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LA VIDA Y 

LA PALABRA
Por José Belaunde M.

EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I
Uno de los rasgos psicológicos más saltantes del peruano, en términos generales (admitiendo
que haya numerosas excepciones), es la carencia del sentido de responsabilidad.

¿Qué cosa es el sentido de responsabilidad? Es aquella convicción, o impulso interno,


que nos impele a cumplir con las obligaciones y compromisos que hemos asumido frente a
nosotros mismos y frente a los demás; y que, al mismo tiempo, nos hace considerar las
consecuencias que nuestros actos y nuestras palabras pueden tener, así como las que puede
causar el dejar de actuar, o hablar en determinado momento, cuando sería apropiado hacerlo.
            Creo que esta definición es bastante amplia como para cubrir todo el abanico de
posibilidades que pueden presentarse en nuestras actividades, incluyendo eventualmente las
que son recreacionales.
Para poner un ejemplo común, el sentido de responsabilidad impulsará al padre de
familia a progresar en su trabajo para poder contar con los recursos necesarios para el
sostenimiento de los suyos; lo llevará a indagar acerca del colegio más adecuado en donde
poner a sus hijos; lo impulsará a preocuparse por las amistades de sus vástagos, y por el
desarrollo de sus estudios, etc.
El sentido de responsabilidad de una madre la hace sacrificarse por asegurar el bienestar
de su hijo pequeño, la impulsa a levantarse de noche para ver si está con fiebre, o si está bien
abrigado; le hace asumir infatigablemente la tarea de darle de mamar, pese a las incomodidades
que esto pueda traerle, etc.
El sentido de responsabilidad impulsará al médico a examinar cuidadosamente al
paciente que tiene delante, sin dejar de prescribirle los exámenes que puedan ser necesarios, y
le recetará con sumo cuidado los medicamentos que sean los más adecuados a su condición.
El sentido de responsabilidad motiva al empleado o funcionario a desempeñar sus
funciones (de ahí viene la palabra "funcionario") de la manera más eficiente y honesta posible,
y le hará permanecer en su escritorio hasta tarde, si fuere necesario, para completar sus tareas.
Asimismo lo motivará a rechazar sin titubeos todo intento de sobornarlo.
Hará también que el congresista se informe lo más completamente posible acerca de los
proyectos de ley que están sobre el tapete, o sobre otros asuntos acerca de los cuales debe dar
su parecer, o emitir su voto.
En suma, el sentido de responsabilidad es aquella cualidad que asegura el buen
desempeño de las labores asignadas, o asumidas, por cada miembro de la sociedad en el lugar
que ocupa. Al mismo tiempo es la cualidad indispensable que nos permite ser conscientes de
las consecuencias de nuestros actos, y que nos frena cuando tememos que puedan ser negativas
o perniciosas para nosotros mismos, o para terceros.
El sentido de responsabilidad está íntimamente vinculado al desarrollo económico. La
población de los países desarrollados suele caracterizarse por poseer un alto sentido de
responsabilidad. La de los países subdesarrollados se caracteriza, en términos generales, por no
haber "desarrollado" precisamente esa cualidad tan importante. El inadecuado desarrollo de esa
cualidad es un freno al progreso económico y material. La razón es obvia. Cuando los
ciudadanos no hacen lo apropiado, o lo racional, en sus tareas u ocupaciones, sean las que
fueren, reina el desorden y el descuido. El "Decálogo del Desarrollo", que promovía el
empresario Octavio Mavila, ya fallecido, para inculcar en nuestra población ciertos buenos
hábitos, no es otra cosa sino un sumario de los ingredientes del sentido de responsabilidad.
(Nota 1)
Al que carece de esta cualidad, sea hombre o mujer, le decimos "irresponsable".
Irresponsable es la persona a la que no le importa cómo hace o ejecuta las cosas que le han
encargado, o que debe llevar a cabo por su posición en la vida. El libro de los Proverbios lo
llama "necio", y dice que "como el que se corta los pies y bebe su daño es el que envía recado
por medio de un necio," (26:6) aunque, obviamente, la irresponsabilidad no agota el significado
de esa palabra.
Hay una edad irresponsable, por la que la mayoría de nosotros hemos pasado. Los niños
y los adolescentes, cuya subsistencia y comodidad están aseguradas --y dependiendo de la
educación que reciban-- suelen ser, en mayor o menor grado, irresponsables hasta que maduran.
Esto quiere decir que cuando crecen suelen –o debieran- volverse responsables de una manera
casi espontánea y natural (2). Sabemos por experiencia que el sentido de responsabilidad se
acrecienta con los años. Pero hay algunas personas que nunca desarrollan esa cualidad y siguen
comportándose como niños, o adolescentes, aun en la edad adulta.
El desarrollo del sentido de responsabilidad es pues un síntoma de madurez. La
irresponsabilidad es un síntoma de inmadurez. Cuando decimos que la mayoría de los peruanos
son irresponsables, estamos diciendo que la mayoría de los peruanos son inmaduros en tanto
que seres humanos.
Esto es triste decirlo, pero más penoso es constatarlo. La irresponsabilidad de nuestra
gente es la razón por la cual nuestras calles están sucias, los servicios públicos están
descuidados, nuestras ciudades han sido mal planificadas, las reglas de tránsito no se cumplen...
No sigamos la letanía.
Es la razón por la cual hay tantos niños no reconocidos y que crecen sin padre. Fueron
engendrados por un hombre que no asume su responsabilidad, y que evade el más sagrado y
elemental de sus deberes.
Es también el motivo principal por el cual ocurren tantos accidentes de tránsito, sea
porque los choferes hacen maniobras imprudentes, o toman el timón estando ebrios, o los
frenos no son bien mantenidos, o se hace subir más pasajeros de los que soporta el vehículo, o
las carreteras están en mal estado, etc., etc. El resultado de la irresponsabilidad, en el caso
concreto del transporte, significa sangre en las carreteras, tragedias humanas, dolor en las
familias, hombres y mujeres lisiados de por vida. Ésta es una de las mayores desgracias que
afligen a nuestro país.
La irresponsabilidad tiene en verdad un altísimo costo personal y social. Donde quiera
que se manifieste, sus consecuencias son sumamente negativas. A escala nacional es un
fenómeno mucho más devastador que cien terremotos, que cien corrientes del Niño. Lo que es
peor, es una catástrofe permanente.
A título de ejemplo, podemos comparar a las sociedades cuyos miembros tienen un
sentido de responsabilidad desarrollado y donde, por tanto, se cumplen -por consenso y
voluntariamente- las normas establecidas, y la gente actúa razonablemente, a un cruce de varias
avenidas donde transitan miles de vehículos al día, y en donde los semáforos funcionan
perfectamente y todos los respetan. ¿Cuál es el resultado? El denso tránsito fluye sin
inconvenientes, no hay atascos ni accidentes.
Pero imaginemos que los semáforos se descompongan y el cambio de luces se
descoordina, de manera que den paso simultáneamente al tráfico en sentidos encontrados, y
que, encima, nadie respete la luz roja. ¿Cuál será el resultado? Lo sabemos por triste
experiencia. Se forman enormes atoros y congestiones; cruzar la intersección se transforma en
una pesadilla; transpiramos, nos sube la presión, llegamos tarde a la cita...
Ésa es la imagen de una sociedad donde prima la irresponsabilidad y nadie respeta leyes
ni normas. Mientras que en la sociedad responsable todo fluye y se realiza fácilmente; esto es,
los trámites, los negocios, las actividades comunes, etc., en la irresponsable, donde no se
respetan las normas, y la gente actúa irracionalmente, nada funciona, nada fluye, la menor
gestión cuesta enorme esfuerzo, tiempo y  dinero.
¿Conoces un país donde se dan esos síntomas? Creo que lo conocemos demasiado bien,
por desgracia. Y si a las características anotadas le añadimos la corrupción de las autoridades,
el despilfarro de los escasos recursos, la injusticia de las sentencias, el desorden en la
administración pública, etc., los síntomas de esa carencia adquieren proporciones dantescas y la
vida se vuelve un infierno.
Hay muchos peruanos que se han ido al extranjero para escapar al caos que reina en
nuestra tierra. Cabe entonces preguntarse ¿Por qué en algunas sociedades el sentido de
responsabilidad es una característica común y generalizada de sus habitantes, y en otras no?
En primer lugar, el sentido de responsabilidad está condicionado por el entorno natural,
por las condiciones ambientales. Así como el niño que crece en un ambiente de pobreza, si está
bien guiado, adquiere pronto un gran sentido de responsabilidad, porque la supervivencia de su
familia y la suya propia, depende de que desempeñe bien las pequeñas funciones que se le
asignan (por ejemplo, ir a traer agua del pozo, recoger los desperdicios que después se venden,
cuidar al hermanito menor, etc.); de manera semejante en los países de clima inhóspito, frío, la
supervivencia depende de que se hagan ciertas labores claves a tiempo, en la estación propicia,
y que no se descuiden.
Por ejemplo, sembrar en el otoño o en la primavera, y cosechar en el verano (si se deja
de hacerlo a tiempo, no habrá qué comer); conservar y almacenar alimentos para el invierno (si
se omite hacerlo las provisiones se terminan); cortar leña en los meses cálidos para calentarse
en los gélidos; proveerse de ropa abrigada, etc. Tantas labores sin cuya ejecución oportuna la
vida en los países fríos sería imposible -sobretodo antes de que la tecnología facilitara las
cosas- pero que siguen siendo indispensables aun en nuestros días sofisticados.
En cambio en los trópicos, donde la naturaleza es más benigna, donde las frutas cuelgan
en abundancia de los árboles esperando ser cogidas, y donde no hay necesidad de abrigarse, las
condiciones de la existencia son más fáciles y no incentivan el desarrollo del sentido de
responsabilidad, porque la naturaleza provee generosamente lo necesario para el sustento a lo
largo del año y subsana los descuidos humanos.
Por una razón semejante el habitante de la sierra es mucho más responsable y trabajador
que el habitante de la costa. En las alturas la vida es más dura y difícil, y hay que luchar para
subsistir. Eso hace también que el serrano sea más aguerrido que el costeño.
Pero hay también otras razones de diferente orden, que influyen en la gestación y
desarrollo del sentido de responsabilidad. Éstas son más difíciles de identificar, pues son de
naturaleza moral, psicológica y cultural.
El peruano que emigra a un país del hemisferio Norte se vuelve por necesidad
responsable. De lo contrario lo marginan. No encuentra trabajo, y si lo tiene, lo despiden. El
entorno, es decir, la cultura reinante, lo disciplina.
En nuestras ciudades grandes el trabajo, la competencia y la lucha por la vida, fuerzan al
empleado a volverse responsable. En un gran banco, por ejemplo, hasta el más humilde
empleado se vuelve por necesidad responsable, porque los errores pueden costarle caro, no sólo
su puesto.
También los hábitos familiares, el buen o mal ejemplo de los padres, favorece, o
desfavorece el desarrollo del sentido de responsabilidad. El exceso de dinero en la infancia, o el
engreimiento, entorpecen el desarrollo de esta cualidad y vuelven irresponsable al joven.
Entonces podríamos decir que el entorno nos forma y nos vuelve responsables, o lo
contrario. Pero esas causas solas no lo explican todo. Hay una base más profunda en la
gestación y desarrollo del sentido de responsabilidad.
En las culturas del Extremo Oriente, en el Japón especialmente, el sentido de
responsabilidad tiene su base en la filosofía de Confucio que impregna a la sociedad y gobierna
la vida pública. Ese alto sentido de responsabilidad explica el gran desarrollo alcanzado por ese
país. Nótese al respecto que el desarrollo material es siempre manifestación de una cualidad de
carácter específica muy extendida en sus miembros.
En la cultura occidental el sentido de responsabilidad tiene su base en la moral cristiana,
y sobretodo, en el amor al prójimo.
No se puede cumplir la regla de oro evangélica ("Trata a los demás como tú quisieras
que los demás te traten"), si no somos responsables en el cumplimiento de nuestras tareas,
porque si no las desempeñamos bien, hacemos daño al prójimo. El amor al prójimo, la
consideración por los demás, nos obliga a ser responsables en nuestros actos, nos fuerza a
medir las consecuencias de todo lo que hacemos, o dejamos de hacer. Pero dejemos el tema por
hoy, pues el tiempo nos ha ganado. Lo continuaremos en la próxima charla.

Notas: 1. El Decálogo del Desarrollo contiene los siguientes puntos:


1. Orden. 2. Limpieza. 3. Puntualidad. 4. Responsabilidad. 5. Deseo de superación. 6.
Honradez. 7. Respeto de los derechos de los demás. 8. Respeto de la ley y de los reglamentos.
9. Amor al trabajo. 10. Afán por el ahorro y la inversión.
2. El niño malcriado (que ha sido criado mal) el niño engreído, suele ser irresponsable, pero el
que ha sido “bien criado” desarrolla temprano esa cualidad.

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