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Daniel Delgado
La Grecia Clásica es considerada como la madre de la cultura occidental. No solo
transmitió conceptos como la democracia, sino que proporcionó un trasfondo
semi-mágico del que derivaban todas sus creencias y su propia concepción del
mundo. Las epopeyas de divinidades como Zeus o Atenea, de héroes como Perseo
y Andrómeda o de monstruos tan terroríficos como la hidra han llegado a nuestros
días y se conservan como parte de un ideario común que ha traspasado el medio
oral y se ha enriquecido en otras artes como la pintura o la escultura.
Para dar una pequeña muestra de la relación existente entre arte y mitología, aquí
dejamos una selección de cuadros del Museo del Prado en los que dioses y
héroes quedaron plasmados para la eternidad.
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Daniel Delgado
Rea, temerosa de lo que les pasaba a sus hijos, dio a luz a Júpiter en Creta y engañó a
Saturno entregándole una roca en su lugar. Júpiter (Zeus) creció y se convirtió en un
poderoso dios, capaz de derrotar a su padre, sacar a sus hermanos devorados de sus
entrañas y encerrarlo en el tártaro, asumiendo así el papel de padre de todos los
dioses y sentándose en el trono del Olimpo.
En Roma se asociaba con las bacanales, festividades en las que el consumo de vino
(entre otras sustancias) y las orgías eran el elemento común. Para los romanos, Baco
era un símbolo de liberación y desenfreno.
Mientras que Atenea hizo un telar mágico en el que se representaba a los doce
dioses del Olimpo en todo su esplendor, Aracne realizó uno que mostraba los líos de
faldas y pecados de los dioses. A pesar de la belleza del telar de Aracne, Atenea
enfureció y lo destruyó, asustando a la joven hilandera y haciendo que intentara
suicidarse. Sin embargo, Atenea se apiadó de ella e impidió que muriera,
convirtiéndola en araña para que pasara el resto de su vida tejiendo.
Para decantar la balanza a su favor Hera ofreció poder al príncipe troyano, Atenea
sabiduría y Afrodita el amor de la mujer más hermosa. Paris eligió como merecedora
de la manzana a Afrodita, y esta hizo que la mujer más hermosa se enamorara
locamente de Paris. Por desgracia, esa mujer era Helena, esposa de Menelao de
Esparta, y el romance entre ambos llevaría a Troya a la destrucción más absoluta.
La fragua de Vulcano (Diego Rodríguez de Silva y Velázquez)
Vulcano (Hefesto para los griegos) era el dios del fuego romano y el herrero de los
dioses. Su habilidad era tal que todas las armas y armaduras de los dioses procedían
de sus manos, incluyendo el rayo de Júpiter. Representado como un hombre de
avanzada edad, feo y cojo, resulta sorprendente saber que estaba casado con la
diosa Venus (Afrodita). Esta, insatisfecha en su matrimonio, solía engañar a Vulcano
con hombres más apuestos como Adonis o el dios Marte.
Se dice que, un día, los amantes estaban en el lecho y no se dieron cuenta de que el
sol estaba saliendo y Apolo descubrió la infidelidad. No tardó en ir a contársela a
Vulcano, quien estaba trabajando con sus ayudantes los cíclopes y montó en cólera.
Decidió vengarse construyendo una cadena tan fina que no se veía y tendiéndola en el
lecho para atrapar a Venus y Marte. Solo los liberó una vez prometieron que pondrían
fin a la infidelidad.
Hércules matando al dragón del jardín de las Hespérides (Pedro
Pablo Rubens)
Existen dos vertientes principales de cómo Hércules consiguió cumplir su onceavo
trabajo, pero Rubens optó por aquella que tenía al semidiós como protagonista. El rey
Euristeo encargó a Hércules que le llevara alguna manzana del jardín de las
Hespérides, frutos de oro otorgados por Gea a Hera que otorgaban la inmortalidad.
Hércules averiguó el paradero del jardín gracias al dios Nereo, se coló en el jardín sin
que las Hespérides, hijas del titán Atlas, se dieran cuenta, mató al dragón Ladón y se
llevó las manzanas.
La caída de Ícaro (Jacob Peeter Gowy)
Ícaro era hijo de Dédalo, inventor que tuvo que refugiarse en Creta tras haber matado
a su sobrino. Allí adquiriría fama por construir el laberinto en el que viviría el célebre
minotauro y por ayudar a Teseo a salir del mismo con vida. Encarcelado por esto,
Dédalo diseñó unas alas que se adherían con cera a la espalda y que permitirían a
padre e hijo huir de Creta. Ícaro, entusiasmado por la posibilidad de volar, se elevó
demasiado y provocó que el sol derritiera la cera, haciéndole caer y muriendo como
consecuencia de haber intentado superar su condición humana.
Jasón con el vellocino de oro (Erasmus Quellinus)
El vellocino de oro era la piel de un carnero enviado por Zeus para salvar a los hijos
del rey Atamante, Frixo y Heles, cuando iban a ser sacrificados. Pelias, tío de Jasón
que había usurpado el trono, encargó a su sobrino que le trajera el vellocino para
probarse digno de gobernar, y el héroe griego reunió a sus argonautas y partió en el
Argo, su barco, hacia Cólquida. Tras superar numerosos desafíos, que incluían un
dragón, Jasón se hizo con el vellocino y se lo entregó a Pelias, tomando así el lugar
que le correspondía en el trono.
Perseo liberando a Andrómeda (Pedro Pablo Rubens)
Perseo es uno de los grandes héroes de la Grecia Clásica. Hijo de Zeus y una mortal,
se propuso matar a Medusa, la única de las hermanas Gorgonas que era mortal. Con
la ayuda de los dioses y usando su ingenio, Perseo cumplió su misión y decapitó a la
monstruosa mujer.
Júpiter, molesto, decidió averiguar qué estaba pasando y se hizo pasar por un viajero
cualquiera. Aunque las gentes de Arcadia percibieron el engaño, Licaón pensaba que
era un farsante y le ofreció como cena la carne de un hombre. Enfurecido, el dios
destruyó la ciudad con sus rayos, mató a los hijos de Licaón y le convirtió en lobo,
pudiendo volver a su forma humana siempre que no hubiera comido carne humana en
diez años. Se dice que los aullidos de los lobos son una súplica a Júpiter para que
perdone a Licaón.
El paso de la laguna Estigia (Joachim Patinir)
Según la mitología griega, cuando una persona moría su alma era transportada por
Hermes, mensajero de los dioses, hasta la orilla de la laguna Estigia. Allí les esperaba
Caronte, el barquero que les llevaba a través de las aguas hasta el inframundo. Era
costumbre depositar dos monedas (dracmas) sobre los ojos o la boca del fallecido
para que pudiese pagar el viaje al barquero.