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COLEGIO RAKIDUAM Departamento de Lenguaje Humanidades

COQUIMBO Profesor: Cristian Guajardo Garrido

Análisis de una columna de opinión

NOMBRE:______________________________________CURSO:________FECHA:_____________

Objetivos de Aprendizaje
OA 3. Evaluar diversas formas en que se legitima el conocimiento en los discursos (investigación científica, autoridad,
experiencia personal, entre otras), a partir del análisis crítico de sus modos de generación y su pertinencia al ámbito
de participación y a la comunidad discursiva.

Lectura, columna de opinión.

27 julio/2009 • Francisca Werth Wainer, NIÑOS Y DELINCUENCIA Francisca Werth Wainer


Directora ejecutiva Fundación Paz Ciudadana.
En nuestro país, un menor de edad es imputable penalmente por la comisión de un delito a partir de los
14 años. Esto significa que si un niño de menor edad delinque, no puede ser juzgado ni condenado. Sin
embargo, eso no implica que no se pueda hacer nada respecto de ese menor o que tengamos que
esperar que cumpla 14 años para que ingrese al sistema penal para recién intervenir.

La investigación y experiencia comparada indican que mientras más precozmente se manifiesta la


conducta delictiva, es más probable que este actuar se vuelva crónico y violento, convirtiendo a estos niños en
infractores “depredadores”, es decir, personas que a lo largo de su vida cometen muchos delitos, causando un
gran daño a la sociedad. Sin embargo, Chile no cuenta con programas especializados para intervenir a nivel de
niños inimputables. Tampoco se ofrece a las familias las herramientas que les permitan abordar y proteger a
estos menores. Si en el contexto del sistema de justicia juvenil la oferta programática es precaria, con los
menores de 14 es inexistente.

El riesgo de mantener esta situación es que, particularmente con casos tan mediáticos como el del
“Cisarro”, se inicien debates en torno a una posible rebaja de la edad de imputabilidad penal, y se introduzcan
reformas que busquen rebajar el límite de los 14 años. Si se optara por ese camino, sólo se conseguiría que se
inicie cada vez más temprano el contacto de los niños y jóvenes con el sistema de justicia y la cárcel, con
mayor posibilidad de contagio criminógeno y sin que tampoco se garantice una real intervención.

Resulta indispensable avanzar en el fortalecimiento de los programas de prevención a nivel local.


Estudios de trayectorias de vida de adultos condenados a penas de cárcel muestran que la mayoría tiene bajos
niveles de escolaridad, vivió una infancia marcada por la marginalidad y sufrió violencia y abusos. Muchos
estuvieron expuestos desde temprana edad a múltiples factores de riesgo en sus entornos familiares y sociales.
Pero estos factores de riesgo pueden ser contrarrestados por otros protectores (un familiar especialmente
querido, el liderazgo, la inteligencia, las habilidades propias del niño que cometió el delito). Éste es,
precisamente, el sentido de detectarlos e intervenir a tiempo. No se trata de aplicar cualquier programa, los
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esfuerzos deben focalizarse en aquellos factores de riesgo determinantes para el desarrollo de futuras carreras
delictivas, reforzar los factores protectores y deben ser específicos respecto del individuo y su familia.

La primera vez que un menor de edad se encuentra con el sistema -cuando el consultorio detectó un
maltrato, o la escuela se percató de una dificultad en el aprendizaje, o Carabineros lo detuvo por la comisión
de un delito- es una oportunidad en la que una política social efectiva podría haber intervenido.

Hace ya tiempo que conocemos quiénes son los niños que ingresan a las comisarías, en qué calles y
barrios viven. Sabemos también con quienes son detenidos, generalmente amigos y vecinos del barrio. Es hora
entonces de usar esa información para desarrollar estrategias donde la delincuencia y la violencia se aborden a
nivel local, con programas concretos y específicos. El sistema de justicia juvenil requiere de profundas
modificaciones, inversiones y evaluaciones. Desde el año 2005 se encuentra en trámite legislativo la ley que
crearía un sistema de protección de derechos de la infancia y la adolescencia. De no existir el desarrollo
paralelo de estos sectores, sólo tendremos a niños que, tras el paso de los años, terminarán engrosando aún
más nuestras ya abultadas estadísticas de población penitenciaria. Francisca Werth Wainer.

Columna de Psicología: ¿Tú ves adolescentes?... los que se niegan hablar con adultos (3ª parte)
Sebastián Rodríguez, psicólogo
12 JUL 2019 03:06 PM
Tiempo de lectura: 6 minutos
Adolescente
No hay cielo sin tormentas, o caminos sin accidentes. No tengas miedo de la vida, no tengas miedo de vivir
intensamente,(Augusto)
En la columna anterior llega a mi consulta una adolescente que lleva meses sin hablar con su madre. Es más,
Sofía, así llamaremos a mi cliente, solo hablaba lo estrictamente necesario con los adultos y se negaba a visitar
a profesionales de la salud mental, pues -según su creencia- todos hacían lo que su madre quería.

Ya en la primera sesión comprobé en persona la increíble capacidad que tienen los adolescentes de construir
rígidas creencias a partir de pocas experiencias. Si bien estas generalizaciones -positivas o negativas- pueden
surgir de un comentario o de un caso aislado, pueden llegar a ser lo suficientemente poderosas para ser vividas
como ciertas. Y es tal la fuerza con la que las plantean y las defienden los adolescentes, que el entorno aprende
a seleccionar qué batallas dar frente a ideas que pueden ser altamente irracionales y perjudiciales.
Hecha esta recapitulación, les cuento que Sofía que llegó a la segunda, tercera y cuarta sesión con extrema
puntualidad y desde que se sentaba hasta que se levantaba planteaba temas para trabajar, demostrando así su
interés por el proceso.
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COQUIMBO Profesor: Cristian Guajardo Garrido

Mi cliente literalmente estrujaba la hora y me hacía viajar por un torbellino de emociones, pues como dice la
neuropsiquiatra Louann Brizendine, autora del libro Cerebro Femenino, la principal característica de la
adolescencia femenina es el drama, drama, drama.
Prueba de lo anterior fue cuando me contó su llegada a casa tras la primera sesión.
Su madre, ansiosa por saber si su hija había enganchado con el proceso de coaching, la esperaba en la puerta de
la casa y Sofía, nada más verla, experimentó tal malestar que, para sacársela rápido de encima, le dijo que le
había ido bien, que quería volver al coaching y que no preguntara más.
Acto seguido, me cuenta Sofía con los ojos mirando al techo, su madre se puso a llorar.
"¿Cachai la weona tonta? En vez de alegrarse de que por fin le hablo y que le doy buenas noticias, la muy barsa
se pone a llorar. ¿Quién la entiende?"
La intensidad de su voz, gestos y movimientos me obligaron a seguir su relato en un silencio religioso, ya que
después de lo que me contó de su madre, me dio miedo equivocarme. Sus juicios sobre el mundo y los demás
no solo podían ser hilarantemente lapidarios, sino inesperadamente cambiantes.

Por eso, para lidiar con esta incertidumbre, estudiaba entre sesiones mis apuntes del Cerebro Femenino, libro
que desde entonces recomiendo a los padres de adolescentes, pues en un capítulo especialmente dedicado a
ellas, esta neuropsiquiatra nos advierte que "el cerebro adolescente la hará sentirse poderosa, dotada siempre de
razón y ciega ante las consecuencias".
Esto podrá ser molesto para muchos padres, pero lo que verdaderamente me dejó pensando, es que según esta
doctora, este comportamiento -aparentemente inadecuado- es esencial para que las niñas crezcan y se adapten a
un mundo que no será fácil para ellas.
Peor aún fue comprender que esta intensidad, tan difícil de manejar para muchos adultos, es aún más difícil de
gestionar para las propias adolescentes, pues en muchos pasajes, ellas mismas se desconocen.
Escuchemos a Sofía:
- Estoy chata de vivir en mi casa. No puedes hablar ni ver tele tranquila porque todos tienen una opinión de
todo. Todos saben de todo, a todos los conocen y a todos los critican. ¡Es enfermante y después se preguntan
que por qué no hablo! Si no hay que ir a Harvard para entender que nadie va a querer hablar en un lugar donde
antes de terminar la frase, ya todos tienen una respuesta mala onda.
- ¿Quiénes son todos?
- Pucha… mi papá, mi mamá, mis hermanos mayores. Son chatos.
Este breve diálogo ilustra lo difícil y hostil que puede ser para una adolescente insertarse en el mundo de los
mayores, pues no es raro que, frente a sus comentarios o reclamos, rápidamente se las tilde de intensas,
exageradas e insoportables.

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