Estudio bíblico: La Paz os dejo, mi paz os doy - Juan 14:27
La paz os dejo, mi paz os doy (Juan 14:27)
(Jn 14:27) "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo." La paz, el anhelo frustrado del mundo Nos encontramos ahora con un tema nuevo, la paz, que el Señor prometió a sus discípulos como su legado para ellos antes de irse. Ahora bien, parecía un contrasentido hablarles de paz en aquellos momentos, cuando las oscuras nubes de la muerte se precipitaban sobre ellos. ¿Debemos entender que se trataba de palabras huecas con las que intentaba animarles ante los momentos de angustia y dolor que les esperaban? Por supuesto, esta es la forma en la que nosotros muchas veces intentamos consolar inútilmente a los que sufren, pero podemos estar seguros de que no era así con el Señor. En todo caso, si vamos a abordar el tema de la paz, debemos pensar también en nuestro mundo en el presente. ¿Tiene sentido hablar de la paz cuando estamos envueltos en infinidad de conflictos de todo tipo? Sí, es verdad, parece un poco anómalo hacerlo cuando las nubes de la guerra suben deprisa en el horizonte. Hoy, que somos continuamente bombardeados con información en tiempo real de lo que ocurre en las partes más remotas de este mundo, tenemos muchas más razones para preocuparnos y estresarnos. La dureza de las imágenes que llegan a nuestros dispositivos móviles son en muchos casos realmente aterradoras. ¿Cómo podemos tener paz si en cualquier momento se puede desatar una guerra nuclear que destruya este mundo tal como lo conocemos? ¿Cómo podemos estar tranquilos si en muchas ocasiones todo ese poder destructivo está en las manos de hombres de los que dudamos seriamente de su moralidad, o incluso de su estabilidad emocional y psíquica? ¿Realmente se puede tener paz en el mundo en que vivimos? Cuando miramos el ámbito internacional, con los conflictos bélicos entre naciones, parece que no hay muchas razones para sentir paz. Pero lo mismo ocurre en el ámbito personal, familiar o social. Las estadísticas nos dicen que los casos de divorcios por "diferencias irreconciliables" se han multiplicado en los últimos años. En muchos sitios la violencia de género sigue siendo un verdadero problema social. Y también estamos familiarizados con los constantes estallidos sociales motivados por las más diversas razones. En ocasiones el grado de crispación crece tanto que nos asusta pensar a dónde podría llegar. Este mundo desea la paz, pero una y otra vez se le escapa entre las manos, y parece que ya nos hemos conformado con vivir en medio de una "tensa calma", esperando el momento de nuestra muerte, cuando dirán de nosotros, "descanse en paz", como un reconocimiento amargo de que mientras estemos en este mundo es imposible tener paz. Aun así, a pesar de todos nuestros fracasos para traer la paz global, este mundo continúa soñando con alcanzar una meta que ha resultado ser muy evasiva. Bueno, es verdad que cuando reflexionamos acerca de lo que ocurre en este mundo podemos sentirnos realmente deprimidos, pero es importante notar que el momento en que el Señor prometió a sus discípulos la paz no era mejor. Él mismo iba a morir en unas horas clavado en una cruz, y sus discípulos quedarían solos, desconcertados, abatidos, y muy probablemente, temiendo por sus propias vidas. ¿Qué les depararía el futuro? ¿Cómo suplirían la ausencia del Maestro? ¿Cómo podía el Señor hablarles de paz cuando una vez más ésta iba a ser socavada y destruida? ¿En qué consiste la verdadera paz? ------------ Si vamos a hablar de la paz, en primer lugar debemos clarificar a qué tipo de paz se refería el Señor, que al fin y al cabo, es la verdadera paz. Para nosotros la paz podría ser descrita como la ausencia de problemas, la liberación de las presiones, tener abundancia de lo que necesitamos, disfrutar de comodidad y tranquilidad, tener seguridad y estilizad en medio de las circunstancias difíciles... ¿Era a este tipo de paz a la que el Señor se refería? Parece evidente que no. El contexto en que el Señor les hizo esta promesa no se caracterizaba precisamente por la ausencia de circunstancias problemáticas, ni estaba marcada por la paz exterior. El Señor hablaba al borde de su ejecución violenta, cuando los principales líderes del judaísmo tramaban su destrucción. Y por otro lado, allí dentro, en medio de sus discípulos, el Señor acababa de anunciar la traición de Judas y la negación de Pedro. Había problemas dentro y fuera, ¿cómo podía hablarles de paz? Bueno, está claro que les estaba hablando de una paz diferente, una paz compatible con los tiempos de tormenta. No es el tipo de paz que algunos artistas han intentado reflejar en sus cuadros por medio de hermosas puestas de sol, en los que se puede contemplar un mar en calma. Deberíamos decir que se asemeja más a aquel cuadro donde se contempla a un pájaro en su nido construido en una rama que sobresale al borde de una ensordecedora cascada. Es de esa paz excepcional, sobrenatural, capaz de prevalecer en medio de los grandes problemas de la vida de la que el Señor nos habla aquí. Ahora bien, acabamos de ver que se trata de una paz compatible con las dificultades de la vida, pero ¿en qué consiste? Desde la perspectiva del Señor, su paz tiene que ver con la situación de la persona que disfruta de una buena relación con Dios en cualquier circunstancia de la vida. Es una paz basada en el conocimiento íntimo de Dios, un Dios omnipotente que está en el control de todas las cosas, un Dios sabio que nos ama y cuida en cada instante de nuestras vidas. Sólo la fe que descansa en un Dios así puede producir una paz que está por encima de todas las circunstancias adversas de la vida. Dios es la fuente de la auténtica paz Muchos países piensan en el día de hoy que la forma de conseguir que otros no les ataquen y puedan respirar tranquilos consiste en hacer un enorme acopio de armas nucleares que puedan lanzar contra objetivos en cualquier parte. ¿Puede ser este el medio para alcanzar la paz? A nivel personal, la mayoría busca la paz en las cosas temporales, en los cambios sociales, en el estado del bienestar, en experiencias de todo tipo. ¿Pueden estas cosas proporcionarles la paz? Parece que no, sino que una y otra vez les lleva al mismo punto de desilusión y vacío. Sus vidas parecen enredadas y sin solución. Un dato alarmante es el aumento de suicidios en sociedades que han conseguido grandes avances sociales en todas estas áreas que mencionamos antes. El problema es que el hombre busca la paz en el lugar equivocado. La busca en las cosas materiales, en experiencias de todo tipo, pero eso está condenado al fracaso. La verdadera fuente de la paz se encuentra únicamente en Dios. Es interesante notar que la promesa del Señor a sus discípulos de darles paz viene a continuación del anuncio de la venida del Consolador, el Espíritu Santo. Esta conexión es lógica, porque la paz es uno de los frutos del Espíritu en el creyente (Ga 5:22). Es importante tener esto en cuenta, porque la auténtica paz que Cristo ofrece no se consigue por ningún medio humano. Ahora bien, ¿qué necesitamos para tener paz? En primer lugar, es preciso tener una conciencia en paz. Si somos atormentados por el veneno de las malas acciones del pasado que nos perturban día tras día, nunca podremos tener paz. El remordimiento de una mala conciencia siempre destruye la paz. Sólo Dios puede solucionar esta situación cuando nos acercamos a él en busca de su generoso perdón. Y del mismo modo, dada la fragilidad de nuestro ser y lo cambiante de nuestras circunstancias en esta vida, necesitamos también descansar en alguien que sea estable y seguro, alguien omnipotente; y sólo hay un Ser así: Dios. Todo el descanso que busquemos en otras cosas o personas terminará produciéndonos ansiedad e incertidumbre. Por lo tanto, sólo en Dios podemos encontrar esa paz tan preciosa. Los autores del Antiguo Testamento lo sabían muy bien. Veamos algunos ejemplos: (Sal 147:14) "Él da en tu territorio la paz" (Is 26:3) "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado." (Nm 6:22-26) "Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz." El legado de Cristo a sus discípulos: la paz No hay duda de que el Señor se estaba despidiendo de sus discípulos, de hecho, "shalom" ("paz") era el saludo y la despedida usada comúnmente entre los judíos (Jn 20:19,26). Pero ya hemos señalado que el Señor no la estaba usando en este momento como una fórmula de cortesía, un deseo vacío e inútil, sino que la emplea aquí con un hondo sentido, dándoles a entender que les dejaba la paz como su legado más precioso. Con esto les estaba asegurando su amor, lealtad y preocupación incesante por ellos después de marcharse. Y sería precisamente esta confianza en su amor y lealtad lo que produciría en sus corazones una profunda paz. En este punto es interesante notar que su legado no iba a consistir en la riqueza material, o en posesiones de valor, de hecho, ninguna de las promesas que ya les ha hecho en este capítulo, y han sido muchas, consistía en bienes materiales o una posición de bienestar material. Y aquí percibimos un cambio importante en relación con el Antiguo Testamento, en donde las bendiciones prometidas a su pueblo Israel consistían en gran medida en bienes de ese tipo. Hay que decir que la paz interior de la conciencia, que surge de la seguridad de que todos nuestros pecados han sido perdonados por su gracia, nos permite gozar de la reconciliación con Dios, y esa es una bendición infinitamente mejor que cualquier posesión material. ¿Cuánto cuesta conseguir la paz? Ya hemos comentado que en este mundo nunca se llega a conseguir una paz auténtica. Ya sea que estemos hablando de conflictos internacionales o de relaciones personales, se colocan "remiendos" que tarde o temprano vuelven a romperse, y aunque se trata de soluciones provisionales, aun así dejan infinidad de situaciones dolorosas sin que puedan ser arregladas de una forma satisfactoria. Normalmente, el más débil es el que más pierde siempre. De hecho, en la mayoría de las ocasiones no hay un verdadero esfuerzo por alcanzar la paz, sino que llega un momento en que un conflicto que se prolonga en el tiempo, crea tal desgaste en ambas partes que se hace preferible alcanzar algún tipo de acuerdo, aunque éste no satisfaga plenamente a ninguna de las partes. Pero este no es el caso cuando hablamos de la paz que Cristo ofrece a los seres humanos. Su paz es auténtica, y como tal, resulta muy costosa. Si antes decíamos que la paz que Dios ofrece tiene que ver con una relación correcta del hombre con Dios, previamente es necesario que el pecado humano sea ajusticiado. Por supuesto, debería ser el hombre quien pagara por él, puesto que es él quien lo cometió, pero en su lugar es Cristo quien paga por él en la cruz. Es en eso en lo que consiste el Evangelio, las buenas noticias de Dios, que son conocidas también como el "evangelio de la paz" (Ef 6:15). La paz de Cristo es real Que la promesa de Cristo se cumplió en aquellos primeros discípulos es un hecho. Podemos recordar a Esteban mientras sangraba por las heridas producidas por las piedras que los violentos judíos opositores del cristianismo le lanzaban con toda su ira. Quienes vieron su rostro en aquellos momentos, y escucharon lo que decía antes de morir, confirman que aun en esa difícil coyuntura estaba disfrutando de la paz prometida por Cristo. (Hch 7:55-60) "Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió." Podríamos añadir también el ejemplo del apóstol Pablo y de Silas. Cuando llegaron a Filipo, tal como era su costumbre, volvieron a predicar el Evangelio de Jesucristo. Antes de terminar su labor allí fueron cruelmente azotados de una manera completamente injusta, y después de eso los pusieron en la cárcel en una de las celdas de máxima seguridad. Y ¿qué hacían en aquel oscuro calabozo? La Escritura nos lo dice: (Hch 16:25) "Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían." "Mi paz" El Señor podía haber hablado de la paz en términos generales, pero expresamente se refiere a ella como "mi paz". ¿Por qué? Bueno, hay varios detalles interesantes. 1. Era la paz que le había caracterizado durante toda su vida En primer lugar, nos da a entender el tipo de paz a la que se refiere. Diríamos que se trata de la paz que había caracterizado a Cristo durante toda su vida. Esto es interesante porque nos lleva a pensar en la serenidad que él tenía siempre frente a todas las circunstancias de la vida. Por ejemplo, nació en una familia pobre, pero no perdió la paz por ello. Sus motivos y propósitos fueron puestos en duda una y otra vez por sus enemigos, que le insultaron de las peores formas imaginables, pero una santa serenidad le acompañó en todo momento. Podía estar durmiendo en una barca azotada por el fuerte viento y las olas, pero mientras los discípulos temían pensando que se hundían, él, con una compostura imperturbable, dormía en paz. Ningún peligro había conseguido nunca llenar su espíritu de ansiedad y temor. Cuando le maldecían, él no maldecía, sino que rogaba con paciencia por sus enemigos. Incluso Pilato, el gobernador romano, acostumbrado a tratar con presos que eran condenados a ser crucificados, notó un talante totalmente diferente en Cristo, que le llevó incluso a tener cierto temor. Cristo fue oprimido y perseguido como ningún otro hombre lo ha sido jamás; siempre había a su alrededor enemigos dispuestos a pervertir sus palabras, difamar su carácter o generar sospechas sobre su persona, pero él nunca perdió la paz que le caracterizaba. Se trata, por lo tanto, de una paz que después de haber sido probada en los más variados campos de batalla, siempre había salido victoriosa. Y es esa misma paz la que ahora entrega como su legado personal a sus discípulos. 2. Es su paz porque él la compró mediante su muerte en la cruz Hace un momento decíamos que la paz caracterizó toda su vida, pero es cierto que hubo ciertos momentos cuando él sintió una profunda turbación de su alma (Jn 12:27). Fueron los momentos cuando él se enfrentaba con el terrible sufrimiento de la cruz, especialmente con el hecho de la separación del Padre (Mr 15:34). Paradójicamente, aquel que iba a traer la paz a sus discípulos, él mismo aparecía en aquellos momentos envuelto en un terrible sufrimiento que atormentaba su alma. Pero ese habría de ser el coste personal que él tendría que pagar para que nosotros ahora podamos disfrutar de su paz; la paz que él consiguió a tan alto precio. Podemos decir, por lo tanto, que era su paz porque él la compró con su propia muerte. 3. La paz era una promesa mesiánica La paz es una de las características fundamentales del reino mesiánico que había sido profetizado en el Antiguo Testamento (Is 9:6-7) (Is 52:7) (Is 54:13) (Ez 37:26) (Hag 2:9). Por lo tanto, cuando Jesús dice: "Mi paz os dejo", está dando a entender que él es el Mesías prometido. "Yo no os la doy como el mundo la da" Otro detalle interesante es la aclaración que el Señor hace: "Yo no os la doy como el mundo la da". ¿Cuál es la diferencia? La paz de Cristo es compatible con las tribulaciones de la vida, mientras que la paz a la que aspira el mundo consiste precisamente en la eliminación de todas esas dificultades. La paz que prometían los falsos profetas del Antiguo Testamento era un fraude. El profeta Jeremías les reprende diciendo: "Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz" (Jer 6:13-14). Algo similar dijo el salmista: "hablan paz con sus prójimos, pero la maldad está en su corazón" (Sal 28:3). Frente a estas vanas promesas, Cristo ofrece una paz auténtica, genuina y sin fingimientos. La paz del mundo, en caso de que se pueda conseguir, siempre es de corta duración, mientras que la que Cristo concede durará toda la eternidad. La paz que los hombres buscan por sí mismos se basa muchas veces en una autocomplacencia negligente con el pecado, mientras que la paz de Cristo consiste en solucionar primero el pecado, origen de todos los problemas de la humanidad. La paz del mundo está relacionada con las posesiones materiales, los placeres de la carne, la satisfacción de las pasiones del hombre natural (orgullo, venganza, sexo, honor, riquezas...), pero la paz de Cristo tiene que ver con el descanso de la conciencia y la paz del espíritu. El mundo busca la paz mediante la distracción y la evasión de los problemas y responsabilidades que le resultan desagradables. Esto lo intenta conseguir por medio de un sinfín de distracciones, entre las que se encuentran algunas muy peligrosas, como las drogas o el alcohol. Con todo esto se pretende aturdir la conciencia a fin de intentar tranquilizarla. En cambio, la paz de Cristo es precisamente la que nos ayuda a enfrentar de otra manera los problemas que se nos presentan. La paz del mundo, como la "pax romana", se consigue por medio de las armas y deja a su paso un reguero inmenso de muerte y desolación. Es una paz que se establece con la violencia y que crece en un ambiente de terror, intimidación y muerte. Por el contrario, la paz de Cristo es amable, nunca se impone por la fuerza, y se fundamenta sobre la justicia. Como él dijo, la paz nunca puede venir por medio de las armas: "Todos los que toman la espada, a espada perecerán" (Mt 26:52). Finalmente, como dijo Dios por medio del profeta, "no hay paz para los impíos" (Is 57:21). La paz del mundo es una quimera que fracasa cada vez que es puesta a prueba. Por eso dice el Señor: "cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina" (1 Ts 5:3). La triste realidad es que en nuestro mundo hay el suficiente odio, egoísmo, amargura, maldad, orgullo, vanidad... para que cualquier intento de alcanzar la paz se desvanezca rápidamente. Los mítines políticos y los bellos discursos prometiendo un mundo mejor nunca llegan a ninguna parte. Este mundo está en guerra y permanece en un interminable "proceso de paz", buscando "fuerzas de mantenimiento de la paz". Pero si en algunas ocasiones se logra resolver un conflicto, antes ya ha aparecido otro en otra parte. Siempre es una paz inestable y frágil. ¿Cómo puede este mundo ofrecer paz si no la tiene? "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" A continuación el Señor se muestra muy enfático: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". Él conocía bien las múltiples dificultades por las que sus discípulos iban a atravesar en las próximas horas, pero quería que confiaran en su promesa a fin de que no se inquietaran y perdieran todo el ánimo. Es una fuerte exhortación a no acobardarse ni tener miedo. No olvidemos que el temor es una de las armas más poderosas que el enemigo de nuestras almas usa contra nosotros a fin de paralizarnos. Notemos bien que cuando el Señor hizo esta exhortación fue el momento cuando se disponía a tomar el camino que en pocas horas le conduciría hasta la cruz en el Calvario. Nadie ha sufrido como él lo iba a hacer, sin embargo, les dijo estas palabras: "No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". Cuando consideramos sus palabras en este contexto, adquieren para nosotros un valor único. No es el general que envía a sus soldados al frente de batalla mientras él se queda en su despacho oficial dando instrucciones por teléfono. Por el contrario, con su comportamiento y entrega, el Señor demuestra que sus palabras son auténticas y que en ellas hay una victoria segura. ¿Por qué los creyentes disfrutan de tan poca paz? Parece que para los primeros cristianos el temor era incompatible con la fe. Tanto en la Biblia, como en la historia secular, tenemos abundantes ejemplos de creyentes que estuvieron dispuestos a perderlo todo, hasta sus vidas, con tal de seguir fieles a Cristo. ¿Sigue siendo esto así? Por supuesto, el Señor tiene seguidores fieles también en este tiempo, pero a veces sospechamos que cada vez hay más creyentes a los que la ansiedad por las cosas de este mundo parece haberse apropiado de sus vidas, viendo cómo la paz huye de sus vidas. Si esto ocurre, el antídoto lo encontramos en la Biblia: (Fil 4:6-7) "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús." Nuestro estrés y agitación del corazón provienen de ignorar la Palabra de Dios y haber dejado de mirar confiadamente a Dios. La paz que el Señor prometió sólo se alcanza mediante un seguimiento real de Cristo, aceptando con sinceridad sus principios. El mundo rechaza la paz de Dios Hay un hecho que está fuera de toda duda: Dios está dispuesto a dar a los hombres mucho más de lo que ellos quieren recibir (Ef 3:20) (Sal 81:10). Y esto es lo que ocurre también con su paz. Una y otra vez el hombre rechaza a Dios creyendo que por sus propios medios puede conseguir la anhelada paz. Resulta sorprendente que después de tantos siglos de historia humana todavía no hayamos aprendido a reconocer nuestros errores. El hombre y sus capacidades no son la solución, sino la causa del problema. El humanismo ha demostrado siempre su inutilidad para cambiar el mundo. Quienes digan lo contrario deberán mirar hacia otro lado o vivir en un mundo imaginario, aunque, por supuesto, siempre habra idealistas ingenuos. Pero la realidad es que aparte de Dios el hombre nunca disfrutará de paz en su corazón, ni tampoco en sus relaciones con el prójimo. El Señor se lamentó al ver la rebeldía de los habitantes de Jerusalén y lloró por ella en estos términos: (Lc 19:42) "¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos." Los judíos eran su pueblo escogido, pero habían rechazado a su Mesías, por lo cual no conocerían la paz. Y esa misma actitud es compartida por nuestro mundo en el día de hoy. Para el hombre moderno Dios representa una amenaza contra su libertad, de tal modo que mientras viven en la esclavitud de sus pecados, ven a Aquel que les podría liberar como si fuera un carcelero peor que el que ahora tienen. En todo caso, no querríamos acabar estas meditaciones sin invitar a cualquier persona que quiera disfrutar de la paz de Dios a acudir a Cristo. Su promesa de paz es real. Sólo él puede reparar los sueños destrozados, los corazones quebrantados, dar una nueva vida y traer la paz y la alegría. No hay otro como él. Estudio bíblico: La hija de Jairo, y la mujer que palpó el manto de Jesús - Marcos 5:21-43
La hija de Jairo y la mujer que tocó el manto de Jesús - Marcos 5:21-43
(Mr 5:21-43) "Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban. Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote. Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro? Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente. Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo. Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer." Introducción Este pasaje, junto con los dos anteriores, completan una serie de historias en las que el Señor Jesucristo se enfrentó a cuatro elementos adversos para el hombre y contra los cuales se encuentra impotente. Las fuerzas hostiles de la naturaleza (Mr 4:35-41). Los poderes espirituales de maldad (Mr 5:1-20). Las enfermedades incurables y la muerte (Mr 5:21-43). En todos los casos, el Señor mostró su poder divino, venciendo sin ninguna dificultad aquellas cosas que para el hombre resultan imposibles. Al hacerlo, su propósito es mostrarnos anticipadamente algunas de las características de su Reino, en el que los límites impuestos por la caída son superados por la Obra de Cristo. Así por ejemplo, en este pasaje veremos que el dolor y la muerte son superados por su poder para sanar y resucitar. Otra de las características principales de este pasaje, es que este poder restaurador del Señor llega hasta nosotros a través de la fe. Así fue tanto en el caso de la mujer con flujo de sangre, como en el de Jairo, que vieron su fe recompensada, la primera con la sanidad de su enfermedad y el segundo con la resurrección de su hija. Pero tendremos ocasión de considerar también, que en ambos casos su fe fue probada y tuvo que vencer grandes obstáculos. Las circunstancias Jesús acababa de ser rechazado por los gadarenos que le rogaron que se fuera de sus contornos (Mr 5:17), pero ahora, al regresar al lado occidental del lago, probablemente a Capernaum, nada más llegar salió a su encuentro un hombre llamado Jairo, principal de la sinagoga, que le rogaba insistentemente que fuera con él a su casa. ¡Qué contraste! Mientras unos le rechazan y le piden salir de sus contornos, otros le esperan con el fin de acercarse a él e invitarle a venir a su casa. Y esta misma situación se repite en nuestros días constantemente, donde personas, e incluso pueblos enteros, manifiestan posturas completamente opuestas frente a Jesús. También nos llama la atención la actitud de la multitud, que según nos dice Lucas, "cuando volvió Jesús, le recibió con gozo; porque todos le esperaban" (Lc 8:40). ¿Cuáles eran sus expectativas? Tal vez eran llevadas por su curiosidad por presenciar alguno de los milagros de Jesús. No lo sabemos. "Jairo, uno de los principales de la sinagoga" Jairo era uno de los que esperaba ansiosamente el retorno del Señor. La razón es que su hija yacía moribunda y su tiempo se acababa sin que pudieran hacer nada por ella. Así que, tan pronto como Jesús llegó, vino a su encuentro y le pidió desesperadamente que le acompañara a su casa. Sin duda, fue un acto evidente de fe, pero como decíamos antes, su fe tuvo que superar diferentes obstáculos, algunos de ellos muy difíciles. El evangelista nos dice que Jairo era uno de los principales de la sinagoga, y como ya hemos considerado en pasajes anteriores, en este momento, las sinagogas estaban prácticamente cerradas para Jesús. Recordemos que la última vez que había estado en la sinagoga de Capernaum, los fariseos se unieron a los herodianos con el fin de destruirle, porque en un día de reposo había sanado a un hombre con una mano seca (Mr 3:1-6). Y ahora Jairo, uno de los principales de la sinagoga, quizá de esa misma sinagoga en Capernaum, acudió a Jesús para que sanara a su hija enferma. No es difícil imaginar lo difícil que tuvo que ser para él pedir ayuda a Jesús. Siempre nos resulta humillante tener que pedir ayuda a otros, pero en este caso aún era más doloroso, porque Jairo era uno de los gobernantes judíos y Jesús era un rabí despreciado y tenido por endemoniado por los líderes religiosos (Mr 3:22). ¡Qué difícil tuvo que resultarle superar "el qué dirán" de sus correligionarios judíos! Y tal vez, si él mismo había participado en el rechazo a Jesús, tendría también que haberse arrepentido y confesado su equivocación y pecado. Pero la auténtica fe siempre se encuentra con estos obstáculos y para que pueda obtener su recompensa, tendrá que superarlos. ¡Pero qué difícil resulta para el orgullo humano reconocer que necesitamos a Dios, al mismo Dios al que muchas veces hemos ignorado y menospreciado, y pasar por encima del "qué dirán" de la gente cuando nos ven acercarnos a Jesús! La petición de Jairo y la respuesta de Jesús Así que Jairo, un hombre respetable en su comunidad, llegó a los pies de Jesús y le pidió por su hija moribunda. Todos los que somos padres sabemos el dolor que se siente cuando vemos a nuestros pequeños enfermos o amenazados por la muerte. Así que, postrado a los pies de Jesús, con una intensa ansiedad y un tierno afecto hizo su ruego: "mi hijita está agonizando, ven..." Es evidente que Jairo tenía fe en Jesús. ¿Por qué entonces el Señor no hizo como en la historia del centurión en que con una palabra bastó para sanarlo (Lc 7:1-10), evitando así el sufrimiento del padre y la misma muerte de la niña? Seguramente quería enseñar a Jairo, y también a todos nosotros, un principio fundamental: allí donde hay fe, el Señor la probará para que crezca. La fe de Jairo alcanzaba a saber que Jesús podía sanar a su hija gravemente enferma, pero el Señor quería que avanzara hasta llegar a comprender que también tenía poder para resucitar a los muertos. Pero para poder llegar a aprender esto, no había otra manera que esperar hasta que su hija muriera, lo que sin duda convirtió aquellos momentos en que Jairo intentaba abrirse paso entre la multitud junto a Jesús camino de su casa, en una angustia inimaginable. Algo similar ocurrió en el caso de Lázaro y sus dos hermanas y que relata Juan. Cuando le llegó la noticia a Jesús de que su amigo Lázaro estaba enfermo, aún se quedó dos días más en donde estaba antes de ir (Jn 11:3-6). Este retraso tuvo como finalidad enseñar a Marta y a María que Jesús no sólo tenía poder para sanar a su hermano enfermo, sino que él mismo era la resurrección y la vida (Jn 11:21-27). "Una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre" Pero en el camino a casa de Jairo, el Señor tuvo que detenerse para atender a otra mujer enferma y que también le estaba buscando. Este "retraso" fue sin duda otra dura prueba para la fe de Jairo. Marcos nos ofrece algunos datos acerca de la enfermedad de esta mujer que nos sirven para hacernos una idea de su estado. Padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, por lo que podemos imaginar que se encontraría muy débil físicamente. Además, una enfermedad de tan larga duración, siempre resulta agotadora tanto para el que la sufre como para los que le cuidan. Pero la enfermedad no sólo había minado sus fuerzas físicas, sino que también había terminado con todos sus recursos económicos, gastados inútilmente en médicos que no habían logrado dar con una solución para su enfermedad, incluso, "antes le iba peor". Nos podemos hacer una idea de lo que aquella mujer tuvo que haber sufrido a manos de los médicos, en una época en la que la medicina y sus tratamientos tenía mucho más de superstición que de ciencia. Y esto, para que finalmente perdiera todo cuanto tenía y fuera desahuciada por los médicos que no lograron encontrar una solución para ella. Su situación era totalmente desesperante, sin solución humana posible. Por todo esto, Marcos dice que su enfermedad era un "azote", como un látigo de los empleados por los romanos para castigar a los malhechores. En muchos sentidos, el caso de esta mujer es un buen ejemplo de la situación de miles de personas que pasan años de angustia en busca de paz en sus corazones sin lograr encontrarla. La buscan a través de diferentes remedios humanos sin encontrar ningún alivio. Van de una iglesia a otra sin sentir ningún tipo de mejoría para su estado espiritual, antes se encuentran cada vez más desengañados de todo y desanimados. Lo que necesitan urgentemente es ir a Jesús, cueste lo que cueste. Pero una enfermedad de este tipo tenía también ciertas implicaciones religiosas que sin duda vendrían a aumentar su dolor. Según la ley levítica (Lv 15:25-27), una mujer con flujo de sangre se encontraba en una condición de impureza ceremonial, que le impedía participar en el culto a Dios. Podemos imaginarnos cómo esta enfermedad habría condicionado su relación con Dios a lo largo de los años. Pero también impedía su trato normal con sus semejantes, ya que cualquiera que tuviera contacto con ella quedaría en la misma condición de impureza. De hecho, cuando gastando sus escasas fuerzas logró abrirse paso entre la multitud que apretaba a Jesús, "contaminó" su impureza ceremonial a todos ellos, y finalmente, al mismo Jesús cuando le tocó. ¡Qué curiosa situación! En aquel camino, Jesús se encontraba en medio de Jairo y de la mujer enferma. Dadas las implicaciones religiosas de su enfermedad, aquella mujer nunca habría ido a la sinagoga que presidía Jairo, así que, difícilmente se conocerían, pero ahora, por circunstancias muy diferentes, los dos estaba junto a Jesús, ambos igualmente necesitados de él. La fe de la mujer enferma No cabe duda que la mujer sentía hondamente su necesidad, y fue a raíz de escuchar hablar de Jesús y de las maravillas que hacía (Mr 5:27), cuando surgió en ella la fe. Como en el caso de Jairo, se trataba de una fe auténtica, que lograba superar los obstáculos. Como ya hemos dicho, su fe le dio las fuerzas necesarias para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta Jesús. Y cuando finalmente fue sanada, la fe le llevó a confesar toda la verdad acerca del bien que había recibido de Jesús, venciendo las posibles críticas de aquellos que habían llegado a estar inmundos ceremonialmente por causa del contacto con ella. Algunos han pensado, que puesto que lo que la mujer se había propuesto era tocar el borde del manto de Jesús, no se trataba tanto de fe sino de superstición. Otros han intentado usar el incidente para justificar su confianza en las reliquias; una práctica muy extendida en el catolicismo por muchos siglos. Pero debemos notar que Jesús subrayó que lo que le había salvado era su fe en él: "Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote". El toque del manto de Jesús fue sólo una expresión de la fe que ella tenía en el poder de Jesús. "¿Quién me ha tocado?" La mujer fue sanada por el hecho de tocar con fe el borde del mando de Jesús, pero al hacerlo, intentó pasar desapercibida entre la multitud. Su actitud podía ser razonable, dado que los judíos no habrían aceptado que una mujer inmunda ceremonialmente les tocara. Pero sin embargo, Jesús percibió con total claridad que había salido poder de él. Este es un hecho muy interesante que no debemos pasar por alto. Por un lado, es importante notar que aunque eran muchas las personas que iban con Jesús y que incluso le apretaban, sólo una de ellas tocó con fe a Jesús y fue sanada. Tal vez la multitud acompañaba a Jesús en un ambiente festivo, esperando ver un milagro en la casa de Jairo. En este estado, un tanto alocado, se daban empujones e incluso apretaban a Jesús desconsideradamente. Por el contrario, la mujer enferma buscaba cómo aproximarse a Jesús con un propósito completamente diferente. Ella era movida por su profunda sensación de necesidad y con un corazón lleno de fe y esperanza en Jesús. ¡Qué contraste! Pero esto mismo ocurre constantemente en la iglesia de Cristo en el presente. Muchos acuden a escuchar acerca de él, pero muy pocos son los que se acercan a él con una fe personal que les puede salvar. Observamos también la actitud de los discípulos cuando Jesús hizo la pregunta: "Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?". Esto pone en evidencia no sólo una falta de entendimiento de los discípulos, sino que también revela cierta ausencia de respeto y sensibilidad hacia Jesús. Si el Maestro se detuvo para hacer aquella observación, a ellos les tocaba preguntarse la razón por la que lo hacía y no criticarle de esta forma un tanto cruda y ruda en que contestaron a su pregunta. Ellos también necesitaban aprender algo muy importante. "Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él" Los discípulos no entendían el "desgaste" de Jesús por todas esas sanidades. Probablemente se habían acostumbrado a ver fluir el poder de Jesús sin ningún tipo de limitación y pensaron que era algo "natural" en él. Pero el Señor tenía que enseñarles que había un coste y que era alto. Humanamente hablando, podríamos decir que cuando el Señor Jesucristo creó este inmenso universo, no sufrió ningún tipo de "desgaste". Pero una cosa totalmente diferente era tratar con el pecado del hombre. En algún sentido que es imposible explicar y cuantificar, la salvación del hombre sí que ha supuesto fatiga, cansancio y mucho dolor para el Hijo de Dios. Recordemos que la misma Ley de Dios decía que Jesús había quedado religiosamente impuro cuando la mujer con flujo de sangre le tocó (Lv 15:25-27). Y todo esto, como explica el apóstol Pablo, con la finalidad de llevar nuestra maldición para que nosotros pudiéramos ser salvados: (Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)". No podemos ir más allá en nuestros razonamientos por temor a equivocarnos, pero sí que debemos detenernos a adorar a Dios por su amor hacia cada uno de nosotros. Vemos entonces, que los discípulos que estaban tan cerca del Señor, ignoraban lo que estaba pasando. Por eso, el Señor se detuvo para enseñarles un principio fundamental que nosotros debemos aprender también. Nunca podremos hacer algo digno para el Señor a menos que pongamos en ello algo de nosotros, de nuestra propia vida. El rey David lo expresó magníficamente cuando dijo: "No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada" (2 S 24:24). Nos resultan incomprensibles aquellos creyentes que dicen estar dispuestos a servir al Señor, pero "con calma", cuando les apetezca y se sientan con ánimos, sin agobios ni prisas. Esta actitud es incompatible con lo que el Señor ha hecho por nosotros y nos ha enseñado. Si queremos seguir sus huellas, tendremos que estar dispuestos, no sólo a gastar lo nuestro, sino especialmente a gastarnos a nosotros mismos. "La mujer, temiendo y temblando, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad" El Señor Jesús cumplía con todo el programa que su Padre le había encomendado, y aunque una niña moribunda esperaba el toque de su mano, debía detenerse para atender a la mujer y sacar del incidente todo el perfume de su fe. Para ello era necesario que la mujer no quedara en el anonimato, sino que confesara lo que había pasado. Fue entonces cuando Jesús preguntó: "¿Quién ha tocado mis vestidos?". Por supuesto, Cristo sabía quién era la persona que había sido sanada, pero era necesario que la mujer se identificara y diera testimonio público de la obra de Dios en su vida. Esto era necesario por varias razones: Confirmaba el principio que el apóstol Pablo expresó: "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:10). Permitía a Cristo llegar a tener una relación personal con la mujer. Nunca es su deseo que seamos salvados por su poder, pero que no tengamos nada que ver con él. Por eso, después de la sanidad, buscó el diálogo personal con la mujer. Además, tan precioso ejemplo de fe no debía quedar oculto a los ojos de la multitud de curiosos, que debían aprender que sólo por la fe es posible obtener los beneficios de Cristo. En un principio, la mujer intentó esconderse, probablemente para no tener que ruborizarse contando públicamente la naturaleza de su enfermedad y la manera en la que había recibido su sanidad. Pero como cristianos, debemos recordar que nunca hemos de avergonzarnos de confesar ante los hombres lo que Cristo ha hecho por nosotros. De hecho, debemos esforzarnos en buscar la oportunidad para hacerlo. Finalmente, la fe de la mujer le hizo vencer todos los obstáculos e hizo una conmovedora confesión, donde de manera maravillosa se combinaba humildad y franqueza en cuanto a su necesidad, y la debida gratitud y adoración en vista de su curación. Tal vez ella esperaba alguna reprensión de parte del Señor por haberle tocado estando inmunda ceremonialmente, pero nada más lejos de eso. El Señor le animó y confirmó su sanidad con unas cariñosas palabras: "Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz y queda sana de tu azote". Fácilmente podemos imaginar el alivio de la mujer después de haber confesado a Cristo públicamente. Y a partir de este momento, la mujer volvió a formar parte de la vida social y religiosa del pueblo de Dios. "Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?" Pero mientras la mujer sentía el profundo alivio de su sanidad, no debemos olvidar que Jairo seguía al lado de Jesús, impaciente, consumiéndose en su angustia, preguntándose una y otra vez por qué el Señor se demoraba tanto con aquella mujer mientras su hija agonizaba. Muchas veces llegamos a sentir lo mismo, viendo cómo Dios soluciona los problemas de otros, mientras que nosotros nos consumimos en la impaciencia esperando que obre también en nuestra situación. Es entonces cuando debemos recordar que el Señor tiene propósitos diferentes con cada uno de nosotros. Fue en ese momento cuando llegó la trágica noticia desde la casa de Jairo: "Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro". No es difícil imaginar el estado de ánimo de Jairo. La muerte siempre es dolorosa, pero si se trata de un niño pequeño, y es nuestro propio hijo, entonces se convierte en una experiencia desgarradora. Ante una situación así parece que ya no queda lugar para la esperanza. Como muchos dicen: "todo tiene solución, menos la muerte". De hecho, esta fue la actitud de los que le dieron la noticia a Jairo: "¿Para qué molestas más al Maestro?", ya no hay nada más que se pueda hacer. Pero si esto no era suficiente, el ambiente al llegar a casa, con todas las plañideras llorando, gritando, gesticulando, hacían que la desesperación y la desolación fueran totales. Pero en ese mismo instante el Señor intervino: "No temas, cree solamente". Si alguien podía transmitir algún tipo de esperanza en una situación así, ese sólo podía ser Cristo. Cuando todos los recursos humanos fallan, sólo quedan los divinos. Ya comentamos al principio, que el propósito de Cristo era elevar la fe de Jairo a nuevos horizontes. Quería que llegara a entender que él no sólo tiene poder para sanar enfermos, sino también para resucitar muertos. Pero para ello, tendría que vencer nuevos obstáculos. Para empezar, debía creer que Jesús podía hacer lo que todos los demás hombres consideran que es imposible: resucitar un muerto. Tenía que creer que con Cristo la muerte no es el fin de todas las esperanzas humanas. Y más tarde, cuando llegaron a la casa, tendría que soportar también las burlas de la gente que se rieron de Cristo cuando dijo que la niña no estaba muerta sino que dormía. "No permitió que le siguiese nadie" Cuando llegaron a la casa de Jairo, Cristo echó a todos fuera, quedándose sólo con los padres de la niña y tres de sus discípulos; Pedro, Juan y Jacobo. ¿Por qué no permitió que otros entraran? ¿Por qué después de resucitar a la niña mandó a los padres que no dijeran nada a nadie? Probablemente, una de las razones para sacar fuera a las plañideras y muchos otros de los presentes, era porque su actitud constituía un estorbo para la manifestación del poder del Señor. No nos olvidemos que muchos de ellos se estaban burlando de Jesús cuando dijo que la niña estaba durmiendo. Por otro lado, el escoger a estos tres discípulos, tal vez se debió al hecho de que éste era el número de testigos que exigía la ley para que un testimonio fuera válido (Dt 17:6). Aunque curiosamente, este grupo de tres discípulos fue el mismo con el que el Señor se apartó también en el monte de la transfiguración y más tarde en el huerto del Getsemaní. Debemos deducir que estos tres apóstoles formaban un grupo más íntimo con el Señor y que los estaba formando para tareas especiales. Y en cuanto a la insistencia del Señor por mantener sus milagros en secreto, ya hemos señalado en otras ocasiones, que él no quería encender el fervor popular hasta el punto en que las multitudes lo tomaran para dirigir un levantamiento contra los romanos. En el comportamiento de Jesús nunca encontramos la actitud de algunos hacedores de milagros de nuestro tiempo, que se ufanan de lo que hacen y buscan toda la publicidad posible para sí mismos. Y el Señor tampoco se prestaba nunca para satisfacer la curiosidad de la gente que sólo andaba en busca de lo espectacular. "Talita cumi" Otro detalle muy interesante es la forma en la que Jesús resucitó a la niña. El le dijo: "Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate". Ya hemos visto que Marcos fue el intérprete de Pedro, uno de los tres discípulos que acompañaron a Jesús en esa ocasión. Y en su memoria él siguió escuchando aquel "talita cumi" toda su vida. El amor, la dulzura, el cariño con que Jesús dijo aquellas palabras no llegaron a borrarse nunca de su mente. Así que, cuando él contara esta historia a Marcos, seguiría pronunciando estas mismas palabras. Pero por otro lado, el Señor había dicho que la niña no estaba muerta, sino que dormía. Esto llegó a ser algo característico del mensaje cristiano; la muerte es como un sueño del que finalmente nos despertará el Señor en su venida (1 Ts 4:14-17). Por esta razón, algunos han pensado que estas cariñosas palabras de Jesús a la niña, "talita cumi", eran las mismas con las que su madre le despertaría cada día. Reflexión final Probablemente, muchos de nosotros estemos pensando en este momento que aunque Jesús sanó a esta mujer y resucitó a esta niña, sin embargo, no hace lo mismo con nosotros en este tiempo. Nosotros también tenemos fe en Cristo, pero sin embargo, aunque deseamos ver sanados a nuestros seres queridos, no siempre vemos que esto ocurra, y en muchas ocasiones, la muerte nos separa de ellos de manera irremediable. ¿Por qué Dios no actúa de la misma forma hoy en día? Es evidente que este relato no tiene como finalidad animarnos a que nosotros esperemos lo mismo en el día de hoy. Tal vez esa sea una de las razones por las que Cristo encargó a todos que mantuvieran el secreto tanto como fuera posible para que nadie lo supiese. Pero lo que sí que se proponía enseñarnos por medio de estos milagros, es que nuestra fe en él nos debe llevar a tener una visión completamente nueva de la enfermedad y de la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca. Ni la enfermedad ni la muerte tienen un poder permanente sobre los que hemos creído en Cristo. Ambas han sido vencidas por él y en su Reino ya no existirán más. (Ap 21:4) "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas..." Preguntas 1. ¿Qué lección principal aprendemos de la sección Marcos 4:35-5:43? Comente su importancia. 2. Señale y comente cuatro formas en las que el Señor probó la fe de Jairo. 3. ¿Qué discrepancias tenía la enfermedad para la mujer con flujo de sangre? 4. ¿Por qué preguntó Jesús: "Quién me ha tocado"? Razone su respuesta. 5. ¿Por qué Jesús no permitió que nadie le siguiese cuando resucitó a la hija de Jairo, sino sólo sus padres y tres discípulos?