Está en la página 1de 2

EL FABULOSO MUNDO MAYA.

Mucho antes de la conquista española, una cultura increíblemente avanzada que sabía de artes y
ciencias exactas brillaba en una vasta zona de Centroamérica. Hoy, entre la selva se esconden los
restos de lo que fue el fantástico mundo maya.

Ya estaba llegando: 87, 88, 89, 90 y 91. Era cierto las cuatro escaleras que conducen a la cúspide
de El castillo, la principal obra arquitectónica de los mayas de Chichen Itzá. Tiene 91 peldaños. La
multiplicación de 364, y el escalón del dintel completa el año solar.

“No me engañaron, pensé, aquellos hombres eran unos genios”. Me senté a descansar sobre ese
imaginario 31 de diciembre de piedra que algún esforzado obrero Itzá había depositado ahí hace
alrededor de mil años. ¿Cómo habrán podido hacerlo? Los mayas no conocieron los metales, ni
siquiera la rueda. Sin embargo, ahí están, diseminadas por el ancho espacio de lo que fue el
mayab, las ciudades inmensas, los templos, las estelas, las esculturas, la huella imborrable de la
civilización más sabia y adelantada de América precolombina. Tan adelantada que cuando los
españoles desembarcaron en las costas de Yucatán, hacía varios siglos que les había llegado el
ocaso.

Pero aquel día Chichen Itzá, al sol le quedaba muchas horas de reinado en el cielo azul y su
resplandor iluminaba el verde del bosque yucateco, 24 metros más debajo de donde me
encontraba.

Los mayas, cuanto más uno lee sobre ellos, más misteriosos parecen. Sus orígenes son difusos,
aunque todo apunta a pensar que la inmigración asiática en tiempos prehistóricos tuvo mucho que
ver, y nadie duda de la influencia que ejercieron los olmecas que habitaron el Golfo de México
desde 2500 antes de Cristo. Su abrupto final todavía permanece enredado en una maraña de
teorías. Y el periodo de su grandeza ha demorado décadas en ser descifrado, aunque poco a poco
va saliendo a la luz.

En realidad Chichen Itzá, que extendía su grandiosidad a mi alrededor no es más que el punto
final de la carrera maya, el último estertor de que se iba escondiendo tras el horizonte.

Pero fue los siete siglos anteriores cuando los mayas edificaron la cultura que todavía hoy no deja
de sorprender. Entonces, sólo fue cuestión de cerrar los ojos, algo bastante fácil bajo el húmedo
calor de Yucatán, y trasladarse en el tiempo…

Esta tarde, los casi 50 000 habitantes de Tikal, la monumental ciudad del centro de la selva de
Petén, concentran su atención en las explanadas en donde se desarrolla el juego de pelota, una
diversión consistente en impulsar una especie de balón de caucho con las caderas, rodillas y
codos, hasta hacer que toque unos discos o diversas esculturas talladas en la piedra. Más
adelante, los toltecas lo convertirían en el antecesor del baloncesto al incorporar u anillo por el
que debía pasar el balón. El tan conocido sacrificio del jefe del equipo perdedor sólo ocurría en
algunos casos.

Volvamos a Tikal. El juego de pelota es uno de los tantos festejos organizados en estos días. Por el
núcleo central de la ciudad, alrededor del templo IV, en las cercanías del mercado central o en los
patios de la acrópolis Norte, se acumulaban los instrumentos musicales, como tunkul y el pax, que
son tambores y las originales flautas y trompetas de madera y hueso.

Centenares de bailarinas alistan sus vestidos para la espectacular danza de los guerreros que dura
un día entero. Las mujeres preparan kilos de tortillas de maíz o de frijoles con chile. Y litros de
atole, bebida que se extrae del maíz molido; de chocolate y de pinole, otro brebaje que deriva del
maíz sólo que en este caso tostado. Por supuesto no faltaba el Picul-akahlá ni el balché, pociones
alcohólicas para rehar la alegría. Tanto bullicio tiene una explicación en estos días acaba el Katún,
un periodo de algo menos de 20 años en el sofisticado calendario maya y la tradición marca que el
festejo debe ser mayor a la que se realiza al final de cada año solar.

Porque sin más instrumentos de precisión que sus ojos y sus mentes, los mayas han adquirido
increíbles conocimientos de astronomía, de astrología y de matemáticas, además de ser los
dueños del sistema de escritura más avanzada del Continente Americano.

Es fácil poder contemplar a los sabios del mayab pasarse horas en lo alto de los observatorios
levantados en Palenque, en Uaxactún, etc. Estableciendo las órbitas de los astros y haciendo
cálculos demasiado complicados para la mayoría de los mortales.

Los sabios no son los únicos que manejan esos datos. Los sacerdotes que también han aprendido
la utilidad del cero (una innovación que los europeos ignoraban). Los utilizan para sus profecías. A
cada niño que nace le confeccionan una carta astral y el horóscopo rige buena parte de la veda de
la comunidad.

Predicen los eclipses e intentan conocer por anticipado como se van a comportar sus dioses. Las
profecías llegan tan lejos que en los libros del Chilambalan, uno de sus textos sagrados, se dice
que: “Por el norte, por el oriente llegará el amo… Recibe a tus huéspedes, los barbados, lo
sportadores de la señal de Dios.

El juego de pelota llegó a su fin en Tikal. En esta ocasión hubo perdedores, pero no sacrificados.
Caminando a paso lento por la plaza de los siete templos, es momento de hacer un repaso mental
en el katún que se va.

En los últimos 20 años. Tikal ha tenido una expansión notable. La población ha crecido, la riqueza
ha aumentado y su área de influencia es sensiblemente mayor. Se han erigido pirámides, cada vez
más altas y nuevos templos, cada vez más perfectos, con este estilo peculiar de la cultura maya.

También podría gustarte