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CALATAYUD
El juez Emilio Calatayud ha sentado en el banquillo a más de 7.000 jóvenes por
diferentes delitos. Sus sentencias son de las más recordadas por su calidad de novedosas
y modernas. En el vídeo que vamos a analizar, el juez Calatayud habla sobre la
educación y sobre la labor de ser padres, entre otras cuestiones. Como juez de menores,
su labor es digna de reconocimiento, pues sus sentencias son castigos ejemplares que
van acorde al delito que el menor en cuestión haya podido cometer. Por ejemplo, en
octubre de 2003, Calatayud condenó a un joven de 16 años a acompañar durante cien
horas a una patrulla de la Policía Local. El menor estaba acusado de conducir de forma
temeraria y sin carné por las calles de la localidad granadina de Darro. Otro caso
reseñable fue aquél en el que el juez condenó a un joven a cien horas de servicios
sociales a la comunidad impartiendo clases de informática. El menor fue detenido por
violar los sistemas informáticos de seguridad de varias organizaciones. Por lo tanto, no
queremos aquí menoscabar su condición y su labor como juez de menores, la cual
desempeña de forma intachable; pretendemos analizar su discurso educativo presente en
el vídeo propuesto.
En primer lugar, nos gustaría destacar el lenguaje del juez Calatayud, que algunos
califican de “campechano”, pero que roza lo chabacano y traspasa los límites de la
educación. Él mismo afirma en el vídeo que “somos muy políticamente correctos
hablando y así no nos entendemos”. Consideramos que no está reñido el expresarse de
forma educada y coherente con crear un discurso lógico y comprensible. El tono de
“graciosete” apostado en la barra de un bar se asemeja más al de un monologuista que
pretende arrancar la carcajada fácil que el de un profesional que intenta abordar el tema
pedagógico.
El juez afirma que hay que llegar a un pacto por el menor y coincidimos en la necesidad
de que dicha propuesta se apruebe. Sin embargo, es cierto que los políticos parecen
incapaces de actuar en materia conjunta, prueba de ello es que cada ley educativa dura
lo que dura la legislatura de turno. Calatayud, respecto a la labor de padre, argumenta lo
siguiente: “Cuando yo era pequeño era más fácil ser padre”. Éste, junto a otros
comentarios de la misma índole, transmite un regusto de añoranza hacia un pasado
preconstitucional que resulta, cuanto menos, preocupante. Parece expresar cierta
nostalgia hacia aquella época en la que si un hijo se portaba mal, según sus palabras,
“pescozón al canto”.
El juez se dirige hacia algunas personalidades como “el Zapatero”, “el Mariano”. ¿Qué
clase de mala educación es ésa? Ese señor no está en una cena de “colegas” donde
pueda permitirse un tono tan desenfadado como grotesco, sino que se encuentra frente a
un micrófono, una audiencia y en calidad de juez. Se queja de que los jóvenes hoy en
día incurren en un “abuso de sus derechos y una dejadez de sus deberes”. Sin embargo,
¿hasta qué punto esto es demostrable? Y, más allá, ¿la solución es el “pescozón al
canto”? Pone como ejemplo el caso de un niño pequeño que va a meter los dedos en el
enchufe. El juez considera que el padre debe darle una colleja a su hijo para que
entienda que no debe hacerlo, y se burla de aquéllos que decidan tratar de
argumentárselo con palabras resabidas. Claro, porque el lenguaje no se puede adaptar a
un menor, sólo tenemos dos opciones: o el castigo físico o hablarle como si fuésemos
una teleoperadora.
Esta misma semana el diario Información publicaba la siguiente noticia: “Un padre tira
al suelo de una bofetada al jefe de estudios del colegio Gloria Fuertes en Alicante”. Al
parecer, todo fue fruto de un malentendido, pero el docente sufrió la agresión en el
ejercicio de sus deberes y dicho acto debe tener sus consecuencias. La ley debe amparar
al profesional, del mismo modo que debería amparar al menor o al familiar del menor si
hubiera sucedido de forma inversa.
Otra de las burlas disfrazadas de chascarrillo que deja salir de su boca el afamado juez
es la distinción entre maestro y profesor, cuando afirma que “se ofenden cuando se les
llama maestros, parece que lo de profesor suena mejor”. Profesor es el profesional
titulado que enseña una o varias materias a uno o más alumnos, de los que es
responsable de trasmitir una buena enseñanza y un adecuado aprendizaje, mientras que
maestro es la persona que, sin necesidad de contar con titulación alguna, transmite
enseñanzas a sus alumnos. No es que nos pongamos exquisitos; es que hay diferencias y
hablar con corrección no cuesta nada. Igual al señor juez le molestaría que le
llamásemos fiscal.
El mismo Calatayud que se queja de la ley antitabaco es el que tilda a las redes sociales
y los móviles de drogas. Los avances tecnológicos, como todos, suponen una
herramienta que debe ser utilizada coherentemente para que suponga beneficiosa, pero
en ningún caso podemos hablar de una droga. Uno se puede “enganchar” al móvil, a los
juegos, pero también a esnifar pegamento, a la gasolina, a la comida basura, etc. No es
tanto el ítem en sí sino el uso que se haga del mismo. Las nuevas tecnologías suponen
un avance innegable al que no se le puede ni se le debe dar la espalda en materia
docente. Antaño teníamos que acudir a la Espasa ilustrada para resolver una duda y
ahora nos basta con teclear y navegar en la red para conocer la inmediata actualidad.
Las herramientas de las que dispone tanto el alumnado como el profesorado son dignas
de agradecimiento, pues favorecen la labor de un buen docente y la formación de un
buen alumno, siempre y cuando se utilicen de forma adecuada. Pero para que así sea
está el docente, que ejerce de mediador y guía.
Por otro lado, el juez se centra en la función de ser padre y afirma que hay que
comportarse como tal, no como un colega o un amigo, sino como padre, ya que de lo
contrario dejaríamos a nuestro hijo huérfano. Por supuesto que el padre (estaba evitando
puntualizarlo, pero no quiero dejarlo en el aire: cuando digo padre, me refiero a padre o
madre, ya que uso el genérico) debe mantener su autoridad como tal y no permitir que
su hijo menoscabe dicha autoridad, pero se puede uno hacer respetar manteniendo una
relación cordial con el hijo. El juez llega a afirmar que “hay que violar la intimidad de
nuestros hijos. Antes nuestros padres nos registraban los cajones. Ahora hay que mirar
lo que hacen con el móvil”. Si abandonase ese rechazo absoluto a mantener una relación
de “colegueo”, de complicidad con sus hijos, quizá no tendría la necesidad de violar
intimidad alguna. A mí no me han dado una colleja en mi vida y no he metido jamás los
dedos en un enchufe. Tampoco me he sentido huérfana nunca y siempre he tenido una
relación muy cercana con mis padres. Supongo que por eso ellos no han sentido la
necesidad impulsada y alimentada por el miedo de invadir mi intimidad.