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Título de la obra: Las desamparadas Travesías

Pseudónimo: Perséfone

Así fue llego la pandemia, nos quitó todos nuestros privilegios del mundo exterior. Nuestras
vías, calles y andenes quedaron en total abandono. Ni una sola alma se arriesgaba a pasar por
esas cuadras, ya que sabía que la desesperación de no tener a nadie la iba a acabar. Nuestros
empleos, nuestros deberes y responsabilidades quedaron en pausa, al menos en el modo del
desarrollo de la ciudad. Nuestra reputación como ciudadanos productivos quedó manchada por la
ausencia de nuestra presencia en el diario vivir de la ciudad. Todo estaba vacío, no había más
que el sentimiento de nostalgia y melancolía por como hacíamos funcionar la ciudad. El virus
había llegado.

Cuando miraba por mi ventana siempre me sentía decaída, por no ver a nadie caminando para
ir al trabajo, la alegría de los niños jugando, los perros ladrando, la gente haciendo ejercicio,
también fue triste no poder visitar a mi familia los fines de semana. Sentí que el mundo por
primera vez nos dio una gran amenaza por nuestro comportamiento, pero esta vez fue mucho
más grande, al principio estaba tranquila ya que pensaba que no iba a durar mucho, pero después
de algunos meses me sentí perdida como si todo lo que estuviera haciendo ya no tuviera sentido.
Perdí mi propósito en esta vida, no tenía un colegio al cual ir para aprender y disfrutar el tiempo
con mis amigos, ya no tenía un parque en el cual jugar y sentirme libre con el aire fresco en mi
cara. Perdí mi soledad en casa, ahora estaba todo el tiempo conviviendo con mi familia, me
sentía ahogada por tanta presión que conlleva ser alguien ejemplar.

La primera vez que salí de mi casa fue a una cita médica, creo que ya desde mucho le
imploraba a los cielos que me sacaran por cualquier motivo de la casa, no era la mejor ocasión
pero no podía quejarme al menos fui capaz de salir y ver las calles que esperaban mi llegada.
Pero algo no se sentía bien, como si algo faltara recorría con mi mirada los andenes y vías,  había
población y tránsito, pero es como si su espíritu callejero se lo hubiera llevado el frío viento que
amenazaba con dejar nada más que destrucción a su paso. Faltaba esa chispa de emoción y
felicidad que encendía a cada persona con vigor.

Las calles llenas, pero sin sentido, como si sólo estar ahí, fuera suficiente sin pensar en las
cualidades de cada persona y lo que le aportaba al espíritu de estas. Como si lo único
que quisiéramos ver era que la ciudad se moviera, que otra vez tuviera sentido, sin importar los
roles falsos que le diéramos a la gente, solo por el simple hecho de aparecer ahí, no hacía la
diferencia era como un fondo falso. Solo gente teniendo una simple, pero no válida excusa para
existir y estar en ese momento exacto.
No me acostumbré a esas circunstancias hasta después de unos 6 meses, ya que tengo muchas
excusas para salir. La ciudad había progresado ya estaba más llena, pero de gente con un
verdadero sentido. Me empecé a sentir un poquito mejor, pero sin importar cuantas cosas
superficiales el mundo me ponía, siempre supe en el fondo de mi ser que el espíritu de la calle se
había ido para siempre, solo quedaba su recuerdo de soledad y desamparo. Y todo por culpa de
una terrible invasión.

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