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La Noción de lo Verdadero
La verdad como propiedad de las cosas se refiere a la esencia y ser que en ciertas cosas se hallan
ocultas de alguna manera, por el hecho de que sus manifestaciones sensibles son muy semejantes
a las manifestaciones sensibles de otras cosas que tienen una esencia y un ser realmente muy
distintos, lo que da ocasión a confusiones.
Si yo percibo un metal dorado, muy parecido en brillo, color y dureza al oro auténtico, puedo
confundirme y tomar por oro lo que no lo es, pues la esencia y el ser que en realidad tiene no es
de oro sino de otro elemento.
En cuanto al tercer sentido de verdad, aquel por el que la verdad se contrapone a la mentira,
también es distinto a los otros dos:
Aquí hay una correspondencia entre dos términos, entre unas palabras (orales o escritas) y un
conocimiento que debe ser fielmente expresado por ellas. Esta correspondencia entre las palabras
y el conocimiento queda en el poder de voluntad del que habla por lo que tienen una dimensión
moral insoslayable (inevitable).
Santo Tomás defiende que la verdad del intelecto no está en la simple aprehensión, sino solo en
el juicio. Para esto analizaremos dos textos:
“La razón de verdadero consiste en la adecuación de lo entendido con la cosa. Pero ninguna
cosa se adecúa consigo misma, sino que la adecuación exige cosas diversas. Luego la razón de
verdad comienza a hallarse en el intelecto cuando éste comienza a tener algo propio que no
tiene la cosa fuera del alma, pero que se corresponde con ella, de modo que se pueda establecer
la adecuación entre esos dos términos. Mas el intelecto, en el acto de la simple aprehensión, no
tiene más que la semejanza de la cosa existente fuera del alma (…). Y en cambio, cuando
comienza a juzgar de la cosa aprehendida, entonces el mismo enunciado formado por el
intelecto es algo propio de él, que no se encuentra fuera, en la cosa, y cuando se adecúa a lo que
hay en la cosa, se dice que el enunciado es verdadero”. (De veritate, q.1,a,3.).
- “Adecuación” es una relación, que se construye entre dos términos distintos. Por eso decimos
(se dice) que toda adecuación “exige cosas diversas”.
- Cuando se dice: la verdad comienza a hallarse en el intelecto cuando éste comienza a tener algo
propio, que no tiene la cosa, pero que es correspondiente a ella, ese hallarse y ese tener hay que
tomarlo como “algo propio” que el intelecto “tiene”. Algo propio que el intelecto “entiende”, que
lo entiende como “algo propio de él”.
- Se continúa diciendo que en el acto de la simple aprehensión (concepto o noción), el intelecto
“no tiene más que (no conoce más que) la semejanza de la cosa”. Aquí lo único que el intelecto
entiende es la cosa misma, y no algo propio de él.
- En el acto del juicio, el intelecto “forma” un enunciado que, no está en la cosa, sino solo en el
intelecto y lo entiende como suyo para compararlo luego con la cosa y hallar lo que se
corresponde con ella.
Para comprender aún mejor, la comparación del enunciado con la cosa y hallar o conocer que se
corresponde con ella, consideremos este otro texto:
“El intelecto puede conocer su conformidad con la cosa, pero no la percibe cuando conoce la
esencia de las cosas, sino cuando juzga que la realidad es tal como la forma que él percibe y
entonces es cuando conoce y expresa lo verdadero. Pues esto lo hace el intelecto uniendo o
desuniendo, ya que en todo enunciado lo que hace es atribuir o negar de la cosa, representada
por el sujeto, la forma representada por el predicado. Por tanto, si bien puede decirse que, el
intelecto cuando conoce lo que una cosa es, o su esencia, es verdadero, no se puede decir que
conozca o exprese la verdad (…). Luego en el intelecto, cuando conoce las esencias, puede estar
la verdad como lo está en cualquier otra cosa, pero no como lo conocido en el que conoce, que
es lo que significamos con el nombre de verdadero, ya que la perfección propia del intelecto es
lo verdadero como conocido”. (I, q. 16, a.2.).
Yo: La adecuación, sólo la podemos realizar por medio de un juicio →así podemos garantizar
que haya una relación entre la cosa y el intelecto.
El término o idea que yo tengo puede ser verdad, pero sólo cuando la adecúo por medio de un
juicio descubro lo verdadero.
El juicio comienza por ser una comprensión de dos nociones, pero esa comparación no
conduciría nunca a una unión, si no se realizara la comparación con la realidad, comparación en
la que la noción del sujeto “supone” por la realidad, y la noción del predicado supone por lo que
el intelecto entiende de la realidad; así al verificarse la unión entre sujeto y predicado, se verifica
la unión de la realidad con lo que de ella conocemos.
Tenemos que determinar en qué consiste propiamente la verdad de las cosas, sabiendo que la
verdad de las cosas consiste en su esencia y en su ser.
Y es que para que algo pueda ser realmente inteligible es preciso que esté íntimamente unido a
un sujeto inteligente, puesto que el inteligir es una operación inmanente que no “sale” fuera del
sujeto que entiende, sino que permanece en él, como perfección suya.
Cuando nosotros tenemos que entender alguna cosa distinta a nosotros hemos de unirla
íntimamente a nosotros, hemos de “trasplantarla” a nuestro interior, y eso es “hacerla
inteligible”→formar en nuestro interior una réplica de dicha cosa, o una representación
intelectual de la misma.
Pero nada de esto afecta a la cosa misma que nosotros finalmente entendemos. Los que
quedamos afectados, cambiados y enriquecidos con todo ese proceso intelectual somos nosotros
mismos, y no la cosa en cuestión.
Esa verdad no les añade a las cosas nada real, sino sólo algo de razón, a saber, una relación de
razón que podemos calificar de “adecuabilidad” respecto del intelecto que la entiende, porque
dicho intelecto es adecuable a ella, y se adecúa de hecho cuando la entiende con verdad.
Decíamos más atrás, que la verdad “puede estar en el intelecto, en el acto de la simple
aprehensión, como lo está en cualquier otra cosa”. Pues bien, ya sabemos cómo está la verdad en
las cosas. Se trata ahora de verlo realizado en la simple aprehensión.
La simple aprehensión (concepto, noción o término), es el acto por el cual el intelecto humano
aprehende un objeto sin afirmar ni negar nada de él.
Las palabras humanas, están ordenadas por naturaleza a expresar o manifestar a otros los
pensamientos a afectos que, de no ser por ellas, permanecerían encerrados en la intimidad de
cada uno. Las palabras orales son signos artificiales y convencionales de aquellos pensamientos
y afectos, mientras que las escritas son, por su parte, signos, también artificiales y
convencionales, de las palabras orales.
Los conceptos son signos naturales, no artificiales ni convencionales y por eso son los mismos en
todos los hombres, como basados en la propia naturaleza humana. Pero, las palabras no son las
mismas en todos los hombres, sino distintos para los diferentes grupos lingüísticos, aunque por
supuesto, dentro de cada grupo y según la convención establecida, sean las mismas para hacer
viable la comunicación.
La mentira consiste esencialmente en decir (oralmente o por escrito), lo contrario de lo que uno
piensa o siente, de lo que uno juzga como verdadero; es el falseamiento del lenguaje y se opone
diametralmente a la adecuación entre lo que se dice y lo que se juzga verdadero.
Engañar a otro se opone a la virtud moral de la veracidad, así cuando alguien es acusado de
mentiroso, lo que se le reprocha no es que no sepa, sino de que, sabiendo lo que dice, no dice lo
que sabe; y ello con el propósito de engañar, o de privar al otro del conocimiento de una verdad a
la que tiene derecho.
Y con la veracidad tiene que ver también la lealtad, no solo con respecto a la palabra dada, sino
también con respecto a la verdad, la justicia y la verdadera amistad que es la que busca el
auténtico bien del amigo. La lealtad es como una prolongación de la veracidad, como una
extensión de esa virtud a todos los ámbitos de la vida práctica.
Llamamos a las cosas mismas verdaderas en cuanto son capaces de suscitar en nosotros un
conocimiento intelectual verdadero, y ese conocimiento intelectual verdadero es siempre la
adecuación de lo entendido por nosotros y lo que de hecho existe u ocurre en la realidad.
La adecuación de lo entendido y la realidad no se puede dar realmente más que en el intelecto
que conoce dicha realidad y en tanto que la conoce.
Pero si la verdad consiste propiamente en una adecuación entre lo entendido y la cosa real
entendida, es claro que esa adecuación no puede darse realmente más que en el intelecto que
conoce y en tanto que conoce; no, pues, en las cosas mismas. Entonces, la denominación de
“verdaderas” será una denominación extrínseca, no intrínseca.
De manera parecida también se llama “sano” a un alimento o a un fármaco, no porque
intrínsecamente contenga “salud”, sino porque se relaciona con la salud del hombre, a saber,
porque el alimento sano fomenta la salud y el fármaco sano devuelve la salud perdida.
En nuestra sociedad actual, dentro de los comienzos de este tercer milenio, el cristianismo se
encuentra inmerso en una profunda crisis que es consecuencia de la crisis de su pretensión de la
verdad.
Esta crisis tiene una doble dimensión:
i. Se plantea cada vez más la cuestión de si realmente es oportuno aplicar el concepto de
verdad a la religión → si les está dado a los hombres conocer la auténtica verdad sobre
Dios y las cuestiones divinas.
ii. Con su pretensión de la verdad el cristianismo parece estar especialmente ciego frente al
límite de nuestro conocimiento de lo divino.
Como esto es así, hay que plantear de nuevo la cuestión ya antigua de la verdad del cristianismo.
La teología cristiana deberá examinar cuidadosamente las distintas instancias que se han
alcanzado contra la pretensión de la verdad del cristianismo en el ámbito de la filosofía, las
ciencias naturales, la historia y tendrá que enfrentarse a ellas. Pero, por otro lado, deberá intentar
obtener una visión general de la cuestión de la verdadera esencia del cristianismo, su lugar en la
historia de las religiones y su localización en la existencia humana.
El triunfo del cristianismo sobre las religiones paganas fue posible no solo por la reivindicación
de su racionalidad, sino también que, Pablo ya había relacionado con la racionalidad de la fe
cristiana: lo que la ley supone realmente, las exigencias que el Dios único plantea a la vida del
hombre y que la fe cristiana saca a la luz, coincide con lo que todo hombre, lleva escrito en el
corazón, de forma que lo considera bueno cuando aparece ante él.
La fuerza que llevó al cristianismo a convertirse en religión universal fue su síntesis de razón, fe
y vida; precisamente esta síntesis queda concretada en la expresión de “religio vera”.
Por eso se impone cada vez más la cuestión: ¿Por qué hoy ya no convence esta síntesis? ¿Por qué
hoy, por el contrario, resultan contradictorios, incluso excluyentes, entre sí los conceptos de
racionalismo y cristianismo?
El budismo y el neoplatonismo coinciden en la idea de que, “la verdad está oculta”. Según esta
idea sobre la verdad, sobre Dios, solo existen opiniones, no existe certidumbre.
Hoy el racionalismo dice que, no conocemos la verdad como tal, opinamos lo mismo de formas
diferentes. Un misterio tan grande, el divino, no puede reflejarse en una sola figura que excluye a
todas las demás, en un camino que todos estamos obligados a seguir.
Esto lleva a reconocer en todo un poco de verdad, integrándose pacíficamente en la sinfonía
polifónica de lo eternamente insuficiente que se oculta en los símbolos, que parecen ser nuestra
única posibilidad de alcanzar lo divino y con ello la verdad.
El cristianismo no puede prescindir del aspecto intelectual, por eso intentaré ofrecer una
perspectiva que pueda marcar una dirección:
Hoy, cada vez es menor la separación entre física y metafísica introducida por el pensamiento
cristiano. La teoría de la evolución se ha mostrado cada vez más como el camino para que la
metafísica desaparezca del todo, para hacer parecer superflua la “hipótesis de Dios” y para
formular una interpretación del mundo estrictamente científica. (Ej. La ciencia dice…; está
científicamente comprobado que…).
Entonces cualquier intento de poner en juego otras causas distintas a las incluidas en las teorías
científicas, o cualquier intento de “metafísica”, parece un retroceso frente al racionalismo, un
abandono de la pretensión de universalidad de la ciencia. Así, la idea cristiana de Dios se
considera acientífica → la teoría de la evolución, no conoce ningún Dios ni ningún creador en el
sentido cristiano.
Éste debate deben mantenerlo ambas partes con objetividad y disposición a escuchar, lo que
hasta ahora apenas ha ocurrido.
La fe cristiana es, hoy como ayer, la opción de la prioridad de la razón y lo racional. Por su
opción en favor de la primacía de la razón el cristianismo sigue siendo también hoy
“racionalismo”.
En realidad, la teoría de la evolución intenta dar una nueva fundamentación de lo real, pero
basándose en el modelo de la selección, esto es, en la lucha por la supervivencia, en la victoria
del más fuerte, en la adaptación con éxito, pero esto ofrece poco consuelo. El intento de destilar
lo racional de lo que en sí es irracional fracasa aquí de forma evidente. Esto resulta poco
apropiado para una ética de la paz universal, del amor práctico al prójimo y la necesaria
abnegación de cada uno.
El intento de dar de nuevo un sentido claro al concepto del cristianismo como “Religio Vera” en
medio de esta crisis de la humanidad, debe basarse por igual, en el recto obrar y en recto creer.
Su argumento más profundo debe consistir en que el amor y la razón coinciden como verdaderos
pilares fundamentales de lo real: la razón verdadera es el amor y en su unión constituyen el
verdadero fundamento de lo real.