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La muerte y resurrección de Jesús es el pilar del cristianismo, una religión que cree en una vida más allá de la muerte. La historia que así
lo demuestra es la pasión de Jesucristo: desde cómo y por qué fue juzgado por los poderosos de Jerusalén en aquel momento hasta por
qué fue crucificado y cómo fue su resurrección. Aquí encontrarás la historia de esta parte esencial del catolicismo, contada para niños, y
basada en la narración de los evangelistas.
Jesús ya contaba con 33 años desde aquel día en el que nació en un humilde portal de Belén. Una estrella había anunciado que Él era el
rey que esperaban, el hijo de Dios. Y desde entonces, creció y se convirtió en portavoz de los mandatos y principales mensajes de su
Padre. Su misión no era otra que la de predicar y dar ejemplo de cuáles debían ser los principales valores de convivencia entre las
personas y por qué debían creer en Dios y en la resurrección. Pero por entonces, existía un grupo de personas muy poderosas que no
veían con buenos ojos a Jesús. Es más, le veían como un revolucionario muy peligroso, ya que se había hecho con muchos discípulos que
le seguían y muchísimas personas que le adoraban.
– Es un peligro para nosotros- decían algunos- ¡Está consiguiendo que la gente se ponga en contra nuestra!
Por eso, idearon un plan para conseguir que el procurador, Poncio Pilato, le condenara a muerte.
Y así, los sumos sacerdotes, consiguieron convencer a uno de los discípulos de Jesús para que entregara a su maestro y les dijera dónde
estaba a cambio de dinero. Su nombre era Judas Iscariote.
Jesús ya sabía cuál iba a ser su final. Sabía que debía entregarse a la muerte, que pronto le mandarían capturar. Todo lo que
decía enfadaba a los más poderosos y era consciente de ello.
En plena Pascua, Jesús decidió celebrar con sus discípulos una última cena para despedirse de ellos. Así que invitó a sus amigos y todos
se sentaron alrededor de una mesa. También estaba Judas Iscariote, el discípulo que acababa de decir a un sacerdote dónde encontrar a
Jesús a cambio de 30 monedas de plata.
Durante la cena, Jesús les enseñó cómo debían celebrar la eucaristía en nombre de Dios, y después Jesús les dijo:
– ¿Soy yo?
– ¿Soy yo acaso?
Después de la cena, se retiraron a una zona repleta de olivos. Allí, Jesús les dijo:
– Pedro- contestó Jesús- Te aseguro que tú también me negarás. Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces.
Jesús se dirigió entonces con sus discípulos a una finca llamada Getsemaní. Allí les pidió que estuvieran orando con él hasta que le
apresaran, pero los discípulos, muertos de cansancio, se durmieron, y Jesús se quedó solo y angustiado hasta que comprendió que era
así como debían cumplirse las escrituras.
En plena madrugada, llegó Judas Iscariote, acompañado de un grupo de gente armada con palos y espadas. Entonces se acercó y le dio
un beso diciendo:
– Saludos, maestro.
Llevaron a Jesús hasta el Sanedrín (Consejo supremo de los judíos) ante el sumo sacerdote, Caifás, y Pedro les siguió para sentarse junto
a varias personas y ver lo que sucedía.
Los sacerdotes le increparon, buscando la forma de condenarlo a muerte. Cuando Jesús aseguró que era el Mesías, el hijo de Dios, los
sumos sacerdotes lo consideraron una ofensa muy grave y comenzaron a escupirle. Acordaron entonces llevarle ante Poncio Pilato.
En medio de la algarabía, una mujer reconoció a Pedro, pero éste negó conocer a Jesús, porque tenía mucho miedo. Una segunda mujer
dijo:
Y él volvió a decir:
Justo en ese momento se escuchó el canto del gallo, y Pedro, que recordó lo que le había dicho Jesús en el monte de los olivos, rompió a
llorar amargamente.
– Dicen que tú mismo te presentas como rey de los judíos. ¿Es eso cierto?- preguntó el procurador.
Pero desde esa respuesta, por más que Poncio Pilato preguntaba a Jesús, Él no respondía nada, y el procurador no encontraba razones
de peso para crucificarlo. Entonces, recordó que según mandaba la tradición, durante esos días debía perdonar a un preso.
Tenía a Barrabás, un asesino muy conocido en la zona. Así que se acercó a la muchedumbre que se agolpaba fuera del recinto y les
preguntó:
– ¿A quién queréis que perdone la vida, a Jesús que dice ser el rey de los judíos o al asesino Barrabás?
Y todos contestaron:
– ¡Crucifícale!
Entonces, Poncio Pilato mandó traer una vasija con agua y, lavándose las manos dijo:
– Vosotros lo habéis decidido. Yo me lavo las manos porque no tengo nada que ver con la ejecución de este inocente.
Los soldados azotaron a Jesús, le cubrieron con un manto púrpura e hicieron una corona de espinas para reírse de Él:
Después le hicieron cargar con su pesada cruz hasta el Gólgota un monte que estaba a las afueras de Jerusalén y que también se conocía
como ‘Monte de las calaveras’. Y allí fue crucificado Jesús entre dos ladrones, con un cartel que decía: ‘Rey de los judíos’.
Y Jesús le contestó:
Cuando Jesús murió, le bajaron de la cruz y le llevaron hasta un sepulcro que había preparado para él un miembro ilustre del sanedrín
que no apoyaba a sus compañeros y era justo y noble: José de Arimatea.
El sepulcro fue cerrado con una enorme piedra y algunos soldados de Poncio Pilato vigilaron su entrada para evitar que ningún discípulo
de Jesús se llevara el cuerpo.
Pero al tercer día, un estruendo parecido al de un terremoto, sacudió la tierra. Y un ángel se posó sobre la piedra que tapaba el sepulcro
de Jesús, anunciando a todos que había resucitado.
Los soldados palidecieron al ver aquello y dijeron: ‘En verdad era el hijo de Dios’.
Allí estaban dos mujeres: María madre de Santiago y Salomé y María Magdalena, y ambas comprobaron que el sepulcro estaba vacío. A
mitad de camino de vuelta se encontraron con Jesús, ya resucitado, quien les dijo:
Y ya allí, en Galilea, se encontró con sus 11 discípulos (ya que Judas, preso de remordimientos por entregar a Jesús, se había quitado la
vida). Sus discípulos apenas podían creer lo que veían: su maestro estaba frente a ellos, tres días después de muerto. Aún tenía las
heridas de los clavos en las manos y pies, y la que dejó una lanza de un soldado romano en su costado.
El apóstol Tomás tocó sus heridas para cerciorarse que eran reales. Y Jesús dijo entonces:
– Tú, Tomás, necesitas ver para creer. Dichosos aquellos que crean sin ver.
Jesús les indicó que su misión ahora era la de predicar sus enseñanzas. Después de este encuentro, Jesús ascendió al cielo.