiadores, hizo morir más ciudadanos inocentes que ninguno de sus antecesores.
Durante el siglo vi, Italia, las Galias, España y Germania, invadidas por las naciones bárbaras,
acaban de perder la memoria del nombre romano. El Imperio de Orient’e se sostiene, ya
comprando la paz, ya combatiendo las salvajes hordas que acaban de inundarle. Los grandes ca-
pitanes Belisario, Narses y Prisco les rechazan hasta los hielos y los lagos del Norte; pero
después de la muerte de estos generales se hacen más numerosas y concluyen por llegar hasta los
muros de Constantinopla; y los emperado
414 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 415

res, envilecidos, degradados, impotentes para rechazarles, no conservan más que a precio’ de oro
una sombra de autoridad de los césares.
Los Pontífices, en medio de esta confusión, no olvidan los intereses temporales. Con una política
hábil y prudencia consumada, preparan el formidable poder que levantará la cátedra de San
Pedro sobre el trono de los reyes; y bien pronto los pueblos, envueltos en las tinieblas y enca-
denados a la superstición, serán condenados a la esclavitud
más vergonzosa.
En Francia, Clodoveo acababa de terminar una carrera manchada con las traiciones y los
homicidios, y dejaba cuatro hijos por herederos de sus Estados: Childeberto, rey de París;
Clodomiro, rey de Orleáns; Ciotario, rey de Sois-sons, y Thierry, rey de Austrasia. Los primeros
años que siguieron a la muerte de este jefe bárbaro, fueron bastante pacíficos; en seguida la
guerra, la traición y la muerte, sucedieron a algunos instantes de reposo y sumergieron las
provincias en los más espantosos desórdenes.
Clodomiro, sostenido por Childeberto y por Clotario, quiso apoderarse del reino de Borgoña bajo
el especioso pretexto de que quería reclamar los dominios dependientes del Feudo de Clotilde, su
madre. Se dirige contra Segismundo, y cubriendo su traición con el velo de la justicia, manda
anunciar a los pueblos que acaba de castigar a un rey sanguinario, que había matado a sus
propios hijos. Colocado al frente de su ejército, Clodomiro invade los .Estado~ de su enemigo,
sorprende a Segismundí. a su mujer y a sus hijos, los carga de cadenas, y a fin de que no quedase
heredero alguno para castigar s~u crimen, los manda atar y los precipita en un pozo. Indignados
los borgoñones, vuel— ven de su estupor, se arman a toda prisa, y guiados por Gondemar, pasan
a cuchillo a los soldados de Clodomiro; éste muere en la pelea, y su cabeza, colocada en el
extremo de una lanza, asusta a su~ ejército, que empre.nde a toda prisa la fuga. En aquel mismo
tiempo Thierry se reune a Clotario para quitar la Turingia al duque de H’ermanfroy. Luego,
deseando aprovechar por si solo los despojos del vencido, resolvió que su hermano muriese
asesinado. Pero el rey de Soissons, advertido por uno de los conjurados, logró substraerse a los
lazos que le tendía su enemigo, y se refugió en sus Estados.
Teodoberto

Después de la muerte de Thierry, ocupó el trono leodoberto, su hijo, y las guerras continuaron.’
Poniéndose al frente de su ejército el joven príncipe, volvió a tomar a Velay, la Rourgue y el
Gevaudan, provincias que los visigodos habían conquistado durante el reinado de su padre.
Vitigio, rey de los ostrogodos, se vió obligado a comprar su alianza, abandonándole las
provincias que poseía en las Galias y sus derechos sobre la ciudad de Roma. ,Justiniano, que
necesitaba de un poderoso aliado en las Galias~ quiso, igualmente, atraerse este príncipe al
partido del Imperio. Concedióle muchas ventajas y reconoció, por un. tratado auténtico, que los
francos eran legítimos poseedores de las provincias meridionales y que sus navíos podían
navegar sobre el Mediterráneo.
Muerto Teodoberto, su hijo natural Teodobaldo, fruto de sus amores con una concubina llamada
Deutería, sube al trono de M’etz. Este príncipe alcanzó sobre los da,neses la primera vistoria
marítima de que nos habla la historia; ‘el ejército de tierra de estos bárbaros, fué vencido por los
francos, mientras que la flota destruía su armada. En seguida Teodobaldo, descontento del
emperador, rompió la alianza que su padre había formado con Jusitiníano, y se preparó a hacerle
una guerra de exterminio’; se dirigía hacia Constantinopla a la cabeza de su victorioso ejército,
cuando la muerte le detuvo en sus proyectos y retardó en mil años la ruina del Imperio de
Oriente.
Childeberto, príncipe cruel y supersticioso, el mismo que había secundado a Clodomiro en el
asesinato de Segismundo y su familia, declaró la guerra al rey de los visigodos, Amalarico, al
cual mandó asesinar. Al siguiente ‘alio formó una alianza con su. hermano y con Teodoberto
para repartirse el reino de Gondemar; luego, uniendo el parricidio a todas sus crueldades, burla la
vigilancia de Clotilde con. una abominable astucia y mata a sus jóveñes sobrinos, cuyos Estados
se ha repartido con Clotario, su hermano. Uno de estos jóvenes, escapado a la matanza, fué
encerrado en un, monasterio, donde se distinguió por su gran piedad, y la Iglesia le honra hoy día
bajo el nombre de San Clodoaldo. Childeberto llevó sus armas hasta España y volvió de esta
expedición con la ‘estola de San Vicente, que depositó en una basflica levantada en honor del
santo, y en la cual
L
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 417
416
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
fué enterrado. Los monjes le tributan mnchos elogios, porque, según dicen, era caritativo con las
iglesias y muy celoso por la religión cristiana. Añaden que en la guerra que tuvo lugar ‘entre este
príncipe y Clotario, y en el momento en .que los dos ejércitos iban a embestirseb cayó sobre el.
campo de Childeberto una tempestad tan horrible, que los soldados, llenos de espanto, no
quisieron lanzarse a la pclea. Entonces los dos reyes, sorprendidos por este prodigio y temiendo
la cólera del cielo, concluyeron la paz y se juraron una amistad eterna. Childeberto murió
después de u.u reinado de cuarenta y siete aAos, y dejó sus Estados .a Clotario, porque no tuvo
hijos de su mujer IJitrogota.
El menor de los hijos de Clodoveo, que con la muerte de Childeberto quedó el único dueño de
las conquistas de los francos, fijó su i~esidencia en París para vigilar más fácilmente sus Estados.
Este príncipe, digno de su padre y de Clotilde, dió, durante el curso de su reinado, ejemplos de
una crueldad atroz: mató, por sí mismo, a sus dos sobrinos, hundiéndoles un cuchillo debajo del
sobaco. Sus escándalos sobrepujaron a los de los reyes más depravados; mantuvo a seis mujeres
en su palacios se casó con, Ingonda Y Aregonda, sus hermanas, violó públicamente a la viuda
d~e Clodomiro, cuyos hijos habla degollado, y la hermosa Radegunda, su cautiva, atada por sus
órdenes en un lecho, tuvo que recibir las caricias del matador de su hermano.
Por fin, la disolución de sus costumbres le llevó hasta el punto de abusar de la mujer de su hi~o
Cramno, principe valiente, de gran talento y de extraordinaria belleza. El joven príncipe se
sublevó y se dirigió contra su padr~e a la cabeza. de un numeroso ejército, Clotario, que
mandaba tropas aguerridas, derrotó al ejército de su hijo y le hizo prisionero. El infortunado
Cramno fué atado sobre un banco y se le azotó durante muchas horas en presencia de s~us sol-
dados; en seguida fué encerrado con su mujer y sus~ hijos en uná choza a la cual se pegó fuego.
Clotario quiso pre¡senciar este horrible espectáculo hasta que el incendio hubo ahogado los
últimos gritos de sus desgraciados hijos.
Pero luego el temor del infierno asustó al monarca; una fiebre ardiente se apoderó del mismo y le
condujo en pocos días a la tumba; murió después de un execrable reinado de cincuenta años,
manchados con adulterios, violaciones y homicidios. Fué enterrado en Soissons, en la basflicQ.
de San Medardo, que había mandado levantar para calmar la cólera del cielo.
Sus cuatro hijos, Cariberto, Gontrán, Sigeberto y Chilperico, se repartieron sus Estados.
Luego que Cariberto, rey de París, hubo ocupado el trono, repudió a su mujer Ingoberja para
casarse con su manceba Mirofida, hija de un tundidor de lana. No bien se hubo celebrado el
matrimonio, cuando concibió una pasión incestuosa por su propia hermana y la arrancó de un
convento donde se había hecho monja. La posesión de esta mujer apagó el ardor de sus deseos;
luego dejó a su hermana, para casarse con una pobre niña que había e.ncon,trado guardando
reses en el campo y que había violado arrastrado por sus brutales pasiones. Los extravíos del
príncipe eran ‘tan escandalosos, que Germano, obispo de París, se vió obligado a dirigirse a su
palacio con objeto de amonestarle; pero como la severid.~d y justicia de sus ‘exhortaciones no
impresionasen a Cariberto, el obispo le declaró sacrílego, incestuoso, y le separó de la comunión
de los fieles.
Cariberto murió algún tiempo después y dejó su reino a sus hermanos, los, cuales, no pudiendo
transigir en la manera como habían de reinar en París, convinieron en ~percibir sus rentas uno
tras otro, y juraron que no entrarían en los muros de esta ciudad. No obstante esta precaución, los
hijos de Clotario concluyeron por dividirse.
Chíldeberto, rey de Austrasia, fué lanzado de Reims, capital de sus Estados, por Chilperico; el
vencido reunió sus tropas y conquistó a su vez los Estados de su agresor. Como sus hermanos le
obligasen a restituir las provincias que había invadido, su hermano volvió sus armas contra
Gontrán; mas la fortuna engañó su cólera, y su ejército fué derrotado. Por fin, después de haber
reinado trece años, cayó bajo el puñal de unos ;asesínost enviados por su hermano Chilperico.
Pero su madre, Brunehaut, quedaba aún para vengarle. Esta princesa, hija de Atanagíldo, rey de
los visigodos, había abandonado el arrianismo para ser reina de Austrasia; al principio fué
virtuosa; y los primeros años d~ su reinado fueron empleados en actos de devoción y caridad;
pero el asesinato de su hermana Galsuinta por la in.fam:e Fredegunda, manceba de Chilperico,
obró un cambio terrible en el carácter de Brunehaut, y convirtiéndose en origen de sus odios
implacables, fué la seftal de los más abominables desórdenes. Estas dos mujeres que rivalizaron
en es-
Historia de los Papas.—Tom9 I.—27
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 419
418 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
cándalos. envenenamientos e incestos por es~pacio de treinta y dos años, asus.taron a la Gájia
con sus asesinatos y homicidios.
El furor de la hija de Atanagildio se exaltaba con el recuerdo de la venganza; Fredegunda, por el
contrario, ejecutaba sus crimenes con i~na frialdad calculada. Durante su juventud no era niás
que una simple esclava puesta al servicio de Andoera, primera mujer de Chilperico. Fredegunda
atrajo las miradas del príncipe, le sedujo con su be~ iteza y se hizo su concubina. La reina,
hermosa, supersticiosa e ignorante, se quejaba de la indiferencia de su marido~ sin que alcanzara
su causa. Tenía ya tres hijos e iba a dar la vida al cuarto, cuando el rey emprendió una
expedición contra los sajones. Durante su ausencia, Fredegunda obligó a la crédula Andoera a
sostener al joven prncipe en las fuentes bautismales con el pretexto de que esTa ceremonia le
(levolvería la ternura del príncipe. La infortunada rompía, sin saberlo, los lazos que le unían a
‘Chilperico; pues la Iglesia, prohibiendo al padre y a la madre el ser parientes espirituales de sus
propios hijos, lanzaba los más horribles anatemas contra los que no se sometían a los cánones.
Los reyes podían violar sus juramentos; romper las uniones más respetables; matar a sangre fría
‘a los cautivos; asesinar militarmente millones de ciudadanos; saciarse de oro y dc sangre;
comdter parricidios’ e incestos; todos los cnrnencs les cran permiti(los, porque se los hacían
perdonar con donaciones a los obispos, y siguiendo las tarifas de la corte de Roma; pero si
osaban violar las leyes de la Iglesia y dividir el lecho de la mujer que había sostenido’ su hijo ‘en
las sagra(las fuentes del’ bautismo, eran ‘excomulgados sin remedio y entregados a la
condenación eterna.
Así Chilperico, cuando volvió, sacrificándose a las preocupaciones de la época, s~ apresuró a
repudiar a Andorea con objeto de evitar la ‘excomunión del clero.
Esto no obstante, Fredegunda no pudo ocupar el trono; el príncipe, que era aún más avaro que
apa5ionado, envió embajadores al rey Atanagildo pa4ra pedirle en matrimonio a Galsuinta,
hermana de Brunehaul. Este monarca no se atrevió a rechazar la alianza do su temible vecino, y
la joven princesa, no obstante el llanto d’e su madrie y de sus funestos presagios, fulé llevada a
Chilperico, o, mejor dicho, entregada a su cruel concubina. Chilpe-rico, deslumbrado por las
inmensas riquezas que le traía
su nueva esposa, juró sobre unas reliquias que nunca la repudiaría; en efecto, su infame querida
le impidió ser perjuro.
Lo primero que hizo Fredegunda, fué pensar en los medios de deshacerse de su rival y arrancar al
príncipe la promesa de que ‘algún día le daría el título de reina; y para alcanzar este fin, rehusó
dividir con Galsuinta el lecho de Chilperico; luego, cuando la pasión de su amante fimé excitada
hasta el furor, se entregó en sus brazos para gozar con él de las más embriagadoras
voluptuosidades. En sus amorosos transportes, el rey le prometió la muerte de su mujer, y al
siguiente día envió úno de sus cortesanos al lecho de la reina con orden de ‘estrangularla~ Fre-
degunda se lo había ya advertido, y Galsuinta habla muerto durante la noche; de forma que se la
encontró envuelta en un sudario.
Este crimen no tardó en ser conocido en las Galias y excito la general indignación; Sigiberto y
Brunehaut juraron vengar la muerl~e d~ ‘su hermana, y levantando urt ejército, invadieron en
quince días el reino de Soíssons. Abandonados por sus aliados y rechazados por los pueblos, los
asesinos se vieron reducidos al postrer extremo. Pero Fredegunda se hallaha dotadm~ de una
firmeza inquebrantable en el crimen y de una energía salvaje en el Ñligro; arma el brazo de dos
jóvenes que había seducido por los prestigios. de la religión, por la esperanza de una inmensa
fortuna, y sobre todo exaltando sus pasiones con una voluptuosidad refinada, fórmase un
complot, y Sigiberto muere asesinado por los seides de Fredegunda.
No bien se levantó el sitio de Tournay, cuando se re-tiró el ejército enemigo; las ciudades del
reino de Soissons volvieron ‘a entrar bajo la autoridad de su príncipe, y el Nerón de los francos
invadió, a su vez, los Estados de su hermano y los sometió a sus armas. Entonces, para colmo de
bajeza y de ignominia, la hermana d’e Galsuinta, la viuda de Sigiberto, ofreció su mano a
Chilperico. La concubina hizo que este enlace fracasase observando al príncipo que sólo tenía
que matar a un hijoi para ser d ueflo del reino de Austrasia. Go~ndehant impidió la ejecución de
sus infames proyectos, haciendo escapar de Parí’s al joven príncipe, que tenía cinco años, y le
proclamó rey en la ciudad de Metz, bajo el nombre de Childeberto II.
Chilperico, engañado en su ambición, robó los tesoros de Sigibex-to, y mandó encerrar a
Brun’eh~mut en Ruan, luego
420 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 421

de haberla separado de sus dos hijas; al mismo tiempo envió tropas a] Maine, y dió orden a
Meroveo, su primogénito, para que invadiese el Poitou. El joven jefe alimentaba un secreto odio
contra su padre y Fredegunda, y hahí a jurado vengar ht muerte de su madre, la infortunada
Ando~era; eu vez de dirigirse a Poitiers entró en Ruan, se declaró protector de Childeberto, y
para asegurar su venganza, casóse con Brunehaut, su tía, no obstante el grado de paren-teseo que
hacía esta unión incestuosa. Pero luego el desgraciado Pretextato, obispo de la ciudad, que había
bendecido el matrimonio, y el mismo príncipe, pagaron este acto con su vida.
Fredegunda triunfaba: no quedaba a Chilperico de su primer enlace, más que un hijo llamado
Clodoveo, al cual la madrastra perseguía con un odio encarnizado. Esto no obstante, no se atrevía
a consumar un nuevo homicidio sin prepararlo con cuidado; la superstición y la ignorancia de
aquellos bárbaros tiempos secundaron sus proyectos. Los Estados de Chilperico acababan de ser
destruidos por el desbordamiento de los ríos, por los cambios de estaciones, por el hambre y por
las enfermedades epidémicas, consecuencia ordinaria de estos azotes; el mismo rey se halló en
peligro de muerte, y los hijos de Fredegunda habían sucumbido víctimas del contagio.
Esta cruel mujer se aprovechó del terror general para acusar al príncipe Clodoveo de ser el origen
de todas las calamidades de que habían sido victimas su padre y sus hermanos, gracias a la
mediación de una hechicera con la cual sostenía relaciones de amor. Acusada la joven de ma-
leficio y sortilegio, fué cogida por dos soldados y entregada a las más horribles torturas, hasta
que el exceso de sus sufrimientos le arrancó una falsa confesión acerca de su mágico poder. Con
esta prueba su madrastra obtuvo del rey la orden de prender a su hijo y de hacerle comparecer
ante ella.
Fredegunda no quéría confiar a otros el cuidado de su venganza, y desempeñando el papel de
magistrado, mterrogó al príncipe, y no pudiendo arrancarle ninguna frase que pudiese
comprometerle, le llenr5 de ultrajes, esperando con su audacia y sus insultos irritar el genio
impetUoso de Clodoveo, y excitar en él amenazas o arrebatos contra su padre. Como sus
infernales astucias no alcanzaron buen ¿xito, el crimen fué en su au~dlio, y en cierta mañana se
encontró al príncipe ahorcado en su cároel. Díjose a Cbil
perico que su hijo se había suicidado, porque se reconocía culpable; la hechicera fué condenada
al fuego, los oficiales de Clodoveo fueron igualmente envueltos en proscripción tan cruel, y
Fredegundase apoderó de los bienes de sus víctimas.
Esto sin embargo, la muerte de Clodoveo no tranquilizaba completamente a la reina. Por su
último asesinato, el hijo de Sigiberto era el heredero del trono de Chilperico, y previendo que un
día podría caer bajo el dominio de este señor irritado, quería asegurarse la protección del ulismo
hijo de su rival, y le propuso hacerle reconocer por Chilperico, heredero de sus Estados, si
consentia en envenenar a Brunehaut, su madre. Childeberto rechazó sus proposicionies, y esta
perfidia ocasionó una nueva guerra, en Ja que millares de hombres quedaron degollados para
soste¡ser los derechos de dos prostituidos criminales. Entonces Fredegunda buscó apoyo en el
rey de los godos, y le ofreció en matrimonio a Rigonta, su hija. El bárbaro aceptó la alianza de
Chilperico; la joven novia partió a los Estados de su esposo, seguida por cincuenta carros
cargados con sus tesoros y por cuatro mil hombres que formaban su escolta. A pesar de tan
numerosa guardia, Didier, conde de Tolosa, atacó a los francos, los derrotó, cogió las riquezas de
la desposada, y obligó a Rigonta a volver a casa de su padre.
Los historiadores afirman que esta princesa era de una impudicia igual a la de Fredegunda. La
madre y la hija, dicen, se disputaban sus amantes; o sus joyas, y ‘escandalizaban el palacio con
disputas o con orgías iguales a las de Mesalina. Fredegunda, en un arrebato de celos, atentó con-
tra la vida de Rigonta; un día la llamó ‘a su dormitorio, y reprochándola con artificiosa dulzura
porque la trataba con demasiado rigor, le ofreció, por precio de sus complacencias y caricias,
ricos collares y preciosas telas ‘encerradas en un cofre. La joven princesa se inclinó para
examinar las joyas prometidas, y en aquel mismo instante Fredegunda saltó de su lecho, cerró
violentamente el cofre sobre la cabeza de Rigonía, y si los gritos de la infeliz no hubieran sido
oídos, la madre hubiese estrangulado a la hija entre sus manos.
El mismo Chilpérico fué víctima de esta mujer abominable. El rey había establecido su
residencia en Ch~lles, cerca de París, algún tiempo después del parto de Preciegunda, que le dió
un hijo que se llamó Clotario. Cierta mañana, a fines de diciembre, el príncipe, a quien se le creía
en una partida de caza, subió a la cámara de la r~ei
422 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
na sin que nadie le anunciara; estaba sola y ocupada eW su tocado; entró sin hacer ruido, y para
sorprendería hubo de tocarla con una varilla que traía en la mano. Confundiendo al rey con su
amante, a quien esperaba, le dijo sin volverse: «Landry, un caballero cual tú jamás debe atacar a
las damas por detrás>.
Sorprendido e inmóvil, el príncipe no contestó a la reina ~‘ dejó la cámara. Fredegunda notó en
seguida su error; par.a conjurar la tempestad que la amenazaba envió a buscar a L.andry, contóle
su imprudencia, ordenándole que eligiera entre la muerte de Chilperico o la venganza dic un
marido implacable. Al volver de su cacería, unos asesinos atacaron al rey y cayó atravesado por
veinte puñaladas. Así expiré ‘este monstruo, cuyos crímenes obligaron a los pueblos a dejar e]
suelo de la patria emigrando a los reinos vecinos. Desgraciado como guerrero, Chilperico sólo
triunfó de sus enemigos por medio. del ases~inato; cobarde~ en pu siglo en que el valor era aútn
un~ virtu~l en los reyes,. fmi siempre vencido por sus hermanos. Sus crímenes, en fin, le
valieron el nombre de Nerón de Francia, y como el emperador romano, hizo versos y tuvo la
pretensión de ser literato.
Después de la muerte de Chilperico, los reyes de Bar.. gofla y de Austrasia reivindicaron su
s1ucesión. Gontrán. la participé a su sobrino, entró en París con un numeroso ejército, y tomó
posesión del reino en nombne del joven Clotario. Obligado Childeberto a retirarse de Meaux,
pidió a su tío la repartición de los Estados de Chilperico, y le suplicó que le entregase a
Fredegunda, a fin de castigarla ~por la muerte de su marido y le de Galsu~nta, Sigiberto. y los
hijos de la reina Andoera. Pero Gontrán se había dejado ya seducir por esta mujer astuta, quien le
había prometido la regencia, persuadiéndole de que el joven Clotario, que sólo tenía cuatro
meses, era realmente hijo dc Chilperico y no fruto de sus amores con Landry. El príncipe
despidió los diputados de Childeberto, diciéndoles que tomaba bajo su protección a la reina y a
su hijo.
Fredegunda quiso luego deshacerse de sus enemigos, y armó muchos asesinos para matar a
Brunehaut y al rey de Austrasia; pero sus emisarios fueron presos y ahorcados. La muerte de
Gontrán dejó pronto a la reina sin apoyo; gracias a su destreza, supo reunir en torno de su hijo a
los nobles, a los soldados y a los estúpidos pueblos que consideraban entonces sagrada e
inviolable la persona de
428
los reyes. Ella se puso al frente del ejércitos Ue 4vando en. sus brazos al hijo que le servía de
égida, y con su ejemplo animó a sus soldados, quienes< derrotaron a los del rey de Austrasia y
aseguraron a Clotario el reino de Neus tría.
Algunos meses después de su derrota, Childeberto murió envenenado. Se ignora, si esto fué obra
de Fredegund~a o a instigación de la reina Brunehaut; esto sin embargo, la posteridad acusa de
este crimen a esta última, que desde hacia mucho tiempo deseaba reinar sola en nombre dc su
nieto. Y, en efecto, Brunehaut se ~puso al frente de la regencia del reino, y declaró la guerra a su
rival. En esta nueva lucha sufrió la vergú’enza d.c una segunda derrota más funesta aún que la
primera; perdió en ella todos sus tesoros, las mejores tropas de su ejército, y apeniis si pudo
sialvarse con cien hombres de su guardia.
Después Fredegunda murió dejando su memoria a ‘la execración del pueblo.
Bru,nehaut, librada. de su terrible enemiga, permaneció sola en la sangrienta arena donde por
tanto tiempo se había disputado el precio del crimen; esta infame reina, dejándose arrastrar por el
furor de sus pasiones, señaló su reinado con los más desenfrenados escándalos y por las
~erueldad’es más horribles. Su ejemplo debe enseñar a 1a~ haciones qu’e el poder supremo ‘es
tan terrible en manos de las reinas como en manos de los reyes. La ambiciosa Brunehaut, para.
conservar el poder sobre los, pueblos de la Austrasia, tan pronto halagaba las pasiones de los
jóvenes reyes hijos de Childeberto, tan pronto los excitaba a unos contra otros o corrompía sus
costumbres, proveyendo ella misma a sus vergonzosos placeres. Su corte se hallaba compuesta
de mujeres perdidas; y alguna vez, dicen las crónicas, Brun’ehaut participaba de sus ‘escándalos
a fin de ~que en ‘aquellos momentos U’e ‘embriaguez, los príncipes firmasen órdenes en que se
hacía matar a hombres siabios y honrados que la hubiesen ‘echado ‘en cara sus viciosi.
Brunehaut, ya vieja y cascada por los excesos, habla ~oncebido una pasión ridícula por un joven
caballero llamado Protardo; y como desease elevar a su favorito por encima de los reyes, le hizo.
cómplice ¡de su~s crím,enes y
pr.eparó la ruina de la monarquía, eligiéndole gobernador de Palacio. La autoridad y la
insolencia de este hombre llegaron a tal punto, que los grandes del Estado, celosos de su. fortuna,
se sublevaro.n contra Theodoberto, mandaron degollar a Protardo y obligaron al príncipe a que
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 42b
424
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
echase a Brunehaut de sus Estados. Pero esta mujer, que practicaba ya la máxima de los tiranos,
«divide para reinan>, se refugió cerca de Thierry y le persuadió de que su hermano era un
bastardo, el cual Facieuba, su madre, habla tenido en sus amores con un jardinero. Esta
revelación levantó una sangrienta guerra entre los dos hermanos; el rey de Austrasia fué vencido
y enviado a Chalons-surSaone, donde Brunehaut le mandó asesinar; los dos hijos del príncipe
fueron asesinados, y ella misma aplastó con-
—a
tra la pared al mas joven. Justo castigo de Dios que Theodoberto merecía p9r su cruelda,d hacia
~Bilichilda, su p4-mera esposa, a la cual había ahogado para enlazarse con su concubina
Teudichilda.
Thierry concibió en seguida por la hija de su hermano un amor incestuoso, que quería santificar
por medio del matrimonio. Brunehaut, para evitar esta alianza, se vió obligada a confesar la
legitimidad del desgraciado Theodoberto; prohibió al rey de Borgofla que se casara con su
sobrina, y como el príncipe declarase que resistiría sus. órdenes y que consumaría ¡el enlace, la
reina le propinó un brebaje emponzoflado que le llevó a la tumba después de una enfermedad
cruel y muy larga. Thierry dejó cuatro hijos bajo la tutela de Brunehaut.
Por fin, la venganza divina tenía que herir a una mujer tan criminal. C,lotario, a la cabeza de un
poderoso ejército, se dirigió hacia Metz y alcanzó una fácil victoria sobre los hombres de
Brunchaut. La, reina, entregada al vencedor por sus mismos criado~, fué con.du¿cida, al campa-
n3.ento e~.emigo y se presentó llorando ante el hijo de Fredegunda.
Clotario, digno de aquel siglo bárbaro, ordenó que se la expusiese a los ultrajes de los soldados,
que se le aplicase el tormento por tres días, y que se la, atase a la cola de un caballo salvaje, que
la arrastró por entre los bosques y los montes. Los horribles miembros de su cadáver fueron des-
pués echados a una hoguera, y sus cenizas fueron esparcidas al viento. Muchos autores
pretenden, por el contrario, que sus restos mortales, recogidos por los curas, fueron encerrados en
una urna y depositados en Autún, en la abadía de San Martin.
Así terminó, después de cuarenta, y ocho altos de crímenes, la lucha entablada entre Brunehaut y
Fredegunda, gue paxecía triunfar de su rival, en la persona de Clotario, su hijo.
Brunebaut no había dado en el curso .51e su vida nin<guna de esas pruebas de energía que son a
veces el patrimonio de los grandes delincuentes. Criminal sin carácter y Sin elevación de miras,
cayó en poder de un monstruo que no ejecutó, para castigarla, otra barbaridad que la que ella
hubiese ejecutado en contra de él, si sus armas hubiesen quedado victoriosas.
HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO VII

SABINIANO, 67.Q PAPA

FOCAS, EMPERADOR DE ORIENTE — CLoTARIO II, REY DE

FRANCIA

El Pontífice que ompieza la serie de obispos romano5 del séptimo siglo, fué el toscano Sabiniano,
el cual se había atraído el desprecio. a causa de sus disolutas costumbres~
Su conducta fué muy distinta de la observada por su an¿tecesor, pues en un hambre que desolaba
la ciudad apostólica, mandó vender los trigos que Gregorio ~distribuía a los d’esgraciado.s a
título de regalo. Como los pobres fo pudiesen dar un sueldo de oro por treinta medidas de trigo,
se morían de hambre por millares, cerca de los abundantes graneros; ‘entonces la gente principal
se dirigió en procesión al palacio de Sabiniano para conjurarle en nombre d’e Cristo, que no
dejase’ perecer de miseria a los qu~e ~ Santo Padre debía alimentar en los conventos~ mientras
hi— rase la escasez y el hambre. Pero sii~ qu~ ni tan sólo quisiese escucharles, el Pontífice les;
mandó echar d’e su Pre sencia, gritándoles: «¡Salid de aquí, miserables! ¿M’e creéis dispuesto a
imitar el ejemplo del último Papa y a compra~ ros con mis prodigalidades’?»
Nerón censuraba igualmente a sus antepasados por haber agotado cl tesoro en su generosidad por
los ciudadanos
428 HISTORíA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

de Roma. ¡ Extraña aberración del humano espíritu! ¡ Un Sabiniano y Nerón se atrevian a


censurar los actos de sus antecesores, como si ño hubiesen de temer el juicio que 1 posteridad
hiciese de ellos!
Sabiniano, dueño de los tesoros de San Pedro, no contento con mostrarse duro hacia los pobres,
con los que habla sido tan caritativo Gregorio, quiso destruir las obras que le habían adquirido
una reputación tan grande y pretendió que se hallaban contaminadas ‘de herejía.
La dureza del Pontífice y su insaéiable avaricia le hicieron tan odioso, que los romanos formaron
un complot para atentar contra su vida. Muchos sacerdotes penetraron en sus habitaciones y le
dieron muerte.
En el mismo instante en que Sabiniano’ se ocupaba en contar sus tesoros en una cámara secreta,
se le apareció San Gregorio, y reprochándole las desgracias de Roma, Le ordenó que cambiase
de conducta; pero como el Papa se resistiera, San Gregorio le dió un golpe tan violento en la
cabeza, que murió de la herida en 16 de febrero ‘dd[ í~flo’ 605, luego de haber reiñado seis
meses. Créese que su cuerpo’ lo arrojaron fuera de la ciudad.
BONIFACIO III, 68.~ PAPA

focAs, EMPERADOR DE ORIENTE — CLOTARIO II. REY DE FRANCIA

El emperador nombra Sumo Pontífice al obispo de Roma

Las disputas que siguieron a la muerte de Sabiniano, prolongaron, por espacio d’e un año, la
vacante de la Santa ‘Sede.
Por fin, los partidarios de Bonifacio III alcanzaron ‘el triunfo. Este recibió las órdenes
episcopales, y fué elevado .a la apostólica silla.
En ¡esta época, Focas gobernaba ‘el Imperio. Este príncipe, irritado contra Ciriaco, que le había
rehusado la entrada en el templo, después del asesinato’ de la emperatriz Constancia y sus hijas,
resolvió, para vengarse del prelado, elevar la silla de Roma sobre la de Bizancio, y nombró a
Bonifacio obispo uni’.~ersal de todas las Iglesias.
El Pontífice reu,nió luego un concilio y mandó confirmar el titulo que el emperador le
adjúdicaba, declarando la preeminencia de su Iglesia sobre la de Constantinopla. Este mismo
concilio prohibía reno-Var las intrigas que ocasionaban la elección de los Papas, y ordenó que el
clero, los grandes y el pueblo, se reuniesen tres días después de la muerte de los Pontífices para
nombrar sus sucesores.
Bonifacio decretó asimismo que el nombramiento de los prelados en todos los reinos no sería
canónico sino después que la corte de Roma lo hubiese confirmado. Su bula comenzaba ‘en esta
forma: «Nos queremos y ordenamos que Fulano de Tal sea obispo, y que vosotros le obedezcáis
sin Vacilación de ningún género en cualquier coSa que os mande... »
Así la. autoridad de los sucesores del pescador Simón se engrandeció en un solo día por la
voluntad d2 un homicida, y los Papas, desde la obediencia, se eleVaron al despotismo.
Bonifacio no gozó por mucho tiempo d’e poder absoluto; murió en ‘el año mismo de su elección,
en 12 de no~vi’embrc dc 606. Sus restos fueron depositados en la basili
-ca de San Pedro.
BONIFACIO IV, 692 PAPA DEODATO 1. 70.o PAPA

FOCAS, HERACLIO, EMPERADORES DE ORIENTE — CLOTARIO IL

REY DE FRANCIA

Cesión del Panteón al Papa

Los desórdenes, precursores de la elección de los Pontífices, volvieron a comenzar a la muerte de


Bonifacio III, y retardaron, por espacio de tres meses, el nombramiento del nuevo Papa. Por fin,
las intrigas y simonía elevaron al trono pontificio a un sacerdote de la Iglesia romana, que tomó
el nombre de l3onifacio IV, hijo de un médico. Había sido recogido en su juventukl por unos
frailes que le instruyeroíí en las Santas Escrituras. Así, para mostrar su reconocimiento a sus
antiguos compañeros, les colmó de riquezas, y tiispensó muchos favores a todas las órdenes
religiosas.
El tirano Focas, deseando conservar el apoyo de Roma~ ofreció a Bonifacio el templo del
Panteón, elevado por Mario Agripa, yerno de Augusto, treinta años antes de la era cristiana, y
consagrado en otro tiempo a las divinidades paganas. El Pontífice aceptó con gusto la oferta di
‘emperador, y convirtió este admirable edificio en la basílica cristiana, que dedicó solemnemente
a la Virgen, bajo ‘el nombre de Nuestra Señora de la ~Rotonda».
Holstenio cita en una carta de Bonifacio IV al rey Eteiberto, la cual amenazaba con la
excomunión a los sucesores del príncipe que se opusieran a la ordenación de los monjes.
¿Acaso no se parecen por su forma exterior a los celestes qu’erubincs9 La capucha que cubre su
cabeza es muy parecida a dos brillantes alas; las largas mangas de sus túnicas forman otras dos, y
bien se puede afirmar que las extremidades del sayal que ‘envuelve ~sus miembros, representan:
igualmente otras dos alas. Bajo tal concepto, tienen, pues, seis alas, como los serafines, y
pertenecen a la primera jerarquía de los ~ángeles.»
El Santc Padre llevó su fanatismo monástico hasta ‘er punto de convertir su casa paterna, en
convento. Por fin,. murió en 614.
HERACLIO, EMPERADOR DE ORIENTE — CLOTARIO II, REY DE FRANCIA

Después de la muerte de Bonifacio IV, Deodato suibió al trono pontificio. Era hijo de un
subdiácono de la Iglesia de Roma. Desde su juventud habla conquistado ya por su humildad y la
excelencia de sus costumbres, una gran reputación dc santidad.
En la época en que se eleVó al trono de la Iglesia, los pobres. siempre numerosos en la ciudad
s~anta, eran víctimas de una lepra endémica. Esta cruel enferm&lad se transmitía sin necesidad
del contacto, y por el sólo aliento de lo.s que ‘estaban infectados; no obstante estos peligros, el
virtuoso Pontífice visitó a los enfermos, y mostró una caridad evangélica a fin de aliviar sus
sufrimientos.
1 as demás acciones del Pontífice son completamente ignoradas.
Se ignora la época exacta en que Deodato subió al trono; la duración cte su pontificado no se
sabe aún de un modo fijo; se cree que murió ‘en el mes de noviembre del año 617, y que su
cuerpo fué enterrado en la basílica de San Pedro.
El Papa Deodato pasa por hombre sabio, virtuoso, y cl cariño que siempre manifestó por los
pobres, le ha conquistado justamente el titulo’ de santo. Fué el primer Pontífice que usó bulas
con sellos de plomo.

Jerusalén

Bajo el reinado de este Papa, los persas hicieron la. conquista de Jerusalén y de la Palestina
entera; inmolaron a los sacerdotes por millares, y lo mis~no hicieron con las monjas y los frailes;
quemaron todas las iglesias, cogieron gran cantidad de Wsos sagra4os y se llevaron en esclavitud
al patriarca Zacarfas y a un pueblo inmenso; pero lo que mgs ‘entristeció a los cristianos, fué la
pérdida de la
432 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
preciosa cruz de oro que encerr~iba uA pedazo de la ~erdadera cruz, recobrada después por
Focas. Esta santa reliquia fue quitada a la adoración de los fieles y no quedó de
todos los instrumentos de la pasión del Salvador, más que BONIFACIO y, 71.~ PAPA una
esponja y una lanza qu~e fueron enviados a Constan
tinopla. hERACLIO, EMPERADOR DE
ORIENTE — CLOTARIO II, BEY DE
FRANCIA
Bonifacio y era orjginario de Nápoles; es designado ya
~como sacerdote-cardenal de San Sixto. Fué elegido en el
mes de diciembre del año 617. Se ignoran la mayor parte
de los actos de su pontificado.
Juego de reinas

En aquella época, Lniino, qu~into soberano de N’ortumbra. se casaba con la princesa Etalburga,
hermana de Etelbedo, rey de Kent. La condición principal de este enlace consistía en que la
joden reina, que había ya abra4zado el cristianismo, podría hacerse acompañar ~or frailes
etnea~gados de ‘explicar al monarca el ~iue~o dogma, a fin de convertirle; mas si el príncipe
continuaba en sus antiguas creencias, la reina debía gozar una entera libertad de conciencia y
tener la facultad de hablar con los sacerdotes que le ‘acompañaban y de pracEicar sus
d2vocion2s.
Sabiendo Bonifacio las faúorables disposicionesi de Edujno, le escribió lo siguiente:
«Rey de Nortumbra: doy gracias a Dios porque haya
iluminado vuestro espíritu. haciéndoos comprender la vaffidad de los ídolos. Ojalá vuestra alma
se impresione a los
rayos de la gracia, a fin de que vuestro ejemplo arrastre a
los demás príncipes de Inglater~ra, y les haga abandonar
has supersticiones del paganismo y colocar a los pies de
Cristo su sabiduría y su poder.»
Otra carta del Papa iba dirigida a la rei,n~a; fehcita.ba a esta última así como a Etelberto’, su
her,mano, por haberse colocado entre los fieles de la Iglesia; la exhortaba a que, con sus pláticas
y ejemplos, convirtiese al rey, su esposo, y le animara a propagar la religión cristiana. También
le

enviaba presentes en nombre del apóstol San Pedro, protec


ji
tor del reino de N ortumbra; estos regalos consistían en una
Historia de los Papas.—T orno I.—2~

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 43~


434
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
camisa bordada en oro y en un rico man[o, los cua105 s~ hallaban destinados al rey Eduino;
Etelbcrga recibió un espejo de plata y un peine de marfil, enriquecido con adornos y relieves de
oro.
Derecho de asilo

El Papa, queriendo, como sus antecesores, siervirse de la religión para extender la autorid.ad
teinpora~ de la Santa Sede, mandó publicar en los Estados cristianos una bula por la cual se
ordenaba que lo~ malhechores, fuesen cualesl fueren sus crímenes, no podrían ser presos en las
basílicas donde sc habían refugiado. Las iglesias er,axL ya un lugay de asilo para toda clase de
ba,ndidos; mas Bonifa~Áo Y fuó el prim’erc. que convirtió en ley esta costumbre, heredada del
paganismo.
El Santo Padre murió en 25 de octubre de 625.

Cuadros del tiempo

Durante este pontificado vió la luz pública el famoso libro de Juan Mosch, titulado’ La Pradera
Espiritual, donde’ lo burlesco se mezcla con lo cínico. Este Juan Mosch era. un anacoreta
egipcio que después de haber huido de su país, cuando la invasión de los persgs, había obtenido.
la dirección de un convento en Roma. En su obra pasa como. testigo ocular d’e todos los
prodigios que cuenta. Estte libro es muy útil porque hace conocer el espíritu de ‘este siglo. He
ahí la traducción literal ~de algunos de estos milagros:
«En un viaje que yo’ hice a Cilicia —dice el autor del libf o—trabé amistad con un. sacerdote
qu’e veía descender el Espíritu Santo ‘en el altar, a la hora en que. celebraba el divino sacrificio;
nunca este eclesiástico podía resolverse a celebrar la misa antes de ser visitado por esta gloriosa
persona de la Trinidad; de suerte que si el Espíritu Sánto se hallaba ocupado, ya no se celebraba
el oficio y le aguardaba hasta hora nona.
»Cerca de Egina, en Cilicia, fui testigo de otro milagro muy singular, que confundió a los
enemigos de nues-tra santa religión. Un sacerdote católico mandó a casa de un monje severiano
par.a que le entregase una hostia con-
sagrada por un sacerdote de su creencia; éste, creyendo que había conquistado un prosélito, se
apresuró a llevarle esta hostia por sí mismo. Entonces ‘el católico hizo hervir agu.a en nuestra
presencia, y cuand.o cl liquido se halló en ebullición, metió en él la hostia, que luego se halló di-
suelta. Después cogió una parte imperceptible de una hostia consagrada por un sacerdote
ortodoxo, la echó en la misma agua hirviendo, e inmediatamente ¡el agua perdió su calor. Para
vengarse d.e su derrota, el severiano se lanzó sobre su adversario, le arrancó el trozo que le
quedaba de la liostia, lo arrugó entre sus dedos, lo echó en tierra y lo holló con sus pies; mas de
pronto cayó un rayo que pulverizó al sev~riano, y la Eucaristía, brillante con resplandores de luz,
subió, con lentitud, hacia el cielo.»
En Francia apareció otro monje llamado San Riquero, fundador del célebre monasterio de
Centula. Este oenobita llevaba tan lejos el fanatismo de la penitencía, que no comía sino pan de
cebada dos veces a la semana y no dormía sino una noche cada cuatro. Este sistema de vida oca-
sionó gran ruido en la provincia y de todas partes los fieles se llegaban a ~l para recibir su
bendición; entre otras visitas cu~ntase que recibió la de Dagoberto’, que le pidió la absolución de
sus pecados; mas el santo rehusó el concedérsela y le dijo qu.e nunca las puertas del cielo se
abririan ante los opreso~r’es del pueblo.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 437

HONORIO 1, 72.~ PAPA


HERACLIO, EMPERADOR DE ORIENTE — CLOTARIO II, DAGO

BERTO, REYES DE FRANCIA

Honorio, hijo de un cónsul llamado Petronio, procedía de la Campania. No bien se instaló en la


Santa Sede, cuando SUPO que los lombardos habían expulsado a su rey Adalvado, soberano
ortodoxo, y que Ariovaldo, príncipe arriano, acababa de ser proclamado en su puesto.
Temiendo la influencia del nuevo monarca sobre la religión de sus pueblos, ‘el Pontífice
‘escribió a Isacio, exarca de ‘Rávena, a fin de que restableciese alt depuesto monarca, y que
ordenase a los obispos italianos que hablan aprobadc esta revolución que fuesen a Roma para ser
juzgados y condenados, según los cánones de la Iglesia. Pero el ‘exarca, más prudente que el
Santo Padre, no contestó a esta carta, e hizo un tratado de alianza con Ariovaldo.
Hacia fines del año 625, ‘el rey de Nortumbra, cediendo a la solicitud de la reina Etelburga, se
determínó a, abra,-zar la religión cristiana. Honorio dirigió una carta al rey Eduino para
exhoríarle a que se instruyese en los dogmas de la religión, y a qu.e los propagase entre los habi-
tantes de las provincias de Norfolk y de Suffolk. Escribió, igualmente, a los escoceses
instándoles a que en sus ceremonias observasen las costumbres de Roma.

La Santa Cruz

Durante este intervalo, el emperador Heraclio habla vencido a los persas y entraba en
Constantinopla victorioso, conduciendo a los cristianos que se hallaban en esclavitud, y a los
cuales les devolvía su libertad perdida; traía, igualmente, la verdadera cruz, que Chosroes había
sacado de Jerusalén. En el año siguiente, al comenzar la primavera, Heraclio se embarcó para la
Palestina, a fin de dar gracias a ,Dios por sus victorias en el mismo punto dond’e había sufrido su
pasión y muerte. Cuando hizo su entrada
en la ciudad santa, el patriarca Zacarías fué a su encuentro a la cabeza de su. clero,’ y recibió de
sus manos la cruz del Salvador, que permanecía aún ex~oerra,da. en su caja de’ oro, comnforme
se la habían llevado. El santo prela,do examinó los sellos, reconoció, que se hallaban intactos, y
después de haber abierto la caja la, mostró a. los circun& tantes. La Iglesia celebrá el aniversario
de este aconteci¶mento el día 14 de septiembre.

La voluntad de Cristo

Bien pronto la herejía de los monotelitas ocasionó un nuevo ‘escándalo en la Iglesia, por la
publicación de la famosa Ectesis del emperador Heraclio. Comenzaba por estas frases:
«Queriendo conformarnos con la sabiduría de los Santos Padres, nosotros no reconocemos en
Jesucristo, verdadero Dios, más que una voluntad sola... >~ Esta proposición lanzó a la Iglesia en
una confusión horrible y diremos, con San Agustín, que en ‘estos tiempos da tinieblas la religión
se hallaba obscurecida por la multitud de escándalos que se elevaban contra ella.
Ciro, el venerable obispo de Alejandría, deseando que cesaran las disputas, convocó un gran
concilio que examinó has opiniones de los monotelitas, y el cual ‘dijo que se hallaban
‘conformes con las doctrinas ortodoxas. Resumiéronse las decisiones del concilio en nueve
artículos. El séptimo. que era el más notable, decía que los Padres reconocían, con Sergio,
patriarca d’e Constantinopla., que existía en Jesucristo una voluntad soda, y esta opinión fué
adoptada por los prelados.
Sergio, por su parte, convocó un concilio en su diócesis y mandó aprobar las actas del sínodo
convocado por Ciro. Pero Sofronio, monje de Jerusalén, condenó esta novedad., que calificaba
de herejía, y quiso Óbliga,r a los’ patriarcas de Alejandría y de Constantinopla. a una’ retrac-
tación solemne. Sergio, que conocía el turbulento espíritu de los frailes, se dirigió al Pontífice
romano para que obligase al religioso a guardar silencio sobre cuestiones que podían hacer verter
mucha sangre en todo el Oriente.
Honorio contestó al patriarca:
«Imitando vuestro ‘ejemploi, nosotros reconocemos una sola voluntad en Jesucristo, porque
Dios, en su encarnación, no recibió la mancha original; tomó únicamente la
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
438
naturaleza del hombre, tal como fué creada antes de que el pecado la hubiese corrompido.
>Los que atribuyen una o dos naturalezas a Cristo y afirman que ha cumplido una o dos
operaciones, ultrajan Ja majestad de Dios; pu,es el Creador, no. habiendo sido nunca criado, no
puede tener una o; dos naturalezas. Os anuncio este principio a fin de que veáis la conformidad
de mi fe con la vuestra~ y para que continuemos siempre ~inimados por el mismo espíritu.
»Hemos escrito a nuestros h-erínanosl Ciro y -Sofronio para que terminen sus ociosas cuestiones
y no insistan más sobre -las nuevas frases voluntad u operación. Les invilamos a decir con
nosotros que Cristo ‘es un solo Dios, el cual, por el auxilio de sus dos naturalezas, obra lo que es
divino o lo que es humano.»
Las cartas del Pontífice fueron recibidas sin ~posáción alguna por los prelados de Oriente; y la
herejía de los monotelitas, sostenida por toda la Iglesia griega, se hálló aún más potente con la
protección de Honorio 1.
El Papa murió en 638.
Honorio, durante su reinado, había da-do un patriarca ortodoxo a los maronitas, siguiendo una
versión árabe.
Dió más de tres niÁl libras romanas a los conventos, mandó cubrir la cúpula de San Pedro con
láminas de cobra que cogió en el templo de Júpit.er Capitolino, y renovó los sagrados vasos.
Honorio, muerto en olor de santida<l, algunos años después del sexto concilio general declaró
que este Pontífice habla secundado la impiedad de Sergio. Sus cartas fueron 0chadas
públicamente a las llamas con las de otros monotelitas, y los Padres gritaron: <>¡ Anatema
contra it-ono-rio el hereje!>
SEVERINO, 73.0 PAPA

HERACLIO, EMPERADOR DE ORIENTE — DAGOBERTO, REY DE FRANCIA

Severino, romano, ocupó el trono pontificio; mas no pudo ejercer las funciones sacerdotal-es
sino hasta el siguiente aflo de su elección, porque no> habla sido confirmado.
El Santo Padre, llevado po~ s~u obstinación, no quiso aprobar la Ectesis de Heraclio. Esto puso
en cólera aj cartulario Mauricio, -el cual reunió sus soldados y le~ habló en estos términos:
«Compañeros: Honorio ha muerto sin pagaros vuestro sueldo, y sus arcas se hallan, atestadas de
sumas enviadas desde Constantinopla para el ma.ntenimien1-o del ‘ejército. El sucesor de este
sacerdote avaro, despreciando solemnes tratos, rehusa pagar una legítima deuda y no atiende
nuestras reclamaciones justísimas. Pues bien; si queremos recibir el precio de la sangre que verti-
mos por el Imperio, no nos queda más que u.u medio: el de emplear la fuerza y hacernos justicia
por nosotros mismos.»

El tesoro sagrado

Furiosos por esta arenga, los soldados cogieron sus armas y se dirigieron hacia el palacio de~
Letrán, con objeto de saquearlo; sus macizas puertas detuvi’eron sus esfuerzos por espacio de
tres días, y Severino, al frente de su clero, defendió con ‘Valor los tesoros de la Iglesia. Por fin
rendidos a la fatiga y a las heridas, los servidores del Papa quisieron capitular. Mauricio
suspendió el combate, calmó la sedición, y haciéndose acompañar por los jueces de Roma,
penetró bajo las bóvedas de ‘este riquísimo edificio. Pusieron sellos en el vestuario, en los
ornamentos, -en los vasos, en las coronas; siellóse la cámara del t-esoro y las galerías llenas de
inmensas riquezas~, envia,das por los emperadores y los reyes, o depositadas allí por los
patricios y los cónsules a fin de alimentar a los pobres o de rescatar a los cautiVos. Entonces se
des~cubrió -el desprecio en que se
440 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

había tenido a los piadosos donatarios, puesto que sus pre-sentes, ocultos en las arcas de los
Papas, servian, no para aliviar las miserias de los hombres, sino para. mantener el lujo y todos los
vicios del clero.
El cartulario escribió al exarca de Rávena para darle cuenta de lo que había ejecutado, e isacio’
vino luego ~ Roma al objeto de confirmar, según decía, la elección de Severino a la silla
episcopal de esta ciudad. Alejó a los jefes del clero que hubiesen podido subl’evar al pueblo
contra los actos del despotismo militar, y los desterró a di— ferentes provincias.

Saqueo

Luego mandó cerrar por sus tropas los alrededores de Palacio, y por espacio d.c ocho días se
empleó a los séolda;dos en sacar los muebles, los ornamentos y los vasos preciosos que llenaban
la morada de los Pontífices. Comprendiendo entonces Sex~erinO que el poder del hacha era aún
más terrible que el de la cruz, determino subscríbu’ la Ectesis del emperador, y ‘en cambio de
esto recibió del exarca la autorización de gobernar la Igle~ia.
Por lo demás, este Pontífice se hizo estimar por su dulzura, por su amor hacia los pobres y por el
cuidado que se tomó en renovar los célebres mosaicos del ábside de la catedral. Aun no se ha
determinado exactamente la duración de sn reinado. Se fija en el alio 640 la epoca de su muerte.
Fué enterrado en la basílica de San Pedro.
Después de la muerte de Severino, la Santa Sede continuó vacante por espacio de cuatro meses y
veintinueve días,
a consecuencia de las intrigas de Heraclio, que hacía languidecer las elecciones para que tuviese
tiempo de someter
a los griegos y latinos a su Ectesis.
JUAN IV, 74Q PAPA

HERACLIO, CONSTANTINO, EMPERADORES DE ORIENTE — DA—

GOBERTO, RE Y DE FRANCIA

Juan IV, hijo del escolástico Venancio, había nacido ‘en Dalmacia. Fué nombrado obispo de
Roma por el pueblo, por el clero y por los grandes, y como su elección fuese confirmada por el
jefe del Imperio, subió inmediatamente al trono pontificio.

La Ectesis

Antes de continuar el relato de las luchas religiosas,. es necesario definir la Ectesis de Heraclio,
que ocasionaba tan grandes desórdenes en la Iglesia. Este famoso edicto-comenzaba con una
profesión de fe ortodoxa sobre la Trinidad; luego explicaba la Encarnación, ‘estableciendo la dis-
tinción de dos naturalezas y conservando la uxiida’d de dos personas. El autor concluye en estos
términos~: «Atribuimos a la palabra de Dios, es decir, al Verbo encarnado, todas las operaciones
divinas y humanas de Cristo. Según la doctrina de los concilios, decimos que un solo poder
ejecuta ‘estas dos operaciones, y que todas proceden del Verbo encarnado, sin división, ni
confusión, ni sucesión alguna.
»El hereje Nestorio, dividiendo la Encarnación, no ha atrevido a decir que los dos hijos de Dios
imaginados por él tuviesen dos vóluntades; reconoce, por el contrario, una sola volición en estas
dos personas. Así los católicos, que no conciben sino una sola naturaleza en Cristo, no pueden
admitir en él dos. poderes que se combaten. Así pues, confesamos, con los Padres, una sola
voluntad en el Verbo; y creemos c¡ue su carne, animada por una alma y duefla de la razón.,
nunca ha realizado una acción particular y opuesta al Espíritu divino que se le unió hipostática-
mente. »
442 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Se enciende el nuevo cisma

Esta exposición del monotelismo así formulada, habla, ~do compuesta por el patriarca Sergio, y
decretada bajo e~ nombre del emperador Heraclio, que le apoyó con toda su autoridad hasta su
último día. Muert~o este príncipe, el aspecto de la política hubo de cambiar en Oriente. Heraclio
había dejado a Constantino, su~ hijo, las riendas~ del Imperio; mas antes de que éste pudiera
afirmars.e en el trono, la emperatriz Martina, sostenida por el patriarca Pirro, había mandado
envenenar al joven príncipe para colocar en su puesto a Heracleonas, su último hijo. El Senado y
el pueblo castigaron a los asesinos, colocaron sobre el trono a un nuevo emperador y obligaron a
Pirro a que dejase la silla de Constantinopla en favor del patriarca Pablo, parfidarlo fanático del
monotelismo.
La Iglesia de Occidente renovó sus esfuerzos para extender el cisma, y lanzó terribles anatemas
contra los griegos. Juan IV, a instigación de Esteban de Doro, reunió un numeroso concilio e
hizo condenar la Ectesis así~ como a todos sus partidarios y factoresl. Los obispos de Africa se
apresuraron a seguir este ejemplo y los pastores delas provincias dc la Bizacena, de la Numidia.
y de la Mauritania, no perdonaron sus sentencias ni a los monofisitas antiguos ni a los que les
habían sucedido.

Monopolio sacro

Bajo este pontificado, el clero secular y el regular promovieron grandes cuestiones y se


persiguieron con un odio implacable. Los clérigos, no pudiendo sufrir que los monjes tuviesen
derecho para establecer sacerdotes de las iglesias que les habían dado los obispos, se quejaron al
Papa por el escándalo que ocasionaba este abuso; mas la política de Juan IV rehusó admitir sus
reclamaciones y confirmó solemnemente los privilegios concedidos a los frailes, teniendo en
consideración los servicios que stiempre habían prestado a la Santa Sede.
El Pontífice murió en Roma en el año ~641.
TEODORO 1, 75.a PAPA

CONSTANCIO, EMPERADOR DE ORIENTE — DAGOBERTO, CLO

DOVEO II, REYES DE FRANCIA

Teodoro alcanzó la silla de San Pedro después de la muerte de Juan IV; su elección fué
confirmada por el exarca de Rávena.
Este Papa era griego de origen e hijo de un patriarca de Jerusalén. Al comienzo de su pontificado
recibió las cartas sinodales de Pablo, nuevamente elegido para la silla de Constantinopla, y las de
los obispos que habían consagrado su ordenación.
El Santo Padre contestó al patriarca en duros términos. Los consejos de Teodoro no fueron
ejecutados, y el palri arca Pablo afectó igual desdén ha,cia las observ~aciones de la Santa Sede.
Sergio, metropolitano de la isla de Chipre, escribió al Pontífice quejándose de la conducta
observada por el clero de Constantinopla; en lo que a él se refiere, dijo que reconocía la.
supremacía de la Iglesia de Roma, fundada sobre el 1poder dado si apóstol Pedro, y
anatematizaba la Ectesis promulgada en la capital griega.
Esteban, jefe de la dióoesis de Doro y primer sufragáneo de Jerusalén, dirigió igualmente quejas
al Papa a consecuencia de los desórdenes que la facción de Pablo de Constantinopla ocasionaba
en Palestina. «Muchos obispos que dependian de esta silla reconocían la informalidad de su
elección, y deseando mantenerse en sus sillas, se han unido al patriarca de la ciudad imperial;
aprobando la nueva doctrina.»
El Pontífice, para agradecer su sumisión, le nombró su vicario en Palestina, y, por las mismas
cartas, le concedió bastante autoridad para destituir a los prelados que ha-bien sido
informalmente elegidos.
Los prelados de Mrica se declararon luego contra el monotelismo y dirigieron sus cartas a la
corte de Roma.
Pablo resolvió enviar a la corte de Roma una carta dogmática para resolver la cuestión que
dividia la cris-
444 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 445

tiandad. Después de haber g1~orificado su caridad hacia los. fieles y su paciencia hacia sus
enemigos, que le colmaban de injurias y de calumnias, declaró su fe sobre la Encar-. nación con
corazones suti1~es, incomprensibles para los hombres del siglo xx.

La pr¡ma~ía

La carta no apaciguó eI~ descontento del Pa~pa ni la~ cuestiones de los prelados de Occidente y
de Africa. En— den, y a que publicase un edicto que pusiese fin a las distonces Pablo otiligó al
príncipe a que detuviese este desorputas e impuso silencio a los dos partidos.
En este decreto, llamado «Tipo», el emperador quiso re~o1ver la cuestión; acumuló
sumariamente las razones que existían en pro y en contra del monotelismo, y en segu.ida añadió:
«Prohibimos a nuestros súbditos católicos que disputeii en lo sucesivo sobre los dogmas de una
voluntad y una operación, o dos operaciones y dos voluntades.
«Queremos que et ~stado de tranquilidad que reinaba antes de estas discusiones, sea restablecido
como si aquéllas nunca se hubiesen promovido; y para no dejar ningún pretexto a los que
disputan ‘eternamente, mandamos quitar los escritos fijados en los vestíbulos de la catcdral de
Constantinopla, y de otras metrópolis d~l Imperio~
«Los que se atrevan a desobedecer ¡a presente orden quedarán sometidos al juicio terrible de
Dios e incurri‘rán ‘en nuestra indignación. Los patriarcas, los obispos y los ~lemás eclesiásticos
serán depuestos; los religiosos excomulgados y lanz~idos de sus monasterios; los grandes
perderán sus dignidades y sus cargos; los ciudadanos notables serán despojados de sus bienes, y
los otros~ castigados corporalmente y desterrados de nuestros Estados.»
No bien esta deposición llegó a noticia de Pablo cuando éste mandó cerrar la iglesia de los
ortodoxos, situada en el p~alacio de Placidio; prohibió a los nuncios que habitaban esta
magnífica morada que celebrasen el oficio divino y les persiguió con encarnizamiento, asi como
a los obis>pos católicos y a los simples fieles. Los unos fueron desterrados, los otros encerrados
en calabozos y muchos fueron terriblemente azotados.
Mientras que sus embajadores se hallaban ‘expuestos al furor de sus enemigos, el Pontífice se
ocupaba en fiestas
en la ciudad santa, y en extender la influencia de la silla pontificia sobre las Iglesias de
Occidente; así es que sostenía activas relaciones con el clero español y hacia, prevalecer su
opinión en e]~ séptimo concilio de Toledo; se escribía igualmente con los eclesiásticos de las
Galias y ctVriia las resoluciones del tercer concilio que se celebró en este país por orden de
Clodoveo II.
A su instigación, San Eloy y San Juan mandaron apro bar el símbolo de Nicea, e impidieron así
que la herdjí.a monotelita se propagara en Francia. Teodoro llevó también su solicitud hasta las
provincias de los Paises Bajos, donde San Omer trabajaba en la ¿onv<ersión de los ‘inXieles con
Mommolino, Ebertrano y Bertino. Gracias a sus consejos, estos misioneros convirtieron a
algunos señores influyentes y crearon diversas casas religiosas, entre otras el célebre monasterio
Sitiano o de San Bertino, en el que, un siglo más tarde, el usurpador Pepino el Gordo encerró al
último heredero de la dinastía merovingia.
En medio de esta actiVa existencia, ‘el Pontífice fué atacado de una grave enfermedad, de la que
murió en 649.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 447

MARTIN 1, 76.~ PAPA

CONSTANTE, EMI-~ERADOR DE ORIENTE — CLODOVEO II, REY

DE FRANCIA

Martin 1 era originario de Todí, en la Toscana.


En todas las funciones que desemperió, el santo minis1ro mostró un gran celo por la religión, y
se distinguió por sus luces y profunda sabiduría. Pasado mes y medio después de la muerte de
Teodoro, y no obstante las intrigas de sus competidores, fué elegido Pontífice por el pueblo, por
cl clero y por los grandes de Roma; y su elección ‘fué luego confirmada por el emperador
Constante, que ordenó a sus agentes que empleasen toda su: influencia para que el nuevo Papa
fuese favorable al «Tipo». Mas la pureza de su fe y los consejos de San Máximo, que se hallaba
entonces en la ciudad apostólica, le determinaron a adoptar una resolución contraria; y
proponiéndose destruir las últimas esperanzas de los herejes, reunió en el palacio de Letrán, y en
la capilla del Salvador, lLamada Constanciana, un concího de quinientos obispos, y sometió a su
jui¡ci,o todas las, cuestiones religiosas que turbaban la~ Iglesias, empezando por las de Dios
Padre, la Ectesis, el «Tipo», y otras no menos difíciles para los graves Padres de la asamblea.
El concilio se celebró con la solemnidad acostumbrada, emplazando al Espíritu Santo y al
Universo.
Después de explorar el cielo, la tierra y el infierno, y los libros santos y profanos acerca de
verdades tan fnliynas d~ la familia celestial, el sínodo oyó las quejas de muchos abades,
sacerdotes o monjes griegos, que pedían la condenación de los monotelitas; se leyeron en
seguida los antiguos informes dirigidos a la Santa Sede contra Ciro, Sergio y sus. partidarios.
Entonces el Pontífice, levantándose de su silla, se expresó en esta foima: «Basta, hermanos<
míos, de qupjas contra los culpables. Nos faltará el tiempo si queremos atender las reclamaciones
que nos han presentado los catélicos. Conocemos ya demasiado la culpabilidad de los he rejes, y
podemos remitir, para la sesión siguiente, el examen canónico de los escritos pertenecientes a los
acusados.»
Para poder alcanzar algo de aquellas disertaciones, veamos un párrafo que causó gran sensación,
que concluía de. este modo: «Jesucristo no ha hecho ni acciones divinas. como Dios, ni las
operaciones hurnnas como hombre; pero ha mostrado a las naciones una nueva especie de opera-
MARTIN 1, PAPA

ción de un ser encarnado’, que se puede llamar acto te~~rkd4co.>


¿Teándrico dijiste? NWeva tempestad teológica.
Martin, después de haber sostenido que la palabra teándrino encerraba neoesariamjentie la idea
de dos operaciones, afladió: «Si esta palabra indica u.na sola operación, quiere decir que es
si’mple o compuesta, natural o personal. si es simple, también la posee él Padre; y si La posee,
será, como el Cristo, Dios y hombre. Admitiendo esta operación compuesta, declaramos que el
Hijo es de otra substancia que la del Padre; pues el Padre no sabría comprender una operación
compuesta. Si la calificamos de natural, de-

448 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES TISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 1A9

clararemos la carne consubstancial al Verbo, puesto que ejecuta la operación misma; así, ‘en Vez
de proclamar la Trinidad, proclamaremos la Cuaternidad; cuando admitimos la operación
teándrica en calidad de personal, separamos, al contrario, el Hijo y el Padre, puesto que se han ya
distingu.ido por las operaciones personales.
»En fin, los herejes pretenden qu~ la unión de la nidai~raleza divina y humana conduce la
operación teándrica a la unidad; en otros términos, confiesan que el Verbo antes de unirse con la
carne poseía dos operaciones, y que luego de su hipóstasis no realizaba más que una; por con-
siguiente, le quitan una operación y las confunden juntas.»
¡ Esto es anatomía peliagud<a...! Y sobre ello discutían años y siglos los obispos que no tenían
necesidad de cavar la tierra para nutrir sus mesas.
Esta explicación singular de la operación teándrica, fué aprobada sin oposición por el concilio.
L’eyóse, luego, la Ectesis de Heraclio.
Por fin, el concilio formulá su sentencia en veinte cánones; en ella condenó a todos los qu~ no
confesaban la Trinidad y la encarnación del Verbo; a los qu~e no, reconocían a Maria como la
Madr~e de Dios (qu,e era la causante de tanta revuelta), y al Cristo coilio consubstancial de su
Padre y de la Virgen su madre, Los Padres resolviero’n que Jesucristo era una naturaleza del
Verbo encarnado, que las dos naturalezas subsistían en él, que se encontraban unidas
hipostáticamente y conservaban sus propiedades, y que ejecutaba dos voluntades y dos
operaciones, la una divina y la otra humana; por fin condenaron a los que rechazaban ‘estos
dogmas o qu~ no lanzaban su anatema contra los que atacaban la Trinidad y la Encarnación.
Lanzáronse los más horribles anatemas contra los que aceptaban la Ectesis de Heraclio o ‘el
«Tipo» de Constante; contra los sacerdotes que se sometían a las disposiciones dadas por los que
estaban manchados por el monotelismo, y contra los qu,e propagaban nuevas fórmulas acere-a de
la Encarnación. A la firma de ‘este decreto acompaflan ‘estas frases: «Yo, Martín, por la gracia
do Dios obispo de la santa Iglesia católica y apostólica de la ciudad de Roma, he subscrito como
juez esta definición que confirma Ja fe ortodoxa, y condeno al mismo tiempo a Teodoro, prelado
de Farán, a Ciro de Alejandría, a Sergio ‘de Constantinopla, a los patriarcas Pirro y Pablo, y a
todos los que, como ellos, han firmado y publicado la Ectesis en Bizancio.>
Informó ~n seguida al emperador de las resoluciones del concilu diciéndole: «Os dirigirnos las
actas de nuestro concilio, Y >s rogamos que vuestras piadosas leyes destierren los h~jes y hagan
triunfar las doctrinas de los Santos Padres Y J~ los ¿oncilios.» Esto era lo importante.
En esta ipoca, el nuevo obispo de Tesalónica, Pablo, envió sus ertas sinodales a la corte de
Roma, y el Pontífice las juzgó Enotelitas.
Pablo, tetiendo que la sumisión al Santo Padre no le at¡ajese h enemistad de los obispos de
Oriente, engañó a los mand~años de Martín y les ‘envió una exposición de sus creencias ~ la
que, hablando de la voluntad y de la operación de ~esucristo, había suprimido la frase «natural’>,
así como I~ fórmula del anatema pronunciado contra los herejes.
Los leg~5 de la corte de Roma, seducidos por los artificios y I~ adulaciones del obispo de
Tesalónica, aceptaron este :rito que llevaron al Pontífice.
Como ~rtín reconociese la astucia, irritóse contra los .comisiona~s, les llamó traidores,
sacrílegos, infames, y les mandó ‘eWrrar en un monasterio donde hicieron penítencia, vestid~
con un saco, y con la cabeza cubierta de ceniza. Luego esok~ó a su colega Pablo esta
amenazadora carta:
«Sabed, hspo impostor e infame, que os hemos depuesto de tod~dlignidad sacerdotal, hasta el día
en que confirméis por ~crito y sin ninguna restricción ni omisión, lo que heme decidido en
nuestro concilio, y hasta que ha
yáis ‘anah~atízado a los nuevos herejes, su Ectesis sacrílega y su Tipo» odioso.»

El clero

Amandi0 San Amando, prelado de Maestricht, habla enviado ii carta al Papa con objeto de
instruirle en los desórden~ie los eclesiásticos de su diócesis, y para hacer.les ConOC>f que
quería abandonar~ la silla, a fin de evitar escándalo clu’e no era bastante á impedir. Martín le
contestó: «HiUlegado a nuestra noticia que los sacerdotes, los diáconos los demás clérigos, caen
en los pecados de fornicación, ~ sodomía y bestialidad. Los infames que sean sorprendi~,s una
sola vez en ‘el pecado, después de haber recibido ~ órdenes sagradas, deberán ser depuestos sin
Historia de los Pap~s.—Tomo 1.—29
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 451
4~O HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

esperanza de ser restablecidos, y pasarán su vida en el cumplimiento de una severa penitencia.


No tengáis, pues, compasión de los culpables, pues no queremos ante el altar ministros cuya
existencia no esté pura.»

En Oriente

Al ejecutar estas reformas, el Sanlo Padre no había previsto la tempestad que su celo había
levantado en Oriei~te. El emperador Constancio, sabiendo que el. Pontífice buscaba un apoyo
contra su autoridad resolvió hacer ejecutar su edicto del ><Tipo» en sus provincias de Italia, y
humillar, por fin, el orgullo de la corte romana. Envió a Olimpio, su favorito, en calidad de
exarca, con orden de asegurarse de la fidelidad del ejército y hacer prisionero a MarLín. Si
hallaba resistencia en los soldados, debía ~contemporizar con ellos, seducirles poco a poco con
regalos, y cuando eJ momento fuese favorable, robar al Pontífice dc su palacio y ‘enviarle a
Constantinopla.
Olimpio desembarcó en Italia mientras se celebraba el concilio de Letrán; al principio, siguiendo
sus instrucciones, obligó a una parte de los obispos a separarse de la comunión del Papa; pero
como sus tentativas no alcanzaran buen éxito, y como no se atreviese a emplear la violencia,
recurrió a la traición. En el mismo instante en que el Santo Padre presentaba la comunión en la
iglesia de SanLa María la Mayor, el exarca hizo una seña, ya convenida, y uno de sus escuderos
desenvainó la espada para asesinar al Pontífice.
Milagrosamente se evitó el crimen.
El exarca fué algún. tiempo después asesinado en secreto, y Constancio nombró para sucederle a
dos oficiales, Calliopas, y un doméstico de Palacio conocido por cl nombre de Pellaro. Habían
recihido la orden de coger al Papa a viva fuerza, acusándole ante el pueblo de ser hereje, de
haber cometido crímenes de Estado, reprochándole, al mismo tiempo, que no honraba a María
corno Madre de Dios (ésta es la terrible dama <Le los Leones), y de que envíab~ cartas y dinero
a los sarracenos.
Martin, que averiguó estos proyectos por medio de sus espías, se retiró con su clero a la iglesia
de Letrán el mismo día en que los oficiales del, Imperio entraron en R:oma. No visitó al exarca y
bajo el pretexto de que se hallaba
enfermo, le envió tan sólo algunas cartas para cumplimentarle. Este le respondió «que quería
adorar al Pontífice establecido y que al día siguiente, domingo, día del Señor, iría al palacio
pontificio, donde esperaba verle».
Al siguient? día la misa fué celebcada en la basílica de Letrán. por el Pontífice; mas el exarca,
temiendo el furor del pueblo, no se atrevió a intentar su rapto, no obstante sus muchas tropas.
Unicamente le envió su cartulario con algunos soldados al palacio de Letrán, para quejarse de
su desconfianza: «Se acusa a vuestra santidad de ocultar armas y piedras para Vuestra defensa, y
de haber encerrado gente de guerra en vuestro palacio pontificio.»
Martín tomó al cartulario por la mano y le hizo visitar su morada, al objeto de que se
convenciese de la falsedad de estas acusaciones. ><Nuestros enemigos, añádió el Pontífice, nos
han siempre calumniado; a la líregada de Olimpio se nos acusó, también, de encontrarnos
rodeados por hombres de armas para rechazar la fuerza con la violencia. Pero luego conocerá que
ponemos en Dios solo toda nuestra confianza.»

La pelea

El exarca, tranquilizado en lo que toca a los peligros que envolvía el arresto, se puso a la cabeza
de sus tropas y mandó cerrar la basílica. Al acercarse los soldados, el Pontífice, aunque enfermo,
se mandó colocar sobre un lecho en la misma puerta de la iglesia; éstos, sin guardar miramientos
al venerable anciano, y sin consideración alguna a la santidad del lugar, penetraron en el templo,
apagaron las luces, y e.u medio del terror y del ruido ocasionado por las armas, Cailiopas mostró
a los sacerdotes y a los diáconos la orden del emperador, y les obligó a deponer a Martín y a
ordenar, en su lugar, a otro obispo.
Un gesto, una p~ílabra del Santo Padre era lo bastante para que corriese la sangre; pero Martín se
levantó tranquilo y salió con calina cíe la basílica. Entonces los sacerdotes se lanzaron sobre los
guardias, exclamando: «¡NÓ; el Santo Padre no saldrá de estos muros! ~Anatema contra vos-
otros, mercenarios de un tiranó, destructores de la fe cristiana! ¡ Anatema contra vosotros!»
El Pontífice extendió su manos y el clero, obedeciéndole, se colocó a stm lado.
452 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES

Martín se entregó luego a los soldados del exarca; poro en el mismo instante en que se
preparaban a llevárselo. los sacerdótes y los diáconos se lanzar:on de nuevo sobre las tropas, y
rodeando al Pontífice, gritaron: «No le abandonemos; es nuestro padre; ¡vivamos o muramos con
él!» Entonces el Pontífice dirigió esta súplica a Calliopas: «Seflor, permitid al clero, que me
ama, que me siga en la esclavitud». Todos los circunstantes le acompañaron a sí’ palacio, que fué
cambiado, instantáneamente, en cárcel y cuyas puertas fueron guardadas por los, soldados del
exarca Teodoro.

Rapto del Papa

En la noche siguiente, mientras que el clero se hallaba durmiendo, se llevó al Santo Padre de la
ciudad y se le hizo salir de Roma acompañado, tan sáb, de seis servidores fieles. Su rapto fué tan
orecipitado, que no sc pudo llevar ninguna de las cosas necesarias a un largo viaje, sí se exceptúa
‘ma copa. Su escolta, embarcada en el Tíber, llegó cl miércoles, 19 de junio, a las di2z dic la
mañana, a Porto, y en l.~ de julio entraba en Mesina. El Pontífice fué en seguida conducido a la
Calabria, y desde est~ punto a diferentes islas, hasta que, por fin, s~ le dejó en la dic Na xos,
d~onde permaneció un año.
Durante su viaje, Martín, fatigado por una cruel di~sentería, no había podido salir de la nave que
se habia convertido en su cárcel. Los obispos y los fieles de Naxos le enviaban presentes para
mitigar sus males; pero los soldados que le aguardaban cogían sus provisiones, le llenaban de
ultrajes, y hasta pegaban a los ciudadanos, rechazándoles con cólera y gritando: »Mueran los que
quieren a este hombre, porque son enemigos del Estado.»

Prisión del Papa

Por fin, Constante dió orden para que le llevasen ~í Constantinopla, y a mediados de septiempre
del año 654 el Santo Padre entró en el. puerto de la ciudad imperial Durante un día entero
Martín. permaneció en la nav1e ten— dido sobre un mal lienzo, entregado en espectáculo a todo
el populacho, que le llamaba hereje, »enemigo de Dios, de
la Virgen;> y del príncipe. Llegada la noche, un escribano llamado Sagolevo y muchos soldados
le bajaron a una lan-cha y le llevaron a la cárcel llamada Prandearia, donde permaneció tres
meses sin ninguna clase de auxilio. Créese que escribió en su calabozo las dos cartas que han
llegado hasta nosotros.
En la primera, se justifica ante el emperador de las acusiacionles que contra él se lanzan. «No he
enviado—escribía~ ni cartas ni dinero a los sarracenos; únicamente he dado algunos socorros a
los servidores de Dios que venían d& estos países a buscar limosnas para los desgraciados cris-
tianos. Creo en la gloriosa María, Virgen y Madre de Cristo (nótese que elude llamarla >~Nladre
de Dios»), y lanzará ini anatema en este mundo y en el otro cbntra los que no quisieran honrarla
y adorarla por encima de todas las criaturas.» Termina su segunda carta diciendo: ><Jvlace
cuarenta días, señor, que no he podido alcanzar un baño para mi debilitado cuerpo. Me siento
helado por el sufrimiento, pues el mal que devora mis ‘entrañas no me ha dejado un instante de
reposo, así en el mar como en la tierra. Mis fuerzas se extinguen y cuando pido un alimento que
pueda reanimarme, todo el mundo me insulta. Esto no obstante, yo ruego a Dios para que cuando
me haya quitado la vida, busque a los que me persiguen y les lleve al arrepentimiento. »
Por fin se ~le sacó del. calabozo y fué conducido ante el Senado que se había reunido para
interrogarle. El sacelario Bucoleón, encargado de presidir el consejo, le dió orden para que se
levantase; entonocs algunos empleados le sostuvieron en sus brazos, y el sacelario le apostrofó
con estas duras palabras: >~ ¡ Miserable! Nuestro soberano te ha oprimido, se ha apoderado de
las riquezas de tu Iglesia, ¿, o bien te ha buscado para quitarte la dignidad de obispo?» El Pon-
tífice guardó silencio.
Bucoleón prosiguió amenazándole: »Ya que no te atreves a levantar tu voz ante nosotros, tus
acusadores van a contestamos.»
Los testigos juraron que dirían la verdad a los jueces. Doroteo fué el primero en ¡expresarSe en
estos términos:
»Si el Papa tuviese cincuenta cabezas, deberían caer bajo la espada de las leyes en castigo de sus
crímenes, pues juro que ha corrompido el Occidente y que se ha convertido en cómplice del
infame Olimpio, enemigo mortal de nuestro príncipe y del Imperio.
454 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 455

Apretado por las preguntas de Bucoleón, el Papa contestó: «Si queréis oir la verdad, os la voy a
decir. Cuando el «Tipo» fué enviado a Roma... » Aquí el prefecto Troile le interrumpió, gritando:
«Nosotros os acusamos de crímenes contra el Estado; no habléis de la fe, porque no se trata de
ello; aquí todos somos cristianos y ortodoxos como lós romanos.» «Mentís —replicó ‘~l
Pontífice—, y en el día horrible del juicio yo me levantaré entre Dios y vosotros, para lanzar mi
maldición y mi anatema contra vuestra abominable herejía. »
Troile, reprimiendo ‘su furor, continuó su interrogatorio: «Prelado audaz—exclamó—, ¿por qué,
cuando el infame Olimpio ejecutaba sus culpables proyectos, por qué has recibido el juramento
de los soldados de este traidor? ¿ Por qué, en vez de prestarle el apoyo de tu autoridad, no has
denunciado sus perfidias oponiendo tu poder a su voluntad?»
El Papa contestó al prefecto: «En la última revolución, señor, cuando el fraile Jorge, que era
prefecto, dejó el campo y entró en Constantinopla para realizar sus audaces deseos, ¿dónde
estabais vos y los que me están escuchando? No sólo no habéis resistido a este sedicioso, sino
que habéis aplaudido sus discursos y habéis lanzado del palacio a aquellos cuya expulsión
ordenaba. ¿ Por qué, cuando Valentín revistió la púrpura y subió al trono, en vez de oponer
vuestro poder al suyo, lo sufristeis? Confesad que no se puede resistir a la fuerza.
»¿ Cómo, pues, debía yo oponerme a Olimpio que mandaba todos los ejércitos de Italia? ¿ Fui yo
quien le hice exarca? ¿ Fui yo quien le dió tropas, tesoros y el soberano poder que ejerció ‘en la
Península romana? Pero estas palabras son inútiles y mi pérdida se encuentra ya resuelta; así,
permitid que guarde silencio. Yo os lo ruego: disponed de mi vida conforme a vuestras
intenciones, pues Dios sabe que mi súplicio no hará más que conquistar una santa recompensa. »

Degradación del Papa

El sacelario declaró que la sesión había terminado, y se dirigió a Palacio a fin de contar al
emperador lo sucedido. Martín fué sacado de la ‘estancia donde se hsabi’a celebrado el consejo,
y flevado a un establo cerca d.c las, cuadras del
príncipe, y en medio de soldados; en seguida se le elevó soibre u¡i parterre, a fin de que ‘el
monarca pudiese ~e~rl’e por <entre las ventanas d’e su ‘estancia; los soldados le acompañaban
del brazo en presencia de todo el senado y de una muchedumbre numerosa. Bucoleón salió de los
departamentos del príncipe, se acercó a Martín para noticiarle su sentencia, y le dijo: «Obispo de
Roma, mira cómo Dios te ha colocado en nuestras manos; tú quisiste resistir al emperador y te
has convertido en su esclavo; tú abandonaste a Cristo y él te abandona. » Entonces, dirigiéndose
al ejecutor, dijo: «Destroza el manto de este Pontífice y las cintas de sus sandalias.» Y
volviéndose a los soldados, añadió:
«Os lo entrego; destrozad sus vestidos. <> En seguida ‘ordenó a la muchedumbre que le
maldijese. Sólo hubo algunos desgraciados que gritaron anatema contra él, y los demás
circunstantes, bajando la cábeza, se retiraron en silencio.
Los verdugos le quitaron su. palio sacerdotal y sus demás ornamentos ‘eclesiásticos que se
repartieron entre ellos, no ‘dejándole más que una sola túnica que ‘al fin destrozaron por todas
partes, al objeto de entregar su desnudo cuerpo .a las injurias del aire y a las ávidas miradas de la
soldadesca. Rodeóse su cuello con una argolla, y fué atado al brazo del verdugo, para mostrar
que se hallaba condenado al último suplicio. Martín con todo este aparato y guiándole ‘el
ejecutor con el hacha de la muerte, fué llevado’ desde el Palacio hasta el pretorio; en éste fué
cargado de cadenas y arrojado en medio ‘de asesinos; una hora después se le llevó ‘a la cárcel de
Diomeda. Durante este trayecto su guardián tiró de él con tanta violencia, que al subir la escalera
sus piernas fueron destrozadas y ensangrentaron los peldaños. El Pontífice cayó lleno de
cansancio y fatiga, e hizo vanos <esfuerzos para incorporarse; entonces losí soldados le tendieron
sobre un banco donde permaneció desnudo expuesto al rigor del frío.
Por fin, las mujeres de dos carceleros tuvieron compasión del Papa, le sacaron del calabozo,
vendaron sus heridas y le colocaron’ en un lecho para reanimar sus miembros ya casi muertos;
así permaneció toda la noche sin que pudiese hablar y sin que recobrara el sentimiento de’ su
existencia.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 457
456
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Socorro de la Madre ‘Cibeles

El eunuco Gregorio, prefecto del Palacio, conociendo las crueb~ades ejercidas contra el Santo
Padre, se sintió con— movido, le envió alimentos por el jefe de su casa, y él mismo,
escep~ndose de su palacio, llegó hasta la cárcel de Martín, le mandó quitar la argolla y las
cadenas, y animó al Papa a que esperara mejor suerte. En efecto: al día siguiente, por su consejo;
el emperador. visitó al patriarca Pablo, cuya vida se extinguía en los sufrimientos de una en-
fermedad, a fin de participarte la sentencia del Pontífice y preguntarle si era necesario ejecutarle.
Pablo, lejos de aplaudir la crueldad del príncipe, lanzó un. gran suspiro, se volvió hacía la pared,
y anardó silencio; luego murnxuró estas frases:
«Los tormentos de este desgraciado aumentarán aún los. de mi condenación eterna.» El
emperador le preguntó entonces por qué hablaba de este modo, y el prelado, irguiendo su cabeza,
le dijo: «Príncipe, es muy triste que ejerzáis. tales rigores contra los sacerdotes que Dios ha
entregado en vuestras manos. En nombre de Cristo,. yo os conjuro que hagáis cesar el .escándal.o
y las crueldades de vuestra justicia, o temed arder para siempre en las eternas llamas del
infierno...» Estas ‘palabras llen,aron de terror a Constante, y le determinaron a no obrar con tanto
rigor en contra de Martin.
Como el patriarca muriese algunos días después, Pirro quiso recobrar su silla de Bizancio; pero
el acta de retractación que había dado al Papa Teodoro, fué publicada por los grandes y los
sacerdotes, los cuales no querían su reposición, juzgándole indigno del sacerdocio y
anatematizado por las metrópolis griega y latina. Antes de tomar una decisión, el emperador
quiso conocer la conducta de este prelado mientras permanecía en Roma, y envió a Demóstenes,
empleado del público tesoro, con un escribano, para interrogar al Santo Padre en la cárcel, y
preguntarle lo que había hecho el patriarca Pirro en Italia.
Martín respondió a los enviados del príncipe: «El patriarca acudió a nuestra Sede apostólica sin
que nadie le llamase; después de haber firmado la abjuración de su herejía, la presentó
humildemente a Teodoro, nuestro antecesor, que recibió a Pirro como obispo, le devolvió su
rango en la Iglesia, y le sostuvo en su dignidad, poniendo
a su disposición los tesoros de San Pedro.» Oída esta contestación los oficiales se retiraron.
El Papa continuó aún por tres meses en la cárcel de Diomeda. Por fin, Sagoleva, uno de los
principales inagistrados de Constantinopla, fué una mañana a decirle: «Tengo orden de conducir
a Vuestra Santidad a mi casa y trasladaros esta noche a un punto que debe indicarme cl sa-
celario.» Martin, dirigiéndose a los que estaban cerca de él, exclamó: «Hermanos míos, ha
llegado el momento de despedirme; dadme vuestro ósculo de paz.» Luego, é’xtendiendo sus
temblorosas manos y dándoles su bendición, añadió: «No lloréis; alegraos, por el contrario, de la
gloria. que el cielo me prepara».
Llegada la noche, los esbirros fueron a prenderle en casa del magistrado y le condujeron hasta el
puerto, donde le embarcaron en un buque que había d.c emprender su rumbo hacia la península
de Quersoneso. Un mes después de su llegada, Martín escribió a un clérigo de Constantinopla
para quejarse de la absoluta desnudez en que se hallaba.

En el destierro

«El portador de esta carta —decía el Santo Padre— me ha visitado. Bizancio y su presencia me
han ocasionado gran alegría, no obstante el dolor que he experimentado al saber que no me traía
ningún socorro de Italia. Esto no obstante, he alabado al Señor qu.e mide nuestros sufrimientos
conforme a su voluntad; pero no olvidéis, hermono mio, que nos falta el alimento, y el hambre es
tan
grande en esta comarca, qué no podemos alcanzar pan a ningún precio. Advertid ~ vuestros
amigos, que si en un breve plazo no nos envían recursos ni provisiones, nuestra existencia se
hará imposible. La indiferencia del clero romano me es tanto más sensible, cuanto no he
cometido ninguna acción que justifique su desprecio. Verdad ‘es que San Pedro, que alimentaba
indistintamente a todos los exLranjeros, no permitirá que muramos de hambre, puesto q~~e nos
hallamos en la aflicción y en el destierro por haber defendido las doctrinas de la Iglesia de la cual
fuimuos jefes.
»Hc indicado ya las cosas que necesito; os ruego que las compréis y me las enviéis con vuestra
exactitud ordi
458 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

nana, pues nada tengo para combatir mis frecuentes enfermedades. »


En otra carta manifiesta sus quejas con dulce amargura: «Nos encontramos separados, no sólo
del resto del mundo, sino que estamos privados de la vida espiritual; porque los habitantes de
esta comarca son todos paganos, y no se com~padecen de nuestros sufrimientos. Las’ naves que
aquí llegan para cargar de sal, no nos traen ninguna de las cosas necesarias a ~1a vida, y no he
podido comprar más que una medida de trigo por cuatro sueldos de oro. Los que antiguamente se
prosternaban ante nosotros para adquirir dignidades, no se inquietan hoy dia de nuestra ~s’uerte.
Los sacerdotes de Roma muestran por su jefe una ingratitud y una insensibilidad grande, y nos
deja~n sin socorro en el destierro. El dinero en tanto se encuentra amontonado en el tesoro de la
Igle~sia, los trigos, los vinos y los otros víveres se acumulan en sus dominios, y esto no obstante,
nosotros vivimos en la ,escasez más completa. ¿Qué terror sienten esos hombres para no cumplir
lo que Dios les manda? ¿Soy acaso su enemigo? ¿Y cómo~ se atreverán a presentarse ante ‘el
tribunal de Cristo, si olvidan que como nosotros están formados de polvo?
»Esto no obstante, yo les perdono mis sufrimientos, y ruego a Dios que les conserve en la fe
onlodoxa. Abandono el cuidado de mi cuerpo a Dios y espero de su inextinguible misericor~lia
que no tardará mucho en librarme dc las penas temporales.»
En efecto: el Pontífice murió en 1(1 de septiembre de 655. La Iglesia latina le ha colocado en dí
rango de los mártires.

Consideración

Tanto el Papa como los emperadores eran cristianos. Malos cristianos, se entiende. Lo cual
enseña que hay dos cristianismos: bueno el uno y pésimo el otro.

J
*
EUGENIO 1, 77~o PAPA

CONSTANTE, EMPERADOR DE ORIENTE — CLODOVEO II, flEY DE FRANCIA

Eugenio, romano de nacimiento, había sido elevado ~ la Santa Sede por orden del ‘emperador
Constante, en la tépoca ‘en que Martin se haflaba sumergido en los calabozos de Con~tantínopia
El príncipe, deseando que la elección del nuevo Pontífice tuviese la apariencia de una consagra-
ción canónica, obligó a Martín a que renunciara la silla apostólica; pero como éste se resistiese,
el ‘emperador conIinuó ‘en su idea, y la elección dé Eugenio fué celebrada con pompa ‘en la
basílica de San Pedro.
Luego dc estar ordenado, Eugenio envió dos legados con instrucciones secretas para transigir con
los monotelitas de Constantinopla.
San Máximo, ilustre abad de Crisopla, oponía siempre una heroica resistencia a los progresos de
la herejía. Entonces fu(: arrestado por orden del príncipe, y después de un ‘encarcelamiento
riguroso fué conducido ante los magistrados para sufrir un interrogatorio
Máximo fué realmente víctima de su entusiasmo por la ortodoxia de la Iglesia~ el emperador, a
instigacióí~ del obis1)0 de Roma, ordenó que ‘el monje fuera públicamente azotado en todas las
esquinas de la ciudad, y luego de esta flagelación, mnhndó que le cortasen la lengua y la mano
derecha.
Las otras acciones del Papa han quedado enteramente
desconocidas; murió en 2 de junio del año 658, y fué eflterrad(’ en la basílica de San l~edro,
donde los sacerdotes afirman que conlinúa. Los frailes porlugcses dicen que desde mucho tiempo
ha sido transportado a su reino
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 461

VITALIANO, 78.~ PAPA

CONSTANTE, CONSTANTINO, LLAMADO POGONATO, EMPERADORES


DE ORIENTE — CLODOVEO II, CLOTARIO III, CHILoERICO II,
REYES DE FRANCIA

Muerto el Pontífice Eugenio, se eligió, para suicederl~ a Vitaliano natural de la Campania.


El nucvc Papa envió legados a Constantinopla para entregar al príncipe su profesión de fe. El
clero le dirigió igualmente une carta sinodal para suplicar al emperador que confirmase la
elección.
Los ‘enviados del Santo Padre aprobaron el «Tipo» del príncipe y fueron recibidos con gran
honra en la corte imperial. Constante, lisonjeado por esta condescendencia, fué favorable a la
Iglesia de Roma. Mandó cesar las persecuciones contra los ortodoxos, aumentó los privilegios de
los. Pontífices, y hasta regaló a la basílica de San Pedro un libro de los Evangelios cubierto de
oro y adornado con piedras preciosas. El patriarca de Constantinopla, ardiente monotelita, reveló
con señales de gran munificencia la alegría que experimentaba al ver su unión con el Papa, y en
una carta que le escribió ¿ita diferentes pasajes de los Padres que sc habían alterado a fin de
establecer la unidad dc voluntad y de operación en Jesucristo.

Organos. — El emperador en Roma

En 660 el Pontífice introdujo en las iglesias tos órganos para aumentar el brillo de las ceremonias
religiosas.
Dos años después, en 662, el emperador Constante re— solvió ~pasar a Italia a fin de colocar ‘el
gobierno fuera del alcance de los ataques que le dirigían los enemigos del Imperio, los cuales
llevaban sus ‘excursiones hasta los muros de Bizancio. Luego se dirigió a Tarento, y después a
Nápoles; mas habiendo alcanzado mal éxito en su tentativa contra Benevento, se replegó sobre la
ciudad apostólica.
El Papa, a la cabeza del clero, tué ~J encuentro del príncipe, que presentó sus ofrendas a San
Pedro y permaneció doce días ‘en la antigua capital de los césares.
Saqueo

En seguida el emperador Constante, en su calidad de jefe del Estado, procedió al saqueo de


Roma a fin de acre’centar sus riquezas, que habían agotado las luchas. Robó de los templos todos
los ornamentos de oro y plata, las estatuas, las balaustradas y hasta el cobre de los pórticos, ~
arranc(~ también el techo de la basílica de Santa María de los Mártires. La mayor parte de estas
riquezas; fué enviada a Sicilia, donde el príncipe había resuelto estable~cer su residencia.

El ahorro

a Si un rey saqueaba el tesoro pontificio, otros acudieron nutrirlo.


En ‘esta misma época, Egberto, rey de Kent, y Oswi, rey dc Nortumbra,’ enviaron diputados a
la Santa Sede para consultar al Papa algunos puntos d’e disciplina y suplicarle que pusiese
término a las discusiones promovidas por sus representantes, los cuales querían sujetar las Igle-
sms de Inglaterra al culto romano. Vigardo, jefe de la diputación, conociendo la avaricia del
Pontífice, apoyó sus reclamaciones con ricos pres.e~tes y considerables sumas, encerradas en
vasos de oro y plata. El Pontífice se api-esuró a contestar al rey Oswi; pero, al mismo tiempo que
alabo su celo por la religión, le exhorté a que se conformase con las tradiciones de la Iglesia.
«Os enviamos—aña.día, para agradecer vuestras ofertas, reliquias de los bienaventurados San
Pedro y San Pablo; de los mártires San Lor.enzo, San Gregorio y San Pancracio, y os enviamos
para la reina, vuestra ~esposa, una cruz de oro y una llave forjada con el hierro de la~ oadenas de
San Pedro.»
No bien el rey de Kent supo que los emviados del Poa~i. tífice se dirigían hacia su reino, cuando
comisioné a uno
1
DEODATO II, 79.0 PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO POGONATO, EMPERXDO~ DE ORLEN—


TE — THIERRY 1, REY DE FRANCIA

Deodato era romano. Entró muy joven en el ¡ onasterio <te San Erasmo, situado sobre el monte
Gelio, don’ e 1os~ frailes le educaron. En lo sucesivo, por agradecilnentO a ‘eSOS rnoi4es,
aumentó las construcciones del cofl’~-IltO y organizó la comunidad, que puso bajo la dirección
de un abad.
DespUés de la muerte de \Titali ano, el Sen do, el clero y el pueblo le eligieron para su sucesor;
el emperador con-firmó la elección e inmediatamente fué ordt~nadO obispo de la ciudad santa.
La historia, guarda silencio respecto a los actos de su pontificado
Deodato, según la opinión de Anastasio’ el bjbIioteCar~o, era caritativo con los pobres, accesible
a todes’ los desgraciados, de un carácter dulce y de una bonda¿ extr«ma.
Consagró catorce sacerdotes, dos diáconos ~r cuarenta y seis obispOS en una sola ordenaciófl.
he abS, pues, lo que se sabe respecto a su pontifiCado~ que duró e .rca de cinco aftOS.
Murió en 676, y fué enterrado en la basílic~- de San Pedro.
Harto elogio es no saber ninguna excomunión, intriga, ‘ládiva, crimen ni milagro.
DOMNO 1, 80.u PAPA

CONSTANTiNO, LLAMADO POGONATO, EMPERADOR DE ORIEN


TE — THIERRY 1, REY DE FRANCIA

Despuéi~ de la muerte de Deodato, La Santa Sede quedó va~cante por espacio de muchos meses;
el clero, el pueblo y los seflores de Roma se hallaban divididos por las rivalidades de los
ansiosos. Por fin, los votos recayeron sobre Domno; y cuando su elección. hubo recibido la
sanción ~mperial, subió al trono de la Iglesia. Era romano e hijo del sacerdote Mauricio.
Este Pontífice usaba de gran indulgencia. con respecto
-a los- herejes; en la misma Roma concedió un seflalado favor a los frailes sirios del monasterio
de Beocia, los cuales profesaban el error de los nestorianos; y su indecisión respecto al dogma
era tal, que según cuentan los historiadores eclesiásticos, Su Santidad declaraba que le era
imposible resolver la cuestión que dividía la Iglesia, sin emitir proposiciones contradictorias o
erróneas; y el escritor Pliitina -dice también que Domno confesaba con sencillez a los sacerdotes
de su consejo, que no podía comprender cómo el Hijo de Dios podía tener dos naturalezas, dos
voluntades y dos operacion’~s. Esto nos pasa a los pro!anos.
Al principio del aflo 678, el emperador firmó la paz con los sarracenos y quiso poner término a
los desórdenes que turbaban la cristiandad; mas previendo los obstáculos que la ignorancia y la
terquedad de los obispos griegos oponidrían a sus conciliadores proyectos, se rodeó de sabios
con~ejero’: a fin de deliberar con ellos sobre las medidas que se debían tomar para devolver la
calma a la Iglesia.
Conforme a su opinión, ordenó a los dos titulares de las primeras sillas del Imp~rio, el jefe del
clero de Bizancio y
-el patriarca de Antioquía, que se dirigiesen hacia la corte para darle cuenta de los errores que
dividían desde tantos afios al clero.
Los dos prelados, cediendo a las ñobles instancias del
Ili4toria de 108 Pa.p~s.—Tomo 1.—3t
466
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
monarca olvidaron su rivalidad y sus disputas, y confesaron al priucipe que el espíritu de
controversia, tan natural en los griegos, les había lanzado en aquellas cuestiones durante las
cuales hicieron falsas interpretaciones de la doctrina ensefiada por los Padres. Afirmaron que las
palabras sacramentilles empleadas en las discusiones teológicas, eran los únicos pretextos de que
se servían los prelados para promover los cismas que separaban las Iglesias, y que un concilio
ecuménico pondría remedio a estos ínaes.
EntonceS Constantino resolvió convocar un concilio general, y escribió al Pontífice:
«Rogamos a Su Santidad que nos envíe hombres pacíficos e instruidos; éstos deben traer consigo
libros cuya autoridad sea bastaate para resolver las cuestiones religiosas con los patriarcas
Teodoro y Macario. Os prometemos seguridad entera con respecto a su libertad y su vida, sean
cuales fueren las resoluciones adoptadas’ por el concilio.
»Esperamos quedar justificados anta los ojos de Dios por la sinceridad de nuestro celo con
respecto a la religión cristiana; poxiemos en él toda nuestra confianza, y le rogamos que bendiga
los esfuerzos que hacemos para alcanzar la unión entre los cristianos de nuestro Imperio; ‘esto
sin embargo, nunca emplearemos más que el poder de la palabra, y condenaremos a los que usen
de violencia para someter la conciencia de los hombres.
>)EI jefe de nuestro clero n~os ha pedido autorización para borrar de los sagrados dípticos~ el
nombre del Pontífice Vitaliano, y de conservar el de Honorio. Nosotros no hemos accedido a esta
súplica, deseando mantener una igualdad completa entre los ‘eclesiásticos de Oriente y de
Occidente, y mostrar que consideramos a los unos y a los otros como ortodoxos, hasta el tiempo
en qu’e las cuestiones pron3ovidas entre ellos queden resueltas por la autoridad de nuestro
sínodo.
~Hemos dado también orden al patricio Teodoro, exarca de Italia, para que satisfaga todos los
gastos ocasionados por los prelados y doctores que enviéis a Constantinopla, y para que les
mande escoltar por naves de guerra, sí es que esta medida se juzga necesaria a la seguridad de
sus personas.>
La ~arta no llegó a manos del Pontífice Domnno. Habla muerto a fines del año 678, y antes que
los embajadores del príncipe hubiesen llegado a Roma.
Durante su reinado, el Papa. había obtenido la sumisión
1
HISTORIA DE LOS PAPAS~ Y LOS REYES
467
del nuevo arzoibspo de Rávena, Reparato, que, ganado en secreto por los regatos del 4 3ontíhioe,
había suplicado que’ se le dejase entrar en la ‘obediencia ‘de Roma. En s~u oonSecuencia, ‘el
Santo Padre solicitó del emperador la derogación del decret.o que había convertido la metrópoli
d~ Rávena en independiente de la Santa Sede.
Donino hizo embaldosar con mármol y rodear con, columnas el patio de honor que se veía frente
a la iglesia de San Pedro. La basílica de los’ apóstoles, situada en el camino de Ostia, y la de
Santa Eufemia, ‘en la vía Apia, fue— ron, igualmente, reparadas por su cuidado.
Hizo mucho bueno con no hacer mucho malo.
DE LOS PAPAS Y LOS REYES 463

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

de sus embajadores para que se dirigiese a la corte de Francia al objeto de alcanzar una
autorización para conducirles al puerto de Qu¡entavic, en Ponthi’eu; hoy día San Jo.sé~. cerca
del mar.

Inglaterra

Teodoro, sintiéndose enfermo por el cansancio del viaje,. se vió obligado a permanecer algunos
meses en esta ciudad, y pasó luego a Inglaterra, donde tomó posesión de la silla de Cantorbery.
Teodoro gobernó esta Iglesia por espacio de veintiún años. Este prelado alcanzo, luego, la su-
premacía de su silla sobre las demas Iglesias, por m~s que el arzobispo de Nork se le hubiese
declarado independiente. Teodoro concluyó con las discordias religiosas obligando a los ingleses
a que consintiesen en recibir el culto romano. Durante su episcopado, dominó a los príncip~5 y
los sacerdotes, les hizo comprender los beneficios de la instrucción, y fundó escuelas donde él
mismo enseñaba. La ciencia, vulgarizada por sus esfuerzos, se desenvolvió bajo el nebuloso cielo
de Inglaterra, y preparó la existencia socíal de este gran pueblo.

Oriente

En Oriente se operaba una revolución contraria: La teología dominaba en el espíritu de los


griegos y les impulsaba a extravagancias tan grandes, que al advenimiento de su nuevo
emperador Constantino Pogonato, exigieron imperiosamente que sus dos hermanos fuesen
también coronados; esta triple consagración, y la obediencia debida a los tres príncipes, era,
según ellos, una consecuencia rigurosa de su creencia en la santa Trinidad, y de la adoración de
las tres personas divinas. Constantino, a consecuencia de unas ideas que él no profesaba, vió q’ue
se le quitaba una parte de su autoridad suprema y quiso infundir en los griegos creencias que
armonizasen con sus propios intereses; de ahí que persiguiera a los monotelitas y favoreciese a
sus adversarios; y como Pedro, patriarca de Constantin(> pía, hubiese muerto, eligió, para
reemplazarle, a Tomás.
Batalla de excomuniones

Mgún tiempo después sobrevino la célebre disputa entre el .Pontifice d.c Roma~ y el obispo
Mauro. Vitaliano había ordenado al metropolitano de Rávena que se dirigiese hacia la corte de
Roma, a fin de que se le examinase respecto a sus acciones y a su fe; mas el prelado, apoyado en
el favor del exarca, había rehusado comparecer, y como cl ~ontífice le quitase sus honores y le
séparase de la comunión de. los fieles, éste, a su vez, pronunció un horrible anatema contra el
Papa.
Vitaliano, furioso aI verse excomulgado por un eclesiástico que miraba como un vasallo,
amotinó a todos los obis~pos de Italia, y en un concilio mandó deponer a Mauro de sus funciones
sacerdotales.
El metropolitano no quiso recurrir a la clemencia pontificia; opuso un insultante desdén a los
rayos de la Iglesia, y prohibió a su clero el someterse ni directa ni indirectamente a los decretos
del Papa. Promulgó, igualmente, una bula de ‘excomunión, en la cual acusaba al orgulLoso suce-
sor de San Pedro de querer ahogar las libertades dc la Iglesia para fundar una culpable tiranía, y
hasta anunciaba que emplearía la fuerza para contrastar la invasora ambición del obispo romano.
Vitaliano cedió ante la firmeza del prelado de Rávena, y temiendo que el espíritu de
emancipación se propagase entre el clero, suspendió los efectos de su resentimiento y pareció
olvidar la sublevación del audaz Mauro.
Este Pontifice murió en 672.
462
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 469

AGATON EL TAUMATURGO, 81.~ PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO POGONATO, EMPERADOR DE ORIEN

TE — THIERRY 1, REY DE FRANCIA


Agatón era napolitano. Los senadores, ‘el clero y el pueblo dieron sus votos a Agatón, y el
tiempo hubo de justificar su habilidad y lo acertado de aquella elecciów.

Inglaterra

Luego ae subir al trono pontificio, el nuevo Papa se dedicó a la Iglesia de Inglaterra, turbada por
la ambición y por los desórdenes de los sacerdotes que habían logrado lanzar de su silla a
Wilfrido, prelado de York. El ilustre pers~guido tomó la resolución de pedir justicia al Santo
Padre, y emprendió un viaje a Roma.
El pontífice, que se hallaba ya instruido de la condenación injusta del obispo inglés, recibió
favorablemente sus quejas, y reúnió un concilio de cincuenta prelados, a fin de examíIi~ar la
sentencia y consolidar al mismo tiempo con un acto de vigor la dominación que la Santa Serle
comenzaba a ejercer sobre el clero de la Gran Bretaña.
Andrés de Hostia y Juan de Porto fueron en.cargados de ~xaminar, con otros eclesiásticos, las
piezas del proceso de San Wilfrido. Concluido su trabajo dieron conocimiento de él a la
asamblea, y se expresaron en esta forma: «Hermanos míos: nosotros no encontramos a Wilfrido
culpable de ningún crimen que merezca el castigo que se le impone en la real sentencia, y
admiramos, por el contrario, la sabia ~on(1ucta que ha observado con su soberano. No ha pro-
movido sedición alguna para mantenerse en su ob:spado, y se ha contentado con apelar ante la
corte dc’ Roma, donde Jesucristo ha establecido Li primacía dcl sacerdocio y un tribunal
supremo así para lodos lo~ miembros del clero como para los laicos de todas condiciones.»
Este era el privilegio del pontificado pagano: «Pontifex divinorum arbiler atque humanorum»,
según Festo.
Wilfrid.o volvió a su provincia llevándose un gran número de reliquias pertenecientes a los
santos, a los apóstoles y a los mártires, para edificación de, ,los fieles de la Gran Bretaña.

Música sagrada

En el año siguiente, San Benito Biscop emprendió su quinta peregrinación hacia Roma para
alcanzar del Pontífice un. pr’ivilegio que asegurara la independencia de su monasterio, y le diese
autorización para enseñar el canto gregoriano a sus frailes y celebrar el santo sacrificio de la misa
conforme al rito italiano. Juan, primer chantre de la iglesia de San Pedro y abad de Sian Martín,
fué~ encargado de acompañar a Biscop para enseftar la música sagrada y asegurar, al mismo
tiempo, la ortodoxia en todas las Iglesias del reino. Dejaron la ciudad santa~ llevándose, como
Wilfrido, una cantidad prodigiosa de reliquias, de libros piadosos y de imágenes que debían
mostrar a la adoración de los fieles de la nueva basílica que el infatigable pieregrino había
consagrado al bienaventurado San Pedro.

Teología
Seguía la cuestión de la Trinidad y de la Encarnación. Por su sinceridad es notable el pasaje de
un concilio dirigido a los príncipes, y usaron de este lenguaje: <Señores:
n9s ordenasteis que enviásemos a Bizancio eclesiásticos cuyas costumbres fuesen ejemplares, y
cuya inteligencia se hubiese alimentado en la lectura de los sagrados textos.
»I~or edificantes que parezcan los actos de los sacerdotes, no garantizamos la pureLa de su
conducta privada; esto no obstante, nos lisonjeamos de que la conducta de ~~uestros diputados
será conforme a la moral cristiana. En cuanto a su ciencia, ésta se reduce a las prácticas religio-
sas; pues en nuestro siglo las tinieblas de la ignorancia
cubren el mundo, y nuestras provincias se hallan constantemente devastadas por el furor de las
naciones. En medio dc las invasiones, de los combates y de los saqueos de los pueblos bárbaros,
ni siquiera podemos enseñar la lectura a los jóvenes clérigos. Cruzamos por una época llena de
angustias, y cultivamos un suelo enrojecido por
470 HiSTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES
La sangre de los hombres; y para, acabar de una vez, no nos queda por único bien y única luz
más que la le de Jesucristo.>
Después que los regados del Pontífice llegaron a Bizancio, Constanti~o les recibió ‘en el oratorio
de San P~edro, en el palacio imperial. Presentaron al rey las cartas de la corte de Roma, y el
monarca hubo de quedar sorprendido al ver desde la primera ojeada la grosera ignorancia de los
sacerdotes de la Iglesia latina.
Pasados algunos días, el concilio se reuni’ó en el pala~io del soberano, en la sala del Domo.
Trece <le los principales dignatarios de la Corona rodeaba» al emperador, el cual presidió el
concilio.
La conclusión del cóncilio de estos mentecatos fué esta:
«Condenamos como capaces de corromper las .alma 1s de los fieles, los dogmas impíos,
anatematizamos a sus autores Sergio, Ciro, Pirro, Pablo, Pedro, Teodoro, y al Pontífice Honorio,
como herejes impíos y sacrílegos...>
Esta condenación de Honorio ha sido como la piedra dc ~escándalo que echó por tierra la
infalibilidad pontificia. Así los partidarios del papado no pudieron negar la regularidad y
autenticidad de una sentencia c~nfírmada por la corte de Roma y dada bajo la presidencia de los
legados de la Santa Sede. por un sínodo ortodoxo, hacen esfuerzos para probar que este Pontífice
no anduvo erra~1o.
«Aunque la condenación de Honorio fuese justificada— exclama uno de los historiadores—,
siempre es cierto que no fué el inventor de la herejía, que no hizo de ella definición alguna, ~y
que no la propuso como enseflanza a la Iglesia universal.>
Así concluyeron las discusiones de este concilio después de diecinueve sesiones.
Constantino, para asegurar la ejecución de sus decretos, promulgó una ordenanza concebida en
estos términos: «El que no obedezca la presente constitución, si es obispo, clérigo o fraile, será
depuesto; si goza de dignidades, será privado de citas y sus bienes serán confiscados; si es simple
ciudadano, será desterrado de Constantinopla y de toda~s las ciudades ~?de mi Imperio.»
Algunos meses después de este triunfo, Agatón fué víctima de una enfermedad cruel, de la que
murió en 1.~ de diciembre de 681.
Los cronistas hablan con gran vrneración de la pureza de sus costumbres, de su humildad, de su
caridad ex-
traordinaria,
y sobre todo del inestimabl,e don de los inilagros, del cual se hallaba dotado el Santo Padre.
Llaman a Agatón el Taumat~go~ y cuentan que durante una violenta peste que asoló Italia, curó
con la simple íniposjción de mallos, una multitud de apestados y resucitó gran número de
muertos que se volvieron a morir sin dejar relato exacto de lo que habían visto en el otro mundo.
471
LEON II, 82.~ PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO POGONATO, EMPERADOR DE ORlEN—

TE — THIERRY 1, REY DE FRANCIA

León, nacido en Gedella, en un cantón del valle de Sicilia.


Despu~s de la muerte de Agatón, el pueblo, el clero y los nobles de Roma le elevaron al trono de
San Pedro, como el único sacerdote capaz de ocupar dignamente la silla pontificia. El primer uso
que hizo de su autoridad, consistió en reunir un concilio a fin de recibir y aprobar las decisiones
del que se celebró en Constantinopla, que le fueron traidas por los legados del Pontífjce.
Acudieron los monotelitas en reclamación; en vez de escucharles, León les ‘mandó encerrar en
los, calabozos de los monasterios y les hizo sufrir el tormento. Anastasio, sacerdote, y Leoncio,
diácono de Bizancio, vencidos por los tormentos, consistieron en anatematizar los que habían
participado de sus creencias; y en el día de la Epifanía re— vibieron solemnemente la comunión
del Pontífice, después de haberle ‘entregado de rodillas una profesión de fe escrita de su puño.
No sucedió lo mismo cori ~l patriarca Macario:
este valiente se mantuvo inquebrantable, y en mcdlo de ~us crueles torturas, rehusó
constantemente abjurar sus creencias.

España

A1guno~’ enviados del clero español llegaron en aquella misma época a la corte de Roma para
presentar las actas del duodécimo concilio de Toledo, y para preguntar al Pontífice si quena
aprobar los grandes cambios que había sufrido el país. He aquí lo que había ocurrido: Wamba,
rey de los visigodos, a conseciencia de unas terribles convulsiones producidas por un brebaje que
le habla administrado su hijo Hervigio, se había vuelto loco y había sido encerrad> en un
monasterio dependiente de la diócesis de
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 473

Toledo. Como luego recobrara el juicio y como ~íajai’miese que concluiría por reivindicar el
trono, los ej~.~~dores
i~ dIx~
querían suplicar al Santo Padre que confirmase ~ d~. ~ca ción que se le había arrancado en el
tiempo de ~ d~mencia, y que declarase santa y legítima la usurpad liervigio, su sucesor y
asesino. 2st
A cambio ‘de esta complacencia, los .embajado Su enían que ofrecer a León una gran cantidad,
de dinero seí’í Santidad accedió a cuanto se le pedia, y como ci ‘OJ d~
rifle.
que le admitía en su comunión, envió al nuevo 1jeci ~JPe Y a su clero muchas cadas para
instruirles en laS ~iones dadas por el concilio de Constantinopla. fra.
Sin grandes sucesos, y mien~tras se ocupaba ~ L\duclr las cartas del sínodo general de Bizancio,
muri~ ~n II.. Fué ‘enterrado en la iglesia d’e San Pedro. la
Los historiadores Anastasi,o y Platino colocad ~epoc& de su muerte hacia fines dcl año 683.

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

BENITO II, 83.~ PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO POGONATO, EMPERADOR DE ORIEN

TE — THIERRY 1, REY DE FRANCIA


mas los prelados contestaron que ño las modificarían toda vez que expresaban sus opiniones, y
que las observaciones del Papa no cambiarían sus convicciones.
En el año siguiente, el emperador, con objeto de darle una prueba de amis~tad, envió a la corte
de Roma cabellos de sus hijos Heraclio y Justiniano. El Pontífioe recibió favorablemente el
legado del monarca y desde entonces se ~consideró como el padre adoptivo de los jóvenes
príncipes conforme al uso de los antiguos tiempos.
Dispensa imperial de la confirmación papal
Juan, romano de nacimiento. Fué elegido obispo de Roma por la asamblea de los eclesiásticos,
de los nobles y del pueblo; esto no obstante, no pudo ‘ejercer las funciones pontificales sino once
meses después de su nombramiento, porque la corte de Constantinopla no había confirmado aún
su elección.
Benito escribió al emperador haciéndole presente las quejas del clero por el retardo que
experimentaba la confirmación de los obispos, cuando los bárbaros interceptaban las
comunicaciones entre las dos ciudades. El príncipe, seducido por los elogios y adulaciones del
Pontífice, el cual le llamaba «luz brillante del mundo, regenerador de la fe...», accedió a sus
súplicas. y promulgó un edicto que permítía al clero, a los ciudadanos y al ejército, consagrar a
los Papas sin aguardar la aprobación de los emperadores.

España
El cisma

Benito II, solicitado por los enviados de Constantino, emprendió la conversión de Macario,
patriarca de Antioquía, que continuaba en, el cisma no obstawte las persecu~iones y las torturas
que se le habían inipuesto. Levantó su destierro, y por espacio de seis semanas le hizo salir todos
los días de su calabozo para disputar con Bonifacio, el cual se obligó a hacerle abjurar de su
herejía. El prelado, oponiendo una fuerte resistencia a las promesas y a las amenazas, rechazó las
proposiciones.
El Pontífice falleció ~a prin~pios del año 685. Su cuerpo fué enterrado en la iglesia de San
Pedro.
Anastasio cuenta que Benito II era de carácter dulce, paciente ~ liberal; reparó las basílicas de
San Pedro ~ de San Lorenzo de Lucima; embelleció las de San Valentín y de Santa María de los
Mártires, y dejó treinta libras do oro al clero y a los monasterios de Roma.
Luego que el Pontífice vió su autoridad establecida en Oriente, escrib~ó a su legado de España,
ordenándole que reuniese un concilio en Toledo para que los obispos de esta comarca aprobasen
las decisiones del sínodo ecuménico dE Constantino Pogonato. Los di~cisiete obispos de la
provin cia cartaginesa se reunieron en ‘el concilio, y examinaron lo~ actos de la reunión general
de Constantinopla; los Padre dieron su aprobación a los decretos del concilio, y enviarol a Benito
II una carta sinodal que explicaba sus creencias Como el Santo Padre leyese en esta profesión de
fe las expresiones de la voluntad engendra la voluntad, y las de eccisten tres substancias en
Jesucristo, dirigió observaciones a su legado para que pidiese la retractación de estos errores;
r
475
SUAN y, 84.~ PAPA CONON, 85.~ PAPA
JUSTINIANO II. EMPERADOR DE ORIENTE — THIERRY 1, REV~
DE FRANCIA

Juan Y había nacido en Siria, en ~la provincia d& Anti~qua. Durante el reinado del Pon,tifice
Agatón, sus luces,. su firmeza y su cordura, hicieron que se le nombrase legado dc la Santa Sede
para asistir al sínodo ecuménico de Constantinopla. Después de la muede de BeniVo II, fué
elegido Papa.
No obstante sus grandes enfermedades, en el año que fué Papa consagró a trece obispos.
Sostuvo activas relaciones con las Iglesias de Oriente y Oc~idente, y los autores cuentan que
dirigió muchas cartas a los principales obispos de Francia, que, desde la muerte de San Ouen, el
glorioso discípulo y fiel compañe>ro de San Eloy, se hallabawen disidencia; respondió, también
a San Julián de Toledo, que, le había dirigido las actas de un nuevo concilio celebrado en esta
ciudad, y que le~ había enviado su tratado acerca de los Pronósticos o Consideracionies respecto
al porv’enir.
Esta obra, que ha llegado hasta nosotros, es una singuIar y ridícula disertación sobre el origen, la
naturaleza y los efectos de las llamas del purgatorio; fué considerada como muy ortodoxa por
Juan V, el cual quería mandar que se enseñase en las escuelas de teología. Por fin, corno el mal
que afligía al Pontífice se aumentase, cayó en una debilidad moral que no le permitía ocuparse en
las cosas. de este mundo, hasta que falleció en el alIo 686. Fué enterrado en la iglesia de San
Pedro
,JUS1INIANO II, EMPERADOR DE ORIENTE — THIERRY 1, REY

DE FRANCIA

El ‘emperador Constantino, devolviendo a la silla de Roma la libertad de ‘elegir su jefe, q~iiso


asegurar la tranquilidad dc la Iglesia e impedir los escandalosos cismas ocasionados por las
vergonzosas intrigas de los curas; su edicto produjo un resultado muy distinto; dió, por el
contrario, nuevo aliento a la ambición del clero, y multiplicó el desordeíi y las disputas.
Después de la muerte de Juan V, dos sacerdotes, Pedro y Teodoro, prodigaron el oro a las
facciones, y excitaron violentas sediciones. Pedro reunió a los jefes d4ei ejército en la ba~ilic’r.
de San Esteban, envió soldad,os que lanzaron a su competidor de la iglesia de Letrán, y cerraron
sus puertas. Este reunió sus partidarios y quiso que el clero proce~Ii.ese a su ‘elección bajo los
mismos pórticos del templo.
Parecía inminente una colisión, cuando los dos partidos convinieron entrar en ‘el palacio
‘episcopal, y a fin de ievitar disputas entre los votantes, dieron sus sufragios a Conón, venerable
anciano, de corazón pacífico y tranquilo, ~.‘ le proclamaron Pontífice. Elegido el nuevo Papa, los
magistrados y los principales ciudadanos le saludaron con júbilo; el único que no aprobó su
‘elección fué el ejército; pero viendo que el clero y el pueblo le habían ~ancion,ado, los soldados
concluyeron por abandonar los intereses de Teodoro, y confirmaron la elección que acababa de
hacerse.

El Imperio

Conón había nacido en Sicilia, y era originario de Tracia; había desempeñado constaiitemente los
cargos subalternos de la Iglesia; y su inteligencia, siempre ocupada en los detalles dc las
prácticas religiosas, le hacia incapaz de comprender las máximas políticas de un gobierno tan
maquiavélico como el de la silla romana. Con todo, supo con-
478 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 479

quistar las simpatías del emperador, y Justiniano II, cediendo a su solicitud, promulgó much9s
decretos en favor de la Iglesia. Lo primero que hizo fué renunciar a la caipitación que le pagaban
los patrimonios (le Brusio Y de Lucania~ luego ordenó al ejército que restituyese los fondos y
dominios de Italia y de Sicilia, cuyos jefes se habían apoderado de ellos en prenda de los
servicios que habían prestado a la romana corte. En fin, el príncipe llevó su deferencia por el
Santo Padre hasta el punto de escribir la carta en que se declaraba custodio de la sumisión de su
Imperio a la Santa Sede.

Sicilia

Algunos meses después de haber rec~bido esta carta, Conón eligió para administrador del
patrimonio de Sicilia a Constantino, diácono de Siracusa. Este eclesiástico, ~or sus escandalosos
tributos, sublevó la indignación del pueb~o, que se revolucionó en contra suya. El gobernador de
la provincia, a fin de calmar a los habitantes y evitar que la re‘voluch5n tomase cuerpo, se vió
obligado a meter en un calabozo al sacerdote culpable, y elevar sus quejas a la corte Imperial, no
sólo contra el administrador, sno conra el jefe de la Iglesia romana.
le dijo que su unión con Gelawia er~a incestuosa, según las leyes de la Iglesia, atendido que su
mujer era parienta suya en el sexto grado. El nuevo converso, dominado por el sacerdote
irlandés, prometió obedecer y solicitó únicamente que no se le obLigase, a cumplir tan penoso
sacrificio, sino después que volviera de una expedición que iba a emprender contra unos pueblos
situados’ a la otra parte del Mein. Pero durante la ausencia de su esposo, GeJania aprovechó el
tiempo; ordenó al misionero que saliera de sus dominios, y como se resistiese, mandó que se le
cortase 14 cabeza. Diespués de la muerte de San Kiliano, esta mujer fué atacada de u~n mal
repentino y extraño, que le ocasionaba dolores muy atrooes; el duque Gosberto fué matado por
sus criados; Hetan, su~ primogénito, fui echado de sus dominios por los francos orientales; sus
otros hijos fueron también asesinados, y no quedó descendiente alguno dc esta raza. Ejemplo que
se utiliza para enseñanza de príncipes.
Entretanto la salud de Conón, que era ya muy mala, so fué debilitando desde el día en que subió
al trono pontificio, ~xasta que, sucumbiendo al peso de su cargo episcopal, murió a principios
del afio 687.
Irlanda

Se coloca en esta misma época la peregrinación de Ib.. liano a la ciudad santa. Como el Papa
pusiese a prueba la fe y la doctrina del obispo irlandés, le dió, en nombre de San Pedro, el poder
de instruir y convertir a las naciones infieles. Kili~ano volvió en seguida a Wirtzbourg, donde
eat’e~juizó al duque Gosberto, le hizo renunciar el culto de sus mayores, y a pesar de su familia,
le adminhístró el bautismo. La duquesa Gelania de Gosberto, alarmada Por las prodigalidades de
su esposo, que derrochaba toda ~a herencia de sus hijos en fundaciones piadosas o en rega.. los a
los conventos, dirigió 14s más violentos reproches al santo misionero. Este, para vengarse de la
princesa y para ponerse al abrigo de su cólera, quiso hacerla repudiar por su esposo; usó de la
influencia que ejercía Sobre el ánimo del duque, y para que consintiese en el divorcio.
HISTORIX DE LOS PAPAS Y LOS REYES 481

SERGIO 1, 86.a PAPA

JUSTINIANO II-, LEoNCIo, TIBERIO III, EMPERAflORES DE

ORIENTE — THIERRY 1, CLODOVEO II, CHILDEBERTO,

REYES DE FRANCIA

Escándalo de la almunia romana

Durante la última enfermedad de Conón, el ai’cecliano ~Pascual, que se había apoderado de las
riquezas que el Papa había legado al clero y a los monasterios, ofreció abandonarlas a Juan,
exarca de RáVena, si éste quería apoyar su elección. Este se dejÓ seducir ‘fácilmenFe por aquél
oro, y envió en seguida tropas a Roma con objeto de oer~car la ciudad y favorecer los
ambiciosos proyectos del ar‘cediano.
Después de la muerte del Santo Padre, el pueblo se dividió en muchas facciones. El arcipreste
Teodoro a la cabeza de algunos sediciosos, entró en el palacio d2 Letrán, y se hizo elegir
Pontífice; por su parte, Pascual se hizo ~l’egir sucesor de Conón en el solio pontificio. Cada
partido se levantó en armas dispuesto a sostener con la fuerza al obispo que había elegido; la
matanza había ya empezado en el interior de la basílica Julia, cuando los principales magistrados,
la mayor parte del clero, la Inilicia y los ciudadanos honrados, decidieron obrar a La manera con
que se había obrado cuando la mn.erte de Juan V. Se dirigieron al palacio imperial, y eligieron
soberano Pontífice a un sacerdote llamado Sergio, que era extraño a los dos partidos. Sergio se
apoderó de sus dos contrincantes Páseual y Teodoro, y les obligó a que jurasen obediencia
Mas luego Sergio fué arrojado de la ciudad santa por los amigos de Teodoro y se vió obligado a
refugiarse en Rávetna. Juan Platino, entonces exarca, propuso al Pontífice que le restablecería
en su trono, si consentía en dar los tesoros que le habían sido prometidos por Pascual, su
contrincante. Sergio consintió en esa venta y fué llamado triunfalmente a la ciudad de Roma en
medio de las tropas del exarca.
La tiara empeñada

Para cumplir sus promesas, Su Santidad despojó a las iglesias de sus ornamentos, vendió gran
parte de vasos, de candelabros, de jacensarios, y entregó en prenda a los judíos

hasta las coronas de oro que se hallaban colgadas en el altar de San Pedro. Luego Sergio .procuró
deshacerse de sus antiguos rivales: ~i1 arcediano Teodoro le acusó de mago, de encantador, ~e
entregarse a los sortilegios, de estar en relaciones con el diablo, y le mandó encerrar en un
monasterio, donde muriÓ envenenado.
Historia de los Papas.—Tomo 1.—31
SERGIO 1
482 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Inglaterra

Durante la entronización del nuevo Papa, San Wilfrido llegaba a Inglaterra y presentaba a
Ecfrido, rey de Norlumbra, ‘el decreto de la Santa Sede en la cual se le restablecía en su.
obispado. El príncipe, que le había depuesto, no quiso devolverle sus dignidades, y reunió los
principales scñores del reino así clérigos como laicos para que se reformasen lay; decisiones de
la corte de Roma. Esta asamblea anulo las actas del concilio italiano y se declaró rebelde d
NVilfrido, el cual fué metido en un calabozo. Las crónicas cuentan que los soldados encargados
de guardar al santo obispo, oían todas las noches la voz de ángeles que cantaban con él salmos
sagrados y que veían brilla.nLes luces en su cárcel. Ecirido, asustado de este prodigio, mandó
devolver la libertad al santo y quiso restablecerle en su obispado; pero el metropolitano Teodoro
se opuso con energÍa a la voluntad del soberano, declarando que Wilfrido, antes de volver a su
silla, debía renunciar a los derechos concedidos por el Papa. El prelado contestó que el
agradecimiento le obligaba a rehusar las pruebas de clemencia del rey, y que pre— feria 1~
muerte a la apostasía de que se haría culpable abandonando los derechos sagrados. de’1
pontificio.

Bautizo de un rey

En esta época, Cedwalla, rey de Wessex, arrastrado por el fanatismo religioso, abdicó
solemnemente la dignidad suprema, y emprendió una peregrinación a Roma con objeto de recibir
el bautismo ante el sepulcro de los apóstoles. Cuando el príncipe hubo llegado a las puedas de la
ciudad santa, ‘el Pontífice Sergio fué a recibirle con un numeroso cortejo, y habiéndole guiado a
la basílica de San Pedro, vertió la regeneradora agua sobre la frente del monarca en presencia de
los senadores ,de los obispos y de un pueblo’ inmenso. Mgunos días después, Cedwalla,
atacado de una enfermedad desconocida, murió súbitamente; el Pontífice ~e apoderó de sus
inmensas riquezas, le dedicó unas honras fúnebres espléndidas, y grabó ‘epitafios griegos y
latinos sobre el mármol que cubría su tumba.
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
48&
España

En este mismo año el décimoquinto concilio .de Toledo se reunió en España con objeto de oír la
lectura de un largo discurso sobre las quejas dirigidas a los prelados españoles por el Papa Benito
II. San Julián, que presidía el concilio, tomó la palabra y se expresó en estos términos: «En la
profesión de fe que hemos enivado a Roma, ‘el Pontífice se ha escandalizado de las frases «la
voluntad .er~gendra la voluntad», y nos ha pedido la explicación de las mismas. Declaramos,
pues, que hemos querido indicar así la facultad que engendra la volición y el acto cumplido que
se llama voluntad, a la manera que ‘el Verbo es la sabiduría, o la realización del pensamiento de
Dios. En cuanto a la segunda proposición, «existen tres substancias en Jesucristo», queremos
demostrar, con ‘esas frases, que el Salvador es un conjunto de divinidad de alma y de cu’etpo, o
de tres principios que se hallan reunidos por sti ‘encarnación. Esto ~in embargo, convenimos en
que no se pueden reconocer sino dos, el principio divino y humano, y que el alma Y el cuerpo
5( hallan confundidos en una sola substancia, la de la humanidad.
»Nuestras decisiones se hallan, pues, conformes con las de los Santos Padres, y nos lisonjeamos
de que serán confirmadas por el nuevo clero de Roma, si ‘es que en esta Iglesia queda aún algún
conocimiento de los libros santos; pero de todos modos no queremos formular la retractación que
nos exige un Pontífice ignorante.»
Los actos de este sínodo fueron aprobados por Sergio, conforme lo atestigna Rodrigo,
metropolitáno de Toledo.

Inglaterra

En 692 ocurrió la muerte del célebre Teodoro, que aspiraba a emancíparse del obispado de
Roma; el Papa indicó para reemplazarle, al obispo de Cantorbery, .Britonald, abad del
monasterio de Rawlf, en la provincia de Kent. Este Éclesiástico fué el primer inglés que ocupó
esta silla; gobernó al clero de ‘la Gran Bretaña por espacio de trednta y siete años.
484 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Nuevo concilio

Como los dos últimos concilios ecuménicos se disolviesen sin publicar sus cánones, los
patriarcas griegos enviaron representaciones al emperador Justiniano para obtener la autorización
de formar un nuevo sínodo, la continuación del último. Más de doscientos obispos se reunieron
en el palacio imperial, en la sala del Domo, que en latín se ‘llamaba Trullus. Dió su nombre al
sfno’do conoéido en la Iglesia por el nombre de Concilio in Trullo. Los Padres propusieron
decretos que. pudieran servir de reglas a la disciplina de las Iglesias de Oriente y de Occidente.
Celibato

Un ilustre prelado tomó en seguida la palabra, con objeto de tratar la importante cuestión del
matrimonio entre los sacerdotes, y dijo: «Hermanos míos: voy a recordaros que debemos
ocuparnos de un asunto cuya importancia es muy grave, y que exige profundas meditaciones. Es
absolutamente necesario que nuestro concilio se exprese de un modo claro acerca de una
cuestión que divide las dos IgleSias de Oriente y dc Occidente, y que pr’es’entem’o~ las razones
por las cuales vuestra sabiduría ha promulgado un decreto contrario a las opiniones de la Santa
Sede.
»Los eclesiásticos romanos se apoyan en Ja letra de la disciplina, y los bizantinos se limitan ~
interpretar su espíritu a fin de evitar los ‘excesos; debemos establecer leyes equitativas que
aseguren la pureza de las costumbres en el cl~ero, mostrándonos, sin embargo, más rígidos que
la Iglesia d’e Roma, y más severos que la d’e Constantinopla.
»Ordenamos que los clérigos que han ~sido casados dos veces y que viven aún bajo ‘el yugo de
su segunda unión,~ sean. depuestos; que aquellos cuyos matrimonios estén disueltos, conserven
sus dignidades, pero continuarán privados del ejercicio de sus sacerdotales ,funciones.
»Lo’s cánones prohibirán consagrar como obispos, sacerdotes o diáconos, a los que han
contraído un segundo matrimonio, a los que mantienen concubinas, o a los que se han casado con
una viuda, una cortesana, una esclava o una cómica. En el canon de los apóstoles es permitido a
los lectores y a los chantres casarse después
485
que estén ordenados; esta autorización se extenderá en lo sucesivo a los subdiáconos, a los
diáconos y hasta a los sacerdotes.
»Antes dc consagrar a un clérigo, ~l clero’ latino le hace prometer que rompa todas sus lutimas
relaciones con su mujer; nosotros, por el contrario, nos conformamos con 18 sabiduría del
antiguo canon apostólico; sostenemos el matrimonio de los que tienen órdenes sagradas, y no les
pri~ vamos de sus compañeras. Si se les considera dignos de pertenecer a la Iglesia, no serán
excluidos de ella porque se encuentren atados con ‘un lazo legítimo, y no se les hará prometer
que guarden el celibato, lo cual seria condenar el. matrimonio que ha sido instituido y bendecido
por Dios mismo.
»Así los obispos que despreciando los cánones de- los apóstoles se atrevan a privar a un
eclesiástico de los derechos de una unión legítima, serán anatematizados y depuestos. La
separación deberá existir para Jos que sean prelados, y sus mujeres habitarán un monasterio quc
esté lejos de su morada. Prohibimos igualmente ¿i los obispos de Africa y de Siria conservar, con
gran escándalo del pueblo y en ‘el interior de su palacio, las concubinas que con ellos viven.»
En los otros cánones, el concilio prohibe a los clérigos que tengan botillerías ‘o tabernas; asistir a
los teatros o a las carreras de caballos; vestir en la ciudad o ‘eft ‘los viajes un traj’e que no
conviniese a su estado, y llevai’ cabellos largos como los laicos.

Conventos

Los Padres permitían a los fieles que llevaran, desde los diez años, sus hijos a los .conventos,
aunque San Basilio no hubiese autorizado su entrada hasta los diecisiete; y declaran que los
hombres entregados a los escándalos y orgías, lo~ ladrones y hasta los asesinos, podían ser
recibidos en los monasterios, los cuales eran .piadosos retiros fundados para los penitentes,
fuesen cuales fueren sus crímenes. Prohibían adornar con vestidos preciosos y con pedrería a las
doncellas que pronunciaban sus votos. Por fin, anatematizaban como sacrílegos a los que
~ambíaban el destino de los claustros consagrados por la .autoridad de un obispo.
486 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
487
Primacía

Se mantuvo la jurisdicción de los jefes sobre las iglesias de la campiña, y se confirmo la decisión
del concilio de Calcedonia, que daba a la silla de Constantinopla las
-mismas prerrogativas que la de R’om~a. El concilio declaró que los obispos depuestos por las
excursiones de los musulmanes conservarían no obstante su dignidad, su rango y la facultad de
ordenar los clérigos y de presidir la Iglesia. Este fué el origen de los obispos in partibz¿s.

Liturgia

Prohibióse celebrar las liturgias y bautizar en los oratonos particulares sin autorización de los
obispos, y el concilio dió las disposiciones siguientes: «Los sacerdotes no admitirán ningún
salario por administrar la santa co~nunión, y los fieles no recibirán la Eucaristía en un vaso de
oro o de alguna otra materia preciosa., sino que será depositada en sus manos cruzadas la una
sobre la otra, porque el mundo no contiene substancia alguna tan preciosa como el cuerpo del
hombre, que es el templo verdradero de Jesucristo. No se dará el pan y el vino de la santa mesa a
los muertos, porque el Salvador, instituyendo el s~icramento del altar, dijo a sus apóstoles:
«Tomad y comed:
esta es mi carne y mi sangre>; y un cadáver no puede cumplir el mandato que se encierra en
estas divinas fraoes. Durante los cuarenta días que preceden a la fiesta de la Pascua, se celebrará
la misa de los presautificados, y el oficiante estará en ayunas hasta el día del jueves santo.
»No se darán racimos de uva coni la Eucaristía; se les
bendecirá separadamente como primicias, y en el altar no
se ofrecerá ni miel ni leche.
»Se prohibe mezclar agua al vino de la comunión; presentar en el templo viandas cocidas; comer
huevos y queso en los domingos y sábados de cuaresma, y alimentar-~e con sangre de animales,
bajo pena de deposición para los clérigos, y de anatema pora los laicos. La semama de Pascua
debe dedicarse a la plegaria, y no se asistirá a los espectáculos públicos.
»Condenamos las comidas llamádas ágapes, porque en
estos banquetes, donde las brillantes copas se varian en
honor de Cristo, de la Virgen y de los santos, bajo las mismas bóvedas de la iglesia, la licencia ha
reemplazado la caridad de que los primeros cristianos usaban. Prohibimos vender, como se hace
ahora en las basílicas, alimentos, licores y otras mercancías, y lanzamos nuestro anatema contra
el hombre y la mujer que se ~treguen a cii-minales caricias dentro del santuario. Se prohibe hacer
entrar a los brutos eh la casa de Dios; e~xcepto en. tui vias je o en caso de necesidad absoluta, a
fin de ponerles a cubierto de alguna tempestad o borrasca.
Iconoclastia

»Prohibimos que destrocéis los libros de Li Santa Escritura o de los Padres, y venderlos a los
mercaderes de perfumes, a menos que sean incorrectos o les inutilicen los gusanos. No se hará
ninguna señal de la cruz en las baldosas o en la tierra hollada por los pies del hombre, y se
ordena expresamente que se represente a Cristo bajo la forma humana, porque es preferible a Ja
del cordero que le dan aún los estatuarios y pintores.
»Se cantará en el templo sin levantar mucho la voz. Los cánticos no encerrarán ninguna
expresión rnconveniente, y PO se leerán las escandalosas leyendas de los confesores y los
mártires, fábulas inventadas por los enemigos de la verdad, que han querido deshonrar la
memoria de los santos que venera la Iglesia.»

Teatros y circos

El concilio prohibió en seguida los juegos de azar, el baile en los teatros, los combates entre los
animales, las bufonadas y las habilidades, que, según él, estaban poseídas dei diablo. Condenó a
seis años de penitencia a los adivinos, a los domadores de osos, a los que decían la buenaventura,
y a los vagos que bajo la capa de e¿rmita~flos líevaban cabellos largos y negras vestimentas. Los
Padres no ‘toleran los disfraces cómicos, satíricos o ‘trágicos; prohiben la danza pÚblica de las
cortesanas, las invocaciones que el pueblo dirige a Baco en la época de la vendimia, y las ba.-
canales que los vendimiadores ejecutaban durante sus trabajos. Abolieron la costumbre de hacer
regalos en las fiestas
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
486 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Pr¡mac[a

Se mantuvo la jurisdicción de los jefes sobre las iglesias de la campiña, y se confirmo la decisión
del concilio de Calcedonia, que daba a la silla de Constantinopla las mismas prerrogativas que la
de Rom~a. El concilio declaró que los obispos depuestos por las excursiones de los musulmanes
conservarían no obstante su dignidad, su rango y la facultad de ordenar los clérigos y de presidir
la Iglesia. Este fué el origen de los obispos in partibus.

liturgia

Prohibióse celebrar las liturgias y bautizar en los oratonos particulares sin autorización de los
obispos, y el concilio dió las disposiciones siguientes: «Los sacerdotes no admitirán ningún
salario por administrar la santa coinunión, y los fieles no recibirán la Eucaristía en un vaso de oro
o de alguna otra materia preciosa, sino que será depositada en sus manos cruzadas la una sobre la
otra, porque el mundo no contiene substancia alguna tan preciosa como el cuerpo del hombre,
que es el templo verdadero de Jesucristo. No se dará el pan y el vino de la santa me~a a los
muertos, porque el Salvador, instituyend>o el sacramento del altar, dijo a sus apóstoles: «Tomad
y comed:
esta es mi carne y mi sangres; y un cadáver no puede cumplir el mandato que se encierra en estas
divinas fraves. Durante los cuarenta días que preceden a la fiesta, de la Pascua, se celebrará la
‘misa de los presantificados, y el oficiante estará en ayunas hast& el día del jueves santo.
»No se darán racimos de uva con la Eucaristía; se les bendecirá separadamente como primicias, y
en el altar no se ofrecerá ni miel ni leche.
»Se prohibe mezclar agua al vino de la comunión; presentar en el templo viandas cocidas; comer
huevos y queso en los domingos y sábados de cuaresma, y alimentar~e con sangre de animales,
bajo pena de deposición para los clérigos, y de anatema pora los laicos. La semana de Pascua
debe dedicarse a la plegaria, y no se asistirá a los espectáculos públicos.
»Condenamos las comidas llamádas ágapes, porque en estos banquetes, donde las brillantes
copas se vacían en
487
honor de Cristo, de la Virgen y de los santos, bajo las ~nismas bóvedas de la iglesia, la licencia.
ha reemplazado la caridad de que los primeros cristianos usaban. Prohibimos vender, como se
hace ahora en las basílicas, alimentos, licores y otras mercancías, y lanzamos nuestro anatema
contra el hombre y la mujer que se entreguen a cii-minales caricias dentro del santuario. Se
prohibe hacer entrar a los brutos en: la casa de Dios, excepto exi u.n via~je o en caso de
necesidad absoluta, a fin de ponerles a cubierto de alguna tempestad o borrasca.

Iconoclastia

»Prohibimos que destrocéis los libros de h Santa Escritura o de los Padres, y venderlos a los
mercaderes de perfumes, a menos que sean incorrectos o les inutilicen los gusanos. No se hará
ninguna señal de la cruz en las baldosas o en la tierra hollada por los pies del hombre, y se
ordena expresamente que se represente a Cristo bajo la forma humana, porque es preferible a Ja
del cordero que le dan aún los estatuarios y pintores.
»Se cantará en el templo sin levantar mucho la voz. Los cánticos no encerrarán ninguna
expresión ,inconveniente, y po se leerán las escandalosas leyendas de los confesores y los
mártires, fábulas inventadas por los enemigos de la verdad, que han querido deshonrar la
memoria de los santos que venera la Iglesia.>

Teatros y circos

El concilio prohibió en seguida los juegos de azar, el baile en los teatros, los combates entre los
animales, las bufonadas y las habilidades, que, según él, estaban poseídas dei diablo. Condenó a
seis años de penitencia a los adivinos, a los domadores de osos, a los que decían la buenaventura,
y a los vagos que bajo la capa de e4rmita~fIos ‘líevahan cabellos largos y negras vestimentas.
Los Padres no toleran los disfraces cómicos, satíricos o trágicos; prohiben la danza pÚblica de
las cortesanas, las invocaciones que el pueblo dinge a Baco en la época de la vendimia, y las ba,-
canales que los vendimiadoí’es ejecutaban durante sus trabajos. Abolieron la costumbre de hacer
regalos en las tiestas
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 4-89
488
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
de Navidad para celebrar el parto de la Virgen, afirmando que los Padres y los concilios
ecuménicos habían declarado que Maria había sido madre sin que pariese a su Hijo.

Matrimonio

Prohibióse a los sacerdotes dar su beaidicíón a uniones incestuosas, entre un padre y sus hijas,
entre un hermano y sus hermanas, entre los que tienen a los párvulos en las pilas bautismales,
entre los cuñados y las cufiadas y entre los católicos y los herejes. En fin, el concilio prohibió,
bajo pena de excomunión, hacer pinturas inmorales, rizarse los cabellos y tomar baños con’
cortesanas.
Justiniano firmó, con su propia mano, todos los cánones de este concilio; mas el punto en que
debía firmar el Papa quedó en blanco; todos los obispos, y hasta los legados de la corte de Roma,
subscribieron las actas. Los decretos fueron, luego, dirigidos al Papa, que rehusó aprobarlos,
declarando que eran atentatorios a la autoridad y dignidad de la Santa Sede.

El Papa rebelde

El emp~erador, furioso por la resistencia del Pontífice, que hacia inútiles muchos meses de
grandes trabajos, envié> a Zacarías, su protospatario, par.a que prendese a Sergio. Mas el Papa,
conociendo este proyecto, mandó distribuir dinero a las milicias de Rávena, del ducado dc la
Pentá~o— lis y ~le las provincias vecinas, y con su apoyo trató do oponerse a la voluntad de
Justiniano. Los soldados, siempre dóciles y sumisos a cuantos les pagan, siguieron fielmente las
instrucciones del Pontífice; el mismo día en que llegó el protospatario, penetraron en la ciudad
santa, líe¡naron el aire con sus gritos y hasta llegaron a amenazar al enviado del príncipe bajo las
ventanas de su palacio, Zacarías, asustado por esta manifestación, huyó de su casa,. corrió hacia
el Vaticano, y se ¿refugió en la cámara del Santo Padre, rogándole, con lágrimas en los ojos, que
le garantizase del furor de las Iropas.
En Bquel mismo instante, el ejército de Rávena, que habla recibido las órdenes del cloro, entró
por la puerta de San Pedro y adelantándose hasta el palacio de Letrán, exl
gió a grandes gritos que se le permitiera ver a Sergio. Pero como las puertas se hubiesen cerrado
al acercarse los soldados, éstos amenazaron con hundirías. Entonces el protospatario, viendo1 que
no quedaba ninguna salida para evitar el peligro, se metió bajo el lecho del Pontífice y se ocultó
‘en su rincón más oculto. El Papa tranquilizó al desgraciado Zacarías y en seguida ordenó que
hi~iesen entrar el ejército en el patio del palacio, y presentándose en el dintel de la basílica de
Teodoro, se dirigió hacia la cátedra de los apóstoles a fin di~ que pudiese verle toldo el mundo.
Recibió con agrado a los ciudadanos y a los soldados, calmó los t.spiritus y despidió las tropas
asegurándoles que su libertad no se encontraba amenazada. Esto no obstante, e] tumulto no cesó
enteramente sino después que se hubo expulsado al enviado del monarca.

Holanda

Algunos altos después de estos acontecimientos, Pepino de Heristal, gobernador dc Palacio en la


corte de Dagoberto III, emprendió la conversión al cristianismo de los pueblos dc la Frisia; bajo
tal concepto, envió a la ciudad santa a San Wilbrod, apóstol muy celoso, para que s 2e le ordenase
obispc de estas naciones bárbaras. Habiendo recibido Sergio los regalos y cartas de Pepino,
consagró a Wilbrod metropolitano de Utrecht, bajo el nombre de Clemente, y le vendió gran
número de imágenes y reliquias para la adoración de los nuevos fieles en los templos paganos,
que ya se habían transformado en iglesias.

España

En esta misma época’, Vitiza, rey de España, rehusó al Pontífice el tributo que los soberanos de
esta provincia’ pagaban a la Santa Sede; prohibió, bajo pena ‘de muerte, a sus súbditos
reconocer la autoridád de los Papas; y Sergio. cuya habilidad acababa de traer a la obediencia al
arzobispo d~ Aquilea, se estrelló contra la tirmeza del monarca español, cuyas Iglesias no
dependieron ‘3m de la metrópoli latina.

4~0 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


Milagro

No concluiremos la biografía de Sergio sin relatar, como 1111 nuevo ejemplo de la impudencia y
mala fe de los frailes, el sorprendente milagro de que San A~lelmo pretende haber Sido testigo,
mientras permaneció en ila ~corte del pontífice, y que cuenta de esta manera en sus actas: «El
Pap3 acababa de ser acusado de incontinencia y hasta de adulterio por sacerdotes herejes, que
ofrecían pruebas de esfr crimen, obligándose a presentar a la joven religiosa de la cual había
abusado; pero Dios quiso confundir la. calumuia de estos hombres malos, y como le llevasen: un
niño de ocho días, ‘que, según decían, era su hijo, el Papa lo cogió en sus manos y vertió en su
frente el agua reganeradora. Concluida la ceremonia del bautismo, me ordenó, en presencia de
todos los circunstantes, que preguntase al niño quién era su padre. Yo interrogué al recién nacido
con un corazón lleno de celo, y de buena voluntad hacia Dios, y me respondió: «¡El Pontífice
Sergio no es mi padre... 1»
El Papa murió en septiembre de 701. Muchos autores afirmen que ha sido el primer Pontífice que
ha hecho cantar en la misa estas palabras: <Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo,
tened piedad de nosotros».
Esta frivolidad aparente asimila y absorbe en el catolicismo el antiguo culto del Dios Agni,
simbolizado como Jesús en el Cordero.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO VII

Jesús y Mahoma

Mientras cíue ‘el paganismo se. derrulliba en Occidente, para ceder su puesto a la religión
cristiana, el Oriente ~e cómo se levanta una creencia nueva. El Korán y el EvangeL> se dividen
el mundo, y Mahoma, que salió, como Cristo, de esta antigua nación de pastores nómadas des-
cendientes dc Abraham, promoverá en Oriente la más sorprendente de las revoluciones
religiosas.
Moisés, Jesús y Mahoma, estos tres hijos de l~ raza semítica y descendientes de Abraham~ han
revelado sublimes religiones que han encadenado los pueblos a las creencias de la Biblia, del
Evangelio y del Korán, libros sagrados que no son mas que la aplicación y el desenvolvimi’ejmto
de las Ináximas trazadas por el dedo de IchOvá~ en el flThnte Sinaí, y sobre las tablas de piedra.
Moisés. ‘el legislador ‘de los hebreos, ha dominado trein~ta y cuatro siglos de revoluciones, y
sus dogmas ~e han esparcido en todo el universo con loS restos de la nación judaica; Mahoma es
el profeta de los pueblos que Yiven bajo un cielo ardiente; Cristo es ‘el Dios de las naciones que
viven en las zonas glaciales.
Antes de que formulemos nuestro juicio sobrd las cansas morales qu’e ocasionaron la decadencia
del ~ulto cristiano en el Oriente, y a fin de. seguir la invasora y pérfida
492 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
política de los Pontífices de Roma, es indispensable conocer la historia del Profeta.
Mahoma nació en la Meca en el año 570; era de la familia de los Koreisch, descendientes de
Ismael, que poseían, desde muchos años, la soberanía de su ciudad y la intendencia de la Kasbah,
templo fundado por el mismo Abraham, si hemos de creer las tradiciones. La infancia del Profeta
se halla rodeada con prodigios que los cronistas árabes se complacen en relatar. Huérfano desde
su cuna, fué educado por su tío Abou Thaleb, que lo enseñó a ser comerciante; a los doce años
conversaba ya con los frailes cristianos, y les s0rprendia con la profundidad y sabiduría de sus
discursos; algunos años después tomó parte en una guerra que su tribu sostenía contra los
havecenistas y sobrepujó a los más viejos guerreros por su valor y sangre fría.
Llegado que hubo a la edad viril, se casó con una ~ viuda llamada Khadidjah, y se ocupó de
extender sus relaciones comerciales en Abisinia, en Egipto, y hasta en Palestina. Dirigió por si
mismo sus caravanas desde los montes del Y’emén hasta Siria,; y en sus numerosos viajes
adquirió un exacto conocimiento de las costumbres y genio de los pueblos de la Arabia. Con
frecuencia, atravesando el desierto, apagó su ardiente sed con el agua sálada de la~ fuentes que
surgen al pie de las palmeras, y los dátiles secos fueron su único alimento por espacio de muchos
días.
Esta vida, llena de laboriosidad, aumentó la fortuna que le había traído su esposa; entonces
Mahoma abandonó los trabajos que acrecentaron sus riquezas, para entregarse por completo al
estudio de la poesía árabe y comentar los escritos de sus vates.
En esta época, los primeros ciudadanos de la Meca re~ construían la Kasbah, incendiada por la
imprudencia de una mujer. Concluido el edificio, promovióse una cuestión entre los jefes, de los
cuales unos pretendían que en el ángulo exterior del templo se debía colocar la prenda de la
alianza que Dios había contraído con los hombres, mientras que otros querían colocar la piedra
negra que el patriarca Abraham ‘había depositado en otro tiempo en la Kjasba.h. Las cimitarras
se hallaban ya. desenvainadas y la sangre iba a correr sobre las sagradas losas, c.ua.pdo por yna
inspiración divina convinieron tomar por juez de su diferencia al primer hombre que el azar
condujese a la mezquita. Mahoma apa1reció y fué elegido árbitro.
493
El profeta ordenó a los cuatro cheiques de la tribu que colocasen la piedra sobre un rico tapiz, y
la elevasen a la altura dc su cabeza, sosteniendo un extremo de aquel precioso tejido; en seguida
colocó la piedra en el ángulo destinado a recibirle. Esta muestra de audacia colocó ‘a Mahoma al
a cabeza de las tribus. Los koreischitas, furiosos al ver que de esta manera se les quitaba el
poder que ejercían sobre el pueblo, jurarojn la pérdida del Profeta y le señalaron como un
ambicioso que quería alcanzar la dominación soberana.
Para escapar a su venganza y destruir sus calumnias, Mahoma resolvió vivir en el aislamiento;
asimisjno rehusó ver a sus parientes y se retiró a un lugar muy escarpado. dond’e pasó muchos
días contemplando el cielo inspirador del Oriente. Cierta noche, en tanto qu’e meditaba a la en-
trada de la caverna del monte Ha~ra, se vió dei pronto ro~deado por una claridad deslumbrante y
‘el ángel Ga.bricl se le apareció con un libro de oro en la mano, dici.én4ole: «Levántate,
Profeta, y lee en este Korán las eternas verdades que Dios te ordena revelar a los hombres».
Mahoma obedeció. El presente, el pasado y el porvenir de la humanidad ~e ofrecian a sus ojos.
Ac’eptó la misión que se le había anunciado, y el ángel le dejó llamándole «apóstol de Dios».
Cuando la visión hubo desapar.eci’dto, el Profeta sintió en su espíritu una fuerza y una lu~z
nuevas~ Volvió a ~i morada y contó los prodigios que había visto; así es que en seguida su
querida esposa, su primo Ah y su esclava Zaid, a la cual devolvió la libertad, se convirtieron a su
doctrina; Abac-Bekr, Abd-al-Rahmán, Saad, Zobair y algunos otros de sus amigos, participaron,
igualmente, de sus creencias. Mas la fe no había penetrado aún en su corazón, y por espacio de
muchos años no se atrevió a propagar sos dogmas fuera de su familia y amigos.
Por fin, una segunda visión iluminó su espíritu y el Dios
nusmo enviado dé le mandó que propagase el islamismo en todas las naciones.

Iconoclastia. — El clero

Desde aquel instante Mahoma predicó públicamente en la Meca. Pero como protestaba contra el
culto de los ídolos, los sacerdotes y los koreischitas celebraron su~ concihiábulos y resolvieron
matar al i~mnovudor audaz.
494 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 4%

Abou Thaleb, guiado por la inspiración de Dios, llegó hasta una de SUS asambleas y advirti~ a
su sobrino el peligro que corría, instándole para que cesara en sus predica-. ciones. El Profeta,
rechazando estos consejos, dijo que no abdicaría su misión, aunque para detenerle en ella se
celo-cara el sol a su derecha y la Lima a su izquierda. Su firmeza robusteció la fe de su. tío, que
juró participar de sus riesgos.
No obstante las persecuciones de sus’ enemigos, Mahoma siguió catequizando al pueblo en las
plazas de la ciudad y su elocuencia convirtió al islamismo a’ gran número de hombres, de niños,
de mujeres y de ancianos.
Otro de sus tíos, llamado Hamzah, convertido en musul— mán,- hirió con su sable a un
magistrado. que se atrevió a poner las manos sobre Mahoma; Omar, su! más encarnizado
enemigo, fué iluminado de pronto con la lectura del Korán y abjuró la idolatría en el mismo
instante en que buscaba al enviado de Dios yara matarle. Los koreischitas~ asustados por ‘estas
conversion’es~ que aumentaban cada día el número de los prosélitos, resolvieron exterminarles
antes de que fuesen bastante poderosos para rechazar la vio]encia con la fuerza. Arrojáronles de
la Meca y les obligaron a retirarse a Abisinia. El mismo Profeta, para ‘escapar a la muerte, sc vió
obligado a refugiarse en una montaña, con los harchemitas y los mothallabitas.
Dueños de la ciudad, los koreischitas reunieron sus habitantes y les hicieron jurar que no
contraerían ninguna alianza ni tendrían relaciones con los secta~ios de Mahoma, y depositaron el
acta de este anatema en el templo de la Kasbah. El Profeta les mandó decir que Di~s, irritado por
su blasfemia, había permitido que este infame decreto fuese roldo por un gusano en todas las
partes donde el nombre sagrado no estaba escrito. Si’n embargo los que rehusaban creer en la
presencia de su enemigo, se dirigieron a la mezquita, y viendo que el hecho se había realizado
conforme a sus vaticinios, se retractaron del solemne jurament(> pronunciado contra los
musulmanes. y no obstante la oposición del, jefe koreischita Abon Laheb, abrieron, las puertas
de la ciudad a los desterrados. Este año fué fatal a Mahoma, el cual, en su Korán, le llamó época
de luto, porque la muerte le robó a Khadidjah, su mujer, ya su tío Abou Thaleb; la pérdida de
estos seres queridos le deljó casi sin apoyo y expuesto a los ultrajes de los hombres que en otro
tiempo se llamaban sus amigos. Pero su esfuerzo no retro-
cedió ante las persecuci~ones; continuó sus pred,icacion~s vehementes y mandó, en nombre de
aquel que le enviaba, romper los ídolos. Abou Laheb, para vengar sus díose 1s, hizo insultar al
Profeta por sus partidarios, y hasta trató d’e sublevar contra él el celo religioso de las tribus
árabes que se dirigían al templo de la Meca.
Entonces Mahoma’ envió uno de sus discípulos a los habitantes de Yatreb, que se hablan
convertido a su fe, para deman~arles socorro contra los koreis~hitas. El enviado dió su
juramento de fidelidad ‘en nombre del Profeta ~ por primera vez Mahoma ordenó a sus
sectari’os~ gue empleasen sus aceros con objeto ‘de que secundaran su elocuencia. Los
prosélitos partieron en seguida y de una manera furtiva con los musulmanes que salían de la
Meca, y fueron a engrosar el ejército de sus nuevos aliados.
Los koreischitas, instruidos de la alianza secreta que Mahoma había formado con la gente de
Yatreb, resolvieron hacerle asesinar con objeto de evitar su fuga dio la. Meca e impedir que
restableciese su residencia en un pueblo enemigo. Reuniéronse en conciliábulo, y resolvieron,
que algunos hombres elegi’dos por la suerte y pertenecientes. a cada ‘división de la trí bu’, se
dirigiesen d’e noche hacia la casa’ de Mahoma y le hiriesen tod 1os con un puñal., a fin d~e que el
pueblo no pudiese echar la culpa sobre ninguno djet’erminado. Pero como Dios revelase al
Profeta la conspiTación que contra su vida se tramaba, Mahoma trocó sus vestidos con los d’e su
primo Mí. y a favor de este disfraz y de la obscuridad de la noche, escapó a sus asesinos que
rodeaban ya su casa. Salió precipitadamente de la ciudad; anduvo toda la noche, y al rayar del
alba se ocultó ‘en una caverna d~el monte Tour.

Hégira

Esta huida o Hégira, ségún los musulmanes, forma el suceso más notable de la vida de Mahoma;
éstos empiezan a contar los años a partir de esta época rnemorable~ que coresponde al 16 de
julio del año 622 de la era de Jesucristo.
El Profeta, luego que se hubo escapado del riesgo que le amenazaba, se dirigió a Yatreb, donde
sus sectarios, le hablan preparado una triunfal entrada, y el pueblo, que le agt¡ardaba desde
mucho tiempo, le suplicó que diese a si~ nueva patria el nombre de Medina-al-Naby o Ciudad
del

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


496

Profeta. Tal fué el origen del poder de Mahoma y cl rincipio de una religión que debía
propagarse en casi todas las partes del mundo y someter a su ley a más de doscientos millones de
hombres.
Una vez en Medina, los primeros cuidados de Mahoma se dirigieron a establecer la unión y la
concordiá entre los creyentes de esta ciudad y los que se habían refugiado en la misma; cogió
algunos adeptos y formé con ellos parejas que unió espiritualmente con un lazo sagrado e
indisolu~ ble. El mismo dió el ejempl,o de este parentesco místico eligiendo por compañero y
hermano a Ah, que había dejado en su ciudad natal expuesto al puñal de sus enemigos, y que se
le había unido en Yatreb. Construyó cii seguida una mezquita para el ‘ejercicio del culto del
islamismo y ordenó a los musulmanes que en sus peregrinaciones se dirigiesen hacia la Meca y
se prosternasen hacia el. lado de Jerusalén, conforme ~Il antiguo uso de los pueblos árabes.
Encargó a los muezines que llamasen desde los minaretes en alta voz a los creyentes para que se
entregasen a la plegaria, considerando como indigno de las ceremonias religiosas el que al son de
un instrumento cualquiera anunciara el servicio divino. También instituyó el ayuno en cl mes del
Ramadán.
Mahoma, viéndose señor de una provincia, armó sus sectarios y pensó en conquis,tar. nueVos
pueblos; entonces komenzó una larga serie de combates y vi~tor~i.as que prepararon la
dominación de sus califas sobre Asia, sobre Africa y sobre una gran parte de Europa. Los
korteáschitas fueron los priim’eros que probaron cl esfuerzo de sus armas; les quitó muchas
caravanas y les. derrotó en ~edr, sobre las orillas del Mar Rojo. Luego &om’etió a las tribus de
Asad, de Nodair, de Ghaftán; tomó por asalto la ciudad de Daumat-al-Djandal, capital de los
árabes establecidos en la frontera de Siria, y la abandonó al saqueo de sus tropas.
La Arabia temblaba ante sus armas. Los koreischitas, derrotad 4os en muchos encuentros, no ~e
atrevían a luchar con él y se habían encerrado en la Meca; pero estos iniplacables enemigos, no
pudiendo vencerles, resolvieron iemplear la traición para ‘vencer a los discípulos del Profeta.
Diseminaron sus partidarios en las ciudades, asesinaron a los creyentes durante la noche y
muchas veces trataron de asesinar a Mahoma mismo; pero como sus tentativas no produjesen
efecto y viendo fallidas sus criminales esperan-
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 4’97

zas, sublevaron a los kenanitas, a los gaftanitas, a los ju.dios koralditas, y reuniendo un ejército
de más de diez mil hombres, pusieron cerco a Medina.
Informado de sus preparativos de guerra, Mahoma había puesto su ciudad en estado de defensa y
la hizo rodear con trincheras; se puso a la cabeza de las tropas y acampé en una colina con tres
mii creyentes al objeto de defender las cercanías de Medina. Los ejércitos permanecieron uno en
presencia del otro por espacio de veinte días y sélo trabaron algunas escaramuzas con flechas y
con piedras; por fin, como los principales jefes de los koreischitas se atreviesen a desafiar en
singular combate a los musulmanes, tres de ellos cayeron sucesivamente bajo la temible
cimitarra de Ah, yerno de Mahoma. Estos tres desgraciados combates inspiraron gran temor a los
infieles; luego, como por orden de Dios y para aumentar la confusión, se levantó un huracán que
se estrelló con violencia sobre el enemigo; sus estandartes fueron arrancados de las manos, las
tiendas quedaron destrozadas y se derrumbaron las trincheras. Los musulmanes, por el contrario,
fueron r’e.spetados por el destructor elemento.
Todos estos prodigios exaltaban el fanatismo de los sectarios del Profeta y humillaban el valor de
sus adversarios; así, bajo el pretexto de una cuestión de preeminencia que dividía a los
confederados, las tribus se desbandaron y volvieron a sus hogares. Mahoma dijo en seguida que
el ángel Gabriel le había ordenad.o que fuesen a destruir los kor~aiditas, los cuales, despreciando
la alianza que. le habían jurado, se habían unido a sus enemigos. En efecto, dirigi~’e contra ellos
sin dar descanso a su ejército. Les persiguió con vigor, les bloqueó eñ sus principales fortalezas y
obligó a sus tropas a que se rindiesen a discreción despu4s de veintiún días de sitio; y a fin de
inspirar un saludable terror a los pueblos ya vencidps, hizo degollar setecientos hombres de la
tribu, redujo a esclavitud a los niños y mujeres, se repartió sus bienes con los musulmanes, y
volvió a Medina sin que hubiese perdído ni uno de sus hombres durante la campaña.

Los judíos

El Profeta declaró en seguida la guerra a la más antigua de las tribus árabes, la de los
mostalekitas; después de
Histori~z de los Papas.—Tomo 1.—32
498 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
4~9
haberles SOmeti(lO, SC a(leIaIlLo (~.OIllI’a la ¡iil>i¡ jU(IÍ~I ile lxai— bar, ganó por as~lLo sus
pl azal,s. fuciles, se a ¡aalcró di sí¡s~ flqtWZaiS Q hizo iii<>rir :1 Keiiana, quc se :i<lji¡<Iiealzi
el titul<> <le i’ey (le. los jíídios. l;¡t tal ex¡wditioii 11(1’ ¡>vt<Ii<> III:iS <¡tic veinlc de sus
soldados.

El Islam

A consecuencia de estas Victorias, la íuayor parte de los pueblos que se somehan al poder de sus
armas victoriosas, abrazaban cl islamismo; y su religión se exíendia con rapidez maravillosa, con
sus conquistas o> coii las de sus capitanes. Esto sin embargo, los habit.amítcs de la Meca ¡10)
SC habían convertido aún al islamismo, y íor más que hubiesen convenido con el Profeta en
observar una tregua do diez años, se mostraban siempre sus más violentos enemigos.
Sabiendo Mahoma que habían proporcionado’ socorros a los bekritas para atacar a los khozaitas,
sus aliados, resolvió castigarles, y fué a acampar en orden de batalla cerca de su ciudad. Abou
Sofyan, que había salido a la descubierta para ver la posición que ocupaban los musulmanes,
cayó en su poder y fué conducido añte el Profeta, el cual le perdonó la existencia, y le ordenó
que en aquel mismo instante abrazara el islamismo. Hizo (lesfilar ante cl nuevo convertido al
ejér¿ito musulmán, y le envió a los c?iudada-. nos de la Meca para que les dijese que no les
quedaba otro recurso que el de someterse y el de coilvertirse a su fe. Al mismo tiempo pregonó
que todos los que se retiraran a las casas de los creyentes,, en la morada, de Abou Sofyan, en la
Kasbah, serían perdonados por sais hombres:
Tomadas estas disposiciones, Mahoma dió la señal del combate y su ejército se puso en
movimiento. Los koreis— chitas, que se habían adelantado fuera de los muros, se vieron
rechazados y perseguidos hasta la ciudad, muriendo cuantos oponían resistencia. Un ~horroro.s 1o
pánico acabó la derrota de los enen-íigps. Los habitantes..huyeron. a los montes, ganaron el mar
y se salvaron hasta en el Yemen. Esta victoria no costó la vida más que a dos musulmanes.
Luego que fuñ dueño de la Meca, Mahoma dió ord’en para que setrajesen a su presencia ajos
principales kor0eis-chitas y les preguntó cuál era el Tratamiento que de él aguardaban. Estos
respondieron: «No podemos,, aguardar sino
acciones generosas del que es. enviad~ de ~Dio~». <I~d~ pues
—les ~hijo, d~espidiéndoles—; es,táis libres». Restablecida la calma, el Profeta se dirigió a la
colina die Al-Sara donde fué entronizado como soberano espiritual y recibió el juramento de
fidelidad de todo el pueblo reunido.
Después de esta ceremonia marchó hacia la, Kasbah, que rodeó siete veces; tocó y besó la piedra
negra; rompió todos los ídolos en número de trescientos sesenta, sin perdonar las estatuas de
Abraham y de Ismael, no obstante su respeto hacia estos dos patriarcas; y para que la...purifi-
cación del santo lugar fuese completa. se volvió a todos los lados gritando: «¡Dios es grande!
¡Dios es grande! ¡Dios es grande!» Hizo las abluciones mus,ulmánicas dentro y fuera del templo,
y terminó esta ceremonia pronunciando una arenga dirigida a su inmenso auditorio.
La rendición de la Meca llevó consigo la conquista de gran número de ciudades que abrazaron
‘el islamismo, y bien pronto, desde las mesetas del Yemen hasta las fronteras de la Siria, los
árabes de todas las tribus fueron convertidos por la fuerza de sus armas o por el poder de su
palabra. Concluyó de promulgar el Korán, instituyó la ceremonia de su culto, y consolidó su
dominio. Por fin, Mahoma, temido de los abisinios, de los egipcios, (le los persas y de los
griegos, quedó señor absoluto de la Arabia y del porvenir de las na¿ionés de Oriente.
Mas el Profeta, después de haber hecho triunfan su r’eo~ ligión y echado los cimientos del más
poderoso imperio del mundo, no gozó por mucho tiempo de su grandeza y dc su gloria; murió en
el undécimo año de la Hégira, a la edad de 63 años. Su cuerpo se conserva en Medina, su ,patria
adoptiva, donde los fieles hacen peregrinaciones con objeto de adorar su tumba.

Canonización de Mahoma

JE-lace’ más de doce siglos que Mahoma ha sido glori~ ficado por sus sectarios como el hijo
predilecto d’e Dios; y la teología coránica enseña que es el mediador del género humano, el
príncipe de los apóstoles, el sello de los profetas, el elegido, el glorioso, el sér en cuyo obsequio
se ha creado el Universo y la más noble y perfecta obra del Señor.
Su religión se encuentra fundada en los dogmas de la
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
500
HiSTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
unidad de Dios, de la inmortalidad del alma y de las penas y recompensI~as ~de una ‘Qida
futura. No ha rechazado ni condenado las creencias de Moisés y de Jesús; por el contrario, en el
Korán aprovechó las máximas de la Biblia y del Ev’angelio. Su doctrina, no obstante sus muchas
imperfecciones, es más moral que la de los judíos y su ley es más completa que la de los
cristianos. El Korán encierra a un mismo tiempo el dogma, la moral y el culto; trata de la
teología, de La guerra, de la propiedad, de ~las relaciones entre el hombre...y la mujer; por fin,
constituye un código religioso, civil y militar.
Entre sus preceptos generosos, debemos citar él que ordena a los creyentes la purificación o las
numerosas abluciones de agua y hasta de arena cuando se vive ea el desicí lo; ordena el ayuno
del Ramadán y prohibe a sus fieles que en la duración de éste se alimenten con nada hasta que el
sol se haya puesto; en las fiestas del Beyram, permite, por el contrario, a los mahometanos, que
olviden en los festines las abstinencias del Ramadán.
El ~»rofeta ha elevado a ley la caridad y obliga a sus discípulos dar todos los años a los pobres la
cuarta parte de sus bienes mobiliarios, les recomienda la peregrinación a la Meca, e impone a
todo musulmán libre y en buena salud, la obligación de realizarla cuando menos una vez en su
vida; por fin, somete a los creyentes a prácticas religiosas y les ordena que rueguen a Dios.
Prohibo el SIno y las bebidas alcohólicas; pero, como una compensación, el Trofeta les permite
casarse con cuatro mujeres y poseer en sus harenes un ilimitad,o número de concubinas. Entre
los orientales la poligamia se rernontaba hasta el origen de su civilización y no podía ser abolida
por Mahoma que conocía la naturaleza impetuosa do los pueblos de aquellas ardientes regiones;
el islamismo santificó las pasiones en vez d.c proscribirías, y la continencia fué condenada por
los creyentes como la lujuria lo había sido entre los cristianos. A2si la vida del justo, siguientlo
el Korán, se diferencia tanto de la vida del justo, según el Evangelio, como el paraíso de Jesús se
diferencia del paraíso de Mahoma.
«Los que sean recibidos en el reino de mi Padre, dice el hijo de María, gozarán de una beatitud
infinita contemplando su eterna faz en medio de serafines.»
«Los hombres que mueran bajo mi ley, escribe el Pro.feta, habitarán el jardín de las delicias;
descansarán en
1
1~
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
501
un lecho ornado con pedrería, bajo sombras que se extenderán a lo lejos, cerca de una agua
corriente y límpida entre los lotus sin estpinas y los bananeros cargados de fruto. En torno de
ellos circularán hermosos niños de una juventud perpetua, ostentando vasos, botellas y copas lle-
nas de exquisitos vinos, los cuales no turbarán su cabeza; a su lado huríes sin velos, parecidas al
jacinto y el coraI~ de grandes ojos negros, brillantes como la perla en su concha, los embriagarán
constantemente con sus ardientes caricias, y su virginidad será siempre eterna no obstante su
maestría en los voluptuosos placeres.»
Tal es, a grandes trasgos, el pueblo y religión que van a intervenir en la polítIca mundial.

En el Imperio de Oriente, las crueldades de los usurpadores de la corona comienzan la historia


del séptimo siglo. Después de la sangrienta ejecución del emperador Mauricio y de sus hijos, el
tirano Focas, -único dueño de Constantinopla, no cesó de perseguir a los parientes y amigos del
príncipe que habia destronado. Sus violeucias se extendieron a los ciudadanos opulentos, cuyo
solo crimen consistia en poseer las riquezas que tentaban su codícia, o en desempeñar los cargos
cuya importancia temía; y no, se pasaba un din sin que llevase al patíbulo a algún señor, inagís-
trado o eclesiástico. Entonces todos los ciudadb.nos virtuosos huyeron de la corte de este
monstruo, abandonaron precipitadamente a Bizancio, y dejaron el trono sin guía ni defensa.
El rey de los persas, Cosroes II, aprovechando la debilidad en que se hallaba el Imperio, declaró
la guerra a Focas, se apoderó d.c las ciudades (le Damasco, de Marda, de Amida, de Edessa, de
Mabug; conquistó la Mesopotamia, la Siria y la Palestina, y, en fin, como su ejército tomase por
asalto a Jerusalén, saqucó todas la» iglesias, degolló a ochenta mil cristianos, y se llevó la cruz
del Salvador a la capital de los magos.
Durante sus sangrientas expediciones, el emperador griego pasaba las noches en las más infames
orgías y pagaba sus cortesanas con el oro que sus exacciones arrancaban a sus víctimas. Su
abominable tiranía sublevó el odio universal, y el pueblo, este dispensador de coronas, gritó en
las mismas gradas del Palacio: «¡Muera el tiraoo Focas, que arruina el imperio con tributos!» La
voz del pueblo es siempre la voz de Dios cuando pide la muerte a
502
lE E HISTORL
1~S PAPAS Y LOS REYES
los tiranos. El rnis~t’k~co
~ipando de ia yerno del emperador, partijust~ N~fric~ ~nación de los ciudadanos, escribió al
gobernador d~se ~‘~a y se obligó a proporcionarle los medios para apode’ ~ I~el trono. En
seguida el general griego hizo embar~ 1’ ~ hjo
rosa flota que se tr¡gL~.i, i Heraclio con una nu’meNo bien las lle~~ hacia Constantinopla.
fué cogido por ~ y ~&~aron a la ciudad, cuando Focas dignidad imperial m~ despojado de las
insignias de la nos, le echaron en za t~smos guardias le ataron sus ilialT~l vencedor le
h~ZO>rta~\ arca y le entregaron a Heraclio. las partes genitales por \ los pies y las manos, le
arrancó tase la cabeza ~j ~dáx~ fin, ordenó a1 verdugo que le corrado -¿Ver, así mutilado, fué
llevado a
Constantinopla, arre por las calles y lanzado a una
hoguera.
Fué gran favor-ecer d~ % la Iglesia.
1
1
~tHeracIio
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
503
Jerusalén

Mientras se ocupaba en resolver las cuestiones religiosas, los sarracenos emprendían una nueva
excursión en las provincias del Imperio, y guiados por Kalel, se apoderaban de la Siria, de la
Mesopotanizia, de la Palestina y fijaban el sagrado estandarte del Proteta sobre la tumba de
Cristo.
Heraclio reunió algunas tropas, y tnarchó contra los árabes; mas éstos, que eran superiores en
número, derrotaron ¡a su ejército y le obligaron a dirígirse hasta las costas de Europa. El príncipe
no sobrevivió a su vergñenza~ pesaroso con la derrota, víctima de una hidropesía cruel, murió a
los sesenta y seis años, ternjjnando así un reinado de treinta aftos de gloria.
Constantino III
Heraclio fué en guíd~
ejército y por los <‘ladaJ~a proclamado emperador por su un libertador. En ~cto. ‘~inos de
Bizancio, que veían en él
el gobierno, y 51iri~ el prfncipe restableció el orden en ~1.de~gió contra los persas. Su ejército,
que llegó a ~ a sus ‘enemigos, destrozó a otros tres ejércitos
Uno de sus general: gan \ y alcanzó la victoria de Nínive. CtesifonU~ o V4 1& los muros
exteriores dc Dasta
gcrd y de a
persa, a que le dev1ICS~ %blígo Siroes, el nuevo monarca
rrot ~ la cruz de J’esuci~isto.
Después de estas teva ~tas, el poderoso 1’~eino de los persas 110 volvió Ifl~5 acliQ ~íntarse
bían secundado a Hon z1 o en , los musulmanes, que ha-Persia y la convirtL ~ sus guerras,
conquistaron la Concluida la g ue~ ~‘. ~ en provincia árabe.

sus Estados y se doa #~l victorioso emperador volvió a se hallaba turbada or devoWer la paz a la
Iglesia. c~ue róse a favor del ‘¡teli~U las discusiones teológicas; decía-
meV Smo y pu?bli’có su edicto. llaníado
Ectesis». para
voluntad y sobre la ~tur~ 4’ a doctrina sobre la unidad de la caleza del Verbo encarnado.
Su&dióle Constantino III, su hijo. Apenas ocupó el trono, cuando -el tesorero Felagro manifestó
al joven rey qu~ Heraclio había confiado enormes riquezas a1 patriarca Pirro, con orden de
entregarlas después de su muerte a la emperatriz Martina,’ su ma@e, al objeto de proporcionarle
una existencia honrosa e independiente. El sacerdote fué llamado a Palacio y confesó la
exactitud> de la revelación de Felagro, al mismo tiempo protestó dic que sostendría su
juramento y no entregarla el depósito más que a la madre del soberano. Esto no obstante, eedj~ a
las amena,za.s do un castigo severo, y devolvió al tesoro las riquezas que le habían sido
confiadas.
Irritada por la violencia que se había hecho al patriarca, Martina juró c~stigar a su hijo y a su
débil consejero; su venganza no se hizo esperar mucho: como el príncipe, ya debilitado por una
enfermedad, se hubiese retirado ~ tino de los palacios del Bósforo, Cori objeto de respirar un aire
más puro, compró el auxilio de las tropas siempre dispuestas a venderse, y envió esbirros que
envenenaron a Constantino. Martina hizo en seguida procl~imar emperador a su otro hijo
llamado Heracleonas, que no tenía aún dieciséis ¡años, y amparada en su izombre gobernó el Es-
tado y ejerció sobre el pueblo un despotismo abominable.
Por fin~ el Senado, fatigado por sus proscripciones, acu
L
504
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
só a la emperatriz de haber hecho asesinar a su hijo primogénito y de haberse entregado a
incestuosos amores con su otro hijo Heracleonas. Los dos fueron arresta4os y condenados a que
se les arrancase la lengua, se les cortase la nariz y a que terminaran sus días en Capadocia.

Constante 11

En seguida se colocó sobre el trono de Oriente al hijo de Constantino III, Constante 11, príncipe
que sólo tenia once años. Durante su minoría, los sarracenos conquistaron las provincias más
importantes del Asia; y cuando el emperador fué capaz de levantar sus armas contra ellos, el
poder de estos bárbaros se había aumentado tanto, que no pudo resistir su empuje. Venci,do por
mar y por tierra, Constante sc vió obligado a í’efug~arse en Constantinopla. Los árabes fueron
luego a sitiar la capital del Imperio, obligaron al príncipe a abandonarles todas las riquezas (leí
tesoro, y a pagarlés un considerable tributo. Constante~ asimismo, tuvo que sostener u~ia
g~uerra terriMe contra los eslavos; felizmente les derrotó en un gran ~ombatc. La tranquilidad
del Estado parecía afirmada, cuando el emperador, a ejemplo de Heraclio, promovió nuevas
cuesliones por su afán de lanzarse en discusiones teológicas; declaróse en favor del monotelismo,
y persigui,ó a Martín 1, que condenaba la herejía. El Pontífice resistió con valor las muchas
persecuciones ejercidas contra d, y no quiso abandonar la ortodoxia de la Iglesia.
Constante no se limitó a ejercer inútiles crueldades contra uno de los más dignos ministros
cristianos; a~ímismo aterrorizó la capital con tributos, crímenes y toda clase de ‘escándalos. Bajo
su reinado ningún ciudadano estaba seguro de su existencia, principalmente si era rico, y ninguna
mujer podía substraerse a sus violencias, si había fijado en ella su atención. No ‘obstanbe ‘el
odio que su! conducta promovía en contra suya, parecía que díseaba el favor del pueblo, y se
mostraba celoso por conquistar el aprecio de los bizantinos. Ni siquiera perdonó a su hermano
por haber merecido su amistad, y mandó que le asesinasen en secreto para castigar, según decía,
la audacia con que le robaba el cariño de sus súbditos. Constante, no viendo en las calles de su
ciudad más que rostros helados por el terror o irritados por la desesperación, temió que le
asesina
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
5O~
sen, y resolvió trasladar la silla del imperio a la ciudad de Siracusa; pero como sus arcas se
hallaban esquilmadas, dirigióse hacia Italia, con objeto de apoderarse de las riquezas de esta
comarca para sostener el lujo de su corte. Roma fué entregada al pillaje; la Cerdeña, la Córcega y
la Calabria fueron saqueadas, y sus oficiales -se encargaron de imponer grandes y forzados
tributos en Africa.
Luego de estas devastaciones, las provincias fueron reducidas a una miseria tan horrible, qu~e
los honibres se daban la muerte, y las mujeres degollaban a sus hijos, para escapar a los
horrorosos tormentos del hambre.
El odio univ;ersal estalló: Andrés Troilí, poniéndose a la cabeza de un motín, entró en el Palacio
injperial y asosinó al tirano, que fué sorprendido en el baño. Así murió este emperador, luego de
haber reinado veintiseis años.
Constantino 1V

Su hijo, Constantino IV, llamado Pogonato o el Barbudo, le sucedió en el trono, y restableció la


silla del Imperio en Constantinopla. Muchos oficiales de Sicilia, aprovechando su alejamiento,
proclamaron ‘emperador a un rico ciudadano de Siracusa, llamado Micio; pero el monarca
retroccdió, ahogó la revolución, y cogió al usurpador que fué decapitado con sus cómplices. La
severidad de Constantino no impidió nuevas sediciones, y sus hermanos Tiberio y Heraclio le
obligaron a que les asociase en ‘el go— bierno ,dcl Estado. Mas con cl tiempo el temor que lo
mspirabaíi estos dos príncipes, los cuales se contentaban con gozar del vano título de augustos,
sin tomar parte alguna en los negocios del Estado, le determinó a cometer dos fratricidios. Les
hizo acusar delante del Senado de estar conspirando en contra suya, y gracias a los falsos testi-
monios, logró que se les condenase a que les arrancaran los ojos y la lengua. Estos dos
desgraciados no sobrevivieron más que algunos días a este horrible suplicio, y Constantino, por
este crimen, fué el único encargado del poder supremo.
Mientras que se hallaba ocupado en robtmstecer su an-. toridad, los árabes habían conquistado la
Sicilia, reunido sus principales naves en los puertos de Esmirna y de Cizica, y se preparaban a
sitiar a Constantinopla. La escuadra sarracena desembarcó sus tropas ‘en las playas de
506
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LeOS REYES
Europa, y Bizancio, estrechamente a~sediada, se vió pr& xirna a “‘tener que abrir sus puertas a:
los vencedores musulmanes. Pero Dios no había aún res~m¡’elto la caída del Imperio: el
‘ingeniero Calimaco, hijo dcli pueblo e inspirado por el amor de la patria, halló la teriribl’e
composición del fuego griego, e incendié las naves enewnigas. Un prodigioso número de
musulmanes quedaron aho.gados entre las olas del Bósforo, y lo:s que quedaban Ue sin ejército,
perseguidos ~ór los generales del emperador, se vieron abligados a comprar la paz pagando
exl¿raordinariiOs tributos.
Esta victoria no aseguró la calma errl el Estado; los búlgaros, lanzados de sus provincias por los
kazans, franquearon el Danubio y asolaron las provincias del Imperio. Constantino no pudo
contener los atropelloS de estos pueblos sino abandonando la Moesia~ donde se ‘establecieron.
Librado, en fin, de todos sus enem igos« el príncipe cometió la falta grave que le habían dej ado
sus antecesores, y se entregó a las discusiones r’e1igios~.s. Declaróse en contra del monotelismo,
reunió un concilio general e hizo condenar la herejía; persiguió luego a los iconoclastas, con el
mayor rigor, y envió también a R oma al patriarca (le Antioquía a fin de que el Santo Padre
dispusiese de la ~libertad de Macario si se resistía a la abjuración de su error.
Constantino murió después de haber reinado diecisiete años, dejando el trono a su hijo Justiniano
II, que entonces coiltaba dieciséis. El primer uso que el nuevo emperador hizo del gobierno
supremo, coilsistió, & ejemplo de su padre, en hacer mutilar a sus hermanos, a fin de que. en tal
‘estado, se les declarase indignos del Poder; luego dió los cargos más importantes del Estado .~
hombres crueles y disolutos. Eligió para tesorero de la Corona a Esteban, ~eunuco. persa,
hombre abominable qu’e az~taba a los oficiales de Palacio y llevaba su audacia hasta el punto de
amenazar a la emperatriz con ‘el castigo qiue se le infligía durante su infancia en las ;escu’elas.
La intendencia de las rentas públicas fué confiada a Teodoro, antiguo fraile, cuyo sanguinario
esjjjpíritu inventaba suplicios bárbaros para arrancar a los. de~graciados ciudadanos el precio de
los tribu tos que n.o p. odian satisfacer. Digno ministro de un tirano odioso, ‘recorri:ia las
provincias con una banda de soldados, proscribía los principales habitantes, les hacia colgar en
los árboles d’.~ sus dominios, y les quemaba a fuego lento, a fin de que ‘descubriesen los tesoros
que habían ocultado.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Mientras que sus oficiales desolaban el país con bárbaras exacciones, el emperador, entregado a
los más infames escándalos, ‘ejercía su crueldad contra los principales señores de la corte; se
atrevió, asimismo, a encerrar en un calabozo al patricio Leoncio para castigarle su excesiva glo-
ria mandando los ejércitos y por haber conquistado el f avor del pueblo. Pero como éste no
abandona a los que son sus defensores, los ciudadanos tomaron las armas y cl tirano se vió
obligado a devolv’er~u libertad al capitán ilustre.
Llevado por su hipocresía, Justiniano fingió que le devolvía toda su confianza, y ‘le iiombró
gobernador de Grecia, obligándole, sin embargo, a que ‘saliese durante la no-~ che. Los amigos
y los partidarios del patricio, temiendo la perfidia de Justiniano, se dirigieron secretamente a casa
de Leoncio y le obligaron a que no emprendiese su arriesgado viaje; y para dar más fuerza a sus
razonamientos, llevaron ante él un mago que ‘le hizo el siguierde vaticinio: «Leoncio, tú morirás
esta noche por tu debilidad, o reinarás por tu valor». Vencido por las instancias de los amigos, y
cediendo a Xa superstición, el patr~ció armó sus Esclavos y se presentó con ‘ellos en ¿1 pretorio,
anunciando a los guardias la llegada del monarca. Al oir su voz las puertas su abrieron, sus
partidarios entraron en los departamentos interiores y agarrotaron el prefecto; en seguida
corrieron a las cárceles, libertaron a los presos y les dieron armas.
Colocado al frente de este improvisado ‘ejército, Leoncio recorrió las calles de Constantinopla y
despertó a sus habitantes, haciendo gritar a sus soldados: «Ciudadanos:
corred hacia la basílica de Santa Sofia. » El pueblo acudió en tropel a ‘esta última. Cuando ll~gó
el día el patriarca Calimaco subió al coro y después de haber dix-igido un discurso a los
circunstantes, gritó: «¡Hermanos míos: he aquí un día que iluminará la caída de un príncipe y el
triunfo de otro!» En seguida los amigos del patricio proclamaron a Leoncio emperador, y la
muchedumbre hizo resonar el templo con sus aclamaciones ruidosas; luego la turba se dirigió
hacia el Palacio: los guardias del príncipe fueron ‘degollados; Justiniano fué arrancado de brazos
de una cortes~ina y arrastrado a los pies del dichoso vencedor, que le perdonó la vida, y le
condenó únicamente al destierro, no sin que antes le hubiese mandado cortar la nariz, según la
costumbre de aquel tiémpo. El eunuco Esteban, su faVorito~ sufrió un suplicio semejante. Se le
habla encontrado

5O~ HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 509

encima una orden de su infame señor, el cual le ordenaba que pegase fuego a Constan tinopda, e
hiciese per~er en una sola noche a todos los habitantes dic esta in~maisa Ciudad por las llamas o
por el hierro. El nuevo sobernfl0 ~ una numerosa escuadra bajo las órdenes del patri&0 Juan, para
rechazar ~ los sarracenos que acababan de aíO~era~rse de Cartago. Los musulmanes, derrotados
en much05 encuentros, tuvieron que abandonar las ciudades que habi~u conquistado; pero estas
desgracias no fueron bastante a desanimar al calil a: armó muchos navíos y lanzó, ce fin1 a los
griegos de todas las costas del Africa.
Juan, huyendo ante el victorioso alfanje de los árab~5~~ se enibarcó precipitadamente en sus
naves, y ,e~Prendió rumbo hacia las costas de Grecia. Durante ~ travesía, una tempestad violenta
le obligó a fondear en la isLa de Candía, donde permaneció algunos meses. Faltos de vive-res e
irr4ados por una derrota que atribuían a la incalJacidací de su jefe, los soldados sc sublevaron
contra él, le destituyeron de su mando, y cediendo a las sugestiones de un ambicioso, resolvieron
emanciparse a su auíoridad~ y proclamaron emperador a uno de sus jefes, llamado Absímaro
Cuando esta noticia llegó a Constantinopla, LeJ11C~O tomó las necesarias medidas para resistir
los ataqueS de su competidor; la ciudad se puso en estado de defeala, y un ejército valiente
coronó sus muros. Mientras que se ocupaba en estos preparati~’os de guerra, una cruel epidemia
~soló su capital, y en algunos meses gran parte de sus habitantes y casi todo su ejército fueron
victimas~el contagio.
Absímaro, que habfa llegado con la escuadra ~a.iO los muros dc Constantinopla, atacaba una
fortaleza llamada Arcas, que al principio le había parecido muy f~Cil asaltaría; pero habiendó
encontrado una viva residen~ma, y juzgando que todos sus esfuerzos serían impot.efl[CS a apo-
derarse de la plaza, recurrió a la traición, y co ompió a los oficiales que guardaban los muros de
~l1cquernes. Unos traidores guiaron sus soldados por un acu acto que guiaba a la ciudad;
Constantinopla fu~ entregada al saqueo; Leoncio, entregado por sus guardias, fué conducido ante
el emperador, que le hizo cortar la nariz en ~ presencia, y le condenó a terminar sus días en un
couen~. Absímaro se dirigió en seguida hacia el Palacio iOP~riaí, y tomó posesión del trono bajo
el nombre de Tibc.~ III.
Así, mientras que el Imperio de Oriente se encontraba sometido a tira~05 execrables, llamados por
cl estúl)ido
mncipes y emperadores, las Galias se ha-pueblo reyes, pa’
bian convertido en sangrienta arena donde los jefes bárbaros se disputapan él poder supremo.
Reyes de Francia

Clotario JI

Clotario 1~, de Landry y de la infame Fredegunda, empieza la ~ríc de reyes de Francia del
séptimo siglo. No bien lle~0. a los dieciséis años, cuando, no obstante su extraordinaria juventud,
quiso gobernar por sí mismo el reino de s0~5~ons; pérfido, audaz e intransigente como
unejército y trató de conquistar los Rs-su madre, reuni~
tados de sus prí ~nos Thierry y Teodoberto. Los dos principes, conociendd ~iS proyectos, se
aliaron para la común defensa, se dirigilcron contra el ejército de Clotario, y este
vencido en una gran batalla, tuvo que joven ambicioso, de los dos reyes a los cuales quería
implorar la Clem~nc
despojar de sus /roro
Thierry ~ TCOAoberto se dejaron enternecer par su humildad y le ~0~51er el trono, exigiéndole,
tan. sólo, un rescate. Llenos ~le confianza en el agradecimiento y los juramentos de ~, lotario,
marcharon con todas sus fuerzas
~ que s~c habían sublevado, sometieron contra los gascor íes dieron para gobernarles a
Genialis,
estos pueblos, y
que fué el pnimoe~ro que tomó el título de duque de Gascufla. ~ ~ ocupados en esta conquista,
promovióse una divi ,smon entre ellos: entonces. cl hilo de Fredegunda, a e¿hando su
alejamiento y smi discordia, le-
prov e~ército y penetró en las provincias de
yanto un nuevo A
Thi.erry; éste corf~’ en seguida a sus Estados para castigar a Clotario, y le ~e~otó por segunda
vez; esto no obstante, le concedió la ~z, a condición de que permanecería neutral en la guerra que
había declarado a Teodoberto.
El rey de ~í.5.~5OflS juzgó que realizaría más fácilmente sus ambiciosos ,,rovectoS cuando los
dos hermanos hubiesen debilitado su ~ fuerzas; cu’mplió ‘el juramento que ha¡iguardó el curso
de los sucesos. Los dos
bla prestado, y aW’
príncipes entraroi#’ en batalla bajo los muros de Colonia; el
510 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES III SI<)I< ¡A I>L L<íS PA
i’AS Y LOS i{l.YLS al 1

ejército de Teodoberto fué destrozado, y el mismo rey, hecho prisionero fué enviado a
Brunehaut, que Ile man4.ó degollar.
Clotario pensó entonces en dirigirse con su ejércIto contra el hermano fratricida, que había
comprado la victoria perdiendo a sus mejores soldados. Mas la rapidez de su marcha fué inútil; el
veneno se le adelantó, y Thierry había va muerto a consecuencia de un brebaje que le había
propinado su abuela. El rey de Soissons. no vaciló en. continuar su marcha; derrotó al ejército
que Brunehaut había reunido dc cualquier modo, hizo a la reina prisionera, y conforme ya
dijimos dc 7esta mujer execrable, la hizo despojar de sus vestidos, la expuso durante tres días y
tres noches a la brutalidad de los soldados, la hizo sufrir cien torturas, hasta que, por fin, la
mandó atar a la cola de un caballo salvaje, que la arrastró por llanos y por montes
En seguida mandó coger a los hijos de Thicrry; los dos mayores fueron asesinados; el tercero se
escapó de su cárcel, el más joven fué rasurado y encerrado en un. convento.
Estos crímenes hicieron a Clotario dueño absoluto de los tres reinos; dió a Dagoberto, su hijo, la
Austrasia, y la Neustria. con el titulo de rey; mas luego, arrepinti~ndose de haberle elevado a un
trono, quiso hacer la guerra para reconquistar los Estados que le había abandonado.
Bajo su reinado, el poder de los alcaides aumentó considerablemente por la creación de unos
tribunales de justicia llamados placita, cuyos rigores sublevaron el odio de los grandes y dcl
Pueblo contra el prínqipe.
Clotario era cruel e inexorable: era réy; cortó por sí mismo la cabeza a un capitán sajón que había
hecho p~isionero e hizo degollar a todos los mancebos de esta valerosa nación cuya talla se
elevaba a la altura de su espada, a fin de no dejar quien vengase a Sajonia. Por fin, murió a la
edad de cuarenta y cinco años, y su cuerpo fué depositado en la iglesia de San. Germán., de
P~arís.
Después de la muerte de Clotario, su primogénito Dagoberto se apoderó de la Corona sin que
concediese a su hermano Cariberto más que uha débil porción die los Eistados de su padre. Esto
no ob~tante~ el prínci~, que tenía un infantazgo más bien que un rezi~io, tomó el título d~ rey y
estableció su corte en Tolosa; pero

512 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES


Clodoveo II

Clodoveo II, el más joven de los hijos ‘de Dagoberto, recibió en las particiones los Estados de
Borgoña y d¡e Neustria; su minoría hizo más formidable que antes la ambición dc los grandes
señores, y favoreció el odioso poder de los alcaides de palacio. Aprovechando la debilidad del
joven príncipe, los gobernadores de las provincias encendieron guerras civlies en todas las
Galias; y cuandlo Clodoveo hubo llegado a la edad en que podía gobernar por si mismo, no tuvo
bastante valor ni bastante fuerza para contener los desórdenes. Archambaud, gobernador de
Palacio, llevó su insolencia hasta imponerle como mujer legítima a la esclava Batilde, que la
había comprado a un pirata, y la cual había sido manchada’ con sus caricias.
Este príncipe, débil y pusilánime, tuvo, sin embargo, bastante valor para ejecutar una ac¿’ión que
le conquistó el amor de sus vasallos. Como los tesoros del Estado fuesen disipados por la
inmoralidad de sus ministros, dió orden, a consecuencia de una hambre, para qu~ se quitasen las
planchas de oro y plata que cubrían las tumbas de San Diomsio y de otros mártires; acuñó
moneda con ellas y compró granos que distribuyó a los pobres de la ciudad. Et supersticioso
Clodoveo mandó luego abrir la tumba del santo, y cogió una parte de sus reliquias jara colocarlas
e~i el oratorio de su palacio, a fin de preservarse contra la influencia del diablo. Los irailes,
irritados al ver que se despojaba de sus riquezas a su iglesia, pusieron él grito en el cielo; dijeron
que Clodoveo se eniregaba- con los cortesanos a los escándalos más monstruosos, y le
presentaron a los ojos del pueblo como un tirano execrable. Dijeron, también, que Dios había
trastornado su juicio, porque había quitado un brazo al cuerpo de San Dionisio. Y, en efecto,
como el rey cayese enfermo de unas calenturas ocasionadas por sus excesos, esta fábula revistió
cierto carácter de verdad ante los ojos del vulgo; murió algún tiempo después, en medio de
horribles convulsiones, lo cual hizo creer que el mismo Satanás se había llevado su alma.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 513
Clotario Hl

Clotario III, que era el primogénito de sus hijos, le sucedió en los reinos de Borgoña y de
Neustría, bajo la tu-tela de su madre Batilde, y bajo la dirección de Ebroin, gobernador de
Palacio. La princesa, que había ascendido al trono saliendo de la esclavitud, no olvidó su
coffdición primera’ socorrió las miserias del pueblo, gobernó el ‘Estado con sabiduría y firmeza,
reprimió las violencias de ]os señores, y aseguró el reino de Austrasia a su otro hijo Chilperico.
Mas la superstición de la época la entregó a las seducciones de los curas; éstos, a instigación de
Ebroin, la obligaron a renunciar al mundo para retirarse al monasterio de Chelles, que había
fundado ella misma. No bien la reina abandonó las riendas del Estado, cuando el gobernador
encerró al príncipe en el fondo de su palacio y lo rodeó de cortesanas y mancebas para gobernar
el Reino a su capricho; esto no obstante, el prestigio del trono era tan poderoso en el ánimo del
pueblo, que Ebroin no se atrevía aún a usurparle. Fuera de esto, ‘el animoso obispo San Ligero se
oponía con firmeza a sus ambiciosos proyectos. Por fin, ‘el gobernador de Palacio, fatigado por
las observaciones del prelado, resolvió deshacerse de, un censor tan Incómodo. Cierto día
invadió el palacio episcopal a mano armada, arrancó a San Ligero de su casa, ordenó a sus sol-
dados que le quitasen los ojos, le cortasen las orejas, la nariz y lo~ labios, y que le arrastrasen al
vecino bosque de Autún, lo cual fué ejecutado con una gran. crueldad. Mortunadamente el conde
de Varingue, que habitaba un castillo situado en las cercaníás de la ciudad, supo lo que ocurría, y
fué, durante la noche, con su gente, a sacar’ al desgraciado obispo del lugar donde había sido
arrojado, sangriento y completamente desnudo; el conde mandó llevarle al convento de Fecán,
donde, gracias a los cuidados de los monjes, se alcanzó salvarle. Clotario III murió gastado por la
voluptuosidad, al año dieciocho de su reinado.

Th¡erry

Thierry, su segundo hermano, fué proclamado soberano por Ebroin, con gran desprecio cb las
leyes del reino,
historia de los Papas.—Te~”o 1.—33

~l4 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA ~E LOS PAPAS


Y LOS REYES 31i5

que indicaban por sucesor a Teodorico, hermano mayor del príncipe. Entonces el odio’ que los
grandes, el clero y el pueblo profesaban al gobernador de Palacio, Ebroin, estalló con gran furia.
‘Ebroin fué desterrado al conÑento ~ie Leuxenil, para ex~>iar con la penitencia sus numerosos
crímenes; al rey, que le había coronado, se le rasuró también la cabeza, y fué encerrado en la
abadia de San Dionisio. Entonces Childerico ciñó su frente con ‘las tres coronas de la Galia.

Childerico

Al comienzo de su reinado, Childerico abandonó parte de la Austrasia al hijo de Sigeberto,


Dagoberto II, heredoro legitimo de esta provincia, que había sido destronado por el usurpador
Grimoald, y esta generosa acción le conquistó las simpatías de los pueblos. Mas el poder
supremo co~romp’e los más nobles caracteres, y el joven rey no tardó en echarse en brazos del
escándalo; exigió tributos, ~omelió crueldades y sublevó en contra s.uya a la nación entera.
Formóse una conjuración entre los señores (le la corte, y fué asesinado cierto día en que volvía
de caza.
Al saber su muerte, Ebroin se escapó del convento de Leuxenit y rcunió un ejército de bandidos
que aumentó con todos los asesinos del país. Colocado al frente d.c estas salvajes hordas,
recorrió en todos sentidos los tres reinos, saqueando, pillando, violando las mujeres, degollando
a los ancianos, quemando a los niños e incendiando ciudades enteras: cubrió las provincias de tan
espantosas catástrofe5~ que los desgraciados que llegaban a escapar de la matanza creían que
había venido el Anticristo.

Clodoveo

Teodorido, hermano de Clotario III, quiso reivindicaC la corona y fué asesinado en Saint-Cloud;
cl tesoro real fue saqueado y Ebroin, bajo eí nombre dic Clodóveo, proclamo rey <le Austrasia a
iííi joven que presentó diciendo que c.a hijo de Clotario. Luego dc haber coronado al nlICV()
rey, cl gobernador (le I~alacio, llegado al colmo del poder, recordó que San Ligero existía aún en
el fondo del monasterio (le Fecán, y como temía la oposiciólí (le csle prela(lo, dclCi~
minó someterlo a juicio, ante un sínodo de’ obispos que se le habían vendido. san Ligero fué
arrafleado d’e su convento, y cargado de cadenas, fué llevado ante un concilío de eclesiásticos
prevaricadores y condenado a muerte. Antes de todo Ebroin íe sujetó al tormento ordinario y ex-
traordinario, y hasta que hubo apurado et~ ~ toda clase de torturas no Te entregó al verdugo para
que le cortase la cabeza. Digna recompensa que guardaba este monstruo al que en otro tiempo ie
había protegido contra el furor del pueblo y le había salvado la existencia.
Asimismo el goberJiador de Palacio destituyo al obispo de Chalons, amigo ~e San Ligero, y a
Varmer, duque de Champagne y obispo de Troyes; el Primero fué estranguladp y el segundo
ahorcado.
A su vez. Thíerry salió de la abadía <le San. D~onisi.o y subió al trono de Bo~gofla y de
Neustría. Ebroin se dírigio entonces hacia Soissoi~S con sus bandidos, y obligó al joven príncipe
a que le restableciese en su dignidad (le gobernador de Palacio.
En este mismo tieiinpo Dagober’to II, que gobernaba en Austrasia, fué asesinado por sus
súbditos, lo cual convertía a Thierry en único señL’r de las Galias; ma~ los ~ustrasianos,
temiendo la cruel <l<>I’Y.linación de Ebroin, declaí’~ 11.o11 ~ no querían reyes, y eligicrO,’II
pa~~a que 5C~ l~11~íese al frente del gobierno a Pepino de Herístal, duque de Austrasia Este jefe,
dicen las anligu~a5 crónicas, empezó a reinar en esta provincia con ‘la autc’~rida(l (le un rey.
Muerto Ebroin, emprendió una guerra contra Thierry, (lerrotó su ejército, y le obligo) a darle el
título y autoriol ~id (le gohertiador <le Palacio. Este último golpe destruyó para siempre el poder
dc los descendientes che Clodoveo. Los tratados de txí~ y las guerras se llevaban ~—i cabo con
el nombee <le Pepino~ los ~i1i¡)uesto§ SC eleval):uII~ por sus or(lenes los empleos (leí Estado
se (lal)an a s~ ~ hechuras; \. el débil Thierrv, ence— ~~rado ‘en su l)alaoiO . COhl5íiiIii tildO)
SUS. días en los mus vergonzosos escaud al ~)5. SO~ hacia Objeto) del (les precio ole 5115
SLIÑIit<)S, que le 1 lafllal)all el rey lUleagán.»
Después de él. CI ol’O~’ ~ ~ P~’~0~éniI O~ I~iflO (‘ilICO a ños. Sucedió a éste ~iI lwrmano
(iíildehei.to ~u. q~ OC1I~O
el 1 remio por espací o <le (lieO? i5éi 5. Estos das lirincípes murieron, (~( ‘¡110) sil paol re,
desprecí adoS pOe el pueblo.
HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO VIII

JUAN VI, 87.u PAPA

TIBERIO III, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO 1, REY DE FRANCIA

Cuando más se avanza en la historia eclesiástica, más grande es el escándalo de los Pontífices de
Roma, y mayor es el olvido de los pneoeptos de los apóstoles y las máximas de los primeros
fieles, para adoptar las costumbres del paganismo y una multitud de prácticas supersticiosas
completamente opuestas a la doctrina de Cristo. Así el siglo octavo sorprenderá tanto por la
infamia de los príncipes que gobernaban los pueblos, como por la orgullosa audacia de los Papas
que tenían su sede en la ciudad santa.
Los Estados de Occidente son destruidos por los sarracenos, que, luego de haber conquistado el
Asia y el Africa, subyugan parte de Europa; entre los reyes se sucedien las luchas más
desastrosas; los Imperios todos se encuentran en una revolución i>ermanente, y como si tantas
desgracias no fueran lo bastante, el clero enciende la antorcha del fanatismo, impulsa los
hombres a las prácticas de una superstición increíble, y, en medio de la general desolación, trata
de dominar el mundo entero.
Los Papas, en vez de mantener la disciplina eclesiástica y la pureza de la fe, autorizan con su
ejemplo los escánda

518 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

>5 de los frailes y del clero; la Santa Sede continúa su po¡tica invasora, no para que cesen las
desgracias de los iueblos, sino para extender sobre ellos una tiranía mucho más terrible que la de
los reyes. Los emperadores griegos se ven ya obligados a implorar el apoyo de los Pontífices
para mantenerse en Italia, y los reyes de los lombardos mendigan su protección para conservar
sus conquistas.
Después de la m~ierte de Sergio 1, la cátedra de San Pedro. vacante por espacio de cincuenta
días, fué ocupada por Juan VI, sacerdote de origen griego.
El emperador Absímaro envió al Pontífice el patricio Teofilacto, exarca de Rávena,’ para
obligarle a que sostuviese los intereses d.c la corte de Constantinopla contra el rey de lO:S
lombardos. Mas el arribo del embajador sublevó, entre loa romanos, una sedición violenta; los
soldados rodearon su casa para apoderarse de ~I y condenarle a muerte en odio al emperador.
Juan VI se mezció en el tumulto, exhortó a la muchedumbre, y llegó a suspender los efectos del
furor del pueblo. Teofilacto, aprovechando un instante de calma, embarcóse en el Tíber y se
dirigió a Constantinopla de un modo vergonzoso.
Algún tiempo después, el Pontífice, conquistado por los regalos de Absímaro, se atrevió a
manifestar sentimientos favorables al Imperio; entonces Gilulf o, duque de Be~i>evento,
resolvió conducirle por medio del temor al partido dc los lombardos. Después~ invadió la
Campania, Saqucó las ciudades, asoló los campos, incendió los dominios del clero, y puso en
cautiverio gran número de ciudadanos. No pudiendo el Santo Padre reprimir tales viol:encias, su-
plicó al duque de Benevento que le concediese la paz; los embajadores llevaban sumas
considerables que le ofrecieron para comprar su alianza y para alcanzar la libertad de los
ciudadanos que había arrancado a sus hogares y familias.

Inglaterra

Al siguiente año, la Iglesia de Inglaterra se vió aún turbada por San Wilfrido, que, en su celo por
la code de Roma, rehusaba la obediencia al metropolitano de Cantorbery, con el pretexto de que
su silla era independiente en virtud de un privilegio o constitución que le había concedido el
Pontífice. Wilfrido, condenado por una asamblea
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 519

de prelados de la Gran Bretaña, apeló de su decisión ante el Papa, cruzó por segunda vez el mar,
seguido por algunos de sus sufragáneos, y fué él mismo a exponer su queja a Juan VI, que le
recibió con gran pompa. Mientras se examinaba la causa, los diputados de Bertualdo, arzobispo
de Cantorbery. llegaron a Italia y presentaron igualmente a la Santa Sede una acusación contra
Wllfrido.
Reunióse un concilio para oír las reclamaciones (le ambos partidos; el acusado compareció ante
los Padres y se expresó en estos términos: «El Santo Padre Agatón promulgó un decreto que sus
piadosos sucesores Benito y Sergio han confirmado y que asegura nuestra autoridad en la silla de
York y en los monasterios de los reinos ~de Nortumbra y de Mercia. Ofrecimos, en pleno
concilio, devolver al metropolitano Bertualdo el respeto que le es debido como metropolitano de
Inglaterra, establecido en este elevado puesto por la autoridad de la Santa Sede; mas no hemos
podido canónicamente rehusar el someternos a un ~ uicio de deposición formulado contra
nosotros. sin remitir la cuestión a vuestras luces.»
Después de haber oído a lo.s énviados del metropolitano de Cantorbery y examinado todas las
piezas del juicio, la asamblea declaró a Wilfrido completamente justificado e ¶nocente. El. Papa
escribió ‘en seguida a los reyes Etelredo y Alfrido, lo siguiente: «Príncipes de Mercia y cíe
~ortumbra: Os rogamos que advirtáis al obispo Bcrtualdo que hemos rechazado su calumniosa
acusación contra Wilfrido, y que este último es mantenido por nuestra autoridad en todos los
derechos concedidos por nuestros antecesores.»
El santo prelado dc York volvió a cruzar los mares, Ile~vándos’e de Roma gran número de
reliquias, banderas y telas dc púrpura y seda para ¿1 ornámento de las iglesias de Inglaterra.
Juan VI murió en 10 de enero del año 705, poco 1km-PO después de haber marchado \Vilfrido.

JUAN VII, 88.~ PAPA

JUSTINIANO II, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO II,


REY DE FRANCIA

Cuando los funerales de Juan VI fueron terminados, el pueblo y el clero de Roma se reunieron
~n la basílica de San Juan dc Letrán para elegir Pontífice a un sacerdote griego, que pasaba por
sabio en aquellos tiempos de ignorancia; este nuevo Papa fué ordenado bajo el nombre de Juan
VII.
El ‘emperador Justiniano, que acababa de subir al tro~io, le envió dos metropolitanos encargados
de entregarle las actas del concilio in Trz4lo y una carta en la cual le decía que reuniese
inmediatamente un concilio de obispos latinos, a fin de aprobar los reglamentos formulados’ por
los Padres.
Temiendo Juan excitar el resentimiento del pr~ííicipe condenandc> los seis volúmene~ de
cánones que se le habían dirigido, no quiso, sin embargo, comprometer su autoridad aprobando
actas que las Iglesias de Italia habían declarado contrarias a la, dignidad de la corte do Roma;
entonces devolvió las actas a Constantinopla sin hacer en ellas ningún cambio, sin decidir lo más
mínimo, y dejando a Justiniano en libertad, de interpretar su silencio como una aprobación de sus
decretos, que eran universalmente j~ecibidos por las ‘Iglesias de Oriente. Este hecho es el único
que ~os ha conservado la historia de este poñtificado efímero.
El Padre Santo murió en el aflo 707.
Juan VII reparó muchas iglesias, dió al clero vasos sagrados de oro y plata, y un cáliz de oro
macizo, el cual pesaba más de veinte libras y que se hallaba enriquecido con piedras preciosas.
Se cuenta que bajo este pontificado, Ariberto Ii, hijo del usurpador del trono de los lombardos,
deseando hacerse favorable a los Papas, aumentó sus dominios con el patrimonio de los Alpes
Costeros, y que ‘el acta de esta donación escrita en letras de oro, fué entregada a Juan~ vír por
los embajadores del monarca. No se dice que el Papa rechazase la ofrenda de tal Thulrón.
SISINIO, 89.~ PAPA

JUSTINIANO II, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDEBERTO 11,


REY DE FRANCIA
Juan VII había muerto desde hacía tres meses; y ninguna de las candidaturas propuestas
contentaba a los partidos; el Senado y el pueblo romano decidieron elevar a la Santa Sede al
obispo Sisinio, natural de la Siri~a, e hijo de un. sacerdote griego llamado Juan.
Este venerable prelado se hallaba sujeto a ‘unos ataques de gota tan violentos, que no podía
llevar sus manos a la boca.
No obstante sus crueles sufrimientos, el nuevo Papa mostró una gran firmeza de carácter,
desplegó una actividad sorprendente ‘en el gobierno de la Iglesia, distribuyó muchas limosnas a
los pobres, trató de reformar las costumbres del clero y hasta reedificó los muros de Roma, que
se hallaban ruinosos.
La muerte le detuvo súbitamente en sus apostólicos trabajos; ‘después de haber reinado
veintitantos días; falleció en el mes de febrero del afio 708.
CONSTANTINO 1, 90 Q PAPA

JUSTINIANO II, FILIPICO, ANASTASIO EMPERADORES DE ORlEN-

TE — CHILDEBERTO III, DAGOBERTO III, REYES DE FRANCIA

Imágenes en los templos

En esta época, los sacerdotes’ y los monjes griegos, lanzados de sus Iglesias por los árabes y por
las revoluciones frecuentes que desolaban el Imperio, se refugiaron en. Itaha y en Roma. Así la
Santa Sede, a principios del siglo octavo, fué constantemente ocupada por sacerdotes griegos que
se hallaban en gran mayoría en Italia. Después de la muerte del sirio Sisinio, ehigióse para
sucederle un prelado de igual nación consagrado bajo el nombre de Constantino.
Elegido Papa gracias a las intrigas de sus amigos, Constantino se apresuró a cumplir las
promesas que les había hecho antes de su elección, y el arzobispado dc Rávena fué dado al
diácono Félix, que había sido uno de los jefes’ principales de su partido. El ‘nuevo patriarca,
viéndose que ocupaba la más importante silla de Italia, quiso asegurar su independencia y rehusó
ha~er por segunda vez a la Iglesia romana las promesas de fidelidad y obediencia que sus
predecesores habian hecho. Reunió tropas, fortificó la ciudad de Rávena y se prcparó a resistir al
Pontífice con el esfuerzo de las’ armas.
Viendo Constantino la inutilidad de sus anatemas, envió legados al em~erador Justiniano para
demandarle tropas a fin de someter al sacerdote rebelde. El príncipe dió ‘en seguida órdenes al
patricio Teodoro a fin de que se pusiese al frente de un ejército; la ciudad fué tomada por asalto;
Félix, arrestado por los soldados, fué cargado de cadenas, llevado a Constantinopla y metido en
un calabozo. Por fin, obedeciendo las órdenes del legado, se le sacó de la cárce¡. se le arrancó la
lengua y se le envió al destierro. Esta crueldad, ejecutada a instigación de Constantino, fué el
preludio de otros casti~gos más horribles.
El legado alcanzó del débil Justiniano la orden d~ que
2
REYES 523
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS
se arrancasen los ojos iil P~triarca Calin~’ y luego de ha-
prelado fué ~
ber sufrido este suplicio, ~ d’esgraciad~~~io con él todas viado a Roma, donde el ~~fre Santo eJ
%liosa crueldad ~Je las torturas que puede inx~ntar la ingC
un sacerdote.

ROMerías

Durant’e este siglo las PC~egrinaciones eran ~‘a c Onsidei.~í das como la obra más meritoria
ante ojos de Dios. L~ hombres cuya existencia h~bía sido lO~chada p~’ el Q~.j..
~is iniquidades hamen y el escándalo, podia~ rescatar ~ ~owes. los duq~ 1~5 ceindo un viaje a la
ciudad santa. Los la tumba de los y los mismos reyes se arI’~dillaban anl

apóstoles, imploraban el ~rdón de su ofí’ec¡aí~ ricos presentes y recibían, ‘en cambio, ~


ab;oluciófl dc los Pontífices de Roma. el rey de los ~
K.enredo, príncipe de los mercianos. ~ al clamor ~eneeaí jones qrirentales, llamado ~ff a,
cediendo
abandonaron sus reinos ~ se . ,~ a Italia ííe~’a~~o dirígíerol Pa a. Constaní
consigo inmensos tesoros ~estinados al mo les tributó grandes honore5 íes rodeó ~e frailes
hipócritas y gracias a sus predicaci&nes sobre ~ s desgracias de ía
stos reyes Y les deíritu de 6
otra vida, asustó el grosero esp ~ dOS m~
terminó a abrazar la vida inonástíca. i) irieron ái~ gún tienipo después, cOnúChando tal ~,
él fanatismo ~iue les había hecho olvidar su5 mujeres. ~ ~ hijos y hasta sus reinos.
En el año si<’ui’ent’e, qu~ era eí 710. cl Papa cedió, ~
fin, a las del le suplicaba fuese a
instancias Cmherador, que de la Iglesia de Constantinopla para arregl~~ los asunt

Oriente.
Tiberio, hijo del emper~dor, y el ~i9atriarca, fuei’oa al encuentro del Padrie Sant~ a unas ~ e
millas de la ~ dad; iban seguidos por ío~ grandes Imperio. dcl Clero de lo,s magistrados y de una
muintu~ extraordinaria d~ ciudadanos.
El emperador, en presettcia de todo el pueblo, besó los pies del Papa, y todos ~ ~dos de la
humildad de este buen príncipe. admir~’
Mala suerte le trajo la l~iedad. Bizancio, el 5~nto Durante su estancia en la corte dc ‘tullo y
conf’erenci~ Padre aprobó las actas del concilio in

524
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
frecuentemente con el rey acerca de los intereses de la Iglesia y del Estado. Justiniano preparaba
entonoes tina expedición contra los habitantes del Quersoneso, que le habían querido asesinar en
la época en que se había refugiado entre ellos.
EJ ejército recibió orden para marchar a esta lejana peninsula.
Bardanés

No bien llegaron bajo los muros de la ciudad, cuando los soldados se sublevaron contra sus
generales, fraternizaron con los ciudadanos, y proclamaron emperador al. armenig Bardanés,
aquel general que en ‘otro tiempo Jus— tiniano había desterrado a la misma plaza que había si-
tiado.
El nuevo soberano marchó hacia Constantinopla; tom6 la capital por asalto, se apoderó de
Justiniano, le hizo cortar la cabeza y quedó único dueño del Imperio.
El Papa, que se hallaba ya en ‘camino de Italia, recibió al llegar a Roma una carta del usurpador
en la que le ordenaba que aprobase el monotelismo y que rechazase lo dispuesto en el sexto
concilio general, amenazándole con que, si se resistía, perseguiría a los eclesiásticos ortodoxos.
En efecto: no bien estuvo afirmado en el trono, cuando Fi— lipico reunió un sínodo de obispos
en el qu¿ se anatematizó el sexto concilio, y los decretos formulados por los Santos Padres
fueron quemados públicamente frente al palacio imperial.
Bardanés eligió en seguida prelados monotelitas para gobernar las Iglesias griegas.
Constantino, por su parte, se apresuró a trazar un cuadro en la basílica de San Pedro, el cual
representaba los seis concilios generales; ordenó a los fieles que los tionrasen como inspiraciones
del Espíritu Santo; prohibió que se pronunciase el nombre del usurpador en las rogativas pú-
blicas, recibir sus cartas, su reirato, y hasta las monedas que llevaban su busto.
Colocándose en abierta oposición con Filipico Bardanés, el Papa, no sólo proeyctaba la
separación de la Iglesia griega, sino que trataba de romper los lazos que unlan la Santa Sede al
Imperio, y bajo el pretexto de la ortodoxia, dar nuevo alimento a los secretos odios que dividían
Ita-
‘ti
HISTORIA DE LOS PAPAS LOS REYES 52~

ha y Grecia, y poner a los sucesores del apóstol en ~ituaelón ~de ensanciparse del yugo de los
emperadores de Oriente.
El pueblo de Roma, siempre extremado en su cólera y en su alegría, secundó la política del Papa,
y decretó que ni el título ni la autoridad de Bardane4S ‘el hereje. fue~an reconocidos. El Senado
prohibió recibir sus estatutos, sus retratos, pronunciar su nombre en las solemnidades religiosas,
y no quiso reconocer al nuevo gobernador líainado Pedro, enviado por Filipico. Sostenido por ‘él
clero, Cristóbal, el antiguo titular, quiso mantenerse en la ciudad; mas Pedro le resistió con las
armas en la mano, y la sangre corrió en las escaleras del palacio pontificio. Entonces el Papa, que
había promovido ‘él motín, viendo que su poder balanceaba ya el del soberano, se adelantó hacia
los rebeldes, rodeado de sus obispos, revestido con sus sacerdotales ornamentos, y precedidos de
cruces y banderas. Este gran aparato impresionó al pueblo y a los soldados; la calma fué
1’establecida, y Pedro, no atreviéndose a contar con la fidelidad de sus tropas, se dirigió hacia
Rávena.
Luego se averiguó, por cartas llegadas de Sicilia, que el usurpador había sido depuesto, y que
Anastasio, príncipe ‘ortodoxo, había llegado al Imperio.
Los enviados del emperador Anastasio fueron recibidos con grandes honores por él Papa, así
como los nuevos oficiales que en nombre del príncipe tomaban posesión del gobierno de Italia.
Habían recibido orden de proteg~ en tódas las circunstancias la Santa Sede~ de mantener la
integridad de la fe, y asegurar los privilegios de la ciudad y de la Iglesia de Roma.
Algunos meses después, el metropolitano de Rávena, mutilado cruelmente y depuesto de su silla,
se reconcilió con Constantino y fué llamado de su destierro. Félix fué admitido a prosternarse a
los pies del Papa. Dió al ‘tesoro de San Pedro una cantidad enorme para su ordenación, y obtuvo
el que fuese restablecido en su arzobispado.
Constantino murió a principios del año 715. El fué el que reunió el primer concilio para autórizar
el uso de colocar imágenes en las basílicas.

GREGORIO II, 91.~ PAPA

ANASTASIO II, TEODOSIO III, LEÓN EL ISAURIANO, EMPERADO

RES DE ORIENTE — CHILPERICO 1, THIERRY II, REYES DE

FRANCIA

La Iglesia pontificia

Gregorio ‘era hijo del patricio Marcelo, y romano, y fué educado en la casa patriarcal de Letrán,
bajo la dirección del Pontífice Sergio 1.
Cuarenta días después de la muerte de Constantino, el clero le eligió para la cátedra de San
P’edro.
Gregorio trató de reedificar los muros de la ciudad de Roma; luyo que abandonar este útil
proyecto para pensar en la defensa de Italia. En esta época los emperadores de Oriente no se
ocupaban de las provincias de Italia más que para ‘exigir las contribuciones, y cuando les habían
arruinado1 les dejaban expuestos sin defensR a las excursiones de los lombardos. Estos pueblos,
al comienzo del pontificado de Gregorio, se apoderaron de la ciudad de Cumas y se establecieron
en la provincia; corno él Padre Santo les enviase embajadores para ‘exigir la rendición de una
ciudad que pertenecía al Imperio, ofreciéndoles al mismo tiempo considerables sumas para
indemnizarles de los gastos (le la guerra, aquéllos rechazaron sus ofertas.
Viendo inútiles sus negociaciones, les amenazó con la cólera d’e Dios y fulminó contra ellos una
‘excomunión terrible; mas ni los ruegos ni los anatemas pudieron cambiar ‘a determinación de
los lombardos.
Fntonces Gregorio puso en juego los recursos de la traición y la política. Escribió al duque Juan,
gobernador dc Nápoles y aliado dc los lombardos, ofreciéndole treinta libras de oro para intentar
un golpe de mano sobre Cumas. Juan elecutó inmediatamente las órdenes del Papa; introdujo
tropas en la ciudad durante la noéhe, degolló a los centinelas, echó a los lombardos y ( 1uedó
señor de la ciudad.
‘T~nta audacia acrecentó la influencia de Gregorio y l~
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 527
permitió establecer, sobre bases muy sólidas, el edificio ‘del clerical despotismo. Envió
numerosos espías a Las cortes de Constantinopla, de Francia y de Inglaterra, y llenó todas las
sillas extranjeras de sacerdotes de su Iglesia.
Gracias a sus cuidados, el cristianismo hizo muchos progresos en la Germania; y dos de sus
favoritos, Jorge y Doroteo, diáconos de San Pedro, fueron encargados de dii-igirse hacia Baviera
con extensas instrucciones para los cristianos de ‘esta provincia. Las capitulares del Pontífice se
hallaban así concebidas: «Después de haber entregado vuestras cartas al duque soberano del país,
consultaréis con él a fin de reunir en un concilio los sacerdotes, los magistrados y los nobles. En
seguida examinaréis a los eclesiásticos, y daréis, en nuestro nombre, facultad para celebrar el
santo oficio, servir o cantar la misa, a aquellos cuya fe y ordenación canónicas sean puras y
verdaderas, enseñándoles, sin embargo, los ritos y tradiciones de la Iglesia romana.
~Pr.ohibiréis ejercer las funciones del culto a los que juzguéis indignos del sacerdocio, y les
‘elegiréis sucesores. Tened cuidado de dar a cada iglesia un dero bastante numeroso para que se
pueda celebrar dignamente la misa, las funciones de día y (le noche, y la lectura de los ‘santos
libros.
»Cuandc fundéis los obispados, arreglaréis las dependeíicias de cada Sede, teniendo en cuenta la
distancia de los lugares y la jurisdicción de los señores. Si creáis tres o más obispados, os
reseí’v~íréis la Sede principal para un metropolitano que nosotros enviaremos desde Roma.
»Consagraréis los nuevos prela(los p~ la autoridad de San Pedro, y les recomendaréis que no
hagan ordenaciones ilícitas> que conserven los bienes de su diócesis y los di~’Tdan en cuatro
partes que emplearán conform’ disponen los canones. Administraran el bautismo en la época de
Pascuas (le Peíitecostés, y no en otro tieIllI)o. a menos dc. ser muy necesario. NQ condenaran ‘el
matrimonio bajo pretcxto (le incontin
encía, y no autorizarán el ‘escándalo
bajo cl pretexto de mnatriínonio.
~‘l~~olíitmi~:iii el divorcio, la poligamia, las lilliolies iii— cestuosas. enseñarán que el estado
monástico es preferible al estado secular, y la continencia mucho más mneri— toria a los ojos
<le l)ios <íue la unión más casta. No califí— carimn dc inmundas las viandas necesarias al
alimento (leí hombre, excepto las que se inmolen a los ídolos. Pros

528 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 529

eribirán las cosas de magia, los maleficios, los augures y las observaciones de los días fastos y
nefastos.
»Catequizaré.i5 a los prelados y a los principales eclesiásticos para que puedan enseñar a los
fieles los dogmas de la resurrección del cuerpo y de la eternidad de las penas del infierno; en fin,
les orcknaréiS que combatan las falsas doctrinas esparcidas en sus comarcas acerca dc los de-
monios, que, según las creencias populares, deben tomar su dignidad primitiva de arcán~eles,
después de una larga serie de siglos.»
Los legados siguieron exactamente sus instrucciones, y sometieron a la dominación de la Santa
Sede las nuevas Iglesias de la Germania.
Vertió su entusiasmo en fomentar ‘el monaquismo. Licvábalo ¡a tal extremo, que, después de la
muerte de Honesta, su madre, cambió su morada en un monasterio que dedicó a Santa Agueda.
Adjudicó a esta iglesia rentas considerables, le dió gran número de casas de la ciudad, muchos
dominios, algunas tierras lejanas, ornamentos, vasos sagrados de oro y de plata, y un tabernáculo
de igual metal, cuyo pes9 no bajaba de setecientas libras.
Todas estas liberalidades fueron hechas a costa de los pueblos, para entretener en la ociosidad
monacal a los adúlteros, los ladrones y los homicidas que deseaban escapar a la justicia
humana, entregándose a la Santa Sede.
El celo que demostr& el Pontífice para la reforma del clero regular, no cambió en nada las
costumbres de los conventos; por el contrario, el favor que concedía a las comunidades religiosas
multiplicó hasta lo infinito él número de frailes, y aumentó los crímenes y escándalos.

Misioneros pontificios

En 720 Winfrido sacerdote inglés, fué a Roma y rogó al Pontífice que le permitiese trabajar en la
conversión de las naciones paganas. Gregorio ordenó que fuese recibido con distinción en su
hospitalaria casa, y habiéndole hecho venir a San Pedro, pasó un día conferenciando con él para
discutir sobre las materias de la religión y sobre los medios de convertir a los infieles. Luego
consintió en nombrarle obispo de los pueblos a los cuales debía predicar el Evangelio. En 30 de
noviembre, el santo monje fué ordenado solemnemente bajo el nombne de Bonifacio, y prTestó
un juramento por el cual se obligaba a defender la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia contra
los enemigos de la religión; a permanecer siempre fiel a la Santa Sede; a contribuir al
engrandecimiento de la autoridad pontificia, y a no comulgar con los prelados que s’e hallaban
en oposición con la corte de Roma.
Gregorio le ¡entregó un eííorme volumen de cánones, recomendaciones y privilegios.

Matrimonio y celibato

Algún tiempo después de la ordenación de Bonifacio, el Pontífice reunió en la iglesia de San


Pedro un concilio compuesto de veintidós obispos y de todo el clero de Roma. Los Padres
condenaron los matrimonios ilícitos, y sobre todo el de los sacerdotes con religiosas consagradas
a Dios, o con viudas de clérigos. El Papa lanzó su anatema con-1ra los fieles que se casaban con
una sacerdotisa, con una diaconisa, una monja, una comadre, una cuñada, la mujer de su padre o
de su hijo; una sobrina, una prima o una parienta cualquiera. Excomulgó, principalmente, a
Adriano y a una diaconisa llamada Epifanía, que se habían casado en desprecio de sus votos de
castidad y de las leyes de la Iglesia. El Santo Padre condenó a los cristianos que consultaban los
auspicios, los adivinos, los encantadores~ prohibió a los clérigos que se dejasen crecer los
cabellos, y declaró excomulgados a los señores que usurpaban las tierras de la Santa Sede.

Imágenes

Bajo el pontificado de Gregorio, las guerras dc las imágenes volvieron a empezar con furor
nuevo. Estas ridícuLas cuestiones habían sido promovidas por Felipe Bardan~s, celoso
monotelita, y luego fueron renovadas por el Papa Constantino, que había anatematizado al
emperador y restablecido el culto de las imágenes para obedecer, según decía, las órdenes que un
santo obispo inglés había recibido de Dios en una de sus visiones.
Como Bardanés hubiese sido lanzado del trono por Anastasio, la política del nuevo seflor del
Imperio cambió la
Historia de los Papas.—Tomo ¡.—34

HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES d3 530 HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES
creencia de los fieles y favoreció la ortodoxia. Para ser agradable a Constantino, el príncipe
permitió a sus súbditos tributar honores divinos a pinturas y estatuas, y bajo su reinado la
adoración de las imágenes invadió el Oriente y el Occidente.
León el Isauriano se escandalizó al subir al trono, al ver cómo los pueblos, en su credulidad, se
prosternaban ante las imágenes que llenaban las basílicas, y se propuso destruir este sacrílego
culto. Gregorio condenó las disposiciones del monarca, le dirigió insultantes reproches y dijo que
lucharía con todo su poder contra la persecución que el cristianismo sufría. León trató de
conducir al Pontifica a más caritativos sentimientos, y le envió embajadores; mas el Papa no
quiso recibir las cartas del príncipe, y echó a sus comisionados de Roma.
Irritado por la insolencia de Gregorio, el emperador dió orden a Jourdain, su cartulario, a Juan,,
subdiácono, y a Basilio, capitán de sus guardias, para que partiesen hacia Roma y se apoderasen
del Papa, vivo o muerto. Llegados a la ciudad santa, los comisionados de León mostraron sus
órdenes a Marín, gobernador de Roma, y concertaron con él la manera cómo sc robaría o
asesinaría al pontífice; pero en el momento de ejecutar este plan, Marín, qu~ se encontraba ya
indispuesto, fué atacado de una parálí sis. Esta tentativa ocasionó gran ruido en la ciudad; e
Pontífice, avisado por sus espías, se mantuvo en guardia organizo una revuelta cuando todas las
medidas fueron tomadas y los sacerdotes se apoderaron de Juan y de Jourdain, a los que cortaron
la cabeza. Basilio pudo escapar a su colera refugiándose en un monasterio donde tomó el hábito
religioso.
Para vengar la muerte de sus comisionados, el príncipe envió a Italia como exarca al patricio
Pablo, a la cabeza dc un formidable ejército. Este recibió orden de atacar la ciudad de Roma, de
deponer a Gregorio, de apoderarse ‘de él y de ‘enviarle a Constantinopla; mas el Papa hizo
predicar la rebelión por sus bandas de frailes, prodigó el oro a las milicias, sublevó a los
venecianos y los napolitanos, y hasta se dirigió al rey de los lombardos y a sus duques,
implorando la protección de sus armas.
Las predicaciones dc los frailes produjeron maravillas sobre aquellos supersticiosos e ignorantes
pueblos: en Roma sc expulsó a los magistrados, se degolló a los guardias del prefecto, se
destrozaron las insignias dcl Imperio; en
Nápoles, el gobernador, su hijo, los oficiales y los soddados fueron asesinados; en Rávena, el
exarca Pablo, su mujer y sus hijas fueron decapitados, y, en fin, Italia entera, sublevada por el
Pontífice, resolvió emainciparse de la dominación de los emperadores griegos.
Bajo el pretexto de su celo’ por la adoración (le las imágenes, los lombardos se aprovecharon de
estos tumultos y se apoderaron de las tierras del emperador, toda vez que pertenecían a un
excomulgado. León les ofreció considerables sumas, compró su alianz.a y obtuvo de ellos, no tan
sólo que se retiraran de las provincias invadidas, sino que se unieran a su ejército para cercar la
ciudad santa.
A su vez, Gregorio II envió ricos presentes a Luítprando« rey de los lombardos, y le separó de la
causa de León. El monarca arriano pro’puso entonces que se le eligiese por arbitro entre el
emperador y el Papa; gracias a su mediación la Santa Sede alcanzó la paz en condiciones favora-
bles, y una tranquilidad aparente sucedió por algunos instantes a las deplorables violencias que
habían trastornado a Italia.
Después la guerra volvió a empujar con más furor que nunca. León pretendía que la adoración
tributada a las pinturas y ‘estatuas era la más culpable de las idolatrías, y quena que los fieles
proscribieran un culto condenado.
El patriarca Germano envió embajadores a Roma con objeto de manifestar al Papa la resistencia
que oponía a la voluntad del tirano hereje, a fin de demandarle consejo.
El Pontífice respondió en estos términos: «El vigor con el cual habéis confesado la fe delante el
inconoclasta León, hallará su recompensa en un mundo mejor.
«No olvidéis que para asegurar nuestra dominación sobre los pueblos, debemos evitar una lucha
abierta con las jcreencias ya establecidas; así diréis a los fieles que el homenaje tributado a las
representaciones colocadas en los templos cristianos, nada tienen de común con las prácticas del
paganismo cuya imitación se nos acusa; les haréis comprender que en nuestro culto ‘es necesario
tener en Cuenta la intención y no la acción. Fuera de esto no existe semejanza milguna entre las
estatuas de los paganos y nuestras pinturas. Llámanse ídolos las imágenes de un sér que no
existe, que nunca ha existido, o que no se encuentra más que en las fábulas e invenciones
mitológicas.
»Pero 4acaso puede negarse la existencia de Dios? 4Acaso la Virgen no ha vivido entre los
hombres~? ¿ Por ventu
532 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 533
ra Jesús no se ha encarnado en su seno? ¿No ha hecho milagros y no ha sufrido el suplicio de la
cruz? ¿ No le han visto sus apóstoles después de resucitado? Plegue a Dios que el cielo, la
tierra, los mares, los animales, las plantas, puedan contar estas maravillas por la palabra, la es-
critura, la pintura y la escultura...
»Si los impíos acúsan a la Iglesia de idólatra porque venera las imágenes, considerémosles cQlno
a esos perros cuyos aullidos llegan en vano a los oídos del Seflor, y digámosles como los judíos:
«¡Israel! Tú no apr9Vechas las cosas sensibles que Dios te da para conducirLe a su lado; tú
prefieres la vaca de Samaria, la vara ‘die Aarón, la piedra de que salía el agua de Baal, Belfegor
y Astarté, al santo tabernáculo de Dios; en fin, tú adoras a la criatura como a Jehová.»

DeposichSn del emperador

Gregorio celebró un nuevo concilio en Roma, y en presencia de un gran número de obispos,


anatematizó al emperador, prohibió a los pueblos que le satisficiesen, tributos, les releyó del
juramento de fidelidad, les mandó, en nombre de la religión, que tomasen las armas y echasen
del trono a León el hereje, porque se hallaba depuesto del soberano podier por la voluntad de
Dios.
A las im.precacion’es del soberano Pontífice, Italia respondió levantándose en armas; los
venecianos rompieron los retratos del príncipe, quemaron sus ordenanzas, echaron al mar sus
oficiales, y todos juraron que morirían en defensa del Papa. En Roma, los hombres, las mujeres,
los nulos, juraron sobre la cruz gue morirían por las imágenes; en la Campania se asesinó al
nuevo duque de Nápoles y a su hijo, que se habían declarado en favor (leí príncipe:
en las cinco ciudades de la Pentápolis, los oficiales del Imperio fueron degollados por los
mismos sacerdotes; en todas las ciudades se enarboló sobre los muros el revolucionario
estandarte.
En medio de estas matanzas, el hipócrita Gregorio daba limosnas, ordenaba a su clero que
celebrara procesiones, andaba con los pies desnudos por las calles de la ciudad santa, besaba el
I)olv() y recitaba muchas plegarias delante de las basílicas para pedir a Dios ‘el fin de las
hostilidades; al mismo tiempo glorificaba a sus paétidarios, les ex-
hortaba a que conservasen la fe, y bajo la máscara de la humildad religiosa ocultaba la ambición
que le devoraba y el odio que profesaba a todos los partidos. Sus legados obligaban al rey
Luitprand’o y a los duques lombardos a marchar con sus tropas contra Rávena, donde se había
encerrado el patricio E.utiquio; y en aquel mismo instante otros embajadores partían
secretamente de Roma para sublevar contra los lombardos al patriarca de Grado, al duque
Marcelo, y a los pueblos de la Venecia y la Istría.
Por fin, la Santa Sede triunfaba. León, amenazado con el furor. de los adoradores de imágenes,
que habían ya ‘iiitentado asesinarle en su palacio, y temiendo que la Península romana se
desmembrase del Imperio, dirigió cartas al Pontífice para hacerle comprender que se sometería a
las decisiones de un concilio, el cual rogaba que convocase.
Gregorio no permitió a los enviados del emperador que entrasen en Roma, ni tan sólo quiso tocar
la carta que llevaban, y la mandó leer por un diácono. He aquí su contestación al monarca: «El
jefe universal de la Iglesia, el sucesor de los apóstoles, el vicario de Cristo, ruega a Dios Padre
para que énvíe a Satanás sobre la tierra a fin de que arranque del trono al odioso iconoclasta que
persigue la fe religiosa.»
El Papa murió después dic estós acontecimientos, cl 13
de febrero del año 731.
Había arrancado a la credulidad de los pueblos dos mil
ciento sesenta sueldos de oro para enriquecer a los frailes.

HISTORIA’ DE LOS PAPAS Y LOS REYES 53~

GREGORIO III, 92.~ PAPA

LEÓN III, CONSTANTiNO, LLAMADO COPRONIMO, EMPERADORES

DE ORIENTE — THIERRY II, REY DE FRANCIA. INTERREGNO

DE SIETE AÑOS

La Santa Sede quedó vacante por espacio de treinta y cinco días, que fueron empleados en
celebrar los funerales de Gregorio II. Después de las ceremonias, el pueblo romano, arrastrado
como por un inspiración divina, sacó de entre la muchedumbre al sacerdote Gregorio y le eligió
Pontífice, porque llevaba el mismo nombre que su antecesor.
El nuevo Papa era sirio de nación, y según el juicio de Anastasio, pasaba por hombre muy
arreglado en sus costumbres e instruido en las Santas Escrituras; conocía las lenguas griega y
latina, y se expresaba con elegancia. Algunos historiadores antiguos le llaman Gregorio el Joven
otros autores le toman por su antecesor, porque siguió k misma política y se entregó a los
mismos excesos para defender el escandaloso culto de las imágenes contra el emperador León.
Al comienzo de su pontificado, el príncipe le dirigió una carta para felicitarle por su
advenimiento al trono de San Pedro, ,y Gregorio le respondió entre otras cosas:
«Hasta en los últimos altos del pontificado de Gregorio II, nada habéis emprendido contra el
culto de las imágenes; ahora afirmáis que éstas ocupan el mismo puesto de los ídolos ,del
paganismo en el templo de Cristo, y llamáis idólatras a aquellos que las adoran. Ordenáis romper
las estatuas de los santos, y echar sus pedazos fuera de la casa de Dios, y no teméis el justo
castigo de vuestra ‘conducta que escandaliza no sólo a los cristianos, sino también a los infieles.
»Cuondo el Verbo se encarnó, cuando hizo su triunfante entrada en Jerusalén, los hombres le
vieron, los hombres le tocaron y pudieron representárselo tal como se ofreció a su vista. Lo
Inismo se ofreció a Santiago, a ‘San Esteban y a los otros mártires; sus imágenes, esparcidas en
todo el mundo, han arrojado los ídolos del demonio.
>Nosotros no representamos al Dios Padre, porque no es posible pintar la naturaleza divina, la
cual no pode— mos conocer; si la conociésemos, la representaríamos en nuestros cuadros. Nos
reprocháis que ofrezcamos nuestro homenaje a tablas, piedras y paredes; mas el culto que
nosotros las rendimos no es servil, no es un culto absoluto, sino relativo. Si la materia es
cambiada en imagen y representa al Salvador, decimos: «¡Hijo de Dios, soco.~ rrednos,
salvadnos !» Si es una imagen cíe la Virgen, le decimos: «¡Rogad, Santa María, a vuestro Hijo,
para que salve nuestras alínas!> En fin, si es un mártir, añadimos:
«¡ Vos, San Esteban, que habéis derramado’ vuestra sangre por Jesucristo, interceded por
nosotros! Nosotros no ciframos nuestra ‘esperanza en estas imágenes; no les miramos conio
nuestras ‘divinidades, sino que únicamente sirven para avivar la atención de nuestro espíritu.
»?No cesaremos de repetiros que los emperadores no deben mezcíarse en los negocios
eclesiásticos; sólo tienen que dedicarse a los del gobierno; porque la unión de los príncipes y los
obispos asegura el poder de la Iglesia y de los reyes, somete los pueblos a esta doble e
irrefragable autoridad, y mantiene nuestra dominación sobre la credulidad de los hombres. Esto
no obstante, no debemos comprar la unión de los tronos de’ César y de San Pedro con la des-
trucción jie la doctrina evangélica; y puesto que vos perseguís las imágenes, no ‘puede haber paz
entre nosotros...
»Todo el Occidente os ha retirado su obediencia, vuestras estatuas y vuestros retratos han sido
rotos y pisoteados, vuestros decretos rasgados en la plaza pública y vuestros oficiales degollados
o arrojados de Italia.
»Los lombardos, los sármatas y los demás pueblos del Norte, han invadido la Decápola; Rávena
ha quedado en su poder después de haber sido saqueada; vuestras plazas más fuertes han sido
tomadas por asalto, sin que vuestras ordenes y vuestras impotentes armas hayan podido defen-
derlas.
»Esto no obstante, vos aun creéis espantarnos con vííestras amenazas, diciendo: «Enviaré mis
guardias a Roma para romper las imágenes de la catedral; cargaré decadenas al Papa Gregorio y
le castigaré como nuestro antecesor Constantino castigó al Pontífice Martín.»
»Sabed, príncipe, que no itememos vuestras violencias; humillad, pues, el orgullo de vues[ra
cólera ante nuestra autoridad, y comprended, en ‘fin, que los sucesores de
HISIORIA LE LOS PAPAS Y Los REYES 537
536 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
San Pedro son los mediadores y los árbitros soberanos de la paz entre el Oriente y el
Occidente.>~
León dirigió nuevas cartas al Santo Padre, haciéndole sabias y prudentes reflexiones. Gregorio
contestó al príncipe: «¿Afirmáis que poseéis el poder temporal y espiritual porque vuestros
antepasados reunian en su persona la <loble autoridad del Imperio y del sacerdocio...? Podían ha-
blar así, toda vez que fundaron, enriquecieron y protegie~ ron las Iglesias; esto no obstante,
durante su reinado han vivido sometidos a la dirección de los obispos. Pero vos, que les habéis
despojado, que habéis roto sus ornamentos, ~cómo os atrevéis a reclamar el derecho d’e
gobernarlcs’~ El demonio, que se ha amparado (le vuestra inteligencia, obscurece vuestras ideas,
y su orgullo habla por vuestra lengua.
Sabed, pues, vos, cuya ignorancia y vanidad son tan grandes, que Jesucristo vino a la tierra para
separar el sacerdocio y el imperio, el espíritu y la carne, Dios y César, el Papa y el emperador.
Así como no es permitido al obispe inmiscuirse eíi ~l palacio de los reyes, de igual manera es
prohibido al príncipe enviar soldado.s al santuario de la Iglesia.
»Las elecciones del clero, las ordenaciones de los ~prelados, la administración de los
sacramentos, la distribusión de los bienes de los pobres, la jurisdicción eclesiástica, pertenecen a
los sacerdotes; el derecho de gobernar las provincias, de levantar impuestos, de enriquecer los
cortesanos, de hacer degollar los pueblos, es lo que constituye la autoridad de los reyes, y
nosotros no reivindicamos estos privilegios.
»Que cada uno ‘de nosotros conserve el poder que Dios le ha dado, y no trate de usurpar lo c~ue
el mismo Dios le rehusa. Cesad, pues, de echar por tierra las imágenes colocadas en nuestros
templos, queriendo ref¿rmar nuestro culto y acusándonos de adorar la materia. ¿ Qué es lo que
son nuestras mismas basílicas? Piedras~ maderas y cal, que la mano del hombre ha consagrado a
Dios. ¿ Por qué no las destruís como la piedra, la madera de nuestras estatuas y el lienzo de
nuestras pinturas? Porque lo~ cristianos necesitan iglesias, con objeto de prosternarse ante el
altar de Cristo.
»Dejad, pues, a los fieles que empleen los tesoros robados a Satanás en adornar la casa de Dios.
No privéis a los padres de la dulce satisfacción de mostrar a sus hijos recién bautizados las
im.ágenes edificantes de los santos~
de los mártires, de la Virgen y de Jesucristo, y no aparteis los eslñI’itus sencillos (le la
vCneracion (j Ile profesan a las representaciones de las historias santas, para sumergirles en la
ociosidad y cl vicio.
Gregorio, después de haber dirigido estas cartas a León~ reunió un concilio a fin de condenar
canónicamente a los destructores (le imágenes. Los inetropuli tintos (le < grado Y de Hávena,
noventa y dos obispos. todo el clero dc Roma. los senadores, los cónsules y el pueblo, asistieron
a este concilio en la basílica de San Pedro. Después de muchas deliberaciones, el sínodo ordenó
que los que despreciaran las imá~eiies o que profanaran los sagrados ornamentos, serían
anatematizados y separados de la comunión de los fieles. El decreto fué solemnemente firmado
por todos los miembros del concilio. En seguida los miembros del clero pertenecientes a las
provincias de Italia, dirigieron solicitudes al emperador a fin de que restableciese los cuadros y
las estatuas en los templos.
Irritado León por la audacia y la insolencia del Papa, exasperado contra los prelados y el pueblo
de la Península romana, decidió castigar a estos sacerdotes rebeldes y vengarse de ellos de una
manera horrible. Organizó una numerosa flota y la dirigió sobre Italia. Desgraciadamente, en la
travesía, sus bajeles, víctimas de una tempestad violenta, se estrellaron en la costa y muchos de
ellos tuvieron que volver a Constantinopla. El Padre Santo, al saber esta noticia, mandó que se
hiciesen rogátivas públicas y dió gracias a Dios por el brillante milagro ííue acababa de salvar su
Iglesia de los furores del iconoclasta.
El ‘emperador se ocupó en reorganizar un ejército y preparar otra flota. Entre tanto, a fin de
castigar a los rebeldes, dobló la contribución de la Calabria y la Sicilia, y confiscó, en todas las
provincias sometidas, las tierras del patrimonio de San Pedro, cuyas rentas se elevaban a dos-
cientas veinticuatro mil libras de oro. En Oriente, el príncipe condenó al destierro a muchos
clérigos sediciosos, y mandó encarcelar varios obispos.
León, conmovido en su trono por las sublevaciones de los Papas, perdió lentamente las más
hermosas provincias, y se hizo execrable a sus pueblos que le llamaban el Anticristo.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 539

Lombardía

¡o no tardó mucho tiempo en arrepentir~e de hado el ~noyo del Imperio. Como los ‘lombardos
no de temer las tropas griegas, resolvieron avasallar Italia y enviaron numerosas tropas a la
Campania. ier esta invasión no hubo más recurso que el de
discordia entre sus enemigos, y hacer sublevar a duque de Espoleto, contra Luitprando, rey de
1)5.
primera señal de la rebelión Luitprando marchó jército contra el duque de Espoleto, y le derrotó
aente. Este, perseguido por su en~emigo, se refudel Santo Padre, que le dió asilo, recibiéndole
con ición. El rey lombardo, furioso contra el Papa, que le entregase el rebelde, amenazándole con
lo contrario, le declararla inmediatamente la guepetición fué rechazada bajo el pretexto de que la
erstiana ordenaba sufrir las persecuciones más vio-que violar las leyes de la hospitalidad. En-
irritado por la traición del Santo Padre, entró de sus tropas en el territorio de la Iglesia. y a la
ciudad de Roma.

Francia

extremo, Gregorio no se atrevió a dirigirse al cm-a fin de alcanzar su auxilio y envió diputados a
artel, reclamando, en nombre de Jesucristo, el los francos contra los lombardos que hablan juear
la ciudad santa, asesinar al Pontífice y exterclero. Los embajadores se hallaban encargados de al
duque de los franceses magníficos regalos, pre~liquias y las llaves del sepulcr(> del Apóstol.
1~gación fué la primera que entró en el reino de «Y plegue a Dios, para la dicha de los pueblos—
autor protestante—, que los ultramontanos nunca. hub~ W
¡~oS ~ venido, o que se hubiese ahorcado a los prime-se presentaron, amenazando con un
recibimiento
ig~~quE todos los que después se hubiesen arriesgado a un~ ~~~jada semejante.» Esto sin
embargo, Carlos se mos
tró poco dispuesto a socorrer la ciudad santa; entonces el Pontífice le escribió esta segunda carta:
«Nos hallamos en una aflicción muy grande, hijo mio, pues todos los ahorros que el año pasado
nos quedaban para el sostén de los pobres y las luminarias de los templos, son presa actualmente
de Luitprando y de Hildebrando, príncipes de los lombardos. Han destruido las granjas de San
Pedro y han robado todo el ganado que en ellas se encontraba. Hemos recurrido a vuestra
autoridad y religión, y sin embargo hasta hoy dia no hemos recibido de vos consuelo alguno.
Vivimos en el temor de que deis fe a las calumnias ¿lue éstos reyes cuLpables han esparcido en
contra nuestra, pues ~parece que están ciertos de que vos no nos prestaréis vuestro auxilio; y para
aumentar nuestros males y nuestra humillación, desafían vuestro poder y agravian vuestro
esfuerzo. «¡ Habéis recurrido —dicen— a Carlos »Martel para defenderos...! Pues que venga con
sus fran»cos y que trate de arrancarnos de vuestras manos si qui.e»re que Italia se tilia con la
sangre de sus feroces hordas.»
»¿No veis, príncipe, los- insultos que os dirigen? ¿Será cierto que los hijos de esa Iglesia no
harán ningún esfuerzo para defender a su madre espiritual? ¿ Querrán juntarse a nuestros
enemigos para burlar al príncipe de los apóstoles diciéndonos que San Pedro tiene que defender
por sí mismo su casa y su pueblo, y vengarse de sus enemigos sin recurrir a las armas de los
príncipes?
»Verdad es, querido hijo mío, que el Apóstol podría aplastar con su terrible cuchilla a los
bárbaros que arruinan la ciudad; pero su brazo es detenido por Dios, que quiere probar el corazón
de los fieles y os reserva la gloria de preservarnos de la desolación que nos amenaza.
»Os conjuramos, pues, por los dolores de la Virgen, por los sufrimientos de Cristo, por la justicia
de Dios en el último y postrer juicio y por vuestra salvación, que no nos dejéis morir prefiriendo
la amistad del rey de los lombardos a la del príncipe de los apóstoles.»
Carlos Martel no se dejó conmover por las súplicas del Pontífice; envió, únicamente, una
pequeña suma de dinero para aliviar la miseria del pueblo romano que sufría las consecuencias
de la perfidia de Gregorio hacia el príncipe lombardo.
MO HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 541

Germania

En esta misma época, el fraile inglés llamado Wiufrido. ordenado obispo bajo el pontificado
anterior, y que había sido enviado a la Germania, escribió a Roma para manifeslar al Padre Santo
el éxito de su misión y demandarle consejo. El Papa le respondió en esta forma: «Hemos dado
gracias a Dios, hermano mío, al saber por vuestras cartas que habíais convertido más de cien mil
almas a la fe cristiana, ya con vuestra elocuencia, ya con el socorro de las armas de Carlos,
príncipe de los francos. 0s concedemos nuestra amistad, y fuera de esto, para recompensar el
cielo que habéis mostrado en vu’estros apostólicos trabajos, os damos el palio y el título de
arzobispo.
‘Continuad sometiendo a la autoridad de Cristo y de nue&tra Sede a todos los pueblos de la
Germania. Y por el poder que hemos recibido de San Pedro, os damos el de consagrar los
obispos que trabajarán sin descanso en la instrucción dc los pueblos convertidos.
»Mandaréis a vuestros sacerdotes que administren un segundo bautismo bajo la invocación de la
Santa Trinidad,
a los que hayan sido bautizados por los laicos paganos
o por uno de esos sacerdotes idólatras que sacrifican a
Júpiter y comen viandas inmoladas...
»Los señores que venden sus ‘esclavos a los paganos para hacer con ellos humanos sacrificios,
quedarán sométidos a la penitencia infligida a los homicidas. Los obispos privarán a los nuevos
cristianos de comer carne de caballo y de perro; en fina proscribirán a los adivinos y los hechice -
ros; desterrarán a los augures, los encantadores, así como los sacrificios celebrados en honor de
los muertos, o por la santificación de los bosques y de las fuentes.
»Os concQdemos el derecho de jurisdicción sobre todo el clero que hayáis elegido, y deseamos
que adelantéis la época del viaje que debéis hacer a Italia, para recibir nuestra bendición y
conferenciar con Nos acerca de los intereses de la naciente Iglesia de Germania. »
Bonifacio accedió a los deseos del Pontífice y se dirigió a Roma, donde fué colmado de honores
por Gregorio, que le hizo sentar a su derecha en presencia de los grandes y de los obispos. Esto
no obstante —añade un historiador—, los favores del Pontífice no deben considerarse como la
recompensa del celo que el santo anciano había mostrado por
la religión, sino tan sólo como premio del amor que había manifestado hacia la Santa Sede, y
como el salario de las máximas de obediencia que nabía propagado entre los bárbaros.
El fraile inglés se despidió del Pontífice y dejó a Roma cargado de presentes y reliquias.
Gregorio .111 hizo gran número de piadosas acciones. «Reparó —dice un autor— tod~s las
iglesias de la ciudad apostólica, particularmente la de San Pedro, colocó en torno del santuario
seis columnas preciosas que el exarca Eutiquio le habia dado, las hizo coronar con arquitrabes
revestidos de plata y adornados con figuras de Jesús, de sus apóstoles, de su Santa Madre, que se
hallaba colocada en medio de las virgenes; de distancia en distancia se hallaban guarnecidas con
flores de lis de oro, candeleros de plata y ricas caz¿ietas; ‘el oratorio consagrado a los santos
había sido ornado con admirables pinturas; y de la bóveda, que era de plata adornada con una
corona de oro, descendía una cruz ‘enriquecida con diamantes, la cual permanecía colgada
encima del altar. Entre dos columnas de pórfido se había colocado una estatua de la Virgen
Maria, una patena, un cáliz y dos vasos de colosal tamaño; todos estos ornaInentos eran de oro,
adornados con piedras preciosas.

La Madre de Dios

La basílica de Santa Maria la Mayor encerraba una imagen dc la Virgen Maria sosteniendo al
niño Jesús, igualmente de oro macizo; por fin, la iglesia de San Andrés, había recibido del
Pontífice una cstatua mucho más preciosa que las :ofrendas anteriores. El peso del oro de cstos
diferentes regalos, ascendía a más dc ciento setenta y tres libras, y el dc la plata a iiiás de
quinientas treinta.
Por fin, dió considerables sumas a los duques (le l3enevento y de Espoleto l)ara comprar un
castillo fortificado que defendía una posición importante de los Estados pontificios, y murió a
fines del año 741.
Muchos historiadores eclesiásticos pretenden que bajo el pontificado d’e Gregorio III. los
musulmanes ‘ejercieron violentas persecuciones contra los cristianos del Asia. del Africa y de
España. y que hicieron muchos mártires.
En España. sobre todo, los árabes protegían los conventos (te los hombres conforme lo alestigun
un docuinení o con—
542 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

cedido por dos jefes mulsumanes a los habitantes de Coimbra. 1-le ahí este notable documentO:
«Los cristianos pagarán una capitación. doble de la que pagan los árabes; cada iglesia dará un
tributo anual de. veinticinco libras de plata; la de los monasterios será de cincuenta, y las
catedrales pagarán el doble. Los cristianos tendrán un conde de su nación en Coimbra y en
Goadotha, para la administración de la justicia; únicamente no podrán ejecutar la pena de muerte
en un culpable sin la autorización del cheique o alcaide árabe.—~Si un cristiano mata a un
mahometano o le injuria, será juzgado conforme a la ley árabe.—Si abusa de una doncella árabe,
abrazará el islamismo y se casará con la que haya seducido, o bien sufrirá la pena de muerte.—Si
abusa de una mujer casada, sufrirá ‘el castigo reservado a los adúlteros.—Los obispos cristianos
no maldecirán a los jefes de los tunísumalieS en sus templos ni en sus oraciones, y no celebrarán
el sacrificio de la misa más que a puerta cerrada, bajo pena de multa dc diez libras de plata.»
Después de la lectura. de semcjante documento, cuya aútenticidad es irrecusable, no ‘es posible
dar fe a los absurdos relatos de persecuciones ejercidas por los árabes.
ZACARIAS, 93.u PAPA

CONSIANTINO, LLAMADO COPRONIMO, EMPERADOR DE ORIENTE — CHILDERICO


III, REY DE FRANCIA.

Se eligió, para suceder a Gregorio III, al sacerdote Zacarías, de origen griego. Recibió la
ordenación en 28 de noviembre del año 741.
La historia ha dejado ignorar cuáles fueron las intrigas con que Zacarías llegó al trono
apostólico; cuenta únicamente que la Santa Sede, amenazada por poderosos enemigos, se hallaba
ex¿puesta a los mayores peligros, y que el Padre Santo se vió obligado a desplegar todos los
recursos de su política para salvar la Iglesia de la cólera de los lombardos y del odio del
emperador. Por uña parle, Constantino, llamado Copronixno, hijo de León el Iconoclasta, había
heredado ricos dominios que su pa~dre había quitado a los Papas, y continuaba la guerra contra
el culto de las imágenes y contra los rebeldes de Italia; por otra párte, los franceses, consultando
menos el fanatismo ‘de los sacerdotes que el interés de la nación, rehusaban tomar parte en estas
deplorables guerras y dejaban a Luitprando asolar la Italia y sitiar la ciudad de Roma.
Así la Santa Sede, que había querido emanciparse de la autoridad imperial, era castigada en su
rebelión por las consecuencias mismas de su victoria, e iba a caer inevitablemente bajo el terrible
yugo de los lombardos.
Zacarías, para salir de esta posición difícil, recurrió a la astucia y a las negociaciones, y en ~fin,
determinó hacer una infame traición en perjuicio de Trasimundo, duque de Espoleto, el mismo a
quien su antecesor habla impulsado a la revuelta: envió embajadores al rey Luitprando, con
encargo de ofrecerle en su nombre ricos presentes y de jurarle que le entregaría a Trasimundo a
la venganza de 106 lombardos. Con esta condición, el príncipe prometió celebrar una alianza y
devolver las cuatro importantes ciudades que la Santa Sede había perdido ‘en la guerra. Zacarías
reunió entonces sus tropas a las de Luitprando y se dirigió contra el desgraciado duque de
Espoleta.
546 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 547
pues, obligado a huir aquel que nosotros habíamos elegido para sucedemos, ¿ qué partido he de
tomar, Santísimo Padre?
»Som’eto una nueva dificultad a vuestra decisión: un hombre de origen ilustre se ha presentado a
nosotros afirmando con juramento que había comprado de Gregorio III la autorización de casárse
con una parienta en el tercer grado, por más que hubiese hecho voto de ca~tidad. Nos ha pedido
la bendición nupcial bajo el pretexto de que ~u conciencia no se hallaba Lranquila, y ofrece
pagarnos la licencia para casarse. En su país la unión que ha contraído pasa por un abominable
incesto a los ojos del grosero pueblo; así yo atribuyo su vuelta a la penitencia, no a un motivo de
religión, sino al temor de que se repruebe su acto.
»Algunos prelados se han quejado igualmente de la avaricia de la corte de Roma; pretenden que
en la ciudad santa todos los cargos se venden a pública subasta; y no obstante su deseo para
~ilcanzar ¿1 palio, declaran que no se atreven a pedirle porque no son bastante ricos para pa-
garle. Nosotros rechazamos estas calumnias y condenamos su yerro; y para mejor convencerles,
os rogamos que concedáis esa muestra de aprecio a nuestro hermano Grimm, metropolitano de
Ruan.»
Zacarías respondió al arzobispo Bonifacio:
«No permitiremos, hermano mío, que mientras viváis se elija un obispo en vuestro lugar, toda
vez que se infringirían los cánones. Rogad a Dios que os conceda un sucesor digno, y que a la
hora de la muerte, lo podáis señalar, en presencia de todo el pueblo.
»Os hemos someLido un caso de unión que no se podría aprobar sin yiolar los cánones; esto sin
embargo, confieso, para vergúenza de la Santa Sede, que nuestros antecesores han vendido
semejantes licencias a fin de lIcuar el tesoro de San Pedro, extinguido por las guerras o pro-
digalidades de los Pontífices. Mas habéis obrado con prudencia rechazando la acusación de
siunonía que culpables sacerdotes dirigían en contra nuestra, lanzando vuestro anatema a los que
vendían los dones del Santo Espíritu. »
Bonifacio dirigió al Pontífice estas frases, sobre la desorganización del clero de la Galia:
«Los falsos obsipos, los sacerdotes infames y sodomitas, los clérigos impúdicos y asesinos,
abundan en este país. Uno de ellos, el prelado Adalberto, pretende que un ángel vino desde la
extremidad de la tierra para traerle
maravillosas reliquias, en virtud de las cuales puede obtener dc Dios todo lo que se le pida; se
atreve a afirmar, con execrables juramentos, que recibe con frecuencia cartas de Jesucristo; y con
esta sacrílega astucia se ha cap~ tado la confianza de las familias, ha seducido muchas mujeres y
doncellas, ha engañado a los espíritus sencillos y se ha hecho dar grandes cantidades de dinero
que debían ser recaudadas por los obispos legítimos.
» No solamente Adalberto se declaró santo y profeta, sino
que en su orgullo se atreve a igualarse a los apóstoles
y a co»sagrar iglesias en su honra. Ha elev’ndo cruces
y oratorios en los campos, cerca de las fuentes, en los bosques yen,. ,para que los fieles
abandonaran las
las rocas
iglesias, y utilizar en su provecho las ofrendas de los simples. “Vende a los fieles sus uñas y
cabellos como preciosas reliquias dignas de adorarse; y va contra nuestra Iglesia despreciando el
sacramento de la confesión. Dioe a los hombres que van a prosternarse a sus pies para confesar
sus faltas: ¿Conozco vuestros pecados y es inútil con»fesarlos; vuestros niás secretos
pensamientos me han sido »ya descubiertos; levantaos e id en paz a vuestras casas!. »Os doy mi
absolución.»
»Otro sacerdote, llamado Clemente, rechaza la autoridad de los cánones. Vive en concubinato,
teniendo dos hijos adulterinos, e introdujo ~l judaísmo en la Iglesia, y permitió a los fieles que se
casasen ~on la hija de un hermano o de una h~rmana; enseña que el Salvador, bajando a los
infiernos, libertó a todos los coñdenados que se encontraban
en los mismos, incluyendo entre éstos a los infieles e idólatras, y que en el día del juicio final
retirarla de ellos a todos los que hubieran recibido la Eucaristía; porque, según afirma, Cristo no
permitirá que ardan eternamente unas ‘almas que ha rescatado con el precio de su sangre.
»Nosotros no podemos tolerar con nuestro silencio semejantes escándalos y os suplicamos,
Santísimo Padre, que escribáis al duque Carlomán para que estos herejes sean encarcelados, se
les aplique el tormento, y que nadie les hable ni se comumque con ellos.»
Luego que Zacarías hubo recibido la carta del arzobisPO Bonifacio, se apresuró a convocar un
concilio en Roma. Los prelados Adalberto y Clemente fueron excomulgados, y las actas del
sínodo fueron dirigidas al primado de las Galias. «Os exhortamos, hermano mío —escribía el
Pontífice—, a que soportéis con valor las persecuciones de los
L.
548 HISTORIA DE LOS PAPAS Y L.OS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 549
malos sacerdotes y a que perseveréis en vuestra conducta. »¿Acaso la misma Roma no ha sido
víctima de los escándalos de su clero? ¿Por ventura la Santa Sede no ha sido manchada por
Pontífices culpables de adulterios, de incestos, de envenenamientos y de homicidios? Pero Dios
en. su bondad, se ha dignado concedernos la paz y conso— larnos.
»Escribimos ~al 4uque Carlomagno rogándole que castigue severamente a los eclesiásticos
indignos para edificación de las iglesias que son administradas por obispos y sacerdotes
impostores.
»Sabemos que hombres infames, vagos, culpables de homicidios, de robos, de adulterios y 4e
otros abominables crímenes, se convierten en ministros de Jesucristo, viven sin reconocer la
autoridad de nuestra Sede, y se apoderan de las Iglesias. En todas partes donde encontréis estos
hijos de Satanás, privadl’es del sacerdocio y sujetadíes a la regla monástica, a fin de que
terminen su vida escandalosa en una sincera penitencia.
Proscribid, ‘especialmente, al herético sacerdote Virgilio, ese sacerdote escocés que se atreve a
sostener que existe otro mundo y otros hombres en la tierra, otros soles y otras lunas en los
cielos; que afirma que para ser cristiano basta con seguir la moral del Evangelio y practicar los
preceptos del Salvador, sin ni siquiera haber recibido el bautismo. Que se le lance de la Iglesia,
se le despoje del sacerdocio y se le encierre en los más negros calabozos; hacedle sufrir, en fin,
todas las torturas inventadas por los hombres, pues nunca se hallará una pena bastante terrible
para castigar a un infame cuya doctrina sacrílega 4lestruye la santidad de nuestra religión.
Hemos pedido ya al duque de Baviera que nos entregne a este apóstata, para juzgarle
solemnemente y castigarle conforme al rigor de los cánones; como el príncipe haya rechazado
nuesIra demanda, hemos escrito al sacerdote una amenazadora carta para prohibirle que levante
su voz abominable en presencia de los fieles reunidos en la casa de Dios.»
Virgilio fuÉ, en efecto, perseguido cruelmente por los esclavos de la Santa Sede, que calificaban
de sacrílega idolatría la teoría del sabio escocés sobre la tierra, el cual sostenía que era redonda y
habitada en toda su superficie. Ocho siglos más tarde, la doctrina de los antípodas, enseñada por
este sacerdote filósofo, iluminará el genio de Cristóbal Colón, y afladirá un nuevo mundo al
antiguo.
Los soberanos, más ignorantes aún que los eclesiásticos, no reconocían otras verdades que las
enseñadas por la Iglesia; se sometían ciegamente a las decisiones de los Pontífices. les
consultaban en sus empresas y hasta alguna vez abandonaban sus coronas para sentarse en el
consejo de los Papas, con el báculo en la mano, la cabeza adornada con una mitra o los hombros
cubiertos con una capa pluvial.
Así, el rey de los lombardos, Ratchis, prefirió a las grandezas del trono una simple celda en el
monasterio de Monte Casino; el hermano de Pepino, Carlomán, renunció igualmente al mundo y
fué en peregrinación a la ciudad santa; y después de haber enriquecido ‘el tesoro de San Pedro,
recibió, de manos del Pontífice, el hábito de San Benito y se encerró en un convento. Este gran
príncipe hacia de cocinero, cuidaba de los caballos, trabajaba en el jardín con objeto de humillar
su orgullo y salvar su alma de las llamas del infierno. A él se debe la fundación de la famosa
abadía de Fulda, de la cual Bonifacio nos hace la siguiente descripción en una carta dirigida al
Pontífice ~<Eíí una vasta selva, en medio de un sitio salvaje, heí~us elevado un monasterio al
cual hemos enviado religios4s que viven conforme a la reglá d’e San Benito, en una s~vera
abstinencia, privándose de la carne, del vino y de la cerveza; carecen de servidores y siempre
están ocupados en trabajos manuales. Este retiro ha ‘sido fundado por nosotros con el auxilio de
las almas piadosas, y sobre todo con ‘el auxilio del hermano’ Carlomán, entonces príncipe de los
francos. Nosotros nos proponemos, salvo vuestra opinión, buscar un descanso a nuestra vejez en
este santo retiro para aguardar en él la hora de la muerte.»

Política

Pepino, dueño absoluto de Francia, a consecuencia de la retirada de su hermano, se ocupó en


conquistar las simpatías d’e Roma; el sacerdote Ardobano, portador de una autorización d’e los
obispos, de los abades y de los se-flores de las Galias, fué a consultar al Papa acerca de muchos
puntos de disciplina eclesiástica que s’e referían a tres cuestiones principales: al orden episcopal,
a la penitenc~a a los homicidas y a las uniones ilícitas. El embajador debía informar al mismo
tiempo a Su Santidad que Mayenza había sido elegida para metrópoli del reino. En

550 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 551

SUS Secretas instrucciones, ‘el gobernador de Palacio había encargado a Ardobano que ofreciese
ricos presentes al Papa y que sondeara las intenciones de Roma para el instante en que. usurpara
la corona de Francia. El Pontífice recibió el comisionado de los franceses en audiencia solemne;
respondió a las cartas de los prelados y de los señores, instándoles para que cumplieran su deber:
los seglares, combatiendo contra los infieles, y los eclesiásticos, asistiéndoles con sus ruegos y
consejos. Luego dirigió cartas particulares a Pepino con objeto de animarle en sus ambiciosos
proyectos, autorizándole, en nombre de la religión, e destronar, sin pérdida de tiempo, a
Chilperico III y apoderarse de la corona. El gobernador de Palacio, seguro del apoyo del clero,
cogió al débil monarca, le rasuró la cabeza, con su joven hijo Thierry, y los encerró el uno en el
monasterio de Sitiano, y el otro en un convento de Normandía.
Zacarías había ya previsto que su política garantizaba e Fi Santa Sede la protección de una
dinastía naciente, y que en cambio de la sanción que daba a una usurpación. el nuevo príncipe le
ayudaría a dominar los lombardos y a emanciparse de los emperadores. En efecto: los soberanos
de Constantinopla se vieron obligados a implorar el apoyo de los Papas; y Constantino
Copronimo, que había sido lanzado del trono por el usurpador Artabase, no logró reconquistar la
corona sin el auxilio de la Santa Sede. Este ‘príncipe, en su reconocimiento, abandonó al Papa
muchos dominios del Imperio. El exarca Eutiquio, Jitan, metropolitano de Rávena, y los pueblos
de la Pentápolis y de la pro‘vincia dc Emilia, reclamaron, a su~ vez, la poderosa protección de
Zacarías. a fin de detener las armas victoriosas de los lombardos.
Bajo el pretexto de apreciar mejor el objeto de ~us quejas, el Pontífice se dirigió a Rávena
acompáñado de un gran séquito. A su ‘llegada, los ciudadanos y el clero sa3ieron dc la ciudad
para recibirles, gritando: «¡Bendito sea el pastor que ha dejado su rebaño para venirnos a auxiliar
en la hora de la muerte!» Algunos días después, Zacarías envió embajadores a fin de participar al
rey lombardo su llegada a sus Estados. Luitprando envió a su encuentro una escolta compuesta
de señores de su corle. a fin de recibir al Padre “Santo con todos los honores debidos a su
dignidad y a su rango.
En su entrevista con el rey, Su Santidad reclamó la
ejecución de los tratados, exigió que las tropas que ocupabaii la .provincia de Rávena fuesen
inmediatamente retiradas, y dijo que se tenían que devolver a la Santa Sede las ciudades de que
se habían apoderado sus jefes, y exigió particularmente la rendición de Cesena. El monarca, te-
miendo atraerse la enemistad de Zacarías, cedió a sus súplicas, consintió en restituir la ciudad de
Rávena, las dQs terceras partes del territorio de Cesena, y no conservó, para la seguridad de sus
tropas, más que una plaza fuerte que prometió devolver al exarca luego que volvieran sus
embajadores, los cuales se hallaban en Constantinopla para tratar de la paz con el emperador.
Después de haber elevado la Sede pontificia al más alto grado de esplendor durante un reinado
de once años, Za-cadas murió ‘en el mes de marzo del año 752. Fué enterrado en la basílica de
San Pedro.
ESTEBAN II, 94.Q PAPA
ESTEBAN III, 95o PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO COPRONIMO, EMPERADOR DE ORIEN


TE — PEPINO, REY DE FRANCIA

Después de la muerte del Papa Zacarías, los romanos eligieron para ocupar la Santa Sede a un
sacerdote llamado Esteban, que tomó luego posesión del palacio de Letrán.
Al día siguiente, y en ‘el momento en que salía de su lecho para dar algunas órdenes, perdió de
pronto la voz y el conocimiento y cayó muerto a los pies de sus diáconos.
CONSTANTINO, LLAMADO CoPRONí~IO, EMPERADOR DE ORIENTE — PEPINO,
REY DE FRANCIA

Caída del exarca de Rávena

Muerto Esteban II, el pueblo, los grandes y el clero se reunieron en la basílica de Santa María la
Mayor y proclamaron un Pontífice que fué entronizado bajo el nombre de Esteban III. Era
romano de origen y huérfano desde sus más tiernos años. Los Papas, sus antecesores, habían
cuidado de su infancia y le habLan educado en el palacio de Letrán; en seguida le hicieron pasar
por todas las órdenes eclesiásticas hasta el diaconado.
Los romanos 1e profesaban tan gran veneración, que cuando fué elegido, los hombres del pueblo
le elevaron sobre sus hombros y le llevaron en triunfo a la iglesia de San Pedro. Virgilio Polídoro
afirma que éste fué el primer ejemplo de una entronización tan contraría a la humildad
apostólica, y censura a Esteban por haberlo dado.
Esteban es, igualmente, ~el primer Pontífice que ha sellado sus cartas con plonio en vez de la
cera que los obispos de Roma empleaban.
Tres meses después de su encumbramiento, cl Padre Santo envió legados al rey de los lombardos
para ofrecerle ricos presentes a cambio de un tratado de paz entre sus pueblos y la Santa Sede.
Astolfo recibió, desde luego, sus ofrendas y juró una tregua de cuatro años. Luego, obsei’vando
que el pequeño número de tropas griegas que defendían a Italia le ofrecía una favorable ocasión
para, quitar el exarcato al Imperio rompiendo la paz, se dirigió líaci~ Rávena. Eutiquio, que
mandaba en nombre del emperador, se defendió con gran esfuerzo por ‘espacio de algunos
meses; mas no pudiendo resistir el núluero de sus enemigos, abandoiló su capital y huyó a
Constantnopla. Rávena sucumbió a las armas de los lombardos y su ruina llevó consigo la caída
de 105 exarcas, que habían reinado por espacio de ochenta años como vicarios imperiales.
554 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA I)E LOS PAPAS
Y LOS REYES 555

Astolf o, enorgullecido con su éxito., resolvió apoderarse de Italia entera ~,y bajo pretexto de que
la posesión de Rávena le adjudicaba los derechos concedidos por el Imperio a este gobierno,
reivindicó la soberanla de Roma y la amenazó con ponerle sitio si no guería someterse. El Papa
4envió embajadores para la ejecución de los tratados y la conservación de la paz. Astolfo,
despreciando estos embajadores con cogulla, ni siquiera escuchó sus proposiciones; les ordenó
entrar en sus monasterios próhibiéndoles volver a Roma para dar cuenta de su embajada. Esto no
obstante, la guerra quedó por un momento suspendida por la conversión de Anselmo abrazó la
vida religiosa y alc~*nzó del rey para él y sus frailes la tierra de Nonantula, a dos leguas de
Módena.
Ya ~Ios príncipes conocían la sutil distinción hecha por ia Santa Sede entre César’ y la Iglesia,
puesto que al mismo tiempo que el monarca se preparaba a hacer una terrible guerra a III,
manifestaba como cristiano, una su-
‘Esteban
misión absoluta al príncipe de los apóstoles, y asistía al concilio convocado por el Papa al objeto
de revestir a Anselmo con el hábito monástico y darle el báculo pastoral.
Algunos días después de esta ceremonia, Juan, silenciario del emperador, llegó a la ciudad santa
con cartas para el pontífice y para el rey de los lombardos. Constantino rogaba vivamente al
príncipe que; le devolviese las plazas injustamente quitadas al Imperio, en desprecio dc los tra-
tados, y le preguntaba qué condiciones quería proponer a fin de evitar una guerra que debía ser
funesta a los dos pueblos.
Astolfo, que deseaba ganar tiempo, con objeto de proseguir sus conquistas y fijar su dominación
en Italia, evitó el dar una decisiva respuesta al silenciario; eligió a un embajador encargado de
acompañar a Juan a la corte de Constaiitinopla, para tratar de la paz con el mismo Constantino.
Esteban envió, igualmente, muchos diputados al emperador bajo el pretexto de que le enviaba
cartas; pero en realidad para obligar al príncipe a que se diri~iese hacia Italia y que librase a
Roma de los lombardos. Constantino ocupado en Oriente en su guerra contra los árabes, y pro-
fesando una opinión distinta a la del Santo Padre, en lo que se refería al culto de las imágenes,
despreció las dúplicas que le dirigía el Pontífice~ abandonó ‘Roma al rey Astolfo yl convocó un
concilio en su ciudad de Constantinopla a fin de que condenase la adoración de las imágenes.
J
Las imágenes

A este concilio asistieron trescientos treinta y ocho obisros. y después de un gran preámbulo
declararon lo sLguierite: «Jesucristo había libertado a los hombres de la idolatría, y les había
enseñado la adoración en el foro de la verdad y la conciencia; pero el demonio, celoso del poder
de la iglesia, trató de resucitar. el culto de los ídolos bajo la apariencia del cristianismo,
persuadiendo a los fieles que debían prosternarse ante las criaturas. Así, para combatir al príncipe
de las tinieblas, ordenamqs a los sacerdoter que lancen cte los templos todas las imágenes que las
manchan, y destruyan las que se hallan expuestas a la Edoración en las basílicas o en las casas
particulares, bajo la pena de deposición para los sacerdotes y (liáconos, y cte anatema para los
frailes y laicos, sin perjuicio de las penas corporales infligidas a los culpables según las leyes
imperiales.»
Cuando el sínodo hubo concluido, Constantino se dirigió con gran pompa hacia la plaza pública
y mandó publícai’ los decretos dados en la asamblea de los obispos. De ~ronto los sacerdotes
iconoclastas se precipitaron a las iglesias, y bajo el pretexto de destruir las imágenes y de lechar
por tierra los ornamentos idólatras, se apoderaron de las cruces enriquecidas con piedras
preciosas, de los vasos sagrados, de los ricos trajes, de los velos preciosos y de los muebles de
oro y de plata destinados al servicio divino.
El rey ‘de los lombardos, viendo al emperador demasiado ocupado en sus Estados y en
cuestiones religiosas para pensar en detener sus proyectos de conquista, ‘entró en el territorio de
Roma, y no obstante las súplicas del Papa, obligó a los habitantes a reconocerle como soberano,
si no querían ser pasados a cuchillo.

El Papa en jaque

Esteban III, no pudiéndose oponer a los lombardos más que con legiones poco aguerridas, se
mantuvo encerrado en la ciudad, exhortando al pueblo a que implorase la misericordia divina;
hacía llevar en procesión las reliquias ~e los apóstoles, y él mismo, con los pies desnudos y la
556 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
cabeza cubierta de ceniza, llevaba en hombros una imagen de Jesucristo, 4ue, según los
sacerdoFes, había sido enviado por Dios. Un obispo abría la procesión agitando en el aire una
gran cruz de oro, en la cual sie había ata4o el. tratado de íaz firmado por el rey de los lombardos,
y una bula de ‘excomunión dirigida contra el sacrílego príncipe. No obstante la confianza que el
Pontífice mostraba en el cielo, contaba principalmente con la eficacia del ejército para detener
los soldados de Astolfo. Así, no esperando ya más socorros por parte del emperador, resolvió
dirigirse al rey Pepino con objeto de hacerle conocer la desolación. en que se hallaba su Iglesia.
Esteban. escribió al mismo tiempo a todos los duques de Francia y les. suplicó que acudieran cii
socorro de San Pcdro, que él llamaba su protector, prometiendo en nombre del apóstol el perdón
de todos los pecados que habían cometido o que podrían cometer en lo sucesivo, garantizándoles
una inalterable dicha en este mundo y la vida eterna en el otro.
Droctegando, primer abad de Gorza, jefe de su embajada, dejaba apenas las tierras de Italia
cuando el silenciario Juan volvió de Constantinopla con los legados. Constantino ordenaba al
Padre Santo que se dirigiese hacia la corto de Astolfo, con objeto de obtener la ciudad cíe
Rávena y las ciudades que dependían del exarcato. El Papa conocía de antemano la inutilidad de
estas negociaciones; consintió, no obstante, en emprenderías, con objeto de acercarse a Francia y
solicitar por sí mismo el auxilío de Pepino. Envió luego embajadores a la corte de Pavía con
objeto de pedir un salvoconducto, que el rey lombardo se apresuró a concederle, garantizándole,
además, que recibiría todos los honores debidos a su rango.
Esteban salió de Roma en 14 de octubre del aílo 75’1, acompañado de los embajadores franceses
que habían vuelto con Droctegando en el intervalo de las negociaciones. A su llegada en el
territorio de Pavía, Astolfo le mandó advertir que era inútil que se presentara ante él si quería
hablarle acerca de la rtÁtitución del exarcado de Rávena y otras plazas del Imperio que él y sus
predecesores habían conquistado. El Pontífice respondió que ningún temor era bastante a
impedirle el cumplimiento de la misión de que le había encargado su príncipe, y que continuaría
su marcha hacia la capital de los lombardos.
Al día siguiente, que era el señalado para la conferencia, Esteban fué admitido en presencia del
rey; se prosterné
557
‘a sus pies y le ofreció ricos presentes, suplicándole, en nombre de Constantino, que restituyese
las provincias de que se había apoderado; Astolfo continuó rehusando, y el silenciario Juan, no
obstante sus promesas y amenazas, no pudo lograr que el jefe lombardo variara su resolución
primera. Entonces los embajadores franceses le declararon en nombre de Pepino, su amo, que
tenían orden. de conducir el Papa a las Galias. El rey comprendió luego las pérfidas intenciones
de Esteban; pero no se atrevió a arrestarle, y se vió obligado a obedecer los caprichos de los en-
viados de la corte de Francia.

I~l Papa ante el rey

Después de haber franqueado los Alpes, ‘el Pontífice llegó al monasterio de San Máuricio, ‘en
Valais, donde .algu~nos señores franceses le aguardaban para conducirle a Ponthión, castillo
fuerte situado cerca de Langres, una de las residencias de la real familia. ~arJos, primogénito’
de Pepino, había ido a recibir al Santo Padre a una dístalncia de cincuenta leguas. El rey, la reina
y los jóvenes princirpes le recibieron a una legua de Poníbión. Anastasio cuenta qu’e el monarca
francés tuvo la debilidad de andar a pie, con la cabeza descubierta por espacio de dos horas, y
guiando con su mano las riendas del caballo d’e Esteban.
Al siguiente día, los romanos ofrecieron sus respetos al rey y suplicaron a Dios qu’e le
conservara sus pueblos; al otro día le ofrecieron ricos Presentes así como a los señores de su
corte; pero al tercer día los cánticos’ de alegría hubieron de convertirse en lamentos; Esteban
apareció con todo su clero, con la frente cubierta de ceniza y ceñido con un cilicio; todos se
prosternaron a los píes del monarca, Conjurándole, con tristes gritos e invocando la misericordia
de Dios y los méritos d’e San Pedro y San Pablo, a ‘que les libertase de la dominación -de los
lombardos. El Santo Padre inclinó el rostro hacia el suelo hasta que Pepino le hubo tendido su
mano, exigiendo que el mismo rey le levantase del suelo en señal de que le prometía su libertad.
Y, en efecto, la astucia del Pontífice alcanzó un éxito ~completo; él consintió en enviar
embajadores al príncipe ‘Astolfo para suplicarle, en nombre de los santos apóstoles, que no
ejerciese hostilidades contra Roma. Mas como ‘esta embajada no alcanzase resultado alguno, se
dejó arrastrar
558 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 559

por amor propio a una guerra terrible, donde habían de perecer sus mejores soldados para
sostener la ambición de un sacerdote hipócrita. El príncipe convocó en la dudad de Carisiac, o de
Quiercyi, a los señores de su reino, y en sú presencia resolvió que llevaría la guerra a Italia para
libertar la santa Iglesia; y hasta hizo con anticipación una donación a San Pedro de muchas
ciudades y territorios que se hallaban aún bajo el dominio de los lombardos, Se levantó de ello
una acta solemne, y Pepino la firmó en su nombre y en el de sus dos hijos Carlos y Carlomán.
Sabiendo Astolfo los preparativos de guerra que Fran~Ia hacía en contra suya, se apresuró a
enviar a esta corte al fraile Carlomán, hermano de Pepino, a fin de destruir con su influencia las
maquinaciones de Esteban III, y para distraer a los señores de la Galia de su empresa contra Ita-
~ia. M.ezeray afirma que el religioso presentó la causa de los lombardos con tanta elocuencia al
parlamento de Quiercy~ que éste ordenó que se enviaran a Pavía unos comisionados al objeto de
proponer un tratado de paz entre el rey y el Papa.
Los embajadores fueron recibidos con gran pompa por Astolfo; el príncipe consintió en no
reivindicar la soberanía de Roma; mas no quiso restituir al emperador el exarcato de ~Rávena,
pretendiendo que este negocio no era de la competencia del Santo Padre ni del rey francés, y que
Constantino debía reconquistar con sus armas las provincias que la debilidad de sus generales
perdieron.

Diplomacia pontificia

Esteban III sostuvo entonces que Rávena y sus dependencias no pertenecían al que las había
conquistado; y que éstas volvían por derecho divino a la Santa Sede, porque eraíi el despojo de
un príncipe herético. Carlomán trató de observar al Santo Padre la injusticia de sus pretensiones,
y llamó su atención respecto al escándalo que daba a los fieles reivindicando los despojos de un
condenado. Entonces Esteban, para des.embarazarse de un adversario tan inteligente, se ocupó en
hacerle sospechoso al desconfiado Pepino; acusó a Carlomán de alimentar pensamientos ambi-
ciosos y aconsejó al monarca que le énoerrara en el monasterio de Viena y que mandase rasurar
la cabeza a sus jóvenes sobrinos. Dueflo del terreno, obtuvo fácilmente del
príncipe la promesa de emplear el ejército francés en coííquistar por su cnenta el exarcato de
Rávena; y como la asamblea de Qui.ercy hubiese termtnado sus deliberaciones, Esteban fué a
San Dionisio para aguardar el momento de su marcha.
Durante su estancia en Francia, el Pontífice cayó enfermo, ya por la fatiga del viaje, ya por ‘el
rigor de la estación, y en pocos días su mal fué tan grave, que la gente de su casa desesperó de
salvarle. Esto sin embargo, la Santa Sede no debí.a aún perder ‘un jefe que ‘comprendía tan hien
sus intereses.

Consagración regia
Esteban consagró luego, en una fiesta solemne, a Pc-pino, a sus dos hijos Carlos y Carlomán y a
su mujer Bertra~ da; luego de haberles impuesto las manos, declaró en nom~ bre de Dios que
prohibía a los francos y a sus descendientes, bajo pena de anatema y de condenación eterna, ~lc~
gir reyes de otra raza. El Padre Santo creó los dos príncipes patricios, a fin de obligarles a que
protegieran la ciudad santa. Le Cointe asegura que el bautismo de Cados y de Carlomán fué
aplazado hasta esta época para que el Pontífice fuese padrino; en efecto, en muchas de sus cartas
llama a Esteban su hijo espiritual; como la guera en ,Italia fuese declarada en el Parlamento, el
rey de Francia hizo grandes preparativos al objeto de asegurar la victoria. Franqu.eó los Alpes a
la cabeza de numerosas tropas, y obligó a Astolfo a dar completa satisfacción al Pontífice. El
tratadc se celebró en presencia de los embajadores de Constantino, que habían acudido para
reclamar el exarcato a favor de su amo; sus reclamaciones fueron inútiles, y l3ávena fiíé
adjudicada a la Santa Sede. Firmada Ja paz. Pepino se retiró con su ejército, llevando consigo
rehenes de los lombardos; por lo que se refiere a Esteban, ‘entró triunfante en Roma,
acompañado del príncipe Jerónimo, hermano del rey d’e Francia.

Cerco de Roma

Mas 110 bien Astolfo se encontró libre. (le las tropas enemigas, cuando rompió los tratados que
le habían sido
560 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES }iIS’1ORIA ]>L LOS
PAPAS Y LOS REYES
arrancados, se apoderó de nuevo del exarcato, y se dirigió hacia Roma. El Papa escribió luego al
rey francés: «Os conjuro por el Señor, nuestro Dios, por su gloriosa Madre, por las virtudes
celestes y por el s,,anto apóstol que os ha consagrado rey, que confirméis para nuestra Sede la
donación que hicisteis. No fiéis en las engañosas palabras de los lombardos y de los nobles de
ese Imperio. Los intereses de la Iglesia se encuentran actualmente en vuestras maííos, y vos
daréis cuenta a Dios y a San Pedro, en el día del juicio, de la manera como los habréis
defendid,o.
Astolfo continuaba siempre bajo los muros de Roma, cuyo cerco apretaba con energía. Temiendo
el Papa que caeria en su poder antes de que llegaran auxilios, envió jor mar nuevos embajadores
para que el rey de Francia supiera el extremo a que se hallaba reducido. El obispo Jorge, el conde
Tomarico, el abad Vernier, intrépido soldado que durante el sitio vestía la coraza y combatía so-
bre .los muros, eran los legados de la Santa Sede; presentáronse ante la asamblea de los señores
francos, y les hablaron este lenguaje: «Ilustres señores: Nos hallamos sujetos ~ una tristeza
amarga, y sentimos una angustia extrema. Nuestras desgracias nos hacen verter tantas lágrima~,
que no parece sino que el llanto debe contar nuestros dolores. El lombrado, en su furor de
demonio, se atreve a mandar que se abran las puertas de la ciudad santa; si no queremos
obedecer sus órdenes, asegura que no quedará piedra sobre piedra, y que nos pasará a todos,
hombres y mujeres, por el filo de su espada.
»Ya sus bárbaros soldados han, incendiado nuestras igle-. sias, han roto las imágenes de los
santos, han arrancado de los santuarios las ofrendas piadosas, y han quitado de los pitares los
velos y los sagrados vasos. Se han atrevido a golpear a los frailes; se han embriagado en los
cálices sagrados, y han violado a nuestras jóvenes religiosas.
>Los dominios de San Pedro se han convertido en presa de las llamas; las bestias han sido
robadas, las viñas arrancadas, las mieses pisoteadas por los caballos, los siervos degollados, y los
niños asesinados cn el mismo pecho de sus madres.’
Cartas celestiales

No sólo cl Padre Santo había ordenado a sus culbajadorcs que hiciesen mentirosos relatos para
conmover a los francos, sino que inventó un artificio descónocido y del cual ningún Papa jamás
bahía usado. Dirigió a Pepino muchas cartas escritas, según decía, por la Virgen, por los ~ngeles,
4or los mártires, por los santos y los apóstoles y que cran envia(las (lesde el cielo para los
france,es La dcl jefe (le los apóstoles, comenzaba en esta forma: «Yo, Pedro, llamado al
apostolado por .Jesucristo, hijo de Dios vivo, os conjuro a vosotros. Pepino. Carlos. Carlomán a
vosotros los nobles, los clérigos y los laicos del reino de Francia, a que no permitáis que mi
ciudad de Roma y que mi puel)lo continúen por más tiempo destrozados por los lombardos, si
queréis evitar que vuestros cuerpos Y Vuestras almas sean abrasadas en el eterno fuego.
«Os ordeno que os opongáis a que el rebaño del Señor ‘quede dispersado, si no queréis que él 05
lance Y os disperse como a los hijos dc Israel.
«No os abandonéis a una indiferencia criminal, y obedecedme con presteza; si así lo hacéis,
triunfaréis de vuestros enemigos; viviréis muchos años disfrutando los bienes de la tierra, y luego
de vuestra muerte, gozaréis de la vida eterna. De otra manera, sabed que, por la autoridaq de la
Trinidad santa, en nombre de mi apostolado, seréis Privados para siempre del reino de Jos
cielos.»
Esta carta de San Pedro produjo gran sensación en el espíritu grosero dc los franceses~ los jefes
reunieron luego sus tropas, franquearon los Alpes y adelantaron hacia la Lombardía para auxiliar
la Santa Sede. Astolfo se vió oblínado a ceder otra vez ante las armas de Pepino y devolvió el
exarcato al Papa.

El Papa rey

Furaldo, consejero del rey de Francia, se dirigió hacia la Pentápolis y la Emilia con los
mandatarios del Soberano lombardo para hacer reconocer la autoridad de la Santa Sede: Rávena,
Riminí, Pesaro, Sano, Cesena, Sinigailla, Jesd~ Forlimpópohí, Forli, Castrocaro, Monte-Feltro,
Acerragio,
Hi8toria de loa Papa8.—Tomo 1.—36
562 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

Monte-Lucari, Serravale, Nocera, Santa Marigni, Bovio, tJrbino, Ceglio, Luccoli, Engobio,
Coniacchio y Narní, entregaron SUS llaves al abad Furaldo, que las depositó, con la donación del
rey Pepino, sobre la Confesión de San Pedro. Tal fué el origen del poder temporal de la Iglesia
romana.
Lo5 francos se retiraron luego de Italia: Astolfo no sobrevivió a la vergaenza de este tratado, y
murió de una caída, de caballo a principios del año 750.
Di4ier, duque de Istria, concibió entonces el proyecto de hacerse eTiegir rey de los lombardos;
pero Ratchis, que había, reinado sobre esta nación antes de hacerse monje en cf Convento de
Monte Casino, cansado de la vida religioSa, reivindicó la herencia de Astolfo. Como no
desconocía la avaricia de Roma, pensó, al principio, en conquistar al Papa,, y le prometió no sólo
no turbarle en la posesión de Rávena, sino enriquecer a San Pedro con considerables dominios
Sus proposiciones habían sido ya aceptadas por el Pontífice, cuando los comisarios de Pepino
ordenaron a Esteban que hiciese entrar a Ratchis en el Monte Casino, y proclamase a Didier rey
de los lombardos. El Padre Santo, obligado a cambiar de partido, hizo, ~in eníbargo, comprar ~u
prote~cción por el duque, que se vió obligado a ceder a la Iglesia romana la ciudad de Faenza,
sus dependencias, el ducado de Ferrara y otras dos plazas importantes. Los domini0.5 de la Santa
Sede se encontraron. de este modo acrecentados con casi todas las provincias que el Imperio
poseía en Italia.

Matrimonios mixtos

Esteban supo entonces qu¿ Constantino Copronimo había hecho partir de Constantinopla una
embajada solemne para la corte de Francia a fin de hacer proposiciones al rey Pepi~ 0 para el
matrimonio de su hija Gisela con el primogéniti0 del ‘emperador griego. Como importaba a la
política del Soberano Pontífice que estos príncipes no tuviesen relaciones entre sí, despachó, a su
vez, un embajador extraordinario a la corte del rey franco a fin de apartarle de una~ alIat~za con
la familia de Constantino Coprónimo, bajo el pretexto de que e~te monarca se hallaba separado
de la camuxijón romana y acusado de hercjía. El enviado de Su Santidad supo ejercer tal
ascendiente sobre el imbécil Pe
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
563
pino, que éste rech~z4 en efecto, las proposiciones de los griegos, y por más instancias que
hicieron los enviados de Constantino para conocer los motivos de su repugnancia en contraer uñ
matrimonio tan ventajoso a las dos naciones, no pudieron sacar olra respuesta que la siguiente:
«que no quería exponerse a la condenación eterna autorizando un matrimonio de su querida hija
con un hereje». Los embajadores, indignados al ver tanta debilidad en un príncipe que mandaba
una nación tan valiente, se despidieron de él y llevaron a Constantino Copronimo la contestación
ridícula de Pepino. El astuto Pontífice triunfó del emperador griego; pero Dios no permitió que
recogiese los frutos de su habilidad; dos meses después de haber marchado los enviados de
Constantino, murió en el palacio de Letrán en 26 de abril del año 757.
PABLO 1, 96.~ PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO COPRONIMO, EMPERADOR DE ORIEN

TE — PEPINO, REY DE FRANCIA

Durante los últimos días de la enfermedad de Esteban, Roma se había dividido en dos facciones
para la elección de nuevo Papa. El partido más numeroso quería elegir a Pablo, hermano de
Esteban III~, y Pablo fué ordenado Pontífice.
El nuevo Papa escribió en seguida al rey Pepino a fin de anunciarle la dolorosa pérdida de su
bermano, y con objeto d.c participarle su elección. Prometía al monarca francés una fidelidad
inquebrantable en su nombre y en nombre del pueblo roniano, por el cual reclamaba su pro-
tección generosa.
Por el tratado celebrado con Astolfo y confirmado por Didier, el obispo de Rávena había sido
recoñocido como una dignidad sometida a la Santa Sede, tanto en lo temporal como en lo
espiritual. El Papa, deseando hacer valer sus nuevos derechos, depuso al prelado de esta Iglesia,
que vivía públicamente con su mujer legítima, y le ordenó que fuese a Roma para dar cuenta de
su conducta.
El arzobispo de Rávena alcanzó, no obstante, su reinstalación prometiendo separarse dc su
mujer. En éfecto: la hizo entrar en un monasterio de la ciudad; pero contínnó con ella sus
relaciones, y las santas rcligiosas toleraron esta infracción de las leyes de la Iglesia.
Hacia fines de aÑo, la reina Bertrada dió a luz una hija a la cual se dió el nombre de Gisela.
Esta feliz noticia fué anunciada al Pontífice por el rey de Francia, que le enviaba al mismo
tiempo el velo con que la princesa debía ser envuelta en las fuentes bautismales. Pablo compren-
4ió, al recibir el presente, que el monarca deseaba que él mirara a Gisela como su hija espiritual,
así es que reunió al pueblo en la basílica de Santa Petronila, y consaigr~ en honor de Pepino un
altar en el cual fué depositado el pre’ cioso velo que le habían mandado. Luego, el Padre Santo,
deseando aumentar la veneración de los fieles por esta
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 565

iglesia, hizo transportar a ella las reliquias de Petronila, sacadas del oratorio que había en el
antiguo cementerio que llevaba el nombre de esta santa.

Fabricación de reliquias

Por lo demás, el Papa mostró un ridículo y desmedido :elo por las reliquias;, hizo remover todos
los oementerios ~ituados fuera de Roma, a fin de sacar de ellos los huesos putrefactos. Los
cadáveres sacados de estos horribles pudrideros fueron depositados en los templos y adorados
como los restos sagrados de gloriosos mártires. Pablo hizo exhumar los restos de más de
trescientos personajes que habían muerto en olor de santidad; les llevó solemnemente por las
cbUes de Roma, encerrados en preciosas cajas adornadas con láminas de oro y piedras preciosas,
y las depositó en las diaconías, en los monasterios y en las iglesias. Les construyó oratorios hasta
en su casa paterna, donde elevó en honor de los Papas Esteban, mártir, y San Silvestre, confesor,
un altar magnífico, en el cual mandó enterrar gran número de huesos. Todos estos oratorios eran
confiados ~i comunidades que celebraban el servicio divino día y noche. Desgraciadamente el
Padre Santo despojó el tesoro de los pobres a fin de señalar a los religiosos inmensas rentas.

Oriente
1
Constantino Copronimo conlinuaba en Oriente sus persecuciones contra los iconoclastas, y
‘ejercía principalmente sus rigores contra los solitarios y los frailes, que calificaba de
«abominables». Los cronistas eclesiásticos pretenden que usó contra estos desgraciados todo
género dc suplicios; que, entre otros, mandó dar con una barra de hierro tantos golpes a un
sacerdote llamado Andrés, que sus huesos quedaron rotos; ‘que en seguida le mandó encerrar
dentro de un saco y echarlo al mar~ que hizo aplastar entre dos placas de cobre a un abad
llamado Pablo; que hizo tapiar en una capilla a cuarenta y ocho monjes, los cuales murieron de
rabia y de hambre en esta infernal cárcel. Cuentan, igualmente, una anécdota muy singular
acerca de un religioso del monte de San Majencio, el v~nerable Esteban, una de las víctimas del
emperador grieL

566 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS


Y LOS REYES 567
go. Según ellos, este fraile, que gozaba de una gran reputación de santidad, habitaba en una
cueva que no tenía más que dos codos de ancho por uno de largo, y medio descubierta a fin de
que su habitante se hallara constantemente expuesto a las injurias del tiempo. Sus vestidos
consistían en una simple túnica de piel, bajo la cual llevaba una cadena de hierro que le cogía
desde los hombros hasta los riñones, atada por sus extremos a un cinturón. igualmente de hierro,
que sostenía una segunda túnica de cuero. La leyenda cuenta que Constantino envió al venerable
cenobita un oficial de su corte, encargado de ofrecerle regalos al objeto de corromperle y de
obligarle a que rompiese las imágenes; pero que como San Esteban rehusase tenazmente
obedecer al príncipe, éste le acusó de sostener relaciones ~riíninales con una dajna de alto rango,
la cual había dado Lodos sus bienes a un convento de monjas. situado cerca del monte de San
Majencio presento testigos, los cuales declararon que habían visto como esta religiosa, llamada
Ana, hacia entrar de noche a Esteban en su celda, y que habían visto por las junturas de la puerta
cómo se entregaban al pecado de la carne. Que a consecuencia de esta declaración, la infortunada
Ana fué condenada a ser atada a una cruz griega y azolada por el verdugo con un látigo con
extremos de plomo hasta que hubiese expirado; que Esteban fué llevado a Constantinopla
cubierto con sus dos túnicas de cuero, atado con sus cadenas por los pies, y arrastrado por el
ejecutor y sus ayudantes por las fangosas calles de la ciudad, hasta que sus miembros fueron
rotos y descoyuntados; que, en fin, se echó su cadáver en una cloaca destinada a los que morían
en el patíbulo, y situada en e1 mismo punto donde~ en otro tiempo, se levantaba la iglesia dc San
Pelagio.

Italia

En Italia la Iglesia continuaba tranquila y poderosa gracias a la protección de los francos; asf,
mientras duró su pontificado, Pablo se mostró constantemente sometido al rey Pepino, y sacrificó
sus sentimientos personales a los deseos del monarca. Cuéntase que un sacerdote de la Igle~s~a
romana, llamado Marín. muy adicto a la corte de Francia, había dado a Jorge, embajador de la
corte de Constantinopla, consejos muy sabios, pero contrarios a los
intereses de la Santa Sede; y como el Pontífice lo supiera, manifestó su resentimiento al
monarea, y le suplicó que desterrara al culpable sacerdote a una lejana provincia con objeto de
que se arrepintiera de su crimen. Pepino, que se hallaba satisfecho de los servicios de este
eclesiástico, no quiso desterrarle, y exigió, al contrario, para su protegido un obispado y el título
de San Crisógono. Entonces el Papa no pensó ya en castigar a Marín; lejos de esto, se apresuré a
enviarle los títulos de sus dignidades, manifestándole que ante todo quería ser agradable al ilustre
monarca de los franceses.
Francia

En el asunto de Remedio, hermano de Pepino, dió una nueva prueba de su sumisión al príncipe:
el melropolitano de Reims, llamado Remi o Remedio, había guardado en su diócesis a Simeón,
chantre ~ile la Iglesia romana, para que enseñase el canto religioso a los clérigos de su Iglesia.
Como éstc fuese llamado a Roma antes de haber terminado la educación de los clérigos, el
arzobispo manifestó su descontento al m,pnarca. El príncipe escribió luego al Papa quejándose
de las pocas conskjeracioues que había mostrado ~or Remi.
Pablo se apresuré a conlestar al irritado monarca:
«Señor, estad en la seguridad de que sin la muerte de Jorge, jefe de nuestros chantres, no
hubiésemos retirado jamás a Simeón del servicio de vuestro hermano; pero la imperiosa
necesidad de nuestra Iglesia nos ha obligado a obrar de esta manera. Con objeto de reparar en lo
posible nuestra falta, os prométemos tomar un extraordinario cuidado por los frailes que nos
habéis enviado; les instruiremos perfectamente en el canto eclesiástico, y les entregaremos
~todos nuestros libros de música y de ciencia; el Antifonario~ el Responsal, la Dialéctica de
Aristóteles, las obras de San Dionisio el Areopagita; libros de geometría, de ortografía, y una
gramática latina. Añadiremos para la reina, vuesIra esposa, un magnifico reloj nocturno.»
Algún tiempo después, como el Papa, después de una ceremonir religiosa, cometiese la
imprudencia de permanecer muchas horas expuesto al sol en la iglesia de San Pablo, fué atacado
de una fiebre violenta, de la que murió en 21 de junio del año 767.
568 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Retrato del Papa

Anastasio retraLa al Padre Santo como un hombre de carácter dulce y caritativo, afirma que
durante la noche se dirigía acompañado por sus criados a las casas de los pobres para distribuir
limosnas; que visitaba a los enfermos y les daba todos los auxilios que eran: necesarios; que los
prisioneros disfrutaban, igualmente, de sus beneficios; que pagaba frecuentemente lo que debían
deudores a despiadadados acreedores que retenían a aquéllos en los calabozos; y, en fin, que
socorría a las viudas a los huérfanos y a todos los que se hallaban necesitados.
Merece figurar en. esta galería tan hermoso cuadro para bochornc de los que siguieron caminos
contrarios.
CONSTANTINO II, 97.Q PAPA
1
1

1’
t
CONSTANTINO, LLAMADO COPRONIMO, EMPERADOR DE ORIENTE — P~PíNo,
REY DE FRANCIA

Asalto de la tiara

No bien se supo la muerte de Pablo cuando las ambiciones volvieron a mostrarse para alcanzar la
silla de San Redro. Totón, duque de Nepí, resolvió conquistar el trono pontificio para su familia.
Reunió todos sus partidarios. entró en ~Roma por la puerta de San Pancracio y condujo sus
tropas al patriarcal palacio. Tanta audacia llenó de terror a los contrincantes, y su hermano
Constantino fué declarado Papa, por más que no hubiese recibido las órdenes sagradas.
En seguida Totón le condujo con las armas en la mano al palacio de Letrán, para recibir la
tonsura clerical de manos de Jorge, obispo de Prenesta. El prelado se resistió al principio a las
órdenes del señor de Nepi; le coniuró a que renunciase a tan criminal empresa; mas por fin,
cediendo a las promesas y a los regalos, confirió al nuevo Pontífice las órdenes eclesiásticas
hasta el diaconado; y en el domingo siguiente, asistido de los obispos de Albano y dc Porto, le
consagró jefe del elero de Roma, y por tanto, santo ~ infalible.
Constantino, ya en posesión de la cátedra apostólica, escribió al rey de Francia para participarle
su elección, que, según decía, se había hecho en contra suya y para obedecer a ‘la voluntad de la
Providencia. No habiendo recibido contestación alguna, dirigióle una nueva carta suplicando a
Pepino que no creyese las calumnias que los envidiosos pddian divulgar en contra suya; y para
manifestarle su célo por los intereses de la religión, añadía: ¿Os participamos que en 12 de
agosto último un sacerdote llamado Constantino nos entregó la carta sinodal de Teodoro,
patriarca de Jerusalén, dirigida a nuestro antecesor Pablo, y revestida con las firmas de los
obispos de Alejandría, de Antioquía y las de muchos metropolitanos de
570 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 571
Oriente. Nosotros la aprobamos y la leimos en el templo ante el pueblo. Os enviamos su copia en
latín y en griego, a fin de que os regocijáis, con nosotros, al ver que los cristianos de Oriente
muestran un santo ardor por el culto de las imágenes.»
Pepino, al cual se le había instruido de los escandalosos sucesos que habían precedido la elección
de Constantino, no respondió a su segunda carta, y no quiso aprobar su intrusión.

Cosas de Roma
Cristóbal, primiciero de la Iglesia romana, y su hijo Sergio, sacelario o tesonero, aprovechando la
mala inteligencia de ambas cortes, determinaron elevar otro Papa a la cátedra de San Pedro, y
formaron una conjuración contra el Pontífice. Al principio resolvieron conquistar el apoyo del
rey de los lombardos, y para ejecutar más fácilmeñte sus proyectos, anunciaron a sus amigos que
querían pasar el resto de sus días en un convento; en seguida solicitaron permiso de] Pontífice
para dejar Roma y retirarse al mo~nasterio de San Salvador, situado cerca de Pavía.
Constantino había recibido ya algunas confidencias sobre los hostiles proyectos de estos dos
sacerdotes; sin embargo, tranquilizado por sus protestas de celo, se contentó con hacerles jurar
ante un Cristo y el Evangelio que no emprenderían nada contra su autoridad. Luego se encami-
naron hacia los Estados lombardos; pero, en vez de dirigir. se al monasterio, entraron en Pavía, y
suplicaron a Didier que les concediese su auxilio para libertar la Iglesia de Roma, obligándose a
elegir otro Pentífice que restituiría al príncipe las ciudades que habla tenido que dejar a la Santa
Sede.
Seducido por la esperanza de reconquistar las provincias que había perdido, Didíer consintió en
darles tropas que les acompañaron a Riyeti. Por su parte, Sergio se paso a la cabeza de los
soldados del ducado de Espoleto, tomó La delantera, y se dirigió hacia Roma durante la noche.
Al rayar el alba, se presentó a la puerta de San Pancracio, donde le aguardaban gran número de
parientes y de amigos que conocían ya su marcha. No bien éstos percibieron las señales
convenidas, cuando desarmaron a los centinelas, abrieron las puertas y subieron a los muros
enar
bolando un estandarte para advertir que se podía entrar en la ciudad. Sin embargo, los lombardos,
temiendo algún lazo, continuaron apostados en el monto Janículo, y no quisieron penetrar en
Roma; por fin, animados por los discursos de Sergio y de Raciperto, uno de sus jefes, bajaron de
Ja colina.
Totón, al saber la entrada de sus enemigos, reunió con precipitación algunos soldados y se
dirigió al encuentro de los lombardos; en el camino se le unió Demetrio, secundícíero, y el
cartulario Garcioso, dos traidores vendidos a sus enemigos. Estos, bajo el pretexto de guiarle, le
hicieron caer en una emboscada; y al revolver de una calle, a una señal dada, fué rodeado por
asesinos, y Raciperto le dió una lanzada tan violenta, que cayó muerto en el suelo.
En aquel instante sus soldados huyeron, y dejando cl campo de batalla, se dirigieron al palacio de
Letrán. El espanto se apoderó de todo el mundo; Constantino y su otro hermano Pasivo,
temblando por su ‘existencia, se encerraron en el oratorio de San Cesáreo con la vidama Teo-
dora, y esperaron, con ansiedad, el fin de esta catástrofe. Cuando el tumulto quedó apaciguado,
los jefes de la milicia romana fueron al encuentro del Pontífice y le condujeron a un monasterio
que era tenido como un asilo inviolable.
Así es que la victoria fué ganada por parte de los rebeldes; pero desde el día siguiente, quedaron
divididos, y el sacerdote Waldiperto, uno de los jefes de la revolución, quiso que se eligiera
secretamente un Papa, a fin de evitar los ‘ambiciosos proyectos de Sergio y de su padre. Reunió,
en secreto, a los diáconos y a los sacerdotes ‘de. su partido, y después de haberles hecho aprobar
sus planes, se uirigieron en tropel al convento de San Vito o Vitus, y sacaron de él al monje
Felipe,’ que elevaron en hombros hasta la basílica de Letrán, gritando por las calles de
Roma: ;Felipe es Papa! ¡ El mismo San Pedro lo ha elegido!»
El nuevo Pontifíce se arrodilló conforme al uso delante de un obispo para recibir la
consagración; en seguida se levantó, dió. su bendición al pueblo reunido en la iglesia, se dirigió
al palacio para tomar posesión de la cátedra de San Pedro, y en aquélla misma noche convidó a
su mesa a los principales dignatarios de la Iglesia y la milicia.
Cristóbal llegó ál siguiente día bajo los muros de l~oma. Luego que tuvo conocimiento de la
usurpación que acababa de realizarse, protestó, lleno de furor, contra la misma, asegurando que
los lombardos no dejarían la ciudad ántes de que el Papa, elevado por Waldíperto, hubiese
1
572 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

sido lanzado del patriarcal palacio. Los sacerdotes, intimidados por las amenazas de Cristóbal,
declararon la elección de Felipe simoníaca y sacrilega, le arrancaron sus vestidos sacerdotales, le
abofetearon y le maridaron vergonzosamente a su convento.
Sergio y Cristóbal proclamaron entonces obispo de Ro -ma a Esteban IV. Los soldados
lombardos, con los aceros desnudos, contestaron con aclamaciones, elevaron al recién elegido
sobre SUS brazos, y le llevaron en triunfo al palacio de Letrán.

Oriente

En Oriente continuaban las persecucioneS contra los adoradores de imágenes. El emperador, en


su sanguinario fanatismo, condenaba despiadadamente a los más horribles suplicios a sus
servidores, SUS amigos, y hasta a sus mismos parientes. El patriarca Constantino, que había
bautizado sus dos hijos, no pudo escapar a la muerte, no obstante el lazo espiritual que le unía
con el tirano. Furioso por no haber podido someter al prelado con la confiscación de sus bienes,
con el destierro y con la cárcel, el emperador le hizo comparecer ante una asmblea para que fuese
juzgado. Pero ante
todo le hizo administrar una flagelación tan cruel, qu~ le fué j~mposible el mantenerse en pie o
sentado. Entonces se le llevó a la iglesia de Santa Sofía, donde se hallaban reunidos los Padres
que debían pronunciar su sentencia, y se le tendió en el santuario, en un paraje llamado solea,
para que oyera su sentencia. Cuando ésta se halló formulada, un secretario leyó en alta voz la
lista de los crímenes de los cuales se le acusaba; y a cada una de estas acusaciones, el verdugo
abofeteaba al desgraciado Constantino. En seguida cl patriarca Anicetas, desde lo alto de su
trono de oro, a la luz de los cirios y al rumor de las campanas, le anatematizó solemnemente;
luego todos los obispos cruzaron por enfrente de Constantino, ‘le arrancaron a pedazos su traje
pontificio, y le escupieron en el rostro. Después de esta ceremonia infame, el desgraciado fué
arrastrado hasta el umbral de l.a basílica, y las puertas se cerraron sofre su cu~rpO.
ESTEBAN IV, 98.Q PAPA

CONSTANTINO, LLAMADO CoPRoNIMQ EMPERADOR DE ORIEN


TE — .CARLOMAGNO REY DE FRANCIA

Esteban, hijo de Olivio, era siciliano de origen. En su juventud había dejado su patria para ir
cerca de un amigo de su padre que le presentó a Gregorio III.
La últinia revolución le había valido la tiara pontificia, objeto de todas sus intrigas y
recompensa de todas sus maquinaciones. , hizo consagrar bajo el nombre de Esteban IV, en la
iglesia de San Pedro, en presencia del clero, ~le los grandes y del pueblo. Se leyó en alta voz, y
dentro de la basílica, una confesión de los romanos, que se acusaban de no haber podido impedir
la intrusión de Constantino, imploraban el perdón de su crimen, y ‘exigían el castigo de los
culpables.

Juegos del circo

Así ‘es que el nuevo ,Pontifice ordenó en seguida al verdugo que sacara los ojos y cortara la
lengua al obispo Teodoro, amigo del Papa depuesto. Después de su suplicio, el desgraciado
mutilado fué arrastrado al convento del monte Scauro y lanzado en un calabozo donde los frailes
le dejaron morir de hambre.
Esteban emitregó luego a sus soldados al infortunado Pasivo, quc no ‘era culpable de ningún
crimen, sino cl de pertenecer a la familia de Constantino; los seides del tirano le colmaron de
ultrajes, le despojaron de sus vcstidos~ le apalearon, le arrancaron los ojos, y le sumergieron, aun
sangriento, en los calabozos del monasterio de San Silvestre.
‘rodas ‘estas ‘ejecuciones no calmaron el furor de ?Esteban, y parecido a un tigre cuya rabi.a se
acrecienta en la matanza, el Papa asistió a los juicios de sus enemigos, ordenó los sangri’entos
espectáculos, y seflaló cada día nuevas victimas.
571 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
575
Puesto a la cabeza de sus levitas, el Pontífice penetró ‘ea la abadía donde Constantino había sido
conducido por los magistrados de Roma, y le persiguió hasta el mismo santuario. Obedeciendo
sus órdenes, se le arrancó del altar que tenía abrazado, se le ató a un caballo, con enormes pesos
1
ESTEBAN IV

colocados a los pies, se le paseó por las calles de la ciudad y se le condujo a la plaza pública,
donde el verdugo le sacó los ojos con un hierro candente. Después de este suplicio; Constantino
fué arrojado en el cieno, hollado por los verdugos, y permaneció veinticuatro horas expuesto a
los más horribles sufrimientos y sin auxilio de ningún género. El mismo Esteban prohibió a los
ciudadanos prestarle socorro alguno y hasta acercarse al moribundo. Por fin, como en el segundo
día siguiera viviendo, los murmullos del pueblo obligaron a los sacerdotes a sacar de allí la
desgraciada víctima, que fué llevada a un monasterio.
Esteban luego dirigió su venganza contra el sacerdote XVa]diperto, le acusó de haber querido’
asesinar a Cristóbal el primiciero; y este eclesiástico, que en realidad sólo era culpable de haber
hecho elegir otro Papa, fué paseado por las calles de Roma, montado en un asno, llevando su
cola entre sus manos como si fuese una brida. Despu~s de esta humillación, fué entregado al
verdugo, que le arrancó las uñas de los pies y de las manos, le atenazó con unas pinzas
candentes, le sacó los ojos y le arrancó la len-gua. El infeliz sacerdote no pudo resistir la
violencia de estos tormentos, y falleció en manos de ~us verdugos; esto sin cm-. bargo, la justicia
del Papa continuó su curso y el suplicio se terminó sobre el cadáver, que en seguida fué echado
en las cloacas de extramuros.
Asegurado el Pontífice en la tranquila posesión del trono de San Pe4ro, trató de recompensar a
los execrables ininistros de sus venganzas. Los soldados, verdugos’ dóciles de todos los tiranos
estúpidos y opresores de la libertad de los pueblos, se saciaron de oro y de vino y recibieron
licencía para volver a su país cargado.s con ‘el botín de los romanos. Garcioso, de simple
cartulario, fué elevado a la dignidad de duque de Roma; Sergio obtuvo la legación d’e Francia, y
partió en seguida a la cabeza de una ‘embajáda para entregar unas cartas dirigidas al rey Pepino y
a los príncpes, sus hijos.
Esteban, deseando velar el escándalo de su usurpación. rogó al monarca que enviara obispos
franceses al concilio que habían convocado para condenar la intrusión del falso Pontífice
Constantino. Durante su viaje, Sergio supo Ja muerte de Pepino y el coronamiento de Carlos y de
Carlomán; continuó, sin embargo, su camino, y entregó a los nuevos soberanos las cartas
destinadas a su padre. Concedida la petición de Esteban por los príncipes, doce prelados
franceses se dirigieron hacia Roma para asistir al sínodo.

Concilio

Extraño concilio, reunido, no para juzgar, sino para condenar! Condujeron al desgraciado
Constantino a la basílica de San Salvador, en el palacio de Letrán, donde se celebraba la
asamblea, y cuando estuvo en presencia de sus jueces. Esteban le dirigió las siguientes preguntas:
«¿Por qué, hombre infame, siendo no más que un laico, tuviste osadía
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
0
57<~ flISrORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA.DE LOS PAPAS Y LOS
REYES 577

i~ara elevarte a la (lignidad de obispo por una intrusión abominable?» El infeliz casi no pudo
contestar, í~orque su voz era ahogada por las lágrimas y sollozos. Nada lic hecho, hermanos
míos —dijo—, que no pueda ser excusado por ejemplos muy recientes; Sergio, laico como yo, se
ha hecho consagrar metropolitano de Rávena; el laico Esteban fué también ordenado obispo de
Nápoles...» Los prelados de Italia, confundidos por la justicia de sus razones y temiendo-la
censura de los obispos franceses. le interrunípieron bruscamente protestando contra su
insolencia y su audacia. El I~ontífice ordenó al verdugo que le diese mil golpes en la cabeza y le
arrancas.c la lengu~a, cuya ejecución tuvo lugar en cl mismo sínodo y en presencia de los pre>-
lados, y del Espíritu Santo y ~e San Pedro.
Después dc este suplicio, su cuerpo, horriblemente mutilado y casi sin vida, fué sacado de la
asamblca y arrojado en los calabozos de los frailes, donde se le aplicaron nuevas torturas.
Examinóse todo lo que había hecho durante el pontificado, y las actas del concilio, que habían
confirmado su elección, fueron quemadas en medio del santuario. En seguida el Papa se levantó
de su asiento, se echó en tierra lanzando grandes gemidos y entonando cl «Kyrie eleison»; los
sacerdotes y cl l)ueblo se prosternaron igualmente, acusándose, con Esteban. de haber pecado
contra Dios, recibiendo la comunión de manos del abominable Constantino. Terminada esta
comedia, los Padres proclamaron que el clero, ‘el pueblo y el Pontífice romanb, quedaban
absueltos de todos sus pecados, puesto que se habían visto obligados ‘a ceder por la violencia.

Constitución clerical
Aparte de esta decisión, Esteban IV formuló un decreto por el cual l)rohibía, bajo pena de
anatema, a todo laico que se mezcíara en la elección de los Papas la cual se ha.lIaba reservada a
los obispos y al clero, salvo la ratificación de los ciudadanos.
Prohibióse a los obispos promover al episcopado a ningún laico ni a ningún clérigo que no
hubiera subido eanónicamente al orden de diácono o de sacerdote cardenal; se prohibió la
entrada en Roma, durante las elecciones, a los habitantes de los castillos de Toscana o de Cam
pania, y se prohibió con severas penas a los ciudadanos de la ciudad saxíta. llevar armas o palos.
El concilio promulgó, igualmente, algunas disposiciones acerca de las ordenaciones li-echas por
Constantino, y dió, respecto a este asunto, un decreto concebido en estos términos: «Ordenamos
aue los obispos consagrados por el falso Papa vuelvan al rango que ocupaban en la Iglesia, y se
presenten delante del Padre Santo para recibir una nueva investidura de sus diócesis. Queremos
que todas las funciones .sagradas que han sido ejercidas por el usurpador sean renovadas,
excepto el bautismo y la unción de la santa crisma. En cuanto a los sacerdotes y a los diáconos
que han sido ordenados en la Iglesia romana, decidimos que vuelvan al orden de subdiáconos y
que sea facultativo al Papa ordenarles o volveries a su orden primitivo. En fin, exigimos que los
laicos tonsurados y graduados por. Constantino sean encerrados en un monasterio o hagan ne-
nitencia en sus propias moradas.»

Imágenes

Cuando el sínodo hubo ordenado todo lo que se refería a la causa de Constantino, los Padres se
ocuparon en aprobar la carta sinodal gue Teodoro, patriarca de Jerusalén había dirigido a Pablo
1; en seguida trataron la cuestión de las imágenes. Ordenaron que las reliquias y las repre-
sentaciones de los santos serían honradas conl’ormc a las antiguas tradiciones de la Iglesia, y que
el concilio de los griegos, que censuraba ‘el culto de las ímágenes~ serla anatematizado.
Por fin, concluidos los trabajos del concilio, Esteban IV, puesto a la cabeza de su clero, se dirigió
procesionalmente con los pies desnudos y cantando himnos religiosos, a la basílica de San Pedro;
Leoncio, el escriniario, leyó las actas del sínodo en alta voz, y tres obispos italianos fulminaron
el anatema contra los transgresores de los decretos que acábaban de promulgarse. El Papa,
temiendo el poder de los duques y de los señores laicos que ambicionaban los cargos de obispos
paraellos mismos o para su familia, mantuvo con firmeza las decisiones que la asamblea había
decretado. y se opuso vigorosamente a los nombramientos de laicos,
Historia de los Papas.—Tomo I.—37
578 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 579

Rávena

A la muerte de Sergio, arzobispo de Rávena, Miguel, escriniario de la Iglesia, se atrevió a


apoderarse del palacio episcopal y hacerse reconocer como metropolitano, por más que n,o
hubiese recibido las órdenes eclesiásticas; pero el Padre Santo le declaró excomulgado y eligió,
para reemplazarle, el arcediano León. Durante algunos meses los do~ competidores se disputaron
la silla episcopal con un encarnizamiento deplorable. El duque Mauricio tomó parte a favor de
Miguel, y el ejército lombardo apoyó al usurpador, cogió a León .y le encerró en una estrecha
cárcel de Rímini. Mauricio envió embajadores a Esteban IV para x~ogarle que consagrase a
Miguel, ofreciéndole ricos presentes en pago de su condescendencia. Mas el Pontífice había
comprendido que, ordenando un señor protegido por los. lombardos, podía favorecer sus
pretensiones sobre Rávena~ lapolítica triunfó también de su avaricia; envió cerca de los
insurgentes los nuncios de la Santa Sede y los embajadores del rey Carlos, que obraron tan
poderosamente en. el espíritu de los r.av’eneses, que Miguel fué lanzado de su palacio y
conducido a Roma cargado de cadenas. El arcediano León fué sacado de la cárcel de Híminí,
conducido entre los aplausos de la muchedumbre y llevado en triunfo fiasta el palacio episcopal.
Didier, engañado en sus esperanzas de reconquistar el exarcato de Rávena, quiso formar una
alianza con los francos y rebajar el poder de los Pontífices. Sus embajadores se dirigieron
secretamente a la corte de los reyes de Francia, y ofrecieron a ‘la reina Berta la mano de la joven
princesa Ermengarda para uno de sus hijos.
Esteban, instruido por sus emisarios de esta negociación, escribió en seguida a los reyes Carlos y
Carlomán para que se opusiesen a este enlace; les dijo que la nación entera ~le los lombardos era
de una sangre degenerada, que no producía más que hombres leprosos y llenos de achaques, y
que eran indignos de aliarse con la ilustre nación dc los francos. Luego añadía: «Recordad,
príncipes, que estáis obligados por la voluntad de Dios a contraer enlaces con mujeres de vuestro
reino, y que no os es permitido repudiarías con objeto de unirse a otras.»
Carlos, perdidamente enamorado de la princcsa, no tuvo en cuenta las amenazas del Papa y se
casó con Ermengar
da; pero los achaques de la doncella la impidieron ser madre, y se vió obligada a repudiarla
después de un año de matrimonio. Didier no se atrevía a hacer nada contra la corte de Roma; sin
embargo, no se apresuraba a devolver las ciudades cuya restitución había prometido.
Entonces Sergio y Cristóbal, los mismos que habiaíí metídigado el apoyo (leí rey lombardo
contra el desgraciado Constantino, reclamaron, en nombre del Papa, la ejecución de los tratados
y amenazaron al príncipe cotí la cólera de los franceses. Didier, iritado por tantas reclamaciones
y por la ingratitud de aquellos sacerdotes indignos, resolvió emplear, a su vez, las armas de la
perfidia. Sus emisarios ganaron para su causa al chambelán Pablo Asiarle. que envidioso del
favoí- de Sergio y de Cristóbal, entró con gusto en un c~ínplot que debia perder a sus enemigos.
Este les acusó ante el Padre Santo de haber formado umía conjuración para apo(lerarsc (leí
palacio de Letrán y de la autoridad.
Esteban, asustado por esta revelación, se abandomió a los consejos de Pablo Asiarte y reclamó el
auxilio de los loníbardos. Didier llegó secretamente a Roma el mismo día en que debía estallar el
pretendido complot~ gracias a él se esparcieí’on coíi habilidad algunas acusaciones en contra de
Cristóbal y de Sergio, a los cuales la opinión 1)ubhca señaló muy pronto como autores de una -
conspiración abomina— l)le. Estos conociendo ~t implacable carácter de Esteban,
“7

<luisieI~)Ii salir de Roma para escapar a la venganza del Pontífice. Mas todas las puertas se
hallaban a guardadas
por los soldados lombardos, y en aquella misma noche t~ue— ron detenidos y con(luci(los ante
el Padre Santo.
Esteban les hizo arrancar los ojos en su presencia por cl tíliSIfl() ver(lltgo (lite en otro tiempo
había torturado al (les<»r’tcia(lo Constantino. La operación fíté tan dolorosa, que la cabeza de
Cristóbal se hmclíó exlraordníaríameííle. y su— h’io ulla lieiiiorragi.t de la que murió al tercer
di:í. cii los caía— Ijozos (tel iiionasteri() de Sant a .X’<ueda. doíxdQ ltal)ía 5i(1O cflcerra(lo.
Sergio, mías vigoroso t¡iie su pa(li~e, 110 siictittitiio a esL a ejecílcion horrible lué condenado a
se~ui ir prisioliero en Li bodega (leí palacio (le 1 .etr¿um mas algunos (lías después l~aljlu}
Asían e te hizo cstrammgul:u’ secretatiietit~’. Así pere— cicron los dos autores de la elevación
del infame Esteban IV.
El l~onli[ice. ~ csnaci~ de cual ro años. mauchó con sus crímenes cl trono de Satí Pedro. y
ttiitrió en 1 e’ de fe— linero de 772. loe 10(h) uit l’al)a—i’ev.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 581

ADRIANO 1, 99Q PAPA

LEÓN III, CONSTANTINO IV, EMPERADORES DE ORIENTE —

CARLOMAGNO, REY DE FRANCIA

Estado pontificio franco

Adriano era romano, de una nobilísima familia. Desde su más tierna juv,entud había dado
pruebas de su vocación cristiana.
El general aprecio que se había conquistado ~n las diferentes dignidades eclesiásticas, le hizo
elevar al pontificado, después de la muerte de su antecesor.
En el mismo día de su elección, Adriano llamó del destierro a los magistrados y sacerdotes que
Pablo Asiarte y sus partidarios habían lanzádo de Roma, y puso en libertad a los que
languidecían en las mazmorras. Después de las ceremonias de su consagración, se ocupó en
devolver a Roma la calina y tranquilidad que habían turbado las últimas revoluciones, y amenazó
con castigar severamente a los que tratasen de promover nuevos desórdenes.
Sabiendo Didier, por ‘el chambelán Asiarte, la energía que mostraba el nuevo Pontífice, resolvió
emplear la astucia para restablecer su dominación en Italia. Sus embajadores fueron a felicitar al
Padre Santo por su exaltación y le aseguraron su amistad; al mismo tiempo le manifestaba su
deseo de llevar a Roma sus nietecitos, hijos del príncipe Carlomán, para hacerles bautizar.
Adriano comprendió las pérfidas intenciones del lombardo, y adivinó que quería traerle a una
situación que excitara en contra de la Iglesia la cólera de Francia. El Pontífice, usando a sim vez
de disimulo, contestó a los embajadores de Didier: «Deseo la paz con todos los cristianos, y
conservaré fielmente los tratados hechos entre los romanos, los franceses y los lombardos. Sin
embargo, no me atrevo a confiar ciegamente en vuestra p~alabra, toda vez que Didier ha faltado
a todo lo que había prometido sobre el cuerpo de San Pedro; ha hecho morir por un abominable
artificio a Cristóbal y a Sergio, fieles servidores de nuestro antecesor, y amenazó con su misma
espada al fraile Carloman. ~
Los enviados del príncipe afirmaron., con solemnes juramentos, que su señor cumpliría todo lo
que había prometido a Esteban III. Entonces el Pontífice pareció convencido de la sinceridad y
buena fe de sus protestas, y envió sus legados a la corte de Pavía, a fin de reclamar la e~ ecución
de los tratados. Pero éstos encontraron en el camino a unos embajadores que los habitantes de
Rávena enviaban al Pontífice para avisarle que Didier se había apoderado de muchas ciudades
del exarcato.; que su ciudad estaba cercada, y que las tropas enemigas asolaban todas las
comarcas vecinas. Añadían que se veían reducidos al postrer extremo, y que se verían obligados
a capitular si no recibían pronto socorros, así en víveres como en soldados.
Pablo Asiarte, jefe de la legación, que era una hechura de los lombardos, ordenó a los diputados
que volviesen a Rávena y les prometió que sin pérdida de tiempo enviaría sus despachos al
Pontífice; el traidor interoeptó las cartas y se contentó con participar a Adriano los progresos que
Didier alcanzaba con sus armas, previniéndole que el monarca rehusaba de~volver las plazas que
había tomado antes que sus nietos fuesen coronados en Pavía. El Pontífice, sospechando la
traiciÓn de su legado, envió órdenes secretas al arzobispo de Rávena para que hiciese detener a
Pablo a su vuelta de Lombardía como culpable de alta perfidia. Al mismo tiempo resucitó la
antigua acusación intentada en contra suya por el asesinato del desgraciado Sergio, que había
sido estrangulado el día de la muerte de Esteban IV, y cuyo cadáver . se nabia encontrado lleno
de heridas y teniendo en su garganta el cinturón del chambelán.
Concluida su misión diplomática, Asiarte emprendió su vuelta hacia Roma y dejó la Lombardía;
mas al pasar por Rávena, fué arrestado por orden del arzobispo. Procedióse en contra suya y se le
condenó a ser decapitado en la plaza pública. Esto no obstante, el suplicio del principal agenbe
del rey Didier no pudo detener los progresos de sus armas ni impedir que continuara en su deseo
de reunir el exarcato a su Imperio. No pudiendo resistir su ejército, Adriano resolvió mandar
legados a Carlomagno para que supiera lo que había motivado la agresión de los lombardos y su
insistencia en no coronar al hijo de Carlomán; le rogó que tuviera compasión de Italia, y que
librase la Igelsia romana de enemigos que la castigaban por su fidelidad lía-
582 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
cia ~.Francia. El ambicioso Carlomagno, que ya Pensaba en fundar el poderoso Imperio de
Occidente, recibió favorablemente las quejas de los romanos y se obligó a franquear los Alpes
con sus soldados para tomar a los lombardos las ciudades que Pepino había dado a San Pedro.
Comprendiendo Didier que era imposible que el Papa cayera en sus lazos, salió, por fin, de
Pavía, con los príncipes, sus nietos, y bajo el pretexto de que deseaba conferenciar sobre la
ejecución de los tratados, se dirigió con una Inunlerosa escolta a la ciudad santa. Didier se
hallaba resuelto a apoderarse por fuerza dc Adriano; pero éste, Conociendo por sus espías las
intenciones 421 príncipe, reunió su ejército para que defendi«’s~ a Roma, envió al palacio de
Letrán los ornamentos y los tesoros de las iglesias situadas a extramuros, y dió orden para que se
cerrasen y atrincherasen las puertas.
Adriano escribió al rey, conjurándole por los divinos misterios a que no avanzara en las tierras de
la Iglesia, y amenazándole con los rayos de San Pedro. Didier, viendo que Roma se ponía en
defensa, no se atrevió a emprender un sitio en forma. Se contentó con asolar todas las comarcas
vecinas y se volvió a sus Estados. Lpego, en vista de los preparativos de guerra que hacía
Carlomagno, se apresuró a decirle que se hallaba dispuesto a dar completa y entera satisfacción a
la Santa Sede.
Los embajadores que se encontraban en la corte de Rorna obligaron a Carlomagno a rechaza¡’
las proposiciones del rey lombardo~ y sin esperar la contestación del monarca declararon
solemnemente la guerra a Didier. Así es que el ejército francés pasó luego a Italia y bloqueó a
Pavía. Los pueblos lombardos de Rieti, de Espoleto, d’e Osimo, de Ancona y de Foligní,
asustados por esta invasión formidable, resolvieron s ubstraerse a los horrores de la guerra, y
consintieron en pasar bajo la dominación de la corte de Roma. Los diputados encargados de
prestar juramento en su nombre, se dirigieron a la ciudad santa y juraron fidelidad al Pontífice
rómano y a sus sucesores; se obligaron ~ cortarsc la barba y los cabellos conforme el uso
romano, para mostrar que eran súbditos de la Iglesia. Después de la ceremonia, el Papa nombró
duque de la provincia a uno de los embajadores llamado Ildebrando. Durante el sitio d.c Pavía,
Carlomagno hizo un viaje a Roma para asistir a la celebración de la fiesta de la Pascua y
conferenciar con el Papa. Adriano, que conocía ya su llegada, le recibió con
HISTORIA DE LOS PAPAS Y L(DS REYES
583
gran pompa; los magistrados de la ciudad, las compañías de la milicia, el clero, revestido con los
ornamentos~ ~e cíesiásticos~ y los niños de las escuelas. llevando palmas y ra¡nos cíe olíva, le
recibieron cantando himnos al monarca.
Luego que vió las cruces y las banderas. Carlomagno bajó de su caballo con los señores que
formaban su numeroso cortejo. y todos se dirigieron a la basílica de San Pudro. El orgulloso
Pontífice, en pie, rodeado por los obispos, los sacerdotes y los diáconos, aguardaba al monarca
en cl umbral del templo. El rey se inclinó profundamente, besó las gradas de la basílica, abrazó
luego al Pontífice y habiendo cogido su mano entraron juntos en la iglesia, y sc prosternaron ante
la tumba del apóstol. Después de las píeganas empezó la conl’erencia; los dos aliados se. juraron
una amistad y una paz inviolables, y en presencia de una inmensa asamblea confirmaron sus
tratados con juranlentos solemnes.
Carlomagno renovó la donación que se había hecho a Esteban 111, por él mismo, por su
hermano Carlomán, y por Pepino, su padre; y su capellán y su notario levantaron de ella una
copia que fué firmada por su mano; los obispos y los notables también la firmaron y fué
depositada en el altar de San ‘Pedro, donde todos juraron mantenerla. Por esta donación los
Pontífices se hacían dueños de la isla de Córcega, las ciuda@s de Bardi, de Reggio, de Mantua,
del exarcato de Rávena, de las provincias de Venecia y de Istnia, y de los ducados de Espoleto y
dc Benevento.
Cuando Carlomagno se halló de vuelta a su campamento, estrechó con vigor el cerco dc Pavía,
que cayó luego en su poder. Didier, que cayó prisionero, fué rasurado y enviado a Francia, donde
fué encerrado en et monasterio de Corbie.

Derecho de confirmación

«Luego—-dice Meceray—el monarca francés hizo un segundo viaje a Roma, y ‘el Papa, seguido
de ciento ~incuenta obispos, que había llamado cerca de sí para hacer la ceremonia más
imponente, se ad’elantó hacia la puerta del palacio de Letrán, en medio de una muchedumbre
inmensa, y adjudicó al príncipe el título de patricio, primera dignidad del Imperio. Le concedió el
derecho de dar la investidura a los obispos de sus Estados, hasta de
584 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

585
nombrar Papas, con objeto de evitar las cábalas y desórdenes dc las elecciones.>
Lo~i autores italianos afirman que Carlomagno renunció a esta prerrogativa en favor del pueblo
romano, rescrvándos,er únicamente, el derecho de confirmar los nombramientos, conforme lo
habían hecho los emperadores griegos.
Carlomango, llamado a sus Estados para volver a empezar la lucha contra los sarracenos de
Espafla y los sajones de Alemania, abandonó Italia.
Al alIo siguiente, Carlomagno terminó su guerra contra los sarracenos y los sajones, y
franqueando los Alpes volvió a Roma para dirigir gracias a Dios y para hacer coronar rey de
Italia a su último. hijo, llamado Carlomán. El joven príncipe fué bautizado en la iglesia de San
Pedro; cl Pontífice le sostuvo en las fuentes bautismale.s, le dió el Dombre de Pepino, y le
consagró rey de Italia en presen-. cia de los obispos, de los sacerdotes, del pueblo, de Roma y de
los seflores franceses.

Roma la santa

Carlomagno, en sus diferentes viajes a Roma, había co— nocido la horrible depravación del
clero italiano, y para su corrección había dirigido muchas súplicas al Pontífice. El príncipe daba
los más odiosos nombres a los sacerdotes romanos; les acusaba de entregarse al comercio de las
esclavas, de vender jóvenes doncellas a los sarracenos, de sostener lupanares y casas de juego, y
escandalizar la cristiandad con monstruosidades que en otro tiempo llamaron la venganza de
Dios sobre las ciudades de Sodoma y Go-. morra.
Adriano trató de calumniadores y de enemigos de la religión a los que habían hecho a
Carlomagno relaciones tan desfavorables a los eclesiásticos de Italia; echó la imputación del
odioso comercio de las esclavas a los griegos, que pirateaban en las costas de Lombardía, y
robaban las doncellas para venderlas a los árabes. Afirmó que,~ para castigar a aquellos piratas,
había hecho quemar gran parte de sus naves en el puedo de Ce.ntuneeííes. El incendio de las
naves era, efectivamente, cierto; pero el Padre Santo había ejecutado esta venganza contra los
griegos porque se habían unido con los napolitanos para saquear el patrimonio de San Pedro, y
no con la intención de poner coto
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
a sus piraterías. El rey se contentó con las exl)licaciones de Adriano, y volvió a su reino para
juntar sus numerosos ejércitos y marchar a nuevas conquistas.

Oriente

Mientras que el Pontífice robustecía su dominación Ci)


Italia, ?los negocios eclesiásticos tomaban en Oriente un cac~i~ de gravedad’ que llamaba toda
la atención de Adriano.

Taraise, hechura de la Santa Sede, acababa de ser ordenado patriarca de Constantinopla. Antes
de aceptar ‘esta dignidad, el prelado había exigido que la emperatriz Irene y su hijo Constantino
jurasen solemnemente cííc reumrían un concilio para juzgar la herejía de los iconoclastas. Esta
medida debía tener por resultado el exterminio de los herejes.
Irene, que ignoraba esta maquinación, escribió al obispo de Roma diciéndole, en nombre del
emperador, que había determinado reunir un concilio a fin de resolver la cuestión del culto de las
imágenes. «Os rogamos, Padre Santo —escribía Irene— que asistáis a esta importante asamblea,
para confirmar con vuestro testimonio la antigua tradición de la Iglesia latina en lo que toca a las
representa-dones. Os prometemos que os recibiremos con todos los honores y consideraciones
que vuestra dignidad merece. Sin embargo, si los intereses de nuestra silla hacen vuestra
presencia indispensable en Roma, cuxiaduos embajadores recomendables por su prudencia y
talento.»
Adriano contestó al emperador en estos términos:
«Príncipe: Vuestro bisabuelo, excitado por los funestos consejos de los impíos, ha quitado las
imágenes de las basílicas, con gran escándalo de los fieles. Para detener el mal, los dos Papas
Gregorio, nuestros ilustres pr~decesores, le habían: escrito muchas cartas manifestándole su
afección, y suplicámdole que restableciese el culto sagrado que él llamaba idolatría; pero no
quiso acceder a sus súplicas.
»Desde esta época, sus sucesores Zacarías, Esteban III, Pablo y Esteban IV, han dirigido, en
vano, la misma súplica a vuestro abuelo y a vuéstro padre; en -fin, a nuestro regreso os
suplicamos humildemente que hagáis observar en Grecia el culto de las imágenes, siguiendo la
tradición de la Iglesia. Nos prosternamos a vuestros pies y os conjuramos, ante Dios, que
restablezcáis los altares
58~ HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
de los santos en Constantinopla y en todas las demás ciudades de vuestro imperio. Si cs
necesario ve unir un concilio para llevar a cabo esta reforma y condenar la herejía de los
iconoclastas, consentiremos en ello; pero a condición dc que el falso sínodo que había declarado
idólatra nuestro culto, será anatematizado en presencia de nuestros legados. Nos enviaréis una
declaración apoyada con juramento en nombre de la emperatriz, vuestra madre, del patriarca
Taraise y del Sen~do, ‘en la cual nos concederéis una completa libertad dc discusión, concede-
réis a los legados todos los honores que concederíais a nuestras mismas personas, y les
sufragaréis todos sus gastos.
>‘tlemo.s su])licado, igualmente, que se nos restituyan los patrimonios de San Pedro, que se nos
habían dado por los emperadores, vuestros abuelos, con objeto de iluminar la Iglesia. alimentar
los pobres y atender las necesidades de nuestros frailes y sacerdotes. Reclamamos, también, de
vuestra piedad, el derecho de consagrar a los metropolitanos y obispos que se hallan en nuestra
jurisdicción, derecho que vuestros antecesores habían usurpado en desprecio de las antiguas
tradiciones.
»Nos ha sorprendido la noticia por la cual supimos que se daba ‘e] título de universal al patriarca
de Constantinopla; porque la silla de vuestra capital no ocuparía ni aun el segundo rango en la
Iglesia sin nuestro consentimiento, y si vos le nombraseis ecuménico cometeríais un sacrilegio.»
Adriano ensalza luego las virtudes y la gloria del rey de Francia~ repite al príncipe que
Carlomagno, sometido a las ordenes de la Iglesia romana, le hace constantemente donaciones
solemnes de castillos, patrimonios, ciudades y provincias, que quita a los lombardos y que, según
él decía, pertenecían, por derecho divino, a la Santa Sede. Añade que el monal-ca francés ha
sometido a sus armas a todas las naciones bárbaras del Occidente, y que enviaba a diario carro~
cargados de oro para luminarias (le San Pedro, paro sostén del clero y los numerosos conventos
de Roma.
Constantino y la emperatriz Irene, su madre, accedieron a todos los deseos del Papa; el concilio
fué definitivamente convocado y los obispos de Oriente, así como los legados del Pontífice, se
dirigieron a Constantinopla, donde el concilio abrió sus sesiones.
Los iconoclastas, comprendiendo que sus adversarios querían su destrucción, amotinaron al
l)ueblo contra los ‘embajadores de la Santa Sede, y los obligaron a dejar la ciudad.
587
El patriarca, los prelados orientales y los grandes dignata.. ríos del Imperio. ‘eligieron entonces
la ciudad de Nicca
EMPERATRIZ IRENE
para continuar el sínodo, y volvieron a abrir las sesiones en la iglesia de S~nta Sofía.
El concilio se hallaba conll)uest<) por trescientos setenta y siete obispos. veinte abades, un grau
número de ínoíi

588 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 589


HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

jes, de enviados del Pontífice y comisarios del emperador. La cuestión de las imágenes fué,
desde luego, examinada, y después d’e siete sesiones consecutivas, Teodoro, jefe del clero dc.
Tauriana, en Sicilia, ‘encargado por los Padres de resumir los debates de la asamblea, tomó la
palabra en esta forma: <¡En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! Hermanos míos:
Después de haber pasado muchas noches en -el estudio de las cuestiones que se nos han
sometido, y que se han agitado en esta imponente asamblea, os ofrecemos el fruto de nuestro
trabajo y veladas.
»Vuestra sabiduría ha decidido que las santas imágenes ya pintadas, ya sean de piedra, de
madera, de oro, de plata o de cualquier otra materia, sean expuestas a la veneración de los fieles~
en las iglesias, sobre los vasos, los ornamentos y las sagradas vestiduras, en los muros, bajo las
bóvedas, en las casas par~lculares y hasta en los caminos públicos. Las imágenes que deberán
adorarse serán las siguientes: las representaciones d~e nuestro Señor Jesucristo, de su Santa
Madre, de los ángeles y de todos los santos. pues el pueblo cuanto más ve estas imágenes, más
dispuesto sc halla para idolatrar la religión y sus ministros.
»Pero, sin embargo, no se profesará a estas figuras la verdadera ‘idolatría, que es sólo
conveniente a la naturaleza divina, sino que se les profesará cierta adoración y respeto; se les
prodigará incienso y serán iluminadas con cirios, conforme el rito observado en lo que toca a la
cruz, los Evangelios y otras cosas sa~’adas. Los cristianos que se atrevan a enseñar otras
creencias serán considerados como herejes.»
Después de ‘esta decisión del concilio, Constantino y la emperatriz, su madre, restablecieron las
imágenes en todas las basílicas griegas, y hasta en sus palacios. Los legados que ~ucron
traducidas al latín y depositadas en los archivos del Papa volvieron a Roma y trajeron las actas
del sínodo, del palacio de Letrán.
Carlomagno volvió otra vez a Italia a ruegos del Pontífice, para combatir al duque de Benevento,
que se había atrevido a prohibir a sus súbditos que engrosaran el tesoro de San Pedro. El
desgraciado duque fué despojado de sus mejores ciudades: Sora, Arces, Aquino, Teano y Capua,
invadidas por los franceses, fueron añadk~as a los dominios del Papa.
Cuenta diplomática

Tassillón, duque de Baviera, que había incurrido en la indignación del rey de Francia, envió un
obispo y un abad a Roma para suplicar al Papa que intercediera con el príncipe, a fin de obtener
de su clemencia un tratado de paz. No obstante la justicia de su resentimiento contra el duque,
Carlomagno recibió favorablemente la proposición dc Adriano, y para terminar las
contestaciones, consintió en recibir los embajadores de Tassillón. El Papa reclamó, en seguida,
¿1 precio de su intervención; mas habiendo contestado los enviados del príncipe que ellos no se
hallaban autorizados para pagar a’l Pontífice las sumas que le había prom’etido el soberáno,
Adriano, engañado en su avaricia, lanzó ‘en seguida una terrible excomunión contra el duque de
Baviera y contra todos sus súbditos; declaró que los franceses se hallaban con anticipación
ah.su’eltos de todos los crímenes que cometieran en el país enemigo, y que Dios les ordenaba,
por conducto de su vicario, que violaran las doncellas, degollaran a las mujeres, a sus hijos y a
los ancianos, que incendiaran las ciudades y que todo lo pasaran a cuchillo.

Las imágenes

Carlomagno en sus libros prohibe llamar santas las imágenes que no tienen ninguna santidad, ni
natural ni adquirida. Condena ‘cl culto que se. las tributa, y cita, para autorizar su opinión, el
célebre pasaje de la Biblia donde se dice que el patriarca Abraham adoró a los hijos de t-Jeth,
haciendo observar que se trató en estas palabras de una veneración, o, mejor dicho, de un
homenaje mundano y no de una adoración religiosa; contesta a los sofismas sacados de los
escritos de los Padres y alegados por cl concilio de Nicea, sobre la utilidad de las
representaciones en las basílicas.
Proscribió el culto, la adoración, el homenaje a la honra que se tributaba a las imágenes,
inclinando la cabeza, poniéndose de hinojos y ofreciendo incienso. «Si no hay necesidad de
adorar—exclamaba—ni a los ángeles ni a los hombres, menos se necesita aún adorar las
imá~ene5, que
590 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 591
no están dotadas de razón y no son dignas de que se las~ evnere, puesto que no ven, ni oyen, Iii
comprenden...»
Por fin, el príncipe concluye su prefacio criticando cl comportamiento de un abad que se atrevió
a sostener, en pleno concilio, que valía más frecuentar los lupanares y tabernas, cometer
adulterios, violaciones, incestos y homicidios, que abstenerse de la adoración de las estatuas (le
Jesús, de su Santa Madre y d.c los gloriosos mártires.

españa

Este año fííé señalado ¡or una nueva herejía que se elevó en España. Elipando, arzobispo de
Toledo, consultó a Félix, prelado de Urgel, dcl cual había sido discípulo, para saber dc qué
manera reconocía a Jesucristo como hijo de Dios; si le tenía por hijo natural o por hijo adoptivo.
Félix respondió que, según la naturaleza humana, Jesucristo no era más que hijo adoptivo; y que,
según la naturaleza divina era hijo natural. Elipando aprobó la decisión de su in aest ro, propagó
esta doctrina cii Asturias y Galicia, inientras que Félix, por su parte, la propagó más allá de los
l~irineos, en la Septimania o en el Languedoc.
Adriano dirigió una carta a todos los obispos dc España para exhortarles a que se precaviesen
contra la nueva doctrina que perjudicaba la fama de la Virgen María y la rcire~cnlaba como una
mujer adúltera. Su Santidad les invitaba a que continuasen firmes en la f~ de la Iglesia.
Al mismo tienipo se quejaba dc los diferentes .~mbusos (¡110 sc habían introducido cn las
iglesias de España. Y, en ‘efecto, algunos prelados de esta provincia colocaban Ja <(l.ebracíóíí
dc -la Pascua en una fecha que no era la hIja(la
por el concilio de Nicca; otros calificaban de ignorantes a los fieles que Ho querían comer sangre
(lo cerolo Iii carmie de aIli uialcs ah()ga(los; grau numero de saccr<lotes. iii 1 ~i~pielando mal
cl texto de las Escrituras, acerca ole la predestí— ]iacíó¡u, megaban el libre aIl>edrío, y, en fui,
la mayor parte ole los l)1’elados, couiformáuidose con las c >stuuulwes <le los Indios y de los
paganos, cscauudal¡~anan ~t los cristianos col) uniones ilícitas, o manteniendo varias concubiiias
en sus casas. Los obispos encerraban en sus palacios episcopales elIflUCo>s y cortesanas, bajo el
liretexto> (le (JIte 1 ratahan de convertir a los ~iralies, imitando SUS costumbres; v’~~i’~, en
 realidad, a fin de continuar su vida en el vicio y el escándalo.
El Papa lanzó contra ellos horribles anatemas y ordenó al metropolitano Elipando que reuniese
en Toledo un concilio para e~~aminar su doctrina acerca del Salvador, y el error de Migecio
acerca de l~ fiesta de la Pascua. El arzobispo obedeció, y el concilio, oponiéndose en esto a la
opinión del Papa, declaró que se podía enseñar la doctrina en que se sentaba la adopción de
Jesucristo.
Carlomagno, que deseaba mantener la unidad de creencias en sus Estados, escribió al Padre
Santo para que tomara una decisión en esta cuestión importante. Adriano, intimidado por la
resolución de los prelados de España, no se atrevió a reunir un nuevo concilio; contentóse con
recordar los pasajes de los Padres que había ya citado, y trató de sacrilegos a los que querían
argumentar sobre un articulo de fe que San Pedro había confesado, dicilendo a Jesús:
«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Después de este razonamiento, y para evitar
controversias, declaró herejes a los cristianos que no pensaban cual él, y les declaró ex-
comulgados en virtud de los poderes que tenia del Apóstol. Los rayos de la Iglesia no
intimidaron a Carlomagno; este príncipe, queriendo poner término a las cuestiones de los obispos
de Occidente, convocó un concilio en Francfort del
-Meno. que era la residencia reaL Los prelados de todas las provincias sometidas a su
dominación se apresuraron a obedecer sus órdenes, y se reunieron en número dc trescientos. Se
les añadieron trescientos sacerdotes o frailes y los principales señores de la corte. El mismo
soberano presidió el concilio e hizo admirar su elocuencia en las discusiones teológicas.
El resultado (le las deliberaciones d.c la asamblea, fué enviado a los ecleshisticos de España, en
forma de carta sinodal, y Carlomagno les escribió igualmente ~en su noníbre:
«Nos sentimos verdaderamente impresionado~ por lLs violencias que en vosotros, muy ilustres
obispos, ejercen los infieles; pero sentimos una aflicción más grande aún por ei error que se
propaga eñtre vosotros, y que nos ha obligado a reunir en concilio a todos los prelados dc nuestro
reino y declarar la fe ortodoxa sobre la adopción de la carne de Jesuristo.
«Ahora os conjuro a que abracéis con un espíritu de
592 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 593
paz nuestra confesión de fe, y a no elevar vuestras doctrinas por encima de las decisiones de la
Iglesia universal.
»Antes del escándalo que disteis por el error de la ‘adopciún. os amábamos como hermanos; la
rectitud de vuestras creencias nos consolaba de vuestra servidumbre temporal y habíamos
resuelto libraros de la opresión sarracena.
»No evitéis, pues, la participación de nuestras plegarias y auxilios; porque si después de la
admonición del Papa .y las ‘advertencias del concilio no renunciáis a vuestro error, os
consideraremos como herejes y no nos atreveremos ‘a comulgar con vosotros.
»Eíí cuanto a la proposición sometida a nuestro juicio respecto al concilio celebrado en
Constantinopla, en el cual se h.a ordenado, bajo pena de anatema, tributar a las ‘imágenes de los
santos el servicio y adoración que se rinden a la Trinidad Divina, los Padres de nuestro concilio
han rechazado como ~acrllega esta impía doctrina .y no han querido admitir ‘el fallo de la corte
de Roma.»
Desgraciadamente para Francia, lo.s sucesores de Carlomagno no se conformaron con ‘esta
decisión juiciosa; el segunno concilio de Nicea prevaleció en los siglos siguientes, y el furor de
las guerras religiosas, excitadas por los sacerdotes, no tardó mucho en cubrir de ruinas, de
desastres, dic incendios y matanzas las provincias.
Lo; libros atribuidos a Carlomagno contra el culto de las imágc.nes, fueron llevados al Papa por
Angilberto, abad ~de Centula. Adriano contestó lo siguiente al rey de Francia:
«No queremos considerar ‘estos libros como obra vuestra, cxcepto el último, que ordena a
vuestros pueblos obedecer a nuestra silla.»
Esto sin embargo, a %lespecho de Carlomagno y de las decisiones del concilio de Francfort, el
culto de las imágenes pasó a la Iglesia galicana como un dogma esencial; cii vano los ‘~t’eólogos
quisieron formular distinciones en la manera de honrar las imágenes, y en vano dijeron que el
culto de latría se debía tributar a Dios solo; el de hiperdulía a la Virgen y el de la simple dulía a
los santos ordinarios. Los fieles continuaron viendo a Dios en sus representaciones y adoraron
estatuas de piedra y de madera, lo mismo que los paganos.
Esta ~doración, que animaba la corte de Roma. constituía una verdadera idolatría, la cual había
sido severa-
mente proscrita por los fundadores del cristianismo. El historiador Filostorgo cuenta que, en su
tiempo, no se quiso tributar ninguna clase de homenaje a una estatua de Cristo, erigida ‘en
Paneda, pequefta ciudad de Palestina, con el consentimiento de Herodes el tetrarca, y a petición
de una mujer a la que Jesús había curado de un flujo de sangre. Esta estatua había sido destruida
por el predecesor de Constantino el Grande, y ‘desde aquel momento yacía en la plaza pública,
medio enterrada en los escombros y oculta por las hierbas que en torno suyo crecían. Cuando fué
retirada de este punto, se la confió a la sacristía d’e la iglesia, y, no se permitió que nadie la
adorase. Según dicen los sacerdotes, esta estatua desapareció milagrosamente bajo el reinado de
Juliano.

Inglaterra

~‘lientras que el Pontífice se prosternaba a los pies de Carlomagno, un principe inglés se


arrodillaba ante el obispo de Roma para alcanzar el perdón de sus pecados y la I)I~otecciór del
apóstol. Offa, segundo rey de los mercianos, después de haber matado a Etelberto, último rey de
Estanglia, al cual había traído a su corte bajo el pretexto de darle su hija en matrimonio, se
dirigió a Roma, conforme al uso del siglo. y pidió al Padre Santo la absolución de su crimen. El
Papa aprovechando en su favor el fanatismo dcl principe. no consintió en reconciliarle con el
cielo, sino bajo la condición de que autorizaría en su reino el impuesto del dinero de San Pedro y
que fundaria monasterios, cuyos beneficios podría vender la Santa Sede. Olfa, tranquilizado en lo
que se refería a su salvación ‘eterna, volvió a sus Estados, mandó construir muchos monasterios
cn honor (le San Albán y otros habitantes del cielo; y cum1)liCfldO su promesa. RUSO las
rentas a disnosición dcl sobrrano Pontífice.
Adriano murió poco tiempo después, en 25 de dici’embí-e de 795.

IIi,qor¡a de los I>apas.—Ton¿o 1.—38


LEON III, 100.o PAPA

CONSTANTINO VI, IRENE, NIcÉFORO, EMPERADORES DE ORlEN—

TE — CARLOMAGNO, Luís EL BENIGNO, REYES DE FRANCIA

El mismo día en que se celebraron los funerales de Adria. no, se elevó a León III sobre el trono
pontificio.
Era hijo de Roma y habitaba, desde su infancia, en el palacio de Letrán.

t~I portaestandarte

Después de haber sido entronizadQ en medio de las aclan~cione~ generales, León envió a
Francia legados (flcargados dc- entregar al rey las llaves de la Confesión de San Pedro, el
estandarte de la ciudad de Roma y magníficos presentes. Rogaba a Carlomagno que enviara a la
Santa Sede señores franceses para que recibiesen el juramento de fidelidad a los romanos. El
príncipe hizo en seguida parlir a Angílberto con muchos carros llenos de riquezas quitadas a los
hunos en el saqueo de su canital. Al mis~íno tiemPO dirigió al Pontífice cartas concebidas en
estos términos:
‘-Henios leído con profunda satisfacción el decreto (le vuesIra elección; unimos nuestro voto al
de los romanos que os, han elevado a ‘la cátedra del apóstol, y vemos~, con alegría, que nos
conserváis la fidelidad y obediencia debidas.

Tesoros

>~En testimonio de esta satisfacción, os enviamos uno de nuestros celosos servidores, encargado
de -entregaros los presentes que destinamos a Saíi Pedro. El conferenciará con vos sobre todas
las cosas que pueden interesar a la gloría de la Iglesia, el afianzamiento de vuestra dignidad y la
autoridad de nuestro patriciado. »
En las instrucciones dadas a su embajador, cl monarca de Francia recomendaba a ‘este último
que insistiese cerca del Pontífice para obligarle a reformar las costumbres del
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 595
clero italiano, para que cesase el vergonzoso tráfico de los cargos sagrados, y para que no se
gastaran las sumas que le enviaba, a favor de saoerdotes escandalosos.
Según los deseos del príncipe, León transformó los te-
CARLOMAGNO

soros de los hunos en vasos de plata, en cálices de oro y en ornamentos sacerdotales, bordados
con perlas y pedrerías. Parte del oro y plata acuñados sirvió para pagar los embellecimientos del
palacio de Letrán, y el Padre Santo hizo adornar su morada con columnas de pórfido, con balaus-
tradas de mármol y con pinturas y mosaicos; una de éstas representaba a San Pedro sentado y
teniendo encima de sus rodillas las tres llaves del ~paraíso; el Papa León estaba a su derecha y
Carlomagno a su izquierda, y los dos se ha-
596 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 597
liaban prosternados a sus pies; con una mano el. apóstol daba el palio al Papa y con la. otra
presentaba al rey un estandarte adornado con seis, rosas y en el cual se había escrito: «San Pedro,
dad la vida ~l Papa León y la victoria al rey Carlos».

Inglaterra

Quenulfo, soberano ‘de los mercianos y sucesor de O!fa, escribía a León para felicitarle por su
advenimiento al trono pontificio, rogándole que le mirara como a su hijo ‘adoptivo y
prometiéndole una obediencia completa.
El embajador del rey inglés era el prelado Ath.elrado, untíguo abad de Mahnesburi, que había
sido nombrado obispo de Winchester y metropolitano de Cantorbery. Este fraile astuto, al
presentarse delante del Pontífice con objeto de entregarle la carta de Quenulfo, no se olvidó de
ofrecer cien marcos de oro para él tesoro de San Pedro. El Pontífice, no sólo le restableció en la
primera silla de Inglaterra, sino que le dió facultad para excomulgar a los reyes y príncipes de su
j~irisdicción.

España

Félix de Urgel continuaba propagando su herejía en Es-palta, no ob6tante la condenación que


había merecido por parte de los obispos franceses. Entonces Carlomagno renovó sus instancias
cerca de la corte de Roma y pidió la convocación de un concilio general para condenar
definitivamente el error. León s’e apresuró a acoeder a los deseos del monarca; y obedeciendo
sus órdenes todos los prelados de Italia se reunieron en Roma en la basílica de San Pedro. E]
Pontjfice abrió la sesión con el discurso siguiente:
«Hermanos míos: En un concilio celebrado en Ilatisbona por el monarca de Francia, antes de
nuestro reinado, un hereje llamado Félix ha confesado que había caído en cl error sosteniendo
que Jesucristo era ‘el hijo adoptivo de ~Di~s según la carne.
»Nuesíro predecesor, para alcanzar esta retractación, se había visto ya obligado a usar de rigor
sobre este hijo rebelde y a eneerrar’le en nuestras prisiones .como hereje. El saludable temor de
la tortura le ha hecho abjurar su impía doctrina y hasta ha subscrito una profesión de fe orto-
doxa que se encuentra aún depositada en nuestro palacio patriarcal. Pero después de ‘esta
manifestación pública, el apóstata ha huido a las provincias paganas, donde desafía los anatemas
de nuestros concilios que le han excomuI~ado y que hoy le vuelven a condenar por mis labios.
Félix, yodeado por la veneración universal en su chocesis de España, no se ‘inquietó lo más
mínimo poi los rayos
del ‘Padre Santo y continuó en sus doctrinas.
A su vez, León fué la víctima de las pasiones religiosas que había querido excitar contra el
prelado español. Dos sacerdotes ambiciosos, Pascual, primiciero, y Canaplo, sucelario, iramaron
un complot contra la vida del Pontífice y se hicieron ayudar en la ejecución de su execrable
proyecto por los frailes cuyo fanatismo se hallaba desencadenado vor el temor de las reformas.

Percance papal

Después de haber celebrado una procesión solemne y en el mismo instante en que el Pontífice
entraba en. el palacio de Letrán, los conjurados atacaron su ‘escolta, le arrebataron del caballo, le
cogieron por la barba, trataron de ‘romperle el cráneo con una piedra, y le dejaron sobre cl pavi-
mento cubierto de heridas y sin que diera ningún Si~u() (le vida. Después, los asesinos, temiendo
que aun no habían consumado su crimen, llevaron al Papa a la iglesia dul convent3 de San
Esteban y San Silvestre, cuyas puertas cerraron; y allí, en el mismo santuario, sobre las gradas
del altar, aquellos monstruos hicieron toda clase de esFuerzos para arrancarle los ojos y ]a
lengua, destrozando sus miembros con sus uñas y sus dientes; por fin, le lanzaron, aun
sangriento, ‘en el calabozo del monasterio. León permaneció do’s días enteros sin auxilio de
ningún género. tendido sobre las baldosas de su cárcel; al tercer día, el abad Erasmo, uno dc los
conjurados, descendió, con algunos frailes, para recoger su cadáver’ y meterle en un féretro.
Como el desgraciado respirase aún, le hizo llevar a otro convento para que no se pudiese
descubrir el retiro donde sus cómplices le tenían oculto, mientras estaban decidiendo de su
suerte.
Durante la noche, Albino, ca.marero del Papa, sabiendo por un religioso el lugar~ donde el Padre
Santo se hallaba encerrado, penetró en su calabozo con algunos servidores fieles, y habiéndole
cogido, le bajaron por los muros de la
598 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 599
ciudad y 1e llevaron a San Pedro, donde algunos médicos le prodigaron todos los cuidados que
reclamaba su estado. El Pontífice conservó el uso de los ojos y la lengua, lo cual ha hecho
afirmar a ciertos autores que fué curado por un gran milagro. ?ero el mismo León, en el relato
que nos ha dejado de esta horrible aventura, cuenta que, en su pricipítación, los homicidas no
habían cortado más que una parte de la lengua y le habían horadado los ojos sin arrancarlos de
sus órbitas.
Albino informó al duqu~ de Espoleto de este atentado, y le suplicó que fuese a Roma con
soldados, a fin de proteger al Papa y facilitarle medios para huir a Francia. Gracias a sus
cuidados, el Padre Santo franqueó los Alpes felizmente y se dirigió a la corte de Carlomagno,
que se hallaba entonces en Paderborn, en la Sajonia, donde el monarca le recibió con grandes
muestras de afecto y hasta lloró al abrazarle.
Pascual y Canaplo, furiosos al ver que León se substraía a su venganza, reunieron sus partidarios
y quemaron los dominios de la Iglesia; en seguida enviaron al rey diputados encargados de
dirigir al Padre Santo las más terribles acusaciones. El prínci~pe, indignado, les lanzó de su corte
sin que le prestara oídos, e hizo conducir al Padre Santo a Italia, acompañado de los principales
obispos, de muchos condes y de una escolta imponente.
En todas las ciudades, el Pontífice fué recibido por el pueblo como si hubiera sido el mismo San
Pedro; y cuando se acercó a Roma, el clero, el Senado, el ejército, los ciudadanos, las mujeres y
hasta las diaconisas y las religiosas, todos precedidos de banderas, se dirigieron en procesión a su
éncuentro, cantando himnos ‘sagrados. León hizo su triunfante entrada en la ciudad santa y
volvió a tomar posesión del palacio dc Letrán. Algunos días después los prelados y los señores
que le habían acompañado, se reunieron en consejo para informar sóbre las acusaciones in-
tentadas contra él P~’ el priínicicro Pascual, el sacelario Canaplo y sus cómplices. El Pontífice
fué declarado inocente, y sus acusadores condenados a sufrir el castigo de azotes y a terminar sus
días en la cárcel.

Proceso del Papa

Sin embargo, la justificación del Papa 110 hubo de parecer muy regular a los ciudadanos de
Roma, que se halla-
uan exci~’tados por los sacerdotes italianos, celosos del favor que se concedió a los prelados
franceses. León, te¡niendo una nueva conspiración, escribió a Carlomagno para manifestarle sus
temores y rogarle que adelantara la época en que debía hacer su viaje.
El rey accedió a sus súplicas e hizo su entrada en Roma en diciembre ilel año 800. Siete días
después de su llegada, Carlomagno reuiiió el clero, el Senado y el pueblo; expuso, ante la
asamblea, que había dejado su reino para que cesasen las imputaciones sacrílegas que algunos
sacerdotes habían esparcido en contra del Pontifice; ex~~inó una por una, todas las acusaciones
encerradas en el libelo de Canaplo, y, en seguida, mandó a los que le rodea)~an que levantaran
su voz con objeto de someterlas si es que les parecían fundadas.
Como nadie contestase, el Pontífice fué admitido a justificarse por medio de juramento ¡ante la
numerosa muchedumbre que llenaba la iglesia ‘de San Pedro; tomó en sus manos el libro de los
Evangelios, lo elevó por encima de su cabeza, y subiendo a un estrado, dijo:
«Juro por el Verbo de Dios, que yo no he cometido los crímenes de que me acusan los romanos.»

La corona de hierro

Al siguiente día el monarca recibió, por fin, la recompensa de todo lo que había hecho por la
corte de Roma; dirigióse con gran pompa a la catedral, donde el Papa, revestido con los
ornamentos pontificios, le aguardaba con su clero; y allí, en presencia de los señores, de los
prelados y de los magistrados de la ciudad, el Padre Santo colocó sobre la cabeza de Carlomagno
una corona de hierro, y dijo con voz robusta: «¡A Carlos Augusto, coronado por la mano de
Dios, emperador de los romanos, vida y victoria!» Las be-vedas de San Pedro devolvieron ~l eco
de cien aclamaciones, y los asistentes repitieron: ~<¡ Vida y victoria a Carlos Augusto, coronado
por la mano de Dios, emperador de los romanos!» En seguida León se prosternó ante el príncipe
y le adoró, conforme al uso de los antiguos césares, reconociéndole como su soberano legítimo y
defensor de la Iglesia.
Así se halló restablecida, después de trescientos veinticuatro años de interrupción, la dignidad de
emperador romano extinguida en Occidente, desde el affo 476. Cuando la ce-
600 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 601
remonia hubo concluido, Carlomagno hizo inmensas donaciones a las iglesias de San Pedro, de
San Juan de Letrán y de Santa María la Mayor; dió’ a la basílica de San Pedro dos mesas de
plata, cálices, patenas y vasos de oro enriquecidos con piedras preciosas, y gastó enormes sumas
para sus luminarias y el sostén de los sacerdotes.
De regreso a Francia, el nuev.o emperador se ocupó en arreglar los negocios del Estado y de la
Iglesia.
En esta época el metropolitano Fortunato envió a Rama diputados para solicitar la mediación de
León e implorar la intervención del emperador contra Juan, duque de Venecia, y contra
Mauricio, su hijo, que querían echarle de su silla El Papa acogió favorablemente las cartas y los
presentes del arzobispo, y prometió a los enviados que proporcionaria a su amo la protección del
monarca León determinó, efectivamente, emprender un nuevo viaje a Francia.. a fin de negociar
este asunto y alcanzar del príncipe muchas otras decisiones concernientes a los intereses tempo-
raJes de la Santa Sede; pero temiendo que el duque dc Venecia y su hijo echasen por tierra sus
proyectos, utilizó la superstición de su época; a fin de evitar las sospechas. Propago el rumor de
que el Cristo de Mantua destilaba gotas de sangre que hacían muchos milagros; bajo el pretexto
de convencerse de la realidad de ‘este prodigio, se encaminó a esta ciudad y desde allí pasó
secretamente a Francia.
Carlomagno se hallaba entonces en. Aix-la-Chapelle; luego que supo la llegada del Papa, le
envió su hijo para que le recibiera en San Mauricio de Valáis, y él mismo llegó hasta Reims.
Pasaron ocho días juntos a fin de tratar las graves cuestiones políticas y religiosas. Por fin, el
Papa se retiró colmado de presentes, y Carlomagno Le acompafló por Baviera hsata la ciudad de
Rávena.
Algún tiempo después, el emperador, sintiendo que se le acercaba la muerte, reunió en
Thionville sus principales señores y dividió, en su presencia, los Estados entre sus tres hijos,
Carlos Pepino y Luis. En esta división el emperador no citó el ducado de Roma, cuya disposición
se reservaba. Leyó su testamento, y luego de haber hecho jurar a los nobles que sería ejecutado,
lo envió a la Santa Sede para que el Papa lo firmase.
En el año siguiente se reunió por orden de Carlomagno, un nuevo concilio en Aix-la-Chapelle;
tenía por objeto fijar las atribuciones del Espíritu Santo.
Los Padres habían probado con las Santas Escrituras y
con las opiniones ‘de los antiguos, que el Santo Espíritu procedía del Hijo y del Padre. Los
diputados del monarca presentaron sus ‘instrucciones a León y entraron con é1 en grandes
conferencias. sin ~ue le hiciesen aprobar las decisiones del sínodo francés.
Pero el Padre Santo conservaba siempre en las discusiones una dulzura~ y una modestia
ejemplares, limitándose a refutar las cuestiones que no hallaba justas. Conveiiía, cén ellos, en
que no le era permitido pronunciarse contra los usos establecidos en las demás Iglesias; que nin-
gún hombre podía emitir una opinión positiva acerca de materias religiosas que envuelven
siempre incomprensibles misterios. «Las santas tinieblas con que Jesucristo veló estos misterios
—añadía el ‘Pontífice—son harto densas para que se intente disiparlos; es indispensable atenerse
a las cosas claras y palpables, y no arro~arse a los abismos de la teologia, de donde no podria
salir el espíritu humano.» Aplaudía los decretos de ‘Carlomagno.
Estos decretos no eran los primeros ni los únicos que se habían publicado en las Galias sobre
materias eclesiásticas; ‘el gran emperador, que obraba en sus vastas concepcio~es todas las
mejoras espirituales y materiales de su poderoso Imperio, había ya escrito un volumen de capitu-
lares sobre cuestiones religiosas, pero sin que hubiese al~anzadc~ el fin que se había propuesto,
el cual consistía en reprimir los numerosos abusos introducidos por cl clero. En aquella época
todo se hallaba revuelto y lastimosamente confundido: los derechos se confundían con los de-
beres; los privilegios con los cargos, y no se veían más que opresorec y oprimidos. Las
inmunidades del clero estorbaban a cada instante la marcha del poder civil, que, a s~ vez,
usurpaba la jurisdicción eclesiástica.
No obstante los sabios consejos del Papa, los obispos franceses no quisieron aceptar su opinión y
continuaron enseñando que el Espíritu Santo procedía tanto del Hijo como del Padre.
Carlomagno había muerto antes de que volvieran sus embajadores. Gracias a sus hechos de
armas había colocado el reino de Francia en el primer rango de las naciones, y gracias a su
fanatismo aumentó el poder de la Santa Sede, enriqueció las iglesias, los monasterios, y preparó
la influencia teocrática que se extendió luego sobre Italia, sobre Europa, sobre el mundo entero, y
que encorvó los pueblos bajo la niás horrible tiranía. Pero este celoso
602 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

defensor de los Pontífices se llevó a la tumba la fuerza que reprimía las facciones religiosas, y
que inspiraba a los frailes y a Io~ sacerdotes un miedo saludable.
En esta época, la hipocresía, la avaricia, la lujuria, eran las únicas virtudes del clero; así, muerto
el gran ?rey, quisieron substraerse a la severa dominación de León y fomentar conspiraciones en
contra de su existencia. Mas, sabiendo, por una triste experiencia, todos los peligros que corrían
los soberanos que hablan excitado los odios, el Papa se mantenia en guardia contra las
conspiraciones, has-la que, por fin, un día mandó prender a los conjurados y ej.ecutairles frente
al palacio de Letrán por mano del verdugo. Sus mujeres fueron desterradas, sus hijos encerrados
en los conventos de Roma, y todos sus bienes quedaron confiscados en provecho de la Santa
Sede. Esto sin embargo, el terror que le ocasionó la conspiración hubo de alterar su salud, y
cayendo peligrosamente enferipo, murió en 816, después de un pontificado de veinticinco años 2
cinco meses y dieciséis días.
León, que estuvo a punto de caer bajo la venganza de los sacerdotes en dos distintas ocasiones,
se había, no obstante, mostrado muy pródigo con ellos. Todas sus ofrendas a las basílicas de
Roma ascendían a más de ochocientas libras de oro, y a más de veinte mil libras de plata;
actualmente representan sumas tan enormes, que se podría dudar de la realidad de estos gastos, sí
no fuesen probados con cl testimonio de los más verídicos cronistas (1).
En este aserto debemos reconocer el lenguaje hipócrita de un sacerdote que intenta ocultar el
orgullo de los Papas con religiosas apariencias; nosotros atribuimos a la vanidad o ambición de
los obispos de Roma el sacrílego uso de ofrecer
oso de pies a la adoración de bis fieles, que vimos ser Diocleciano. Los sucesores del apóstol
han querido
elevarse siempre por encima de los reyes, y obligar a los pueblos a prosternarse ante ellos. Desde
los primeros siglos de la Iglesia los prelados exigían que los fieles se pusiesen de rodillas para
recibir su bendición, lo cual había hecho decir a los paganos que las mujeres cristianas adoraban,
como en otros ritos, las partes vergonzosas de sus obispos.

(s) El cardenal Boronio pone en duda el milagro de la mano sangrienta~ ocurrido bajo el
pontificado de León 1; afirma que León III fué el primer Papa que introdujo la costumbr, de dar
a be3ar sus pies en vea de sus manos, porque Cierto día sin~i6 deseos carnales bajo la impresión
ocasionada por los labios de una dama.
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO VIII

Justiniano II, por otro noínbre Rinotmeto. lanzado de Constantinopla .~por Tiberio Apsimaro, se
había refugiado en la ciudad de Quersón; pero corno revelase francamente sus pretensiones al
Imperio, los habitantes hubieron de temer que sus intrigas llamasen alguna calamidad sobre ellos
y resolvieron ínatarle o enviarlo prisionero a Apsimaro. Justiniano dejó entonces el Quersoneso,
y fué a refugiarse en la fortaleza de Doros, mandada por uno de sus partidarios, la cual estaba
situada en la frontera de los godos. El khan o jefe de los Kházars. vecino de Doros, recibió al
príncipe en su corte y le ofreció en matrimonio ‘a su hermana Teodora, la ciíal trajo al l)Hnc.iPC
la ciudad de Fanagora.
Sabiendo Apsimaro este enlace, eíívió embajadores al khan amenazándole con que invadiría sus
Estados si no le entregaba a Justiniano vivo o muerto. Aquel bárbaro, va fuese
por temor, ya por la esperanza de títia gran recompensa, obedeció las órdenes dcl usurpador; y
bajo cl pretexto de que quería evitar a su cuñado las emboscadas de sus enemigos, le dió una
numerosa guardia que sc debía oponer a su fuga. Al Inismo tiempo escribió al comandante de las
tropas y al gobernador del Bósforo que liiciescíi. malar al príncipe en cuanto recibiesen orden de
Constanlinopla.
Un servidor celoso descubrió este complot a Teodora. ~ ésta, a su vez, lo descubrió a su ínarido.
Justiniano hiio comparecer inmediatamente al gobernador y al comandante,
r
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS’ Y LOS REYES
les reprochó su perfidia y les hizo estrangular en su palacio. Terminada la ejecución, envió su
mujer al khan y se embarcó ‘en Tomis. Luego que hubo llegado a la l3ííI-gana, el príncipe
demandó auxilio a Terbelis, rey del país, y le ofreció su hija Zagora en matrimonio, y como
precio de su alianza. Seducido el bárbaro por la hermosura de la princesa, aceptó inmediatamente
su propuesta, armó toda su gente y marchó con su suegro hacia Constantinopla.
A los tres días llegaron ante los muros de la ciudad y sentaron sus reales frente al castillo de
Blaquernes. Como sus habitantes no quisieron reconocer a Justiniano, se declaró a la ciudad en
estado de sitio. Al mes de ‘estar cercada, las trojpas entraron en los muros por médio de un
acueducto; el palacio de Blaquernes fué tomado por asalto; Heraclio. padre del usurpador, que
mandaba el castillo, fué, ahorcado en los muros, y el mismo Apsimaro cayó en poder del
vencedor. Dentro de Constantinopla, .Justiniano mandó arrancar de su calabozo al desgraciado
Leoncio que, en otro tiempo, le había destronado; le hizo ‘encadenar al brazo de Apsimaro, y
uno y otro fueron entregados al pueblo en un simulacro de combate, hasta que, por fin, murieron
decapitados.
Terbelis, que se había quedado bajo los muros (le Ría-. cluernes, para no asustar al pueblo, entró
luego en la ciudad. El príncipe le revistió con la púrpura, le hizo sentar en el trono y le envió ‘a
sus Estados colmado de presentes. 1)espués llamó a la princesa Teodora y su hijo Tiberio, y
perdonó al khan de los Kazars.
El nuevo reinado se distinguió con sangrientas ejecuciones. El santo patriarca Calinico fué
enviado a Roma después de habérsele sacado los ojos; los ciudadanos que habían sido amigos
‘de los usurpadores, tuvieron que sufrir las más horribles crueldades; los unos fueron condenados
al suplicio del fuego, los otros al suplico del agua; éstos fueron entregados al verdugo,
pereciendo entre torturas; aquéllos eran cogidos en el silencio de la noche y ahorcados ‘en las
ventanas de sus casas. Justiniano prosiguio sus venganzas contra los búlgaros e hizo matar a mu-
chos habitantes de Quersón. Este execrable tirano condenaba a muerte a uno de los partidarios de
Leoncio cada vez que se sonaba. Esta era su costumbre. Por fin, los búlgaros, cansados de sus
crueldades, proclamaron la revuelta y armaron una escuadra para sitiar a
Constantinopla. .Justinia»o les presentó la batalla con todas las fuerzas de su
maíido. El combate fué horrible; pero su nave cayó en poder del ‘enemigo, y fué degollado con
su hijo Tiberio, por uno de sus oficiales, cuya mujer había violado. Este príncipe reinó cerca de
veintiséis años. En él concluyó el imperio de los Heraclionidas, el año 711. Filipico Barnadés,
hijo de Nicéforo, cogió entonoes ‘las riendas del gobierno Este príncipe, entusiasta por las
controversias religiosas, quiso reformar las decisiones de los Padres del sexto con&Iio general, e
hizo apoyar sus edictos por Juan, patriar~a <le Constantinopla~ por Germán, arzobispo de
Cizica, y por un gran número de clérigos y senadores. Sus liberalidades con “los sacerdotes
absorbieron muy pronto las riquezas del Imperio; su debildiad, junto’ con sus desórdenes y su
mucha negligencia, le hizo despreciable a los ojos del pueblo. Algunos ambiciosos aprovecharon
el odio que la nación profesaba al monarca, y organizaron un complot que estalló en el día del
aniversario de su na~imiento. En este día el emperador había hecho celebrar su cumpleaños con
brillante magnificencia. Había paseado por las calles d’e Constantinopla precedido con vistosas
banderas y por mil trompetas que daban ál aire sus sonidos. De vuelta al palacio de Blaquernes,
había dado un suntuoso feslín a los oficiales del Imperio, y concluido este último, según su
costumbre, se había hecho’ I~var completamente beodo a sus cámaras.
Los conjurados, previendo ‘esto último, habían tomado ya sus medidas, y ‘aprovechando cl
desorden que ocasionaba la fiesta, entraron en palacio, llegaron al cuarto de Bardanús. le sacaron
los ojos, le cortaron ~1a nariz y le arrastraron, ensangrentado, al hipódromo, desde el cual fué
transportado a un convento.
Artemio, secretario de Filipico, fué elegido para suceder a este príncipe, y s’e le coronó bajo el
nombre de Anastasio II. Luego que se halló al frente del gobierno, persiguió a los soldados que
habían atentado contra la persona de smi aiil’ecesor, para intimidar a los que quisiesen imitar su
ejemplo; después, con objeto de que no se tuviese que ocupar más de Bardanés, le hizo
estrangular secretamente. Establecido ya su poder en el interior del reino, pensó en los enemigos
de fuera.
Sabiendo que los sarracenos amenazaban con una ‘invasión sus Estados, se preparó a la guerra;
y, con objeto de evitar los horrores de un sitio, mandó salir dc Constantinopla a todos los vecinos
que~ careciesen de víveres para’
604
605
606 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 607
tres años. Juan, diácono de la iglesia mayor, se colocó al frente de las tropas; mas ‘ejerció su
poder con tanta arrogancia y despotismo, que los soldados se sublevaron, mataron a su general.
Y Proclamaron Un lluevo emperador llamado Teodoro III. Este abdicó luego, y se retiró con su
hijo a un convento.
Estos frecuentes cambios de l)rínciPes ‘en los gobiernos absolutos, no deben sorprendernos; y la
historia del Bajo Imperio, como la historia moderna, prueba que la ambición vuelve a los
hombres capaces de los más grandes crímenes. El monstruoso egoísmo de los emperadores
griegos ahogaba los generosos sentimientos de la nación; las ciencias y las artes se hallaban
despreciadas, el comercio abandonado y el amor de la patria se había extinguido en los.
corazones todos.
Así la debilidad del emperador excitó hasta el más alto grado la audacia de los bárbaros.~ los
sarracenos, qu’e cran los más terribles enemigos, ino¿ndiaron las aldeas, pillaron las ciudades,
mataron sus habitantes y llegaron hasta las puertas de Constantinopla.
Durante esta desolación general, fué cuando León III, el Isauriano, salió de las filas del pueblo
siendo proclamado emperador por los soldados. Este príncipe, gracias a su valor, pLido salvar el
Inipe y alcanzó brillantes victorias contre los sarracenos Algunos ‘tutores católicos pretenden
que en su juventud se llamaba Conón y que se dedicaba al comercio de hestias en Isauria; (l~1e
cierto día, Como en una de sus excursiones liallara dos judíos que se alababan de ser adi~inos, él
les consultó acerca de su destino; que éstos le anunciaron un provenir brillante si cmpuñaba las
armas, y si se obligaba por medio de juramento a concederles un favor que se reservaban pedirle;
que el joven Conón se dejó seducir por su lenguaje y entró inmediatamente en la guardia dcl
‘emperador, desde la cual llegó al soberauo poder, y que no bien se halló instalado en el trono,
cuando se le presentaron los dos mismos judíos que le habían vaticinado su futura grandeza, le
exigieron el cumplimiento de su promesa y le pidieron la abolicióu. de las imágenes. Esta
ridícula fábula prueba, únicamente, que los sacerdotes, que no podían perdonarle sus principios
de tolerancia y la pureza dc su 1’e, trataron de hacerle odioso a sus pueblos. Como León III
quisiese prohibir el culto sacrílego de las imágenes, los obispos ortodoxos promovieron
sediciones contra él y entregaron a los
bárbaros las más hermosas provincias del imperio, lo cual le ocasioné un violento pesar y le
condujo a la tumba en 741.
Sucedióle Constantino y, su hijo, príncipe que se había llamado Copronimo durante su juventud
a causa de un suceso extraño que habla promovido la cólera del patriarca Germán, jefe del clero
de Constantinopla. Cuando se practicaba su bautismo y mientras que el prelado le sum’ergí~ en
el agua regeneradora, el pobre niño, obedeciendo a las leyes de la naturaleza, manché el agua
santa con sus excrementos. El irascible prelado manifestó que la religión se hallaba ultrajada por
el joven príncipe, y le retiró brutalmente de las fuentes bautismales, le dió el sobrenombre de
Copronimo, que significa mancha, vaticinó que seria el precursor del AnticristQ, y que turbaría
la paz de la Iglesia como habla turbado las aguas del bautismo.
Y, en efecto, no bien Constantino se vió sentado en el trono, cuando proscribió el culto de las
imágenes, y, a semejanza de su padre, fué odioso a los obispos latinos. Cometió la falta de dar en
matrimonio a su hijo León la princesa Irene, mujer cruel que había jurado destruir a los
iconoclastas.
Mientras que el emperador se hallaba ocupado en combatir a los sarracenos, Arabaste, su
cuñado, protector del culto de las imágenes, cediendo a las instancias d.c su hermana, se unió al
patriarca Anastasio y se hizo proclamar soberano. Al saber esta noticia, Constantino retrocedió,
derrotó a Artabaste, condenó al usurpador a que~ se le sacaran los ojos, y castigó severamente a
Anastasio. Volvió luego al Asia, batió a los sarracenos y~contuvo a los búlgaros. Murió de una
fiebre ardiente en el año 775.
Suidas 1e llama «instrumento del diablo y del Anticristo». Víctor le llama igualmente «el esclavo
de toda suerte de impiedades». Estos dos historiadores le acusan de haber tratado con extremado
rigor a los adoradores de imñgenes y particularmente a los frailes, que rehusaban conformarse a
las decisiones del último concilio, y que promovían sediciones predicando la revolución en
nombre de la Iglesia.
El hijo de Constantino Copronimo, León IV, llegó al Imperio después de la muerte de su padre.
Fué iconoclasta y murió envenenado por los sacerdotes en el año 780. Cuéntase acerca de él una
fábula que debemos a la astucia de los frailes. «Este príncipe —dicen las crónicas— vió en la
iglesia de Santa Sofía una corona enriquecida con piedras preciosas que había sido dada al clero
por Heraclio o
608 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 609
por Mauricio; acercóse al altar para apoderarse de ella ~ colocándola sobre su cabeza, dijo: «El
oro y las piedras no
>cónvienen al que ha enseñado a los hombres que la po»br.eza es el mayor de los bienes». No
acababa de pronunciar estas frases, cuando sintió como su frente se cubría de pústulas y que un
círculo de enormes granos rodeaba su cabeza en todos los puntos que había tocado la mística
corona.»
León IV fué amado por el pueblo y su reinado se halló exento ~le tumultos, a pesar de las
tentativas de sublevación que hizo su hermano Nicéforo, el cual fué rasurado y desterrado al
Quersoneso.
Constantino VI, creado augusto por el emperador León, no tenía aún diez allos cuando subió al
trono. Durante su’ minoría la emperatriz Irene, su madre, tomó las riendas del gobierno. Los
historiadores juiciosos convienen en mostrarnos a esta princesa como la más cruel y más
perversa de las mujeres que han ejercido el poder supremo; los monjes griegos o latinos y el
cardenal Baronio, hacen de ella el tipo más perfecto de las reinas cristianas, y la glorifican por
haber combatido a los destructores de imágenes.
Irene había aprendido en las cortes el arte de disimular sus verdaderos sentimientos; pero cuando
se vió al frente del gobierno, dió vuelo a sus pasiones, e hizo sentir a los l)uehloS el yugo del
terror y cl fanatismo. Protectora ar‘diente del culto de las imágenes, perseguía con encarni-
zamiento a los desgraciados iconoclastas; el patriarca Tarasio fué desterrado de ‘Constantinopla;
un concilio reunido en Nicea anuló los ‘antiguos cánones, y a fuerza <te intrigas y destreza, hizo
triunfar la superstición de las imágenes.
A fin de conservar la autoridad suprema, no quiso aceptar, para su hijo, la mano de Rotruda, hija
de Carlomag110, temiendo que el joven príncipe, sostenido por su suegro. reclamase el gobierno.
Irene se atrevió, asimismo, a aconsejar a Constantino que hiciese mutilar a todos sus parientes
con objeto de que nunca subiesen al trono.
Excitado por el mismo príncipe, el ejército sacudió, por fin, el yugo de la emperatriz, su madre, y
proclamó a Constantino VI único soberano de Bizancio; mas .la debilidad del ‘emperador y su
incapacidad le obligaron, muy pronto, a levantar el destierro de su madre y a devolverle cl
gobierno.
Duefia Jor segunda vez del Poder, Irene quiso ponerse
al abrigo de un nuevo éapricho de su hijo. A fin de perderle, iníaginó hacerle odioso a la nación y
leaconsejó que tomase arbitrarias medidas que exasperaron a los ciudadanos; la indignación
general estalló, y esta cruel mujer, bajo el pretexto de que quería calmar al pueblo, mandó sacar
los ojos al príncipe ,y le encerró en un calabozo. Gracias a este nuevo crimen, robusteció en sus
manos ‘el gobierno. Esto no obstante, sus desórdenes y tributos fatigaron al Senado, y fué
desterrada a Lesbos por el tesorero Nicéforo, que había sido nombrado emperador secretamente
por siete oficiales de palacio. Esta muj’er falleció desesperada en9 el destierro, el año 803.
Durante su reinado, el joven Harun-al-Raschid, el héroe de las Mil y una Noches, se adelantó
hasta las puertas de Nicomedia y obligó al Imperio a pagar un tributo a los árabes.
Nicéforo Logotheto, que subió ‘al trono de una manera indigna, mostró una sórdida avaricia y
una crueldad bárbara que recordara al lamoso Constantino, fundador del Imperio de Oriente. ‘El
ejército de Asia acababa de saludar ‘emperador [al patricio Bardanés, que, sintiéndose harto
débil para defender un título que no habíá deseado, abandonó a su contrincante y solicitó en
cambio, y por vía de favor, el derecho de encerrarse en ún claustro. Con esta condición, Nicéf
aro juró olvidar todo lo que había pasado en el ejército. Esto sin embargo, aunque Bardanés se
hubiese despedido del mundo y dado un eterno adiós a sus soldados, el emperador le mandó
coger y dió orden para que se le sacasen los ojos, a fin de que, según decía, estuviese menos
distraido al rezar sus oraciones; luego mandó prender a los partidarios de este desgraciado y les
hizo perecer ‘a todos en los más horribles suplicios.
Este cruel príncipe era un político muy hábil; sostuvo buenas relaciones con Carlomagno, al cual
prefería tener por amigo más bien que por vecino. En sus guerras conIra los búlgaros manifestó
su gran aptitud para dirigir los ejércitos; pero al rehusar a e~tos bárbaros la paz que imploraban,
cometió una grave falta, pues éstos, llevados por la desesperación, forzaron su campo durante la
noche y asesinaron todo su ejército. Dícese que cl cráneo de Nicéforo sirvió de copa al jefe
búlgaro.
Después de haber recorrido las sangrientas páginas de Ja historia de los emperadores de Oriente,
debemos resuHistoria de los Papas.—Twno I.—39
610 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 611
nñr los crímenes y crueldades de los reyes francos pertenecientes al siglo viii.
Dagoberto III reinó cuatro años en medio de los desórdenes y de la confusión general. Murió en
el año 715, dejando por heredero de sus Estados un hijo que se hallaba aún en la cuna, que se
llamaba Thierry. Durante el reiñado de este príncipe, murió Pepino de Heristal, nieto de Pepino
el Viejo o de Landén. Este duque, llamado por otro nombre Pepino el Gordo, había impuesto las
leyes a los gobernador~s de palacio, y durante su gobierílo fué cuando empezó la serie de malos
reyes. Político hábil, Pepino supo aprovechar las desgracias de la nación para prepar~r el reínádo
de su familia, y coTimó de riquezas a los prelados orgullosos que imponían sus opiniones al
embrutecido pueblo. Los sacerdotes, enriquecidos por su munificencia, le levantaron por encima
de los mismos reyes y le secundaron en su provecho de apoderarse de la autoridad suprema en
Austrasia. Por espacio de veintiséis años, durante los cuales gobernó la Austrasia, la Borgoña y
la Neustria, aduló a los grandes, lisonjeó al pueblo, enriqu~ió la Iglesia y afirmó, en su casa, el
poder que debía echar por tierra a l~s Merovingios.
Antes ‘de morir indicó, para sucederle, a su hijo leodoaldo, y confió la regencia del palacio a su
mujer Plectruda, como tutora del mancebo. Esta ambiciosa princesa había sido en otro tiempo
repudiada por su esposo a consecuencia de un adulterio, y no había sido perdonada por Pepino
más que en los últimos años de su vida. Así ‘es que, colocada en la regencia, dió vuelo a su
imperioso carácter, metió en un calabozo a su yeirno Carlos Martel, que l~ hacia sombra, y
sujetó bajo su. tiranía a los nobles, a los sa~erdotes y al pueblo. Mas los francos no tardaron
mucho en. protestar contra la’ dominación de esta mujer: formóse una liga y los neustrianos
eligieron otro regente llamado Raínfroy.
~lectruda, dueña de los tesoros de Pepino, levantó un formidable ejército y se dirigió contra los
rebeldes. Ramfrov, al objeto de excitar el valor de sus troJ)as, les conrió lá guardia dcl joven rey
que el mismo día había robado; y el fanatismo por el príncipe era tal en esta época de barbarie,
que la presencia de Dagoberto fué lo bastante para hacer invencibles a sus soldados. Plectruda
fué rechazada hasta el bosque de Compiegne. Esta derrota no fué bastante a desalentaría: recurrió
a la traición; el joven príncipe
fué envenenado, y el poder de la regente se hizo entonces más fuerte que antes de su derrota.
Carlos Martel se escapó, en fin, de su cárcel, se hizo reconooer duque de los franceses por los
austrasianos, y, puesto a la cabeza de sus tropas, dió a los neustrianos una gran batalla en la que
hubo de destrozarles al igual quesus aliados. Esta jornada, llamada en la historia la pelea d’e
Vinciac, aseguró al Imperio los Estados de la Galia; Rainfroy se vió obligado a dimitir sus
funciones de gobernador de palacio; Chilperico II fué depuesto, y Plectruda., abandonada de su
partido, se refugió ‘en un monasterio que había fundado en Colonia Desde esta época, se eclipsa
tanto en la historia, que hasta se ignora el año de su muerte.
La vida de Chilperico II se encuentra llena de alternativas sorprendentes: de príncipe, se
convierte en monje; desde el convento, sube al trono para ser lanzado de él por Carlos ~Martel,
que coloca en su puesto a Clotario IV. Después de la muerte del joven príncipe, Chilperico es
áún llamado por el gobernador de Palacio, y vuelve a tomar un cetro envilecido. Este príncipe,
incapaz e inhábil, vivió en el fondo de su palacio, sumergido en ‘el escándalo, ‘y murió
despreciado por el pueblo. Fué enterrado en Noyón.
Thierry IV le sucedió en 720. A- ejemplo de su untecesor, pasó diecisiete años encerrado en el
fondo de sus palacios, y murió en 737. Era hijo de Dagoberto y se hacía llamar Thierry de
Chelles, porque se había educado en la abadía de este nombre. Esto es todo lo que las crónicas
cuentan acerca de este príncipe. Durante estos dos reinados, Carlos Martel siguió religíosamente
la política de su padre; ejerció el poder supremo rehusando el vano título de rey. Carlos era hijo
de Alpaida, concubina de Pepino el Gordo, y había recibido el sobrenoín.bre de Martel o Martín
de uno de sus parientes, a los etíales los austrasianos habían confiado el gobierno de su
provincia. Domó a los alemanes, los suavos, los sajones y los bárbaros; convirtió los frisones a la
fe católica, y reunió esta provincia a la corona de Francia. ‘Pero la victoria que, sin duda alguna,
ilustró más su nombre, fué la que alcanzó entre Tours y Poitiers sobre los sarracenos, en el año
732. Los árabes o moros, que se habían establecido en las costas de España, pasaron el Garona
guiados por su jefe Abd-el-Rahmán, y se esparcieron en cl Mediodía de Fraíicia. Estos valientes
pueblos habían invadido la Borgoña y la Aquitania; cuando Carlos reuniendo todos los guerreros
francos, marchó a
612 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

su encuentro y les libró una batalla horrible. La matanza duró un día entero, y las crónicas de
aquel tiempo aseguran que los enemigos dejaron en el campo trescientos quince mil muertos.
Los autores de las diferentes historias, han atribuido el sobrenombre de Martel que se dió al du-
que Carlos. al valor que mostró en esta batalla memorable, donde aplastó filas enteras de
saracenos como si luchase con nigún martillo de herrero.
Los árabes, después de esta derrota, no por esto abati-donaron las Galias. Mauronte, uno de sus
reyes que había establecido en Provenza la silla de un nuevo ‘Imperio, llamó en s~¡ socorro al
célebre Ben Amor, poderoso califa de España; y en seguida nuevas hordas de sarracenos
franquearon los Pirineos y se esparcieron, como un torrente, en las provincias meridionales.
Carlos Martel, a la cabeza de sus victoriosas tropas, descendió, entonces, a la Provenza, derrotó
‘a los árabes, les reconquistó Aviñón, Nimes y Marsella, y les arrojó de Francia para siempre. El
vencedor dirigió luego su venganza contra los desgraciados habitantes que debían sufrir el yugo
de los moros; permitió a lós soldados el pillaje de las ciudades, hizo violar las mu-, jeres, ordenó
una matanza general, y redujo a cenizas las ~nás hermosas ciudades. Agde, B’eziers, Nimes y
Narbona quedaron envueltas en esta gran desgracia.
Después de la muerte de Thierry, Carlos declaró el trono vacante; pero no ‘atreviéndose a usar
el título de rey, se hizo llamar príncipe de los franceses. Los historiadores le designan con las
varias denominaciones de gobernador de Palacio, lugarteniente del reino, patricio, duque y
príncipe; el único que le da el título de rey dc los francos, es el autor de su epitafio. El Papa
Gregorio III habia buscado su apoyo con objeto de substraerse a la dominación de los
emperadores griegos, y le había también ofrecido el patriciado y el protectorado de Roma. Esta
alianza fué el principio de la grandeza temporal de los Papas y de la ruina de los monarcas de
Francia, pertenecientes a la primera raza.
Tal fué el resultado que ocasionó la política de los gobernadores de Palacio. Esta dignidad, en su
origen, no era más que una superintendencia de los dominios del rey; el que se hallaba revestido
con la misma, se llamaba mayordomo o préYecto de Palacio. Después de la muerte de Dago-
berto, él poder de los gobernadores de Palacio se fué acrecentando y empezó la decadencia de la
autoridad soberana. El cargo de gobernador, que en un principio no se había
HISTORIA’ DE LOS PAPAS Y LOS REYES 613

dado sino temporalmente, se hizo vitalicio, y, en fin, Pepino hubo de perpetuarlo en su familia.
Los primeros criados de los gobernadores se convirtieron en ministros, guiaron los ejércitos y se
hicieron reconooer como’ duques y príncipes de Francia. Carlos Martel no gozó mucho tiemPO
del poder que había conquistado. Murió en Quercv-surOíse, en 22 de octubre de 741, a la edad
de cincuenta años. Fué- ‘enterrado en la abadía de San Dionisio.
Este príncipe habla legado a los pueblos recuerdos de gloria; pero el clero, al cual no había
protegido bastante, no perdonó su memoria. San Eucher cuenta en una leyenda que el Espíritu
divino le mostró en una visión ‘horrible a Martel, el “cual se hallaba atormentado en cuerpo y
alma por una legión de diablos armados de eternas llamas. El santo visionario añade que como el
siguiente día de esta revel:ación hubiese alcanzado del rey licencia para abrir la tumba de~
Carlos, había encontrado una enorme serpiente, color de fuego, que infectaba el aire con su
pestilencial aliento.
Después de la muerte de Carlos Martel, sus hijos se repartieron el gobierno de l~a Galia. A
Carlomán le tocó Austrasia, Alemania y Turingia; a Pepino la Neustria, Borgoña y Aquitania, y
Grifón, el más joven, no alcanzó de sus herm~anos más que una pequeña herencia. Este último
no se contenté con tal repartimiento: promovió una sublevación contra sus hermanos y les obligó
a devolver la corona ‘de Francia a Childerico III, hijo de Cbilperico II. Esto sin embargo, no
pudo alcanzar una parte más equitativa ‘de la sucesión de su padre, y sus hermanos hasta le
despojaron de las provincias que le habían dejado.
Carlomán, al principio, sometió a sus armas a los alemanes, los “bávaros y los sajones, que
goberné sabiamente; en seguida los sacerdotes, apr’ovechando la debilidad de su espíritu,
hubieron de asustarle con cuentos horribles que esparcían respecto a la condenación de su padre,
y le determinaror a abdicar el poder real para hacer penitencia en
convento de Monte Casino.
Dueño Pepino del reino, quiso tomar el título de rey, constante objeto de los ambiciosos
proyectos de su familia desde hacia más de un siglo. Su primer cuidado consistió en mandar
encerrar a Drogón en un claustro; luego hizo rasurar a Childerico III, y le condenó a que
ternunara sus días en el monasterio de Sithién, llamado más tarde el
614 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
convento dc San Bertino, donde murió en olor de santidad por los años de 754.
El ~iuevo monarca restituyó los numerosos dominios que Carlos Martel había quitado a los
obispos, y con sus liberalidades les obligó a secundar sus planes cerca del soberano Pontífice.
Zacarías, que ocupaba en esta época la Santa Sede, quería, como sus antecesores, subatraerse a la
autoridad de los reyes y salvar ‘la ciudad santa de la dominación de los lombardos. Pepino, que
era hombre ambicioso y astuto, se dirigía a un Papa no menos astuto y ambicioso, pero mucho
más ~avaro; el tratado quedó muy pronto concluido y el gobernador de Palacio compró a peso de
oro el derecho de apoderarse dc la corona de Francia. Ya ‘el pueblo se hallaba acostumbrado a
obedecer sus órdenes; los grandes vivian sometidos a su autoridad y el clero se hallaba entregado
~a su poder; Pepino, pues, no tuvo más que reunir los notables del reino, y a principios del año
752 se hizo proclamar soberano de la ciudad de Soissons.
Así concluyó la primera dinastía de los reyes francos, después de haber reinado trescientos años
en medio ‘dc los escándalos, de las traiciones, matanzas y parricidios. Los Carlovingios, sus
sucesores, se mostraron tan criminales como los Merovingios, y los pueblos continuaron
aplastados bajo la odiosa tiranía de los nuevos reyes.
fa política de’ los gobernadores de Palacio triunfaba:
Pepino el Gordo había hecho la conguista moral y ‘religiosa de Francia; Carlos Martel, la
conquista militar, y Pepino el Breve colocaba, en fin, sobre su frente, la diadema de los reyes.
Sus primeros cuidados consistieron en abolir la temible carga que le había valido la corona y en
consolidar su poder, empleando la política, la téjigión y las armas. Convocó en épocas regulares
las asambleas ‘de la nación, qué habían sido olvidadas por los últimos reyes; desde su reinado
se~ celebraron cada año en ‘el mes de mayo, y cambiaron su designación de Campos de Marte
en el de Campos de Mayo.
En seguida emprendió la conquista de la Septimania:
sus tropas ‘asolaron los Estados del duque de Aquitania invadierou la Sajonia y la Lombardía, y
durante un reinado de dieciséis años, Pepino se halló constantemente en guerra con los príncipes
vecinos de sus Estados’. A este momrca, y i~o a Constantino, como pretenden los ultramontanos,
se debe el exarcato de Rávena. Como Esteban III fuese
615
a implorar el socorro de Pepino contra Astolfo, príncipe de
los lombardos, ofrecióle a cambio de sus servicios consagrar al rey de Francia en presencia dcl
clero, de los grandes
y del pueblo.
Esta ceremonia, para los espíritus groseros. de aquellos bárbaros tiempos, imprimía un carácter
divino a la dignidad rea’l; Pepino aceptó las proposiciones del Pontífice; y dos sangrientas
invasiones fueron el precio del sacrílego pacto celebrado entre el altar y el trono, con gran perjui-
cio de los desgraciados pueblos. El príncipe se hizo más poderoso y esclavizó el Parlamento;
declar& que esta asamblea, que en otro tiempo resolvía los más importantes negocios del Estado,
no se ocuparía en lo sucesivo más que en los reglamentos ~de policía, y de legislativo, el Parla-
mento, se convirtió en consultivo; luego el príncipe le quitó el ‘derecho d’e juzgar los crímenes
de los nobles, y se adjudicó ‘el poder de castigar conforme a las necesidades de su política. Por
fin, murió de hidropesía a la edad de cincuenta y cuatro años en San Dionisio, donde fué
enterrado en 23 de septiembre de 768.
Después de su muerte, el reino fué dividido entre sus hijos. Carlomán, .que alcanzó la Neustria,
Borgoña y la mitad de la Aquitania, renunció, como su tío, a la corona para hacerse fraile, y
murió en Reims en 771, dejando dos hijos ‘bajo la tutela de Gerberga, su esposa. Su muerte dejó
a Karl su hermano, que se llamó luego Carlomagno, dueño de toda la monarquía francesa. Este
rey ambicioso, para ceñir su frente con la corona de emperador, comenzó entonces una larga
serie de guerras que duraron treinta y tres años.
Carlomagno marchó contra los sajones, les derrotó en los campos de Paderborn, y pilló su
famoso templo, dedicado ni ídolo Irminsul; luego pasó al monte Cenis, destruyó e] ejército ‘de
Didier, rey de los lombardos, padre de su primera ‘mujer, y se apoderó de sus Estados.
Durante su expedición, ,los sajones trataron de reconquistar su independencia, y luego se vieron
obligados a sufrir el nuevo yugo del emperador.
Adalgiso, hijo de Didier, hacia, a su vez, una tentativa para recobrar sus Estados. Su aliado, el
duque Friyoul, fué derrotado ~por el rey de los franceses, ~h’echo prisionero y condenado a que
se le cortase la cabeza. Después de esta ejecución, Carlomagno ‘abandonó Italia, entró en Fran-~
cia, salvó los Pirineos y restableció al moro Ibn-al-Arabi
616 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 617

en Zaragoza. Los hunos, los ábaros y los griegos, sucumbieron bajo sus armas; los sajones,
sublevados por tercera vez, fueron exterminados por el’ vencedor; las mujeres y ‘Los nifios
fueron arrancados de sus hogares y llevados a Flandes,
~ Helvecia y a otr’as partes de los Estados de Carlomag— no; los obotridas, pueblos
vándalos del Meckiemburgo, fue— ron llevados a Sajonia.
Los esdavones quedaron a su vez subyugados, los normandos, los ingleses y los daneses fueron
los únicos que resistieron las armas del conquistador e invadieron las costas de las Galias.
Probablemente Carlomagno preveía ya las asolaciones que estos bárbaros ejecutarían un día en
su Imperio, toda vez. que examinó sus puertos, mandó construir gran número de buques,
destinados a guardar las costas y a cruzar el Océano y el Mediterráneo, desde la embocadura del
Tíber hasta la extremidad de la Germania.
La actividad increíble que desplegó este príncipe durante un reinado de cuarenta y seis años,’
extraña y sorprende al espíritu. Sus ejércitos cubrían las Galias, Alemania, Itaha y Panonia;
cruzaron los Alpes y los Pirineos, y en todas partes Carlomagno salía victorioso de esas terribles
luchas en que, para satisfacer su ambición, morían pueblos enteros.
Su vida política se encuentra llena de acontecimientos tan extraordinarios como su vida militar.
En 774 la corte pontificia le i~conoec patricio y rey de Italia; en cambio el príncipe confirma las
donaciones hechas a la Santa Sede por Pepino el Breve. En las escrituras que aseguran estas
posesiones a la Iglesia de Roma, el jefe de los francos toma ya el título de emperador, se reserva
la soberanía de los Estados de la Iglesia, y obliga al Pontífice a declarar, en un sínodo celebrado
en el palacio de Letrán, que en lo sucesivo los reyes francos tendrán el derecho irrevocable de
aprobar o rechazar la elección de los Papas.
En un segundo viaje a Roma, Carlomagno hizo consagrar reyes de Lombardía y de Aquitania a
sus hijos Pepino y Luis; luego reunió el ducado de Baviera. a la corona de Francia. Más tarde
presidió el célebre concilio de Francfort y decretó que los bienes patrimoniales de los
eclesiásticos debían volver a sus parientes y no a la Iglesia, después de la muerte de los
sacerdotes. Los mismos Pontífices se ven obligados a obedecer su voluntad, y León III le corona
emperador d¿~ Occidente. El destierro y la muerte de la emperatriz
Irene le privaron de realizar su proyecto, el cual consistia en reunir en su persona los dos
imperios de Oriente y Occidente, casándose con esta princesa.
Algunos años antes de su muerte, Carlomagno í-e unió la asamblea de los grandes, del clero y
del pueblo, para manifestar sus últimas intenciones: en su testameiito dividía sus inmensos
Estados entre sus hijos y reconocía. sin embargo, en la nación, el derecho de elegirse a sí misma
un rey digno dic mandarla, con tal que le eligiese después de la muerte de los príncipes que
acababa de coronai’.
Gracias a sus cuidados, la ciudad de Bolonia vil) CómO se establecía en ella un centro mercantiL
el puerto tué m’eparado y el faro enteramente reconstruido. Fundáronse escuelas y academias en
todas las ,provincias de su Imperio. y los sabios del mundo entero fueron llamados a su eom’te
para establecer una academia modelo que él mismo presidía. Formó un código que pudiera servir
a las necesidades de sus súbditos, y sus numerosos edictos atestiguaíi su profunda sabiduría.
Hizo muchos reglamentos notables para fijar las relaciones políticas y religiosas de sus pueblos.
Los historiadores no cortesanos, lejos de l)I’OsCliLIr ~ Caí’lomagno como un modelo de
príncipes, le acusan de haber despojado a sus sobrinos de sus Estados, de haber repudiado a la
hija de Didier, y de haber hecho morir a su suegro. Le pintan como un rey cruel y escandaloso.
cuya vida privada está manchada con los más ~‘em~gouzosos excesos. Dicen que cuatro mujeres
legitimas no bastaban a su incontinencia, que tenía cinco concubinas, que sus palacios estaban
llenos de prostitutas, que sus luchas religiosas contra los sajones y las crueldadcs que ejerció
contm’a estos valientes pueblos, tenía, por fin, una amVbición execrable y el deseo de hacerse
reconocer como emperador (le Occidente por los Pontífices de Boina.
Pretenden que, para realizar sus proyectos. prodigo los tesoros de la Galia c hizo correr a
torrentes las lai~riiiias y la sangre de los pueblos; que su generosidad y clemencia tenía por único
mó~’il la supei’stición y cl orgullo: que úi’a mezquino, parsimonioso y sórdidamente avaro, y
que se mostraba extraordinariamente cuidadoso de sus dominios. por la venta de sus bosques, de
sus l)m’a(los. (le S~S frutos y de sus legumbres.
Pasquier en sus escritos, le llama ambicioso, cruel, adúl$.ero, incestuoso, y le acusa de haber
manchado el lecho de sus hijas. El fraile Aimoin, contemporáneo de Luis
618 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES

cl Benigno, afirma que c1 joven príncipe, cuando ocupó cl trono, desterró del palacio las
cortesanas que habían quedado en él después de haber nuiedo su padre Carlomagno; y que
encerró a sus hermanas en conventos, porque sc probó que habían sostenido relaciones
criminales con criados y soldados (F.

(í) La crónica del monasterio de Lorch, que cuenta la historia d~ la hermosa Imma y de
Eginhardo, constituye una novela pintoresca:
«Eginhardo, protorapellán y secretario del emperador Karl, cumplía muy honrosamente su oficio
y se hacía querer de todos, especialmente era amado con gran ardor por la hija del príncipe, que
bahía sido prometida al’ rey do los griegos. No había corrido mucho tietnpo y su amor iha
creciendo; el temor les contenía, y previendo la cólera imperial, no se atrevían a correr el grave
riesgo de darse una cita Pero el inla’igable amor triunfó de todo; el impaciente Eginhardo,
sintiendo un fuego inextinguihle, y no osando dirigirse por medianero alguno a la joven, tomó,
de pronto, el partido de obrar por sí mismo, y en cierta nocho se dirigió con sigilo a los
departamentos que la doncella habitaba. Llamó con dulzura a su puerta, y como si quisiese ha~
blarla por mandato del rey, a’canzó licencia para entrar en su cámara; entonces, haUándose solo
con ella, la sedujo con dulces y secretas pláticas, dió y recibió tiernos abrazos, y su amor
goz¿ del bien tan deseado.
«Pero cuando al acercarse el a!ha quiso volverse al punto del cual hab~a llegado a través de las
últimas sombras de la noche, vió que, de pronto, había caído mucha nieve, y no se atrevió a salir,
temiendo que las huellas de los pies de un Isombate denunciaran ~u seoreto. Llenos de angustia
por lo que habían hecho, y sobrecogidos por el miedo, permanecieron en la cá. rnara hasta que,
por fin, la hermosa joven, a la cual hizo anda e el amor, propuso a su amante tomarlo a cuestas
para llevarle cerca de su cuarto; que se hallaba a la extremidad de~ patio. Se inclinó, en erecto, y
cargó~ con su amante. Mas dió la casualidad que el emperador habla pasado sin sueño aquella
noche, y que, habiéndose levantado primero que el alba, mirase por una ventana de palacio.
Entonces vió a eu hija cómo andaba lentamente y con paso vacilante, bajo el pe~o de algún
fardo. Y cuando la joven hubo dejado a su amante, el emperador se quedó sorprendido al ver
cómo se agitaban dos seres: el uno dirigiénd~e a la cámara de su sea~tario, y su hija volviendo a
seguir, co.> ligereza, la huclía de sus pasos. Después de haberles mirado por titucho tiempo,
Karl, lleno de admiración y de dolor, pensó que esto no ocurrírta sin una alta dísposíclén del
cielo; contúvose y guardó silencio respecto a lo que había visto.
«Entretanto, Eginhardo. atormentado en su conciencia por lo que había hecho, y comprendiendo
que de una manera o de otra su rey y señor llegaría a descubrir este misterio, resolvió alejarse de
su amada. En su angustia se dirigió al encuentro del emperador, y le pidió de rorliltas que le
encargara una misión en el extranjero, diciendo que sus servicios, ya muy numerosos, no hablan
recibido un premio conveniente El rey, sin dar a entender lo que sabía, dijo a Eginhardo que
contestaría luego a su demanda; y ení seguida convoco en su palacio a sus consejeros y a los
hombres más notables de su Imperio. Reunida esta magnífica asamblea, comencó por quejarse
del ultraje que la n~ajestad imperial había recibido por el culpable amor de su hija con su
secretario, añadiendo que esto le habla disgustado en extremo. Los circunstantes quedaron llenos
de estupor, y algunos parecían dudar de lo que dIan, tan audaz y desconocido les parecía aquel
hecho.
Sean cuales fueren los crímenes de Carlomagno, este rey aparece como uno de los más grandes
hombres que han cruzado la historia. La protección que concedió a las letras, a las artes, a las
ciencias; el cuidado que tomó por la instrucción I)Ublica, le hacen recomendable y nos dispone a
achacar sus vicios a la barbarie de aquellos tiempos.
Su vejez fué tan laboriosa como su juventud;, por fin, murió en 28 ‘de enero de 814, a los setenta
y un años de edad. Su inhumación tuvo lugar en la capital de su Imperio. o sea en Aix-la-
Chapelíe.
»Cuanóo el rey observó el cariño que tojos le profe,aban, y ~uando, en.’ tre los diversos consejos
que le dieron, se hubo derenido en el que quería seguir, habló en estos términos: «No ignoráis
que con frecuencia lo que em~pieza «por una desgracia alcanza un éxito favorable; no hay, pues,
que desalentar~ sse; lo que conviene es adivinar y respetar los designios de la Providencia, «que
nunca se engaña, y convierte el mal en bien. Yo, por esa deplorable «acción, no haré sufrir a mi
secretario un castigo que acrecentaría la deshonra ,>de mí hija en vez de borrarla. Lo más
discreto consiste en perdonar su. ju. »ventu,d y unirles en matrimonio para dar un co’or de
honestidad a su falta.»
t>Oído este consejo, todo el mundo le aplaudió,t y todo el mundo colmó de alaban2as a> rey por
la dulzura de su sentencia. El príncipe hizo comparecer a Egínhardo en sq presencia, y le dijo:
«Os habéis quejado de que nuesn-a «real munificencia no haya correspondido aún dignamente a
vuestros serví«cina A decir verdad, acqsad de ello a vuestra negligencia, pues en medio «de los
grandes negocios, cuyo peso sostengo, no podía adivinar vuestro~ «deseos y conceder a vuatstros
servicios la honra que merecen. Para no en.’ «treteneros con más preámbo~os, yo haré que cesen
vuestras quejas con un «don magnífico: voy a daros mi hija en matrimonio, la que os ha llevado
ya sen sus hombrps, y la que, ciñéndose las faldas. se mostró tan dócil al IleCvaros.í,
aLtaego, conforme a las órdenes del rey. y entre un numeroso cprtejo, se hizo entrar a la hermosa
Imma, ctayo semblante se hallaba cubierto por un bellísimo rubor, y el padre la entregó, por al
mismo, a Eginhardo, con una rica dote, algunos dominios, mucho oro y p!a:a, y gran profusión
de tapices y muebles preciosos.»

L
619
E

HISTORIA DE LOS PAPAS

SIGLO IX
ESTEBAN y, ioi.~ PAPA

LEÓN V, EMPERADOR DE ORIENTE — Luís 1, EM?ERADOR DE OCCIDENTE Y REY


DE FRANCIA

La fe sin moral

A principios del siglo ix, la Santa Sede se encontraba emancipada del yugo de los emperadores
griegos, de los exarcas de Rávena y de los reyes lombardos. Y, en efecto, los Papas, coronando a
Carlomagno emperador de Occidente, se habían granjeado, en sus sucesores, protectores
interesados y poderosos, los cuales, ~para mantener la tiranía entre los pueblos, obligaron a todos
los obispos a someterse sin examen a ?las decisiones de la corte de Roma.
Pero también se operó ‘en la religión un cambio ‘extraño; las santas tradiciones fueron
despreciadas, la moral de Cristo ultrajada y la ortodoxia de la Iglesia no consistió más que ‘en la
soberanía ‘del Papa, en la adoración de las imágenes y la invocación de los santos, en el canto sa-
grado, en la solemnidad (le las misas, en la pompa de las ceremonias, en la consagración de los
templos, en el esplendor de. las basílicas, en los votos monásticos y en las .pcregrinaciones.
622 HISTORIA DCLOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REY~
Roma imponía su fanatismo y supersticíon a todas las otras Iglesias; la moral, la fó y la
verdadera piedad, se hallaban reemplazadas por la ambición, la avaricia y la lujuria.
Esteban V era de una familia de las más notables de Roma.
Después de la muerte del Papa, Esteban reunió los sufragios unánimes del clero, de los grandes y
del pueblo, y fu~ indicado para sucederle ‘en el trono de San Pedro.
El primer cuidado del nuevo Pontífice consistió en ‘enviar sus legados cerca del emperador Luis,
para pedirle una entrevista.
Esto se hacía necesario por los intereses de su silla que se encontraba amenazada por el
emperador de Oriente; y como el peligro era grande, Esteban resolvió dirigirse a Francia sin
esperar el regreso de sus enviados ni la contestación de Luís.~ Sabiendo el monarca francés que
el Padre Santo se había puesto en camino para sus Estados, despachó en seguida correos
extraordinarios a su sobrino Bernardo, rey de Italia, con orden de acompañar al Pontífice más
allá de los Alpes; al mismo tiempo envió embajadores y guardias que le sirvieron de escolta
hasta Reims.
A la llegada de Esteban~ ‘el emperador ordenó a los~ grandes dignatarios de su reino y a muchos
prelados que fuese ‘a recibir al Papa con gran ceremonia. El mismo se adelantó con su corte
hasta el monasterio de Saint-Remi, y cuando percibió al Pontífice descendió de su caballo y s’e
prosternó ante aquél, diciendo: « Bendito sea el que viene en nombre del Señor». Esteban le
cogió de la mano, respondiendo:
«Bendito seá Dios que nos ofrece un segundo David». Entonces se abrazaron y se dirigieron a la
metrópoli, donde se cantó un «Te-Deum». Uno y 6tro oraron largo tiempo en silencio; por fin, el
Papa se levantó, y con voz robusta entonó cánticos de alegría en honor del rey de Francia.
Al día siguiente entregó a la reina y a los grandes oficiales de la corte los presentes que había
traído de Roma; y en el próximo domingo, antes de celebrar ‘el oficio divino, consagró dc nuevo
al emperador. colocó sobre su cabeza una corona de oro enriquecida con piedras preciosas, y le
presentó otra destinada a Irmengarda, que saludó con el nombre de emperatriz.
Durante su estancia en Reims, Esteban conferenció todos los días con Luis el Benigno tratando
los negocios de la Iglesia, y alcanzó cuanto deseaba, hasta el punto (le ha-
~32~
cer devolver la libertad a los homicidas que habían atentado contra la vida de León III.
Se ha creído que los reglamentos dados ‘~nt
est’e emperador acerca de la pretendida reforma Onces por
de los cíengos
regulares, fueron el fruto de sus conferencias tO~ el Padre Santo; estos decretos se dirigían, sobre
todo
abusos que se habían introducido en la Jg1~5~eontra los ~1 relativamente a los canónigos y
canonesas.

Celibato

Desde San C.rodegango, el primer reformado1. le esta orden,> los religiosos y religiosas que
formaban ~art de ella habían caído en la depravación más extraña: h
mujeres vivían todos en los mismos conventos, aI~ ombres y sin pudor a los más vergonzosos
escándalos, a donándose a la embriaguez, a la pereza, y tenían la desver la lújuria. educar
públicamente los hijos de sus adulteri~ ga iiza de Luis el Benigno, siempre a instigación del Papa
d incestos. habitaran conventos separados, y les autorizo ,ecretó que para guardar casas a título
de propiedades co~icamen~, se les permitió reunirse y recibir las persona~ ~ donde
4Ue fueran
de su agrado. Formuló reglas para determína~ la cantidad de viandas y vino que debían
consumir, a
término a su glotonería. Les obligó, asimismo de poner
el hábito monástico, y ‘a adoptar, para su no llevar
especie de muceta negra qu’e sirve aún para una
los canónigos. distinguir a
En fin, el Pontífice volvió a Italia colmad 0 ~ honores y presentes. No gozó por mucho tiempo del
t~
vop del monarca francés ni de la autoridad pontificia. Mlkíó en 22 dc enero del año 817,
habiendo ocupado la SaI~ta Sede por espacío de siete meses.
PASCUAL 1, 102.a PAPA

LEÓN V, EMPERADOR DE ORIENTE — Luís 1, EMPERADOR DE

OCCIDENTE Y REY DE FRANCIA

Pascual se hallaba encargado dc repartir limosnas a los pobres dc Roma. principalmente a los
peregrinos que llegaban de países lejanos. Estas funciones le proporcionaban considerables
riquezas, que cmpleó más tarde en intrigas para alcanzar el papado.
Después de la muerte de Esteban, la Santa Sede permaneció vacante por espacio de algunos días.
Reunidos el clero y el pueblo, eligieron al sacerdote Pascual, que se hizo consagrar sin esperar a
que los enviados del emperador llegasen.
Conociendo el Papa la debilidad del monarca ‘francés. ni siquiera se tomó la molestia de excusar
esta falta y la echó sobre los romanos, que le habían obligado a hacerse consagrar
inmediatamente a fin de que púdiese ejercer las funciones pontificias. Entonces Luis notificó a
los ciudadanos de Roma que en lo sucesivo no hiriesen así la rnajestad imperial y observasen
más religiosamente las costumbres de sus mayores.
Pero este infeliz príncipe se arrepintió muy luego de haber escrito frases tan severas, y al objeto
de que se le perdonara su falta, renovó el tratado de alianza que confirmaba a la Santa Sede las
donaciones de Pepino y de Carlomagno. su ‘~ibuelo y su padre; acrecentó los dominios (le la
Iglesia y reconoció la soberanía absoluta del Pontífice. así como la jurisdicción de los Papas
sobre la ciudad y cl ducado de Roma, sobre las islas de Córcega. de Cerdeña y de Sicilia. Por fin,
Luis. rcnunciando a los privilegios dc su corona, aseguró a los romanos el derecho de lihre elec-
ción, y les autorizó para no enviar legados a Francia sino después de la consagración de los
Papas.
La corte de Roma se convirtió entonces en una forínidable potencia; no tan sólo los Papas
adquirían inmensas rentas, sino que todos los soberanos de Occidente ponían los ejércitos bajo
sus órdenes, arruinaban los Imperios, exterminaban los pueblos en nombre de San Pedro, y
enviaban los despojos de los vencidos para engrosar las riquezas de]
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 625

clero romano, y sostener la pereza y los escánd~tlos de los frailes. Los Pontífices no se
contentaban ya con tratar de igual a igual con los príncipes, Sino que no querían recibir sus
enviados ni abrir sus mensales.
Así el emperador de Oriente, León y, y Teodoro, patriarca de Constantinopla, enviaron a Pascual
encargados de consultarle acerca del culto de las imágenes, y el Padre Santo no quiso verles, y
les echó vergonzosamente de Roma. Los embajadores se vieron obligados a volver con sus des-
pachos a Bizancio.

Las imágeneS

Pascual, animado por los elogios de Teodoro Studito, celoso adorador de las imágenes, cometió
la imprudencia, después de tal exceso de audacia, de enviar, legados a Constantinopla para
ordenar al emperador y al patriarca que restableciesen el culto de las imágenes, amenazándoles
con su cólera si persistían en su herejíla. A su vez, tel príncipe usó de represalias contra los
enviados del Papa; les mándó azotar en todas las encrucijadas de la ciudad, y para vengarse del
Padre Santo, mostró, contra los iconoclastas, una severidad extrema.
Deseando Pascual sostener la lucha con el emperador, ordenó que todos los cristianos de
Constantinopla que habrían sufrido por la fe de la Iglesia, serian acogidos en Roma y mantenidos
a costa de San ?edro; con este objeto restableció la basílica de Santa Práxedes, y fundó, para los
orientales, un gran convento ‘donde se celebraba día y noche el oficio divino en lengua griega;
afectó al monasterio considerables rentas provenientes de tierras y de casas; adornó con
esplendidez el interior de la iglesia, y colocó sobre el altar mayor un tabernáculo de plata que
pesaba ochocientas libras.

Fraude piadoso

Todas estas liberalidades agotaron sus tesoros, ~‘ como los fieles mostrasen gran tibieza para
despojarse en favor de los extranjeros, el Papa imagifló un singular expediente para que las
limosnas afluyeraU a su cepillo. Mandó re-
Historia de los Papa8.—TOflZO 1.—40
626
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
construir la iglesia de Santa Cecilia, que estaba arruinada, y la hizo adornar con gran
magnificencia; en seguida colocó sobre el altar mayor la caja de la santa, pero sin que contuviera
sus reliquias. En el domingo siguiente, convocó al pueblo en la catedral, y a la hora de maitines y
en tanto que se hallaba prosternado, víctima de la aflicción más profunda. fingió que sucumbía a
un sueño sobrenatural.
No bien estuvo dormido, cuando Santa Cecilia misma se apareció en toda su gloria al Pontífice, y
le habló en esta forma: «Impuros sacerdotes y Papas sacrílegos han buscado ya mis mortales
restos; pero sus ojos se han abierto en la obscuridad, y sus manos se han perdido en las tinieblas;
pues Dios había decidido que vos tan solo tendríais él privilegio de encontrar mi cuerpo».
Pronunciadas estas frases, señaló con la mano un paraje del cementerio de Pretextat, y la visión
desapareció.
Pascual despertó en seguida, y participó a los sacerdotes esta visión milagrosa; luego se dirigió
con su clero al lugar indicado, empuñó un azadón, cayó en la tierra, y descubrió el cuerpo de la
santa, vestida con una tela de oro: a sus pies velanse unos lienzos impregnados con sangre fresca,
y a su lado estaban los huesos de Valeriano, su esposo. El Papa mandó colocar estas milagrosas
reliquias en una caja adornada con piedras preciosas, y las mandó transportar, solemnemente, a
la iglesia que había fundado en honor de Santa Cecilia.
Desde este maravilloso descubrimiento, las ofrendas de los fieles y los presentes de los
peregrinos afluyeron a la nueva iglesia) y aumentaron las riquezas del Padre Santo.

Mercado de reliquias

Este milagro, renovado con frecuencia por los sucesores del Pontífice, siempre ha encontrado
gente crédula y sencilla.
«El éxito de tal estratagema —dice un autor antiguo— obligó al Padre Santo a fabricar santos
para vender sus huesos a toda la cristiandad, y este comercio le proporcionó gran cantidad de
dinero.» El escritor debiera añadir que este tráfico abominable se extendió luego entre los frailes,
que crearon millares de ~antos e improvisaron tiendas para la venta de los huesos de los
apóstoles y de los mártires; para la venta de madera de la verdadera cruz, cabellos y pelo
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
6~27
de las partes vergonzosas de San José, de San .Juan Bautista, de la Virgen, etc., etc... Y,
digámoslo de una vez: en los siglos siguientes, bajo el reinado de San Luis, unos sacerdotes
tuvieron la audacia de vender al duque de Anjon, hermano del rey (¡ abominación y sacrilegio!)
el prepucio de Jesucristo, y de exponerlo en una iglesia a la a(loración de los fieles.
La Media Luna

Mientras que el soberano Pontífice se ocupaba en acrecentar los tesoros de la Santa Sede, los
musulmanes trabajaban en ‘aumentar la extensión de su Imperio, y hacían valer como
indubitable prueba de la excelencia de su fe, la rapidez con que ~hacían sus conquistas.
Creyendo el emperador León que la idolatría de sus súbditos era la única causa de sus continuas
derrotas, en vez de emplear su energía combatiendo a los árabes se concretó únicamente en hacer
~la guerra a las imágenes. Con este objeto se unió a dos e’ncarnizados enemigos de la
iconolatría, Juan Hylas y el fraile Antonio, que se ocuparon en compulsar y reunir todos los
libros que trataban la cuestión de las imágenes. Terminado el escrutinio de los Padres
manifestaron al príncipe que se hallaba incontestablemente probado que el pretendido pretexto
que obligaba a los cristianos a adorar las representaciones de las cosas santas, no se ‘encontraba
en ninguna parte. León hizo llamar al patriarca Nicéforo, y le ordenó que se declarase contra el
culto de las imágenes; y como se resistiese a obedecer, le amenazó con que haría romper todas
las estatuas que adornaban las iglesias, así como los cuadros que colgaban en las paredes de las
basílicas.

Concilio accidentado

Continuando el prelado en su resistencia, la ejecución no tardó mucho en seguir a la amenaza;


no tan sólo León destruyó las estatuas y pinturas de las iglesias, sino que continuó persiguiendo a
los fieles que eran sospechosos de haber cometido el~ crimen de inconolatria. El patriarca Ni-
céforo fué conducido al destierro, y su silla fué dada al ignaro Teodosio, que sc esforzó en
mantener las ordenanzas
628 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 629
del soberano, empleando a un tiempo la vía de la corrupción y la amenaza. Teodosio convocó en
seguida en concilio, a los más fogosos obispos iconoclastas y fulminó con ellos anatemas
terribles contra sus enemigos. Alguuos de ellos, teniendo que juzgar ~nuchos prelados que por
sencillez o ignorancia seguían los errores de la corte de Roma, llegaron hasta a golpearse en
plena asamblea con los pies y las manos, y hasta con los báculos. El furor del proselitismo les
impulsó a decretar que a todos los ciudad.anos que eran sospechosos d’e iconolatría se les
cortaría la lengua y se les sacarían los ojos. Los orlodoxos resistieron las persecuciones y
aguardaron con paciencia que la muerte de León Y les permitiera usar de represalias.

La ciudad santa

En esta é~poca, Lotario, primogénito del emperador Luis, vino a Roma para hacerse consagrar
por el Pontífice, y quedó escandalizado por todos los desórdenes que había en la ciudad santa y
particularmente en el palacio del Papa, que semejaba un lupanar de esas ciudades malditas
devoradas en otro tiempo por el fuego del cielo; dirigió severas amoinestaciones a Pascual, y le
amenazó, en nombre del emperador, su padre, que remitiría el examen de sus acciones a l.a
autoridad de un concilio. El Pontífice prometió reformar sus costumbres; mas no bien el joven
príncipe hubo dejado Italia. cuando hizo arrestar a Teodoro, primiciero dc la Iglesia romana, y a
León el nomeaclator, dos venerables sacerdotes, que acusaba de haber servido los intereses de
Lotario; les hizo conducir al palacio de Leirán, y les mandó sacar los ojos y arrancar la lengua en
su presencia; después les entregó al verdugo para que fuesen decapitados.
Sabiendo Luis el Benigno esta sangrienta ejecución, envió al abad de San Wast y a Humfroy,
señor de Coire, para hacer una información contra el Papa; pero ya el astuto Pascual había
mandado dos legados a la corte de Francia, para suplicar al monarca que no concediese
importancia alguna a las calumnias que le representaban como autor de un crimen en el cual no
había tomado participación alguna. Las explicaciones de los embajadores echaron por tierra la
convicción del príncipe; pero, sin embargo, Luis envió sus dos comisarios a Roma con sus
pdderes.
Estos ni siquiera tuvieron tiempo de informarse acerca
de la conducta del Papa; a su llegada, Pascual se presentó en su palacio, rodeado con todo su
clero, y pidió que se le dejase justificar, por medio de juramento, en pleno concilio y én su
presencia. Al día siguiente se reunió en el palacio de Letrán treinta y cuatro obispos vendidos a la
Santa Sede. así como un gran número de sacerdotes, de diáconos, di frailes, y delante de ésta
asamblea juró que era inocente de la muerte del primiciero y del nomenclator. Entonces los
enviados de Francia pidieron que se les entregasen los homicidas; el Pontífice rechazó su
petición bajo el pretexto de que los culpables pertenecían a la familia de San Pedro y que era su
deber el protegerles contra todos los soberanos del mundo; «fuera de esto—añadió—, León y
Teodoro han sido justamente condenados por crimen de lesa majestad».
Luego el Padre Santo ‘envió una nueva embajada a fin de convencer al monarca de la sinceridad
de sus protestas. El emperador Luis no juzgó conveniente para la dignidad de la Iglesia, impulsar
más lejos las investigaciones, temiendo que para castigar un crimen se vería precisado a entregar
al verdugo la cabeza de un Pontífice asesino.
A su vuelta a Roma los legados encontraron a Pascual
peligrosamente enfermo. Murió en 11 de mayo de 824.
Los romanos se opusieron a que se le sepultara en la ca-
lech-al de San Pedro.
t
EUGENIO II, 1O3.~ PAPA

MIGUEL, LLAMADO EL TARTAMUDO, EMPERADOR DE ORIEN

TE — Luis 1, EMPERADOR DE OCCIDENTE Y REY DE FRANCIA

Incapacidad política pontificia

Después de la muerte de Pascual, los romanos se dividieron en dos facciones, y proclamaron dos
Pontífices. Un sacerdote llamado Zinzino, tenía de su parte a los nobles. los magistrados y el
clero; Eugenio. su contrincante, se presentó como el elegido del pueblo. Siendo esta facción la
mas poderosa, Zmzino se vió obligado a abdicar el papado y a ceder su puesto a Eugenio, que se
sentó sobre el trono de Saíi Pedro. El nuevo Pontífice era romano.
Después de su ordenación, Su Santidad participó a Luis el Benigno la sedición que se había
levantado en Roma con motivo de su elección, rogándole que hiciese castigar a los culpables. El
emperador envió a Lotario para hacerse dar cuenta exacta de todo este negocio, ‘e hizo
acompañar a su hijo por el venerable Hilduino, protocapellán y abad de San Dionisio.
Como en ‘el día de su llegada, a la ciudad santa, el principe hiciese anunciar que oiría las quejas
de los ciudadanos, familias enteras fueron a echarse a sus pies, reclamando justicia contra la
Santa Sede; y Lotario, para juzgar por sí mismo de las muchas condenaciones injustas que los
ind~gnos predecesores de Eugenio habían dado, con objeto de apoderarse de las riquezas del
pueblo, orde~nó al Padre Santo «ue restituyese a las familias las tierras y los dominios que
habían sido injustamente confiscados; y para evitar nuevos abusos, mandó publicar la siguiente
constitución ante el pueblo reunido en la catedral de San Pedro:
«Se prohibe, bajo pena de la vida, ofender a los que se hayan colocado bajo la protección
especial del emperador.
»Los Pontífices, los duques, los jueces, deberán administrar al pueblo una justicia equitativa.
Ningún hombre. libre o siervo, impedirá el ejercicio del derecho de elección de los jefes de la
Iglesia, que pci-Fenece a los romanos, según la antigua concesión q-ue se les hizo por nuestros
padres.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 631

«Queremos que sic establezcan comisarios por ~‘el Papa, a fin de que todos los años se ~os
indique la manera cómo se. administra la’ justicia y cómo se ha observado la constitución
presente. Queremos, también, que se pregunte a los romanos bajo qué leyes desean vivir, a fin de
que sean juzgados conforme a la ley que hayan adoptado, lo cual les será concedido por nuestra
imperial autoridad; por fin, ordenamos a todos los dignatarios del Estado que acudan a nuestra
presencia y nos presten juramento en esta ‘forma:
«Juro ser fiel a los emperadores Luis y Lotario, no dbstante »la fe que he prometido a la Santa
Sede, y me obligo a no »permitir que se elija Papa sin ohservar los cánones, ni ~que sea
consagrado antes de renovar delante de los comi»sarios de los reyes el juramento que se ha
formulado por «Eugenio II, actual Pontífice reinante.»
Aventino dice que esta constitución devolvió la tranquilidad a Roma y puso fin a los desórdenes
que habían promovido en Italia «la ambición, la avaricia, la mala fe y la crueldad de los Papas».

Oriente

A su regreso a Francia, Lotario encontró los embajadores del emperador Miguel, llamado el
Ta~tamudo, los cuales se hallaban encargados de participarle la nueva victoria que había
alcanzado sobre el usurpador Tomás, y el feliz término ‘alcanzado en las guerras civiles que ha-
bían asolado el Imperio. Los enviados griegos entregaron a Luis cartas de su corte relativas al
culto de las imágenes, que era siempre la gran cuestión religiosa.
«Os hacemos saber—escribía Miguel—que gran número (le sacerdotes y de frailes, a instigación
de los obispos de Roma, se apartan de las ‘tradiciones apostólicas e introducen reformas
condenables en el culto cristiano. Quitan las cruces de las basílicas, y las reemplazan con
imágenes ante las cuales encienden lámparas y queman incienso. Los devotos y gente sencilla
rodean estos ídolos con lienzos y las toman como madrinas de sus hijos; les ofrecen los primeros
cabellos de los recién nacidos, se prosternan ante ellos ~y entonan cánticos implorando su
socorro.
«No nos diguamos refutar las mentiras infames de los
632 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 633
obispos de Roma, y os declaramos tan sólo nuestra fe ortodoxa. Confesamos la Trinidad de un
Dios en tres personas, la encarnación del Verbo, sus dos voluntades y sus dos operaciones.
Pedimos, en nuestras oraciones, la ínter~esión de la SANTA YIRGEN, MADRE DE Dios Y DE
TODOS LOS SANTOS, y honramos sus reliquias; reconocemos la autoridad de las tradiciones
apostólicas y las ordenanzas de los seis concilios ecuménicos; por fin, sin embargo de nuestra
justa indignación contra la corte de Roma, consentimos en reconocer su supremacía sobre las
otras Iglesias. También enviamos al Papa Eugenio un Evangelio, una patena y un cáliz adornados
con oro y pedrerías, al objeto de que sean ofrecidos a la basílica de San Pedro por nuestros
embajadores, que os suplicamos hagáis acompañar a Roma.»

Imágenes

Durante la estancia de los enviados de Miguel, los obís— pos franceses Feculfo y Adgairo
pidieron al Padre Santo, en nambre de Luis, autorización para reunir un concilio en las Galias
con objeto de examinar la cuestión de las imágenes. Como Eugenio no se atreviese a negar su
con— sentimiento, lo manifestaron al emperador, que ordenó a los obispos de su reino que se
réuniesen en París el primero de noviembre del año siguiente.
En esta asamblea se tomó conocimiento dc la carta del Papa Adriano, dirigida al príncipe
Constantino y a su madre la emperatriz Irene; los Padres censuraron al Pontífice por obligar a los
griegos a que adorasen las imágenes, y rechazaron el concilio de Nicea y el sínodo de los
iconoclastas, porque uno y otro ‘eran sacrílegos coneiliábulos. Aprobaron ~los dogmas
enseñados en los libros Carolinos y calificaron de impías las contestaciones que Adriano había
dirigido a Carlomagno a propósito de sus capitulares.
Por fin, cuando las discusiones hubieron concluido, Amatario y Halitgario, obispo de Cambrai,
fueron encargados de llevar a Luis, en nombre de la asamblea, la siguiente carta:
»E1 ilustre emperador, vuestro padre, le—hizo leer las actas del sínodo de Nicea, y halló muchas
cosas condenables;
hizo juiciosas observaciones al Papa Adriano, a fin de que el Pontífice censurase con su
autoridad los errores de sus ~intecesores; pero éste, favoreciendo los que sostenían la
superstición de las imágenes, lejos de obedecer las órdenes del príncipe, protegió a los
iconolatras.
»Así, no obstante el respeto debido a la Santa Sede, nos vemos obligados a reconocer que en esta
grave cuestión. se ha equivocado completamente, y que las explicaciones que ha dado de los
libros sagrados están opuestas a la verdad y destruyen la pureza de la fe.
» Sabemos cuánto sufrís al ver que los Pontífices romanos, estos poderes de la tierra, han
olvidado los preceptos divinos y han caído en el error; pero, sin embargo, no nos detendremos en
esta consideración, porque se trata de la salvación de nuestros hermanos.
»Así, pues, ¡ oh, príncipe!, os rogaremos que dirijáis se— veras amonestaciones a las Iglesias de
Roma y de Constantinopla, a fin de que recaiga sobre ellas el escándalo de la doble herejía sobre
la adoración o desprecio de las imágenes; pues condenando a los iconoclastas y los iconolatras,
es como resucitaréis la ortodoxia y aseguraréis la ~alvación de los pueblos.>
Así los cristianos de la Galia no sólo rechazaban e~ dogma de la infalibilidad de los Papas,
puesto que dos emperadores muy religiosos, Carlomagno y Luis, y un gran número de yrelados
reconocían que 1a Santa Sede se había equivocado completamente en la cuestión de las
imágenes; sino que tampoco querían some’lerse a los decretos de un concilio universal.

Inmoralidad
Los desórdenes y los escándalos del clero en este siglo de tinieblas habían destruido por
completo la disciplina eclesiástica; la corrupción de las costumbres era espantosa sobre todo en
los conventos dc los frailes y los monjes.
Eugenio II se propuso reformar estos abusos y convocó un concilio de todos los prelados de
Italia. Sesenta obispos, y un gran número de clérigos y de frailes, obedecieron las órdenes del
Papa. Esta asamblea reunía todos los prelados más notables de Italia; esto no obstante era tan
profunda su
i

1
A
634 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 63~

ignorancia, que se vieron obligados a copiar el prefacio de las actas de un sínodo celebrado en
tiempo de Gregorio II, para que les sirviera de discurso de apertura (1).
Eugenio II murió algún tiempo después de haber presidido este concilio; fué enterrado en San
Pedro el 27 de agosto dcl año 827.
Los autores edíesiásticos afirman que el Pontífice distribuía por sí mismo socorros a los
enfermos. a las viudas y a los huérfanos. En efecto, el cuidado que empleó durante los tres años
de su reinado en proveer a Roma de trigos de Sicilia. hizo que se le llamase el Padre de los
Pobres, titulo hasta entonces desdeñado por sus orgullosos antecesores.
En las iglesias, en ‘el día de la Natividad, anunciaban a los fieles que el Verbo había entrado al
mundo por la oreja de la Santa Virgen, y que el Viernes Santo se había ido al cielo por una
puerta dorada. Casi todos los sacerdotes eran antropomórfitas; es decir, que creían en Dios
corporal; no conocían ni el Símbolo de los apóstoles, ni el de la misa, ni el de San Atanasio, ni
tan siquiera la Oración dominical.
Los sermones de esta época debían, necesariamente, ~‘esentirse de la ignorancia y la estupidez
del clero. Nos contetítaremos con traducir un pasaf e de un discurso pronunciado por el
sermonista de más fama que vivía bajo el rei

(i) He aqu5 los decretos que formularon~ «Se fundarán escaelas en, los obispados, en las
parroqu~as y en los otros punto~ donde se hagan indispensables. Se constru~rán claustros cerca
de las catedrales, y será obligación de los clérigos el vivir y estudiar en común bajo la dirección
de un superior, nombrado por el obispo de la diócesis.
«Los curas no se podrán encargar de una parroquis sino con di cosisentimiento del pueblo, y los
sacerdotes no serán ordenados más que por un solo título, a fin de que no estén obligados a vivir
en casas secutares al abrigo de toda inspección de sus superiores.
 sEs prohibido a los eclesiásticos el enlregarse a la usura, a la caza,, o a los trabajos ccl
campo; en público se presentarán con sus hábitos sacerdotales, al objeto de que estén siempre
dispuestos a llenar las funciones de su ministetin y ~le que no estén expuestos a los insultos de
‘los seculares, que con los hábitos de laico, pu,dieran desconocerles
aSe prohibe a los prelados el u4ilizar, en su provecho, los bienes de, ~as parroquias y el levantar
impuestos en sus diócesis; ceta sin embargo, les e a permitido aceptar ofrendas de los fieles, a fin
de aumentar las riquezas de la Iglesia,
sLos eclesiásticos quedarán exentos de comparecer ante los tribunales, a menos que sus
testimonios no sean absolutamente necesarios. En los procesos en que seau envueltos cerán
reemplazados por letrados que se encargarán de defenderles, excepto en las acusaciones
criminales, ea cuyo caso se hallan autorizados para presentarse en persona, si lo exige el interés
de su cau~a.s

1
nado de Luis el Benigno, y que es considerado como un modelo de elocuencia por el cronista que
nos los ha legado. Con este ejemplo será fácil juzgar 10 que debían ser los sermones de los
predicadores ‘vulgares (1):
<Hermanos míos—decía a sus feligresos— el diablo con sus pies horquillados, su miembro
negro y puntiagudo, sus grandes cuernos, no pescaba en otro tiempo más que con caña. Ahora
pesca con redes. En otro tiempo se consideraba como honestidad el vivir en matrimonio; ahora se
Vive como los perros. En otro tienipo los hombres de treinta años y hasta cuarenta años, no
conocían lo del sexto mandamiento; hoy dia las muchachas y los mozos a la edad dc quince años,
y hasta a los doce, se divierten entre ellos y hasta darían una lección a sus padres. En todas partes
el diablo pesca en agua turbia y recoge en su caldera a los fornicadores, a los ladrones, a los
usureros, a los truhanes, a los pendencieros y a los hombres de pésima conducta. Vosotros, los de
mala vida que me estáis oyendo, sois los ~uxiliare5 del gran Lucifer en su constantc pdsca. Así,
pues, sabed ahora la recompensa que en el otro mundo os aguarda. Rechinaréis vuestros dientes
cuando los diablos os azoten con sus varas ‘de ftwgo, buscando, precisamente. la parte que haya
pecado. Así, vosotras, mujeres lujuriosas y mancébos sodomitas que me escucháis, tomad
vuestras precauciones para defender vuestras par’tes vergonzosas... Sólo existe un medio para
libraros del infierno: dad vuestro dinero a la lglesia!s

(í) No se ha adelantado grao cosa en esta retórica


GREGORIO IV, 1O5.~ PAPA VALENTIN, 1O4.~ PAPA
MIGUEL, LLAMADO EL TARTAMUDO E MPERADOR DE ORIENTE — Luis 1,
EMPERADOR DE OCCIDENTE Y REY DE FRANCIA

Valentín era romano. Había sido ‘educado en el palacio patriarcal de Letrán~ y el Pontífice
Pascual 1, para recompensar la aplicación del joven eclesiástico, le había ordenado subdiácono.
Eugenio II le colocó a su lado y le profesó tanto afecto, que los romanos dicen que el Pontífice
era el verdadero padre de Valentín; le consagró arcediano diácono, le dió una autoridad absoluta
sobre todos los eclesiásticos de su corte, y le colmó de favores y riquezas. Los obispos, celosos
del poder del favorito, esparcieron infames rumores contra Valentín, al cual acusaban de sostener
ci-iminales relaciones eon el Papa, reproduciéndose los tiempos de Heliogábalo.
La influencia de Valentín era tan grande, que después. de la múerte de su protector fué elevado a
la Santa Sede por los sufragios del clero, de los grandes y del pueblo.
Elevado a la cátedra del apóstol, donde no brilló más que un instante, Valentín mostró a los fieles
las virtudes admirables del cristianismo unidas al espíritu de tolerancia; pero la muerte, que no
respeta ni el mérito, ni las dignidades, ni las grandezas, le hirió muy pronto, y la Iglesia perdió
uno ile sus mejores Pontífices en 10 de octubre del año 827, después de reinar cinco semanas.
TEÓFILO, EMPERADOR DE ORIENTE — Luís 1, EMPERADOR DE OCCIDENTE Y REY
DE FRANCIA

Gregorio er~ romano de origen e hijo de un patricio llamado Juan; el Pontífice Pascual le habla
conferido el subdiaconado. Platino cuenta que después de la muerte de Valentín, el diácono
gregorio, elevado al trono de San Pedro por los unánimes sufragios del clero y del pueblo,
rechazó, ‘al principio, tan alta dignidad. Papebroch afirma, por. el contrario, que a Gregorio,
dotado de un carácter débil y pérfido, se le acusó de haber precipitado la muerte de su antecesor,
y que no alcanzó la Santa Sede más que por la intriga y la violencia. «Los romanos—dice este
historiador—no consintieron su ordenación por el temor de exponerse al resentimiento de Luis el
Benigno, y enviaron embajadores al monarca para suplicarle que eligiese comisarios, los cuales
se encargarían de exanunar la validez de la eleccióít Cuando los enviados franceses fueron a la
ciudad santa, el político Gregorio les colmó de presentes, conquistó su amistad, y obtuvo la con-
firmación de su titulo de Papa. Fué consagrado en su presencia, en la víspera de la Epifanía, en la
iglesia de San Pedro. Esto no obstante, algún tiempo después, el emperador, ilustrado por la
relación de sus ministros acerca de la conducta del Pontífice, le escribió una severa carta y le
amenazó con deponerle si no reparaba el escándalo de su elección con una ejemplar conducta.
Desde entonces Gregorio manifestó hacia el príncipe un implacable odio, cuyos efectos ya
veremos en los últimos años de su reinado.
Al principio se ocupó en reparar las iglesias de la ciudad santa que caían en ruinas; construyó
muchos conventos a los L~ue dotó con inmensas riquezas arrancadas ~ los pueblos por la
cuchilia de los reyes o la astucia de los sacerdotes.
Gregorio IV reedificó la iglesia de San Marcos, que habla sido su titular, y la adornó con gran
magnificencia; ordenó que sobre el altar mayor se colocase un tabernáculo
638 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 689
de plata, cuyo peso era de mil libras, y mandó transportar al santuario el cuerpo cte San Hermes;
antes de la inhumación del mártir, le cortó un dedo que envió, como presente, a Eginhardo,
antiguo secretario de Carlomagno. No obstante los cuidados que empleaba en reconstruir los
templos que se hallaban en ruina, extendía su solicitud a los negocios temporales; mandó
reedificar los muros de Ostia. y fortificó el puerto, que había sido desmantelado por los
sarracenos, en sus excursiones sobre las islas o sobre las costas vecinas a la embocadura del
Tíber. Esta ciudad fijé rodeada por altos muros defendidos por totreones levantados sobre
profundos fosos; la cerró con inmensas puertas guarnecidas de hierro, y ediocó sobre sus muros
calapultas para lanzar l)1’edras y máquinas formidables destinadas a rechazar lo~ enemigos. La
nueva ciudad fué llamada Gregoriópolis.

Conspiración contra el rey de Francia


Durante la estancia que los comisarios del emperador hicieron en Roma, Ingoaldo, abad de
Farsa, les trajo una carta de Luis, que les mandaba examinar con imparcialidad las quejas
dirigidas contra los Papas Adriano y León, que se hallaban acusados por el abad del monasterio
de Santa Maria de haberse apoderado de cinco dominios muy extensos, los cuales pertenecían a
su convento. Ingoaldo recordó a los embajadores los medios que ya había empleado en los
pontificados de Est’eban, de Pascual y de Eugenio, y les dijo que no pu’~Iiendo ~lcanzar justicia
se había dirigido ál monarca.
Los comisarios manifestaron al Papa las órdenes que habían recibido, y le intimaron a que se
hiciese representar ante su tribunal; Roma en seguida ‘envió un abogado para que defendiese la
Santa Sede. Esta protestó de la reclamación de Ingoaldo como atentatoria a la dignidad del Papa,
y afirmó ostensiblemente, en nombre d’e Gregorio, que los dominios en litigio nunca habían
pertenecido al monasterio de Santa Maria. El abad, entonces, se levantó de su asiento. trato de
embusteros y sacrílegos al Pontífioe y a su defensor, y mostró los títulos de las donaciones que se
habían hecho a su convento por el rey Didier y confirmados por el emperador Carlomagno.
Al ver pruebas tan auténticas, los comisarios se vieron
obligados a condenar la corte de Roma a que restituyese los bienes de que se había apoderado
injustamente; mas el abogado no quiso somelerse a su fallo, y el Papa, aprobando su resistencia,
dijo que él mismo iría a Francia para anular la sentencia de los conflsarios. No obstante la de-
claración de Gregorio, el príncipe ordenó que se ejecutara en seguida el fallo pronunciado contra
la Santa Sede; Ingoaldo fué puesto en posesión de sus dominios, y el acta que se los adjudicaba,
fué depositada en las cartularias de Farsa para la cónservación de los derechos del convento.
Ya, interiormente, Gregorio había jurado un implacable odio a Luis el Benigno, a consecuencia
de las amenazas que le había dirigido a propósito de su elección. Este últi¡no asunto le puso
furioso, y no guardó consideración alguna al monarca. Al principio sublevó a los hijos contra el
padre; luego, cuando Lotario sc declaró en plena revolución, el Papa se dirigió hacia Francia con
objeto de favorecer la causa del príncipe y asegurar el éxito de la rebelión, colocando estos hijos
culpables bajo la protección de la Iglesia.
Así que Gregorio hubo franqueado los Alpes, los prelados que habían quedado fieles al
desgraciado Luis, escribieron al Pontífice a fin de que saliese de Francia; le recordaron los
juramentos que había prestado al monarca, le reprocharon la traición de que se hacía culpable
ante el príncipe turbando la paz de su reino, e inmiscuyéndose en los negocios del ‘Estado, que
no eran de su competencia, y declararon que si trataba de excomulgarles, le devolverían su
anatema y le depondrían formalmente.
Asustado el Pontífice por esta oposición formidable, resolvió abandonar Francia, y ya se
preparaba a volver a Roma, cuando dos frailes, h’echuras de Lotario, le enseñaron, para
tranquilizarle, unos pasajes de los Padres y unos cánones de los concilios italianos que le
declaraban juez supremo de todo el mundo cristiano. Entonces el orgullo triunfó del miedo, y su
audacia no halló límites. Gregorio se atrevió a escribir a los obispos partidarios del emperador
una carta en que eleva el poder de la Santa Sede por encima de los tronos, y sostiene que los que
han recibido el bautismo, cualquiera que sea su rango, le deben entera obediencia. «Si he jurado
fidelidad al rey—dice—, yo no puedo cumplir mi juramento sino proporcionando la paz al Esta-
do; y vosotros no debéis acusarme de perjuro, vosotro6 que sois culpables de este crimen hacia
mi.>
6d0 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 641.
Por su parte, Lotario publicaba edictos y proclamas contra su padre, pero en términos menos
violentos que los del soberano Pontífice; quería, únicamente—decía—castigar los malos
consejeros de que ~u padre se hallaba rodeado, e ini-pedir que la tranquilidad del reino fuese
comprometida por su dirección insensata.
Bajo el pretexto de indicar al emperador los hombres que habla de expulsar de la corte, Gregorio
se dirigió hacia ~l campamento de Luis el Beni~gno para restablecer la coiicordia, según las
máximas del Evangelio, entre el padre y los hijos. Permaneció muchos días cerca del emperador,
y al mismo tiempo que protestaba de su inalterable celo, sedujo su ejército con promesas,
regalo~s y amenazas; y en la misma noche de su partida todos los soldados se pasaron al campo
de Lotario.
Al siguiente día, Luis supo esta odiosa traición y comprendió que no p6día resistir los criminales
proyectos de sus hijos; despidió a los fieles servidores que no le habían dejado, se dirigió al
campamento de los ptlncipes y se entregó en sus manos. La llanura donde ocurrieron estos he-
chos se encuentra entre Basilea y Estrasburgo; después se la llamó él Campo de la Mentira, en
recuerdo de la infamia del Pontífice.
Luis fué recibido por sus hijos con grandes muestras de respeto; mas le separaron de Judit, su
esposa, cu3fa guarda confiaron a Luis, rey de Baviera; enseguida, oyendo los consejos de
Gregorio IV, le declararon prisionero y le quitaron su dignidad imperial. Se le despojó de sus
ornamentos reales; vistiéronle con el hábito de los penitentes públicos, y se le obligó, en
pr.e~encia de una multitud innumerable, ~ confesar en alta voz los crímenes que no había
cometido. Lotario le mandó encerrar en el convento de San Medardo en Soissons, se apoderó de
la autoridad soberana, y se hizo prestar juramento por el clero, por los nobles y por el ejército,
como emperador de Occidente y como rey de Francia. Este bello ejemplo dió al mundo el
príncipe católico.
Después de haber dirigido y consagrado esta infame tisurpación, el Papa volvió triunfante a
Italia. Sin embargo, la autoridad de los hijos de Luis el Benigno fué muy coi»ta; los pueblos,
indignados por la conducta de Lotario, se sublevaron contra él, y restablecieron al emperador en
el trono. A su vez Luis decidió vengarse del Pontífice y envió a Roma a San Auscario,
metropolitano de llElamburgo, acompaflado de los prelados de Soissons y de Estrasburgo y del
conde Gerold, a fin de inti~rrogar al Pontífice sobre la parte que había tomado en la conjuración
de los príncipes franceses.
Gregorio juró que. sus intenciones no pódían ser más puras; renové la seguridad de su celo por la
persona del rey, se obligó a servirle contra sus hijos, y colmó de presen~cs a los enviados de
Francia. El débil Luis consintió en olvidar lo pasado; perdonó a sus .hijoS, y llevó su indulgencia
hasta interponer su autoridad para ,proteger a la Santa Sede contra Lotario, su hijo, el cual,
furioso por la nueva traición del Papa, había ordenado a sus oficiales que tratasen con gran
dureza a los sacerdotes de la Iglesia romana y al mismo Padre Santo.
Luis el Benigno escribía así a su hijo:
«Recdrdad, príncipe, que al daros el reino de Italia, os he recomendado que tuvieseis gran
respeto hacia la Santa Sede, y que vos jurasteis defenderla contra sus enemigos y no dejarla
expuesta a los ultrajes extranjeros. Haced, pues, cesar las violencias dc vuestros soldados contra
el clero de Roma. Os recomiendo que hagáis preparar víveres y ~lojamiento para mi séquito y
para mí, toda vez que quiero hacer una peregrinación a la tumba de los apóstoles; y es~ pero que
a mi llegada, todas las quejas contra vuestras tropas habrán ya cesado.»
La noble y generosa conducta de Luis el Benigno en esta circunstancia, bastaría para mancillar
para siempre la memoria del execrable Pontífioe, que se había servido de la religión para armar a
los hijos contra el padre.
Este sacerdote débil, cobarde, pérfido, astuto, sin principios y sin fe, ocupó la cátedra de San
Pedro por espacio
(le dieciséis años. i>or fin, murió a principios dc 8 1-1.

Jfjqa,ja dc 10.5 Papas —Don 1—ti


HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 64-3

SERGIO II, 1O6.Q PAPA

MIGUEL III EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO

REY DE FRANCIA

Sergio era romano de nacimiento.


El Papa León III le admitió en la escuela dc chantres dohde se distinguió por sus rápidos
progresos y por una gran actitud para el trabajo. Como su protector le tuviese gran cariño, le hizo
acólito. Esteban IV le nombró arcipreste. A la muerte de. este Pontífice, los señores y ~l pueblo
se reunieron para darle un suoesor. Mas el número de los ambiciosos era tan considerable, que
los partidos flotaban en la indecisión y no se decidían por ninguno de los. contrincantes. El
hermano Sergio, aprovechando hábilmente la disposición de los espíritus, hizo propalar el nom-
bre del arcipreste entre el pueblo, y sus partidarios proclamaron a Sergio diciendo que era el
único djgno de ceñir la tiara. Así los sufra~gios conquistados por la sorpresa elevaron al feliz
arcipreste.
Un diácono llamado Juan, intrigaba, también, para alcanzar la cátedra de San Pedro. Furioso al
ver que no podía realizar sus proyectos, se puso a la cabeza de los soldados y hundió las puertas
del palacio de Letrán a fin de proceder a una nueva elección. Los prelados y el pueblo se prc-
cipitiaron, siguiendo los facciosos, a 1a patriarcal ínorada. se arrancó al diácono de la iglesia
donde se había refugiado; se lanzó a sus partidarios y, en fin, cuaíido se hubo calmado el
tumulto, los ciudadaíios (le Roma se dirigieron a la basílica de San Martín, que era la titular de
Sergio; fué conducido con gran pompa al palacio de Letrán; una multitud inmensa de frailes y
sacerdotes le siguió cantando himnos sagrados, y en aquel mismo día fué consagrado
solemnemente y entronizado en presencia del pueblo.
Antes de su elección, el Papa se llamaba Hocico dc Puerco. ‘Atribúyese a esta ~ircunstancia la
costumbre adoptada por los Papas de ele.gir un nuevo nombre al ocupar la Santa Silla.
El diácono Juan había sido encerrado en una cárcel por haberse sublevado: los magistrados que
entendían en su
causa, querían enviarle al destierro; los eclesiásticos, sicmpre más feroces que los demás
hombres, consideraban harto dulce este castigo, y exigían que se le arrancasen los ojos y l.a
lengua. Sergio se opuso a estas crueles medidas, hizo devolver la libertad al prisionero y le
restableció en su diaconado.
En medio de estos desórdenes, el nuevo Pontifice, deseando recibir la consagración, no había
podido alcanzar el consentimiento de Lotario para que se le ordenase. Irritado el emperador por
esta dcsobediencia, envió a Roma a su primogénito Luis, acompañado de su tío Drogon, obispo
de Metz, a fin de manifestar su descontento y para prohibirle que en lo sucesivo no se atreviese a
consagrar a los Papas sin su autorización expresa.
Antes dc su partida, el joven Luis fué declarado rey de Italia, y Lotario le dió un magnífico
séquito para acompañarle a su réino. No bien Sergio recibió la noticia de que el príncipe llegaba,
cuando envió a su encuentro los magistrados de Roma, los alumnos de las escuelas y las
compañías de la milicia con sus jefes, entonando himnos en honor del joven soberano y llevando
la cruz y las banderas a la cabeza del cortejo, conforme se practicaba en la recepción de los
emperadores. Luis cruzó la ciudad santa en medio (le un inmenso cortejo, y ~sc dirigió hacia el
atrio de San Pedro, donde le aguardaba Sergio, rodeado de su clero y revestido con ornamentos
donde brillaba la pedrería y el oro.
Cuand9 el rey hubo subido la gradería del templo, los dos monarcas se abrazaron y entraron en el
patío de honor, dándose la maño. A una señal del Santo Padre, las puertas~ interiores, que eran
de plata maciza, se cerraron como por sí mismas. Entonces Sergio, volviéndose hacia el príncipe,
le dijo: «Señoi~: si venís aquí con la sincera voluntad <le contribuir con todos vuestros esfuerzos
a la salvación del Estado y de la Iglesia. yo mandaré abrir las sagradas puertas; si no, no entraréis
en el templo de los apóstoles.»
Como el príncipe afirmase que sus intenciones no eran hostiles a la Santa Sede, las puertas se
abrieron ante ellos, y entraron en el interior dc la basílica, en medio <le las bendiciones dcl
pueblo que hacía resonar las bóvedas del teml)lo <~on sus gritos de alegría, mientras que los
sacerdotes entonaban el cántico: «Bendito sea el que viene en nombre del Señor . Luego los dos
se prosternaron ante
644 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 64a
la Confesión de San Pedro: cuando las plegarias hubieron concluido, Sergio acompañó a Luis
hasta el pórtico del templo, donde se separaron.
Sin embargo de las seguridades pacíficas dadas por el joven monarca, los soldados de su escolta,
que permanecian acarnpa.dos en los alrededores de la ciudad, tenían orden de asolar el campo a
fin de castigar a los romanos por haber ordenado un Papa sin aguardar la llegada de los
SERGIO II

comisarios del rey. Los prelados y los señores franceses se reunieron tambiéíi para cxaíninar si la
elección de Sergio era regular, y si se debía lanzar del trono pontificio al audaz arcipreste. Esta
asamblea, compuesta de veintitrés obispos, de un gran número de abades y señores, se hallaba
tan indignada por las intrigas y maquinaciones del Pontífice, que Angilberto, metropolitano de
Milán, acusó a Sergio de haber promovido por su ambición los desórdenes que afligían la ciudad
santa, y declaró que se- separaba de su comunión.
Simonía y nepotismo

Viguier afirma, igualmente, que bajo el reinado de Sergio los sacerdotes gozaban de mucha
licencia; y añade:
«El Papa tenía un hermano llamado Benito, hombre de un carácter brutal, que se apoderó de la
administración eclesiástica y política de Roma. Por su avaricia, ocasiofló grandes desórdenes así
en el interior como en el exterior, y agobiaba al pueblo con tributos. Vendía públicamente los
obispados, y el que daba por ellos más precio, alcanzaba la preferencia. Por fin, la costumbre de
la simonia se hizo tan natural entre ‘el clero italiano, que no existía, en esta corrompida
provincia, un solo obispo o un sacerdote animado de buenas intenciones que no dirigiese quejas
al rey para impedir ‘este abominable tráfico.
»Entonces la divina Providencia, cansada d’e estas abominaciones, envió el azote de los paganos,
a fin de vengarse de los crímenes de la corte de Roma. Los sarracenos 1 guiados por la mano de
Dios, llegaron hasta los dominios de la Iglesia, hicieron perecer un gran número de hombres, y
saquearon las ciudades y castillos.
Tal era la espantosa situación de Roma seis meses después de la entronización de Sergio. Pero,
sin embargo, el joven príncipe, seducido por los presentes y adulaciones del Pontífice, confirmó
esta elección no obstante la opinión de sus consejeros, y exigió únicamente que los ciudadanos
de Roma renovaran su juramento de fidelidad hacia él mismo y hacia su jpadre. La ceremonia
tuvo lugar en la basílica de San Pedro: los señores italianos y franceses, el clero, el pueblo y el
Pontífice juraron, ante el cuerpo del apóstol, una completa sumisión al emperador Lotario y a su
hijo; en seguida Luis recibió la corona de Sergio, que le proclamó rey de los lombardos.

Reyes y Papas

La discordia que reinaba entre los hijos dc Luis el Benigno no se. había extinguido después de su
muerte; y los ódios estallaron, en fin, con ocasión del robo de la hermosísima Ermengarda, hija
de Lotario, llevado a cabo por un señor Gisalberto, vasallo . del rey Carlos el Calvo. Lotario
acusó a ~sus hermanos Carlos y Luis el Germánico, de ha-
646 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 647
ber autorizado el rapto de su hija, y les amenazó con una guerra terrible. Luis se justificó de esta
acusacrón, pór medio de juramento; Carlos, por el contrario, habiendo contestado a su hermano
que no temía sus amenazas, atrajo hacia si la cólera del monarca.
Para asegurar su venganza quiso, al principio, restable-cci’ sobre la Silla de Roma al prelado
Ebbón, que ‘en otro tiempo había sido lanzado de su diócesis a consecuencia dc ~us crímenes, y
había sido reemplazado por el célebre Hinemar: hizo prométer que emplearía la infiucucía de la
religión para emancipar a los puehio~ ile su obediencia hacia el rey de Neustria; en seguida
mandó al Papa que rehabilitase al indigno arzobispo.
Sergio, dócil a las órdenes del emperador, escribió al rey Carlos diciéndole que ‘había citado a
los obispos Gandebaud, al metropolitano de Ruan y a Hincmar para que compareciera en la
ciudad de Tréveris, donde habían (le acudir los legados de la Santa Silla, a fin de examinar en un
concilio la causa del prelado depuesto. El príncipe s’e opuso a que marchasen los obispos,
objetando que no gozarían de mucha seguridad en una comarca enemiga, e indicó la ciudad de
París como punto de reunión más a pro~ósito Consintiendo los legados en ‘este . cambio, el
concilio se reunió para juzgar a los dos ,prelados: Ebbón no comparecio ante los obispos y ni
siquiera envió cartas para motivar su ausencia. Entonces los Padres declararon qu’e le prohibían,
hasta el momento en que se presentase ante ellos, cual(luier pretensión a la diócesis de Reims,
man dándole que
no intenlara contra su sucesor ‘empresa alguna.
Ebbón, intimidado por la sentencia del concilio, se scparó de la causa de Lotario, y no obstante la
solicitud del soberano, no quiso apelar ante la Santa Sede; así es que vivió aún cinco años en la
obscuridad y el retiro.
Viendo el emperador que sus proyectos contra el obispo de Reims no alcanzaban un buen éxito,
formó nuevas intrigas y estimuló a Nomenoe, duque de los bretones, a que levantase el pendón
revolucionario. Este ambicioso noble había levantado un ejército contra Carlos el Calvo y quería
que se proclamase rey de Bretaña, no obstante los obispos de la provincia que pertenecían ‘en
cuerpo y alma al rey de Neustria y rehusaban consagrarle. En este siglo de superstición e
ignorancia, las naciones miraban a los sacerdotes como los únicos dispensadores (le los tronos y
los príncipes no eran reconocidos legítimos soberanos sino
después de haber recibido la diadema ~.por mano de los ibisl)os. Lotario, conociendo la avaricia
del Pontífice, obligó al duque a que enviase a Roma una brillante embajada encargada d.c ofrecer
magníficos presentes a Sergio a cambio del restablecimiento de la monarquía de Bretaña. En
efecto: este plan realizado por Nomenoe, alcanzó gran resulrado. El Pontífice declaró sus
pretensiones legítimas y ordenó a los obispos bretones que le consagrasen rey bajo la pena de ser
anatematizados y depuestos. El duque reunió entonces una asamblea dic prelados y con sus
amenazas les obligó a ejecutar las órdenes del Pontífice.
Así Francia se convirtió en una sangrienta arena donde los descendientes de Carlomagno se
disputaban el primer puesto del Estado y rivalizaban len crímenes y atentados.

Saqueo de Roma

Italia, más desgraciada aún bajo la tiranía de los Papas, se hallaba entregada, sin defensa, a la
avaricia de los. sacerdotes y a la crueldad de los sarracenos.
Los moros, después de haber remontado el Tíber, sitiaron a Roma y se dispersaron por el campo;
las iglesias de San Pedro y San Pablo fueron saqueadas, y el magnírico altar de plata que
adornaba el sepulcro del apóstol Pedro, fué presa de estos bárbaros; se apoderaron de la pequeña
ciudad dc Fondí, y luego de haber pasado a sus habitantes a cuchillo, la quemaron y se llevaron
en cautiverio a sus mujeres. Como Lotario enviase tropas contra ellos, establecieron su campo
cerca de Gaeta, aguardaron llenos de bravura a los ‘franceses, y les derrotaron.
Esta victoria aumentó la audacia de los sarracenos; Penetraron más y más en el interior de Italia,
y se dirigieron hacia el convento de Monte Casino, célebre por las inmensas riquezas que
ehcerraba. Al llegar a la vista del monasterio, los árabes levantaron sus tiendas cerca de un ria-
chuelo que se podía pasar muy fácilmente y que les separaba de Monte Casino, aguardando, para
el día siguiente, el saqueo de esta riquísima abadía, a fin de que no se les escapase lo más
mínimo.
Los frailes, ~ue se encontraban sin defensa a merced de los árabes, no aguardaban más que la
muerte: en su desesperación se dirigieron con los pies desnudos y su frente cubierta de ceniza
hacia la iglesia de San Benito,
648 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

para pasar en ella la noche en plegaria, ‘e invocar la írotección de su bienaventurado fundador.


Entonces, por un sorprendente milagro y en el mismo instante en que entonaban SUS sagrados
himnos, el cielo se cubrió dc uubes~ y cayó tan grande lluvia, que el riachuelo se convirtió ‘en
un torrente, y al siguiente día los árabes no pudieron franquearlo. Cuando menos, así lo cuenta la
leyenda.
Furiosos al ver que esta rica presa se les escapaba de sus manos, los sarracenos desahogaron su
rabia contra los desgracíado~ habitantes del campo; quemaron las granjas, robaron las bestias,
violaron las mujeres, hicieron perecer en los suplicios a todos los frailes gue encontraron, y, por
fin asolaron toda Italia, hasta que concluyó ‘el pontificado. de Sergio.
Este murió de repente en 27 de enero del año 847L
En las Galias, un fraile mendicante llamado Goth’escalc,. trataba de propagar una herejía y
enseñaba la doctrina de la predestinación, es decir, que, según él, los hombres no podían
corregirse de sus hábitos y sus vicios, porque una jnfluencia oculta les arrastraba a su perdición y
porque Dios les destinaba al mal lo mismo que al bien por toda la eternidad. El arzobispo de
May’enza combatía estas doctrinas, e hizo condenar al heresiarca en muchos concilios.
Así nació la cuestión que todavía apasiona a los sabios teólogos.
LEON 1V2 1O7.~ PAPA

MIGUEL III, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO, REY DE FRANCIA

León era hijo de un señor italiano, llamado Rodoaldo. A la muerte de su protector, León fué
elevado a la Santa Silla por los sufragios unánimes del pueblo. Después (te su elevación se
dirigió al palacio patriarcal seguido de un brillante cortejo, y dió a besar sus pies a los señores y
a los ciudadanos notables. Los romanos no se atrevieron a ordenar al nuevo Pontífice sin la
autorización de Lotario, y la Santa Silla estuvo, por decirlo así, vacante por espacio de dos
meses.
Pero al acercarse los bárbaros, que amenazaban poner sitio a Roma, ‘el consejo de la ciudad no
quiso aguardar por más tiempo a los comisarios del emperador, y el Papa fué consagrado.
El primer acto del Padre Santo, después de su entronización, fué el de reparar la iglesia de San
P’edro, que había sido devastada por los árabes; la adornó con una cruz de oro, con cálices de
oro, candeleros de plata, cortinas, tapices y telas preciosas; mandó colocar en el fronti~picio de
la Confesión o en el supuesto sepulcro de San Pedro, tablas de oro enriquecidas con pedrerías y
adornadas con pinturas (le esmalte representando su retrato y el de Lotario: ‘el sepulcro se
~hallaba rodeado de filetes de plata ricamente trabajados, y todos estos ornamentos se hallaban
dominados por un inmenso tabernáculo de plata, cuyo peso no bajaba de seiscientas libras.
Estas reformas y los bienes cine afectaron a los sacerdotes de esta basílica, representan un valor
de tres mil ochocientas dieciséis libras de plata, y a más de doscientas dieciséis de oro. Para que
se aprecie el escándalo de las profihgalidad es del Pontífice hacia su clero y la insaciable avaricia
de los sacerdotes de Roma, que habían absorbido la plata y oro de Europa, bastará citar dos
hechos de esta época desgraciada:
“En el concilio de Tolosa, celebrado en 846, la contribución que cada cura estaba obligado ‘a
satisfacer a su obispo se
650 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 651
componía de un mesurón de trigo, otro de cebada, una medida dc vino y un cordero; todo lo cual
valía (los sueldos.»
El segundo ejemplo de la miseria pública se encuentra en la vida de Carlos el Calvo:
<El príncipe, en el año 864, promulgó un edicto en que se disponía una nueva acuñación de
monedas; y camo por este dccreto la antigua moneda perdía su valor y no circulaba, ordenó que
se sacasen de. la real Hacienda cincuenta libras de plata para ser repartidas entre el comercío. »
Esto da la medida del embrutecimiento y miseria en que los reyes y los sacerdotes habían
sumergido a las naciones~ ])lleslo (fUC cl caliz o la patena de una iglesia de Roma valía más que
todo el numerario de todos los comerciantes de un gran reino.
Apenas se comprende c~xno los hombres hubiesen descendido a tal grado (le abyección, y que
se hubiesen dejado robar así por la codicia de los reyes; casi pondría uno en duda estos hechos
extraordinarios, si los historiadores contemporáneos no los Matasen con una sencillez que garan-
tiza la verdad con que escriben.

Ciudad del Vaticano

Los árabes continuaron sus excursiones por las costas (le Italia y el saqueo. de ciudades.
Temiendo León que llegasen hasta Roma, y deseando que la basílica de San Pedro no fuese
víctima de un golpe de mano, la hizo rodear de murallas y torreones, y quiso realizar el proyecto
concebido por uno de sus antecesores de edificar una ciudad cerca (le esta iglesia. Al principio se
dirigió al emperador Lotario, que aprobó el plano de la nueva ciudad y envió consíderables
sumas para acelerar su construcción. En seguida I’elIfliO los notables de Roma y les consultó
acerca ‘de las medidas que se debían tomar para la ejecución de los traba.íos según consejo, y
atendiendo al general interés, se hicieron venir siervos (le las ciudades y de los dominios que
l)erlenecían a los monasterios y a los nobles.
En la fundación de esta ciudad se emplearon cuatro años; el ‘Pontífice visitaba diariamente a los
obreros sin detenerse por el frio, por el viento o por la lluvia; al mismo Tiempo reedificó los
antiguos muros de Roma, que se hallaban casi arruinados y mandó levantar quince torres, de
las que dos se encontraban situadas en las orillas del Tíber y cerraban ‘el río con enormes
cadenas. Los trabajos no se hallaban aún terminados cuando llegó a Roma la noticia de que los
sarracenos habían desembarcado en la isla de Cerdeña.
A esta noticia, León temió que los bárbaros iban a sí-liarlo y pidió socorro a los habitantes de
Nápoles, de Amalfi y de Gaeta. Su demanda fué escuchada, y Cesáreo, hijo de Sergio, jefe de la
milicia napolitana, fué encargado de conducir las tropas al Pontífice, para oponerse al des-
embarco de los árabes. El Padre Santo fué a Ostia a fin de recibir a sus aliados; recibió a los jefes
napolitanos con grandes demostraciones de amistad, y dió a besar sus pies a los soldados; luego
celebró una misa solemne y dió la comunión a todo el ejercito. Apenas concluyó esta ceremonia,
cuando las velas de los sarracenos aparecieron en lontananza: las tropas, llenas de entusiasmo
por esta circunsíancia que consideraban como un feliz ‘presagio, lanzaron gritos de alegría al ver
los bajeles enemigos; mas el Padre Santo, no confiando en los celestes prodigios, huyó durante la
noche y entró vergonzosamente en Roma.
Al rayar del alba los sarracenos bajaron hacia la costa:
los napolitanos, que permanecían ocultos detrás de las rocas, pern’litieron que parte de los
enemigos desembarcasen tranquilamente; luego, desemboscándose de pronto, se diriGieroll
hacia los árabes entre los que hubo una matanza horrible. Casi todos fueron pasados a cuchillo, y
habiéndose levantado una tempestad en aquel mismo instante, el resto de la flota quedó
enteramente dispersada. Los que abordaron a las islas vecinas fueron perseguidos por los fla-
1)olitanos; los 1inos lueron áhorcados ‘en los árboles (LI bosque, los ótros fueron conducidos a
roma y condenados a trabajar en los muros.
Esle nuevo refuerzo de obreros apresuraron los trabajos (le la l)asilica (le San l~edro, y la nueva
ciu(lad fué concluida en 27 de junio de 819. Entonces el Padre Santo, ( 1ueriend() terminar la obra
con una ceremonia imponente, convocó a todos los obispos de Italia, al clero de Roma, a los
grandes y al pueblo; y a la cabeza de una muchedumbre inmensa se dirigió hacia las murallas,
con los pies~ desnudos y la frente cubierta de ceniza. La procesión rc deó muchas veces las
murallas, entonando himnos y C>iíticos; en ca(la estación el Pontítice asperjaba los edifie os con
el agua lustral y pronunciaba una oración frente a ¡as
652 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 653
puertas de la ciudad’; por fin, se celebró la misa en la iglesia dc San Pedro, y León hizo dsitribuir
ricos presentes a los obreros y hasta a los sarracenos que habían tomado parte en los trabajos.
Concluida esta ceremonia la nueva ciudad recibió el nombre de Ciudad Leonina.
El Padre Santo se ocupó igualmente en fortificar a Porlo, que se hallaba expuesto a las
invasiones de los infieles; pero mientras se hallaba ocupado cii estos trabajos, un gran número
‘de corsos, lanzados de su país por los árabes, fueron a refugiarse en Roma y suplicaron al
Pontífice que les tomara bajo su protección, obligándose con juramento por ellos mismos y por
sus descendientes, a conservar una inviolable fidelidad’ a la Santa Sede. León recibió esta súpli-
ca y les ofreció para residencia la ciudad de Porto, donde se establecieron con sus mujeres y sus
hijos; les dió, asímismo, tierras, bueyes, caballos, víveres y dinero. El acta de’ esta donación fué
confirmada por Lotario y por su hijo, que fué a depositarla sobre la Confesión de San Pedro, en
presencia de los grandes, del clero y del pueblo. A consecuencia de esta magnífica ceremonia, el
Padre Santo concedió al metropolitano Hinemar la autorización de llevar constantemente el
palio, ornamento de distinción (le que los arzobispos no usdban más que en las grandes solemni-
dades.~
Bien pronto la solicitud del Papa se extendió sobre los desgraciados habitantes de Centumeelles,
que desde hacía cuarenta años habían sido arrojados de su ciudad por los sarracenos, y cuyas
moradas habían sido completamente destruidas. Desde esta época, se habían visto obligados a
refugiarse ‘en los bosques y vivir como bestias salvajes; el Papa, conmovido por tan espantosa
miseria, penetró en los retiros de estos desgraciados. bes prodigó socorros, y mandó construir,
para aloj arles, una ciudad nueva que llamó Leópolis, y que dedicó solemnemente con las
mismas ceremonias que habían sido practicadas en la ciudad Leonina. En el siglo siguiente, esta
ciudad vino a ser demasiado reducida para contener una población que había prodigiosamente
aumentado y sus habitantes la dejaron para vólver a la antigua Centumeelles, que estaba cerca
del mar, y que llamaron Civita-Vecehia o ciudad vieja.
Mientras que León se hallaba ocupado en réparar los desastres que los sarracenos habían
ocasionado en Italia, Daniel, jefe de la milicia de Roma, se dirigía ante el emperador Luis y
acusaba al prefecto Graciano de haber for
mado el proyecto de emanciparse de la dominación de los franceses. Tal noticia irritó al príncipe
contra los romanos; juntó con precipitación un ~jército, y sin avisar ál Pontífice ni al Senado,
invadió la ciudad santa al frente de sus soldados; no obstante la hostilidad ‘de esta empresa, cl
Papa recibió a Luis con gran pompa sobre la escalera de la basílica de San Pedro, y le dirigió una
arenga llena de uncion y sabiduría para preguntarle la causa de su descontento. El monarca no
quiso responder a las observaciones de León, y ordenó que éste convocase un concilio a fin de
juzgar la conducta de Graciano, que se hallaba acusado de haber cometido un crimen de lesa
majestad.
En el día señalado, el emperador, el Papa y los señores romanos y franceses, se dirigieron, con
gran pompa, al nuevo palacio d~e León; la sesión fmi abierta por Daniel, que compareció como
acusador de Graciano. Este rechazó victoriosamente todas las acusaciones, y convenció a su
adversario de que era un calumniador; entonces el Padre Santo, en nombre de la ‘asamblea,
declaró que el calumniador seria entregado al acusado conforme a la ley romana; pero gracias a
Luis, la sentencia fué anulada, y el culpable cvitó el justo castigo de su crimen. Este fué el último
decreto dado por el Pontífice; murió a principios del año 853, después de haber reinado seis
meses.
El Padre Santo había fundado un monasterio de religiosas en su propia casa y se entregaba con
ellas a la diversión; le acusan, también, de haber sido muy avaro y citan en apoyo de su oÉinión
el testimonio del cél’ehre abad LoW) de Ferriere.
Y, en efecto, este religioso, habiendo sido enviado a Roma en calidad be embajador, tuvo
cuidado de proveerse de magníficos presentes, «porqu’e’—decia—sin esta precaución in-
dispensable, no sería fádí acercarme hasta León IV».
1
HISTORIA DE LA PAPISA JUANA

MIGUEL 1.11, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO,

REY DE FRANCIA

Por espaciode muchos siglos, las historia dc la papisa Juana había sido considerada por el clero
como una historia incontestable; mas Uespués, los ultramontanos, comprendiendo el escándalo y
el ridículo que el pontificado de Ja mujer debía echar sobre la Iglesia, le consideraron como una
fábula digna de desprecio. Autores más imparciales han defendido, por el contrario, la reputación
de Juana, y han probado, por los testimonios más auténticos, que la papisa ilustró su reinado con
el brillo de sus luces y la práctica de virtudes cristianas.
El fanático Baronio considera la papisa como un monstruo que los ateos y los herejes habían
evocado del infierno con sortilegios y maleficios; el supersticioso Florismundo dc Raymond
compara a Juana con un segundo [-lércules que babia sido enviado del cielo para aplastar la
Iglesia romana, cuyas abominaciones exaltaban la cólera de Dios. Mas la papisa ha sido
victoriosamente defendida por un historiador inglés llamado Alejandro Cook; su memoria ha
sido vengada por él de las calumnias de sus dos adversarios, y el pontificado de Juana ha tomado
su puesto en el orden cronológico de la historia de los Pa~pas. Las largas disputas entre católicos
y protestantes a propósito de esta célebre mujer, ha dado un poderoso atractivo a su historia, y
estamos obligados a entrar en todos los detalles dc tan extraordinaria existencia.
He aquí ‘de qué manera el jesuita Labbé, uno’ de los enemigos de la papisa, envía su cartel de
dz’safío a los cris-tiranos reformados:
«Doy el mentís más formal a todos los herejes de Francia, de Inglaterra, de Holanda, de
Alemania y de Suiza, que intenten responder con la más ligera apariencia de verdad a la
demostración cronológica que he publicado contra la fábula que los heterodoxo.s han contado
sobre la papisa Juana, fábula impía cuyos débiles cimientos he echado yo por tierra... »
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 655

Los protestantes, lejos de intimidarse por la desvergúenza del jesuita, refutaron victoriosamente
todas sus razones, demostraron la falsedad de sus citas, destriíycrofl cl andamio de sus astucias, y
a pesar dc los anatemas fulminados por el Padre Labbé. hicieron brotar a Juana de los espacios
imagiiiarios a que le había relegado el fanatismo.
En su libelo, el Padre Labbé acusaba a Juan Flus, Jerónimo de Praga, Wiclef, Lutero y Calvino,
de haber inventado la historia de la papisa; mas se probó que como Juana ocupase la Santa Silla
seis siglos antes de quc apare-
LA PAPISA JUANA

ciese el primero de estos hombres ilustres. era imposible que hubiesen forjado esta fábula; y que
en todo casos Mariano, que escribía la vida de la papisa más dc ciento cincuenta años ante~ que
ellos, no había podido copiarla dc sus obras.
La historia, cuyo objeto moral se éleva P~’~ encima de los intereses de las sectas religiosas, debe
hacer lo posible para
656 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

que triunfe la verdad, sin inquietarse del furor sacerdotal; fuera de que la existencia de esta mujer
célebre en nada perjudica la dignidad de la Santa Silla, toda vez que Juana no imitó la mala fe,
las traiciones y las crueldades de los Pontífices d~el siglo noveno.
Las crónicas contemporáneas establecen con evidencia la época del reinado de Juana; y sus
asertos merecen tanto más crédito, cuanto que, estos historiadores eran prelados, monjes y
sacerdotes, celosos partidarios de la Santa Silla, y de consiguiente se hallaban interesados en
negar la escandalosa aparición de una mújer s6bre el trono de San Pedro. Verdad es que muchos
autores del siglo noveno no citan ~ esta heroína; mas se atribuye con justicia est’c silencio a la
barbarie de la época y al embrutecimiento del clero.
Una de las pruebas más irrefragables de la existencia de Juana, sc encuentra precisamente en el
decreto promulgado por la corte de Roma con el cual se quiso prohibir que Juana fuese colocada
en el cittálogo ¿le los ‘Papas. ¿Así— añade el severo Launoy—no es justo sostener que el silen-
cio ‘observado acerca de esta historia, y en el tiempo que siguió a este suceso, perjudique al
relato que de él sc ha hecho más tarde. Verdad es que los eclesiásticos contemporáneos de León
IV y de Benito III. por un desmedido celo hacia la religión, no han hablado de esta mujer nota-
ble; pero sus ~cesor,e~, menos escrupulosos, han descubierto, por fin, este misterio...» Más de un
siglo antes que Mariano escribiese los manuscritos que ha dejado en l~ abadía de Fulda,
diferentes autores habían contado ya muchas versiones acerca del pontificado de la papisa; mas
este sabio religioso ha ilustrado todas las dudas, y todas sus crónicas han sido aceptadas como
auténticas por los eruditos concienzudos, los cuales establecen las verdades históricas sobre
testimonios de hombres cuya probidad e ilustración son incontestables. Y, en efecto, todo el
mundo conviene en reconocer que Mariano era un escritor juicioso, imparcial y verídico; su
reputación se halla tan bien fundada, que Inglaterra, Escocia y Alemania han reivindicado la
honra de tenerle por hijo; fuera de esto su carácter de sacerdote y el celo que mostró siempre a la
Santa Silla no permiten que se le tenga por sospechoso de parcial contra la Iglesia católica.
Mariano no fué un fraile débil, torpe o visionario; lejos de esto, era muy ilustrado, lleno de
firmeza, de religión ~ habla dado pruebas incontestables del amoí’ que profesaba
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 657

a la romana corte, defendiendo con gran rigor al Papa Gregorio VII contra el emperador Enrique
IV. No es, pues, posible recusar la autoridad de semejante testimonio; de otro modo, no existiría
un solo hecho histórico al abrigo de contestaciones, o que no se pudiese mirar como evidente.
Así los jesuitas que han puesto en duda la existencia de la papisa, comprendiendo la fuerza que
los escritos de este historiador prestan a sus adversatios, han querido acusar de inexactas las
copias de las obras de Mariano. Mabillón, sobre todo, pretende que existen ejemplares en los que
no ge trata de la papisa; para refutar este aserto basta consultar los manuscritos de las principales
bibliotecas de Alemania y de Francia, de ~Oxford’ y del Vaticano. A más de esto, se ha probado
que los manuscritos autógrafos del religioso, que han sido conservados en Francia por espacio de
muchos siglos en la biblioteca del Domo, contenía]’. efectivamente, la historia de la papisa
Juana.
Es igualmente imposible admitir que un hombre del carácter de Mariano Scoto hubiera llenado
su crónica con tan sin ular aventura, si no hubiese sido real y efectiva. Esto sin embargo,
admitiendo que hubiera sido capaz de semejante impostura, ¿es posible que los Papas que gober-
naban entonces la Iglesia hubiesen guardado silencio acerca de esta impiedad? ¿Acaso Gregorio
VII, el más orgulloso de los Pontífices y el más entusiasta por la infalibilidad de la Santa Silla,
hubiese permitido que un fraile hubiese deshonrado la corte de Roma con tanta insolencia?
Víctor III~ IJrbano II, Pascual II, contemporáneos de Mariano, ¿ hubiesen, acaso, dejado impune
este ultraje? ¿Acaso, en fin, los escritores eclesiásticos ile su siglo y sobre todo el célebre Alberic
de Monte Casino, tan entusiasta de los. Papas, no hubiese protestado contra tal Infamia?
Así, pues, según los más auténticos e irrecusables tes~timonios, se ha demostrado que la papisa
Juana ha existido en el siglo noveno; que una mujer ha ocupado la silla de San Pedro, que ha
sido el vicario de Jesucristo sobre la tierra y proclamada soberano pontífice de Roma.
Una mujer sentada en la silla de los Papas, la ~cabeza adornada con la tiara y empuñando las
llaves de ‘San Pedro, es un acontecimiento tan extraordinario, que los fastos de la historia no
ofrecen ningún otro ejemplo. Y lo que más sorprende, no es precisamente el que una mujer haya
podido elevarse con su talento por encima de todos los homHistoria de los Papas.—T orno i.—
42
658 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 659
bres dc su siglo, toda vez que han existido heroínas que han mandado ejércitos, gobernado
imperios y llenado el mundo con el tuido de su gloria, de su sabiduría y de sus virtudes; sino que
Juana, sin ejércitos, sin riquezas, no teniendo otro ‘apoyo que su inteligencia, fuese bastante há-
bil para engañar al clero romano y dar a besar sus pies a los orgullosos cardenales de la ciudad
santa; he aquí lo que la coloca por encima de todas las heroínas, pues ninguna de ellas ofrece un
carácter tan maravilloso como el de una mujer convertida en ‘Papa.
En una vida tan extraordinaria como la de Juana, debemos contar todos los acontecimientos que
nos han transmitido los historiadores, y coxílar detalladamente las acciones de esta mujer
célebre.
He aquí la versión que da Mariano Scoto acerca del
nacimiento de la papisa:
«A principios del siglo nono, Carlomagno, después de haber subyugado a los sajones, se propuso
convertir estos pueblos al cristianismo, e hizo pedir a Inglaterra sabios sacerdotes que pudieran
auxiliar sus proyectos. Entre el número de los profesores que pasaron a Alemania, se encontró un
sacerdote ingles acompañado de una joven que había robado a su familia para ocultar su estado
interesante. Los dos amantes se vieron obligados a suspeáder su viaje y ‘a detenerse en
M’ayenza, donde, bien pronto, la joven dió a luz una niña, cuyas aventuras debían llamar la
atención de los futuros siglos. Esta niña era Juana.»
No se conoce exactamente el nombre que llevó en ‘su infancia: la niña del ‘sacerdote inglés es
igualmente llamada Inés por algunos autores, y Gerberta o Gilberta por otros; pero ‘la mayor
parte le llaman Juana; el jesuita Se-vario ~pret’cnde que se le llamaba también Isabel, Margarita,
Dorotea y Justa. Nosotros -ignoramos el apellido con el cual ~abía nacido. Los unos afirman que
añadía a su nombre la calidad de inglesa; otros dicen que a su nombre juntaba el apellido de G-
erberta y un autor del siglo catorce la llama, en su crónica, Magnánima, sin duda con el 01)-jeto
de expresar la audacia y temeridad de Juana, a imitación de Ovidio, cíue se sirve de la expresión
«magnánimus Ph~ethon».
Estos mismos autores ofrecen menos contradicciones respecto al lugar de su naciíniento; algunos
pretenden que había nacido en la Gran Bretaña; otros en May.enza y otros, en fin, en Engelheim,
ciudad del Palatinado, celelire por
4
el nacimiento de Carlomagno; pero los más reconocen que Juana era inglesa, que fué educada en
Mayenza, y que nació en Engelheim, aldea situada no lejos de esta ciudad.
Juana se había convertido en una joven muy instruida, y su talento, cultivado por los cuidados de
un padre inteligente, l~abía alcanzado tal desarrollo, que sorprendía a todos l.os doctores que con
ella hablabaiL La admiración que inspiraba acrecentó su amor por la ciencia, y a los doce años su
instrucción igualaba la de los hombres más distinguidos del Palatinado. Pero cuando llegó a la
edad que las mujeres empiezan a enamorarse, ‘la ciencia no fué bastante para llenar las
inspiraciones de su imaginación fogosa, y el .amor hubo de cambiar los destinos de Juana.
Un joven esco’lar, de familia inglesa, y monje de la abadía de Fulda, fué seducido por su belleza,
y se enamoro perdidamente de ella. « Si él l.a quiso mucl’io—dice la crónica—, Juana, a su vez,
no fué ni cruel ni insensible». Vencida por las protestas de un amor eterno, arrastrada por las
inspiraciones de su alma, Juana consintió en huir de su casa con su amante: dejó su verdadero
nombre, se disfrazó con vestidos de hombre, y, bajo el nombre de Juan el Inglés, siguió al joven
fraile a la abadia de Fulda. El superior, engañado por este disfraz, recibió a Juana en su
monasterio y la puso bajo la dirección del sabio Rabán Maur.
Algún tiempo de~pués, la violencia en que los dos uinanles Vivían, les ‘hizo tomar la
determinación de abandonar el convento y dirigirse a Inglaterra para continuar sus estudios. No
tardaron mucho en ser los jjóvenes más eruditos ~e la Gran Bretaña; después resolvieron ir a
otros países, con objeto de observar las costumbres de los diferentes pueblos y aprender sus
idiomas.
Al principio visitaron Francia, donde Juana, disfra.zazada siempre de monje, disputó con los
doctores franceses y excitó la admiración de los personajes más célebres de la época, tales como
la famosa duquesa de Septimanhia, San Auscario, el fraile Beltrán y el abad Lobo de Ferriere.
Después de este priml~r viaje, los dos amantes quisierop visitar ‘Grecia; cruzaron las Galias y se
embarcaron en Marsella. en una nave que les condujo a la capital de Los helenos, la antigua
Atenas, que era el punto donde convergían las luces de aquel tiempo, el foco de la literatura y las
ciencias, el centro de las academias y escuelas, y que era citado~ en todo el universo por la
elocuencia de sus pro-
660
HISTORIA DE. LOS PAPAS Y LOS REYES
fesores y por ~l profundo saber de sus astrónomos y físicos.
Cuando Juana llegó a este magnífico país, no tenía más que veinte años y se hallaba en todo el
esplendor de su belleza. Pero el hábito de monje, por su anchura, ocultaba su sexo a todas las
miradas; y su rostro, que había palidecido por el trabajo,, la hacían asemejar a un hermoso niño
más bien que a una mújer.
Por espacio de dieciséis años los dos ingleses vivieron bajo el hermoso cielo. de Grecia,
rodeados de todas las ilustraciones científicas, y donde proseguían sus estudios sobre la filosofía,
la teología, las letras divinas y huxhanas, las artes y la historia sagrada y prolana. Bajo la
dirección de tan hábiles maestros, Juana lo profundizó, lo comprendió y lo explicó todo; y.
juntando a sus conocimientos universales una prodigiosa elocuencia, llen6 de sorpresa a los que
pudieron oiría.
En medio de estos triunfos, Juana hubo de sufrir un golpe terrible: el compañero de sus trabajos,
su querido amante, el que no le había dejado por espacio de muchos años, fué atacado por una
súbita enfermedad y murió en algunas horas, dejando a la infortunada sola y abandonada en la
tierra.
Juana buscó el valor en su desesperación misma; dominé su aflicción y resolvió a:bandonar
Grecia. Le era muy difícil ocultar por más tiempo su sexo en un pais donde los hombres llevaban
grand:es barbas, ~v eligió Roma p~ara lugar de su retiro, donde el uso obligaba a los hombres a
rasurarse. Quizá este motivo no era el único que la obligaba a dirigirse a la ciudad santa; el
estado de agitación que existía en la capital del mundo cristiano, hacía que Roma ofreciera a su-’
ambición un teatro más vasto que el de Grecia.
No bien llegó a la ciudad santa, cuando Juana se hizo ddmitir en la academia que se llamaba la
escuela de los griegos, para enseñar las siete artes liberales y particularmente la retórica. San
Agustín había ya hecho célebre esta escuela. Juana aumentó su reputación; no sólo continué los
cursos ordinarios, sino que introdujo cursos de ciencias ~stractas que duraban tres años, y en las
que un minenso auditorio admiraba su saber prodigioso. Sus lecciones, sus arengas, y hasta sus
improvisaciones se distinguían por una elocuencia tan entusiasta, que el joven profesor era citado
como el mayor genio de su siglo, y en su admiración,
w

1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
661
los romanos le adjudicaron el título de príncipe de los sabios.
Los señores, los sacerdotes, los frailes y sobre todo los doctores, se honraban en ser sus
discípulos. ~Su conducta era tan notable como sus talentos; la modestia de sus frases y maneras,
la regularidad de sus costumbres, su piedad- y ‘buenas obras—dice Mariano—brillaban como
una luz ante los hombres. Todas estas cualidades eran una hipócrita máscara bajo la que Juana
ocultaba los más culpables y ambiciosos proyectos; así, durante el tiempo en que la vacilante
salud de León IV permitía a los sacerdotes el formar cábalas e intrigas, declaróse a favor de ella
un Poderoso partido, el cual publicó en las calles de la ciudad que era la única digna de ocupar el
trono de San Pedro.» Y, en efecto~ . después de la muerte del Papa, los cardenales, los diáconos,
el pueblo y el clero, la eligieron unánimemente para gobernar la Iglesia. Juana fué ordenada en
presenda de los comisarios del emperador, en la basílica de San Pedro, por tres obispos; luego,
después que fué revestida con los ornamentos poptificios, se dirigió, acompañada de un inmenso
cortejo, hacia el ilalacio patriarcal, y se sentó en la cátedra apostólica.
Los sacerdotes han disputado mucho tiempo sobre esta importante cuestión: «¿Pué elevada Juana
al santo ministerio por ai-te diabólico o por un plan especial del cielo?> Los unos pretenden «que
la Iglesia debe experimentar un gran dolor y una gran humillación por haberla dirigido una
mujer». Los otros, por el contrario, sostienen «que la elevación de Juana a la Santa Silla, lejos de
ser un escándnlo, debiera glorificarse como un milagro de Dios, el cual permitió a los romanos
que procedieran a su elección para indicar que habían sido guiados por la maravillosa inspi-
ración del Santo Espíritu».
Luego que Juana ocupó la suprema dignidad de la Iglesia, ejerció con tanta sabiduría su cargo,
que admiró a la cristiandad entera. Confirió órdenes sagradas a los prelados, a los sacerdotes y a
‘los diáconos; consagró altares y basílicas; administró los sacramentos a los fieles; dió a besar
sus pies a los arzobispos, a los abades y a los príncipes, y cumplió, en fin, con gran tino, los
deberes de los Papas. Compuso, también, pinchos prefacios para misas y muchos cánones que
fueron prohibidos por sus sucesoreS.
Dirigió con gran habilidad los negocios políticos de la corte ‘romana, y hasta el mismo
emperador Lotario, siendo
662 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REVES HISTORIA DE LOS PArAS
Y LOS REYES 663
ya muy viejo, abrazó, por su consejo, la vida monástica y se retiró a la abadía de Prum, a fin de
dntregarse a la
peilitencia por los crímenes, que había cometido en su larga y agitada ‘existencia. La papisa
concedió a esta abadía y eíi favor del nuevo fraile, el privilegio de una prescí’ipcióu de cien
años, cuya escritura se halla transcrita ‘cii la colucción de Graciano. El Imperio pasó luego a
manos <le Luis II> que recibió la corona de manos de Juana.
Pero esta mujer, que inspiraba tan gran respeto a los soberanos de la tierra; que encadenaba los
pueblos a sus leyes; que ‘era venerada en ‘el inundo entero por la StIpCrioridad de sus luces y la
pureza de su ~ida~ esta mujer no tardó mucho en quebrar el. pedestal de su grandeza y en asustar
a Roma con el espectáculo de una caída horrible.
Las crónicas’ religiosas cuentan que aquel año, que era el de 854, se distinguió por milagrosos,
fenómenos en todos los países de la cristiandad. «La tierra tembló en muchos reinos y una lluvia
de sangre cayó en la ciudad de Bresenén o Brenán.
»En Francia, ‘nubes de monstruosas langostas, armadas con seis alas, seis patas y largos y
acerados dientes, devoraron toda la cosecha de las provincias por donde cruzaron; luego, como
un viento Sur las impulsara hacia el mar, entre El llavre y Caíais, quedaron ahogadas; mas sus
impuros restos, lanzados a la playa, infestaron tanto el aire que ‘engendraron una epidemia en la
que murieron gran número de habitantes.
»En España, el cuerpo de San Vicente, que había sido arrancado de su tumba por un fraile
sacrílego que deseaba venderlo a pedazos, volvió, en cierta noche, desde la ciudad de Valencia
hasta una pequeña aldea cerca de Montalbi~n, y se detuvo en la galeria del templo, exigiendo en
voz alta que se le volviese a meter en su caja rnortuoriia.
aTodas ‘estas señales—añade el piadoso cronista—anunéiaban infaliblemente la abominación
que debía manchar la cátedr~i evangélica.»
Juana, entregada a los más formales estudios, había observado una ejemplar conducta desde la
muerte de su amante. A principios de su pontificado ‘ejerció las virtudes que’ le habían merecido
el respeto y aprecio de todos los romanos; mas luego, ya sea por un impulso irresistible, ya por-
que Ja tiara tiene el derecho de falsear los más bellos caracteres, se abandonó a los goces del
poder y quiso comp~artirlos con, un hombre 4igno de su cariño. Eligió un
amante, sc aseguró de su discreción, le colmó de honores y riquezas, y éste guardó tan bien el
secreto de sus lazos que el favorito de la l)ap’isa únicamente se ha podido descubrir por
conjeturas. Algunos autores pretenden que era camarero y otros aseguran que era capellán y uno
de sus consejeros. El mayor número afirma que era sacerdote cardenal de una iglesia de Roma.
Esto sin embargo, el misterio de sus amores hubiese permanecido oculto en un velo impenetrable
sin la horrible catástrofe que ¿oncluyó sus noches de voluptousidad. La naturaleza se burló de
todas las previsiones de sus amantes: Juana quedó encinta.
Cuéntase que un día, ,mientras presidía el consistorio, un demoníaco fué conducido ante ella con
objeto de ser exorcizado. Hechas lgs ceremonias de costumbre, Juana preguntó al demonio en
cuánto tiempo quería salir del cuerpo del poseído. Al oir esta pregunta, el espíritu de las tinieblas
contestó: «Os lo diré cuando vos, que sois Pontífice y Padre de los Padres, mostréis al clero y al
pueblo de Roma un hijo nacido de una papisa».
Asustada Juana con esta revelación, dió por terminado el consejo y s’e retiró a sm palacio; mas
apenas hubo entrado en sus departamentos, cuandó el diablo se presentó nuevamente ante ‘ella y
le dijo: «Santísimo Padre: Después de vuestro parto seréis mío en cLierpo y alma, y me
apoderaré de vos con objeto dic que ardáis ~ternamente conmigo». Esta horrible amenaza, en vez
de desesperar a la papisa, reanimó su espíritu y dió a su corazón la esperanza de que, con un gran
arrepentimiento, calmaría la cólera divina. Se impuso las más rudas penitencias; cubrió sus
delicados miembros de un grosero cilicio y se acostó en el suelo; por fin, sus remordimientos
fueron tan frecuentes, que Dios, compadecido de sus lágrimas, le envió una visión.
Un ángel se le apareció y le ofreció en nombre de ‘Jesucristo, que para castigar su crimen, o bien
debía ser entregado a las llamas eternas del infierno, o buen debía ser reconocida por mujer ante
todo el pueblo de Roma. Juana aceptó el oprobio y esperó, con valor, el castigo que merecía su
sacrílega conducta.
En la época de las Rogaciones, que corresponde a la fiesta ~ riu al que los romanos llaman
Ambarralia., y que se celebraba con una procesión solemne, la papisa, conforme a la costumbre
establecida, subió a caballo y se dirigió hacia ‘la iglesia de San Pedro, revestida con sus
ornamentos pontificios, precedida de la cruZ y de las banderas sagradas,
L
664 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES
acompañada de los metropolitanos, los obispos, los cardenales, los sacerdotes, los diáconos, los
señores, los magis— trados y de una gran multitud de pueblo, y luego salió con esta pompa de la
catedral con objeto de dirigirse a la basíllica de San Juan de Letrán.
Pero habiendo llegado a una plaza pública, entre la basílica de San Clemente y el anfiteatro de
Domiciano, llamado Coliseo, los dolores del parto le cogieron con tal violencia, que las riendas
se le escaparon de sus manos y cáyá del caballo sobre el suelo. La desgraciada se retorció sobre
el pavimento y lanzó horribles gritos; por fin, logrando destrozar las sagradas vestiduras, en
medio de horribles convulsiones y entre una multitud numerosa, la papisa Juana dió a luz un hijo.
La confusión y ‘el desorden ocasi’onado por esta escandalosa aventura fué tan grande, que no
sólamente no se le prodigó socorro alguno, sino que la rodearon como para ocultarla a todas las
miradas y amenazarla con su venganza.
Juana no pudo soportar el exceso de su humillación y vergúenza, porque acababa de ser vista por
todo un pueblo en aquella situación horrible; reunió sus fuerzas para dar un adiós al sacerdote-
cardenal que la sostenía en sus brazos, y su alma voló al cielo.
Así murió la papisa Juana, en el día de las Rogaciones, en 855, después de haber gobernado la
Iglesia por espacio de más de dos años.
Su hijo fué ahogado por los sacerdotes que rodeaban a madre. Esto sin embargo, los romanos, en
memoria de veneración y respeto que habían profesado a Juana, consintieron en tribútarle los
últimos deberes, pero sin ruido y sin pompa; también colocaron el cuerpo de su hijo en su misma
tumba. Fué enterrada, no en el. recinto de una basílica, sino en el mismo punto donde había
ocurrido este trágico suceso.
Se levantó sobre su tumba una capilla adornada con una estatua de mármol representando a la
papisa, vestida con los hábitos sacerdotales, ciñendo la tiara y sosteniendo un niño entre sus
brazos. El Pontífice Benito III hizo romper esta imagen hacia el fin ‘de su pontificado; mas las
ruinas de esta capilla se veían aún en el siglo quince.
Muchos visionarios se han preocupado gravemente ~n buscar la clase de castigo que Dios
infligió a la papisa después de su muerte: los unos han considerado la ignominia de sus últimos
momentos como una ‘expiación bastante,
que se ajustaba, por otra parte, con la opinión vulgar de que los Papas, cualesquiera que fuesen
sus crímenes, no po<lían ser condenados. Otros, menos indulgentes que los primeros, afirman
que Juana fué condenada eternamente a quedar suspendida en una de las puertas del infierno, y
su amante en el otro lado, sin que jamás pudiesen reunirse.
El clero de Roma, herido en su dignidad y cubierto de confusión por tan extraño suceso,
promulgó un decreto en el cual prohibía a los Pontífices cruzar la plaza pública donde había
ocurrido el escándalo. Así, desde esta época y en el día de las Rogaciones, la procesión que debía
partir de la basílica de San Pedro para dirigirse a la iglesia de San Jitan de Letrán, evitaba este
lugar abominable, situado en la carrera.
Estas precauciones ‘eran bastantes para herir la memoria de la papisa Juana; mas el clero,
queriendo impedir que semejante escándalo se renovases inventó lo que luego se ha llamado la
prueba de la silla horadada.
He aquí en qué consistía: cuando un Pontífice era elegido, se le conducía al palacio de Letrán
para que se le consagrara solemnemente. Se sentaba en una silla de mármol blanco situada bajo
el pórtico de la iglesia, y entre las dos puertas de honor-, esta sflla se llamaba estiercolario,,
porque el Pontífice, al levantarse de esta silla, entonaba el versículo siguiente, el cual está sacado
del salmo ciento trece:
«¡ Dios eleva al pobre de la nada a fin de s’ent arle por encima de los príncipes!»
Después los grandes dignatarios (le la Iglesia tomaban al Papa de la mano y le conducían al
oratorio de San Silvestre, donde había una silla de pórfido, aunque horadada por el fondo, y en la
cual se hacía sentar el Pontífi,ee~ Los primeros historiadores ‘eclesiásticos sólo han hecho men-
ción de una silla de esta naturaleza, mientras que los cronistas de más nota hablan siempre de dos
sullas horadadas, que señalan como de iguales dimensiones, de forma semejante, de en estilo
muy antiguo, sin ornamentos, sin adornos y sin almohadas.
Antes de la consagración, los obispos y los cardenales hacían colocar al Pa.pa sobre esta segunda
silla medio tendido y con las piernas ligeramente separadas; permanecía ‘así expuesto en esta
situación con los hábitos pontificios entreabiertos, a fin de mostrar a los asistentes las pruebas de
su virilidad; por fin, dos diáconos se le acercaban, se aseguraban por medio del tacto que su vista
no se hallaba su-
666 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES II SI iRlA O E LOS [‘A lAS
Y [A is REYES 667
jeta al prestigio de engañosas apariencias, y daban de ello testimonio a los circunstantes gritando
en alta Voz:, Ya tenernos un Papa!» La asamblea contestaba: «Deo gratias». en signo de
reconocimiento y alegría. Entonces los sacerdotes se prosternaban ante el Pontífice, le levantaban
de la silla, le ceñían un cinturón de seda, le besaban los pies y le entronizaban. La ceremonia
concluía con un espléndido festín y di stribueyndo dinero, a los frailes y a las monjas.
Se hace mención de la ceremoni.a de la silla horadada en la consagración de Honório II, en 1061;
en la de Pascual II, en 1099; en la de Urbano VI, elegido en el año 1378. Alejandro VI,
reconocido públicamente en Roma como padre de los cinco hijos habidos de Rosa Vanozza, fué
sometido a la misma prueba; por fin, ésta subsistió hasta el siglo dieciséis: y Craso, maestro de
ceremonias de León X, enumera exactamente en el Diario de París todas las formalidades de la
prueba de las sillas horadadas, a la cual fué sometido el Pontífice.
Después de haber reinado León, cesó de practicarse, ya porque los sacerdotes comprendiesen lo
ridículo d’e tau. inconveniente costumbre, ya porque las luces del siglo no permitiesen un
espectáculo que hería la moral pública. Como las sillas horadadas no fuesen ya necesarias, se las
quitó del lugar donde se hallaban situadas, para colocarlas en la galería del palacio de Letrán que
conduce a la capilla. El Padre Mabillón, en su viaje a Italia, y que escribió en 1685. ‘describe
‘estas dos sillas que examinó con atención y afirma que eran de pórfido y semejantes, por su
forma, a un gran. sillón de enfermo.
L’os ultramontanos, confundidos por los documentos auténticos de la historia, y no pudiendo
negar la existencia de la papisa Juana, miran su pontificado como una vacante de la Santa Silla, y
hacen suceder a León IV el P.~pa’ Benito III, bajo el pretexto de que una mujer no puede llenar
las funciones sacerdotales, ádministrar los sacramentos, ni conferir las óritenes sagradas. Más de
treinta autores eclesiásticos alegan este motivo para no contar a Juana entre el número de Papas;
mas un hecho muy notable ha dado un formal mentís a su opinión. Como a mediados del siglo
xv. la catedral de Sena fuese restaurada por orden del príncipe, se ‘hicieron esculpir en mármol
los bustos de todos los Papas hasta Pío II, que ocupaba, ezitonces, la silla pontificia, y se ‘colocó
en su puesto, entre León IV y Benito III, el retrato de la papisa, con el siguiente rótulo:
1
.Juauí \‘ll 1. 1 >apa heiulwa». Este ini¡)ortahite hciío bastaría para contar a .1 nana como el
centvs¡mooctav() I>í>iilificC que ha gobernado la Iglesia de Ronía. Se ha, pues, probado que el
poflhifiead() de la palisa ‘es ati téiilico, ~v que una mujer orilla> glonosameilte la catcdr~t de
San Pedro.
No ‘faltan neocatólicos que rechazan esta verdad y no quieren a(Imitir la autenticidad de to(las
estas ¡iruebas, bajo el pretexto de que Dios no 1)odía admitir que la Santa Silla, fundada por cl
mIsmo Jesucristo, fuese ocupada por una mujer impúdica.
Mas entol1cl~s nosotros preguntaremos cómo Dios pudo sufrir las profanaciones sacrílegas y las
abominaciones de los obispos de Roma. ¿Por ventura Jesucristo no permitió ‘que la Santa Silla
fuese manchada por Pontífices herejes, apóstatas, incestuosos y asesinos? ¿ Por ventura San Cle-
mente no era arriano; Anastasio, nestoriano; Honorio, monotelita, y Juan XXIII, ateo? ¿Acaso
Silvestre II no decía oue había vendido su alma al demonio para alcanzar la silla pontificia?
El mismo Baronio, cste celoso defensor de la tiara, dice que Bonifacio VI y Esteba~ VII eran
infames bandidos y execrables monstruos que escandalizaron la casa de Dios con sus delitos,
añadiendo que su conducta fué aún mus cruel cíue la de los perscguidores ‘de la Iglesia.
Genebrardo. arzobispo dc Aix, dice que por ‘espacio (le dos siglos la Santa Silla fué ocupada por
Papas de tan mala. conducta, que eran dignos de que se les llamara ‘apostáticos y no apostólicos;
dice que las mujeres gobernaban Italia y que la silla pontificia se consideraba como cosa baladí.
Y, en efecto: las cortesanas Teodora y Marozia, monstruos de lubricidad, disponían, conforme a
sil capricho, del cargo de vicario de Jesucristo; colocaban sobre cl trono de San Pedro sus
bastardos; y las crónicas cuentan sobre estas mujeres hechos tan extraños, tan monstruosos, y ci-
tan tantos escándalos, que no cs posible consignarlos en nuestra historia.
Así, pues, de la misma manera que la clemencia de Dios toleró ‘estas abominaciones sobre la
Santa Silla, ha podido, igualmente, permitir el reinado de la papisa.
Fuera de esto, Juana no es la primera ni la única mujer que ha vestido el hábito de sacerdote;
Santa Tecla, oculta bajo el traje eclesiástico, acompañó a San Pablo en todos sus viajes; una
c.ortesana llamada Margarita se disfrazó de cura y entró ‘en un monasterio de hombres, donde
tomó el
668 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 669
nombre de hermano Pelagiano; Eugenia, hija del célebre Felipo, gobernador de Alejandría bajo
el reinado del cmperador Galiano, dirigía un convento de frailes y no des— cubrió su sexo sino
para disculparse de una acusación de seducción que una doncella había intentado en contra suya.
La crónica de Lombardía, compuesta por un fraile de Monte Casino, cuenta igualmente, por
haberlo visto en un sacerdote que escribía treinta altos después de León IV, la historia de una
mujer que fué patriarca de Constantinopla. «Un príncipe de Benevento, llamado Arechiso —dice
—, tuvo una revelación divina en la que un ángel le advirtió que cl pa— triarca qn-e ocupaba
entonces la silla de Constantinopla era una mujer. Este se apresuró a participarlo al emperador
Basilio, y el falso patriarca, después de haber sido despojado de todos sus vestidos, fué
reconocido por mujer, lanzado vergonzosamente de la Iglesia y encerrado en un convento de
ínonjas.>~
En vista de t,pdos estos hechos, que han sido conservados en las leyendas para edificación de los
fieles-, los sacerdotes debieran confesar que Dios ha permitido el pontificado de la papisa con
objeto de adornarla con toda suerte de bellas ocurrencias.
Fuera de esto, la historia de Juana no es ni mucho menos tan maravillosa como la historia de la
Virgen María. ¿Por ventura la Madre de Cristo no concibió y parió sin dejar de ser virgen, y no
mandó a Dios mismo, puesto que la Escritura nos dice: «Jesucristo se hallaba sujeto a su
madre»’! Si, pu-es, cl Creador de todas las cosas no ha desdeñado obedecer a una mujer, ¿, por
qué sus ministros han de ser más orgullosos que un Dios todopoderoso y rehusar el humillar su
frente ante una papisa?
Por lo demás, hasta el séptimo siglo los fieles habíatí reconocido sacerdotisas; pues las actas dcl
concilio de Calcedonia dicen formalmente que las mujeres pueden recibir las órdenes del
sacerdocio, y ser consagradas solemnemente como los clérigos. San Clemente, sucesor inmediato
de los apóstoles, se extiende en una carta sobre las funciones de las sacerdotisas; dice que éstas
deben celebrar los santos misterios, predicar el Evangelio tanto a los hombres como a las
mujeres, y desnudarías para ungir su cuerpo cii la ceremonia del bautismo.
Attón, obispo ‘de Verceil, cuenta en sus obras que las sacerdotisas en la primitiva Iglesia,
presidían en los templos, y daban instrucciones religiosas y filosóficas; tenían
bajo sus órdenes diaconisas que les servían, como los diáconos respecto a los sacerdotes. San
Atanasio, obispo de Alejandría, y San Cipriano’, se explican más -extensamente en lo que toca a
estas mujeres; se quejan -de que muchas de ellas, evitando su regla, practicaban la coquetería,
buscaban
-los ¡adornos, se pintaban el rostro, no observaban pudor alguno en sus frases, frecuentaban los
baflos públicos, y se echaban al agua mezclándose con los sacerdotes o los jóvenes diáconos.
Así, pu-es, no era un hecho nuevo la elevación de una mujer ial sacerdocio. Muchas otras
mujeres habían sido consagradas sacerdotisas aiites que Juana, habían recibido el don del
Espíritu Santo y ejercido las funciones eclesiásticas. ¿Por qué, pues, los adoradores de la púrpura
romana tratan de poner en duda la exactitud de estos hechos irrecusables e históricos? ¿Por qué
quieren ocultar hasta el recuerdo de la existencia de una mujer célebre? La razón es - muy
sencilla: ¡ la majestad del sacerdocio, la infalibilidad pontificia, las pretensiones de la Santa Silla
a la dominación universal y toda esa baraúnda cíe supersticiones e idolatrías, sobre las que se
encuentra fundada la cátedra de San Pedro, se derrumban ante. una mujer papisa!
¿No es doctora de la Iglesia Santa Teresa? ¿No cal~za mitra la abadesa de -las Huelgas? ¿ No fué
María la primera sacerdotisa portadora del Viático?
Muy frívola discusión es esta.
Mejor sería suponer que muchas mujeres fueron Papas, ya que no consta lo contrario.
BENITO III, 1O8.~ PAPA

MIGUEL III, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL (liLvo,

REY DE FRANCIA

Después de la muerte de la papisa, el clero y el pueblo corrieron en tropel hacia San Juan de
Letrán para hacer una nueva elección, y borrar el escándalo prodtícido por el parto de Juana, con
la elección de un Papa cuya piedad diera a la Santa Silla su majestad y su brillo.
Benito III fué declarado~ por unanimidad de votos, digno de ocupar la cátedra de San Pedro;
luego el clero se dirigió hacia la basílica de San Calixto para buscar al nuevo Papa y conducirle
al palacio de Letrán. A la llegada de los obispos, Benito, que permanecía de rodillas entregado a
SUS oraciones, sé levantó para saludarles; mas no bien tuvo noticia de su nombramiento para
ejercer el supremo cargo de la Iglesia, cuando c~yó de rodillas ante ellos y gritó vertiendo
abundantes lL~grimas: «Os suplico, hermanos míos, que no me saquéis de mi iglesia: mi frente
no podría resistir el peso de la tiara.»
A pesar de sus súplicas, el pueblo le llevó en triunfo al palacio patriarcal, y le subió al trono del
apóstol at ruido de los aplausos generales. Después de esta ceremonia, se promulgó el decreto de
la elección, que fué enviado al emperador Luis II.
En el camino, los embajadores encontraron a Arsenio, prelado de Eugobio, que haciéndoles dejar
el partido de Benito, les hizo entrar en una conspiración que tenía por objeto elegir a Anastasio,
sacerdote ambicioso que anteriormente había sido depuesto d.c sus funciones sacerdotales por
León IV, los legados de la Santa Silla, seducidos por las promesas de Anastasio, volvieron a
Italia anunciando que el ‘monarca no había querido ratificar la ordenación de Benito, y que se
había reservado enviar comisarios encargados de llevarle sus órdenes.
En efecto, los diputados de Luis II llegaron a los Estados de la Iglesia y se detuvieron a cuarenta
millas de Roma, para conferenciar con Anastasio. El Padre Santo, conociendo sus disposiciones
hostiles, les dirigió cartas llenas de su-
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 671

misión para atraerles a su causa, y encargó a los obispos Gregorio y Malón que cuntplieran- su
mensaje. A solicitud de Anastasio, los embajadores franceses hicieron detener a los mandatarios
del Pontífide, sin querer escucharles, y h~s retuvieron prisioneros; el Papa les comisionó a
Adriano y al duque Gregorio, que ~ufrieron un tratamiento muy riguroso. Por fin, los
comisionados de Luis adelantaron con Anastasio más allá de Ponto-Molo, se detuvieron ante la
basílica de San Lucio Mártir, y en nombre de su amo ordenaron al Senado, al clero y a los
ciudadanos que acudiesen ante ellos.
Concluido el servicio divino, los delegados del príncipe se dirigieron hacia la ciudad santa,
protegidos por un ejército numeroso. Anastasio, que guiaba el cortejo, entró desde luego en la
IgI~esia de San Pedro para quemar el cuadro del concilio en el cual su deposición se hallaba
inscrita; en seguida invadió el palacio de Letrán y mandó a sus satélites que arrancasen a Benito
del trono pontificio; l~ (lespojó por sí. mismo de los pontificales ornamentos, le colmó de
injurias, le pegó con su báculo de obispo y le abandonó a dos sacerdotes que habían sido
depuestos por Juana a causa de la enormidad de sus crímenes. Estos, para granjearse el favor del
nuevo amo, ataron con cuerdas al (lesgraciado y le lanzaron del palacio a palos.
Por fin, Anastasio, dueño ya del patriarcal palacio, se declaró Pontífice y subió a la cátedra de
San Pedro en presencia del ¿lero y los soldados. Roma quedó, entonces, sumergida en la
consternación y el espanto; los obispos y los sacerdotes se golpeaban el pecho llorando
amargamente y quedaban prosternados en las gradas de los altares invocando la protección dcl
Sér Supremo. Esparciéronse luego por la ciudad sordos rumores; los ciudadanos sc’ reunieron en
la iglesia Emilianu, y todos juraron rcsistir a la opresión <le los tiranos: los comisarios,
instrui(105 (te esta revolución, hicieron rodear por soldados la basílica (IoIl(Ie tos sacerdotes y
los ciudadanos sc habían reunido; los oficiales subieron hasta el ábside, y adelantando hacia los
obispos que cantaban salmos sagrados, les presentaron la punta dc sus espadas, gritando con
furor: Rendios, miserables! Reconoce(l a Anastasio por soberano Pontífice!» Los prelados
respondieron con firmeza: «¡Herid si os atrevéis a ello; íer~o nunca recibiremos por jefc <le la
Iglesia a un hombí’e depuesto y anatematizado por un Papa y un concilio!»
Esta enérgica respuesta hubo de intimidar a los oficia
672 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 673
les; retiráronse a una capilla y deliberaron acerca del partido que debían tomar en semejantes
circunstancias; la opinión de todos consistió en obrar con violencia: entraron en el santuario con
sus soldados, y dirigiéndose por segunda vez a los obispos, les. amenazaron con que les
asesinarían en el mismo altar si no querían consagrar a Anastasio. Los ciudadanos se lanzaron
entonces contra los oficiales y les arrancaron sus espadas, y observaron a los comisionados del
emperador la injusticia de su conducta, y les propusieron el darles conocimiento de las traiciones
verificadas por el indigno ministro.
Llenos de espanto, los franceses se consultaron ‘entre sí 3 Consintieron en dejar la iglesia.
Entonces los prelados y el pueblo le siguieron hasta la basílica de San Juan de Letrán, gritando:
~<¡ Queremos el bienaventurado Benito!» Los diputados de Luis II cedieron, por fin, a esta
mnanifestación unánime de la voluntad de los romanos, y renunciaron a la esperanza de
consagrar a su protegido; reunieron al clero en una sala del palacio patriarcal, a fin de deliberar
sobre el partido que sic debía tomar en vista de aquellos desórdenes. La discusión fué larga y
tempestuosa; pero los ‘eclesiásticos dieron razones tan. poderosas contra la elección de
Anastasio, que los franceses tuvieron que ceder a su opinión.
Efectivamente: se enviaron guardias al palacio de Letrán, y Anastasio fué vergonzosamente
arrancado de la cátedra pontificia.
En seguida los obispos sc dirigieron procesionalmente a ~a cárcel de Benito III, le colocaron
sobre un caballo, y le condujeron en triunfo a la igelsia de Santa María la Mayor, donde pasaron
tres días y tres noches en el ayuno y la plegaria. Los que habían seguido el partido dic Anastasio,
se dirigieron, igualmente, hacia la basílica, a fin de l)ésar los pies al Papa, y confesar sus faltas.
Benito recibió a unos y otros con bondad, les perdonó y les abrazó: restablecida así la paz de la
Iglesia, el clero condujo a) Pontífice al palacio de Le~-án, y al domingo siguiente fué consagrado
soiemnemcnt.e en la iglesia de San Pedro.

inglaterra

En 856, Ethelwulfo hizo una peregrinación a Roma y colocó sus Estados bajo la protección del
Papa; ofreció a San
Pedro una corona de oro, cuyo peso no bajaba de cuarenta libras; hizo muchos regalos al clero y
al pueblo, y construyó un nuevo edificio para la escuela inglesa que había sido reducida a
cenizas. De vuelta a la Gran Bretaña, el rey devoto mandó celebrar un concilio en Wínchít~ster,
dentro de la basílica de San Pedro, y formuló un decreto para que, en lo sucesivo, la décima parte
de las tierras de sus Estados permaneciera afecta a la Iglesia, y quedara exenta de toda carga; se
restableció el dinero de San Pedro en ~odo el remo; ~ en fin, dejó en su testamento una renta de
trescientos marcos oro, pagaderos todos los años a la Santa Silla.

Oriente

El Padre Santo recibió igualmente a los embajadores de Miguel III, emperador dc Oriente, que
traían en nombre de su señor considerables presentes, destinados a la basílica de San Pedro: el
príncipe griego suplicaba en una carta que el Padre Santo aprobara la sentencia de deposición
que había en contra de Gregorib, obispo de Siracusa en Sicilia, la cual fué confirmada sin
examen por Benito.
Francia

A instancias dc Hincmar, metropolitano dc Reims, el Padre Santo aprobó el concilio que había
celebrado en Soissons, y cuyas decisiones habían sido rechazadas por León IV; cl arzobispo
suplicaba al mismo tiempo al Pontífice que citara, ante su tribunal, al diácono Huberto, hermano
de Tictberga, esposa del rey Lotario, sacerdote infame que habla transformado en lupanar un
convento de religiosas de las que sacaba inmensas rentas, haciendo un tráfico vergonzoso con la
virginidad de las monjas. Le acusaba, igualmente, de sostener relaciones criminales con la reina
su hermana. Como Hinemar se hallaba encargado por Lotario de perseguir ante el tribunal d.c
Roma y reclamar una pena que se hallase en armonía con la enormidad de los crímenes del
diácono, escribió al soberano Pontífice para darle explicaciones muy ‘iletalladas acerca de la
naturaleza
Historia de los iPapas.—To’rno I.—43
674 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA. DE LOS
PAPAS Y LOS REYES 675
de las relaciones incestuosas de la reina Tielberga con su hermano.
Entre otras cosas, el piadoso arzobispo explicaba a Su Santidad que la reina confesaba que desde
su más tierna ~ado1escencia, 1-luberto la había corrompido abusando de ella a la manera de los
habitantes de la antigua Sodoma; que había quedado ‘encinta a consecuencia de este monstruoso
comercio, y que su hermano, para ocultar su falta, habla destruido el fruto de sus amores en el
término de su embarazo. A este objeto, el metropolitano revelaba sus dudas acerca de la
sinceridad de las confesiones de la reina; ~ntraba en una sabia disertación para probar que una
mujer no podía concebir en una fornicación contra naturaleza; citaba los pasajes más obscenos de
los Padres que hablan escrito sobre la materia, para sostener s~i opinión, y combatir a los
casuistas que habían tomado la defensa de los culpables y que pretendían que el diácono y su
hermana se hablan purificado del crimen qu~ se les reprochaba haciendo abluciones. El
metropolitano pasaba revista de los hechos contados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento y
sacaba de ellos la conclusión siguiente: «que era notorio que una mujer no podía concebir por
una operación semejante; que ningún ejemplo autorizaba una suposición de este género y que la
reina, diciendo en sus propias confesiones que se había convertido en madre por las obras de su
hermano, quedaba establecido de una manera irrecusable que el diácono había abusado de su
hermana en todos conceptos, y que el niño que Tietberga había dado a luz era el fruto de sus
incestuosos amore~. Nunca, añadía el docto prelado en su carta al Papa, se ha visto concebir una
mujer sin haber tenido un comercio Intimo con un hombre, si se exceptúa la Santa Virgen, que,
única entre las mujeres, ha gozado de este privilegio y que por un permiso especial de Dios se
convirtió en madre <vulva non adaperta>, conservando la membrana del himen, como la posee
toda doncella que no h~ sido corrompida>. Notando, en fin, la inconveniencia de semejantes
disertaciones bajo la pluma de un hombre de su carácter, el metropolitano concluía su carta
suplicando al Padre Santo que le perdonase las descripciones en las cuales se había visto en la
precisión de entrar. Advierte que no ha tenido intención de recordar los misterios de la virginidad
de las doncellas o los secretos de las mujeres a los que los conocían, ni de correr su velo ante los
ojos de
aquellos que lo ignoraban, sino que tan sólo había querido hacer luz sobre la acusación del
hermano de Tietberga, citando la opinión de los Padres de la Iglesia y los textos dc las santas
Escrituras.
Huberto recibió la orden de comparecer en Roma antes de que expirase el plazo de treinta días, a
fin de justificar-se de las acusaciones lanzadas en contra suya, bajo la pena de sufrir las censuras
eclesiásticas si faltaba a este llamamiento; pero Benito III murió en 10 de marzo del año 858,
después de la convocación del sínodo.
NICOLAS 1, 109.Q PAPA

MIGUEL III, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO


REY DE FRANCIA

Nicolás era romano de nacimiento e hijo de un pobre médico; el Papa Sergio II le había recogido
en el palacio patriarcal y le había nombrado subdiácono. Benito III concibió, a su vez, un cariño
tan vivo por el joven sacerdote, que utilizó sus servicios nombrándole su secretario Intimo, y le
encargó los negocios más secretos de la Iglesia. Después de la muerte de su protector, Nicolás le
tributé los últimos deberes, le enterró con sus propias manos, y, asistido dc muchos diáconos, le
llevó con filial y religioso cariño hasta el lugar en que se levantaba su tumba.
La Santa Silla permaneció vacante un mes entero, porque los ¶romanos se velan obligados a
esperar la llegada del emperador Luis para nombrar un Pontífice. No bien el príncipe hubo
entrado en la ciudad santa, cuando el clero, los grandes y el pueblo, se reunieron para proceder a
la elección; y como Nicolás reuniese la mayoría de los votos, fué declarado soberano Pontífice,
conducido al palacio de Letrán y se procedió a su consagración en presencia del emperador.
Esta ceremonia hubo de oelebrarse con una magnificencia extraordinaria, y el Padre Santo
mostró en aquella ocasión más impudencia y orgullo que el que sus antecesores habían mostrado.
El fué quien ordenó que el advenimiento de los Papas fuese celebrado con una entronización
magnífica; y para dejar a la posteridad un ejemplo de su audacia y de la debilidad del emperador,
exigió que Luis se dirigiera a pile a su encuentro, que sostuviera las riendas de su caballo, y que
le condujera así, desde la basílica de San Pedro hasta el palacio de Letrán. Por fin, aquel monarca
imbécil, antes de despedirse del Papa encorvé la frente hasta el polvo y besó sus sandalias.
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 677

La Eucaristía

En aquella época Ratramna o Bertram, sacerdote y monje de Corbia, hombre profundamente


instruido en las santas Escrituras, escribió, a ruego de Carlos el Calvo, un tratado acerca del
cuerpo y la sangre de Cristo. Entonces las disputas teológicas sobre la Eucaristía dividían al clero
de Francia; y el rey, queriendo poner límite a estos desórdenes, había confiado el cuidado de
resolver estas cuestiones al hombre que juzgaba como el más instruido de su reino. El monje de
Corbia combatía ‘el dogma de la transubstanciación, sosteniendo que en el sacramento del altar
el cuerpo de Jesusucristo se hallaba presente bajo las especies del pan y del vino, y que los fieles
le recibían en la comunión espiritualmente, y no materialmente.
Esta doctrina, que se alejaba de los principios enseñados por la Iglesia, excitó la cólera de los
fanáticos, los cuales sostenían que Jesucristo ,~no s~ólo se hallaba presente en el sacramento del
altar, sino que participaba de Ñ naturaleza del pan y del vino, y como ‘estas substanciás se
sujetan a la ley de la digestión, y pasan a los excrementos, se dió a sus sectarios el nombre de
estercoranistas.
Focio

Mientras que en Francia se disputaba sobre la presencia real de Dios en el sacramento del altar,
la Iglesia de Constantinopla se hallaba escandalizada por los desórdenes de sus ?iefes. San
Ignacio había sido lanzado de su silla a causa de su fanatismo y orgullo, y el emperador había
elevado a la dignidad de patriarca al célebre Focio, que era un simple laico.
Como los sacerdotes murmurasen de la irregularidad de su elección, se propuso hacerla ratificar
por el Padre Santo, y envió embajadores para presentar su justificación en Roma. En su carta a
Nicolás. el patriarca daba cuenta de su elevación a la silla de Constantinopla.
Miguel III dirigía al mismo tiempo al Pontífice cartas confidenciales y le hacía ofreoer por sus
embajadores sumas considerables para la confirmación de Focio. Nicolás recibió con grandes
consideraciones a los enviados del príncipe y del patriarca, y aceptó los presentes; pero usando
678 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

gran cordura evitó decidir el negocio de Ignacio, y prometió envia,~- legad~ a Constantinopí&
Estos debían reunir un concilio en la ciudad imperial el cual se debió ocupar del Cui]Lo de las
imágenes e informar jurídicamente sobre
causa de Focio; pero sin que decidieran nada toda vez qjie había de recibir instrucciones de
Roma.
Cuando los diputados del Papa hubieron llegado a Constantinopla se les encerró en un palacio
por orden del prínCipe, se les rodeó de toda clase de seduccíone~ se les hicieron magníficos
presentes, y, en fin, en medio de fiestas y de orgías, se les arrancó la pr<1>mesa de que se
conformarfa~ con las órdenes del emperador
Reunió entonces un condujo en Constantinopla, y en la iglesia dic los Apóstoles trescientos
dieciocho obispos, los legado5 del Papa, los magistrados y un grau número d~e ciudadanos
formaban la asamblea que se bailaba Presidida
HISTORIA DE LOS PApAg Y LOS REYES
679
por Miguel III. Envióse a buscar a Ignacio por Él preboste Blanco, que abordó al obispo
diciendo: «Ignacio: el grande y santo concilio os llama; venid a defenderos de los crímenes de
que estáis acusado». El patriarca respondió: «¿He de presentarme ante la asamblea en calidad de
obispo, de sacerdote o de fraile?» El preboste guardó silencio, e Ignacio no quiso seguirle.
Al dia siguiente el mismo oficial se presentó dc nuevo y dijo al prelado: «Los enviados de la
antigua Roma os ordenan que comparezcáis ante el concilio sin pérdida de tiempo y declaréis, en
su presencia, lo que vuestra conciencia os dicte».
San Ignacio se revistió en seguida con sus hábitos patriarcales y se dirigió, a pie, ante el concilio,
seguido de gran número de obispos, de sacerdotes, de monjes y de laicos; pero en el camino el
patricio Juan le detuvo en nombre del emperador y le ordenó, bajo pena de la ~‘ida, que dejara
sus ornamentos sacerdotales y que volviese a tomar el sayal ‘de monje. Compareció entonces
ante el concilio con hábito de fraile~ y dirigiéndose a los legados del Papa les pidió sus
credenciales y las instrucciones escritas por el Pontífice. Estos contestaron que venían para fallar
su causa y que no habían traído credenciales ‘en razón a que no era considerado como patriarca
desde que su deposición había sido decretada por el concilio de su provincia.
Ignacio replicó a los legados: «Puesto que venís en xiombre del sucesor del apóstol Pedro para
decidir, según los cánones, mi causa, debéis, antes de proceder a mi justificación, lanzar de mi
Iglesia al eunuco Focio; y si vos no tenéis este poder, no os declaréis nuestros jueces, porque os
recusaríamos. »
Focio, temiendo nna sedición en Constantinopla, le hizo devolver la libertad, y ¿1 patriarca
excomulgado se re-tiró al palacio de Posa, antigua residencia de su madre. En esta tranquila
morada fué donde San Ignacio escribió una memoria que envió al Papa. Nicolás; su queja fué
llevada secretamente a Italia.
Por su parte, los legados habían vuelto a Roma con León, embajador del príncipe, y traían al
Padre Santo ricos presentes, las cartas del emperador, las del nuevo patriarca, y dos volúmenes
enteros que contenían las actas del concilio en el cual se había depuesto a Ignacio.
La carta de Focio es un documento histórico tanto más notable, cuanto que encierra la
explicación de los dogmas
NJCOLÁS 1
680
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
que debían separar eternamente las J¿glesias griega y latina (1).

(i> <Nada es tan precioso como la candad, que reconcilía las personas más alejadas; y yo
atribuyo a esta virtud la deferencia que he manifestado por Vuestros consejos, sufriendo los
reproches que Vueatra Santidad me ha dirigido, y atribuyéndolos no a malas pasiones, sino a un
celo excesivo. Así, conformándomo con los preceptos del Evangelio, que recomiendan la igual.
dad entre todos lo, hombres, os envío la defensa de mi conducta, a fin de mostraras que vos
debéis compadecerme en vez de censurarme.
sCuando subí a la silla patriarcai, cedí únicamente a la fuerza; y Dios, que todo lo ve, conoce las
violencias que he sufrido; él sabe que se me ha detenido entre los muros de una cárcel a
semejanza de un criminal; que los guardias me han amenazado con sus armas, y que me ha sido
imposible resistir a la Voluntad del príncipe y del pueblo Yo quería conservar la paz y la dicha
que disfrutaba en medio de los sabios que roe ayudaban en al estudio de la filosofía, y he tenido
que dejar, a posar mío, esta feliz y tranquila existencia.
sYo conocía, antes de haberla sentido, la tristeza que ocasionan los cuida.., dos de las altas
funciones sacerdotales; sabia que un obispo debe continuamente r~primirse ante los hombres y
disfrazar tanto los sentimientos de su alma como los de su rostro; sabía que debe, a un mismo
tiempo reprimís-. los sentimnientos de liberta~j que agit:sn los pueblos, y dominar, por el temor,
a los cmS peradores que los mandan
‘Con mis amigos, yo no necesito cubrir mi rostro con una falsa máscara; ~, o podía a su lado
manifestar mi alegría o mi tristeza, y podía mostrarme ante ellos tal como Dios me hizo. Pero
hoy día las grandezas eclesiásticas me condenan a la hipocresía,, a la mentira y hasta algunas
veces a ejercer crueldades. ¡ Qué es lo que no he tenido que sufrir para oponerme a la sirnonfa~s
a los escándalos y a las exacciones de los curas 1
aYo preveía todas las de~gracías que me sucederían anos de ocupar el e.pzscopado. y ‘este temor
me obligaba a renunciarle; pero se me condené a s>erder mi cuerpo y mi alma, nadie se
compadeció de mi, y se rehusó orees-en la sinceridad de mi oposición Así, no me acuséis de una
falta’ de que ~so soy autor, sino la víctima; y si los cánones que prohiben elevar un laico 21
patriarcado han sido violados en mi elección, que la falta caiga sobre los verdaderos culpables
sEl emperador me ha amenazado con su autoridad y yo he tenido que pbedecer su voluntad
soberana; después de haber re,is ¡do con va~or, yo acepté, con resignación, para evitar un motín
e hice a mi patria el sacrificio~ de mi libertad
sEn fin, actualmente yo soy patriarca porque Dios así lo ha querido; declaro, pues, a Vuestra
Beatitud, que yo delencjeré los derechos de mi Sede; y,:
en nombre de todo el clero de Constantinopla, rechazo los pretendidos cánones que alegáis en
contra de mi elección. Nuestros Padres, en todas las époc~, han ordenado obispos que salían del
estado laico, y no por esto han faltadb a las santas reglas de la Iglesia de Oriente.
sQue cada uno de nosotros guarde religiosamente las costumbres de st.. antepasados En Roma,
vuestros sacerdotes no contraen uniones legitimas y mantienen péblicamente gran numero de
concubinas; en Cons:aninopía permitimos, por el coníraris, a los sacerdotes, que elijan una
esposa y que vivan con dla santamente en los lazos del matrimonio. Lo que hace a los hombres
dignos del episcopado no es el hálsíts> que llevan ~¡i el tiempo que se ha pasado en la hipocresía
de los seminarios, sino las luces del espiri¡u y la pureza de las costumbres No digo esto para mi
propia defensa, toda vez que
HíSTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
681
Las cartas del emperador y de Pocio, así como las acLas del concilio de Constantinopla,
confirmaron al Pontífice la traición de sus legados. Profundamente irritttdo por

conOzco mi ignorancia e impureza; digo esto únicatrtente para recordar a Vuestra Beatitud los
ejemplos de Tarasio, mi tío, de Nicéforo, de San Ambrosio. la gloria de nuestras comarcas, que
ha compuesto sublimes obras sobre la religión de Cristo.
sVos no habéis condenado a San Nectario y San .Xmbrosio. cusca ordenación habla sido
confirmada por un concilio ecuíssénico; sin embargo, estos dos personajes eran laicos antes de su
elección, y ni siqu~era habian sido hauti~ados cuando uno y Otro fueron elevados a la dignidad
episcopal. No hablaré de Gregorio Nacianceno, padre de la teología, ni de los numerosos
obisp~se que la Iglesia honra y que el clero romano nunca ha recísacado por haber. sido elegidos
como lo fuimos nosotros, siguiendo la ¿ostumbre obscrvada vn Oriente
sPero a fin de satisfacer la petición de Vuestra Santidad, y para establecer, en lo posible, la
concordia entre vnestra silla y la nuestra, b~ prohibido en pleno concilio que en lo sucesivo
ningún laico o fraile fuese ordenado obispo sin haber pasado por todas las órdenes y grados
eclesiásticos. Nosotrís. nos hallaremos siempre dispuestos a destruir los motivos de división
entre las dos Iglesias; pero no podemos censurar contra nosotros mismos la formo por la cual se
nos ha declarado patriarca, lo que equivaldría a inferirt una, grave injuria a los Padres que nos
han elegido.
»íOjalá que la Iglesia de Constantinopla huisieta observado siempre los usos de la Iglesia latina 1
¡Yo hubiese evitado los disgustos de que soy víctima, toda vez que me hallo rodeado de impíos
que ofenden a Crista en sus imágenes, o que reniegan de sus dos naturalezas y blasfeman conra
cl cuarto concilio!
sNosotros hemos excomulgado a estos culpables sacerdotes cts el sínodo, al cual vos asististeis
por medio de vuestros legados; s hasta itubidrímos SCguido las instrucciones que nos disteis, si
el emperador no sc hubiese opuesto a ello Tambifn por sus órdenes no quisimos rest~blecer
vuestra jurisdicción en las Iglesias de Iliria y de Siracusa; en esta gras-e cues’tón se tratÓ de los
límites de los territorios que concernían al gobierno íempo:al, y no obstante mi voluntad de seros
útil, no pude alcan,rar ninguna .one~i6ts por parte del príncipe.
sEn lo que a mi toca, yo quisiera devolver a San Pedro todo lo que le pertenece y hasta cederle
una parte de las antiguas dependencias de la Sede que dirijo; pues yo tendría un gusto en que se
aligerase mí carga. Estoy lejos de rehusar los derechos que pertenecen a otro obispo y sobre todo
a un Padre cual %.‘Os, que los reclamáis por boca de vuestros legados, cuya prudencia, luces y
dulzura son semejantes a los de los discípulos de Cristo.
sNos lisonjeamos de que Vuestra Beatitud será instruida por ellos de todos los sucesos que
ocurrieron en nuestra elección. Les liemos recibido con los honores que merecían unos
embajadores enviados por vos, y a los que que-. riamos probar todo el celo que Vuestra Santidad
nos inspira; os suplicami~ que obréis de igual manera con respecto a nosotros y que acojáis
favorablemente nuestros legados.
sTenemos, un placer en que los fieles se apresuren a besar vuestras plantas; pero os advertimos
que este celo alienta los adulterios, los ‘nce~tos, los robos, los homicidios, y que los crímenes
son mucho más numero~os desde que los culpables pueden evitar el castigo haciendo una
peregrInación a la ciudad santa.,
682 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
su infidelidad, reunió a los obispos de la Iglesia romana, y en presencia de León, embajador de
Miguel III, declaró que los enviados de la Santa Sede no habían recibido instrucciones para
aprobar la deposición de Ignacio o la elección de Focio; y que ‘en virtud de la autoridad que
había recibido de San Pedro, desaprobaba todo lo que se había hecho en nombre suyo en esta
asamblea, y que no consentiría en ratificar lo prometido por sus legados. León dejó en seguida la
ciudad santa y fué a llevar esta respuesta a la corte del emperador; entonces la Iglesia griega
resolvió separarse eternamente de ,la Iglesia latina.

Escándalos

Algunos meses después de esta ruptura, Roma quedó escandalizada por una ‘nueva acusación de
incesto intentada contra el diácono Huberto, el cual había sido sorprendido de noche en el
dormitorio de la reina Tíetber a su hermana, y esposa del rey Lotario. Huberto había ya merecido
las censuras eclesiásticas bajo el pontificado de Benito III; pero la súbita muerte del Pontífice
había impedido la confirmación de la sentencia. En esta última circunstancia, la misma reina
había confesado su crimen y había sido, encerrada en un convento para aguardar la sentencia que
los obispos del reino debían pronunciar en contra suya. La princesa, temiendo la venganza de
Lotario, se escapó de este retiro y huyó, con su hermano Huberto, a los Estados del rey Carlos el
Calvo, del cual había sido querida; luego esta impúdica mujer se atrevió a mandar legados al
Pontífice para quejarse de la sentencia que había sido dada en ~ontra suya por los obispos
franceses.
Por su parte, Lotario, temiendo que la reina sublevase en contra suya ~la cólera del Papa, se
apresuró a enviar a Roma a Teutgaudo, metropolitano de Tréveris, y Haltón, jefe del clero de
Verdún, con credenciales de todos los obispos de su reino que afirmaban no haber pronunciado
aún sentencia alguna contra Tietberga, y sí únicamente le habían impuesto una penitencia
después de la confesión pública que habla hecho de su crimen. Rogaban al mismo tiempo al
Pontífice que no se dejara sorprender por las astucias de esta mujer incestuosa y de su
abominable hermano, y que leyeran atentamente las dos cartas que los
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
688
príncipes Lotario, y Luis, su tío, le dirigían por sus comisionados.
Los dos reyes se quejaban igualmente de Carlos el Calvo y suplicaron al Pontífice que fuese a las
Galias a ejemplo ‘dc sus antecesores, para mantener la fe de los tratados y amenazar al
prevaricador, con las censuras de la Iglesia. Nicolás se hallaba ya bajo la influencia de Tietberga,
cuya belleza o regalos habían seducido a todos los prelados de la corte de Roma; a este lefiecto
reunió un sínodo; pero la reina fué declarada ijiocente, y el rey de Lorena fué condenado a
¡admitir su mujer bajo pena de excomunión.

Duelo entre el Papa y una condesa

En aquel mismo a~lo el Papa convocó un nuevo concilio a fin de ocuparse de una acusación de
adulterio intentado contra la. hermosa Ingeltruda, hija del conde Matfrid y esposa del conde
Bosón de Lombardía, al cual había robado sus tesoros antes de huir con su amante. El desgra-
ciado esposo había perdonado a esta mujer culpable, y empleaba todas las vías ~de la dulzura
para que volviera a su lado; pero viendo que sus buenos oficios eran rechazados, dirigióse al
Padre Santo y le rogó que usara de todo su influjo ~ara que esta mujer criminal recobrara el
sentimiento de sus deberes.
Nicolás, cediend.o a las súplicas de Bosón, reunió en Milán un concilio, donde Ingelti-uda fué
citada, y en caso de no comparecer dentro un plazo determinado, se la debía excomulgar. Y, en
efecto: como la condesa no quisiera comparecer ante el sínodo, fué condenada por el Papa como
adúltera y separada de la comunión de los fieles.
Pero el anatema no produjo mejor resultado que las exhortaciones: cuando se le presentó el
decreto del Pontífioe, lo echó al fuego riendo, y dijo a los enviados: «Si vuestro Papa Nicolás
quiere reunir concilios para hacer fieles a las mujeres e impedir los adulterios, perderá su tiempo
y su latín de un modo triste; obrará mucho mejor reformando las abominables costumbres de su
clero y extirpando la sodomía en su propia casa.>
Furioso el Padre Santo por los sarcasmos de Ingeltruda, escribió a los obispos de Lorena para
reprender su negligencia y obligarles a que arrojaran a esta mujer maldita; declarando que, si no
quería unirse a su marido, debían
684
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
excomulgaría por segunda vez y lanzarla de su diócesis bajo pena de ser ellos mismos
anatematizados y depuestos Dirigió al mismo tiempo una caita al rey Carlos él Calvo%
suplicándole que obligara a su sobrino Lotario a echar esta criminal mujer, y emplear las armas
sí no quería obedecer las órdenes de la Santa Sede. Las amenazas y los rayos eclesiásticos se
estrellaron ante la tenacidad de Ingeltruda; la bella adúltera se retiró cerca del obispo de Colonia
con el cual ‘sostuvo públicamente culpables relaciones.

Rávena

En esta misma época un negocio de mucha más iniportancia, preocupaba entonces a Roma. Juan,
metropolitano de Rávena, prelado de noble firmeza, quiso restablecer la independencia de su
silla, y reemplazó a todos los sacerdotes que eran hechuras del pontífice,~ con jóvenes
eclesiásticos fieles a su persona.
Nicolás le citó por tres veces anta el concilio que había convocado para juzgarlo; pero como el
arzobispo no acudiese a la cita, el Padre Santo le declaró excomulgado y depuesto. Juan reclamó
ante el empérador, y obtuvo, que unos embajadores franceses le acompañarían a Roma para que
justificara su conducta. La protección del débil monarca fué inútil; el Papa corrompió con
magníficos presentes a los enviados de Luis II, que le abandonaron el metropolitano de Rávena;
y el desgraciado arzobispo, viéndose a merced de su enemigo, consintió en renovar el acta de
sumisión dc su diócesis; prestó juramento de fidelidad y de obediencia sobre la cruz, y al día
siguiente se dirigió a la iglesia de Letrán, donde se justificó por medio de juramento de los
crímenes que se le habían atribuido.
El Padre Santo le recibió en seguida en su comunión, le permitió celebrar la misa, y al día
siguiente le hizo sentar en el concilio donde Nicolás formuló un decreto en esta forma:
«Ordenamos al ~arzobispo Juan que venga todos los años a Roma para renovar el juramento de
obediencia que nos ha hecho, y le prohibimos ordenar, sin autorización de nuestra Silla, a los
obispos de Emilia y los sufragáneos (le flávena; le prohibimos igualmente pedir nada a los clé-
rigos que sea contrario a los cánones o a los privilegios de nuestra Silla, y tomar posesión de los
bienes de los
T
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
685
clérigos y los laicos a menos que se le adjudiquen jurídicamente por la autoridad de nuestra
Iglesia.»
Juan alcanzó en seguida licencia para volver a Rávena.
Mas deseando el Pontífice vengarse del emperador que había protegido al metropolitano, fingió
que en una revelación había recibido de Dios la orden de llamar a Carlos el Calvo al Imperio en
vez de llamar a Luis II, y obligó al rey de Francia a que quitara el cetro a su hermano, pro-
metiéndole que él mismo santificaría esta ~surpación. Este negocio no tuvo consecuencias
inmediatas; pero en las actas levantadas en la coronación del monarca francés y publicadas por
Pithón, se dice que el Papa Juan VIII, sucesor de Nicolás, había apoyado su. decreto en razón a
que Dios mismo había designado como sucesor a Carlos el Calvo en unn visión que el Tapa
Nicolás había tenido.

El rey pide mujer

La separación de Tietberga y de Lotario no había aún concluido y promovía un gran escándalo


así en el Estado como en 1a Iglesia; para que cesase, el príncipe envió a Roma dos señores de su
corte encargados de entregar al Pontifice las actas de un concilio en el que los obispos de Lorena
habían autorizado al monarca para repudiar a su criminal esposa y para contraer una nueva unión
con Waldrada. La estupidez de los príncipes era, en aquella época, tan grande, que no se atrevían
a emprender nada sin haber recibido autorización de Roma. En su consecuenc~a, el monarca
suplicaba al Pontífice que nombrase legados que resolvieran en este ~grave asunto con los
obispos de su reino.
Nicolás respondió que enviaría sus legados para ordenar la convocación de un sínodo, pero que
entretanto prohibía a los clérigos y a los laicos, fuese cual fuese su rango, el tomar, hasta esta
época, ninguna decisión en favor de Waldrada contra la reina. Algunos meses después co-
misionó, para la corle de Lorena, a Rodoaldo, obispo de Porto, el mismo eclesiástico que había
sido su legado en Constantinopla, y a Juan., prelado de Cervia, en la Romarda. Escribió,
igualmente, al príncipe Luis el Germánico y a los dos reyes, tío y sobrino de Lotario, para que
enviasen cada uno dos obispos de sus reinos a fin de ser re~pre4-

686 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA. DE LOS


PAPAS Y LOS REYES f~7

sentados en el concilio que debía examinar la causa de la traviesa Tietberga.


Observamos en la política del Padre Santo una contradicción tanto más sorprendente, cuanto se
declaraba protector de una reina incestuosa, en el mismo instante en que excomulgaba a la mujer
adúltera de Bosón. Por lo demás, la corte de Roma gozaba en la cristiandad de una fama tan
simoníaca, que se decía en público que gracias al dinero se alcanzaba siempre la protección de
los Papas. La siguiente aventura da nueva fuerza a la fama de avaro que tan justamente había
conquistado el trono pontificio.

Otro ¡fo regio

Un conde de Flandes llamado Balduino, enamqrado de la hermosura de Judit, hija de Carlos el


Calvo, había tenido ia~ audacia de robar esta princesa en Senlis y había huido con ella a sus
Estados. Muy pronto se enviaron tropas en contra de los fugitivos; pero como el conde las liii-.
biese derrotado, pudo desafiar impunemente al rey de los franceses. Carlos, doblemente irritado
tanto por la vergúenza ‘de ~u derrota como por el rapto de su hija, acudió entonces al Papa, que
anatematizó a Balduino. El terror que inspriaban los rayos~ de la Iglesia obligó al raptor, que no
había temido las armas de un poderoso monarca, a someterse inmediatamente a las órdenes de
Nicolás. Dingióse a Roma con su joven mujer para implorar la protección de San Pedro, y
habiendo tenido gran cuidado en traer consigo mucho dinero y magníficos presentes de oro y
plata, fué recibido en presencia del Pontífice, se arrojó a sus pies y le juró la más completa
sumisión y una fidelidad a toda prueba. Nicolás, dejándose enternecer por la riqueza de los
presentes, retiró los anatemas que habí a lanzado contra Balduino, le declaró hijo de la Iglesia y
escribió a Carlos el Calvo mandando perdonarle.
El padre Santo., al mismo tiempo que defendía la causa de la joven pareja, empleaba también las
adulaciones y amenazas; decía al emperador que Judit habla dado al raptor toda su ternura y que
una separación haría de !a princesa la m~s infeliz de las mujeres; le hacía ver los desór~ denes
que produciría un rigor inflexible, sí impulsaba a la desesperación un seflor poderoso que quizá
reuniría su ejército al dic los normandos e invadiría Francia. Nico-
lás dirigía, al mismo tiempo, una conmovedora carta a la reina Ermentruda, madre de Judit; y, en
fin, gracias a sus exhortaciones, logró reconciliar a las dos familias.
El concilio convocado en Metz para juzgar el asunto del rey Lotario no se reunió en la época
seflalada; el príncipe, temiendo una condenación, quería ganar tiempo con objeto de enviar su
causa a~ los enviados de la Santa Sede; y, en efecto, los ricos presentes y algunas sumas de
dinero cambiaron totalmente las disposiciones del legado Rodoaldo, que se portó en Francia
como se habla portado en Constantinopla. Los amigos de la reina ~e apresuraron a noticiar a
Nioolás esta traición, y el Pontífice, herido en su orgullo por la cúlpable condescendencia de su
legado, convocó luego a los obispos de las provincias vecinas para juzgar al traidor Rodoaldo y
nombrar otro embajador.

Oriente

El concilio que había sido convocado por el Padre Santo se reunió en el ‘oratorio del pala~cio de
Letrán; dióse lectura de las actas del sínodo de Constantinopla y de las cartas del emperador
Miguel; después se trajo a presencia de los obispos italianos al prelado Zacarías, el antiguo
legado que había sido mandado a Constantinopla. Este fué convencido de ~biaber cometido
delitos de prevaricación y ~i.mon1~a, y confesó también que habla consentido en ‘la deposicic~n
de Ignacio y había comulgado con Focio, no obstante las órdenes del PQntífice. El concilio
pronunció coi~tra él la sentencia de deposición y excomunión.

¡Las mujeres!

Por lo que toca a Rodoaldo, abrió tranquilamente el sínodo dc Metz en nombre del Papa; a él no
se convocó a ningimo de los prelados de Germania o de la Neustria y todos los obispos qúe
asistieron al mismo pertenecían al reino de Lotario. Los Padres adoptaron resoluciones
favorables al monarca: los enviados ~d’e la Santa Sede, conquistados por las liberalidades del
príncipe, no quisieron obedecer las instrucciones que habían recibido de Nicolás, y declararon
que como Lotario había repudiado a Tietberga para ejecutar l~
1
688
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
sentencia formulada por los jefes del clero de sus Estados, quedaba plenamente justificado en su
conducta:
Las actas del concilio fueron llevadas al Padre Santo por Gonthier, metropolitano de Colonia, y
por Teutgaudo, arzobispo de Trév~erís; estos prelados se hallaban encargados de hacerlas
aprobar por el clero de Roma, apoyándose en el crédito que merecían los legados Juan y
Bodoaldo. Mas el Pontífice, que conocía ya la prevaricación de sus embajadores, convocó una
nueva asamblea de obispos para juzgar a Rodoaldo. Este, aguijoneado por los reproches de su
conciencia, y temiendo un castigo tan horrible como el que se había impuesto a Zacarías, su
antiguo colega, huyó de la ciudad durante la noche y hasta abandonó los tesoros que habia traido
de Francia. Llevado por un resto de pudor, el Pontífice aplazó su sentencia y no quiso formular
una condena sin oir la defensa de su antiguo favorito.
Luego que Teutgaudo y Goitbier hubieron presentado a Nicolás las actas de los concilios de
Metz y de Aix-la-Chapelle, las hizo leer públicamente y preguntó a los metropolitanos franceses
si querían sostenerlas en presencia dic los obispos de Italia. Estos respondieron que habiendo
subscrito estas decisiones, jamás las negarían; el Pontífice guardó silencio, mas ‘algunos días
después dió orden para que se llevasen los enviados de Lotario al concilio que se hallaba reunido
en el palacio de Letrán y rasgó, en su presencia, los decretos del sínodo de Metz, al cual llamaba
una reunión de bandidos. Declaró que los prelados franceses se hallaban despojados del carácter
episcopal por haber juzgado muy mal la causa de Lotario y de sus dos mujeres Waldrada y
Tietberga, y por haber despreciado las órdenes de la Santa Sede relativamente a la sentencia
pronunciada contra Ingeltruda, esposa del conde Bosóit Por la tercera vez Ingeltruda fué
declarada infame y adúltera, y el Padre Santo lanzó contra ella un anatema horrible; prometía no
obstante a la culpable el perdón de sus crímenes, si consentía en dirigirse a Roma ~para pedir la
absolución de sus escándalos.
En fin, Nicolás amenazó con la excomunión a los que no obedecieron sus decretos; depuso del
episcopado a Ha-gamón, obispo de Bérgamo, que había redactado las actas del concilio de Metz,
así como ~ Juan, metropolitano de Rávena, que, no obstante sus promesas, quería hacerse in-
dependiente y conspiraba abiertamente contra la autoridad de la Santa Sede.
t

*
HISTORIA. DE LOS PAPAS Y LOS REYES
689
Teutgaudo y Gonthier no se dejaron intimidar por el Pontífice: despidieron a ?Nicolás en pleno
concilio, rechazaron sus anátemas e injurias, y para contener su audacia y su orgullo, anunciaron
q-u.e se dirigían inmediatamente al emperador Luis para que castigase al Papa, el cual había
insultado a los embajadores del rey Lotario.

Franc¡a.—Répl¡cas al Papa

En efecto, tuis se indignó tanto por la arrogancia del Padre Santo, que resolvió vengarse: el
principe reunió tropas y se dirigió hacia Roma acompañado de los metropolitanos que quería
restablecer en sus sillas.
El metropolitano de Colonia, el más firme defensor de las libertades de la Iglesia galicaná, envió
entonces a los obispos del reino de Lotario un carta escrita en su nombre y en el del primado de
Bélgica. Se expresaba en ‘cstos términos:
«Os suplicamos, hermanos mios, que roguéis al cielo por nosotros, sin coum~eros pdr los malos
rumores que los sacerdote:, romanos podrán esparcir en contra nuestra. Porque el señor Nicolás,
a quien se llama Papa, y que se llama a si mismo el apóstol de todos lós apóstoles y ‘el
emperador de todas las naciones, ha querido condenarnos; pero, a Dios gracias, hemos resistido
su audacia.
>~Visitad con frecuencia a nuestro rey; decidl’e que desempeí~aremos fielmente la misión que
nos ha sido confiada, animadlc. con vuestros discursos y vuestras cartas; conciliadie todos los
amigos que podáis y guardad fielmente la fe que debemos a nuestro soberano, sin que os dejéis
influir por un Papa sacrílego. »
Gonthier dirigía esta otra carta al Pontífice. He aquí las frases con que la transcribe el historiador
Lesueur:
«Pontífice: Nos has tratado, a nosotras y a nuestros hermanos, contra el derecho de gentes, contra
los decretos de la Iglesia y has sobrepujado en tu conducta a tus más orgullosos antecesores. Tu
concilio se hallaba compuesto de frailes simoníacos, escandalosos e infames cual:tú; yen su
presencia has osado formular contra nosotros una sentencia injusta, temeraria y opuesta a la
religión de la cual pretende.s ser jefe con gran escándalo del mundo.
>~Jesucristo ha enriquecido la Iglesia; él le ha dado una
Historia de los Papas.—Torno 1.—44
690 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

diadema imperecedera y un cetro eterno; le ha concedido la facultad de consagrar a los santos, de


colocarlos en el cielo y hacerles inmortales. Pero tú, como un ladrón codicioso, te has apoderado
de todos los tesoros de las basílicas y hasta has robado el mismo altar de Cristo; tú has hecho
degollar a los cristianos; tú arrancas del cielo a los valientes y a los buenos, para precipitaríes en
los abismos; tú cubres con miel la hoja de tu espada y no perniltes que los muertos vuelvan a la
vida.
»Sacerdotie inicuo y cruel, no tienes más que los ornamentos de un pontífice y el nombre de
pastor; pues bajo tus vestiduras sagradas percibimos al sanguinario lobo que degíiel1~a las
oviejas.
»Débil tirano, llevas el nombre de servidor de los servidores y empleas la traición, el oro y el
hierro para ser el señor de los señores; pero según la doctrina de Los apóstoles, tú eres e~. más
infame de los ministros de Dios; así tu desenfrenada ambición te lanzará en el abismo don-. de
querías precipitar a tus hermanos. ¿ Piensas, pues, tú que has sido engendrado por el hombre, que
te encuentras por encima del hombre, y que el crimen será santificado porque tu mano lo haya
cometido? No, inmundo basilisco; tú te has convertido para los cristianos en la venenosa
serpiente que adoraban los judíos; tú eres el perro al cual su rabia impulsa a devorar a sus
semejantes.
»Nosotros no tememos ni tu Veneno ni tus ¡nordeduras; hemos resuelto con nuestros hermanos
rasgar tus sacrílegos decretos, tus impías bulas, y dejaremos que continúen mugiendo tus
impotentes truenos; tú te atreves a acusar de impiedad a los que por amor a la fe no quieren
someterse a tus sacrílegas leyes. Tú, que lanzas la discordia entre los cristianos; tú, que violas la
paz del Evangelio, esa señal eterna que imprimió Cristo sobre la frente de su Iglesia; tú, Pontifice
execrable, que escupes e?l libro de tu Dios, tu te atreves a 1 lamamos impíos! ¡ Cómo, piles,
llamarás al clero que inciensa tu poder, a esos sacerdotes indignos, vomitados del infierno y cuya
frente es de cera, el corazón de metal y los otros miembros formados con él cieno de Sodoma y
de Gomorra! Esos ministros lienen las necesarias condiciones para arrastras-se por bajo de tu
abominable orgullo, en esa Roma, horrible Babilonia 11 ilC tu llamas ciudad santa, eterna e
infalible! Esa cohorte de sacerdotes manchados de adulterios, incestos, violaciones y asesinatos,
es muy digna de formar tu maldita corte;
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
691
pues Roma es la morada de los demonios y tú eres su Liicifer... !»
Gonthier, Juan de Rávena y gran número de obispos, en nombre de los cuales se escribió esta
carta, mandaron copias de la misma a todas las ciudades de Italia, de Francia, de Inglaterra y de
España, y hasta llegó a Constantino-pía, donde Nicolás era odiado por el pueblo, los grandes y el
clero; esta circunstancia fortaleció a los griegos en su deseo dc continuar separados de la Iglesia
latina.

Procesión truncada
Sabiendo Nicolás que Luis II se dirigía a Roma a la cabeza de su ejército para hecer justicia a los
obispos depuestos, mandó a un joven general y ordenó procesiones en todas las calles para
despertar el fanatismo de los romanos e impulsarles a la revuelta; pero los ciudadanos,
contenidos por él temor, no se atrevieron a amotinarse contra su soberano. Entonces ‘el Papa,
doblegándose a la necesidad ordenó rogativas públicas a fin de que Dios confundiese a los
arzobispos enemigos y que inspirase al príncipe sentimientos favorables para la corte de Roma.
A su llegada a la ciudad, Luis se estableció con su ejército cerca de la basílica de San Pedro; y en
el momento en que el clero y el pueblo se dirigían al templo en forma de procesión, los soldados
se precipitaron sobre la fanática muchedumbre que emprendió inmediatamente la fuga; las cruces
quedaron rotas y las banderas destrozadas; en medio del tumulto, una cruz admirable, que había
sido ofrecida a San Pedro por Santa Elena, y que, según se dice, contenía madera de la verdadera
cruz, fué lanzada en el cieno y pisoteada por un oficial.
Nicolás, durante esta colisión1 se había ocultado en las cu vas del palacio de Letrán; pero Como
temiera ser descubierto, durante la noche, siguiendo el Tíber, se dirigió a la iglesia de San Pedro,
‘donde, por espacio de dos días, permaneció oculto en las tumbas de los apóstoles. Sus afiliados
obraban en la sombra, y el veneno no debía tardar mucho en vengar al Pontífice; al tercer día el
oficial que habla roto la cruz de Santa Elena había muerto súbitamente. El mismo emperador fué
atacado por una violenta fiebre que sumergió en una sombría consternación a todos los que le
rodeaban, y particularmente a la emperatriz.
4
692 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES
El clero romano dijo que estas desgracias eran enviadas por Dios para castigar a los culpables
que ultrajaban a su Iglesia: el pueblo, siempre ignorante y supersticioso, gritó que aquello era un
milagro, y la misma emperatriz, guiada por el temor, visitó secretamente al Papa y le suplicó que
fuese cerca del lecho de Luis para que Dio’; le devolviera su salu&
Después de haber tomado las necesarias precauciones para su seguridad, Nicolás se presentó al
emperador y tuvo con él una larga conferencia. Este príncipe, debilitado por los sufrimientos de
su enfermedad, asustado por las amenazas del Padre Santo, cedió a las instancias de su mujer y
accedió a todas las peticiones del Papa. Nicolás volvió triunfante al palacio patriarcal y ordenó a
los obispos de Francia que dejasen inmediatamente a Roma, bajo pena de ser condenados al
suplicio de los malhechores y de perder los ojos y la lengua.

Tumulto

Gontbier, desesperado ante el cobarde abandono de Luis, envió a su hermano Hilduino para
entregar al Papa una enérgica protesta contra las infames violencias de que le hacía víctima la
Santa Sede. Nicolás no quiso recibir al joven Hilduino; entonces éste se dirigió .~rmado y
seguido de sus soldados a la basílica de San Pedro; como los centinelas que guardaban esta
iglesia le privasen la entrada, les rechazó a golpes y hasta hubo de matar algunos: depositó luego
la protesta de Gonthier sébre el sepulcro de San Pedro, y salió de la iglesia espada en mano.
Durante esta escena de tumulto y de matanza, los soldados del emperador forzaban los
monasterios, mataban a los sacerdotes y violaban las religiosas sobre las gradas del altar.
Luis no tardó mucho en restablecerse, y dejó a Roma con los metropolitanos que le habían
acompañado a esta ciudad; Gontbier y Teutgaudo volvieron a Francia.
A su llegada a la metrópoli de su silla, el arzobispo de Colonia, despreciando los anatemas del
Papa, cumplió todos los deberes del episcopado. Pero Teutgaudo, sucumbiendo a un terror
supersticioso, se abstuvo de ejercer ninguna función sacerdotal. El mismo Lotario se sometió
también a las órdenes de la corte de lloma y se declaró contra Gonthier; rehusó oir la misa
celebrada por su metropolitano, comul
gar con él y le depuso. del arzobispado de Colonia para darlo a Hugo, su primo hermano. Así es
que él santo prelado exclamaba con toda la amargura de su alma: ~«¡ Loco es el hombre que
cuenta con la amistad de los reyes, por grandes que sean los servicios que se les hayan prestado!»

El triunfo del Papa

Lleno de despecho contra el príncipe, Gonthi’er quiso vengarse; envió uno de sus diáconos a la
ciudad santa para tratar con el Pontífice y hacer excomulgar al ingrato monarca que~
recompensaba su celo con una débil perfidia. Pero, temiendo el mal éxito de esta empresa, quiso
defender su causa por sí mismo; se llevó el dinero que aun quedaba en la iglesia de Colonia y se
dirigió hacia Roma; Lotario, sabiendo sus proyectos y conociendo la marcha de Gonthier, envió
en seguida a Italia al obispo Batoldo para asegurar al Padre Santo que se conformaría con sus
decisiones, ofreciéndole que iría también en persona a Roma para justificarse ante la tumba del
apóstol. Con sus cartas iba una acta de sumisión de los obispos dc Lorena.

Imperialismo pontificio

Nicolás les respondió en estos términos:


«Afirmáis que estáis sometido a vuestro soberano para obedecer e~tas palabras del apóstol
Pedro, que ha dicho:
«Tú serás el súbdito del príncipe, porque se encuentra por en»cima de todos los mortales». Mas
parecéis olvidar que nosotros tenemos derecho para juzgar a toldos los hombres, como vicarios
de Cristo. Así, antes de obedecer a los reyea, nos debéis obediencia; y si nosotros declaramos
que un monarca es culpable, vos debéis rechazarlo de vuestra comuilión, hasta el día en que
nosotros le perdonemos.
»No sólo tenemos el poder de ligar y desligar, de absolver a Nerón o de condenarle, sino que los
cristianos no pueden, bajo pena de excomunión, ejecutar otro fallo que el nuestro, el cual es
infalible. Los pueblos no son los jueces dc sus p.tíncipes; deben obedecer, sin murmurar, las más
inicuas órdenes; deben encorvar su frente ante los castigos que les infligen los reyes, toda vez
que un soberano puede violar las leyes fundamentales del Estado
694
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
y apoderarse de las riquezas de los ciudadanos, ya sea por medio de impuestos, ya por medio de
confiscaciones; ~puede también, disponer de su existencia, sin que. uno solo de sus súbditos
tenga el derecho de hacerle observación ~alguna. Pero si nosotros declaramos sacrílego y hereje
a un monarca; si nosotros le lanzamos de la Iglesia, los clerigos y los laicos, cualquiera que sea
su rango, están relevados de sus juramentos de fidelidad y deben sublevarse contra su autoridad
misma...»
Tal era la execrable política adoptada por el Pontíficc Nicolás.

¡Dale con las mujeres!

Arsenio, obispo de Orta, fué encargado de llevar las cartas del Papa a Lotario. El Pontífice le
amenazaba, si no repudiaba inmediatamente a la princesa W.aldrada, con reunir un concilio
~para pronunciar contra él la sentencia de excomunión. Nicolás, al mismo tiempo, escribía a
Carlos el Calvo para excitarle contra el rey de Lorena: «Decís, señor, que obligáis a Lotario a
someterse a nuestras decisiones y que os ha respondido que iba a dírigirse a Roma a fin de oir
nuestro juicio sobre nuestro patrimonio. ¿Pero no sabéis que él mismo nos ha informado de este
deseo por medio de sus embajadores, y que nosotros le hablamos prohibido presentarse ante vos,
en ‘el ‘estado de pecado en que se halla? Nosotros hemos aguardado ya mucho tiempo su
conversión aplazando hasta hoy el abrumarle con vuestro anatema para evitar las guerras y la
efusión de sangre. Esto sin embargo, si tuviésemos más paciencia seríamos criminales y en su
consecuencia os ordenamos, en nombre de la religión, que entrés ‘en sus Estados, inc’endiéis sus
ciudades y matéis sus habitantes, a los cuales hacemos responsables de la resistencia de su
príncipe maldito. »
El legado llegó a Francfort en ‘el mes de febrero del alio 865, y fué recibido con grandes honores
por el rey Luis; luego se dirigió a Gondreville, cerca de Lotario, y convocó a los obispos del
reino. Arsenio declaró al monarca en pleno concilio, que debía elegir ‘entre la reina Tietberga y
la excomunión del Papa. Por debilidad y superstición, el rey de Lorena prometió reconcilíarse
con su esposa; Tietberga fué entonces llamada a la corte, y doce condes jura-
¡
1
F
HISTORIA. DE LOS PAPAS Y LOS REYES
695
ron, en nombre de su soberano, que la miraba como la reina legítima.
Waldrada fué lanzada del reino y condenada a dirigirse a Roma para alcanzar del Pontífice la
absolución de sus faltas. En seguida el legado publico una carta-excomunión contra la adúltera
mujer de Bosón, y se hizo poner en posesión de la tierra de Vandeuvre que el emperador Luis el
Benigno había en otro tiempo dado a la Iglesia romana y de la que el conde Guy se había
apoderado en la última guerra.
Arsenio partió, en fin, para Italia, acompañado de Waldrada; en ci camino se fe reunió la condesa
Ingeltr¡idia~, que iba a echarse a sus pies y pedirle la absolución. El legado no pudo resistir los
encantos de la hermosa excomulgada: consintió en recqnciliarla con la IKlesia y la absolución
fué dada a la esposa adúltera en una audiencia secreta; la joven hizo, también, la promesa de
reunirse a Arsenio en Ausburgo y de acompañarle a Italia; pero, bajo el pretexto de que deseaba
ir a casa de unos parientes con objeto de recoger su equipaje y sus caballos, a fin de continuar su
viaje, abandonó al legado y volvió a Francia para juntar-se a uno de sus amantes en la corte de
Carlos el Calvo. Furioso por haber sido víctima de esta mujer astuta, el sacerdote desahogó su
rabia ‘en cartas dirigidas a los prelados de las Galias y de la Germania, diciéndoles, en nombre
del Papa, que no recibiesen a aquella adúltera en sus diócesis y no tuviesen en cuenta la
absolución que había alcanzado por artes criminales. Por su parte Waldrada imitó el ejem-pío de
la hermosa Ingeltruda; fingió sentir una violenta pasión por Arsenio, le arrancó un decreto de
absolución, y partió en aquella misma noche al punto donde debía cumplir una promesa que le
había hecho en premio de su complacencia. Tal fué el éxito alcanzado p6r la embajada del Padre
Santo.

R~pIica de Oriente. — Entre fanfarrones

Nicolás se dispuso luego a enviar legados a Oriente; pero en el instante en que partían, Miguel,
protospatario del emperador, hacía su entrada en Italia, encargado de entregar al Pontífice una
carta de su señor, en la que este príncipe amenazaba castigar a la Santa Sede si inmediatamente
no revocaba los anatemas lanzados contra Focio.
696 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 697
Tan hostiles disposiciones cambiaron las ideas del Padre Santo; resolvió, entonces, no enviar la
legación a Constantinopla, y dió únicamente al oficial Miguel una contestación que decía lo
siguiente:
«Sabed, príncipe, que los vicarios de Jesucristo están por encima de los juicios de los mortales, y
que los más poderosos monarcas no tienen derecho a castigar los crímenes de los Papas por
enormes que sean. Fijaos tan sólo en los esfuerzos que hace el Pontífice para corregir la Iglesia,
sin inquietarse de sus acciones toda vez que por criminales y escandalosas que sean las órdenes
de los Pontífices, debéis obedecerías, porque están sentados en la cátedra de San Pedro; y acaso
el mismo Jesucristo, al condenar los excesos de los escribas y los fariseos, ¿ no ordenó
obedecerles porque eran los intérpretes de la ley mosaica?
«Siendo herejes los jefes del Imperio, debíamos rechazarles ‘de >puestra comunión y
perseguirles con nuestros anatemas así en la tierra como en el cielo; a fin de procurar la
concordia entre los cristianos, debíamos emplear el socorro de las naciones extranjeras con
objeto de echar por tierra el odioso poder de los monarcas de Oriente. Esta conducta que llamáis
infame, era la única digna de la Santa Sede.
«Consideráis la lengua latina como lengua bárbara porque no llegáis a entenderla; y, sin
embargo, tenéis la pretensión de haceros llamar emperador de los romanos, y de ser el heredero
de los antiguos césares, y el jefe supremo de la Iglesia.
»Cesad, pues, de elevaros contra nuestros dercchos, y obedeced nuestras órdenes, o bien
elevaremos, a nuestra vez, nuestro poder contra ‘el vuestro, y diremos a las naciones: «¡Pueblos,
cesad de encorvar la cabeza ante seño«res orgullosos; destronad a esos impíos soberanos, esos
«reyes sacrílegos que se han arrogado el derecho de mandar a los hombres y quitar la libertad a
sus hermanos!»
«Temed nuestra cólera y los rayos dc nuestra venganza, pues Jesucristo nos ha elegido jueces
absolutos de todos los hombres, y los mismos reyes se encuentran somctidos a la autoridad
nuestra. El poder de la Iglesia fué consagrado antes de vuestro reinado, y subsistirá después de
vos. No esperéis que nos asustéis con vuestras amenazas de arruinar nuestras ciudades y nuestros
campos: vuestras armas serán impotentes, y vuestras tropas huirán ante el ejército de nuestros
aliados.
¡
1.
»¡ Emperador cobarde y fanfarrón! Antes de emprender
la conquista de Italia, arrojad a los infieles que han asolado
a Sicilia y a Grecia, y que han quemado los barrios de
Constantinopla, vuestra capital misma. No amenacéis, pues,
a los cristianos que os llaman hereje, si no queréis imitar
a los judios, que libertaron a Barrabás y condenaron a
muerte a Jesucristo.»

¿Y las mujeres?

Nicolás pronunció una nueva sentencia de excomunión contra Waldrada, que había vuelto a la
corte de Lotario; la acusó, también, de haber querido envenenar a la reina Tietberga, y ordenó a
todos los prelados de Francia y de Germania que publicaran ‘en sus ‘diócesis el anatema pro-
nunciado contra ella, y que la echasen de sus Iglesias.
Avencio, obispo de Metz, escribió también a Roma para justificar a Lotario; he ahí cómo termina
su carta:
«Después de la marcha de vuestro legado, el rey no ha sostenido relaciones criminales con
Waldrada; lejos de esto, le ha manit~estado que obedeciera vuestras órdenes si no quería verse
encerrada en un convento. El rey trata a ‘Tielberga con bondad; asiste con ella a los divinos ofi-
cios, divide con ella su mesa y su lecho. y la conde~ceYdencia del rey por la princesa ha llegado
hasta el punto de permitir que su hermano, el diácono Huberto, fuese ]]amado a la corte. En fin,
en todas las conversaciones que yo he celebrado con el príncipe, no he descubierto más que una
perfecta sumisión a vuestra autoridad y consejos.»
Esta carta del prelado’ de Metz no contenía sino mentiras; pues Tielberga, constantemente
maltratada por Lotario, se vió Qbligada a dirigirse a Roma para exigir, por sí misma, la
disolución de su matrimonio.

Bulgaria

En aquel mismo alio, Bogoris, príncipe búlgaro, nuevamente convertido a la fe cristiaua, envió a
su hijo y algunos señores a Italia para ofrecer ricos presei~t~s a San Pedro. Los diputados del
monarca debían al mismo tiempo consultar al Papa sobre cuestiones religiosas, y pedirle obispos
y sacerdotes. Esta embajada de búlgaros ocasionó gran
698
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
alegría al Papa, que veía cómo su autoridad se extendía a nuevos pueblos.
Consagración del homicidio

Obedeciendo sus órdenes, dos obispos dejaron Italia para dirigirse al punto donde se hallaba
Borgoris y llevarle ~su respuesta. La e~pístola del I~apa contiene ciento seis ar[ículo’s sacados
de las leyes romanas y de la Instituta de Justiniano. Nicolás profesa en esFe escrito una moral
muy extraña: «Nos participáis—dice al rey búlgaro—que habéis mandado bautizar vuestros
sYibditos sin su consentimiento y que os habéis expuesto a una revolución tan violenta que
habéis arriesgado vuestra vida. Yo os glorifico por haber sostenido vuestra autoridad haciendo
matar estas ovejas descarriadas que no querían entrar en el redil; y no sólo 110 habéis pecado
mostrando tan saludable rigor, sino que os felicito por haber abierto el reino de los cielos a los
pueblos sometidos a vuestro dominio. Un rey no debe vacilar en disponer las matanzas cuando
por este medio retiene en la obediencia a sus sÚbditos, o le somete a la fe de Cristo; y Dios, por
estos homIcidios, le recompensará en este mundo y en el otro.> (1>.

(í) Hc aquí, también, algunas de las caritativas instrucciones dirigidas por Nicolás al rey ~
lo~ búlgaro¶: «Si no htbéis p«cado mat’andb a vuestros súbditos en nombre de Jesucristo, os
habéis ¡hecho eulpa4ble de un ~norme crimen persiguiendo a un griego que se llamaba sacerdote,
y que había bautizado en vuestro reino a un gran número de infieles. Verdad es que este hombre
no era eclesiéstico, y que Isabéis castigado su audacia condenándole a que se le cortase la nariz y
las orejas, y a que fume lanzado de vuestros Estados después de haber sufrido este suplicio; pero
vuestro celo en esta ocasión no ha sido muy ilustrado; pues este hombre hacía un’ gran bien
predicando la moral de Jesucristo y administrando el bautismo. Así, yo declaro que los que han
recibido de él este sacramesvo en nombre de la Santa Trinidad, están canónicamente bautizados;
pues la excelencia de los sacramentos no depende de la virtud de los ministros de la religión
cristiana. Habéis, pues, gravemente pecado mutilando a esie griego, y os sujetaréis a una
penitencia severa, a menos que nos ~iiviéia una cantidad dq dinero para rescatar vuearra falta..»
«El uso que ha establecido Roma para los msrimonios, ordena que el contrato entre los dos
eeposos se celebrará después de los esponsales; en seguida se hacen sus ofrendas a la Iglesia por
manos del sacerdote, y reciben la bendición m~pcia] y el velo para las virgenes que se casan por
voz pfimera; en fin, se les coloca en la cabeza coronas de flores que son conservadas en la
basílica. Todas estas ceremonias no son esencial~ para la validez del macri¡nonio y la
consagración de las leyes seculares es lo único que rigurosamente se exige.
‘e

a
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
699
Nicolás ~>izo partir con los embajadores búlgaros, tres legados que habían de dirigirse a
Constantinopla. Les entregó cartas para Miguel III y los obispos griegos.

El atentado personal
En la carta dirigida al emperador, el Pontífice se expresa en estos términos:
- «Declaráis que, sin embargo de nuestros anatemas, Focio conservará la silla de
Constantinopla y la comunión de la Iglesia de Oriente, y que con nuestras violencias no haremos
más que agravar la condición de Ignacio, patriarca depuesto. Pensamos, al contrario, que los
cristianos de vuestro Imperio no olvidarán los cánones de Nicea, que prohiben el reunirse con los
excomulgados, y esperamos que un miembro separado del cuerpo de los fieles no vivirá muchos
años. Hemos cumplido nuestro deber, y nuestros actos no deben ser censurados por vos; el juicio
sólo pertenece a Dios: y como el Espíritu Santo haya hablado por nuestra boca, aquellos que él
ha condenado, quedarán condenados para siempre. Acordaos, pues, de que Simón el Mago fué
abatido por San Pedro; Acacio de Constantinopla por el Papa Félix; y Antimo por el Pontífice
Agapito, no obstante la voluntad de los príncipes.
sEn el año anterior, recibimos un escrito lleno de injurias y blasfemias; el que le ha compuesto en
vuestro nombre parece que ha mojado su pluma en el veneno de una víbora, para ultrajar vuestra
dignidad más cruelmente; os exhortamos a que hagáis quemar ~úblicameiite este mf ame libelo,
a fin de que justifiquéis no haberlo subscrito. De otra manera, ‘sabed que lo anatematizaremos en
pleno concilio, que le haremos fijar en un poste sobre el pavimento de nuestro palacio y que le
entregaremos a las llamas ante

sEt que tiene dos mujeres debe guardar la. prins~ra, repudiar la segunkla, y hacer penitencia por
el pasado. La gente casada debe observar tan sólo la continencia en los días de fiesta y los
domingos; cuando una madre cría a su hijo, puede entrar en la iglesia después de su
alumbramiento; pero debe ser lanzada de ella si le confía a una nodriza mercenaria.
sAntes de declarar la guerra a vuestros enemigos, debéis asistir al sacrificio de la misa y hacer
ricas ofrendas a las iglesias; y os ordeno que toméis por ensefla militar la santa cruz de
Jesucristo, en vez de la cola dd caballo que os sirve de estandarte. Os prohibimos, igualmente,
que forméis ~ssinguna aliaraa con los infieles; y en lo sucesivo, al celebrar los tratados, haréis
jurar sobre el Evangelio y no sobre la espada>
700 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 701
los peregrinos de todas las naciones que visitan la tumba! (le San Pedro.»
Después de haber terminado su misión en Bulgaria, los legados se dirigieron hacia
Constantinopla; mas al poner el pie en el territorio griego, fueron ‘detenidos por soldados y
conducidos por una buena escolta, sin haber podido camunícarse con nadie. Miguel tuvo
conocimiento de sus cartas, y se puso furioso; ordenó a uno de sus oficiales que les abofeteara, y
les arrojó de su presencia. Estos volvieron en seguida a Bulgaria, donde habían sido recibidos
con gran pompa; Pablo y Formoso convirtieron y bautizaron gran ñúmero de búlgaros; y el rey,
llevado por sus predicaciones, hizo expulsar de su reino a ‘los misioneros de ‘otros países.
Bogoris envió también una segunda embajada a Ro-ma para pedir al Pontífice que el obispo
Formoso obtuviese el título de metropolitano de los búlgaros.

Réplica de Focio

El éxito de esta empres.a era una débil compensación para el Padre Santo, que había conservado
la esperanza de sublevar todo el “Oriente contra el emperador; pues Focio, instruido de los
progresos que hacía el clero latino en Bulgaria, y sabiendo que los legados del Papa habían man-
(lado arrojar en el cieno la santa crisma que había sido consagrada por él, resolvió vengarse de
sus. ‘enemigos. Reunio un concilio ecuménico que fué presidido por los emperadores Miguel y
Basilio, y al cual asistieron los legados’ de las tres sillas patriarcales de Oriente, el Senado y un
gran número dc obispos, de abad’es y de frailes; Nicolás, acusa(lo ante los T»adres de crÍmenes
y asesinatos, fué depuesto (leí pontificado y anatematizado; se pronunció, igualmente, una
sentcncia de excomunión contra todos los que eomunicaran con él.
Focio, que dirigía las sesiones del concilio, dcs’eó conquistar al emperador Luis y le hizo
declarar soberano de Italia, con el titulo de Basileo, y le hizo llevar las actas del concilio por
embajadores que debían ofrecer magníficos presentes a la princesa Ingelberga, su esposa. En sus
cartas los Padres suplicaban al príncipe que hiciese echar de Roma al infame Nicolás, al cual
llamaban sacrílego, simoniaco, homicida y sodomita.
EL ‘patriarca cuvió en seguida a los l)relados orientales ‘una circular enérgica contra Roma, que
terminaba:
«Hemos recibido de Italia una carta ‘sinodal llena d~ quejas contra el Papa; los prelados de esta
comarca nos suplican que no les abandonemos a la tiranía de cste hombre impuro. Se nos ha
implorado por los obispos Basilio y Zozimo, y por el venerable Metrofano, para venir en socorro
de la Iglesia; pero desde hace unos meses las quejas de los clérigos y de los laicos de Occidente
se han hecho más enérgicas y más frecuentes que nunca; todos nos suplican que echemos del
trono pontificio al Satanás que ciñe la tiara.»
Mientras que el Padre Santo era excomulgado én Constantinopla, ‘el obispo de Sens y ‘el prelado
de Viena se dirigieron a Roma para entregar a Nicolás las cartas de Tietberga, que declaraba
renunciar espontáneamente a la dignidad real, y consentir en una separación con Lotario para
terminar sus días en un santo retiro: reconocía que su matrinionio con el rey de Lorena debía ser
declaráido nulo por causa de esterilidad, y que Waldrada ‘era la esposa legítima del príncipe.
Nicolás contestó a la reina en esta forma:
«Lo que nos decís de W¡aldrada no puede ser útil a esta criminal mujer; aunque vos no
existierais, Waldrada no sería tampoco esposa ‘de Lotario, porque nuestra voluntad así lo exige.
Os prohibimos que vengáis a Roma, no sólo por la poca seguridad de los caminos, sino también
porque sería criminal abandonar el regio lecho a la adúltera. Vuestra ‘esterilidad no proviene de
vos, sino de la injusticia del piíncip’e, que desdeña llenar con vos sus deberes de ‘esposo~
vuestra unión no puede ser rota por una falta de que él solo es culpable.
»Así, no intentéis una separación que no autorizaremos nunca, sean cuales. fueren los indignos
tratamientos que os haga sufrir el rey de Lorena; fuera de esto vale más recibir la muerte de
manos de otro que condenar nuestra alma; es preferible sufrir un glorioso martirio en obsequio a
la verdad, antes que vivir en la mentira. Nosotros no recibimos una confesión que es arrancada
por la violencia; de otro modo los esposos obligarían a sus mujeres con malos tratamientos a
declarar que su unión no es legítima, o
q
ue han cometido un crimen capital que exige su repudio.
¡ e
»Esperamos que Lotario no se abandonará jamás a tales excesos, toda vez que se
expondría a perder su corona aten 702 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 703
tando a los días de una reina que se halla colocada bajo la protección de la Santa Sede; si el rey,
vuestro esposo,
exige que os volváis a Roma, es necesario que os mande acompañar por Waldrada, al objeto de
que sufra el castigo de sus faltas. Vos dais por motivo de esta separación vuestro ardiente deseo
por conservar 1a pureza del cuerpo; pero ~xosotros queremos que recibáis los abrazos de vuestro
esposo, a menos que Lotario haga voto de continencia y se retire a un convento.»
Nicolás en seguida escribió a los metropolitanos de Francia y de Germania: «Vosotros, hermanos
míos, sois culpables por no obligar al rey de Lorena a mostrar más condescendencia con vuestra
voluntad; y aquel de entre vosotros que no muestre un verdadero celo para ejecutar nuéstras ó~-
denes relativamente a Tietberga, será considerado como protector del adulterio y separado de
nuestra comunión.»

Júpiter tonante

Advencio de Metz se apresuró a manifestar al prelado de


Verdún las disposiciones del Pontífice con la siguiente carla:
«El Papa acaba de dirigirme una tremenda bula acer~a de la resolución que ha tomado contra el
rey nuestro seflor. Si en la víspera de la fiesta de la Purificación, Lotark~ no deja a W.aldrada,
nos ordena que le prohibamos la entrada en la iglesia. Como nos hemos visto obligados a
obedecer esta resolución, bajo pena de ser depuestos, esto nos causa una mortal inquietud; así,
pues, os suplicamos que habléis con el rey y le manifestéis el riesgo que le amenaza.
«Creemos que el mejor parlido que pudiera tomarse, consiste en hacer un viaje de dos días antes
de la Purificación, a Floriquin, con tres obispos, para confesar sus pecados con toda contrición y
prometer una enmienda; podía jurar, también, que se sometía a la voluntad del Papa en presencia
de sus fieles servidores, y podríamos admitirle en la basílica de San Arnoldo, donde asistiría a
una misa solemne. Si obra de este modo pondrá en grave riesgo su corona y atraerá, sobre-
nuestras cabezas, las maldiciones de Roma. »
En efecto, los partidarios de Lotario temían con razón que sus tíos se prevaliesen de una
excomunión dirigida contra él para apoderarse de sus Estados; y Nicolás, que conacía la
ambición de la familia de los Carlovingios, conte
4
nia a los príncipes de esta raza con la amenaza de los anatemas. El Pontífice había dirigido a los
prelados del reino de Carlos el Calvo la sentencia que había dado contra el rey de Lorena, y un
libelo que había compuesto contra el patriarca de Constantinopla.

En Oriente

Mientras que el Papa enviaba el libelo a Francia, graves sucesos cambiaban los destinos de
Constantinopla. Basilio, fatigado por las sabias amonestaciones de Miguel, que había sacado a
este monstruo de las filas de sus guardias para elevarse al Imperio, había mandado asesinar a su
protector con objeto de quedar único dueflo del Estado.
Este horrible crimen había excitado la justa indignación de Focio, y como en el día de cierta
fiesta solemne, Basilio se presentase ‘en la catedral para reéibir la comunión, el patriarca,
indignado, le rechazó de la santa mesa diciendo: «¡Sal -de la casa de Dios, usurpador infame, que
tienes las manos manchadas con la sai~gre de tu bienhechor!» Irritado por la audacia del prelado,
Basilio hizo coger al venerable Focio, le depuso de su silla y llamó a Ignacio a Constantinopla.
Mas, con objeto de dar más brillo al restablecimiento del antiguo patriarca, escribió a Nicolás, el
implacable enemigo de Focio, con objeto de pedirle autorización para convocar un concilio
generat que se ocupara del asunto.
En la misma época, Luis el Germánico y todos los obispos del ‘reino instaban al Pontífice para
que restableciese a Teutgaudo y a Conthier sobre sus sillas. Nicolás exigió que los culjpalbles,
para alzar la excomunión pronunciada en contra suya1 pagasen considerables sumas e hiciesen
confesión de los pretendidos crímenes que habían cometido contra la Santa Sede. Estos
orgullosos prelados respondieron que consentían en comprar la conciencia del Papa con el oro,
pero no con su jnfamia, y que rehusaban ganar un arzobispado si con ello debían perder su hónra.
Como con esta noble respuesta, i.as Iglesias de Trével’is y de Colonia se encontraran sin
pastores, el Papa escribió al rey Luis para que le presentara eclesiásticos dignos de ocupar estas
importantes sillas; su carta termniaba en quejas contra Lotario. «Vuestro sobrino—escribía el
Papa—me ha hecho decir que se dirigiría a la tumba del~ apóstol sin la

701 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

autorización correspondientc. Que no tr~íta de ejecutar su l)royecto, porque nosotros le haríamos


cerrar las puertas de nuestra ciudad, a fin de que no fueise manchada por la presencia de un
excomulgado. Antes dc venir a Roma es neoesario que sc humille, que implore nuestro perdón, y
queremos que cumpla nuestras órdenes, no cori proínesas, sino con acciones.»
Pero lo que no dejaba dormir al Papa eran las dichosas Tielberga y Waldrada, dc quienes se
estaha enainoraudo rabiosamente.
«Verdad es—decía—que Tietberga ha sido llamada a la corte, mas ha sido para que viese reinar
a su rival; ¿y de qué sirve a esta princesa el vano titulo de reinar si no goza de su autoridad? ¿ No
es Waldrada, la concubina real, que desafía nuestros anatemas, que reina con Lotario y dispone a
su capricho de las grandezas y los empleos del reino? Es necesario que esta mujer culpable sea,
desde luego, entregada a nuestra justicia para ser castigada por su obstinación y ceguedad; en
seguida autorizaremos a Lotario para que venga a arrodillarse a nuestros pies.»
Esto no obstante, el Pontífice no tuvo la satisfacción de someterse al rey de Lorena, ni la alegría
de saber la deposíción de Focio; murió en 13 de noviembre de 867.
Reginón dice que el Papa mandaba a los pueblos y a los réye~ corno si hubiera sido el emperador
dci mundo; y Graciano trae un decreto en que este abominable sacerdote se igualaba al mismo
Dios. «~ No hay duda—escribía Nico-las—que los Papas no pueden ser ligados ni desligados
por ningún poder de la tierra, ni hasta por el apóstol, si volviese al inundo, puesto que
Constantino el Grande ha reconocido que los Pontífices ocupaban el puesto de Dios sobre la
tierra. No pudiendo la Divinidad ser juzgada por ningún hombre vivo, nosotros somos infalibles,
y cualesquiera que sean nuestros actos, no tenemos que dar cuenta de ellos más que a nosotros
mismos!~
Este lenguaje no lo tuvo jamás ni el propio Júpiter. Sólo Baco, cuando no estaba sereno. ¿Qué
diría ese basilisco si viese que ahora le enjuiciamos y le condenamos?
ADRIANO II, 11O.Q PAPA

BASILIO, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO, REY DE FRANCIA


Empiezan los Papas sobrinos

Adriano era romano e hijo del obispo Talaro, de la famímilia de los Papas Esteban IV y Sergio
II; la Santa Silla le tocaba, por decirlo así, por. derecho hereditario. Admitido muy joven en el
palacio patriarcal de Letrán, había sido constante objeto de la ternura de los Pontífices; Gregorio
IV le ordenó subdiácono y su sucesor le confirió el sacerdocio, Iadhiriéndole al título ‘de San
Marcos. En todas sus funciones sacerdotales el joven Adriano mostró gran piedad y sobre todo
una caridad verdaderamente cristiana.
Por fin, a la muerte de Nicolás 1, el concurso del pueblo, de los grandes y del clero fué tan
grande, que todos, por aclamación> eligieron a Adriano para gobernar la Santa Sede; y sus
instancias para que aceptase fueron tan apremiantes, que hubo de resignarse, no obstante su
ancianidad, a llevar ‘el peso de la dignidad pontificia.
Después de la elección, el pueblo, los grandes y el clero se dirigieron a la iglesia de Santa María
la Mayor, donde encontraron a Adriano entregado a la plegaria; levantáronle en sus brazos y le
llevaron en triunfo al palado de Letrán. Esta entronización, hecha en ausencia de los comisarios
del emperador Luís, excitó el descontento en la corte de Francia; pero los sacerdotes dieron por
excusa que se habían visto obligados a ceder a las instancias de la muchedumbre. Satisfecho el
príncipe de las ‘explicaciones que se le habían dado, consintió ‘en la consagración del nuevo
Pontífice, y confirmó el decreto de su elevación; no tan sólo rehusó el tributo que se pagaba
ordinariamente por la consagración de los nuevos Papas, sino que también declaró gue su
conciencia le obligaba a devolver a 1a Iglesia romana los ~1ominios que se le habían quitado
injustamente.
Adriano, luego de haber orado y presidido las ceremo~
historia de los Papas.—Tomo I.—45
706
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
nias ciue se usaban cuando la elección de los Papas, fué conducido a San Pedro y solemnemente
consagrado.
A su vuelta al palacio patriarcal., rehusó los presentes que se le ofrecían, y contestó a los que le
rodeaban: «Hermanos míos, tenemos que despreciar el repugnante comercio del dinero que los
Papas han alentado desgraciadamente con vergúenza de la Santa Sede; pues nosotros debemos
dar gratuitamente lo que hemos recibido también gratuitamente, siguiendo el precepto de
Jescuristo. Así, en vez de acumular en nuestro tesoro las ofrendas de los fieles para enriquecer a
sacerdotes hipócritas o a frailes escandalosos, os anunciamos que todas nuestras rentas serán
repartidas entre los pobres de la ciudad.»

Saqueo

No bien la consagración de Adriano hubo concluido, cuando Lamberto, duque de Spol.eto, sin
declaración de guerra y sin ningún género de advertencia, reunió algunas partidas de soldados e
invadió la ciudad de Roma, la cual entregá al saqueo; los palacios, las casas, los monasterios y
las ig]esias fueron pillados, las religiosas violadas, y muchas jóyenes doncellas. pertenecientes a
familias nobles, fueron arrancadas a sus padres y llevadas ‘en ‘esclavitud. Esto sin embargo, los
autores de tales excesos fueron severamente castigados.. El en~perador hizo la conquista del
ducado de Spoleto
Anastasio el bibliotecario manifiesta su opinión respecto al estado en que se hallaba el clero
romano, en una carta que escribía a Adón, metropolitano de Viena; dice lo siguiente:
«Os anuncio, hermano mío, una noticia muy triste; el Padre Santc Nicolás ha pasado a mejor
vida y nos ha dejado en este mundo notablemente afligidos. Ahora que ya no existe, todos los
que él eondenó levantan su frente criminal y trabajan con ardor para destruir lo que él hizo; se
asegura también que el emperador Luis les concede su apoyo. Advertid, pues, a nuestros
hermanos que existen estos culpable.; propósitos y haced, para defender la memoria del Papa, lo
que juzguéis conveniente, a fin de sostener nuestros intereses; pues si los actos d’e un Papa se
anulan, ¿ qué será de los nuestros?
»Ten’emos un nuevo Papa que se llama Adriano, hombre venerable por la santidad’ de su vida;
está casado coi~
1
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
‘707
una mujer llamada Estefanía, que educa a su joven hija, cuya bellieza es notable. El Padre Santo
se muestra muy celoso para mantener la pureza. de las costumbres; pero ignoramos aún cómo
gobernará la Iglesia, y si se encargará de todos los negocios eclesiásticos o si abandonará su di-
rección a ministros. Parece que tiene la más compieta confianza en mi tío Arsenio~, vuestro
amigo, cuyo celo por los intereses del clero romano ha disminuido algún tanto desde el indigno
tratamiento que recibió d’e Nicolás. Os suplico, no obstante, que con vuestros sabios consejos le
gujéis a más caritativos sentimientos, a fin de que nosotros aprovechemos su influencia en el
ánimo del emperador y del Papa; conjuro igualmente a todos los arzobispos de las Galias, si
celebran un concilio para anatematizar los decretos de Nicolás, que no se colofluen entre. sus
acusadores, sino que, por el contrario, resistan con valor a sus enemigos.
Los sacerdotes más viejos, duchos en las astucias de la corte romana, afirmaron que el Papa
dirigía sus tiros contra el reinado anterior por la protección que concedía a las víctimas del
orgullo y de la tiranía de Nicolás.
Y, en efecto, como el Padre Santo invitara a un suntuoso banquete a un gran número de frailes
griegos que habían sido perseguidos por su antecesor, presentó con sus propias manos las
jofainas y las toallas para las abluciones, y les sirvió la comida y la bebida, lo cual ningún Papa
había verificado hasta entonces. Durante el festín jóvenes clérigos entonaron cantos espirituales,
y cuando los frailes dejaron la mesa, Adriano se prosternó ante ellos, con el rostro hacia el suelo;
en s’eguida les dirigió la alocución siguiente:
«Hermanos míos: rogad por la santa Iglesia católica, por nuestro cristianísimo hijo el emperador
Luis, a fin de que venza a los moros; rogad por mí, y pedid a Dios que me conceda bastantes
fuerzas para gobernar a mis fieles. Que vuestras oraciones se eleven como en ac¿ión de gracias
por los que han vivido santamente, y demos gracias a Cristo por haber dado a su Iglesia a mi
señor y padre, el muy santo y muy ortodoxo papa Nicolás, que le ha defendido cual otro Josué
contra sus enemigos.»
Los frailes de Jerusalén, de Antioquía, de Alejandría y de Constantinopla, guardaron silencio
hasta que, por fin.. exclamaron: «¡Que Dios sea alabado por haber dado a su pueblo un pastor
que es tan respetuoso como vos lo soi.s
708 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA ‘DE LOS
PAPAS Y LOS REYES ~7O9
hacia vuestro antecesor!» Y repitieron tras veces: «¡ Memoria eterna al soberano Pontífice
Adriano que Jesucristo ha elegido Papa universal! »
Pero el Padre Santo, viendo que los griegos se excusaban de tributar homenaje a la memoria de
Nicolás, hizo una seña con la mano, y añadió: «Hermanos míos: os suplico en nombre de Cristo,
que vuestros ‘elogios se dirijan al muy santo y muy ortodoxo Nicolás, establecido por Dios
soberano pontífice y Papa universal. Gloria a él, nuevo Elio, nuevo Finco, digno del eterno
sacerdocio, y paz y gracia a .sus sectarios». Esta aclamación fué repetida tres veces por los
frailes, que no quisieron desairar al Padre Santo después que éste les habla tan honrosamente
distinguido.
Adriano escribió a los metropolitanos de Francia rogándoles restablecer el nombre del Papa
Nicolás en los libros y en los dípticos de las iglesias.
«Manifestad—decía—a los prelados que viven más allá de los Alpes que si rechazan los decretos
de un Pontífice, destruirán la suprema autoridad de los ministros de la Iglesia; cuando hayan
atacado al poder que domina a los reyes, todos podrán temer que sus órdenes queden
menospreciadas.>
No bien Lotario, rey de Lorena, tuvo noticia de que el Papa Nicolás había muerto, cuando ‘envió
a la corte pontificia al obispo de Metz, el cual llevaba una carta de humilde satisfacción.

¡Esas mujeres!

Adriano contestó al rey:


<Podéis presentaros con valor ante la tumba del apóstol, si sois inocente de los crímenes de que
se os acusa; pero no se os permitirá el gue os neguéis a la penitencia si sois juzgado culpable. »
Desde hacía ocho meses el emperádor Luis, secundado por las tropas de Lotario, hacia con éxito
la guerra a los ‘sarracenos de Africa, que destruían la parte meridional de Italia. Así es que
Adriano, no pudiendo rehusar nada a este protector poderoso, le concedió la autorización solici-
tada por Lotario, así como la absolución de Waldrada; escribió igualmente a esta princesa en esta
forma: <Se nos ha participado por el emperador Luís el arrepentimiento que sentís por vuestros
pecados, y la perseverancia con
*

1
1
que intentáis evitar las mismas faltas. Hoy día, que detestáis vuestros errores, os levantamos
nuestra excomunión y anatema; os reintegramos en la sociedad de los fieles, y os concedemos
licencia para ‘entrar en la iglesia, orar, comer y hablar coíi los otros cristianos. Pero id con
cuidado en lo sucesivo, a fin de que Dios os dé, en el cielo, la absolución que recibís sobre la
tierra; pues si usáis de disimulo para alcanzar la remisión de vuestros pecados, sabed que en vez
da estar libre, os veréis comprometida ante el que lee en nuiestrr. conciencia. »
A esta carta el Papa unió otra para los obispos de Germania, a los cuales anunciaba la absolución
de Waldrada, expresándose en estos términos: «Nuestro querido hijo, ‘el emperador Luis,
combate a los enemigos de la fe para la seguridad de la Iglesia, para ‘el acrecentamiento de nues-
tro poder y para la independencia de los fieles ‘de la provincia de Samnium. Ya los sarracenos
adelantaban sobre nuestras tierras y se preparaban a destruir los dominios de San Pedro, cuando
abandonó su reposo y su familia para expónerse a todos los peligros de la guerra, y luego los
fieles cayeron bajo sus armas vistoriosas o se convirtieron al cristianismo.
>En su consecuencia os advertimos que debéis prestar homenaje a lo que le perteneoe así como a
Lotario; pues el que ¡ataque a su hermano atacará a él mismo.

Arte de fundar un convento real

Después de todas las protestas del Pontífice Adriano, Lotario, creyendo que no se atrevería a
rehusarle nada, envió a Roma a. Tietberga, su esposa, al objeto de que pidiera por sí misma la
disolución de su enlace. Pero este príncipe se engañó por completo, y el Papa le dirigió esta
‘enérgica carta: «La reina, vuestra esposa, nos dijo que, como su unión con vos no. ha sido
legítimamente contraída, deseaba separarse de vuestra real persona, renunciar al mundo y
cons¡agrarse a Dios. Esta resolución extraña nos ha sorprendido, y aunque vos le hayáis dado
vuestro consentimiento, nosotros no hemos podido concederle el nuestro; así es que,
obedeciendo nuestras órdenes, Tietberga volverá a vuestro lado a fin de sostener los derechos de
su matrimonio. Esto sin embargo, los motivos alegados para romper vuestra unión serán
examinados por vuestros hermanos en 710 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS
REYES HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 711
un concilio; pero hasta esta época os exhortamos a que no escuchéis los majos consejeros que os
rodean; os ordenamos que recibáis a la reina con el cariño que merece, que le concedáis ‘en.
vuestro reino un honroso asilo donde pueda vivir al abrigo de vuestra real protección, y a que, en
fin, le entreguéis las abadías que le prometisteis a fin de que pueda sostener la dignidad de su
rango. Los que se opongan a nuestra decisión serán anatematizados, y si vos no queréis
someteros a nuestras órdenes, os declararemos excomulgado.> A fin de asegurar la ejecución de
su voluntad, el Pontífice escribió a Carlos el Calvo para rogarle que obligara a su sobrino a
prestar la obediencia que debía a la Santa Sede; invitaba a este príncipe a que invadiese
inmediatamente el reino de Lotario, si se separaba de ‘fietberga antes de que el divorcio, hubiera
sido canónicamente ordenado por un sínodo. Con este mismo objéto escribió al metropolitano
Hinemar. «Me lisonjeo—le decía—de que recibiréis los testimonios ‘de nuestra amistad y de
nuestra confianza, favoreciendo con todo vuestro influjo los intereses de la Santa Sede en el
negocio del rey de Lorena y de Tietberga, su esposa. Ya sabéis cuánto los Papas Benito y
Nicolás se ocuparon durante su reinado de esta importante causa, ~y en qué sentido la han
dirigido; nosotros profesamos la misma opinión que nuestros antecesores y seguiremos lo que
ellos han decidido. Os exhortamos a que continuéis e.u vuestro celo por la corte de Roma~ y a
que habléis e¡~ nuestro nombre y con audacia a los reyes y poderosos, a fin de impedir que no
restablezcan, por fuerza o por astucia, lo que ha sido destruido por la autoridad eclesiástica. »

Oriente

Eutimio, espat~rio, enviado a Italia por el emperador Basilio, trajo entonces la noticia de la
deposición de Focio y del restablecimiento de Ignacio sobre la silla de Constantinopla. Adriano
manifestó gran alegría por este cambio, y ordenó que se celebraran solemnes misas en honor del
nuevo patriarca. En su contestación a Basilio el Padre Santo le dirigía las más indignas lisonjas;
le felicitaba por el abominable parricidio que había cometido en la persona de su bienhechor, y
declaraba que su reinado era una bendición del cielo; le compara a Salomón, y afirma que man-
dó asesinar a Miguel por inspiración de Cristo, a fin de lanzar de su silla a Focio y restablecer a
Ignacio.
Algunos meses después llegaron, en nombre de Basilio y de Ignacio, nuevos embajadores para
cumplimentar a Adriano por su eleccíón~ el Papa les recibió con grandes honores y les admitió
en la sala secreta de Santa María la Mayor para conferenciar con ellos. Los enviados le entre-
garon magníficos presentes y la carta del emperador.
Ignacio, en su carta, daba los mismos detalles y reconocía la primacía de la Santa Sede y la
soberana autoridad ‘del Papa.
Los embajadores de Basilio presentaron luego al Pontífice un libro que habian encontrado entre
los papeles de Focio, y que fijaba los crímenes de Nicolás: contenía, igualmente, la relación del
concilio celebrado en Constantinopla, a propósito de la condenación de Ignacio; y los embaja-
dores rogaron a Adriano que examinara esta obra. Pero éste declaró que no lo haría sino para
condenar por tercera vez a su autor. Entonces uno de los obispos griegos cogió el libro y lo echó
al suelo. diciendo: «¡~Ya que fuiste maldito en Constantinopla, sélo también en Roma!» En
seguida le holló con sus pies y lo destrozó con la espada del espatario Basilio, añadiendo: «El
‘diablo habita en este libro, y ha hablado poí. boca del abominable Focio; declaro que las firmas
del emperador Miguel, de Basilio y de casi todos los obispos de Oriente, han sido falsificadas
con tanta habilidad por Satanás, que es imposible reconocer el fraude.»
Adriano no dejó escapar una ocasión tan favorable para vengar la Santa Sede de los ultrajes que
Focio le había lanzado. Ordenó a sus frailes que cogiesen el libro y que lo entregasen a los que
conocían los idiomas griego y latino para que lo censurasen.
Después de su examen, reunió un concilio para que la obra fuese solemnemente condenada en
presencia de los comisionados de Oriente; y a la apertura del sínodo, se expresó en estos
términos: «Ordenamos que las actas del conciliábulo celebrado por Focio en Constantinopla, y
por el emperador Miguel, su protector culpable, sean quemadas y cargadas de anatemas».
Esta decisión fué firmada por cuarenta obispos; y él libro, después de haber sido por segunda vez
hollado, fué lanzado a un brasero ardiendo.
712
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Escándalo vaticano

En aquel mismo año, un suceso escandaloso turbó aún la tranquilidad de Roma: el obispo
Arsenio tenía un hijo llamado Eleuterio, que era admitidó en la familia del Papa, compuesta de
su mujer y su joven hija. Eleuterio se elia-. moró apasionadamente de esta niña, que se hallaba
ya pro~nétida a otro hombre; la robó durante una noche y se retiró, con ella y su madre, a un
castillo que se levantaba en los alrededores de Pavía. Arsenio, desesperado ante la audacia de su
hijo, y previendo las consecuencias funestas de la venganza de Adriano~ se echó a los pies de
éste con objeto de alcanzar su autorización para celebrar el matri-. monio de sus hijos y borrar el
escándalo de su conducta. Pero todas las súplicas fueron inútiles: el Pontífice contlnuó inflexible;
entonces el venerable Arsenio, que temía por Eleuterio l.a cólera de A~ano, resolvió interesar en
la defensa de su hijo una poderosa corte que pudiese protegerle después de su muerte. En su
consecuencia, dejó gran parte de sus riquezas a la emperatriz Ingelberga, mujer de Luis, a
condición de que proporcionara tropas a su hijo. en caso de que el Pontífice quisiera emplear la
violencia en contra sttya.
Cuando el piadoso obispo hubo cerrado los ojos, Eleute-. rio se halló sin defensa y expu~sto a la
cólera del Papa; sus amigos se alejaron de él; muchos frailes, que eran hechura de la Santa Silla,
llegaron hasta su retiro a fin de asesinarle; su misma mujer, oediendo a secretas influencias, trató
de huir con su madre; sus criados trataron de darle la muerte echando veneno en el agua que le
servían; en fin, este desdichado, viendo que todo el mundo le hacía traición, perdió el juicio, y en
un acceso de locura mató a su joven mujer y a Estefanía, su suegra. Se le prendió al momento: el
emperador Luis le hizo decapitar en presencia de los comi-. sarios del Papa, y sus bienes fueron
confiscados en provecho del monarca y de la Santa Sede. Como la venganza de Adriano no se
hallara satisfecha, reunió un concilio para herir la memoria de Arsenio y de Eleuterio, y
anatematiz6 al bibliotecario Anastasio, porque pertenecía a esta familia maldita. La sentencia se
hallaba concebida así:
«Toda la Iglesia de Dios ha tenido conocimiento de los crímenes cometidos por Anastasio así
como de los decretos que han sido lanzados contra él por nuestros antecesores
y
HISTORIA DE LOS. PAPAS Y LOS REYES
718
León y Benito, que le han despojado de los ornamentos sacerdotales.
»Nicolás, seducido por las adulaciones de este sacerdote, había consentido en restabiecerle en
sus dignidades; entonces, al abrigo de esta protección, Anastasio se ha
entregado impunemente a sus pillajes; ha saqueado el palacio patriarcal; ha hecho desaparecer
las actas de los concilios que lo habían condenado, ha hecho escapar a unos prisioneros herejes
para subs traerles al suplicio, y ha sembrado, en fin, la discordia entre los príncipes y la Iglesia.
El ha sido quien ha causado la desgracia de Adalgriino, y sus calumnias han hecho condenar la
desgraciada víctima a perder sus ojos y a que se le arranqu’e la lengua; él fué quien. prestó un
culpable auxilio al raptor de nuestra querida hija, y él ha sido el que, con sus perversos consejos,
ha conducido al execrable Eleuterio a la muerte de mi mujer y de mi hija.
»En su consecuencia, ordenamos, conforme al juicio de los Papas León y Benito, que Anastasio
el bibiliotecario sea privado de toda comunión hasta el día en que se justifique de sus crímenes
ante una asamblea canónica; los que se comuniquen con él, sea cual fuere su rango, incurrirán en
igual pena; y si llega a huir de Roma será víctima de un perpetuo anatema, sin esperanza alguna
de perdón. »
Anastasio fué encerrado en su morada, llevado ante ‘el concilio, y esta sentencia le fué
públicamente leída en la iglesia de Santa Práxedes, el 12 de octubre del año 8118.

Por una mujer

En medio de todos estos suce.sos, Lotario se preparaba a dirigirse hacia Italia con objeto de
besar los pies del Pontífice, y escribía al emperador, su hermano, para que este príncipe empleara
su influencia cerca de Adriano, y le hiciese obtener la autorización de dejar a Tietberga y de to-
mar a Waldrada por legítima esposa. Mas el supersticioso Luis, temiendo romper la buena
inteligencia que sostenía con el Papa, rehusó su apoyo a Lotario, y le envió diputa~dos que lic
obligaron a volver a sus Estados. El rey de Lorena, que conocía el carácter débil y pusilánime’
dcl emperador, le fué a encontrar en Benevento; sus presentes ganaron para su causa a la
emperatriz Ingelberga, que gob~r
714 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES >715
naba a su marido, y la determinó a que le acompañara al monasterio de Monte Casino, donde el
Pontífice debía encontrarse por orden de Luis.
Adriano cedió a las instancias de la emperatriz, y consintió en recibir en su comunión al rey
Lbtario y a GonIhier, metropolitano de Colonia; sin embargo, ‘exigió que el ultimo firmase la
retractación siguiente:
«Declaro ante Dios y los santos, a vos, monseñor ‘Adriano, soberano pontífice, así como a los
fieles que os viven soinetidos, y a toda la asamblea de los cristianos, que yo soporto
humildemente la sentencia de deposición lanzada canónicamente contra mí por el Papa Nicolás.
Afirmo que no ejerceré nunca ninguna función sagrada, si vos no me restablecéis en la dignidad
‘episcopal; y juro que no suscitaré jamás ningún escándalo contra la Iglesia romana o contra su
jefe. al cual renuevo mi juramento de sumisión y de obediencia absoluta, por más que sus
órdenes sean contrarias a los intereses del rey, mi señor. »
Ingelberga volvió cerca de su esposo y el Papa tomó ‘el camino de Roma con el rey Lotario. Este
príncipe no pudo alcanzar el permiso de entrar el primer día en la ciudad; ningún miembro del
clero fué a su encuentro y pasó la noche en el cbnvento de San Pedro, fuera de los muros de la
ciudad. Unicamente al día siguiente se pudo dirigir con su es~olta al sepulcro de San Pedro para
depositar en él las ricas ofrendas que había traido; se le condujo en seguida al palacio que se le
había destinado cerca de la basílica, y cuyas estancias ni siquiera habían sido preparadas COfl
objeto de recibirle.
Algunos días después, el Padre Santo hizo avisar a ~Lotario que consentía en darle audiencia:
este príncipe se dirigió, en seguida, hacia el palacio de Letrán y se prosternó a los pies de
Adriano, que ñi siquiera se dignó l’evant arle y le apostrofó muy duramente proguntándole si
había seguido exactamente las decisiones 44 Papa Nicolás. Lotario respondió que lías había
observado como órdenes llegadas ‘del cielo y acudió, para esto, al testimonio de los señores que
le rodeaban.
Después del sacrificio de la misa, el Papa invitó a Lotario para que se acercara a la santa mesa,
y cogiendo 3a eucaristía, le dijo: «Si vos ‘os consideráis inocente del adulterio que ha sido
condenado por nuestro antecesor, y si habéis formado la resolución de no entrar jamás en rela-
ciones criminales con Waldrada, vuestra concubina, acer-
caos sin temor y recibid ‘el sacramento de la salvación eterna. Pero si abrigáis la intención de
volver a vuestro adulterio, no seáis temerario en recibir la comunión, para que el celeste pan que
Dios ha dado a sus fieles como un remedio a su salvación, no ocasione vuestra condenación
eterna. Lotario se adelantó con audacia y recibió la sagrada hostia. El Padre Santo se volvió
entonces hacia los señores que acompañaban al rey, y les dijo presentándoles la comunión:
«Si vosotros no habéis consentido el crimen de vuestro señor. si vosotros no os habéis
comunicado con los excomulgados, que el cuerpo y la sangre de Jesucristo os conquisten la vida
eterna». Algunos se retiraron, pero el mayor número recibió la comunión.
Lotario acompafló al Papa al palacio de Letrán, donde fué &mvidado a su mesa; después de la
comida, el príncipe ofreció al Padre Santo nuevos presentes en vasos de oro y plata, y recibió, en
cambio, una leona, una palfl~a y una férula. El monarca explicaba de este modo la alegoría del
Papa: la leona representaba a Waldrada, que le debía ser devuelta; la palma era el emblema de su
victoria~ y la férula designaba la autoridad que se le concedía ~obre los obispos recalcitrantes;
esta férula no era más que una planta de Africa, cuyo tallo servía de apoyo a los ancianos cuando
andaban y ~a los maestros de escuela para castigar a sus discípulos. Lotario dejó a Roma con el
corazón lleno de ‘alegría y en la creáncia de que recibiría muy pronto la ~tutorización para unirse
con la hermosa Waldrada; pero el o’dio de los sacerdotes velaba cerca del monarca. Llegado que
hubo a Luca, sintió una violenta fiebre y murió a los tres días de haber oelebrado su entrevista
con Adriano; se le enterró sin pompa en un pequeño monasterio situado cerca de la ciudad.
Como Lotario no dejaba hijos legítimos, el emperador Luis, su hermano, ‘era, de derecho, ‘el
heredero del reino de Lorena; temiendo la ambición de su tío Carlos el Calvo, el príncipe no se
‘atrevió a reclamar su sucesión a mano armada; atrajo al Papa en sus intereses y le hizo ‘escribir
muchas cartas a los señores de los Estados de Lorena.
Adriano obligó, en efecto, a los prelados, en nombre de Cristo, a permanecer fieles al heredero
legitimo y a no ceder a las promesas ni amenazas; sú carta dirigida a los metropolitanos, a los
duques y a los condes del reino de Carlos, envolvía amenazas de excomunión contra los que no
s’e colocaran al lado del emperador, y ‘exaltaba los servicios que
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES ~7l7
716 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
Luis había tributado a la Iglesia, combatiendo a los sarracellos. El Papa recordaba a los franceses
los juramentos solemnes que los nietos de Carlomagno habían hecho observar religiosamente,
los convenios que habían arreglado las particiones entre ellos y sus sobrinos.
Las órdenes del Pontífice llegaron demasiado tarde: después de l.a muerte de Lotario, Carlos se
había dirigido hacia
MeIz y se había hecho coronar rey de Lorena.

Oriente

Tales eran los sucesos que ocurrían en Francia en el momento en que los legados del Pontífice y
los embajadores del emperador Luis desembarcaban a dieciséis leguas de Bizancio.
Al siguiente día, y a fin de que prosiguieran su camino hacia Constantinopla, se les
proporcionaron caballos frescos magníficamente enjaezados y cubiertos con arneses de oro y
bordados con pedrerías; todas las compaflías de los oficiales del palacio, los sacerdotes,
revestidos con brillantes casullas y al frenFe de cruces y banderas, aguardaban en las puertas de
la ciudad; y no bien franquearon los muros, el cortejo se puso en marcha, llevando a su cabeza al
bibliotecario Pablo y a todos los amigos del ,patríarca, con cirios y antorchas.
El emperador concedió audiencia a los legados en la sala dorada, y luego que aparecieron ante él,
se levantó, cogió las letras del Papa y las besó inclinándose; en seguida les dirigió la palabra:
«Agradezco al Santísimo Padre el socorro que ha prestado a nuestra Iglesia, la cual se hallaba
destrozada por el cisma del eunuco Focio. Aguardamos con impaciencia el juicio de la Iglesia
romana, nuestra madre; también os rogamos que apresuréis vuestros trabajos con objeto de
adoptar las medidas necesarias al restablecimiento de la tranquilidad y la concordia>.
Tres días después se reunió el concilio, y la presidencia
fué dada a los obispos latinos, lo cual jamás se había visto
en ninguna asamblea ecuménica.
Focio, citado ante los Padres para responder a las acus¿aciones que se habían intentado en contra
suya, se presentó con dignidad; declaró que no se consideraba culpable por haber echado de la
Iglesia a un parricida que había mandado degollar a su bienhechor Miguel, y que estaba en
su obligación obrar de esta manera. No obstante la exasperación de sus acusadores, se defendió
con gran calma; por fin, su elocuencia y su firmeza quebrantaron lanto las convicciones de los
Padres, que los representantes del Pontífice, para evitar una absolución, se apresuraron a cerrar
las sesiones. Colmaron a Focio de las más groseras injurias. le declararon excomulgado y
ordenaron a los soldados cíne le echaran de la asamblea con el palo de sus lanzas.
Así, en algunas horas y por la voluntad de un asesino, el clero de Oriente se encontró sometido a
la autoridad de la corte de Roma. Esto no obstante, en lo sucesivo los griegos no reconocieron las
decisiones de este concilio, que líamaron sacrílego e irregular conciliábulo.

Bulgaria

El sínodo había tem’xninado sus sesiones, cuando los embajadores búlgaros llegaron a
Constantinopla para preguntar cuál era la silla de la que dependía su Iglesia. Los legados de
Roma decidieron «que como la Santa Sede babia gobernado en otro tiempo la antigua y nueva
Efeso, toda la Tesalia y la Dardania. que había tomado luego el nombre de Bulgaria, resultaba de
ahí que las invasiones de los bárbaros no le habían hecho perder su derecho dc jurisdicción, y
que Roma debía recobrarlo desde el momento en que estos pueblos se hacían cristianos; añadían
que Bogoris, su monarca, los había ya sometido a la autoridad de los Pontífices, y que el Papa
Nicolás, a petición del soberano, había enviado obispos, gran número de sacerdotes y de
diáconos, a fin de dirigir a los nuevos fieles de esta comarca; que éstos habían establecido
iglesias, ordenado sacerdotes, fundado monasterios, catequizado a los habitantes, y que, en fin,
habían tomado posesión de todo el reino en nombre de la Santa Sede.
»Declararon, pues, que la corte de Roma había sido encargada por espacio de tres aflos de dirigir
a los búlgaros, y que no podia ser despojada de su autoridad sobre estos pueblos.»
El clero de Constantinopla, herido en su dignidad, reclamó entonces contra las pretensiones de
los legados.
«No es equitativo—decían los sacerdotes griegos—que Roma, que se ha substraído por sí misma
a la obed’~eflcia
que debía al Imperio. celebrando alianzas con los francos,
718
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
quiera arrogarse una jurisdicción sobre Estados que pro-~ vienen de nuestros príncipes. Así,
decidimos que él país de los búlgaros, que en otro tiempo fué sometido a nuestros emperadores y
patriarcas, vuelva ahora a la dominación de Bizancio. » -
Mas los enviados de Roma gritaron. contra estas declaraciones y contestaron a ‘las observaciones
del clero con una bula de defensa: «Rompemos y anulamos, hasta que recaiga el fallo del
supremo jefe de la Iglesia, la sentencia que se ose pronunciar sin que se hayan nombrado jueces
para el negocio de los búlgaros».
Ignacio, temblando por su autoridad, fué luego a ver a los legados, y les dijo: >‘Dlós me libre,
hermanos míos,. de emprender nada contra la autoridad de mi superior, el Pontífice de Roma; yo
no soy ni bastante joven para dejarme sorprender por la ambición, ni bastante viejo para. dejar
hacer a los otros, por cobardía, lo que nunca realizaría por mí mismo».
Esto sin embargo, el emperador, cuyos intereses se hallaban atacados, se irritó por la debilidad
del patriarca y le dirigió por ello los más severos reproches; pero disimuló por política su
resentimiento y colmó de presentes a los. legados de Adriano. ‘A su marcha de Constantinopla,
les dió escolta, que les abandonó en Dyrrachiun. Algunos días después cayeron en poder de los
piratas eslavos, que les despojaron de todos sus tesoros y les llevaron prisioneros a fin dé sacar
de ellos magníficos rescates. Los piratas, asustados por las amenazas del ~mperador Luis,
soltaron a los legados, que entraron en Roma en 22 de diciembre del año 870.

Francia

Adriano. en la ‘embriaguez del triunfo que había alcanzaclo en Oriente, resolvió obrar en
Francia como lo había hecho en Constantinopla. El rey Carlos, sin inquietarse por las amenazas
de Roma, se había puesto en posesión del reino de Lotario. Inmediatamente el Padre Santo le
escribió diciéndole que consideraba este acto como un sangriento insulto hecho a su autoridad; le
acusaba de haber violado sus juramentos y de haber manifestado gran desprecio hacía sus
legados en vez de prosternarse a sus pies a ejemplo de otros soberanos de la tierra. Su carta
concluía en ‘esta forma: «Te ordenamos, rey impío, que te retires de los.
i
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
719
Estados dc Lorena y que los dejes al ‘emperador Luis; y si no quieres someterte a nuestra
voluntad, nosotros iremos a Francia para excomulgarte y volcar tu trono maldito».
Sus legados Juan y Pedro recibieron secretas instrucciones para excitar la ambición. del joven
hijo de Carlos y arrastrarle a una sublevación contra su padre. Ya algunos años antes el joven
Carlomán se había puesto a la cabeza de los descontentos del reino; y Carlos, para castigarle, le
había hecho o~d’enar diácono, no obstante su resistencia e imprecaciones, y le había hecho
encerrar en una estrecha cárcel. Los legados de Adriano pidieron al monarca la gracia de su hijo
haciendo valer un motivo de religión; y cuando el joven principe salió del calabozo, le rodearon
con seducciones poderosas, exaltaron su ánimo con la esperanza de un reino, y gracias, en fin, a
sus intrigas, le determinaron a empuñar el revolucionario estandarte. ‘Sabiendo Carlos la trai4ón
de su hijo, le hizo prender inmediatamente y le condenó a ser decapitado; mas luego,
considerando harto dulce este suplicio, anuló esta sentencia en el momento en que el joven
príncipe se dirigía hacia el patíbulo. y ordenó el verdugo que le echase plomo fundido en los ojos
y en la boca.
No obstante su justa indignación contra la Santa Sede, Carlos se veía obligado a disimular con
los legados. Les despidió de su corte y les hizo acompañar por sus enibajadores. Los enviados
del príncipe se hallaban encargados de entregar al Pontífice un magnífico tapiz de altar, dos
coronas de oro enriquecidas con piedras preciosas, y cartas del arzobispo Hincmar.
En su contestación a Adriano, Hincmar ~ifirmaba que siempre había ejecutado sus órdenes y que
había enviado a todos los réyes y obispos de los tres reinos una protesta cuya copia le dirigía.
En ella trataba de justificarse:
‘Hallándose situado entre el temor de desobedecer a la Santa Sede y el dolor de ver la Lorena
expuesta al furor de los paganos ‘o de los reyes que quieren apoderarse de ella, yo no mc atrevo a
resolver nada sin el consejo de los demás obispos, y reservo al Papa la decisión de esta cuestión
desgraciada.
»~Me ordenáis que excomulgue al príncipe si insiste en sus ambiciosos proyectos, bajo la pena
de que yo mismo seré expulsado de la comunión de los fieles! Mas yo os. contestaré lo que los
eclesiásticos y los laicos, a los cuaIes~
¡
1
72() HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 721
no lic podido ocultar vuestras órdenes al leerles vuestra carta. Jamás Pontífice alguno dió
órdenes semejantes al clero de las Galias, por más que nuestro des~aciado país sc hav.í visto
destrozado por horribles guerras entre los padres y los hijos, entré los hermanos, entre los tíos y
los sol)rjnos, que se han disputado un trono ensangrentado; jamás vuestro anteoesor, cuyas
violencias han destruido el Oriente y el Occidente, ha impulsado tan lejos sus arrebatos contra
Lotario...
«Cuando nosotros exhortamos a los pueblos a que teman el poder de Roma, a que se sometan al
Pontífice, a que envien sus riquezas al sepulcro del apóstol para alcanzar la protección de Dios,
nos responden: «Defended, pues, »con vuestros rayos al Estado contra los normandos, que
»quieren ‘invad.,irlo; y que la Santa Sede misma no implore «el socorro de nuestras armas para
protegerle.
«Si el Papa quiere conservar ¿1. apoyo de nuestros pue«bbs, que no intente disponer de los
tronos, y decidie que «a un mismo tiempo no puede ser rey y sacerdote; que no
>dehc imponernos un monarca, ni tratar de esclavizarnos, «puesto que somos francos; porque
nunca soportaremos el «yugo de los príncipes o de los P;apas, y seguiremos los pre»ccptos de la
Escritura, luchando constantemente por la «libertad, única herencia que Cristo legó a las
naciones al «expirar sobre la cruz.
»Si el Padre Santo excomulga a los cristianos que no «quieren arrastrarse ciegamente bajo su
autoridad, abusa »indignamente dcl poder apostólico, y sus anatemas no tie»nen influencia
alguna en el cielo; pues Dios, que es justo, «le ha negado la facultad de disponer de los reinos
tempo«rales.”
»Así yo os declaro, apoyado en una triste experiencia, que ni vuestros anatemas ni vuestros rayos
impedirán a nuestro monarca ni a los grandes de sus Estados conservar la Lorena, de la cual se
apoderaron.»
Esta enérgica y motivada respuesta del metropolitano de Reims, manifiesta que el prelado, en
vez de secundar a Adriano y su extraordinaria ambición, persuadía a Carlos que en esta gran
cuestión la autoridad real y la libertad de la Iglesia galicana estaban comprometidas. Así es que
por sus consejos la corte de Francia se separó de la de Roma, y cl Pontífice, llevado por su.
cólera, envió nuevas cartas mu(~hO más violentas y más audaces que las primeras.
Adriano escribió luego al rey Carlos en estos términos:
«Príncipe execrable, no sólo has cometido los más horribles excesos para usurpar los Estados de
tu sobrino, sino que acabas de sobrepujar a las bestias feroces destrozando tus propias entrañas y
haciendo mutilar a tu hijo Carlomán. Te ordenamos, padre desnaturalizado, ya que no puedes de-
volver la vista y la palabra a tu. inocente hijo, que le restablezcas en sus bienes, en sus honores y
en sus dígmdades, hasta la época en que. nuestros legados vayan a tu maldito reino para tomar en
lo que se refiere a ese desgraciado, las medidas que juzguemos convenientes. Entretanto, sean
cuáles fueren las empresas que Carlomán dirija en contra tuya, prohibimos a los señores que
tomen las armas en tu auxilio, y mandamos a los obispos que no obedezcan tus órdenes, bajo
pena de excomunión y de condenación eterna; pues Dios quiere que la división reine entre el
padre y el hijo, para castigarte’ por la usurpación de los Estados de Lorena y de Borgoña. En
~cuanto al obispo de Laón. queremos y ordenamos, por nuestra autoridad apostólica, que le
pongas en libertad a fin de que pueda venir cerca de nosotros y reclamar el apoyo de nuestra
clemencia contra tus iniquidades. «
El monarca. irritado por la audacia y la insolencia de esta carta, encargó al metropolitano de
Reims que enviara su contestación al Papa. Se encuentra en las obras del ariobispo Hinemar, y
Leseur la ha traducido en. ‘esta forma:
«Queremos y ordenamos por la autoridad apostólica... ¿No decís esto...’? Sabed pues, que nos,
rey de Francia, hijo de la raza imperial, no. somos el vicario de los obispos.
sino el señor de la tierra. Se nos estableció por Dios soberano de los pueblos, y se nos armó con
una hacha de dos filos para castigar a los malos y defender a los buenos...»

Palinodia pontificia

La firmeza del rey aplastó el orgullo del Papa; y éste sc quiso retractar de sus ofensas con esta
palinodia:
«Príncipe Carlos: Hemos sabido por virtuosas personas que vos sois el más celoso protector de
las Iglesias; que en vuestros inmensos Estados no existe un monasterio ni un obispo que no
hayáis colmado de riquezas; sabemos, en fin, que honráis la silla de San Ped~e~ y que deseáis
esparcir
Historia de los Papas.—To’>flO 1.—46
722 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

vuestras liberalidades sobre su vicario y defenderle contra sus enemigos.


»En su consecuencia nos retractamos de nuestras anteriores decisiones, reconocienuo que habéis
obrado con justicia castigando a un hijo culpable y a un prelado escandaloso, y haciéndoas
declarar soberano de Lorena y de Borgofía. Os renovamos la seguridad de que nosotros, el clero,
el pueblo y la nobleza de Roma 3 aguardamos con impaciencia el día en que seréis declarado rey,
patricio, emperador y defensor de la Iglesia. Esto no obstante, os rogamos que mantengáis en
secreto esta carta a vuestro sobrino Luis.»
Mientras que el poder pontificio sufría una derrota en Occidente, los búlgaros, a su vez, echaban
a los obispos y los sacerdotes romanos para someterse bajo la dirección de la Iglesia griega, y
entraban bajo la dominación del patriarca de Constantinopla, del cual no se separaron más desde
‘esta época; con ellos arrastraron los nuevos cristianos de las provincias rusas.
Adriano II murió algún tiempo después, en el mes de noviembre del aflo 872.
La soberbia papal había hallado ya sus límites. Envainó la lanza de Júpiter y tomó la flauta de
Apolo.
JUAN VIII. 111.~ PAPA

BASILIO. EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL CALVO, LUIS II, REYES DE


FRANCIA

Cuando el Pontífice Adriano murió, el emperador se hallaba ocupado en una guerra contra
Adalgiso, duque de Benevento, que había sublevado la parte meridional de Italia contra su
autoridad’, y había llamado a los griegos para mantener esta sublevación. Luego de haber
sometido a los rebeldes, Luis. entró victorioso en Benevento; el duqii?e sé echó a sus pies,
protestó de su inocencia, imploró la clemencia del monarca, y juró que en adelante sería cl más
fiel y obediente de sus súbditos.
Halagado por las protestas de un celo tan completo, el emperador despidió a su ejército y se
quedó en el palacio de Benevento con los oficiales de su casa. Esta imprudencia hubo de serle
fune.~ta; porque el traidor Adalgiso, viendo que las tropas se hallaban ya alejadas, formó el
proyecto de apoderarse del príncipe.
Cierto día, cuando el emperador dormía la siesta, el duq~ penetró en el palacio al frente de
algunos soldados; pero al ruido de sus armas Luis se despertó, púsose en derdnsa y resistió
valieíitemente a sus enemigos, esperando que sus oficiales acudieran para prestarle su auxilio.
Entonces se refugió en una torre, con su mujer, su hija y lodos los franceses, y por espacio de tres
días rechazaron los soldados de Adalgiso. Este, creyendo que no podría forzar ‘el ~astillo en que
Luis se hallaba encerrado, determinó emplear los recursos de la política para alcanzar un nuevo
perdón; y el obispo de Benevento fué encargado de alcanzar del monarca santurrón; inviolables
garantías contra las consecuencias de su venganza.
En efecto, el príncipe consintió en todo lo que se le pedía en nombre de la religión: juró, sobre
santas reliquias, con la emperatriz, su mujer, la princesa, su hija, y todos los oficiales que le
rodeabau, que ninguno de ellos castigarla directa ni indirectamente al perjuro Adalgiso. Pero una
vez escapado al riesgo, el emperador transigió con su conciencia y resolvió castigar al duque de
Benevento. Para
724 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 725
conservar ciertas apariencias de h.onrad~z, no hizo la guerra ei« persona; la emperatriz, su
mujer, se puso al frente de su ejéI~cito y marchó hacia la Campania. Este movimiento no fue
favorable al monarca, y hasta renunciaba a la esperanza de someter a los rebeldes, cuando supo
la muerte de Adriano y la elección de Juan VIII, arcediano de la Iglesia romana.
El emperador aprobó por sus comisarios la elevación de Juan, que era el padrino de Adalgiso;
hizo rogar al nuevo Pontífice que se dirigiese a Capua, bajo el pretexto de solicitar el perdón para
el culpable; mas en realidad para reconciliarse con el duque. Celebrada la paz, el emperador
volvió a su capital, donde murió en 30 de agosto de 875, después de haber reinado veinte años.
Algún tiempo antes de que muriese Luis, Juan habla celebrado un concilio en Rávena para
terminar una violenta división que había surgido entre Nisus, duque de Venecia, y Pedro,
patriarca de Grado: el obispo de Torceha, ciudad que había pertenecido a lla jurisdicción de Ve-
necia, se encontraba vacante, y el duque Urso había elevado sobre esta silla a Dominico, abad del
monasterio de Al-tino. El arzobispo Pedro no quiso ordenar al nuevo prelado, h~ 1.o el pretexto
de que Dominico era indigno (le mandar a los fieles, porque había realizado en sí mismo la
o,peración que Orígenes recomendaba a sus discípulos, como el único e infalible medio para
conservar la castidad. El duque de Venecia afirmaba, por el contrario, que el abad de Altino
merecía, por este solo título, el ser honrado con el episcopado, y amenazaba al patriarca de
Grado con castigarle severamente si rehusaba por más tiempo consagrar a Dominico.
Juan VIII puso fin a la contienda, y resolvió que se concedieran al nuevo obispo de Torcella las
rentas de esta iglesia, pero que no ejercería las funciones sacerdotales, porque los cánones se
o~onian a la ordenación de los eunucos para alcanzar las ‘dignidades supremas del clero.

Los árabes
En esta época, la Italia meridional, constantemente expuesta a las excursiones de los árabes,
necesitaba de un poderoso protector, cuyas armas pudiesen rechazar a los sarracenos y los otros
enemigos de Roma, conforme lo ha-
blan hecho Pepino y Carlomagno; mas los Papas, que aspiraban a la dominación absoluta de
italia, no quedan que su defensor residiese en la península romana, y su política les llevaba a
solicitar la alianza de los príncipes, cuyos Estados se hallaban situados más ~illá de los Alpes, y
no la de los señores de Nápoles, de Benevenlo o de Venecia.

La corona imperial

Juan VIII, después de la muerte de Luis, resolvió elegir a Carlos el Calvo para protector de la
Santa Sede; le dirigió una pompo;sa embajada, obligándole a que fuese a. Roma para recibir la
imperial corona, la cual le ofrecía como un bien de que los Papas podían disponer enteramente.
El rey se dirigió con presteza a la ciudad santa: a su llegada, el clero, los magistrados y las
escuelas salieron a recibirlo precedidos de cruces y banderas. El Papa. le recibió en las gradas de
la basílica de San Pedro, en medio de los obispos y de los grandes dignatarios de la Iglesia; y al
siguiente día Carlos el Calvo fué coronado exnperador sobre la tumba del apóstol, en presencia
de una gran muchedumbre.
Al ceñir la corona sobre la frente del monarca, Juan le dijo: «Nunca olvidéis, príncipe, que los
Papas tienen el derecho de crear emperadores». Desde esta época, dice Sigonio, el Imperio no
fué más que un feudo o un beneficio de la Santa Sede, y los años del reinado de un emperador
se contaban solamente desde el día en que el Papa le había confirmado.
Después de la ceremonia de la consagración, el nuevo emperador y el Pontífice marcharon juntos
de Roma y fueron a Pavía, donde Carlos declaró a Bosón, padre de su esposa Richilda, duque de
Lombardía y comisario imperial. Este nombramiento fué aprobado en un concilio presidido por
el Padre Santo; los prelados, en los discursos que dirigían al rey de Francia, le decían: «Señor,
puesto que la bondad divina, por la intercesión de San Pedro y de San Pablo, y por el ministerio
del Papa Juan, os ha elevado a la dignidad de emperador, os elegimos unánimemente para
protector nuestro, sometiéndonos, con placer, a vuestra voluntad, y prometiend~ observar
fielmente cuanto ordenéis para utilidad de la Iglesia y de nuestra salvación.>
726 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 727
Hurto al Tesoro pontificio

La autoridad del nuevo gobernador no fué reconocitia sin mediar contestaciones; Carlomán,
primogénito de Luis el Germánico, obrando en nombre de su padre, al cual revertía, la corona
por derecho de sucesión, entretuvo inteligencias COII Roma y amenazó a Italia con sus armas.
Gregorio, comendador del pálacio de Letrán, y Jorge, su yerno, se constituyeron en jefes de uxia
conspiración formidable, que tenía por objeto el castigar a Juan VIII por su débil
condescendencia hacia Carlos el Calvo; mas instruido el Papa de sus proyectos, convocó luego
un concilio para juzgarles. Estos, viendo que el Pontífioe se hallaba constantemente rodeado por
sus guardias y que era imposible cogerle, se reunieron a los demás conjurados, Formoso, obispo
de Porto; Esteban, secondiciero; Sergio, jefe de la milicia, y al obispo Constantino; se
apoderaron de los tesoros del Papa durante la noche~ y salieron de la ciudad por la puerta de San
Pancracio.
Cisma galicano

Juan tuvo noticia de su huida al día siguiente, y ~o I)udo, sin embargo, perseguirles, porque los
sarracenos se habíaii adelantado hacia ‘el Tíber y emprendían excursiones hasta bajo los muros
de Roma. No queriendo renunciar ~i la venganza, ‘excomulgó a los rebeldes; les declaró perju-
ros, infames y sacrílegos, porque habían intrigado para alcanzar Él soberano pontificado y
conspirado en contra suya; les llamó ladrones porque se habían llevado las riquezas de la Santa
Sede; la asamblea ratificó el juicio del Papa, y pronunció contra ellos una sentencia de
deposición, de excomunión y de anatema.
Mientras que el Pontífice condenaba en Italia a los conspiradores que querían destruir su
autoridad y la de Carlos cl Calvo, este príncipe celebraba un sínodo de obispos en la ciudad de
Pontión, y hacía reconocer el poder supremo d.c los Papas sobre Francia.
Los prelados franceses protestaron llenos de energía contra una ‘institución semejante, que
destruía la libertad de la Iglesia galicana; mas ‘el emperador sostuvo el pacto sacrílego que había
celebrado con Juan; declaró que tenía
la misión de representar al Papa en esta asamblea y que ejecutaría sus órdenes; en su
consecuencia mandó colocar un sitial a su derecha, y Ansegíso se sentó cerca de él en calidad de
primado.
Hincmar de Reims se opuso con energía a la voluntad de Carlos el Calvo; observóle que esta
empresa contrariaba los santos cánones; que el despotismo de los Pontífices no debía hacer pesar
su odiosa tiranía sobre el suelo (1 ~ Francia, y le observó, por fin, que un rey no debía abrogarse
ningún derecho en los concilios. No obstante la vehemenci.a y la justicia que había en las
reclamaciones del arzobispo, que había consagrado a Carlos rey de Lorena y de Borgoña, el
nuevo emperador insistió en mantener la ejecución de las órdenes de Juan VIII, y confirmó al
metropolitano de Sens y Ansegiso en sus nuevas dignidades.
En la sesión siguiente el concilio dió audiencia a Guilleberto, arzobispo de Colonia, y a dos
condes, embajadores de Luis el Germánico, que venían en nombre de su señor a reclamar la parte
de los Estados del emperador Luis, apoyándose en sus derechos de sucesión y en los tratados que
se habían celebrado entre sus padres. Entonces el obispo de Toscanella, uno de los legados
romanos, dió conocimiento de una carta del Padre Santo en la cual censuraba severamente al rey
Luis porque había entrado a mano armada en los Estados de Carlos en la época de su
coronamiento. Juan reprendía la debilidad de los obispos de Germania, que no se ‘atrevían a
resistir a su príncipe y no le habían unpedido refrenar las órdenes sagradas de un Papa; les apli-
caba estas frases de San Pablo: Tenéis que combatir a los príncipes y a los ~poderes para (file
triunfe la Iglisa».
Luego, en presencia de los embajadores de Luis, y como para desafiar al soberano, los legados
ofrecieron a Car],o s, en nombre de Juan, un cetro imperial y una corona de oro enriquecida con
pedrería; entregaron asimismo para la emperatriz unos brazaletes y lienzos de gran precio.
Obedeciendo las órdenes del príncipe, Richilda penetró ehtonces en la asamblea y se colocó en
primera fila, con objeto de presidir lo que de sesión quedaba; mas los obispos se indignaron tanto
por la audacia de la princesa, que levan taron en seguida la sesión y dejaron el concilio sin que ni
tan siquiera saludasen al monarca.
Algunos meses después, Luis el Germánico murió en su palacio de Francfort; Carlos el Calvo
adelantó en seguida, a la cabeza de su ejército, para tomar posesión de sus Esta-
1
728 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 729
dos; Fue derrotado cii una gran batalla, y el joven Luis, que había sucedido a su j)a(lre, le
pcrsig1íí~~ hasta en su m¡smq reino.

Apuros del Papa

Los desastres de esta empresa impidieron al monarca enviar al Papa auxilios contra los
sarracenos, que desolaban Italia, y contra los señores italianos mismos, que devastaban las tierras
de la Iglesia, conforme nos lo dice esta carta del Pontífice:
«Se vierte la sangre de los cristianos en todas nuestras provincias—escribía el Padre Santo—; el
que escapa al fu.ego o al hierro, es llevado en perpetuo cautiverio; las ciudades, los lugares, las
aldeas son presa de las llamas; los obispos no tienen más refugio que el que Roma les ofrece; sus
episcqpales mora’das sirven de retiro a las bestias salvajes y ellos mismos parecen unos vagos y
se ven reducidos a mendigar en vez de predicar. En el año pasado habíamos sembrado núestros
inmensos dominios; los enemigos los han asolado y nada recogimos; en este año nos ha sido
imposible trabajar nuestros campos, y una hambre horrorosa amenaza nuestra ciudad apostólica.
~~No creáis que nuestros males encuentren su único origen en los paganos;. los crislianos son
aún, para nosotros, mucho más crueles que los árabes; quiero hablar de algunos señores nuestros
vecinos, y principalmente de aquellos que vos llamáis marqueses o gobernadores de fronteras;
~aquean los dominios de la Iglesia y nos hacen morir, no por el hierro, sino por el hambre; no se
llevan los pueblos en cautíveflo, pero los reducen a servidumbre, y su opresión hace que no
encontremos a nadie para combatir a los sarracenos.>
Carlomán, que acababa de ser declarado rey de Baviera, aprovechó la derrota sufrida por los
ejércitos de su tío Carlos para invadir Italia, cuya posesión reivindicaba como una herencia que
le pertenecía. Su. proyecto cóns~istía en hacerse consagrar emperador romano por un concilio
general, y castigar al Pontífice, que había dispuesto dc’ una manera inicua de los Estados que no
estaban en la jurisdicción de la Iglesia.
Juan, temiendo la venganza del joven príncipe, reunió luego u,n concilio en el palacio de Letrán,
con objeto de
1;
hacer confirmar de nuevo el coronamiento de Carlos el Calvo justificando así la conducta de la
Santa Sede.
Estas amenazas de la Santa Sede no impidieron a Carlomán hacer rápidos progresos en el Frioul,
mientras que los sarracenos desolaban la campiña de Roma. Estrechado Juan en todos lados por
poderosos enemigos, tuvo la idea de oponer los unos a los otros reconociendo por emperador al
rey de Baviera; pero antes de intentar una empresa cuyos resultados podían serle funestos,
resolvió escribir otra vez a Carlos para que se apresurase a venir en auxilio de Italia.
«Lo que queda del pueblo en Roma—decía—se halla rendido por una miseria extrema; fuera de
la ciudad, todo se encuentra destruido y reducido a la soledad más completa. Nuestros enemigos
cruzan el río a nado, y vienen de Tíbur a Roma para saquear la Sabina y los países vecinos; los
árabes han quemado las basí]icas y los monasterios, han matado a los sacerdotes y a los frailes,
se han llevado a los muchachos y a las religiosas a sus harenes. Por otra parte, los malos
cristianos ~oncluyen nuestra ruina y Carlomán nos amenaza con su venganza. Recordad, pues,
los trabajos y luchas que sostuvimos para daros el Imperi9, y no nos desesperéis dejándonos por
más tiempo en poder de nuestros enemigos, por miedo de que nos veamos obligados a elegir un
nuevo protector.»
Cuando Carlos tuvo noticia de que su sobrino había franqueado los Alpes, temió una nueva
traición del Papa, y con objeto de evitarla, pasó a Italia con la emperatriz, que no le abandonaba
jamás en sus ‘expediciones; se dirigió con presteza a Lombardía, y encontró, efectivamente, al
Padre Santo, que se hallaba en camino para juntarse con el rey de Baviera. Carlos, disimulando
su indignación, recibió a Juan con grandes honores y se encaminaron juntos a Pavía con objeto
de resolver lo que se debía hacer para alcanzar la pacificación de Italia. Supieron muy luego que
el príncipe Carlomán, irritado por la perfidia del Pontífice, adelantaba a marchas forzadas pai’a
sitiarles en Pavía, antes de que las tropas de su tío hubiesen llegado para defenderles.
Al saber esta noticia, un terror pánico se apoderó de los soberanos; Carkss y su mujer dejaron
precipitadamente Pavía y se refugiaron en Tortona; desde allí, Richild.a continuó su camino con
los tesoros del príncipe hasta la Maunana; el Padre Santo, más asustado aún que sus protecto
730 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

res, volvió a tomar con presteza el camino de Roiná sin olvidar, no obstante, un magnífico
crucifijo de oro que la emperatriz le había dado para la iglesia de San Pedro.
Carlomán, por su lado~ tan cobarde como su tío, había emprendido la fuga al saber la noticia de
que el emperador :av’anzaba a su encuentro para librarle un combate. Y a pro— pósito de esta
triple huida, un fraile contemporáneo diee «Admiro en este acontecimiento milagroso el dedo de
Ja Providencia, que mostraba a las naciones la cobardía de los reyes, y disipaba dos ejércitos
completos a fin de perdonar la sangre cristiana. »
Juan, vuelto a Roma, temía el éxito de la guerra entre el rey de Francia y el soberano de Baviera;
cualquiera que fuesse el vencedor, había de temer igualmente el resentimiento de los dos
partidos, a los cuales había hecho traición uno después .de otro. La venganza del emperador le
parecía más inminente y resolvió substraerse a la misma; por sus instigaciones, los señores
franceses, descontentos de Carlos, tramaron una conjuración en contra suya; su médico el judío
Sedecías, fué atraído a su causa, y Carlos murió envenenado en la choza de un aldeano el 6 de
octubre de 877.
La muerte del rey de Francia reanimó las esperanzas de Carlomán. Este, no teniendo competidor
para la dignidad imperial, escribió al Pontífice cartas de sumisión y le reclamó la herencia de sus
abuelos. Juan se vió entonces, por segunda vez, dueño y dispensador de la imperial corona.
Antes de consagrar al nuevo príncipe quiso aprovechar las circunstancias para asegurar a su silla
ventajas materiales; así es que contestó al rey de Baviera:
«Consentimos en reconoceros emperador de Italia; pero antes de daros la corona, exigimos que
mandéis a la caja
de San Pedro todas las cantidades que se hallan en vuestro tesoro, con objeto de que os hagáis
digno de recibir la recompensa de aquel que promete honrar en el otro mundo a los que le honran
en éste. Os enviaremos, muy pronto, los artículos que tratan de lo que debéis conceder a la Igle-
sia; luego os ‘mandaremos una legación más solemne para ‘conduciros a Roma con los ho~iores
que a vuestro rango convienen. Entonces trataremos juntos del bien del Estado y de la salvación
de los pueblos cristianos; entretanto os
-suplico que no admitáis cerca de vos a los que nos son infieles o que no aprecian nuestra vida~
sean cuales fueren ‘~vuestras relaciones con ellos, y os conjuro a que nos ha-
3
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 73t

gáis mandar las rentas de los patrimonios de San Pedro que se encuentran en Baviera. »
Mientras que el Papa trataba de restablecer su poder en la alta Italia, Sergio, duque de Nápoles,
formaba alianzas con los sarracenos, despreciando las excomuniones que la Santa Sede había
fulminado en contra suya; ma~s luego ~e convenció de que no se desafía impunemente la
venganza de un sacerdote. Juan escribió al obispo Atanasio, hermano de Sergio, para mandarle,
en nombre de la religión, que sorprendiera al duque durante la noche, que le sacara los ojos y le
enviara prisionero a Roma; el prelado, que aspiraba a la dignidad suprema en Nápoles, obedeció
escrupulosaemnte al Padre Santo.
Juan no sólo ratificó su usurpación, sino que hizo de él grandes elogios porque había obedecido a
su hermano en Dios, más bien que a su hermano en la carne; y como prueba de su satisfacción, le
envió cuatrocientos marcos de plata.

El Papa invoca a Mahoma

Después de haber cometido un crimen abominable para castigar a Sergio porque se había aliado
con los sarracenos, el Pontífice,,’ ¡ extraña contradicción del humano espíritu!, no recibiendo
auxilio de ‘los reyes de Occidente, entró en tratos con los infieles y se óbligó a pagarles veinte
mil marcos de oro en cada año para rescatar los domímos de la Iglesia. Verdad’ es que su
intención, al 1)roponer una alianza con los árabes, no consistía en observar sus cláusulas; deseaba
únicamente ganar tiempo a fin de esperar las tropas griegas que habían de desembarcar en Italia.
Basilio, en efecto, consintió en enviar socorros al Papa bajo la promesa ‘de que le ayudaría a
recobrar los derechos de sus antecesores sobre la Península romana; pero estos l)roey~toS fueron
de l)ronto inutilizados por enemigos mas funestos a la Santa Sede que los sarracenos. Los condes
Alberto, hijo de Bonifacio, y Lamberto, hijo de Guy, duque de Spol.eto, reunidos’ a muchos
otros señores que participaban de su indignación contra la política de Juan VIII, marcharon hacia
Roma al frente de numerosas tropas, se apoderaron de la ciudad sin violencias y sitiaron el
palacio (le Letrán.
La morada de los Pontífices fué invadida por una solda
732 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 73~
(lesca furiosa; el mismo Lamberto penetró en las cámaras pontificias, arrancó al Padre Santo del
punto en que se había refugiado, tras las colgaduras de una ventana, y le encerró en una sala de la
iglesia de San Pedro; los obispos y los sacerdotes que intentaron resistirse, fueron lanzados del
templo a golpes. En seguida los duques revistieron al Papa de un cilicio, le condenaron por
espacio de muchos días a un riguroso ayuno y le azotaron con disciplinas, a fin de que, según
decían, obtuviera de Dios la remisión de sus pe— cados. Comprendiendo que les seria imposible
prolongar aquella situación y deseando ponerse al abrigo de la venganza implacable de Juan~
reunieron al pueblo en la catedral~ l)roclalnaron a Carlornán emperador de Italia. y recibieron en
su nombre el juramento de fidelidad a todos los ciudadanos. Después de la ceremonia volvieron
a sus Estados, esperando que el príncipe qu’e les debía la corona imperial se colocaría siempre
entre ellos y el Pontífice, si éste s,~ atrevía a declararles la guerra.
Desde que el Papa hubo. recobrado la libertad, manda llevar el tesoro de San Pcdro al palacio de
Letrán~ cubrió con su cilicio la tumba del apóstol, mandó cerrar las puertas de las iglesias,
ordenó que el servicio divino cesara en todas las provincias, y ilespidió a los peregrinos que se
encontraban en Roma; luego reunió un concilio y excomulgó a Lamberto y a los otros duques
que le habían secundado en su empresa. No estando aún satisfecha su venganza, resolvió
dirigirse él mismo a las Galias para Lraer los ejércitos franceses a Italia. Conociendo el duque de
Spolcto los proyectos del ‘Papa, colocó soldados en todos los caminos para detener su escolta;
Juan pudo embarcarse no obstante en el mar de Toscana y se dirigió hacia Génova; desde allí se
encaminó a la ciudad de Arlés, donde fué recibido con grandes honores por Bosón y la esposa de
este príncipe, que, en, su vejez, había vuelto al lado de su marido.

El Papa hurtado

Juan, para recompensar a Bosón su afecto a la Santa Sede, le consagró solemnemente rey de
Provenza; luego continuó su camino hasta Chalons-sur-Saone, donde pasó la noche; cuéntase
que al día siguiente, ea el instante de partir, como se le advirtiese que unos frailes habían robado
sus caballos, y (IUC un saceordote de su séquito había
huido con su plata, se puso tan furioso, y blasfemó de Dios con tales imprecaciones, que los
eclesiásticos que le rodeaban se’ precipitaron de rodillas haciendo la señal de la cruz para echar
al espíritu infernal, que, según ellos, se había apoderado del Papa. Juan apostrofó a sus
servidores con frases abominables, y fulminó una terrible excomunión contra los frailes y el
sacerdote que le habían robado; por fin, calmada su cólera, se puso en camino para la ciudad de
Troyes, que había elegido para ‘la celebración de un concí— ho universal.
A este sínodo sólo asistieron treinta obispos; el Pontífice pronunció un discurso de apertura que
había compuesto para una asamblea inmensa y que se dirigía a todos los poderes espirituales y
temporales; suplicaba a los príncipes que le proporcionasen medios para vengarse de los
ememigos de la Santa Sede, y particularmente de Lamberto, hijo del duque de Spoleto, que había
herido con un perpetuo anatema.
El concilio decretó su adhesión a la voluntad del Pontífice.
En la última sesión del conciliq, el Papa dirigió un, nuevo discurso a los obispos y a los señores:
«Deseo, hermanos míos—les dijo—, que os unáis conmigo para la defensa de la Iglesia romana,
y que arniéis todos vuestros vasallos antes de mi marcha para Italia. Os ruego, pues, que toméis
para esta impórtante guerra, medidas prontas y decisivas.»
Dirigiéndose en seguida al’ rey, añadió:
<‘Os suplico, ini querido hijo, que reunáis al instante vuestros ejércitos, para defender a la Santa
Sede, como lo hicieron vuestros abuelos y como vuestro padre, el ilustre Carlos, os recomendó
hacerlo; pues vos sois el ministro vengador dc Cristo contra los malos, y lleváis una espada para
proteger a los Papas.»
Focio volvió a subir a la silla de Bizancio.
Conociendo Juan VIII la influencia que por sus luces y gran talento ‘ejercería ese eunuco en la
corte de Constantinopla, se apresuró a reconocer su instalación,, ‘en desprecio (le las reglas d’e
la disciplina eclesiástica, a fin (le obtener la protección del emperador y auxilios contra los
árabes. En su consecuencia, escribió a Basilio: ~Como los patriarcas de Alejandría, de Antioquía
y de Jerusalén, los metroíolitanos> los obispos, los sacerdotes y todos los eclesiá~ticos de
Constantinopla, hayan consentido unánimemente en el regreso de Focio, nosotros le recibimos,
cual ellos, por
731 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
obispo de vuestra cal)ital, por hermano y por colega; y deseando apagar todo el cisma de la
Iglesia, le relevamos de todas las censuras pronunciadas contra él, así como a los arelados, los
clérigos y los laicos cJue habían sido heridos con iguales sentencias. Anularnos las actas de
nuestro predecesor en virtud de la autoridad que nos ha sido dada pol- Jesucristo, en la persona
del principe de los epóstoles.>
No bien Focio recibió las cartas de aprobación de la Santa Sede, COflVOCÓ un concilio donde
se reunieron cerca de cuatrocientos obispos, junto con los legados romanos. Los Papas Nicolás 1
y Adriano II fueron condenados como autores de todos los tumultos de la iglesia de Oriente, y su
mem?ria fué anatematizada. Prohibióse añadir al símbolo de Nicea las palabras «Filioque>~.
Este dogma, que fué ya admitido, ya condenado, quedó después de muchos siglos do disputas
como uno de los puntos fundamentales de la fe cristiana.
Habiendo el Papa comprado el auxilio de los griegos por un~t débil condescendencia hacia
Focio, se esforzaba en hacer romper los tratados que habían celebrado los se-flores de Italia con
los sarracenos, y él quería, también, eludir lo~ que había concluido con estos~ pueblos. Dirigió
muchas ca?ta~ a Pulcar, gobernador ‘de Anialfi, al cual había pagado diez mil marcos de plata
para la defensa de las tierras de San Pedro. Reprochábale su negligencia y le pedía la restitución
de las cantidades que había recibido, puesto que no cumplía sus compromisos y rehusaba
declarar la guerra a los árabes. No obstante las reélamaciones del Ponlífice, los amall’itinos
‘continuaron viviendo en buena inteligencia con los infieles, y no quisieron devolver el dinero a
la Samita Sede. Juan les declaró ~co’mulgados.
El Padre Santo se hallaba de tal manera dominado por cl temor que le inspiraban los árabes, que
llegaba a sacrificar los intereses de la religión en todas las medidas que parecían favorables a su
deseo de expulsar a los moros de Italia. Así, luego de aprobar la ordenación de Landulfo~
prelado de Capua, que había sido canónicamente ‘elegido por el pueblo, se retractó de su
decisión primera y sc colocó por po’litica en el partido de Pandenulfo, un laico casado, hermano
del gobernador de la ciudad, que ambicionába la silla episcopal, bajo la condición de que el
gobernador declararía la guerra a los árabes. Pero estos pueblos, ql~e conocían las divisiones que
mediaban entre los ciudadanos de Capua, no dieron lugar a Pandenulfo para que reuniera sus
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
7:35
tropas; cayeron de pronto sobre la ciudad, asolaron el víis y sc retiraron con un botín precioso.
Después de su marcha, el gobernador de Capua recIamó el mando de la ciudad de Gaeta, que
pertenecía al Papa. El Pontífice entregó asimismo esta irnportanUe ciudad; pero luego sus
exacéiones y crueldades promovieron tal descontento, que los habitantes, para librarse de
semejante tirano, resolvieron entregarse a los sarracenos, que estaban acampados cerca de
Agropolí. Entabláronse pláticas y los árabes se acercaron a la ciudad y sentaron sus reales cx~ las
alturas que dominan a Formías.
Al saber esta noticia, Juan comprendió la falta que había cometido entregando el mando de Gaeta
a Pandenulfo; llamó luego a Docibilis que se puso a la cabeza ‘de las tropas de la provincia,
libertó a la ciudad, y persiguió a los musulmanes hasta la costa. En aquel mismo tiempo, como la
flota que el emperador Basilio había mandado de Constantinopla para defender a la Santa Sede
hubiese encontrado las naves enemigas, trabóse una batalla horrible y la victorIa quedó para los
gri.cgos.
Roma no quedó, por esto, librada de los infieles que ocupaban todas las ciudades fortificadas de
la Campania; y Juan, deseando poner a Italia al abrigo de sus excursiones y substraer la Santa
Sede a la tiranía de los duques de Pavía, de Benevento y de Spoleto, resolvió declarar emperador
a Carlos el Gordo, rey de Germania. En su consecuencia escribió a este príncipe, que accedió a
sus súplicas y vino a Italia, donde~ fué consagrado emperador solemnemente. El nuevo protector
de la Santa Sede se mostró muy indiferente por la defensa de la Iglesia, y todas las adulaciones
del Pontífice no lograron determinar a Carlos para que enviara sus ejércitos a Italia.
La cort( dc Roma permaneció sometida a la voluntad (le] monarca.
Juaíi VIII murió y fué enterrado en 18 (te diceimbre del año 882.
Las crónicas de la abadía de Fulda cuentan que este Papa fué envenenado por los parientes de
una dama romana cuyo marido había hecho robar, que era su amante y que servia sus
monstruosos escándalos. Los conjurados, viendo que el tósigo no obraba con la suficiente
‘energía, penetraron emi sus departamentos durante la noche y le rompieron la cabeza a
martillazos «¡Muerte digna de este Pontífice ‘cxccrable!r~, aflade el cardenal Baronmo.
MARTIN II, 112.~ PAPA

BAsIlio, EMPERADOR DE ORIENTE — Luís, CARLOMÁN, REYES


DE FRANCIA

Después de la muerte del sodomita Juan VIII, la facción de los condes de Toscanella se ostentó
muy poderosa en
Roma: Galesiano Falisco, francés de origen, les compró el papado, y con el auxilio del ejército
se hizo reconocer como soberano pontífice; se le entronizó bajo el nombre de Marín o Martín II.
El nuevo ?Papa se mostró tan depravado en sus costumbres, tan astuto en su política y tan
orgulloso en su conducta como su predecesor Juan VIII, cuyos decretos quiso anular porque
estaban opuestos a ~la justicia divina y bumana.
Como sus antecesores, trató de crearse en Francia un poderoso partido para alcanzar socorros
contra los árabes y los otros enemigos de Roma. La misma política le hizo buscar el apoyo del
rey de Inglaterra, Alfredo el Grande, al cual vendió un trozo de leño que, según él, pertenecía a la
verdadera cruz; «tesoro más precioso—escribía el Papa—que todas las riquezas de la tierra>.
Martin consintió igualmente, por cierta cantidad de dinero, en que se disminuyera el tributo que
los ingleses pagaban a Roma para la educación de los niños que estaban destinados a formar el
clero de la Gran Bretaña. Se conquistó la protección de los duques de Benevento y de Spol’eto, y
restableció a Formoso, obispo de Porto, en su dignidad.
Martín no gozó por mucho tiempo de los resultados favorables dic su política: murió en 884,
después de reinar un alio y cinco meses, en los sufrimientos de una enfermedad horrible
ocasionada por la disolución de sus costumbi~es. <Dios permite—dice Platino—que los que se
elevan al soberano poder por el crimen, tengan un fin deplorable; justó castigo de su culpable
ambición!>
i

1
4-
ADRIANO III, 113.u PAPA

BASILIO, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL GORDO, REY DE FRANCIA

La misma facción que había elevado a Martín al pontificado, vendió de nuevo la cátedra de San
Pedro al diácoíú Adriano. Este Papa ‘era romano de~’nacimiento{ e hijo de un sacerdote llamado
Benito. Su ordenación, si hemos de creer a Baronio, tuvo lugar en el primer domingo de marzo
de) ~ít1o 884.
No bien se sentó en el trono pontificio, cuando promulgó un decreto -para condenar el concilio
de Constantinopla que había sido presidido por Focio, y puso en vigor los decretos del ~oncilio
que había anatematizado este patriarca, y en el que se había aprobado como ortodoxa la
profesión de fe de Nicca, con la adición de las palabras «Filioque», rechazadas anteriormente por
Juan VIII.
Sabiendo Focio que los sacerdotes latinos cantaban el símbolo aumentado con estas palabras, que
entonces constitulan herejía, escribió una vehemente carta contra el Pontífice y discutió el
símbolo con arrebatadora lógica, ~lcmostrando que el Espíritu Santo no procede sino del Padre,
y apoyando su opinión en la autoridad de León III, que había mandado suspender ‘en la basílica
de San Pedro dos e~cudos dc plata en los que estaba grabado el símbolo sin la adición del
«Filioque». Por fin, concluía sosteniendo que la Iglesia romana habiendo siempre manifestado
sobre este artículo dc fe los mismos sentimientos que las ‘~illas de Constantinopla, de
Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén, los que proscribían actualmente esta doctrina eran hijos
rebeldes que debían condenar todos los fieles.

Roma disoluta

En esta época los sacerdotes de la ciudad santa se entregaban a un desbordamiento espantoso;


vivían públicamente con cortesanas, y tenían casas donde reinaba el vicio
flistoria de loa Papas.—Tomo I.—4~
738 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 739
y donde los hombres disputaban. a las mujeres el precio de la lujuria. El incesto’, el robo, el
asesinato, eran empleados para llegar a las dignidades de la Iglesia y del Estado. Los Papas se
habían adjudicado un soberano poder sobre todos los tronos de la tierra; y Adriano, en la
embriaguez de su orgullo, se atrevió a formular un decreto cíue autorizaba a los Pontífices para
nombrar emperadores de Italia ~ los príncipes que se juzgaban más dignos por la corte de Roma.

El papado en derrota

La conduct.a del Padre Santo concluyó por sublevar Ja cólera de Carlos el Gordo, que determinó
franquear los Alpes y castigar la audacia e insolencia de los sacerdotes romanos; pero como
importantes guerras exigieran en Austria su presencia, encargó a sus generales que sometierau
las provincias que las ordenanzas del Papa habían sublevado contra la imperial autoridad. Al
publicar estos decretos, el Pontífice abrigaba la esperanza de que no sólo acrecentaría su
dominio, sino que aseguraría eteruament.e la independencia de Roma y la preponderancia de la
Iglesia sobre todos los príncipes de Italia. «No fué así—dice Maitnbourg—; esta provincia fué en
seguida víctima de la desolacióii \y el desorden: fué miserablemente destrozada por usurpadores
y tiranos, indignos del nombre de emperadores; y desde el reinado de Carlos el Gordo hasta el de
Otón el Grande, fué presa de todos los bandidos; los pueblos, sumergidos en la ignorancia y en el
oprobio, expiaron cruelmente su cobardía y se degollaron unos a otros como gladiadores para
complacer a reyes insensatos o a Papas criminales.
Adriano 111. por su orgullo, hizo igualmente perder a la Iglesia romana su autoridad en Oriente;
Focio se scparo por completo del clero latino e inauguró el císma, que dura aún hoy día entre las
Iglesias de Oriente y Occidente.
Basilio dirigió al Papa vehementes cartas para reprocharle su ambición; mas no pudieron llegar
hasta él, porque murió en 20 de julio del año 885, antes de que arribaran los embajadores de
Constantinopla.
Saqueo árabe

Durante este. corto reinado, los árabes inundaron los territorios de Benevento, de Roma y de
Spoleto, donde ejercierori muchos horrores, tanto por odio al cristianismo como para vengarse
‘de las derrotas que habían sufrido en los pontificados anteriores. Sangdam, que era generalísimo
de las tropas musulmanas, se encarnizaba especialmente en las iglesias y monasterios; el rico
convento de San Vicente de Volturno fué atacado por. sus árabes y tomado por asalto no
obstante la valerosa resistencia de sus monjes; y cuando fué dueño del mismo, hizo ‘degollar a
todas los frailes hasta el último, se apoderó del tesoro, de los cálices, de los copones, de las
reliquias; puso fuego al edificio, y, al resplandor del incendio, dió a sus?. tropas el espect~iculo
de una horrible orgía, durante la cual sus oficiales profanaron los objetos del culto cristiano,
bebiendo y comiendo en lós cálices y en las patenas y sirviéndose de los inoesarios de oro para
adorar a Sangdam, como si fuese un dios. El célebre monasterio de Monte Cagino, sufrió a Corta
diferencia’ igual suerte; los sarracenos, en una de sus excursiones, sie lanzaron sobre la provincia
del Garigliano y sorprendieron. la pequeña abadía de Monte Casino, donde San Benito había
sido enterrado antes de que los religiosos tuviesen tiempo necesario para ponerse en defensa.
Todos los hermanos fueron despiadadamente asesinados; el convento fué saqueado; los
montones de trigo que habla en las bodegas, así como los toneles de vino y todos los objetos
preciosos, fueron ‘presa de los árabes; lo único que ‘esicapó a su rapa’. cidad, ‘fué el conventos
gracias a sus altos muros y a sus torres; pero la iglesia mayor, situada en la pendiente de la
montaña y en la que se encontraban amontonadas incalculables riquezas sacadas por los frailes a
los pueblos y a los reyes, fué complétamente saqueada, terriblemente profanada y entregada, por
fi; a las llamas; de forma que no quedó pie4ra sobre piedra. En seguida los musulmanes se
retiraron a las provincias meridionales de Italia y dejaron a los religiosos el tiempo necesario
para reparar sus desastres y recuperar centuplicadamente las pérdidas que habían sufrido.
Mahoma robaba a Cristo lo que en su nombre se había robado a Júpiter.
ESTEBAN VI, 114.p PAPA

BASILIO, LEÓN EL FILÓSOFO, EMPERADORES DE ORIENTE —


CAiiLOS EL GORDO, ODÓN, REYES DE FRANCIA

Esteban era romano de nacimiento e hijo de un patricio llamado AdrianQ. El Papa Adriano le
ordenó subdiácono y le emp1e~ cerca de su persona; luego fué el favorito del Pontífice Martín,
que le ordenó sacerdote del titulo de las Cuatro Coronas.
Celebrados los funerales de Adriano III, el clero, los seflQres y el pueblo, se ~re unieron a fin de
proceder a las elecciones, y dijeron unánimemente que elegían por Papa al sacerdote Esteban,
cuya piedad era lo único que podía 11-branes de las langostas, de la sequía y del hambre que
desolaba la cindad y la campiña de Roma. El pueblo se di~rigjó en seguida a la morada del
sacerdote; rompiéronse sus puertas y se le sacó de ella, no obstante su resistencia, para
conducirle a su iglesia de las Cuatro Coronas, donde fué proclamado soberano pontífice: luego
fué llevado en triunfo al palacio de Letrán. <Durante la marcha del séquito—dicen los cronistas
—, Dios manifestó su alegría por la elevación de su servidor; cayó una abundante lluvia que
destruyó muchos de los insectos que devoraban los campos y resucitó la esperanza en el corazón
de los romanos».
Algu¡ios días después de su consagración, Esteban, acompañado de los obispos, de los
comisarios del emperador y de los miembros del Senado, visitó con .gran cuidado el intertior del
palacio de Letrán, para que constase por testimonios auténticos el estado en que se hallaba la
patriar-cal morada, de la que tomaba posesión en aquel instante, y si había en ella algún dinero
que repartir a los desgraciados. Vióse que los guardamuebles habían sido robados y que ni
siquiera había la suficiente vajilla para las necesidades del Papa; el tesoro de las iglesias estaba
completamente vacío, así como los graneros y bodegas; y se adquirió, en fin, la irrefragable
prueba de que la caja de San Pedro había sido gastada hasta en su último óbolo por los indignos
predecesores de Esteban:
1

1
741
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

En st’. aflicción por no poderse mostrar generoso con el clero, la milicia, y sobre todo con los
pobres, que fallecían de miseria, el venerable Pontífice recurrió a su magnifico patrimonio;
vendió sus numerosos dominios y distribuyó su importe entre los desgraciados; colocó cerca de
si los hombres más hábiles y virtuosos, y todos los días admitía en su mesa huérfanos que
alimentaba como si fueran su~ hijos.
Su gran caridad agotó bien pronto sus recursos; el ham bre y la sequía continuaban desolando a
Roma, y la langostas> cuyo número había disminuido al principio, to maron un
desenvolvimiento espantoso. Entonces el Pontí fice mandó publicar una ordenanza para excitar a
los la briegos a que destruyeran estos insectos, prometiendo veinte dineros de plata a todos los
que le trajesen una medida de langostas.

Oriente
A fines del año 886, Estelian recibió cartas que el emperador Basilio dirigía al Papa Adriano;
este príncipe reprochaba severamente al Pontífice y le amenazaba con castigar su audacia si
insistía en querer gobernar las Iglesias de Oriente. Esteban respondió en estos términos:
«Dios ha dado a los príncipes la facultad de gobernar las cosas de la tierra, como a nosotros, por
la autoridad de .Sau Pedro, nos ha dado el poder de gobernar las cosas ‘espirituales. Los
soberanos tienen derecho a reprimir los - pueblos rebeldes, a cubrir la mar y la tierra con sus
ejénicí,tos, disponer la muerte de los hombres que no quieren réconocer su dominio u obedecer
las leyes que se hicieron en interés de su reino. A nosotros pertenece el enseña? a los pueblos que
d~eben sufrir la tiranía de los reyes, los horrores del hambre y hasta la misma muerte para con-
quistar la vida eterna; así el ministerio que - Cristo nos ha confiado, se halla por encima del
vuestro, como el cielo se halla por encima de la tierra, y vos no podréis ser juez de la misión
sagrada que hemos recibido de Dios.
»AI dirigiros estas frases no pretendemos rebajar’ vuestra dignidad ni censurar vuestras acciones;
mas nos vemos obligados a usar este lenguaje para nuestra defensa y la del Pontífice Martin.
»Hemos sabido, con alegría, que destináis uno de vues
742
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
tros hijos al sacerdocio. Os rogamos, a fin de restableceí’ la concordia entre nuestra corte y la
vuestra, que enviéis una escuadra suficientemente armada para cruzar las costas de Italia, desde
el mes de abril hasta el mes de septiembre, y una guarnición numerosa que defienda nuestros
muros contra las excursiones de los sarracenos.
»No nos entendemos en lo que toca a la miseria dc nuestros pueblos; es tan grande, que hasta
carecemos de aceite para iluminar la iglesia.»
Esta carta no llegó a Constantinopla sino en el año 886, después de la muerte del emperador
Basilio, al cuál había sucedido su hijo León, llamado el Filósofo. Pero ya una revolución extraña
se había realizado en la Iglesia de Oriente; el nuevo príncipe, enemigo personal de Focio, le
obligó a retirarse en un convento para dar la silla patriarcal a su propio hermano Esteban cl
Camarada. Este escribió al Papa cartas sinodales llenas de enérgicas declamaciones contra Focio.
«patriarca indigno—decía—, que la justicia del prijucípe hizo salir de la Iglesia, que manchaba
con sus crímenes».
.El Padre Santo le respondió:
<No hay para qué extrañarse de que el eunuco que ~e burló tanto tiempo de la cruz de Cristo, se
le destier~e, por fin, del templo; y nosotros participamos d~ los loables. sentimientos aue
manifestáis contra este ‘execráble laico. Esto no obstante, no podemos confirmar vuestra
elección porque hemos hallado la carta del emperador completamente distinta de la vuestra.
Dice~que Focio ha renunciada por escrito y libremente a la dignidad episcopal, a fin de abrazar
la vida solitaria. Si su determinación es voluntaria, no os reconoceríamos como obispo legitimo;
porque existe, según los cánones, una gran diferencia entre renunciar a una silla y ser depuesto
de ella.>
El resto de la vida del Papa lo absorbieron negocios de menor cuantía.
Estehaí¡ murió en 7 de agosto de 891, después de reinar seis años; se puede alabar su
gen,erosidad con los pobres y su exactitud en cumplir los deberes pontificios; mas se ha de
censurar severamente el orgullo de un Papa qu~ se elevó al mismo grad0 de audacia y de
ambición que su predecesor. Citaremos, para apoyar nuestra opinióil, un decreto que hallamos en
Gracia uo: <Es necesario observar siempre e invariablemente lo que la Iglesia romana ha or-
denado ‘una vez.>
4
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES
74;3
A pesar de esta máxima, los Pontif’ices se han mostrado constantemente ‘en contradicción con
sus predecesores: después dc la muerte de un Papa infalible, al que le sucedía, infalible también
cual él, le acusaba de error, de cisma, de idolatría y anatematizaba sus actos antes de ser, a su
vez, reconocido él mismo por su sucesor, por un hereje, por un simoniaco y un idólatra.
Los dos eran infalibles por su turno.
FORMOSO 1, 115.a PAPA
L~óy EL F1LÓS~F0, EMPERADOR DE ORIENTE ODON O

ELIDES, REY DE FRANCIA

Formoso, en su legación de Bulgaria, había acumulado inmensas riquezas, escamoteando sumas


enormes a los groseros pueblos de esta comarca y aprovechando su superstición e ignorancia.
Cuando volvió a Roma fué depuesto del episcopado por Juan VIII, no por delito de concusión,
sino porque se hallaba acusado de haber conspirado contra la existencia de este Papa y contra la
autoridad de Carlos el Calvo. Se supone que el verdadero motivo de la condenación de Formoso
encontraba su origen en la oposición que hacía al hifame Pontífice con objeto de detener el
desbordamiento de la romana corte. Juan empleó las censuras eclesiásticas para arrancar al
prelado el juramento de que nunca más volvería a entrar en el episcopado, y de que nunca más
habitaría la ciudad santa; pero luego el Papa Martín dispens~ a Formoso dc su juramento y le
restableció en sus dignidades y honores.
Después de la muerte de Esteban Vi, la facción de los ‘duques ‘de .Spo’ieto eligió a Formoso por
soberano. pontífice, aunque ya fuese obispo de Podo: el partido de los condes de Toscanelía se
opuso a esta elección, bajo el pretexto de que era contraria a los cánones, que prohibían a los
eclesiásticos abandonar una silla para ocupar otra; y elevaron al pontificado al sacerdote Sergio,
que no tenía más mérito que el de poseer una gran fortuna. Como Guy, rey de Italia, se declarase
por Formoso, fué entronizado en el palacio de Letrán con las ceremonias acostumbradas, sin em-
bargo de la oposición hecha por sus enemigos, que no cesaroíi de turbar la tranquilidad de Roma
con frecuentes sublevaciones durante su reinado.
Algún tiempo después de su elevación, Formoso recibk~ una diputación d’e Constantinopla, la
cual se hallaba encargada de informar a la Santa Sede en el asunto de Focio, conforme lo había
ordenado Esteban VI y los mandatarios del patriarca depuesto. Muchos prelados, en nombre de
Es—
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 745

teban el Camarada, entregaron al Pontífice una carta de Stiliano, obispo de Neocesárea y favorito
del joven patriarca.
«SaRtísimo Padre: Reclamamos vuestra indulgencia para los que han recibido como obispo al
eunuco latino; y pedimos que enviéis circulares a los patriarcas de Oriente, a fin de que usen la
misma caridad hacia los eclesiásticos que aprobaron la elección del infame ~Focio.
Bl Padre Santo contestó con dilatorias.
En aquel mismo tiempo, Foniques, metropolitano de Reims, escribió al Papa con. objeto de
felicitarle.
En su contestación, el. Papa exhortaba a su pariente y a los demás prelados de las Galias y de la
Germania a que compartiesen los males de la Iglesia romana, y a que la socorrieran con sus
tesoros para que no fuese arruinada por las prodigalidades de los clérigos italianos y por las
excursiones de los infieles. Añadía que desde largo tiempo Roma no podía encontrar un apoyo en
el Imperio griego, el cual se hallaba turbado sin cesar por peligrosas herejías y desolado por
nuevos cismas. «A fin de resolver cuáles son las enmiendas que hemos de tomar para restablecer
la paz en la Iglesia —decía—, hemos decidido reunir en nuestra ciudad un concilio ecuménico en
primero de Marzo del año 893; y os ordenamos que acudáis a este sínodo sin pérdid2~ de tiempo
para preparar las cuestiones que nosotros someteremos a las luces de los prelados. Os par-
ticipamos que hemos coronado emperador de - Occidente a Guy, duque de Spoleto, vuestro
pariente y nuestro, cuya autoridad ha contribuido a robustecer nuestra elección. Nos proponemos
coronar igualmente a su hijo Lamberto, que hemos adoptado por hijo nuestro.»
A principios del año siguiente, Foulques, cuyo odio por Eudes había aún aumentado desde una
entrevista en que su orgullo había sido humillado por este príncipe, convocó un sínodo en Reims
y mandó proclamar rey de Francia al joven Carlos, hijo de Luis el Tartamudo, el cual no tenía
más de catorce años: el nuevo monarca fué coronado por los obispos y los señores descontentos
del conde Eudes. El metropolitano de Reims participé luego al Papa ‘la consagración de Carlos
el Simple.
Formoso, fiel a le política de sus anteoesores, cuidó de mantenr la discordia entre los príncipes
franceses~ con ob— jeto dc ejercer sobre ellos una autoridad suprema y alcianzar de su.
ambición todas las ventajas que reclamaban los intereses de la Santa Sede. Escribió a Eudes para
prohibir-
746 HISTORIA DE LOS PAPÁS Y LOS REYES

le que atacara al joven Carlos en su persona o en sus bie~ nes, hasta la época én que regresara el
arzobispo Foulques, que se dirigía a Roma para conferenciar con él sobre este grave asunto; y al
mismo tiempo ordenó a los prelados de las Galias que insistiesen cerca del rey Eudes a fin de al-
canzar de él una suspensión de hostilidades contra el hijo de Luis el Ta?rtamudo; mandó entregar
igualmente al hijo del rey una carta de felicitación y un pa~tel bendito.
Sabiendo Arnoldo, rey de Germania, el coronamiento de Carlos el Simple, y el apoyo que
conoedia el Papa a este niño, mandó embajadores al Pontífice para quejarse de que se hubiera
consagrado un monarca sin autorización suya, y no obstante los justos derechos que tenía sobre
el Imperio de las Galias; le amenazaron con iuvad~’ Francia e Italia y con exterminar los
pueblos, los sacerdotes y los príncipes de estos reinos, si la corte de Roma no hacía justicia a su
reclamación.. Formoso contestó a los enviados de Arnoldo de un modo evasivo; escribióle
diciendo que él debía proteger al joven monarca porque era su pariente, y que tenía que
defenderle contra el usurpador Endes, en vez de llevar a sus Estados el pillaje y la matanza; por
fin, terminaba amenazándole con los rayos de la Iglesia, si in’ adía el reino de Carlos el Simple.
El Papa tuvo luego ciertas contestaciones con el emperador Guy, acerca de un dominio que el
príncipe deseaba qultaí’ al ducado (le Roma; y Formoso, que hasta entonces había mostrado una
fidelidad inviolable al príncipe, su pariente, se sublevó contra él, le declaró destronado y eligió
emperador a Berenguer, duque de Frioul. Este señor, que había emprendido una guerra contra los
húngaros, no quiso prestar auxilios al Pontífice, y Formoso, con objeto de ponerse al abrigo de la
venganza de los duques de Spol’eto. que amenazaban a Roma con sus armas, llamó a Arnoldo a
Italia bajo la promesa de que le daría el Imperio.
Germanos

El ambicioso rey de Germania franqucó inmediatamente los Alpes a la cabeza de un numeroso


~jército y se dirigió hacia Roma; pero ya la facción de Sergio, apoyada en la autoridad de
Lamberto, mandaba en la ciudad y no quiso abrir las puertas a los soldados germanos. Arnoldo
mandó atacar la ciudad Leonina, que hallándose defendida por
747
HISTORiA Dii LOS PAPAS Y LOS REYES

iropas aguerridas, le opuso gran resistencia; su ejército fué rechazado, dejando gran número de
muertos en la plaza; esto sin embargo, continnóse el cerco y el príncipe mandó levantar
trincheras alrededo.r de su campo.
Un singular acontecimiento le hizo dueño de la ciudad muy pronto: mientras que los soldados se
hallaban ocupados en construir los ~osos, salió de entre la tierra una liebre que se lanzón
asustada, en medio (le los obreros; éstos la persiguieron gritando hasta los muros de la ciudad.
Los ciudadanos que guardaban estos últimos, creyendo que comenz.aba el asalto, dejaron sus
puestos y esparcieron la alarma en todos los barrios de la ciudad. Arnoldo tuvo noticia de este
pánico y quiso aprovecharle: mandó avanzar su ejército, escaló los muros y se apodero de Roma
sin resístencia: luego se dirigió a la basílica dc San Pedro, donde cl Papa le coronó emperador.
A ruegos de Formoso, y bajo el pretexto de castigar los ultrajes hechos a la religión por los
facciosos, el nuevo emperador hizo matar a los principales ciudadanos de Roma.
Estas crueldades ~excitardn la venganza del pueblo. Un ciudadano generoso quiso libertar la
nación de este tirano; vistió la real librea, se hizo admitir entre los criados de Arnoldo, y le
propinó un brebaje que le hizo imbécil y paralitico, le consumió poco a poco las entrañas, y le
hizo morir después de tres años de horribles sufrimientoS y casi enteramente roído de gusanos.
Formoso no gozó por mucho tiempo de su triunfo sóbre Lamberto; murió a los ochenta años,
luego de haber hecho degollar con sus cuestiones la mitad de la población de Roma; fué
enterrado en 7 dc abril del año 896.
BONIFACIO VI, 116.Q PAPA ESTEBAN VII, 117.o PAPA
LEÓN EL FILÓSOFO, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL

SIMPLE REY DE FRANCIA

Los funerales de Formoso no habían aún terminado cuando la facción de Sergio se había vuelto a
apoderar del gobierno de Roma y se agitaba para colocar sobre el trono de San Pedro un Papa de
su elección.
Bonifacio, toscano de origen e hijo de Adriano, se mostró uno de los más ardientes contrincantes.
Protegido por Lamberto, del cual era hechura, esparció el oro entre el pueblo, prodigó muchas
promesas a los grandes y al clero,. y se hizo el~gir Papal por más que se le hubiese echado de su
diaconado por homicida y adúltero; fué entronizado bajo cl nombre de Bonifacio VI.
A pesar de esto, no ocupó mucho tiempo la Santa Silla; Esteban, obispo de Anagnia, que
intrigaba igualmente para alcanzar la Silla de San Pedro, le hizo envenenar. Tal es la versión de
los principales biógrafos de Bonifacio VI.
El cardenal Baronio, que calificaba a este Papa de hombre infame, dice que murió de la gota,
enfermedad cruel que era natural. consecucñcia de sus banquetes y orgías.
Sea cual fuere la causa de su muerte., después de reinar quince días, Bonifacio dejó la Santa Silla
a un sacerdote digno de ceflir su frente con la deshonrada tiara de los Pontífices de Roma.
LEÓN EL FIlÓsoFo, EMPERADOR DE ORIENTE — CARLOS EL

SIMPLE, REY DE FRANCIA

E poca de cortesanas

Esteban VII, el más hábil y corrompido de todos los yretendientes, se hizo prochiniar obispo de
Roma; era hijo de un sacerdote llama<Io Juan y de una cortesana. Esteban no desmintió su
origeu, y en todo el curso de su reinado~ se mostró escandaloso, cruel y vengativo.
No bien ocupó la Santa Silla, cuando holló todas las leyes divinas y ~humauas. En su infernal
rabia mandó exhumar el cadáver de Formoso, su antecesor, para castigarle el haber usurpado la
suprema dignidad en perjuicio suyo. A consecuncia de sus órdenes, los obispos latinos se re-
unieron en concilio, y en medio de la a~amblea~ el cadáver de Formoso fué colocado en la silla
pontificia, coax la tiara en la cabeza, el báculo pastoral en la mano y yeve~tido con los
sacerdotales ornamento~ en segu’ida, ~para mayor irrisión, le dieron un abogado para que
defendiera su causa.
Esteban interrogó a Formoso en esta forma: <Obispo de Porto, ¿cómo llevaste tu ambición hasta
usurpar la Silla de Roma, no obstante los santos éánones que te prohibi~n esta acción infame?’
El abogado, que respondía por Formoso, se confesó culpable de los mayores crímenes.
Entonces el Padre Santo pronunció una sentencia de excomunión y de deposición contra el
prelado d.c Porto; y acercándose a la silla pontificia dió un bofetón al cadáver y le hizo rodar a
sus pies; en seguida le despojó de sus hábitos sacerdotales, se le cortaron tres dedos de la mano
de-. recha, y por fin ordenó al verdugo que se le cortase la cabeza y que arrojasen al Tíber su
cadáver.
Luitprando afirma que como unos pescadores encontraran sus restos en las orillas del río, los
llevaron secreta-mente a la iglesia de San Pedro~ y las imágenes de los santos ante los que
cruzaban se inclinaban ante las reliquias
750 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 751
de Formoso. Si damos fe a los milagros conforme lo orde— na la Iglesia, hemos de confesar que
las pinturas y estatuas han perdido enteramente la urbanida~ y la cortesía.
El cardenal Baronio, defensor de la infalibilidad de la Santa Sede, por una de esas
contradicciones de que nos ofrece tantos ejemplos, después de mancillar la memoria. de
Bonifacio, ha querido justificar la conducta de Esteban; pretende que la condenación de Formoso
no era contrari~ a la he cristiana ni ortodoxa.
Después de haber h~cho mutilar el cadáver de Formoso, Esteban mandó entrar en la asamblea a
todos los ecle-~ siásticos que este Pontífice habí a ordenado; su con.sagración fué declarada nula
y seies ordenó de nuevo; Arnoldofué depuesto de la dignidad ~de emperador; y Lamberto, duque
de Spoleto, fué pi~oclamado soberano del Imperio de Occidente.
Pero bien pronto este abominable sacerdote recibió el
 castigo de sus crim~nes; forinóse una conspiración en con-~ tija suya, se le echó del trono, se
le metió en un calabozo y-por fin se le estranguló con los jirones de su dalmática, en 2 de mayo
del eflo 897.
Esteban VII era tan ignorante, que casi no sáhía poner ~u firma; ni siquiera conocía los frimeros
elementos de la religión; su depravación llegaba a los úlíimos limites y sobrepujaba a Juan VIII
en sus monstruosos escándalos.
Baronio, no Qb5taflte su afición a la Santa Sede, confiesa que el siglo Ix fué un siglo de
desolación para la Igle-sia. <Nunca—dice—las divisiones, las guerras civiles, las persecuciones
<le los paganos, de los herejes y de los cis— máticos,. la hicieron sufrir como los monstruos que
ecu-paron el trono de Cristo, por la simonfa y el homicidio. La Iglesia romana parecía ~ma
desenfrenada cortesana, Ile— na dc pedrerías y seda, la cual se prostituía por ‘el oro;el palacio de
Letrán se habla convertido en una innoble taberna donde los clérigos de todas las naciones iban
a-disputar a las cortesanas el precio de sus escAndalos.
‘Nunca los sacerdotes, y principalmente los Papás, co-metieron tantas violaciones, incestos,
adulterios, robos y homicidios; y nunca la ignorancia del clero fué tan grande-como en aquella
época desgraciada. El Cristo probablemente dormía entonces un suello muy profundo en el fondo
de su harca, mientras que los vientos silbaban de todas-partes y la cubrían con las olas del mar...
Y, lo qué era aún más sensible, los discípulos del Seflor dormían más profun—
daniente que él, y no podían despertarle con sus gritos y clamores. Así la abominable tempestad
se desencadenaba sobre la Iglesia y ofrecía a los ojos de los mortales el más horrible espectáculo.
Los cánones de los concilios, el símbolo de los apóstoles, la fe de Nicea, las antiguas tradiciones,
los ritos sagrados, permanecían sumergidos en los ~bismos del olvido; y el más desenfrenado
vicio, el más feroz despotismo y la ambición más insaciable, habían ocúpatio su puesto. ¡ Cómo
podremos llamar Pontlfic~s legitimes a los que ocupaban la silla del Apóstol, y qué cardenales
serian los nombrados por talcs monstruos...!»
HISTORIA DE LOS REYES

SIGLO IX

Mientras que los vicarios de Cristo en la tierra manchahan. la Iglesia con todo género de
crímenes, los reyes de Gracia, de Italia, de las Galias, de Germania y de Inglaterra, asolaban sus
Imperios con las. más infames rapiñas
En Oriente, el usurpador Nicéforo había sucumbido ante las armas de los búlgaros y dejaba la
corona a Staurazo, su hijo, principe cuyo exterior era horrible, y cuya alma era aún más lea que
su rostro. Afortunadamente para el pueblo, una herida que había recibido en la última batalla
dada contra los búlgaros, le impidió tomar las riendas del gobierno; y la emperatriz Teofania, su
esposa, se ~poderó del poder. Mas las crueldades de esta princesa no tardaron mucho en
despertar la energía del pueblo; los principales ciudadaiios de Constantinopla la arrojaron del tro-
no, proclamaron emperador a Miguel Curopalata, y encerraron a Síanrazo en un convento, donde
murió a los pocos meses.
El nuevo emperador, que se llamaba Rangabo, era yerno de Nicéforo; trató de reparar las faltas
de su suegro, celebró la paz con los búlgaros y envió embajadores. a Carlomagno para renovar
los tratados que la emperatriz Irene había celebrado con este rey.
Mas la tranquilidad del Imperio fué aun turbada nor los búlgaros, a los cuales un traidor habla
vendido el secreto
Historia de 108 .Papas.—Tomo 1.—48
754 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 755
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

del fuego griego; estos guerreros pueblos trataron de someter por segunda vez a los hijos de
Greda, y poniendc> sitio a Constantinopla, d>err6taron los ejér¿itos de Miguel en varios
encuentros. Este príncipe, cansado de sostener incesantes luchas contra los enemigos del Estado
y éontra sus propios súbditos, ábdicó el poder supremo y se retíró a un monasterio con su hijo
Teofilacto, que había asociado al imperio.
Uno de los generales del ejército, que se llamaba León el Armenio, fué proclamado emp.eraclor,
y substituyó a Miguel en 11 de julio del año 813. Este príncipe, salido de entre las filas
del ,pueblo, se mostró gran capitán, político hábil y llevó dignamente la corona; sostuvo con,
honor sangrientas luchas con los persas, y obligó al Khan de los búlgaros a celebrar con el
Imperio una tregua de treinta aflos. No obstante las cualidades eminentes de León, los sacerdotes
le retratan como uno de los emperadores más execrables por sus crueldades hacia los adoradores
de imágenes.
El ortodoxo León el Gramático relata en esta forma los. acontecimientos que produjeron su
muerte:
«Este monarca, siguiendo el ejemplo de aquel cuyo nombre llevaba, hizo profesión pública de su
impiedad. Habiendo reuni?ido sus cómplices, los magos Juan, Pedro y Simón, los obispos
griegos y el patriarca Nicéforo, les participo sus al)oínin.ables sentimientos con estas sacrílegas
pa— labras:
»¿ No es deplorable, hermanos míos, que los sacerdotes. de un Dios de humildad, cubran su
templo con oro y pedrerías, y que los ministros de aquel que echó por tierra los ídolos, llenen las
iglesias con estatuas y pinturas? ¿ No es odioso ver cómo los adoradores (le Ilfl Dios todo
espíritu’ se arrodillan ante la materia? Yo me he escandalizado ante esta grosera idolatría y
espero vuestra decisión pgr~ mandar arrancar de nuestras iglesias las imágenes, las estatuas, las
ricas telas, y para devolver al templo la dignidad de un Dios que ha coronado a Lázaro y que abre
su reino a los pobres de este mundo.
»El obispo de Sárdica, el abad del monasterio Studios, los prelados Eutino y Teodoro, sc
levantaron entono~ de sus sillas y acusaron al principe de herejía.
»Esta valiente oposición desesperó al tirano; los obispos fueron lanzados del concilio a palos, y
el patriarca Nicéforo fué desterrado y reemplazado en la silla episcopal de Constantinopla por
Teodato Casitero.
»Desde este momento, León se abandonó a todas las abominaciones de la magia; renunció a la fe
cristiana, persiguiÉ a los ortodoxos y destruyó las imágenes. Este miserable príncipe, llevado de
su furor y su espíritu de destrucción, no se contentó con romper las estatuas y borrar las pinturas
que adornaban los templos; envió sus oficiales a las casas de los sacerdotes a fin de quitar las
imágenes sagradas del Salvador, de la Virgen y de los santos.
»Esto no obstante, Dios, cansado de tan abominables crímenes, llegó a castigarle. Miguel,
capitán de las guardias, se puso a la cabeza de una conspiración organizada por el clero. Mas
como el secreto se vendiese por un eclesiástico, Miguel fué arrestado y condenado a muerte; iba
a morir en el patíbulo, cuando la emperatriz, en consideración a la fiesta del nacimiento de
Jesucristo, obtuvQ que se remitiese para el día siguiente la ejecución de la sentencia.
Considerando los conjurados este plazo como un signo evidente de la protección del cielo,
resolvieron ejecutar durante aquella misma noche sus proyectos; en su consecuencia, se
dirigieron hacia el palacio imperial vestido~ con albas y dalmáticas, bajo las cuales hablan
ocultado las armas; los centinelas que guardaban el palacio, engañados por su disfraz, les
abrieron las puertas. Luego se precipitaron en el oratorio donde el príncipe se entregaba a la
plegaria, le arrancaron del altar, le destro~ zaroií y le hicieron entregar su alma impía ante el
mismO Dios que tanto había ofendido; en seguida corrieron hacia la cárcel, rompieron las
cadenas de que Miguel se hallaba cargado y ciñeron a su frente la diadema de los reyes.
~Así se realizaron las profecías del salmo: «La tristeza »dudará hasta la noche, y la alegría
volverá a brillar con el alba». El cuerpo del execrable León fué envuelto en una manta y
encerrado en un lugar desierto; la emperatriz y los jóvenes príncipes fueron encadenados y ‘ence-
rrados en un claustro de Protea;»
Este relato da a conocer, mejor que todos los, comentarios, la mala fe de los fanáticos adoradores
de la púrpura romana; pues León V fué, por el contrario, uno de 1Q5 pri?ticipes más uotables del
Bajo ~mperio; reconstruyó las ciudades que habían sido arruinadas por los bárbaros; mostróse
justo y equitativo; protegió las artes y las letras, y devolvió la paz a sus Estados.
Miguel II, llamado el Tartamudo, se convirtió en eniperador con este parricidio, y manifestó
luego, sobre el treno,
766 HISTORIA DE LOS P,XPAS Y LUS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 757
los vicios más odiosos: era avaro, cruel, escandaloso, sin educación ni talento, y sc abandonó a
todos los crímenes y excesos. Renunció, también, al culto de las imágenes y desterró de
Constantinopla a los mismos eclesiásticos a los cuales debía la corona; ~digna recompensa (le su
traidora conducta observada con el des~graciado León!
Los sacerdotes suscitaron. entonces contra él un esclavo llamado Tom~s, que presenLax~on
como el hijo de la emperatriz Irene, el cual se llamaba Constantino. Este nuevo pretendiente
levantó un ejército y avanzó hasta los muros de Constantinopla, a la cual puso cerco por espacio
de diez meses; pero habiendo cometido la imprudencia de retirarse. a Andrinópolis durante el
invierno, fué vendido por uno de sus oficiales y entregado al ‘emperador.
Miguel le. hizo cortar los brazos y las piernas en su misma presencia y ordenó al verdugo que su
sangriento tronco fuese colgado en la puerta principal de Andrinópolis.
Mientras que este. príncipe se hallaba ocupado en ahogar las sediciones promovidas por los
eclesiásticos, los sarrac>ewos de España se apoderaron de Creta y edificaban. la ciudad de
Chandax, que luego hizo dar a la isla el nombre dc Candía; los aglabitas de Africa invadían,
igualmente, la Sicilia y las Ciclades.
Miguel, turbado en el goce del~ poder supremo por las observaciones de sus consejeros, resolvió
librarse de todos los cuidados que reclamaba la situación deplorable del Imperio, y asoció al
gobierno a su hijo Teófilo. Entonces, libre de toda inquietud, se abandonó a los más repugnantes
escándalos, haciendo robar a las doncellas en las calles .de Constantinopla, y . forzando los
monasterios para violar a las monjas. Su audacia fué tal, que arrancó de su convento a la princesa
Eufresina, hija del emperador Constantino VII, y se casó con ella contra su voluntad y con
desprecio de los cánones que. prohibían la unión con vírgenes consagradas a Dios. Pero este
último matrimonip le fué horriblemente funesto, y cierta mañana se le halló muerto en ‘el lecho
de la emj~eratriz.
Teófilo ~se colocó en 829 al frente del gobierno, y por espacio de trece años hizo prosperar las
artes, las ciencias y la industria.
Los eclesiásticos le reprocharon haber sido icoñoclasta y haber perseguido a los sacerdotes que
hablan auxiliado a su padre en su revolución~ contra León el Armenio. En efecto, este príncipe,
habiendQ reunido el Senado en una
sala del palacio llamada la Silla, mandó traer el candelabro que habla sido roto a golpes de
espada el día del asesinato de León, e interrogado en la asamblea, preguntó cuál era el suplicio
que merecían los que habián degollado sobre el altar al ungido del Señor. Los senadores
contestaron que m,~rectan la muerte. En segilida dió orden para qu>e se pr¶eaidiese a los
culpables, y la sentencia fué ejecutada ante sus propios ojos.
Un antiguo escritor, hablando del extremado ‘amor qu~ Teófilo profesaba a la justicia, cuenta
que e~te príncipe, dirigiéndose hacia el palacio de Blaquernes, fué detenido sábitamente por un
hombre que le reclamó el caballo que montaba, porque había sido robado por un empleado de
palacio, Teófilo miró a su escudero, el cual, al oír estas frases, se había puesto pálido, y viendo
que aquella reclam~clón era justa, bajó de su caballo, lo. entr’egó al desconocido con todas sus
magnificas gualdrapas, ‘e hizo castigar inmediatamente al empleado culpable.
Teófilo murió en 842, muy querido de la gente honrada, pero odiado por los sacerdotes. Su hijo
Miguel III, llamado Porfirogénito, le sucedió a la ‘álad de tres años,’ bajo la tutela de Teodora,
su madre.
Esta princesa, fanatizada por el culto de las imágenes, empleó toda su autoridad contra los’
icon4~clastaS; persiguiéfldoles con violencia y les obligó a abandonar las’ provincias del
Imperio y a refugiarse oerca de lOs musUlmanes.
Durante su regencia, Teodora se entregó a los mayores escándalos, dando por sí misma lecciones
de depravación a sus hijas y al joven emperador.
Cuando Miguel hubo llegado a la edad de las pasiones, esta educación infame produjo su~
efectos; a instigación de su tío Bardas, cogió las riendas del Estado, mandó arrestar a su madre y
a sus hermanas, que encerró en un convento-, y se hizo proclamar emperador y sucesor de
Nerón. Desde entonces Miguel se presentó en los espectáculos póbli~o~ coronado de flores, con
una ‘lira en la mano y prodigó los tesoros acumulados por las’ exaccioneS de su madre regalando
a los histriones, a los-bailar hes y a los gladiadores.
Por espacio de diez años, Miguel contifluó sumergido en las orgias y mereció de sus súbditos
qu¿ le llamasen el príncipe de la borrachera. Sus emisarios recorrieron las provin cias del
Imperio en busca de mancebos y hermosísl!xflaW doncellas, que encerraba en sus palacios y
servían para sus
758 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 759
orgías. Incapaz de gobernar el Estado por sí mismo, asoció en el Imperio a un tío suyo; mas,
concluido un festín, mandó que le degollasen, porque a semejanza suya no había querido
embriagarse. Por fin, luego de haber nombrado césar al macedonio - Basilio, uno de los ministros
de su palacio, llevado por un nuevo capricho. mandó que le asesinasen; pero afortunadamente el
nuevo César descubrió tan infame proyecto, y dando de puñaladas al tirano se hizo nombrar
emperador.
Basilio 1 fué uno de los príncipes más virtuosos: restableció el orden en la hacienda1 trazó el plan
de un nuevo código y celebró ventajosos tratados con los árabes. Después dc haber reinado
diecinueve aflos. bajó al sepulcro dejand<> el Imperio a sus dos hijos, León y Alejandro.
Cu~ntase~ no obstante, de este rey, una aventura que deja suponer que sus herniosas cualidades
se hallaban obscurecidas por una gran crueldad: estando en una cacería l)recipitó&c hacia un
gran ciervo el cual enredó sus astas en la cintura del príncipe, le lanzó de su caballo y le arrastró
un buen trecho en la selva, cuando’ un oficial de su escolta voló en su auxilio y le salvó la
existencia. El emperador, repuesto ya de su miedo y sintiendo vergílenza por habeí sido vencido
por un ciervo, acusó a su libertador, di<Aúndo que había desenvainado contra él su espada, y ]‘e
hizo decapitar en su presencia.
Lcún VI, por otro~ nombre el Filós~ofo. al cual se le ala¡naba así por su extraordinario amor al
estudio, subió al trono a los diecinueve años y asoció al gobierno a su joven hermano Alejandro,
el cual no contaba más que quince años. Bajo este nuevo reinado, los sabios terminaron el
famoso código empezado por Sabacio y que se publicó, en sesenta libros, con el titulo de
Basílicas.
León emprendió contra los búlgaros muchas guerras, en las que alcanzó la victoria con
frecuencia.
Pero kego, enemigos mucho. más formidables que estos pueblos, invadieron el Imperio:, los
rusos, guiados por Igor, su duque, bajaron hasta Constantinopla con dos mil bajeles y obligaron
al monarca a que celebrase un tratado de alianza que abrió a su comercio todos los puertos de
Grecia. Estos Jueblos, que eran casi bárbaros, fueron entonces iniciados por los gri’egos en las
artes liberales, en la.; ciencias matemáticas.. y, poco a poco, fueron convertidos al cristianismo.
León VI murió algún tiempo después, dejando a su hermano Alejandro único posesor del
Imperio.
Durante el siglo Ix, el Oriente vió ‘en el tron..o a muchos príncipes dignos del amor de los
pueblos y opuesto~ a la intolerancia religiosa predicada por la corte de Roma; así el clero~
tomando el ejemplo que sus soberanos le daban, no quiso obedecer las estúpidas órdenes de los
Pontífices. y se separé por completo de la Iglesia latina.
Pero el Occidente, dominado por la influencia de los sacerdotes romanos, continuó sumergido en
las tinieblas de la ignorancia y expuesto a todos los furores dcl fanatismo.
A Carlomagno le había sucedido Luis el Benigno, su hijo. Este príncipe, más bien fraile que rey,
preparó la ruina de los Carlovingios; devoto y cobarde, sin capacidad alguna, hizo despreciable
su gobierno así en el interior como en ‘el exterior; y en sus manos el poder supremo se convirtió
en juguete d’e los sacerdotes, las mujeres y los favoritos.
No bien ocupó ‘el trono, cuan’do se mostró implacable en sus venganzas, pretendiendo que los
hombres habían nacido para ser esclavos de los reyes; lanzó ignominiosamente a sus hermanas
de palacio’ ‘e hizo perecer a sus amantes en ‘el suplicio; por fin, estableció en su corte una regla
monástica que debían observar los empleados y las damas de honor, castigando con un rigor
‘excesivo las más ligeras infracciones de esta singular disciplina.
Imperioso, como todos los déspotas, exigía que todas sus palabras fuesen escuchadas como las
de Cristo, y que sus órdenes fuesen ejecutadas como decretos de la Providencia; así que ‘el terror
que inspiraba le enajenó bien pronto el cariño de sus súbditos y la dinastía Carlovingia se
convirtió en objeto de execración para ‘el pueblo.
Luis se distinguió por todos los vicios que caracterizan a los devotos, sin que poseyese esa
amenidad obsequiosa que distingue por lo común a los sacerdotes; porque ‘es de advertir, que su
celo por la religión no era más que el efecto dc un capricho, de una inteligencia ‘enfermiza, d.c
un defecto esencial en el organismo de su cerebro; y se abandonaba a tan extrañas supersticiones,
que los mismos eclesiásticos quedaban escandalizados.
No bien sucedió a Carlomagno, cuando declaró a Lotario, su hijo primogénito, emperador de
Italia, en perjuicio de Bernardo, su sobrino, que reinaba en esta provincia. Irritado éste contra
Luis, que había sido ya elevado al Im
A
760 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

peno con preferencia a Pepino, su padre, al cual tocaba ocupar el trono, no (pliso guardar
ninguna consideración ni medi4a; levantó un éjércit& y penetró con él en. Francia, a fin de
reclamar sus derechos al Imperio. Mas este generoso príncipe, víctima de los traidores prelados
que le habían acompañado, vió cómo sus tropas se desbandaban poco a poco, y luego se halló
completamente solo, sin que nadie le defendiese, y expuesto a la venganza de su enemigo:
entonces, sin consultar nada más que a su desesperación, se presentó sin escolta a su tío, con
objeto d:e implorar su clemencia.
Luis el Benigno ,cargó de hierros al desgraciado Bernardo, y en su misma presencia ordenó al
verdugo que hundiera en sus ojos un acero ardiendo, que le salió por la otra parte del cráneo; el
príncipe murió durante este ‘suplicio. Tanta barbarie llevada a cabo friamente, indignó a los
mismos prelados que habían hecho traición .a Bernardo el emperador, llevado por un exceso de
hipocresía, hizo penitencia pública, en la ciudad de Attigny, para expiar I~ muertc de su sobrino
y calmar la indignación de los curas
En esta época, la muerte le robo a Ermengarda, madre dc sus tre¿~ hijos, Lotario, Pepino y Luis;
entonces se encontraba en la edad de cuarenta y dos años; y como había ya manifestado varias
veces que deseaba renunciar la corona para encerrarse en un convento, los caballeros franceses
c~yeron que la dolorosa pérdida que acabab& de sufrir, le determinaría a realizar este proyecto.
Así es que los nobles quedaron sorprendidos al saebr que el príncipe quería tomar nueva esposa y
que elegía a Judit, la más joven y la más hermosa de las doncellas que figuraban en la corte.
Judit, si hemos de creer a ciertos autores, era hija del conde Wolpe, señor de Baviera; otros
historiadores pretenden que su -padre era el conde de Altor!, de la casa de los duques de Suabia;
pero las crónicas más exactas afirman que era el fruto de uno de los escandalosos amores de
cierta hermana del rey. La nueva emperatriz no desmintió su origen; luego que ocupó el trono, se
entregó a los más deplorables escándalos; dió todos los empleos del Estado a sus amantes y su
impudor llegó hasta el punto de sostener, públicamente, relaciones criminales con Bernardo,
conde de Barcelona.
En sus últimos amores con Bernardo, tuvo un hijo que recibió el nombre de Carlos. Su ternura
hacia el fruto de este ~dulterio, inspiró a la reina tentativas que debían pro-
HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES 761

ducir muchos desastr~s; la rema concibió el proyecto de ceñir la i~nperial corona sobre la frente
de su hijo en per~ juicio de los hijos legítimos de Luis; éste, al principio, se resistió a sus deseos;
pero convencido, en fin, por sus instancias, fué bastante débil para nombrar al joven Carlos re y
de Francia y darle una parte de las provincias que había ya repartido entre Lotario, Luis y
Pepino.
Si el monarca hubiese tenido cierta energía, si la reina no hubiese carecido de talento y si
Bernardo hubiese sido más hábil, este golpe hubiese producido su efecto; mas era mal
combinado y su ejecución fué pésima.
Irritados al ver que su herencia pasaba a manos de un bastardo, los hijos del rey formaron una
conspiración en contra suyaz atrajeron a su partido a los nobles descontentos, a los obispos
fanáticos y a todos los que, bajo el pretexto del bien público, trataban de promover desórdenes.
Los principes, en nombre de la nobleza y la Iglesia, publicaron- violentos, manifiestos en los que
se. denunciaban al pueblo todos los crímenes de Luis y su esposa; luego se colocaron al frente de
un poderoso ejército y obligaron al emperador y a Judit a retirarse a un convento.
Durante los años de su prosperidad, Luis se había mostrado cruel e inflexible; la desgracia
humilló su orgullo, domó su ferocidad y manifestó su debilidad en todas las humillaciones que
tuvo que sufrir. Consintió en presentarse ante la asamblea del Campo de mayo a fin dc mostrar
su arrepentimiento, y en presencia de una gran muchedumbre, compuesta de ciudadanos y
soldados, confesó que habla cometido sacrilegios, asesinatos y parricidios. Confesóse «culpable
de perjurio, porque había violado los solemnes juramentos hechos a su padre, encerrando a sus
hermanos en conventos y haciendo degollar a un gran número de ciudadanos en desprecio de la
fe de los ‘tratados. Se acusó de haber falseado y violado la fe de los Estados~ para anular los
repartos que se habían hecho entf’e sus tres hu~ios legítimos. Por fin, demandó perdón a Dios y
a los hombres por haber turbado el reposo de la nación con injustas guerras, por haber causado la
desolación de la Iglesia y por haber promovido sediciones entre los nobles».
Luego se le despojó del traje imperial, vistió un cilicio y fué encerrado en una estrecha celda del
monasterio de San Medardo en Soissons. Judit fué relegada a Tortona y el joven Carlos en la
abadía de Prum.
No tardaron mucho en estallar nuevas disensiones entre
762 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 763
los hijos de Luis; y la nación, cansada de su tiranía, prefirió el reinado de un monarca imbécil al
gobierno de tres déspotas que llenaban las Galias de pillaje y de crimen. En una asamblea
celebrada en Nimegne, se declaró a Lotario excluido del imperio, y Luis el Benigno fué
restablecido en el trono. Llamada a la corte, Judit mostró aún más att-dacia e impudor que antes
de su calda: hizo primer ministro a su amante, nombró a su hijo bastardo rey de Neustria, y a la
muerte de Pepino anexionó el reino de Aquitania a los Estados de Carlos.
Por fin, los hijos de Luis se sublevaron de nuevo contra su padre. Resolviendo el emperador
someter a los rebeldes dirigióse al frente de un ejército contra su hijo el rey de Baviera; mas
durante su marcha, un eclipse de sol, en el momento en que este astro se encontraba . en el punto
más elevado del horizonte, sumergió la tierra en las tinieblas. El príncipe, jue era
extremadamente supersticioso, imaginó que este fenómeno era un presagio que anunciaba st~ fin
próximo; experimenté una aflicción tan grande, que cayó gravemente enfermo y se dejó morir de
inanición y dolor.
En su lecho de muerte, Luis el Benigno envió la espada, el cetro y la corona a su primogénito
Lotario, recomendándole que tomara bajo su protección al hijo de su querida Judit, al cual dejó el
reino de Francia.
Ya el pérfido Lotario, en vez de procurar la concordia entre los hermanos,. pensaba en los
medios de usurpar sus Estados; mas los dos príncipes Luis ~y Carlos, penetrando sus deseos,
celebraron entre ellos un tratado de alianza, reunieron sus ejércitos y dieron la famosa batalla 4e
Fontenoy, donde pereció casi toda la nobleza de las Galias.
Algunos cronistas afirman que al objeto de reparar. las pérdidas que la nobleza sufrió en este
desastroso combate, el duque de Champagne estableció la costumbre de que en lo sucesivo el
vientl~e ennoblecería a los hijos habidos con un labriego. Este uso hacía a los varones, hijos de
tales alianzas, capaces de adquirir feudos; uTas se establec?a siempre una diferencia entre ellos y
otros hijos de nob:es, pues~to que no podian ser nombrados caballeros como estos últimos.
Después de la batalla de Fontenoy, los tres hermanos, viéndose objeto del odio de las provincias
que habían aterrórizado con exacciones y matanzas, y temiendo una sublevación general,
celebraron, en fbi, la paz en una reunión habida - e~i Estrasburgo, donde hicieron un nuevo
reparto
de los Estados de su padre. Carlos ¿1 Calvo conservó la Aquitania y la Neustria con el titulo de
rey dc Francia; Luis se quedó con la Germania; Lotario guardó su título de emperador, el reino
dc Italia, la soberanía de la ciudad de Roma, la Provenza,. el Lionesado, las comarcas que se ha-
llaban enclavadas entre el Ródano, el Rhin, el Meuse y el. Eseanda. Por fin, los tres convinieron
en que Judit seria encerrada en un convento y que su amante, el~ conde de Barcelona, quedaría
abandonado a la vigilancia de Carlos. Este desnaturalizado hijo hizo coger a su madre y ordenó
que fuese lanzada a los calabozos de un claustro, donde murió de hambre y de frío; luego hizo
prender a Bernardo, su verdadero padre, y le hizo decapitar en su presencia, «porque, decía, ~l
amor que este seilor le profesaba era escandaloso para el brillo y la gloria de su trono». Tal fué el
comienzo de este teinado que corrió entre civiles y
-sangrientas guerras, traiciones, escándalos y matanzas.
Carlos el Calvo, durante el curso de su existencia, no
-sólo fué parricida condenando a Judit, su madre, a que muriese de hambre en una celda y
haciendo matar a Bernardo, su padre, sino que hubo de ejercer su ferocidad en su propio hijo. Un
joven al cual había dado el sér, llamado Carlomán, culpable de rebelión, fué condenado a perder
la cabeza: esto no obstante, Carlos el Calvo, no atreviéndose a dar sus órdenes para que se
ejecutase una sentencia gue habla sublevado la indignación de los prelados, fingió que cedia a
sus instancias y concedió la vida a su hijo: mas por un refinamiento de crueldad hizo verter
plomo derretido en los ojos y la boca del joven príncipe, al cual mandó encerrar en un convento;
fué lo suficiente bárbaro para presenciar esta operación horrible.
A la muerte de Luis II, Carlos el Calvo, bajo el pretexto de socorrer a la Sap.ta Sede, que se veía
oprimida por los duques de Spoleto y Benevento, cruzó los Alpes e invadió el reino de Italia en
desprecio de los derechos de su sobrino Carlomán, que era su legítimo heredero; esto no obs-
tante, no alcanzó, en esta expedición más que la vergúenZa de una sangrienta derrota. A su
regreso murió envenenado por su misma esposa, la hermosísima Richilda, según afirman los
~iistoriadoues de más crédito.
Richílda no había sido más fiel a Carlos de lo que.
dit lo había sido a Luis el Benigno; tenía cinco hijos de sus incestos con su hermano el conde
Bosón, en el cual el rey tenía una gran confianza. ?Despué$ del asesiliato de su es~
764 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS. REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 765
p~o, no guardó consideración alguna y vivió en una intí inidad tan escandalosa con su hermano~
entregándose a tales excesos, que Foulques, metropolitano de Reims, se vióobligado a escribir la
siguiente carta:
«¿Por qué, reina indigna, en vez de observar ‘la conducts~ de una viuda cristiana y de honrar,
cuando menos, con seflales de un luto exterior, la memoria d’e vuestro esposo~. manifestáis una
extraña alegría por su muerte? ¿Se ha, pues, amparado el demonio de vuestra alma, toda vez que
os atrevéis a pasar los días y las noches en los incestos, ~ ordenar saqueos y matanzas y llevar la
ceguedad de la pasión hasta imponernos, como soberano del reino de Borgolta, al. infame
cómplice de vuestras de~pravaciones y crueldades’?»
En efecto, Richilda empleaba todos sus recursos para que Luis el Tartamudo, primogénito de
Carlos el Calvo,. no subiera al trono, y no cesó en sus intrigas hasta que hubo alcanzado para su
hermano Bosón la soberanía de los nuevos Estados de Arlés. Desde entonces el nombre de
Richilda desaparece de ?la historia y se ignora cómo esta reina terminó su carrera infame.
Después de Carlos el Calvo~ Luis el Tartamudo ‘ocupó el trono de Francia. El odio que los
nobles profesaban a la dinastía Carlovingia le suscitó poderosos enemigos y hasta se vió
obligado a convocar una asamblea general para justificar sus derechos a la corona por el
testamento de su paure. Esto no obstante, muchos señores conspiraron abiertaniente en contra
suya, y Bernardo, marqués ile Go tía, levantando el revolucionario estandarte, se dirigió a su en-
cuentro.
Luis en seguida reunió un ejército para luchar con los rebeldes; pero en el momento ‘en que iba a
ponerse en campaña, sintióse atacado de un mal súbito, ocasionado por un brebaje emponzoñado
que le hablan propinado los agen. Les de Bosón, rey de Borgoña. Cuando sintió cercana su
muerte, hizo llamar a su lecho al conde de Auvergne, el gran chambelán, al abate Hugues y a
algunos otros seflores, a los cuales confió la tutela de sus hijos, y mu’rió el siguiente día, que era
el 10 de abril del año 869.
Luis el Tartamudo es uno de los príncipes que mi~s han contribuido al desmembramiento del
reino, abandonando a los señores descontentos gran parte de sus Estados; puesto que a partir de
este reinado es cuando se levantan los ducados, los marquesados, los condados y los dominios
señoriailes que cubrieron todo el suelo de la Galia; y por su debilidad aumentó el poder de los
obispos, de los frailes y de los sacerdotes; en fin, él fué quien preparó la decadencia dc la dinastía
Carlovingia, raza enemiga (le la humanidad, cuyas acciones han quedado sepultadas en las tinie-
blas de la ignorancia en que se hallaba sumido el Occidente.
Después de la muerte de Luis el Tartamudo, los dos bastardos que habla tenido de una cortesana,
Luis III y Garlomán, subieron al trono de Francia con el auxilio de Bosón, suegro de Cerlomán.
Los dos hermanos se dividieron entre ellos el reino; el primogénito alcanzó la Neustri~ y una
parte de la Borgoña, y el otro se quedó con la Aquitania y la Septimania.
Estos ambiciosos jóvenes se aliaron contra su bienhechor y le quitaron parte de sus Estados cíe
Arlés. Por fin, Carlomán envenenó a su hermano y quedó único poseedor de la corona de
Francia; mas no gozó por mucho tiempo del fruto de su crimen; la crónica de Fuldes cuenta que
fué iasesinado por un oficial de sus .guardias, cuya hija ‘había violado.
Al morir, Luis el Tartamudo había dejado su mujer legítima encinta de un hijo que parió cinco
meses después, y que es conocido en la historia por el nombre de Carlos el Simple.
Durante ‘el reinado de Luis III y de Carlomán, la reina madre se vió obligada, para substraer al
joven príncipe a su crueldad, a refugiarse en la corte de Carlos el Gordo, hijo de Luis el
Germánico y ‘tío de su hijo.
Este, a la muerte de Carlomán, se apoderó de la corona de Francia y por un instante reunió bajo
su autoridad todos los Estados que formaban el Imperio de Carloma~go.
No bien se realizó tal usurpación, las hordas de los pueblos salvajes descendidos de los hielos del
Norte, se dirigieron hacia Francia, llegando hasta París, a cuya ciudad pusieron cerco. Carlos el
Gordo, que era un cobarde a semejanza de todos los descendientes de la raza Carlovingia, no se
atrevió a ponerse al frente de su ejército, y en vez de luchar contra los bárbaros, compró la paz,
abandonándoles sus tesoros.
Este’ vergonzoso tratado le enajenó las simpatías de sus súbditos y le hizo odioso a los
sacerdotes y los grandes. Los alemanes y los italianos le quitaron la dignidad imperial, y
ofrecieron la corona al joven Arnoldo, bastardo de Carlomán. Por su parte, los franceses
proclamaron rey de
766 HISTORIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES HISTORIA DE LOS PAPAS
Y LOS REYES 767
Francia al conde de París, Eudes u Odón, que había luchador lleno de valor, contra los
normandos.
Carlos el Gordo se halló entonces sin Estados, sin asilo y reducido a tal exceso de miseria, que
no le quedaba ni un solo retiro donde pudiese ocultar su espantosa caída; así es. que falleció en
una choza de la Suabia sin excitar la cornpasión de nadie. ¡ Terrible ejemplo que debiera
aleccionar a los reyes y hacerles comprender que los pueblos tienen igualmente sus días de
venganza 1
M’aimbourg cuenta que Carlos, en sus últimos años, vi-vía como un insensato y que creía ver el
espíritu de las tinieblas, el cual se le apar&cia rodeado de llamas y bajo un aspecto horrible.
Atribuye la locura del príncipe a un suceso extraño:
«Cierta noche —dice—, habiéndose levantado, contra su~ costumbre, para dirigirse cerca dc su
esposa, halló a hi~ emperatriz Ricarda y al obispo de Verceil Lieutard en el lecho real... La
cólera que .sintió fué tan violenta, que cay6’ víctima de un ataque aplopético.
~Los dos amantes, despertando a sus gritos, huyeron al pa— tío del palacio, ‘enteramente
diesnudos, mandando con vor fuerte que se prestara socorro al monarca, el cual ex—
perímentaba’ el. vértigo del infierno, y hasta fueron ‘bastante audaces para decir que el infeliz les
había despojado de sus trajes en su acceso de delirio.
«Desde este instante, en efecto, el emperador sintió verdaderos ataques de locura; y su infame
esposa fu~ con.siderada como una pobrez víctima que en su ternura permanecía ligada a un
marido insensato.»
Después de la muerte de Carlos el Gordo, su sobrin~ Carlos el Simple, que había sido excluido
del trono, fué proclamado rey en la ciudad de Laón, por unos sediciosos capitaneados por
Foulques, arzobispo dc Reims, que había dejado el partido del rey Eudes por celos contra
Gouthier, favorito de este príncipe.
El usurpador Eudes levantó un ejército y marchó sobre Laón, no obstante cl anatema que
Foulques, en no~mbrie del pontífice Formoso, trataba de lanzarle.
Durante esta guerra civil el Imperio acabó de desmembrarse. Cada noble se erigió rey en sus
d~>minios; los arzobispos, cuya ambición era insaciable, aprovechando la géneral desolación, se
declararon condes y señores en sus ciudades episcopales, con el derecho de levantar impuestos,
de hacei’ tratados de alianza y de declarar la guerra; y
bien pronto la autoridad real se convirtió en una sombra srn cuerpo.
Eudes, príncipe sin capacidad, soldado mejor que capítán, era hijo de Roberto el Fuerte, cuyo
sobrenombre indica bastante su género de celebridad: el origen de este ~Roberlo, tronce
principal de los Capetos, ha ocasionado muchas disputas entre los historiadores; los aduladores
de los reyes ‘le hacen descender del sajón Witikind, mas otros escritores mucho más juiciosos,
afirman que ~alió de las clases más ínfimas de la sociedad.
Por espacio de diez años que reinó el conde Endes, los histQri~dores no hacen mención de
ningún acontecimiento notable. Sabemos únicamente que este ,príncipe . combatió a los
normandos con éxito, y que obligó al joven Carlos a refugiarse en Worms, cerca del emperador
Arnoldo.
Después de la muerte de su protector, Carlos el Simple obtuvo de los germanos auxilios
poderosos en hombres y. dinero; a su vez derrotó las tropas del usurpador Eudes~ y las obligó a
reconocerle como su rey y señor.
Estos últimos desastres impidieron a Odón conservar en su familia el trono que había usurpado.
Fuera de estoy añaden los cronistas que han hablado del origen de los Capetos, «el buen señor se
hubiera visto obligado, como los ancianos de Lacedemonia, a recurrir a la sangre de un extraño
para legar un lujo a la patria». Por fin, murió en la Fere, y su cuerpo ‘fué llevado a San Dionisio,
donde reposa la dinastía de los Capetos.
Durante el siglo ix los crímenes ‘eran el patrimonio dc los reyes; y la raza de los Carlovingios,
imitando a los herederos del feroz Clodoveo, mancha el suelo de la Galia y de la Germania con
adulterios, incendios, robos y matanzas
Cuando el filósofo reflexiona acerca de la suerte de las naciones, su alma se indigna al ver
conshntemente los pueblos servir de juguetes y víctimas de la avaricia y aml)ición de estos
insensatos que se llaman reyes de la tierra.
¿, Quiénes eran, pues, estos soberanos orgullosos para creer-se con derecho de disponer a su
capricho de la vida de los demás hombres, para suponer que su voluntad bastaba para armar las
naciones contra las naciones y para Je>uflimar los robos, las matanzas y los incendios? Estos
hoinbres ‘eran, en su mayor parte, ineptos, dados a todos los vicios y a los que la debilidad de sus
conciudadanos mantenía sobre los tronos.
Nadie puede negar que la monarquía ha sido la caja
768 HIST~RIA DE LOS PAPAS Y LOS REYES

de Pandora, de donde han salido todos los males que han afligido a la humanidad, y que los
pueblos se hubiesen ahortado muchas desgracias si todas las v’eees que un rey le~ h~i exigido
soldados para exterminar a sus hermanos, hubiesen comenzado por matarle a él mismo.
Han transcurrido ya muchos siglos desde el origen de la institución de las mo~narquías
absolutas; cada día tI’~ae consigo una ensefian.za a ~1as naciones, cada jifa la historia registra
nuevos atentados por parte d~ los monarcas. Esto no obstante, existen aú.n hombres que se
prosternan a los pies de esos tigres saciados de sangre, que les proclaman inviolables y sagrados,
que les adoran como adoran los sacerdotes indios a su gran Lama, y que, a ejemplo de los fa-
náticos bonzos, convertirian en polvo los excrementos de sus dioses y los mezclarían ~a sus
alimentos.

También podría gustarte