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Derecho Laboral I 2021

Secciones H, I, A, F.
Licenciado Avidán Ortíz Orellana

No existe un atajo hacia el éxito,


para alcanzarlo necesitas de trabajo
duro y de mucho valor, porque el
deseo de alcanzar tus sueños
siempre deberá ser mayor al miedo
que puedas tener al fracaso.

Fuente: Creative Commons.

PRIMERA PARTE DEL PROGRAMA


ANTECEDENTES DEL DERECHO DEL TRABAJO

1. HISTORIA DEL DERECHO DEL TRABAJO

1.1 Nacimiento del Derecho del Trabajo


1.2 Diversas Denominaciones del Derecho del Trabajo
1.3 Importancia del Estudio del Derecho del Trabajo
1.4 Definición del Derecho del Trabajo

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1.1 NACIMIENTO DEL DERECHO DEL TRABAJO

EXTRAÍDO PARA FINES ACADÉMICOS DEL LIBRO:

INSTITUCIONES DE DERECHO DEL TRABAJO Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL

COORDINADORES: NESTOR DE BUEN LOZANO Y EMILIO MORGADO VALENZUELA

ACADEMIA IBEROAMERICANA DE DERECHO DEL TRABAJO Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL,


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MÉXICO.

CAPÍTULO 1
EL TRABAJO ANTES DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Néstor DE BUEN LOZANO

SUMARIO: I. Ideas generales. II. El comunismo primitivo. III. Asia occidental antigua. IV. Egipto. V.
Grecia. VI. Roma. VII. La Edad Media. VIII. El trabajo en las culturas americanas antes de la Conquista.
IX. El trabajo en la Nueva España. X. El fin del sistema gremial.

I. IDEAS GENERALES

La historia del trabajo no tiene necesariamente que ver con la historia del derecho del trabajo. Pero
tampoco puede afirmarse que no haya existido, antes de la Revolución Industrial, un fenómeno
semejante al que provocó el nacimiento de la disciplina después de las turbulencias sociales que
impregnaron al siglo XIX. Situaciones de explotación del trabajo humano se han dado siempre, bajo las
formas más diversas, inclusive en la etapa previa de duración indefinida que se ha caracterizado como
“comunismo primitivo”.

No puede haber la menor duda de que el trabajo ha sido una constante en la evolución de la humanidad.
Hasta el momento actual, no podría entenderse al hombre desprendido del trabajo. Pero lo que importa
determinar son las condiciones en que ese trabajo se ha prestado. En rigor, desde la perspectiva del
derecho del trabajo sólo interesa el que se lleva a cabo por cuenta de otro ya que sus normas lo que
pretenden es disminuir los efectos negativos de la explotación. Esa salvedad dejaría al margen del
derecho del trabajo práctica- mente toda la actividad humana productiva anterior a la Revolución
Industrial. Aunque sin la menor duda, antes de ella se produjeron también formas de explotación.
Recordemos la esclavitud y la servidumbre.

En estos tiempos de profunda crisis del concepto tutelar de nuestra disciplina que es apenas centenaria,
se intenta, sin embargo, proteger más a la producción que al productor directo —fenómeno evidente
desde la etapa de los colegios romanos y hasta el final de las corporaciones de oficios— y con esa
misma tesis se sacrifica hoy al empleo en beneficio del producto final, para lo que la tecnología sirve
como el instrumento de mayor eficacia. No faltan ominosas advertencias a propósito de que el trabajo
como tal puede, inclusive, llegar a desaparecer.

Es el punto de vista, entre muchos otros, de Adam Schaff quien afirma que el desarrollo de la
automatización traerá consigo la desaparición del trabajo. “El trabajo —según lo entendemos hoy— se
verá sustituido por ocupaciones útiles para el hombre, directa o indirectamente útiles para la sociedad, lo
cual hará posible que el proceso, en su conjunto, pierda el signo dramático que hoy parece aún tener”,
situación que, anuncia Schaff, se produciría entre 30 y 50 años a partir de la fecha de su obra.
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En términos semejantes se expresa Rifkin, Jeremy. Las primeras palabras de la Introducción no pueden
ser más dramáticas:

El desempleo global ha llegado ya a su más alto nivel desde la gran depresión de los años treinta.
Más de 800 millones de seres humanos se encuentran desempleados o subempleados en el
mundo. Esas cifras crecerán probablemente entre el momento actual y el fin del siglo en la medida
en que millones de aspirantes a integrar la fuerza de trabajo se encuentren sin empleo, muchos
de ellos víctimas de la revolución tecnológica que está sustituyendo rápidamente a los seres
humanos por máquinas, en prácticamente cada sector e industria de la economía global.

Esta obra, sin embargo, nace bajo la premisa de que el derecho del trabajo seguirá vivo y actuante en su
función de instrumento de la justicia social. Para entenderlo mejor, para reconocer el por qué nació y
debe subsistir, resulta fundamental determinar, al menos en líneas muy generales, cuál ha sido la
evolución del trabajo y su regulación a lo largo de la historia, cuando las reglas de juego contemplaban
de manera preferente al resultado del trabajo y no al trabajador.

Son escasos los antecedentes de algún sistema protector. Pero para gloria de España —y habría que
reconocer los méritos que en esa empresa tuvo fray Bartolomé de Las Casas— las Leyes de Indias
podrían constituir la notable excepción a la indiferencia normativa de la condición del hombre que trabaja.
No le quita méritos al intento el hecho, reiteradamente invocado, de que sus normas no fueron cumplidas
ya que la bondad de un sistema jurídico no depende sólo de su eficacia.

En este capítulo seguimos, en términos muy generales, la distribución propuesta en la Historia general
del trabajo, obra coordinada por Louis-Henri Parias, con otras referencias necesarias que nos permitirán
considerar algunos elementos complementarios.

Como toda división histórica, la propuesta puede ser puesta en tela de juicio, sobre todo porque la
información de las más extensas etapas de la evolución de la especie humana están aún envueltas en el
misterio y en su explicación dominan más que la información o la presunción, la intuición y la imaginación.
Pero a los efectos que nos proponemos, reconociendo lo arbitrario que puede ser el orden elegido,
parece ser suficiente.

II. EL COMUNISMO PRIMITIVO

Federico Engels —siguiendo a Morgan— distingue tres épocas principales en la evolución de la


humanidad, a saber: el Salvajismo, la Barbarie y la Civilización.

El salvajismo sería para Engels, la infancia del género humano. En su estadio inferior el hombre vivía en
los bosques tropicales o subtropicales, básicamente bajo la protección natural de los árboles contra las
grandes fieras. Dependía para vivir de los productos que ofrecía la naturaleza: frutos, nueces y raíces. El
hombre era en ese tiempo el ser más débil del universo. Su única aportación fue el poder crear un medio
de comunicación con sus semejantes. “El principal progreso de esta época es la formación del lenguaje
articulado” dirá Engels quien señala que ese periodo pudo haber durado muchos milenios. El estadio
medio del salvajismo comienza con la invención del arco y la flecha, instrumentos eficaces para la
actividad de la cacería. Se utilizan las cuerdas. Se abandona la protección de los bosques y se busca el
campo llano. Es, en lo esencial, una vida nómada que para llegar a la estabilidad requerirá la invención
de la alfarería. Hay signos de residencia fija en aldeas, cierta maestría en la producción de vasijas y
trebejos de madera; se conoce el tejido a mano, aún sin telar, y el fuego y el hacha han permitido crear
piraguas formadas de un tronco de árbol que también sirve para la fabricación de vigas y tablas para
construir viviendas. El trabajo como tal asume formas concretas. El hombre encuentra la capacidad de
transformar en su beneficio los productos de la naturaleza.

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En esa etapa cabe presumir un trabajo comunal. Frente a los grandes riesgos que genera el entorno, la
solidaridad humana se constituye en un instrumento esencial para la supervivencia. Que sin duda va
acompañada de una cierta división del trabajo que evidentemente aún no es asalariado.

En la barbarie la alfarería marca el principio del estadio inferior. En esa etapa afirma Engels que pueden
distinguirse situaciones diferentes entre el continente oriental (Asia y Europa) y el occidental (América).

El rasgo característico del periodo de la barbarie es la domesticación y cría de animales y el cultivo


de las plantas. Pues bien; el continente oriental, el llamado mundo antiguo, poseía casi todos los
animales domesticables y todos los cereales propios para el cultivo, menos uno; el continente
occidental, América, no tenía más mamíferos domesticables que la llama —y aun así, nada más
que en una parte del Sur—, y uno solo de los cereales cultivables, pero el mejor, el maíz.

En el estadio medio de la barbarie comienza en el Este la domesticación de animales y en el Oeste el


cultivo de las hortalizas por medio del riego y el empleo de adobes y de la piedra para la construcción.

En el Este se produce la formación de rebaños y como consecuencia la vida pastoril que marca, sin
duda, una nueva actividad laboral de servicio comunitario. Engels señala que es probable que el cultivo
de los cereales haya nacido de la necesidad de proporcionar forraje a las bestias antes de advertir que
podía ser también destinado a la alimentación del hombre.

El estadio superior de la barbarie se caracteriza por la fundición del mineral de hierro y por el invento de
la escritura alfabética y su empleo literario. Corresponden a ese estadio los griegos de la época heroica,
las tribus ítalas poco antes de la fundación de Roma, los germanos de Tácito y los normandos del tiempo
de los vikingos.

Aparece en ese tiempo el arado de hierro tirado por animales domésticos, “lo que hace posible la
roturación de la tierra en gran escala —la agricultura— y produce, en las condiciones de entonces, un
aumento prácticamente casi (sic) ilimitado de los medios de existencia [...]”.

La civilización será, precisa Engels, el “periodo de la industria, propiamente dicha, y del arte”.

En toda la etapa descrita que corresponde a ese periodo desconocido de la prehistoria, la formación
social más notable es el clan. Se trata, ciertamente, de una organización comunitaria o comunista
primitiva, en la que cabe encontrar, sin embargo, una cierta forma de jerarquía. El jefe del clan, señala
Louis-René Nougier, es el mago, el único que conoce “los tremendos secretos para producir la caza y los
hombres. Es él quien preside las terribles sesiones de iniciación de los jóvenes, iniciación a todas las
condiciones de la futura vida, verdadera etapa de aprendizaje cívico y social”.

La presencia del jefe del clan daría lugar a un trabajo sometido a las órdenes de un tercero, claro
antecedente del trabajo subordinado. Sin embargo, no se trataría de un trabajo destinado a producir lucro
ya que lo que domina la actividad es el interés colectivo y no el particular de un hombre concreto.

La paulatina sustitución de la caza por la agricultura, en etapas en que el clima se suaviza lentamente, las
nieves se deshacen y los glaciares disminuyen para llegar a ser, como hoy, residuales, modificará
sensiblemente las formas del trabajo. Surge, con el manejo de las piedras, la artesanía que permite la
talla del sílex. Se crean los instrumentos. Aparece, inclusive, el arte en el que el culto a la cacería
constituirá una inspiración de particular importancia. El hombre se acerca a los deltas de los ríos para
aprovechar las condiciones de la humedad. La civilización se encuentra con el Nilo, el Tigris, el Éufrates y
el Indo. El arado, afirma Nougier, se convierte en el instrumento de la mujer. Se domestica a los
animales. Surge con mayor fuerza la división del trabajo.

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Junto a la cacería, la artesanía elemental creadora de instrumentos y la agricultura, surgen la
construcción y la minería. “La mina —precisa Nougier— implica una organización social precisa: a los
mineros que explotan el sílex se asocian campesinos y ganaderos, encargados de las subsistencias.
Colaboración, intercambio de servicios y productos, especialización y trabajo colectivo; todas las
condiciones del trabajo moderno ya reunidas”.

No faltan los problemas sociales. En las minas el trabajo más duro lo hacen gentes de raza dolicocéfala
(cráneos alargados), probablemente según Nougier, provenientes de las regiones nórdicas, creadores de
las culturas forestales, grandes artesanos del sílex, desbastadores de materias primas. Producen
“herramientas, azadores y arados para el trabajo de la tierra, picos para la roturación y la extracción”.

Al final del tercer milenio y en el curso del segundo, durante la sustitución gradual de la piedra por
el cobre, las diferencias sociales se reflejan en las diferencias de las sepulturas. El proletariado
artesano, agrícola o minero ha de contentarse con una inhumación sin lujo, el cuerpo envuelto en
una capa vegetal, enterrado bajo la vivienda, en la fosa o el pozo de extracción fuera de servicio.
La clase dirigente —agrega Nougier— conoce las sepulturas monumentales, las enormes
construcciones dolménicas, los túmulos inmensos.

La etapa de las grandes construcciones dolménicas en el Próximo Oriente es el comienzo de los grandes
imperios. La organización del trabajo se funda en una aristocracia dirigente, religiosa y política y una
masa humana esclavizada. Los textos —aclara Nougier— son testimonios vivos de los hechos y ya no
se requiere para interpretarlos los materiales arqueológicos.

La explotación del hombre por el hombre forma ya parte de la naturaleza humana.

III. ASIA OCCIDENTAL ANTIGUA

Mesopotamia, el país de Sumer, un estrecho pasillo en el Medio Oriente, entre los ríos Éufrates y Tigris,
hoy sustancialmente parte de Siria y de Iraq, con salida al Golfo Pérsico, fue sin duda cuna de todas las
civilizaciones. Cuenta Paul Garelli que ese territorio estaba todavía desierto en el quinto milenio antes de
Cristo cuando empezó a ser ocupado por comunidades campesinas evolucionadas que se
expansionaban hacia el Norte.

Dice Garelli que sus primeras instalaciones fueron aldeas de pescadores a las que sucedieron
establecimientos agrícolas establecidos sobre las orillas del Tigris y el Éufrates y lagos y canales
abiertos por los primeros habitantes. Tierra de aluviones, de lluvias escasas, las cosechas dependían del
arte de la conservación del agua. Un país propicio al cultivo de los dátiles, de la cebada, del trigo y del
sésamo, falto de piedras y minerales, sustituidas las primeras por ladrillos. De comunicaciones cómodas,
por la vía fluvial, que podían conducir a la meseta de Anatolia, Siria, Líbano y Egipto.

La provisión de materias primas era generosa, afirma Garelli:

De Egipto provenían el oro y el marfil; del Líbano y del Amanus, la madera de cedro y piedras,
principalmente mármol y basalto; del Taurus y de Anatolia, plata, piedras y más tarde, hierro.
Chipre exportaba cobre. De la región del alto Tigris se extraían cobre y bloques de caliza. De
Persia y del Elam procedían cobre, estaño, madera de construcción, piedras preciosas. Por el
golfo Pérsico llegaban oro, cobre, estaño, diorita, piedras preciosas de Arabia y marfil de la India.

En el orden político se muestra una evolución de las ciudades sumerias por el predominio del poder civil
sobre el poder religioso, en un principio con- fundidos. Junto al jefe civil, el militar que intentaba
convertirse en monarca guerrero. Secularizan progresivamente los bienes de los templos. Se desarrollan
la propiedad privada y los feudalismos que —dice Garelli— minarían la autoridad central.

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La actividad laboral es en la antigua Mesopotamia predominantemente agrícola, aunque sus formas de
explotación asuman la forma de empresas que son granja y manufactura a la vez. Abundan los oficios:
panaderos, carniceros, zurradores, carpinteros, herreros, orfebres y lapidarios, y en realidad los
agricultores son solamente una parte del conjunto. La unidad fundamental es el templo.

Se trata de una sociedad en la que la propiedad privada está fuertemente establecida. Las tierras eran
explotadas de diferentes maneras, bien por colonos, mediante una renta anual o mediante prestatarios
militares o civiles, a veces sin títulos regulares.

En Mesopotamia aparece la institución del servicio feudal que implica una concesión de bienes
inmobiliarios hecha a título hereditario por el poder público a un individuo a cambio de una obligación de
servicios personales.

El trabajo de esclavos era de utilización frecuente. Indica Garelli que:

Bajo la tercera dinastía de Ur, algunos tejedores libres trabajan junto a jóvenes esclavos en los
talleres del Estado. Se cuentan 6,400 en tres distritos alrededor de Lagash. Estos trabajadores
están sometidos a la autoridad de jefes de equipo que, a su vez, respondían ante los intendentes
(nu-banda). Mensual y anualmente se hacen las cuentas de las materias primas suministradas y
de las cantidades de tejido a entregar, especificando el peso y las calidades. Estaba previsto un
margen de tolerancia para las pérdidas inherentes a la fabricación. Los tejedores recibían sus
salarios en lana, cebada (30-40 litros por día para los adultos, 20 litros para los niños), dátiles,
aceite y pescado.

El comercio alcanza amplios desarrollos, regulados, inclusive, en el Código de Hammurabi. Se pone en


vigor un sistema monetario, originalmente fundado en la cebada y los metales, sobre todo la plata bajo la
forma de lingotes.

En la Biblia aparecerá la figura de la prestación obligatoria. En cita de Garelli:

El Rey Salomón reclutó entre todos los israelitas a hombres de prestación obligatoria, y los
hombres de prestación obligatoria eran en número de treinta mil. Los enviaba al Líbano, diez mil
por mes alternativamente: estaban un mes en el Líbano y dos meses en sus casas [...] (I Reyes
V, 27-30).

Se trataba, dice Garelli, de una solución exigida por la mecanización insuficiente ya que era el mejor
medio de desarrollo concebible para trabajadores provistos solamente de picos y palas.

Para la realización de las grandes obras reales se prefería el empleo de enemigos vencidos y esclavos
públicos. Garelli menciona que existían claramente clases sociales con mano de obra servil, verbi gratia,
tejedores al servicio de un amo cuya libertad era relativa, aunque no se comparaba su situación con la de
los esclavos. Estos, originalmente, fueron prisioneros pero también podían derivar del abandono de hijos
por padres en extrema pobreza de que otras personas se hacían cargo. No se trataba de una esclavitud
desprovista de derechos y el Código de Hammurabi reconoce al esclavo el derecho de casarse con una
mujer libre y de poseer bienes.

La existencia de las clases, sin embargo, no se reflejaba en otra cosa que la concepción de una oposición
entre ricos y pobres pero no, afirma Garelli, en la idea de la lucha de clases. De ahí, sostiene, que la
forma de reaccionar frente a la explotación era la huida de los trabajadores.

Habría que preguntarle su opinión, a ese propósito, a Karl Marx.

Es interesante recordar, con Guillermo Cabanellas, que en el Código de Hammurabi se reglamentan el


trabajo, el aprendizaje y el salario mínimo.
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IV. EGIPTO

Los treinta siglos de vida del antiguo Egipto harían suponer una transformación constante de su régimen
laboral. Sin embargo, no fue así. Es un país de delta de un río, el Nilo, cuyas circunstancias son el factor
que determina la vida íntegra del país. Un dato fundamental: siendo su actividad sustancialmente
agrícola, durante tres mil años se utilizó el mismo tipo de arado.

Serge Sauneron, en una excelente monografía en la que reconoce la insuficiencia de la información, nos
hace ver una vida campesina difícil, regida por la miseria de los fellah cuya descripción no puede ser más
gráfica:

miserable, reducido a la merced de su señor y, lo que es peor, de sus agentes, demasiado pobre
para poder instruirse, demasiado pobre para hacer escribir su nombre siquiera sobre una modesta
estela, pertenece a esa humanidad que vive sin dejar rastro, y que a su muerte es más bien
echada que sepultada en la arena del desierto. ¿Su casa? Una choza de cañas al borde de sus
campos o una cabaña de barro seco en un poblado. ¿Su mobiliario? Algunas jarras de tierra
cocida, cestas de mimbres, una manta para dormir, humildes cosas que duran todavía menos que
su poseedor.

Hay, por supuesto, la cría de ganado mayor y un cúmulo de animales domésticos: perros, asnos, bueyes,
vacas, ovejas, cabras, cerdos, gacelas e incluso hienas. El caballo, introducido en la etapa del Imperio
Nuevo, se utilizaba como animal de tiro no para montarlo. Los corrales estaban llenos de patos, ocas y
pichones y se hacía inclusive la cría doméstica de las grullas.

Había también talleres artesanales en las ciudades que no eran sino grandes pueblos rurales, según
relata Sauneron donde se fabricaban tejidos, armas, barcas y orfebrería. Las cotidianas: cerámica,
carpintería, objetos de cuero, cestería, panificación, preparación de cerveza, carnicería, etcétera, se
encontraban en cualquier parte donde hubiera una comunidad. En las grandes ciudades proliferaban los
oficios relacionados con los enterramientos.

Dos de las actividades donde se producía el peor trato para los trabajadores eran la minería y el trabajo
en las canteras. Las grandes construcciones obligaban a la creación de auténticas ciudades obreras.

En los talleres reales se producía la mejor artesanía como estatuas de piedra y de madera y también toda
clase de armas y carros de guerra. Siendo Egipto una civilización de piedra, sin embargo, también se
manejaban los metales, particularmente oro, plata y sobre todo bronce.

En general los salarios se pagaban en especie mediante la entrega de productos de consumo o de uso,
cuyo valor adquisitivo, reconoce Sauneron resulta muy difícil determinar. Existía una especie de
asistencia médica para quienes sufrían accidentes de trabajo.

A fin de cuentas, un régimen de explotación que pudo provocar, y provocó, desórdenes sociales e,
inclusive, el ejercicio del derecho de huelga.

Para Cabanellas, en Egipto predominó el trabajo esclavo al lado de los oficios libres.

V. GRECIA

El estudio del trabajo en Grecia compromete analizar una muy prolongada etapa de la historia que podría
ubicarse entre los años 2000 a. J. C. y el año 64, aún anterior a Cristo en que Siria es anexada por
Roma.

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El primer periodo, el más prolongado, culminaría alrededor del año 1050 a. J. C. Es conocido como
periodo Cretomicénico (síntesis de Creta y Micenas) y correspondería a una etapa de economía agrícola,
construcción de palacios y culmina con la aparición del hierro lo que provoca la decadencia de las artes
y de las técnicas. El momento histórico más relevante será la guerra de Troya, alrededor del siglo XIII.

Ese periodo se considera que corresponde al nacimiento del arte griego. Pueden mencionarse las
siguientes etapas: neolítica; subneolítica con el comienzo de la cerámica pintada; la cerámica flameada,
vasos de piedra, ídolos de mármol; el desarrollo prepalacial, con los comienzos del bronce; la cerámica
policroma, metalurgia, joyería, escritura jeroglífica; paso del jeroglífico al lineal hasta no llegar a la
aparición del hierro.

Es una época de trabajos agrícolas, acompañada de una labor intensa de construcción que no habría
sido posible sin la labor difícil de los trabajadores del campo. En el amplio estudio de Félix Bourriot se
dice que había tanto trabajadores libres como esclavos y citando a Homero afirma que inclusive los
señores no desdeñaban poner manos a la obra como se advierte de la Odisea que hace evidente las
tareas de Ulises y de su padre, el viejo Laertes.

Es también una larga sucesión de conflictos y de conquista del mar. Bourriot menciona también la
organización de los artesanos que ejercerían una especie de obra auxiliar ya que cada propietario trataba
de resolver sus problemas con su servidumbre y sus esclavos. Los artesanos, en consecuencia, se
constituirían en expertos, más allá de las capacidades de los servidores propios.

Siguiendo a Homero afirma Bourriot que los reyes podían exigir la prestación personal que era
obligatoria, adicionada con pagos de rentas que permitían a los reyes una vida abundante.

Se citan como profesiones intelectuales las de los escribas, al servicio del palacio; los aedos, que
desempeñaban actividades artísticas; los heraldos, adivinos, sacerdotes y los médicos, cuya labor era
fundamental en una sociedad guerrera.

No era tampoco escasa la ganadería.

El segundo periodo incluye las épocas arcaica y clásica.

La época arcaica está marcada por la dispersión de los griegos; la sustitución del grupo familiar (genos)
por la ciudad; la aparición de la moneda y grandes esfuerzos de los trabajadores en todas sus
actividades.

Jean Charbonneaux, Roland Martin y François Villard, al narrar los principales acontecimientos del
periodo hacen referencia a una fecha inicial de 650 que corresponde a la Fundación de Selinonte y a la
Tiranía de Cipseles en Corinto y culminaría en 480 con la Segunda Guerra Médica y la destrucción de
Atenas por los persas.

Dice Bourriot que en esa etapa se regresa a la actividad individual del trabajador, básicamente en
actividades artesanales (ceremistas, leñadores, forjadores; carpinteros de carretas, preparadores de
arados, marineros), sin faltar las actividades comerciales propias de un pueblo navegante.

Hesíodo canta en Los trabajos y los días las dificultades que encontraban los campesinos en tierras
crueles en invierno y duras en el verano, para llevar a cabo su labor.

Es importante transcribir un largo párrafo de Bourriot:

En Atenas, Solón (594-593), trató de hacer reinar la equidad con una condonación de deudas, la
liberación de los atenienses arruinados vendidos como esclavos por sus acreedores, la prohibición
de los préstamos garantizados por la persona misma del que los pide, la parcelación de los
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grandes dominios. Se preocupó de la suerte de los agricultores humildes del tica recompensando
a los que mataban los lobos, reglamentando el uso de los puntos de agua, prohibiendo abatir
olivos (probablemente para evitar la erosión de los terrenos) y plantar a menos de nueve pies del
campo vecino, y fijando las condiciones del emplaza- miento de las colmenas. Además, prohibió a
los hombres ejercer el oficio de mercaderes de perfumes, para luchar contra el lujo y los gustos
afeminados indignos de un pueblo laborioso.

Bourriot ubica la época clásica entre el fin del siglo VI y el IV.49 Por el contrario Charbonneaux, Martin y
Villard entre los años 480 y 330 a. de J.C. Se iniciaría con la formación de la Liga de Delos (477) para
culminar en 330, un año después de la fundación de Alejandría.

Es una etapa de esplendor económico, con una enorme cantidad de esclavos producto de las guerras,
que ejercían prácticamente todos los oficios. Cita Bourriot sus funciones y entre ellas las de joyero,
fabricante de broches; zapatero, despensero, burrero; campesinos, viñadores, muleros, artífices en
carretas y camas; cortadores de madera resinosa, curtidores, zurradores, fabricantes de sandalias y
odres; zapateros remendones; herreros, fabricantes de vasos y cubetas; tal vez mineros; negociantes,
tenderos, carniceros, vendedores de pescado, de salazones, de pan, de legumbres, de sésamo, estopa y
cola; quincalleros, perfumistas, barberos, jornaleros, portadores de ánforas, recade- ros, secretarios,
etcétera.

No parece que la vida de los esclavos haya sido particularmente difícil. En realidad se trataba de
relaciones de trabajo de mutuo interés, con cierta independencia de los servidores.

No faltan en ese periodo los profesionales liberales y entre ellos la actividad más destacada sería la
filosófica. Bourriot menciona como las más nobles las de los poetas, jefes de escuelas filosóficas, juristas
y oradores.

La actividad fundamental desde el punto de vista económico sería la agricultura, pero nadie podría olvidar
las tareas de los constructores, escultores, pintores y ceramistas.

Es la época de Sócrates, Platón y Aristóteles, del orador Demóstenes y del esplendor escultural de
Praxiteles. En el año de 356 muere Filipo de Macedonia y en 341 Aristóteles asume la preceptoría de
Alejandro.

La última etapa, Grecia Helenística, se caracteriza por los grandes triunfos de Alejandro que se extienden
hacia el oriente, para integrar los inmensos territorios de Grecia. Abundan los prisioneros de guerra pero
no necesariamente se convertían en esclavos. En su lugar, dice Bourriot, muchas veces se les
incorporaba a los ejércitos griegos.

Subsiste como actividad fundamental el trabajo agrícola en condiciones de miseria para los campesinos.
Se combina ese trabajo con el industrial de escaso desarrollo y se inicia el proceso de la transmisión
hereditaria de las actividades artesanales, germen del sistema gremial.

Destaca Bourriot la creación de algo que podrían ser los talleres del Estado.

Un tema importante es el de la condición misma de los trabajadores. Bourriot afirma que los salarios eran
escasos y que la prosperidad ática era un espejuelo que ocultaba mucha miseria. Proliferaban las
contrataciones temporales, con salarios a destajo, lo que ensombreció el clima social sin llegar, sin
embargo, a la organización de asociaciones profesionales. No faltaron movimientos obreros, si bien
fueron excepcionales ya que la mayor parte de los conflictos eran individuales. “Las ciudades griegas —
afirma Bourriot— no conocieron en la época helenística grandes movimientos de huelga”.

En las profesiones liberales, las más importantes serían las de banqueros, médicos, profesores y actores.

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Ciertamente, el larguísimo periodo de nacimiento, desarrollo, esplendor político y económico de Grecia no
se vio acompañado de un modelo social. No parece ser que los legisladores, Solón incluido, se hayan
preocupado en particular de una regulación del trabajo favorable a los trabajadores, aunque sí de la
actividad misma. Pero a cambio de ello, Grecia creó la civilización. A Grecia se debe el enorme desarrollo
del arte arquitectónico y escultórico y de la belleza en todas sus manifestaciones. Pero, de manera
particular, el concepto mismo de la ética. Aunque uno de sus máximos exponentes, Aristóteles, haya
considerado ética la esclavitud.

VI. ROMA

Los propósitos de este capítulo hacen innecesario entrar, al abordar la historia laboral de Roma, al
estudio de sus antecedentes etruscos y cartagineses, o a la descripción de la condición de sus
posesiones a lo largo y ancho del mundo conocido. Por otra parte el tema central sería la organización de
los colegios de artesanos que constituye, sin duda, tal vez con antecedentes re- motos en la India y en
Egipto, además de los ya citados de la época Helénica en Grecia, la parte más importante y de mayor
trascendencia en la historia del trabajo.

La fundación de Roma se ubica, probablemente más con apoyo en la leyenda que en la realidad, en el 21
de abril de 753 a. de J. C. Hay quien le atribuye al nombre un origen etrusco y otros, como destaca
Eduard von Tunk, cierta relación con un idioma indoeuropeo y su significado sería “la ciudad del río”

La época de la monarquía, fundada, según la leyenda, por los hermanos Rómulo y Remo conoce, en
principio, de la organización de los colegios de artesanos, de influencia posible de las hetairidas griegas
(asociaciones de mujeres que comerciaban con su cuerpo, aunque después el nombre se extendería a
cualquier sociedad política secreta) autorizadas por una ley de Solón para dictarse sus propios
reglamentos.

Suele atribuirse, sin embargo, su fundación romana a Numa de acuerdo a un texto de Plutarco, aunque
no falten quienes afirman que data de la época de Servio Tulio ya que los colegios fundados por Numa
habrían sido abolidos por Tulio Hostilio.

El mundo romano podría dividirse en una primera etapa de protagonismo etrusco, de cartagineses y de
galos en la que predomina la vida agrícola; una segunda etapa que se concentraría en el territorio hoy de
Italia, con la fundación de Roma obviamente de escaso desarrollo económico; la tercera correspondería a
la integración militar del Alto Imperio en el que subsiste el trabajo agrícola con muy poca actividad
industrial y, por último, el Bajo Imperio en el que Roger Rémondon encuentra una cierta política social.

La aportación fundamental de Roma a la organización del trabajo, más allá de su trascendencia política,
militar, jurídica y artística, se encuentra en la organización de los colegios de artesanos.

Tuvieron cierto relieve político los colegios que de alguna manera se relacionaban con lo que hoy
podríamos denominar “industria de guerra”. Serían los tignarii (carpinteros); los aerarii (obreros del bronce
y cobre) y tibicines (tocadores de flauta) o cornicines (de trompeta). Cada oficio formaba una centuria,
dividida interiormente entre jóvenes y ancianos (juniores-seniores). Otros cinco colegios de artesanos no
formaban centurias y no tenían derechos electorales.

De hecho los colegios romanos integraban instituciones reconocidas oficialmente aunque no todas
constituyeran organismos políticos. Afirma Saint- Leon que durante parte de la monarquía y la República,
las corporaciones combatieron contra los patricios, con una clara tendencia popular.

La Ley Julia abolió los colegios y las sodalitias, nacidas en los últimos tiempos de la República romana,
organizaciones civiles que participaban con entusiasmo en los comicios. La fecha de la Ley Julia se

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discute: afirma Saint- Leon que podría ubicarse entre el año 67 a. de J. C. y el año 64, fecha defendida
por Momsem.

Los colegios eran públicos o privados. En los primeros sus miembros gozaban de ciertas prerrogativas
como ser relevados de las funciones públicas, gravámenes municipales; libres de toda tutela; sus
miembros no podían ser sometidos a tormento en caso de acusación y, lo que parece más importante,
quedaban exentos del servicio militar lo que en un país en constante guerra no parece una concesión
menor.

A cambio, como dice Saint-Leon, el colegiado “es remachado a su oficio como el forzado a la cadena.
Nada puede, en principio, sustraerle a ese yugo, y hasta el emperador mismo se abstiene de acordar su
liberación” como lo expresa el Código Teodosiano, lib. XIII, tít. 5, de navic, leyes 2, 3, 19.

Los colegios públicos eran los navicularii (boteros encargados de transportar el trigo, los víveres, los
impuestos de las provincias; los pistores (panaderos); los suarii (salchicheros) y los calcis coctores et
vectores (transporadores de cal destinada a las construcciones).

Los privados los formaban los argentarii (banqueros o prestamistas), los dendrophori y los tignari
(trabajadores de los obrajes de madera); los lapidarii y marmorii, obreros de piedra y mármol; los
centonarii, fabricantes de mantas; los negotiatores vini, mercaderes de vino; los medici y los professores.
Además los alfareros; los bataneros, los fabricantes de estelas de caña y los borriqueros.

La estructura de los colegios era vertical. La primera categoría era formada por los colegiados,
generalmente hijos de un artesano de la misma profesión, yerno o heredero o simple candidato. La
segunda la integraban los magistrados de las corporaciones (decuriones, jefes de grupo de diez
miembros; los curadores, procuradores, síndicos y cuestores oficiales, administradores de los fondos
comunes y representantes de los colegios); los jefes ejecutivos de la corporación (patrones, como a
veces eran denominados) y los jefes honorarios de las corporaciones.

Los colegios romanos gozaban de personalidad civil aunque no siempre fue así, lo que obligó a que
adquirieran bienes por interpósitas personas (esclavos, verbigracia) aunque finalmente se les reconoció,
inclusive, el derecho a heredar.

Señala Saint-Leon que los colegios romanos tuvieron un gran desarrollo en la Galia romana.

COMENTARIO:

I. Código de Hammurabi:

 Primer antecedente Legal de Protección y Seguridad.


 Su antigüedad se remonta al año 1750 antes de Cristo.
 Creado por el VI Rey de Babilonia, Hammurabi.
 Fue plasmado en una estela de piedra.
 Se regularon asuntos como el trabajo asalariado.

II. Ley de Marcu:

 Limitación de la Jornada Laboral del trabajador considerando que el día se dividía


en horas de luz y oscuridad.
 Consideraban que el esclavo rendía más trabajando en las horas de luz si éste
descansaba en las horas de oscuridad.
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VII. LA EDAD MEDIA

No existe un acuerdo unánime sobre lo que debe considerarse como el principio de la Edad Media. Los
visigodos inician la conquista de la Europa Central en el año 395 y antes de esa fecha el Imperio Romano
ha celebrado pactos con los bárbaros. Inclusive, el gran desarrollo del derecho romano se produce a lo
largo del siglo VI gracias a la labor compiladora de Justiniano aunque ya entonces la capital del Imperio
era Constantinopla en lugar de Roma.

En general, sin embargo, se considera que a partir del siglo V surgen las condiciones particulares del
sistema medieval cuyas tres etapas principales no habrán de tener la misma duración en todas partes.

La temprana Edad Media corresponde a un periodo de economía cerrada. Europa se vuelve hacia
adentro, con disminución de la importancia de las ciudades y un decaimiento de la vida urbana en
beneficio de un incremento de la actividad campesina. El comercio exterior, tan rico antes, se esconde
ante las amenazas árabes que les permiten controlar el Mediterráneo. En lugar de existir como en Roma
una economía urbana y provincial, lo que sobreviene es una economía rural y doméstica.

El enorme poder central del Imperio desaparece y se pulveriza en los feudos. Es lógico que los pueblos
germánicos hayan recogido del derecho romano sólo la parte privada y hayan mantenido respecto de ella
el nombre público del derecho civil ya que de otra manera estarían justificando el regreso al sistema
imperial.

La Alta Edad Media se inicia con la disolución del Imperio Carlovingio y culmina en el siglo XIII para dar
paso a la etapa de mayor desarrollo que es la denominada Baja Edad Media. Ésta no termina en todas
partes al mismo tiempo de tal manera que las épocas Moderna y Contemporánea aún conviven con
formas feudales hasta inicios del siglo XX, en México, por ejemplo.

Es importante destacar que en la Alta Edad Media se produce un renacimiento de la cultura con el
nacimiento de las universidades, el auge de las compilaciones y, en el orden arquitectónico, con la
construcción de las grandes catedrales góticas que obligaron a la concentración permanente de grandes
masas de trabajadores. Los glosadores y los posglosadores hacen de Bolonia la cuna de la
reinterpretación del derecho romano con un resultado que no necesariamente coincide con el sentido
original de las reglas.

La Alta Edad Media asiste a la reunificación del poder alrededor del rey y a un nuevo desarrollo de las
ciudades en las que los reyes se apoyan para enfrentarse a los señores feudales.

La Baja Edad Media, expresión que en modo alguno implica una decadencia, constituye una época de
florecimiento cultural, económico y jurídico de Europa occidental que establece las bases para el
esplendor del Renacimiento. Al mismo tiempo vive la crisis del sistema feudal. En general se considera
que culmina en el siglo XV.

Un fenómeno importante es el de las Cruzadas, iniciadas en el siglo XI que, al abrir nuevos espacios,
como consecuencia natural produce el resquebrajamiento del sistema feudal.

La Baja Edad Media, además, se alimenta de la influencia cultural bizantina y musulmana y con ella
Europa recupera la cultura clásica de Grecia y de Roma.

Es una etapa de profundo desarrollo del poder de la Iglesia católica que en la parte final del periodo
empieza a enfrentar temas disolventes que encuentran sus raíces en el empirismo (Roger Bacon en
Oxford) y en el humanismo.

E. Martin Saint-Leon se pregunta por las razones que han hecho tan difícil llenar el hueco que la falta de
información histórica produce del siglo V al siglo XI. No es fácil esconder seis siglos pero lo único real es
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que la aparición de las guildas germánicas no es seguro que corresponda a una continuación de las
tradiciones de los colegios romanos.

En Inglaterra las guildas existieron desde el comienzo del siglo IX pero en la Europa central se duda de
su existencia antes del siglo VII pero no después. En realidad la guilda, sin perder su esencia de
organización de artesanos tiene mucho de pagana; de centro de reuniones en las que se cruzan las
armas con sentido deportivo y se celebran banquetes. Saint-Leon encuentra en ellas un soplo cristiano
que atenuaría el rigor de su germanismo. Sin embargo, dejando abierta la duda, nos dice que:

Nos parece más probable que los primeros apóstoles originarios de Italia o de la Galia hayan
llevado de su país el plan de instituciones nuevas, y que la idea primitiva de la guilda haya sido
tomada del colegio romano; esa idea, regenerada y transformada por el espíritu cristiano, se
combinó con las tradiciones y las costumbres que formaban la herencia moral irreductible de la
raza germánica; se cristianizó y germanizó; se convirtió en guilda.

Entre las características de las guildas se encuentra la de ser asociaciones de asistencia mutua formadas
por comerciantes y trabajadores, a veces con matices religiosos. Es hasta después del siglo X —dice
Saint-Leon—, que aparecen las de mercaderes y artesanos.

Se encuentran guildas en los territorios que hoy corresponderían a Inglaterra, Alemania, Dinamarca y
Francia. Llegaron a formar ligas comerciales como la liga de Hansa o de Londres.

Lo más característico de las guildas, de artesanos o de mercaderes, será ante todo la fusión de intereses,
la comunidad de los esfuerzos y la estrecha alianza del trabajo con el trabajo. Contaban con una
integración democrática, se preocupaban por el resultado del trabajo y la calidad de las materias primas y
se prohibía en sus estatutos trabajar después del toque de queda o antes del amanecer.

Dice Saint-Leon que los estatutos de las primeras guildas contienen muy escasas referencias a la
jerarquía profesional aunque en sustancia hacen referencia a los aprendices, a los compañeros y a los
maestros, repetición evidente de los discipuli, de los famuli y de los magistri de los colegios romanos.

Las corporaciones de oficios, continuación natural de las guildas, parecerían encontrar su manifestación
más rotunda a partir del siglo XIII con un final lógico en 1791, en la antesala de la Revolución francesa
pero ya en pleno desarrollo de la Revolución Industrial.

La obra que expresaría mejor que ninguna otra la organización de las corporaciones sería el Libro de los
Oficios de Etienne Boileau (o Boiliaue, según indica Saint-Leon que figura en los manuscritos). Fue
preboste de París desde 1258, con facultades amplísimas para el cuidado del orden. Su obra es una
recopilación de todos los usos y reglamentos vigentes en París sobre los oficios y las corporaciones.

Lo característico de la corporación era la escala gremial, que se repite siempre en la historia, inclusive en
la actualidad, con regulación de la duración del aprendizaje y de los deberes del aprendiz que podía ser
corregido por el maestro, quien ejercía, con la enseñanza, una especie de tutela civil con obligación
alimenticia y educativa.

La vinculación del aprendiz al oficio, una limitación fundamental a la libertad que a fines del siglo XVIII
provocó, entre otras razones, la extinción del sistema corporativo, parecería una nota esencial aunque
tampoco se trata de una característica permanente de todos los oficios.

El aprendiz capaz se transformaba en compañero una vez que adquiría el maestrazgo y asumía la
condición de obrero especializado.

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El grado máximo de maestro exigía la realización de una obra maestra, un verdadero examen profesional
ante un tribunal integrado por maestros que solía culminar, se supone que de resultar exitosa la prueba,
con un costoso banquete que el nuevo maestro ofrecía a sus iguales.

El candidato a maestro, criado según la calificación de Saint-Leon, debía prestar juramento y si pasaba el
examen, adquiría la maestría, previo pago de derechos usualmente conocidos como precio de “la compra
del oficio”. A veces el rey mismo otorgaba los privilegios.

Las corporaciones tenían una cuidadosa administración y, de acuerdo a Saint-Leon, tenía que tener una
calidad moral. Los maestros eran los jefes del oficio, pero los jefes efectivos eran los funcionarios y
jurados. Variaba su número con los oficios diferentes.

La intervención de las asambleas deliberantes parece haber sido importante.


La corporación gozaba de derechos civiles y de los derechos de propietario y podía tener, por ello, un
patrimonio, adquiriendo y enajenando inmuebles. Para ello contaban con el cobro de derechos de los
agremiados, multas, beneficios de comidas y fiestas, servicio de rentas, etcétera.

Una preocupación manifestada en los Estatutos de las corporaciones era la de determinar la duración de
la jornada de trabajo y los días festivos. Relata Saint-Leon que la jornada se medía, en general, por la
duración de la luz solar, no tanto porque se procuraba beneficiar al trabajador como porque se pensaba
que un operario cansado y con luz escasa rendía mucho menos.

Por regla general los estatutos corporativos ordenaban el inicio de la jornada al salir el sol con el sonido
del cuerno que anunciaba la terminación de la vigilancia nocturna” y en general concluían a la caída de la
noche, hora variable de acuerdo a las estaciones, aunque podía haber oficios que determinaban una
conclusión más temprana “al sonar las vísperas”, quiere decir, al aparecer el lucero de la tarde o véspero.

Cuenta Saint-Leon que en la determinación de los salarios podía intervenir el preboste que ejercía “por lo
demás, un poder de conciliación y arbitraje” Cita un documento de abril de 1270 que confirma una
sentencia arbitral de la que resultaba la determinación de un verdadero salario mínimo.

La labor social de las corporaciones se manifestaba, sin embargo, mucho más en las funciones de
asistencia a través de la fundación de instituciones de caridad destinadas a socorrer a los ancianos, a los
enfermos y a los lisiados de la corporación.

Un tema fundamental en la regulación medieval del trabajo está constituido por el tránsito de la
esclavitud, que desaparece formalmente con Roma aunque de hecho se mantuvo por muchos siglos
más, particularmente en América y aún en el siglo XX, hacia la servidumbre.

En el pacto de servidumbre el campesino se comprometía a trabajar las tierras del señor, gratuitamente,
recibiendo a cambio protección del castillo. La leyenda o la tradición mencionan también otras
prestaciones del servidor, particularmente el odioso reconocimiento del derecho de pernada que segura
mente decayó según pasaban los tiempos o quizá contribuyó también a la emancipación de los
campesinos que huían a las ciudades para evitar ser siervos.

VIII. EL TRABAJO EN LAS CULTURAS AMERICANAS ANTES DE LA CONQUISTA

El intento de describir, con pretensiones de certeza, las condiciones de trabajo antes de la Conquista
puede ser una aventura de resultados negativos. Lucio Mendieta y Núñez dice, precisamente, que “No
tenemos noticias exactas sobre las condiciones de trabajo en la época precolonial”. Por ello mismo los
datos que suelen invocarse se basan mucho más en meras suposiciones que en datos ciertos. Sahagún,
en su Historia General de las Cosas de Nueva España, hace referencia a los diferentes artes y oficios a
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que se dedicaban los antiguos mexicanos: “oficial mecánico, oficial de pluma (el que hacía bordados o
mosaicos y trabajos con plumas de aves), platero, herrero, lapidario, cantero, albañil, pintor; cantores,
médicos, hechiceros, brujos, sastres, tejedores, alfareros, mercaderes, fabricantes de calzado, de armas,
etc...” y agrega que los obreros y artesanos, en general, empezaban como aprendices y solamente
quedaban autorizados para ejercer un oficio o un arte que hubiera aprendido, después de aprobar el
examen correspondiente.

Recuerda Mendieta y Núñez, citando a Spencer, que los artesanos y obreros, en general, formaban
gremios. Cada gremio tenía su demarcación en la ciudad, un jefe, una deidad o dios tutelar y festividades
exclusivas.

Estas afirmaciones pueden ponerse en tela de juicio. En otra parte hemos dicho que:

puede haber en esta interpretación (de Spencer), que nos presenta una imagen muy parecida a la
de los colegios romanos, una transposición semejante a aquella en que incurrieron los
conquistadores al calificar de ‘Emperador’ a la manera europea, tanto a Moctezuma como a
Cuauhtémoc, sin considerar la realidad de su función mítica, política y religiosa, en una sociedad
original y no asimilable a la organización política española.

No es poco importante, a pesar de su muy relativa información, la referencia que hace Hernán Cortés en
su Segunda Carta de Relación dirigida a Carlos V, respecto de lo que se encuentra en Tenochtitlán: “Hay
en todos los mercados y lugares públicos de la dicha ciudad, todos los días, muchas personas
trabajadoras y maestros de todos oficios, esperando quien los alquile por sus jornales.

En su excepcional relato Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo
describe el primer paseo de Cortés, sus capitanes y sus soldados, por Tlatelulco (Hoy Tlatelolco),
acompañados de los principales de Moctezuma que, debo suponer, con orgullo no exento de miedo,
mostraban al Conquistador las gracias de Tenochtitlán:

quedamos admirados de la multitud de gentes y mercaderías que en ellas había y del gran concierto
y regimiento que en todo tenían. Y los principales que iban con nosotros nos lo iban mostrando; cada
género de mercaderías estaba por sí, y tenían situados y señalados sus asientos. Comencemos por
los mercaderes de oro y plata y piedras ricas y plumas y mantas y cosas labradas, y otras
mercaderías de indios esclavos y esclavas; digo que traían tantos de ellos a vender (a) aquella gran
plaza como traen los portugueses los negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con
colleras a los pescuezos, porque no se les huyesen, y otros dejaban sueltos. Luego estaban otros
mercaderes que vendían ropa más basta y algodón y cosas de hilo torcido y cacahueteros que
vendían cacao, y de esta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la Nueva
España, puesto por su concierto de la manera que hay en mi tierra, que es Medina del Campo, donde
se hacen las ferias, que en cada calle están sus mercaderías por sí; así estaban en esta gran plaza, y
los que vendían mantas de henequén y sogas y cotaras, que son los zapatos que calzan y hacen del
mismo árbol, y raíces muy dulces cocidas, y otras rebusterías, que sacan del mismo árbol, todo
estaba en una parte de la plaza en su lugar señalado; y cueros de tigres, de leones y de nutrias, y
de adives y de venados y de otras alimañas, tejones y gatos monteses, de ellos adobados, y otros
sin adobar, estaban en otra parte, y otros géneros de cosas y de mercaderías.

La perspectiva comercial que se desprende la relación de Bernal Díaz del Castillo permite considerar que
los vendedores debían estar respaldados por la producción artesanal en talleres. Si se quiere tener una
visión precisa de aquél ambiente habrá que ver su reproducción en un grandioso mural de Diego Rivera,
adosado a los muros del Palacio Nacional en el Zocalo de la ciudad de México. Y, curiosamente, a un
costado del Sagrario Metropolitano, casi enfrente del Palacio Nacional y ahora del Museo del Templo
Mayor, aún se ofrecen los servicios de operarios en todos los oficios en la misma forma que narraba
Cortés a Carlos V.

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Es obvio que sobre la oferta de servicios y de mercancías, la vida económica de la etapa prehispánica se
vinculaba a la agricultura y a la pesca, en mares y en lagos y que se aprovechaba de manera
fundamental la fuerza de los esclavos conquistados en las múltiples hazañas guerreras de aquéllos
pueblos. Sólo para meditar: sea o no cierta la vinculación estrecha de estos sistemas gremiales con las
formas corporativas romanas y medievales, todo parecería indicar que siendo la imitación imposible, la
escala gremial misma, en su esencia, responde a la naturaleza humana: aprender, consolidar y mandar,
destino permanente de los oficios y de las profesiones.

IX. EL TRABAJO EN LA NUEVA ESPAÑA

La Conquista introdujo en el territorio de la Nueva España las prácticas gremiales españolas. Pero con
ellas, las formas de explotación a la mano de obra que las circunstancias permitían.

De hecho la Encomienda se constituyó en un mecanismo para contar con mano de obra permanente,
adscrita al encomendero, pero algunas tareas se encargaban también a esclavos negros a los que se
procuraba mantener separados de los indios.

Es interesante asomarse a algunas de las ordenanzas de trabajo que dictaban los virreyes en la Nueva
España por cuanto reflejan algunas condiciones mínimas de trabajo.

Una Ordenanza del virrey Luis de Velasco, dictada el 5 de enero de 1618 ordenaba pagar a los indios
“salario, techo, comida y horario laboral en las haciendas que cultivan trigo (panes), y en las minas”. Otra
del Virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, de 27 de octubre de 1599, además de
autorizar a algunos ingenios y trapiches “en el socorro de algunos indios para que trabajen en los dichos
ingenios, por tiempo limitado hasta que compren negros”, fijaba salarios “de un real de plata por cada día
y un real por cada seis leguas de ida y vuelta, más comida bastante y suficiente”. Es interesante la
referencia al pago del tiempo de traslado.

Con un espíritu ciertamente distinto, con su toque de discriminación el virrey Diego Fernández de
Córdoba, marqués de Guaalcazar, resolvía que “A los negros que hulleren de sus amos se les corte una
oreja”.

Otra forma de fijación de salario aparece en una Ordenanza del mismo conde de Monterrey, de 27 de
mayo de 1603. “A los que sirven de peones dentro de la ciudad para los ministros ordinarios della, se les
diese cada día real y medio de jornal o un real y comida, a elección de los indios”.

En la Recopilación de las Leyes de Indias aparecen diversas disposiciones que favorecen,


evidentemente, la idea de que pese a los rigores de la Encomienda; a las instituciones como la “Mita” que
imponía trabajo gratuito, de todas maneras existían reglas sobre condiciones de trabajo no del todo
desfavorables. Pueden mencionarse las siguientes:

Libro III, Título VI, Ley VI que ordenó, en el año de 1593 que los obreros trabajaran ocho horas repartidas
convenientemente.
En 1583, Felipe II ordena que los sábados por la tarde se alce de obra una hora antes para que se
paguen los jornales (Libro III, Título VI, Ley XII).

El 8 de julio de 1576, el mismo Felipe II ordena que los caciques (encomenderos) paguen a los indios su
trabajo, delante del doctrinero, sin que les falte cosa alguna y sin engaño o fraude (Libro VI, Título VII,
Ley X).

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La obligación de pagar en efectivo aparece en una ley de 26 de mayo de 1609, dictada por Felipe III “que
declara perdido el salario pagado en vino, chicha, miel o yerba del Paraguay, incurriendo, además, el
español que así lo hiciere, en multa, por ser la voluntad real que la satisfacción sea en dinero” (Libro VI,
Título XIII, Ley VII).

La protección contra labores insalubres y peligrosas la contempla Carlos V (en realidad, Carlos I de
España) en una ley de 6 de febrero de 1538 que prohíbe que los menores de 18 años acarreen bultos
(Libro VI, Título XII, Ley XIV) y el propio Carlos I ordena el 12 de septiembre de 1533 que no pase de dos
arrobas la carga que transportarán los indios, debiendo tomar en consideración la calidad del camino y
otras circunstancias.

Pero también las leyes protegían aspectos procesales ya que se ordena que opere en favor de los indios
el principio procesal de verdad sabida en el Libro V, Título X, Ley X, de acuerdo a una ley expedida por
Fernando V el 19 de octubre de 1514.

La bondad de las leyes, que hoy veríamos relativa, tropezó con el problema del incumplimiento, en
ocasiones por ser la ley incompleta y no establecer sanciones; en otra por la falta de instrumentos para
hacerlas efectivas y otras, cabe suponer que más frecuentes, por el contubernio entre autoridades y en-
comenderos que se apoyaba, además, en las enormes distancias entre el rey que ordenaba y el virrey
que debía cumplir.

El mismo barón de Humboldt no fue precisamente generoso al describir los obrajes en la Nueva España

Hombres libres, indios y hombres de color, están confundidos como galeotes que la justicia
distribuye en las fábricas para hacerles trabajar a jornal. Unos y otros están medio desnudos,
cubiertos de andrajos, flacos y desfigurados. Cada taller parece más bien una oscura cárcel: las
puertas que son dobles, están constantemente cerradas, y no se permite a los trabajadores salir a
casa; los que son casados sólo los domingos pueden ver a su familia. Todos son castigados
irremisiblemente si cometen la menor falta contra el orden establecido en la manufactura.

Cumplidas o no, las Leyes de Indias tienen al menos la gracia de ser un catálogo razonable de
condiciones de trabajo. Y si no una primera visión del derecho del Trabajo por la falta de instrumentos
para hacerlas efectivas (pese a las importantes multas que en las leyes se anunciaban para los
infractores), al menos inician un camino de justicia social, aunque no haya faltado quien, a ese mismo
propósito, señalara que eran actos de gracia y no de justicia.

X. EL FIN DEL SISTEMA GREMIAL

El descubrimiento de una energía nueva, diferente de la humana, de la animal, o del aire o del agua, la
energía del vapor gracias al ingenio de James Watt (1736-1819) produjo la transformación rotunda de las
relaciones de producción. A partir de ese momento los gremios cedieron frente a la presencia de las
empresas que, además, superaron el problema de la iluminación y, por lo tanto, de las restricciones a la
duración de la jornada, con la utilización del gas de carbón.

El antiguo taller familiar cedió frente a la gran fábrica que acumulaba trabajadores en condiciones
infrahumanas. Pero al mismo tiempo las ideas que dieron origen a la Revolución francesa operaban ya en
el ánimo de todos y la libertad se consideró el valor supremo del hombre. Siendo el gremio, en general,
atentatorio de esa libertad ya que vinculaba al hombre de por vida al oficio, por regla general, la supresión
formal de los gremios no tardó en producirse.

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En primer lugar aparece la prohibición consagrada en el edicto Turgot. puesto en vigor por decisión real
ante el Parlamento, el 12 de marzo de 1776, que en realidad fue una decisión que apoyaba la libertad de
ejercicio del comercio, artes y oficios que a cada quien le pareciere adecuado.

En segundo término, la ley Le Chapelier, de 14-17 de junio de 1791, que vuelve sobre lo mismo y prohíbe
las corporaciones de oficios.

En su final, después de una vida tan prolongada, el sistema gremial se vio en medio de dos fuegos: el de
la revolución tecnológica y el de la revolución política. Pero seguramente la primera fue de mucha mayor
influencia en el resultado. Lo que sigue después no ha sido precisamente mejor.

CAPÍTULO 2

EL NACIMIENTO DEL DERECHO DEL TRABAJO

Néstor DE BUEN LOZANO

SUMARIO: I. El despertar de la cuestión social. II. Los congresos obreros en el siglo XIX. III. Las
primeras normas laborales. IV. Auge del sindicalismo. V. El constitucionalismo social mexicano. VI. El
Tratado de Paz de Versalles, la Constitución de Weimar y la Constitución de la República española. VII.
Crisis, fascismos y consolidación del derecho del trabajo.

I. EL DESPERTAR DE LA CUESTIÓN SOCIAL

François Noel Babeuf (1760-1797), también conocido como Graco (Gracchus) Babeuf, fue el inspirador
principal del movimiento conocido como ‘‘Conspiración de los iguales’’ y autor de un plan casi
completo de comunismo proletario, tal como lo califica G. D. H. Cole.

Además se debe a Babeuf la idea de la necesidad de la lucha de clases. El documento del grupo,
‘‘Manifiesto de los iguales’’ pondría el acento en la necesidad de que la igualdad formal invocada por el
liberalismo triunfante, pudiera convertirse en la igualdad económica. En ese documento se dice que la
‘‘Revolución francesa no es sino la vanguardia de otra revolución mayor, más solemne: la última
revolución’’ y se indica que los hombres tienden a ‘‘algo más sublime y más equitativo ¡el bien común, o
la comunidad de bienes!’’.

No tuvo buen fin la aventura de Babeuf, visitante pasivo de la guillotina que acabó con su vida el 28 de
mayo de 1797, se dice y puede suponerse que después de un proceso monstruoso. La burguesía, que sí
tenía conciencia del origen de su poder: la explotación de los trabajadores, no iba a permitir que desde
los inicios se pusieran obstáculos en su camino. Igual que ahora.

Corresponde a los socialistas utópicos ---así denominados con cierto respeto por Marx y Engels--- el
plantear las primeras soluciones fundadas en la consideración de la bondad humana. Fourier, Saint-
Simón, Cabet y Sismondi en Francia y en la Gran Bretaña y después en los Estados Unidos Robert
Owen, inventarían los falansterios, comunidades limitadas a un par de miles de habitantes o poco más,
gobernadas por la idea de la división del trabajo que Fourier diseñó sin ponerlas en práctica, tarea que
con resultados muy dudosos se empeñó Owen en hacer efectiva en su New Harmony, en el Estado de
Indiana a partir del año de 1824.

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Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista harían la crítica cordial de estos utopistas ----en rigor sus
preclaros antecesores poniendo de relieve que habían advertido la realidad del antagonismo de clases
pero que omitieron las condiciones materiales de la emancipación del proletariado al que calificaban, sin
esperanzas, de la clase que más padece sin aportar otra solución que la buena disposición social de los
empresarios. ‘‘Repudian, pues, toda acción política, y sobre todo, toda acción revolucionaria ----dirían
Marx y Engels, y se proponen alcanzar su objeto por medios pacíficos y ensayando abrir camino al nuevo
evangelio social por la fuerza del ejemplo, por las experiencias en pequeño, que siempre fracasan,
naturalmente’’. Y concluyen de manera terminante: ‘‘Así estas proposiciones no tienen más que un
sentido puramente utópico’’.

Al fenómeno de la utopía sucedió el Cartismo inglés, una vez derogado el delito de coalición, en 1824,
en una mínima compensación por la pena de muerte dictada en contra de los destructores de máquinas
en 1812. El movimiento cartista surge como alternativa ante la derrota de los sindicatos ingleses de 1834.

La ‘‘Carta del Pueblo’’, de mayo de 1838, plantea, en rigor, exigencias políticas y de naturaleza
constitucional. No obstante es firmada y apoyada por los miembros de la Asociación Obrera de Londres,
con intentos renovadores en 1842 y 1848, época de su último fracaso gracias a la represión dirigida por el
duque de Wellington. Después se convirtió en un movimiento socialista, origen remoto del Partido
Laborista inglés.

En 1848 se producen varios acontecimientos importantes desde la perspectiva social.

En Francia, un movimiento que Marx calificaría de burgués, lleva a cabo un proceso revolucionario que
declara la República. Entre otras cosas consagra en la nueva Constitución el derecho al trabajo que, de
hecho, se actualizaba con la creación de los Talleres Nacionales en los que, según Marx, los obreros
franceses realizarían ‘‘monótonos e improductivos trabajos de explanación, por un jornal de 23 sous
(centavos)’’.

Poco tiempo duró la Revolución, derrotada ya el 25 de junio, con alegría singular de la burguesía
triunfante y el llanto proletario que, como dijo Marx, ‘‘arde, gime y se desangra’’.

El marxismo aparecerá con características evidentes con la publicación del Manifiesto Comunista en el
mismo año de 1848. Funda la concepción materialista de la historia que se vincula al pensamiento
dialéctico de Hegel, él mismo idealista, lo que no deja de ser una notable contradicción. Da sustento al
internacionalismo proletario y proclama la unión internacional de los trabajadores. Parte del principio
irrenunciable de la lucha de clases.

La influencia del marxismo será de largo plazo a pesar de la mistificación capitalista que intenta borrar sin
éxito la realidad de la lucha de clases.

Hay diferentes personajes que contribuirían de manera notable a la afirmación del pensamiento social.
Pierre-Joseph Proudhon se constituirá en el teórico del anarquismo que, por su parte, Bakunin impulsará
en la práctica política y después de él, Kropotkin. Ferdinand de Lasalle (en realidad, Lassal) encabezará
en Alemania un movimiento socialista moderado cuya vigencia es hoy notable en el movimiento social-
demócrata. El ‘‘Programa de Gotha’’, resultado de una fusión entre dos grupos desprendidos del
movimiento lasallista, a la muerte en un duelo del fundador, será aprobado en 1875 y el Partido quedará
dirigido por Liebknecht y Bebel. No faltó la crítica de Marx (Crítica al Programa de Gotha, de 5 de mayo
de 1875).

En 1871 se producirá el acontecimiento más importante del siglo en orden a la sustentación de una
ideología social, el surgimiento de la Comuna de París, en rigor, la fundación de un Estado comunista
proclamado el 28 de marzo de ese año y derrotado por las fuerzas del mariscal Thiers el 28 de mayo
siguiente.

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Son de destacarse la formación de las Internacionales obreras, la primera fundada en Londres en el
Congreso celebrado entre los días 3 al 8 de septiembre de 1864, con intervención preferente de Carlos
Marx y la segunda, producto de un Congreso celebrado en París del 14 al 21 de julio de 1889 con la
presencia de importantes dirigentes del movimiento obrero mundial: Bebel, Liebknecht, Clara Zetkin,
Bermstein, De Paepe, Vandervelde, Pablo Iglesias, Plejanov y Lafargue, entre otros.

II. LOS CONGRESOS OBREROS EN EL SIGLO XIX

Antes del nacimiento formal del derecho del trabajo, la tarea de establecer las normas, por la vía de las
exigencias, correspondió a los múltiples congresos obreros que se celebraron a partir de la mitad del siglo
XIX.

Amaro del Rosal,4 invoca como primer Congreso, celebrado en Londres en el mes de junio de 1847, el
de la ‘‘Liga de los Comunistas’’, que precede a la publicación, un año después, del Manifiesto.

En 1862 y 1864 se tienen lugar en Londres dos conferencias preparatorias de la Primera Internacional,
quiere decir, de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Ésta, entre 1866 y 1876 se reúne
de nuevo en Ginebra, Lausana, Bruselas, Basilea, Londres (Conferencia Internacional en 1871), La Haya,
Ginebra y Filadelfia.

La fracción escisionista de la AIT (el grupo anarquista), entre 1872 y 1900 lleva a cabo congresos en
Saint-Imier (Suiza), Ginebra, Bruselas, Berna, Verviers (Bélgica), Londres (dos veces) y París. A su vez
congresos internacionales socialistas se reúnen en Gante (Bélgica) y Coire (Suiza).

La Segunda Internacional lleva a cabo su Congreso fundador en París, en 1889 y los siguientes en
Bruselas (1891), Zurich (1893), Londres (1896) y París (1900).

Cinco Congresos y conferencias de tipo corporativo tienen lugar en París y Londres, entre 1883 y 1900.

El documento fundatorio de la AIT de 1864, redactado el proyecto por Marx, tiene el tono de un
documento orgánico, destinado a fijar los puntos principales de la organización de la AIT. Sin embargo,
destaca la afirmación de que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores
mismos; que debe procurarse terminar con el dominio de clase; que la supeditación del trabajador al
capital es la fuente de toda servidumbre política, moral y material y que el gran fin de todo movimiento
político debe de ser la emancipación económica de los trabajadores la que no constituye un problema
local o nacional sino que interesa a todas las naciones civilizadas. Dicho de otro modo, proclama el
internacionalismo proletario.

Observa un objetivo esencialmente diferente, mucho más concreto en cuanto a servir de base para las
condiciones de trabajo, el acuerdo adoptado por el Congreso constituyente de la Segunda Internacional
por cuanto exige el dictado de una legislación protectora cuyas bases enuncia con precisión. Son las
siguientes:

a) Limitación de la jornada de trabajo al máximo de ocho horas para los adultos.


b) Prohibición del trabajo de los niños menores de catorce años; de 14 a 18, reducción de la
jornada a seis horas para ambos sexos.
c) Supresión del trabajo nocturno, salvo en aquellas ramas de industria que por su naturaleza
exige un funcionamiento ininterrumpido.
d) Prohibición del trabajo a las mujeres en todas las ramas de la industria que afecten muy
particularmente al organismo femenino.
e) Supresión del trabajo nocturno para las mujeres y los obreros de menos de dieciocho años.
20
f) Reposo ininterrumpido de treinta y seis horas por lo menos, semanalmente, para todos los
trabajadores.
g) Prohibición de ciertos géneros de industrias y de ciertos modos de fabricación perjudiciales a la
salud de los trabajadores.
h) Supresión del regateo.
i) Supresión del pago en especie así como de las cooperativas patronales.
j) Supresión de las oficinas de colocación.
k) Vigilancia en todos los talleres y establecimientos industriales, comprendiendo la industria
doméstica, por inspectores retribuidos por el Estado y elegidos, al menos la mitad, por los
propios obreros.

No cabe duda de que estos principios enuncian las bases de una legislación laboral necesariamente
protectora de los trabajadores. No son muy diferentes los enunciados de las leyes laborales puestas en
vigor desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, salvo en la etapa actual claramente dominada por
el neoliberalismo y el revisionismo.

III. LAS PRIMERAS NORMAS LABORALES

No hay duda alguna acerca de que las primeras manifestaciones normativas del derecho del trabajo
surgen en Europa en los últimos años del siglo XIX y se consolidan en la segunda década del actual. Una
referencia selectiva a esos orígenes permite considerar los antecedentes siguientes:

Alemania. Alfred Hueck y H. C. Nipperdey invocan la Ley de protección al obrero de 1891, la de


protección al menor de 1903 y la Ley del trabajo a domicilio de 1911. Estas leyes fueron precedidas de
las leyes que establecieron el Seguro Social implantado desde 1880. También deben mencionarse la Ley
de Tribunales industriales de 1890 y la Ley de Tribunales mercantiles de 1904.

Argentina. Respecto de la República Argentina, Mariano R. Tissenbaum intenta encontrar precedentes


de la preocupación social en diversas constituciones de su país en las que, en mi concepto, se descubren
sobre todo derechos humanos como ocurre con el Estatuto Provisional del Gobierno Superior de las
Provincias Unidas del Río de la Plata (1811), el Estatuto Provisional para la Dirección y Administración
del Estado (1815), el Estatuto Provisional de la Junta de Observación (1816); la Constitución de las
Provincias Unidas en Sudamérica (1819) y la Constitución del Congreso General Constituyente (1826).

La Constitución de primero de mayo de 1853, varias veces reformada y vigente hasta el año de 1949,
consagraría el derecho al trabajo y el de asociación con fines útiles que, en rigor, tampoco constituyen ni
la expresión de derecho del trabajo sino, en todo caso, de derecho al trabajo, ni del derecho de
asociación profesional.

La Constitución de 1949 sí establecería derechos de los trabajadores y puso de relieve el principio de la


función social de la propiedad.

Brasil. Los primeros antecedentes surgen, según nos relata José Martins Catharino en un Decreto
número 439, de 31 de mayo de 1890 que estableció las bases de la asistencia a la infancia en la capital
federal; en el Decreto número 843, del 11 de octubre de 1890, sobre Bancos Obreros para auxiliar a la
construcción de casas; en la revocación de los artículos 205 y 206 del Código penal, lo que permitió la
huelga pacífica; en los Decretos números 1162, de 12 de diciembre de 1890 y 1313, de 17 de enero de
1891 que regularon el trabajo de menores, fijando la edad mínima de 12 años y en los casos de
aprendizaje, sólo de ocho años en las fábricas del Distrito Federal. La regulación de las relaciones
sindicales nace con el Decreto número 1637 de 5 de junio de 1907 que contiene una ley sindical general
de la que afirma Martins Catharino que está influida por el liberalismo francés.

21
Chile. Nos dicen Héctor Humeres Magnan y Héctor Humeres Noguer que la historia de la legislación del
trabajo en Chile obliga a precisar tres etapas diferentes.

La primera, en rigor muy del estilo de los códigos civiles con referencias a los contratos de
arrendamientos de servicios, corresponde a la legislación tradicional y en particular al Código civil de
Andrés Bello donde es difícil encontrar alguna nota de interés social (14 de diciembre de 1855).

El Código de Comercio, vigente diez años después, agrega algo en cuanto menciona a dos clases de
trabajadores: factores, mancebos o dependientes y hombres del mar, pero no pasa de ahí. Algo se dice
también en el Código de Minas de 1888 y en el Código de Procedimientos Civiles el cual otorga ciertas
preferencias de inembargabilidad a los salarios de los trabajadores.

La segunda corresponde a las leyes especiales anteriores al 8 de septiembre de 1924 que abordan
diversos temas: habitaciones para obreros; descanso dominical; sobre sillas, sobre accidentes de trabajo
y sobre salas cunas y abarca un periodo entre 1906 y 1917.

En el año de 1921 el presidente Alessandri Palma envió al Congreso un Proyecto de Código del Trabajo y
de Previsión Social que no fue nunca ‘‘despachado’’ aunque su influencia sobre leyes posteriores fue
notable.

En 1924, con motivo de un movimiento revolucionario se promulgan diversas leyes que según dicen los
señores Humeres, no eran otra cosa que capítulos del Proyecto de ley. Sus temas son, sin duda,
interesantes: contrato de trabajo, seguro obligatorio de enfermedades e invalidez; indemnizaciones por
accidentes de trabajo; tribunales de conciliación y arbitraje; organizaciones sindicales; sociedades
cooperativas y contratos de empleados particulares.

Después de 1924 se dicta una serie de leyes sobre organización de la Secretaría de Estado de Higiene,
Asistencia, Previsión Social y Trabajo y Protección de la maternidad obrera, entre otras, y se ratifican
diversos convenios de la OIT, con una ley de 1927 que creó los Tribunales de Trabajo.

La tercera etapa corresponde a la promulgación del Código de Trabajo que refundía las leyes anteriores
sobre trabajo y cuya promulgación, al decir de los señores Humeres, fue abiertamente inconstitucional,
realizada el 13 de mayo de 1931, con publicación en el Diario Oficial del 28 del mismo mes de mayo y
con vigencia a partir del 28 de noviembre del mismo año.

Colombia. Guillermo Guerrero Figueroa distingue en la evolución de la legislación del trabajo en su país,
tres periodos.

El primero, de 1900 a 1915 en diversas leyes consagra el derecho al descanso en días de fiesta religiosa
sin remuneración (1905) y en el mismo año se regula la jubilación de los magistrados principales de la
Suprema Corte; en 1908 la Junta de Higiene dicta reglas para proteger a los trabajadores de las fábricas
de jabón y en 1913 se otorga la jubilación a los maestros de escuelas primarias con veinte años de
servicios.

El segundo periodo comprende de 1915 a 1930. Aparece en 1915 la ley 57 sobre reparación de
accidentes de trabajo; en 1919, la ley 78 sobre derecho colectivo y en 1920 la ley 21 sobre conciliación y
arbitraje. En el mismo año la ley 37 crea el seguro de vida colectivo y por la ley 83 de 1923 se establece
la Oficina General del Trabajo.

En el tercer periodo, de 1931 a 1945, se dictan leyes sobre sindicatos, federaciones y confederaciones
(ley primera de 1932); respecto de la jubilación de los trabajadores (ley primera de 1932); la ley 10 de
1934 que introduce el concepto de contrato de trabajo, otorgando prestaciones de vacaciones, auxilio por
enfermedad y cesantía por despido injusto; la ley 38 de 1937 que impone el descanso remunerado del

22
primero de mayo y otras más, tanto orgánicas como sustantivas, destacando la ley sexta de 1945 que
marca la autonomía del derecho del trabajo y señala ámbito propio al contrato de trabajo.

Cuba. La evolución de la legislación laboral cubana está influida por sus circunstancias políticas,
particularmente por las invasiones norteamericanas. En 1909 la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo
determina la competencia de la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo para atender las
cuestiones laborales. En el mismo año se dicta la ‘‘Ley Arteaga’’ que prohibía el pago con vales o fichas
y entre 1910 y 1916 se dictan diversas leyes de evidente contenido laboral, a saber: Ley del Cierre
reguladora de la jornada de trabajo; normas sobre jubilaciones y retiros, con un primer paso en favor de
las fuerzas armadas; la Ley de las Comisiones de Inteligencia de los puertos, una primera jurisdicción en
materia laboral y la Ley sobre accidentes de trabajo. Fue hasta 1933 que se dictó el Decreto número
1963 que establece la duración máxima de la jornada de trabajo en ocho horas. El mismo año se crea la
Secretaría de Trabajo.

República Dominicana. De acuerdo a Rafael F. Alburquerque, la aparición del derecho del trabajo en la
República Dominicana es tardía. Antes de 1930 la regulación legal se daba en el Código Civil con
respecto a la contratación de criados y obreros.

Bajo el gobierno militar norteamericano se dicta la Orden Departamental número 1, de primero de marzo
de 1918 que crea el Departamento de Trabajo, adscrito al Departamento de lo Interior y Policía. La ley
175, de 26 de mayo de 1925 dispuso el cierre de todos los establecimientos comerciales, industriales,
fabriles y oficinas públicas los domingos y días feriados. En 1924 la República Dominicana ingresa a la
Sociedad de Naciones y con ello, a la Organización Internacional del Trabajo, estableciéndose por ley
1312 de 30 de junio de 1930 la Secretaría del Trabajo.

A partir de 1932 surgen diversas leyes de trabajo, entre las cuales la 352 sobre accidentes de trabajo, de
17 de junio de 1932; ratificación de diversos convenios de la OIT (1, 5, 7 y 10), el 3 de noviembre de 1932
y otras más sobre jornada máxima de ocho horas diarias y cuarenta y ocho a la semana; días festivos,
descansos dominicales, etcétera.

El primer Código de Trabajo se pone en vigor en 1951.

España. Destaca Alfredo Montoya Melgar que:

Sin ningún propósito sistemático, y como fruto de preocupaciones mitad filantrópicas (protección
del trabajador individual) y mitad defensivas (protección frente al movimiento obrero), se sucede
desde 1873 hasta 1917 un largo capítulo legislativo en el que se colocan las primeras piedras de
lo que ha de ser un futuro derecho del trabajo.16 En la misma época se dictan leyes sobre el
trabajo de menores de diez años (1873); prohibición de trabajos peligrosos (1878); diversas
prohibiciones sobre trabajo de menores (1900); trabajo de las mujeres con derecho a descanso
de una hora para lactancia (misma ley); la ‘‘Ley de la Silla’’ que permite a las mujeres disponer de
un asiento y en 1912, la ley del 11 de julio que prohíbe el trabajo nocturno de la mujer en talleres y
fábricas.

Destaca, en 1909, la Ley de Huelgas y en materia de fijación de condiciones de trabajo ----señala


Montoya Melgar---- la Ley de 3 de marzo de 1904 que establece el descanso dominical.

Antes, a fines del siglo XIX, en 1883 se crea la Comisión para el estudio de las cuestiones que
directamente interesan a la mejora o bienestar de las clases obreras, tanto industriales como agrícolas y
que afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo, reorganizada bajo el nombre de Comisión de
Reformas Sociales por Real Decreto del 13 de marzo de 1890.

Para Montoya Melgar, sin embargo, corresponde al periodo 1917-1923 la etapa fundamental de
formación del derecho del trabajo sistemático, regulando la jornada máxima (1918); disposiciones
23
precorporativas que crean juntas reguladoras de las condiciones de trabajo de carácter paritario (1919);
reglas que ordenan sistemáticamente el contrato de trabajo (1919); la adhesión de España a la Sociedad
de Naciones y la aceptación paralela de las estipulaciones de la parte XIII del Tratado de Versalles, con
ratificación de convenios de la OIT sobre desempleo (número 2) y trabajo de mujeres antes y después del
parto (número 3).

La consolidación del derecho del trabajo se producirá durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera con
la promulgación del Código de Trabajo mediante Real Decreto de 23 de agosto de 1926.

Francia. El 22 de marzo de 1841 se dicta una ley relativa al trabajo de los niños empleados en las
manufacturas, fábricas y talleres. Dice Jean Claude-Javillier que ‘‘es bastante modesta: prohibición del
trabajo para los niños menores de ocho años; duración máxima de la jornada de trabajo establecida, para
los niños de ocho a doce años, en ocho horas y, para los de doce a dieciséis, en doce horas’’.

Después de la Revolución de 1848, se crea en 1874 la Inspección de Trabajo y se reforman los


Tribunales paritarios. En 1893 se reglamentan la higiene y la seguridad; se impone al empleador la
responsabilidad por riesgo de trabajo (1898) y se impide el despido discrecional con las leyes de 27 de
diciembre de 1890 y de 19 de julio de 1928 que establecen la obligación del preaviso y permiten al juez
fijar al empleador responsabilidades económicas. En la misma época se prohíbe el pago del salario en
especie o en bonos; se determina su inembargabilidad y la prohibición de multas. En 1910 nace el Código
de trabajo que es, en realidad, una compilación, sucesivamente mejorada.

Respecto de los derechos colectivos, puntualiza Javillier que:

En las relaciones ‘‘colectivas’’ entre trabajadores y empleadores, la ruptura con la corriente liberal
e individualista es más clara. Se autorizan los grupos profesionales y la negociación colectiva
recibe su consagración jurídica. Esta ruptura con el individualismo liberal anuncia el derecho del
trabajo.

Italia. Edoardo Ghera distingue tres etapas en la evolución del derecho italiano del trabajo.

La primera corresponde a la fase inicial de la legislación social en la que las leyes en materia de trabajo
se presentaban, sobre todo, como normas excepcionales respecto del derecho privado común.

La segunda etapa presencia la incorporación del derecho del trabajo al sistema del derecho privado
mediante la inclusión de la disciplina laboral y de los contratos colectivos en el ámbito de la legislación
civil.

La tercera y última etapa es la de la constitucionalización del derecho del trabajo.

El inicio de la legislación social, indica Ghera, se produce con una ley de 19 de junio de 1902 que tutela
el trabajo de las mujeres y de los niños pero ya desde el 15 de junio de 1893 se había creado el colegio
de los prudentes con claras funciones conciliatorias en tanto que al jurado de los prudentes se le atribuían
funciones jurisdiccionales aunque la tendencia fuera mucho más en favor de la conciliación que de la
resolución de la controversia.

Considera Ghera que una etapa fundamental en la evolución del derecho del trabajo se logró con la
promulgación de la ley sobre el empleo privado (9 de febrero de 1919), posteriormente mejorada con la
Ley de 13 de noviembre de 1924.

Es de particular importancia la regulación corporativa de la contratación colectiva que atribuye la


posibilidad de formarlo, no a un proceso de autonomía colectiva sino a la competencia atribuida a la
potestad normativa de los sindicatos por la legislación. Se trataba de una expresión del régimen
constitucional fascista que de acuerdo a la ley del 3 de abril de 1926, número 563, ponía fin a la libertad
24
sindical y transformaba el contrato colectivo en un acto normativo, de origen heterónomo, dotado de
eficacia imperativa erga omnes y proveniente del sindicato único de categoría, basado en el registro
obligatorio de los trabajadores y empresarios.

A partir de 1948, con la entrada en vigor de la Constitución republicana, el Derecho del trabajo italiano
entra en la tercera etapa, bajo la regulación específica y previa del Código Civil complementada por el
Estatuto de los Trabajadores de 20 de mayo de 1970, (ley 300) claramente promotor de la actividad
sindical y de la contratación colectiva.

COMENTARIO:

En cuanto al Derecho Laboral, podemos indicar que de manera muy superficial aparece el
Derecho Laboral en la figura del Derecho Civil como arrendamiento y compraventa, encontramos
también 3 grandes instituciones muy importantes:

a) Locatio conductio operis (realización de una obra determinada)


b) Locatio conductio operarum (consiste en la prestación de servicios)
c) Locatio conductio rerum (relacionado a un contrato de arrendamiento)

México. Las primeras leyes sociales de México se dan en los años de 1906 y 1907 con las de Accidentes
de Trabajo expedidas el 30 de abril de 1904 la Ley Villada, para el Estado de México y el 9 de noviembre
de 1906, de Bernardo Reyes, para el Estado de Nuevo León. Ambas se inspiran en una ley belga de 24
de diciembre de 1903 promulgada por el Rey Leopoldo II.

Durante la segunda etapa de la Revolución, que se inicia con la promulgación del Plan de Guadalupe el
26 de marzo de 1913 por Venustiano Carranza, levantado en armas en contra del usurpador Victoriano
Huerta, asesino del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, los comandantes militares de
los diferentes Estados liberados promulgan leyes laborales en Jalisco (Ley de Manuel M. Diéguez, de 2
de septiembre de 1914); Veracruz (Decreto del coronel Manuel Pérez Romero, gobernador del Estado,
que consagra el descanso semanal; Ley del trabajo de Cándido Aguilar, de 19 de octubre de 1914, base
sin duda de la legislación futura y Ley de Agustín Millán, promulgada el 6 de octubre de 1915, primera
que hace referencia a las asociaciones profesionales).

Hay, además, un proyecto para el Distrito Federal conocido como Proyecto Zubarán (1914).

Sin embargo, las dos leyes más importantes se dictan para el Estado de Yucatán, promulgada por el
general Salvador Alvarado, una de 14 de mayo de 1915, que creó el Consejo de Conciliación y el Tribunal
de Arbitraje y otra de 11 de diciembre del mismo año, la Ley de Trabajo.

Merece también especial referencia la Ley para el Estado de Coahuila, de Gustavo Espinosa Mireles, de
27 de octubre de 1916 que, según Mario de La Cueva, reproduce con agregados el Proyecto Zubarán y
parte de la Ley de Accidentes de Trabajo de Bernardo Reyes.

El 5 de febrero de 1917 se promulga la Constitución cuyo artículo 123 marcará un hito en la


regulación del derecho del trabajo a partir de una Constitución.

Panamá. Las primeras leyes laborales surgen en la segunda década de este siglo. La ley número 6 de
1914 estableció la jornada diaria de ocho horas; pagos especiales por jornada extraordinaria; preferencia
en el empleo de trabajadores nacionales y el requisito de que, al menos el 50 por ciento de los
trabajadores de la empresa fueren panameños. Se estableció también el descanso dominical de
preferencia en domingo.

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La ley número 17 de 1916, reformada por ley número 43 del mismo año, reguló lo concerniente a
accidentes de trabajo. A su vez algunas disposiciones del Código civil protegían a los trabajadores,
prohibiendo el contrato de trabajo de por vida y la terminación sin causa del contrato por tiempo definido.

A partir de la ratificación del Tratado de Versalles (1920) se incorporaron las disposiciones de su parte
XIII, creándose la Oficina de Trabajo por ley número 16 de 1923, con otras leyes entre los años 1924 a
1935 que trataron diversos tópicos laborales.

Finalmente, la Constitución de 1941, inspirada en la española de 1931 tuvo, según relata Arturo Hoyos,
un cierto sentido social. El primer intento para codificar la legislación de trabajo se produce con el Decreto
ley 38 de 1941 que es, al decir de Hoyos, el primer Código de Trabajo en sentido material en Panamá.

Uruguay. De acuerdo con lo expuesto por Francisco de Ferrari, el primer periodo del derecho del trabajo
uruguayo conoce las siguientes leyes:

a) 21 de julio de 1914, sobre prevención de accidentes.


b) 17 de noviembre de 1915, sobre jornada máxima de trabajo.
c) 10 de julio de 1918, la llamada ‘‘ley de la silla’’.
d) 11 de febrero de 1919, pensiones a la vejez.
e) 19 de noviembre de 1920, descanso semanal del servicio doméstico.
f) 10 de diciembre de 1920, descanso para todos los gremios.
g) 1921, reparación de accidentes de trabajo.
h) También se aprobó en el mismo período ----señala De Ferrari---- la ley de 6 de octubre de
1919 ‘‘que es la base y el origen de la legislación nacional sobre jubilaciones de los
trabajadores ocupados de la actividad privada’’.

Hay un segundo periodo legislativo, a partir de 1930, en el que se ratificaron treinta y tres convenios de la
OIT y se dictaron leyes en 1943 y 1944 que instituyeron los consejos de salarios y organizaron el régimen
de las asignaciones familiares y las normas sobre indemnización por despido. En 1934 se dicta la primera
Constitución que incluye cláusulas sociales.

Venezuela. Rafael Caldera encuentra antecedentes remotos de una preocupación social en diferentes
ordenamientos, particularmente en los ‘‘reglamentos de policía’’ que incluyen capítulos sobre jornaleros y
esclavos y sobre sirvientes y jornaleros y en una ordenanza caraqueña de 1838.

En la época de la codificación, como era práctica habitual, se reguló el contrato de arrendamiento de


servicios, concepto que sufrió importantes modificaciones en años subsecuentes.

El 23 de julio de 1928 se promulgó la primera Ley del Trabajo, nunca cumplida según afirma Caldera,
salvo en la materia de riesgos profesionales.

Allí aparecería la jornada diaria de nueve horas y diversas disposiciones sobre higiene y seguridad,
trabajo de mujeres y menores y riesgos profesionales. En 1936 apareció otra Ley de Trabajo.

IV. AUGE DEL SINDICALISMO

El sindicalismo arraiga en Europa a finales del siglo XIX. El desarrollo de las internacionales obreras, la
evidente politización derivada de los acontecimientos violentos y en particular la Comuna de París; el
auge de la cuestión social desde las múltiples perspectivas de las ideologías encontradas y, de manera
particular, la necesidad creciente de sustituir las viejas mutualidades, disfraz oportuno de los sindicatos
frente a la represión, por organizaciones más eficaces, provoca que derogados los delitos de coalición y
de huelga en Francia (1884), se produzca la marcha ascendente del sindicalismo.

26
Inglaterra, que desde 1824 había cancelado las normas represivas, pero que tuvo durante muchos años
la inquietud del Cartismo, conoce de los primeros pasos sindicales con la fundación, en 1881, de la Social
Democratic Federation, fundada por H. H. Hyndman, con el nombre alternativo de Partido Social
Demócrata y bajo la influencia evidente de Marx y Engels.

En 1883 se funda la Sociedad de los Fabianos, con la presencia importante de Beatrice y Sidney Webb y
George Bernard Shaw que aunque concebida como un tenue organismo intelectual será, a su vez, el
antecedente directo del Partido Laborista, creado en 1893. En 1913 se aprueba una ley que autoriza a
los sindicatos a ocuparse de la política.

Después de la derrota de la Comuna, Francia prohíbe mediante ley de 14 de marzo de 1872 el


funcionamiento de la Asociación Internacional del Trabajo, la Primera Internacional cuya vida activa
concluye con motivo del Congreso de Filadelfia en 1876.

En 1874 se dicta una primera ley de sentido social que prohíbe el trabajo de los menores de 10 años y un
año después se eleva la edad mínima para trabajar a 12 años y se establece la jornada máxima de 10
horas hasta los dieciséis años.

En Saint-Etienne se constituye la Federación de Trabajadores Socialistas en 1882, agrupando a una


parte del movimiento obrero francés.

René Waldeck Rousseau, Primer Ministro, aprueba el 21 de marzo de 1884 una ley que reconoce la
legalidad de los grupos sindicales, el derecho de asociación y la personalidad jurídica de los sindicatos y
abroga las disposiciones prohibitivas de la Revolución.

Dos años después, con motivo de un congreso obrero, nace en Lyon la Federación Nacional de
Sindicatos y Grupos Corporativos de Francia y de las Colonias que en 1892 aprobaría, a propuesta de
Aristide Briand, una huelga general. Ese mismo año se constituye la Federación de Bolsas de Trabajo.

El momento más importante en esta evolución positiva del sindicalismo se produce en septiembre de
1895 cuando se celebra en Limoges un congreso obrero que constituye la Confederación General del
Trabajo (CGT), desde entonces la organización sindical más importante de Francia.

Al cambiar el siglo y hasta el principio de la Primera Guerra Mundial (1914), la evolución sindical es
positiva. Dentro de ese periodo, en 1906, se lleva a cabo en Amiens una reunión de la CGT que aprueba
la llamada ‘‘Carta de Amiens’’, una declaración de principios que marca con rotundidad las exigencias del
movimiento sindical y en particular, la plena autonomía de los sindicatos respecto del Estado.

La evolución en Alemania, a partir de la victoria de Bismarck sobre los socialdemócratas, se inicia


positivamente con la renuncia del Canciller ante la decisión del Kaiser, Guillermo II que favorece a unos
mineros en su gran huelga de 1889. En esos años se integran las dirigencias sindicales más no- tables,
no exentas de conflictos internos. Los nombres de Eduardo Berstein, Rosa Luxemburgo, Karl Kautsky,
August Bebel y Karl Liebknecht viven desde entonces, en medio del drama (el asesinato de Rosa
Luxemburgo y de Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919), vinculados a los pasos más importantes del
sindicalismo alemán.

En España, país de evidente retraso económico y de agitaciones políticas permanentes se produce, sin
embargo, un auge del sindicalismo en dos facetas: la anarquista, provocada por la presencia en Cataluña
del enviado de Bakunin, Giuseppe Fanelli y la socialista, vinculada fundamentalmente a la figura de Pablo
Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) el 2 de mayo de 1879 y en 1888, de la
Unión General de Trabajadores (UGT).

No es extraño que entre 1873 y 1874 haya tenido una vida efímera la Primera República española. El
amplio desarrollo de la masonería en esos años no fue ajeno al acontecimiento.
27
No faltarían las huelgas al inicio del nuevo siglo. Entre 1902 y 1905 se producen varios paros obreros
sobre todo en Barcelona y en Andalucía. El gran librepensador que fue Francisco Ferrer es acusado,
inclusive, de complicidad en el atentado de Mateo Morral en contra de los reyes de España, del 31 de
mayo de 1906. Tres años después, acusado entonces de participar en un movimiento que provoca la
llamada ‘‘Semana Trágica’’, Ferrer es fusilado en Barcelona, en los muros del Castillo de Montjuich, el 13
de octubre.

En 1910 se funda en España la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de pensamiento anarquista y
en esa misma época alcanza un gran desarrollo la UGT socialista que en 1914 llega a contar con 393
secciones y 127,804 afiliados.

En los Estados Unidos de América la formación, secreta o libre de organizaciones sindicales prolifera
sobre todo a partir de la década de los ochenta. La Federación de Sindicatos Obreros y Oficios
Organizados, nacida en 1881, cinco años después se convertirá en la American Federation of Labor
(AFL) cuyo primer presidente, Samuel Gompers tendrá una intervención destacada al frente de la
delegación norteamericana en la discusión del Tratado de Versalles. Se trató de una central de corte
socialista, que escoge la acción directa en la búsqueda de negociaciones colectivas.

Puede destacarse también la formación, en 1866, de la Unión Nacional del Trabajo, en rigor una
federación de sindicatos de oficios y de algunas organizaciones reformistas de vida efímera, ya que se
disuelve en 1872.

‘‘Los Caballeros de San Crispín’’, gremio de los obreros del calzado fundado en 1869 llegó a contar con
50,000 afiliados aunque las modernizaciones tecnológicas acabaron, diez años después, con su
funcionamiento.

Otra organización gremial, originalmente agrupación secreta de sastres, ‘‘La Orden de los Caballeros del
Trabajo’’, fundada en Filadelfia, en 1869, llegó a convertirse en una gran organización industrial, con
presencia de zapateros (antiguos afiliados a ‘‘Los Caballeros de San Crispín’’), mineros y ferrocarrileros
que en el año de 1880 abandona la clandestinidad, con un mejor momento en la huelga del Ferrocarril del
Sudoeste (Línea Gould) en 1865 lo que provocó que un año después, contara con 700,000 afiliados
distribuidos en más de 5,000 asambleas locales, más o menos, el diez por ciento de la fuerza industrial
del país. Desaparece, por desintegración, en 1900.

V. EL CONSTITUCIONALISMO SOCIAL MEXICANO

La Constitución republicana de 1848 en Francia instauró el derecho al trabajo. Pero, por ello mismo, no
se puede considerar que fue la primera Constitución social ya que establecía un principio económico,
absolutamente utópico, dicho sea de paso, y no la regulación tutelar de las relaciones obrero-patronales.

No hay precedente que supere, en el orden histórico, a la Constitución mexicana puesta en vigor el 5 de
febrero de 1917 (exactamente ochenta años antes del momento de escribir estas líneas en la tarde del 5
de febrero de 1997). A ella le corresponde la gracia especial de ser la primera en el mundo con un
capítulo social.

Los precedentes son, sin embargo, evidentes y ya han sido puestos de manifiesto en este mismo
capítulo. Por ello importa preguntarse el por qué de esa aparición inesperada en el documento
fundamental de una Revolución burguesa y agraria y en un país de menos que escaso desarrollo
industrial.

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El problema es, esencialmente, político. Cuando Venustiano Carranza, el primer jefe del ejército
constitucionalista como se denominó a partir del ‘‘Plan de Guadalupe’’, pronuncia el discurso inicial de la
Convención de Querétaro, la ciudad en que se reúne el Constituyente (primero de diciembre de 1916),
dice sin reservas que lo que pretende es una República presidencialista (re- chaza rotundo el sistema
parlamentario) con plena hegemonía del Poder Ejecutivo sobre los otros dos poderes. Para lograrlo no le
importa ceder a la pretensión de la izquierda, los jacobinos, de instaurar unas reglas sociales que nacían
de la sensibilidad de un grupo de hombres que en el correr de la Revolución habían participado, cada uno
a su manera, desde el campo sindical o militar, el periodismo o el proletariado, en la formación
espontánea de reglas de trabajo.

La influencia principal venía por la vía de Francisco J. Mújica, un profesor michoacano, vinculado a los
Flores Magón y su Plan del Partido Liberal, sin duda alguna inspirador directo del artículo 123
constitucional y, a su vez, heredero de la Declaración de Principios de la Segunda Internacional. Pero
también de la sensibilidad emocional de un Salvador Alvarado, gobernador militar en Yucatán o de
Gustavo Espinosa Mireles, Cándido Aguilar, Manuel M. Diéguez, Manuel Aguirre Berlanga y Agustín
Millán, a su vez, gobernadores militares de Coahuila, Jalisco y Veracruz en los años anteriores al
Congreso.

No puede olvidarse que Carranza, un burgués evidente, antiobrerista natural, había puesto en vigor el
primero de agosto de 1916 un decreto que establecía la pena de muerte en contra de los huelguistas.
Con la misma pluma chata con la que firmó ese Decreto, habría firmado el Plan de Guadalupe y, con
igual frescura, la promulgación de la Constitución que elevaba al derecho de huelga a la suprema
condición normativa. Pero pagaba un precio barato: en el país no había, prácticamente, trabajadores,
sólo campesinos.

El artículo 123, nacido de la discusión encendida los días 26, 27 y 28 de diciembre de 1916, a partir de
una propuesta jacobina de reforma al proyecto de artículo 5o. que regulaba la libertad de trabajo, se
convirtió en un verdadero capítulo social ya en enero. Su contenido, variopinto, resultaba excepcional:
duración máxima de la jornada en 8 horas la diurna y 7 la nocturna; prohibición de labores insalubres y
peligrosas para las mujeres y los menores de 16 años; jornada máxima de 6 horas para los menores de
12 a 16 años; descanso semanal; protección de la mujer embarazada; salario mínimo; igualdad de salario
a igualdad de trabajo; normas protectoras del salario; pago de tiempo extraordinario con limitaciones a su
duración diaria y semanal; derecho de los trabajadores a habitaciones cómodas e higiénicas;
responsabilidad empresarial por accidentes de trabajo; medidas de seguridad e higiene; libertad sindical;
derecho de huelga y derecho al paro; solución de los conflictos de trabajo a través de juntas de
conciliación y arbitraje de integración tripartita; estabilidad en el empleo; condiciones mínimas para los
trabajadores mexicanos en el extranjero; nulidad de las renuncias de los trabajadores; establecimiento de
cajas de seguros populares y formación de sociedades cooperativas para la construcción de casas
baratas e higiénicas para los trabajadores.

Se ha discutido la filosofía que sustenta el artículo 123. Trueba Urbina, Alberto, afirmaba que tenía un
fondo marxista, pero no coincido con él. Es o era, porque las reformas lo han alterado notablemente, un
derecho tutelar dentro del marco del reconocimiento al capitalismo como punto de partida. Pese a las
reiteradas afirmaciones del maestro Trueba Urbina, siempre recordado con admiración y afecto
profundos, de que el 123 sólo es social, y no obstante su sabrosa crítica en mi contra (‘‘La ignorancia de
su proceso de formación en Iglesias y Gilly es perdonable, pero en Néstor no, sin que esto amegüe mi
simpatía intelectual por los tres’’, p. 110), yo sigo sosteniendo que además de tutelar a los trabajadores,
también tuteló a los empresarios al re- conocer su derecho a formar sindicatos patronales y a acudir al
paro (fraccs. XVI, XVII y XIX). Y en modo alguno sostuvo una tesis reivindicativa a favor de los
trabajadores.

Los años han transformado, tal vez más en los hechos que en la letra, al artículo 123 (dieciocho reformas
y adiciones entre 1929 y 1990). El constitucionalismo social fue sólo evidente, en las jornadas de
Querétaro. Después ha ido cambiando paulatinamente y hoy es muy difícil encontrarse con él.
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V. EL TRATADO DE PAZ DE VERSALLES, LA CONSTITUCIÓN DE WEIMAR Y LA
CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA

La consolidación del derecho del trabajo se producirá a partir del fin de la Primera Guerra Mundial. Las
razones no necesariamente coinciden con un espíritu social dominante. Por el contrario, podría afirmarse
que es el producto de una acción defensiva, temerosa frente al nacimiento, en Rusia en 1917, como
consecuencia de la Revolución bolchevique, del primer Estado socialista en el mundo.

No puede olvidarse que la Guerra fue de enfrentamiento de países imperialistas y capitalistas en busca
de mejores mercados. La derrota de Alemania y sus aliados resolvía el problema de origen pero en medio
se había producido la revolución rusa y el mundo tenía que poner un aliciente a los trabajadores para
impedir sus ansias reivindicativas.

Versalles establece los primeros pasos del Estado de Bienestar, evidente invento capitalista.
Compromete, inclusive, la formación de la Organización Internacional del Trabajo que se constituye en la
Conferencia de Washington del mismo año 1919. Y cataloga los derechos sociales en la parte XIII del
Tratado cuya semejanza con el mensaje mexicano de 1917 es notable.

En el mismo año de 1919, notablemente prolífico para la cuestión social, se aprueba la Constitución de la
República de Weimar, sustituta generosa y precaria del Imperio alemán que en su capítulo quinto
denominado ‘‘Vida económica’’, consagra también derechos sociales como la libertad de coalición
(artículo 159); la seguridad social (artículo 161); la necesaria implantación internacional de una
reglamentación que garantice a la clase obrera de todo el mundo un mínimo de derechos sociales, reflejo
indiscutido de Versalles (artículo 162), el deber de trabajar; el derecho al trabajo y el seguro de
desempleo (artículo 163) y la que puede ser concebida como la institución fundamental del
constitucionalismo alemán, la cogestión prevista en el artículo 165.

El advenimiento de la República, el 14 de abril de 1931, transformó la imagen de España, reiteradamente


monárquica, y dio origen, a fines del mismo año, a la promulgación de la Constitución del 9 de diciembre.
En ella el artículo 1o. declaraba que ‘‘España es una República democrática de trabaja- dores de toda
clase, que se organiza en régimen de libertad y de justicia’’; el artículo 39 proclamó la libertad sindical y
en el artículo 46, de evidente influencia mexicana, se listaron los principales derechos individuales de los
trabajadores y, en claro seguimiento del modelo de Weimar ‘‘la participación de los obreros en la
dirección, la administración y los beneficios de las em presas y todo cuanto afecte a la defensa de los
trabajadores’’.

Lamentablemente para España, la gran aventura republicana tropezó con la Guerra Civil y la eterna
dictadura. Hoy, afortunadamente, vive en un régimen de clara democracia.

VI. CRISIS, FASCISMOS Y CONSOLIDACIÓN DEL DERECHO DEL TRABAJO

El resto de la historia es bien conocido. La presencia del fascismo en Italia; la crisis de 1929 en los
Estados Unidos de América; la aparición del nazismo en Alemania; la invasión de Etiopía por los italianos;
la Guerra de España y en medio las conquistas violentas de los nazis: Austria, Checoeslovaquia y al final
Polonia, desataron la guerra mundial y el gran drama de la humanidad con sesenta millones de muertos.
La paz, con derrotas económicas de los dos lados, provocó un esfuerzo de reconstrucción que regeneró
las viejas conquistas obreras y colocó al mundo en la posición del pleno empleo, con las economías del
Tercer Mundo en un proceso de desarrollo sostenido. El Estado de Bienestar vivió su mejor momento y
con él el Derecho del trabajo y la Seguridad Social.

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Pero las crisis son recurrentes y en 1973 el mundo volvió a los problemas del desempleo; la inflación y
las medidas dramáticas asumidas muchas veces unilateralmente por los Estados y otras con los
mecanismos de la concertación social. Las víctimas propicias han sido sin duda los trabajadores, que ven
mermadas sus antiguas conquistas sociales y la quiebra de la seguridad social hoy en trance de
privatización alarmante.

Se habla, inclusive, del fin del trabajo. Lo que es, por lo menos, discutible. Pero de lo que no cabe duda
es de que lo que nació con tanta fuerza entre el final del siglo XIX y el principio del siglo XX, en sus
postrimerías pasa, sin el menor género de dudas, por un serio problema de falta de esperanzas.

HISTORIA DEL DERECHO DEL TRABAJO GUATEMALTECO

EXTRAÍDO PARA FINES ACADÉMICOS DEL LIBRO “BREVE HISTORIA DEL MOVIMIENTO
SINDICAL GUATEMALTECO” DEL AUTOR MARIO LÓPEZ LARRAVE.

El Código Civil regulaba las relaciones laborales como contrato de locación de servicios (Decreto
Gubernativo 176 del 8 de marzo de 1877). El Reglamento de Jornaleros (Decreto Gubernativo 177 del 3
de abril de 1877) trataba a los campesinos poco menos que como semovientes.

Hasta en 1893 se suprimen formalmente los “mandamientos” y se declara la libertad de trabajo (Decreto
Gubernativo 471 del 23 de octubre de 1893).

La primera Ley de Trabajadores (Decreto Gubernativo 486 del 14 de febrero de 1894) regula el trabajo
más o menos forzado de los campesinos en las fincas de los oligarcas cafetaleros, creando una
judicatura privativa: los jueces de agricultura. La reforma a la ley anterior (Decreto Legislativo 243 del
27 de abril de1894) no modifica la tónica represiva.

En 1906 los finqueros guatemaltecos todavía hacían ventas con los trabajadores de sus fincas, porque de
lo contrario no hubiera tenido sentido el Decreto Gubernativo 657 del 21 de febrero de ese año, por medio
del cual se declaraban nulos y sin ningún valor ante los tribunales los “convenios” celebrados entre
terratenientes sobre tal materia.

Solamente la Ley Protectora de Obreros (Decreto Gubernativo 669 del 2 de noviembre de 1906) que
contiene un avanzado y valioso antecedente del régimen de seguridad social, parece salvarse de la
calificación represiva de las leyes de esa época que facilitaron mano de obra barata y más o menos
forzosa a la oligarquía cafetalera y a los gobiernos para realizar obra vial y de carreteras.

En síntesis, hay ausencia total de Legislación Sindical.

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I. ÉPOCA PRE-COLONIAL:

Los indígenas practicaban la esclavitud aprovechándose de la fuerza humana.

II. ÉPOCA COLONIAL:


a. Encomiendas
EN EL CAMPO: b. Repartimientos
c. Leyes de indias

EN LA CIUDAD: Gremios

1.2 DIVERSAS DENOMINACIONES DEL DERECHO DEL TRABAJO

a. Legislación Industrial
b. Derecho Obrero
c. Derecho Social
d. Derecho Laboral
e. Derecho del Trabajo

1.3 DEFINICIÓN DEL DERECHO DEL TRABAJO

A) Según el Licenciado César Landelino Franco:


Es el conjunto de principios y normas que tienen por finalidad principal la regulación de las
relaciones jurídicas entre patronos y trabajadores, en referencia al trabajo subordinado,
incluyéndose las normas de derecho individual y colectivo que regulan los derechos y
deberes de las partes entre sí y las relaciones de éstas con el Estado.

B) Según De la Cueva:
Una congerie de normas que, a cambio del trabajo humano intentan realizar el derecho del
hombre a una existencia que sea digna de la persona humana.

C) Según Trueba Urbina:


Conjunto de principios, normas e instituciones que protegen, dignifican y tienden a
reivindicar a todos los que viven de sus esfuerzos materiales e intelectuales, para la
realización de su destino histórico: socializar la vida humana.

D) DEFINICIÓN DE TRABAJO SEGÚN LA LEGISLACIÓN MEXICANA:

Se entiende por trabajo toda actividad humana, intelectual o material, independientemente


del grado de preparación técnica requerido por cada profesión u oficio.
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