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Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he
amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. No les llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes les he llamado
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se los he dado a conocer. No
me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he
destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que
todo lo que pidan al Padre en mi nombre se lo conceda. Lo que les mando es
que se amen los unos a los otros.
El respeto es la virtud por la cual reconocemos y tenemos presente de manera
habitual la dignidad de las personas, como seres únicos e irrepetibles, creados
a imagen de Dios, con inteligencia, voluntad, libertad y capacidad de amar; así
como sus derechos según su condición y circunstancias.
Palabra de Dios.
Toda persona es nuestro prójimo y, por el hecho de ser persona, es
merecedora de respeto, independiente de su edad, sexo, educación, cultura,
credo, desde el momento de su concepción, hasta su muerte.
Estamos invitados a vivir el respeto que merecen las personas por sus
circunstancias, condiciones y autoridad que ejercen, por ejemplo los padres,
jefes , autoridades civiles, los ancianos, etc.
El respeto a nosotros mismos nos permite ser mejores como personas, y nos
ayuda a crecer en la virtud, ya que nos conducirá a buscar lo bueno y a
descartar lo que nos pueda hacer daño.
Así́, cuando el hijo o hija se equivoca, falla o comete una falta debe mostrársele
en qué sentido no fue honesto o causó daño, lo cual le hará́ consciente de lo
adecuado o esperado en dichas situaciones.
Hay que motivar a los niños y jóvenes a cumplir lo que prometen, por sencillo o
mínimo que sea; esto les enseña a mantener y cumplir su palabra.