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OBRAS DE FRIEDRICH A.

HAYEK
VOLUMEN XIII

ESTUDIOS
SOBRE EL ABUSO
DE LA RAZÓN
Textos y documentos
F.A. HAYEK
Obras Completas
Volumen XIII

ESTUDIOS
SOBRE EL ABUSO
DE LA RAZÓN
Textos y documentos

Edición e Introducción
BRUCE CALDWELL

Prólogo a la presente edición española de


LORENZO INFANTINO

Edición española de las Obras Completas de F.A. Hayek


al cuidado de
JESÚS HUERTA DE SOTO

Unión Editorial
2019
Título original: Studies on the abuse and decline of reason
The University of Chicago Press, 2010

Traducción:
Juan Marcos de la Fuente
(Individualismo: el verdadero y el falso);
Jesús Gómez Ruiz
(La contrarrevolución de la ciencia);
Marta Moreno Pérez
(Prólogo a la edición, introducción, notas del editor y apéndice)

© by the Estate of F.A. HAYEK


© 2019 para la presente edición española: UNIÓN EDITORIAL, S.A.

ISBN (Obras Completas): 978-84-7209-235-8


ISBN (Volumen XIII): 978-84-7209-747-6
Depósito legal: M. 2.208-2019

© 2019 para todos los países de lengua española:


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algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS .............................................................................. 7

PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN ESPAÑOLA, por Lorenzo Infantino.... 9

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ORIGINAL, por Bruce Caldwell ....................... 31

INTRODUCCIÓN, por Bruce Caldwell ................................................... 35

ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

PRELUDIO. Individualismo: El verdadero y el falso ........................... 95

PARTE I
EL CIENTISMO Y EL ESTUDIO DE LA SOCIEDAD

1. LA INFLUENCIA DE LAS CIENCIAS NATURALES SOBRE LAS CIENCIAS


SOCIALES ....................................................................................... 135

2. PROBLEMA Y MÉTODO EN LAS CIENCIAS NATURALES ...................... 140

3. EL CARÁCTER SUBJETIVO DE LOS DATOS DE LAS CIENCIAS SOCIALES ... 150

4. EL MÉTODO INDIVIDUALISTA Y «COMPOSITIVO» DE LAS CIENCIAS


SOCIALES ....................................................................................... 164

5. EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO ..................................... 175

6. EL COLECTIVISMO DEL ENFOQUE CIENTISTA .................................... 187

7. EL HISTORICISMO DEL ENFOQUE CIENTISTA .................................... 199

8. FORMACIONES SOCIALES «INTENCIONADAS».................................. 220

9. DIRECCIÓN «CONSCIENTE» Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN .............. 229

10. INGENIEROS Y PLANIFICADORES ..................................................... 238

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ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

PARTE II
LA CONTRARREVOLUCIÓN DE LA CIENCIA

11. LA FUENTE DE LA HYBRIS CIENTÍFICA: L’ÉCOLE POLYTECHNIQUE ..... 255

12. EL «ACCOUCHEUR D’IDÉES»: HENRI DE SAINT-SIMON ................... 277

13. FÍSICA SOCIAL: SAINT-SIMON Y COMTE ......................................... 295

14. LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN


Y LOS SANSIMONIANOS ................................................................. 315

15. LA INFLUENCIA SANSIMONIANA ..................................................... 336

16. SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES ......................................... 362

PARTE III
COMTE Y HEGEL

17. COMTE Y HEGEL ........................................................................... 397

APÉNDICE: DOCUMENTOS RELACIONADOS ............................................ 423

Algunas notas sobre la propaganda en Alemania (1939)................. 423

Correspondencia escogida, de F.A. Hayek a Fritz Machlup


(1940-1941) .................................................................................. 433

Prólogo a la edición estadounidense (1952) ..................................... 446

Prólogo a la edición alemana (1959) ................................................. 447

ÍNDICE DE NOMBRES ............................................................................ 449

6
AGRADECIMIENTOS

Le estoy muy agradecido al equipo del departamento de prestamos interbi-


bliotecarios de la biblioteca Jackson, de la Universidad de Carolina del Norte-
Greensboro, pues me consiguió más de doscientos libros y artículos para po-
der comprobar la precisión de las citas de Hayek. La ayuda de Gaylor Callahan
fue especialmente destacada.
Numerosas personas me han ayudado a localizar algunas de las referen-
cias más oscuras de Hayek. Entre ellas se encuentran Alain Alcouffe, Guido
Erreygers, Dan Hammond, Helena Rosenblatt, Malcolm Rutherford, Mark
Schumacher, Martin Staum, Nicholas Theocarakis, Yuri Tulupenko, Bernhard
Walpen, John Wells y Terry Wright.
Los pasajes en alemán y francés encontrados en la versión de 1952 de La
contrarrevolución de la ciencia solían contener errores, y no todos estaban
traducidos al inglés. Oscar Camy realizó un trabajo meticuloso a la hora de
comprobar todos los pasajes en francés y en ofrecer traducciones histórica-
mente correctas de las palabras de Henri de Saint-Simon, Auguste Comte y
otros autores de periodos anteriores. Georg Vanberg, Viktor Vanberg y Dan
Kirklin corrigieron errores y proporcionaron traducciones de los pasajes en
alemán. Finalmente, Susan Shelmerdine y Linda Danford comprobaron los
pasajes en griego y latín, respectivamente.
La archivera de la Universidad de Columbia, Jocelyn Wilk, nos proporcio-
nó el programa del curso de Wesley Clair Mitchell del año académico 1923-
1924, al que se hace referencia en la introducción del editor.
El profesor Peter Klein llevó a cabo una mayor parte del trabajo inicial so-
bre las notas a pie de página antes de que yo me hiciera responsable del volu-
men, lo que fue de gran ayuda.
Entre el 8 y el 11 de noviembre de 2007, el Liberty Fund patrocinó un
coloquio titulado «Hayek, Scientism and Liberty», en el que un grupo de aca-
démicos examinó con detenimiento los textos de Hayek para este volumen.
Entre los participantes se encontraban Brandon Beck, Peter Boettke, Evelyn

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ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Forget, Jerry Gaus, Wade Hands, Dan Hammond, Ronald Hamowy, Paul Lewis,
Leonard Liggio, Gene Miller, Claire Morgan, Jerry Z. Muller, Sandy Peart,
Ben Powell, Viktor Vanberg y Amy Willis. Quienes conocen bien a un autor
suelen ser sus críticos más perspicaces, no hay excepción alguna. Las obser-
vaciones que se compartieron durante el coloquio fueron para mí de un va-
lor incalculable durante la preparación del borrador final de mi introducción
como editor.
Le agradezco a Brandon Beck su ayuda durante la elaboración del ma-
nuscrito, y quisiera dar las gracias a los dos lectores anónimos por sus co-
mentarios y sus sugerencias perspicaces. Finalmente, muchas gracias a Da-
vid Pervin, de la Universidad de Chicago Press, por su consejo y orientación
durante el proceso editorial, y a Rhonda Smith for su hábil corrección.

BRUCE CALDWELL

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PRÓLOGO
A LA PRESENTE EDICIÓN ESPAÑOLA
por LORENZO INFANTINO

1. Contra el psicologismo

La entrada de Hayek en el territorio de la metodología de las ciencias socia-


les determinó una extensa ampliación de sus intereses. Sus argumentos en
defensa de la libertad individual de elección se enriquecieron y beneficiaron
notablemente de una clara base gnoseológica, lo que condujo al estudioso aus-
triaco a arrojar una potente luz sobre todos los aspectos de la dinámica so-
cial. Se puede, probablemente, decir que fue el trabajo desarrollado en el campo
metodológico lo que ha dado a Hayek la dimensión de un clásico. Su obra,
como siempre sucede, puede también discutirse, pero nadie puede permitir-
se ignorarla. Se puede incluso afirmar que, hoy más que ayer, proporciona
el código para descifrar el proceso de evolución sociocultural.
Como es sabido, fue en 1935 cuando Hayek llamó por primera vez la aten-
ción de los estudiosos sobre el problema del conocimiento, haciéndolo para
poner en duda la posibilidad de la economía planificada;1 sin embargo, la ver-
dadera y propia entrada en el terreno de la metodología llegó dos años des-
pués, con la publicación de Economics and Knowledge.2 El enfrentamiento
con Keynes y una opinión pública que se orientaba hacia el intervencionismo
y la planificación le habían mostrado cuál era, en realidad, el punto de diver-
gencia que lo separaba de las posturas que prevalecían entonces. Por encima
de los aspectos estrictamente técnicos de la economía, el desacuerdo hacía re-
ferencia al modelo de sujeto utilizado y a la idea misma de ciencia social,3 lo

1. Hayek (1949d), pp. 140-180. Véase Obras completas, vol. X, Unión Editorial, Madrid, 1997.
2. Hayek (1994), p. 79, ha calificado tal ensayo como «el acontecimiento decisivo de su vida inte-
lectual».
3. Ibíd., p. 79. El mismo Hayek ha reconocido que la base profunda del desacuerdo hacía referen-
cia a las cuestiones metodológicas.

9
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

que significa que Hayek aportaba de Viena no solo la teoría del capital de
Eugen von Böhm-Bawerk, la del ciclo económico de Ludwig von Mises y los
análisis críticos dirigidos por este último al intervencionismo y a la econo-
mía planificada; sino también todas las enseñanzas de Carl Menger, el funda-
dor de la Escuela Austriaca de Economía.4 Como ha observado William Jaffé,
el hombre descrito por Menger, lejos de ser un «calculador iluminado», es
una criatura «mal informada, que yerra, actúa atormentada por la incerti-
dumbre, en duda constante, tras esperanzas alentadoras y miedos recurren-
tes, congénitamente incapaz de dar vida (…) a decisiones bien calibradas»,5
lo que había conducido al mismo Menger a hacer propio el evolucionismo
de la Escuela histórica alemana del derecho. Había comprendido bien que la
interacción humana es un proceso abierto, incompatible con finalismo al-
guno.6 Había revelado que produce cascadas de consecuencias no intencio-
nadas y que estas, «cristalizando», generan normas e instituciones sociales
(el lenguaje, la familia, el Estado, el derecho, el dinero, el mercado, y así suce-
sivamente). Y además había sostenido que un «pragmatismo en parte super-
ficial» habría conducido «inevitablemente», incluso «contra las intenciones
de sus partidarios», al socialismo.7
Si se tiene presente lo que precede, se cae en la cuenta de que el signifi-
cado de las lecciones que dio al llegar a Londres y que se reunieron luego
en su libro Precios y producción no ha sido comprendido por todos. Lionel
Robbins las ha calificado de «difíciles y excitantes».8 Y Ludwig Lachmann ha
escrito que no podían haber sido comprendidas y asimiladas con rapidez
«por el economista medio anglosajón de los años treinta»9. Paradójicamen-
te, su falta de comprensión quizá haya determinado el éxito inmediato que
tuvieron.

4. Además, es útil recordar que entre 1934 y 1936 Hayek compiló, por encargo de la London School
of Economics, una nueva edición de las Obras completas de Carl Menger.
5. Jaffé (1976), p. 521.
6. Véase Infantino (2000), pp. 205-232, donde se hace un extenso tratamiento de la metodología
mengeriana. Cf. además Aguirre-Infantino (2013), pp. 15-23.
7. Menger (1883, edición española de 2006), p. 255.
8. Robbins (1971), p. 127.
9. Lachmann (1994), p. 148.

10
P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

Sin embargo, el significado de esas lecciones no se le escapó a Keynes y


a sus seguidores, que se movían en el terreno del utilitarismo en el sentido
estricto y tenían tras sí a Alfred Marshall, cuyo conocimiento de las cuestio-
nes metodológicas era muy limitado. Ellos comprendieron claramente que
la teoría del ciclo expuesta por Hayek se basa en un modelo de sujeto y en
una concepción de las ciencias sociales adversa a la que entonces prevalecía en
Cambridge. Por su parte, debido al bagaje cultural que llevaba consigo, Hayek
no tuvo ninguna dificultad en comprender las coordenadas dentro de las que
se movían sus críticos.
Si Menger había rechazado las posturas de Gustav Schmoller, Marshall
había expresado su consenso con los «escritores alemanes».10 Si Menger
se había alineado a favor del método hipotético-deductivo, Marshall había
avalado la idea de construir la ciencia por medio de la inducción.11 Si Men-
ger había llamado la atención sobre el problema de la incertidumbre y de
las consecuencias no intencionadas, Marshall había visto en la economía
el campo de la conducta «más deliberada».12 Si Menger había considerado
la propiedad privada y el dinero como instituciones producto de la escasez,
Marshall había soñado con un «mundo en el que todos los hombres» hubie-
ran llegado a ser «perfectamente virtuosos», donde la competencia hubiese
estado «fuera de lugar», así como «la propiedad privada y cualquier forma
de derecho privado», y en el que no hubiese habido «moneda de clase al-
guna».13
La base cultural de Hayek y la de Keynes eran diametralmente opues-
tas,14 pero quizá sea más correcto decir que se colocaban en distintos pla-
nos de profundización metodológica. Aunque no se hayan empeñado nunca
directamente en una disputa sobre el tema, eran conscientes de la distancia
metodológica que los separaba. Puede, entonces, imaginarse la desaproba-
ción de Hayek al comparar el enfoque psicológico de Keynes; piénsese en

10. Marshall (1890, edición española del 2005), p. 29.


11. Ibíd., pp. 5-6.
12. Ibíd., p. 25.
13. Ibíd., p. 14.
14. En nuestros días aparecen, de cuando en cuando, libros de distintos autores dedicados a com-
parar las obras de Keynes y las de Hayek. El denominador común de la mayoría de estos trabajos es
la ignorancia decisiva de los aspectos metodológicos que aquí estoy poniendo de manifiesto.

11
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

los animal spirits, considerados como un «impulso espontáneo a la acción»,


que en la obra keynesiana hacen el papel de deus ex machina.15 Y se pue-
de también imaginar la desaprobación vertida por el «pragmatismo» key-
nesiano sobre el sistema de Hayek, juzgado, probablemente, como algo inú-
til.
Por mucho que Hayek hubiese mantenido en la penumbra su disenti-
miento al enfrentarse al psicologismo de Keynes, hubo, sin embargo, circuns-
tancias en las que afloró su desacuerdo. Es significativo que en una diserta-
ción de 1933 el estudioso austriaco escribiese: «Toda explicación de las crisis
económicas tiene que incluir el supuesto de que los empresarios hayan co-
metido errores; pero este simple hecho apenas puede ser considerado como
una explicación suficiente de las crisis. Estas decisiones erróneas, que produ-
cen pérdidas generalizadas, solo lo serían si al mismo tiempo pudiéramos de-
mostrar cuál es la razón de que los empresarios cometan esos errores en la
misma dirección. La explicación de que esto se debe a una especie de infec-
ción psicológica o que, por alguna otra razón, la mayoría de los empresarios
cometan los mismos errores de juicio eludibles no es demasiado convincen-
te. Parece, sin embargo, más probable que todos ellos se vean desorientados
por síntomas o directrices en los que ellos confían».16
Hayek ha querido poner aquí en evidencia que los errores empresaria-
les que dan lugar a la crisis económica no son producto de la psicología, sino
la consecuencia no intencionada de medidas de política monetaria, adopta-
das con la idea de favorecer el desarrollo pero que han hecho extraviarse a
los actores. En manifiesta polémica con Keynes, el problema de los resulta-
dos no intencionados fue reformulado poco después. Al comentar la máxima
keynesiana según la cual «a largo plazo todos estaremos muertos», Hayek

15. Keynes (1936), edición española de 1998, pp. 193-194. Recurrir a los animal spirits equivale
a negar las ciencias sociales y la tarea desarrollada por ellas. El utilitarismo en sentido estricto tiene
un enfoque meramente psicológico, y no es casual que Mill (1892, p. 545) haya afirmado: «Hay una
amplia clase de fenómenos (…) en la que las causas inmediatamente determinantes son principal-
mente las que actúan a través del deseo de riqueza y en la que la ley psicológica principalmente en
cuestión es la bien conocida de que se prefiere siempre una ganancia mayor a otra menor» (cursiva
añadida).
16. Hayek (1933). El párrafo corresponde a una disertación de gran importancia que tuvo lugar
en Copenhague en diciembre de 1933. Véase edición española, Obras completas, vol. V, p. 325.

12
P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

la consideró «no solo un serio y peligroso error intelectual, sino también una
traición a la tarea principal de un economista y una grave amenaza para la
civilización».17
Las razones son claras: afirmar que «a largo plazo, todos estaremos muer-
tos» es un simple coup de théâtre. La verdad es que solo algunos estarán
muertos y los otros deberán hacerse cargo de los graves resultados produ-
cidos, a medio y a largo plazo, por las decisiones que crean prima facie la ilu-
sión de dar lugar a consecuencias positivas. Las ciencias sociales han nacido
para defendernos de las ilusiones del primer momento y para identificar lo
que en realidad se seguirá de nuestras decisiones. El economista que lo olvi-
de o lo haga malograr traiciona su tarea.

2. Los darwinianos antes de Darwin

Todo esto tiene, obviamente, un marco de referencia más amplio. Como ya


hemos puesto de manifiesto, Menger se había visto influenciado por la Es-
cuela histórica alemana del Derecho que, a su vez, había sufrido el influjo
de Edmund Burke, el cual puede definirse, en un cierto sentido, como un
punto de cristalización de las ideas formuladas por Bernard de Mandeville,
David Hume y Adam Smith.18 «La ignorancia y la falibilidad del género hu-
mano» es la premisa en la que esos autores basaron sus teorías,19 y con tal
premisa derribaron el mito del Gran Legislador, de ese ser superior porta-
dor de un saber exclusivo que podríamos llamar un «punto de vista privile-
giado sobre el mundo».20
Su singularísima presencia está poniendo de manifiesto que lo que sucede
en la sociedad no responde a una ley definida de antemano. No hay, por tan-
to, un conocimiento al que puedan acceder los demás, un proceso abierto en
que cada uno pueda participar de una forma activa. Es lo que hace que la vida

17. Hayek (1941), p. 409.


18. Menger reconoció la importancia de Burke, pero pensaba erróneamente que Smith era un
«constructivista». Véase Menger (1883), edición española de 2006, pp. 249-250.
19. La expresión es de Burke (1951), p. 188.
20. Forbes (1996), p. XXIV.

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ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

social sea un lugar permanente de lo «mítico», descifrable solamente por un


hombre también «mítico», al que, evidentemente, no cabe limitar su poder.
En definitiva, su omnisciencia deslegitima cualquier proceso abierto en el que
puedan participar todos de forma activa.21
Si todos somos «ignorantes y falibles» colapsa el mito del Gran Legislador
y ya no es posible reconducir cosa alguna a su acción. Sin embargo, queda
el problema de cómo explicar los acontecimientos de la vida social. Mandeville
y la tradición que desciende de él han recurrido a la interacción social, pero
aquí aparece repentinamente un interrogante: ¿por qué interaccionan los
hombres? Los autores de los que nos estamos ocupando respondieron que los
hombres interactúan debido a que viven en una condición de escasez, dada
por la falta de conocimiento y la falta de recursos materiales, y no puede
separarse la una de la otra; solo se puede hacer frente a ambas a través de la
cooperación, que es siempre y contextualmente movilización de conocimien-
tos y medios.
Cuando se coopera de forma coercitiva, sobre la base de las prescripcio-
nes dictadas por un ser privilegiado, se movilizan los recursos por los cono-
cimientos de un solo individuo o de un grupo limitado de individuos. Cuando,
por el contrario, se coopera voluntariamente, se movilizan los medios por los
conocimientos de todos los participantes. En este caso, los resultados son ne-
tamente superiores a aquellos a los que se da lugar mediante la cooperación
coercitiva, porque se activa un extenso proceso de exploración de lo ignoto
y de corrección de los errores, que permanece permanentemente inconcluso,
por lo que sus resultados son provisionales, ya que están sometidos a nuevos
y continuos desafíos.
Para comprender mejor los términos de la cuestión, conviene ver con de-
tenimiento lo que escribió Adam Smith, quien, en primer lugar, afirmó que
«cada uno, en sus propios asuntos, puede juzgar mejor que cualquier hom-
bre de Estado o legislador»,22 concluyendo después que solo un hombre «ne-
cio y presuntuoso» puede pretender ponerse en el lugar de los demás en la
valoración de las acciones a emprender.23 Por tanto, no hay omnisciencia.

21. Véase Infantino (2013), pp. 169 a 175, para un extenso desarrollo de este tema.
22. Smith, A. (1776, edición española de 2009), pp. 518-519.
23. Ibíd.

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Podemos responder a nuestra condición de «ignorancia y falibilidad» solo


por medio de la movilización generalizada de los conocimientos dispersos
dentro de la sociedad, por lo que debemos confiar en un proceso abierto. Ha
sido la consciencia de esto la que produjo, aún antes de Darwin, la idea de
la evolución, que luego se convirtió en «un lugar común en las ciencias so-
ciales del siglo XIX».24
La caída del Gran Legislador coincide, pues, con la del colectivismo meto-
dológico, es decir, la pretensión de prescindir de los conocimientos y de las
preferencias individuales y de responder a los problemas de la vida social me-
diante las prescripciones de un ser omnisciente. Se abandona la creencia de
que los fines del hombre sean decisiones de la omnisciencia de cualquier en-
tidad superior. Su lugar lo ocupa la condición de ignorancia y falibilidad. El
individuo se convierte necesariamente en sujeto que actúa, o, más precisa-
mente, que interactúa.25 Los fenómenos sociales se explican por las acciones
de los individuos y su «composición». Es la afirmación del «individualismo
metodológico», que viene acompañado por el nacimiento de las ciencias so-
ciales, producto de los conocimientos parciales y falibles del hombre y de la
idea de la evolución, de un proceso social del que nadie puede conocer el resul-
tado final.26
Convirtiéndose en el sujeto de la acción, el individuo se relaciona volunta-
riamente con los demás. Su acción produce consecuencias intencionadas y no
intencionadas. Los resultados intencionados son los objetivos a los que apunta.

24. Hayek (1978, edición española de 2007), p. 325, donde el autor añade: «Y fue en esta atmós-
fera de pensamiento evolucionista en el estudio de la sociedad donde “los darwinianos antes de Darwin”
habían pensado durante largo tiempo en términos del predominio de hábitos y prácticas más eficaces,
en la que Darwin aplicó finalmente la idea, de manera sistemática, a los organismos biológicos».
25. Mises (1966, edición española de 2007), pp. 15-18.
26. La expresión «individualismo metodológico» fue acuñada por Joseph A. Schumpeter (1982),
p. 436. Como se dirá en el texto, el vacío dejado por el colapso del mito del Gran Legislador fue ocupa-
do por un método individualista de indagación que, obviamente, reniega de la omnisciencia y sitúa
a los hombres sobre una base común de ignorancia y falibilidad. En su lugar, la expresión «método
compositivo» se debe a Carl Menger y proviene de una anotación suya manuscrita (véase infra, cap.
4, nota 4). Con tal expresión, Menger trataba de decir que las ciencias sociales deben «reconducir»
los fenómenos a sus «factores originarios y más simples» (Menger, 1883, edición española de 2006),
pp. 129-130.

15
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Intercambia el propio conocimiento y los propios recursos con el conocimiento


y los recursos de los demás. Es un recíproco y voluntario intercambio de co-
nocimientos y de medios que cada uno utiliza para conseguir luego finali-
dades individualmente decididas. De ello se sigue que el intercambio es in-
tencionado, pero la cooperación con los fines de los demás es de carácter no
intencionado.27 No nos damos cuenta habitualmente de las finalidades de los
demás, aunque podríamos darnos cuenta y no compartirlas. Pero el intercam-
bio hace relación a los conocimientos y los medios materiales. No implica que
se compartan las finalidades que persiga cada uno, porque la cooperación vo-
luntaria se basa, precisamente, en la falta de cualquier jerarquía obligatoria
de los fines. Cada uno colabora con los otros solo para poder alcanzar las pro-
pias finalidades, lo que hace posible la extensión de los intercambios y su in-
tensificación.
No es solo no intencionada la cooperación en los fines de los demás, sino
que también es no intencionado el orden social que se determina. La genera-
lización de los intercambios es una redistribución permanente y voluntaria
de los conocimientos y medios materiales, que depende de las elecciones indi-
viduales y de los puntos de mediación a los que se llega por tales elecciones.
Nadie puede saber por anticipado cuáles serán las elecciones de los sujetos
y cuáles serán los «campos de variación» dentro de los que juzgarán conve-
niente interactuar. La configuración del orden que se determine concretamen-
te en cada momento no es en modo alguno previsible. Las reglas de la convi-
vencia garantizan que se dará el orden, pero no pueden anticipar su concreta
articulación.28
Hay más. Si la necesidad de conseguir nuestros objetivos nos empuja a
la interacción, esta produce modelos de comportamiento, reglas, «solucio-
nes» que generan instituciones. El punto de partida del sujeto individual ex-
plica los objetivos que se prefija cada uno, pero todos los demás resultados
no son imputables a la programación de los sujetos individuales, sino con-

27. Si bien se ha fabulado mucho sobre la «mano invisible» de Smith, ella indica simplemente
que el intercambio de los medios es voluntario, pero la cooperación a la consecución de los fines de los
demás es no intencionada. En pocas palabras, la «mano invisible» es una simple aplicación de la teoría
de las consecuencias no intencionadas producidas por las acciones humanas intencionadas.
28. Véase Infantino (2013), pp. 149-155 y la bibliografía allí citada.

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P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

secuencia de la interacción, es decir, de las concesiones recíprocas, de las obli-


gaciones a las que debe someterse cada uno, de las medidas que debe adop-
tar cada uno para que el otro esté dispuesto a la cooperación. Adam Ferguson
ha escrito acertadamente: «Cada paso y cada movimiento de la multitud, in-
cluso en las llamadas épocas ilustradas, se llevan a cabo con la misma ceguera
en relación con el futuro; y las naciones se dan de bruces en instituciones que
son el resultado de la acción humana, pero no la ejecución de diseño humano
alguno».29
Por lo tanto, cooperamos no intencionadamente en el cumplimiento de
las finalidades de los demás, producimos de manera no intencionada normas
e instituciones sociales (baste pensar, como ya hemos dicho, en el lenguaje,
en la familia, en el Estado, en el derecho, en el dinero, en el mercado, y así
sucesivamente), generamos de manera no intencionada el orden social. Todo
lo que antes se imputaba a la voluntad del Gran Legislador, se convierte ahora
en la obra de la interacción social.30 Ello equivale a decir que los fenómenos
sociales no son una proyección de nuestras intenciones. El mundo social no
es un apéndice del psicológico.

3. La entrada en la metodología de las ciencias sociales

Llegado a Londres, Hayek pronto se pudo dar cuenta de la profundidad de


las raíces culturales de las enseñanzas metodológicas de Menger. Como he-
mos recordado, el problema del conocimiento se formuló en primer lugar con-
tra la economía planificada. Pero el ensayo que señala la auténtica entrada

29. Ferguson (1966), p. 122, donde el autor añade: «Si un hombre, como dijo Cronwell, no as-
ciende nunca tanto como cuando no sabe adónde va, con mayor razón se puede afirmar que las comu-
nidades dejan que acontezcan las mayores revoluciones, incluso cuando no intentan llevar a cabo ningún
cambio, y que los hombres políticos más sutiles no saben siempre a dónde están llevando al Estado
con sus proyectos».
30. Ibíd., p. 124: «El guerrero y el estadista célebre, que son considerados como fundadores [de
las] naciones, desempeñan solo un papel eminente en cuanto han estado dispuestos a abrazar las mismas
instituciones. Probablemente, el renombre que han dejado a la posteridad les ha hecho pasar por los
inventores de una multiplicidad de procedimientos que ya se utilizaban antes de ellos, y que habían
contribuido a formar sus costumbres y su genio, así como los de sus conciudadanos».

17
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de Hayek en el terreno de la metodología es Economics and Knowledge. Des-


pués vinieron dos referencias (que ya hemos citado) al psicologismo keyne-
siano. Tras la segunda de estas referencias, contenida en The Pure Theory of
Capital, Hayek concentró sus esfuerzos en la cuestión metodológica, lo que,
probablemente, sucedió porque los resultados de la obra acerca del capital no
le recompensaron su gran esfuerzo, pero también porque cada vez era más
consciente de que abordando los temas metodológicos podía poner de mani-
fiesto la debilidad teórica de sus críticos. De esta forma, abrió un frente de
ataque en el cual sus adversarios se encontraron en posición de manifiesta
inferioridad. Entre 1941 y 1944, publicó en Economica, en distintos ensa-
yos, lo que en 1952 sería The Counter-Revolution of Science. Studies on the
Abuse of Reason, y el mismo año aparecería su obra The Sensory Order.
En 1945 entregó a la prensa «Individualism: True and False» y «The Use of
Knowledge in Society»; y en 1946 pronunció en Princeton su conferencia
sobre «The Meaning of Competition». Estos trabajos se integraron luego en
su libro Individualism and Economic Order.
La aparición de estos trabajos pareció entonces «excéntrica» a los obser-
vadores externos.31 Pero no hay ninguna excentricidad en la dirección de la
marcha que había emprendido Hayek. El utilitarismo en sentido estricto había
excluido de los estudios económicos en Gran Bretaña y en otros muchos paí-
ses la tradición evolucionista de Mandeville, Hume y Smith. Así pues, lo que
imperaba era el psicologismo.32 Se atribuía al sujeto el conocimiento de los

31. Si se añade que en 1944 vio la luz The Road to Serfdom (Camino de servidumbre) parece
completamente adecuado pensar en el estupor del «economista medio anglosajón».
32. A la luz de cuanto se dice en el texto, las expresiones «economía clásica» y «economía neoclá-
sica» aparecen ampliamente desencaminadas. Dentro de la una y de la otra hay dos tradiciones con-
flictivas: la evolucionista y la utilitarista en sentido estricto. No puede ponerse sobre el mismo plano
a Mandeville, Hume y Smith con Bentham, Ricardo y John Stuart Mill, de la misma forma que la Es-
cuela Austriaca de Economía no puede asimilarse a Jevons y Walras… Véase Infantino (2010), pp. 159-
177. Debe todavía recordarse lo que escribió Russell (1956, p. 118): «Es más bien sorprendente que
Mill haya sido influido tan poco por Darwin y la teoría de la evolución, lo que es tanto más curioso
si se piensa que él cita frecuentemente a Herbert Spencer. Parece que Mill haya aceptado la teoría
darwiniana, pero sin llegar a ser consciente de sus implicaciones. En el capítulo sobre la ”clasificación”
de su System of Logic, habla de las “especies naturales” de una forma completamente predarwiniana,
y claramente sugiere que las especies reconocidas de los animales y de las plantas son infimae species,

18
P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

«datos relevantes». Es decir, que el sujeto habría debido volver su atención


exclusivamente a la utilidad del acto, sin preocuparse del proceso social, de
su incertidumbre, de las consecuencias no intencionadas para las que ha nacido
el estudio de las ciencias sociales. Tal universo es el triunfo del «pragmatis-
mo superficial», un tema que había sido objeto de una atención muy espe-
cial por parte de Menger.
Y no solo eso. Atribuir al sujeto el conocimiento de «los datos relevan-
tes» equivale a reconocerle, si no la omnisciencia «en sentido estricto», la po-
sesión de todo lo que hay que conocer para los fines de las decisiones.33 Pero
suponer que todos sepamos todo no resuelve nada.34 Es como pensar que se
pueda sustituir la omnisciencia de un ser superior por la omnisciencia de
cada ser humano, lo que solo puede dar lugar al naufragio. Si, de hecho, deci-
mos que «todos saben todo», negamos la condición de ignorancia y falibili-
dad. El hombre ya no tendría necesidad de tratar de conocer. Se presupone
el orden social mismo: allí, donde «todos saben todo», no se plantea el pro-
blema de la compatibilidad de las acciones. Cada uno sabe exactamente qué
es lo que puede hacer y no hacer. La existencia misma del «conjunto de nor-
mas que llamamos moral y derecho» se convierte en superflua.35
Y, en todo caso, si no se da cuenta de ello, se puede llegar a la nefasta con-
clusión de que los hombres tengan el conocimiento para modelar y remode-
lar a su propio placer las instituciones sociales. La utilidad de los actos preva-
lece sobre la utilidad de las reglas, el «gobierno de los hombres» prevalece
sobre el «gobierno de la ley» y puede, además, conducir a una imprudente
ilusión. Si retenemos que la dimensión económica de la vida venga generada

en el sentido escolástico de la expresión, si bien el libro de Darwin sobre el origen de las especies de-
muestra que este punto de vista es insostenible. Era natural que la primera edición de System, apare-
cida en 1843, no pudiese tomar en consideración la teoría de la evolución, pero es extraño que en las
sucesivas ediciones no se haya hecho ninguna modificación». Russell (ibíd.) añadió: «No pienso que
él haya nunca concebido [Mill], ni siquiera imaginariamente, al hombre como un animal entre los
demás, ni se haya sustraído nunca a la creencia del siglo XVII que ve al hombre como un ser funda-
mentalmente racional».
33. Hayek (1949a), p. 46.
34. Hayek (1949c), p. 95.
35. Así lo dirá más tarde Hayek (1979), vol. II, pp. 28 y ss. Véase en Infantino (2013, pp. 169-197)
un extenso tratamiento de tal punto.

19
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

por el «deseo de riqueza», podemos súbitamente llegar a la conclusión de


que es posible liberarse definitivamente de los intereses y del egoísmo. Como
había augurado Marshall, es suficiente instaurar la «virtud», lo que nos lleva
sobre una pendiente peligrosamente platónica.
Hayek fue en una dirección completamente distinta, que le ayudó a
comprender que la mente no puede programar su crecimiento ni tampoco
el desarrollo de la civilización. La única cosa a la que podemos aferrarnos es
a la cooperación voluntaria, el proceso social. Nos encontramos (…) frente
a un problema de división del conocimiento, que es de importancia total-
mente análoga, o al menos tan importante como el de la división del trabajo.
No obstante, a diferencia de este último, que siempre ha representado uno
de los principales temas de investigación desde el comienzo de nuestra cien-
cia, se ha pasado totalmente por alto el de la división del conocimiento, a
pesar de lo cual me parece que ello constituye el problema verdaderamente
central de la economía en cuanto ciencia social.36
Es la recuperación de la idea smithiana de la dispersión del conocimiento
dentro de la sociedad, sobre la que Hayek escribió: una «breve reflexión puede
mostrar que existe, sin duda, un cuerpo de conocimientos muy importan-
tes, pero no organizados, que no pueden considerarse científicos, en el sentido
del conocimiento de las leyes generales: me refiero a los conocimientos de
las circunstancias particulares de tiempo y lugar. Precisamente respecto a
este tipo de conocimientos es donde todo individuo se encuentra, en la prác-
tica, en una situación de ventaja frente a todos los demás, desde el momento
que posee informaciones únicas que puede utilizar para beneficiarse, pero
solo si las decisiones que las condicionan le son confiadas o se llevan a cabo
con su cooperación activa».37
De ello se sigue que «cada individuo» no conoce «instantáneamente» «cada
suceso».38 No se puede dar por sabido lo que en su lugar debe ser «descubier-
to». La competencia sirve a tal fin. «El verdadero problema no es el de veri-
ficar si es posible obtener mercancías dadas y servicios dados a costes margi-
nales dados, sino el de identificar qué mercancías y qué servicios están en

36. Hayek (1949a), p. 50.


37. Hayek (1949b), p. 80.
38. Hayek (1949a), p. 46.

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P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

situación de satisfacer las necesidades de la gente de la forma más económi-


ca posible. Desde tal punto de vista, la solución del problema económico de la
sociedad es siempre un viaje exploratorio en lo desconocido, un intento de des-
cubrir nuevos modos de hacer las cosas de una manera mejor de la que se ve-
nían haciendo anteriormente. Y será siempre así mientras haya problemas
económicos a resolver, porque todos los problemas económicos surgen a causa
de cambios imprevistos que requieren alguna adaptación. Solo lo que no hemos
previsto y para lo que no estamos preparados requiere nuevas decisiones».39
La competencia no es, pues, una situación en la que «todos saben todo»,
sino un proceso social a través del que seres ignorantes y falibles, movilizan-
do y poniendo de manifiesto los conocimientos dispersos dentro de la so-
ciedad, tratan de descubrir soluciones y de corregir sus errores.40 Un abismo
infranqueable emerge de tal forma entre el sujeto de la tradición evolucio-
nista y el de la tradición utilitarista en sentido estricto.41 He aquí por qué
Hayek juzgó verdadero el individualismo surgido de la primera tradición y
falso el surgido de la segunda. Es la contraposición entre el proceso social y
el psicologismo, o, en una acepción más extensa, entre cuantos reconocen
que las reglas y las instituciones son el resultado de una lenta evolución y
los que en su lugar consideran que la realidad pueda ser una proyección de
nuestros deseos o pueda ser libremente plasmada y vuelta a plasmar. Y, sin
embargo, «si los fenómenos sociales no mostraran ningún otro orden excepto
en el caso de que fueran conscientemente planeados, no habría lugar para
las ciencias sociales teóricas y solo existirían, como con frecuencia se aduce,
problemas concernientes a la psicología. Solo se presenta un problema que
requiere explicación teórica cuando surge una especie de orden no planeado
como resultado de las acciones individuales».42

39. Hayek (1949c), pp. 100-101.


40. No es casualidad que Hayek (1949a, p. 46) haya visto en el homo oeconomicus algo que de-
bería avergonzar a los economistas.
41. Hayek (1978) vio más tarde en la competencia un «procedimiento de descubrimiento» y tam-
bién afirmó que si se «supiese realmente todo lo que la teoría económica llama los datos, la compe-
tencia sería, sin duda, un método altamente antieconómico para garantizar la adaptación a estos he-
chos». Véase edición española de 2007, p. 227.
42. Infra, p. 169 (Parte 1). El problema del individualismo verdadero y del individualismo falso tam-
bién fue percibido por Ortega y Gasset (1966, pp. 117-130). Bajo la denominación de individualismo

21
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

4. El colectivismo metodológico

La libertad individual de elección no se pone en peligro solamente por el falso


individualismo, sino también por la reafirmación del colectivismo metodo-
lógico, por el resurgimiento del «punto de vista privilegiado sobre el mundo».
Por medio de su «contrarrevolución» de la ciencia, Hayek venía a centrar toda
su atención en ese conjunto de ideas que constituyen el positivismo fran-
cés. Aquí no es posible seguir por completo su itinerario, basta con analizar
la postura de Auguste Comte, el hombre que acuñó el nombre de la socio-
logía y llegó a escribir: «El hombre propiamente dicho no existe, no puede
existir más que la humanidad, ya que todo nuestro desarrollo se debe a la
sociedad, bajo cualquier aspecto que se lo considere».43
Se puede estar de acuerdo en el hecho de que para humanizar al hombre
haya habido la necesidad de actuar socialmente, pero no es la humanidad la
que actúa, solo los hombres actúan, interactúan y crean, de manera no in-
tencionada, el universo social. Ni siquiera Comte ha podido negarlo. He aquí
por qué se vio obligado a volver a poner en juego «el hombre propiamente
dicho», identificado con los «hombres de ciencia» que, «por la clase de capa-
cidad que desarrollan y su cultura intelectual, son los únicos competentes»
para «reorganizar la sociedad».44 A ellos Comte les ha asignado el privilegio
de actuar por cuenta de la humanidad y de esa forma ha reintroducido el Le-
gislador Omnisciente, al que concierne prescribir los contenidos de la acción
de los hombres individuales, «unir en un haz y dirigir hacia un fin común to-
das las actividades individuales».45

falso hay que situar, además del utilitarismo en sentido estricto, también las teorías contractualistas,
que niegan, de hecho, que el hombre sea a nativitate un ser social, y hacen de la sociedad algo que los
humanos han construido de manera intencionada. La sociedad tiene un inicio.
43. Comte (1970b), p. 74.
44. Comte (1970a), p. 76.
45. Ibíd., p. 72. La idea comtiana de «unir en un haz» las actividades individuales sintoniza con
la propuesta durkheimiana de hacer del Estado «la unión entre las diversas relaciones industriales
y comerciales, en las que consistiría el sensorium commune» (Durkheim, 1973, p. 210). Esto está,
obviamente, en contraste con la crítica dirigida por el mismo Durkheim al Gran Legislador, con-
siderado una verdadera y propia «superstición» e incompatible con el nacimiento de las ciencias so-
ciales.

22
P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

Comte no fue el único en querer reintroducir el «punto de vista privile-


giado sobre el mundo». El denominador común de todas las tentativas del
género es «la presunción» de que la razón consciente de cualquier minoría
«es capaz de abarcar todos los fines y todo el conocimiento de la sociedad o
de la humanidad».46 Se trata, pues, de la atribución del monopolio de la verdad
a algún grupo privilegiado, lo que tiene lugar a través de la subrepticia trans-
formación de un concepto colectivo en una entidad separada y autónoma,
respecto a las cosas que están representadas sintéticamente. Como subrayó
oportunamente Max Weber, tenemos necesidad de una «estenografía» que
nos consienta comunicarnos más fácilmente.47 Los conceptos colectivos son,
por tanto, estenogramas que facilitan nuestro trabajo. Sin embargo, si los
hipostatizamos, se convierten en «una realidad» verdadera y propia que sub-
siste detrás del fluir de los fenómenos, es decir, como fuerzas reales que se
manifiestan en la historia».48
Se cae, en tal caso, en un «flagrante error de duplicación de la realidad»,
porque a los hombres que actúan se añaden los conceptos reificados, que se
convierten en entidades dotadas de vida separada y autónoma.49 Ya no se con-
sidera a las acciones de las personas individuales como causas de los fenóme-
nos sociales, sino como consecuencias producidas por la intervención de las
«fuerzas» creadas por medio de la reificación de los conceptos colectivos. O
sea: los conceptos reificados actúan como auténticos sujetos y se convierten
en una «causa histórica desdoblada de los acontecimientos y que crea los acon-
tecimientos mismos».50
Veamos lo que sucede con la palabra «sociedad». La utilizamos para indi-
car sintéticamente la cooperación social, una dinámica creada por las acciones

46. Infra, p. 235 (Parte 1).


47. Weber (1974), p. 113.
48. Ibíd., p. 114. Obviamente, si se tiene en cuenta la disputa entre Carl Menger y Gustav Schmoller,
la postura metodológica de Weber se hace más clara. Sin embargo, reconociéndose entre los «descen-
dientes» de la Escuela histórica alemana de la Economía, Weber abandonó el frente del «venerado
maestro» Schmoller e hizo propia la lección de Menger. Sobre tal punto, véase Infantino (2000), pp.
151-193.
49. Böhm-Bawerk (1968), p. 41. Véase también Menger (1883, edición española de 2006), pp.
161 y ss.
50. Utilizo aquí una expresión de Salvemini (1964), pp. 2-3.

23
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de los individuos. Sin embargo, si reificamos la palabra, la sociedad se con-


vierte en una entidad separada y autónoma, un sujeto en gran escala; y ya
no son las acciones humanas las que dan vida a la sociedad, sino esta la que
da vida a las acciones humanas. Se verifica una inversión de la relación de
causa y efecto. Y no solo eso. Tal reificación lleva a pensar que exista un
«punto de vista de la sociedad», diferente del de los actores individuales y
de rango superior. Dado que, sin embargo, los únicos que actúan son los
individuos, se presenta puntualmente, como en el caso de Comte, la exigen-
cia de conferir a un grupo privilegiado la representación de la entidad co-
lectiva.
Fuertemente influenciado por los moralistas escoceses, Benjamin Constant
ya se había dado cuenta de ello. De hecho, había afirmado: «La acción creada
en nombre de todos es necesariamente, nos plazca o no, la acción de un solo
individuo o de unos pocos».51 Nos encontramos aquí en una situación (el
monopolio de la verdad, que es la negación de la condición de ignorancia y
de falibilidad) en la cual no hay ningún proceso abierto a la exploración de
lo ignoto y a la corrección de los errores. La realidad no es una «construcción
social».52 Está unideterminada por aquella única persona o aquellas pocas
personas que representan el «punto de vista de la sociedad». La vida colecti-
va debe rebajarse al nivel de su capacidad y debe obedecer las exigencias del
poder ejercido por ella. Se vive en un mundo completamente diferente del que
se establecería a través de una libre movilización de los conocimientos y de
los recursos. La que se afirma es una realidad contrahecha y que, a pesar de
ello, es la única que tiene valor: porque es la categórica exclusión de cualquier
punto de vista opuesto.53
He aquí por qué Hayek escribió justamente: «De este modo, resulta que
en la práctica es el teórico colectivista quien ensalza la razón individual y exi-
ge que todas las fuerzas de la sociedad se sometan a la dirección de una sola
mente genial, mientras que es el teórico individualista quien reconoce el li-
mitado poder de la razón individual y, en consecuencia, defiende la libertad
como medio para el completo desarrollo de las fuerzas generadas por el pro-

51. Constant (1872), pp. 10-11.


52. Utilizo aquí la conocida expresión de Berger y Luckmann (1966).
53. Véase más extensamente Infantino (2013), pp. 124-126.

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P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

ceso interpersonal».54 Ello significa que el verdadero individualismo es una


manifestación de «humildad», mientras que el colectivismo es una forma
aristocrática de presunción.
Como Hayek observó, los errores se transforman a veces en «dogmas»,
porque los comparten las corrientes culturales en sus polémicas entre ellas
acerca de otras cuestiones.55 El rechazo del orden no intencionado no ha per-
tenecido exclusivamente al positivismo de Comte, sino que ha alimentado
también el idealismo de Hegel. Estos veían en el individuo a la «persona abs-
tracta», incapaz de dominar las «potencias espirituales que, desencadena-
das como esencias elementales en salvaje desenfreno, se mueven locamente
una contra la otra, presas de una furia de destrucción».56 En 1824, Gustave
D’Eichthal, discípulo de Comte, después de haber seguido las lecciones de
este último, escribió al propio maestro: «Se da una maravillosa coincidencia
entre vuestras conclusiones, si bien los principios son diferentes, al menos
en apariencia (…), la identidad de conclusiones se produce también en los
principios prácticos, ya que Hegel es un defensor de los gobiernos, es decir,
enemigo de los liberales».57 D’Eichthal entregó una copia del Système de
politique positive a Hegel, que elogió la primera parte.58 A su vez, Comte de-
claró incluso que Hegel le parecía «el hombre más adecuado para propagar
la filosofía positiva en Alemania».59
Hayek comentó este hecho en los siguientes términos: «Aunque Comte
era veintiocho años más joven que Hegel, muy bien podemos considerar-
los contemporáneos a todos los efectos, por lo que estaría plenamente justi-
ficado reconocer tanto la posibilidad de una influencia de Comte sobre Hegel,

54. Infra, p. 228. (Parte 1). El psicologismo de la tradición utilitarista y el colectivismo metodo-
lógico ven, pues, en las instituciones una proyección de los proyectos individuales. Es un hecho que
los utilitaristas declaran abiertamente y que los colectivistas enmascaran. Los unos y los otros caen,
de tal forma, en el historicismo, en la pretensión de introducir el telos en la historia, de «avanzar profe-
cías de carácter histórico» y de utilizarlas en la actividad política. Véase Popper (1945, edición españo-
la de 2010), p. 309.
55. Infra, p. 397 (Parte 3).
56. Hegel (1973), vol. 2, p. 40.
57. Infra, p. 400 (Parte 3).
58. Ibíd.
59. Infra, p. 401 (Parte 3).

25
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

como la de Hegel sobre Comte».60 El vínculo podría parecer paradójico. El


mismo Hayek lo advirtió: «Lo curioso es que estas observaciones se han reali-
zado una y otra vez con un cierto aire de sorpresa y descubrimiento».61 Pero
las concordancias son mucho más profundas y (…) su influencia sobre las cien-
cias sociales ha sido mucho más importante de lo que hasta ahora se ha venido
creyendo,62 tal vez olvidando lo debido a Marx en la comparación de ambos.
Todos los que quieran afirmar, no importa desde qué postura, el mono-
polio de la verdad, el «punto de vista privilegiado sobre el mundo», son «ene-
migos de la sociedad abierta».

5. Una precisión

Cuanto precede puede facilitar la lectura de los textos que siguen, pero to-
davía hay que hacer una precisión. El lector verá que Hayek ha asignado a las
ciencias naturales y a las ciencias sociales un diferente estatus epistemológico.
Se trata de una postura heredada de Ludwig von Mises, que había sido fuer-
temente influido por los neokantianos de la Escuela de Baden.63 Como preci-
sa correctamente Bruce Caldwell, en su introducción, Karl R. Popper se detu-
vo en esta cuestión, manifestando su total acuerdo al confrontar lo que sostuvo
Hayek a propósito de las ciencias sociales, y mostró que el método adoptado
por las ciencias naturales no es, en absoluto, diferente.64 Y, debido a ello, reu-
niendo en un volumen algunos ensayos antes publicados en Economica, Hayek
añadió en el primer capítulo un párrafo en el que afirmó que «los métodos que
los científicos o los hombres fascinados por las ciencias naturales han tratado
tantas veces de aplicar forzadamente a las ciencias sociales no son siempre
necesariamente los que los verdaderos científicos emplearon en su propio cam-
po, sino más bien aquellos que ellos creyeron que habían empleado».65

60. Infra, p. 400 (Parte 3).


61. Infra, pp. 398-399 (Parte 3).
62. Infra, p. 399 (Parte 3).
63. Mises (1933).
64. Popper (1957, edición española de 1987), pp. 145 y ss.
65. Infra, pp. 137-138 (Parte 1).

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P R Ó L O G O A L A P R E S E N T E E D I C I Ó N E S PA Ñ O L A

Luego, en el prefacio a los Estudios de Filosofía, Política y Economía (1967),


Hayek reconoció abiertamente lo que se debía a Popper.66 Lo mismo había
hecho poco antes (agosto de 1966), escribiendo el prefacio a la edición italiana
de Counter-Revolution of Science.67 De esa forma se unifican las ciencias de
la naturaleza y las ciencias sociales. Las unas y las otras son el producto del
método hipotético-deductivo y subyacen a un común falibilismo. Con la agu-
deza que le era propia, Carl Menger había ya observado que, entre las cien-
cias sociales y las naturales, no «existe ninguna diferencia de principio».68 Es
una afirmación que Popper conocía bien.

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67. Hayek (1967b), pp. 5-8.
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LORENZO INFANTINO
Roma, Luiss Guido Carli, julio de 2015
(Libera Università Internazionale degli Studi Sociali Guido Carli)

29
PRÓLOGO
A LA EDICIÓN ORIGINAL
por BRUCE CALDWELL

Con gran placer, orgullo y alivio presento al lector el decimotercer volumen


de Las obras completas de F.A. Hayek. Por razones explicadas en la introduc-
ción del editor, Estudios sobre el abuso de la razón va de la mano con los en-
sayos encontrados en la obra de Hayek de 1952, La contrarrevolución de la
ciencia, junto con su famoso texto Individualismo: el verdadero y el falso.
Es obvio que uno debe sentir orgullo y placer al publicar una nueva edición
de estos textos tan importantes. ¡El alivio se debe a que sabe que ya no tendrá
que revisar más notas a pie de página!
Originalmente los ensayos «Cientismo y el estudio de la sociedad» y «La
contrarrevolución de la ciencia» aparecieron en la revista Economica durante
la Segunda Guerra Mundial. Con frecuencia, Hayek citaba fuentes france-
sas y alemanas, unas veces proporcionaba las traducciones, y otras no. De
vez en cuando había errores tipográficos, sobre todo en la ortografía de pala-
bras extranjeras. Cuando se recompusieron los textos para la edición de Free
Press de 1952, se colaron más errores. Por último, bien lejos de la cuestión
de los pasajes franceses y alemanes, el propio Hayek no siempre acertaba
con su método de citas. Cuando citaba a otros, la cita que proporcionaba era
a veces diferente de la que aparecía en el original. Otras veces, la referencia
que acompañaba a la cita era incorrecta en algún punto: por ejemplo, el nom-
bre del autor estaba mal escrito, o el número de volumen de una revista o
un número de página era incorrecto.
Dadas estas múltiples fuentes de errores, se siguieron estas directrices a
la hora de corregir el texto. Todos los errores en el texto se corrigieron sin
añadir ninguna nota. Todas las palabras mal escritas en los pasajes france-
ses y alemanes también se corrigieron sin notas, y cuando no había traduc-
ciones propuestas por Hayek, estas se proporcionaron para los pasajes ne-
cesarios.

31
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Cuando Hayek citaba a otros, cualquier error encontrado en la cita se co-


rrigió sin añadir notas. Se daba la excepción cuando Hayek hacía un cam-
bio pequeño para hacer que la cita cuadrara mejor con su envolvente prosa.
Si se daba la posibilidad de que una corrección del texto pudiera introducir
un cambio de significado, se añadía una nota al respecto. Las citas directas
de Hayek a otros se indicaron con el uso de comillas dobles. Hayek utilizaba
las comillas simples para enfatizar, y estas se han mantenido.
Por último, en las citas de Hayek, los errores en el título de un libro o una
revista se corrigieron sin añadir nota alguna. Sin embargo, para los errores
encontrados en el nombre de un autor, fechas, números de volumen en ar-
tículos de revistas y números de página, la corrección se indicó poniendo la
información correcta entre [corchetes].
Al principio del volumen se han añadido las organizaciones cuya ayuda
financiera han hecho posible la publicación de esta serie. En especial, me com-
place informar que la Fundación Pierre F. y Enid Goodrich ha conseguido,
junto con la editorial de la Universidad de Chicago, publicar ediciones en rús-
tica de ciertos volúmenes en la serie de Obras completas. El Liberty Fund es
conocido por producir volúmenes de calidad excepcional que se venden a pre-
cios increíblemente bajos, así que efectivamente estas son buenas noticias
tanto para la serie como para los lectores.
También me gustaría agradecer a las siguientes personas e instituciones
por dar permiso a reproducir o citar materiales sobre los que tenían derechos
de autor: el patrimonio de F.A. Hayek, por permitir citar correspondencia y
papeles inéditos; Stephen Kresge, por permitir citar transcripciones de en-
trevistas dirigidas por W.W. Bartley III con F.A. Hayek; la Universidad de
Chicago y las bibliotecas de la Universidad de Princeton, por permitir citar
materiales guardados en sus archivos; el Instituto Hoover de guerra, revolu-
ción y paz, por permitir citar materiales guardados en los archivos del Insti-
tuto Hoover y a los síndicos de la biblioteca de la Universidad de Cambridge,
por permitir citar la correspondencia de Lord Acton.
La revista inglesa sobre economía, Economica, publicó por primera vez
los ensayos de Hayek, «La contrarrevolución de la ciencia» y «Cientismo y
el estudio de la sociedad», en 1941 y 1942-1944, respectivamente. Las ver-
siones revisadas de dichos ensayos fueron publicadas por Free Press en 1952
en un volumen titulado La contrarrevolución de la ciencia: Estudios sobre el

32
P R Ó L O G O A L A E D I C I Ó N O R I G I NA L

abuso de la razón; estas versiones son la base del presente texto. Dedicamos
nuestro agradecimiento a Free Press por garantizar los derechos de publica-
ción de estos ensayos al patrimonio de F.A. Hayek.

Greensboro, Carolina del Norte (EE.UU.)

33
INTRODUCCIÓN
por BRUCE CALDWELL

El economista austriaco Friedrich A. Hayek llegó a la London School of


Economics como profesor invitado en otoño de 1931, y al año siguiente logró
una posición permanente en la cátedra Tooke de Ciencias Económicas y Es-
tadística. A partir de finales de 1933, trabajó ardua e intermitentemente en
un gran libro sobre teoría del capital, un trabajo que por fin se acercó a su fina-
lización en 1939. El 27 de agosto de ese mismo año, Hayek escribió una carta
a Fritz Machlup, un viejo amigo de sus días de universidad.1 Le habló de los
planes de su próximo gran proyecto de investigación, una amplia investiga-
ción histórica que incorporaría historia intelectual, metodología y un aná-
lisis de los problemas sociales, todos enfocados a proporcionar luz sobre las
consecuencias del socialismo:

Primero debería haber una serie de estudios de caso, cuyo punto de partida
serían ciertos problemas de metodología y, en especial, la relación entre el
método de la ciencia natural y los problemas sociales, lo que conduciría a los
principios científicos fundamentales de la política económica y, en último lu-
gar, a las consecuencias del socialismo. Esta serie formaría la base de una in-
vestigación histórica e intelectual sistemática de los principios fundamenta-
les del desarrollo social de los últimos cien años (de Saint-Simon a Hitler).2

1. Por aquel entonces, Machlup era profesor en la Universidad de Búfalo de Nueva York; él y
Hayek se habían escrito cartas con frecuencia durante la década de 1930 sobre el libro de teoría del
capital. Para más información, véase la introducción del editor en F.A. Hayek, The Pure Theory of Ca-
pital, ed. Lawrence H. White, vol. 12 (2007) en The Collected Works of F.A. Hayek (Chicago: University
of Chicago Press y Londres: Routledge), xviii-xxi. La correspondencia entre Machlup y Hayek ha sido
de gran valor para la reconstrucción de la evolución del proyecto del Abuso de la razón.
2. Es sollte zuerst eine Serie von Einzelstudien folgen, die von gewissen Problemen der Metho-
dologie und besonders den Beziehungen zwischen naturwissenschaftlicher Methode und sozialen
Problemen ausgehend über die wissenschaftlichen Grundlagen der Wirtschaftspolitik zu den Folgen
des Sozialismus hinführen würde und die Grundlage einer systematischen geistesgeschichtlichen

35
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La fecha de la carta es importante. Cuatro días antes, se había firmado el


pacto Ribbentrop-Mólotov de no agresión entre Alemania y la Unión So-
viética. Cinco días más tarde, Hitler invadió Polonia. El 3 de septiembre, In-
glaterra y Francia respondieron declarando la guerra a Alemania. La Segun-
da Guerra Mundial había comenzado.
La guerra bien podría haber parado en seco el gran proyecto de Hayek.
Una semana después de la declaración de Inglaterra, Hayek escribió un bo-
rrador de una carta dirigida al director general del Ministerio de Informa-
ción inglés, en la que se ofrecía al servicio de la guerra. Describiéndose a sí
mismo como «exaustriaco», profesor de universidad y alguien que había sido
«durante un tiempo» una persona inglesa (de hecho, había obtenido la na-
cionalidad el año anterior); era evidente que quería dejar bien claras su valía
y lealtad. Acompañando a la carta había un memorándum, «Notas sobre la
propaganda en Alemania», que contenía una variedad de sugerencias sobre
cómo lanzar una campaña eficaz de propaganda en los países germanoha-
blantes.3 Entre estas recomendaciones, se encontraba una iniciativa que bus-
caba demostrar al pueblo alemán, mediante el uso de fuentes alemanas, que
los principios de la democracia liberal, que ahora defendían Inglaterra y Fran-
cia, también los habían alabado en el pasado algunos de los grandes poetas
y autores alemanes, un hecho que había sido eficazmente eliminado de la
historia alemana desde la era de Bismarck.4 Evidentemente, imaginándose
desempeñando un papel en la propaganda, Hayek llegó a decir: «Si tal “ins-
trucción histórica” debe tener una oportunidad de éxito, es absolutamente

Untersuchung der Grundlagen der sozialen Entwicklung der letzten hundert Jahre (von Saint simon
zu Hitler) bilden sollte. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 27 de agosto de 1939, en los escri-
tos de Fritz Machlup, caja 43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover, Universidad de Stanford,
California.
3. El memorándum de Hayek se puede encontrar en los textos de Friedrich A. von Hayek, caja
61, carpeta 4, archivos del Instituto Hoover, Universidad de Stanford, California. También aparece
reproducido en el apéndice de este volumen.
4. En este contexto, sería interesante añadir los comentarios de Hayek en una entrevista, inédi-
ta, con W.W. Bartley III, con fecha «Verano de 1984, en St. Blasien»: «De pequeño, leía a Schiller y
a los amigos y el círculo de Goethe. Mi liberalismo se origina en los grandes poetas alemanes». Esta
y otras entrevistas inéditas citadas en la introducción del editor se utilizan con permiso del patrimo-
nio de Hayek y Stephen Kresge.

36
INTRODUCCIÓN

esencial que todas las referencias históricas se corrijan de forma tanto escru-
pulosa sino puntillosa».5
Hayek tuvo que esperar hasta diciembre para obtener la respuesta del Mi-
nisterio de Información. ¡Qué diferente podría haber sido su historia per-
sonal si el director general hubiese aceptado su oferta! Sin embargo, ese no
fue el caso, la carta del ministerio agradecía sus propuestas, pero no llegó a
solicitar su ayuda. En vez de trabajar para el gobierno como propagandista,
Hayek empezó a escribir el libro que había descrito a Machlup unos días antes
de que empezara la guerra.
Solo se terminaron algunas partes de ese grandioso proyecto. La «serie
de estudios de caso» sobre la metodología y el método científico aplicados a
los problemas sociales que Hayek había mencionado al principio acabaría con-
virtiéndose en su ensayo «Cientismo y el estudio de la sociedad». La parte de
historia intelectual nunca se completó: tan solo se publicó su estudio sobre
los orígenes del cientismo en Francia, bajo el título «La contrarrevolución
de la ciencia», además del artículo corto «Comte y Hegel». Hayek se distrajo,
primero con el crecimiento del ámbito del ensayo sobre el cientismo, y lue-
go por la decisión de transformar la última parte del proyecto, la parte sobre
«las consecuencias del socialismo», en un extenso libro aparte. El volumen
apareció en 1944, titulado Camino de servidumbre.
El libro más extenso de Hayek lleva el provocador título de Abuso de la
razón, título que se ha mantenido para la edición de Obras completas, con
las palabras «Estudios sobre» añadidas para enfatizar que el volumen origi-
nal previsto nunca se completó. Esta añadidura cuenta la historia de la ma-
yor obra de Hayek, sin completar. Documenta la secuencia en la que se crea-
ron los ensayos, explora algunos de los temas más importantes y examina
varios aspectos de la historia intelectual de Hayek, que podrían ayudar a ex-
plicar por qué dio aquellos argumentos. En las secciones finales, se ofrece una
breve evaluación de la aportación de Hayek, y se traza el significado del pro-
yecto del abuso de la razón para el posterior desarrollo de sus ideas.

5. Véase el apéndice en este volumen, p. 425.

37
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La creación de los ensayos

Los estudios de los que es resultado este libro desde el principio han estado
guiados por la convicción un tanto anticuada del autor de que son las ideas
humanas las que gobiernan el desarrollo de los asuntos humanos, y finalmen-
te, estos estudios la han confirmado.6

Unos diez meses después de la carta inicial, en junio de 1940, Hayek vol-
vió a escribir a Machlup sobre su nuevo trabajo. Su entusiasmo es transpa-
rente:

Es un tema excelente, de él se puede escribir un gran libro. Creo con firmeza


que he encontrado un planteamiento mediante el cual se puede ejercer una
gran influencia. Pero si seré capaz o no de escribir, por supuesto depende
no solo de si se sobrevive a esto o no, sino también del resultado final. Si
las cosas salen muy mal, seguramente no seré capaz de continuarlo aquí, y
como creo que es de gran importancia y es lo mejor que puedo hacer para
el futuro de la humanidad, entonces deberé intentar trasladar mis activida-
des a otro sitio. Como a largo plazo será difícil escribir sobre este tema, ya
he enviado copias del esbozo de la primera parte a Haberler y Lipmann [sic],7
como base de cualquier futura aplicación a una de las fundaciones para la fi-
nanciación, y adjunto otra copia a esta carta. Me temo que solo proporciona

6. Este aforismo y los siguientes se han extraído de las notas de Hayek sobre el proyecto, algu-
nas de las cuales deberían haber formado parte de un prefacio planeado para el libro, pero este nunca
fue escrito. Las notas pueden encontrarse en los textos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos del
Instituto Hoover.
7. Gottfried Haberler (1901-1995) era otro de sus amigos de los días de universidad, quien por
aquel entonces estaba en la facultad de la Universidad de Harvard. Hayek no debería haber escrito mal
el nombre del periodista y autor estadounidense, Walter Lippmann (1889-1974), dado que había asis-
tido a un coloquio en París el año anterior en el que se homenajeaba el libro de Lippmann, An Inquiry
into the Principles of the Good Society (Boston: Little, Brown, 1937). Las notas de algunos de los asis-
tentes al coloquio (por desgracia, no se conservaron las de Hayek) pueden encontrarse en Louis Rougier,
ed., Compte-rendu des séances du colloque Walter Lippmann (París: Éditions politiques, économiques
et sociologiques, Librarie de Médicis, 1938). El Coloquio Lippmann dio paso al establecimiento de un
centro de investigación en Francia dedicado al resurgimiento del liberalismo, que desapareció cuando
comenzó la guerra. Es plausible que considerara el libro como su propia contribución a la causa de la
defensa del liberalismo.

38
INTRODUCCIÓN

un esqueleto histórico aproximado, cuyo argumento principal debe desa-


rrollarse, pero ahora mismo no tengo el sosiego para desarrollar el esbozo
del argumento en sí en papel. Por supuesto, la segunda parte será una ela-
boración del argumento central de mi panfleto sobre la libertad y el sistema
económico.8

Con este pasaje queda claro que, además de estar entusiasmado, Hayek
creía que su proyecto era de vital importancia: para un hombre no muy dado
a la hipérbole, «lo mejor que puedo hacer para el futuro de la humanidad»
es sin duda alguna una expresión inesperada. Puede que la dramática elec-
ción de palabras reflejara su respuesta a los hechos recientes. La «guerra de
broma» acabó drásticamente el 10 de mayo de 1940, cuando Hitler invadió
Francia y Países Bajos. Hayek llevaba escribiendo solo tres semanas cuando
apenas la Fuerza Expedicionaria Británica y sus aliados habían evitado la ani-
quilación o captura en las playas de Dunkirk. Le preocupaba si podría sobre-
vivir a la guerra, y puede que incluso qué bando sería el ganador, y estaba
convencido de que su obra era la mejor manera de hacer una verdadera con-
tribución a la guerra.
El esbozo que adjuntó a la carta muestra que había establecido a dónde
quería llegar con el libro, hasta el punto de incluso desarrollar los títulos de
los dieciocho primeros capítulos. El subtítulo, así como el título de la primera
parte, revela el tema principal: el abuso y el declive de la razón causado por
el ensoberbecimiento, el orgullo del hombre por su habilidad en la razón, que
en la mente de Hayek se había intensificado por el rápido avance y el éxito
multitudinario de las ciencias naturales, y por el intento de aplicar los méto-
dos de la ciencia natural en las ciencias sociales. La carta también indica que
ya había decidido que la segunda parte del libro, que se titularía «La néme-
sis totalitaria», formara parte de la extensión de temas incluidos en el artícu-
lo de 1939, «La libertad y el sistema económico».9

8. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 21 de junio de 1940, en los escritos de Machlup, caja
43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover. El texto completo de la carta aparece reproducido en el
apéndice.
9. Había dos versiones de «La libertad y el sistema económico»; una publicada en 1938, y otra,
en 1939. Ambas aparecen reproducidas en F.A. Hayek, Socialism and War, ed. Bruce Caldwell, vol. 10
(1997) en The Collected Works of F.A. Hayek, capítulos 8 y 9.

39
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Esbozo inicial del libro

Hayek trabajó en el libro durante el verano de 1940, y enviaba copias de


los capítulos a Gottfried Haberler conforme los iba acabando. El 7 de septiem-
bre, comenzó el bombardeo en Londres. Como resultado, durante los bombar-
deos se evacuó por completo la London School of Economics a Peterhouse,
en Cambridge, y durante el siguiente año académico (1940-1941), Hayek pa-
saba tres noches a la semana en Cambridge, y las otras cuatro en su casa en
Londres, en la zona residencial de Hampstead Garden, mientras que desde

40
INTRODUCCIÓN

hacía mucho tiempo se había evacuado a toda su familia a la casa de campo


de Lionel Robbins. La carta de Hayek a Machlup del 13 de octubre de 1940
ofrece una pincelada de cómo era la vida en Londres, después entra en deta-
lles sobre el progreso del libro:

De hecho, he avanzado mucho más este verano que otras veces por las mis-
mas fechas. Después de acabar con la corrección de pruebas de mi gran obra
(ahora Macmillan está dudando sobre si publicarla, y está más que lista), he
completado cinco capítulos históricos de mi nuevo libro, y ahora estoy su-
mergido en los primeros capítulos teóricos, los más difíciles.10

Vemos aquí no solo el progreso de Hayek, sino también que la planifica-


ción del volumen estaba empezando a cambiar. Los «cinco capítulos históri-
cos», del capítulo dos al seis en el esbozo original, contenían la descripción de
Hayek de «La fase francesa», en los que detalla los orígenes del cientismo,
que él sitúa en la obra de Henri Saint-Simon, sus seguidores (los sansimonia-
nos) y el gran erudito Auguste Comte. Al año siguiente, Hayek publicó estos
capítulos, en los números de febrero, mayo y agosto de 1941 de la revista de
la London School of Economics, Economica, bajo el título «La contrarrevolu-
ción de la ciencia». Sin embargo, en vez de continuar con la parte histórica, Ha-
yek empezó a trabajar en el primer capítulo, que iba a titularse «Cientismo». El
otro único capítulo histórico que Hayek acabó era el primer capítulo de «La
fase alemana», titulado «Comte y Hegel», que finalmente se publicó en 1951.11
Tal y como sugiere la carta, el único capítulo que Hayek había previsto
para el cientismo se había ampliado, y estaba teniendo dificultades con el
tema. Le llevaría otros cuatro años terminar el ensayo: la primera parte apare-
ció en Economica en agosto de 1942; la segunda, en febrero de 1943 y la última,
en febrero de 1944. De esta forma, el único capítulo titulado «Cientismo» aca-
bó convirtiéndose en un gran ensayo de diez capítulos, «El cientismo y el es-
tudio de la sociedad».

10. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 13 de octubre de 1940, en los escritos de Machlup,
caja 43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover. El texto completo de la carta aparece reproducido
en el apéndice.
11. Al parecer, Hayek utilizó «Comte y Hegel» como conferencia inaugural en la Universidad de
Chicago.

41
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La extensión del ámbito y las dificultades inherentes del material en el


ensayo de «Cientismo» fueron en parte responsables de la tardanza, pero
esta también se debió a la decisión de Hayek de empezar a centrarse en otro
proyecto. Lo anunció en la carta a Machlup durante las vacaciones: lo empezó
en diciembre de 1940 en Cambridge (donde se encontraba Hayek por aquel
entonces, en las cámaras acorazadas de King’s College, y contaba con la ayuda
de John Maynard Keynes,) y lo acabó el Día de Año Nuevo de 1941 en Tintagel,
en la costa de Cornualles: «Ahora mismo lo que más me preocupa es una
exposición ampliada y, en cierto modo, más popular del tema de mi ensayo
La libertad y el sistema económico, que, si lo acabo, puede convertirse en un
volumen de seis peniques de Penguin».12 En verano, Hayek informó de que
una versión «mucho más ampliada» del panfleto estaba «convirtiéndose por
desgracia en un libro de total consistencia».13 Finalmente, en octubre de 1941,
Hayek anunció a Machlup que había decidido dedicar casi todo su tiempo
en lo que acabaría siendo Camino de servidumbre:

[El ensayo de «Cientismo»] ha avanzado bastante, pero por el momento ni


siquiera puedo continuar, porque he decidido que todas sus aplicaciones a nues-
tra época, que algún día conformarán el segundo volumen de El abuso de la
razón, son mucho más importantes. […]Si no se puede luchar contra los nazis,
al menos se debe luchar contra las ideas que provocan el nazismo; y aunque
las personas de buena fe, que son tan peligrosas, lo ignoren, el peligro que
emana de ellas no es el menos grave. Las personas más peligrosas que hay
aquí son un grupo de científicos socialistas; acabo de publicar un ataque es-
pecial contra ellos en Nature, el famoso semanario científico que en los últi-
mos años ha sido uno de los principales defensores de la «planificación».14

12. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 14 de diciembre de 1940/1 de enero de 1941, en los
escritos de Machlup, caja 43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover. El texto completo de la carta
aparece reproducido en el apéndice.
13. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 31 de julio de 1941, en los escritos de Machlup, caja
43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover.
14. Carta, de F.A. Hayek a Fritz Machlup, el 19 de octubre de 1941, en los escritos de Machlup,
caja 43, carpeta 15, archivos del Instituto Hoover. El texto completo de la carta aparece reproducido en
el apéndice. El artículo en Nature al que se refiere Hayek, titulado «Planificación, ciencia y libertad»,
se ha reimpreso en F.A. Hayek, Socialism and War, capítulo 10. Obtendremos más información sobre
estos científicos socialistas (en su mayoría, naturalistas) más adelante en esta introducción.

42
INTRODUCCIÓN

El cambio de parecer de Hayek es comprensible. Había empezado su gran


obra a la vez que Europa iba a la guerra. La propia civilización de Occidente
estaba en juego, y dado que el gobierno inglés no le permitía participar direc-
tamente, escribir un tratado sobre cómo había llegado el mundo a tal terri-
ble estado sería el aporte de Hayek a la guerra, lo mejor que podía hacer «para
el futuro de la humanidad». Dos años más tarde, las posibilidades de los alia-
dos brillaban más, pero acechaba un nuevo peligro. Hayek temía cada vez
más que el popular entusiasmo por la planificación, que había empezado a
crecer durante la guerra, afectara a la política de posguerra en Inglaterra.15
Se esperaba que Camino de servidumbre contrarrestara tales tendencias. Tra-
bajar en esta obra era su primera prioridad, incluso si eso significaba retra-
sar el tratamiento más académico de los orígenes históricos y la difusión final
de las doctrinas que, según estimaba, habían llevado al abuso y el declive de
la razón.
El presente volumen incluye un capítulo adicional, el famoso ensayo de
Hayek «Individualismo: el verdadero y el falso». Según su esbozo, la obra,
de dos volúmenes, debería haberse introducido junto con este ensayo, al que
Hayek había titulado en un principio «La humildad del individualismo». Así
pues, se ha introducido en su posición original correcta, y se ha etiquetado
como «preludio» a otros ensayos. No queda exactamente claro cuándo se es-
cribió «Individualismo: el verdadero y el falso», pero dado que en un princi-
pio consistió en un discurso presentado en Irlanda, en diciembre de 1945,
seguramente se completó en algún punto después de la publicación de los
ensayos de «Cientismo» y «Contrarrevolución».16

15. Para una descripción más detallada de la decisión de Hayek, véase la introducción del edi-
tor en F.A. Hayek, The Road to Serfdom: Text and Documents, ed. Bruce Caldwell, vol. 2 (2007) de
The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 9-15. Hayek expresó sus preocupaciones escuetamente en
una carta a Jacob Viner, en la que escribió: «A pesar de sentirme bastante optimista sobre la guerra,
no lo estoy en absoluto sobre la paz, o más bien, sobre el régimen económico que seguirá a la gue-
rra». Carta, de F.A. Hayek a Jacob Viner, el 1 de febrero de 1942, en los escritos de Jacob Viner, caja
13, carpeta 26, escritos sobre políticas públicas, Departamento de libros antiguos y colecciones espe-
ciales, biblioteca de la Universidad de Princeton, Princeton, NJ [Nueva Jersey].
16. Nunca podrá saberse con seguridad por qué eligió Hayek el título de «Individualismo: el ver-
dadero y el falso» para su obra. Dos títulos con los que posiblemente competía era: de Sidney Webb,
Socialism: True and False (Londres: The Fabian Society, 1894), una conferencia que presentó Webb

43
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Una vez acabó la guerra, Hayek comenzó un número diverso de proyec-


tos, entre ellos, escribir El orden sensorial, elaborar un volumen sobre la co-
rrespondencia entre John Stuart Mill y Harriet Taylor, organizar el primer
encuentro de la Sociedad Mont Pelerin y dejar la London School of Economics
por un nuevo trabajo en la Comisión de Pensamiento Social en la Universidad
de Chicago. En una carta de noviembre de 1948, en respuesta a la invitación
de John Nef para ir a Chicago, Hayek reiteró su plan de trabajar más en El
abuso de la razón.17 Pero en algún punto durante los siguientes años, al pare-
cer decidió abandonar el proyecto, ya que en 1952 publicó La contrarrevolu-
ción de la ciencia: Estudios sobre el abuso de la razón.18 El libro contenía todo
lo que había acabado del proyecto: «Cientismo», «La contrarrevolución de
la ciencia» y «Comte y Hegel». Los prefacios de Hayek a las ediciones de 1952
(inglesa) y 1959 (alemana) de este libro están incluidos en el apéndice del pre-
sente volumen.
Si bien se arrojaba luz a la historia de la creación de los ensayos, en reali-
dad estos se habían escrito en el orden inverso al que aparecen en este volu-
men: primero se completó «Contrarrevolución», seguidamente vino «Cien-
tismo» y después, «Individualismo: el verdadero y el falso». En el prefacio a
la edición alemana, Hayek comentó que para «el lector que tiene poco gus-
to por el debate abstracto», la descripción histórica introducida en «Con-
trarrevolución» facilita más la lectura que en «Cientismo», de forma que el
lector quizás prefiriera empezar con tal escrito primero.19

ante la Sociedad fabiana en 1894; de John Dewey, Individualism, Old and New (Nueva York: Minton,
Balch, and Co., 1930). Por otra parte, en relación con sus lectores irlandeses, también podría haber
respondido a los pasajes sobre el individualismo verdadero y falso que se encuentran en el escrito de
Oscar Wilde, «The Soul of Man under Socialism» [1891], reimpresión en The Writings of Oscar Wilde
(Nueva York: Wise, 1931), pp. 12-13.
17. Carta, de F.A. Hayek a John Nef, el 6 de noviembre de 1948, en los escritos de Hayek, caja
55, carpeta 1, archivos del Instituto Hoover.
18. F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason (Glencoe,
IL: Free Press, 1952; reimpresión, Indianápolis, IN [Indiana]: Liberty Press, 1979).
19. F.A. Hayek, prefacio a la edición alemana, en este volumen, pp. 447-448.

44
INTRODUCCIÓN

Temas principales del ensayo de «Cientismo»

Lo que hasta ahora había sido el mayor logro de la mente humana (las téc-
nicas de controlar las fuerzas de la naturaleza), aplicado a la sociedad, toda-
vía puede demostrar la causa de su destrucción.20

En efecto, el ensayo de «Cientismo» contiene cierto «debate abstracto»,


pero las líneas principales del argumento de Hayek son bastante directas. Ha-
yek empieza comentando que en el siglo XVIII, y a principios del XIX, aque-
llos que procuraron examinar los fenómenos económicos y sociales, en térmi-
nos científicos solían seguir métodos dictados por la materia que era objeto
de estudio. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XIX, el término «cien-
cia» se asociaba cada vez más con el triunfo de las ciencias físicas y biológi-
cas, con el rigor de sus métodos y la certeza de sus resultados. Gradualmente,
tuvo lugar un cambio en las ciencias sociales, conforme la «ambición por imi-
tar a la Ciencia en sus métodos más que en su espíritu» se iba convirtiendo
en un tema dominante.21 Hayek se refiere a esta «servil imitación del método
y el lenguaje de la Ciencia» como cientismo, o según el prejuicio cientista,
una actitud que él consideraba profundamente acientífica.22 El cientismo con-
lleva un prejuicio porque, antes incluso de considerar la naturaleza del área
de un sujeto, presume de conocer la mejor manera de estudiarla.
Así pues, el siguiente paso de Hayek es ofrecer una descripción de la reali-
dad social que deseamos entender. La labor de las ciencias sociales es, prin-
cipalmente, explicar la acción humana. Toda acción humana está basada en
las percepciones y creencias subjetivas de las personas, o lo que Hayek de-
nomina «opiniones». Al determinar estas opiniones las acciones que desea-
mos explicar, constituyen pues los «datos» de las ciencias sociales. Entonces,
¿qué podemos decir de ellas?
Primero, aunque cada uno sepa por introspección que las opiniones es-
tán al mando de sus propias acciones, las opiniones no son observables, solo

20. Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos del Instituto Hoover.
21. En este volumen, p. 136.
22. Ibíd., p. 139. Hayek escribió en una de las notas del proyecto: «Utilizo “cientista” porque desea
ser científico, pero no lo es». Véase en notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos
del Instituto Hoover.

45
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

lo son las acciones que siguen a las opiniones. Sin embargo, el hecho de que
seamos capaces de comunicarnos con otras personas en el mundo sugiere que
nuestras mentes operan de forma similar. A pesar de que las estructuras de
las mentes humanas puedan ser similares, los humanos tienen diferentes
creencias subjetivas: nuestro conocimiento «solo existe en la forma dispersa,
incompleta e inconsistente que aparece en muchas mentes individuales».23
Y mientras lo describe con la palabra «inconsistente», una mayor implicación
de la naturaleza subjetiva de las creencias indica que puedan ser falsas. Hayek
resume el argumento sobre la materia de estudio de las ciencias sociales con
las siguientes palabras:

Debemos partir de lo que los hombres piensan y quieren hacer: del hecho
de que los individuos que forman la sociedad tienen como guía de sus actos
una clasificación de cosas y eventos en concordancia con un sistema de per-
cepciones sensoriales y de conceptos que tiene una estructura común a todos
ellos que nosotros conocemos, porque también nosotros somos hombres; y
que el conocimiento concreto que posean los individuos será distinto en as-
pectos importantes. […] La sociedad tal y como la conocemos se ha desarro-
llado sobre la base de los conceptos y las ideas que la gente sostiene; por lo
que solo podemos identificar los fenómenos sociales en la medida en que es-
tos tengan un reflejo en la mente de los hombres.24

Dada esta descripción de la naturaleza de la realidad social, Hayek expone


el método apropiado para el estudio. En resumidas cuentas, la tarea del cien-
tista es demostrar cómo las opiniones constitutivas de los agentes indivi-
duales los llevan a crear, mediante sus actos, las estructuras más complejas
que forman el mundo social. Las estructuras más importantes son las que no
son intencionadas: regularidades analizadas que no son el resultado del dise-
ño de alguien. Tal y como hizo Carl Menger, Hayek llama al método por el

23. Ibíd., p. 156. Que nuestras creencias son subjetivas y nuestro conocimiento, disperso, es algo
que Hayek ya había afirmado por primera vez en «Economía y conocimiento». Véase F.A. Hayek,
«Economics and Knowledge», Economica, nueva serie, vol. 4, febrero de 1937, pp. 33-54, reimpre-
sión en F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948),
pp. 33-56. El ensayo aparecerá en el próximo volumen de Obras completas.
24. En este volumen, p. 162.

46
INTRODUCCIÓN

cual la interacción de los elementos individuales forman tales fenómenos


sociales de gran envergadura el método compositivo.25
Hayek ofrece un ejemplo simple de lo que quiere decir: la explicación de
cómo se forman los senderos. Antes de que se forme un sendero en un bosque,
cada individuo que lo atraviesa mientras viaja crea su propio camino. Pero
al cabo del tiempo, ciertos caminos se usan con más frecuencia y, finalmente,
todos empiezan a utilizar los mismos. Según Hayek, esta explicación tiene
poco que ver con nuestros poderes de observación, pero mucho que ver con
nuestro entendimiento de cómo actúan los seres humanos:

No es la observación del crecimiento de algún camino concreto, menos aún la


observación de muchos de ellos, de donde se deriva su fuerza argumental, sino
de nuestro conocimiento general de cómo nosotros y el resto de la gente nos
comportamos en una situación en la que sucesivos individuos tienen que en-
contrarse. […] Son los elementos constituyentes del conjunto de los fenóme-
nos los que nos son familiares a través de la experiencia diaria, pero no se debe
solo a una reflexión deliberada el que conozcamos los efectos necesarios que
se derivan de la combinación de esas acciones realizadas por un número elevado
de personas. «Entendemos» la forma en que se produce el resultado que obser-
vamos, aunque probablemente nunca estemos en condiciones de observar
todo el proceso o de predecir con exactitud sus evoluciones y resultados.26

Este sencillo ejemplo gana significado cuando se observa que muchos fe-
nómenos sociales y económicos son susceptibles a tipos similares de expli-
cación. En estos se incluyen tanto el tipo de composición de instituciones que
Menger había descrito, como el proceso que subyace bajo el funcionamiento
de los mercados:

Que el proceso tenga lugar durante un largo periodo de tiempo no influye


en nuestro argumento, como es el caso de la evolución del dinero o de la for-
mación del lenguaje. Tampoco importa que el proceso se repita una y otra vez,
como sucede en el caso de la formación de los precios o de la orientación de la
producción bajo la libre competencia.27

25. Ibíd., p. 168.


26. Ibíd., pp. 170-171.
27. Ibíd., p. 171.

47
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Mediante el uso del método compositivo para explicar cómo las acciones
individuales crean mayores procesos sociales, estructuras e instituciones, Ha-
yek pasa al papel principal del cientista social.
Hayek extrae una conclusión mucho más importante del argumento. Dado
el a veces extenso número de elementos cuyas interacciones crean estructu-
ras e instituciones sociales, el cientista social será en pocas ocasiones capaz de
predecir resultados precisos: uno puede describir con precisión cómo se for-
mará un sendero, sin embargo, lo normal es que no sea capaz de predecir su
posición exacta. Esto le lleva a distinguir entre las explicaciones que permi-
ten la predicción y aquellas que solo pueden describir el principio por el cual
se produce un fenómeno. Dada la naturaleza de nuestros materiales, las «ex-
plicaciones del principio» y «las predicciones cualitativas» suelen ser lo me-
jor que podemos hacer en las ciencias sociales.28 Hayek conservará y enfa-
tizará a lo largo de su vida esta conclusión fundamental sobre los límites de
las ciencias sociales.
Una vez dispuesto su planteamiento preferido, Hayek se centra en una
crítica a los diferentes planteamientos cientistas. Identifica tres tipos am-
plios de pensamiento cientista. Todos ellos aplican métodos que funcionan
en las ciencias naturales al objeto de estudio de las ciencias sociales, de for-
ma que niegan los aspectos básicos de los fenómenos que se estudian.
Así pues, aquellos que exigen un planteamiento más «objetivista» niegan
la naturaleza subjetiva de los datos de las ciencias sociales. Entre los parti-
darios de este planteamiento que Hayek identifica se encuentran: Auguste
Comte, quien menosprecia el uso de la introspección; behavioristas de dife-
rentes ramas, quienes quieren limitar su ciencia a la identificación de correla-
ciones entre estímulos observables y respuestas de conducta; fisicalistas como
el filósofo Otto Neurath, al que Hayek malinterpretó, diciendo que insistía
en que los términos de las teorías cientistas deberían referirse únicamente a
lo que podía observarse.29

28. Ibíd., pp. 171-172.


29. Ibíd., pp. 175-176. En las cartas con Hayek en 1945 (véase en los escritos de Hayek, caja 40,
carpeta 7, archivos del Instituto Hoover), Otto Neurath afirma que Hayek había tergiversado su ar-
gumento, una afirmación que han reiterado varios intérpretes. Véase, por ejemplo, John O’Neill,
«Ecological Economics and the Politics of Knowledge: The Debate between Hayek and Neurath»,

48
INTRODUCCIÓN

Aquellos que promocionan el «colectivismo» niegan que las ciencias so-


ciales deban partir de las opiniones de los seres humanos individuales, pre-
fieren entonces partir de las regularidades empíricas que existen a nivel de
los conjuntos, como la «economía» o la «sociedad». Mientras cita de nuevo
a Auguste Comte como delincuente principal, Hayek también rebate a aque-
llos que afirman que la colección de enormes cantidades de datos estadísti-
cos pueda ayudarnos a entender mejor las relaciones que se dan entre los fe-
nómenos sociales. A pesar de no dar nombres, parece que dirige sus comentarios
a individuos como el institucionalista estadounidense Wesley Clair Mitchell,
puede que incluso a John Maynard Keynes.30
Por último, aquellos que defienden el «historicismo» niegan que las cien-
cias sociales sean correctamente teóricas por naturaleza. Hayek trata dos va-
riantes del historicismo. Una ve la historia como la acumulación gradual de
estadísticas que, en última instancia, se utilizarán para describir generaliza-
ciones sobre la sociedad; normalmente, se asocia esta opinión con Gustav
Schmoller, líder de la nueva Escuela Histórica Alemana. Otra variante con-
siste en la búsqueda de leyes del desarrollo de la historia del ser humano.
En este ámbito, Hayek recoge varias teorías de estadios y filosofías de la histo-
ria, el «querido vicio» del siglo XIX, y entre los culpables se encuentran Hegel,
Comte, Marx («en especial, Marx») y, más tarde, Werner Sombart y Oswald
Spengler.31 Estos historicistas, al afirmar que diversas leyes determinan el
desarrollo de la historia, niegan la importancia del acto intencionado humano
en acontecimientos trascendentales; desde el punto de vista de Hayek, los
historicistas, al igual que los colectivistas, buscan regularidades y leyes a un
nivel erróneo.
En los últimos capítulos, Hayek detalla ciertas consecuencias perjudicia-
les de la cosmovisión cientista. Una es la incapacidad de sus defensores de

Cambridge Journal of Economics, vol. 28, 2004, pp. 431-447. Sobre el argumento que los intérpre-
tes de Neurath han revisado para dar coherencia a unos escritos de un pensador un tanto desorde-
nado, véase Bruce Caldwell, «Book Review: Elisabeth Nemeth, Stefan Schmitz, and Thomas Uebel,
eds., Otto Neurath’s Economics in Context», Journal of the History of Economic Thought, vol. 31,
diciembre de 2009, de próxima publicación.
30. Sobre Keynes, véanse, por ejemplo, los comentarios de Hayek sobre la «visión macroscópica»
en la p. 194.
31. Ibíd., pp. 212-213.

49
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

comprender la idea base de que «las acciones independientes de muchos hom-


bres pueden producir conjuntos coherentes, estructuras duraderas de rela-
ciones que cumplen importantes fines humanos sin que estas hayan sido
diseñadas conscientemente para ello».32 Aquellos que adoptan el punto de
vista cientista creen que si algo cumple un fin humano, debe haber sido dise-
ñado. Desde esta idea, no hay más que un pequeño paso hacia el todavía más
peligroso punto de vista de que poseemos la habilidad de reconvertir las ins-
tituciones sociales a voluntad. Todas esas opiniones sobrestiman el poder de
la razón humana.33 A modo de contraste, el «planteamiento individualista»
reconoce los límites de la mente humana:

El planteamiento individualista, consciente de las limitaciones intrínsecas de


la propia naturaleza de la mente individual, se propone demostrar que el hom-
bre en sociedad es capaz, utilizando los recursos que le proporciona el proce-
so social, de incrementar sus propios poderes con ayuda del conocimiento
implícito en ellos y de los cuales nunca es plenamente consciente. Este plan-
teamiento nos permite comprender que la única «razón» que puede, en todos
los aspectos, considerarse superior a la razón individual no existe al margen
del proceso interindividual en el que, con ayuda de medios impersonales, los
conocimientos de tantas generaciones del pasado y de tantos millones de hom-
bres de la generación actual se combinan e integran mutuamente, y que este
proceso es la única forma en que la totalidad del conocimiento humano pue-
de existir.34

La distinción entre el orgullo desmedido del planteamiento cientista y la


humildad del individualismo son un tema principal del ensayo de Hayek, «In-
dividualismo: el verdadero y el falso», y volverá a aparecer en los siguientes

32. Ibíd., p. 220.


33. Aunque ni Hegel ni Marx deban ser acusados de mantener tales opiniones, al menos algu-
nas de ellas las apoyaban los defensores de la variante del marxismo, el austromarxismo, con los que
Hayek se reunió en Viena; más información sobre este asunto a continuación. Tal y como se apunta
más adelante, en la nota 84, Hayek no podía soportar el pensamiento de Hegel y, deberíamos añadir,
le costaba mantener el temple cuando lo interpretaba. Al menos, Hayek tuvo el mérito de admitir
que «no pretendía entender a Hegel». Véase p. 403.
34. Ibíd., p. 235.

50
INTRODUCCIÓN

escritos como un contraste entre el racionalismo constructivista y la mane-


ra evolutiva de pensar.
Así pues, el cientismo apoya la omnipresente llamada a la planificación
en la sociedad moderna. Da paso al «punto de vista ingeniero», en el que to-
dos los problemas sociales se consideran idénticos a aquellos a los que se en-
frentan los ingenieros, así como a la confianza de que la planificación social
a gran escala puede triunfar. Para Hayek, el entusiasmo generalizado por una
variedad de formas de planificación económica revela l omnipresencia de la
mentalidad ingeniera, y no es más que una consecuencia natural de la hege-
monía estable del prejuicio cientista.
Puede observarse cómo Camino de servidumbre se ha convertido en el
sucesor natural de este argumento. Aquellos individuos de Occidente que
pidieron una profunda planificación estatal reconocieron que sería una he-
rramienta valiosa para el totalitarismo, tal y como dejaron claro los ejem-
plos de la Unión Soviética y diversos experimentos fascistas. Sin embargo,
para las democracias occidentales, se tenía la esperanza de que una forma
democrática de planificación también era posible, un sistema nuevo que
mantuviera al completo la libertad individual, al mismo tiempo que reme-
diara los fallos del sistema capitalista que tan manifiestos se habían hecho
en los años de la Gran depresión. El mensaje de Hayek en Camino de ser-
vidumbre era que tal sueño era una farsa, que un sistema de gobierno demo-
crático era incompatible con un sociedad socialista completamente plani-
ficada, que, tal y como dijo en 1944, «el socialismo solo puede ponerse en
práctica mediante aquello de lo que la mayoría de socialistas está en con-
tra».35 Así pues, la elección estaba bastante clara: si entonces se implemen-
taba con éxito la planificación socialista, se perderían tanto la libertad como
la democracia. Por supuesto, Hayek tenía la esperanza de que un reconstrui-
do sistema de gobierno democrático liberal proporcionara una alternativa
mucho mejor.

35. F.A. Hayek, The Road to Serfdom, p. 159.

51
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Las tesis de Hayek en el contexto de su época

… un número de experiencias y observaciones independientes que poco a


poco demostraron mantenerse unidas.36

Con el desarrollo de las tesis sobre el cientismo, Hayek respondía principal-


mente al entorno intelectual que experimentó en su llegada a Inglaterra en
la década de 1930. Además, el contenido específico de sus argumentos tam-
bién reflejaba su propio desarrollo personal e intelectual. Hayek creció con
la tradición de la Escuela Austriaca de Economía, que se había originado con
Carl Menger y que había ganado el reconocimiento internacional con la hege-
monía de Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser. A Hayek se le
instruyó bien en las particularidades del famoso Methodenstreit, o debate
sobre los métodos, que había tenido lugar entre los austriacos y los economis-
tas de la Escuela Histórica Alemana durante las generaciones que le habían
precedido. Siendo estudiante en la Universidad de Viena, tras finalizar la Pri-
mera Guerra Mundial, saboreó también una experiencia directa con el austro-
marxismo. Los austromarxistas, que recurrían con frecuencia a las ideas del
físico Ernst Mach, conjugaban la economía socialista con la filosofía positi-
vista de la ciencia, con la esperanza de aclarar lo que Karl Marx siempre había
asegurado haber descubierto: un socialismo científico de verdad. Al acabar
su segunda carrera, Hayek pasó quince meses en Estados Unidos, un viaje
que también cambió la forma en la que veía el mundo. Todas estas experien-
cias pondrían color en su respuesta a la situación en la que se encontró en
los años de entre guerras en Gran Bretaña.

El contexto austriaco: historicismo, socialismo y positivismo

¿Cuál era la naturaleza del debate metodológico entre la Escuela Austriaca


de Economía y sus rivales en Alemania? Básicamente, los economistas de la

36. Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos del Instituto Hoover. En esta
sección, relacionaré algunos de los enunciados en el esbozo de capítulos propuesto por Hayek con al-
gunas «experiencias y observaciones independientes» a las que hace referencia en esta nota.

52
INTRODUCCIÓN

Escuela Histórica Alemana rechazaron un planteamiento teórico de su obje-


to de estudio por ser, en el mejor de los casos, prematuro y, en el peor de los
casos, totalmente inapropiado. Teniendo en cuenta que cada país tiene su pro-
pia historia, con diferentes normas, instituciones y valores sociales que afec-
tan su curso de desarrollo, llegaron a la conclusión de que las teorías abstrac-
tas, originadas por David Ricardo y cuyos seguidores habían llevado hasta
el extremo, eran sencillamente una generalización desacertada proveniente
de la experiencia de una nación durante cierto período de su historia: Gran
Bretaña desde finales del siglo XVIII. Así pues, favorecieron el detallado estu-
dio del desarrollo de las instituciones económicas, sociales, culturales y éti-
cas de cada nación; este hecho arrojó luz sobre qué políticas eran las más
apropiadas. Algunos contaban con teorías de estadios del desarrollo, otros
instaban a la paciente colección de hechos, pero todos ridiculizaron la afirma-
ción de los economistas clásicos de haber descubierto una teoría universal
de economía.
Carl Menger estaba de acuerdo con la Escuela Histórica Alemana en que
la teoría específica del valor, respaldada por Ricardo y los clásicos ingleses
(de los cuales la mayoría apoyaban una variante de la teoría del coste de pro-
ducción), era incorrecta. Sin embargo, no estaba de acuerdo en que implica-
ba que no podría haber un planteamiento teórico sobre los fenómenos eco-
nómicos. En Principles of Economics, argumentaba que el número de prácticas
e instituciones económicas (en las que se incluían los orígenes del dinero y
el cambio, la formación de los precios y el desarrollo de numerosas estructu-
ras de mercado) se podría explicar como las consecuencias inintencionadas
de la acción humana intencionada. Los individuos, en la persecución de sus
propios intereses, no pretenden crear tales instituciones; estas surgen más
bien como no intencionadas, y en ese sentido, surgen también órdenes.37 El
líder de la nueva Escuela Histórica Alemana, Gustav Schmoller, al defender
el planteamiento teórico, interpretó el libro de Menger simplemente como
una continuación de los errores de Ricardo y otros clásicos. Los debates entre
las dos escuelas llevaron, finalmente, al Methodenstreit, y fue en este debate

37. Carl Menger, Principles of Economics, traducido por James Dingwall y Bert E. Hoselitz (Nue-
va York: New York University Press, 1976). Por supuesto, este tema es claramente visible en el en-
sayo de Hayek de «Cientismo».

53
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en el que la marca «Escuela Austriaca de Economía», que originalmente era


objeto de burla, fue acuñada por sus oponentes.
Al menos, en términos académicos, la batalla sobre los métodos la gana-
ron, en un principio, los economistas de la Escuela Histórica. Fue en parte así
porque los académicos de la Escuela Histórica también desempañaban el pa-
pel crucial de educar a aquellos que más tarde formarían parte de las filas
de la burocracia imperial alemana. Se trataba de la era del imperialismo, y
los líderes del Imperio alemán (cuya existencia se remonta desde 1871) es-
taban ansiosos por que el imperio pudiera competir eficazmente contra sus
rivales. Así pues, el profesorado tenía la tarea extra de ofrecer apoyo inte-
lectual en pro de las políticas favorecidas por el imperio, un papel que per-
mitió a varios académicos considerarse parte de «la escolta intelectual de
Hohenzollerns».38
Paradójicamente, a pesar de que Bismarck atacaba a los socialistas, su go-
bierno estaba adoptando muchos de sus programas, para preservar el orden
ante las amenazas tanto desde dentro (disturbios ente los trabajadores,
llamados «el problema social») como desde fuera. Su apoyo a estas políti-
cas específicas hicieron que los académicos conservadores de la Escuela His-
tórica Alemana fueran etiquetados como «los socialistas de la cátedra», nom-
brados así por un periodista liberal.
Desde la perspectiva de Hayek, se daba una consistencia desestabiliza-
dora entre las posiciones metodológicas y políticas que apoyaban los econo-
mistas de la Escuela Histórica. Al negar la eficacia de las teorías y al insis-
tir en que la historia propia de cada país dictaba las políticas apropiadas,
permitieron a los académicos una gran flexibilidad a la hora de escoger en-
tre las políticas que decidieron apoyar (y, por supuesto, era más que eviden-
te que decidirían apoyar aquellas políticas que mejor promovieran los inte-
reses del imperio). Los economistas de la Escuela Histórica también insistieron
en que el suyo era el único y verdadero planteamiento científico del estudio

38. Hayek, en su esbozo, se refería a ellos como la escolta espiritual, más que intelectual. La ex-
presión «escolta intelectual de Hohenzollerns» fue utilizada por el fisiólogo Emil du Bois-Reymond,
también rector de la Universidad de Berlín y presidente de la Academia Prusiana de las Ciencias, duran-
te un discurso en 1870. Véase Emil du Bois-Reymond, A Speech on the German War (Londres: Bentley,
1870), p. 31.

54
INTRODUCCIÓN

de los fenómenos sociales. Al considerar este hecho como una enorme de-
bilidad, Menger lanzó un ataque metodológico contra sus adversarios en el
Methodenstreit. Hayek siguió una estrategia similar en el proyecto del Abu-
so de la razón.
A principios de siglo, un nuevo adversario para los economistas austria-
cos, los austromarxistas, salieron en escena. Böhm-Bawerk y Wieser, la «se-
gunda generación» de economistas austriacos, eran partidarios del plantea-
miento marginalista para valorar la teoría, que se oponía por completo a la
teoría del valor del coste de producción de los clásicos. Un destacado defen-
sor de la variante de la teoría clásica era Karl Marx, cuya teoría del valor del
trabajo era el centro de la explicación del origen de la plusvalía, y un elemento
clave de la teoría de la explotación del proletariado. Así pues, la teoría del
valor marxista se convirtió en un objetivo natural para los austriacos. Tras
la devastadora crítica de Böhm-Bawerk en 1896 del tercer y último volumen
de Das Kapital, a los economistas austriacos se los consideró los críticos más
destacados del marxismo.39
Mientras Böhm-Bawerk y las críticas de otros de la teoría del valor mar-
xista provocaron que algunos socialistas abandonaran la teoría del valor del
trabajo, otros salieron en su defensa, entre ellos, los austromarxistas. Esto con-
dujo a un famoso debate en el seminario de economía de Böhm-Bawerk entre
Böhm-Bawerk y Otto Bauer, el líder joven y brillante de los austromarxis-
tas, quien llegó a liderar el Partido Socialdemócrata de Austria tras la guerra.
Entre otros participantes del seminario se encontraban el teórico marxista
Rudolf Hilferding, que había publicado él mismo una crítica de la posición
de Böhm-Bawerk sobre Marx, así como Joseph Schumpeter y Ludwig von
Mises.40 Tras participar en estos debates sobre el problema de transforma-
ción y la teoría del valor de Marx, los economistas austriacos se instruye-
ron exhaustivamente en los matices de la teoría marxista, y de hecho definie-
ron su propio planteamiento, al menos en parte en contraposición con esta.

39. Véase Eugen von Böhm-Bawerk, Karl Marx and the Close of his System (Londres: Fisher
Unwin, 1898), reimpresión en Karl Marx and the Close of his System/Böhm-Bawerk’s Criticism of
Marx, ed. Paul Sweezy (Nueva York: Kelley, 1949; reimpresión, 1975), pp. 3-118.
40. Véase Rudolf Hilferding, Böhm-Bawerk’s Criticism of Marx, en Karl Marx and the Close
of His System/ Böhm-Bawerk’s Criticism of Marx, pp. 121-196.

55
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Sin embargo, la crítica austriaca del socialismo iba, en última instancia,


mucho más allá de la crítica de la teoría del valor. Esto se debía en parte a otro
participante del seminario, Otto Neurath. En el seminario, Neurath propuso
la doctrina de la «economía de guerra», la idea de que la planificación central
masiva, que suele ser característica de una economía en guerra, debía exten-
derse a los tiempos de paz. Además, Neurath propuso que se debería abolir
el dinero, que los directores encargados de dirigir la economía debían confiar
entonces en el cálculo in natura, utilizando para ello un amplio organismo
de datos estadísticos sociales para planificar la producción y la distribución.
Al final de la guerra, muchos otros se unieron a Neurath para proponer es-
quemas de socialización alternativos para la reorganización de la sociedad,
aunque pocos eran tan radicales como él. Finalmente, estas propuestas provo-
caron que Ludwig von Mises escribiera un artículo y, más tarde, un libro sobre
el socialismo, empezando así el debate sobre cálculo socialista en alemán.41
La obra de Neurath también fortaleció la relación en la mente austriaca
entre el socialismo y el positivismo, pues en la década de 1920 se convirtió
en el «experto en ciencia social» del Círculo de Viena. Tal y como enfatiza una
reciente erudición, los primeros días del movimiento del positivismo lógico
contaba con un claro apunte político, en el que Neurath desempeñó un pa-
pel central. Al defender la unidad de la ciencia, por ejemplo, esperaba conse-
guir que todas las ciencias lo apoyaran para reconvertir la sociedad junto con
las líneas socialistas.42 También tenía claro el planteamiento adecuado de las
ciencias sociales: «De todos los intentos de crear una sociología fisicalista y
no metafísica estrictamente científica, el marxismo es la más completa».43 Así

41. Véase Ludwig von Mises, «Economic Calculation in the Socialist Commonwealth», tradu-
cido por S. Adler, en Collectivist Economic Planning, ed. F.A. Hayek (Londres: George Routledge and
Sons, 1935; reimpresión, Clifton, NJ: Kelley, 1975), pp. 87-130; Socialism: An Economic and Sociological
Analysis, traducido por J. Kahane (Londres: Cape, 1936; reimpresión, Indianápolis, IN [Indianápolis]:
Liberty Classics, 1981). Para más información sobre este episodio, véase la «Introducción» a F.A. Hayek,
Socialism and War, pp. 2-10. Hayek critica el cálculo in natura en el ensayo de «Cientismo»: véase
en este volumen, pp. 241-242.
42. Véanse los debates de Neurath en George A. Reisch, How the Cold War Transformed Philosophy
of Science: To the Icy Slopes of Logic (Cambridge: Cambridge University Press, 2005).
43. Otto Neurath, «Empirical Sociology: The Scientific Content of History and Political Economy»,
en Empiricism and Sociology, Marie Neurath y Robert S. Cohen, eds. (Dordrecht, Holanda: D. Reidel,
1973), p. 349.

56
INTRODUCCIÓN

pues, la filosofía positivista de la ciencia siempre estuvo alineada en las men-


tes de los economistas de la Escuela Austriaca con los políticos y los econo-
mistas socialistas.
Hayek estuvo expuesto al pensamiento positivista cuando era estudian-
te, e incluso al parecer consideró la idea de unirse al Círculo de Viena, pero
su exposición más intensa a los debates más relevantes sin duda alguna tu-
vieron lugar después de empezar a participar en el Círculo de Mises, es decir,
justo después de su vuelta de Estados Unidos, más información en adelante.
Su amigo de los días de estudiante, Felix Kaufmann, era miembro tanto del
Círculo de Mises como del Círculo de Viena, y puso al corriente a los miem-
bros del Círculo de Mises de las actividades del otro. A finales de la década
de 1920, Mises elaboró su propia respuesta a los positivistas, con la teoría
de la acción humana, de forma que se debatía en el seminario mucho más
sobre el positivismo lógico. A pesar de que al parecer Hayek nunca estuvo
cómodo con los fundamentos a priori que Mises adoptaba en su programa,
absorbió y apoyó el punto de vista de que los positivistas no eran más que
pretendientes al manto de la ciencia. Como su planteamiento radicalmente
empirista de la ciencia tenía mucho en común con el empirismo ingenuo de
los economistas de la Escuela Histórica Alemana, los argumentos en su con-
tra se decían con naturalidad en boca de cualquiera que hubiera sido instrui-
do en la tradición económica austriaca.
Para cuando Hayek entró en escena, el positivismo lógico estaba flore-
ciendo, pero la batalla entre la Escuela Austriaca y la Escuela Histórica Ale-
mana hacía mucho que había acabado. Schmoller murió durante la guerra,
y los economistas de la Escuela Histórica habían demostrado ser de poca ayu-
da durante el conflicto, y de mucha menos ayuda durante la hiperinflación
que le siguió. A ojos de muchos, todo su planteamiento estaba desacredita-
do. Sin embargo, en 1933, Hayek argumentó en su conferencia inaugural en
la London School of Economics, y en un memorándum que envió a William
Beveridge, director de la London School of Economics, que todavía se podía
palpar su influencia. ¿Cómo podía ser posible?

57
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La experiencia estadounidense de Hayek

Las experiencias de Hayek durante su viaje a Estados Unidos pueden ayu-


dar a dar una respuesta. Hayek partió a Estados Unidos en marzo de 1923,
y aunque iba armado con cartas de presentación de Joseph Schumpeter di-
rigidas a todos los economistas teóricos destacados de Estados Unidos, le de-
cepcionó lo que encontró.44 Se habían hecho muy pocos avances en la teo-
ría. El único economista del que todo el mundo hablaba era el único para el
que no tenía carta de presentación: Wesley Clair Mitchell.
Mitchell era discípulo del iconoclasta y peculiar economista Thorstein
Veblen y del filósofo pragmático John Dewey en la Universidad de Chica-
go. Figura dominante en el movimiento institucionalista estadounidense,
publicó en 1913 un importante tratado sobre los ciclos económicos.45 El plan-
teamiento de Mitchell sobre este tema era radicalmente empírico: más que
comenzar con una teoría del ciclo, reunió datos históricos sobre el ciclo eco-
nómico a lo largo de la historia de una amplia variedad de variables econó-
micas para comprobar qué tipo de patrones en el momento de sus amplitu-
des y tipos de cambio podían sucederse. Esta forma de planteamiento, a pesar
de evocar los de Schmoller y de los economistas de la Escuela Histórica Ale-
mana, era mucho más sistemática. Era también más útil: a diferencia de sus
homólogos alemanes, Mitchell había contribuido a la guerra como director
de la Sección de Precios del Consejo de Industrias de Guerra, donde fue testi-
go de primera mano de lo importante que podía ser el uso de datos estadís-
ticos en la planificación de la producción y la distribución de los materiales
de guerra. Como reformista progresivo, tenía la esperanza de que tales téc-
nicas científicas podrían serle útiles al gobierno para atacar los problemas
sociales del día.
Para cuando Hayek entró en escena, Mitchell era director de investigación
del recién fundado Departamento Nacional de Investigación Económica, así
como profesor en la Universidad de Columbia, convirtiéndose así en el foco

44. F.A. Hayek, «Introducción», en Money, Capital, and Fluctuations: Early Essays, ed. Roy
McCloughry (Chicago: University of Chicago Press, 1984), p. 2.
45. Wesley Clair Mitchell, Business Cycles (Berkeley, California: University of California Press,
1913).

58
INTRODUCCIÓN

del pensamiento institucionalista.46 Durante el año académico de 1923-1924,


impartía una clase llamada «Tipos de Teorías Económicas» los martes y los jue-
ves por la tarde. Como Hayek pasaba la mayor parte del tiempo en Nueva York,
decidió «colarse» en las clases de Mitchell; debió de ser una gran revelación.47
La clase difería de las clases estándar sobre historia del pensamiento eco-
nómico en dos importantes puntos. En primer lugar, el objetivo ambicioso
de Mitchell era aclarar cómo los cambios en todos los tipos de instituciones
(políticas, económicas, sociales y legales) afectaban tanto al tipo de teoría eco-
nómica desarrollada como a su recepción. Así, al explicar la aceptación de las
enseñanzas de Adam Smith, ilustró el cuadro de una comunidad que había
experimentado un periodo de paz relativa, uno que había hecho que desviara
su atención a mejorar su condición económica, uno en el que había más coope-
ración voluntaria en la búsqueda de iniciativas y menos interferencias del
gobierno en los temas que le concernían: en resumen, una comunidad que
estaba preparada para escuchar el mensaje de Smith.48 De forma similar, el
análisis de David Ricardo, usado para apoyar la revocación de las Corn Laws,
estaba dirigido a la clase emergente con capital, y promovía sus intereses.49

46. Entre los economistas de Columbia que apoyaban el institucionalismo se encontraban J.M.
Clark, Frederick C. Mills, Robert Hale, Paul Brissenden y Rexford Tugwell. Véase Malcolm Rutherford,
«Institutional Economics at Columbia University», History of Political Economy, vol. 36, primavera
de 2004, pp. 31-78.
47. Un estudiante recogió los apuntes de la clase del curso 1934-1935 mediante taquigrafía: véase
Wesley Clair Mitchell, Lecture Notes on Types of Economic Theory, 2 vols. (Nueva York: Augustus
M. Kelley, 1949); cf. Wesley Clair Mitchell, Types of Economic Theory: From Mercantilism to Institu-
tionalism, ed. Joseph Dorfman, 2 vols. (Nueva York: Kelley, 1967-1969). La edición de Dorfman cuenta
con una gran cantidad de material adicional (programas del curso, notas de otras versiones de la cla-
se, etc.), así que es más completa, pero estas añadiduras también hacen que sea más difícil seguir la
narrativa de Mitchell. He utilizado las notas del curso 1934-1935 como base de mis comentarios en
el texto. Evidentemente, puede que haya habido algunas alteraciones en el énfasis de las clases del
mencionado curso en comparación con aquellas a las que Hayek acudió, en el curso de 1923-1924,
aunque tal y como señala Rutherford, en «Institutional Economics at Columbia University», p. 64,
las opiniones expresadas por Mitchell debieron modificarse un poco, si eso, en la década de 1930.
48. Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, pp. 58-59.
49. Ibíd., pp. 178-179. Mitchell hizo un importante apunte, y es que si se consideran las tres cla-
ses de Ricardo, como ni los patrones ni los trabajadores leen mucho, ¡solo quedan los capitalistas como
público!

59
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La idea de que las instituciones sociales y la fase del desarrollo de un país


ayudan a determinar qué teorías se aceptan tenía una clara relación con la
afirmación de la Escuela Histórica de que la fase del desarrollo de una nación
determina qué políticas económicas se deben adoptar.
Otra característica extraña de las clases era el enfoque crítico de Mitchell
sobre las «teorías de la naturaleza humana» de los economistas clásicos.50 Las
ideas de Jeremy Bentham se distinguían por su escrutinio intensivo. Bentham
defendía el utilitarismo, y era líder de los Filósofos Radicales, un grupo que
utilizaba el análisis utilitarista para exigir todo tipo de reformas: políticas,
legales, educativas e incluso penales. Mitchell admiraba el fervor de Bentham
por las reformas, y alababa, por ejemplo, sus críticas en Fragments on Go-
vernment de Commentaries on the Laws of England, del jurista Sir William
Blackstone.51 Al mismo tiempo, Mitchell criticaba con dureza la teoría im-
plícita de la naturaleza humana de Bentham que, basada en fundamentos
psicológicos y hedonistas, representaba a los humanos como criaturas calcu-
ladoras que constantemente intentan considerar los costes y beneficios de
sus actos. No siempre salían victoriosos, pero la psicología asociacionista que
Bentham también defendía sugería que se podía enseñar a los humanos a ha-
cer mejores asociaciones: de ahí las posibilidades de la reforma educativa y

50. En un principio, Mitchell tituló su clase «Historia del Pensamiento Económico y la Psicolo-
gía Económica». Describió el objetivo de la clase en una carta de 1912 (es decir, cuando la estaba desa-
rrollando por primera vez) de la siguiente manera: «Primero, lo que estoy intentando es estudiar las
características de las suposiciones psicológicas, tácita o explícitamente presentes en todos los escri-
tos sobre economía, y observar hasta qué punto se saltan las normas con lo que realmente sabemos
sobre las características de la actividad del ser humano». Lucy Sprague Mitchell, Two Lives: The Story
of Wesley Clair Mitchell and Myself (Nueva York: Simon and Schuster, 1952), p. 234; cf. p. 164.
51. Mientras Blackstone ensalzaba las virtudes de la constitución inglesa, Bentham la considera-
ba, junto con la tradición del derecho consuetudinario, un obstáculo en el camino de las reformas. La
antipatía de Mitchell hacia las opiniones de Blackstone era evidente cuando afirmaba que «Blackstone
era un hombre que adoraba la constitución inglesa con tal idolatría que ningún abogado estadouni-
dense podía exceder cuando contemplaba nuestro propio instrumento fundamental del gobierno», en
Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, p. 92. Mitchell había sido compañero de Charles Beard en la New School
entre 1919 y 1922, por lo que estaba al corriente, aunque sin defenderlo, del argumento de Beard en
An Economic Interpretation of the Constitution of the United States (Nueva York: Macmillan, 1913),
según el cual el objetivo principal de los fundadores, en la creación de la constitución estadounidense,
era proteger los intereses sobre la propiedad de las clases altas.

60
INTRODUCCIÓN

penal.52 Mitchell concluyó que los Filósofos Radicales tuvieron éxito en im-
pulsar ciertas reformas no por sus teorías de la naturaleza humana (que, se-
gún él eran incorrectas), sino porque sus ideas combinaban muy bien con los
tipos de cambios que los partidos poderosos e interesados ya habían favore-
cido. Para disgusto de Mitchell, sus ideas sobre la naturaleza humana debían
persistir en los escritos de futuros economistas.53
Si bien Bentham proporcionó una teoría falsa de la naturaleza humana,
más daño hizo David Ricardo, quien proporcionó a los economistas su méto-
do de análisis. Mitchell alababa a Ricardo por su comprensión de los hechos
y por reformar su ideología, pero criticaba su método de proveer «análisis in-
telectuales abstractos» en los que remplaza los «intereses» por «el placer y el
dolor» de Bentham para explicar la determinación de las acciones compar-
tidas.54 Cuando este planteamiento lo copiaron sus seguidores menos astutos,
quienes imprudentemente extrajeron conclusiones basadas en los modelos
simplificados, la ciencia de la economía política cayó, con razón, en descrédi-
to. Mitchell lamentaba que a Thomas Robert Malthus y a otros economis-
tas que estaban más orientados al empirismo se les considerara en general
menos economistas cuando se los comparaba con Ricardo y su tradición.
Del mismo modo, Mitchell era escéptico de la revolución marginal de la
década de 1870, en la que las teorías clásicas del valor del coste de produc-
ción fueron reemplazadas por una teoría subjetiva del valor. A pesar de los
cambios en terminología (por ejemplo, Alfred Marshall sustituyó «gratifi-

52. El panóptico, la novedosa prisión que Bentham diseñó, se parecía más a un molino que se
pondría a «moler verdaderos delincuentes y trabajadores ociosos». Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, p.
103.
53. «Debido a que tales nociones sobre la naturaleza humana han desempeñado tan grandioso
papel en la creación del tipo de teoría económica que hemos tenido, y hasta cierto punto todavía la
seguimos teniendo, me parece indispensable extenderse tal longitud, tal y como he hecho con la obra
de Bentham». Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, p. 112. Acuérdense de que fue el profesor de Mitchell,
Veblen, el que proporcionó la famosa y desdeñosa descripción del «hombre económico racional»:
«El concepto hedonista del hombre es el de una calculadora rápida como el rayo de placeres y dolo-
res que oscilan como una gota homogénea de deseo de la felicidad bajo el impulso de los estímulos
que los llevan cerca del área, pero los dejan intactos». Thorstein Veblen, «Why Is Economics Not an
Evolutionary Science?», Quarterly Journal of Economics, vol. 12, julio de 1898, p. 389.
54. Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, p. 153.

61
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

cación y sacrificio» por «placer y dolor»), Mitchell argumentó que la nueva


teoría seguía basándose en la misma psicología hedonista de los clásicos,
ahora desacreditada. Otros errores consistían en transformar la teoría del va-
lor en una teoría de formación de precios, en la que solo importaban la deman-
da y los planes de suministro, o transformarla en pura lógica de elección que
une a los medios con los fines.55 En ambos casos, los fundamentos psicoló-
gicos que Mitchell consideraba tan esenciales acabaron siendo sencillamente
abandonados.
Así, Mitchell criticaba «el hombre económico racional» y el planteamiento
teórico de Ricardo, y observaba pocas diferencias entre los clásicos y los margi-
nalistas. En cada una de estas opiniones, repetía las interpretaciones que había
ofrecido unos cincuenta años antes Gustav Schmoller. Debemos suponer que
el joven visitante de Viena tomó buena nota de todo esto.
En clase, Mitchell solo hacía alusión a sus alternativas preferidas, pero
era más comunicativo en las publicaciones, como en el ensayo de presenta-
ción para el libro de Rexford Tugwell de 1924, The Trend of Economics, un
escrito en el que había trabajado justo cuando Hayek Estaba en Nueva York.56
En primer lugar, Mitchell recomendó que la teoría del valor subjetiva de los
marginalistas fuera reemplazada por la «psicología científica» del behavio-
rismo. Una vez los economistas aceptaron tales fundamentos psicológicos
modernos, el siguiente paso sería, naturalmente, estudiar las instituciones,
porque las instituciones afectan al comportamiento: «“Institución” no es más
que un término conveniente para los hábitos sociales tremendamente estan-
darizados más importantes de entre los que predominan en general. Así, pa-
rece que el punto de vista behaviorista provocaría que la teoría económica
fuera cada vez más un estudio de las instituciones económicas».57 El nuevo
estudio central no versaría sobre las opciones imaginaras del hombre eco-
nómico racional, más bien sobre el comportamiento masivo, que se estudia

55. Mitchell, Lecture Notes, vol. 2, capítulo 19.


56. Mitchell, «The Prospects of Economics», en The Trend of Economics, ed. Rexford Tugwell
(Nueva York: A.A. Knopf, 1924), pp. 3-34. La idea del libro nació en una sesión de una de las reunio-
nes de la Asociación Estadounidense de Economía, en diciembre de 1922, en la que Tugwell propuso
que un número de economistas escribieran ensayos para evaluar la disciplina. Con pocas excepciones,
el volumen que originaron parece un manifiesto institucionalista.
57. Ibíd., p. 25.

62
INTRODUCCIÓN

mejor mediante métodos cuantitativos sofisticados. En el futuro, los eco-


nomistas colaborarán con científicos naturalistas, psicólogos e ingenieros
para construir una sociedad mejor. El behaviorismo, el estudio de las institu-
ciones, el análisis cuantitativo y la cooperación entre los científicos de la mis-
ma opinión: tal era la fórmula de Mitchell para una nueva y moderna cien-
cia económica.
El encuentro con el formidable y erudito Mitchell debió tener un gran
efecto en Hayek.58 Hemos observado que aunque Mitchell era un reformista
progresista más que un imperialista conservador en sus ataques a la teoría mar-
ginalista, su recomendación de estudiar las instituciones y su énfasis en el
uso de la estadística, Hayek le debería recordar a los economistas de la Escuela
Histórica Alemana. Sin lugar a dudas, era intrigante al igual que inquietante
observar que un grupo cuyos puntos de vista habían estado dominando los
países germanohablantes desde la década de 1880, pero que había empezado
a eclipsarse, no solo seguía teniendo influencia sobre las nuevas ideas, sino
que de hecho se le consideraba un avant-garde en Estados Unidos.59 De igual
modo, a pesar de que Mitchell no tenía simpatía por el marxismo que subya-
ce bajo la posición de Neurath, su defensa del behaviorismo (al que se puede
considerar como el equivalente psicológico del fisicalismo) y su insistencia
en la dirección científica de la sociedad evocaban argumentos que habían sido
trazados por ese filósofo del Círculo de Viena. Lo que entonces fue evidente

58. Entre los documentos más antiguos de la colección de Hayek y su correspondencia con
Mitchell, véase en los escritos de Hayek, caja 38, carpeta 28, archivos del Instituto Hoover. Stephen
Kresge sugiere que la preocupación de Hayek sobre las implicaciones temporales en el análisis eco-
nómico, y probablemente también la idea de que la economía estudia los fenómenos complejos, pue-
de tener origen en sus interacciones con Mitchell. Véase su introducción a F.A. Hayek, Good Money,
Part I: The New World, ed. Stephen Kresge, vol. 5 (1999) de The Collected Works of F.A.: Hayek, pp.
7-8.
59. De ahí que las primeras cuatro entradas en «La fase estadounidense» del esbozo de Hayek
estén dedicadas a la influencia alemana, el pragmatismo, el behaviorismo y el institucionalismo. Pue-
de que Hayek hubiera estado expresando su reacción a todo esto cuando escribió en una de las notas
para su proyecto lo siguiente: «Si no hace más que demostrar lo gastado que está el actual debate,
considerado como moderno o progresista, y lo poco de original y radical que hay en estas ideas que
eran extrañas para nuestros abuelos, pero que sin embargo siguen siendo redescubiertas y trilladas
como si fueran las últimas novedades». Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos
del Instituto Hoover.

63
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

para Hayek era que, a pesar de que hombres como Neurath, Mitchell y los
economistas de la Escuela Histórica Alemana tenían opiniones políticas y pro-
gramas muy distintos, todos compartían opiniones similares sobre los méto-
dos y el papel de la ciencia en moldear la sociedad venidera.60
Todavía debemos mencionar otra forma en la que el viaje a Estados Uni-
dos pudo afectar a Hayek. Más tarde, declaró en entrevistas que su atracción
por el liberalismo inglés se formó mientras estaba en Estados Unidos, cuan-
do leía él solo en sus «tardes libres»:

Fue entonces cuando descubrí mi apoyo al planteamiento inglés, un país que


todavía no conocía pero cuya literatura me cautivaba cada vez más. Fue esta
experiencia la que, antes incluso de poner pie en suelo inglés, hizo que me
convirtiera al minucioso punto de vista inglés sobre los asuntos morales y
políticos, que de pronto me hicieron sentirme como en casa cuando finalmen-
te visité Inglaterra tres años y medio más tarde… Al igual que el liberalismo
gladstoniano, me siento más inglés que los ingleses.61

A pesar de que no haber pruebas evidentes, es plausible que fuera la clase


de Mitchell la que provocó que Hayek empezara a aprender más sobre «el
planteamiento inglés». Mitchell poseía un amplio conocimiento de la histo-
ria inglesa (económica, política, social e incluso tecnológica), y debido a su
énfasis en Bentham, Ricardo y sus seguidores ingleses, mostró dicho cono-
cimiento con amplitud durante las clases. Sin duda alguna, su minuciosa co-
bertura sobre las teorías de la naturaleza humana de Bentham y otros auto-
res y sus comentarios sobre las alternativas del momento a la psicología
asociacionista también debieron fascinar a Hayek, que se había formado en

60. No es que fuera el único en realizar tales comparaciones: el propio Mitchell dijo de John R.
Commons que su «contribución pertenece al tipo institucional de economía, representado en Alemania
por Sombart; en Inglaterra, por los Webb; en Estados Unidos, por Veblen y muchos otros jóvenes».
Wesley Clair Mitchell, «Commons on the Legal Foundations of Capitalism», American Economic
Review, vol. 14, junio de 1924, p. 253. Por aquel entonces, se consideraba a Sombart representante
(uno de los últimos) de la Escuela Histórica. Más adelante se hablará de los Webb.
61. F.A. Hayek, en W.W. Bartley III, «Inductive Base», p. 64. Bartley tenía que haber sido el bió-
grafo oficial de Hayek, pero murió en 1990, dejando así el trabajo inacabado. Bartley tituló, jugue-
tonamente, la colección de entrevistas inéditas de Hayek bajo el título «Inactive Base», porque eran
los «hechos» sobre los que se construiría la biografía.

64
INTRODUCCIÓN

psicología. Como también se había formado como abogado, los comentarios


de Mitchell sobre Blackstone y la historia jurídica inglesa despertaron mucho
más su interés. Por último, la interpretación de Mitchell de John Stuart Mill,
y su consiguiente alabanza, como socialista reformista que había demostra-
do que los asuntos de la distribución estaban sujetos al control humano, tam-
bién pudieron haber iniciado a Hayek en su larga y, en última instancia, com-
pletamente ambivalente relación con las ideas de Mill y Harriet Taylor.62 En
cualquier caso, era una interpretación, popularizada por Sidney Webb y los
socialistas fabianos, ampliamente compartida en Gran Bretaña y, por lo tan-
to, una de la que Hayek pronto volvería a tener noticias.63
Nos hemos centrado aquí en el importante encuentro de Hayek con Mit-
chell. Pero la idea de que la ciencia puede y debe ser usada para transformar
la sociedad, a veces de forma radical, era de hecho omnipresente en Estados
Unidos (y en todas partes), y cada vez conseguía más adeptos. Puede que el
movimiento en masa más destacado llevara consigo la denominación de «tec-
nocracia», también mencionada por Hayek en el esbozo. El movimiento tec-
nócrata, fundado y fomentado por el ingeniero estadounidense Howard Scott
(1890-1970) tras la Primera Guerra Mundial, ganó popularidad en la década
de 1920 y, sobre todo, durante los años de depresión de la década de 1930.
Sus defensores promovían la tecnocracia como el sistema socioeconómico

62. Mitchell se refería a Mill como un «gran emancipador», teniendo en cuenta que se le consi-
deraba «un gran líder espiritual […] que representaba todo lo bueno y precioso de las aspiraciones
morales de quienes tenían fe en el uso de la inteligencia humana como medio para mejorar el incierto
futuro de la humanidad». Mitchell, Lecture Notes, vol. 1, pp. 183, 240. Cf. Mitchell, Types of Economic
Theory, vol. 1, p. 600: «Aquellos que consideran a Mill como un simple economista político suelen
ignorar a Mill el socialista, y suelen defender que valoraba menos los aspectos técnicos de su trabajo
que su descubrimiento de que las disposiciones institucionales estaban sujetas al control social».
63. Por ejemplo: «La publicación de “Political Economy” de John Stuart Mill en 1848 marca con-
venientemente el límite de la antigua economía individualista. Cada edición del libro de Mill se hacía
cada vez más socialista. Tras su muerte, el mundo descubriría la historia personal, escrita de su propio
puño y letra, de su evolución, de simple político demócrata a socialista convencido». Sidney Webb,
«Historic», en Fabian Essays in Socialism, ed. George Bernard Shaw (Garden City, NY: Doubleday,
[1889] 1961), p. 80. Sentimientos similares pueden encontrarse, por ejemplo, en L.T. Hobhouse, Li-
beralism [1906], reimpresión en Liberalism and Other Writings, ed. James Madowcroft (Cambridge:
Cambridge University Press, 1994), pp. 51-55; Harold Laski, The Rise of Liberalism: The Philosophy
of a Business Civilisation (Nueva York: Harper and Brothers, 1936), p. 293.

65
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

apropiado para el nuevo mundo de abundancia que había reemplazado al anti-


guo mundo de escasez. Los avances tecnológicos traían enormes aumentos
en la eficacia productiva, pero el antiguo sistema económico, basado en la es-
casez, encendía debates entre los trabajadores, dando como resultado un nivel
de vida decadente. Mediante la dirección científica, el estado tecnócrata ga-
rantizaría que los beneficios de la tecnología fuesen compartidos por todos.
En su punto más álgido, había «secciones» tecnócratas en muchas ciudades
estadounidenses, e incluso a veces había múltiples secciones, porque la afilia-
ción en cada una estaba limitada a cincuenta individuos.64

Déjà Vu: Hayek va a Londres

Cuando Hayek fue a Londres, se sintió inmediatamente como en casa entre


la sociedad inglesa, pero también se dio cuenta de que la Inglaterra liberal de
la que había leído en Nueva York casi se había extinguido.65 En su lugar, ha-
bía una visión nueva y extensamente compartida (al menos entre el intelec-
to), una visión que anticipaba la creación, con ayuda de la ciencia, de una so-
ciedad socialista planificada.
Qué gran ironía que Hayek consiguiera un puesto en la London School
of Economics, ya que había sido fundada en 1895 por los socialistas fabianos.
Los fabianos creían en «el socialismo de las urnas», en que una vez se hubie-
ra educado a las masas en los beneficios del socialismo, sus propuestas de refor-
mas se pondrían rápidamente en marcha mediante el proceso electoral. Sid-
ney Webb estaba tan convencido de que triunfaría la verdad del socialismo

64. Los parecidos entre la tecnocracia y los movimientos de la energía en Alemania y en otras
partes están anotados en el ensayo de «Cientismo» de Hayek, en este volumen, p. 242, nota 7.
65. En otra entrevista inédita, Hayek concluye la descripción de cómo sentía que se estaba con-
virtiendo en inglés con gran rapidez tras llegar a Londres, con las siguientes palabras: «Pero la trage-
dia de esto es que me he convertido en un inglés del siglo XIX». F.A. Hayek, en W.W. Bartley III, «En-
trevista, verano de 1984, en St. Blasien». Por el esbozo del libro parece que Hayek planeaba describir
los cambios que habían tenido lugar en Gran Bretaña hacia «el socialismo Tory», que se refiere al ac-
tivismo reformista asociado al primer ministro conservador, Benjamin Disraeli, así como a la casi con-
temporánea aparición del pensamiento evolutivo, el socialismo fabiano y otras variantes inglesas del
positivismo a mediados y finales del siglo XIX.

66
INTRODUCCIÓN

que no impuso ningún tipo de examen o prueba de ideología a aquellos contra-


tados para enseñar en la London School of Economics. Sin embargo, insistía
en que, tal y como afirma el folleto informativo de la escuela, su «objetivo par-
ticular» sería «el estudio y la investigación de los hechos concretos de la vida
industrial», un punto de vista en el que «los hechos» ocupaban el lugar prefe-
rente por encima de la «teoría» en la investigación de los fenómenos socia-
les.66 En resumen, Sidney Webb era al mismo tiempo positivista y socialista.
Que el socialismo era popular no era una sorpresa. La situación económi-
ca y política era desoladora cuando Hayek llegó a Londres en otoño de 1931.
La Gran depresión ya estaba en camino e, inducida por la crisis financiera
que afligía a toda Europa, Inglaterra había abandonado el patrón oro. El go-
bierno laborista cayó en septiembre, y el nuevo gobierno de coalición pronto
impuso aranceles protectores.67 La intensidad y duración de la Gran depre-
sión tras la penosa actuación de la economía inglesa en la década de 1920 hizo
que salieran a la luz por todas partes argumentos económicos nuevos y per-
suasivos contra el capitalismo.
Dado que prácticamente toda el intelecto estaba de acuerdo en que una
sociedad liberal con mercado libre ya no parecía viable, la consiguiente pre-
gunta lógica era: ¿qué la reemplazaría? A pesar de que se encontraban en
escena los defensores del comunismo y el fascismo puro y duro, aquellos que
ocupaban el amplio centro favorecieron una forma de planificación socialis-
ta. Tal y como dicta la frase que por aquel entonces tanto se usaba, la plani-
ficación socialista proporcionaba «un camino a medias» entre el capitalismo
fallido y los totalitarismos de la izquierda y la derecha.
Hayek empezó a atacar públicamente estas ideas en su conferencia inau-
gural, «The Trend of Economic Thinking», cuyos papeles entregó el 1 de marzo
de 1933, poco después de que Adolf Hitler se convirtiera en canciller de Ale-
mania.68 Empezaba su conferencia lamentándose por el estado actual tan

66. Para más información sobre este asunto, véase Ralf Dahrendorf, LSE: A History of the London
School of Economics and Political Science, 1895-1995 (Oxford: Oxford University Press, 1995), p. 20.
67. De ahí la lógica del capítulo titulado «The End of Free Trade» en el esbozo de Hayek.
68. F.A. Hayek, «The Trend of Economic Thinking», en The Trend of Economic Thinking, W.W.
Bartley III y Stephen Kresge, eds., vol. 3 (1991) en The Collected Works of F.A. Hayek, pp. 17-34. No
es ninguna coincidencia que el título de Hayek evoque el del libro editado de Rexford Tugwell en 1924,
The Trend of Economics.

67
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

lamentable de la confianza pública en la evolución de la influencia perni-


ciosa de los economistas de la Escuela Histórica Alemana, cuyos ataques a
la teoría, sesenta años antes, habían minado la confianza de que cualquiera
podría tener la comprensión teórica de los complejos funcionamientos del
sistema económico. Esto hizo que a los socialistas les fuera mucho más fácil
presentar planes osados, utópicos según Hayek, para un nuevo orden social.
Así pues, en su primer discurso público, Hayek comenzó a relacionar las opi-
niones metodológicas de los economistas de la Escuela Histórica Alemana
con la aparición del socialismo.
Añadió otro elemento al argumento cuando, poco después de entregar
los papeles de su conferencia, envió un memorándum al director de la Lon-
don School of Economics, William Beveridge, en la que hablaba sobre los
orígenes del nazismo en Alemania. En ella, Hayek defendía el punto de vista
de que, en términos de intervención en la economía y restricciones en la li-
bertad individual, el socialismo nacional tenía mucho más en común con el
socialismo que lo que podría tener con el liberalismo.69 Este argumento era
directamente contrario a la opinión de entonces de que el fascismo era el úl-
timo y moribundo grito de un fallido sistema capitalista.70
A mediados de la década de 1930, Hayek seguía con su ataque al socia-
lismo con la publicación de Collectivist Economic Planning.71 El libro estaba
dirigido a los economistas académicos, y pronto provocó una respuesta.72

69. En el primer párrafo del memorándum encontramos estas palabras: «La persecución de los
marxistas, y de los demócratas en general, tiende a ocultar el hecho fundamental de que el socia-
lismo nacional es un movimiento socialista genuino cuyas ideas principales son el fruto final de las
tendencias antiliberales, que habían estado ganando terreno sin parar en Alemania desde los últi-
mos días de la era de Bismarck, y que llevó a la mayoría del intelecto alemán primero a un “socia-
lismo de cátedra” y, más tarde, al marxismo en su forma social-demócrata o comunista». El memo-
rándum a Beveridge aparece reproducido en F.A. Hayek, The Road to Serfdom: Text and Documents,
pp. 245-248. La introducción del editor al volumen, pp. 4-5, ofrece más detalles sobre el memorán-
dum a Beveridge.
70. Véase, por ejemplo, Harold Laski, The Rise of Liberalism, p. 283: «En resumen, el fascismo
surge como la técnica institucional del capitalismo en su fase de contracción».
71. Hayek, ed. Collectivist Economic Planning. Los dos ensayos de Hayek en el libro aparecen
reimpresos en F.A. Hayek, Socialism and War, capítulos 1 y 2.
72. Por ejemplo, Oskar Lange, «On the Economic Theory of Socialism», en On the Economic Theory
of Socialism, ed. Benjamin E. Lippincott (Mineápolis: University of Minnesota Press, 1938; reimpresión,

68
INTRODUCCIÓN

Pero mientras avanzaba la década, era evidente que surgía un enemigo


mucho más importante que los socialistas de la academia: se trataba del
entusiasmo popular por planificar, que había llamado la atención de la na-
ción. Representaba una amenaza mucho más formidable, porque los de-
fensores de la planificación podían encontrarse en todos los espectros po-
líticos.73
Existen numerosas pruebas de que, en la tesis de Hayek, «la mentalidad
planificadora» se asociaba constantemente con el impulso cientista de una
guerra en Gran Bretaña. Para algunos, como Sidney y Beatrice Webb, el mo-
delo sobre cómo se iba a proseguir con la ciencia lo había proporcionado la
Unión Soviética. Los Webb, en alabanza al «culto de la ciencia» que encon-
traron durante su visita a la Unión Soviética, afirmaron que

los administradores en el Kremlin de Moscú creen sinceramente en su fe pro-


fesada en la ciencia. Ningún interés personal les impedía basar sus decisio-
nes y su política en la mejor ciencia que podían obtener. […] Toda la socie-
dad estaba ansiosa por obtener nuevos conocimientos.74

Los Webb no eran los únicos entusiasmados con el modelo soviético. En


julio de 1931, el Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y Tecnolo-
gía tuvo lugar en el Museo de la Ciencia de Londres. Lo organizaron los aca-
démicos ingleses Lancelot Hogben y Joseph Needham, y a él acudió una de-
legación soviética liderada por Nikolai Bukharin. El programa se convirtió
en un escaparate para la ciencia soviética y la interpretación marxista de la
historia de la ciencia.
El ingrediente final (la promoción activa de la aplicación de los métodos
que habían triunfado en las ciencias naturales, desbancando así las anterio-
res ciencias sociales) lo proporcionó una diversidad de cientistas naturales

Nueva York: McGraw Hill, 1956), pp. 57-143. El escrito de Lange se publicó originalmente en dos par-
tes en la revista Review of Economic Studies en 1936 y 1937.
73. La omnipresencia de la llamada a la planificación se enfatiza en Arthur Marwick, «Middle
Opinion in the Thirties: Planning, Progress and Political “Agreement”», English Historical Review,
vol. 79, abril de 1964, pp. 285-298.
74. Sidney y Beatrice Webb, Soviet Communism: A New Civilisation, 2.ª ed. (Londres: Longmans,
Green, 1937), p. 1133.

69
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ingleses a quienes Hayek llamó «los hombres de la ciencia».75 Una de sus


principales afirmaciones era que la ciencia ya no podía emplearse eficaz-
mente para trabajar por el bien social en una sociedad capitalista adulta en
la que las empresas monopolísticas habían suprimido las invenciones para
mantener los beneficios bien altos, y en la que las crisis cíclicas del capitalis-
mo habían llevado a la inversión insuficiente en nuevas investigaciones y
tecnología. A pesar de que la ciencia se dirigía y planificaba a sí misma, tales
efectos distorsionados del difunto capitalismo podrían haberse evitado.
Hayek empezó a centrarse en el cientismo de sus oponentes socialistas en
el ensayo de 1936 del libro de Webb sobre la Unión Soviética, diciendo que
«seguramente era verdad que el comunismo soviético se acercaba mucho más
que cualquier cosa que aún no hayamos visto a esa civilización sintética y
cientista que llamaba a la peculiar rama del racionalismo de finales del siglo
XIX, cuyos autores se encuentran entre los exponentes más distinguidos».76
En 1939, en la segunda versión de «Freedom and the Economic System», es-
cribió: «Sería interesante, aunque no es posible en el espacio disponible, demos-
trar cómo esta creencia [por ejemplo, en la llamada a la planificación] se debe
en mayor parte a la intrusión de los prejuicios del cientista puro y el inge-
niero en el debate de los problemas sociales, que había estado dominando la
perspectiva de los hombres cultos durante los últimos cien años».77 Finalmen-
te, este asunto se convertiría en el tema principal del proyecto del Abuso de
la razón.

75. Tal y como Hayek escribiría más tarde a Michael Polanyi: «Le doy una gran importancia a
estos argumentos pseudocientíficos sobre que se está cumpliendo eficazmente la organización social,
y cada vez me asusta más el efecto de la propaganda del séquito de Haldane, Hogben, Needham y un
largo etcétera». Carta de F.A. Hayek a Michael Polanyi, 1 de julio de 1941, en los escritos de Michael
Polanyi, caja 4, carpeta 7, Colecciones Especiales del Centro de Investigación, biblioteca de la Univer-
sidad de Chicago. Para más información sobre «los hombres de la ciencia», véase Gary Werskey, The
Visible College: The Collective Biography of British Scientific Socialists of the 1930s (Nueva York:
Holt, Rinehart y Winston, 1978), Caldwell, Hayek’s Challenge, pp. 232-241, y también en esta intro-
ducción, nota 14.
76. F.A. Hayek, «A “Scientific” Civilisation: The Webbs on Soviet Communism», Times (Londres),
domingo, 5 de enero de 1936, p. 11. La reseña de Hayek se reproduce en Hayek, Socialism and War,
pp. 239-242.
77. Hayek, «Freedom and the Economic System», p. 197.

70
INTRODUCCIÓN

Así pues, la experiencia de Hayek era que, tal y como los economistas de
la Escuela Histórica ya habían reiterado, a pesar de que cada nación tenía su
propia y única evolución histórica, ciertos temas recurrentes eran eviden-
tes en el pensamiento del intelecto y la élite científica de la Europa occiden-
tal, Gran Bretaña y Estados Unidos durante el período de entre guerras, temas
que habían empezado a filtrarse libremente en los discursos públicos. Una
suposición clave era que los fallos del liberalismo tradicional eran irrever-
sibles: que en un mundo de producción a gran escala, cárteles y capitalismo
monopolístico, ya nadie podía depender de las fuerzas de la competencia para
restringir el poder de los grandes negocios; que en un mundo de crisis cícli-
cas de larga duración, la falsedad de la noción de las fuerzas autoestabiliza-
doras del mercado parecía ser fácilmente demostrable. En todos lados, se utili-
zaban estos argumentos para insinuar que la planificación de cualquier tipo,
con propuestas que iban desde la intervención poco sistemática hasta la vi-
sión tecnócrata, pasando por la nacionalización pura y dura, era necesaria para
explicar las decisiones sobre producción y distribución en la nueva era de ple-
nitud. Seguidamente, se observó que nuestro conocimiento de los procesos
y fenómenos sociales se había quedado bastante atrás con respecto a los ti-
pos de conocimiento que se producen en las ciencias naturales, y de nuevo,
se situaba al culpable (lo situaban, sobre todo, los científicos naturalistas de
Gran Bretaña) ante las puertas del capitalismo. Sin embargo, en la nueva épo-
ca que estaba a punto de llegar, los cientistas y los ingenieros desempeña-
ron un papel esencial, tanto en facilitar la transición a la nueva sociedad plani-
ficada como en proveer la destreza para hacer que todo funcionara. Finalmente,
los «experimentos» comunistas y fascistas que habían tenido lugar en Rusia
y en el continente relacionado con la profundidad e intensidad de la Gran de-
presión crearon un sentido de la urgencia dramático.
Era evidente que los individuos como Neurath, los Webb y Mitchell discre-
paban radicalmente el uno del otro sobre política, lo que abarcaba el espec-
tro del marxismo al socialismo fabiano, pasando por el progresismo estado-
unidense. Lo que quería demostrar Hayek era que la mejor esperanza que se
tenía para construir un mundo en el que la libertad y la prosperidad pudie-
ran coexistir consistía en que, a pesar de que tales autores discrepaban enor-
memente en política, podían ponerse de acuerdo sobre la planificación. Daba
igual desde dónde se partía o hacia dónde se esperaba llegar, «la planificación

71
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

para la libertad» y «la libertad bajo la planificación» eran los eslóganes de


los intelectuales progresistas de todas partes.78
Desde la perspectiva de Hayek, la idea de que la libertad individual era
compatible con una sociedad por completo planificada era claramente defec-
tuosa. La noción de que la propia ciencia podía ser planificada y que tal cien-
cia podría permitir la racionalización de la sociedad era otra prueba más del
orgullo desmedido de la razón. Así pues, el proyecto de Hayek quiso demos-
trar cómo comenzaron tales ideas y cómo habían llegado a ser aceptadas por
todas partes.
Se desconoce cuándo concibió finalmente Hayek el plan para trazar el
doble origen del socialismo y el cientismo, que él situaba en la época de la
obra de Saint-Simon. Justificó su punto de partida en las notas que escribió
para el proyecto tal y como sigue: «La razón por la que empiezo desde tan
tarde es que, a pesar de que todas estas actitudes ya se pueden encontrar en
el siglo XVIII, todavía no estaban sistematizadas ni, por lo tanto, sistemáti-
camente desarrolladas».79 El hecho de que Saint-Simon era el punto de par-
tida lógico lo reafirmaron otros autores como Émile Durkheim (a quien, sor-
prendentemente, no cita), quien afirmó que Saint-Simon, y no Comte, era
el verdadero padre del positivismo, y también fundador del socialismo mo-
derno.80 También se debe mencionar a Elie Halévy, a quien sí cita, por sus

78. Así, el libro de Barbara Wooton, en respuesta a The Road of Serfdom de Hayek, llevaría el
título de Freedom under Planning (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1945). Por su
parte, Wesley Clair Mitchell ayudó en el Consejo Nacional de Planificación de Roosevelt (más tarde
se llamó Consejo Nacional de Recursos). Mientras Mitchell escribía a principios de la década de 1950,
su mujer podía notar que Mitchell «tenía fe en el principio de la “planificación”, dado que estaba basa-
do en un conocimiento real de las situaciones planificadas por y para las consecuencias cuyo resul-
tado sería otras situaciones parecidas». Mitchell, Two Lives, p. 367.
79. Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos del Instituto Hoover.
80. Véase Émile Durkheim, Socialism and Saint-Simon, ed. Alvin Gouldner, traducido por Char-
lotte Sattler (Yellow Springs, OH: Antioch Press, 1958), pp. 104-105. Este último se trata de una tra-
ducción de las conferencias dadas por Durkheim, y publicadas por primera vez en 1928 bajo el título
de Le socialisme, editado por Marcel Mauss. Hayek tampoco citó a Max Weber, a pesar de que clara-
mente utiliza las críticas de este último sobre el historicismo, en el capítulo 7. Esto nos lleva a tener
cuidado con los dardos, lanzados por Bill Bartley, filósofo popperiano, biógrafo de Hayek y primer
editor general de The Collected Works of F.A. Hayek, de que Hayek era menos que generoso para con
sus predecesores, y Popper, menos que generoso para con sus seguidores.

72
INTRODUCCIÓN

dos magistrales ensayos sobre las doctrinas económicas de Saint-Simon y


los sansimonistas, sobre las que los grandes historiadores franceses conclu-
yeron que sus ideas seguían teniendo una gran influencia en el presente, y
no solo entre los socialistas.81 En cuanto Hayek empezó a examinar a fondo
los escritos de hombres como Condorcet, Saint-Simon y Comte, observó que
ellos, al igual que él, vivieron en épocas extraordinarias, y que muchas de sus
respuestas más bien se parecían espeluznantemente a las de otros del pre-
sente. Había nacido el germen de un libro, uno del que hablaría a su amigo
Machlup unos días antes de que empezara la guerra.
El objetivo principal de Hayek del proyecto del abuso de la razón era mos-
trar el origen de las ideas que él creía que nos estaban llevando por el mal
camino y, así pues, criticarlas.82 Sin embargo, a la larga queda evidente que
la crítica no era su único objetivo, sino que al final también buscaba ofrecer
una alternativa a la sociedad planificada. En la formulación original de la
idea, el orgullo desmedido de la razón debía compararse con la humildad del
individualismo. En 1945, comparó el individualismo «falso» de los filóso-
fos franceses de la Ilustración con el individualismo «verdadero» de los per-
sonajes de la Ilustración escocesa tales como Adam Ferguson, Josiah Tucker,
David Hume y Adam Smith. En su anterior obra, los escritos de estos erudi-
tos (junto con los de pensadores tan dispares como Edmund Burke, Alexis de
Tocqueville y Lord Acton) proporcionarán los fundamentos de su esfuerzo por
crear una filosofía liberal para el siglo XX y más adelante.

81. Elie Halévy, L’ère des tyrannies: Études sur le socialisme et la guerre (París: Librarie Gallimard,
1938), traducido como The Era of Tyrannies por R.K. Webb (Nueva York: New York University Press,
1965), pp. 99-104. Hayek publicó una traducción de parte del argumento de Halévy en el mismo número
de la revista Economica en el que apareció la primera parte del artículo «Contrarrevolución». En él,
Halévy, al igual que Hayek, afirmaba que «el socialismo, en su forma original, no es ni liberal ni de-
mocrático, sino que se refiere a una sociedad organizada y jerárquica. Esto es especialmente cierto en
el socialismo sansimoniano». Véase Elie Halévy, «The Era of Tyrannies», traducido por May Wallas,
Economica, nueva serie, vol. 8, febrero de 1941, pp. 77-93.
82. Tal y como escribió en la penúltima frase del último capítulo: «Nuestro deber específico con-
siste en reconocer las corrientes intelectuales que siguen conformando la opinión pública, analizar su
significado y, si fuere el caso, refutarlas». Véase el capítulo 17, p. 421.

73
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

¿Cómo se han mantenido las ideas de Hayek?

… describiendo el espíritu de una época mediante los ejemplos de individuos


en particular.83

Así pues, hasta ahora hemos trazado los posibles orígenes de las ideas de
Hayek, ideas que, examinadas en el contexto de su tiempo, parecen tanto
comprensibles como razonables. Sin embargo, puede que hayan surgido otras
cuestiones sobre su tesis. En especial, investigaremos a continuación la ido-
neidad de la descripción histórica, la cambiante definición de «cientismo» y,
finalmente, hasta qué punto siguen teniendo resonancia sus afirmaciones
hoy en día.

La descripción histórica de Hayek

Empecemos con la «Contrarrevolución», y consideremos únicamente las


secciones que finalmente completó, es decir, el tratado histórico de la apari-
ción conjunta del cientismo y el socialismo en los escritos de Saint-Simon
y sus seguidores. En primer lugar, es evidente que Hayek realizó un trabajo
meticuloso en su investigación. Las notas a pie de página indican que leyó casi
todo lo que por aquel entonces estaba disponible en alemán, inglés y francés
sobre Saint-Simon, Comte y sus seguidores, incluyendo en sus fuentes prin-
cipales los cuarenta volúmenes que componen las obras completas de Saint-
Simon y Barthélemy Prosper Enfantin, y los múltiples volúmenes de las dos
obras más importantes de Comte: Cours de philosophie positive y Système
de politique positive.84 Parece haber sido implacable durante la búsqueda de

83. Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archivos del Instituto Hoover.
84. Œuvres de Saint-Simon et d’Enfantin (París: E. Dentu, 1865-1878); Auguste Comte, Cours
de philosophie positive, 6 vols. (París: Bachelier, 1830-1842); Système de politique positive, 4 vols.
(París: L. Mathias, 1851-1854). La capacidad de Hayek para trabajar sobre todos estos volúmenes es
la prueba de su autodisciplina académica y resistencia, tal y como queda evidente en el relato de su
contenido. La aguda observación al final del capítulo 16, p. 393, sobre «por qué esta influencia en Comte
debería haber sido mucho más efectiva de forma indirecta, así aquellos que intentaran estudiar su obra
no tendrían dificultad alguna en entenderla», revela un autocontrol formidable. Puede que también

74
INTRODUCCIÓN

fuentes. Durante el inicio del proyecto, escribió a William Rappard para im-
plorarle que le mandara algunos títulos de Suiza, más tarde se quejó a Mach-
lup por no haber sido capaz de conseguir todos los libros que necesitaba.85
La prueba de su determinación en este aspecto la representa una lista (des-
cubierta entre los papeles relacionados con el proyecto) de veinticinco libros
y dos diarios titulados «Al parecer todas estas obras no están en las bibliote-
cas de Londres ni de Cambridge».
¿Qué pasaba con los resultados de sus esfuerzos? Al menos un entendi-
do lector contemporáneo fue generoso en su alabanza. El eminente teórico
económico e historiador del pensamiento, Jacob Viner, escribió a Hayek: «Aca-
bo de leer su “Contrarrevolución de la ciencia” y me gustaría decirle lo mucho
que lo he disfrutado. La mayor parte de los contenidos eran nuevos para mí,
y ha manejado una gran cantidad de material complicado de forma magis-
tral».86 Viner llegó incluso a pedirle una separata para dársela a un compa-
ñero que estaba trabajando en la historia de las ideas: «Le voy a dejar mi co-
pia para que se la lea, pero le encantaría tener la suya propia».87
Puede que también sea apropiado señalar que la decisión de Hayek de
empezar la descripción con Saint-Simon habría tenido sentido para los lec-
tores de su tiempo, debido al asombroso número de similitudes entre los días

sea comprensible que tras haberse tomado el tiempo de estudiar a los autores franceses, Hayek consi-
derara que el siguiente paso ya era demasiado: en una entrevista comentó haber dejado de trabajar
en la descripción histórica porque «el siguiente capítulo histórico tendría que versar sobre Hegel y
Marx, y no podría soportar una vez más sumergirme en esos asuntos tan espantosos». F.A. Hayek,
«Nobel Prize-Winning Economist», ed. Armen Alchian. Transcripción de una entrevista grabada en
1978 bajo los auspicios del Programa de Historia Oral, Biblioteca de la Universidad, UCLA, 1983.
Transcripción de historia oral número 300/224, Departamento de colecciones especiales, Charles E.
Young Research Library, UCLA, p. 279. Para más información sobre su reacción ante Hegel, véanse
sus comentarios en el capítulo 17, p. 403.
85. Carta, de F.A. Hayek a Rappard, el 12 de diciembre de 1940, en los escritos de William Rappard,
J.I. 149, 1977/135, caja 23, Archivo federal de Suiza, Bern; Cartas de Hayek a Machlup, el 7 de abril
de 1941 y 19 de octubre de 1941, en los escritos de Machlup, caja 43, carpeta 15, archivos del Instituto
Hoover. La carta del 19 de octubre de 1941 aparece reproducida en el apéndice de este volumen.
86. Carta, de Jacob Viner a F.A. Hayek, el 7 de diciembre de 1941, en los escritos de Jacob Viner,
caja 13, carpeta 26, escritos sobre políticas públicas, Departamento de libros antiguos y colecciones es-
peciales, biblioteca de la Universidad de Princeton, Princeton, Nueva Jersey.
87. Ibíd.

75
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de Saint-Simon y Comte y los de su tiempo.88 Las enormes transformacio-


nes económicas, sociales, políticas, jurídicas y culturales que la Revolución
Francesa, el imperio de Napoleón y la Reforma habían provocado crearon
una generación deseosa de orden y estabilidad. La Primera Guerra Mundial,
las revoluciones comunista y fascista y la Gran depresión habían tenido un
efecto similar en la generación de Hayek. En la búsqueda de una nueva manera
de seguir adelante, los defensores del liberalismo y un naciente socialismo
(ambos se opusieron a las reacciones monárquicas y católicas) se enfrenta-
ron en Francia y en todas partes en las décadas de 1820 y 1830, justo cuando
los liberales como Hayek buscaban competir con los socialistas de su tiempo
para ofrecer una ruta que pudiera evitar los horrores del comunismo y el fas-
cismo. En ambos periodos hubo un claro «espíritu de nuestro tiempo», el sen-
timiento generalizado de que eran tiempos trascendentales, de que los cam-
bios históricos en la sociedad eran inminentes.89 Había otras similitudes más
específicas.90 La propuesta de Saint-Simon de una enciclopedia del conoci-
miento científico se adelantó al plan de Otto Neurath sobre una «enciclope-
dia de la ciencia unificada». La teoría sansimoniana del arte, desarrollada por
Léon Halévy (¡el abuelo de Elie Halévy!) entre otros, se reprodujo en el realis-
mo soviético de Lenin y Stalin. Hayek incluso afirmó haber descubierto cier-
tas similitudes en el carácter cuando comparó las palabras y las descripciones
personales de los primeros autores contrarios a los escritos y el comporta-
miento de algunos de sus compañeros.91

88. Tal y como menciona Harold Laski, The Rise of Liberalism, p. 282: «En resumen, para com-
prender nuestra propia época, debemos situarnos en la época de la Reforma o en el período de la Re-
volución Francesa».
89. «Espíritu de nuestro tiempo» era el título de una colección de ensayos escritos por John Stuart
Mill para el Examiner en 1831. Se reimprimieron en John Stuart Mill, The Spirit of the Age (Chicago:
University of Chicago Press, 1942), y Hayek proporcionó un ensayo a modo de introducción para el
libro, titulado «John Stuart Mill at the Age of Twenty-Five». Hayek utiliza dicha frase al principio
del capítulo 9 del ensayo de «Cientismo», en el que afirma que la exigencia del control consciente de
los procesos sociales «expresa, acaso con mayor claridad que cualquier otro de sus clichés, el peculiar
espíritu de nuestro tiempo». Véase en este volumen, p. 229.
90. Véase el capítulo 12, p. 287.
91. «Los sansimonianos me parecen una bella ilustración del tipo de carácter que encontré en el
Círculo de Viena. […] El parecido entre Carnap y algunos de ellos es increíble». F.A. Hayek, en una
entrevista inédita grabada por W.W. Bartley III, Friburgo, 28 de marzo de 1984. En la entrevista inédita

76
INTRODUCCIÓN

Hayek buscaba escribir un tipo de descripción histórica muy concreta.


Su objetivo era situar los orígenes de ciertas ideas esenciales y, por último,
crear un argumento sobre los efectos de estas ideas en las últimas genera-
ciones. Su historia tenía una meta. No proporcionó, ni tenía intención de
proporcionar, lo que podría llamarse una descripción histórica «densa» de
los períodos que examinaba.92 Puede que el planteamiento ilustrativo de la
historia no fuera del gusto de todos, a pesar de que al menos algunos esta-
ban preparados para defenderlo, pues era, en cualquier caso, un planteamiento
común entre los economistas que escribían sobre la historia de las ideas.93
En su reconstrucción histórica, Hayek se concentró pues en ciertos episo-
dios clave que mejor ilustraban sus temas. Tanto en su extenso esbozo (por
ejemplo, el auge no solo del socialismo sino también del positivismo en las
obras francesas)94 como en sus afirmaciones más específicas, lo que escribió
era, sin lugar a dudas, preciso y poco polémico, y siempre estaba bien docu-
mentado. A veces rompía esquemas, como cuando sugirió que el impacto de
las ideas de los sansimonianos en los Jóvenes Hegelianos era un ámbito poco
analizado que estaba preparado para ser estudiado a fondo.95

con Bartley con fecha «Verano de 1984, en St. Blasien», Hayek afirmó que J.D. Bernal «me parecía
representar una nueva visión que he intentado analizar en “La contrarrevolución de la ciencia”, una
visión muy dominante», en Cambridge.
92. Así, en sus notas comentó lo siguiente: «Nos preocupa mucho la historia de las ideas […],
los hombres como figuras representativas en cuyas ideas se manifiestan ellos mismos, pero que ni
intentarán debatir los sistemas de pensamiento de los individuos ni nosotros pretendemos afirmar
que las ideas solo actúan a través de ellos». Notas, en los escritos de Hayek, caja 107, carpeta 17, archi-
vos del Instituto Hoover.
93. Véase una defensa del planteamiento, por ejemplo, en R.K. Webb, traductor de The Era of
Tyrannies de Elie Halévy, quien afirmó en el prólogo al libro, p. 13., que «la obra de Halévy es una
justificación concluyente del carácter esencial de la tesis y el argumento de las obras históricas». El
planteamiento de Hayek tenía elementos en común con el de Schmoller y Mitchell con respecto a
las explicaciones de la historia de su disciplina; también tenía elementos en común con el planteamien-
to de Sidney Webb en el retrato del ascenso del socialismo inglés. Puede que Hayek considerara su
propia definición como un antídoto de las demás.
94. Se trata de una opinión establecida, por ejemplo, por Durkheim durante sus conferencias pre-
sentadas en 1928. Véase Durkheim, Socialism and Saint-Simon.
95. Desde entonces se han llevado a cabo numerosos trabajos sobre este tema. Véase, por ejemplo,
Warren Breckman, Marx, the Young Hegelians, and the Origins of Radical Social Theory: Dethroning

77
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Sin embargo, también es evidente que, cuando uno emprende este pro-
yecto histórico, es inevitable que ciertas interpretaciones, aunque no sean
técnicamente incorrectas, acaben siendo algo desiguales en comparación con
otras descripciones históricas más aceptadas. Por ejemplo, en un esfuerzo por
mostrar los orígenes del prejuicio cientista en las obras de Saint-Simon, los
sansimonianos y Comte, Hayek menciona por encima la rivalidad intensa
que se daba entre Comte y los sansimonianos a finales de la década de 1820,
y únicamente menciona las conferencias presentadas en 1828 y 1829. Este
episodio fascinante y complejo puede ayudar a explicar (al menos en parte)
la consiguiente decisión extraña del grupo de convertirse en un culto religio-
so, así como algunas de las direcciones que siguió Comte en su siguiente obra.96
Esta rivalidad también ayuda a explicar por qué los sansimonianos buscaban
en especial atraer a los estudiantes de la École Polytechnique, a quienes con-
sideraban que habían caído bajo la influencia de Comte, un elemento impor-
tante en la historia de Hayek.
De forma similar, al marqués de Condorcet se le representa principal-
mente como el filósofo de la Ilustración por antonomasia en cuya última
obra, Esquisse, afirma que «el ilimitado optimismo de la época halló su úl-
tima y más elevada expresión».97 Sin lugar a dudas se esclarece ahora que
Condorcet apoyaba lo que era, tal y como describió un historiador, «en efec-
to, un credo tecnócrata: el credo de los hombres que confían en su destreza,
que se sienten cómodos en la tradición del poder, que están convencidos de
que los problemas de los políticos son susceptibles a las respuestas raciona-
les y las soluciones sistemáticas», de modo que se lo consideraba el precur-
sor de Saint-Simon y Comte.98 Sin embargo, igual de evidente era que Con-
dorcet se diferenciaba de ellos de muchas maneras fundamentales.99 Hayek

the Self (Cambridge: Cambridge University Press, 1999), en especial, los capítulos 4 y 5. En general,
desde entonces se ha descubierto y se ha escrito muchísimo más sobre Karl Marx.
96. Para una investigación exhaustiva de este episodio, véase Mary Pickering, «Auguste Comte
and the Saint-Simonians», French Historical Studies, vol. 18, primavera de 1993, pp. 211-236.
97. Hayek, en este volumen, capítulo 11, p. 261.
98. Keith Michael Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social Mathematics (Chicago:
University of Chicago Press, 1975), p. 57.
99. A lo largo de su libro, Baker representa a Condorcet como un teórico de la democracia libe-
ral. En el capítulo 6 sugiere plausiblemente que Esquisse, obra que Condorcet terminó en 1793 pero

78
INTRODUCCIÓN

llevó cuidado a la hora de distinguir en su descripción al Condorcet del prin-


cipio y al Condorcet del final, y también al sugerir que los autores solían
malinterpretarlo, de forma que no fue injusto en su descripción. Sin em-
bargo, uno nunca podrá averiguar entonces si Condorcet también había te-
nido influencias sobre los ideólogos, o si su viuda había abierto un salón
para atraer a muchos franceses liberales, o si fue ella quien en 1798 propu-
so la traducción francesa de la obra de Adam Smith, The Theory of Moral
Sentiments.
En resumen, Hayek no siempre ofrece el contexto histórico completo que
subyace tras los episodios sobre los que habla, y algunos de los personajes a
los que retrata parecen, en cierto como, superficiales. Una razón que lo expli-
que puede ser que los ensayos se empezaban como artículos de revistas, que
se publicaban en una revista en la que Hayek era el editor: bajo estas circuns-
tancias, habría sido inmensamente arrogante alargarlas mucho más allá de
su extensión real. Pero sobre todo, el objetivo de Hayek era contar una histo-
ria sobre los orígenes de varias ideas en especial. Dado ese objetivo, la descrip-
ción en sí es coherente y, de hecho, convincente.
Debemos ocuparnos ahora de un último aspecto de la narración históri-
ca de Hayek. Una cosa es señalar los orígenes de ciertas ideas, o apuntar simi-
litudes entre las ideas de hombres diferentes separados en el tiempo. Otra
cosa muy distinta es hablar de influencias. A veces las líneas de influencia no
son tan complicadas de establecer: por ejemplo, el propio John Stuart Mill ha
identificado la influencia del positivismo y los sansimonianos sobre sí mismo
en su Autobiografía, de forma que Hayek puede hacer uso de este hecho en
su narrativa. Pero en otras circunstancias, es difícil, si no imposible, estable-
cer influencias.
Hayek estaba por completo al corriente de este problema. Por ejemplo, re-
conoció que a pesar de que parecía bastante fácil encontrar similitudes en-
tre las ideas de Auguste Comte y Friedrich Hegel, y documentar el consenso
académico sobre la existencia de tales similitudes, establecer si uno de ellos

que fue modificada cuando huía de las autoridades revolucionares a principios de 1794, podía haber
sido también la expresión de un hombre desesperado que pone sus esperanzas en el futuro más que
en una predicción de lo que iba a ocurrir, sin importar que la obra fuese interpretada por las generacio-
nes futuras.

79
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

había influenciado en realidad al otro era muy complicado.100 Por esta ra-
zón, Hayek afirmó al final del capítulo «Sociología: Comte y sus sucesores»
que «descubrir las influencias es una de las empresas más insidiosas en la
historia del pensamiento».101 Cualquier historiador inteligente y competen-
te asentiría ante esto de inmediato y, además, uno podría preguntarse si re-
conocer esta dificultad habría sido otra razón por la cual Hayek decidió no
continuar con su descripción histórica.102

La definición de Hayek del cientismo

Vayamos ahora con el ensayo de «Cientismo», acuérdense de que Hayek


consideraba el cientismo como la aplicación irreflexiva de los métodos de
las ciencias naturales en áreas en las que no se aplican. Más tarde introdujo
los términos «objetivismo», «colectivismo» e «historicismo» para identifi-
car ciertas características representativas del «prejuicio cientista». Tales cate-
gorías eran lo suficientemente amplias como para abarcar todas las opinio-
nes que despreciaba, desde el fisicalismo en filosofía hasta el behaviorismo
en psicología, desde el historicismo alemán hasta la postulación de una
«mente colectiva». Por supuesto, no es ninguna coincidencia que lo contra-
rio a estos términos (que, juntos, implican un planteamiento subjetivista,
individualista y teórico de las ciencias sociales) precisamente caracteriza el
planteamiento desde siempre recomendado por los economistas de la Escue-
la Austriaca.

100. Así, en el capítulo 17, de la nota 8 a la 16, Hayek enumera a la mayor parte de académicos
de los que creía que existían similitudes en sus opiniones, pero también comenta que «estaría plena-
mente justificado reconocer tanto la posibilidad de una influencia de Comte sobre Hegel como de Hegel
sobre Comte». Véanse también sus cualificaciones al principio del capítulo 15, sobre «La influencia
sansimoniana».
101. En este volumen, p. 388. Finalmente llegó a admitir que había «violado tanto los cánones de
prudencia».
102. En ninguna parte Hayek considera dicha razón. Las razones que sí ofreció versaban sobre
querer trabajar en algo completamente nuevo y científico (El orden sensorial) tras haber completado
Camino de servidumbre, y, tal y como mencionamos antes, sobre su deseo de no tener que leer siste-
máticamente a Marx y Hegel. Para más detalles, véase Caldwell, Hayek’s Challenge, pp. 257-259.

80
INTRODUCCIÓN

La afirmación de que existen diferencias fundamentales en los métodos


apropiados para estudiar los fenómenos naturales, en oposición a los socia-
les, cuenta con una historia venerable.103 Dado que uno de los grupos que
más provocó estas diferencias eran los «hombres de la ciencia» ingleses, quie-
nes no hacían más que insistir en el debate público sobre la necesidad de
aplicar los métodos científicos (naturalistas) a los problemas de la sociedad,
es comprensible que Hayek quisiera recurrir a ello. Aun así, Hayek modi-
ficó al poco tiempo esta misma afirmación. Parece ser que lo hizo en respuesta
a las críticas que recibió de un filósofo de Viena. El filósofo no era, tal y como
podría imaginarse, Otto Neurath, sino Karl Popper.
Popper y Hayek se habían conocido antes de la guerra, cuando Popper
presentó una primera versión de su obra The Poverty of Historicism, en el
seminario de Hayek en la London School of Economics.104 Popper pasó la
guerra en Nueva Zelanda, y los dos hombres se enviaban numerosas cartas
durante las hostilidades. Más tarde, Hayek ayudó a Popper de numerosas
maneras: publicó The Poverty of Historicism en tres partes en la revista Eco-
nomica, le ayudó a encontrar un editor para su obra The Open Society and
Its Enemies y le consiguió una invitación para unirse al Departamento de Fi-
losofía de la London School of Economics tras la guerra.105
Popper habló del ensayo de Hayek sobre el cientismo en The Poverty of
Historicism en una sección titulada «La unidad del método». En ella argu-
yó que todas las ciencias reales siguen el mismo método, y que este método
(que Popper describe como hipotético, deductivo y controlado por los in-
tentos de falsificar teorías propuestas) era, de hecho, parecido al que Hayek
había defendido como el método verdadero de las ciencias sociales.106 En este

103. El hecho de que Hayek parezca haber aceptado tal distinción, y su insistencia en el papel
central de la interpretación en las ciencias sociales, ha dado pie a numerosas, y a veces opuestas, inter-
pretaciones del ensayo. Basta con decir que algunos han interpretado «Cientismo» como la revela-
ción de que Hayek era un realista crítico, un hermenéutico y un posmodernista. Tales lecturas pueden
contarnos más sobre los problemas que enturbian la empresa interpretativa que sobre las verdaderas
opiniones de Hayek. Menciono parte de esta literatura en el apéndice D en Hayek’s Challenge.
104. Karl Popper, The Poverty of Historicism, 2.ª ed. (Londres: Routledge, 1957).
105. Karl Popper, The Open Society and Its Enemies (Londres: Routledge, 1945).
106. Popper, The Poverty of Historicism, pp. 130-143. Tanto si esta afirmación es falsa como
si es verdadera, además de la extensa cuestión sobre la compatibilidad de los pronunciamientos

81
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ensayo, lo que Hayek había descrito como «cientismo» no era en realidad


el método de las ciencias naturales, sino más bien el desacertado consejo de
los «hombres de la ciencia». La prueba de que Hayek aceptara con tanta rapi-
dez la enmienda que le proponía Popper se encuentra en el hecho de que en
la versión de 1952 de «Cientismo», Hayek añadió todo un párrafo nuevo en
el que comentaba que los métodos que los cientistas naturales «habían tra-
tado tantas veces de aplicar forzadamente a las ciencias sociales no son siem-
pre necesariamente los que los verdaderos científicos emplearon en su pro-
pio campo».107 En el prólogo a su colección de ensayos de 1967, titulada Studies
in Philosophy, Politics and Economics, Hayek le atribuyó a Popper el haberle
instado a hacer el cambio:

Puede que los que leyeran algunos de mis primeros escritos detecten un mí-
nimo cambio en el tono de mi argumento sobre la actitud a la que entonces
llamaba cientismo. La razón de este cambio es que Karl Popper me ha mos-
trado que, en realidad, los cientistas naturales no han hecho lo que la mayo-
ría de ellos nos dijo que han hecho, ni tampoco han instado a los representan-
tes de otras disciplinas a imitarlos.108

¿Hasta qué punto era importante el cambio en el argumento de Hayek?


En cierto modo, importaba un poco. Si de hecho los cientistas naturales no
practicaban en verdad el objetivismo, el colectivismo y el historicismo que
Hayek había criticado, pues no eran más que caricaturas ofrecidas por los
«hombres de la ciencia», se reforzaba entonces su argumento de que tales

metodológicos de Popper y Hayek, son temas que han dado lugar a numerosos debates y discusio-
nes. Véase, por ejemplo, Bruce Caldwell, «Hayek the Falsificationist? A Refutation», Research in the
History of Economic Thought and Methodology, vol. 10, 1992, pp. 1-15; Terence Hutchison, «Hayek
and “Modern Austrian” Methodology: Comment on a Non-Refuting Refutation», Research in the
History of Economic Thought and Methodology, vol. 10, 1992, pp. 17-32; Caldwell, Hayek’s Challenge,
pp. 311-312.
107. En este volumen, capítulo 1, pp. 137-138.
108. F.A. Hayek, Studies in Philosophy, Politics and Economics (Chicago: University of Chicago
Press, 1967), p. viii. A pesar de que Hayek atribuye este cambio a Popper, las críticas de otros autores,
como Ernest Nagel en su «Book Review: The Counter-Revolution of Science», Journal of Philosophy,
vol. 49, 14 de agosto de 1952, pp. 560-564, también pudieron desempeñar un papel en el cambio de
opinión de Hayek.

82
INTRODUCCIÓN

métodos eran inapropiados: si no se practican en ninguna parte, ¿para qué


usarlos? Por otro lado, la descripción exacta de Hayek de los métodos de
las ciencias sociales y naturales tuvo un papel clave en su argumento de que
existían problemas específicos en las ciencias sociales que hacían que las
predicciones fuesen más complicadas. Debido a estos problemas, Hayek lle-
gó a la conclusión de que a menudo, lo mejor que podemos hacer en las cien-
cias sociales es hacer predicciones cualitativas, o proveer explicaciones del
principio por el cual ocurren los fenómenos sociales, como en el ejemplo
del sendero. Si todas las ciencias siguen el mismo método, ¿sobre qué se
basa alguien que afirme que la predicción es más difícil en algunos de esos
casos?
Hayek dio con la solución al problema en la década de 1950. Desde en-
tonces rara vez había calificado las ciencias según la distinción entre cien-
cia social y ciencia natural que ya había utilizado en el ensayo de «Cientismo».
Tras recurrir a la obra de Warren Weaver y de otros, dispuso entonces la línea
divisoria entre aquellas ciencias que estudiaban los fenómenos simples y las
que estudiaban los complejos.109 Así, la conclusión más importante a la que
llegó en el ensayo de «Cientismo» (que cuando se tratan ciertos fenómenos,
lo mejor que uno puede hacer es elaborar predicciones cualitativas o expli-
car el principio) permaneció en vigor. Pero tales limitaciones asediaron a las
ciencias que estudiaban los fenómenos complejos (entre los que se encuen-
tran los económicos) más que a las ciencias sociales en general.
El que Hayek siempre haya enfatizado estas limitaciones ha supuesto su
mayor fuente de desacuerdo con Milton Friedman, para quien la habilidad
de predecir era el elemento clave de toda gran ciencia. Por supuesto, Friedman
compartía la antipatía de Hayek hacia la planificación socialista, y defendía
abiertamente el régimen liberal del mercado libre. Pero también era positi-
vista, o al menos a ojos de Hayek. Friedman fue alumno de Arthur Burns
(quien más tarde sucedió a Wesley Clair Mitchell como director de investi-
gación en el Departamento Nacional de Investigación Económica), y a fi-
nales de la década de 1930 trabajó en este departamento, donde Mitchell le

109. Warren Weaver, «Science and Complexity», American Scientist, vol. 36, octubre de 1948,
pp. 536-544. Para una explicación más completa del cambio de posición de Hayek, véase Caldwell,
Hayek’s Challenge, pp. 297-306.

83
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

apoyó y le dio consejo.110 A pesar de tener políticas muy diferentes, la opi-


nión de Friedman sobre el uso del trabajo empírico en economía era casi idén-
tica a la de Mitchell.111 La eficaz defensa de Friedman de «la metodología de
la economía positiva» puso fin a la relación entre la metodología positivista
y el socialismo, y ayudó a garantizar la conservación de este último en eco-
nomía, mucho después de que se apagara el entusiasmo por el socialismo.

La mentalidad y la ciencia planificadoras

Vayamos por último a la crítica de Hayek de la mentalidad planificadora y


la consiguiente esperanza en que la ciencia nos permitirá reconvertir la so-
ciedad. La pasión por planificar, a la que Hayek atacaba, alcanzó su punto
álgido en los años de entre guerras y, más tarde, se disipó al acabar la guerra,
lo que no quiere decir que desapareció por completo. Con los años, los expe-
rimentos de planificación siguieron surgiendo, desde la planificación indica-
tiva en Francia en la década de 1960 y la llamada a la política industrial en

110. Véase Milton y Rose D. Friedman, Two Lucky People: Memoirs (Chicago: University of
Chicago Press, 1998), pp. 69-75.
111. Véase Mitchell, Two Lives, p. 351, en cuyas notas, explicando la fundación del Departa-
mento Nacional de Investigación Económica, Mitchell escribió: «Un grupo interesado encontró cier-
tas diferencias en las opiniones sobre las políticas públicas basadas en diferentes puntos de vista rela-
cionados con los hechos fundamentales más que con las diferencias de nuestros intereses económicos.
Nadie podía estar seguro de si tales puntos de vista eran ciertos o si otros compañeros estaban equi-
vocados. Ninguno de nosotros tenía ni el tiempo ni las habilidades para estar del todo seguros, si bien
se podían determinar los hechos con precisión significativa. Creíamos que muchos otros hombres sentían
la misma necesidad de tener un organismo que buscara tales hechos. […] El Departamento Nacional
de Investigación Económica se creó en enero de 1920 con dicho propósito». Comparen este relato con
las razones del trabajo empírico (implantar el desacuerdo entre los individuos) que ofreció Friedman:
«Se tiene un conjunto de probabilidades personales sobre hechos del mundo. […] Yo tengo un conjunto
de probabilidades personales. Tales probabilidades personales son diferentes. Por esa razón, discuti-
mos. La función del análisis estadístico es llevarnos a reconsiderar nuestras probabilidades personales
con la esperanza de que nuestras probabilidades personales estén cada vez más unidas». Milton Friedman,
citado en Daniel Hammond, «An Interview with Milton Friedman», en Research in the History of
Economic Thought and Methodology, Warren Samuels y Jeff Biddle, eds., vol. 10 (Greenwich, CT: JAI
Press, 1994), p. 101.

84
INTRODUCCIÓN

Estados Unidos hasta el establecimiento en 2005 de la Red de Tecnócratas


Europeos, el último intento de implementar el movimiento tecnócrata resu-
citado en un nuevo continente. Al menos, en el presente momento en el que
escribo, la visión de una sociedad racional y completamente planificada pa-
rece un artefacto de tiempos sencillos, o puede que incluso la advertencia de
una distopía venidera, más que otra cosa.112
Cualquiera podría pensar en una variedad de razones por las que se dio
un cambio. La fe en que la ciencia, una vez liberada de los grilletes del capi-
talismo, fuera una fuerza absoluta para el bien era difícil de mantener tras
Hiroshima, el inicio de la Guerra Fría y la posterior carrera armamentísti-
ca. El «aprender a vivir con la bomba» llevó a los intelectuales al existencia-
lismo, no a la tecnocracia. El ejemplo soviético y el chino minaron la fe en
la eficacia de las formas más extremas de planificación central y esquemas
de nacionalización. En Occidente, al menos, el nuevo «punto medio» ya no
era el socialismo, sino una especie de economía mezclada, descrita de diferen-
tes maneras: «el estado de bienestar», «la economía social de mercado», «el
consenso keynesiano», «butskellismo» y otras más. El propio Hayek recono-
cía tales cambios, lo que podría suponer otra razón por la que decidió no con-
tinuar con su gran libro.113 Criticó estas modificaciones en sus últimos años,
cuando desarrolló nuevos argumentos con los que reforzar su crítica.
En cualquier caso, es evidente que ciertos puntos de los argumentos de
Hayek parecen algo pasados. Por supuesto, no es tanto una crítica a Hayek,
sino un reconocimiento de cómo ha cambiado el mundo desde los años de
entre guerras. No obstante, algunos individuos de izquierdas pueden consi-
derar que las críticas específicas de Hayek de la mentalidad planificadora tie-
nen poca relevancia para la posición en la que se encuentran.114

112. No se debe ignorar la posibilidad de que el entusiasmo por el control científico del entorno
social venga en oleadas.
113. En 1956, en la introducción a la edición en rústica estadounidense de Camino de Servidumbre,
p. 44, escribió que «el socialismo caliente al que principalmente se dirige […] está casi muerto en el mundo
occidental». Por supuesto, tal y como aclara el énfasis en «el mundo occidental», para los cientos de millo-
nes de individuos que viven en la Unión Soviética, los países del Este, China, Corea del Norte y otros
lugares en los que se llevaban a cabo «experimentos» comunistas, la realidad era completamente distinta.
114. Véase por ejemplo la afirmación de Jeffrey Friedman sobre la crítica de Hayek de la mentali-
dad planificadora: «La persistencia de esta polémica incluso después de la llegada de la Nueva izquierda

85
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Sin embargo, sí que existe cierta verdad en esta acusación. Parte del pro-
blema consiste en que la clara separación de Hayek de los grandes pensa-
dores políticos y económicos occidentales entre aquellos cuyas ideas concuer-
dan con la herencia de la Ilustración escocesa y aquellos que encajan mejor
en la tradición constructivista racionalista de la Europa continental, por muy
fructífera e ilustrativa que a veces pueda ser, simplemente no consigue que
ciertos casos tengan sentido.115 Por ejemplo, la distinción no sirve de mu-
cho si uno busca entender la posición de los anarquistas del siglo XIX, como
Piotr Kropotkin, partidario tanto del comunismo voluntarista como del po-
sitivismo, pero también del antiestatismo virulento; o Mijaíl Bakunin, cuyos
escritos llevan el siguiente epígrafe: «Libertad sin socialismo es privilegio e
injusticia; socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad».116 Pasando a
tiempos más recientes, los miembros o seguidores de lo que acabaría cono-
ciéndose como la Escuela de Frankfurt eran críticos virulentos de la plani-
ficación autoritaria, el positivismo y el distanciamiento que se imponían en
una sociedad dominada por la tecnología, pues los consideraban el legado de

debe parecerle a todo lector de izquierdas de Hayek una obsesión muy pulida, como si ignorara por
completo la repugnancia de posguerra de la izquierda por la autoridad, la planificación y el “control de
la mente”». Jeffrey Friedman, «Popper, Webber, and Hayek: The Epistemology and Politics of Ignorance»,
Critical Review, vol. 17, 2005, p. xl.
115. Numerosos académicos han desafiado la categorización de Hayek de varios escritores en
los dos campos. Véase, por ejemplo, R.F. Harrod, «Professor Hayek on Individualism», Economic
Journal, vol. 56, septiembre de 1946, pp. 435-442; Lionel Robbins, «Hayek on Liberty», Economica,
nueva serie, vol. 28, febrero de 1961, pp. 66-81; Arthur Diamond, «F.A. Hayek on Constructivism
and Ethics», Journal of Libertarian Studies, vol. 4, otoño de 1980, pp. 354-358; y Christina Petsoulas,
Hayek’s Liberalism and Its Origins: His Idea of Spontaneous Order and the Scottish Enlightenment
(Londres: Routledge, 2001). Tal y como vimos anteriormente, Milton Friedman tampoco encajaba
en el molde.
116. Véase la introducción de Marshall S. Shatz a Kropotkin: The Conquest of Bread and Other
Writings, en la serie Cambridge Texts in the History of Political Thought (Cambridge: Cambridge
University Press, 1995), pp. xvii-xviii; Bakunin on Anarchy: Selected Works by the Activist-Founder
of World Anarchism, editado y traducido por Sam Dolgoff (Nueva York: Knopf, 1972). La descrip-
ción de Hayek en el capítulo 15, p. 249, de los «fuertes elementos democráticos y anarquistas» que se
incluyeron en el socialismo en 1848 como «nuevos y extraños elementos» es prueba de que recono-
cía que su esquema de categorización no encajaba con ellos, sin embargo, la decisión de simplemente
definir como «extrañas» las posiciones que no encajan en su esquema no es muy satisfactoria.

86
INTRODUCCIÓN

la Ilustración.117 Ciertos académicos afiliados a la Escuela de Frankfurt lle-


garon incluso a convertirse en figuras icónicas de la Nueva izquierda.
Efectivamente, muchos críticos modernos del cientismo son de izquier-
das. Estos críticos se oponen a los imperativos tecnológicos de la sociedad de-
sarrollada, y defienden la libertad individual y la autodeterminación, que bajo
su punto de vista solo pueden darse si la injusticia social y económica llega
a su fin. Sin embargo, por muy virtuosas que sean tales llamadas a la refor-
ma, al final no son tan útiles. Tal y como Hayek siempre ha apuntado, tan-
to él como sus opositores buscar fines similares, de forma que discrepan en
los medios que consideran más adecuados para conseguirlos. Así pues, solo
cuando uno supera tales generalizaciones vagas, como «el fin de la injusti-
cia», puede por fin llegar a la verdadera cuestión: tal y como plantea Lenin,
¿qué queda por hacer?
Aquí es donde cabe suponer que Hayek y la Nueva izquierda ofrecen res-
puestas bastante diferentes.118 Si se quería obtener una comparación con sen-
tido de tales posiciones, las preguntas adecuadas para incitar el debate debían
ser: «¿Qué propuestas viables han expuesto los miembros de la Nueva izquier-
da?» o «¿En qué se diferencian de las de Hayek?». A este respecto, puede que
encontremos ciertos defectos en ambos bandos, pues ninguno de los dos ha
sido particularmente capaz de pasar del nivel filosófico al político.
Los partidarios de la «teoría crítica», como indica su nombre, han sido des-
de siempre mucho mejores en elaborar críticas minuciosas que en explicar

117. Así, en un capítulo titulado «Concepto de Ilustración», encontramos que Max Horkheimer
y Theodor Adorno escriben pasajes como: «La tierra completamente ilustrada irradia un desastre triun-
fal» (p. 3), «La ilustración es totalitaria» (p. 6) y «Todo aquello que no se reduce a números, y en última
instancia al uno, se convierte para la Ilustración en una ilusión; el positivismo moderno lo encasilla en
literatura» (p. 7). Véase Dialectic of Enlightenment, traducido por John Cumming (Nueva York: Herder
and Herder, 1972). Parece ser que Hayek tenía poca paciencia con la Escuela de Frankfurt, sobre todo
con la obra de Herbert Marcuse: «Es el tipo de marxismo que más me disgusta; una combinación del
marxismo y el freudismo. Me opongo en partes iguales a ambas fuentes, cuya forma combinada me
parece particularmente repulsiva». F.A. Hayek, citado en Dahrendorf, LSE; p. 291.
118. De hecho, Hayek esperaba llevar a la izquierda a un gran debate en el que discutir estos te-
mas a finales de la década de 1970, y a pesar de que al final el debate no tuvo lugar, esto lo llevó a es-
cribir su último libro, The Fatal Conceit: The Errors of Socialism, ed. W.W. Bartley III, vol. 1 (1988) en
The Collected Works of F.A. Hayek.

87
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

cómo debe formarse una sociedad nueva y más justa. De hecho, para la ma-
yoría de teóricos críticos, intentar definir un conjunto de propuestas concre-
tas para llegar al cambio social sería, por sí mismo, una violación positivista
de toda la visión hegenializada de la evolución social que ellos defienden,
así como una sencilla pérdida de tiempo, dada la complejidad de la realidad
social.119 Como resultado, cualquiera podía recibir, de parte de aquellos a
quienes se asocia a la Escuela de Frankfurt, críticas culturales intrincadas y,
normalmente, ricas en matices. Si el objetivo es cambiar el mundo, entonces
la crítica no es suficiente.120 El desafío que se enfrenta a las críticas en la iz-
quierda consiste en dar con un conjunto de propuestas proporcionales sobre
cómo suelen trabajar los sistemas de mercado y los sistemas planificados, y
cómo y cuándo no consiguen funcionar.
En cuanto a Hayek, también se le puede criticar por no llegar casi nunca
al nivel operativo, aunque al menos sí que procuró ciertas concreciones en
la última parte de Los fundamentos de la libertad.121 No obstante, hay otros
que han retomado la tarea. Se considera que los economistas de los días mo-
dernos que trabajan bajo la tradición austriaca, así como los teóricos de la
elección pública, aquellos que estudian los derechos de propiedad y la econo-
mía de costes de transacción, algunos economistas experimentales y los se-
guidores del movimiento de la Nueva Economía Institucional intentan, en
diferente grado, rellenar los huecos que Hayek dejó en su marco siempre tan
general.

119. Para más detalles sobre la Escuela de Frankfurt y la teoría crítica, véase Martin Jay, The
Dialectical Imagination: A History of the Frankfurt School and the Institute of Social Research 1923-
1950 (Boston: Little, Brown and Co., 1973) y Zoltán Tar, The Frankfurt School: The Critical Theories
of Max Horkheimer and Theodor W. Adorno (Nueva York: Schocken Books, 1985). Al igual que Jay
(pp. 63, notas), la mayoría de los afiliados al Instituto de Investigación Social no tenía un gran inte-
rés por la economía, y de hecho acusaba a los miembros que querían llevar a cabo análisis económi-
cos puros, como el economista marxista Henryk Grossmann, de hacer de ello una obsesión: separar
los mecanismos causales puramente económicos era repugnante para los partidarios del planteamien-
to completamente dialéctico.
120. «Los filósofos solo han interpretado la palabra en diferentes sentidos; sin embargo, el obje-
tivo es cambiarlo». Karl Marx, «Theses on Feuerbach», en The Marx-Engels Reader, ed. Robert Norton,
segunda edición (Nueva York: Norton, 1978), p. 145.
121. F.A. Hayek, The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960). Se
espera una edición de este título en la colección de Obras completas.

88
INTRODUCCIÓN

Había otra diferencia importante entre Hayek y algunos de sus adver-


sarios más recientes de izquierdas. Al igual que los «hombres de la ciencia»,
a los que había criticado en la década de 1940, Hayek participaba por completo
en el proyecto científico modernista: se veía a sí mismo como un científico,
y creía en el poder del argumento científico.122 Se quejaba de que muchos
otros creyentes (sobre todo aquellos que estaban tan dispuestos a etiquetar
las creencias de sus adversarios de «metafísicas») no practicaban, bajo su pun-
to de vista, lo que predicaban. Hayek era un modernista de pies a cabeza, pero
también alguien que reconocía la importancia de la interpretación. Así, como
teórico del valor subjetivo formado bajo la tradición austriaca, era en este sen-
tido un verdadero miembro representativo.

A dónde llegó entonces Hayek

Hayek nunca completó el proyecto del abuso de la razón, sino que en su lugar
continuó con otros trabajos. Sin embargo, en muchos casos la nueva investi-
gación que había empezado estaba relacionada, a veces de forma muy directa,
con su gran obra inacabada.
Tal y como mencionamos anteriormente, la causa del primer «retraso»
fue la decisión de centrarse en escribir y publicar la segunda parte del libro,
que se convertiría en Camino de servidumbre. En un principio, había pla-
neado volver a su mayor proyecto, pero la condensación que hizo la revista
Reader’s Digest de Camino de servidumbre causó más retrasos al convertir-
lo en una figura internacionalmente conocida casi sin esperárselo. Así pues,
esto le consiguió a una invitación de Harold Luhnow, de la Fundación Vol-
ker, para escribir una edición estadounidense del libro, cosa que no hizo, pero
Luhnow sí llegó a ayudar a Hayek a cumplir el sueño de crear una sociedad

122. «Algunos lectores pueden tener la sensación de que yo, en muchos aspectos, mantengo pun-
tos de vista tan estrechamente relacionados con aquellos que critico que apenas tengo derecho a re-
chazarlos. Sin embargo, las críticas siempre vendrán únicamente de los individuos que más o menos
mantienen puntos de vista similares y, al parecer, es cierto que las pequeñas diferencias pueden mar-
car la gran diferencia entre la verdad y el error». Notas, en los textos de Hayek, caja 107, carpeta 17,
archivos del Instituto Hoover.

89
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

liberal internacional, cuyo primer encuentro tuvo lugar en Mont Pelerin, en


Suiza, en abril de 1947. La relación con Luhnow también llevó a Hayek, en
última instancia, a su nombramiento en la Comisión de Pensamiento Social
de la Universidad de Chicago en 1950.123
Tras terminar Camino de servidumbre, Hayek comenzó en verano de
1945 a escribir un ensayo sobre psicología, provisionalmente titulado «¿Qué
es la mente?» y basado en los escritos de sus días de estudiante; esperaba
poder acabarlo pronto, pero no fue así. A pesar de haber acabado un pri-
mer borrador en 1945, el ensayo acabó convirtiéndose en un libro, que ten-
dría que esperar hasta 1952 para ser publicado bajo el título El orden sen-
sorial.124
La relación entre el ensayo de «Cientismo» y El orden sensorial es bas-
tante directa. El capítulo 5, sobre el objetivismo del planteamiento cientista,
presenta una dilatada crítica del fisicalismo en filosofía y el behaviorismo
en psicología, basada en una teoría sobre la percepción sensorial a la que Ha-
yek se refiere pero que no describe por completo.125 La teoría a la que hacía
referencia era la que había desarrollado en uno de sus escritos de sus tiem-
pos de estudiante en la Universidad de Viena, pero que nunca había publi-
cado. Así pues, el objetivo que subyacía tras «¿Qué es la mente?» era elabo-
rar un esquema de la formación de su crítica. Por supuesto, el libro que obtuvo
como resultado iba más allá de la crítica, pero esa era la razón evidente por
la cual en un principio Hayek empezó el proyecto.126
En 1951, Hayek publicó otro libro que se relacionaba directamente con
el proyecto del abuso de la razón: John Stuart Mill and Harriet Taylor: Their

123. Para más detalles, véase la introducción del editor a F.A. Hayek, The Road to Serfdom, pp.
18-21. La Fundación Volker proporcionó los fondos para el nombramiento de Hayek.
124. F.A. Hayek, The Sensory Order: An Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology
(Chicago: University of Chicago Press, 1952). Se espera una edición de este título en la colección de
Obras completas.
125. En este volumen, pp. 175-183.
126. Aunque también se pueden encontrar críticas contra el behaviorismo y el fisicalismo en El
orden sensorial, son mucho más visibles en el primer borrador de «¿Qué es la mente?». De hecho,
la crítica contra el behaviorismo comienza en la primera página del borrador, bajo el título «Opiniones
que niegan o desprecian el problema», es decir, el problema que se trataría en el libro: el orden senso-
rial que difiere del orden natural que la ciencia nos ha revelado.

90
INTRODUCCIÓN

Correspondence and Subsequent Marriage127 reúne las cartas que se envia-


ron Mill y Taylor desde principios de la década de 1830 hasta la muerte de
esta en 1858. En la introducción y el primer capítulo, Hayek proporciona el
contexto histórico necesario de las cartas, para luego ir intercalando entre
las cartas más comentarios para ampliar el contexto. Más tarde, afirmó en
una entrevista que fue el trabajo que realizó sobre los sansimonianos para
el proyecto del abuso de la razón el que «me llevó a dedicar tal cantidad de
tiempo a John Stuart Mill, quien en realidad nunca me atrajo especialmen-
te, aunque sin querer me acabé ganando la reputación de ser uno de los prin-
cipales expertos en él».128 Durante la investigación sobre Mill, Hayek se había
encontrado con una grandísima cantidad de cartas inéditas. A su parecer, las
que se habían enviado Mill y Taylor eran «especialmente fascinantes»,129 lo
que en última instancia lo impulsó a reunir las más importantes en un libro.
Pasemos ahora a «Individualismo: el verdadero y el falso», que debería
haber sido la introducción a El abuso de la razón y que, creo yo, no debería
haberse extralimitado en sugerir que muchos de los temas más importantes
que pueden encontrarse en sus obras anteriores (tanto Los fundamentos de
la libertad como Derecho, legislación y libertad) están de algún modo pre-
sentes en el ensayo.130 De esta forma, vemos cómo en este ensayo presenta:
las diferencias entre la Ilustración francesa y la escocesa; la importancia de
limitar el poder coactivo del Estado a únicamente aquellas circunstancias en
las que resulta indispensable para reducir la coacción por parte de otros; los
límites de la mente humana y la implicación de que deben seguirse reglas
generales y principios abstractos para designar un marco legal adecuado; la
tensión que existe entre la preservación de la libertad individual en un or-
den a mercado y la obtención de la justicia distributiva y, por último, la im-
portancia del correcto funcionamiento de una sociedad de individuos que se

127. F.A. Hayek, John Stuart Mill and Harriet Taylor: Their Correspondence and Subsequent Marriage
(Chicago: University of Chicago Press, 1951). Se espera una edición de este título en la colección de
Obras completas.
128. F.A. Hayek, Hayek on Hayek: An Autobiographical Dialogue, Stephen Kresge y Leif Wenar,
eds. (Chicago: University of Chicago Press y Londres: Routledge, 1994), p. 128.
129. Ibíd., p. 129.
130. F.A. Hayek, Law, Legislation, and Liberty, 3 vols. (Chicago: University of Chicago Press,
1973-1979). Se espera una edición de este título en la colección de Obras completas.

91
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

someten a normas morales y convenciones que pueden considerarse tanto


ininteligibles como irracionales. No todo aparece ahí; por ejemplo, los temas
evolutivos y la relación entre las órdenes espontáneas y el cumplimiento de
las reglas se añadirían más tarde. Sin embargo, «Individualismo: el verda-
dero y el falso» sigue siendo un resumen o una descripción de la mayor parte
del trabajo futuro de Hayek en filosofía política.
Tal y como mencionamos anteriormente, a pesar de que Hayek cambió
la definición de cientismo (a los métodos supuestamente utilizados en cien-
cias sociales y defendidos por los hombres de la ciencia), nunca cambió los
fundamentos de la petición metodológica sobre las limitaciones a las que se
enfrentan los cientistas sociales. Paradójicamente, cuando Hayek se vio for-
zado a modificar su argumento pudo por fin saber con exactitud qué era lo
que causaba las limitaciones: nos enfrentamos a límites en las ciencias, como
la economía, porque estudiamos fenómenos de una complejidad organiza-
da. Este descubrimiento permitió a Hayek ofrecer fundamentos a la princi-
pal conclusión de que cuando se trata con fenómenos complejos, la esperanza
cientista de que los avances científicos puedan permitirnos algún día contro-
larlos y predecirlos es falsa y peligrosa. La posterior gran obra de Hayek sobre
la teoría de los fenómenos complejos (y sobre la posterior cadena de órdenes
que se forman espontáneamente) estaba claramente relacionada con el cam-
bio de distinguir entre ciencia natural y ciencia social al de distinguir enton-
ces entre los fenómenos simples y los complejos.
Por último, Hayek vio una conexión entre el proyecto del abuso de la
razón y su último libro, La fatal arrogancia, publicado en 1988, tan solo
cuatro años antes de su muerte. En una ficha con fecha de 22 de mayo de
1985, Hayek describió el manuscrito sobre el que estaba trabajando por
aquel entonces de la siguiente manera: «Este debe ser el resultado final de
lo que ideé, alrededor de 1938, como la obra de Abuso de la razón y de las
conclusiones que publiqué en 1944, el esbozo de Camino de servidumbre.
Es una obra para la que uno debe ser economista, ¡y ni siquiera eso es sufi-
ciente!».131

131. Ficha con fecha de 22 de mayo de 1985, proporcionada por Stephen Kresge. Hayek elaboró
literalmente miles de fichas durante el tiempo en el que estaba trabajando en varios proyectos, en las
que plasmaba sus propios pensamientos o las citas de otros autores que usaría en el libro.

92
INTRODUCCIÓN

Todo esto nos lleva finalmente a resaltar una última ironía. Tal y como
hemos visto, una gran parte de la posterior obra de Hayek estaba relaciona-
da, tanto directa como indirectamente, con su gran trabajo inacabado sobre
la guerra. Parece ser que la causa de que este libro quedara incompleto se en-
contraba únicamente en el título.

Greensboro, Carolina del Norte


Febrero de 2007

93
PRELUDIO
Individualismo:
El verdadero y el falso 1

Del siglo XVIII y la Revolución, como de una fuente común,


brotan como dos ríos: el primero conducía a los hombres
hacia las instituciones libres, mientras que el segundo los
llevaba al poder absoluto.

ALEXIS DE TOCQUEVILLE 2

Defender un principio cualquiera de orden social bien definido es hoy una


manera casi segura de incurrir en la acusación de defender doctrinas invia-
bles. Se considera señal de una mente razonable el que en materia social no
se adhiera uno a principios preestablecidos, sino que decida toda cuestión

1. Decimosegunda Conferencia Finlay, pronunciada en el University College de Dublín, el 17


de diciembre de 1945. Publicada por Hodges, Figgis & Co., Dublín, y Basil Blackwell, Oxford, 1946.
[Reimpresa en F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press,
1948), pp. 1-32. El ensayo se titula «Prefacio» porque en el esbozo original de Hayek para el libro de
El abuso de la razón, esta parte debería haber sido el capítulo introductorio, con el título «La humil-
dad del individualismo». Véase la introducción del editor a este volumen, p. 43. En adelante, todos los
comentarios editoriales aparecen entre corchetes. Los corchetes que enmarquen el número de una pá-
gina o un volumen corrigen el indicado por Hayek en las citas; la información entre corchetes es la
correcta. – Ed.].
2. [Del siglo XVIII y la Revolución, como de una fuente común, brotan como dos ríos: el prime-
ro conducía a los hombres hacia las instituciones libres, mientras que el segundo los llevaba al poder
absoluto. Alexis de Tocqueville, «Discours de réception à l’académie française, en Études économiques,
politiques et littéraires, vol. 9 (1866) de Œuvres complètes d’Alexis de Tocqueville (París: Michel Lévy
Frères, 1864-1867), p. 16. – Ed.].

95
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

«según la conveniencia»; si se es guiado generalmente por un interés per-


sonal y se está dispuesto a encontrar un compromiso entre puntos de vista
opuestos. Los principios tienen, sin embargo, su manera de afirmarse, aun-
que no sean reconocidos explícitamente y aunque se sobreentiendan como
vagas ideas sobre lo que se debe o no se debe hacer. Y así ha sucedido que,
al grito de «ni individualismo ni socialismo», nos estamos desplazando rápi-
damente desde una sociedad de individuos libres hacia otra de naturaleza
completamente colectivista.
Mi propósito no es solo defender un principio general de organización
social, sino también intentar demostrar que la aversión a principios genera-
les y la preferencia por un proceso que va de una instancia particular a otra
es fruto de un proceso que, con «la inevitabilidad de la gradualidad», nos con-
duce hacia atrás desde un orden social basado en el reconocimiento general
de ciertos principios a un sistema en el que el orden se crea mediante man-
datos directos.3
Tras la experiencia de los últimos treinta años, posiblemente no haya ne-
cesidad alguna de subrayar que sin principios vamos a la deriva. La actitud
pragmática dominante en ese periodo, lejos de aumentar nuestro control sobre
los desarrollos de los hechos sociales, nos ha llevado, en cambio, a una situa-
ción que nadie quería; y el único resultado de nuestra indiferencia hacia los
principios parece ser que estamos gobernados por una lógica de los aconteci-
mientos que tratamos inútilmente de ignorar. El problema, ahora, no es si debe
haber principios que nos guíen, sino más bien si aún existe un conjunto de
principios que puedan aplicarse en general y que, en caso de que lo queramos,
podríamos seguir. ¿Dónde podemos aún encontrar una serie de preceptos que
se configuren como una guía precisa en la solución de los problemas de nues-
tro tiempo? ¿Podemos encontrar una filosofía coherente capaz de ofrecer no
solo los fines morales sino también un método adecuado para alcanzarlos?
Que la religión por sí sola no es una guía segura en este campo lo demues-
tran los esfuerzos de la Iglesia para elaborar una filosofía social completa,

3. [«La inevitabilidad de la gradualidad» era una expresión utilizada por los fabianos, los socia-
listas ingleses liderados por Sidney y Beatrice Webb. Véase la introducción del editor a F.A. Hayek,
Socialism and War: Essays, Documents, Reviews, ed. Bruce Caldwell, vol. 10 (1997) en The Collected
Works of F.A. Hayek (Chicago: University of Chicago Press y Londres: Routledge), p. 11. – Ed.].

96
PRELUDIO

y también lo demuestran los resultados diametralmente opuestos a los que


llegan muchos de los que parten de los mismos fundamentos cristianos. Aun-
que el declive de la influencia religiosa sea sin duda una de las principales
causas de nuestra actual falta de orientación intelectual y moral, un even-
tual despertar de la misma no haría mucho menor la necesidad de un prin-
cipio de orden social aceptado generalmente. Aún tendremos necesidad de
una filosofía política capaz de ir más allá de los preceptos fundamentales pero
generales que ofrecen la religión y la moral.
El título elegido para este ensayo muestra, según creo, que existe aún una
tal filosofía, una serie de principios que están implícitos en la mayor parte
de la tradición occidental o cristiana, pero que ya no pueden describirse en
términos inmediatamente comprensibles y sin crear ambigüedad. Es, pues,
preciso redefinir completamente tales principios, antes de decidir si aún pue-
den servirnos de guía práctica.
La dificultad que tenemos que afrontar no es solo el archisabido hecho
de que los términos políticos actuales son notoriamente ambiguos, o también
que, a menudo, el mismo término tiene significados opuestos para grupos
diferentes. Está la circunstancia, mucho más grave, de que con frecuencia la
misma palabra parece reunir a personas que creen en ideales contrapuestos
y no conciliables. Términos como «liberalismo» o «democracia», «capitalismo»
o «socialismo», hoy no definen ya sistemas de ideas coherentes, sino agre-
gaciones de principios en cierto modo heterogéneos y hechos que la causa-
lidad histórica ha asociado a tales palabras, pero que tienen poco en común
aparte del hecho de haber sido defendidos por las mismas personas en tiem-
pos diferentes o también simplemente reunidos bajo el mismo término.
Desde este punto de vista, ningún término político ha sido tan maltrata-
do como el término «individualismo». No solo sus adversarios lo han distor-
sionado hasta el punto de convertirlo en una caricatura irreconocible —y
deberíamos siempre recordar que la mayoría de nuestros contemporáneos
conocen los conceptos políticos que actualmente no están de moda solo a tra-
vés de la descripción que de ellos hacen sus enemigos—, sino que también
se ha empleado para describir diferentes actitudes hacia la sociedad que en-
tre ellas tienen tan poco en común como con sus opuestas. Ciertamente, cuan-
do en la preparación de este texto he examinado las definiciones corrientes de
«individualismo», casi empecé incluso a lamentar el haber ligado los ideales

97
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en los que creo a un término del que tanto se ha abusado y que ha sido tan
malentendido. Sin embargo, al margen de cualquier otro significado que la
palabra «individualismo» haya podido asumir, fuera de mis ideales, hay bue-
nas razones para conservar ese término como expresión del punto de vista
que me propongo defender: este punto de vista se ha definido siempre con
este término, al margen de lo que también haya podido significar en distin-
tos momentos; y además el término se caracteriza por el hecho de que la pa-
labra «socialismo» se acuñó expresamente en oposición a individualismo.4
Me ocuparé, pues, del sistema que constituye la alternativa al socialismo.

II

Antes de explicar qué entiendo por individualismo verdadero, tal vez sea
útil hacer una cierta alusión a la tradición intelectual a la que el mismo per-
tenece. El individualismo verdadero, que trataré de defender, tiene los co-
mienzos de su desarrollo moderno en John Locke y en particular en Bernard
de Mandeville y David Hume, alcanzando su forma definitiva en la obra de
Josiah Tucker, Adam Ferguson, Adam Smith y en la de su gran contempo-
ráneo Edmund Burke, el hombre al que Adam Smith definió como la única
persona por él conocida cuyo planteamiento sobre temas económicos era exac-
tamente igual al suyo, sin que entre ellos hubiera existido jamás ningún con-
tacto anterior.5 En el siglo XIX, este tipo de individualismo está representado

4. Tanto el término «individualismo» como el término «socialismo» fueron originalmente crea-


ciones de seguidores e Saint-Simon, fundadores del socialismo moderno. Primeramente acuñaron el
término «individualismo» para describir la sociedad competitiva a la que se oponían, y luego inven-
taron la palabra «socialismo» para describir la sociedad centralmente planificada en la que todas las
actividades son dirigidas mediante el mismo principio aplicado en una fábrica. Sobre el origen de estos
términos, véase lo que escribo en «The Counter-Revolution of Science», Economica, nueva serie, vol.
8, mayo de 1941, p. 146. [Véase también en este volumen, capítulo 14, pp. 329-330. – Ed.]. [Trad. esp.,
La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el abuso de la razón, Unión Editorial, 2.ª ed., 2008,
p. 145].
5. R. Bisset, Life of Edmund Burke, 1880, II, p. 429. Véase también W.C. Dunn, «Adam Smith
and Edmund Burke: Complimentary Contemporaries», en Southern Economic Journal, vol. VII, n.
3, enero de 1941. [El filósofo inglés John Locke (1632-1704) fue el autor de la obra Two Treatises of

98
PRELUDIO

de manera ejemplar en la obra de los dos mayores historiadores y filósofos


de la política que vivieron en esa época: Alexis de Tocqueville y Lord Acton.6
Creo que estos dos hombres desarrollaron lo mejor que había en la filosofía

Government (1690), en la que desarrolló la noción de un contrato social entre el gobierno y el pueblo;
si se violaba este contrato, el pueblo tenía derecho a rebelarse. Esta teoría influenció a los autores de
la Declaración de Independencia de Estados Unidos. El médico holandés Bernard Mandeville (1670-
1733) escandalizó a sus lectores con Fábula de las abejas (1714-1729), con el subtítulo de Vicios priva-
dos, beneficios públicos, en la que argumentaba que la búsqueda egoísta de beneficios, mediante el
vicio, trae consigo prosperidad. Hayek, en su ensayo «Dr. Bernard Mandeville (1670-1733)», capí-
tulo 6 en The Trend of Economic Thinking: Essays on Political Economists and Economic History,
W.W. Bartley III y Stephen Kresge, eds., vol. 3 (1991) en The Collected Works of F.A. Hayek, le atri-
buye a Mandeville sacar a flote en el momento adecuado la cuestión de cómo un orden sin diseñar
puede surgir en la sociedad. El economista político Adam Smith (1723-1790), el filósofo David Hume
(1711-1776) y el filósofo moral e historiador Adam Ferguson (1723-1816) fueron figuras importan-
tes en la Ilustración escocesa; todos ellos formaban parte de las instituciones de trabajo social que
surgieron, tal y como afirma Ferguson, como «el resultado de la acción humana, pero no lo ejecución
de ningún diseño humano». Véase F.A. Hayek, «The Results of Human Action but not of Human
Design», Studies in Philosophy, Politics and Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1967),
capítulo 6; así como «The Legal and Political Philosophy of David Hume (1711-1776)» y «Adam Smith
(1723-1790): His Message in Today’s Language», capítulos 7 y 8 en The Trend of Economic Thinking.
Para estudiar este movimiento, véase Ronald Hamowy, «The Scottish Enlightenment and the Theory
of Spontaneous Order» [1987], reimpresión en The Political Sociology of Freedom: Adam Ferguson
and F.A. Hayek (Cheltenham, UK: Elgar, 2005), capítulo 3. Josiah Tucker (1712-1799), clérigo, panfle-
tista y controversista inglés, fue en su época una figura muy conocida que había escrito sobre un am-
plio abanico de temas, desde religión a política, pasando por economía. En sus escritos sobre econo-
mía, anticipó algunas ideas atribuidas a Adam Smith. Por ejemplo, iniciaba su estudio con la pretensión
de que el hombre actúa por interés personal, se oponía a las restricciones monopolísticas del comer-
cio y criticaba la creencia mercantilista de que los lingotes son sinónimo de riqueza. La obra más famosa
del irlandés Edmund Burke (1729-1797), estadista y filósofo político conservador, era Reflections on
the Revolution in France (1790). Al igual que Hayek, recalcaba la importancia de las costumbres y
tradiciones que se formaron gradualmente como las fundaciones más sólidas del orden y la libertad
y, por lo tanto, despreciaba los grandes experimentos sociales, como la Revolución francesa, que buscaba
la transformación radical de la sociedad. – Ed.].
6. [John Emerich Edward Dalberg-Acton, primer barón de Acton (1834-1902) fue diputado libe-
ral entre 1859 y 1864, líder de los católicos romanos liberales de Inglaterra y fundador y editor de
Cambridge Modern History, al que además se le atribuyen los dos primeros volúmenes. Su obra sobre
la historia de la libertad, a la que dedicó su vida, nunca se completó, pero Hayek solía invocar pa-
sajes de sus conferencias publicadas y reseñas. El historiador francés Alexis Charles Henri Clérel de

99
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

política de los filósofos escoceses, de Burke y de los whig ingleses, con ma-
yor éxito que cualquier otro escritor que yo conozca; mientras que los eco-
nomistas clásicos del siglo XIX, o al menos los seguidores de Bentham o los
representantes del radicalismo filosófico que entre estos se encontraban, caye-
ron cada vez más bajo la influencia de un individualismo de distinto origen.7
Esta segunda y totalmente diferente línea de pensamiento, también co-
nocida como individualismo, está representada principalmente por escrito-
res franceses y por otros pensadores de la Europa continental; hecho debido,
a mi entender, al papel dominante que desempeñó entre ellos el racionalismo
cartesiano.8 Los principales representantes de esta tradición son los enciclo-
pedistas, Rousseau y los fisiócratas; por razones que veremos enseguida, se-
mejante racionalismo individualista tiende siempre a transformarse en lo
opuesto del individualismo, es decir, en el socialismo o en el colectivismo.
Puesto que el primer tipo de individualismo es el único coherente, para él

Tocqueville (1805-1859) argumentó en Democracy in America (1835, 1840) y en The Old Regime
and the French Revolution (1856) que la búsqueda de la igualdad social bajo la democracia conlleva
un crecimiento en la centralización del gobierno, y la centralización y la burocratización administra-
tivas conducen inevitablemente a una reducción de las libertades individuales. Hayek se planteó una
vez cambiar el nombre de Sociedad Mont Pelerin por el de Sociedad Acton-Tocqueville, pero hubo
quienes se opusieron a llamar a un movimiento liberal en recuerdo de dos católicos. Para más deta-
lles sobre los puntos de vista de Hayek con respecto a Tocqueville (a quien solía referirse como «de
Tocqueville», error que ha sido corregido para la colección de obras completas) y Acton, véase en sus
ensayos «Historians and the Future of Europe» y «The Actonian Revival», capítulos 8 y 9 respecti-
vamente, en The Fortunes of Liberalism, ed. Peter Klein, vol. 4 (1992) de The Collected Works of F.A.
Hayek. – Ed.].
7. [Por «radicalismo filosófico» Hayek hace referencia a los políticos radicales del siglo XIX que
basaban sus doctrinas en los escritos de Jeremy Bentham (1748-1822) y James Mill (1773-1836).
Hayek consideraba que estas doctrinas facilitaba a los socialistas extender sus ideas en Gran Bretaña
a lo largo del siglo: «Era, al fin y al cabo, la victoria de los representantes del radicalismo filosófico
benthamista sobre los Whig en Inglaterra que ocultaba la diferencia fundamental que en estos años
ha vuelto a aparecer bajo el conflicto que se da entre la democracia liberal y la democracia “social”
o totalitaria». F.A. Hayek, The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960),
p. 55. – Ed.].
8. [En sus obras posteriores, Hayek se referiría al «racionalismo cartesiano» de diferentes ma-
neras: «constructivismo», «constructivismo racionalista» o «racionalismo constructivista». Véase, por
ejemplo, F.A. Hayek, «Kinds of Rationalism» [1965], reimpresión en Studies in Philosophy, Politics
and Economics, capítulo 5. – Ed.].

100
PRELUDIO

reivindico el nombre de individualismo verdadero, mientras que el segun-


do debe considerarse probablemente como una de las fuentes del socialismo
moderno tan importante como las teorías propiamente colectivistas.9
No puedo ilustrar mejor la prevalente confusión sobre el significado del
término «individualismo» que con el hecho de que uno de los hombres que
considero entre los mayores representantes del verdadero individualismo,
Edmund Burke, sea comúnmente (y con razón) considerado como uno de
los mayores adversarios del llamado «individualismo» de Rousseau, cuyas
teorías temía que no tardarían en disolver el Estado «en el polvo del indivi-
dualismo»;10 y con el hecho de que el propio término «individualismo» se
introdujo por primera vez en el inglés a través de la traducción de las obras

9. Carl Menger, que fue el primero en la época moderna en restablecer el individualismo me-
todológico de Adam Smith y de su escuela, fue probablemente también el primero en destacar el
vínculo entre las teorías que conciben la sociedad y las instituciones como una creación deliberada
[design theories] y el socialismo. Véanse sus Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften
(1883), sobre todo libro IV, cap. 2, p. 208, hacia el final del cual, habla de un «pragmatismo que, contra
la intención de sus representantes, conducía inevitablemente al socialismo» [trad. esp., El método de las
ciencias sociales, Unión Editorial, 2006, p. 255]. Es significativo que ya los fisiócratas fueran conduci-
dos por el individualismo racionalista del que partían, no solo junto al socialismo (plenamente desarro-
llado en Le Code de la Nature, 1755, de su contemporáneo Morelly), sino a defender el peor despotis-
mo. «El estado hace con los hombres lo que quiere», escribía Bodeau. [Hayek se refiere a la afirmación
de Menger, «einen Pragmatismus, der gegen die Absicht seiner Vertreter unausweichbar zum Socialismus
führt». La obra de Menger sobre la metodología se tradujo al inglés y se publicó bajo el título Problems
of Economics and Sociology en 1963; dicha traducción supuso la base de una edición nueva, con el
título Investigations into the Method of the Social Sciences with Special Reference to Economics,
ed. Louis Schneider, traducido por Francis Nock (Nueva York: New York University Press, 1985), p.
177. Carl Menger (1840-1921) fue el fundador de la Escuela Austriaca de Economía; sobre el pun-
to de vista de Hayek sobre las contribuciones de Menger, véase el capítulo 2 de Hayek, Fortunes of
Liberalism. – Ed.].
10. E. Burke, Reflections on the Revolution in France (1790), en Works (World’s Classics), IV,
p. 105: «Causando en el curso de pocas generaciones la ruina del Estado mismo, condenado a hacerse
añicos en el polvo y en la grava del individualismo, presa fácil de todos los vientos.» Que Burke (como
observa A.M. Osborn en su libro sobre Rousseau and Burke, Oxford 1940, p. 23), después de atacar
a Rousseau por su individualismo extremo, le atacara también por su colectivismo extremo, está muy
lejos de ser contradictorio; se trata, más bien, simplemente de que, en el caso de Rousseau, como en
el de todos los demás alineados en su posición, el individualismo racionalista que predicaban conduce
inevitablemente al colectivismo.

101
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de otro de los grandes representantes del verdadero individualismo, Toc-


queville, quien lo emplea en su Démocratie en Amérique para describir una
actitud que él deplora y rechaza.11 Y, sin embargo, no hay duda de que Burke
y Tocqueville están en lo esencial próximos a Smith, al que nadie negará el
título de individualista, como no hay duda de que el «individualismo» al que
se oponen es algo completamente distinto del de Smith.

III

¿Cuáles son, pues, las características esenciales del verdadero individualis-


mo? Lo primero que hay que decir es que este es, ante todo, una teoría de
la sociedad, un intento de comprender las fuerzas que determinan la vida
social del hombre, y que solo en una segunda instancia se configura como
una serie de máximas políticas derivadas de esta concepción de la sociedad.
Esto por sí solo debería bastar para rechazar el más necio de los equívocos
comunes: la convicción de que el individualismo postule la existencia de in-
dividuos aislados o independientes (o base sus argumentos en esa hipóte-
sis), en lugar de partir de hombres cuya naturaleza y carácter están en con-
junto determinados por su existencia en la sociedad.12 Si esto fuera así, el

11. A. de Tocqueville, Democracy in America, trad. de Henry Reeve, Londres 1864, libro II, parte
2.ª, cap. 2, donde Tocqueville define el individualismo como «un sentimiento maduro y tranquilo,
que dispone todo miembro de la comunidad a apartarse de la masa de sus semejantes y a retirarse
con su familia y sus amigos; de tal modo que, después de haber formado un pequeño círculo perso-
nal, deja voluntariamente a sí misma a la sociedad en general». En una nota a este pasaje, el traduc-
tor se excusa por haber traducido al inglés el término francés «individualismo» y explica que no conoce
«ninguna palabra en inglés exactamente equivalente a esa expresión». Como observa Albert Schatz,
en la obra que citaremos en la próxima nota, el uso por parte de Tocqueville del ya bien aceptado tér-
mino francés en este particular sentido es enteramente arbitrario y lleva a una grave confusión con
el significado establecido.
12. En su excelente panorámica de la historia de las teorías individualistas, Albert Shatz con-
cluye justamente que «salta a la vista lo que el individualismo no es. Es precisamente lo que co-
múnmente se cree que es: un sistema de existencias aisladas y una defensa del egoísmo» (L’individua-
lisme économique et sociale, París 1907, p. 558). Este libro, al cual debo mucho, merece ser más conocido
como contribución no solo al tema señalado en su título, sino también a la historia de la teoría eco-
nómica en general. [La observación de Schatz puede traducirse como: «Solemos asumir lo que el

102
PRELUDIO

individualismo de nada serviría para comprender la sociedad. Pero su tesis


fundamental es muy otra: es que no hay ninguna otra vía para comprender
los fenómenos sociales que la de la comprensión de las acciones individua-
les dirigidas hacia otras personas y guiadas por el comportamiento que de
ellas se espera.13 Lo cual es un argumento dirigido sobre todo contra las teorías
sociales propiamente colectivistas, que pretenden poder comprender direc-
tamente las formaciones sociales como la sociedad, etc., como entidades sui
generis dotadas de una existencia independiente de los individuos que las in-
tegran. El paso siguiente en el análisis individualista de la sociedad se diri-
ge, en todo caso, contra el pseudo-individualismo racionalista, que de hecho
también conduce al colectivismo. Se trata de la tesis según la cual si descri-
bimos los efectos combinados de las acciones individuales, descubrimos que
muchas de las instituciones en que se basan las conquistas humanas nacen
y funcionan sin una mente que las proyecte y dirija; descubrimos, para em-
plear las palabras de Adam Ferguson, que «las naciones se apoyan en insti-
tuciones que ciertamente son resultado de las acciones humanas, pero no de
un proyecto humano»;14 y que la colaboración espontánea de hombres libres

individualismo precisamente no es: un sistema que promueve la existencia aislada y la apología del
egoísmo». – Ed.].
13. A este respecto, como aclara Karl Pribram, el individualismo es un resultado necesario del
nominalismo filosófico, mientras que las teorías colectivistas tienen sus raíces en la tradición «realista»
o (como K.R. Popper la define hoy de un modo más apropiado) «esencialista» (Pribram, Die Enstehung
der individualistischen Sozialphilosophie, Leipzig 1912). Pero este acercamiento «nominalista» solo
es característico del verdadero individualismo, mientras que el falso individualismo de Rousseau y
de los fisiócratas, en armonía con sus orígenes cartesianos, es fuertemente «realista» o «esencialista».
[El amigo de Hayek, el filósofo Karl Popper (1902-1994), hizo una distinción entre el nominalismo
y el esencialismo en su ensayo The Poverty of Historicism (Londres: Routledge, 1957), pp. 26-34; la
versión inicial de este ensayo apareció por primera vez entre 1944 y 1945 en Economica, de la que
Hayek era por aquel entonces editor. Para más detalles sobre la relación entre Hayek y Popper, véase
la introducción del editor a este volumen, pp. 81-82. – Ed.].
14. Adam Ferguson, An Essay on the History of Civil Society (1.ª ed., 1767), p. 187. Y también:
«Las formas de la sociedad derivan de un origen oscuro y lejano; nacen, mucho antes que de la filo-
sofía, de los instintos, no de las especulaciones del hombre […]. Nosotros atribuimos a un proyecto
anterior lo que ahora se conoce solo a través de la experiencia, lo que ninguna sabiduría humana podría
prever, y lo que, sin el concurso de las actitudes y de los humores de sus tiempos, ninguna autoridad
podría poner a un individuo en condiciones de realizar» (pp. 187-188). [La frase citada en el texto es, en

103
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

crea con frecuencia cosas que son superiores a lo que sus mentes individua-
les jamás habrían podido comprender plenamente. Este es el gran tema de
Josiah Tucker y Adam Smith, de Adam Ferguson y Edmund Burke, el gran

realidad: «Las naciones se apoyan en instituciones que ciertamente son resultado de las acciones hu-
manas, pero no de la ejecución de un proyecto humano». Puede que esta modificación de Hayek tuvie-
ra la intención de hacer la opinión de Ferguson más fácil de entender para el lector moderno. – Ed.].
Podría ser interesante comparar estos pasajes con afirmaciones parecidas en las que los contemporá-
neos de Ferguson expresaron la misma idea fundamental de los economistas británicos del siglo XVIII:
Josiah Tucker, Elements of Commerce (1756), reimpresión en R.L. Schuyler (al cuidado de), Josiah
Tucker: A Selection from His Economic and Political Writings, Nueva York 1931, pp. 31 y 32: «El pun-
to principal no consiste en extinguir ni debilitar el egoísmo, sino en hacer que promueva el interés
público promoviendo el propio […]. El objetivo de este capítulo es mostrar que el móvil universal de
la naturaleza humana, el egoísmo, puede estar en este caso (como en todos los demás) orientado a
promover el interés público a través de los esfuerzos que hará para promover el suyo propio.» [Hayek
indicó incorrectamente la fecha de publicación del libro de Tucker: 1756. Tal y como Schuyler apuntó
en su introducción, se imprimió en privado gran parte del libro de Tucker en 1755, pero nunca se
publicó. De hecho, fue la edición de Tucker la que la publicó por primera vez. – Ed.].
Adam Smith, Wealth of Nations (1776), ed. Cannan, I, p. 421 [trad. esp., La Riqueza de las Naciones,
Bosch, Barcelona 1955]. Véase también The Theory of Moral Sentiments, 1759, Parte IV (3.ª ed., 1801),
cap. I, p. 386. [También se pueden encontrar las referencias de Hayek en The Glasgow Edition of the
Works and Correspondence of Adam Smith, R.H. Campbell, A.S. Skinner et al., eds. (Oxford: Cla-
rendon Press, 1976; reimpresión en Indianápolis, IN: LibertyClassics, 1981). Véase Smith, Wealth of
Nations, ed. W.B. Todd, vol. 2, p. 456; y Smith, Theory of Moral Sentiments, D.D. Raphael y A.L.
Macfie, eds., vol. 1, pp. 184-185. – Ed.].
Edmund Burke, Thouguts and Details on Scarcity (1795), en Works, cit., vol. VI, p. 9: «El benigno
y sabio ordenador de todas las cosas que, cuando los hombres persiguen sus propios intereses egoís-
tas, los obliga, quiéranlo o no, a vincular el bien común con sus éxitos individuales.»
Después de que estas afirmaciones fueron despreciadas y ridiculizadas por la mayoría de los escri-
tores en los cien últimos años (C.E. Raven, no hace mucho, definió la última cita de Burke como una
«frase siniestra»; véase su Christian Socialism, 1920, p. 34), ahora es interesante observar cómo actual-
mente uno de los mayores teóricos del socialismo moderno adopta las conclusiones de Adam Smith.
Según A.P. Lerner (The Economics of Control, Nueva York 1944, p. 67), la utilidad social esencial del
mecanismo de los precios consiste en que, «si se emplea de un modo adecuado, induce a todos los
miembros de la sociedad, mientras persiguen su interés personal, a hacer lo que constituye el inte-
rés social general. Tal es el gran descubrimiento de Adam Smith y de los fisiócratas». [El socialista de
mercado Abba Lerner (1905-1982) agradeció a sus profesores Hayek y Lionel Robbins en el prólogo
de su libro por ofrecerle su primera formación en economía. El socialismo de mercado es un intento
de combinar el mecanismo de precios de mercado con el control social de la economía. – Ed.].

104
PRELUDIO

descubrimiento de la economía política clásica, descubrimiento que se ha


convertido en la base para nuestra comprensión no solo de la vida económi-
ca, sino también de la inmensa mayoría de los fenómenos sociales.
La diferencia entre este punto de vista, que explica el orden que halla-
mos en las cosas humanas como resultado imprevisto de acciones individua-
les, y la concepción que interpreta todo orden posible como un proyecto deli-
berado, es el primero y gran contraste entre el verdadero liberalismo de los
pensadores ingleses del siglo XVIII y el llamado «individualismo» de la Escue-
la Cartesiana.15 El cual es tan solo uno de los aspectos de una mucho mayor
diferencia entre una perspectiva que considera, en general, bastante limita-
do el papel que desempeña la razón en las cosas humanas, que sostiene que
el hombre ha alcanzado lo que ha alcanzado a pesar de que solo en parte es
guiado por la razón, que presenta la razón individual como muy limitada e
imperfecta, y un punto de vista que da por descontado que la Razón, con ma-
yúscula, está plena e igualmente a disposición de todos los seres humanos
y que todo lo que el hombre consigue es resultado directo del control de la
razón individual y por tanto está sometido al mismo. También se podría decir
que la primera posición es fruto de una profunda consciencia de los límites
de la mente individual, que genera una actitud de humildad respecto a los
procesos impersonales y anónimos mediante la que los individuos consiguen
crear cosas superiores a las que conocen, mientras que el falso individualismo
es fruto de una exagerada confianza en los poderes de la razón individual y
de un consiguiente desprecio hacia todo lo que la misma no proyecta inten-
cionadamente y que no resulta inteligible por ella.
El planteamiento antirracionalista, que concibe al hombre no como un
ser altamente racional e inteligente, sino como un ser muy irracional y fali-
ble, cuyos errores individuales solo se corrigen a lo largo de un proceso social,

15. Véase Schatz, L’individualisme économique et sociale, cit., pp. 41-42, 81, 378, 568-69, espe-
cialmente el pasaje que él toma (p. 41, n. 1) de un artículo de Albert Sorel («Comment j’ai lu la “Réforme
sociale”», en Réforme sociale, 1 de noviembre de 1906, p. 614): «Sea cual fuere mi respeto, impuesto
e indirecto por el Discours de la méthode, sabía ya que este famoso discurso había originado tanta
irracionalidad social y tanta aberración metafísica, abstracciones y utopías, en lugar de datos seguros;
sabía que el mismo conduce a Comte, como había conducido a Rousseau». Sobre la influencia de Descartes
en Rousseau, véase también P. Janet, Histoire de la science politique, 1887, p. 423; F. Bouillier, Histoire
de la philosophie cartesienne, 1868, p. 643; y H. Michel, L’idée de l’état, 1898, p. 68.

105
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

y que tiende a perfeccionar realidades y situaciones muy imperfectas, es pro-


bablemente la característica principal del individualismo inglés. El hecho
de que así predomine en el pensamiento inglés se debe, en mi opinión, en
gran parte, a la profunda influencia que ejerció Bernard de Mandeville, que
fue el primero que formuló claramente la idea central de este tipo de indivi-
dualismo.16
No puedo ilustrar mejor el contraste existente entre el «individualismo»
cartesiano o racionalista y el enfoque antiindividualista que citando un
famoso pasaje tomado de la segunda parte del Dicours de la méthode. Des-
cartes arguye que «a menudo no hay tanta perfección en las obras compues-
tas de varias piezas y hechas por las manos de diferentes artífices como la
que hay en cambio en las realizadas por uno solo». Descartes prosigue sugi-
riendo (después de citar significativamente el ejemplo del ingeniero que di-
seña sus proyectos) que «los pueblos que, en otro tiempo semisalvajes y que
se civilizaron poco a poco, hicieron sus leyes únicamente a medida que los
inconvenientes de los delitos y de los litigios les obligaron a ello, no podían
estar tan bien ordenados como los que desde el principio de su formación

16. La decisiva importancia de Mandeville en la historia de la economía, durante tanto tiempo descui-
dada o solo apreciada por unos pocos autores (en particular, Edwin Cannan y Albert Schatz), empieza
ahora a reconocerse, sobre todo gracias a la magnífica edición de The Fable of Bees, que debemos al
desaparecido F.B. Kaye. Si bien las ideas fundamentales de Mandeville están ya implícitas en la poesía
original de 1705, la elaboración decisiva y sobre todo la explicación completa de la división del trabajo,
del dinero y del lenguaje se produce solo en la II parte de la Fable, publicada en 1728; véase Bernard de
Mandeville, The Fable of the Bees, al cuidado de F.B. Kaye (Oxford 1924), vol. 2, pp. 142, 287-88, 349-
50. Aquí solo podemos citar el pasaje decisivo de su escrito sobre el desarrollo de la división del trabajo,
donde observa que «con frecuencia atribuimos a la excelencia del genio del hombre, y a la profundi-
dad de su penetración, lo que en realidad es propio de la duración del tiempo, y de la experiencia de
muchas generaciones, todas las cuales difieren muy poco en su sagacidad natural» (ibidem, p. 142).
Actualmente suele presentarse a Giambattista Vico y su fórmula (normalmente citada de manera
equivocada) homo non intelligendo fit omnia (Opere, al cuidado de G. Ferrari, 2.ª ed., Milán 1854,
V, p. 183), como el comienzo de la teoría antirracionalista de los fenómenos sociales, pero parece que
Vico fue precedido y superado por Mandeville. [El aforismo de Vico puede traducirse como: «El hombre
se convierte en todas las cosas cuando no las comprende». – Ed.].
Tal vez sea también interesante observar que no solo Mandeville, sino también Adam Smith,
ocupan un lugar destacado en el desarrollo de la teoría del lenguaje que en muchos aspectos plantea
problemas de carácter semejante a los de las demás ciencias sociales.

106
PRELUDIO

observaron las leyes de algún prudente legislador». Para fundamentar mejor


su posición, Descartes añade que «cree que si Esparta fue un tiempo tan flore-
ciente, ello no se debió a ninguna de sus leyes en particular […], sino al hecho
de que, habiendo sido inventadas por uno solo, tendían todas a un mismo fin».17
Sería interesante seguir ulteriormente el desarrollo de este individua-
lismo ligado al contrato social o a teorías que conciben la sociedad y las ins-
tituciones como una creación deliberada de los hombres, desde Descartes a
través de Rousseau y la Revolución francesa, hasta lo que aún es la actitud
característica de la «ingeniería social».18 Una rápida consideración de este
tipo mostraría cómo el racionalismo cartesiano ha sido constantemente un
grave obstáculo para la comprensión de los fenómenos históricos y cómo es
en gran medida responsable de la creencia en leyes inevitables del desarro-
llo histórico y del moderno fatalismo derivado de tales ideas.19
Pero lo único que aquí nos interesa es que semejante posición, aunque
también conocida como «individualismo», se encuentra en completo contraste
con el verdadero individualismo en dos puntos decisivos. Aunque sin duda es
cierto, respecto de este pseudo-individualismo, que «la creencia en productos
sociales espontáneos era lógicamente imposible para cualquier filósofo que

17. René Descartes, A Discourse on Method (Everyman’s ed.), pp. 10-11. [Hayek se dejó errónea-
mente la «-s» de «leyes» y, sobre Esparta, escribió «un tiempo tan floreciente» en vez de «el valor»
de ninguna de sus leyes. – Ed.].
18. Sobre el planteamiento característico de la mentalidad «ingenieril» de los fenómenos eco-
nómicos, véase mi «Scientism and the Study of Society», en Economica, vols. IX-XI (nueva serie,
1942-44), especialmente pp. 36 y ss. [trad. esp.: La contrarrevolución de la ciencia. Estudios sobre el
abuso de la razón, cit., pp. 149 y ss.]. [Véase en este volumen la segunda parte, sobre todo el capítulo
10, «Ingenieros y planificadores», pp. 238-251. – Ed.].
19. Con posterioridad a la publicación de esta conferencia, he podido conocer un instructivo ar-
tículo de Jerome Rosenthal sobre las «Attitudes of Some Modern Rationalists to History», Journal
of History of Ideas, IV, n. 4, octubre de 1943, pp. 429-56), que muestra con gran detalle la actitud
antihistórica de Descartes y sobre todo de su seguidor Malebranche, que da una serie de ejemplos del
desprecio que Descartes expresa en su Recherche de la vérité par la lumière naturelle hacia el estu-
dio de la historia, de las lenguas, de la geografía y sobre todo de los clásicos. [El clérigo y filósofo fran-
cés Nicolas Malebranche (1638-1715) utilizó el concepto de Descartes de «ideas claras y distintas»
para analizar un número de temas teológicos. Tal y como apuntó Rosenthal, p. 431, «Malebranche no
duda en afirmar que un solo principio de física contiene más verdad que todo lo que se puede encon-
trar en los libros de historia». – Ed.].

107
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

considerase al individuo como el punto de partida y como quien forma la so-


ciedad a través de la unión, en un contrato formal, de su voluntad con otra»,20
el verdadero individualismo es la única teoría que puede pretender hacer com-
prensible la formación de productos sociales espontáneos. Y mientras las teo-
rías que conciben la sociedad y las instituciones como una creación conscien-
te de los hombres llevan esencialmente a la conclusión de que los procesos
sociales solo pueden servir a los objetivos humanos si se someten al control
de la razón humana individual, con lo que conducen derechamente al socia-
lismo, el verdadero individualismo cree en cambio que, si se les deja libres a
los hombres, consiguen más de lo que la razón humana individual podría ja-
más proyectar o prever.
Este contraste entre el individualismo verdadero y antirracionalista y el
falso individualismo racionalista empapa todo el pensamiento social. Y, sin
embargo, dado que ambas teorías son conocidas con el mismo nombre, y consi-
derando también que los economistas clásicos del siglo XIX, sobre todo Stuart
Mill y Herbert Spencer, sufrieron la influencia de la tradición francesa casi
tanto como la inglesa, se ha llegado a considerar todo tipo de concepción e hi-
pótesis completamente ajenas al verdadero individualismo como partes esen-
ciales de su doctrina.21
La mejor ilustración de la errónea interpretación que hoy se hace del in-
dividualismo de Adam Smith y de su escuela es acaso la extendida creencia
de que inventaron el espantajo del «hombre económico» y que sus conclu-
siones estén viciadas por el presupuesto de un comportamiento rigurosamente
racional o, más en general, por una falsa psicología racionalista. Obviamen-
te, estos autores estaban muy lejos de sostener semejantes ideas. Nos acer-
caríamos más a la verdad diciendo que, desde su punto de vista, el hombre

20. J. Bonar, Philosophy and Political Economy (1893), p. 85.


21. [El punto de vista de Hayek sobre el eminente filósofo y economista político inglés, John Stuart
Mill (1806-1873), era complejo, y siempre le culpaba por haber facilitado que se aceptara el socialis-
mo entre el intelecto de finales del siglo XIX y en adelante. Para más detalles de este asunto, véase Bruce
Caldwell, «Hayek on Mill», History of Political Economy, vol. 40, invierno de 2008, pp. 689-704. El
biólogo y filósofo social inglés Herbert Spencer (1820-1903) acuñó la expresión «la supervivencia del
que más se amolda». Rivalizó en importancia con Darwin como defensor del pensamiento de la evolu-
ción durante el periodo victoriano; su variante del darwinismo social sugería la mejora progresiva de
la humanidad mediante la evolución social. – Ed.].

108
PRELUDIO

es naturalmente perezoso e indolente, despilfarrador e irreflexivo, y que úni-


camente gracias a la fuerza de las circunstancias ha sido posible hacer que
se comporte de un modo económico y atento en la adaptación de los medios
a los fines. Pero también esto sería injusto para con la visión muy compleja
y realista que tuvieron de la naturaleza humana. Puesto que se puso de moda
burlarse de Smith y sus contemporáneos por los supuestos errores de su filo-
sofía, tal vez pueda aventurar la opinión de que, para toda finalidad prácti-
ca, podemos aún aprender más sobre el comportamiento de los hombres de
la Riqueza de las Naciones que de la mayoría de los más pretenciosos trata-
dos modernos de «psicología social».
Sea como fuere, el punto principal sobre el que caben pocas dudas es que
lo que más le interesaba a Smith no era tanto lo que el hombre puede oca-
sionalmente hacer mejor, cuanto limitar al mínimo las ocasiones en que el hombre
puede hacer mal. No sería ciertamente una exageración sostener que el mérito
principal del individualismo que Smith y sus contemporáneos defienden
consiste en que se trata de un sistema en el que los hombres malos pueden
hacer el menor daño. Es un sistema social cuyo funcionamiento no depende
de hombres buenos que lo gestionan o de que todos los hombres se hagan me-
jores de lo que son, sino que es un sistema que se sirve de los hombres en toda
su variedad y complejidad, a veces buenos, a veces malos, a veces inteligentes
y con más frecuencia estúpidos. A lo que tendían era a un sistema bajo el cual
debería ser posible garantizar la libertad a todos, en lugar de limitarla, como
querían los franceses contemporáneos de ellos, «a los buenos y sabios».22

22. A.W. Benn, en su History of English Rationalism in the Nineteenth Century (1906), dice
justamente: «Con Quesnay, seguir la naturaleza significaba descubrir mediante un estudio del mundo
circunstante y sus leyes, cómo hay que comportarse para conseguir salud y felicidad; y los derechos
naturales significaban la libertad de seguir el curso así descubierto. Esta libertad pertenece solo al bueno
y al sabio, y solo se les puede garantizar a quienes la autoridad tutelar del Estado se digna conside-
rar tales. Con Adam Smith y sus discípulos, en cambio, naturaleza significa la totalidad de los impul-
sos y de los instintos que animan a los distintos miembros de la sociedad; y su tesis es que las mejo-
res soluciones se producen por el libre juego de esas fuerzas, confiando en que un fracaso parcial será
más que compensado por el éxito en otros ámbitos, y que la persecución del interés personal por parte
de cada uno dará lugar a la mayor felicidad para todos» (vol. I, p. 289).
Sobre la cuestión en su conjunto, véase Elie Halévy, The Growth of Philosophic Radicalism (1928),
en particular pp. 266-70.

109
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

El principal interés de los grandes escritores individualistas ha sido en


realidad encontrar un conjunto de instituciones por las que el hombre pu-
diera ser inducido, por su propia elección y por los motivos que determinan
su conducta ordinaria, a contribuir lo más posible a satisfacer las necesida-
des de todos los demás; y su descubrimiento fue que el sistema de propiedad
privada ofrecía efectivamente estos incentivos en medida muy superior a lo
que hasta entonces se había pensado. Pero no sostenían que su sistema no
pudiera mejorarse, y, menos aún, como parece sugerir otra de las actuales
distorsiones de sus argumentaciones, que existiera, al margen de las insti-
tuciones positivas, una «armonía natural de intereses». Eran muy conscien-
tes de los conflictos de los intereses individuales y subrayaban la necesidad
de «instituciones bien construidas», en las que «las reglas y los principios
de los intereses opuestos y de las ventajas del compromiso»23 reconciliaran
los intereses en conflicto, sin dar a ningún grupo particular el poder de hacer

El contraste entre los filósofos escoceses del siglo XVIII y sus contemporáneos franceses se men-
ciona también en el reciente estudio de Gladys Bryson, Man and Society: The Scottish Enquiry of
Eighteenth Century (Princeton, 1945), p. 145. La autora subraya que los filósofos escoceses «que-
rían todos ellos alejarse del racionalismo cartesiano, con su énfasis sobre el intelectualismo abstrac-
to y sobre las ideas innatas», y destaca repetidamente las tendencias «antiindividualistas» de David
Hume (pp. 106, 155), empleando el término «individualista» en el sentido que aquí se da al falso
individualismo racionalista. Pero, de vez en cuando, la autora cae en el error común de considerar
esas posiciones como «representativas y típicas del siglo» (p. 176). Se tiende aún demasiado, en gran
parte a causa de la aceptación de la concepción alemana del «iluminismo», a considerar tales puntos
de vista de todos los filósofos del siglo XVIII, mientras que en muchos aspectos las diferencias entre
filósofos ingleses y franceses de ese periodo son mucho más importantes que las semejanzas. La cos-
tumbre común de poner juntos a Adam Smith y Quesnay, derivada de la vieja convicción de que
Smith debía mucho a los fisiócratas, debería abandonarse ahora que esta convicción ha sido refu-
tada por los recientes descubrimientos de W.R. Scott (véase su Adam Smith as Student and Professor,
Glasgow 1937 [reimpreso, New York: Kelley, 1965], p. 124). También es importante señalar que Scott
subraya el hecho de que Hume y Smith fueron estimulados en su trabajo por la oposición a Mon-
tesquieu.
Una sugestiva discusión sobre las diferencias entre los filósofos sociales ingleses y franceses del
siglo XVIII, aunque en cierto modo sesgada por la hostilidad del autor hacia el «liberalismo econó-
mico» de los primeros, la encontramos en R. Goldscheid, Grundlinien zu einer Kritik der Willenskraft
(Viena 1905), pp. 32-37. [Sobre la reseña de Hayek del volumen de Scott, véase The Trend of Economic
Thinking, adenda al capítulo 8, pp. 122-124. – Ed.].
23. E. Burke, Thoughts and Details on Scarcity, cit., p. 15.

110
PRELUDIO

siempre prevalecer su propio punto de vista y su propio interés sobre el de


todos los demás.

IV

Hay un punto en estas consideraciones psicológicas básicas que es preciso


considerar con mayor profundidad. Puesto que la idea de que el individua-
lismo aprueba y fomenta el egoísmo humano es una de las razones principa-
les de que muchas personas lo rechacen, es un hecho que la confusión existen-
te sobre este punto se debe a una real dificultad intelectual, debemos examinar
atentamente el significado de sus presupuestos. Evidentemente, no hay duda
de que, en su lenguaje, los grandes escritores del siglo XVIII representaban
el «egoísmo» (self-love) del hombre, o también sus «intereses egoístas», como
«motor universal», términos con los que se referían en primer lugar a una
actitud moral que pensaban que era dominante. Estos términos, sin embargo,
no indicaban un egoísmo en sentido estricto, referible solo a las necesida-
des inmediatas de la propia persona en particular. Aquel «sí mismo» por el
que cada uno debería exclusivamente interesarse, incluía de hecho también
a la familia y a los amigos; y en nada habría cambiado el argumento si hubiera
incluido también alguna otra cosa por la que hubiera debido tener un inte-
rés real.
Mucho más importante que esta actitud moral, que puede considerarse
cambiante, es un indiscutible hecho individual, que nadie puede esperar al-
terar, y que es en sí mismo una base suficiente para las conclusiones que sa-
caron los filósofos individualistas. Se trata de la constitutiva limitación del
conocimiento y de los intereses del hombre, el hecho de que no puede cono-
cer más que una pequeñísima parte de toda la sociedad y que por tanto todo
lo que puede formar parte de sus motivaciones son los efectos inmediatos que
sus acciones tendrán en el ámbito que conoce. Los fines de la organización
social, todas las posibles diferencias en las actitudes morales de los hombres,
tienen muy poca importancia, si se comparan con la circunstancia de que todo
lo que la mente humana puede efectivamente comprender son los hechos
del restringido círculo cuyo centro es el hombre; ya sea un individuo com-
pletamente egoísta o el más perfecto altruista, las necesidades humanas que

111
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

pueden efectivamente interesarle son una fracción casi inapreciable de las


necesidades de todos los miembros de la sociedad. El verdadero problema,
pues, no es si el hombre es o debe ser guiado por motivaciones egoístas, sino
si se le puede permitir guiarse en sus acciones por aquellas consecuencias
inmediatas que puede conocer y que le pueden interesar, o si por el contra-
rio se le debe inducir a hacer lo que parece apropiado a algún otro, que se
estima en posesión de una mayor comprensión del significado de estas ac-
ciones para la sociedad en su conjunto.
A la ya aceptada tradición cristiana, según la cual al hombre debe dejársele
en el campo moral libre de seguir su propia conciencia, para que sus acciones
se consideren meritorias, los economistas añaden la ulterior argumentación
de que al hombre se le debe dejar libre de seguir sus propios conocimientos
y capacidades, en el sentido de que se le debería permitir guiarse por su inte-
rés por las cosas particulares que él conoce y de las que él se preocupa, a fin
de que aporte su mayor contribución posible a los fines comunes de la socie-
dad. El problema principal de estos filósofos era cómo poder convertir estos
limitados intereses —que de hecho determinan las acciones de cada uno—
en estímulos eficaces para hacer que los hombres contribuyan voluntaria-
mente, en la mayor medida posible, a la satisfacción de las necesidades que
se encuentran fuera de su campo visual. Lo que los economistas fueron los
primeros en comprender fue que el mercado, tal como se había desarrolla-
do, era un modo eficaz para convertir al hombre en parte de un proceso más
complejo y extenso de lo que este pudiera comprender y que a través del
mercado era como podía ser inducido a alcanzar «los fines que no formaban
parte de sus objetivos».
Era casi inevitable que los escritores clásicos, al explicar su punto de vis-
ta, emplearan un lenguaje destinado a ser mal entendido, por lo que se gana-
ron la reputación de haber exaltado el egoísmo. Se aprecia enseguida la razón
de ello cuando se trata de reexponer sus argumentos con palabras sencillas.
Si las exponemos de manera concisa, diciendo que todos, en sus propias accio-
nes, son y deben ser guiados por sus intereses y deseos, esto inmediatamente
se malinterpretará como si son y deben ser exclusivamente guiados por sus
necesidades personales o intereses egoístas, mientras que lo que queremos
decir es que se les debería permitir luchar por todo lo que ellos consideran
deseable.

112
PRELUDIO

Otra expresión engañosa, empleada para destacar un punto importante,


se encuentra en el famoso argumento según el cual todo hombre conoce sus
intereses mejor que cualquier otro. En esta forma, la tesis no es plausible, ni
necesaria para las conclusiones del individualista. La verdadera base de su ar-
gumentación es que nadie puede saber quién los conoce mejor y que el único
modo para descubrirlo es a través de un proceso social en el que a cada uno
se le permita probar a ver qué debe hacer. La hipótesis fundamental, aquí
como en otra parte, es la ilimitada variedad de las dotes y capacidades huma-
nas y la consiguiente ignorancia de todo individuo respecto a casi todo lo que
conocen los demás miembros de la sociedad tomados en conjunto. O, para ex-
presar de otro modo esta cuestión fundamental, la Razón humana con mayús-
cula no existe en el individuo como dada e inmediatamente utilizable por una
persona en particular, como parece suponer la visión racionalista, sino que
debe concebirse como un proceso impersonal en el que la contribución de cada
uno la ponen a prueba y la corrigen los demás. Esta tesis no da por descon-
tado que todos los hombres sean iguales en sus dotes y capacidades natura-
les, sino solo que ningún hombre está cualificado para dar un juicio defini-
tivo sobre las capacidades que otro posee, ni se le debe permitir hacerlo.
Aquí tal vez podría añadir que solo porque los hombres son distintos po-
demos tratarlos del mismo modo. Si todos los hombres fueran completamen-
te iguales en sus dotes y tendencias, deberíamos tratarlos de manera distinta
para obtener algún tipo de organización social. Por suerte, no son iguales; y
solo gracias a ello la diferenciación de las funciones no debe estar determinada
por una decisión arbitraria de una voluntad organizadora, y gracias a ello, tras
haber creado una igualdad formal, aplicando a todos las reglas del mismo modo,
podemos dejar que cada individuo encuentre su particular realización.
Hay una enorme diferencia entre tratar a las personas del mismo modo
y tratar de hacerlas iguales. Mientras que lo primero es la condición de una
sociedad libre, lo segundo indica, como dice Tocqueville, «una nueva forma
de servidumbre».24

24. Esta expresión la emplea continuamente Tocqueville para describir los efectos del socialismo,
pero véase en particular Oeuvres complètes, vol. IX, 1886, p. 541, donde dice: «Si, en definitiva, tuviera
que encontrar una fórmula general para expresar lo que el socialismo me parece en su conjunto, diría
que es una nueva forma de esclavitud.» Acaso podría permitirme añadir que esta frase de Tocqueville

113
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

De la consciencia de los límites del conocimiento individual y del hecho de


que ninguna persona y ningún grupo puede conocer todo lo que cualquier
otro conoce, el individualismo deriva también su principal conclusión prác-
tica: la necesidad de una rigurosa limitación a todo poder coercitivo o exclu-
sivo. Este tipo de oposición solo se dirige contra el uso de la coerción para
crear organizaciones o asociaciones, y no contra la asociación como tal. Muy
lejos de oponerse a la asociación voluntaria, la tesis de los individualistas se
basa, por el contrario, en que gran parte de lo que en opinión de muchos solo
puede realizarse mediante una dirección consciente, en realidad puede ob-
tenerse mejor con la colaboración voluntaria y espontánea de los individuos.
El individualista coherente debería, por tanto, ser un entusiasta de la colabo-
ración voluntaria, siempre que esta no degenere en la coacción sobre los otros
y no lleve a la toma de poderes exclusivos.
El verdadero individualismo, desde luego, no es anarquía, la cual no es sino
otro producto del pseudo-individualismo racionalista, al que se opone. El indi-
vidualismo no niega la necesidad del poder coercitivo, sino que pretende limi-
tarlo; limitarlo a aquellos campos en los que es indispensable prevenir la coer-
ción por parte de los otros en orden a reducirla al mínimo. Mientras que
todos los filósofos individualistas están probablemente de acuerdo sobre esta
fórmula general, hay que admitir que estos no proporcionan informaciones
sobre cómo aplicarla en los casos específicos. Ni la malentendida expresión
de laissez faire, de la que tanto se abusa, ni la fórmula aún más antigua de
la «protección de la vida, de la libertad y de la propiedad», sirven para mu-
cho. En efecto, en la medida en que ambas tienden a sugerir que podemos
dejar las cosas como están, tomarlas en consideración puede ser peor que no
disponer de respuesta alguna; ciertamente, no nos dicen cuáles son o no son
los ámbitos deseables o necesarios de la actividad gubernativa. Decidir si la
filosofía individualista puede o no servirnos de guía práctica depende, en últi-
mo análisis, de que la misma nos posibilite distinguir entre lo que el gobier-
no debe o no debe hacer.

es la que me sugirió el título de un libro mío reciente [Camino de servidumbre, nueva edición en Unión
Editorial, Obras Completas de F.A. Hayek, vol. II, 2008].

114
PRELUDIO

Creo que algunas reglas de este tipo, aplicables en sentido muy amplio,
derivan directamente de los principios fundamentales del individualismo:
si todo hombre debe usar su propio conocimiento y sus propias capacidades
particulares con el fin de promover lo que él aprecia; y si, al hacerlo, aporta
la mayor contribución posible a necesidades de las que no es consciente, es
evidentemente necesario, primero, que debe tener un área de responsabili-
dad claramente definida y, segundo, que la relativa importancia para él de
los diferentes resultados que puede obtener corresponda a la relativa impor-
tancia que los demás atribuyan a los efectos más remotos y para él desco-
nocidos de su acción.
Ocupémonos primero del problema de la determinación de una esfera
de responsabilidad; seguidamente discutiremos el segundo problema. Si al
hombre se le debe dejar libre de hacer plenamente uso de su conocimiento
y de sus capacidades, la delimitación de las esferas de responsabilidad no
debe tomar la forma de una asignación de fines particulares que él debe inten-
tar alcanzar. Esto significaría imponerle un deber particular más que deli-
mitar una esfera de responsabilidad. Tampoco debe tomar la forma de una
asignación de recursos específicos decididos desde cualquier autoridad, lo
cual pondría la decisión fuera del dominio del individuo, en la misma me-
dida que la imposición de tareas específicas. Si el hombre debe hacer uso
de sus dotes personales, su esfera de responsabilidad debe ser el resultado
de sus acciones y de sus programas. La solución a este problema, al que los
hombres han llegado gradualmente y que precede al concepto de gobierno
en el sentido moderno del término, es la aceptación de principios formales,
«una norma fija según la cual vivir, común a todos y cada uno de los miem-
bros de esa sociedad»;25 reglas que, sobre todo, ponen al hombre en situación
de distinguir entre lo mío y lo tuyo, y a través de las cuales él y sus semejan-
tes pueden tener la seguridad de cuál es la esfera de responsabilidad propia
y de los demás.

25. J. Locke, Two Treatises of Government (1690), libro II, cap. 4, § 22: «La libertad de los hom-
bres bajo un gobierno consiste en tener una norma fija según la cual vivir, común a todo miembro
de esa sociedad y hecha por el poder legislativo instituido en ella.» [El libro de Locke, Two Treatises,
se ha reimpreso en bastantes ocasiones; véase, por ejemplo, John Locke, Two Treatises of Government,
ed. Peter Laslett (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), p. 284. – Ed.].

115
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La diferencia fundamental entre el gobierno basado en reglas, cuyo ob-


jetivo principal es informar al individuo sobre cuál es la esfera de respon-
sabilidad dentro de la que debe dar forma a su vida, y el gobierno basado en
órdenes que imponen deberes específicos, se ha vuelto tan poco clara en los
últimos años, que se impone detenerse sobre ello un poco más. Esta diferen-
cia se refiere nada menos que a la distinción entre la libertad bajo la ley y
el uso de la máquina legislativa, democrática o no, para abolir la libertad. El
punto esencial no es que debería existir algún tipo de principio guía tras las
acciones de gobierno, sino que el gobierno debería limitarse a hacer obser-
var a los individuos los principios que estos conocen y que pueden tener en
cuenta en sus decisiones. Esto significa, además, que lo que el individuo pue-
de o no hacer, o lo que puede esperar que hagan o no hagan sus semejantes,
no debe depender de alguna remota e indirecta consecuencia de sus accio-
nes, sino de las circunstancias inmediatas y fácilmente reconocibles que se
supone que conoce. Debe tener reglas que se refieran a situaciones típicas,
definidas en términos de lo que pueden conocer las personas que actúan y
sin preocuparse en el caso particular de los efectos remotos; reglas que, si se
observan constantemente, tendrán un resultado positivo en la mayoría de
los casos, aunque no los tengan en los proverbiales «casos difíciles que hacen
mala la ley».
El principio más general en el que se basa un sistema individualista con-
siste en servirse de la aceptación universal de principios generales como me-
dios para crear orden en los asuntos sociales. Nos encontramos frente a un
gobierno que ha sido contrario del que se basa en los principios cuando, como
en un reciente programa de economía controlada, se sugiere, «como princi-
pio fundamental de la organización, que […] en todo caso particular los me-
dios que deberían prevalecer son aquellos que sirven mejor a la sociedad».26
Hablar así de principios genera una seria confusión, porque en realidad se
quiere decir que no debería gobernar ningún principio sino la conveniencia;
porque todo depende de lo que la autoridad entiende como «interés de la so-
ciedad». Los principios son un medio para evitar el choque entre fines en con-
flicto y no un conflicto de fines previamente establecidos. Nuestra sumisión
a principios generales es necesaria porque no podemos ser guiados en nuestras

26. A. Lerner, The Economics of Control, cit., p. 5.

116
PRELUDIO

acciones prácticas por una valoración y un conocimiento completos de to-


das las consecuencias. Mientras los hombres no sean omniscientes, el único
modo en que se puede dar libertad al individuo es a través de reglas genera-
les que delimiten la esfera de sus decisiones. No puede haber libertad si el
gobierno no se limita a tipos de acción particulares, sino que puede usar sus
poderes de cualquier modo que sirva para alcanzar fines particulares. Como
Lord Acton hizo notar hace mucho tiempo: «Siempre que un único y defi-
nido objeto se convierte en el fin supremo del Estado —sea la ventaja de una
clase, la seguridad o el poder del país, la mayor felicidad del mayor núme-
ro, o la defensa de cualquier idea especulativa—, el Estado deviene inevita-
blemente absoluto en esa situación.»27

VI

Pero, si bien nuestra conclusión más importante es que un orden individua-


lista se basa en la aplicación de principios abstractos y no en la de órdenes es-
pecíficas, sigue aún abierta la cuestión del tipo de reglas generales que que-
remos. El orden individualista confina el ejercicio de los poderes coercitivos
en lo esencial a un método, pero deja aún al ingenio humano un campo de
acción ilimitado para decidir cuál es la serie de reglas más eficaces; y, si bien
en la mayoría de los casos las mejores soluciones de los problemas hay que
descubrirlas con la experiencia, es mucho más lo que podemos aprender de
los problemas generales del individualismo respecto a la naturaleza y con-
tenidos deseables de estas reglas. En primer lugar, tenemos un importante
corolario de lo que ya hemos dicho, a saber, que las reglas, desde el momento
en que tienen que marcar a los individuos la pauta de su comportamiento,
deberían hacerse de modo que mantengan su validez durante largos perio-
dos. La política liberal o individualista debe ser esencialmente una política
a largo plazo; la actual moda de concentrarse sobre efectos a corto plazo y

27. Nationality (1862), reimpreso en The History of Freedom and other Essays (1907), p. 288.
[Para una edición más reciente, véase Essays in the History of Liberty, ed. J. Rufus Fears, vol. 1 de
Selected Writings of Lord Acton (Indianápolis, IN: LibertyClassics, 1985), p. 424. – Ed.]. [En español
en Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, 1999, pp. 350-51].

117
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de justificar semejante actitud sosteniendo que «a largo plazo todos estare-


mos muertos», lleva necesariamente a confiar en órdenes que se adaptan a
particulares circunstancias del momento, en lugar de reglas formuladas en
términos de situaciones típicas.28
Sin embargo, necesitamos —derivada de los principios básicos del in-
dividualismo— una ayuda mucho más definida que esta para la construc-
ción de un adecuado sistema jurídico. El intento de hacer que el hombre,
persiguiendo su interés, contribuya a hacer lo mejor para satisfacer las ne-
cesidades de otros hombres, no lleva solo al principio general de la «propie-
dad privada»; nos ayuda también a determinar cuáles deben ser los con-
tenidos de los derechos de propiedad en relación con cosas de diverso tipo.
Para hacer que el individuo, en sus decisiones, tenga en cuenta todos los
efectos concretos de las mismas, es necesario que la «esfera de responsabi-
lidad» a la que me he referido comprenda en la mayor medida posible todos
los efectos directos que las demás personas derivan de las cosas que están
bajo su control. Esto, en su conjunto, se obtiene a través del simple concepto
de propiedad como derecho exclusivo a usar una cosa determinada, en el
caso en que tengamos que ver con objetos muebles o con lo que los juris-
tas definen como «bienes muebles». Mucho más difíciles son los proble-
mas cuando se trata de terrenos, donde el reconocimiento del principio de
propiedad privada sirve de muy poco si no conocemos con precisión los de-
rechos y obligaciones que comprende. Y cuando pasamos a problemas de
origen más reciente, como el control del aire o de la energía eléctrica, de
los inventos y de las creaciones artísticas y literarias, solo la vuelta a la jus-
tificación lógica de la propiedad podrá contribuir a que decidamos cuál debe
ser, en el caso particular, la esfera de control o de responsabilidad del in-
dividuo.
No puedo detenerme más sobre el fascinante tema de una estructura jurí-
dica adecuada a un sistema individualista eficiente, ni discutir sobre las nu-
merosas funciones suplementarias, como la asistencia en la divulgación de

28. [La célebre frase de John Maynard Keynes, «a largo plazo todos estaremos muertos», puede
encontrarse en A Tract on Monetary Reform [1923], reimpreso como cuarto volumen (1971) en The
Collected Writings of John Maynard Keynes, Austin Robinson y Donald Moggridge, eds., 30 vols.
(Londres: Macmillan, para la Real Sociedad Económica, 1971-1989), p. 376. – Ed.].

118
PRELUDIO

informaciones y en la eliminación de incertidumbres realmente evitables,29


gracias a las cuales el gobierno podría incrementar en gran medida la efi-
ciencia de la acción individual. Lo menciono simplemente para subrayar que
existen otras funciones del gobierno (¡no coercitivas!) además de la mera apli-
cación de la ley civil y penal, que pueden justificarse plenamente por princi-
pios individualistas.
Queda, en todo caso, un punto que ya he mencionado, pero es tan impor-
tante que requiere una atención ulterior. Se trata de que cualquier orden in-
dividualista viable debe concebirse de tal modo que no solo las correspon-
dientes remuneraciones que el individuo puede esperar del diverso empleo
de sus propias capacidades y recursos correspondan a la relativa utilidad que
los otros atribuyen al resultado de sus esfuerzos, sino que estas remunera-
ciones correspondan a los resultados objetivos de sus esfuerzos más bien que
a sus méritos subjetivos. Un mercado efectivamente competitivo satisface
ambas condiciones. En relación con la segunda, nuestro sentido personal de
justicia se rebela a menudo contra las decisiones impersonales del mercado.
Y, sin embargo, si el individuo debe ser libre de elegir, es inevitable que tenga
que correr el riesgo conexo con sus decisiones y que, por consiguiente, sea
premiado no según la bondad o maldad de sus intenciones, sino exclusiva-
mente sobre la base del valor del resultado para los demás. Debemos com-
prender que la preservación de la libertad individual es incompatible con la
plena satisfacción de nuestros puntos de vista sobre la justicia distributiva.

29. Las medidas que el gobierno puede oportunamente tomar para reducir la incertidumbre real-
mente evitable por los individuos son un tema que ha despertado una tal confusión que no puedo
dejar la breve alusión que hago en el texto sin una explicación ulterior. La cuestión es que, mientras
que es fácil proteger a una persona o a un grupo particular de la pérdida que podría producir un cambio
imprevisto, impidiendo que las personas se percaten del cambio después de producirse, esto sirve solo
para gravar el cambio sobre otras, pero no para evitarlo. Si, por ejemplo, el capital invertido en una
instalación muy costosa está protegido contra la obsolescencia causada por nuevos inventos con la
prohibición de introducir estos nuevos inventos, esto aumenta la seguridad de los propietarios de la
instalación existente, pero priva al público del beneficio de los nuevos inventos. O, en otras palabras,
no se reduce realmente la incertidumbre para la sociedad en su conjunto, si hacemos el comporta-
miento de las personas más previsible, impidiéndoles adaptarse a un cambio imprevisto en su conoci-
miento del mundo. La única reducción auténtica de la incertidumbre consiste en aumentar el cono-
cimiento, pero sin impedir nunca que las personas se sirvan de nuevos conocimientos.

119
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

VII

Mientras que la teoría individualista ofrece una precisa contribución a la


técnica de construcción de una estructura jurídica adecuada y de mejora de
las instituciones surgidas espontáneamente, su énfasis, naturalmente, se
pone en que la parte de nuestro orden social que puede o debería ser producto
consciente de la razón humana es solo una pequeña parte de todas las fuer-
zas de la sociedad. En otras palabras, el Estado, expresión de un poder deli-
beradamente organizado y conscientemente dirigido, debería ser solo una
pequeña parte de un organismo mucho más rico que llamamos «sociedad»;
el propio Estado debería proporcionar tan solo una estructura en la que la
colaboración libre (y por tanto no «dirigida conscientemente») de los hombres
tenga el más amplio campo de acción.
Esto implica una serie de corolarios que ponen al verdadero individualis-
mo, una vez más, en neta contraposición al falso individualismo de tipo ra-
cionalista. El primero es que el Estado organizado voluntariamente, por una
parte, y el individuo, por otra, están muy lejos de ser las únicas realidades
posibles: mientras que la Revolución francesa tendía a la supresión delibe-
rada de todas las formaciones y asociaciones intermedias, el auténtico libe-
ralismo considera todas las convenciones no constrictivas de la relación so-
cial como factores esenciales para mantener el funcionamiento ordenado de
la sociedad humana. El segundo es que el individuo, al participar en los pro-
cesos sociales, debe estar listo y dispuesto a adaptarse a los cambios y a some-
terse a las instituciones que no son resultado de un diseño o proyecto cons-
ciente, cuya justificación en el caso concreto puede no ser reconocible, y que
a él le parecerá a menudo incomprensible e irracional.
No es preciso extenderse sobre el primer punto. No es necesario subra-
yar ulteriormente que el verdadero individualismo afirma el valor de la fa-
milia y de todos los esfuerzos comunes de la pequeña comunidad y del gru-
po, que cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias y que
ciertamente sus argumentaciones se basan en gran medida en el supuesto
de que muchas de las cosas que a menudo se reclaman para la acción coacti-
va del Estado pueden hacerse más fácilmente con la colaboración volunta-
ria. No hay nada más contrario al falso individualismo, que quiere disolver
todos estos pequeños grupos en átomos sin más cohesión que unas reglas

120
PRELUDIO

coercitivas impuestas por el Estado y que trata de hacer prescriptivos todos


los vínculos sociales, en lugar de emplear el Estado principalmente como pro-
tección del individuo contra la indebida apropiación de poderes coercitivos
por parte de grupos más pequeños.
Para el funcionamiento de una sociedad individualista, tan importantes
como estas pequeñas agrupaciones de hombres son las tradiciones y costum-
bres que se desarrollan en una sociedad libre y que, sin ser coercitivas, esta-
blecen reglas, flexibles, pero normalmente observadas, que hacen altamente
previsible el comportamiento de los demás. La disponibilidad a someterse a
estas reglas, no solo cuando se comprende su razón, sino también cuando no
se tienen razones definidas en contra, es una condición esencial para la evo-
lución y la mejora graduales de las relaciones sociales; el estar normalmente
dispuestos a someterse al producto de un proceso social que nadie ha pro-
yectado y cuyas razones nadie puede comprender, es también condición in-
dispensable para que pueda renunciarse a la coerción.30 Es archisabido que
la existencia de tradiciones y costumbres comunes pone a un grupo de per-
sonas en situación de trabajar tranquilamente, con eficacia y con una orga-
nización formal muy inferior que un grupo sin semejante trasfondo común.
Pero lo contrario de esto, aunque menos familiar, es acaso igualmente cier-
to; es decir que la coerción solo puede reducirse al mínimo en una sociedad
en la que las costumbres y la tradición han hecho que el comportamiento del
hombre sea altamente previsible.31

30. La diferencia entre el planteamiento racionalista y el verdaderamente individualista es


evidente en las distintas opiniones manifestadas por los observadores franceses sobre la aparente irra-
cionalidad de las instituciones sociales inglesas. Henri de Saint-Simon, por ejemplo, lamenta que «cien
volúmenes in folio, del tipo más fino, no habrían sido suficientes para dar cuenta de todas las contra-
dicciones orgánicas que existen en Inglaterra» (Oeuvres de Saint-Simon et d’Enfantin, París 1865-
78, vol. 38, p. 179); y Tocqueville replica «que estas extravagancias de los ingleses pueden tener cierta
relación con sus libertades, algo que él no comprende en absoluto» (L’Ancien Régime et la Révolution,
París 1866, p. 103). [Puede que el arrebato de Saint-Simon deba traducirse como «cien volúmenes en
folio, del tipo más fino, no habrían sido suficientes para dar cuenta de todas las contradicciones orgá-
nicas que existen en Inglaterra», y la réplica de Tocqueville, como «estas extravagancias de los ingle-
ses pueden tener cierta relación con sus libertades, algo que él no comprende en absoluto». En la cita
de Saint-Simon, «del tipo más fino» se refiere a letras finas impresas. – Ed.].
31. ¿Es necesario citar una vez más a Edmund Burke para recordar al lector que para él la fuerza
de las normas morales es una condición esencial para que una sociedad libre sea posible? «Los

121
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Esto nos lleva al segundo punto: la necesidad, en cualquier sociedad com-


pleja en la que los efectos de las acciones de cualquiera van mucho más allá
de su posible campo visual, del sometimiento individual a las fuerzas anóni-
mas y a primera vista irracionales de la sociedad; un sometimiento que debe
comprender no solo la aceptación de las reglas de comportamiento como váli-
das, sin examinar qué es lo que, en la situación concreta, depende de su ob-
servancia, sino también la buena disposición del individuo a adaptarse a
los cambios que pueden afectar profundamente a su suerte y a sus oportuni-
dades, cuyas causas pueden serle totalmente incomprensibles. Contra estos
cambios es contra lo que el hombre moderno tiende a rebelarse, a menos que
su necesidad pueda demostrarse con razones «claras y demostrables para todo
individuo». Pero es precisamente aquí donde el comprensible afán de inte-
ligibilidad produce pretensiones ilusorias que ningún sistema puede satis-
facer. En una sociedad compleja, el hombre no puede tener más elección que
entre adaptarse a las fuerzas del proceso social que deben parecerle ciegas u
obedecer las órdenes de un superior. Si conoce solo la dura disciplina del mer-
cado, puede considerar preferible una directriz dada por otro cerebro humano
inteligente; pero, cuando lo encuentra, no tarda en descubrir que la primera
le deja aún al menos cierta elección, mientras que la segunda no le deja nin-
guna, y que es mejor elegir entre varias alternativas desagradables que verse
forzados a aceptar una sola.
La no disponibilidad a tolerar o respetar las fuerzas sociales que no son
reconocibles como producto de un proyecto inteligente, que es una causa tan
importante del actual deseo de planificación económica global, es solo uno de
los aspectos de un movimiento más general. La misma tendencia se encuen-
tra, en el campo de la moral y de las costumbres, en el deseo de sustituir las
lenguas existentes por lenguas artificiales y en la actitud moderna hacia los
procesos que gobiernan el desarrollo del conocimiento. La creencia en que
en una época científica solo puede justificarse un sistema moral sintético,

hombres están cualificados para las libertades civiles en exacta proporción a su disponibilidad para
poner cadenas morales a sus apetitos; en la medida en que su amor por la justicia está por encima de
su avidez; en la medida en que su integridad y capacidad de comprensión está por encima de su vani-
dad y presunción; en la medida en que están dispuestos a escuchar los consejos de los buenos y de los
sabios, prefiriéndolos a las lisonjas de los truhanes» (A Letter to a Member of the National Assembly,
1791, en Works, cit., vol. IV, p. 319).

122
PRELUDIO

una lengua artificial, o también una sociedad artificial, junto a la creciente


reluctancia a inclinarse ante cualquier regla moral cuya utilidad no se de-
muestre racionalmente, o conformarse a costumbres cuya justificación ló-
gica no se conoce, son todas ellas manifestaciones del mismo punto de vista
fundamental, que quiere que toda actividad social forme parte de manera re-
conocible de un único plan coherente. Son el resultad de ese mismo «indivi-
dualismo» racionalista que ve en todo el producto de una razón individual
consciente. Sin embargo, no son ciertamente resultado de un individualismo
verdadero, e incluso pueden hacer difícil o imposible el funcionamiento de
un sistema libre y realmente individualista. La gran lección que seguramente
nos da la filosofía individualista sobre este punto es que, mientras puede no
ser difícil destruir las formaciones espontáneas que son la base indispensa-
ble de una civilización libre, reconstruir deliberadamente una tal civilización,
una vez destruidas estas bases, puede superar todo nuestro poder.

VIII

Lo que quiero mostrar lo explica claramente la paradoja de que a los alema-


nes, aunque comúnmente son considerados como muy dóciles, se les describe
a menudo como particularmente individualistas. Este llamado individualismo
alemán se representa frecuentemente, con cierta dosis de verdad, como una
de las causas por las que los alemanes no han conseguido nunca desarrollar
instituciones políticas libres. En el sentido racionalista del término, con su
insistencia sobre el desarrollo de personalidades «originales» que desde todo
punto de vista son fruto de la elección consciente del individuo, la tradición
intelectual germánica favorece sin duda un tipo de «individualismo» poco co-
nocido en otros países. Recuerdo perfectamente cuando a mí mismo, como
joven estudiante, en el primer contacto con mis coetáneos ingleses o ameri-
canos, me sorprendió e incluso me impresionó fuertemente cuando descubrí
lo mucho que estaban dispuestos a conformarse exteriormente a la costum-
bre común, en lugar de estar orgullosos, como a mí me parecía natural, de ser
distintos y originales en la mayoría de los aspectos. Si tenéis dudas sobre la
importancia de semejante experiencia personal, podéis encontrarla plena-
mente confirmada en la mayoría de las discusiones alemanas sobre el sistema

123
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de la escuela pública inglesa, tal como aparece en el conocido volumen de


Dibelius sobre Inglaterra.32 Descubriréis continuamente la misma sorpresa
respecto de esta voluntaria conformidad y la veréis contrastada por la ambi-
ción del joven alemán de desarrollar una «personalidad original», capaz de
expresar en todos sus aspectos lo que él considera justo y verdadero. Este culto
a la individualidad distinta y diversa tiene desde luego raíces profundas en
la tradición intelectual germánica y, gracias a la influencia de algunos de sus
mayores representantes, sobre todo Goethe y Wilhelm von Humboldt, se
ha dejado sentir más allá de Alemania, como puede verse claramente en el
ensayo de John Stuart Mill On Liberty.33
Semejante tipo de «individualismo» no solo no tiene nada que ver con
el verdadero individualismo, sino que puede resultar un grave obstáculo al
funcionamiento tranquilo de un sistema individualista. Puede discutirse si
una sociedad libre o individualista puede funcionar con éxito si los sujetos
que la componen son demasiado «individualistas», en el falso sentido del tér-
mino, si son demasiado reacios a conformarse voluntariamente a las tradi-
ciones y a las costumbres, y se niegan a reconocer todo lo que no esté cons-
cientemente planificado o que no se pueda demostrar como racional a todo
individuo. Es por lo menos comprensible que la prevalencia de este tipo de
«individualismo» haya hecho con frecuencia que muchas personas de buena
voluntad perdieran la esperanza sobre la posibilidad de obtener un orden en
una sociedad libre, y hayan incluso exigido un gobierno dictatorial con poder
para imponer a la sociedad el orden que esta no produce por su propia cuenta.
En Alemania, en particular, esta preferencia por la organización inten-
cionada, y el correspondiente desprecio hacia la espontánea e incontrolada,

32. J.W. Dibelius, England (1923), pp. 464-8 de la trad. inglesa. [El historiador alemán Wilhelm
Debelius (1879-1931) fue el autor de numerosas obras en Gran Bretaña. – Ed.].
33. [Hayek hace referencia a la obra de John Stuart Mill, On Liberty [1859], reimpresa en Essays
on Politics and Society I, ed. J.M. Robson, vol. 18 (1977) en Collected Works of John Stuart Mill (Toronto:
University of Toronto Press, 1963-1991), pp. 213-310. En el libro, Mill defendía la libertad del indi-
viduo ante el control social y político. Johann Wolfgang von Goethe, poeta, dramaturgo y cientista
alemán (1749-1832), fue el autor de Fausto (1808, 1832) y Las cuitas del joven Werther (1774). El fi-
lólogo y estadista Karl Wilhelm von Humboldt (1767-1835) fue el primer ministro de Educación prusia-
no y el fundador de la Universidad de Berlín. Hayek hace mención de la deuda de Mill para con Goethe
y Humboldt en la introducción a Camino de servidumbre, p. 61, nota 4. – Ed.].

124
PRELUDIO

ha sido fuertemente apoyada por la tendencia a la centralización producida


por la lucha por la unidad nacional. En un país en que las tradiciones existen-
tes eran esencialmente locales, la lucha por la unidad nacional implicaba una
oposición sistemática a casi todo lo que fuera crecimiento espontáneo y su
consiguiente sustitución por creaciones artificiales. Que los alemanes tuvie-
ran que acabar creando un Estado totalitario que les obligase a aceptar lo
que sentían como una carencia, algo que un historiador reciente ha descrito
muy bien como una «desesperada búsqueda de una tradición que no tenía-
mos»,34 probablemente no debería sorprendernos más de lo que lo ha hecho.

IX

Es cierto que la tendencia progresiva hacia un control central de todos los


procesos sociales es el resultado inevitable de un planteamiento que insiste
en que todo tiene que estar ordenadamente planificado en orden a mostrar
un orden reconocible, pero también es cierto que esta tendencia promueve la
creación de condiciones en que nada al margen de un gobierno central omni-
presente puede garantizar el orden y la estabilidad. La concentración de to-
das las decisiones en manos de la autoridad produce un estado de cosas que,
sea cual fuere la estructura que la sociedad aún posee, es impuesto por el
gobierno, y en el cual los individuos se convierten en unidades intercambia-
bles sin relaciones recíprocas definidas o duraderas, distintas de las determi-
nadas por la organización omnicomprensiva. En la jerga de los sociólogos
modernos, este tipo de sociedad se conoce como «sociedad de masas», nom-
bre que, en cierto modo, induce a error, ya que los atributos característicos
de este tipo de sociedad no son tanto el resultado de puros y simples núme-
ros cuanto de la ausencia de una estructura espontánea, distinta de la que so-
bre ella imprime la organización deliberada, de la incapacidad de desarrollar
diferenciaciones propias y de la consiguiente dependencia de un poder que
la modela y la forma conscientemente. Está ligada a los números solo en el

34. Vermeil, Germany’s Three Reichs, Londres 1961, p. 226. [Para más detalles sobre Alemania
y este vínculo, véase la reseña de Hayek sobre el libro de Vermeil en el capítulo 10 de The Fortunes of
Liberalism. – Ed.].

125
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

sentido en que en las grandes naciones el proceso de centralización llega mu-


cho más velozmente a un punto en el que la organización deliberada desde
arriba sofoca aquellas formas espontáneas que se basan en contactos más pró-
ximos e íntimos que los que pueden existir en la gran unidad.
No es extraño que en el siglo XIX, cuando estas tendencias empezaban a
ser claramente visibles, la oposición a la centralización se convirtiera en uno
de los intereses principales de los filósofos individualistas. Esta oposición
aparece particularmente en los escritos de dos grandes historiadores cuyos
nombres he señalado como los de los dos mayores representantes del verda-
dero individualismo en este siglo, Tocqueville y Lord Acton, y se manifiesta
en sus fuertes simpatías por los países pequeños y por la organización fede-
ral de grandes unidades. Hoy se puede pensar, con mayor razón, que los paí-
ses pequeños podrán convertirse, dentro de no mucho tiempo, en los últimos
oasis en que se conservará la sociedad libre. Podría ser ya demasiado tarde
para detener el curso fatal de la centralización progresiva en los países más
grandes, que ya han avanzado en la creación de aquellas sociedades de masas
en las que el despotismo parece ser, en definitiva, la única salvación. El que
los países más pequeños puedan evitarlo dependerá de su capacidad de per-
manecer inmunes al veneno del nacionalismo, que es una incitación a, y tam-
bién el resultado de, aquella misma lucha por una sociedad conscientemente
organizada desde arriba.
La actitud del individualismo respecto al nacionalismo, que intelectual-
mente no es otra cosa que el hermano gemelo del socialismo, merecería una
discusión especial. Aquí solo puedo observar que la diferencia fundamen-
tal entre lo que en el siglo XIX se consideraba liberalismo en el mundo de
lengua inglesa y lo que como tal se definía en el continente se halla estre-
chamente conexa con su derivación, respectivamente, del verdadero indi-
vidualismo y del falso individualismo racionalista. Fue solo el liberalismo
en sentido inglés el que se opuso, en términos generales, a la centralización,
al nacionalismo y al socialismo, mientras que el liberalismo dominante en
el Continente fomentaba los tres. Debo añadir que, desde este como desde
otros muchos puntos de vista, John Stuart Mill y el liberalismo inglés pos-
terior que de él deriva pertenecen al menos tanto a la tradición continen-
tal como a la tradición inglesa; no conozco ninguna discusión más ilumina-
dora de estas básicas diferencias que las críticas dirigidas por Lord Acton a

126
PRELUDIO

las concesiones que hizo Mill a las tendencias nacionalistas del liberalismo
continental.35

Hay otras dos diferencias entre ambos tipos de individualismo, que tam-
bién son óptimamente ilustradas por la posición que adoptaron Lord Acton
y Tocqueville y sus puntos de vista sobre la democracia y la igualdad frente
a las tendencias que se venían imponiendo en su tiempo. El verdadero indi-
vidualismo no solo cree en la democracia, sino que puede afirmar que todos
los ideales democráticos derivan de los principios fundamentales del indi-
vidualismo. Sin embargo, si bien el individualismo afirma que todos los go-
biernos deberían ser democráticos, no tiene una fe supersticiosa en la omni-
competencia de las decisiones mayoritarias, y en particular se niega a admitir
que «el poder absoluto puede ser, según una hipótesis popular, tan legítimo
como la libertad constitucional».36 Cree que en la democracia, no menos que
bajo cualquier otra forma de gobierno, «la esfera de mandato coercitivo debe

35. Lord Acton, Nationality (1862, recogido en The History of Freedom, pp. 270-300 [trad. esp.,
«Nacionalidad», en Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., p. 348]. [Véase Essays in the History of
Liberty, pp. 409-433. En este ensayo, Acton argumentó que tener varias nacionalidades dentro de
una nación ayuda a proteger la libertad individual: «Si consideramos que establecer la libertad para
que se cumplan los deberes morales es el final de la sociedad civil, entonces debemos concluir que
esos estados son, con diferencia, los más perfectos que incluyen numerosas y variadas nacionalida-
des sin oprimirlas, tal y como se dio en los imperios británico y austriaco. … La intolerancia a la liber-
tad social, propia del absolutismo, cree poder encontrar una solución en la diversidad de nacionali-
dades que ninguna otra fuerza podría proveer con eficacia. La coexistencia de multitud de naciones
bajo el mismo estado es una prueba, además de la mejor garantía de su libertad» (Essays, pp. 432,
425). El punto de vista de Acton contrasta con el de Mill, quien afirma que «en general, que los lími-
tes del gobierno coincidan con los límites de las nacionalidades en los puntos más importantes es una
condición necesaria de las instituciones libres» (Essays, p. 422). Véase John Stuart Mill, Considerations
on Representative Government (1861), reimpresión en Essays on Politics and Society, II, ed. J.M. Robson,
vol. 19 (1977) en Collected Works of John Stuart Mill, p. 548. – Ed.].
36. Lord Acton, Sir Erskine May’s Democracy (1878, recogido en The History of Freedom, p. 78
[trad. esp., «La democracia en Europa», en Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., 311]. [Véase Essays
in the History of Liberty, p. 68. – Ed.].

127
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

demarcarse dentro de límites definidos»;37 y se opone de un modo particu-


lar al más fatal y peligroso de todos los equívocos corrientes sobre la demo-
cracia: la idea de que se deben aceptar, como verdaderos y vinculantes para
el futuro, los puntos de vista de la mayoría. Aun cuando la democracia se
basa en la aceptación de la idea de que el punto de vista de la mayoría decide
en la acción común, esto no quiere decir que lo que hoy es tal punto de vista
tenga que convertirse —aunque sea necesario para alcanzar los objetivos de
la mayoría— en el aceptado generalmente. Al contrario, toda la justifica-
ción de la democracia se basa en el hecho de que, con el tiempo, lo que hoy
es el punto de vista de una exigua minoría puede convertirse en el de la mayo-
ría. Creo firmemente que una de las cuestiones más importantes a la que la
teoría política tendrá que dar una respuesta en un próximo futuro es la de
encontrar una línea de demarcación entre los campos en que el punto de vista
de la mayoría debe ser vinculante para todos y los campos en los que, por
el contrario, se debe permitir que prevalezca el punto de vista de la mino-
ría, en caso de que pueda producir resultados que satisfagan mejor la deman-
da del público. Estoy sobre todo convencido de que, cuando están en juego
los intereses de un sector particular de la actividad económica, el punto de
vista de la mayoría será siempre el reaccionario, estacionario, y que el méri-
to de la competencia es exactamente el dar a la minoría la posibilidad de ser
dominante. Cuando esto puede hacerse sin recurrir a poderes coercitivos, se
tiene siempre el derecho de hacerlo.
No puedo resumir mejor esta actividad del verdadero individualismo ha-
cia la democracia que citando una vez más a Lord Acton:38 «El verdadero prin-
cipio democrático de que nadie debe tener poder sobre el pueblo se entiende
en el sentido de que nadie debe poner límites o eludir su poder; el verdade-
ro principio democrático de que no se debe obligar a hacer al pueblo lo que no
quiere hacer, se entiende en el sentido de que nunca deberá tolerar lo que no
es de su agrado; el verdadero principio democrático de que la libre voluntad

37. Lord Acton, Lectures on Modern History (1906), p. 10. [Véase Essays in the Study and Writing
of History, ed. J. Rufus Fears, vol. 2 de Selected Writings of Lord Acton, p. 516. – Ed.].
38. Lord Acton, «Sir Erskine May’s Democracy» (1878), recogido en The History of Freedom,
pp. 93-94 [trad. esp., «La democracia en Europa», en Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., 326].
[Véase Essays in the History of Liberty, p. 80. – Ed.].

128
PRELUDIO

de cada hombres debe encontrar las menos trabas posibles se entiende en el


sentido de que la libre voluntad del pueblo no encontrará restricción alguna.»
En todo caso, al ocuparnos de la igualdad, es preciso decir inmediatamen-
te que el verdadero individualismo no es igualitario en el sentido moderno
del término. No ve ninguna razón para intentar hacer iguales a las personas,
como algo distinto de tratarlas a todas del mismo modo. Mientras que el indi-
vidualismo se opone profundamente a todos los privilegios impuestos, a toda
protección creada por las leyes o con la fuerza, a cualquier derecho que no se
base en reglas igualmente aplicables a todos, niega también al gobierno el
derecho a limitar lo que quien es capaz o afortunado puede obtener. Del mis-
mo modo, se opone a cualquier rígida limitación de la posición que los indi-
viduos pueden alcanzar, ya sea que este poder se emplee para perpetrar la
desigualdad, o que se emplee para crear la igualdad. Su principio más impor-
tante es que ningún hombre o grupo de hombres debería tener el poder de
decidir el estatus de otro hombre, y considera esta condición como una con-
dición de libertad tan esencial que no debe ser sacrificada a la satisfacción de
nuestro sentido de justicia o de nuestra envidia.
Desde el punto de vista del individualismo, podría parecer que no existe ni
siquiera una justificación para hacer que todos los individuos comiencen en el
mismo nivel, impidiéndoles que se beneficien de las ventajas que no han con-
quistado personalmente, como el haber nacido de padres inteligentes o más
conscientes que la media. Aquí el individualismo es ciertamente menos «indi-
vidualista» que el socialismo, porque reconoce la familia como una unidad tan
legítima como el individuo; y lo mismo puede afirmarse por lo que respecta a
otros grupos, como las comunidades lingüísticas o religiosas, que, gracias a los
esfuerzos comunes, pueden ofrecer durante largo tiempo a sus miembros ni-
veles materiales o morales distintos de los del resto de la población. Sobre este
tema, Tocqueville y Lord Acton hablan con una sola voz: «La democracia y el
socialismo —escribía Tocqueville— nada tienen en común fuera de una pala-
bra, igualdad. Pero notad la diferencia: mientras que la democracia busca la igual-
dad en la libertad, el socialismo la busca en la limitación y en la servidumbre.»39

39. Alexis de Tocqueville, «Discours prononcé à l’assemblée constituante dans la discussion de


projet de constitution (12 Septembre 1848) sur la question du droit au travail», en Etudes économiques,
politiques et littéraires, p. 546.

129
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Y Acton se unía a él en la idea de que «la causa más profunda de que la Re-
volución francesa resultara tan perjudicial para la libertad radica en su teoría
de la igualdad»40 y que «la más favorable oportunidad que jamás se dio al mun-
do [se malogró] porque la pasión de la igualdad hizo vana la esperanza de la
libertad».41

XI

Sería posible proseguir aún la discusión sobre las diferencias que distinguen
ambas tradiciones intelectuales, que, aunque llevan el mismo nombre, están
divididas por principios fundamentalmente opuestos. Pero no debo alejarme
aquí demasiado de mi tarea, que consiste en rastrear los orígenes de la con-
fusión a que dio lugar y que también se centra en demostrar que existe una
tradición coherente que, se esté o no de acuerdo conmigo sobre el hecho de
que la misma sea el «verdadero individualismo», es en todo caso el único tipo
de individualismo que estoy dispuesto a defender y, creo firmemente, es el
único tipo de individualismo que puede defenderse con coherencia. Permi-
tidme, en conclusión, que vuelva a lo que dije al principio: que la actitud fun-
damental del verdadero individualismo es una actitud de humildad y respeto
al proceso a través del cual el género humano ha alcanzado cosas que no fueron
comprendidas o planificadas por ningún individuo, pero que sin duda son
más grandes que las mentes individuales. En este momento el gran problema
es si se le puede permitir a la mente del hombre seguir creciendo como parte
de este proceso, o si a la mente humana hay que echarle las cadenas que ella
misma ha creado.
Lo que nos enseña el individualismo es que la sociedad es más grande
que el individuo solo en la medida en que es libre. Cuando está controlada

40. Lord Acton, «Sir Erskine May’s Democracy» (1878), recogido en The History of Freedom,
p. 88 [trad. esp., «La democracia en Europa», en Ensayos sobre la libertad y el poder, cit., 321]. [Véase
Essays in the History of Liberty, p. 76. – Ed.].
41. Lord Acton, «The History of Freedom in Christianity» (1877), recogido en History of Freedon,
p. 57 [trad. esp., «Historia de la libertad en el cristianismo», en Ensayos sobre la libertad y el poder,
cit., p. 111]. [Véase Essays in the History of Liberty, p. 51. – Ed.].

130
PRELUDIO

o dirigida, está limitada a las mentes individuales que la controlan o diri-


gen. Si la presunción de la mente moderna, que no respetará nada que no
esté conscientemente controlado por la razón individual, no aprende a tiem-
po dónde detenerse, «podemos tener la seguridad —como advertía Burke—
de que todo lo que se encuentra a nuestro alrededor se hará cada vez más pe-
queño, hasta que a la larga nuestros intereses se reduzcan a las dimensiones
de nuestras mentes.»42

42. [Edmund Burke, «Speech on the Nabob of Arcot’s Debts» [1785], en Works of the Right
Honourable Edmund Burke (Boston: Little, Brown and Co., 1889), vol. 3, p. 16. – Ed.].

131
PARTE I

EL CIENTISMO Y EL ESTUDIO
DE LA SOCIEDAD*

Los sistemas que han debido su origen a las elucubraciones de aquellos ver-
sados en una disciplina, pero ignorantes en otra; y que por ello explican los
fenómenos, en la parte que les es desconocida, recurriendo a otros fenómenos
que les son familiares, han convertido a la analogía, que en otros autores solo
da para unas pocas semejanzas ingeniosas, en el eje sobre el que todo gira.

ADAM SMITH
Ensayo sobre la Historia de la Astronomía

* [Se publicó una versión inicial de «El cientismo y el estudio de la sociedad» en tres partes en
Economica, nueva serie, vol. 9, agosto de 1942, pp. 267-291; vol. 10, febrero de 1943, pp. 34-63, y vol.
11, febrero de 1944, pp. 27-39. Se publicó una versión ligeramente revisada, sobre la que se basa esta
edición, en F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse of Reason (Glencoe,
IL [Illinois]: Free Press, 1952, pp. 17-182 (trad. esp.: La contrarrevolución de la ciencia: estudios sobre
el abuso de la razón, Unión Editorial, Madrid, 2003). La mayoría de las diferencias entre ambas versio-
nes tienen que ver con cambios que Hayek realizó en la prosa para hacer los pasajes más claros, o con
la adición de nuevas citas de obras que se publicaron en el tiempo que había transcurrido. Cualquier
diferencia significativa entre las dos versiones se ha apuntado en comentarios entre corchetes. – Ed.].
[Adam Smith, «The History of Astronomy», reimpresión en Essays on Philosophical Subjects,
vol. 3, The Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith, p. 47. – Ed.].

133
1
LA INFLUENCIA
DE LAS CIENCIAS NATURALES
SOBRE LAS CIENCIAS SOCIALES

En el transcurso de su lento desarrollo durante el siglo XVIII y los primeros


años del siglo XIX, el estudio de los fenómenos sociales y económicos estaba
orientado principalmente por la naturaleza de los problemas que tenía que
afrontar.1 Se fue desarrollando gradualmente una técnica apropiada para es-
tos problemas sin reflexionar demasiado acerca del carácter de los métodos
o de su relación con los de otras disciplinas del conocimiento. Los estudiosos

1. Esto no es cierto en todos los casos. Los intentos de tratar los fenómenos sociales «científica-
mente», que adquirieron tanta influencia en el siglo XIX, no estaban completamente ausentes en el
siglo XVIII. Existen al menos en la obra de Montesquieu y de los fisiócratas. Pero los grandes logros
del siglo en la teoría de las ciencias sociales, como son los trabajos de Cantillon y Hume, así como los
de Turgot y Adam Smith, los desconocieron casi completamente. Al teórico político y social francés
Charles de Secondat, barón de la Brède et de Montesquieu (1689-1755), se le recuerda hoy en día no
por los elementos del cientismo presentes en su obra, sino por enunciar en su Spirit of the Laws (1748)
la idea de la inevitabilidad del conflicto entre los intereses en los regímenes democráticos y monár-
quicos, de ahí la importancia de la separación y el equilibrio de los poderes para favorecer su super-
vivencia. François Quesnay (1694-1774), líder de los fisiócratas, fue también médico de la corte de
Luis XV de Francia. En sus escritos sobre economía, estableció analogías entre la circulación del dinero
y la circulación de la sangre. Anne Robert Jacques Turgot (1727-1781), mientras servía como inter-
ventor general de finanzas entre 1774 y 1776 bajo el reinado de Louis XVI, intentó reducir las barre-
ras comerciales entre las provincias francesas y abolir los privilegios de las corporaciones. Sin embargo,
estas reformas no fueron bien recibidas entre las clases altas, y fue retirado de su puesto. El econo-
mista francés y nacido en Irlanda Richard Cantillon (aprox. 1680-1734) fue el autor de Essai sur la
nature du commerce en général (1755). A pesar de haber tenido mucha influencia en la Francia del
siglo XVIII, su trabajo fue redescubierto en el siglo XIX por William Stanley Jevons, quien alabó su
obra, a la que consideraba el primer tratado sobre economía. Para leer la traducción de uno de uno
de los primeros ensayos de Hayek sobre Cantillon, véase el capítulo 13 de su libro The Trend of Economic
Thinking. – Ed.].

135
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de economía política podían describirla alternativamente como una rama


de la ciencia, de la moral o de la filosofía social, sin la menor preocupación
acerca de si la materia era científica o filosófica. El término ciencia no había
adquirido el significado tan restringido que hoy tiene,2 ni tampoco existía
distinción alguna que atribuyera a las ciencias físicas o naturales una digni-
dad especial. Quienes se dedicaban a estas disciplinas escogieron sin dudarlo
la denominación de filosofía cuando abordaban los aspectos más generales
de su problemática,3 y ocasionalmente encontramos incluso «filosofía natu-
ral» frente a «ciencias morales».
Durante la primera mitad del siglo XIX surgió una nueva actitud. El tér-
mino ciencia quedó cada vez más confinado en el ámbito de la física y las dis-
ciplinas biológicas, las cuales empezaron al mismo tiempo a reclamar para sí
un especial rigor y certeza que las distinguiera de todas las demás. Su éxito
fue tal, que pronto comenzaron a ejercer una extraordinaria fascinación so-
bre los que trabajaban en otras disciplinas, quienes comenzaron a imitar
rápidamente sus doctrinas y su vocabulario. Así comenzó la tiranía que los
métodos y técnicas de las Ciencias,4 en el sentido estricto de la palabra, han
venido ejerciendo sobre las demás disciplinas. Estas empezaron a preocupar-
se cada vez más por reivindicar la misma condición, mostrando que sus méto-
dos eran los mismos que los de sus brillantes hermanas, en lugar de adaptar-
los cada vez más a los problemas que les son propios. Y, aunque en los ciento
veinte años más o menos durante los que esta ambición por imitar a la Ciencia
en sus métodos más que en su espíritu ha venido dominando las disciplinas
sociales apenas ha contribuido a nuestra comprensión de los fenómenos so-
ciales, no solo continúa confundiendo y desacreditando el trabajo de las dis-
ciplinas sociales, sino que aún se exigen incursiones más profundas en esta

2. El ejemplo más temprano del restringido significado moderno de la palabra ciencia aparece
en el New English Dictionary de Murray, en una fecha tan tardía como 1867. Pero J.T. Merz (History
of European Thought in the Nineteenth Century [1896], vol. 1, p. 89) tiene razón probablemente cuan-
do propone que ciencia adquirió su significado actual en la época en que se formó la British Association
for the Advancement of Science (1831).
3. Por ejemplo, New System of Chemical Philosophy, de J. Dalton (1808); Philosophie zoologique
de Lamarck (1809); o Philosophie chimique de Fourcroy (1806).
4. Emplearemos a partir de ahora la palabra Ciencia con mayúscula cuando haya que recalcar que
nos referimos al significado moderno, más restringido.

136
LA INFLUENCIA DE LAS CIENCIAS NATURALES SOBRE LAS CIENCIAS S O C I A L E S

dirección presentándolas como las más revolucionarias innovaciones que, si


se adoptaran, asegurarían rápidos y maravillosos progresos.
Sin embargo, y dicho sea de paso, quienes más han alzado la voz en esas
exigencias rara vez han sido hombres que hayan enriquecido notablemente
nuestro conocimiento de las Ciencias. Desde el lord canciller Francis Bacon,
quien representará por siempre el prototipo del «demagogo de la ciencia»
—como justamente se le ha llamado—, a Augusto Comte y los «fisicalistas»
de nuestros días, la tesis de la absoluta y exclusiva superioridad del méto-
do de las ciencias naturales fue sostenida en general por hombres cuyo de-
recho a hablar en favor de la Ciencia no estaba fuera de toda duda, y que con
frecuencia habían mostrado en su actividad científica el mismo dogmatismo
sectario que habían manifestado en otros campos.5 Francis Bacon se opuso
a la astronomía copernicana,6 y Comte enseñaba que las investigaciones de-
masiado minuciosas de los fenómenos realizadas con instrumentos como el
microscopio eran dañinas y debían ser suprimidas por el poder espiritual de
la sociedad positiva, porque tendían a contrariar las leyes de la ciencia posi-
tiva. Esta actitud dogmática ha confundido con tanta frecuencia a hombres
de este tipo en su propio campo que no deberían existir apenas motivos para
tomar en demasiada consideración sus opiniones sobre problemas aún más
alejados de las áreas de donde derivan su inspiración.
El lector deberá tener presente aún otra precisión a lo largo del siguiente
análisis. Los métodos que los científicos o los hombres fascinados por las cien-
cias naturales han tratado tantas veces de aplicar forzadamente a las ciencias
sociales no son siempre necesariamente los que los verdaderos científicos

5. [El estadista y filósofo francés, Francis Bacon (1561-1626) defendía en su Novum Organum
(1620) un planteamiento experimental e inductivo para las ciencias, y Auguste Comte (1798-1857),
quien acuñó el término «sociología», expuso un planteamiento positivista para el estudio de los fenó-
menos sociales. Para más detalles del punto de vista de Hayek sobre Bacon, véase «Francis Bacon:
Progenitor of Scientism (1561-1626)», capítulo 5 de The Trend of Economic Thinking; y sobre Comte,
véase este volumen, capítulos 13 y del 15 al 17. Puede que Otto Neurath (1882-1945), el represen-
tante de las ciencias sociales del Círculo de Viena de los positivistas lógicos, sea el defensor más desta-
cado del fisicalismo, la doctrina según la cual el conocimiento científico basado en hechos está formu-
lado sobre afirmaciones de actividades y objetos físicos y observables. Hayek critica esta doctrina, además
del behaviorismo en psicología, en el capítulo 5. – Ed.].
6. Véase M.R. Cohen, «The Myth about Bacon and the Inductive Method», Scientific Monthly
23 (1926): 505. [pp. 504-505.].

137
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

emplearon en su propio campo, sino más bien aquellos que ellos creyeron
que habían empleado. No tiene por qué ser lo mismo. Las explicaciones y la
teorización que el propio científico elabora acerca de sus procedimientos no
siempre son una buena guía. Aunque los planteamientos sobre el carácter
del método de la Ciencia han pasado por varias modas en las últimas genera-
ciones, debemos admitir que los métodos realmente empleados han sido los
mismos en esencia. Sin embargo, puesto que las ciencias sociales han sufri-
do la influencia de las opiniones entonces profesadas por los científicos so-
bre su propio modo de operar y también de las que ellos mismos habían pro-
fesado anteriormente, lo que digamos a propósito del método de las ciencias
naturales no pretende ser necesariamente una exposición fidedigna de los cri-
terios seguidos efectivamente por los científicos, sino más bien una exposi-
ción de las teorías que, sobre la naturaleza del método científico, han domi-
nado el campo en épocas recientes.7
La historia de esta influencia, los canales a través de los que operó, y la
dirección en la que afectó a los procesos sociales nos ocupará a lo largo de
la serie de estudios históricos para los que el presente ensayo está concebi-
do como una introducción.8 Antes de seguir la pista al curso histórico de esta
influencia y sus efectos, abordaremos la descripción de sus características ge-
nerales y de la naturaleza de los problemas a los que las desafortunadas ex-
pansiones de los hábitos de pensamiento de las ciencias físicas y biológicas
han dado lugar. Existen ciertos elementos típicos de esta actitud que encon-
traremos una y otra vez, cuya plausibilidad prima facie hace necesario exa-
minarlos con más cuidado. Aunque en las circunstancias históricas concretas
no siempre es posible mostrar cómo esos enfoques característicos se conec-
tan o proceden de los hábitos de pensamiento de los científicos, es más fácil
detectarlos en un análisis sistemático.
No es necesario señalar que nada de lo que tengamos que decir va en con-
tra de los métodos de la Ciencia dentro de su propia esfera o que pretendamos

7. [Todo este párrafo se añadió en la versión de 1952. Refleja que Hayek acepta la crítica de Karl
Popper de que los procedimientos que realmente se seguían en las ciencias naturales son diferentes
de aquellos atribuidos a los autores defensores del cientismo. Para más detalles sobre este tema, véase
la introducción del editor a este volumen, pp. 81-82. – Ed.].
8. [Los «estudios históricos» están recogidos en los ensayos «La contrarrevolución de la cien-
cia» y «Comte y Hegel», partes 2 y 3 de este volumen. – Ed.].

138
LA INFLUENCIA DE LAS CIENCIAS NATURALES SOBRE LAS CIENCIAS S O C I A L E S

arrojar un ápice de duda acerca de su valor. Precisamente, para excluir cual-


quier malentendido acerca de este punto, cuando tratemos, no de la inves-
tigación imparcial sino de la servil imitación del método y el lenguaje de la
Ciencia, hablaremos de cientismo o del prejuicio cientista. Aunque estos térmi-
nos no son completamente desconocidos en inglés,9 provienen realmente del
francés, donde en los últimos años han tomado el mismo significado que le
daremos aquí.10 Hay que advertir que estos términos, en el sentido en que
los vamos a emplear, describen, desde luego, una actitud que es decididamen-
te acientífica en el pleno sentido de la palabra, puesto que implica una aplica-
ción mecánica y acrítica de los hábitos de pensamiento a campos diferentes
de aquellos en que estos se formaron. El enfoque cientista, a diferencia del
científico, no es un enfoque libre de prejuicios, sino todo lo contrario, una
aproximación llena de ellos; la cual, antes de tomar en consideración la ma-
teria, pretende saber cuál es la vía más apropiada para investigarla.11
Hubiera sido conveniente disponer de un término similar para indicar la
característica actitud mental del ingeniero que, aun distinguiéndose del cien-
tista, en muchos aspectos es sumamente afín; y precisamente por esta afini-
dad lo tomamos aquí en consideración. No hay otra palabra que exprese tan
eficazmente esta idea, por lo que tendremos que contentarnos con denomi-
nar esta actitud, tan característica del pensamiento de los siglos XIX y XX, como
la «mentalidad ingenieril».

9. El New English Dictionary de Murray recoge tanto scientism como scientistic, el primero como
el «hábito y modo de expresión de un científico», y el segundo como «característico de, o con los atri-
butos de, un científico (uso despectivo)». Los términos naturalista o mecanicista, que con frecuencia
se usan en un sentido similar, son menos apropiados porque sugieren un tipo de oposición erróneo.
10. Véase, por ejemplo, J. Fiolle, Scientisme et science (París 1936), y A. Lalande, Vocabulaire
Technique et critique de la philosophie, 4.ª ed., vol. 2, p. 740.
11. Quizá el siguiente pasaje de un destacado físico pueda servir de ayuda para mostrar en qué
medida los propios científicos también padecen la misma actitud que ha extendido su intoxicante influen-
cia sobre otras disciplinas: «Es difícil concebir un fanatismo científico mayor que sostener que toda
experiencia posible se ha de ajustar al mismo patrón con el que ya estamos familiarizados, y exigir
por lo tanto que en su explicación solo se empleen elementos presentes en la vida diaria. Esta actitud
denota una falta de imaginación, una estrechez mental y una obstinación tales que podría esperarse
que su justificación pragmática se agota en un plano inferior de la actividad mental.» P.W. Bridgman,
The Logic of Modern Physics [1928], p. 46.

139
2
PROBLEMA Y MÉTODO
EN LAS CIENCIAS NATURALES

Antes de que podamos entender las razones de los excesos del cientismo,
debemos intentar comprender la lucha que la Ciencia tuvo que librar contra
los conceptos y las ideas perjudiciales para su progreso, del mismo modo que
hoy el prejuicio cientista supone una amenaza para el progreso de los estu-
dios sociales. Aunque hoy vivimos en una atmósfera en la que los concep-
tos y los hábitos de pensamiento de la vida diaria están en gran medida in-
fluidos por la manera de pensar propia de la Ciencia, no debemos olvidar que
las Ciencias, en sus comienzos, tuvieron que abrirse camino en un mundo
donde la mayoría de los conceptos se habían formado a partir de las relacio-
nes con nuestros semejantes y de la interpretación de sus actos. Es muy natu-
ral que el impulso adquirido en esa lucha llevara a la Ciencia a traspasar el
límite, creando una situación en la que el peligro es ahora justamente el con-
trario; es decir, el predominio del cientismo obstaculiza el progreso en la
comprensión de la sociedad.1 Pero, aun cuando el péndulo haya iniciado su
vaivén en la dirección opuesta, solo generaríamos confusión si pasáramos por
alto los factores que han dado lugar a esta actitud y que la justifican dentro
del ámbito que les es propio.

1. Sobre el significado de esta «ley de la inercia» en la esfera científica y sus efectos en las disci-
plinas sociales, véase H. Münsterberg, Grundzüge der Psycologie (1909), vol. 1, p. 137; E. Bernheim,
Lehrbuch der historischen Methode und Geschichtsphilosophie, 5.ª ed. (1908), p. 144; y L. von Mises,
Nationalökonomie (1940), p. 24. El fenómeno por el que tendemos a forzar un nuevo principio ex-
plicativo es quizá más familiar respecto de doctrinas científicas concretas que respecto de la Ciencia
como tal. La gravitación y la evolución, la relatividad y el psicoanálisis, han sido forzados durante
ciertos periodos mucho más allá de su capacidad. Que este fenómeno haya tenido una duración aún
más prolongada cuando se trata de la Ciencia en su conjunto, así como que sus efectos hayan sido mu-
cho más intensos, no es sorprendente a la luz de esta experiencia.

140
P R O B L E M A Y M É T O D O E N L A S C I E N C I A S NAT U R A L E S

Hubo tres grandes obstáculos al avance de la Ciencia moderna contra los


que esta luchó desde su origen en el Renacimiento; y gran parte de la histo-
ria de su progreso podría escribirse en función de la superación gradual de
esos obstáculos. El primero, aunque no el más importante, fue que, por di-
versas razones, los académicos se habían acostumbrado a dedicar la mayor
parte de sus esfuerzos a analizar las opiniones del resto de la gente: no solo
porque en las disciplinas más desarrolladas en aquella época, como el dere-
cho y la teología, este era precisamente el objeto de estudio, sino también
porque, durante la decadencia de la Ciencia en la Edad Media, parecía no exis-
tir mejor modo de llegar a la verdad sobre la naturaleza que estudiar las obras
de los grandes hombres del pasado. Más importante fue el segundo factor:
la creencia de que las «ideas» de las cosas encierran alguna realidad trascen-
dental, de modo que, analizándolas, se puede aprender algo o incluso todo
acerca de los atributos de las cosas reales. El tercero, y quizá el más importan-
te, era el hecho de que, en todas partes, el hombre había comenzado a inter-
pretar los fenómenos del mundo exterior proyectándoles su propia imagen,
es decir, como si estuvieran animados por una mente semejante a la suya.
De este modo, las explicaciones que ofrecían las ciencias naturales se funda-
ban en todo lugar en la analogía con el funcionamiento de la mente humana,
con teorías «antropomórficas» o «animistas» orientadas a la existencia de una
mente ordenadora, que quedaban validadas si de ellas se podía deducir la ac-
ción de esa mente.
Frente a todo esto, la Ciencia moderna puso su empeño en descender al
nivel de los «hechos objetivos», abandonando el estudio de lo que los hom-
bres pudieran pensar acerca de la naturaleza o dejando de considerar los meros
conceptos como imágenes fieles del mundo real y, sobre todo, descartando to-
das las teorías que pretendieran explicar los fenómenos atribuyéndoles una
mente ordenadora como la nuestra. La principal tarea de la Ciencia pasó a
ser la revisión y la reconstrucción de los conceptos originados en la experien-
cia cotidiana sobre la base del contraste sistemático de los fenómenos, de tal
modo que fuera posible identificar lo particular como expresión concreta de
una regla general. En el transcurso de este proceso, no solo la clasificación
provisional de los fenómenos que proporcionaban los conceptos habitual-
mente empleados, sino también las primeras distinciones entre las diversas
percepciones que nuestros sentidos nos proporcionaban tuvieron que ceder

141
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

su lugar a una forma completamente nueva y diferente de ordenar y clasi-


ficar los fenómenos del mundo externo.
La tendencia al abandono de todo elemento antropomórfico en el aná-
lisis del mundo externo ha conducido, en su manifestación más extrema, a
la tesis de que toda demanda de «explicación» en sí misma está fundada en
una interpretación antropomórfica de los fenómenos, y de que la Ciencia,
por tanto, debe limitarse a realizar una completa descripción de la naturale-
za.2 Existe, como veremos después, una parte de verdad en la primera parte
de esta afirmación, en el sentido de que los métodos que nos permiten en-
tender y explicar la conducta humana no pueden emplearse con los fenóme-
nos físicos, por lo que, consecuentemente, el término explicar conserva una
carga de significado que no les es aplicable.3 Las acciones de otros hombres
son, probablemente, las primeras experiencias ante las que los humanos pre-
guntan por qué. Ha tenido que transcurrir un largo periodo de aprendizaje,
aún no concluido,4 para que el hombre advierta que en los fenómenos dis-
tintos de las acciones humanas no puede esperarse la misma clase de «expli-
cación» que puede obtenerse en el caso de la conducta humana.
No es nada nuevo que los conceptos ordinarios acerca de las cosas que nos
rodean tengan que ser sustituidos, pues no sirven para generar una clasifica-
ción adecuada que nos permita elaborar reglas generales acerca de su compor-
tamiento. Sin embargo, lo que puede resultar sorprendente es que lo que es

2. Esta concepción, según creo, fue formulada explícitamente por el físico alemán G. Kirchhoff
en sus Vorlesungen über die mathematische Physik; Mechanik (1874), p. 1, y posteriormente divul-
gada a través de la filosofía de Ernst Mach. [La obra de Ernst Mach sobre física, psicología y la filo-
sofía de la ciencia tuvo una grandiosa influencia en Viena cuando Hayek era estudiante, tal y como
recuerda en su ensayo «Ernst Mach (1838-1916) and the Social Sciences in Vienna», capítulo 7 de
The Fortunes of Liberalism. – Ed.].
3. La palabra explicar es solo uno de los muchos casos importantes en que las ciencias natura-
les se vieron obligadas a emplear conceptos que originariamente surgieron para describir los fenó-
menos asociados a la conducta humana. Ley y causa, función y orden, organismo y organización son
también conceptos de pareja importancia que la Ciencia ha conseguido liberar relativamente de sus
connotaciones antropomórficas, mientras que en otros casos —particularmente, como después vere-
mos, en el caso de intención— sin poder prescindir de ellos, la Ciencia no ha logrado aún depurarlos,
lo que justifica en cierto modo su temor a emplearlos.
4. Véase T. Percy Nunn, Proceedings of the British Academy, vol. 13, Anthropomorphism and
Physics (1926).

142
P R O B L E M A Y M É T O D O E N L A S C I E N C I A S NAT U R A L E S

cierto de esas abstracciones provisionales tenga también que serlo respecto


de nuestras propias cualidades sensoriales. Pero, aunque pueda resultar me-
nos evidente que la ciencia abandona y reemplaza el sistema de clasificación
que se deriva de nuestros sentidos, esto es, precisamente, lo que la Ciencia
hace. Comienza por darse cuenta de que las cosas que se nos muestran bajo
la misma apariencia no siempre se comportan de la misma forma, del mismo
modo que cosas que parecen diferentes, a veces se comportan de la misma
manera. De esta experiencia parte el sustituir la clasificación de fenómenos
que emana de nuestros sentidos por una nueva que agrupa, no lo que se pre-
senta como semejante, sino lo que demuestra comportarse de la misma for-
ma en circunstancias similares.
Mientras que una mente ingenua tiende a asumir que los eventos exter-
nos que nuestros sentidos registran de la misma o de distinta forma deben
ser semejantes o diferentes en más aspectos que los que meramente afectan
a nuestros sentidos, el contraste sistemático de la Ciencia muestra que, con
frecuencia, esto no es verdad; es decir, demuestra constantemente que los
«hechos» son distintos de las «apariencias». Aprendemos a prestar atención
no tanto a las semejanzas en la apariencia, tacto, olor, etc., de las cosas, como
a si estas aparecen en el mismo contexto espacial y temporal. Y aprendemos
también que una misma constelación de percepciones sensoriales simultá-
neas puede provenir de diferentes «hechos», o bien que diferentes combina-
ciones de esas percepciones pueden estar refiriéndose a un solo «hecho». Una
cierta cantidad de polvo blanco con una determinada «textura», que sea ino-
doro o insípido, resultará ser algo diferente en función de si aparece en de-
terminadas circunstancias o como consecuencia de ciertas combinaciones con
otros fenómenos, o bien si produce diferentes resultados al ser combinado de
determinadas maneras con otras cosas. Así, el contraste sistemático del com-
portamiento en diferentes circunstancias mostrará con frecuencia que las
cosas que a nuestros sentidos se presentan como diferentes se comportan de
la misma manera, o al menos de un modo muy similar. No solo podemos des-
cubrir que, por ejemplo, un objeto que percibimos azul si se ilumina de deter-
minada forma o si ingerimos cierta droga, es el mismo que percibimos verde
si lo observamos en diferentes circunstancias. Asimismo, lo que parece tener
una silueta elíptica, puede ser en realidad idéntico a aquello que, desde un
ángulo diferente, resulta ser circular; aunque también pueden encontrarse

143
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

fenómenos que aparentan ser diferentes siendo «realmente» la misma «cosa»,


como es el caso del hielo y del agua.
Este proceso de reclasificación de «objetos» que nuestros sentidos ya ha-
bían clasificado previamente, de sustitución de esas cualidades «secundarias»
en que nuestra percepción sensorial había ordenado los estímulos por una
nueva clasificación basada en relaciones entre clases de fenómenos estable-
cidas conscientemente, es, quizá, el aspecto más característico del proceder
de las ciencias naturales. Toda la historia de la Ciencia moderna demuestra
ser un proceso de progresiva emancipación respecto de nuestra clasificación
innata de los estímulos externos que, al final, la hace desaparecer, de tal modo
que «las ciencias físicas han alcanzado hoy un estado de desarrollo tal que
resulta imposible expresar fenómenos observables en un lenguaje compati-
ble con lo que perciben nuestros sentidos. El único lenguaje apropiado es el
matemático»,5 es decir, la disciplina desarrollada para describir redes de re-
laciones entre elementos que no tienen otros atributos que no sean esas re-
laciones. Mientras que, al principio, a los nuevos elementos en los que el mundo
físico era «analizado» se les atribuían «cualidades», esto es, eran concebidos
en principio como visibles o tangibles, ni los electrones ni las ondas, como
tampoco la estructura atómica o los campos electromagnéticos, pueden re-
presentarse adecuadamente por medio de modelos mecánicos.
El nuevo mundo que el hombre ha creado en su mente, y que se compone
enteramente de entidades que nuestras capacidades sensoriales no pueden
percibir, tiene, sin embargo, una relación clara con el mundo de nuestros sen-
tidos, pues sirve, verdaderamente, para poder explicarlo. De hecho, el mun-
do de la Ciencia podría definirse, simplemente, como el conjunto de reglas
que nos permite identificar las conexiones entre diferentes conjuntos de per-
cepciones sensoriales. Pero la cuestión es que los intentos de establecer esas
reglas uniformes a las que los fenómenos perceptibles obedecen han sido
infructuosos mientras hemos tomado como entidades o unidades naturales
esos conjuntos de estímulos sensoriales que percibimos simultáneamente.
Ocupan su lugar nuevas entidades, «construcciones» mentales que solo pue-
den definirse como percepciones sensoriales de la «misma» cosa obtenidas

5. L.S. Stebbing, Thinking to Some Purpose (Pelican Books, 1939), p. 107. Ver también B. Rusell,
Scientific Outlook, 1931, p. 85.

144
P R O B L E M A Y M É T O D O E N L A S C I E N C I A S NAT U R A L E S

en diferentes circunstancias y en distintos momentos, lo que implica pos-


tular que esa cosa, en cierto modo, no ha cambiado aunque lo hayan hecho
sus atributos perceptibles.
En otras palabras, aunque las teorías de las ciencias físicas, en el estadio
de desarrollo actual, ya no pueden ser expresadas en función de cualidades
sensoriales, son significativas porque poseemos reglas, una «clave», que nos
permite traducirlas a sentencias referidas a fenómenos perceptibles. Puede
compararse la relación entre la moderna teoría física y el mundo de nues-
tros sentidos con la que existe entre las diferentes formas en que puede «cono-
cerse» una lengua muerta que solo pervive en inscripciones hechas con unos
caracteres peculiares. Las combinaciones de esos caracteres, que son la única
forma en que esa lengua se manifiesta, se corresponden con las diferentes
combinaciones de cualidades sensoriales. A medida que vamos conociendo
esa lengua, aprendemos gradualmente que esas distintas combinaciones de
caracteres pueden significar la misma cosa, y que en distintos contextos, el
mismo grupo de caracteres puede significar cosas diferentes.6 Conforme va-
mos aprendiendo a identificar esas nuevas entidades, penetramos en un nue-
vo mundo donde las unidades difieren de las letras y obedecen en sus relacio-
nes a leyes precisas no identificables en la mera sucesión de letras tomadas
una a una. Las leyes a que obedecen esas nuevas unidades —las reglas de la
gramática— y todo lo que puede expresarse mediante combinaciones de pa-
labras de acuerdo con esas leyes, pueden expresarse sin necesidad de referir-
las a las letras aisladas o al principio por el que se combinan para constituir
los signos que forman las palabras. Sería posible, por ejemplo, conocer todo
lo referente a la gramática del chino o del griego, así como el significado de
todas las palabras en esos idiomas, sin necesidad de conocer los caracteres que
emplean el chino o el griego (o los sonidos de las palabras en estos idiomas).
No obstante, si solo existieran las formas escritas del chino o del griego, todo
este conocimiento sería de tan poca ayuda como el conocimiento de las le-
yes de la naturaleza, expresadas mediante entidades abstractas, desprovisto

6. La comparación es más precisa si imaginamos que solo los pequeños grupos de caracteres, esto
es, las palabras, se nos presentan simultáneamente, mientras que los grupos propiamente dichos solo
se revelan en una determinada secuencia de tiempo, tal y como sucede con las palabras (o frases) cuando
las leemos.

145
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de las reglas por las que esas construcciones mentales pueden traducirse en
enunciados que hagan referencia a los fenómenos perceptibles por nuestros
sentidos.
Del mismo modo en que en nuestra descripción de la estructura del len-
guaje no es necesaria una explicación acerca del modo en que las diferentes
unidades se forman a partir de distintas combinaciones de letras (o de soni-
dos), las distintas cualidades sensoriales a través de las que percibimos la na-
turaleza no forman parte de nuestra descripción teórica. Ya no se consideran
parte del objeto de estudio y vienen a considerarse como meros conductos por
los que, espontáneamente, percibimos o clasificamos los estímulos externos.7
No abordaremos aquí el problema de cómo el hombre ha llegado a clasi-
ficar los estímulos externos en la particular forma que conocemos como cuali-
dades sensoriales.8 Solo existen dos puntos de conexión, que ahora debemos
mencionar brevemente, sobre los que volveremos más tarde. Uno es que, una
vez que hemos aprendido que las cosas del mundo exterior presentan unifor-
midad en sus conductas recíprocas, la cuestión de por qué se presentan así a
nuestros sentidos y, especialmente, de por qué aparecen de la misma9 forma

7. Se ha extinguido ese antiguo asombro en torno al milagro de que las cualidades que se supo-
nen propias de las cosas llegan al cerebro en la forma de procesos nerviosos indistinguibles que se
diferencian solo en el órgano al que afectan, para después ser nuevamente retraducidas en nuestro
cerebro a su forma original. No tenemos pruebas para afirmar que las cosas del mundo exterior a
nosotros, en sus interrelaciones, sean distintas o semejantes en la misma medida en que lo sugieren
nuestros sentidos. De hecho, tenemos pruebas de que en muchos casos sucede lo contrario.
8. Baste mencionar que esta clasificación se basa probablemente en un aprendizaje preconsciente
de las relaciones que en el mundo externo son especialmente relevantes para la existencia del orga-
nismo humano en el medio ambiente en que este se desarrolló, y que está estrechamente conectado
con el infinito número de «reflejos condicionados» que las especies humanas tuvieron que adquirir en
el curso de su evolución. La clasificación de los estímulos externos en nuestro sistema nervioso central
es, tal vez, altamente «pragmático» en el sentido de que no se basa en todas las relaciones observables
entre los entes del mundo exterior, haciendo hincapié, sin embargo, en aquellas relaciones entre el mundo
exterior (en sentido estricto) y nuestro cuerpo, las cuales, en el proceso evolutivo, han demostrado ser
significativas para la supervivencia de las especies. El cerebro humano, por ejemplo, clasificará los estí-
mulos externos asociándolos sobre todo a los estímulos que emanan de los actos reflejos de partes de
nuestro cuerpo, donde no interviene el cerebro, provocados por esos mismos estímulos externos.
9. Que distintas personas clasifiquen los estímulos externos de la «misma» manera no significa
que las cualidades sensoriales individuales sean las mismas para todos (tal afirmación no tendría sentido),

146
P R O B L E M A Y M É T O D O E N L A S C I E N C I A S NAT U R A L E S

a gentes diferentes, solo se convierte en un problema genuino que exige res-


puesta si agrupamos esas cosas de forma diferente a aquella en que se pre-
sentan ante nuestros sentidos. El segundo es que el hecho de que personas
distintas perciban cosas diferentes de una forma similar que no se correspon-
de con ninguna relación entre esas cosas en el ámbito del mundo exterior,
debe considerarse como un dato significativo procedente de la experiencia,
el cual ha de ser el punto de partida de cualquier análisis sobre la conducta
humana.
No nos interesan aquí los métodos de las Ciencias en sí mismos, por lo
que no profundizaremos más en este asunto. El punto que queríamos des-
tacar principalmente es que lo que el hombre conoce o piensa acerca del mun-
do exterior o de sí mismo, sus conceptos o incluso sus cualidades subjetivas
o sus percepciones sensoriales, no son para la Ciencia la realidad última, es
decir, datos que tengan que ser aceptados sin más. A la Ciencia no le intere-
sa lo que los hombres piensan acerca del mundo y cómo, en consecuencia, se
comportan, sino lo que realmente deberían pensar acerca de él. Los conceptos
que el hombre emplea realmente, la forma en que el ser humano ve la natu-
raleza, son necesariamente para el científico algo provisional y su tarea es
cambiar esta imagen, modificar los conceptos vigentes de tal forma que nues-
tros postulados acerca de las nuevas clases de fenómenos puedan ser defini-
dos y certeros.
De todo esto se deriva una consecuencia que, en vista de lo que aborda-
remos después, requiere alguna explicación más. Se trata de la especial rele-
vancia que los enunciados numéricos y las medidas cuantitativas tienen en
las ciencias naturales. Existe una impresión ampliamente extendida de que
lo que confiere mayor importancia a esta naturaleza cuantitativa de la mayo-
ría de las ciencias naturales es la mayor precisión que estos métodos permi-
ten. Sin embargo, no se trata de esto. Es decir, no se trata meramente de aña-
dir precisión a un procedimiento que también sería posible sin necesidad de
recurrir al lenguaje matemático —está en la esencia de este proceso de rup-
tura con nuestros datos sensoriales inmediatos que consisten en sustituir una
descripción en términos de nuestras cualidades sensoriales por otra basada

sino que los sistemas de percepción sensorial de diferentes individuos tienen una estructura común
(son sistemas de relaciones homeomórficos).

147
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en elementos que no poseen atributos sino interrelaciones. Se trata más bien


de una parte necesaria del esfuerzo general para abandonar la imagen de la
naturaleza que el hombre tiene ahora, de sustituir la clasificación de los fe-
nómenos que se deriva de nuestros sentidos por otra basada en relaciones
establecidas por la contrastación y la experimentación sistemáticas.
Volviendo a nuestra conclusión general: el mundo que interesa a la Cien-
cia no es el de nuestros conceptos previos, ni tampoco el de nuestras sensa-
ciones. Su objetivo es dar a luz una nueva organización de toda nuestra ex-
periencia acerca del mundo exterior, y en esta tarea la Ciencia no solo tiene
que reformular nuestros conceptos, también debe apartarse de las cualida-
des sensoriales para sustituirlas por una diferente clasificación de los fe-
nómenos. La imagen que el hombre se ha formado del mundo y que le sirve
de guía suficientemente eficaz en su vida diaria, sus percepciones y sus con-
ceptos, no son el objeto de estudio para la Ciencia, sino un instrumento im-
perfecto susceptible de mejora. Tampoco le interesa a la Ciencia como tal la
relación del hombre con las cosas en el sentido en que su visión habitual del
mundo le impulsa actuar. Es más bien tal relación, o mejor dicho, el conti-
nuo proceso de modificación de esas relaciones, lo que interesa al científico.
Cuando este señala que él estudia hechos objetivos, quiere decir que intenta
estudiar las cosas independientemente de lo que el hombre pueda pensar acer-
ca de ellas. Las visiones que la gente sostiene acerca del mundo exterior siem-
pre son para el científico un estadio a superar.
Pero, ¿cuáles son las consecuencias del hecho de que las personas perci-
ban el mundo y se perciban unas a otras a través de sensaciones y concep-
tos organizados en una estructura mental que les es común? ¿Qué podemos
decir acerca de toda la red de actividades en las que los hombres se guían por
el tipo de conocimiento que poseen, el cual es, en gran parte, común a todos
ellos en todo momento? Aunque la Ciencia se ocupa permanentemente de
revisar la imagen del mundo externo que posee el hombre, y aunque esta
imagen es siempre provisional, el hecho de que el hombre posea una ima-
gen definida, la cual, en cierta medida, es la misma en todos los que defini-
mos como hombres pensantes y con los cuales es posible una comprensión
mutua, constituye también una realidad de gran importancia que da lugar,
a su vez a determinados efectos. Hasta que la Ciencia haya completado li-
teralmente su trabajo y no quede la menor área inexplicada en los procesos

148
P R O B L E M A Y M É T O D O E N L A S C I E N C I A S NAT U R A L E S

intelectuales humanos, los hechos de nuestra mente deben seguir siendo,


no solo datos a explicar, sino datos sobre los que debe basarse la explicación
de la acción humana guiada por esos fenómenos mentales. Aquí surge un nue-
vo conjunto de problemas que el científico no aborda directamente. Tampoco
es obvio que los particulares métodos a los que él está acostumbrado sean
apropiados para esos problemas. La cuestión aquí no es hasta qué punto la
imagen que el hombre se forma del mundo exterior coincide con los hechos,
sino cómo por medio de sus acciones, determinadas por las imágenes y con-
ceptos que él posee, el hombre construye otro mundo en el que el individuo
se convierte en un elemento. Y por «las imágenes y conceptos que la gente
posee» no queremos significar meramente su conocimiento de la naturale-
za exterior. Nos referimos a todo lo que el hombre sabe y cree acerca de sí
mismo, acerca de otra gente y acerca del mundo exterior; en resumen, todo
aquello que determina sus acciones, incluida también la propia ciencia.
Este es el campo específico de los estudios sociales o de las «ciencias mo-
rales».

149
3
EL CARÁCTER SUBJETIVO
DE LOS DATOS
DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Antes de que procedamos a considerar el efecto del cientismo en el estudio


de la sociedad, conviene examinar brevemente el peculiar objeto y los méto-
dos de los estudios sociales. Estos no tratan de relaciones entre cosas, sino
de relaciones entre hombres y cosas o de las relaciones que mantienen los
hombres entre sí. Tienen que ver con las acciones de los hombres, y su obje-
tivo es explicar los resultados no intencionados o no planeados de los actos
de muchas personas.
Sin embargo, no todas las disciplinas relacionadas con la vida del hom-
bre en grupos presentan problemas que difieran mucho de los que abordan
las ciencias naturales. La extensión de las enfermedades contagiosas es, evi-
dentemente, un problema estrechamente relacionado con la vida del hom-
bre en sociedad, y sin embargo, su estudio no posee las especiales caracterís-
ticas de las ciencias sociales en sentido estricto. Análogamente, el estudio de
los caracteres hereditarios, el de la nutrición, o el de la investigación de las
variaciones en el número o en la composición de la edad en las poblaciones
no se diferencia significativamente de los estudios similares en los animales.1
Y lo mismo puede decirse de ciertas ramas de la antropología o de la etno-
grafía, en la medida en que también les conciernen los atributos físicos del
hombre. En otras palabras, existen ciencias naturales aplicadas al hombre que
no tienen por qué plantear problemas que no puedan abordarse con los mé-
todos de las ciencias naturales. En la medida en que nuestro interés se centre
en reflejos inconscientes o en procesos del cuerpo humano, no existe ningún

1. No obstante, la mayoría de los problemas de este último grupo harán surgir cuestiones carac-
terísticas de las ciencias sociales propiamente dichas cuando intentemos explicarlos.

150
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

obstáculo para tratarlos e investigarlos «mecánicamente», como manifestacio-


nes que obedecen a fenómenos externos objetivamente observables. Tienen
lugar sin su conocimiento y sin que él tenga facultad alguna para modificar-
los; y las condiciones bajo las que se producen pueden establecerse mediante
observación externa, sin que haya lugar a suponer que la persona observada
clasifica los estímulos externos de otro modo diferente al que puede definir-
se en términos puramente físicos.
Las ciencias sociales en sentido estricto, es decir, aquellas que solían reci-
bir el nombre de ciencias morales,2 tratan de la acción consciente o reflexi-
va propia del hombre, de actos de los que puede decirse que una persona reali-
za en función de una elección entre varias alternativas que se le presentan,
y aquí la situación es esencialmente distinta. Los estímulos externos que pue-
dan causar u ocasionar tales acciones pueden, por supuesto, definirse en tér-
minos puramente físicos. Pero si intentamos hacer tal cosa con el objeto de
explicar la acción humana, estaríamos limitándonos más allá de nuestro co-
nocimiento de la situación. No es porque hayamos encontrado dos cosas que
se comportan de forma análoga en relación a otras por lo que esperamos que
también les parezcan similares al resto de la gente, sino porque a nosotros nos
parecen semejantes. Sabemos que la gente reaccionará de la misma forma
respecto de estímulos externos que, de acuerdo con todo contraste objetivo,
son diferentes; y quizá también que reaccionará de formas completamente
distintas respecto de estímulos físicamente idénticos si estos afectan a sus
cuerpos en diferentes lugares o circunstancias. En otras palabras, sabemos
que, en sus decisiones conscientes, el hombre clasifica los estímulos externos
de una forma que solo conocemos a través de nuestra experiencia subjetiva

2. A veces, el término alemán Geisteswissenschaften se utiliza ahora en inglés para describir


las ciencias sociales en el sentido estricto que aquí estamos empleando. Sin embargo, este vocablo
alemán fue introducido por el traductor de la Lógica de J.S. Mill como equivalente a ciencias mora-
les, por lo que no hay muchas razones para emplear esta traducción en lugar del término original en
inglés. [Hayek hace referencia a John Stuart Mill, System of Logic Ratiocinative and Inductive, Being
a Connected View of the Principles of Evidence and the Methods of Scientific Investigation [1843],
ed. J.M. Robson, que engloba los volúmenes 7 (1973) y 8 (1974) de Collected Works of John Stuart
Mill. La primera traducción al alemán de esta obra de Mill fue System der deductiven und inductiven
Logik: Eine Darlegung der Principien wissenschaftlicher Forschung, inbesondere der Naturforschung,
traducido por Jacob Schiel (Braunsweig: Vieweg, 1862-1863. – Ed.].

151
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de este tipo de clasificación. Damos por supuesto que nuestros semejantes


consideran diversas cosas como semejantes o distintas del mismo modo que
nosotros lo hacemos, aun a pesar de que no existe contraste objetivo ni cono-
cimiento de la relación de estas cosas con el resto del mundo exterior que
lo justifiquen. Nuestro proceder se basa en la experiencia de que el resto de
la gente, en general (aunque no siempre —como es el caso de los locos o de
los daltónicos) clasifica sus impresiones sensoriales del mismo modo que
nosotros.
Pero no solo sabemos esto. Sería imposible explicar o entender la acción
humana sin hacer uso de este conocimiento. Las personas, en efecto, se com-
portan de la misma forma respecto de las cosas, no porque esas cosas sean
idénticas en sentido físico, sino porque han aprendido a clasificarlas dentro
de un mismo grupo, puesto que pueden usarlas de la misma forma o espe-
ran de ellas lo que para la gente a la que afectan es un efecto equivalente. En
realidad, la mayoría de los fines de la acción social o humana no son «hechos
objetivos» en el sentido estricto que las Ciencias atribuyen a este concepto
en contraposición a «opiniones», y no pueden definirse en términos físicos.
En lo que concierne a las acciones humanas, las cosas son lo que la gente que
actúa piensa que son.
La mejor forma de entenderlo es mediante un ejemplo para el que po-
demos escoger casi cualquier fin de la acción humana. Tomemos el concepto
de «herramienta» o «instrumento», o el de cualquier herramienta concreta
como un martillo o un barómetro. Es fácil ver que estos conceptos no se refie-
ren a «hechos objetivos», esto es, a cosas para las que no importa lo que la
gente pueda pensar sobre ellas. Un detenido análisis lógico de estos concep-
tos mostrará que expresan relaciones entre varios (al menos tres) términos,
de los que el primero es la persona pensante o actuante, el segundo algún
efecto deseado o imaginado, y el tercero una cosa propiamente dicha. Si el
lector intenta construir una definición, pronto descubrirá que no puede ha-
cerlo sin recurrir a términos como «sirve para» o «pensado para», o a alguna
otra expresión relativa al uso para el que alguien la diseñó.3 Y una definición

3. Se ha sugerido muchas veces que esta es la razón por la que la economía y otras ciencias teóri-
cas aplicadas al estudio de la sociedad deberían denominarse ciencias «teleológicas». Este término es, sin
embargo, desorientador, puesto que sugiere que no solo son deliberadas las acciones de los individuos,

152
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

que haya de comprender todos los elementos de la clase no contendrá nin-


guna referencia a su materia, a su forma o a cualquier otro atributo físico. Un
martillo corriente o un martillo a vapor, un barómetro aneroide o un baró-
metro de mercurio, no tienen nada en común excepto el propósito4 para el
que las personas piensan que pueden usarse.

sino que también las estructuras sociales son diseñadas deliberadamente por alguien con un propó-
sito determinado. Esto conduce, bien a una «explicación» de los fenómenos sociales en clave de los
fines impuestos por algún poder superior, o bien al no menos fatal error de considerar todos los fenó-
menos sociales como resultado de una planificación humana consciente, lo que constituye un obstá-
culo para la recta comprensión de estos fenómenos. Algunos autores, especialmente O. Spann, se han
servido del término teleológico para justificar las más abstrusas especulaciones metafísicas. Otros,
como K. Engliš, lo han empleado de forma irreprochable, distinguiendo claramente entre ciencias teleo-
lógicas y normativas. (Véase especialmente el clarificador estudio que de este problema realiza K. Engliš
en Teleologische Theorie der Wirtschaft [Brünn, 1930].) Aun así, el término sigue siendo desorienta-
dor. Si se precisa un nombre, el término ciencias praxeológicas, procedente de A. Espinas, adoptado
por T. Kotarbinsky y E. Slutsky, y que ahora ha definido con nitidez y empleado sistemáticamente
Ludwig von Mises en Nationalökonomie [Ginebra, 1940]), parece ser el más apropiado. [El sociólogo
y economista austriaco Othmar Spann (1878-1950), profeta del «universalismo intuitivo», criticaba
la democracia, el individualismo, el socialismo y el liberalismo, y durante un tiempo fue profesor de
Hayek en la Universidad de Viena. Para más detalles sobre Spann, véase Caldwell, Hayek’s Challenge,
pp. 138-139. Para saber más sobre el planteamiento teleológico del estudio de la economía del econo-
mista checo Karel Engliš’s (1880-1961), véase la introducción de Jaroslav G. Polach’s al libro de Engliš,
An Essay on Economic Systems: A Teleological Approach, traducido por Ivo Moravčík (Boulder, CO
[Colorado]: East Europe Monographs, 1986). El académico francés Alfred Victor Espinas (1844-1922),
quien al parecer fue el primero en utilizar el término «praxeología» en su artículo «Les origines de la
technologie», Revue philosophique, vol. 30, agosto de 1890, pp. 114-115, afirmó que la ciencia social
debería basarse en el organicismo y el evolucionismo. El filósofo polaco Tadeusz Kotarbinski (1886-
1981) escribió sobre la filosofía del acto mediante categorías praxeológicas; tanto él como Oskar Lange
creían que el uso de tales categorías podía mejorar el funcionamiento de una economía socialista. El
economista ruso Eugen Slutsky (1880-1948), más conocido entre los economistas por identificar el
efecto sustitución y el efecto ingreso en el cambio de precio de la ecuación Slutsky, también contribu-
yó en la teoría estadística y en la teoría de la probabilidad. El economista austriaco Ludwig von Mises
(1881-1973) fue amigo y mentor de Hayek; además de utilizar el término «praxeología» en su libro
de 1940, consideraba que esta constituía «la ciencia de la acción humana» en la primera parte de su
libro, Human Action: A Treatise on Economics (New Haven: Yale University Press, 1949; tercera edición
revisada, Chicago: Henry Regnery, 1966). – Ed.].
4. Aun cuando la gran mayoría de los objetos o los fenómenos que determinan la acción humana
—y que, por tal motivo, han de ser definidos, no por sus características físicas, sino por las actitudes

153
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

No debe objetarse que estos son meros ejercicios de abstracción para lle-
gar a términos genéricos como los que se emplean en las ciencias físicas. La
cuestión es que son abstracciones de todos los atributos de las cosas que se
examinan y que sus definiciones deben girar en torno a las actitudes menta-
les del hombre hacia las cosas. La significativa diferencia entre los dos puntos
de vista salta a la vista con claridad si pensamos, por ejemplo, en el problema
que se le presenta al arqueólogo cuando trata de averiguar si una piedra que
semeja un utensilio es en realidad un «artefacto», es decir algo hecho por el
hombre o es simplemente un producto casual de la naturaleza. No hay otra
forma de determinarlo si no es tratando de entender cómo funcionaba la
mente del hombre prehistórico o intentando comprender cómo este habría
fabricado tal utensilio. El hecho de que no seamos plenamente conscientes
de que esto es lo que realmente hacemos en tales casos y de que, necesaria-
mente, hemos de confiar en nuestro conocimiento de cómo funciona la men-
te humana, se debe principalmente a la imposibilidad de concebir un obser-
vador que no posea una mente humana y que interprete lo que ve en función
de cómo opera su propia mente.
La diferencia entre el enfoque de las ciencias naturales y el de las cien-
cias sociales no puede describirse de otra forma mejor que llamando a las
primeras «objetivas» y a las segundas «subjetivas». No obstante, estos tér-
minos son ambiguos y podrían inducir a confusión si no se explican conve-
nientemente. Mientras que para el científico que cultiva las ciencias natura-
les el contraste entre los hechos objetivos y las opiniones subjetivas es algo
sencillo, la distinción no puede aplicarse tan fácilmente a las ciencias socia-
les. La razón es que el objeto o los «hechos» de las ciencias sociales son tam-
bién opiniones —no las opiniones de quienes estudian los fenómenos socia-
les, por supuesto, sino las opiniones de aquellos cuyas acciones dan lugar al
objeto de estudio del científico social. En un sentido, sus hechos son, pues,
tan poco «subjetivos» como los de las ciencias naturales, porque son inde-

humanas hacia ellos— son medios para obtener un fin, eso no significa que la naturaleza intencio-
nal o «teleológica» de su definición sea el punto esencial. Los fines humanos para los que las dife-
rentes cosas sirven son el tipo más importante —si no el único— de actitudes humanas que han de
formar la base de tal clasificación. Un fantasma, o un buen o mal augurio, no dejan de pertenecer
también a la clase de fenómenos que determinan la acción humana, los cuales carecen de equivalente
físico; aunque quizá no puedan ser considerados como instrumentos de la acción humana.

154
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

pendientes del observador; lo que el científico social estudia no está determi-


nado por su capricho o por su imaginación, sino que también se ofrece a la
observación de otros individuos. Pero, en el sentido en que distinguimos los
hechos de las opiniones, los hechos de las ciencias sociales son meramente
las opiniones de la gente cuyas acciones estudiamos. Se diferencian de los
hechos de las ciencias físicas en que son creencias u opiniones que sostienen
los individuos; creencias que, como tales, son nuestros datos, independien-
temente de que sean verdaderas o falsas, y, lo que es más, no podemos ob-
servarlas directamente dentro de la mente de los individuos, sino que hemos
de identificarlas a partir de lo que ellos hacen y dicen, merced a que tenemos
una mente similar a la suya.
El sentido en que hemos empleado aquí el contraste entre el enfoque sub-
jetivista de las ciencias sociales y el enfoque objetivista de las ciencias na-
turales añade poco más a lo que habitualmente se expresa diciendo que el
primero aborda, en primera instancia, los fenómenos de la mente de los in-
dividuos y no directamente los fenómenos materiales. Las ciencias sociales
estudian fenómenos que pueden entenderse solo porque nuestro objeto de
estudio tiene una mente de estructura similar a la nuestra. Esta circunstan-
cia es un hecho empírico en no menor grado que lo es nuestro conocimiento
del mundo exterior. Ello queda demostrado, no solo por la mera posibilidad
de comunicarse con otras personas —un conocimiento que empleamos cada
vez que hablamos o escribimos—, sino también porque lo confirman los re-
sultados de nuestro estudio del mundo exterior. Mientras que, ingenuamente,
se ha dado por hecho que todas las cualidades sensoriales (o sus relaciones)
que los hombres tenían en común eran propiedades del mundo exterior, po-
día sostenerse que nuestro conocimiento de las otras mentes no se diferen-
ciaba de nuestro conocimiento del mundo exterior. Pero una vez que hemos
aprendido que nuestros sentidos nos presentan como diferentes o similares
cosas que no guardan otras relaciones de semejanza o diferencia que no sean
la medida en que afectan nuestros sentidos, la circunstancia de que los hom-
bres clasifican los estímulos externos de una determinada manera se convierte
en un significativo hecho empírico. Aunque las cualidades desaparezcan de
nuestra imagen científica del mundo exterior, deben permanecer como parte
de nuestra imagen científica de la mente humana. De hecho, la eliminación
de las cualidades de nuestra imagen del mundo exterior no significa que esas

155
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

cualidades dejen de «existir», sino que cuando las estudiamos, estamos exa-
minando, no el mundo físico, sino la mente del hombre.
En algunas ocasiones, como cuando distinguimos entre las propiedades
«objetivas» de cosas que se manifiestan en sus relaciones recíprocas y las pro-
piedades que los hombres les atribuyen, sería preferible oponer «objetivo»
a «imputado», en lugar de emplear el ambiguo término subjetivo. Sin em-
bargo, la palabra imputado es de limitada utilidad. Las principales razones
por las que es más conveniente conservar los términos subjetivo y objetivo
para significar este contraste, aun a pesar de sus connotaciones desorientado-
ras, son que la mayoría de las palabras que podrían sustituirlos, tales como
mental y material, llevan consigo una carga de asociaciones metafísicas aún
mayor y que, al menos en economía,5 hace tiempo que se emplea el término
subjetivo en el mismo sentido en que lo usamos aquí. Lo que es más impor-
tante es que la palabra subjetivo destaca otro importante factor al que nos
referiremos más adelante: que el conocimiento y las creencias de los distin-
tos individuos, aun cuando posean una estructura común que hace posible la
comunicación, son sin embargo distintas y con frecuencia contradictorias en
muchos aspectos. Si pudiéramos dar por cierto que todo el conocimiento y las
creencias de las distintas gentes fueran idénticos, o bien si estuviéramos ha-
blando de una sola mente, no importaría que lo calificáramos como un hecho
«objetivo» o como un fenómeno subjetivo. Pero el conocimiento específico
que guía la acción de cualquier grupo de personas nunca se da como un cuer-
po coherente y consistente. Solo existe en la forma dispersa, incompleta e
inconsistente que aparece en muchas mentes individuales, y la dispersión e
imperfección de todo el conocimiento son dos de los factores básicos desde
donde las ciencias sociales han de partir. Lo que los filósofos y los cultivado-
res de la lógica rechazaban desdeñosamente como «meras» imperfecciones
de la mente humana se convierte en un factor básico de crucial importancia
para las ciencias sociales. Después veremos cómo la visión «absolutista» opues-
ta, la que considera el conocimiento, y especialmente el conocimiento con-
creto de circunstancias particulares, como si fuera algo dado «objetivamen-
te», igual para todas las personas, es una constante fuente de errores en las
ciencias sociales.

5. Y creo que también en el estudio de los métodos psicológicos.

156
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

La «herramienta» o «instrumento» que antes hemos puesto como ejem-


plo de los fines de la acción humana puede encajar también en cualquier otra
rama de las disciplinas sociales. Una «palabra» o una «frase», un «crimen» o
un «castigo»,6 no son, desde luego, hechos objetivos en el sentido en que se
puedan definir sin tener en cuenta nuestro conocimiento de las intenciones
conscientes de la gente respecto de ellos. Y, en general, puede decirse lo mismo
cuando se trata de explicar la conducta humana respecto de las cosas; las cua-
les no se deben definir en función de lo que descubramos acerca de ellas em-
pleando los métodos objetivos de la ciencia, sino en función de lo que la perso-
na actuante piensa acerca de ellas. Una medicina o un cosmético, por ejemplo,
como objetos de estudio social, no son lo que cura una enfermedad o lo que
mejora el aspecto de una persona, sino lo que la gente crea que tiene tales
efectos. Cualquier conocimiento que poseamos sobre la naturaleza de una
cosa material, pero que la gente cuyos actos queremos explicar no posea, es
tan poco relevante como nuestro escepticismo respecto de la eficacia de un
embrujo de cara a entender la conducta del salvaje que sí cree en él. Si al in-
vestigar nuestra sociedad contemporánea, encontramos que las «leyes de la
naturaleza» —que debemos tomar como un dato, pues afectan a las acciones
de los individuos— son aproximadamente las mismas que las que figuran en
los tratados de los científicos, esto, que es un mero accidente, no debe enga-
ñarnos acerca del carácter diferente de esas leyes cuando pasamos de un cam-
po a otro. Lo relevante en el estudio de la sociedad no es si esas leyes de la
naturaleza son ciertas en sentido objetivo, sino simplemente si la gente las
cree y actúa en función de ellas. Si el conocimiento «científico» ordinario
que posee la sociedad que estudiamos incluye la creencia de que la tierra no
producirá sus frutos hasta que tengan lugar ciertos ritos o conjuros, ello será
tan importante para nosotros como cualquier ley de la naturaleza que hoy
creemos verdadera. Y todas las «leyes físicas de la producción» que, por

6. La creencia de algunos sociólogos de que pueden convertir el «crimen» en un hecho objetivo


definiéndolo como aquellos actos por los que una persona es castigada, es pura ilusión. Tan solo des-
plazan el elemento subjetivo un paso más atrás, pero no lo eliminan. El castigo sigue siendo algo sub-
jetivo que no puede definirse en términos objetivos. Si, por ejemplo, observamos que cada vez que una
persona ejecuta un determinado acto le es colocada una cadena al cuello, esto no nos dice si se trata de
una recompensa o de un castigo.

157
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ejemplo, encontramos en economía, no son leyes físicas en el sentido de las


ciencias físicas, sino creencias de las personas acerca de lo que pueden hacer.
Lo que es cierto respecto de las relaciones de los hombres con las cosas
es, por supuesto, tanto o más cierto respecto de las relaciones entre los hom-
bres, las cuales, a efectos de estudio, no pueden definirse en los términos ob-
jetivos de las ciencias físicas, sino solo en función de las creencias humanas.
Incluso una relación puramente biológica en apariencia, como la que existe
entre padres e hijos, en el ámbito y en el objeto de los estudios sociales no
se define ni puede definirse en términos físicos: no influirá en la conducta
de los padres el que sea o no correcta la convicción de que su hijo desciende
realmente de ellos.
Todo esto se presenta con mucha mayor claridad en economía, la disci-
plina social cuya teoría ha sido más ampliamente desarrollada. Y probable-
mente no es exagerado afirmar que todo avance importante de la teoría eco-
nómica en los últimos cien años ha consistido en una aplicación más intensa
y consistente del subjetivismo.7 No es necesario aclarar que los fines de la ac-
tividad económica no pueden definirse en términos objetivos, sino solo en
relación a un propósito humano. Ni las «materias primas», ni los «bienes eco-
nómicos», ni tampoco los «alimentos» o el «dinero», pueden definirse en tér-
minos físicos, sino solo en función de las ideas que la gente tiene acerca de

7. Ludwig von Mises ha sido, probablemente, quien ha profundizado con mayor consistencia en
esta vía, y creo que la mayoría de las peculiaridades que aportan sus puntos de vista, que para muchos
lectores resultan a primera vista extraños e inaceptables, encuentran su origen en el hecho de que,
en materia de desarrollo sistemático del enfoque subjetivista, Mises ha ido por delante de sus contem-
poráneos durante mucho tiempo. Probablemente, todas las notas características de sus teorías —desde
su teoría monetaria (muy por delante de su tiempo, allá por 1912) hasta lo que él denomina aprio-
rismo—, su visión de la economía matemática en general y de la medida de los fenómenos económi-
cos en particular, así como su crítica de la planificación, todas emanan directamente (aunque, quizá,
no siempre con el mismo grado de justificación) del subjetivismo como posición central. Véase espe-
cialmente sus obras Grundprobleme der Nationalökonomie (Jena, 1933) y Human Action (1949).
[Al mencionar la «teoría del dinero» de Mises, Hayek se refiere a la obra de Ludwig von Mises, Theorie
des Geldes und der Umlaufsmittel (Múnich: Duncker and Humblot, 1912; segunda edición, 1924); la
segunda edición fue traducida por H.E. Batson con el título The Theory of Money and Credit (Londres:
Cape, 1934; reimpresión, Indianápolis, IN; LibertyClassics, 1981). La obra de Mises, Grundprobleme,
está ahora disponible en inglés: Epistemological Problems of Economics, traducida por George Reisman
(Princeton, NJ: Van Nostrand, 1960). – Ed.].

158
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

las cosas. La teoría económica no tiene nada que decir acerca de la defini-
ción que un enfoque objetivista o materialista intentaría dar del dinero: unos
pequeños discos metálicos de forma circular. Nada tiene que decir acerca del
hierro o del acero, de la madera o del petróleo, o del trigo y los huevos como
tales. La historia de cualquier bien concreto muestra que, conforme evolu-
ciona el conocimiento humano, el mismo objeto o cosa material puede repre-
sentar categorías económicas bien distintas. Tampoco podremos distinguir
en términos físicos cuándo dos personas realizan un trueque o un intercam-
bio monetario, o cuándo tiene lugar un juego o un ritual religioso. A menos
que podamos comprender lo que las personas persiguen con sus actos, cual-
quier intento de explicarlos, esto es, de aplicarles reglas que relacionen situa-
ciones semejantes con actos parecidos, está condenado al fracaso.8
Este carácter esencialmente subjetivo de toda la teoría económica —el cual
se ha desarrollado con mucha mayor claridad que en la mayoría de las de-
más ciencias sociales,9 pero que, a mi entender, comparte con todas ellas,
entendidas en sentido estricto— queda muy bien ilustrado si hacemos un
examen atento de uno de sus teoremas más simples como, por ejemplo, la

8. Algunos de los primeros economistas lo vieron con mucha claridad. Sin embargo, los intentos
posteriores para hacer «objetiva» la economía, en el sentido de las ciencias naturales, oscurecieron esta
conclusión. Por ejemplo, Ferdinando Galiani, en Della Moneta (1751), señalaba que «son iguales las
cosas que procuran la misma satisfacción a aquel respecto de quien se dice que son equivalentes. Cual-
quiera que busque equivalencias en otro lugar, siguiendo otros principios, y que espere encontrarlas en
el peso o en la apariencia, muestra una escasa comprensión de las realidades de la vida humana. Una
hoja de papel es, con frecuencia, equivalente al dinero, respecto del cual difiere tanto en el peso como
en la apariencia; por otro lado, dos dineros de peso, cualidades y apariencia similares, a menudo no son
equivalentes» (tomado de A.E. Monroe, Early Economic Thought [1930], p. 303). [El economista y fun-
cionario italiano Ferdinando Galiani (1728-1787) tenía tan solo 22 años cuando publicó Della Moneta,
o Money. En él desarrolló, entre otras cosas, un planteamiento subjetivo de la teoría del valor. – Ed.].
9. Con la probable excepción de la lingüística, por lo que puede afirmarse con cierta justifica-
ción que «es de una importancia capital para la metodología de las ciencias sociales» (Edward Sapir,
Selected Writings (Berkeley: Univesity of California Press, 1949), p. 166). Sapir, cuyas obras me eran
desconocidas cuando escribí este ensayo, destaca muchos de los puntos que aquí se han señalado. Ver,
por ejemplo, ibíd., p. 46: «No existe ningún ente en la experiencia humana que pueda definirse de for-
ma adecuada como la suma o el producto de sus propiedades físicas tomadas mecánicamente», y «To-
dos los entes significativos y sus propiedades físicas han de pasar, pues, por el tamiz de la significación
funcional o relacional».

159
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

«ley de la renta». En su forma original, esta era una proposición acerca de


las variaciones en el valor de una cosa definida en términos físicos, como pue-
de ser la tierra. Afirmaba, en efecto,10 que las variaciones en el valor de los
productos para cuya producción se necesita la tierra provocarían cambios
mucho más acusados en el valor de la tierra que en el valor del resto de los
factores que intervienen en su producción. Expresada en esta forma, la pro-
posición no es más que una generalización empírica que no nos explica por
qué ni bajo qué condiciones se cumplirá. En la economía moderna, su lugar
lo ocupan dos proposiciones distintas de naturaleza diferente que, juntas,
conducen a la misma conclusión. Una forma parte de la economía teórica pura,
y afirma que, cuando para producir un bien son necesarios distintos factores
(escasos) en proporciones variables y cuando uno de esos factores solo pue-
de emplearse para producir el bien en cuestión (o solo unos pocos bienes di-
ferentes) mientras que los demás son susceptibles de un mayor número de
usos alternativos, una variación en el valor del producto afectará al valor del
primero en mayor medida que a los demás. La segunda proposición es la cons-
tatación empírica de que la tierra forma parte, por lo común, de la primera
clase de factores, es decir, la gente sabe de muchos más usos para su trabajo
que para un determinado lote de tierra. La primera de estas proposiciones,
como todas las de la economía teórica pura, es un enunciado acerca de las
implicaciones de ciertas actitudes humanas hacia las cosas y, como tal, nece-
sariamente independiente del tiempo y del espacio. La segunda afirma que
las condiciones postuladas en la primera proposición prevalecen en un deter-
minado momento y con respecto a cierto lote de tierra porque las personas
sostienen determinadas creencias acerca de su utilidad y de la utilidad de otras
cosas necesarias para su cultivo. Como generalización empírica, esto último

10. En su forma extrema ricardiana, la proposición es, naturalmente, que una variación en el va-
lor del producto afectará solo al valor de la tierra, dejando el valor del trabajo completamente inal-
terado. En esta forma (ligada a la teoría «objetiva» del valor de Ricardo), puede entenderse como un
caso límite de la proposición más general reflejada en el texto. [Hayek hace referencia a la teoría de
la renta y la teoría del valor del trabajo articuladas por el economista inglés David Ricardo (1772-
1823) en su obra On the Principles of Political Economy and Taxation [tercera edición, 1821], reim-
presa como primer volumen (1951) de The Works and Correspondence of David Ricardo, ed. Piero
Sraffa, con la colaboración de M.H. Dobb (Cambridge: para la Real Sociedad Económica por Cambridge
University Press, 1951-1973). – Ed.].

160
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

puede ser refutado, y lo será con frecuencia. Si, por ejemplo, un lote de tierra
se emplea para producir cierta clase de fruta cuyo cultivo requiere una espe-
cial capacitación, el efecto de un descenso en la demanda de esa fruta puede
recaer exclusivamente en los salarios de esos trabajadores especializados,
mientras que el valor de la tierra puede que permanezca prácticamente inal-
terado. En tal situación, sería en los salarios, en lugar de la tierra, donde se
cumpliría la «ley de la renta». Pero cuando nos preguntamos por qué o cómo
podemos averiguar si la ley de la renta se cumple en un determinado caso,
la respuesta no nos la darán la información física acerca de las propiedades
de la tierra, de la mano de obra o del producto. Esta depende de los factores
subjetivos presentes en la versión teórica de la ley de la renta; y solo en la
medida en que podamos descubrir cuáles son los conocimientos y las creen-
cias de las personas implicadas sobre los aspectos relevantes estaremos en
condiciones de predecir en qué forma una variación en el precio del producto
afectará a los precios de los factores. Lo que es cierto de la teoría de la renta,
también lo es generalmente de la teoría de los precios: nada nos dice acerca
de la evolución de los precios del hierro, del algodón, o de otras cosas con ta-
les o cuales propiedades físicas, sino solo sobre cosas acerca de las que la gente
tiene ciertas creencias y de las que quiere servirse de una determinada ma-
nera. Y nuestra explicación de un precio concreto, por tanto, no puede nunca
verse afectada por ningún conocimiento adicional que nosotros (los obser-
vadores) adquiramos sobre el bien en cuestión, sino solo por un conocimiento
adicional sobre lo que la gente que emplea ese bien piensa de él.
No podemos abordar aquí un examen similar de los fenómenos, más com-
plejos, que estudia la economía, cuyo progreso en los últimos años ha esta-
do estrechamente relacionado con el avance del subjetivismo. Solo podemos
destacar los nuevos problemas que estas investigaciones revelan como partes
centrales de la disciplina, como son la cuestión de la compatibilidad de las
intenciones y las expectativas de diferentes personas, la división del conoci-
miento entre ellas y el proceso por el que se adquiere el conocimiento relevan-
te y se forman las expectativas.11 Pero aquí no nos interesan los problemas

11. Puede encontrarse un examen algo más detallado de estos problemas en Hayek, «Economics
and Knowledge», Economica (febrero de 1937), reimpreso en Individualism and Economic Order (Chi-
cago: University of Chicago Press, 1948).

161
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

específicos de la teoría económica, sino el carácter común de todas las disci-


plinas que tratan de los resultados de la acción humana consciente. Los pun-
tos que queremos destacar son que en todos esos campos debemos partir de
lo que los hombres piensan y quieren hacer: del hecho de que los individuos
que forman la sociedad tienen como guía de sus actos una clasificación de
cosas y eventos en concordancia con un sistema de percepciones sensoria-
les y de conceptos que tiene una estructura común a todos ellos que nosotros
conocemos, porque también nosotros somos hombres; y que el conocimien-
to concreto que posean los individuos será distinto en aspectos importantes.
La acción del hombre hacia los objetos externos, así como también todas las
relaciones entre los hombres y todas las instituciones sociales, solo podrán
comprenderse en la medida en que partamos de lo que los hombres piensan
acerca de ellas. La sociedad tal y como la conocemos se ha desarrollado sobre
la base de los conceptos y las ideas que la gente sostiene; por lo que solo po-
demos identificar los fenómenos sociales en la medida en que estos tengan
un reflejo en la mente de los hombres.
La estructura de la mente humana, el principio común por el que las per-
sonas clasifican los fenómenos externos, nos proporciona el conocimiento
de los elementos recurrentes sobre los que las diferentes estructuras socia-
les descansan, y solo en función de él podremos describir y explicar esas es-
tructuras.12 Aun cuando los conceptos o las ideas solo pueden existir, eviden-
temente, en la mente de los individuos y, concretamente, solo dentro de la
mente individual pueden interactuar las ideas, no es el conjunto de las men-
tes individuales en toda su complejidad, sino los conceptos individuales, las
ideas que la gente se ha formado acerca de sus semejantes y de las cosas, los
que verdaderamente componen elementos de la estructura social. Si la es-
tructura social puede permanecer inalterada aun a pesar de que los individuos

12. Ver C.V. Langlois y C. Seignobos, Introduction to the Study of History (Londres, 1898), p.
218: «Las acciones y las palabras siempre tienen esta característica: que cada una de ellas es la acción
o la palabra de un individuo; la imaginación solo puede representarse actos individuales, copias de
los que ya nos ha proporcionado la observación directa. Como son acciones de hombres que viven en
sociedad, la mayoría de ellas son realizadas simultáneamente por muchos individuos y están dirigi-
das hacia una finalidad común. Son actos colectivos; pero, tanto en la imaginación como en la obser-
vación directa, se reducen siempre a una suma de acciones individuales. El “hecho social”, como lo
entienden algunos sociólogos, es una construcción filosófica, no un hecho histórico.»

162
E L C A R Á C T E R S U B J E T I V O D E L O S D AT O S D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

se vayan sucediendo en lugares concretos, esto no se debe a que esos suce-


sivos individuos sean idénticos unos a otros, sino a que la sucesión se produce
en determinadas relaciones, en determinadas actitudes que adoptan hacia
otra gente como objetos de ciertas visiones que esa gente tiene acerca de ellos.
Los individuos son, meramente, los nodos de la red de relaciones, y son las
diversas actitudes que los individuos adoptan respecto de sus semejantes (o
respecto de sus actitudes similares o diferentes respecto de los objetos físi-
cos) lo que forma los elementos recurrentes, habituales e identificables de
la estructura. Si un policía sustituye a otro en un determinado puesto, esto
no significa que el nuevo agente sea idéntico a su predecesor en todos los
aspectos, sino solamente que es su sucesor en determinadas actitudes hacia
otros hombres y en calidad de objeto receptor de ciertas conductas de esos
hombres en lo que respecta a su función como policía. Y esto es suficiente
para preservar un elemento estructural constante que puede separarse para
ser estudiado aisladamente.
Aunque podamos identificar estos elementos de las relaciones humanas
solo porque nos son conocidos a partir del funcionamiento de nuestra mente,
esto no quiere decir que el significado de su combinación en una pauta con-
creta que ponga en relación a distintos individuos sea algo obvio para no-
sotros. Es solo mediante el paciente seguimiento de las implicaciones que
conlleva el que mucha gente sostenga determinados puntos de vista como
podemos llegar a entender —a veces tan solo identificar— los resultados in-
voluntarios, y a veces incomprensibles, de los actos individuales —y aún así
interrelacionados— que los hombres realizan en sociedad. El que, en este
intento de reconstruir esas diversas pautas que rigen las relaciones sociales,
tengamos que asociar la acción del individuo, no a las cualidades objetivas de
las personas y las cosas hacia las que él proyecta su acción, sino a los hombres
y al mundo físico tal y como aparecen a los ojos de los hombres cuyas accio-
nes intentamos explicar, parte del hecho de que solo los conocimientos o las
creencias de las personas pueden motivar su acción consciente.

163
4
EL MÉTODO INDIVIDUALISTA
Y «COMPOSITIVO»
DE LAS CIENCIAS SOCIALES

En este punto, se hace necesario interrumpir brevemente la línea central


de argumentación con el objeto de protegernos de una falsa interpretación
que podría surgir de lo que acabamos de exponer. Nuestra insistencia en la
circunstancia de que, en las ciencias sociales, nuestros datos o «hechos» son
conceptos no debe interpretarse, por supuesto, en el sentido de que todos
los conceptos que tengamos que manejar en las ciencias sociales son de esta
naturaleza. No habría lugar para el trabajo científico si esto fuera así; ya que
el objeto de las ciencias sociales, en la misma medida que las ciencias natu-
rales, es revisar los conceptos habituales que los hombres han desarrollado
acerca de los objetos de su estudio y sustituirlos por otros más adecuados. La
especial dificultad de las ciencias sociales, y gran parte de la confusión acer-
ca de su naturaleza, provienen precisamente del hecho de que en ellas las
ideas tienen dos capacidades: pueden ser el objeto de estudio, y pueden ser
ideas acerca de ese objeto. Mientras que en las ciencias naturales el contras-
te entre nuestro objeto de estudio y nuestra explicación de él coincide con
la diferencia entre las ideas y los hechos objetivos, en las ciencias sociales es
necesario distinguir entre las ideas que son constitutivas de los fenómenos
que queremos explicar y las ideas que, bien nosotros o bien las personas cu-
yas acciones tenemos que explicar, se hayan formado acerca de esos fenóme-
nos, es decir, ideas que no son la causa de las estructuras sociales, sino teorías
acerca de estas.
Esta especial dificultad de las ciencias sociales no solo resulta del hecho
de que debamos distinguir entre las opiniones de la gente, que son nuestro
objeto de estudio, y nuestras propias opiniones acerca de ellas, sino también
del hecho de que la gente, además de estar motivada en sus actos por las ideas,

164
E L M É T O D O I N D I V I D UA L I STA Y « C O M P O S I T I VO » D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

también forma ideas acerca de los resultados no intencionados de sus accio-


nes —teorías convencionales acerca de las diversas estructuras o formacio-
nes sociales que compartimos con ella y que nuestro estudio debe revisar y
mejorar. El peligro de sustituir los hechos por los «conceptos» (o «teorías»)
no es, de ningún modo, ajeno a las ciencias sociales, y el no atajarlo ha ejer-
cido en ellas un efecto tan perjudicial como en las ciencias naturales;1 no obs-
tante, aparece en un plano diferente y es altamente inadecuado expresarlo
mediante el contraste entre ideas y hechos. El verdadero contraste es entre
ideas que, al ser adoptadas por la gente, se convierten en las causas de los fe-
nómenos sociales, y las ideas que la gente se forma acerca de esos fenóme-
nos. Puede demostrarse fácilmente que estas dos clases de ideas son distin-
tas (aunque en diferentes contextos la distinción tenga que ser trazada de
modo diferente).2 Los cambios en las opiniones que la gente sostiene acera
de un determinado bien o mercancía, los cuales identificamos como la causa
de una variación en el precio de esa mercancía, están claramente en un pla-
no distinto de las ideas que esa misma gente puede haberse formado sobre
las causas del cambio en el precio o sobre la «naturaleza del valor» en gene-
ral. De modo análogo, las creencias y las opiniones que inducen regularmente
a un conjunto de personas a repetir determinados actos, como por ejemplo,
producir, vender o comprar determinadas cantidades de mercancías, son com-
pletamente diferentes de las ideas que esas personas puedan haberse for-
mado acerca del conjunto de la «sociedad» o del «sistema económico» al que

1. Véanse los excelentes análisis de los efectos del realismo conceptual (Begriffsrealismus) en
la economía que hace W. Eucken en The Foundations of Economics (Londres 1950), pp. 51 y ss.
2. En algunos contextos, los conceptos que otras ciencias sociales toman como meras teorías que
deben ser revisadas y mejoradas, han de ser tratados como datos. Podría concebirse, por ejemplo, una
«ciencia política» que mostrara qué tipo de acción política se deduce del hecho de que la gente sostenga
determinadas concepciones acerca de la naturaleza de la sociedad, y en tal caso, esos puntos de vista
habrían de ser tratados como datos. Pero, aunque en las acciones del hombre hacia los fenómenos so-
ciales, esto es, a la hora de explicar sus acciones políticas, tengamos que tomar sus ideas acerca de la
constitución de la sociedad como algo dado, siempre podemos investigar, en un nivel diferente de aná-
lisis, lo verdadero o falso de esas ideas. El hecho de que una sociedad determinada pueda creer que
sus instituciones han sido creadas por una intervención de la divinidad, y que tengamos que tomar
esa creencia como un hecho a la hora de explicar los fenómenos políticos de esa sociedad, no nos impi-
de mostrar que tal creencia es, probablemente, falsa.

165
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

pertenecen, el cual se constituye por la agregación de todas esas acciones. El


primer tipo de opiniones y creencias es una condición para la existencia de
«conjuntos», los cuales no se darían sin ellas; son, como hemos dicho, «cons-
titutivas», esenciales para la existencia de los fenómenos que la gente deno-
mina «sociedad» o «sistema económico», que existirán independientemente
de los conceptos que la gente se haya formado acerca de esos conjuntos.
Es muy importante que distingamos cuidadosamente entre las opinio-
nes motivantes o constitutivas, por un lado, y las visiones especulativas o ex-
plicativas que la gente se haya formado acerca de los conjuntos por otro, pues-
to que confundir ambas es una constante fuente de peligro. ¿Son las ideas
que la mente popular se ha formado acerca de esos colectivos que son la so-
ciedad o el sistema económico, el capitalismo o el imperialismo y otras enti-
dades colectivas semejantes, lo que el científico social debe considerar mera-
mente como teorías provisionales, abstracciones populares, sin confundirlas
con los hechos? La nota característica de ese individualismo metodológico,
que está estrechamente relacionada con el subjetivismo de las ciencias socia-
les, es que el científico social se abstiene de tratar esas pseudo-entidades como
hechos y parte sistemáticamente de los conceptos que orientan a los indivi-
duos en sus acciones, en lugar de considerar las teorías que estos elaboran
acerca de sus actos. Por otra parte, el enfoque cientista, puesto que rehúye
partir de conceptos subjetivos como determinantes de las acciones indivi-
duales, incurre habitualmente, como ahora veremos, en el mismo error que
pretende evitar, es decir, tratar como hechos esos colectivos que no son más
que generalizaciones comunes. Al tratar de evitar el emplear como datos los
conceptos que los individuos sostienen cuando son claramente identificables
y explícitamente introducidos como tales, las personas formadas en la visión
cientista toman con frecuencia y de un modo ingenuo los conceptos especu-
lativos de uso común como hechos claros y precisos, de la misma clase de los
que están acostumbrados a manejar.
Tendremos que examinar con mayor detalle en una sección posterior la
naturaleza de este prejuicio colectivista, inherente al enfoque cientista.
Deben añadirse algunas consideraciones más acerca del específico méto-
do teórico que corresponde al subjetivismo sistemático y al individualismo
de las ciencias sociales. Del hecho de que son los conceptos y las visiones que
sostienen los individuos lo que conocemos directamente y lo que forma los

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elementos a partir de los que debemos construir, metafóricamente, los fe-


nómenos más complejos, se sigue otra importante diferencia entre el méto-
do de las disciplinas sociales y el de las ciencias naturales. Mientras que en
las primeras son las actitudes de los individuos los elementos familiares por
cuya combinación intentamos reproducir los fenómenos complejos, es de-
cir, los resultados de los actos individuales, que son mucho menos conoci-
dos —un procedimiento que con frecuencia conduce al descubrimiento de
principios de coherencia estructural de los fenómenos complejos que no han
sido (ni, quizás, puedan ser) establecidos mediante la observación directa—,
en las ciencias físicas son los fenómenos complejos de la naturaleza el pun-
to de partida, y su tarea consiste en retrotraerse a inferir los elementos de
los que se componen. El lugar que ocupa el individuo en el orden de las co-
sas muestra que, en una dirección, lo que este percibe son los fenómenos
comparativamente complejos que él analiza, mientras que en la otra direc-
ción, se le presentan como dados los elementos de los que esos fenómenos
más complejos se componen, los cuales no puede observar como conjuntos.3

3. Véase Robbins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, 2.ª ed. (1935),
p. 105: «En economía… los elementos fundamentales de nuestras principales generalizaciones nos son
conocidos de un modo directo. En las ciencias naturales, solo pueden conocerse por medio de la infe-
rencia.» Quizá la siguiente cita tomada de un ensayo mío anterior (Collectivistic Economic Planning
[1935], p. 11) pueda servir de más ayuda para explicar la proposición que acabamos de formular en
el texto: «La posición del hombre, a mitad de camino entre los fenómenos naturales y los sociales —de
los que en un caso es efecto y en el otro causa— revela que los hechos básicos esenciales que necesi-
tamos para la explicación son parte de la experiencia común, parte del material del que se compone
nuestro pensamiento. En las ciencias sociales son los elementos de los fenómenos complejos los que
nos son indiscutiblemente conocidos. En las ciencias naturales, estos solo pueden ser, en el mejor de
los casos, conjeturados.» Véase también C. Menger, Untersuchungen über die Methoden der Sozial-
wissenschaften (1883), p. 157: «Los elementos últimos a los que debe remontarse la interpretación
teórica exacta de los fenómenos naturales son “átomos” y “fuerzas”, ambos de naturaleza no empí-
rica. Nosotros no estamos en condiciones de representarnos “átomos”, y solo en virtud de una ima-
gen conseguimos representar las fuerzas naturales, por las cuales en efecto entendemos únicamente
las causas primarias, conocidas por nosotros, de movimientos reales. De aquí las enormes dificultades
que se encuentran para una interpretación exacta de los fenómenos naturales en su último estadio.
Distinta es la situación en las ciencias sociales exactas. Aquí los elementos últimos de nuestro análi-
sis, los “individuos humanos y sus estímulos”, son de naturaleza empírica y por tanto las ciencias
sociales se hallan en una posición ventajosa respecto a las ciencias de la naturaleza. Los “límites del

167
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Mientras que el método de las ciencias naturales es, en este sentido, analí-
tico, el de las ciencias sociales se define mejor como compositivo4 o sintético.
Son los conjuntos, los grupos de elementos que están estructuralmente
conectados, los que aprendemos a aislar de la totalidad de los fenómenos ob-
servados sobre la única base de nuestra capacidad para reunir los elementos
que tienen propiedades que nos son familiares. Ensamblamos o reconstrui-
mos esos conjuntos a partir de las propiedades conocidas de los elementos.
Es importante observar que, en todo esto, las distintas clases de actitu-
des o creencias individuales no son en sí mismas el objeto de nuestra expli-
cación, sino meramente los elementos a partir de los que construimos la es-
tructura de relaciones posibles entre los individuos. En la medida en que, en
las ciencias sociales, analizamos el pensamiento individual, el propósito no
es explicar ese pensamiento sino simplemente distinguir los posibles tipos
de elementos con los que tendremos que contar en la construcción de las dife-
rentes pautas de las relaciones sociales. Es un error, alimentado con frecuencia

conocimiento de la naturaleza”, y las dificultades que de ello se derivan para una comprensión teóri-
ca de los fenómenos naturales, en realidad no existen para la investigación exacta en el terreno de las
manifestaciones sociales. Cuando A. Comte concibe la “sociedad” como un organismo real, o sea como
un organismo de tipo más complejo que los naturales, y define su interpretación teórica como un
problema científico incomparablemente más difícil y complejo, comete un grave error. Su teoría sería
justa solo respecto a aquellos estudiosos de ciencias sociales que permanecen obstinadamente ancla-
dos en el insensato empeño de querer examinar los fenómenos inherentes a la sociedad en clave no
específicamente sociológica, sino naturalista-atomista.»
4. He tomado el término compositivo de una nota manuscrita de Carl Menger que, en su copia
de la reseña que Schmoller hizo de su obra Methoden der Sozialwissenschaften (Jahrbuch für Gesetz-
gegung, etc., nueva serie, 7 [1883], p. 42), lo escribió sobre la palabra deductivo empleada por Schmo-
ller. Después de escribir este ensayo, me he dado cuenta de que Ernst Cassirer, en su Philosophie der
Aufklärung (1932, pp. 12, 25 y 341) emplea el término compositivo con el fin de resaltar acertada-
mente que el proceder de las ciencias naturales presupone el uso de la técnica «resolutiva» y «composi-
tiva». Esto es útil, pues conecta con la cuestión de que, puesto que en las ciencias sociales los elementos
nos son conocidos, podemos empezar a aplicar directamente el método compositivo. [Gustav Schmoller
(1838-1917) fue el líder de la conocida nueva escuela histórica alemana de economía. Su reseña llevó
a Menger a escribir una respuesta mordaz, Die Irrthümer des Historismus in der deutschen Nationalö-
konomie (Viena: Hölder, 1884), que inició entonces el Methodenstreit, o batalla por los métodos, entre
las escuelas alemana y austriaca. Para saber más sobre el conflicto, véase Caldwell, Hayek’s Challenge,
capítulos 3 y 4. Para la traducción del libro de Ernst Cassirer, véase The Philosophy of the Enlightenment
(Princeton: Princeton University Press, 1951). – Ed.].

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E L M É T O D O I N D I V I D UA L I STA Y « C O M P O S I T I VO » D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

por las poco depuradas expresiones de los científicos sociales, creer que el
objetivo es explicar la acción consciente. Esto, si es que acaso puede hacerse,
es una tarea diferente, que corresponde a la psicología. Para las ciencias so-
ciales, las tipologías de las de acciones conscientes son datos,5 y todo lo que
tienen que hacer con respecto a ellos es disponerlos en un orden tal que pue-
dan ser utilizados en su tarea.6 Los problemas a los que las ciencias sociales
tratan de dar respuesta se presentan solo cuando la acción consciente de mu-
chos hombres produce resultados no buscados, en la medida en que las re-
gularidades observadas no son producto de ningún plan previo. Si los fe-
nómenos sociales no mostraran ningún otro orden excepto en el caso de que
fueran conscientemente planeados, no habría lugar para las ciencias socia-
les teóricas y solo existirían, como con frecuencia se aduce, problemas con-
cernientes a la psicología. Solo se presenta un problema que requiere expli-
cación teórica cuando surge una especie de orden no planeado como resultado
de las acciones individuales. Pero aunque la gente dominada por el prejui-
cio cientista se incline con frecuencia a negar la existencia de órdenes de este
tipo (lo que implica también negar la existencia del objeto de estudio de las
ciencias sociales teóricas), pocos —si es que hay alguno— están preparados
para hacerlo consistentemente: el hecho de que el lenguaje exprese un or-
den definido que no es resultado de ningún plan consciente difícilmente po-
drá ser cuestionado.
La razón por la que quienes cultivan las ciencias naturales tienen difi-
cultades para admitir la existencia de un orden en los fenómenos sociales es
que esos órdenes no pueden expresarse en términos físicos, puesto que si

5. Como acertadamente dice Robbins (op. cit., p. 86), los economistas toman «los objetos de estu-
dio de la psicología como los datos de sus propias deducciones».
6. El que esta tarea absorba una gran parte de las energías del economista no debería confun-
dirnos acerca del hecho de que, por sí misma, esta «lógica pura de la elección» (o «cálculo económico»)
no explica hechos, o en el mejor de los casos, no lo hace en mayor medida que las matemáticas. En lo
que respecta a la relación concreta entre la teoría pura del cálculo económico y su aplicación en la ex-
plicación de los fenómenos sociales, me remitiré de nuevo a mi artículo «Economics and Knowledge»
(Economica [febrero de 1937]). Habría, quizá, que añadir que, aunque la teoría económica podría ser
muy útil para el director de un sistema completamente planificado en mostrarle qué ha de hacer para
alcanzar sus fines, a nosotros no nos sirve para explicar sus acciones —excepto en la medida en que
su acción esté efectivamente guiada por ella.

169
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

definimos sus elementos en términos físicos no es posible apreciar ningún


orden; además, las unidades que demuestran la existencia de una estructura
ordenada no tienen (o, al menos, no necesitan tener) ninguna propiedad fí-
sica en común (salvo que los hombres reaccionan ante ellas de la «misma»
manera —aunque la «mismidad» de las reacciones de distintos individuos
tampoco será, en general, definible en términos físicos). Se trata de un orden
en el que las cosas se comportan de la misma forma porque significan lo mis-
mo para los hombres. Si en lugar de considerar semejantes o diferentes las
mismas cosas que el hombre actuante considera, tomáramos nuestras pau-
tas únicamente de lo que la Ciencia muestra como semejante o diferente, no
encontraríamos, probablemente, orden identificable alguno en ningún fe-
nómeno social —al menos, no hasta que las ciencias naturales hubieran fi-
nalizado su tarea de análisis exhaustivo de todos los fenómenos naturales
que constituyen esos fenómenos y la psicología hubiera completado tam-
bién el proceso inverso de explicar con todo detalle por qué los elementos
básicos de la física se presentan al hombre de la manera en que lo hacen, es
decir, hasta que hubieran acabado de explicar cómo actúa ese mecanismo de
clasificación que constituyen nuestros sentidos.
El modo en que las acciones independientes de los individuos producen
un orden que no forma parte de sus intenciones solo puede mostrarse en los
casos más simples y sin recurrir a cuestiones técnicas; y en estas circunstan-
cias, la explicación es con frecuencia tan obvia que nunca nos paramos a exa-
minar el tipo de argumento que nos lleva a ella. El modo en que se forman
los senderos en un terreno agreste es un buen ejemplo. En primera instan-
cia, todo el mundo buscará por sí mismo lo que, a primera vista, parezca la
mejor ruta. Pero el hecho de que esa ruta ya haya sido utilizada una vez hace
que sea más fácil de transitar; y de este modo, gradualmente irán aparecien-
do caminos más definidos que serán transitados en detrimento de otras po-
sibles rutas. Los movimientos de la gente a lo largo de esa región se irán ajus-
tando a una pauta concreta, aunque el resultado de las decisiones deliberadas
de mucha gente no haya sido conscientemente buscado por nadie. Esta ex-
plicación es una «teoría» elemental aplicable a cientos de circunstancias his-
tóricas concretas; y no es la observación del crecimiento de algún camino con-
creto, menos aún la observación de muchos de ellos, de donde se deriva su
fuerza argumental, sino de nuestro conocimiento general de cómo nosotros

170
E L M É T O D O I N D I V I D UA L I STA Y « C O M P O S I T I VO » D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

y el resto de la gente nos comportamos en una situación en la que sucesi-


vos individuos tienen que encontrar una ruta que, con el esfuerzo acumula-
do de sus intentos, acaba convirtiéndose en un camino. Son los elementos
constituyentes del conjunto de los fenómenos los que nos son familiares a
través de la experiencia diaria, pero no se debe solo a una reflexión delibe-
rada el que conozcamos los efectos necesarios que se derivan de la combina-
ción de esas acciones realizadas por un número elevado de personas. «En-
tendemos» la forma en que se produce el resultado que observamos, aunque
probablemente nunca estemos en condiciones de observar todo el proceso
o de predecir con exactitud sus evoluciones y resultados.
Que el proceso tenga lugar durante un largo periodo de tiempo no in-
fluye en nuestro argumento, como es el caso de la evolución del dinero o
de la formación del lenguaje. Tampoco importa que el proceso se repita una
y otra vez, como sucede en el caso de la formación de los precios o de la orien-
tación de la producción bajo la libre competencia. En el primer caso, surgen
problemas teóricos (es decir, genéricos, que se distinguen de los específica-
mente históricos en el sentido que definiremos posteriormente) que son esen-
cialmente similares a los que plantean fenómenos recurrentes como la de-
terminación de los precios. Aunque en el estudio de un aspecto concreto de
la evolución de una «institución» como el dinero o el lenguaje el problema
teórico quede en un segundo plano respecto de las circunstancias concretas
relacionadas con ese aspecto (que caen propiamente en el ámbito de la his-
toria), eso no modifica el hecho de que cualquier explicación de un proceso
histórico implica una hipótesis previa acerca de las circunstancias que pue-
den producir ciertas clases de efectos —hipótesis que, habida cuenta de que
tenemos que trabajar con resultados que nadie ha buscado conscientemente,
solo puede formularse como un esquema genérico o, en otras palabras, como
una teoría.
El físico que desee entender los problemas de las ciencias sociales con la
ayuda de una analogía proveniente de su propio campo tendría que imaginar
un mundo donde pudiera conocer mediante observación directa el interior
de los átomos, sin la posibilidad de efectuar experimentos con fragmentos
de materia y sin poder observar más que las interacciones de unos pocos áto-
mos durante un tiempo limitado. A partir de este conocimiento de las diferen-
tes clases de átomos podría construir modelos de todas las diferentes formas

171
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en que estos pueden combinarse para formar unidades más grandes, e ir de-
purando esos modelos de forma que reprodujeran cada vez con más precisión,
en todos sus aspectos, los pocos fenómenos complejos que consigue obser-
var. Pero las leyes del macrocosmos que este físico inferiría del microcosmos
serían siempre «deductivas»; casi nunca le permitirían, a causa de su cono-
cimiento limitado de los datos del conjunto, predecir el resultado exacto de
una situación concreta; y nunca podría confirmarlas mediante experimen-
tos controlados —aunque, no obstante, la observación de fenómenos incom-
patibles con su teoría las revelaría falsas.
En cierto sentido, los problemas de la astronomía teórica son, de entre to-
das las ciencias experimentales, los que más se asemejan a los de las ciencias
sociales. No obstante, existen importantes diferencias entre ellas. Mientras
que el astrónomo aspira a conocer todos los elementos de los que se compone
su universo, el estudioso de los fenómenos sociales no puede esperar cono-
cer más que las clases de elementos que forman el suyo. Difícilmente podrá
conocer todos los elementos integrantes, y, desde luego, nunca llegará a co-
nocer todas las propiedades relevantes de cada uno de ellos. La inevitable
imperfección de la mente humana no solo representa aquí un dato básico
acerca del objeto de explicación, sino que influye en no menor medida en el
observador y es también una limitación en su tarea de explicar los hechos
observados. El número de variables que en cualquier fenómeno social esta-
blece el resultado de un determinado cambio o variación será, generalmente,
demasiado grande para que una mente humana pueda controlarlas y proce-
sarlas eficazmente.7 En consecuencia, nuestro conocimiento del principio por
el que esos fenómenos se producen rara vez nos permitirá predecir el resul-
tado exacto de situaciones concretas. Aunque podamos explicar el principio
por el que ciertos fenómenos se producen y, a partir de este conocimiento,
excluir la posibilidad de que se produzcan determinados resultados —como,
por ejemplo, de que coincidan ciertos eventos—, nuestro conocimiento será,

7. Véase M.R. Cohen, Reason and Nature, p. 356: «Si, entonces, los fenómenos sociales depen-
den de más factores de los que podemos procesar eficazmente, ni siquiera la doctrina del determinis-
mo universal podrá proporcionar una expresión asequible de las leyes que gobiernan los fenómenos
específicos de la vida social. Para una mente finita y limitada en el tiempo, puede que los fenómenos
sociales, aunque no aleatorios, no revelen ningún tipo de ley en absoluto.»

172
E L M É T O D O I N D I V I D UA L I STA Y « C O M P O S I T I VO » D E L A S C I E N C I A S S O C I A L E S

en cierto sentido, solo de carácter negativo; es decir, únicamente nos permi-


tirá ir reduciendo el abanico de posibilidades hasta que solo quede una.
La diferencia entre una mera explicación del principio por el que un fe-
nómeno se produce y la explicación que nos permite predecir el resultado
exacto es de gran importancia para entender los métodos teóricos de las cien-
cias sociales. Esta diferencia se presenta, en mi opinión, también en otros cam-
pos como la biología y, por supuesto, la psicología. Esto es, sin embargo, algo
poco habitual, y no conozco ningún caso en el que quede adecuadamente
explicado. La mejor ilustración en el campo de las ciencias sociales es pro-
bablemente la teoría general de los precios en la representación, por ejem-
plo, de los sistemas de ecuaciones walrasianos o paretianos.8 Estos sistemas
muestran solamente el principio de coherencia entre los precios de los di-
ferentes bienes de los que el sistema se compone; pero sin el conocimiento
de los valores numéricos de todas sus constantes, del que nunca dispondre-
mos, no podemos predecir con precisión los resultados que arrojaría cualquier
variación.9 Fuera de este caso particular, un sistema de ecuaciones que se limita

8. [Hayek se refiere aquí a la teoría general del equilibro asociada con Léon Walras (1834-1910),
uno de los fundadores de la Escuela Lausana (y, junto con Carl Menger en Austria y William Stanley
Jevons en Inglaterra, también cofundador de la revolución marginal), y con uno de los discípulos más
importantes de Walras, el economista y sociólogo italiano Vilfredo Pareto (1848-1923). La opinión
que tenía Hayek sobre la teoría del sistema de ecuaciones de la Escuela Lausana puede ser descrita
como ambivalente. Mientras que él y Robbins tomaron una aproximación instrumental en la intro-
ducción de los textos de Walras y Pareto a los economistas ingleses en los años treinta del siglo XX,
y avalaron la teoría de someter a estrés la interdependencia del consumo, producción y distribución
de decisiones, Hayek siempre enfatizó (como en la nota que sigue) que nadie puede proporcionar esti-
maciones numéricas de las variables en el sistema a fin de llegar a predicciones exactas de la econo-
mía. Socialistas de mercado utilizaron el análisis paretiano para discutir que una economía planifi-
cada y un mercado libre son estructuralmente equivalentes, y que la única diferencia es que los gestores
socialistas tomarían sus decisiones en una, y los empresarios en otra otra, enfrentándose con ello a
la afirmación de Ludwig von Mises que decía que la toma de decisiones racional en el socialismo es
imposible. Para más información sobre este debate, véase la «Introducción del editor» y los capítu-
los 1-3 del libro de Hayek Socialismo y guerra. – Ed.]. [Socialismo y guerra está publicado en Hayek,
Obras Completas, vol. 10, Madrid, Unión Editorial, 1999].
9. El mismo Pareto lo vio con claridad. Después de establecer la naturaleza de los factores que
determinan los precios en su sistema de ecuaciones, añade (Manuel d’économie politique, 2.ª ed. [1927]
pp. 233-34): «Puede decirse que esta representación no tiene, en ningún caso, el propósito de llegar

173
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

a mostrar la forma de un sistema de relaciones, pero que no aporta los valo-


res de las constantes que en él se contienen, es quizá el mejor ejemplo de
una explicación de ese principio por el que los fenómenos se producen.
Esto debe bastar como una descripción positiva de problemas caracterís-
ticos de las ciencias sociales. Todo ello irá apareciendo con más claridad a me-
dida que vayamos contrastando en los siguientes capítulos el procedimiento
específico de las ciencias sociales con los aspectos más característicos de los
intentos de abordar su objeto de estudio al modo de las ciencias naturales.

a un cálculo numérico de los precios. Asumamos las hipótesis más favorables para es cálculo; supon-
gamos que hemos vencido todas las dificultades que presenta la recopilación de los datos del problema
y que conocemos las ofelimidades [en el lenguaje paretiano, ofelimidad es sinónimo de función de
utilidad (Trad.)] de todos los bienes para cada individuo, así como también las condiciones de produc-
ción de todos esos bienes, etc. Aunque esta ya es una hipótesis absurda, aún no es suficiente para hacer
posible la solución del problema. Hemos visto que con 100 personas y 700 bienes habría 70.699 condi-
ciones (en realidad, este número se incrementaría aún más si se tienen en cuenta el gran número de
circunstancias que hasta ahora hemos ignorado); tendríamos, pues, que resolver un sistema de 70.699
ecuaciones. En la práctica, esto supera la capacidad del análisis algebraico, mucho más aún si contem-
plamos el fabuloso número de ecuaciones que se obtendrían para una población de cuarenta millo-
nes de personas y varios miles de bienes. En este caso, los papeles se invertirían: no serían las mate-
máticas las que prestaran ayuda a la economía política, sino la economía política la que tendría que
auxiliar a las matemáticas. En otras palabras, si se pudieran conocer todas esas ecuaciones, la única
forma de resolverlas, asequible a las capacidades humanas, sería observar la solución práctica que da
el mercado.» Véase también A. Cournot, Researches into the Mathematical Principles of the Theory
of Wealth (1838), trad. de N.T. Bacon (Nueva York, 1927), p. 127, donde dice que si en nuestras ecua-
ciones tomamos en consideración la totalidad del sistema económico, «esto superaría tanto la capa-
cidad del análisis matemático como nuestros métodos prácticos de cálculo, aun cuando los valores de
todas las constantes pudieran introducirse en ellos numéricamente». [La edición francesa de 1927 del
Manuel de Pareto sirvió como base para la propia traducción de Hayek al inglés del anterior pasaje,
así como para la siguiente traducción al inglés del libro: Vilfredo Pareto, Manual of Political Economy,
Ann S. Schwier y Alfred N. Page, eds., traducido por Ann. S. Schwier (Nueva York: Kelley, 1971). El
pasaje que Hayek tradujo aparece en la p. 171. – Ed.].

174
5
EL OBJETIVISMO
DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

Las grandes diferencias entre los métodos característicos de las ciencias fí-
sicas y de las ciencias sociales explican por qué el científico natural que se
acerca al trabajo de los que estudian profesionalmente los fenómenos socia-
les tiene con tanta frecuencia la sensación de que se encuentra entre gente
que comete habitualmente todos los pecados mortales que él trata de evitar
con el máximo cuidado, y que una ciencia de la sociedad de acuerdo con sus
patrones aún no existe. De aquí a intentar crear una nueva ciencia de la so-
ciedad que satisfaga su concepto de Ciencia no hay sino un paso. Durante
las cuatro últimas generaciones se han sucedido constantemente intentos de
esta naturaleza; y aunque nunca han dado los resultados esperados, ni tam-
poco han dado muestras de crear esa tradición continuada que es síntoma
de una disciplina floreciente, esos nuevos intentos tienen lugar casi todos los
meses y son protagonizados por quienes esperan con ellos revolucionar el
pensamiento social. Pero, aunque esos ensayos infructuosos la mayoría de
las veces no tienen conexión unos con otros, muestran por lo general cier-
tas notas características que ahora debemos considerar. Para abordarlas con
mayor comodidad, esas características metodológicas pueden reunirse bajo
las etiquetas de «objetivismo», «colectivismo» e «historicismo», que se co-
rresponden respectivamente con «subjetivismo», «individualismo» y el ca-
rácter teórico de las disciplinas dedicadas a los estudios sociales.
La actitud que, a falta de un término mejor, denominaremos el «objeti-
vismo» del enfoque cientista en el estudio del hombre y la sociedad revela
su expresión más característica en los diversos intentos por prescindir de
nuestro conocimiento subjetivo acerca del funcionamiento de la mente
humana, intentos que han afectado de varias maneras a casi todas las ramas
de los estudios sociales. Desde que Auguste Comte negara la posibilidad de

175
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

la introspección, pasando por los intentos de crear una «psicología objetiva»,


hasta el conductismo de J.B. Watson y el «fisicalismo» de O. Neurath, una
larga serie de autores han tratado de pasarse sin el conocimiento derivado
de la «introspección».1 Pero, como puede demostrarse fácilmente, esos inten-
tos de evitar el uso de un conocimiento que poseemos están condenados al
fracaso.
Un conductista o un fisicalista, para ser coherente, no debería empezar
por observar las reacciones de la gente ante lo que nuestros sentidos nos dicen
que son objetos semejantes; sino que tendría que limitarse a estudiar reac-
ciones idénticas, en el sentido estricto de la física, ante los estímulos. No de-
bería, por ejemplo, estudiar las reacciones de las personas a las que se les
muestra un círculo rojo o se les hace escuchar una determinada nota, sino
solamente los efectos de una onda de luz de determinada frecuencia sobre
un punto concreto de la retina de un ojo humano, etc., etc. Ningún conduc-
tista, sin embargo, se plantea seriamente hacer tal cosa. Todos dan por hecho,
ingenuamente, que lo que a nosotros nos parece similar, también se lo pare-
cerá a otra gente. Aunque carezcan de fundamento para hacerlo, emplean
constantemente la clasificación semejante/distinto de los estímulos exter-
nos que hacen nuestros sentidos y de nuestra mente, una clasificación que
conocemos solo a partir de nuestra experiencia personal, que no está basada
en ningún test objetivo que muestre que esos fenómenos también se com-
portan de forma similar en sus relaciones unos con otros. Esto es así tanto
en lo que respecta a eso que llamamos cualidades sensoriales simples, tales
como el color, la frecuencia de un sonido, el olor, etc., como en nuestra per-
cepción de las configuraciones (Gestalten) por las que clasificamos físicamen-
te cosas muy diferentes como elementos de un conjunto de «formas» deter-
minado, por ejemplo el del círculo o el de determinada nota musical. Para

1. [Hayek analiza las opiniones de Comte sobre la psicología y la introspección en el capítulo


16, sección 3. El psicólogo estadounidense John Broadus Watson (1878-1958) fundó el behaviorismo,
al que llevó al nivel de la psicología, como enfoque de la ciencia natural. Para Watson, la psicología
verdaderamente científica evita toda referencia a la introspección o a los estados de la conciencia, y
solo estudia el comportamiento «objetivamente verificable (es decir, observable)». Véase su libro
Psychology from the Standpoint of a Behaviorist, tercera edición (Filadelfia: J.B. Lippincott, 1929),
sobre todo pp. 1-4. Se menciona por primera vez a Otto Neurath y su doctrina del fisicalismo en el
capítulo 1, nota 5. – Ed.].

176
EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

el conductista o el fisicalista, el hecho de que identifiquemos esas cosas como


semejantes no plantea problemas.
Sin embargo, las enseñanzas que pueden extraerse del desarrollo de la
ciencia física no justifican de ningún modo esta actitud ingenua. Como an-
tes hemos visto,2 uno de los principales resultados de esa evolución es que
las cosas que nos parecen semejantes puede que no lo sean en ningún senti-
do objetivo, es decir, puede que no tengan otras propiedades en común. Pero
una vez que aceptamos que las cosas difieren en sus efectos sobre nuestros
sentidos no necesariamente de la misma manera en que se diferencian en sus
comportamientos recíprocos, ya no podemos dar por hecho que lo que nos
parece semejante o distinto también se lo parecerá a los demás. La circuns-
tancia de que, en general, esto es así, constituye un importante hecho empí-
rico que, por un lado, exige una explicación (que es misión de la psicología)
y que, por otro lado, ha de ser aceptado como un dato básico en nuestro estu-
dio del comportamiento de las personas. El que objetos distintos signifiquen
lo mismo para distintas personas, y el que distintas personas persigan lo mis-
mo por medio de actos diferentes, no dejan de ser hechos importantes, aun-
que la física pueda demostrar que esos objetos o actos no tienen ninguna
otra propiedad en común.
Es cierto, desde luego, que nada sabemos acerca de las mentes de otras
personas si no es a través de percepciones sensoriales, es decir, de la observa-
ción de las realidades físicas. El tipo de hechos con los que tenemos que traba-
jar en cualquier disciplina no viene determinado por el conjunto de propie-
dades que posean los objetos concretos a los que se aplique la disciplina, sino
solo por aquellas propiedades por las que los clasificamos en función de los
objetivos de la disciplina en cuestión. Tomemos un ejemplo de las ciencias
físicas: todas las palancas o los péndulos que podamos concebir tienen pro-
piedades químicas y ópticas; pero cuando hablamos de palancas o péndulos
no las mencionamos. Lo que convierte a un conjunto de fenómenos indivi-
duales en hechos de una determinada clase son los atributos que seleccio-
namos con el objeto de tratarlos como miembros de una clase. Y aunque to-
dos los fenómenos sociales que nos puedan interesar poseen atributos físicos,
esto no significa que tengan que ser relevantes para nuestros propósitos.

2. Véase supra, pp. 142 y ss.

177
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

El aspecto relevante acerca de los objetos de la actividad humana que nos


conciernen en las ciencias sociales, y también acerca de esas actividades hu-
manas en sí mismas, es que, al interpretar los actos de las personas, agrupa-
mos espontánea e inconscientemente un amplio número de realidades físi-
cas que no tienen ninguna propiedad física en común como instancias de un
mismo objeto o de un mismo acto. Sabemos que, al igual que nosotros, otras
personas consideran que un amplio número de cosas físicamente diferen-
tes, a, b, c, d,… etc., pertenecen a la misma clase; y lo sabemos porque esas
personas, como nosotros, reaccionan ante cualquiera de esas cosas mediante
los movimientos α, β, γ, δ,… que, de nuevo, no tienen por qué tener ninguna
propiedad física en común. Sin embargo, este conocimiento que guía cons-
tantemente nuestros actos —que necesariamente es previo a cualquier co-
municación con otras personas y que esa misma comunicación presupone—
no es un conocimiento consciente en el sentido de que estemos en condicio-
nes de enumerar todos los fenómenos físicos que identificamos sin dudar
como miembros de la clase: no sabemos cuál de las múltiples combinaciones
posibles de propiedades físicas identificaremos como una determinada pala-
bra, una «cara amable» o un «gesto amenazador». Probablemente la inves-
tigación empírica aún no ha conseguido determinar con precisión la gama
de fenómenos a los que, tanto nosotros como otras personas, atribuimos sin
dudar el mismo significado; sin embargo, actuamos constantemente y con
éxito asumiendo que clasificamos las cosas de la misma forma que lo hace el
resto de la gente. No estamos en condiciones —y quizá nunca lo estemos—
de sustituir las categorías mentales que empleamos cuando hablamos de los
actos de otra gente por objetos definidos en términos físicos.3 Y cuando lo ha-
cemos, los hechos físicos a los que nos referimos no son relevantes en cuanto
a tales, es decir, no como miembros de una clase que tiene ciertas propiedades

3. Los intentos de superar esta dificultad por medio de una enumeración ilustrativa de algunos
de los atributos físicos del objeto que consideramos pertenece a una de esas categorías mentales no
son más que una petición de principio. Describir la ira en función de ciertos síntomas físicos no nos
sirve de mucha ayuda, a no ser que podamos enumerar exhaustivamente todos los síntomas por los
que identificamos en todos los casos, y siempre que se presenten, que la persona que los muestra está
furiosa. Solo en el caso de que pudiéramos hacerlo sería legítimo decir que por ira no entendemos más
que ciertos fenómenos físicos.

178
EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

en común, sino como elementos de una clase que puede contener cosas com-
pletamente diferentes pero que «significan» lo mismo para nosotros.
Es preciso dejar aquí constancia expresa de una consideración que se deriva
de todo lo expuesto acerca de este punto y que, aunque parezca deducirse
de la concepción moderna sobre el carácter de la investigación en la Física, aún
resulta poco familiar. Se trata de que, no solo las entidades mentales como los
«conceptos» o las «ideas» —habitualmente denominadas «abstracciones»—,
sino todos los fenómenos de la mente, las percepciones sensoriales y las imá-
genes, han de considerarse como actos de clasificación realizados por el cere-
bro.4 Por supuesto, esto no es más que otra forma de decir que las cualidades
que percibimos no son propiedades de los objetos, sino formas en las que
nosotros (a título individual o como especie) hemos aprendido a agrupar o
clasificar los estímulos externos. Percibir es asignar a una categoría (o ca-
tegorías) conocida: no podríamos percibir nada completamente diferente a
cualquier cosa que hubiéramos percibido antes.5 Esto no quiere decir, sin

4. Esto también debe servir como justificación de la aparente falta de rigor con la que hemos
mezclado hasta ahora, a efectos ilustrativos, categorías como sensación, percepciones, conceptos e
ideas. Estas diferentes clases de entidades mentales tienen todas en común que son clasificaciones de
posibles estímulos externos (o conjuntos de esos estímulos). Este punto de vista quizá parezca menos
extraño ahora de lo que habría sido hace cincuenta años, puesto que en las configuraciones o cuali-
dades Gestalt nos hemos familiarizado con algo que ocupa un lugar intermedio entre las antiguas
cualidades sensoriales «elementales» y los conceptos. Puede añadirse que en esta visión no parece,
sin embargo, que haya lugar para las injustificadas conclusiones ontológicas que muchos miembros
de la escuela de la Gestalt derivan de sus interesantes observaciones; no hay razón para sostener que
los «conjuntos» que percibimos son propiedades del mundo externo y no meramente formas en las
que nuestra mente clasifica grupos de estímulos; como otras abstracciones, las relaciones entre las
partes de esa forma pueden ser significativas o no.
Quizá deberíamos mencionar también que no hay razón para considerar los valores como las
únicas categorías mentales puras que, por lo tanto, no aparecen en nuestra imagen del mundo físico.
Aunque los valores deben ocupar necesariamente un lugar central en lo que concierne a la acción in-
tencional, no son, desde luego, la única clase de categorías mentales puras que tendremos que emplear
para interpretar las actividades humanas: la diferencia entre verdadero y falso muestra al menos otro
ejemplo de categorías puramente mentales que es de gran importancia en este tenor. En cuanto a la
cuestión de si las consideraciones acerca los valores no son necesarias, que nos guiará en la selección
de los aspectos de la vida social que queremos estudiar, véase la nota 7 del capítulo 7.
5. [En el artículo original en Economica, Hayek añadió una nota en la que se leía: «A pesar de
que la segunda vez que estamos expuestos a un nuevo estímulo puede que ya lo “reconozcamos”

179
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

embargo, que todas las cosas que clasificamos en un mismo conjunto tengan
que poseer propiedades en común más allá del hecho de que provocan en
nosotros la misma reacción. Un error habitual, pero peligroso, es creer que
las cosas que nuestros sentidos o nuestra mente tratan como pertenecien-
tes a la misma clase deben tener algo más en común aparte de que nuestra
mente las registre de la misma forma. Aunque normalmente existe alguna
justificación objetiva por la que consideramos semejantes ciertas cosas, esto
no siempre es así. Pero, mientras que al estudiar la naturaleza, las clasifica-
ciones que no se basen únicamente en las semejanzas de los objetos respecto
de su comportamiento deben ser tratadas como «ilusiones» de las que debe-
mos librarnos, estas son relevantes para entender la acción humana. La im-
portante diferencia entre la posición de esas categorías mentales en las dos
esferas es que, cuando estudiamos el funcionamiento de la naturaleza exte-
rior a nosotros, nuestras sensaciones y nuestros pensamientos no son esla-
bones en la cadena de hechos observados —son meras referencias acerca de
ellos—; pero en el mecanismo de la sociedad constituyen un eslabón esen-
cial, puesto que las fuerzas que allí operan lo hacen a través de esas entida-
des mentales que son directamente conocidas para nosotros: aunque las co-
sas en el mundo exterior no se comportan de forma similar o diferente por
el hecho de que a nuestros ojos parezcan semejantes, nuestra conducta sí de-
pende de si esas cosas nos parecen iguales o distintas.
El conductista o el fisicalista que en el estudio de la conducta humana de-
see realmente prescindir del uso de las categorías presentes en nuestra men-
te y que aspire a limitarse estrictamente al estudio de las reacciones del hom-
bre respecto de los objetos definidos en términos físicos, para ser coherente
tendría que abstenerse de hablar sobre las acciones humanas mientras que
no hubieran establecido experimentalmente la forma en que nuestros sen-
tidos y nuestra mente agrupan los estímulos externos como semejantes o
distintos. Tendría que empezar por preguntar qué objetos físicos parecen se-
mejantes y cuáles diferentes (y cómo es que lo parecen) antes de que pudiera
abordar seriamente el estudio de la conducta humana respecto de esas cosas.

como idéntico a algo que nos ocurrió en circunstancias cuya repetición nos viene a la mente, la primera
vez no deberíamos ser aún “conscientes” de dicho estímulo, pues todavía no había ocupado un lugar
en la estructura de nuestra mente». – Ed.].

180
EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

Es importante aclarar que nuestro argumento no es que tal intento de ex-


plicar el principio por el que nuestra mente o nuestro cerebro transforman
las realidades físicas en entidades mentales sea imposible. Una vez que ad-
mitimos que se trata de un proceso de clasificación, no hay razón por la que
tengamos que abstenernos de averiguar el principio por el que opera. La clasi-
ficación es, después de todo, un proceso mecánico, es decir, un proceso que
puede llevar a cabo una máquina que catalogue y agrupe objetos en función
de ciertas propiedades.6 Más bien, nuestro argumento es, en primer lugar,
que para la misión de las ciencias sociales, tal explicación de cómo se forman
las entidades mentales y sus relaciones con las realidades físicas que repre-
sentan es innecesaria y no nos serviría de ayuda; y en segundo lugar, que esa
explicación, aunque concebible, no solo no está a nuestro alcance hoy por hoy
ni parece que lo vaya a estar en mucho tiempo, sino que tampoco es probable
que llegue a ser algo más que una «explicación del principio»7 por el que el
mecanismo de clasificación funciona. Parece razonable que cualquier aparato
de clasificación tendrá que poseer siempre un grado de complejidad mayor
que el de cualquiera de las cosas que clasifica; y si esto es cierto, se seguiría
que es imposible que nuestro cerebro pueda producir alguna vez una expli-
cación completa (y no solo una mera explicación del principio) de la formas
concretas en que él mismo clasifica los estímulos externos. Mas tarde ten-
dremos que considerar el significado de la paradoja de que «explicar» nues-
tro conocimiento requeriría que supiéramos más de lo que realmente sabe-
mos, lo que, por supuesto, es una contradicción en los términos.
Pero supongamos de momento que hemos tenido éxito en reducir todos
los fenómenos mentales a procesos físicos. Supongamos que conocemos el
mecanismo por el que nuestro sistema nervioso central agrupa los estímulos
(elementales o complejos) a, b, c,… o bien, l, m, n… o bien, r, s, t en clases
determinadas por el hecho de que, ante cualquier miembro de una clase, reac-
cionaremos expresando alguno de los miembros de las correspondientes cla-
ses de reacciones α, β, γ,… ν, ξ, ο,… o bien ϕ, χ, ψ… La hipótesis implica,
tanto que este sistema, no solo nos ha de resultar familiar en la forma en

6. Lo que, como ya hemos visto, no significa, por supuesto, que vaya a asignar siempre a la misma
clase los elementos que tengan propiedades comunes.
7. Véase pp. 74-75 de este volumen.

181
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

que nuestra propia mente actúa, sino que conocemos explícitamente todas
las relaciones que lo determinan, como que también conocemos el mecanismo
por el que realmente se efectúa la clasificación. Deberíamos, pues, ser capa-
ces de correlacionar unívocamente las entidades mentales con grupos defi-
nidos de realidades físicas. Habríamos, de este modo, «unificado» la ciencia,
pero no nos encontraríamos en mejor situación con respecto a la tarea espe-
cífica de las ciencias sociales de la que nos hallamos ahora. Aún tendríamos
que seguir usando las viejas categorías, aunque pudiéramos explicar su
formación y aunque pudiéramos saber las realidades físicas que hay «detrás»
de ellas. Aunque supiéramos que existe otra ordenación de las realidades natu-
rales más apropiada para explicar los fenómenos externos, a la hora de inter-
pretar las acciones humanas aún tendríamos que seguir empleando la clasi-
ficación en que los hechos se presentan realmente a la mente de quienes actúan.
Así, dejando a un lado el hecho de que probablemente tendremos que espe-
rar eternamente hasta que podamos sustituir las entidades mentales por reali-
dades físicas, y aunque finalmente lo consiguiéramos, no dispondríamos de
mejores medios para los problemas que hemos de abordar en las ciencias so-
ciales.
La idea, implícita en la jerarquía de las ciencias de Comte8 y en muchas
otras argumentaciones similares, de que las ciencias sociales deben «basarse»
en cierta medida en las ciencias físicas, de que están condenadas al éxito una
vez que las ciencias físicas hayan avanzado lo suficiente como para permi-
tirnos tratar los fenómenos sociales en términos físicos, en «lenguaje físico»,
es, por consiguiente, completamente errónea. El problema de explicar los pro-
cesos mentales por medio de procesos físicos es completamente distinto de
los problemas de las ciencias sociales, se trata de un problema de la psicolo-
gía fisiológica. Pero, se resuelva o no, para las ciencias sociales las entidades
mentales a priori han de constituir el punto de partida, se haya conseguido
o no explicar cómo se forman.
No podemos analizar aquí todas las demás formas en que el «objetivis-
mo» característico del enfoque cientista ha ejercido su influencia y ha indu-
cido a error en las ciencias sociales. En el curso de nuestro examen histórico

8. Véase el comentario de Carl Menger sobre esto en el pasaje citado en el cap. 4, nota 3, de este
volumen.

182
EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

encontraremos esta tendencia a fijarse en los atributos «reales» de los obje-


tos de la actividad humana que se ocultan detrás de sus ideas sobre ellos plas-
mada de muchas y diversas formas. Aquí solo abordaremos una breve visión
general.
Casi tan importante como las diversas formas de conductismo, y estre-
chamente relacionado con ellas, es la habitual tendencia en el estudio de los
fenómenos sociales a dejar a un lado los fenómenos «meramente» cualita-
tivos para concentrarse, siguiendo el modelo de las ciencias naturales, en los
aspectos cuantitativos, en lo que se puede medir. Ya hemos visto antes9 cómo
esta tendencia es, en las ciencias naturales, una consecuencia necesaria de
su tarea específica consistente en sustituir la imagen del mundo que se ob-
tiene a partir de las cualidades sensoriales por otra imagen en la que las uni-
dades están definidas exclusivamente en función de sus relaciones explícitas.
El éxito de este método en su campo ha hecho que se convierta en lo que hoy
generalizadamente se considera como el sello distintivo de cualquier inves-
tigación científica. Aunque su razón de ser, la necesidad de sustituir la clasi-
ficación de los eventos que nuestros sentidos y nuestra mente nos propor-
cionan por otra más apropiada, no se da cuando intentamos entender a otros
seres humanos, ni tampoco cuando ese entender es posible merced al hecho
de que poseemos una mente como las suyas y que a partir de las categorías
mentales que compartimos con ellos podemos llegar a nuestro objetivo, re-
construir los complejos o instituciones sociales. La ciega adopción de la lu-
cha por obtener medidas cuantitativas10 en un campo en el que no están pre-
sentes las condiciones específicas que le dan su importancia fundamental en
las ciencias naturales es consecuencia de un prejuicio completamente infun-
dado. Esta actitud es responsable, probablemente, de los peores absurdos y
aberraciones que ha producido el cientismo en las ciencias sociales. No solo

9. Véase supra, pp. 146-149.


10. Habría, quizá, que señalar que no hay ninguna conexión necesaria entre el uso de las ma-
temáticas en las ciencias sociales y los intentos de medir los fenómenos sociales —como especialmente
la gente familiarizada con las matemáticas elementales estaría dispuesta a creer. Las matemáticas pue-
den ser —y en economía probablemente lo son— absolutamente indispensables para describir cier-
tos tipos de complejas relaciones estructurales, aunque puede que no exista nunca una oportunidad
de conocer los valores numéricos de las magnitudes concretas (engañosamente llamadas «constan-
tes») que aparecen en las fórmulas que describen esas estructuras.

183
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

conduce con frecuencia a la selección para su estudio de los aspectos más


irrelevantes del fenómeno tan solo porque son mensurables, sino también
a «medidas» y asignaciones de valores numéricos que carecen completamente
de significado. Lo que un distinguido filósofo escribió recientemente acerca
de la psicología es, al menos, igual de cierto para las ciencias sociales, esto es,
que resulta muy fácil «lanzarse a medir algo sin considerar lo que se está mi-
diendo o lo que la medida significa. A este tenor, algunas mediciones recien-
tes son del mismo tipo lógico que la afirmación de Platón de que un gober-
nante justo es 729 veces más feliz que otro injusto.»11
Íntimamente relacionada con la tendencia a abordar los objetos de la acti-
vidad humana en términos de sus atributos «reales» en lugar de considerar-
los tal y como se presentan a quienes actúan, se encuentra la propensión a
atribuir a quienes estudian la sociedad una especie de supermente, con algún
tipo de conocimiento absoluto, de tal modo que no necesitan partir de lo que
conoce la gente cuyas acciones estudia. Entre las más características mani-
festaciones de esta tendencia se encuentran varias formas de «energética»
social que, desde los primeros intentos de Ernest Solvay, Wilhelm Ostwald
y F. Soddy hasta nuestros días,12 ha reaparecido constantemente entre los

11. M.R. Cohen, Reason and Nature, p. 305


12. Ver L. Hogben (en Lancelot Hogben’s Dangerous Thoughts [1939], p. 99): «La abundancia es
el exceso de energía libre sobre las necesidades calóricas del esfuerzo humano, empleado en cubrir las
necesidades que todos los seres humanos comparten.» [Hogben puso en cursiva toda la frase que
Hayek cita. El movimiento de la energética, que vio en el concepto de energía «un principio que lo abarca
todo para reformar el método y el contenido de la ciencia» (Philip Mirowski, More Heat Than Light:
Economics as Social Physics, Physics as Nature’s Economics [Cambridge: Cambridge University Press,
1989], p. 53), surgió en la segunda mitad del siglo XIX, y algunos de sus seguidores querían aplicarle
también los principios del estudio de los fenómenos sociales. Ernest Solvay (1838-1922), químico, po-
lítico y escritor belga, contribuyó al movimiento de la energética social en su Questions d’énergétique
sociale: Notes et publications (1894-1910). También ayudó en la fundación de la Escuela de Comercio
Solvay de la Universidad Libre de Bruselas, en la que los estudiantes se convertían en «ingenieros comer-
ciales». Wilhelm Ostwald, químico y premio Nobel alemán, concluyó que el progreso de la civilización
iba de la mano del control de la humanidad sobre la energía. Entre estos escritos no científicos, se encon-
traba una biografía de Auguste Comte: Auguste Comte: Der Mann und sein Werk (1914). Tras la Primera
Guerra Mundial, Frederick Soddy (1877-1956), radioquímico y premio Nobel inglés, comenzó a escri-
bir sobre cómo podían usarse los principios científicos para solucionar los problemas económicos y so-
ciales en libros como Wealth, Virtual Wealth, and Debt (1926) y Money versus Man (1933). – Ed.].

184
EL OBJETIVISMO DEL ENFOQUE CIENTÍFICO

científicos y los ingenieros cuando abordan los problemas de la organización


social. La idea que subyace a estas teorías es que, como se supone que la cien-
cia enseña que todo puede ser, en última instancia, reducido a cantidades de
energía, el hombre, al hacer sus planes, debería considerar las cosas que inter-
vienen en ellos, no de acuerdo con la utilidad concreta que poseen para los
propósitos que él desea y sabe cómo emplearlas, sino como las unidades in-
tercambiables de energía abstracta que «realmente» son.
Otro ejemplo de esta tendencia, apenas menos crudo y mucho más ex-
tendido, es el concepto de posibilidades de producción «objetivas», de la can-
tidad de producto social que se supone que los factores físicos hacen posible,
una idea que frecuentemente encuentra su expresión en estimaciones cuan-
titativas de la, se supone, «capacidad productiva» de la sociedad en su con-
junto. Estas estimaciones se refieren por lo general, no a lo que los hombres
pueden producir por medio de una determinada organización, sino lo que
en cierto sentido objetivo indefinido «podría» producirse con los recursos
disponibles. Sin embargo, la mayoría de estas sentencias no tienen un signi-
ficado discernible. No significan que x o y o cualquier organización de per-
sonas podría conseguir esas cosas. Lo que significan realmente es que si todo
el conocimiento disperso entre una multitud de gente pudiera reunirlo una
sola mente, y si esta mente ordenadora pudiera hacer que toda la gente ac-
tuara cuando ella lo deseara, podrían alcanzarse ciertos resultados que, desde
luego, nadie conoce excepto esa mente. Apenas es necesario señalar que una
afirmación sobre una «posibilidad» que depende de tales condiciones no tie-
ne relación con la realidad. No existen cosas como la capacidad productiva de
la sociedad en abstracto —excepto algunas formas especiales de organización.
El único hecho que podemos considerar como dado es que existen determina-
das personas que tienen cierto conocimiento acerca de la forma en que cier-
tas cosas pueden emplearse para determinados propósitos. Este conocimien-
to nunca existe como un conjunto integrado o se encuentra en una sola mente,
y el único conocimiento que en todos los casos puede decirse que existe son
esas visiones aisladas, muchas veces incoherentes e incluso incompatibles,
de la gente.
De una naturaleza muy parecida son las frecuentes afirmaciones acerca
de las necesidades objetivas de la gente, donde objetivo es meramente una
etiqueta para las ideas de alguien acerca de lo que la gente debería querer.

185
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Tendremos que profundizar en las manifestaciones de este objetivismo ha-


cia el final de esta parte, cuando pasemos del cientismo propiamente dicho
a los efectos del enfoque característico del ingeniero, cuyas concepciones so-
bre la «eficiencia» han sido una de las fuerzas más poderosas mediante la cual
esta actitud ha logrado influir en los enfoque habituales acerca de los proble-
mas sociales.

186
6
EL COLECTIVISMO
DEL ENFOQUE CIENTISTA

Íntimamente relacionado con el objetivismo del enfoque cientista, está su


colectivismo metodológico, es decir su tendencia a tratar conjuntos como la
sociedad o la economía, el capitalismo (una determinada «fase» histórica) o
un sector industrial concreto, la clase o el país, como realidades bien defini-
das sobre las que podemos descubrir leyes observando su conducta agre-
gada. Mientras que el característico enfoque subjetivista de las ciencias so-
ciales parte, como hemos visto, de nuestro conocimiento del interior de esos
agregados sociales, del conocimiento de las actitudes individuales que for-
man los elementos de su estructura, el objetivismo de las ciencias naturales
intenta enfocarlos desde el exterior;1 trata los fenómenos sociales, no como
algo de lo que la mente humana es una parte y cuyos principios organiza-
dores podemos reconstruir a partir de las partes que nos son conocidas, sino
como si esos fenómenos fueran objetos que percibimos directamente como
conjuntos.
Existen varias razones por las que esta tendencia es tan frecuente en los
científicos naturales. Ellos están acostumbrados a buscar, en primer lugar,
regularidades empíricas en los fenómenos relativamente complejos que
son inmediatamente observables, y solo después de que han encontrado esas
regularidades tratan de explicarlas como el producto de una combinación

1. Describir, metafóricamente, por supuesto, esta diferencia como un contraste entre la visión
interna y la externa, induce menos a confusión de lo que suele hacerlo este tipo de metáforas, y es
quizá la forma más sencilla y eficaz para indicar la naturaleza de tal diferencia. Pone de relieve que
lo que nos es conocido de los conjuntos o agregados sociales son solo las partes, y que nunca percibi-
mos directamente el todo, sino que siempre hemos de reconstruirlo mediante un esfuerzo de nuestra
imaginación.

187
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de otros elementos (constructos), con frecuencia puramente hipotéticos,


de los que se supone que se comportan de acuerdo con reglas más simples
y generales. Están inclinados, pues, a buscar también en la esfera social, en
primer lugar, regularidades empíricas en el comportamiento de esos com-
plejos antes de que sientan la necesidad de una explicación teórica. Esta
tendencia se ve reforzada por la experiencia de que existen unas pocas re-
gularidades en la conducta de los individuos que pueden establecerse de una
forma estrictamente objetiva; y los científicos naturales esperan verlas re-
producidas en el conjunto. Finalmente, está la más bien vaga idea de que,
puesto que los «fenómenos sociales» son el objeto de estudio, el procedimien-
to obvio es comenzar por la observación directa de esos «fenómenos socia-
les», donde el uso popular de términos como sociedad y economía se toman
ingenuamente como pruebas de que han de existir «objetos» definidos que
se correspondan con esos términos. El hecho de que todo el mundo hable
de la nación o del capitalismo induce a creer que el primer paso en el estu-
dio de esos fenómenos debe ser ir a ver cuál es su aspecto, del mismo modo
que haríamos cuando se nos habla de una determinada piedra o de cierto
animal.2
El error inherente a este enfoque colectivista es que toma por hechos lo
que no son más que teorías provisionales, modelos construidos por la gente
para explicar la conexión entre algunos de los fenómenos individuales que
observamos. Sin embargo, la nota paradójica es, como hemos visto antes,3
que quienes son inducidos por el prejuicio cientista a enfocar los fenóme-
nos sociales de esta manera, a causa de su propia vehemencia por evitar cual-
quier elemento meramente subjetivo y limitarse a considerar los «hechos
objetivos», incurren precisamente en el mismo error que con más celo pre-
tenden evitar, el de tomar como hechos lo que no son más que las imprecisas
teorías del vulgo. Se convierten, cuando menos lo sospechaban, en víctimas

2. Sería falso, por supuesto, creer que el primer impulso del que estudia los fenómenos sociales
es otro que el de «ir a ver». No es la ignorancia de lo obvio, sino una larga experiencia lo que le ha
enseñado que ocuparse directamente de los agregados, cuya existencia sugiere el lenguaje popular,
no lleva a ninguna parte. Con razón, una de las primeras máximas que el estudioso de los fenóme-
nos sociales aprende (o tendría que aprender) es no atribuir nunca a «la sociedad» o «al país» actos
o comportamientos, reservándolos exclusivamente a los individuos.
3. Véase supra, pp. 165-167.

188
E L C O L E C T I V I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

de la falacia del «realismo conceptual» (popularizada por A.N. Whitehead


como la «falacia de la concreción fuera de lugar»).4
El ingenuo realismo que asume acríticamente que la existencia de concep-
tos de uso general implica necesariamente la existencia de cosas «dadas» a
las que estos hacen referencia impregna tan profundamente el pensamiento
actual acerca de los fenómenos sociales que debemos realizar un esfuerzo
consciente por librarnos de él. Mientras que la mayoría de la gente admitirá
sin rodeos que en este campo pueden existir especiales dificultades para iden-
tificar con claridad los conjuntos —pues nunca disponemos de muchos ejem-
plares de la misma clase y, por tanto, no podemos distinguir con facilidad sus
atributos esenciales de los meramente accidentales— muy pocos son conscien-
tes de que existe un obstáculo aún más importante: que los conjuntos nunca
son observables, sino que son, en todos los casos, construcciones que elabora
nuestra mente. No son «realidades de hecho», datos objetivos de un tipo simi-
lar que podamos identificar espontáneamente como semejantes en función
de los atributos físicos que tienen en común. No pueden ser percibidos de otra
manera que no sea a partir de un esquema mental que muestre la conexión
entre algunos de los muchos hechos individuales que podemos observar. Cuan-
do tenemos que tratar con esos agregados sociales no podemos (tal y como
hacemos en las ciencias naturales) comenzar con la observación de una serie
de casos que podamos identificar espontáneamente como ejemplos de «socie-
dades» o «economías», de «capitalismo» o «naciones», de «lenguaje» u «or-
denamiento jurídico», para, una vez reunido un número suficiente de casos,
poder empezar a buscar las leyes comunes a las que obedecen. Los conjun-
tos sociales no se nos presentan de la forma que podríamos llamar «unida-
des naturales» que podamos identificar como semejantes con nuestros senti-
dos, tal y como sucede con las mariposas, los minerales o los rayos de luz,
o incluso los bosques o los hormigueros. No se nos presentan como cosas
semejantes hasta que no nos preguntamos si lo que parece semejante también
se comporta de la misma forma. Los términos que todos nosotros emplea-
mos sin dificultad para los colectivos no denotan cosas definidas en el sentido
de que posean una serie de atributos estables perceptibles por los sentidos

4. [El inglés Alfred North Whitehead (1861-1947), matemático y filósofo de la ciencia, criticó este
error en su obra Science and the Modern World (Nueva York: Macmillan, 1925), pp. 51-55. – Ed.].

189
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

que podamos identificar como semejantes mediante la observación; se refie-


ren a ciertas estructuras de relaciones entre algunas de las muchas cosas que
podemos observar dentro de unos límites de espacio y de tiempo, y que pode-
mos seleccionar porque pensamos que somos capaces de discernir conexio-
nes entre ellos —conexiones que pueden o no existir en la realidad.
Lo que agrupamos como casos particulares del mismo colectivo o con-
junto son diferentes complejos de eventos individuales, por sí mismos quizá
bastante distintos, pero que creemos que están relacionados entre sí de una
forma semejante; son selecciones de ciertos elementos de una imagen com-
pleja realizadas en función de una teoría acerca de su coherencia. No repre-
sentan cosas concretas o tipos de cosas (si entendemos cosa en cualquier sen-
tido material o concreto) sino patrones u órdenes en los que cosas diferentes
pueden estar relacionadas entre sí —un orden que no es espacial ni tempo-
ral, sino que se define únicamente en términos de relaciones que son actitu-
des humanas inteligibles. Este orden o patrón es tan poco perceptible como
hecho físico como lo son las mismas relaciones; y solo puede estudiarse si-
guiendo las implicaciones que tienen las combinaciones de esas relaciones.
En otras palabras, los conjuntos de los que estamos hablando existen solo si
y en la medida en que la teoría que hemos construido acerca de la conexión
de las partes que estos contienen es correcta, los cuales solo podemos expre-
sar como un modelo construido a partir de esas relaciones.5
Las ciencias sociales, pues, no tratan de conjuntos «dados», su misión es
constituir esos conjuntos por medio de modelos que parten de elementos
familiares —modelos que reproducen la estructura de relaciones entre algu-
nos de los muchos fenómenos que siempre observamos simultáneamente en
la vida real. Esto no es menos cierto en lo que respecta a los conceptos po-
pulares acerca de los agregados o conjuntos sociales, que se designan con los
términos habituales en el lenguaje corriente; estos también se refieren a mo-
delos mentales, pero en lugar de ser una descripción precisa solo sugieren
vaga e imprecisamente la forma en que se conectan determinados fenóme-
nos. A veces, los conjuntos elaborados por las ciencias sociales teóricas se co-
rresponden aproximadamente con los conjuntos a los que se refiere el len-
guaje popular, porque su uso general ha logrado separar aproximadamente

5. Véase F. Kaufmann, «Soziale Kollektive», Zeitschrift für Nationalökonomie 1 (1930).

190
E L C O L E C T I V I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

lo significativo de lo accidental; otras veces, los conjuntos que construye la


teoría pueden hacer referencia a nuevas conexiones estructurales de las que,
antes de iniciar el estudio sistemático, no teníamos noticia y para las que el
lenguaje corriente no tiene nombre siquiera. Si tomamos conceptos habi-
tuales como «mercado» o «capital», el significado popular de esas palabras
corresponde, al menos en cierta medida, al de los conceptos homónimos que
tenemos que construir con fines teóricos, aunque en estos casos el significa-
do popular de estos conceptos es demasiado vago para poderlos emplear sin
antes dotarles de un significado más preciso. Si pueden reconvertirse para
el trabajo teórico es, sin embargo, porque en estos casos incluso los concep-
tos populares hace tiempo que dejaron de describir cosas concretas, defini-
bles en términos físicos, para abarcar una gran variedad de cosas diferentes
que se clasifican juntas únicamente porque se reconoce una similitud entre
la estructura de las relaciones entre los hombres y la de las relaciones entre
las cosas. «Mercado», por ejemplo, hace tiempo que dejó de significar exclusi-
vamente una reunión periódica de personas en un lugar determinado al que
estas llevan sus productos para venderlos en tenderetes. Este concepto ahora
abarca cualquier forma de contacto habitual entre posibles compradores y
vendedores de cualquier cosa que pueda ser vendida, ya sea mediante contac-
to personal, por teléfono, por telégrafo, mediante publicidad, etc., etc.6
Sin embargo, cuando hablamos del comportamiento de, por ejemplo, el
sistema de precios y analizamos el conjunto de variaciones interrelacionadas
que correspondan en ciertas condiciones a una caída en el tipo de interés, no
nos referimos a un conjunto que se manifieste a sí mismo a la gente o de algo
dado permanentemente; solo podemos reconstruirlo rastreando las reaccio-
nes de muchos individuos al cambio inicial y sus efectos inmediatos. Que en
este caso ciertos cambios «vayan juntos» —que en el amplio número de otros
cambios que en toda situación concreta ocurren simultáneamente con ellos,
y que con frecuencia eclipsan los que forman parte del complejo que nos inte-
resa, unos pocos formen otro complejo más íntimamente interrelacionado—

6. Habría que señalar que, aunque la observación puede ayudarnos a entender lo que la gente quie-
re decir con los conceptos que emplea, no puede nunca decirnos lo que significa realmente «mercado»,
«capital», etc.; es decir, cuáles serán las relaciones significativas que hay que seleccionar para combinar-
las dentro de un modelo.

191
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

no es algo que podamos saber simplemente por la observación de que, por lo


general, estos cambios ocurren juntos. Tal cosa sería imposible, porque no
podría determinarse mediante ningún atributo físico de las cosas lo que en
diferentes circunstancias tendría que considerarse como el mismo grupo de
cambios; solo podría hacerse seleccionado ciertos aspectos relevantes en las
actitudes de los hombres hacia las cosas, lo que solo es posible con la ayuda
de los modelos que hayamos construido.
El error de tratar como objetos definidos conjuntos que no son más que
construcciones, y que no pueden tener más propiedades que las que se deri-
ven de la forma en que los hemos construido a partir de los elementos, proba-
blemente ha aparecido con mayor frecuencia en la forma de diversas teorías
acerca de una mente «social» o «colectiva»,7 y ha planteado a este respecto
toda clase de pseudo-problemas. La misma idea se oculta frecuentemente
—aunque de modo imperfecto— tras los atributos de personalidad o indi-
vidualidad que se otorgan a la sociedad. Cualquiera que sea el nombre que
se les dé, estos términos siempre significan que, en lugar de reconstruir los
conjuntos a partir de las relaciones entre las mentes individuales, las cuales
conocemos directamente, se toma un conjunto vagamente aprehendido al que
se trata como algo semejante a la mente humana. Así es como, en las cien-
cias sociales, un uso ilegítimo de conceptos antropomórficos ha causado un
efecto tan dañino como en las ciencias naturales. Lo extraordinario aquí es,
de nuevo, que haya sido con tanta frecuencia el empirismo de los positivis-
tas, los enemigos mortales de todo concepto antropomórfico aun cuando se
emplee correctamente, lo que les haya llevado a postular entidades metafísi-
cas y a tratar a la humanidad, tal y como hace Comte, como un «ser social»,
una especie de superpersona. Pero como no existen otras posibilidades más
que construir los conjuntos a partir de las mentes individuales o postular una
supermente a imagen de la mente individual, y como los positivistas rechazan

7. Sobre todo este problema, véase M. Ginsberg, The Psychology of Society (1921), cap. 4. Lo
que hemos dicho en el texto no excluye, por supuesto, la posibilidad de que nuestro estudio de la forma
en que las mentes individuales interactúan pueda revelarnos una estructura que opera en ciertos aspec-
tos de un modo semejante a la mente individual. Y es posible que el término mente colectiva sea el
mejor término disponible para denominar tal estructura —aunque es altamente improbable que las
ventajas de usar esta expresión compensen alguna vez sus desventajas. Pero, aun cuando fuera así,
emplearla no debe llevarnos a pensar que describe ningún objeto observable que pueda ser estudiado.

192
E L C O L E C T I V I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

la primera alternativa, están necesariamente abocados a escoger la segunda.


He aquí la raíz de esa curiosa alianza entre el positivismo decimonónico y
el hegelismo, de la que nos ocuparemos en otro ensayo.8
No es frecuente que el enfoque colectivista de los fenómenos sociales se
proclame con tanto énfasis como cuando el fundador de la sociología, Auguste
Comte, afirmó respecto de ellos que, como en biología, «la totalidad del ob-
jeto se conoce aquí, ciertamente, mucho mejor y de forma más inmediata-
mente accesible»9 que las partes que lo constituyen. Esta visión ha ejercido
una influencia duradera sobre ese estudio cientista de la sociedad que él in-
tentó crear. Sin embargo, la particular similitud entre los objetos de la biolo-
gía y los de la sociología, que tan bien encajaba en la jerarquía comtiana de
las ciencias, no existe en la realidad. En biología primero necesitamos, cier-
tamente, identificar como cosas de una clase las unidades naturales, las com-
binaciones estables de propiedades sensoriales, de las que encontramos mu-
chos casos que espontáneamente reconocemos como semejantes. Podemos,
pues, empezar preguntando por qué esos grupos definidos de atributos se
presentan generalmente juntos. Pero cuando tratamos de conjuntos o estruc-
turas sociales, no es la observación de la coexistencia habitual de ciertos he-
chos físicos lo que nos muestra que van unidos o forman un conjunto. No
observamos primero que las partes siempre se presenten juntas para pregun-
tar después qué es lo que las mantiene juntas; sino que solo porque sabemos
cuáles son los lazos que las unen podemos seleccionar unos pocos elemen-
tos de la inmensa complejidad del mundo que nos rodea como partes de un
conjunto relacionado.
Veremos cómo Comte y muchos otros consideran los fenómenos socia-
les como conjuntos dados en otro sentido diferente, sosteniendo que los fe-
nómenos sociales concretos pueden entenderse solamente considerando la
totalidad de cuanto pueda encontrarse dentro de ciertos límites espacio-tem-
porales, y que cualquier intento de seleccionar partes o aspectos conectados
sistemáticamente está condenada al fracaso. De esta forma, el argumento
equivale a negar la posibilidad de una teoría de los fenómenos sociales como,
por ejemplo, la que aporta la economía, y conduce directamente a lo que se

8. [Véase más adelante en el capítulo 17. – Ed.].


9. Auguste Comte, Cours de philosophie positive, 4.ª ed., vol. 4, p. 258.

193
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ha denominado incorrectamente como el «método histórico», con el que,


desde luego, el colectivismo metodológico está estrechamente relaciona-
do. Analizaremos este punto de vista más tarde, en el apartado dedicado al
historicismo.
El intento de entender los fenómenos como conjuntos encuentra su ex-
presión más característica en el deseo de llegar a una visión panorámica y
comprehensiva, en la esperanza de que, así, las regularidades que de cerca
permanecían oscuras se revelarán por sí mismas. Ya sea la idea de un obser-
vador situado en un planeta distante, que siempre ha sido la preferida por
los positivistas desde Condorcet hasta Mach,10 o el examen de largos perio-
dos de tiempo, del que se espera que las configuraciones constantes o las re-
gularidades afloren por ellas mismas, se trata siempre del mismo intento de
apartarse de nuestro conocimiento interior de los asuntos humanos y ganar
el tipo de perspectiva que, se supone, tendría alguien que no fuera un ser hu-
mano pero que mantuviera con los hombres la misma relación que nosotros
mantenemos con el mundo exterior.
Esta visión distante y comprehensiva de los acontecimientos humanos
a la que el enfoque cientista aspira se denomina hoy con frecuencia la «vi-
sión macroscópica». Sería mejor llamarla visión telescópica (que significa,
simplemente, visión a distancia —a no ser que el telescopio esté al revés)
puesto que su objetivo es ignorar deliberadamente lo que solo podemos ver
desde dentro. En el «macrocosmos» que este enfoque intenta ver, y en las

10. Ernst Mach, Erkenntnis und Irrtum, 3.ª ed. (1917), p. 28, donde, sin embargo, señala correc-
tamente que «si pudiéramos observar a los hombres desde una distancia mayor, en la perspectiva de
los pájaros o desde la luna, entonces desaparecerían de nuestra mirada los pequeños detalles y las
peculiaridades que se originan en las experiencias individuales, y no veríamos sino una masa extre-
madamente regular y uniforme de seres humanos que crecen, se alimentan, se reproducen». [Esta
cita podría traducirse de la siguiente manera: «Si pudiéramos observar a los hombres desde una distan-
cia mayor, en la perspectiva de los pájaros o desde la luna, entonces desaparecerían de nuestra mirada
los pequeños detalles y las peculiaridades que se originan en las experiencias individuales, y no ve-
ríamos sino una masa extremadamente regular y uniforme de seres humanos que crecen, se ali-
mentan, se reproducen». Tanto Henri como Comte de Saint-Simon y Auguste Comte veían a Jean-
Antoine-Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), filósofo de la Ilustración francesa,
matemático, encyclopédiste y reformista, como un importante precursor. Para un análisis más deta-
llado de Hayek sobre el papel que desempeñó Condorcet en el desarrollo del cientismo, véase el capí-
tulo 11. – Ed.].

194
E L C O L E C T I V I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

teorías «macrodinámicas» que intenta elaborar, los elementos no serían


seres humanos sino colectivos, configuraciones constantes que, según se su-
pone, podrían definirse y describirse en términos estrictamente objetivos.
En la mayoría de los casos, esta creencia de que la visión panorámica nos
permitirá distinguir conjuntos por medio de criterios objetivos, demuestra
ser ilusoria. Esto resulta evidente tan pronto como tratemos de imaginar en
serio de qué se compondría el macrocosmos si realmente prescindiéramos
de nuestro conocimiento de lo que las cosas significan para los actuantes, y
si nos limitáramos a observar las acciones de las personas de la misma forma
que observamos un hormiguero o un panal de abejas. En la imagen que de
tal estudio se derivaría, no estarían presentes cosas como las herramientas
o los medios, bienes o dinero, crímenes o castigos, palabras o sentencias; solo
existirían objetos físicos definidos bien en términos de los atributos sensoria-
les que presenten al observador o bien incluso en términos puramente relacio-
nales. Y puesto que la conducta humana hacia los objetos físicos no mostra-
ría prácticamente ninguna regularidad discernible para tal observador —ya
que los hombres, en la mayor parte de los casos, parecerían no reaccionar
de la misma forma ante las cosas que el observador considera iguales ni tam-
poco de forma distinta ante las que considera diferentes—, este no podría
aspirar a explicar sus acciones a no ser que previamente hubiera conseguido
reconstruir con todo detalle la forma en que los sentidos y las mentes de los
humanos les hacen percibir el mundo exterior. En otras palabras, el famoso
observador marciano, antes de que pudiera entender de los asuntos huma-
nos tanto como el hombre corriente, tendría que reconstruir a través de nues-
tra conducta esos datos inmediatos de nuestra mente que para nosotros son
el punto de partida de cualquier interpretación de la acción humana.
Si no somos más conscientes de las dificultades que encontraría un obser-
vador que no poseyera una mente humana, es porque nunca hemos contem-
plado seriamente la posibilidad de que algún ser que nos sea conocido pueda
tener percepciones sensoriales o conocimientos de los que nosotros carezca-
mos. Correcta o incorrectamente, tendemos a suponer que las otras mentes
que podamos encontrar solo pueden ser inferiores a la nuestra, de tal modo
que cualquier cosa que perciban o conozcan también podemos percibirla o
conocerla nosotros. La única forma en que podemos formarnos una idea apro-
ximada de nuestra posición si tuviéramos que tratar con un organismo tan

195
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

complicado como el nuestro pero organizado sobre principios diferentes


—de tal modo que no pudiéramos reproducir su funcionamiento en ana-
logía con nuestra mente— es imaginar que tenemos que estudiar la conduc-
ta de personas con un conocimiento muy superior al nuestro. Si, por ejem-
plo, hubiéramos desarrollado nuestra moderna teoría científica encerrados
en un rincón del planeta, y entonces hubiéramos tomado contacto con otras
partes habitadas por una raza que hubiera avanzado mucho más en el cono-
cimiento, es evidente que no podríamos esperar entender muchas de sus ac-
ciones únicamente observando lo que hicieran y sin aprender directamente
de ellos sus conocimientos. No sería observándoles actuar como adquiriría-
mos sus conocimientos, más bien tendríamos que aprenderlos de ellos para
poder después comprender sus actos.
Debemos aún abordar brevemente otro argumento que se enmarca en
la tendencia a mirar «desde fuera» los fenómenos sociales, y que se confunde
fácilmente con el colectivismo metodológico del que hemos hablado, aunque
es realmente distinto de él. ¿No son fenómenos sociales, según su defini-
ción, los fenómenos de masas, y no es obvio, por tanto, que sería posible des-
cubrir regularidades en ellos si aplicamos a su investigación el método de-
sarrollado para el estudio de los fenómenos de masas, esto es, la estadística?
Esto es cierto respecto al estudio de ciertos fenómenos como los que estudian
las estadísticas de población y que, como hemos mencionado anteriormente,
a veces se califican como fenómenos sociales, aunque son en esencia diferen-
tes de los que aquí nos conciernen.
Nada hay más instructivo que comparar la naturaleza de estos conjun-
tos estadísticos, a los que a veces también se aplica la palabra colectivo, con
la de los conjuntos o colectivos de que se ocupan las ciencias sociales. El estu-
dio estadístico se centra en los atributos de los individuos, aunque no en los
de individuos concretos, de los que solo conocemos que son poseídos por una
determinada proporción de nuestro «colectivo» o «población». Para que una
serie de individuos constituya un verdadero colectivo estadístico es también
necesario que los atributos de los individuos cuya distribución de frecuen-
cias estudiamos no esté sistemáticamente relacionada o, al menos, que nues-
tra selección de los individuos que forman el «colectivo» no estén influidos
por el conocimiento de esa relación. Los colectivos de la estadística, en los que
estudiamos las regularidades que produce la «ley de los grandes números»,

196
E L C O L E C T I V I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

no son pues de ningún modo conjuntos en el sentido en que describimos las


estructuras sociales como conjuntos. Esto se aprecia mejor teniendo en cuen-
ta que las propiedades de los colectivos que la estadística estudia quedan inal-
teradas si del total de los elementos seleccionamos al azar parte de ellos. Lejos
de manejar estructuras de relaciones, la estadística, deliberada y sistemática-
mente, no toma en consideración las relaciones entre los elementos. Se ocu-
pa, insistimos, de las propiedades de los elementos del colectivo, pero no de
las propiedades de los elementos concretos, sino de la frecuencia con que los
elementos que reúnen ciertas propiedades se dan sobre el total. Y, lo que es
más, la estadística asume que esas propiedades no están sistemáticamente
relacionadas con las diferentes formas en que los elementos se relacionan
entre sí.
La consecuencia de esto es que en el estudio estadístico de los fenómenos
sociales, las estructuras de que se ocupan las ciencias sociales teóricas en reali-
dad desaparecen. La estadística puede proporcionarnos información muy in-
teresante e importante acerca de la materia prima con la que tenemos que
reproducir esas estructuras, pero nada puede decirnos acerca de ellas. En algu-
nos campos, esto resulta obvio en el momento en que se formula. Por ejem-
plo, no puede negarse que las estadísticas sobre palabras nada pueden decir-
nos acera de la estructura del lenguaje. Y aunque a veces se diga lo contrario,
es igualmente cierto de otros conjuntos sistemáticamente interrelacionados
como, por ejemplo, el sistema de precios. La información estadística acerca
de los elementos no puede explicarnos las propiedades de los conjuntos re-
lacionados. La estadística solo podría aportar conocimientos sobre las propie-
dades de los conjuntos si pudiera proporcionar información acerca de colec-
tivos cuyos elementos fueran conjuntos, es decir, si tuviéramos información
estadística acerca de las propiedades de muchos lenguajes distintos, de mu-
chos sistemas de precios, etc. Pero, aparte de las limitaciones prácticas que nos
impone el limitado número de casos que podemos conocer, existe un obstá-
culo aún más importante para el estudio estadístico de esos conjuntos: el he-
cho, que ya hemos discutido, de que esos conjuntos y sus propiedades no son
observables, solo nosotros podemos formarlos o construirlos a partir de sus
partes.
Sin embargo, lo que hemos dicho no cabe aplicarlo, de ningún modo, a todo
lo que hoy se entiende por estadística en las ciencias sociales. Gran parte de

197
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

lo que así se denomina no es estadística en sentido estricto, tal y como hoy


se entiende; no aborda en absoluto los fenómenos de masas, sino que es es-
tadística en el viejo y amplio sentido de la palabra, que se emplea para cual-
quier información descriptiva acerca de la sociedad. Aunque el término se
emplee hoy solo cuando los datos descriptivos son de naturaleza cuantita-
tiva, esto no debería llevarnos a confundirlo con la ciencia estadística en sen-
tido estricto. La mayoría de las estadísticas económicas que encontramos ha-
bitualmente, como las de comercio, las de cifras sobre variaciones de precios
y la mayoría de las «series temporales», o las de la «renta nacional», no son
datos a los que pueda aplicarse la técnica que se emplea en la investigación
de los fenómenos de masas. Son solo «medidas» y con frecuencia del tipo
de las que analizamos al final del capítulo 5. Si se refieren a fenómenos sig-
nificativos, pueden ser muy interesantes como información acerca de las con-
diciones existentes en un determinado momento. Pero, al contrario que la es-
tadística propiamente dicha, que puede sernos de gran ayuda para descubrir
importantes regularidades en el mundo social (aunque de un orden comple-
tamente diferente de las que manejan las ciencias sociales teóricas), no hay
razón para esperar que esas medidas nos revelen alguna vez algo de mayor
significación que el tiempo y el lugar concreto donde fueron confecciona-
das. Que no puedan producir generalizaciones no quiere decir, por supuesto,
que no sean útiles; pueden serlo y mucho; con frecuencia nos aportarán los
datos a los que nuestras generalizaciones teóricas deben ser aplicadas para
que sean de utilidad práctica. Son un elemento de información histórica acerca
de una determinada situación, cuya importancia habremos de analizar con
más detenimiento en los próximos capítulos.

198
7
EL HISTORICISMO
DEL ENFOQUE CIENTISTA

Describir el «historicismo»,1 del que ahora vamos a tratar, como un producto


del enfoque cientista puede causar sorpresa, puesto que habitualmente se
ha entendido que esta corriente representa la antítesis del tratamiento que
las ciencias naturales dan a los fenómenos sociales. Pero la concepción en que
este término propiamente se emplea (y que no debe confundirse con el ver-
dadero método del estudio histórico) demuestra ser, cuando se examina aten-
tamente, producto de los mismos prejuicios que dan origen a los demás erro-
res típicos del cientismo en relación con los fenómenos sociales. Si la idea
de que el historicismo es más una forma del cientismo que su antítesis tie-
ne aún la apariencia de una paradoja, ello se debe a que el término tiene dos
acepciones diferentes, a veces opuestas y que con frecuencia se confunden:
la antigua, que contraponía correctamente la labor del historiador a la del
científico, negando la posibilidad de una ciencia teórica de la historia, y la más
reciente que, por el contrario, afirma que la historia es el único camino que
hace posible una ciencia teórica de los fenómenos sociales. Por grande que
sea la diferencia entre estas dos concepciones que a veces reciben el nombre
de «historicismo», si las tomamos en sus formas extremas tienen sin embargo

1. [En el artículo original en Economica, Hayek usó el término «historismo» en vez de «histo-
ricismo» a lo largo de toda la sección. Entre ese año y 1952, Karl Popper publicó en Economica su
ensayo «The Poverty of Historicism», y posteriormente Hayek adoptó la terminología de su amigo.
Tal y como puede observarse en la siguiente nota, Hayek usó el término «historicismo» únicamente
para referirse al método «cientista» que defendían los economistas de la escuela histórica nueva, y
no para referirse a los métodos que exponían los economistas de la escuela histórica antigua.
Puede que este haya sido el origen de varios problemas con la traducción original al alemán del
ensayo, publicada en 1959 y realizada por la segunda mujer de Hayek, quien usó el término original
«historismo» en vez de «historicismo». – Ed.].

199
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

lo suficiente en común para hacer posible una transición gradual y apenas


perceptible desde el método histórico del historiador al cientismo historicis-
ta, que intenta convertir a la historia en «ciencia», la única ciencia de los fenó-
menos sociales.
La Escuela Histórica Antigua, cuyo desarrollo ha sido tan bien descrito re-
cientemente por el historiador alemán Meinecke, aunque bajo el desorienta-
dor nombre de Historismus,2 surgió en oposición a ciertas tendencias generali-
zadoras y «pragmáticas» de algunas concepciones del siglo XVIII, especialmente
francesas.3 Insiste en el carácter singular o único (individuell) de todos los fe-

2. F. Meinecke, Die Entstehung des Historismus (1936). El término historicismo, aplicado a la


escuela histórica antigua que analiza Meinecke, es inapropiado e induce a confusión, puesto que fue
introducido por Carl Menger (ver Untersuchungen über die Methoden der Sozialwissenschaften [1883],
pp. 216-220 —en referencia a Gervinus y Roscher— y Die Irrthümer des Historismus [1884]) para
describir las notas características de la joven escuela histórica de la economía representada por
Schmoller y sus asociados. Nada ilustra mejor la diferencia entre esta joven escuela histórica y la ante-
rior corriente de donde tomó el nombre que el hecho de que fue Schmoller quien acusó a Menger de
alinearse con la «escuela de Burke-Savigny», y no al contrario (ver G. Schmoller, «Zur Methodologie
der Staats-und Sozialwissenschaften», Jahrbuch für Gesetzgebung, etc., nueva serie, 7 [1886], p. 250).
[Aquí Hayek critica a Friedrich Meinecke (1862-1954), historiador, intelectual y político alemán,
por tratar a la escuela histórica alemana antigua, que incluye a individuos como Wilhelm Roscher
(1817-1894), Bruno Hildebrand (1812-1878) y Karl Knies (1821-1898), de la misma manera que a
los miembros de la escuela histórica nueva, como Gustav Schmoller, contra el que Menger luchó en
el Methodenstreit, o batalla por los métodos. Friedrich Karl von Savigny (1779-1861) fue líder de la
escuela histórica del derecho alemana, que fue contemporánea de la escuela histórica de economía
antigua, y cuyas doctrinas eran al parecer compatibles entre sí. El que Schmoller asociara a Menger,
su rival, con Savigny deja claras las diferencias de doctrinas entre la escuela histórica antigua y la nue-
va. Las teorías del derecho de Savigny guardan cierto parecido con las de Hayek; por ejemplo, Savigny
comparó la evolución del derecho con la del lenguaje y las costumbres, y advirtió de la reforma del
derecho de manera arbitraria mediante la legislación. Para saber más sobre las diferentes escuelas histó-
ricas y el Methodenstreit, véase Caldwell, Hayek’s Challenge, capítulos 2 a 4. – Ed.].
3. [El historicismo era en parte una reacción contra las opiniones generalizadoras de la Ilustración.
Entre las ideas que se oponían a dichas opiniones se encontraban: la que defendía que existe un orden
natural por descubrir en la sociedad, que se puede comparar con el que existe en el mundo natural;
la que afirmaba que el conocimiento del orden natural podía permitir a los humanos restructurar una
sociedad mediante líneas mucho más razonables; la que sostenía que la naturaleza humana era la mis-
ma en todas partes, y la que defendía que todo esto significaba que era posible una ciencia universal-
mente aplicable a lo social. Se asociaba el pensamiento de la Ilustración con Francia, sobre todo por

200
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

nómenos históricos, cuya génesis solo podía entenderse como el resultado


conjunto de multitud de fuerzas que operan durante largos periodos de tiem-
po. Su fuerte oposición a la interpretación «pragmática», que considera las
instituciones sociales como producto de un diseño intencional, implica de he-
cho el uso de una teoría «compositiva» que explica cómo esas instituciones
pueden surgir como resultado no perseguido conscientemente por los indi-
viduos en sus acciones aisladas. Es significativo que entre los padres de esta
corriente, Edmund Burke sea uno de los más importantes y que Adam Smith
ocupe un lugar de honor.
Pero aunque este método histórico lleva implícita una teoría, es decir,
una comprensión de los principios de coherencia estructural de los conjun-
tos sociales, los historiadores que lo emplearon no solo no desarrollaron sis-
temáticamente esa teoría —apenas eran conscientes de que la estaban em-
pleando—, sino que su justificada aversión a cualquier generalización en lo
que concierne a la investigación histórica también influyó en que sus ense-
ñanzas adolecieran de un sesgo antiteórico que, aunque al principio apun-
taba solo contra la forma incorrecta de hacer teoría, creó la impresión de que
la principal diferencia entre los métodos apropiados para el estudio de los fe-
nómenos naturales y sociales era la misma que se atribuía a la teoría y a la
historia. Esta oposición a la teoría por parte de la mayoría de los investiga-
dores de los fenómenos sociales hizo aparecer la diferencia entre el trata-
miento teórico e histórico como si fuera una consecuencia necesaria de las
diferencias entre los fines de las ciencias naturales y las ciencias sociales; y
la creencia de que la búsqueda de reglas generales debía quedar reservada
para el estudio de los fenómenos naturales, mientras que en el estudio de la
esfera social debía prevalecer el método histórico, se convirtió en la base so-
bre la que más tarde creció el historicismo. Pero al mismo tiempo que el his-
toricismo siguió reclamando la preeminencia de la investigación histórica
en este campo, casi le dio la vuelta a la actitud hacia la historia de la Escuela
Histórica Antigua, y bajo la influencia de las corrientes cientistas de la época
vino a presentar la historia como el estudio empírico de la sociedad del que

parte de los pensadores alemanes; por ejemplo, al filósofo de la Ilustración escocesa, Adam Smith, lo
consideraron los académicos alemanes por primera vez como un simple fisiócrata escocés. Para más
información sobre este tema, véase Caldwell, Hayek’s Challenge, capítulo 2 y citas. – Ed.].

201
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

finalmente surgirían las generalizaciones. La historia iba a ser la fuente de


la que emanaría una nueva ciencia de la sociedad, que, al mismo tiempo, fue-
ra histórica y sin embargo produjera el conocimiento teórico que esperába-
mos obtener acerca de la sociedad.
No entraremos ahora a describir cuál fue concretamente el proceso de
transición desde la Escuela Histórica Antigua hasta la Moderna. De momen-
to, basta tan solo señalar que el historicismo, en el sentido que le damos aquí,
no fue obra de los historiadores sino de los cultivadores de las ciencias socia-
les, concretamente de los economistas, quienes con ello esperaban ganar una
ruta empírica que les permitiera llegar al desarrollo teórico de su disciplina.
Pero rastrear este proceso en sus detalles y demostrar que sus responsables
estaban guiados realmente por los enfoques cientistas de su generación debe
quedar para la exposición histórica que abordaremos posteriormente.4
El primer punto que debemos considerar es la naturaleza de la diferencia
entre el tratamiento histórico y el teórico de cualquier materia, la cual, de
hecho, hace que exigir que la historia se convierta en una ciencia teórica o
que la teoría tenga que ser «histórica» implique una contradicción en los tér-
minos. Si entendemos la diferencia, quedará claro que esta no necesariamen-
te ha de estar relacionada con la diferencia entre los objetos de estudio a los
que los dos métodos respectivamente se aplican, y que para la comprensión
de cualquier fenómeno concreto, bien en la naturaleza o en la sociedad, son
igualmente necesarios ambos tipos de conocimiento.

4. Aunque en sus orígenes alemanes la conexión del historicismo con el positivismo es menos
notoria que en el caso de sus seguidores ingleses, como es el caso de Ingram o Ashley, no por ello de-
jaba de estar presente, y el que pase inadvertida solo se debe a que el historicismo se asocia errónea-
mente con el método histórico de la antigua escuela, en lugar de identificarlo con el enfoque de Roscher,
Hildebrandt y, especialmente, de Schmoller y su círculo. [El economista irlandés John Kells Ingram
(1823-1907) fue un ferviente admirador de Auguste comte y favoreció el reemplazo del método deduc-
tivo de la política clásica económica por generalizaciones empíricas tomadas de la historia. El histo-
riador inglés de la economía, Sir William J. Ashley (1960-1927), fue un duro crítico de la economía
ricardiana. Ashley sostenía que la verdad de las teorías econmicas era relativa al tiempo y al espacio.
Este historiador fue una figura importante en el establecimiento de la histora económica en Inglaterra,
siendo un duro oponente del libre mercado y defensor de una legislación social. Para más informa-
ción de la escuela histórica inglesa, véase Gerard Koot, English Historical Economics 1870-1926: The
Rise of Economic History and Neomercantilism, Cambridge, Cambridge UP, 1987. – Ed.].

202
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

No es, desde luego, exclusivo de la historia humana que esta tenga que
tratar eventos o situaciones únicas o singulares cuando tenemos en cuenta
todos los aspectos relevantes para dar respuesta a una pregunta concreta que
podamos formular acerca de ellos. Esto es igualmente cierto cuando, al in-
tentar explicar un fenómeno concreto, se toma en consideración un núme-
ro suficiente de aspectos —o, expresándolo de otra manera, en tanto no selec-
cionemos deliberadamente solo aquellos aspectos de la realidad que caigan
dentro de la esfera de alguno de los sistemas de proposiciones interrelaciona-
das que para nosotros constituyen las distintas ciencias teóricas. Si yo ob-
servo y registro el proceso por el que una parcela de mi jardín que he dejado
sin cultivar durante unos meses se va cubriendo de maleza gradualmente,
estoy describiendo un proceso que, en todo su detalle, no es menos único que
cualquier evento de la historia humana. Si quiero explicar la distribución de
las diferentes plantas que ocupan esa parcela en un momento cualquiera del
proceso, solo puedo hacerlo dando cuenta de todas las circunstancias rele-
vantes que han afectado a las distintas partes de ese sector de mi jardín a lo
largo del tiempo. Habré de tener en cuenta lo que pueda averiguar sobre las
diferencias en la composición del suelo, en la radiación solar, en la humedad,
en las corrientes de aire, etc., etc.; y para explicar los efectos de todos estos
factores, además de conocer todas esas circunstancias particulares, tendré que
recurrir a los conocimientos de varias ramas de la Física, de la Química, de
la Biología, de la Meteorología, etc. Todo esto dará como resultado la explica-
ción de un fenómeno concreto, pero no dará lugar a una teoría científica so-
bre cómo los jardines se cubren de maleza.
En un caso como este, la secuencia concreta de eventos, sus causas y sus
consecuencias, probablemente no despertará suficiente interés como para
que merezca la pena elaborar una relación escrita de ellos o convertir su estu-
dio en una nueva disciplina. Pero existen amplias áreas del conocimiento de
la naturaleza, representadas por disciplinas ya reconocidas, que en su carácter
metodológico no son diferentes del ejemplo del jardín. La Geografía, por ejem-
plo, y también —al menos en una gran medida— la Geología y la Astrono-
mía, estudian casos concretos, ya se trate de la Tierra o del universo; el propó-
sito es explicar una situación única, presentándola como el resultado de la
operación de muchas fuerzas sujetas a las leyes generales que estudian las
ciencias teóricas. Estas disciplinas no son ciencias en el sentido específico de

203
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

un conjunto de reglas generales para el que suele emplearse el término cien-


cia,5 es decir, no son ciencias teóricas sino aplicaciones de las leyes descubier-
tas por las ciencias teóricas para explicar situaciones «históricas» concretas.
La diferencia entre la búsqueda de principios genéricos y la explicación
de fenómenos concretos no está, pues, necesariamente relacionada con la
diferencia entre el estudio de la naturaleza y el estudio de la sociedad. En am-
bos campos necesitamos de las generalizaciones con el objeto de explicar even-
tos concretos y únicos. Solo podemos explicar o entender un fenómeno es-
pecífico indentificándolo, ya sea en el todo o en sus partes, como miembro
de una clase determinada de fenómenos, en cuanto que la explicación de un
fenómeno concreto presupone la existencia de reglas generales.
Sin embargo, cuando se trata de fenómenos sociales, existen muy buenas
razones para conceder mayor énfasis e importancia a la explicación de un
evento único que la búsqueda de generalizaciones; al contrario de lo que su-
cede en las ciencias naturales, donde el lugar preeminente lo ocupa la bús-
queda de leyes generales aplicables a eventos particulares poco controver-
tidos y, en general, de escaso interés general. En la mayoría de las ciencias
naturales, el evento o la situación particular es generalmente uno más entre
un gran número de eventos similares, de interés exclusivamente local y tem-
poral y que apenas despiertan discusión (excepto como pruebas confirmato-
rias de la regla general). Lo importante para las ciencias naturales es la ley
general aplicable a todos los eventos recurrentes de una clase determinada.
En el campo social, por otro lado, un suceso concreto o un evento único son
con frecuencia de tal importancia, y al mismo tiempo de tal complejidad y
tan difíciles de aprehender en todos sus aspectos importantes, que su expli-
cación y discusión constituyen en sí mismas una empresa que requiere toda
la energía de un especialista. En las ciencias sociales estudiamos eventos con-
cretos porque han contribuido a crear el medio concreto en el que vivimos o
porque son parte de ese medio. La creación y la disolución del Imperio Roma-
no o de las Cruzadas, la Revolución Francesa o el desarrollo de la industria
moderna, todos son conjuntos de eventos que han contribuido a configurar

5. No es preciso señalar que este uso del término ciencia (en el mismo sentido en que los alema-
nes hablan de Gesetzeswissenschaft), aun restringido, es más amplio que el que lo reserva exclusiva-
mente para las ciencias teóricas de la naturaleza, el cual es aún más restrictivo.

204
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

las circunstancias concretas en las que vivimos y cuya explicación es, por tan-
to, de gran interés.
Es necesario, sin embargo, considerar someramente la naturaleza lógica
de estos objetos de estudio únicos o singulares. Probablemente, la mayoría
de las numerosas disputas y confusiones que han surgido en relación a esto
se deben a la vaguedad de lo que habitualmente se entiende que constituye
un objeto —y especialmente al error de que la totalidad (es decir, todos los
aspectos posibles) de una situación determinada pueda constituir alguna vez
un solo objeto de pensamiento. Solo podemos abordar aquí algunos de los
problemas lógicos que esta creencia plantea.
La primera cuestión que debemos recordar es que, estrictamente hablando,
todo pensamiento ha de ser abstracto en alguna medida. Antes hemos visto
que toda percepción de la realidad, incluidas las sensaciones más simples,
implica una clasificación del objeto de acuerdo con alguna o algunas propie-
dades. El mismo conjunto de fenómenos que podamos descubrir dentro de
unos límites dados de espacio y tiempo puede considerarse en este sentido
bajo múltiples aspectos diferentes; y los principios con los que clasificamos
o agrupamos los eventos pueden diferir unos de otros no solamente de una
sino de muchas formas. Las diversas ciencias teóricas estudian solo aquellos
aspectos de los fenómenos que puedan encajar en una estructura de propo-
siciones interrelacionadas. Es necesario insistir en que esto no es menos cierto
para las ciencias de la naturaleza que para las ciencias sociales teóricas, pues-
to que la supuesta tendencia de las ciencias naturales a tratar con el «conjun-
to» o la totalidad de las cosas reales sirve con frecuencia de justificación a los
autores inclinados al historicismo para hacer lo mismo en el ámbito social.6

6. Ver, p. ej. E.F.M. Durbin, «Methods of Research - A Plea for Cooperation in the Social Sciences»,
Economic Journal (Junio de 1938), p. 191, donde el autor sostiene que en las ciencias sociales, «al con-
trario que en las ciencias naturales, nuestras subdivisiones son en su mayor parte (aunque no del todo)
abstracciones de la realidad más que parcelas de la realidad», y afirma de las ciencias naturales que
«en todos estos casos los objetos de estudio son objetos y grupos realmente independientes. No son
aspectos de algo más complejo. Son cosas reales». Es difícil de entender cómo puede afirmarse esto,
por ejemplo, de la cristalografía (uno de los ejemplos de Durbin). Este argumento ha sido extraordi-
nariamente popular entre los miembros de la escuela histórica alemana de economía, aunque hay que
decir que Durbin seguramente no es consciente de lo parecidos que son sus planteamientos a los de
los Kathedersozialisten (socialistas de cátedra) de esa escuela. [Evan Durbin (1906-1948), economista

205
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Cualquier disciplina del conocimiento, ya sea teórica o histórica, solo puede


manejar una selección de ciertos aspectos del mundo real; y en las ciencias
teóricas, el principio de selección es la posibilidad de encajar esos aspectos
en un conjunto de reglas dotadas de conexión lógica. La misma cosa puede
ser para una ciencia un péndulo, para otra un pedazo de latón, y para una
tercera un espejo convexo. Ya hemos visto que el hecho de que un péndulo
posea propiedades químicas y ópticas no significa que para estudiar las le-
yes de los péndulos debamos emplear los métodos de la química o la óptica
—aunque cuando apliquemos estas leyes a un péndulo concreto quizá deba-
mos tener en cuenta ciertas leyes de la química o la óptica. Análogamente,
como ya hemos señalado, el hecho de que todos los fenómenos sociales ten-
gan propiedades físicas no significa que debamos estudiarlos con los méto-
dos de las ciencias físicas.7
La selección de los aspectos de un grupo de fenómenos que puede expli-
carse por medio de un cuerpo de reglas no es, sin embargo, el único método
de selección o abstracción que el científico tendrá que emplear. Cuando la in-
vestigación se dirige, no a establecer reglas de aplicación general, sino a en-
contrar respuesta a una cuestión concreta que plantean los eventos del mun-
do que le rodea, el científico tendrá que seleccionar aquellos aspectos que sean
relevantes para esa cuestión en particular. Lo importante es que, en cualquier

y político del partido laborista inglés, impartió un curso sobre planificación socialista democrática
en la London School of Economics en la década de 1930, que se completó con el curso de Hayek so-
bre crítica de la planificación económica colectivista. A diferencia de Durbin, los economistas de la
nueva escuela histórica alemana eran imperialistas conservadores, pero su programa incluía nume-
rosas reformas sociales (para reforzar mejor el imperio), y como gozaban de la confianza del canci-
ller Bismarck, lograron implementarlas. Kathedersozialisten, o «socialistas de cátedra», era un término
de burla acuñado por el periodista liberal Heinrich Oppenheim que hacía alusión a las inclinaciones
reformistas de los economistas de la escuela histórica alemana. Hayek, en su conferencia inaugural
en la London School of Economics, «The Trend of Economic Thinking» [1933], reimpresión en The
Trend of Economic Thinking, señaló las similitudes entre las opiniones de los economistas de la escuela
histórica alemana y los socialistas ingleses de la década de 1930. – Ed.].
7. [En el artículo original en Economica, Hayek añadió una nota en la que se leía: «Es impor-
tante saber que todo el trabajo conocido de H. Rickert, sobre las diferencias entre Naturwissenschaften
y Kulturwissenschaften, se basa en la afirmación de que como todos los fenómenos que podemos ob-
servar son fenómenos físicos, entonces toda ciencia generalizadora (teórica) debe ser ciencia física».
Se menciona de nuevo a Rickert en la nota 10 de este capítulo. – Ed.].

206
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

caso, debe seleccionar un número limitado de la infinita variedad de fenó-


menos que puede encontrar en un tiempo y lugar determinado. En estos ca-
sos, a veces hablamos como si el científico considerara la situación «en su
totalidad», tal y como se le ha presentado. Pero lo que realmente queremos
decir no es que haya tomado en cuenta la inabarcable totalidad de cada cosa
que haya observado dentro de ciertos límites espacio-temporales, sino cier-
tos aspectos que se consideran relevantes para la cuestión planteada. Si yo
pregunto por qué la maleza de mi jardín ha crecido de una determinada ma-
nera y no de otra, no existe ninguna ciencia teórica que pueda darme una
respuesta. Esto no significa, sin embargo, que para responder a mi pregunta
tengamos que saber todo lo que pueda saberse acerca del intervalo espacio-
temporal en el que el fenómeno ha tenido lugar. Aun cuando nuestra pre-
gunta designa el fenómeno a explicar, solo mediante las leyes de las ciencias
teóricas podemos seleccionar los otros fenómenos que son relevantes para su
explicación. El objeto de la investigación científica nunca es la totalidad del
fenómeno observable en un tiempo y lugar determinados, sino solo ciertos
aspectos seleccionados: y en función de la pregunta que formulemos, la mis-
ma sección espacio-temporal puede contener cualquier número de diferen-
tes objetos de estudio. La mente humana no puede, desde luego, llegar nun-
ca a aprehender una «totalidad» entendida como absolutamente todos los
diferentes aspectos que contiene una situación real.
De la aplicación de estas consideraciones a los fenómenos de la historia
humana se derivan consecuencias muy importantes. Significa, nada menos,
que un proceso o periodo histórico no es nunca en sí un objeto de pensamien-
to simple y bien definido, solo alcanza esa categoría cuando planteamos una
cuestión acerca de él; y que, en función de la cuestión que formulemos, lo que
estamos acostumbrados a identificar como un evento histórico simple puede
convertirse en cualquier colección de diversos objetos de pensamiento.
Es la confusión en torno a este punto la principal causa por la que la doctri-
na, hoy tan en boga, de que todo el conocimiento histórico es necesariamente
relativo, determinado por nuestro «punto de vista» y sujeto a cambios con
el paso del tiempo.8 Esta postura es una consecuencia natural de la creencia

8. Puede encontrarse una buena guía sobre las teorías modernas del relativismo histórico en M.
Mandelbaum, The Problem of Historical Knowledge: An Answer to Relativism (Nueva York, 1938).

207
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de que las denominaciones que habitualmente se emplean para designar pe-


riodos históricos o conjuntos de acontecimientos tales como las Guerras Na-
poleónicas, «la Francia revolucionaria» o el periodo de la Commonwealth,
hacen referencia a individualidades únicas y bien definidas,9 de la misma ín-
dole que las especies biológicas o los planetas. Esas denominaciones que se
aplican a los periodos históricos no van mucho más allá de una mera referen-
cia al tiempo y al lugar, y apenas existen límites a las preguntas que pode-
mos formular sobre los acontecimientos que hayan tenido lugar durante el
periodo y en el área geográfica a la que se refieren. El objeto de estudio solo
puede concretarse en función de la pregunta que formulemos; y existen, por
supuesto, muchas razones por las que la gente, en épocas diferentes, pregun-
tará cuestiones distintas sobre el mismo periodo histórico.10 Pero esto no quie-
re decir que la historia, en épocas diferentes y sobre la base de la misma infor-
mación, ofrezca respuestas diferentes a la misma pregunta. Solo partiendo
de esto está justificado afirmar que el conocimiento histórico es relativo. El
núcleo de verdad en esta proposición es que los historiadores, a través del tiem-
po, centrarán su interés en distintos objetos, pero esto no quiere decir necesa-
riamente que varíen su postura respecto del mismo objeto.

9. Ver la nota 12 de este capítulo.


10. No nos es posible adentrarnos más en la interesante cuestión de las razones por las que el
historiador centra su atención en determinadas cuestiones que le hacen formular preguntas dife-
rentes sobre el mismo periodo en función de la época en que se encuentre. No obstante, quizá con-
venga hacer una breve referencia a un enfoque que ha ejercido una amplia influencia, puesto que
reivindica su aplicabilidad no solo a la historia, sino también a todas las manifestaciones de la cultura
(Kulturwissenschaften). Se trata del argumento de Rickert sobre que las ciencias sociales —para las
que, según él, solo el método histórico resulta apropiado— escogen su objeto de estudio exclusiva-
mente en función de ciertos valores que son los que le confieren importancia. Sin embargo, esto no
es así, a no ser que entendamos por «valores» (Wertbezogenheit) cualquier interés práctico en un
problema concreto, de tal forma que este concepto incluya las razones que nos impulsan, por ejem-
plo, a estudiar la geografía de Cumberland. Si yo, con el objeto de satisfacer mi afición detectivesca,
intento averiguar la razón por la que en el año X el señor N fue elegido alcalde de Cambridge, mi
trabajo no deja de ser una investigación histórica, aunque ningún valor conocido se haya visto afec-
tado por el hecho de que haya sido el señor N, en lugar de cualquier otro, quien fue elegido. No es la
razón por la que estamos interesados en un determinado problema, sino el carácter de ese problema,
lo que le convierte en un problema histórico. [Hayek se refiere a Heinrich Rickert (1863-1936), filó-
sofo alemán y fundador de la Escuela de Baden de Neokantismo, quien escribió sobre la metodología
apropiada para para una cultura de ciencia objetiva. – Ed.].

208
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

Tenemos que detenernos un poco más todavía en la naturaleza de los


conjuntos que estudia el historiador, aunque gran parte de lo que tenemos
que decir no es más que una aplicación de lo que ya hemos dicho acerca de
los conjuntos que algunos autores consideran como objetos en los que apo-
yar generalizaciones teóricas. Lo que dijimos entonces de los conjuntos es
igualmente cierto respecto de los conjuntos que estudia el historiador. Nun-
ca se le presentan por sí mismos como conjuntos, sino que es él quien ha
de reconstruirlos a partir de sus elementos, lo único que puede percibirse
directamente. Ya se trate del gobierno que existiera entonces, de los flujos
comerciales, de los ejércitos o de la preservación o extensión del conocimien-
to en la época que el historiador estudia, él nunca se refiere a una colección
constante de atributos físicos directamente observados, sino siempre a un
sistema de relaciones entre algunos de los elementos observados al que solo
puede llegarse a través de la inferencia. Palabras como gobierno, comercio,
ejército y conocimiento no hacen referencia a cosas observables sino a es-
tructuras de relaciones que solo pueden describirse mediante una represen-
tación esquemática o «teoría» del sistema de relaciones permanente entre
unos elementos que varían constantemente.11 Estos «conjuntos», en otras
palabras, no existen fuera de la teoría con la que los constituimos, fuera de
la técnica mental por la que podemos reconstruir las conexiones entre los
elementos observados y seguir las implicaciones que se derivan de esas com-
binaciones.
El lugar de la teoría en el conocimiento histórico es, pues, la formación
o la constitución de conjuntos que no son visibles hasta que se penetra en
el sistema de relaciones que conecta las partes. Sin embargo, las generaliza-
ciones de la teoría no se refieren, ni pueden referirse —como erróneamente
creyeron los historiadores de la Escuela Histórica Antigua (que, por tal ra-
zón, se oponían a los desarrollos teóricos)—, a los conjuntos que maneja la
historia, es decir, a las constelaciones concretas de elementos que la historia
estudia. Los modelos de conjuntos, de relaciones estructurales, que la teoría

11. Esto no afecta al hecho esencial de que el historiador ya ha llevado a cabo previamente la
teorización por sus propios medios, puesto que al relatar los «hechos» empleará términos como es-
tado o ciudad, que no pueden definirse a partir de características físicas, sino que hacen referencia a
una estructura de relaciones que, hecha explícita, constituye una «teoría» sobre la materia.

209
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

pone a disposición del historiador (aunque tampoco estos son los elemen-
tos dados a partir de los que la teoría construye sus generalizaciones, sino
más bien el resultado de la actividad teórica), no son idénticos a los conjun-
tos con los que el historiador se encuentra. Los modelos que ofrece cualquie-
ra de las ciencias teóricas de la sociedad están formados necesariamente por
elementos de una clase, que son seleccionados porque su relación puede ex-
plicarse con un conjunto de principios coherente, y no porque ayuden a res-
ponder a una determinada cuestión acerca de un fenómeno concreto. Para
este fin, el historiador tendrá que emplear habitualmente generalizaciones
que proceden de diferentes esferas teóricas. Su tarea, pues, como sucede cuan-
do se intenta explicar un determinado fenómeno, presupone un substrato
teórico; es, como en todo análisis acerca de fenómenos concretos, una aplica-
ción de conceptos genéricos a esa explicación.
Si no se reconoce la dependencia, respecto de la teoría, de los estudios teó-
ricos sobre los fenómenos sociales, ello se debe, principalmente, a la propia
simplicidad de la mayoría de los esquemas que el historiador ha de emplear,
lo que trae como consecuencia el que no exista discusión acerca de las conclu-
siones que se obtienen con ayuda de ellos, así como también que apenas se
es consciente de que el historiador ha recurrido a razonamientos teóricos.
Pero esto no cambia el hecho de que, en su carácter metodológico y en su
validez, los conceptos de fenómenos sociales que el historiador tiene que em-
plear son esencialmente del mismo tipo que los modelos, más elaborados,
que producen las ciencias sociales sistemáticas. Todos los objetos singulares
de la historia de los que él se ocupa son, de hecho, bien pautas permanentes
de relaciones, o bien procesos repetibles en los que los elementos tienen un
carácter genérico. Cuando el historiador habla de un «Estado» o una batalla,
de una ciudad o de un mercado, esas palabras incluyen estructuras coheren-
tes de fenómenos individuales, los cuales solo podemos aprehender si enten-
demos las intenciones de los individuos que actúan. Si el historiador habla
de que cierto sistema, como el feudalismo, ha persistido durante determina-
do periodo de tiempo, quiere decir que se han conservado ciertas pautas de
relaciones, que determinados tipos de acciones se han repetido regularmen-
te; es decir, que han prevalecido estructuras cuya relación solo puede apre-
ciar y entender reproduciendo mentalmente las actitudes individuales que
las configuran. En resumen, los únicos conjuntos que el historiador estudia

210
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

no se le presentan como individualidades,12 como unidades naturales de


las que él pueda descubrir sus características mediante la observación, sino
que son construcciones elaboradas con la técnica que sistemáticamente
desarrollan las ciencias sociales teóricas. Ya quiera el historiador explicar la
génesis de una institución, o bien describir su funcionamiento, no podrá ha-
cerlo si no es combinando consideraciones genéricas que conciernan a los
elementos de los que se compone esa situación única que quiere explicar. Aun-
que en esta labor de reconstrucción no puede emplear otros elementos dis-
tintos de los que empíricamente encuentre, no es la observación, sino solo
la labor «teórica» de reconstrucción, lo que puede decirle qué elementos de
los que pueda encontrar son parte de un conjunto.
Las labores teórica e histórica son, pues, actividades lógicamente distin-
tas, aunque complementarias. Si sus funciones son correctamente entendidas,
no puede haber conflicto entre ellas. Aunque sus misiones son diferentes, nin-
guna tiene mucha utilidad en ausencia de la otra. Sin embargo, esto no afec-
ta al hecho de que ni la teoría puede ser histórica, ni tampoco la historia pue-
de ser teórica. Si bien es cierto que lo general tiene interés solo en la medida
en que explique lo particular, y que lo particular solo puede explicarse en tér-
minos genéricos, lo particular jamás puede ser lo general, ni lo general lo
particular. Las desafortunadas confusiones que han surgido entre los histo-
riadores y los teóricos tienen su origen, en gran parte, en la denominación

12. La confusión que reina en este campo ha sido avivada, evidentemente, por otra confusión de
tipo semántico que el idioma alemán favorece, puesto que la mayoría de las discusiones acerca de este
problema han tenido lugar en este idioma. En alemán, la palabra para único o singular es individuelle,
que casi inevitablemente se asocia con el término «individuo» (individuum). Ahora bien, individuo
es el vocablo que empleamos para referirnos a esas unidades naturales que, en el mundo físico, nues-
tros sentidos nos permiten separar de su medio como conjuntos relacionados. En este sentido, indivi-
duos, ya se trate de personas, animales, plantas, piedras, montañas o estrellas, son conjuntos constan-
tes de atributos sensoriales que nuestros sentidos espontáneamente aíslan del contexto como entidades
en sí completas, bien porque la totalidad del conjunto puede moverse a la vez por el espacio con referen-
cia a su medio, o bien porque, por razones de afinidad, nuestros sentidos los identifican simultánea-
mente como conjuntos relacionados. Pero esto es, precisamente, lo que no son los objetos históricos.
Aunque singulares (individuelle), como también lo son los individuos, no son individuos definidos en
el sentido en que este término se aplica a los objetos de la naturaleza. No se nos presentan por sí mismos
como conjuntos, sino que descubrimos que son conjuntos.

211
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

«Escuela Histórica», que ha sido usurpada por la corriente híbrida a la que


se ajusta mejor la etiqueta de historicismo, el cual, realmente, ni es historia,
ni tampoco teoría.

La ingenua visión que considera los conjuntos de los que se ocupa la historia
como realidades dadas desemboca de forma natural en la creencia de que su
observación puede revelar «leyes» de desarrollo de esos conjuntos. Esta creen-
cia es una de las notas más características de esa historia cientista que, bajo
el nombre de historicismo, intenta encontrar una base empírica para una teoría
de la historia o (empleando el término filosofía en el antiguo sentido de «teo-
ría») una «filosofía de la historia», y establecer una sucesión necesaria de
«etapas» o «fases», «sistemas» o «estilos» en el desarrollo de la historia. Este
enfoque, por un lado, intenta encontrar leyes en donde la naturaleza del caso
no lo permite, es decir, en la sucesión de fenómenos históricos únicos y singu-
lares; y por otro lado, niega la posibilidad de la única clase de teoría que puede
ayudarnos a entender los conjuntos únicos (irrepetibles), la teoría que mues-
tra las distintas formas en que los elementos que nos son familiares pueden
ensamblarse para producir esas combinaciones únicas que encontramos en el
mundo real. Así, el prejuicio empirista condujo a una inversión del único proce-
dimiento por el que podemos aprehender los conjuntos históricos y recons-
truirlos a partir de sus elementos; indujo al mundo académico a tratar vagas
concepciones de conjuntos identificados de una forma meramente intuitiva
como si fueran hechos objetivos; y finalmente, dio lugar a la visión de que
los elementos, que son lo único que puede aprehenderse directamente y de
donde debemos partir para reconstruir los conjuntos, podían, justo al contra-
rio, explicarse a partir del conjunto, que, de este modo, ha de conocerse antes
de que se puedan entender los elementos que lo componen.
La creencia de que la historia humana, que es resultado de la interacción
de innumerables mentes, ha de estar sin embargo sujeta a leyes simples acce-
sibles a esas mentes está hoy tan extendida que pocas personas se dan siquie-
ra cuenta de la increíble pretensión que esa tesis implica. En lugar de traba-
jar pacientemente en la humilde labor de reconstruir a partir de los elementos
conocidos las complejas y singulares estructuras que podemos encontrar en
el mundo, y de rastrear a partir de los cambios en las relaciones entre los ele-
mentos las variaciones que experimentan los conjuntos, los autores de estas

212
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

pseudoteorías de la historia pretenden ser capaces de llegar, por medio de


un atajo mental, a la contemplación directa de las leyes de sucesión de unos
conjuntos directa e inmediatamente aprehensibles. Aun a pesar de su debi-
lidad, estas teorías del desarrollo histórico han encontrado mayor acogida
en la imaginación colectiva que cualquiera de las conclusiones que puede
aportar un genuino estudio sistemático. Las «filosofías» o «teorías»13 de la
historia (o «teorías históricas») se han convertido en la nota característica,
en la «debilidad»14 del siglo XIX. Desde Hegel y Comte, y especialmente
Marx, hasta Sombart y Spengler, estas teorías espurias han pasado a ser con-
sideradas como los resultados representativos de la ciencia social; y a través
de la creencia de que un tipo de «sistema» debe, por necesidad histórica, ser
sustituido por otro sistema nuevo y diferente, han ejercido una profunda
influencia en la evolución social.15 Ello a causa, principalmente, de que tales
teorías se asemejaban al tipo de leyes que las ciencias naturales producían;
y en una época donde esas ciencias fijaron la pauta por la que se medía todo
esfuerzo intelectual, la afirmación de que estas teorías de la historia eran
capaces de predecir la evolución futura de la historia se consideró como una
prueba de su preeminente carácter científico. Aunque uno más entre muchos
productos de este tipo, característicos del siglo XIX, el marxismo, más que nin-
gún otro, se ha convertido en el vehículo por el que esta consecuencia del

13. Existe, desde luego, un sentido en el que podemos hablar legítimamente de teorías históri-
cas, cuando la palabra teoría se emplea como sinónimo de hipótesis factual. En este caso, la explica-
ción aún no confirmada de un evento concreto recibe con frecuencia el nombre de teoría histórica,
pero tal teoría es, por supuesto, algo completamente distinto de las teorías que pretenden establecer
las leyes que rigen la evolución de la historia.
14. L. Brunschwicg, en Philosophy and History, Essays Presented to E. Cassirer, ed. R. Klibansky
y H.J. Paxton (Oxford, 1936), p. 30.
15. [Werner Sombart (1863-1941), historiador del desarrollo del capitalismo, fue quizá el último
economista de la escuela histórica. Hayek, en Camino de servidumbre, en un capítulo titulado «Las
raíces socialistas del nazismo», argumentaba que el paso de Sombart del socialismo de izquierdas al
anticapitalismo de la rama fascista ejemplificaba una tendencia natural. Véase Hayek, The Road to
Serfdom: Text and Documents, capítulo 12, pp. 183-184. El alemán Oswald Spengler (1880-1936),
filósofo de historia y otro crítico de la democracia parlamentaria liberal, predijo el declive inevitable
de la cultura europea, que sería reemplazada por una nueva era de cesarismo (similar a la sustitución
de la cultura griega por la romana) en su libro The Decline of the West, traducido por Charles Francis
Atkinson, 2 volúmenes (Nueva York: A.A. Knopf, 1926-1928). – Ed.].

213
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

cientismo ha obtenido una influencia tan amplia que muchos de los adver-
sarios del marxismo, al igual que sus defensores, piensan en sus términos.
Pero además de establecer un nuevo ideal, esta corriente tuvo el efecto
negativo de desacreditar la teoría existente sobre la que, en el pasado, se ha-
bía basado la comprensión de los fenómenos sociales. Puesto que se suponía
que podíamos observar directamente los cambios en el conjunto de la socie-
dad o en el de cualquier fenómeno social, y que todo lo que contiene el con-
junto debe cambiar con él, la conclusión era que no podían existir generaliza-
ciones intemporales acerca de los elementos que componen esos conjuntos,
ni tampoco teorías universales sobre las formas en que aquellos podrían com-
binarse para formar conjuntos. Toda la teoría social, según se decía, era ne-
cesariamente histórica, zeitgebunden, verdadera solamente para determina-
dos sistemas o fases históricas.
Todos los conceptos de fenómeno individual, de acuerdo con este histo-
ricismo estricto, han de considerarse como meras categorías históricas, váli-
das solo para un contexto histórico concreto. Según esto, un precio en el siglo
XII o un monopolio en el Egipto del 400 a.C., no son la misma «cosa» que un
precio o un monopolio de hoy, y cualquier intento de explicar ese precio o la
política del monopolista con la misma teoría que emplearíamos para explicar
los precios y los monopolios en la actualidad, es, por tanto, en vano y está con-
denado al fracaso. Este argumento está basado en una completa falta de com-
prensión acerca de la función propia de la teoría. Por supuesto, si pregunta-
mos por qué se cobraba cierto precio en una fecha determinada, o por qué un
monopolista actuaba de cierta forma, estamos ante una cuestión histórica que
ninguna disciplina teórica puede resolver completamente; para ello debe-
mos tener en cuenta las circunstancias concretas de tiempo y lugar. Pero esto
no significa que no debamos usar, al seleccionar los factores relevantes para
la explicación de ese precio concreto, etc., precisamente el mismo razonamien-
to teórico que hubiéramos empleado tratándose de un precio en la actualidad.
Lo que esta postura ignora es que el precio y el monopolio no son deno-
minaciones de «cosas» definidas, es decir, conjuntos fijos de atributos físi-
cos que identificamos, merced a algunos de esos atributos, como miembros
de una misma clase y cuyos restantes atributos se conocen por medio de la
observación; más bien, son objetos que solo pueden ser definidos en función
de ciertas relaciones entre seres humanos, los cuales no pueden poseer ningún

214
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

atributo que no se derive de esas relaciones. Podemos identificarlos como


precios solo porque, y en la medida en que, podamos identificar estas actitu-
des individuales, que tomadas como elementos forman la pauta estructural
a la que llamamos precio o monopolio. Por supuesto, la situación, o incluso
las personas que actúan, variarán enormemente en función del tiempo y del
lugar. Pero es solo nuestra capacidad para identificar los elementos que nos
son familiares, de los cuales se compone esa situación única, lo que nos per-
mite asociar un significado a los fenómenos. Es decir, o somos incapaces de
advertir el significado de las acciones individuales —ya que no son más que
fenómenos físicos para nosotros, como la entrega de ciertos objetos tangi-
bles, etc. — o bien hemos de encajar esas acciones en las categorías menta-
les que nos son familiares pero que no son definibles en términos físicos. Si
la primera proposición fuera cierta, esto significaría que no podríamos co-
nocer los hechos del pasado, porque en tal caso seríamos incapaces de enten-
der los documentos de los que extraemos todo lo que de él se conoce.16
Llevado a sus últimas consecuencias, el historicismo desemboca en la vi-
sión de que la mente humana es mutable y que no solo son ininteligibles
para nosotros todas o la mayoría de las manifestaciones de la mente humana
fuera de su contexto histórico, sino que a partir de nuestro conocimiento de
cómo se suceden unas a otras las distintas situaciones, podemos aprender a
identificar las leyes que rigen las mutaciones de la mente humana, y que es
el conocimiento de estas leyes el único que nos permite entender sus mani-
festaciones concretas. A causa de su rechazo de una teoría compositiva uni-
versalmente aplicable, incapaz, pues, de advertir cómo diferentes configura-
ciones de los mismos elementos pueden producir conjuntos completamente
diferentes y, por la misma razón, también incapaz de comprender por qué los
conjuntos pueden ser cualquier cosa excepto el producto consciente de la men-
te humana, el historicismo se vio obligado a buscar la causa de los cambios
de las estructuras sociales en las mutaciones de la mente humana —que el
historicismo dice entender y explicar a partir de los cambios en los conjun-
tos directamente observables y aprehensibles. Desde la postura extrema de
algunos sociólogos, que consideran que incluso la lógica es variable, y la

16. Ver C.V. Langlois y C. Seignobos, Introduction to the Study of History, (Londres, 1898), p.
222: «Si la humanidad de antaño no se pareciera a la de hoy, los documentos serían incomprensibles.»

215
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

creencia en el carácter «prelógico» del pensamiento de los hombres pri-


mitivos, hasta las tesis más sofisticadas de la moderna «sociología del co-
nocimiento», este enfoque se ha convertido en una de las notas más carac-
terísticas de la sociología moderna.17 Ha replanteado la vieja cuestión de la
«constancia de la mente humana» de una forma más radical que nunca.
Por supuesto, esta frase tiene un significado tan vago que cualquier dis-
cusión sobre ella es inútil si no precisamos más su significado. Naturalmente,
queda fuera de toda duda que no solo las personas, en su complejidad histó-
rica concreta, se distinguen de otras personas, sino también ciertos tipos pre-
dominantes en determinadas épocas o localidades difieren en aspectos sig-
nificativos respecto de otros tipos o individuos. Pero esto no afecta al hecho
de que, para identificarlos o entenderlos como seres humanos o como men-
tes, han de darse ciertas características invariables. No podemos interpretar
el significado de «mente» directamente en el plano abstracto. Cuando ha-
blamos de mente, lo que queremos decir es que ciertos fenómenos pueden
interpretarse con éxito en analogía con nuestra propia mente, que el uso de
las categorías de nuestro propio pensamiento aporta una explicación satis-
factoria de lo que observamos. Pero esto significa que cuando damos a algo
el calificativo de «mente» estamos admitiendo su similitud con nuestra pro-
pia mente. Hablar de una mente cuya estructura sea fundamentalmente di-
ferente de la nuestra, o afirmar que podemos observar cambios en la estruc-
tura básica de la mente humana, no solo implica sostener algo imposible: es
que carece de sentido. El que la mente humana sea, a este tenor, constante,
nunca puede representar un problema —puesto que identificar o admitir una
mente no puede significar otra cosa que reconocer que algo funciona del mis-
mo modo que nuestro propio pensamiento.
Reconocer la existencia de una mente siempre implica que podemos aña-
dir algo a lo que percibimos con nuestros sentidos, que interpretamos los fenó-
menos a la luz de nuestra propia mente, o descubrimos que esos fenómenos

17. [La sociología del conocimiento tiene su origen en los escritos del fenomenólogo alemán Max
Scheler (1874-1928) y el sociólogo húngaro Karl Mannheim (1883-1947). En general, afirma que todo
conocimiento está condicionado por el marco social en el que nos encontramos. Así pues, en Ideology
and Utopia (1936), Mannheim analizó las farsas en las que creen aquellos que desean conservar un
cierto orden social (ideologías) y aquellos que desean transformar radicalmente ese orden (utopías).
Tanto las ideologías como las utopías son tergiversaciones de la realidad. – Ed.].

216
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

encajan en las pautas de nuestro propio pensamiento. Este tipo de interpre-


tación de las acciones humanas puede que no siempre tenga éxito, y, lo que
aún es más embarazoso, puede que nunca tengamos la absoluta seguridad de
que sea correcto para cualquier caso particular; todo lo que sabemos es que
funciona en la inmensa mayoría de los casos. Sea como fuere, es la única base
de la que disponemos para comprender lo que entendemos por las intencio-
nes de la gente o por el significado de sus actos; y es, ciertamente, la única
base de todo nuestro conocimiento histórico, puesto que todo él se deriva
de la comprensión de signos o documentos. A medida que nos apartemos de
la especie humana para considerar otros seres, nos daremos cuenta de que, por
supuesto, nuestra comprensión se reduce cada vez más. Y no podemos ex-
cluir la posibilidad de que un día podamos encontrar seres que, aunque quizá
se asemejen físicamente a los hombres, se comporten de una forma comple-
tamente ininteligible para nosotros. Con respecto a ellos, nosotros tendría-
mos que ser reducidos al estudio «objetivo» que los conductistas quieren que
adoptemos hacia los hombres en general. Pero no tendría sentido atribuir a
esos seres una mente diferente a la nuestra. Nada conoceríamos de ellos que
pudiéramos llamar mente, y nada sabríamos de ellos realmente que no fue-
ran meros hechos físicos. Cualquier interpretación de sus actos en función
de categorías tales como intención, propósito o voluntad, carecería de signifi-
cado. Solo podemos hablar con sentido de una mente si es como la nuestra.
La idea de la variabilidad de la mente humana es una consecuencia directa
de la errónea creencia de que la mente es un objeto que podemos observar
del mismo modo que observamos las realidades físicas. Sin embargo, la úni-
ca diferencia entre la mente y los objetos físicos, la que nos permite en reali-
dad hablar de mente, es precisamente que cuando quiera que hablemos de
mente interpretamos lo que observamos en función de las categorías que co-
nocemos, únicamente porque son las categorías con las que nuestra mente tra-
baja. No hay nada paradójico en la tesis de que toda mente debe funcionar
en términos de ciertas categorías universales, porque cuando hablamos de
mente, esto significa que podemos interpretar con éxito lo que observamos,
encajándolo en esas categorías. Y cualquier cosa que podamos aprehender a
través de nuestra comprensión de otras mentes, cualquier cosa que podamos
identificar como específicamente humana, debe ser comprensible en térmi-
nos de estas categorías.

217
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

El historicismo, con la teoría de la variabilidad de la mente humana —a la


que conduce inevitablemente su desarrollo coherente—, no hace sino minar
el terreno bajo sus pies: cae en la contradictoria posición de generalizar sobre
hechos que, si esa teoría fuese verdadera, no podrían ser conocidos. Si la estruc-
tura de la mente humana fuera realmente variable, de tal forma que, como los
historicistas extremos afirman, no pudiéramos entender lo que gentes de otra
época querían decir con una determinada frase o sentencia, la historia sería algo
inaccesible para nosotros, los conjuntos a partir de los que se supone que po-
demos comprender los elementos jamás serían visibles para nosotros. Y aun
cuando dejáramos aparte esta dificultad fundamental que se deriva de la impo-
sibilidad de entender los documentos de los que extraemos el conocimiento histó-
rico, sin entender primero las acciones y las intenciones de los individuos, el
historiador nunca podría combinarlas para formar los conjuntos ni establecer
de modo explícito lo que esos conjuntos son. Como sucede con tantos partida-
rios del historicismo, se vería limitado a hablar sobre conjuntos que pueden
aprehenderse de forma intuitiva, a formular vagas e inciertas generalizaciones
acerca de estilos o sistemas cuyo carácter no podría ser definido con precisión.
De la naturaleza de los vestigios y pruebas en los que se basa nuestro cono-
cimiento histórico, se deduce que la historia nunca podrá llevarnos más allá
del estadio donde podemos comprender el funcionamiento de las mentes de
las personas que actúan, en la medida en que son semejantes a las nuestras.
En el momento en que ya no podemos identificar categorías de pensamiento
similares a aquellas en función de las que nosotros pensamos, entonces la
historia deja de ser historia humana. Y precisamente en ese punto, y solo en
ese punto, las teorías generales de las ciencias sociales dejan de ser válidas.
Puesto que la historia y la teoría social se basan en el mismo conocimiento
acerca del funcionamiento de la mente humana, la misma capacidad de en-
tender a otra gente, su alcance y sus límites son necesariamente los mismos.
Es posible que algunas proposiciones de la ciencia social no sean aplicables a
determinadas épocas, porque la combinación de elementos a la que se refieren
no esté presente.18 Pero eso no obsta para que sean ciertas. No pueden exis-
tir diferentes teorías para épocas distintas, aunque en algunas ocasiones será

18. Véase W. Eucken, Grandlagen der Nationalökonomie (1940), pp. 203-5. [Para ver el mismo
argumento traducido, véase Eucken, Foundations of Economics, pp. 234-236. – Ed.].

218
E L H I S T O R I C I S M O D E L E N F O Q U E C I E N T I STA

preciso recurrir a distintas partes del mismo cuerpo teórico para explicar los
hechos que se observan, sin que por ello las partes no empleadas dejen de
ser verdaderas; como sucede, por ejemplo, con las generalizaciones sobre los
efectos de las bajas temperaturas en las plantas, que en los trópicos, aunque
sigan siendo ciertas, carecen de interés. Una proposición verdadera de las
ciencias sociales dejará de ser válida solo si la historia deja de ser historia hu-
mana. Si imaginamos a alguien observando y registrando los quehaceres de
otra raza ininteligible para él y para nosotros, sus registros serían historia en
cierto sentido, como puede serlo, por ejemplo, la historia de un hormiguero.
Esa historia tendría que escribirse en términos puramente físicos, es decir,
objetivos. Sería la clase de historia que se correspondería con el ideal po-
sitivista, la que el proverbial observador de otro planeta escribiría sobre la
especie humana. Pero tal historia no nos serviría de ayuda para entender nin-
guno de los eventos registrados por ese observador en el sentido en que no-
sotros entendemos la historia humana.
Cuando hablamos del hombre, damos por supuesta implícitamente la pre-
sencia de ciertas categorías mentales que nos son familiares. No nos referi-
mos a unos trozos de carne de cierta silueta, ni tampoco a ciertos objetos que
realizan determinadas funciones que podemos definir en términos físicos.
En este sentido, no consideramos hombre al demente profundo, ninguno de
cuyos actos podemos entender; pues no podría figurar en la historia humana
excepto como objeto de los actos y los pensamientos de otras personas. Cuan-
do hablamos del hombre, nos referimos a aquel cuyas acciones podemos en-
tender. Como dijo el viejo Demócrito: «¥uqrwpÒj œstin Ö p£utej ∏dmeu.»19

19. «El hombre es aquello que todos conocen.» Tomado de H. Diehls, Die Frangmente der
Vorsokratiker, 4.ª ed. (Berlín 1922), «Demócrito», n. 165, vol. 2, p. 94. La referencia a Demócrito en
relación con este asunto me fue sugerida por el profesor Alexander Rüstow. [Para leer la traducción del
libro de Diels, véase The Older Sophists: A Complete Translation by Several Hands of Die Fragmente
der Vorsokratiker (Columbia: University of South Carolina Press, 1972). Al filósofo griego presocrá-
tico, Demócrito (aprox. 430 a. C.), se le recuerda hoy en día principalmente por su adelantada formu-
lación de la hipótesis atómica. – Ed.].

219
8
FORMACIONES SOCIALES
«INTENCIONADAS»

En las partes finales de este ensayo, hemos de considerar ciertas actitudes


prácticas que emanan de los enfoques teóricos que antes hemos analizado.
Su nota común más característica es una consecuencia directa de la incapa-
cidad, causada por la falta de una teoría compositiva de los fenómenos socia-
les, de entender cómo las acciones independientes de muchos hombres pue-
den producir conjuntos coherentes, estructuras duraderas de relaciones que
cumplen importantes fines humanos sin que estas hayan sido diseñadas cons-
cientemente para ello. Esto genera una interpretación «pragmática»1 de las
instituciones sociales, que trata todas las estructuras sociales que cumplen
una función respecto de fines o propósitos humanos como si fueran producto
de un plan o diseño deliberado, así como también niega la posibilidad de una
estructura ordenada y finalista que no haya sido construida precisamente de
esta forma.
Este enfoque se ve reforzado por el temor a emplear concepciones an-
tropomórficas, tan característico de la actitud cientista. Tal temor ha gene-
rado casi una prohibición completa del concepto «propósito» en el análisis
de los desarrollos sociales espontáneos, y con frecuencia empuja a los posi-
tivistas hacia un error semejante al que desean evitar: conscientes de que es
un error considerar que todo lo que en apariencia muestra una conducta fi-
nalista haya sido diseñado por una mente, se ven inclinados a creer que nin-
gún resultado conjunto de la acción de muchos hombres pueda mostrar o

1. Sobre este concepto de la interpretación «pragmática» de las instituciones sociales, así como
también para todo este capítulo, véase Carl Menger, Untersuchungen über die Methoden der Sozial-
wissenschaften (1883), libro 2, cap. 2; este sigue siendo el estudio más completo y meticuloso que co-
nozco sobre los problemas que aquí se discuten.

220
F O R M A C I O N E S S O C I A L E S « I N T E N C I O NA D A S »

cumplir un propósito útil, a no ser que sea fruto de un plan deliberado. De


esta forma, retornan inconscientemente a una interpretación que es esen-
cialmente la misma que, hasta el siglo XVIII, hacía pensar a los hombres que
el lenguaje o la familia habían sido «inventados», o que el estado había sido
creado por un contrato social explícito, y que se opone al enfoque de las teo-
rías compositivas sobre las estructuras sociales.
Puesto que las palabras del lenguaje habitual a veces inducen a confusión,
es necesario ser muy cauto en cualquier discusión sobre el carácter «delibe-
rado» de las formaciones sociales espontáneas. El riesgo de incurrir en un uso
antropomórfico ilegítimo del término propósito es tan grande como el de ne-
gar que el término propósito designa algo importante en relación con lo que
nos ocupa. En su estricto significado original, propósito supone una persona
que actúa deliberadamente en busca de un resultado. Sin embargo, esto tam-
bién es cierto —como hemos visto antes— 2 para otros conceptos como «ley»
u «organización», los cuales nos hemos visto obligados a emplear para el uso
científico en un sentido no antropomórfico por falta de otros términos más
adecuados. Asimismo, el término propósito, cuidadosamente definido, pue-
de que también sea indispensable.
Una útil descripción de la naturaleza del problema pueden ser las pala-
bras de un eminente filósofo contemporáneo, quien, aunque en los demás
campos y dentro de los esquemas del positivismo estricto, afirma que «el con-
cepto de propósito debe ser completamente excluido del tratamiento cien-
tífico de los fenómenos de la vida», no obstante admite la existencia de «un
principio general, que a menudo se cumple en la psicología, en la biología y
también en otros campos, a saber: que el resultado de los procesos incons-
cientes o instintivos es con frecuencia exactamente el mismo que se hubiera
derivado del cálculo racional».3 Esto refleja con gran claridad un aspecto del
problema: que un resultado que, si se busca conscientemente, solo puede al-
canzarse de un número limitado de formas, puede lograrse por uno de esos

2. Véase la nota 3 del cap. 2.


3. M. Schlick, Fragen der Ethik (Viena, 1930), p. 72. [Para leer su obra traducida al inglés, véa-
se Moritz Schlick, Problems of Ethics, traducido por David Rynin (Nueva York: Prentice Hall, 1939).
El pasaje que se cita se encuentra en la p. 98, en un capítulo titulado «What Is the Meaning of
“Moral”?». – Ed.].

221
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

dos métodos, aunque nadie los haya empleado conscientemente. Pero aún
deja sin resolver la cuestión de por qué el resultado concreto que surge de la
acción consciente ha de distinguirse del que se obtiene de forma inconsciente
o intuitiva, recibiendo el calificativo de «propósito».
Si repasamos los diferentes campos en los que constantemente nos sen-
timos inclinados a identificar un «propósito» en los fenómenos, aunque es-
tos no estén regidos por una mente consciente, nos damos cuenta rápida-
mente de que el «fin» o el «propósito» al que se dice que están encaminados
es siempre la preservación de un «conjunto», de una estructura permanen-
te de relaciones, cuya existencia presuponemos antes de entender la natu-
raleza del mecanismo que mantiene unidas a las partes. Los ejemplos más
conocidos de esos conjuntos son los organismos biológicos. Aquí, la idea de
que la función de un órgano es una condición esencial para la preservación
del conjunto ha demostrado ser de un enorme valor heurístico. Es fácil de
ver el efecto paralizante que se produciría en la investigación si los prejui-
cios científicos lograran prohibir eficazmente el uso de todo concepto teleo-
lógico en biología y, por ejemplo, impidieran preguntar al descubridor de un
nuevo órgano cuál es su propósito o función.4
Aunque en la esfera social nos encontramos con fenómenos que, a este
respecto, plantean problemas análogos, es peligroso, por supuesto, denomi-
narlos organismos. La analogía limitada, como tal, no ofrece respuesta al pro-
blema común, y el préstamo de un término ajeno a la disciplina tiende a oscu-
recer las diferencias, igualmente importantes. No debemos ir más allá del
hecho, hoy conocido, de que los conjuntos sociales, a diferencia de los orga-
nismos biológicos, no se nos presentan como unidades naturales, agrupacio-
nes estables que la experiencia diaria nos muestra como algo con entidad
propia, sino que solo son identificables a través de un proceso mental de re-
construcción; o que las partes del conjunto social, a diferencia de las de un
verdadero organismo, pueden existir fuera de su lugar concreto en el conjun-
to y son, en gran medida, mutables e intercambiables. No obstante, aunque

4. Sobre el uso de conceptos teleológicos en biología, consúltese el concienzudo análisis de J.H.


Woodger en Biological Principles (1929), especialmente «Teleology and Causation» (teleología y causa-
lidad), pp. 429-51; y también, en la misma obra (p. 291), la parte dedicada al «vicio científico de pen-
samiento» que provoca el «escándalo» de que los biólogos no tomen el concepto de organización en
serio, quienes, «en su afán por convertirse en físicos, se olvidan de su propia tarea».

222
F O R M A C I O N E S S O C I A L E S « I N T E N C I O NA D A S »

debemos evitar el abuso de esta analogía, existen ciertas consideraciones apli-


cables a ambos casos. Al igual que en los organismos biológicos, en las for-
maciones sociales espontáneas observamos con frecuencia que las partes se
comportan o se mueven como si su objetivo fuera la preservación de los con-
juntos. Nos encontramos una y otra vez con que si alguien deliberadamente
tuviera como objetivo conservar la estructura de esos conjuntos, tendría que
provocar precisamente esos movimientos que, en realidad, ya tienen lugar
sin que nadie los dirija.
Es más, en la esfera social, esos movimientos espontáneos que conservan
una determinada conexión estructural entre las partes están relacionados
de una forma especial con nuestros fines individuales: los conjuntos sociales
de esta naturaleza son la condición necesaria para lograr muchos de los obje-
tivos que nosotros, en calidad de individuos, perseguimos; son incluso el me-
dio que hace posible que concibamos la mayoría de nuestros deseos indivi-
duales y que nos ofrece la posibilidad de realizarlos.
No hay nada más misterioso en el hecho de que, por ejemplo, el dinero y
el sistema de precios permita al hombre conseguir lo que desea, aunque no
hayan sido ideados para ese propósito —y difícilmente podían haberlo sido
antes del desarrollo de la civilización, que los hizo posibles—, que en el he-
cho de que, a no ser que se hubiera topado con esos instrumentos, el hom-
bre no habría alcanzado la posibilidad de hacerlo. Los hechos a los que aquí
nos referimos cuando hablamos de fuerzas impulsadas por un propósito son
los mismos que crean las estructuras sociales permanentes que nosotros da-
mos por supuestas y que configuran las condiciones de nuestra existencia.
Las instituciones que se desarrollan espontáneamente son «útiles» porque
fueron las condiciones sobre las que se basó el desarrollo humano posterior
—las que proporcionaron al hombre las facultades que este empleó. Aunque,
de la forma en que Adam Smith lo expresa, la frase de que el hombre en so-
ciedad «constantemente promueve fines que no entran dentro de sus inten-
ciones» se haya convertido en la constante fuente de irritación de quienes
poseen una mentalidad cientista, no hace sino expresar el problema central
de las ciencias sociales.5 Como cien años después de Smith dijo Carl Menger

5. [Hayek hace referencia a la famosa cita de Adam Smith sobre la mano invisible: «Al dirigir esa
industria de tal manera cuando incluso sus productos pueden ser de gran valor, tiende únicamente a

223
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

—quien hizo más que ningún otro autor para profundizar más allá de Smith
en el significado de esta frase—, la cuestión de «cómo es posible que las insti-
tuciones que sirven al bienestar común, y son al tiempo las más importan-
tes para su progreso, puedan surgir sin una voluntad común que persiga su
creación» sigue siendo «el problema quizá más significativo de las ciencias
sociales».6
El que la naturaleza e incluso la existencia de este problema apenas sean
reconocidas 7 está íntimamente relacionado con la habitual confusión acerca
de lo que queremos expresar cuando decimos que las instituciones huma-
nas son obra del hombre. Aunque lo son en cierto sentido, es decir, son re-
sultado de las acciones de los hombres, no tienen por qué ser producto de
un plan, el resultado intencionado de esas acciones. El propio término insti-
tución induce más bien a error a este respecto, puesto que sugiere algo deli-
beradamente instituido. Probablemente sería mejor reservarlo para contri-
buciones concretas, como las leyes o las organizaciones que han sido creadas
con un propósito específico, y utilizar en su lugar un término más neutral
como formaciones (semejante en cierto sentido al que usan los geólogos y

su propio beneficio, y en este caso, al igual que en muchos otros, se ve llevado por una mano invisi-
ble a promover un fin que no era parte de su intención» Véase Smith, The Wealth of Nations, libro
4, capítulo 2, p. 456. – Ed.].
6. Menger, op. cit., p. 163: «Aquí nos topamos con un problema singular, acaso el más singular
en el ámbito de las ciencias sociales: ¿Cómo es posible la formación de instituciones propicias al bien-
estar social y decisivas para su desarrollo, sin que en su origen haya una precisa voluntad de formar-
las?» [Véase Menger, Investigations, p. 146: «Aquí nos topamos con un problema singular, acaso el
más singular en el ámbito de las ciencias sociales: ¿Cómo es posible la formación de instituciones pro-
picias al bienestar social y decisivas para su desarrollo, sin que en su origen haya una precisa volun-
tad de formarlas?». – Ed.]. Si sustituimos en esta frase «bienestar social», un concepto ambiguo y
que en cierto modo implica una petición de principio, por «instituciones que son condiciones nece-
sarias para que el hombre alcance sus fines conscientes», difícilmente sería exagerado afirmar que la
forma en que estos «conjuntos útiles» se constituyen y se conservan es el problema específico de la
teoría social, del mismo modo que la existencia y persistencia de los organismos son los problemas
propios de la biología.
7. La cantidad de progreso intelectual que en este campo han impedido las pasiones políticas pue-
de advertirse con facilidad si comparamos el análisis del problema en las ciencias económicas y políti-
cas con, por ejemplo, el estudio del lenguaje, donde lo que todavía constituye motivo de disputa en las
primeras es un lugar común que a nadie se le ocurre cuestionar.

224
F O R M A C I O N E S S O C I A L E S « I N T E N C I O NA D A S »

que corresponde al alemán Gebilde) para aplicarlo a fenómenos que, como


el dinero o el lenguaje, no han sido así creados.
Desde la creencia de que nada que no haya sido diseñado conscientemente
puede ser útil, y mucho menos esencial, para los propósitos del hombre, es
fácil la transición hacia la creencia de que, puesto que todas las institucio-
nes han sido creadas por el hombre, está en nuestra mano poder rediseñar-
las como deseemos.8 Pero, aunque esta conclusión parece un evidente lugar
común, en realidad es un completo non sequitur, ocasionado por el uso in-
correcto de la palabra institución. Solo sería válida si todas las formaciones
«deliberadas» fueran producto de un cálculo intencional. Pero fenómenos
como el lenguaje, el mercado, el dinero o la moral no son realmente artificios
o productos de una creación deliberada.9 No solo no han sido diseñados por

8. Menger (op. cit., p. 208), en relación con esto, habla acertadamente de «un pragmatismo que,
en contra de los deseos de sus representantes, conduce inevitablemente al socialismo». [Véase Menger,
Investigations, p. 177, al igual que en este volumen, «Individualismo: el verdadero y el falso», nota
9, en la que Hayek también hace referencia a este pasaje. – Ed.]. Hoy, este enfoque es frecuente en
las obras de los «institucionalistas» americanos, como puede verse en la siguiente cita (tomada de la
entrada del profesor W.H. Hamilton «Institution» para la Encyclopaedia of the Social Sciences, vol.
8, pp. 87-89): «Esa cosa enrevesada llamada capitalismo nunca fue creada intencionadamente ni ha
seguido jamás guión alguno; pero ya que está con nosotros, los académicos contemporáneos la han
intelectualizado, presentándola como un instrumento autorregulado al servicio del bienestar gene-
ral.» Esta posición, por supuesto, apenas está separada por unos pocos pasos de la que exige que «el
orden y el gobierno deberían imponerse sobre una sociedad indisciplinada y anárquica». [Los insti-
tucionalistas estadounidenses criticaban el planteamiento deductivo clásico y neoclásico de la teoría
económica, pues a su parecer explicaba las economías modernas complejas de forma muy simple; tam-
bién criticaban las políticas de laissez-faire, que se suelen asociar con las economías clásicas. A una fi-
gura primordial en el movimiento institucionalista de entre guerras, y un gran defensor del control
público del comercio, el economista y abogado estadounidense Walton Hale Hamilton (1881-1958),
se le suele atribuir que haya acuñado el término de «enfoque institucionalista» en una ponencia que
presentó en un encuentro de la Asociación Estadounidense de Economía en 1918. Véase Walton H.
Hamilton, «The Institutional Approach to Economic Theory», American Economic Review Papers
and Proceedings, vol. 9, marzo de 1919, pp. 309-318. Para más detalles sobre la opinión de Hayek del
institucionalismo, véase la introducción del editor en este volumen, pp. 58-65. – Ed.].
9. Un ejemplo típico del tratamiento de las instituciones sociales como si realmente fueran artifi-
cios, expresado en un lenguaje cientista típico, puede encontrarse en J. Mayer, Social Science Principles
in the Light of Scientific Method (Durham, N.C., 1941), p. 20, donde se dice que la sociedad es explíci-
tamente «diseñada como una «creación artificial», tanto como lo son los automóviles o los altos hornos,
es decir, son producto de la industria del hombre».

225
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ninguna mente, sino que su persistencia y funcionamiento dependen de las


acciones de gentes que no están impulsadas por el deseo de preservarlos. Y,
puesto que no son fruto de ningún plan o diseño sino de acciones individua-
les de las que no poseemos hoy el control, al menos no deberíamos dar por
hecho que podemos igualar, o incluso mejorar, su funcionamiento por medio
de organizaciones que dependan de un control deliberado de los movimien-
tos de sus partes. En la medida en que aprendamos a comprender las fuer-
zas espontáneas, podremos aspirar a servirnos de ellas y modificar sus ope-
raciones a través de los ajustes pertinentes en las instituciones que forman
parte de ese proceso más amplio. Pero hay una enorme diferencia entre utili-
zar y encauzar los procesos espontáneos e intentar sustituirlos por una or-
ganización basada en el control consciente.
Nos sobreestimamos sin motivo cuando creemos que la civilización huma-
na es fruto exclusivo de la razón o de la voluntad consciente de los hombres,
o cuando damos por sentado que está en nuestra mano recrear o mantener
aquello que hemos construido sin darnos cuenta. Aunque nuestra civilización
es producto de la acumulación de conocimientos individuales, no es mediante
la combinación explícita o consciente de esos conocimientos dentro de un
solo cerebro como el hombre en sociedad puede beneficiarse de un conjunto
de conocimientos que nadie posee en su totalidad, sino mediante su conden-
sación en símbolos que empleamos sin entenderlos, es decir, en hábitos e ins-
tituciones, en instrumentos y conceptos.10 Muchos de los grandes logros del
hombre no son resultado del pensamiento consciente e intencional, y toda-
vía menos producto de una labor coordinada y deliberada, sino de un proceso
en el que el individuo juega un papel que nunca puede entender completa-
mente. Superan la capacidad del individuo precisamente porque son fruto de
una combinación de conocimientos más extensa de lo que una sola mente
puede manejar.

10. Quizá el mejor ejemplo de cómo hacemos uso constantemente de la experiencia o el cono-
cimiento que otros han adquirido es la forma en que, con el aprendizaje del habla, también aprende-
mos a clasificar las cosas de una cierta forma sin necesidad de repetir las experiencias que han llevado
a sucesivas generaciones a desarrollar ese sistema de clasificación. Existe una gran cantidad de cono-
cimientos que nunca llegamos a identificar conscientemente, pero que se hallan implícitos en los cono-
cimientos de los que sí somos conscientes, los cuales, sin embargo, ejercen su influencia en la efica-
cia de nuestras acciones, aunque difícilmente podamos decir que los «poseemos».

226
F O R M A C I O N E S S O C I A L E S « I N T E N C I O NA D A S »

Desafortunadamente, quienes se han dado cuenta de esto han llegado a


la conclusión de que los problemas que ello plantea son puramente históri-
cos, privándose a sí mismos de los medios para refutar eficazmente las pos-
turas que intentan combatir. De hecho, como ya hemos visto,11 gran parte de
lo que significó la «Escuela Histórica» antigua era esencialmente una reac-
ción contra el tipo de erróneo racionalismo que estamos discutiendo. Su fra-
caso se debió a que trataba el problema que plantea la explicación de estos
fenómenos exclusivamente como una cuestión de contingencias de tiempo
y lugar, rechazando sistemáticamente la elaboración del proceso lógico por
el que únicamente puede obtenerse esa explicación. Pero no es necesario re-
petir aquí el análisis que ya hemos realizado acerca de este punto.12 Aunque
la explicación de cómo las partes del conjunto social dependen unas de otras
tomará con frecuencia la forma de una descripción causal, esto, en el mejor
de los casos, no será más que «historia esquemática», la cual el verdadero his-
toriador se negará a reconocer como historia real. Tratará, no de las circuns-
tancias específicas o de procesos concretos, sino solo de aquellos pasos ne-
cesarios para que se produzca un resultado determinado, de un proceso que,
al menos en principio, puede repetirse en cualquier otra parte o en una época
diferente. Como sucede con todas las explicaciones, debe discurrir en térmi-
nos genéricos, abordará lo que a veces se denomina «la lógica de los he-
chos», dejará a un lado gran parte de lo que es importante dentro de una cir-
cunstancia histórica concreta para interesarse por una dependencia recíproca
de las partes del fenómeno que incluso no tiene por qué ser la misma que in-
dica el orden cronológico en que aparecen. En resumen, no se trata de histo-
ria, sino de teoría social compositiva.
Un aspecto curioso de este problema, que rara vez se aprecia, es que solo
el método individualista o compositivo nos permite dar un significado concre-
to a las frases, de las que tanto se abusa, sobre que los procesos y formaciones
sociales son en cierto sentido algo «más» que la «mera suma» de sus partes, y
nos permite entender cómo emergen las estructuras de relaciones interper-
sonales, las cuales hacen posible que el esfuerzo conjunto de los individuos

11. Véase capítulo 7.


12. Ver pp. 205-212. También Menger, op. cit., pp. 165 y ss. [Véase Menger, Investigations, pp.
147 y ss. – Ed.].

227
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

dé como resultado la consecución de unos fines deseables que ninguno de


ellos pudo haber planeado o previsto. Por otra parte, el colectivista, que recha-
za la explicación de los conjuntos basada en el seguimiento sistemático de
las interacciones de los actos individuales y que afirma ser capaz de aprehen-
der directamente los conjuntos sociales como tales, nunca es capaz de definir
con precisión la naturaleza de esos conjuntos o su modo de funcionamiento,
por lo que se ve impulsado a concebirlos como producto de una mente in-
dividual.
Aún más significativa que la inherente debilidad de las teorías colecti-
vistas es la extraordinaria paradoja de que, a partir de la afirmación de que
la sociedad es en cierto sentido algo más que la suma de todos los individuos,
sus defensores, mediante una especie de pirueta intelectual, llegan a la tesis
de que, con el objeto de salvaguardar su coherencia interna, esta entidad más
extensa debe someterse a un control consciente, es decir, al control de lo que
en última instancia debe ser una mente individual. De este modo, resulta
que en la práctica es el teórico colectivista quien ensalza la razón individual
y exige que todas las fuerzas de la sociedad se sometan a la dirección de una
sola mente genial, mientras que es el teórico individualista quien reconoce
el limitado poder de la razón individual y, en consecuencia, defiende la liber-
tad como medio para el completo desarrollo de las fuerzas generadas por el
proceso interpersonal.

228
9
DIRECCIÓN «CONSCIENTE»
Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN

Uno de los rasgos más característicos de nuestra generación es la exigencia


general de control o dirección consciente de los procesos sociales. Esta exi-
gencia expresa, acaso con mayor claridad que cualquier otro de sus clichés,
el peculiar espíritu de nuestro tiempo. El hecho de que algo no esté dirigido
conscientemente en su conjunto se considera ya como tal un defecto, una
prueba de su irracionalidad y de la necesidad de sustituirlo completamente
por un mecanismo diseñado intencionadamente. Sin embargo, pocos de los
que emplean con tanta facilidad el término «consciente» parecen conocer su
significado preciso; muchos parecen olvidar que los términos consciente y
deliberado solo tienen un significado concreto cuando se aplican a los indi-
viduos, y que, por lo tanto, la exigencia de un control consciente equivale a
la exigencia de control por parte de una única mente.
La creencia de que los procesos dirigidos conscientemente son por nece-
sidad superiores a cualquier proceso espontáneo es pura superstición carente
de fundamento. Es más bien cierto, como a otro respecto dice A.N. Whitehead,
que «la civilización progresa en la medida en que extiende el número de ope-
raciones importantes que podemos realizar sin pensar en ellas».1 Si es cierto
que la interacción espontánea de las fuerzas sociales resuelve a veces proble-
mas que ninguna mente individual es capaz de resolver de manera consciente,
e incluso de percibirlos, y si por lo tanto crean una estructura ordenada que
aumenta el poder de los individuos sin haber sido previamente planificada por
ninguno de ellos, la conclusión es que esas fuerzas son superiores a la acción
consciente. En realidad, todos los procesos que merecen ser llamados «socia-
les» para distinguirlos de la acción de los individuos son, casi ex definitione,

1. A.N. Whitehead, An Introduction to Mathematics, Home University Library (1911), p. 61.

229
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

no conscientes. En la medida en que esos procesos son capaces de producir


un orden viable que no se habría podido producir mediante una dirección
consciente, cualquier intento de someterlos a semejante dirección equival-
dría forzosamente a reducir lo que la actividad social puede realizar a la in-
ferior capacidad de la mente individual.2
Podemos comprender mejor el significado real de esta exigencia de un
control consciente general si la consideramos ante todo en su manifestación
más ambiciosa, si bien en este aspecto se presenta aún en forma de vaga as-
piración, por lo que solo es importante en cuanto síntoma. Nos referimos a
la aplicación de esta exigencia de control consciente general a la evolución
de la propia mente humana. Esta audaz idea es el resultado más extremo a
que el hombre ha sido conducido por el éxito que la razón ha alcanzado en
la conquista de la naturaleza externa; idea que se ha convertido en rasgo ca-
racterístico del pensamiento contemporáneo y cuya presencia se advierte en
lo que a primera vista parecen ser sistemas de ideas totalmente diferentes
e incluso opuestos. Ya se trate del ya fallecido L.T. Hobhouse, quien nos pro-
pone «el ideal de una humanidad colectiva que se autodetermina en su pro-
greso como objetivo supremo de la actividad humana y criterio último por
el que deben valorarse las leyes de la conducta»,3 o bien de Joseph Niedham,

2. No se puede objetar que, cuando se habla de control consciente, no se pretende hablar de control
ejercido por una mente única, sino de un esfuerzo concertado y «coordinado» de todas o las mejores
mentes, en lugar de una interacción casual de las mismas. Esta fórmula de la coordinación deliberada
no hace más que desplazar a otro nivel el papel de la mente individual, pero deja siempre la respon-
sabilidad última a la mente coordinadora. La creación de comités u otros órganos análogos para faci-
litar las comunicaciones son óptimos instrumentos para proporcionar al individuo la más amplia can-
tidad posible de conocimientos, pero no extienden la capacidad de la mente individual. El saber que
puede coordinarse conscientemente de este modo permanece siempre dentro de los límites de lo que
la mente individual puede efectivamente absorber y digerir. Como bien saben quienes tienen expe-
riencia del trabajo en comités, la fecundidad de estos no va más allá de lo que el mejor cerebro de los
participantes puede dominar; si los resultados de la discusión no son, al final, recompuestos en un
todo coherente por una mente individual, probablemente serán inferiores a lo que habría podido pro-
ducir aisladamente una sola persona.
3. L.T. Hobhouse, Democracy and Reaction (1904), p. 108. [El sociólogo, periodista y activista
político inglés Leonard Trelawny Hobhouse (1864-1929) defendía el «nuevo» liberalismo que había
surgido a principios del siglo XX. Tal y como aseveró Richard Cockett en Thinking the Unthinkable:
Think-Tanks and the Economic Counter-Revolution, 1931-1983 (Londres: Harper Collins, 1994), p. 15,

230
DIRECCIÓN «CONSCIENTE» Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN

quien proclama que «cuanto más extenso sea el control de la conciencia so-
bre los asuntos humanos, más auténticamente humano, y por lo tanto sobre-
humano, será el hombre»,4 o bien sean los hegelianos ortodoxos, quienes
nos proponen las ideas del maestro sobre la Razón que toma consciencia de
sí misma y se hace con el control de su destino, o Karl Mannheim, para quien
«el pensamiento del hombre se ha hecho más espontáneo y absoluto de lo que
nunca ha sido, porque ahora advierte la posibilidad de autodeterminarse»,5
la actitud básica es siempre la misma. Aunque, según estas doctrinas, surgi-
das de concepciones hegelianas o positivistas, quienes las defienden constitu-
yen grupos cada uno de los cuales se considera distinto y superior a los demás,
la idea común de que la mente humana es capaz de transcenderse a sí misma
obedece a un mismo planteamiento general: la convicción de que estudiando
la Razón humana desde fuera y como un todo, podemos aprehender las leyes
de su funcionamiento de un modo más completo y exhaustivo que mediante
la paciente exploración interna, que observa fielmente el desenvolvimiento

fue «bajo el liderazgo de los mentores J.A. Hobson y L.T. Hobhouse» cuando el Partido Liberal «adop-
tó el sistema de seguridad social de Bismarck y lo aplicó en Gran Bretaña durante el gobierno del li-
beral Asquith entre 1908 y 1915». En libros como Mind in Evolution (1901) y Morals in Evolution
(1906), Hobhouse defendió que el progreso en el pensamiento humano y la conducta moral eran el
resultado no de la biología, sino de la proyección de la conciencia individual y del control del ser hu-
mano. – Ed.].
4. Joseph Needham, Integrative Levels: A Revaluation of the Idea of Progress, Herbert Spencer
Lecture (Oxford, 1937), p. 47. [El bioquímico inglés Joseph Needham (1900-1995) cobró notoriedad
como historiador del desarrollo de la ciencia china. Durante la década de 1930, fue uno de los «hom-
bres de la ciencia» (cientistas naturales que defendían la planificación de la ciencia y la sociedad) con-
tra los que Hayek luchaba. Para saber más, véase la introducción del editor a este volumen, pp. 69-
70. – Ed.].
5. Karl Manheim, Man and Society in an Age of Reconstruction (1940), p. 213. [Ya conocemos
a Karl Mannheim (véase capítulo 7, nota 17), uno de los fundadores de la sociología del conocimien-
to. Mannheim huyó de Frankfurt cuando los nazis llegaron al poder, y se aseguró un puesto en la
London School of Economics. En Man and Society arguyó que las democracias occidentales podrían
evitar la Unión Soviética comunista o la Europa fascista únicamente mediante la planificación exten-
siva de la sociedad. La planificación era inevitable, la única opción disponible era elegir entre la plani-
ficación correcta y la que sería impuesta por los regímenes totalitaristas de izquierda o de derecha.
Hayek modificó el pasaje original de Mannheim, que, refiriéndose al individuo de una sociedad plani-
ficada, expresaba lo siguiente: «Su pensamiento es ahora mucho más espontáneo y absoluto de lo que
era antes, pues ahora percibe la posibilidad de tomar decisiones él mismo». – Ed.].

231
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de los procesos en que se despliega de hecho la interacción entre las mentes


individuales.
Así, pues, esta pretensión de poder aumentar los poderes de la mente huma-
na mediante un control consciente de su crecimiento se basa en la misma con-
cepción teórica que presume poder dar una explicación plena de este crecimien-
to; presunción que supone la posesión de una especie de supermente por parte
de quienes la defienden; y no es casual que quienes sostienen tales concepcio-
nes teóricas aspiren también a ver sometido así el crecimiento de la mente.
Es importante comprender el sentido preciso en que la pretensión de po-
der «explicar» el conjunto de conocimientos y creencias existentes debe in-
terpretarse para justificar las aspiraciones basadas en la misma. Para ello no
basta disponer de una teoría adecuada que explique los principios que rigen
los procesos responsables del desarrollo de la mente. Este conocimiento de me-
ros principios (ya se trate de una teoría del conocimiento o de una teoría de los
procesos sociales) puede contribuir a crear condiciones favorables a ese creci-
miento, pero nunca podrá ofrecer una justificación de la pretensión de dirigir-
lo deliberadamente. Esta pretensión supone que somos capaces de alcanzar
una completa explicación de por qué mantenemos determinadas opiniones, de
cómo nuestro conocimiento real está determinado por específicas condiciones.
Es lo que hacen la «sociología del conocimiento» y demás derivaciones de la
«interpretación materialista de la historia» cuando, por ejemplo, «explican»
la filosofía kantiana como producto de los intereses materiales de la Alemania
burguesa de finales del siglo XVIII, o proponen cualquier otra tesis por el estilo.
No podemos detenernos aquí a discutir las razones por las que este mé-
todo es incapaz de ofrecer realmente una explicación ni siquiera respecto a
aquellas opiniones que hoy consideramos erróneas, pero que en cierto sen-
tido podríamos incluso explicar gracias al mejor conocimiento de que hoy
disponemos. La principal dificultad radica en que semejante intento, en re-
lación con nuestros conocimientos actuales, implica una contradicción: si supié-
ramos cómo nuestro actual conocimiento está condicionado o determinado,
ya no sería nuestro saber actual. Afirmar que podemos explicar nuestro sa-
ber equivale a afirmar que conocemos más de lo que realmente conocemos:
afirmación absolutamente insensata en el sentido propio del término.6 Acaso

6. Véase supra, pp. 215-219.

232
DIRECCIÓN «CONSCIENTE» Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN

pueda tener sentido la afirmación de que, a una mente muy superior a la


nuestra, nuestros conocimientos actuales puedan parecerle «relativos» o con-
dicionados en cierto modo por determinadas circunstancias. Pero la única
conclusión que nosotros podemos sacar con fundamento sería cabalmente la
opuesta a la «teoría de la evolución mental controlada»: es decir, la conclu-
sión de que, sobre la base de nuestros conocimientos actuales, no estamos
en condiciones de dirigir ese crecimiento. Cualquier otra conclusión, derivar
de la tesis según la cual las ideas humanas están determinadas por las cir-
cunstancias, la pretensión de que a alguien pueda conferírsele el poder de guiar
ese crecimiento, implica la presunción de que quienes deberían asumir ese
poder estén dotados de una especie de supermente. En realidad, quienes de-
fienden esta tesis han echado siempre mano de alguna escapatoria teórica
que les permitía excluir a sus propias opiniones de la misma clase de explica-
ción, acreditándoles la posesión de un conocimiento absoluto y la condición
privilegiada de una clase especialmente favorecida o de una intelligentsia so-
cialmente independiente.7
Mientras, por un lado, esta corriente de pensamiento representa una es-
pecie de superracionalismo, con su exigencia de dirección total de la reali-
dad en todos sus aspectos a cargo de una supermente, por otro lado prepara
simultáneamente el terreno al afianzamiento del irracionalismo absoluto.
Si la verdad no se descubre ya mediante la observación, el razonamiento y
el debate, sino desvelando las razones secretas que, ignoradas por el propio
pensador, han predeterminado sus conclusiones; si la veracidad o falsedad
de una afirmación no se decide ya por el razonamiento lógico y las pruebas
empíricas, sino por el examen de la posición social de la persona que la pro-
nuncia; cuando, pues, la capacidad de descubrir la verdad depende de la per-
tenencia a una determinada clase o raza, y cuando, en conclusión, se procla-
ma que el infalible instinto de una determinada clase o de un determinado

7. [Karl Mannheim, en el capítulo 3 de su libro Ideology and Utopia, titulado «The Prospects
of Scientific Politics», le concede al intelecto un papel importante, el de ser el «estamento versátil,
relativamente sin clases», para el desarrollo de una ciencia verdadera de la política. Así pues, se suele
asociar el término «intelecto socialmente independiente» a Mannheim, a pesar de no haber afirmado
en ninguna parte que tal intelecto socialmente independiente pudiera poseer el conocimiento abso-
luto. – Ed.].

233
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

pueblo tiene siempre razón, ello significa que la razón ha sido definitivamen-
te liquidada.8 Tal es el desenlace obvio y natural de una doctrina que parte
del supuesto de que se puede alcanzar intuitivamente un conocimiento de
la totalidad más profundo que el que puede obtenerse mediante la recons-
trucción racional según los principios de la teoría social compositiva.
Si es cierto, como admiten, a pesar de sus diferentes ópticas, tanto los in-
dividualistas como los colectivistas, que los procesos sociales pueden alcan-
zar resultados que superan las capacidades de realización y planificación de
la mente humana individual, y que precisamente de estos procesos sociales
recibe la mente individual el poder de que está dotada, todo intento de im-
poner un control consciente a estos procesos debe generar fatalmente conse-
cuencias trágicas. La presuntuosa aspiración a que la «razón» dirija su propio
crecimiento solo puede tener, en la práctica, el efecto de poner limitaciones
a ese mismo crecimiento, de reducir su actividad únicamente a la persecu-
ción de aquellos resultados que la mente rectora individual es realmente ca-
paz de prever.
Esta aspiración es consecuencia directa de cierto tipo de racionalismo mal
entendido y peor aplicado, que se muestra incapaz de reconocer en qué me-
dida la razón individual es producto de las relaciones interindividuales. En
efecto, la exigencia de que todo, incluido el crecimiento de la mente humana,
tenga que obedecer a una dirección consciente, es también señal de un pro-
fundo desconocimiento del carácter general de las fuerzas que gobiernan
la vida de la razón humana y de la sociedad humana. Constituye el último
estadio al que conducen aquellos impulsos autodestructores de nuestra mo-
derna civilización «científica» y aquel abuso de la razón cuyo desarrollo y cu-
yas consecuencias serán el tema central de los estudios históricos que ofrece-
mos a continuación.
Puesto que el crecimiento de la mente humana plantea, en su forma más
general, el problema central común a todas las ciencias sociales, es compren-
sible que en él se concrete una aguda división de opiniones, dando lugar a
dos actitudes fundamentalmente distintas e irreconciliables: por un lado, la

8. Interesantes ejemplos de lo lejos a que han podido llegar tales absurdos pueden verse en E.
Gruenenwald, Das Problem der Soziologie des Wissens (Viena, 1934), publicación póstuma de un joven
estudioso que sigue siendo la más completa reseña de cuanto se ha publicado sobre el tema.

234
DIRECCIÓN «CONSCIENTE» Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN

esencial humildad del individualismo, que trata de comprender lo mejor que


puede los principios que de hecho han permitido la integración de los esfuer-
zos de los individuos y la consiguiente formación de nuestra civilización,
con la esperanza de poder servirse de esta comprensión para crear condicio-
nes que permitan ulteriores progresos; y, por otro, la hybris del colectivismo,
que aspira a dirigir conscientemente todas las fuerzas de la sociedad.
El planteamiento individualista, consciente de las limitaciones intrínse-
cas de la propia naturaleza de la mente individual,9 se propone demostrar que
el hombre en sociedad es capaz, utilizando los recursos que le proporciona el
proceso social, de incrementar sus propios poderes con ayuda del conocimien-
to implícito en ellos y de los cuales nunca es plenamente consciente. Este
planteamiento nos permite comprender que la única «razón» que puede, en
todos los aspectos, considerarse superior a la razón individual no existe al
margen del proceso interindividual en el que, con ayuda de medios imperso-
nales, los conocimientos de tantas generaciones del pasado y de tantos millo-
nes de hombres de la generación actual se combinan e integran mutuamen-
te, y que este proceso es la única forma en que la totalidad del conocimiento
humano puede existir.
El método colectivista, por otro lado, no se contenta con el conocimiento
parcial que este proceso puede brindar desde dentro, y que de hecho repre-
senta todo lo que el individuo puede obtener, sino que funda sus pretensio-
nes de control consciente en la presunción de poder abarcar este proceso como
un todo y de utilizar todos los conocimientos en forma sistemáticamente in-
tegrada. De este modo conduce directamente al colectivismo político; y si
bien el colectivismo metodológico y el político son cosas distintas, no es difí-
cil demostrar que el primero lleva al segundo y que, de hecho, el colectivismo
político sin el metodológico carece totalmente de base intelectual: sin la pre-
sunción de que la razón individual consciente es capaz de abarcar todos los
fines y todo el conocimiento de la «sociedad» o de la «humanidad», queda
sin fundamento la convicción de que estos fines pueden alcanzarse mejor
por medio de una dirección central consciente. Esta concepción, desarrollada
coherentemente, debe llevar por necesidad a un sistema en el que todos los
miembros de la sociedad se convierten en meros instrumentos de una única

9. Véase supra, pp. 157 y 171-173.

235
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

mente rectora y todas las fuerzas sociales espontáneas, a las que de hecho
se debe el crecimiento de la mente, desaparecen.10
Es posible que la tarea con mucho más difícil y no la menos importante
para la razón humana sea la de comprender racionalmente sus propias limi-
taciones. Para el crecimiento de la razón es esencial que, como individuos,
tengamos que someternos a fuerzas y obedecer a principios que no podemos
esperar comprender plenamente, y de los que, sin embargo, depende el pro-
greso y también la preservación de la civilización.11 Históricamente este resul-
tado se ha alcanzado bajo la influencia de las distintas creencias religiosas y
por la presión de tradiciones y supersticiones que indujeron a los hombres
a someterse a aquellas fuerzas apelando a sus emociones más bien que a su
razón. El estadio más peligroso en el desarrollo de la civilización tal vez sea
aquel en el que el hombre puede verse inducido a considerar todas estas creen-
cias como supersticiones y se niega a aceptar o a someterse a todo lo que no
consigue comprender racionalmente. El racionalista cuya razón no basta para
hacerle comprender estas limitaciones de los poderes de la razón consciente
y que desprecia todas las instituciones y costumbres que no hayan tenido
un origen intencionado, puede convertirse así en el destructor de la civiliza-
ción que sobre ellas se basa. Este puede ser el valladar contra el que la huma-
nidad va repetidamente a chocar, solo para volver a caer en la barbarie.
Aquí solo podemos aludir a otro campo en el que esta tendencia, típica
de nuestra época, se manifiesta: el de la obligación moral. En este campo se
formulan objeciones parecidas contra la observancia de cualquier norma ge-
neral y formal cuya racionalidad no se demuestre explícitamente. Pero la
pretensión de que toda acción tenga que ser juzgada sobre la base de un com-
pleto reconocimiento de todas sus consecuencias, y no según alguna nor-
ma general, deriva de la incapacidad de comprender que el sometimiento a
normas generales, expresadas en términos de circunstancias inmediatamente

10. Acaso no sea tan obvio que excuse la referencia, recordar cómo la denigración, hoy tan de
moda, de cualquier actividad del tipo de las que se expresan, por ejemplo, con las fórmulas «el arte
por el arte» o «la ciencia por la ciencia», y la pretensión de que todo obedezca a una «finalidad social
consciente», son manifestaciones de la misma tendencia general, basada siempre en la ilusión de un
saber total, que hemos analizado en el texto.
11. Otros aspectos del gran problema que aquí apenas hemos rozado pueden verse en mi Road
to Serfdom (1944), especialmente capítulos 6 y 14.

236
DIRECCIÓN «CONSCIENTE» Y CRECIMIENTO DE LA RAZÓN

averiguables, es el único modo en que, para el hombre cuyo saber es limi-


tado, puede la libertad coexistir con el mínimo indispensable de orden. La
aceptación general de normas formales es, en efecto, la única alternativa hasta
ahora descubierta por el hombre a la sujeción a una dirección impuesta por
una única voluntad. La aceptación general de este corpus de normas no pierde
importancia por el hecho de que esas normas no hayan sido construidas ra-
cionalmente. Por lo demás, es cuando menos dudoso que de este modo pue-
da construirse un nuevo código moral que tenga alguna probabilidad de ser
aceptado. Pero mientras no logremos llevar a cabo una construcción seme-
jante, toda negación general a aceptar las normas morales vigentes, simple-
mente porque no se ha demostrado racionalmente su validez (caso distinto
del de un crítico que crea haber descubierto, a propósito de una determinada
situación, una norma moral mejor y esté dispuesto a desafiar la desaproba-
ción pública demostrándolo) equivale a destruir una de las raíces de nuestra
civilización.12

12. Típica manifestación del espíritu de la época, y en particular del positivismo, es la afirma-
ción de A. Comte (Système de politique positive, vol. I, p. 356) a propósito de la «necesaria superio-
ridad de la moral demostrada sobre la moral revelada», [«La necesaria superioridad de la moral de-
mostrada sobre la moral revelada». – Ed.]. típica sobre todo por el supuesto, en ella implícito, de que
un sistema moral construido racionalmente es la única alternativa a un sistema de revelación divina.

237
10
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

El ideal de un control consciente de los fenómenos sociales se dejó sentir


sobre todo en el terreno económico.1 La actual popularidad de la «planificación
económica» procede directamente del predominio de las ideas científicas que
hemos examinado. Como en este campo los ideales científicos se manifiestan
en las formas específicas que adoptan en manos de los cultores de la ciencia
aplicada, y especialmente de los ingenieros, será conveniente combinar la dis-
cusión de esta influencia con el examen de los ideales característicos de los
ingenieros. Veremos cómo la influencia de las concepciones corrientes acerca
de los problemas de la organización social de este planteamiento tecnológi-
co, o el punto de vista ingenieril, es mucho mayor de lo que suele pensarse.
Gran parte de los planes para una completa remodelación de la sociedad, des-
de las utopías primitivas al socialismo moderno, llevan ciertamente la marca
de esta influencia. En los años más próximos a nosotros este deseo de apli-
car la ciencia ingenieril a la solución de los problemas sociales se ha hecho
totalmente explícito;2 expresiones como «ingeniería política» e «ingeniería
social» se han convertido en lemas de moda característicos de la visión de la

1. Para quienes deseen profundizar ulteriormente en el estudio de los temas tratados en este ca-
pítulo, ofrecemos algunas referencias a obras importantes aparecidas tras la primera edición de este
trabajo. Además de los ya citados Selected Writings of Edward Sapir, ed. D.G. Mandelbaum (Berkeley:
University of California Press, 1949), esp. pp. 46 y ss., 104, 162, 166, 546 y ss., y 553), el lector podrá
consultar con provecho G. Ryle, «Knowing How and Knowing That», Proceedings of the Aristotelian
Society, n.s., vol. 46 (1945), y los correspondientes pasajes en la obra del mismo autor The Concept
of Mind (Londres, 1949); K.R. Popper, The Open Society and Its Enemies (Londres, 1946); y M. Polanyi,
The Logic of Liberty (Londres, 1951).
2. De nuevo, una de las mejores ilustraciones de esta tendencia nos la ofrece K. Mannheim,
Man and Society in a Age of Reconstruction (1949), esp. pp. 240-44, donde explica que «el funcio-
nalismo hizo su primera aparición en el campo de las ciencias naturales, y podría definirse como el
punto de vista técnico. Solo recientemente ha sido trasladado a la esfera social. […] El traslado de este

238
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

generación actual como predilección de la misma por un control «conscien-


te». En Rusia, incluso los artistas parecen enorgullecerse del título de «inge-
nieros del espíritu» con que Stalin los distinguió.3 Son expresiones que indi-
can una confusión tal acerca de las fundamentales diferencias que existen entre
la tarea propia de los ingenieros y la de las organizaciones sociales a gran esca-
la, que sugieren la conveniencia de considerar más a fondo esas diferencias.
Aquí hemos de limitarnos a considerar algunos aspectos más salientes
de los problemas específicos que la experiencia profesional de los ingenieros
ofrece constantemente y que condicionan su visión de la realidad. El primero
es que sus tareas típicas son en sí completas: el ingeniero tiene que ocuparse
de un solo objetivo, controlar todos los esfuerzos encaminados a este obje-
tivo, y para ello dispone de una determinada cantidad de recursos. Como con-
secuencia, el aspecto más característico de su procedimiento resulta posible,
es decir que, al menos en principio, todas las partes del complejo de operacio-
nes se hallan ya prefiguradas en la mente del ingeniero antes de iniciar el
proceso de realización, es decir que todos los «datos» en que se basa su labor
han sido tomados en cuenta en sus cálculos previos y luego compendiados
en el proyecto que preside la ejecución de toda la obra.4 En otras palabras, el

planteamiento de las ciencias naturales a los asuntos humanos tenía que provocar un profundo
cambio en el hombre mismo. […] El planteamiento funcional no considera ya las ideas y las normas
morales como valores absolutos, sino como producto del proceso social que, eventualmente, pueden
ser modificados mediante la intervención científica combinada con la práctica política. […] La exten-
sión de la doctrina de la supremacía de la técnica que he defendido en este libro es, en mi opinión,
inevitable. […] El progreso en la técnica de la organización no es sino la aplicación de las concepcio-
nes técnicas a las formas de cooperación. Un ser humano, considerado como parte de la máquina social,
está en cierta medida estabilizado en sus reacciones por el adiestramiento y la educación, y todas sus
actividades recientemente adquiridas están coordinadas según un determinado principio de eficacia
dentro de un marco organizado.»
3. [En la Unión Soviética de Lenin y Stalin, el «realismo socialista» estaba autorizado: la función
del arte era ayudar en la transformación revolucionaria de la sociedad y la humanidad, mediante la
representación y glorificación del proletariado, pues fue quien construyó el nuevo mundo socialista.
Debido a su papel en la creación del nuevo socialista, a los artistas se los llamaba los «ingenieros del
alma». Hayek hace una referencia de este tipo en sus argumentos a las teorías del arte de Saint-Simon
en el capítulo 13, p. 207. – Ed.].
4. La mejor descripción que he podido encontrar hasta ahora de este aspecto del método inge-
nieril se halla en un discurso del gran ingeniero óptico alemán Ernst Abbe: «Como el arquitecto, antes

239
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ingeniero tiene un control completo del sector particular de que se ocupa,


lo examina en todos sus aspectos relevantes y solo tiene que ocuparse de «can-
tidades conocidas».5 En lo que respecta a la solución de sus problemas inge-
nieriles, no participa en un proceso social en el que otros toman decisiones
independientes, sino que se mueve en un mundo aparte y completamente
independiente. La aplicación de la técnica que domina, de las leyes generales
que ha aprendido, supone este conocimiento completo de los hechos objetivos;
estas reglas se refieren a propiedades objetivas de las cosas y pueden aplicar-
se solo tras haber sido reunidas y sometidas a control por una única mente
todas las circunstancias particulares de tiempo y lugar. En otras palabras, su
técnica se refiere a situaciones típicas en términos de hechos objetivos, no
al problema de buscar los recursos disponibles o determinar la importancia

incluso de que se haya puesto un solo ladrillo del edificio, tiene ya en su mente completas las estruc-
turas, con la única ayuda de lápiz y pluma para fijar su propia idea, así también la compleja creación
de cristal y metal debe construirse según una lógica propia, prevista hasta en su más mínimo elemento
componente, mediante un trabajo puramente intelectual, analizando teóricamente el efecto de todas
las partes, antes aún de que estas hayan sido materialmente ejecutadas. Al brazo ejecutor no tiene
que quedarle otra tarea que realizar puntualmente las formas establecidas por los cálculos y medir
todos los elementos constructivos, y a la experiencia práctica no le queda más función que dominar
los métodos y los medios más idóneos para la ejecución material.» Citado en Franz Schnabel, Deutsche
Geschichte im neunzehnten Jahrhundert, vol. III, 1934, p. 222, obra que es una verdadera mina de
noticias sobre este, así como de todos los demás aspectos de la historia intelectual de Alemania en el
siglo XIX. [El pasaje puede traducirse de la siguiente manera: «Como el arquitecto, antes incluso de
que se haya puesto un solo ladrillo del edificio, tiene ya en su mente completas las estructuras, con
la única ayuda de lápiz y pluma para fijar su propia idea, así también la compleja creación de cristal
y metal debe construirse según una lógica propia, prevista hasta en su más mínimo elemento compo-
nente, mediante un trabajo puramente intelectual, analizando teóricamente el efecto de todas las par-
tes, antes aún de que estas hayan sido materialmente ejecutadas. Al brazo ejecutor no tiene que quedarle
otra tarea que realizar puntualmente las formas establecidas por los cálculos y medir todos los ele-
mentos constructivos, y a la experiencia práctica no le queda más función que dominar los métodos
y los medios más idóneos para la ejecución material». – Ed.].
5. Sería demasiado largo explicar aquí detalladamente por qué cualquier delegación o división po-
sible del trabajo, en la preparación de un proyecto de ingeniería, es siempre muy limitada y difiere en
muchos aspectos esenciales de la división del saber en que se basan los procesos sociales impersona-
les. Baste observar que no solo deben fijarse las características exactas del resultado que debe alcanzar
cada uno de los que deben elaborar parte del proyecto de ingeniería, sino también que, para que la dele-
gación sea posible, debe suponerse que el resultado puede alcanzarse dentro de un coste máximo.

240
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

relativa de las distintas necesidades. Está acostumbrado a actuar en el mun-


do de las posibilidades objetivas, independientes de las condiciones particu-
lares de tiempo y lugar, con el conocimiento de aquellas propiedades de las
cosas que permanecen idénticas siempre y en todas partes y que las poseen
con independencia de las situaciones humanas particulares.
Conviene, sin embargo, observar que la concepción que el ingeniero tie-
ne de su trabajo como algo completo en sí mismo es, en cierta medida, iluso-
ria. Él se encuentra en una sociedad competitiva y puede tratarla como tal
porque puede considerar la existencia de la sociedad en general con la que
cuenta como uno de sus datos, como algo dado y de lo que no tiene que pre-
ocuparse. Da por descontado que puede comprar, a unos precios dados, los
materiales y servicios humanos que necesita y que las personas que traba-
jan para él pueden procurarse, con la remuneración que reciben, el alimento
y demás bienes necesarios. Sus planes se integran en el más amplio complejo
de las actividades sociales porque los basa en datos que el mercado le ofrece;
y puede considerar su trabajo como algo en sí completo, simplemente por-
que no tiene que ocuparse también de cómo el mercado se encarga de pro-
porcionarle lo que necesita para proseguir su trabajo. Mientras los precios
no cambien inesperadamente, él se sirve de ellos como de una guía para sus
cálculos, sin pararse a pensar en su significado. Pero aunque tenga que to-
marlos en cuenta, no son propiedades de las cosas de la misma manera que
las que él trata. No son atributos objetivos de las cosas, sino meros reflejos
de una particular situación humana en determinadas condiciones de tiempo
y lugar. Y como su conocimiento no explica por qué se producen esos cambios
en los precios que a menudo interfieren en sus planes, acaba pensando que
toda interferencia de este tipo se debe a fuerzas irracionales (esto es, no diri-
gidas conscientemente), y siente la necesidad de prestar atención a magni-
tudes que para él carecen de sentido. De donde la característica y recurrente
exigencia de sustituir el cálculo «artificial» en términos de precio o valor por
el cálculo in natura,6 un cálculo que tiene explícitamente en cuenta las pro-
piedades objetivas de las cosas.

6. Es significativo que el más tenaz defensor del llamado cálculo in natura sea Otto Neurath,
protagonista del «fisicalismo» y «objetivismo» moderno. [Para más detalles sobre Neurath, véase el
capítulo 1, nota 5. – Ed.].

241
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

El ideal del ingeniero, cuya realización piensa que es obstaculizada por


fuerzas económicas «irracionales», se basa en un estudio de las propiedades
objetivas de las cosas y suele consistir normalmente en un óptimo puramente
técnico de universal validez. Difícilmente se da cuenta de que su preferen-
cia por estos métodos particulares se debe únicamente al tipo de problemas
que él tiene que resolver con mayor frecuencia y solo se justifica en parti-
culares situaciones sociales. Puesto que el problema más común que el cons-
tructor de máquinas tiene que resolver es cómo obtener de unos recursos
dados el máximo de potencia, mientras que los instrumentos que tiene que
emplear son la variable bajo su control, esta utilización máxima de la poten-
cia se convierte en ideal absoluto, un valor en sí mismo.7 Pero, por supuesto,

7. Véase un pasaje característico en B. Bavinck, The Anatomy of Modern Science (trad. inglesa
de la 4.ª ed. alemana por H.S. Hatfield), 1932, p. 564: «Si nuestra tecnología sigue debatiéndose
con el problema de transformar el calor en trabajo en condiciones mejores que las que hoy son
posibles con los aparatos actuales de combustión diversa o de vapor…, esto no se produce porque
se busque, en primer lugar, la reducción del coste de producción de la energía, sino ante todo porque
es un fin en sí mismo elevar al máximo grado posible la eficacia de un aparato térmico. Si el proble-
ma a resolver consiste en transformar el calor en trabajo, entonces hay que plantearlo de tal modo
que el mayor porcentaje de calor resulte así transformado… El ideal del proyectista de estas má -
quinas es, pues, la eficiencia del ciclo de Carnot, el proceso ideal que alcanza el máximo de eficien-
cia teórica.»
Es fácil comprender por qué este planteamiento, junto con el deseo de practicar el cálculo in
natura, induce con tanta frecuencia a los ingenieros a elaborar sistemas de «energética», hasta el
punto de justificar la afirmación de que «lo característico de la Weltanchauung del ingeniero es
una concepción energética del mundo» (L. Brinkmann, Der Ingenieur [Francfurt, 1908], p. 16). [La
cita de Hayek puede traducirse como: «Lo característico de la Weltanchauung del ingeniero es una
concepción energética del mundo». Sin embargo, lo que realmente escribió Brinkmann es: «Das
Charakteristikum des Ingenieurs ist die energetische Weltanchauung». – Ed.]. Ya nos hemos refe-
rido a esta típica manifestación de «objetivismo» cientista (véase supra, pp. 184-186) y no podemos
tratar aquí más detalladamente el tema. Conviene, sin embargo, recordar cuán extendida está esta
orientación y cuán grande ha sido la influencia que ha ejercido. E. Solvay, G. Ratzenhofer, W. Ostwald,
P. Geddes, F. Soddy, H.G. Wells, los «tecnócratas» y L. Hogben son solo algunos de los autores de
primer plano en cuyas obras la energética desempeña un papel más o menos destacado. Sobre este
movimiento existen muchas monografías francesas y alemanas (Nyssens, L’énergétique [Bruselas,
1908]; G. Barnich, Principes de politique positive basée sur l’énergétique sociale de Solvay [Bruselas,
1918]; Schnehen, Energetische Weltanshauung [1907]; A. Dochmann, F.W. Ostwald’s Energetik
[Berna, 1908]; y la mejor, Max Weber, «Energetische Kulturtheorien» [1909], recogida en Gesammelte

242
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

no hay ningún mérito especial en economizar uno de los muchos factores


que limitan la posible realización, a costa de los demás. El «óptimum técnico»
del ingeniero se identifica con frecuencia con el método que sería deseable

Aufsätze zur Wissenschaftslehre [1922]; pero ninguna de ellas es convincente y ninguna, a lo que
entiendo, está en inglés.
La sección de la obra de Bavinck de la que hemos tomado el pasaje citado al principio de esta nota
resume lo esencial de la enorme literatura, en su mayor parte alemana, sobre la «filosofía de la tecno-
logía», que ha tenido una gran difusión y cuya obra más conocida es la de E. Zschimmer, Philosophie
der Technik (Stuttgart, 1933), 3.ª ed. Ideas parecidas encontramos en los conocidos trabajos ameri-
canos de Lewis Mumford. Esta literatura alemana es sumamente instructiva para un estudio psico-
lógico, si bien, por otro lado, hay que reconocer que se trata de la más aburrida mezcla de pretencio-
sas obviedades y de repelentes insensateces con que me he encontrado. Sus rasgos comunes son la
aversión hacia cualquier consideración económica, la intentada reivindicación de ideales meramen-
te tecnológicos y la exaltación de la organización de la sociedad en su conjunto según el principio
en que se basa la organización de una fábrica. (Sobre el último punto, véase sobre todo F. Dessauer,
Philosophie der Technik [Berna, 1927], p. 129.)
[En el capítulo 5, Hayek considera el movimiento de la energética un ejemplo de objetivismo del
planteamiento cientista, y menciona a integrantes del movimiento, tales como Ernest Solvay, Wilhelm
Ostwald y Frederick Soddy. Para saber más sobre el movimiento de la energética y el movimiento
tecnócrata, véase Philip Mirowski, «Energy and Energetics in Economic Theory: A Review Essay»,
Journal of Economic Issues, vol. 22, septiembre de 1988, pp. 811-830. El sociólogo y coronel jurídico
austriaco Gustav Ratzenhofer (1840-1942) consideraba que el conflicto social entre los grupos étni-
cos nace de instintos y procesos básicos (biológicos, químicos y físicos), pero mantenía la esperanza
de que este nuevo campo de la sociología pudiera llevar a las especies a unas relaciones sociales mejo-
radas. El biólogo y botánico escocés Patrick Geddes (1854-1932), considerado uno de los fundadores
de la profesión de planificador urbano, afirmaba que la renovación urbana equilibraría los problemas
económicos y sociales, mejoraría la calidad del medio ambiente y llevaría a un desarrollo sostenible.
Aplicó sus principios a la renovación del casco antiguo de Edimburgo. Geddes ejerció una gran influen-
cia en un prolífico estudiante estadounidense de arquitectura, planificación urbana y sociología,
Lewis Mumford (1895-1990), quien, en Technics and Civilization (Nueva York: Harcourt, Brace and
Co., 1934), detalló el impacto de «la máquina» en la civilización. Mumford, siguiendo las ideas de la
tecnocracia, arguyó en el último capítulo que, como las máquinas permiten un aumento masivo en
nuestra habilidad de convertir energía en propósitos productivos, entonces deberíamos abandonar el
capitalismo por un nuevo sistema social y económico: el comunismo básico (pero no marxista). Entre
los lemas del venidero sistema de energética social, se encuentran: «¡Más conversión!», «¡Normalicen
el consumo!» y «¡Socialicen la creación!» (pp. 373-435). Herbert George Wells (1866-1946), al que se
le recuerda hoy en día por escribir novelas de ciencia ficción, como La máquina del tiempo (1895), El
hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898), ya era defensor de la planificación nacional

243
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

adoptar si la disponibilidad de capital fuera ilimitada, o si el tipo de interés


fuera cero: en estas condiciones se podría aspirar a la tasa de transformación
más elevada posible del input corriente en output corriente. Pero conside-
rar esto como un objetivo inmediato significa desconocer que esta situación
solo puede alcanzarse destinando durante mucho tiempo a la producción de
equipamiento unos recursos que se precisan para satisfacer las necesidades
corrientes. En otras palabras, el ideal del ingeniero se basa en el desconoci-
miento del hecho económico más fundamental que condiciona nuestra situa-
ción aquí y ahora, la escasez de capital.
El tipo de interés es, sin duda, uno solo, aunque el menos comprendido,
y por lo tanto el más impopular, de todos aquellos precios que cumplen la
función de guías impersonales a que el ingeniero tiene que someterse para
que sus planes se integren en el contexto de las actividades de la sociedad en
su conjunto, y contra cuyas limitaciones se rebela por cuanto representan unas
fuerzas cuya racionalidad no entiende. Es uno de aquellos símbolos en los
que se compendia de manera automática (aunque no totalmente exenta de
defectos) el conjunto de conocimientos y exigencias humanas, y que el indi-
viduo debe tener en cuenta para poder mantener el paso con el resto del sis-
tema. Si, en lugar de servirse de esta información en la forma abreviada en
que le llega a través del sistema de precios, tuviera en cada caso que rastrear
los hechos objetivos y tomarlos constantemente en consideración, ello sig-
nificaría para él tener que renunciar al único método que le permite limitar
sus análisis a las circunstancias inmediatas y sustituirle por un método que
implique recibir estos conocimientos de un único centro para incorporarlos

en 1912, y en obras como Anticipations (1902) y The Shape of Things to Come (1933) era defensor
de la predicción científica del futuro, de la que era profesional. Wells también solía criticar las estruc-
turas sociales y de clase de la Inglaterra victoriana y eduardiana, y fue conocido durante el periodo
de entre guerras por sus escritos sobre reformas sociales; por ejemplo, algunas de sus ideas en el artí-
culo de periódico que escribió en 1939, «Declaration of the Rights of Man», fueron incorporadas en
la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas en diciembre de 1948. El fisiólogo inglés Lancelot Hogben (1895-1975) fue autor de no solo
obras científicas, sino también de libros populares sobre ciencia, como Science for the Citizen: A Self-
Educator Based on the Social Background of Scientific Discovery (1938). Hogben era principalmente
profesor en Birmingham, pero ocupó una cátedra en biología social en la London School of Economics
a principios de la década de 1930. – Ed.].

244
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

explícita y deliberadamente en un único plan. La aplicación de la técnica inge-


nieril a toda la sociedad exige realmente que el director posea el mismo co-
nocimiento completo de la sociedad en su conjunto que el ingeniero posee
en una limitada parcela. La planificación económica central no es sino la apli-
cación de las planificaciones ingenieriles a toda la sociedad, basada en el su-
puesto de que esa completa concentración de todo el conocimiento relevante
es posible.8
Antes de proceder a considerar el significado de esta concepción de una
organización racional de la sociedad, será oportuno completar el perfil de la
visión típica del ingeniero con una referencia también rápida a las funcio-
nes del mercader o comerciante. Esto contribuirá no solo a clarificar la natu-
raleza del problema de la utilización del conocimiento disperso entre mucha
gente, sino que también ayudará a comprender el rechazo que no solo los
ingenieros sino toda nuestra generación muestran hacia todas las activida-
des comerciales, y la general preferencia que hoy se concede a la «producción»
frente a las actividades que, con una expresión un tanto equívoca, se definen
como «distribución».
Comparada con la actividad del ingeniero, la del comerciante es en cierto
sentido mucho más «social», es decir se halla mucho más compenetrada con
las actividades libres de los demás. Con su actividad contribuye a que demos
un paso adelante en la consecución ahora de un fin, ahora de otro, sin que por
ello participe en todas las fases del proceso que conduce a la satisfacción final
de una necesidad. A lo que aspira no es a conseguir un resultado final parti-
cular del proceso completo en el que participa, sino a usar, del mejor modo
posible, los medios particulares que él conoce. Su peculiar conocimiento es
casi completamente un conocimiento de circunstancias particulares de tiempo
y lugar, o, acaso, una técnica de averiguación de estas circunstancias en un
campo determinado. Pero aunque este conocimiento no sea del tipo que puede
formularse mediante proposiciones genéricas, o que pueda adquirirse de una

8. Que esto lo reconocen plenamente sus defensores lo demuestra la popularidad entre todos los
socialistas, desde Saint-Simon a Marx y Lenin, de la frase que afirma que la sociedad en su conjunto
debería ser dirigida del mismo modo que hoy se dirige una gran fábrica. Véase V.I. Lenin, The State
and the Revolution, Little Lenin Library (1933), p. 78: «Toda la sociedad se convertirá entonces en
una única oficina y en una única fábrica con igualdad de trabajo y de remuneración»; respecto a Saint-
Simon y Marx, véase infra, p. 284, n. 23.

245
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

vez por todas, y aunque en una época dominada por la ciencia sea considera-
do por esta razón como conocimiento de orden inferior, sin embargo, desde
el punto de vista de la utilidad práctica, no es menos importante que el cono-
cimiento científico. Y aunque tal vez sea imaginable poder reunir todos los
conocimientos teóricos en la cabeza de unos pocos expertos para ponerlos a
disposición de una única autoridad central, ese conocimiento de lo particu-
lar, de las cambiantes circunstancias temporales y condiciones locales nunca
podría existir de otra forma que disperso entre mucha gente. Conocer cuán-
do un determinado material o una máquina pueden emplearse de la manera
más eficiente o barata es realmente tan importante para desempeñar una tarea
particular como conocer cuáles son los materiales o las máquinas más indica-
dos para un determinado objetivo. La primera clase de conocimiento tiene muy
poco que ver con las propiedades permanentes de las cosas que estudia el inge-
niero, pero es conocimiento de una particular situación humana. Y es preci-
samente en su calidad de persona que debe tener en cuenta estos hechos como
el comerciante entrará constantemente en conflicto con los ideales del inge-
niero, en cuyos planes interfiere, por lo que siempre será objeto de su rechazo.9

El problema de asegurar un uso eficaz de nuestros recursos se reduce en gran


medida a saber cómo este conocimiento de las circunstancias particulares del
momento puede utilizarse del modo más efectivo; y la tarea con que se enfrenta
quien proyecta un orden racional de la sociedad consiste en encontrar un
método que asegure la mejor utilización posible de este conocimiento tan
disperso. Se elude el problema cuando, como suele suceder, se identifica esa
tarea como el empleo eficiente de unos recursos «disponibles» para satisfacer
unas necesidades «existentes». Ni los recursos «disponibles» ni las necesi-
dades «existentes» son hechos objetivos en el sentido de los que el ingeniero
encuentra en su limitado campo, sino que son más bien algo que ningún orga-
nismo planificador puede conocer directamente en todos sus detalles rele-
vantes. Los recursos y las necesidades, a efectos prácticos, solo existen porque

9. Sobre estos problemas véase mi ensayo «The Use of Knowledge in Society», American Economic
Review, 35, n. 4, septiembre de 1945, recogido en Individualism and Economic Order (Chicago,
1948), pp. 77-91. [Este artículo se reimprimirá en el próximo volumen de The Collected Works of
F.A. Hayek. – Ed.].

246
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

alguien los conoce, y siempre serán infinitamente más conocidos por la gen-
te en general que por la autoridad más competente.10 Una solución eficaz no
podrá, pues, basarse en una autoridad que maneje directamente hechos ob-
jetivos, sino en un método que utilice el conocimiento disperso entre todos
los miembros de la sociedad, un conocimiento que, en las diversas situacio-
nes particulares, la autoridad central de ordinario no sabrá ni quién lo posee
ni siquiera si realmente existe. Por lo tanto, estos conocimientos no pueden
utilizarse mediante su integración consciente en un todo coherente, sino solo
a través de algún mecanismo que delegue las decisiones particulares en quie-
nes poseen esos conocimientos y que, para ello, les proporcione una informa-
ción sobre la situación general que les permita poder utilizar del mejor modo
posible las circunstancias particulares que solo ellos conocen.
Tal es, precisamente, la función que desempeñan los distintos «merca-
dos». Aunque quienes participan en ellos solo conocen un pequeño sector de
todas las posibles fuentes de suministro o de la utilización de una determi-
nada mercancía, sin embargo, directa o indirectamente, esos participantes
se hallan de tal modo interconectados entre sí, que los precios registran los
resultados netos de todos los cambios relevantes que afectan a la demanda
y a la oferta.11 Para comprender realmente la función tanto de los mercados
como de los precios hay que considerarlos como un instrumento de comu-
nicación a todos cuantos se interesan por una determinada mercancía de las
informaciones relevantes, realizada de una forma abreviada y condensada.
Precios y mercados ayudan a utilizar el conocimiento de mucha gente sin
necesidad de reunirse previamente en un único organismo; y por lo mismo
hace posible aquella combinación de descentralización de decisiones y ajuste
mutuo de estas decisiones que caracteriza a un sistema competitivo.
Puesto que tiende a conseguir un resultado que debe basarse, no en un
único conjunto integrado de conocimientos o de correlaciones racionales que

10. Es importante recordar a este respecto que a la formación de los agregados estadísticos, en
los que, como a menudo se dice, la autoridad central debe basar sus decisiones, se llega siempre evitando
deliberadamente tomar en consideración las circunstancias específicas de tiempo y lugar.
11. Véase en relación con esto la sugestiva discusión del problema en K.F. Mayer, Goldwanderun-
gen (Jena, 1935), pp. 66-68, y también mi artículo «Economics and Knowledge», Economica (febrero
de 1937), recogido en Individualism and Economic Order (Chicago: Chicago University Press, 1948),
pp. 33-56.

247
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

el planificador posee, sino en el conocimiento disperso entre mucha gente,


la función de la organización social difiere fundamentalmente de la que tiene
por objeto organizar determinados recursos materiales. El hecho de que cual-
quier mente individual solo pueda conocer una fracción de lo que conoce el
conjunto de las demás mentes individuales fija unos límites precisos a la ampli-
tud que la dirección consciente puede aportar a los resultados de procesos
sociales inconscientes. El hombre no ha diseñado deliberadamente este pro-
ceso, sino que más bien empezó a comprenderle mucho después de que el
mismo ya se hubiera desarrollado. Pero que algo que no solo no depende de
un control deliberado para su funcionamiento, sino que ni siquiera ha sido di-
eñado deliberadamente, produzca resultados positivos que de ninguna otra
forma pueden alcanzarse, es una conclusión que el experto en ciencias natu-
rales difícilmente podrá aceptar.
Mientras las ciencias morales tienden a mostrarnos los límites de nues-
tro control consciente, las ciencias de la naturaleza, en cambio, amplían cons-
tantemente su radio de control deliberado, y esa es la razón de que el exper-
to en ciencias naturales se rebele tan a menudo contra las enseñanzas de las
ciencias morales. La economía, en particular, después de haber sido condena-
da por emplear métodos diferentes de los de las ciencias naturales, lo ha sido
una vez más por su pretensión de mostrar los límites de la técnica con la que
los científicos naturales extienden continuamente nuestra conquista y domi-
nio de la naturaleza.
Es este conflicto con un fuerte instinto humano, reforzado además en el
científico y en el ingeniero, el que hace que la enseñanza de las ciencias mora-
les sea tan desagradable. Como muy bien ha dicho Bertrand Russell: «El pla-
cer de la construcción planificada es uno de los motivos más poderosos en
el hombre que combina inteligencia y energía. Todo lo que puede construirse
de acuerdo con un plan, el hombre pretende construirlo… el deseo de cons-
truir no es en sí idealista, puesto que es una forma de pasión por el poder,
y mientras existe este poder de crear, habrá hombres que quieran emplear
este poder aun en el caso de que la naturaleza pueda producir espontánea-
mente resultados mejores que los que puedan conseguirse mediante la in-
tención deliberada.»12 Esta afirmación la hace, sin embargo, al principio de

12. Bertrand Rusell, Scientific Outlook (London: G. Allen and Unwin, 1931), p. 211. [pp. 211-12].

248
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

un capítulo que lleva el significativo título de «Sociedades creadas artificial-


mente», en el que el propio Russell parece apoyar estas tendencias arguyendo
que «ninguna sociedad puede considerarse plenamente científica a menos
que haya sido creada intencionadamente con una cierta estructura para al-
canzar determinados fines».13 Muchos lectores entenderán sin duda que esta
afirmación expresa concisamente aquella filosofía política que, a través de
sus divulgadores, ha contribuido a crear la actual tendencia hacia el socialis-
mo en mayor medida que los conflictos entre intereses económicos que, si
bien plantean un problema, no indican necesariamente una solución parti-
cular. De la mayoría de los líderes intelectuales del movimiento socialista,
por lo menos, puede afirmarse con toda probabilidad que son socialistas por-
que el socialismo se presenta a sus ojos como A. Bebel, el líder del movimien-
to social demócrata alemán, lo definió hace sesenta años: «ciencia aplicada
con clara conciencia y pleno conocimiento a todos los campos de la actividad
humana».14 La prueba de que el programa socialista deriva efectivamente de
esta clase de filosofía científica deberá reservarse a precisos estudios histó-
ricos. Por el momento nos interesa principalmente señalar en qué gran me-
dida un simple error intelectual en este campo puede afectar profundamen-
te a todas las perspectivas de la humanidad.
Lo que quienes de tan mala gana renuncian a cualquier poder de control
consciente parecen incapaces de comprender es que esa renuncia a un po-
der consciente, poder que es siempre poder de unos hombres sobre otros, es
para la sociedad en su conjunto solo una renuncia aparente, una autonega-
ción que los individuos tienen que asumir para incrementar los poderes de

13. Ibíd., p. 209. El pasaje citado puede interpretarse en un sentido que no admite objeción si la
expresión «ciertas finalidades» se entiende no en el sentido de resultados particulares predetermina-
dos, sino en el de capacidad de proveer a lo que los individuos desean en las distintas circunstancias:
es decir si lo que se planifica es un instrumento que puede perseguir una multiplicidad de fines sin
que tenga que ser dirigido «conscientemente» a la persecución de un fin particular.
14. A. Bebel, Die Frau und der Sozialismus, 13.ª ed. (1892), p. 376. Véase también E. Ferri, Socialism
and Positive Science (trad. de la ed. it., 1894). El primero en ver claramente esta relación parece que
fue M. Ferraz, Socialisme, Naturalisme et Positivisme (París, 1877). [El teórico y político socialista
Ferdinand August Bebel (1840-1913) fue uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata de Ale-
mania. Para leer su obra traducida al inglés, véase Women under Socialism, traducido por Daniel De
Leon (Nueva York: New York Labor News, 1904; reimpresión, Nueva York: Schocken, 1971). – Ed.].

249
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

la colectividad, para liberar los conocimientos y energías de innumerables


individuos que jamás podrían utilizarse en una sociedad dirigida conscien-
temente desde arriba. La gran desgracia de nuestra generación es que la di-
rección que el sorprendente progreso de las ciencias naturales ha dado a sus
intereses de nada nos sirve para comprender el más amplio proceso del que,
en cuanto individuos, simplemente formamos parte, o para apreciar cómo
contribuimos constantemente a un esfuerzo común sin que lo dirijamos no-
sotros mismos o lo sometamos a las órdenes de otros. Para comprender esto
se requiere una especie de esfuerzo intelectual cualitativamente distinto del
que se precisa para controlar las cosas materiales; un esfuerzo para el que la
tradicional educación de carácter «humanista» proporcionaba al menos un
cierto entrenamiento, pero para el que el tipo de educación hoy dominante
parece preparar cada vez menos. Cuanto más avanza nuestra civilización téc-
nica y, por lo tanto, más el estudio de las cosas como distinto del estudio del
hombre y de sus ideas abre el camino a las posiciones más eminentes e influ-
yentes, más significativo es el abismo que separa a estos dos tipos diferen-
tes de mentalidad: el del hombre cuya suprema ambición consiste en transfor-
mar el mundo circundante en una enorme máquina cuyas partes, apretando
un botón, se muevan de acuerdo con su plan, y el de aquellos cuyo principal
interés es el desarrollo de la mente humana en todos sus aspectos, que en
el estudio de la historia o la literatura, del arte o del derecho, ha aprendido
a ver al individuo como parte de un proceso en el que su contribución no
está dirigida sino que es espontánea, y en el que participa en la creación de
algo más grande que lo que él mismo o cualquier otra mente singular es ca-
paz de planear. Es esta conciencia de ser parte de un proceso social, y del modo
en que interactúan las fuerzas individuales, la que una educación basada ex-
clusivamente en las ciencias o en la tecnología parece tan lamentablemente
incapaz de proporcionar. No es extraño que muchos de los ingenios más acti-
vos entre los así formados reaccionen tarde o temprano violentamente con-
tra los fallos de su educación y manifiesten una apasionada voluntad de impo-
ner a la sociedad el orden que ellos son incapaces de descubrir con los medios
que les son familiares.
En conclusión, tal vez sea oportuno recordar al lector una vez más que
las críticas que aquí se han formulado solo se dirigen contra un mal uso de la
Ciencia; no contra el científico en el campo especial en que es competente, sino

250
INGENIEROS Y PLANIFICADORES

contra la aplicación de sus hábitos mentales en campos en que no lo es. No


hay conflicto entre nuestras conclusiones y las de la auténtica ciencia. La lec-
ción más importante que de todo esto se desprende es la misma que uno de
los más agudos estudiosos del método científico enunció basándose en el exa-
men de todos los campos del conocimiento, a saber que «la gran lección de
humildad que la ciencia nos da, de que jamás podremos ser omnipotentes y
omniscientes, es la misma de todas las grandes religiones: el hombre no es
ni será nunca el dios ante el que haya que inclinarse».15

15. M.R. Cohen, Reason and Nature, 1931, p. 449. Es significativo que una de las figuras más
importantes del movimiento de que nos ocupamos, el filósofo alemán Ludwig Fewerbach, eligiera
como lema el principio opuesto: homo homini Deus. [La frase de Feuerbach puede ser traducida «El
dios del hombre es el hombre». En su libro de 1841, The Essence of Christianity, el filósofo alemán
Ludwig Feuerbach (1804-1872) comentaba que los hombres crearon la idea de Dios proyectando las
aspiraciones más altas de la humanidad en un ser imaginario. Llegaba a la conclusión de que la reve-
rencia a Dios debe ser transferida a la preocupación por el bienestar de la humanidad y la reverencia
por el ser humano. Feuerbach dio la espalda al argumento idealista de Hegel de que toda la historia
es el producto de Dios contemplándose a sí mismo. Él es a menudo visto como el puente entre el idea-
lismo de Hegel al materialismo de Marx. –Ed.].

251
PARTE II

LA CONTRARREVOLUCIÓN
DE LA CIENCIA*

Nuestra época ha preferido el reino del intelecto al de la libertad.

LORD ACTON

* [Se publicó una versión inicial de «La contrarrevolución de la ciencia» en Economica, nueva
serie, vol. 8, 1941, pp. 9-39, 119-150 y 281-320. Se publicó una versión ligeramente revisada, sobre
la que se basa esta edición, en F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science: Studies on the Abuse
of Reason (Glencoe, IL: Free Press, 1952, pp. 183-363 (trad. esp.: La contrarrevolución de la ciencia:
estudios sobre el abuso de la razón, Unión Editorial, Madrid, 2003). La mayoría de las diferencias en-
tre las versiones de 1941 y 1952 tienen que ver con cambios que Hayek realizó en la prosa para ha-
cer los pasajes más claros, o con la adición de nuevas citas de obras que se publicaron entre 1941 y
1952. Cualquier diferencia significativa entre las dos versiones se ha comentado. – Ed.].
[Lord Acton, «Sir Erskine May’s Democracy in Europe», en History of Freedom and Other Essays,
p. 85. Véase Essays in the History of Liberty, p. 73. – Ed.].

253
11
LA FUENTE DE LA HYBRIS CIENTÍFICA:
L’ÉCOLE POLYTECHNIQUE

Nunca el hombre se hunde tanto en el error como cuando se obstina en se-


guir un camino que le ha conducido a un gran éxito. Por otra parte, nunca
el orgullo por las conquistas de las ciencias naturales y la confianza en la
omnipotencia de sus métodos estuvieron más justificados que en la época
a caballo entre los siglos XVIII y XIX, y en ninguna parte como en París, don-
de se congregaron casi todos los mayores científicos de la época. Si es cierto,
por tanto, que la nueva actitud del hombre hacia los asuntos sociales en el
siglo XIX obedeció a los nuevos hábitos mentales adquiridos en la conquista
intelectual y material de la naturaleza, debemos esperar que esto se mani-
fieste precisamente allí donde la ciencia moderna logró sus mayores triun-
fos. Nuestra expectativa no quedará defraudada. Las dos grandes fuerzas in-
telectuales que a lo largo del siglo XIX transformaron el pensamiento social
—el socialismo moderno y esa especie de positivismo que nosotros prefe-
rimos llamar cientismo— surgieron directamente de este cuerpo de cientí-
ficos profesionales e ingenieros que se formaron en París, particularmente
en la nueva institución que encarnó el nuevo espíritu como ninguna otra,
la École polytechnique.
Es sabido que la Ilustración francesa se caracterizó por un entusiasmo
general por las ciencias naturales como nunca antes se había conocido. Vol-
taire es el padre de aquel culto a Newton que posteriormente Saint-Si-
mon elevaría a cotas ridículas.1 Y la nueva pasión no tardó en dar grandes

1. [Voltaire estaba en Inglaterra cuando Newton murió; le impresionó enormemente su entie-


rro en la abadía de Westminster, pues comentó que los ingleses trataban a sus científicos como a reyes.
La gran amiga y amante de Voltaire, Émilie, marquesa de Châtelet-Laumont, tradujo al francés la

255
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

frutos. Al principio, el interés se centró en temas relacionados con el gran


nombre de Newton. En Clairault y d’Alembert, los mayores matemáticos de
la época junto con Euler, Newton no tardó en encontrar dignos sucesores,
que a su vez fueron seguidos por Lagrange y Laplace, no menos geniales.2
Con Lavoisier, no solo fundador de la química moderna, sino también un gran
fisiólogo, y, en menor medida, con Buffon en la ciencia biológica, Francia em-
pezó a tomar la delantera en todos los campos importantes del conocimiento
de la naturaleza.3
La gran Encyclopaedie fue un gigantesco intento de unificar y populari-
zar las conquistas de la nueva ciencia, y el «Discours préliminaire» de d’Alem-
bert (1754) a la gran obra, en el que trató de trazar un cuadro del nacimiento,
desarrollo y afinidades de las diversas ciencias, tal vez pueda considerarse
como la Introducción no solo a la Enciclopedia sino a todo el periodo. Este
gran matemático y físico contribuyó considerablemente a preparar el ca-
mino a la revolución en la mecánica que, a finales de siglo, permitió a su
discípulo Lagrange liberarla finalmente de todos los conceptos metafísicos
y reformularla en su totalidad sin referencia alguna a las causas últimas o
fuerzas ocultas, limitándose a describir las leyes por las que se conectan los

obra de Newton, Principia Mathematica, y Voltaire contribuyó en la popularización del pensamiento


científico de Newton con la publicación en 1738 de Éléments de la philosophie de Newton. – Ed.].
2. [Alexis-Claude Clairault (1713-1765) era conocido por su trabajo en matemáticas y mecánica
celeste; escribió su ensayo Théorie de la lune (1752) basándose en la obra de Newton. Al prolífico
matemático y físico suizo Leonhard Euler (1707-1783) se le recuerda por sus constribuciones en la
teoría de números, el cálculo diferencial e integral y en otros campos, como astronomía e hidromecá-
nica. En su obra Mechanica (1736-1737) presentó un análisis matemático de la dinámica newtoniana.
Joseph Louis Lagrange (1736-1813), italiano, y Pierre Simon, marqués de Laplace (1749-1827), fran-
cés, también contribuyeron en campos como matemáticas, física y mecánica celeste. Para más infor-
mación sobre el papel de los científicos franceses en promover el desarrollo de los fundamentos mate-
máticos del sistema newtoniano, véase Keith M. Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social
Mathematics (Chicago: University of Chicago Press, 1975), pp. 7-9. – Ed.].
3. [El químico francés Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794) compuso el primer libro de texto
moderno de química; además de identificar numerosos elementos básicos, desafió la teoría del flogis-
to y dio a conocer la ley de la conservación de la materia. También escribió sobre economía, y sus ac-
tividades políticas le costaron la vida durante la Revolución Francesa. George-Louis Leclerc, conde de
Buffon (1707-1788), fue el autor de Histoire naturelle (1747-1788), una extensa enciclopedia sobre
el mundo natural. También se le recuerda hoy en día por desafiar la doctrina de la Iglesia al insistir
en que el periodo geológico iba mucho más allá del indicado por la Biblia. – Ed.].

256
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

efectos.4 Ningún otro ejemplo en una ciencia expresa con tanta claridad la
tendencia del movimiento científico de la época o tuvo mayor influencia y
significado simbólico.5
Ahora bien, mientras este hecho se estaba fraguando gradualmente en
el campo en que tomaría su forma más eminente, la tendencia general que
el mismo representaba había sido ya advertida y descrita por Turgot, contem-
poráneo de d’Alembert. En los estupendos y magistrales discursos que, jo-
ven de veintitrés años, pronunció en la apertura y clausura de la sesión en
la Sorbona en 1750, y en el esbozo de un Discurso sobre la historia univer-
sal del mismo periodo, describe cómo el avance de nuestro conocimiento de
la naturaleza va acompañado de una gradual emancipación de aquellos con-
ceptos antropomórficos que antes hicieron que el hombre interpretara los
fenómenos naturales a su propia imagen, como animados por una mente se-
mejante a la suya.6 Esta idea, que luego se convertiría en el tema dominante
del positivismo y que acabaría aplicándose erróneamente a la ciencia del
hombre mismo, fue poco después ampliamente popularizada por Charles de
Brosses bajo el nombre de fetichismo,7 nombre con el que se le conoció hasta

4. D’Alembert era plenamente consciente de la importancia de la tendencia que apoyaba y anti-


cipó el posterior positivismo hasta el punto de condenar expresamente todo lo que no contribuyera
al desarrollo de verdades positivas y de afirmar que «todas las ocupaciones de carácter puramente
especulativo deberían ser excluidas de un estado sano como actividades inútiles». Sin embargo, no
incluía en esta categoría a las ciencias morales, sino que más bien, siguiendo los pasos de su maestro
Locke, las consideró como ciencias a priori comparables a las matemáticas e igualmente ciertas. Sobre
el tema, véase G. Misch, «Zur Entstehung des französischen Positivismus», Archiv für Philosophie,
parte 1, Archiv für Geschichte der Philosophie, vol. 14 (1901), esp. pp. 7, 31, 158; M. Schinz, Geschichte
des französischen Philosophie seit der Revolution, vol. 1, Der Anfänge des französischen Positivismus
(Estrasburgo, 1914), pp. 58, 67-69, 71, 96, 149; y H. Gouhier, La jeunesse d’Auguste Comte et la for-
mation du positivisme (París, 1936), vol. 2, Introducción.
5. Véase E. Mach, Die Mechanik in ihrer Entwicklung: Historisch-kritisch Dargestellt, 3.ª ed.
(1897), p. 449.
6. [Para más detalles sobre Turgot, véase el capítulo 1, nota 1. Se puede encontrar la traducción
de este ensayo sobre historia universal en Turgot on Progress, Sociology, and Economics, ed. y tradu-
cido por Ronald Meek (Cambridge: Cambridge University Press, 1973), pp. 61-118. En el apartado de
introducción del editor, Meek añade un interesante análisis del ensayo, así como de la época de Turgot
en la Sorbona. – Ed.].
7. En su famosa obra Du culte des dieux fétiches (1760). [A Charles de Brosses (1709-1777), cono-
cido como presidente de Brosses, se le recuerda hoy en día por sus escritos sobre geografía, la República

257
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

que más tarde fue sustituido por los de antropomorfismo y animismo. Pero
Turgot fue mucho más lejos y, anticipándose completamente a Comte en
este punto, describió cómo este proceso de emancipación pasa por tres esta-
dios, en los que, tras suponer que los fenómenos naturales son producidos
por seres inteligentes, invisibles, pero semejantes a nosotros, pasan a ser ex-
plicados mediante expresiones abstractas tales como esencias y facultades,
hasta que finalmente, «observando la acción mecánica recíproca de los cuer-
pos, se formulan hipótesis que pueden desarrollarse por las matemáticas y
verificarse por la experiencia».8
Se ha observado con frecuencia9 que muchas de las ideas dominantes del
positivismo francés fueron de hecho formuladas por d’Alembert y Turgot
y sus amigos y discípulos Lagrange y Condorcet. Esto es cierto por lo que
respecta a la mayor parte de lo que esta doctrina tiene de válido y aprecia-
ble, si bien su positivismo difiere del de Hume por una fuerte carga de ra-
cionalismo francés. Y, puesto que no tendremos ocasión de tratar este aspecto
con mayor detalle, tal vez convenga subrayar aquí especialmente que, a lo
largo de todo el desarrollo del positivismo francés, esta componente racio-
nalista, debida probablemente a la influencia de Descartes, siguió desempe-
ñando un papel crucial.10

Romana, los orígenes de las lenguas y la cultura primitiva. En su significado original, un fetiche es
un objeto de la naturaleza del que los miembros de culturas primitivas creen que está habitado por
un espíritu, o del que creen que posee poderes sobrenaturales. – Ed.].
8. Oeuvres de Turgot, ed. Daire (París, 1844), vol. 2, p. 656. Véase también ibíd., p. 601. [La prime-
ra cita de Hayek conduce a un pasaje de la obra de Turgot, Discours sur l’histoire universelle, y la se-
gunda, a una sección de su discurso de 1750, «Discours en Sorbonne». – Ed.].
9. Véase en particular el detallado análisis de Misch y los libros de Schinz y Gouhier citados en
la nota 4 de este capítulo, así como M. Uta, La théorie du savoir dans la philosophie d’Auguste Comte
(París: Alcan, 1928).
10. Para evitar toda errónea valoración, tal vez deberíamos recordar aquí que el liberalismo de
la Revolución francesa no se basaba, desde luego, en la comprensión del mecanismo del mercado alcan-
zada por Adam Smith y los utilitaristas, sino en la ley natural y en la interpretación racionalista-prag-
mática de los fenómenos sociales, que es esencialmente pre-smithiana y cuyo prototipo es el contrato
social de Rousseau. Ciertamente, gran parte del contraste, que con Saint-Simon y Comte se convirtió
en antagonismo, con la economía clásica, se remonta, en el tiempo, a las divergencias existentes entre
Montesquieu y Hume, Quesney y Smith, Condorcet y Bentham. Los economistas franceses que, como
Condilac y J.B. Say, siguieron sustancialmente la misma tendencia que Smith nunca ejercieron una

258
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

Conviene, sin embargo, apuntar que estos grandes pensadores franceses


del siglo XVIII apenas muestran trazas de esa ilegítima extensión a los fenóme-
nos sociales de los métodos científicos que luego resultaría tan característica

influencia sobre el pensamiento político francés comparable a la que Smith ejerció en Inglaterra. Con-
secuencia de ello fue que la transición desde la más antigua visión racionalista de la sociedad, que la
consideraba como una creación humana consciente, a la visión más reciente, que pretendía recrearla
sobre principios científicos, se realizó en Francia sin pasar por el estadio en el que, por lo general, se
tomó conciencia de las fuerzas espontáneas de la sociedad. El culto revolucionario a la Razón era sig-
no evidente de la general aceptación de la concepción pragmática de las instituciones sociales —que es
cabalmente lo contrario de la visión de Smith. En cierto sentido, podría decirse que fue precisamente
la veneración de la Razón como creadora universal, que abrió el camino a los triunfos de la ciencia, la
que condujo a esta nueva actitud hacia los problemas sociales, como también puede decirse, en cambio,
que esa nueva actitud se debió a la influencia de los nuevos hábitos de pensamiento producidos por
los triunfos de la ciencia y de la tecnología. Si el socialismo no es hijo directo de la Revolución france-
sa, procede al menos de aquel racionalismo que caracterizó a la mayor parte de los pensadores políti-
cos franceses de aquel periodo, y que tan diferente era del contemporáneo liberalismo inglés de Hume,
de Smith y (en menor medida) de Bentham y de los radicales filosóficos. Sobre todo esto, véase ahora
el primer ensayo de mi Individualism and Economic Order (Chicago: Chicago University Press, 1948).
[Se puede ver en el texto y en esta extensa nota la primera articulación de Hayek de las diferen-
cias entre los pensadores de la Ilustración francesa y la inglesa, que exploraría con más detalle en «In-
dividualismo: el verdadero y el falso», un escrito publicado en 1945, es decir, unos años después de
«La contrarrevolución de la ciencia», y el primer ensayo que aparecía en la colección de 1948, Indivi-
dualism and Economic Order. Hayek añadió la referencia a su ensayo de 1945 en la reimpresión de
1952 de «La contrarrevolución de la ciencia»; ahora, el ensayo es la introducción a este volumen. La
mayoría de los pensadores políticos mencionados en esta nota aparecen analizados en dicha edición,
con tres excepciones. El filósofo y economista francés Étienne Bonnet de Condillac, abad de Mureau
(1714-1780), afirmó que la libertad de cambio estimula la producción y aumenta la riqueza nacional
en Le Commerce et le gouvernement (1776), obra en la que también esbozó una teoría sobre el valor
basada en la escasez de los bienes en comparación con las necesidades subjetivas. Al economista fran-
cés Jean-Baptiste Say (1767-1832), autor de Traité d’économie politique, publicada en cinco edicio-
nes entre 1803 y 1826, se le suele identificar como el gran exponente francés de Adam Smith. Sin
embargo, Say no estaba de acuerdo con la teoría del valor del coste de producción de Smith, pues consi-
deraba que la utilidad era el fundamento definitivo, y le concedió un papel mucho mayor al «legis-
lador sabio» que el que le dio Smith. Para más detalles sobre este tema, las actividades de Say en el
movimiento republicano y su relación con los defensores de la idéologie (un movimiento que Hayek
critica más tarde en este capítulo), véase Evelyn L. Forget, The Social Economics of Jean-Baptiste Say:
Markets and Virtue (Londres: Routledge, 1999). Por último, el marqués de Condorcet, mencionado
por primera vez en el capítulo 6, nota 10, y sobre el que Hayek escribe en los siguientes párrafos,
estaba convencido de que las ciencias sociales respondían ante el análisis matemático. En su última

259
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de esa escuela, a excepción tal vez de ciertas ideas de Turgot sobre la filosofía
de la historia y más aún de algunas sugerencias del último Condorcet. Pero
ninguno de ellos tuvo la menor duda acerca de la legitimidad del método
abstracto y teórico en el estudio de los fenómenos sociales, y mantuvieron una
firme postura individualista. Particularmente interesante es observar que Tur-
got, y lo mismo puede decirse de David Hume, fue al mismo tiempo uno de
los fundadores del positivismo y de la teoría económica abstracta, contra la
que posteriormente lucharía el positivismo. Pero, en muchos aspectos, la ma-
yoría de estos hombres, inconscientemente, impulsaron líneas de pensamiento
que produjeron concepciones sociales muy diferentes de las suyas.
Esto es aplicable sobre todo a Condorcet. Matemático como d’Alembert
y Lagrange, se consagró definitivamente tanto a la teoría como a la práctica
de la política, y aunque al final comprendió que «solo la meditación puede
conducirnos a las verdades generales en la ciencia del hombre»,11 trató no solo
de completar este principio mediante una amplia observación, sino que ade-
más se manifestó en el sentido de que el método de las ciencias naturales es
el único legítimo en el tratamiento de los problemas de la sociedad. Fue en
particular su deseo de aplicar sus queridas matemáticas, especialmente el recién
desarrollado cálculo de probabilidades, a su segunda esfera de interés, lo que
le indujo a subrayar cada vez más el estudio de aquellos fenómenos sociales
que son susceptibles de observación y de medida objetivas.12 Ya en 1783, en
su discurso de recepción en la Academia, dio expresión a lo que más tarde
sería una idea favorita de la sociología positivista, la de un observador al que

obra, Esquisse (Sketch of an Historical Picture of the Progress of the Human Mind), arguyó que la
historia humana sigue reglas generales, que por lo tanto su futuro podía ser predicho y que nuestra
historia había sido una de progresos y mejoras estables. Parece ser que Condorcet creía que no exis-
tían obstáculos definitivos para alcanzar la perfección; la pesimista obra de Thomas Robert Malthus,
An Essay on the Principle of Population (1798), fue en parte escrita en respuesta a la visión opti-
mista de Condorcet. – Ed.].
11. Véase Condorcet, Esquise d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, ed. O.H.
Prior (1793; París, 1933), p. 11. [«Sans doute, la méditation seule peut, par d’heureuses combinaisons,
nous conduire aux vérités générales de la science de l’homme». En su traducción, Hayek se dejó la
frase «mediante combinaciones afortunadas». – Ed.].
12. Véase su Tableau général de la science qui a pour objet l’application du calcul aux sciences
politiques et morales, Oeuvres, en François Arago y Arthur-Condorcet O’Connor, eds. Oeuvres de
Condorcet (París, 1847-49), vol. 1, pp. 539-73.

260
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

los fenómenos físicos y los sociales se le presentan bajo la misma luz, porque,
«ajeno a nuestra raza, estudiaría la sociedad humana del mismo modo que
nosotros estudiamos la de los castores o la de las abejas».13 Y si bien admite
que se trata de un ideal inalcanzable, porque «el observador es parte de la so-
ciedad humana», exhorta insistentemente a los científicos a «introducir en
las ciencias morales la filosofía y el método de las ciencias naturales».14
La más fecunda de sus ideas, sin embargo, se encuentra en su Esquise d’un
tableau historique du progrès de l’esprit humain, el célebre testamento del
siglo XVIII, como fue llamado, en el que el ilimitado optimismo de la época ha-
lló su última y más elevada expresión. En él traza un gran bosquejo del pro-
greso humano a través de la historia, e imagina una ciencia capaz de prever
el progreso futuro del género humano, de acelerarlo y dirigirlo positivamen-
te.15 Pero para establecer leyes que nos permitan predecir el futuro, la his-
toria debe dejar de ser historia de individuos y convertirse en historia de
masas, y al mismo tiempo dejar de ser un registro de hechos individuales y
basarse en la observación sistemática.16 ¿Por qué habría de considerarse qui-
mérico el intento de fundamentar en los resultados de la historia del género
humano un cuadro de su futuro destino? «El único fundamento del conoci-
miento de las ciencias naturales es la idea de que las leyes generales, conoci-
das o desconocidas, que regulan los fenómenos del universo, son necesarias
y constantes. ¿Por qué este principio habría de ser menos verdadero aplica-
do a las facultades intelectuales y morales del hombre que a los demás fenó-
menos de la naturaleza?»17 Así nacían la idea de unas leyes naturales del

13. Ibíd., p. 392. [En la portada, se indica que el discours se entregó el 21 de febrero de 1782, no
de 1783. – Ed.].
14. Condorcet, Rapport et projet de décret sur l’organization générale de l’instruction publique,
ed. Gabriel Compayre (1779; París, 1883), p. 120.
15. Condorcet, Esquise, ed. Prior, p. 11.
16. Ibíd., p. 200.
17. Ibíd., p. 203. El famoso pasaje que contiene esta sentencia se emplea significativamente como
lema del libro 6, «On the Logic of the Moral Sciences», de la Logic de J.S. Mill. [«Le seul fondement
de croyance dans les sciences naturelles, est cette idée, que les lois générales, conues ou ignorées, qui
règlent les phénomènes de l’univers, sont nécessaires et constantes; et par quelle raison en ce prin-
cipe serait-il moins vrai pour le développement des facultés intellectuelles et morales de l’homme,
que pour les autres opérations de la nature?». Véase Mill, System of Logic, p. 832. – Ed.].

261
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

desarrollo histórico y la concepción colectivista de la historia, no simplemen-


te como atrevidas sugerencias, es cierto, sino para constituir una tradición
ininterrumpida que llega hasta nuestros días.18

II

El propio Condorcet fue víctima de la Revolución. Pero su obra sirvió de guía


en gran medida a esa misma Revolución, especialmente en sus reformas educa-
tivas, que, a principios del nuevo siglo, se concretaron en aquella gran orga-
nización institucionalizada y centralizada de la ciencia que inauguró uno de
los periodos más gloriosos del progreso científico y se convirtió no solo en
la cuna de ese cientismo que aquí más directamente nos interesa, sino que
también fue en gran medida responsable de la relativa decadencia de la po-
sición francesa a lo largo del siglo, pasando de un indiscutible primer plano
en el mundo a una posición detrás no solo de Alemania sino también de otros
países. Como ocurre con frecuencia en este tipo de movimientos, solo en la
segunda o tercera generación se inició el proceso degenerativo por el extre-
mismo a que los discípulos de los grandes hombres llevaron las ideas de sus
maestros, pretendiendo aplicarlas más allá de sus propios límites.
En tres aspectos ofrecen para nosotros particular interés las consecuen-
cias directas de la Revolución. En primer lugar, el completo colapso de las ins-
tituciones existentes exigía una aplicación inmediata de todo conocimiento
que apareciera como manifestación concreta de aquella Razón que era la diosa

18. Conviene recordar que el hombre que tuvo tanta parte en la creación de lo que a finales del
siglo diecinueve se dio en llamar el «sentido de la historia», esto es la Entwicklungsgedanke, con todas
sus implicaciones metafísicas, fue el mismo hombre que fue capaz de celebrar en un discurso la delibe-
rada destrucción de documentos relativos a la historia de la nobleza francesa. «Hoy la Razón quema
los innumerables volúmenes que testifican la vanidad de una casta. Otros vestigios permanecen en
bibliotecas públicas y privadas: también estos deben acabar en la común destrucción.» [Condorcet hizo
esta declaración durante un discurso ante la Asamblea Legislativa el 19 de junio de 1792. Al día siguiente,
el discurso apareció en el periódico Gazette nationale, ou le Moniteur universel. Véase Réimpression
de l’ancien Moniteur: Seule histoire authentique et inaltérée de la Révolution française depuis la
réunion des États-Généraux jusqu’au Consulat (mai 1789 - novembre 1799) (París: Plon, 1862), vol.
12, p. 702. – Ed.].

262
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

de la Revolución. Como decía uno de los periódicos científicos que surgie-


ron al final del Terror, «la Revolución lo ha echado todo por tierra. Gobierno,
moral, costumbres, todo debe ser reconstruido. ¡Qué ocasión extraordina-
ria para los arquitectos! ¡Qué magnífica oportunidad para emplear todas las
agudas y excelentes ideas que hasta ahora han permanecido en el reino de la
especulación abstracta, para emplear tantos materiales que antes no se pudie-
ron emplear, para rechazar otros muchos que han sido obstáculo durante si-
glos y que había que emplear por fuerza!»19
La segunda consecuencia de la Revolución que aquí debemos considerar
brevemente es la completa destrucción del antiguo sistema educativo y la
creación de un sistema totalmente nuevo que tan profundos efectos tuvo so-
bre las actitudes y concepciones generales de la generación siguiente. La ter-
cera fue concretamente la fundación de la École polytechnique.
La Revolución había barrido el viejo sistema de colegios y universida-
des basado ampliamente en la educación clásica, y tras algunos breves experi-
mentos, la Revolución la sustituyó en 1795 por las nuevas écoles centrales,
que quedaron como las únicas dentro de la educación secundaria.20 En conso-
nancia con el espíritu dominante y como violenta reacción contra las viejas
escuelas, la enseñanza en las nuevas instituciones se limitó casi exclusiva-
mente a las materias científicas. Las lenguas antiguas no solo fueron redu-
cidas a un mínimo y casi totalmente descuidadas en la práctica, sino que la
enseñanza de la literatura, de la gramática y de la historia pasó a un segundo
plano, y la moral y la instrucción religiosa estaban, por supuesto, comple-
tamente ausentes.21 Aunque al cabo de algunos años se intentó poner reme-
dio, mediante una nueva reforma, a algunas de las deficiencias más graves,22
la interrupción durante una serie de años de aquellas materias fue suficiente
para cambiar toda la atmósfera intelectual. Saint-Simon describía así este

19. Décade philosophique (1794), vol. 1, en Gouthier, La jeunesse d’Auguste Comte, vol. 2, p. 31.
20. Véase E. Allain, L’oeuvre scolaire de la révolution, 1789-1802 (París, 1891); C. Hippeau, L’ins-
truction publique en France pendant la révolution (París, 1883); y F. Picavet, Les idéologues (París,
1891), pp. 56-61.
21. Véase Allain, op. cit., pp. 117-20.
22. Después de 1803 las lenguas antiguas fueron, por lo menos en parte, reintroducidas en los
lycées napoleónicos.

263
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

cambio en 1812 o 1813: «Es tal la diferencia en este aspecto entre la situación
de hace no más de treinta años y la actual, que mientras en aquellos no tan
lejanos días quien quería saber si una persona había recibido una educación
superior, preguntaba: «¿conoce bien los autores griegos y latinos?», hoy pre-
gunta: «¿está bien en matemáticas, está al corriente de las conquistas de la
física, de la química, de la historia natural, en una palabra, de las ciencias po-
sitivas y de las de observación?»23
Así se formó toda una generación para la que la gran reserva de sabidu-
ría social, la única forma en que realmente se transmite la comprensión de
los procesos sociales que tuvieron las grandes mentes, la gran literatura de
todos los tiempos, fue un libro cerrado. Por primera vez en la historia hizo
su aparición aquel nuevo tipo que, como el producido por la Realschule ale-
mana e instituciones similares, fue tan importante e influyente a finales del
siglo XIX y principios del XX: el especialista técnico al que se le considera ilus-
trado porque ha pasado por escuelas difíciles, pero que nada o muy poco co-
noce acerca de la sociedad, su vida, desarrollo, problemas y valores, y que solo
el estudio de la historia, la literatura y el lenguaje puede dar.

III

No solo en la educación secundaria, sino más aún en la educación superior,


la Convención revolucionaria creó un nuevo tipo de escuela que había de
convertirse en institución permanente y en modelo imitado por todo el mun-
do: la École polytechnique. Las guerras de la Revolución y la ayuda que al-
gunos científicos pudieron prestar en la producción de bienes esenciales24
habían llevado a una nueva valoración de la necesidad de ingenieros cuali-
ficados, ante todo para fines militares. Pero el progreso industrial despertó
también un nuevo interés por las máquinas. El progreso científico y tecnoló-
gico despertó un gran entusiasmo por los estudios tecnológicos, que se mani-
festó en la creación de sociedades tales como la Assotiation philotechnique

23. H. de Saint-Simon, «Memoire sur la science de l’homme» (1813), en Oeuvres de Saint-Simon


et d’Enfantin (París, 1877-78), vol. 40, p. 16.
24. Especialmente el salitre para la fabricación de pólvora.

264
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

y la Société polytechnique.25 La formación técnica superior había estado limi-


tada hasta entonces a escuelas especializadas tales como la École des Ponts
et Chaussés y diversas escuelas militares. En una de estas últimas había ense-
ñado G. Monge,26 el fundador de la geometría descriptiva, ministro de Ma-
rina durante la Revolución y posteriormente amigo de Napoleón. Monge
apoyó la idea de una gran escuela única en la que recibirían su formación en
las materias comunes todas las clases de ingenieros.27 Comunicó su idea a
Lazare Carnot, el «organizador de la victoria», discípulo suyo en otro tiempo
y también él destacado físico e ingeniero.28 Ambos imprimieron su huella
en la nueva institución, que fue creada en 1794. La nueva École polytech-
nique se consagró (contra el parecer de Laplace)29 principalmente a las cien-
cias aplicadas —a diferencia de la École normale, también creada por enton-
ces y dedicada a la teoría— y como tal permaneció durante los diez o veinte
primeros años de su existencia. Toda la enseñanza estaba centrada, en un gra-
do muy superior a lo que todavía ocurre en instituciones semejantes, en la

25. Véase Pressard, Histoire de l’association philotechnique (París, 1889); y Gouhier, op. cit., p. 54.
26. [El matemático francés Gaspard Monge (1746-1818) fue ministro de la Marina entre 1792
y 1793. – Ed.].
27. Sobre la fundación e historia de la École polytechnique, véase A. Fourcy, Histoire de l’École
politechnique (París, 1828); G. Pinet, Histoire de l’École politechnique (París, 1887); G.-G.J. Jacobi,
«Über die Pariser polytechnische Schule» (Informe presentado el 22 de mayo de 1835 ante la Sociedad
de ciencias físico-económicas de Königsberg), en Gesammelte Werke (Berlín, 1891), vol. 6, p. 355; F.
Schnabel, Die Anfänge des technischen Hochschulwessens (Stuttgart, 1925); y F. Klein, Vorlesungen
über die Entwicklung der Mathematik (Berlín, 1926), vol. 1, pp. 63-89.
28. Carnot había publicado en 1783 su Ensayo sobre las máquinas en general (en la segunda
edición [1803] de Principles fondamentaux de l’equilibre du mouvement) en el que no solo exponía
la nueva concepción de la mecánica de Lagrange, sino que desarrollaba la idea de la «máquina ideal»
que no pierde nada de la fuerza que la pone en movimiento. Su trabajo contribuyó mucho a allanar
el camino al de su hijo, Sadi-Carnot, «fundador de la ciencia de la energía». Su hijo menor, Hippolyte,
que fue jefe del grupo de sansimonianos, escribió la Doctrine de Saint-Simon, de la que hablaremos
más adelante. Lazare Carnot, el padre, fue durante toda su vida admirador y protector del propio Saint-
Simon. Como refiere Arago, Lazare Carnot «discutía siempre con él [Arago] sobre organización polí-
tica de la sociedad del mismo modo en que en su obra habla de una máquina». Véase F. Arago, Biographies
of Distinguished Men, trad. de W.H. Smith, etc. (Londres, 1857), pp. 300-304, y E. Dühring, Kritische
Geschichte der allgemeinen Prinzipien der Mechanik, 3.ª ed. (Leipzig, 1887), pp. 257-61.
29. L. de Launay, Un grand français, Monge, fondateur de l’École polytechnique (París, 1933),
p. 130.

265
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

materia de Monge, la geometría descriptiva, o arte de la proyectación, como


podríamos definirla para subrayar su especial interés para los ingenieros.30
Organizada al principio con criterios esencialmente civiles, la escuela reci-
bió posteriormente una organización militar de Napoleón, quien la apoyó
también en varios otros modos, se opuso tenazmente a liberalizar su curri-
culum y concedió, aunque con reluctancia, su aprobación a la creación de un
curso sobre materia tan inocua como la literatura.31
Con todo, a pesar de las limitaciones en las materias impartidas y las res-
tricciones aún mayores impuestas a la formación previa de los estudiantes
en los primeros años, la École contó desde el principio con un claustro de pro-
fesores probablemente más ilustre que el que cualquier otra institución en
Europa haya tenido antes o después. Lagrange estuvo entre los primeros
profesores, y aunque Laplace no enseñaba en ella regularmente, estuvo li-
gado a la escuela de muchas maneras, entre ellas la presidencia de su Consejo.
Monge, Fourier, Prony y Poinsot formaron parte de la primera generación
de profesores de materias matemáticas y físicas;32 Bertholet,33 que conti-
nuó la obra de Lavoisier, y muchos otros igualmente preclaros,34 enseñaron

30. Véase A. Comte, «Philosophical Considerations on the Sciences and Men of Science», en
Early Essays on Social Philosophy, New Universal Library (Londres, 1825), p. 272, donde dice que
«conoce solo una concepción capaz de dar una idea precisa de [las características doctrinas apropiadas
para constituir la especial existencia de la clase de los ingenieros], la del ilustre Monge, en su Géometrie
descriptive, en la que ofrece una teoría general del arte de la construcción».
31. Jacobi, op, cit., p. 370.
32. [Gaspard de Prony (1755-1839) fue ingeniero en la Escuela nacional de puentes y calzadas;
a Louis Poinsot (1777-1859) se le recuerda hoy en día por sus contribuciones en matemáticas y mecá-
nica. – Ed.].
33. [El químico Claude Louis, conde de Berthollet (1748-1822), es conocido por sus análisis del
amoniaco y el cloro, y por su colaboración con Lavoisier en el establecimiento de la nomenclatura
química. – Ed.].
34. Fourcroy, Vauquelin, Chaptal. [Antoine François, conde de Fourcroy (1755-1809), aportó con-
tribuciones en química, medicina y, como director general de educación bajo el mandato de Napo-
león, en educación científica en las escuelas de primaria y secundaria. Al químico francés Nicolas Louis
Vauquelin (1763-1829) se le recuerda por analizar, junto con Fourcroy, las sustancias vegetales y ani-
males. Jean Antoine Chaptal (1756-1822), químico aplicado y popularizador de la ciencia, contribu-
yó a la modernización científica de la industria y la agricultura. El proceso de añadir azúcar al vino
sin fermentar para aumentas su nivel final de alcohol se llama «chaptalización», en su honor. – Ed.].

266
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

química. La segunda generación, que empezó a suceder a la primera en el


nuevo siglo, contó con nombres tales como Poisson, Ampère, Gay-Lussac,
Thénard, Arago, Cauchy, Fresnel, Malus, para mencionar solo a los más cono-
cidos, casi todos, por añadidura, ex-alumnos de la École.35 A los pocos años
de su fundación, esta era ya famosa en toda Europa, y el primer intervalo de
paz en 1801-1802 llevó a Volta, al conde Rumford y a Alexander von Hum-
boldt36 en peregrinación al nuevo templo de la ciencia.

IV

No es este lugar para hablar largo y tendido de las conquistas de la natu-


raleza asociadas a estos nombres. Aquí solo nos interesa el espíritu general
de euforia que generaron, con el sentimiento que crearon de que no había

35. [Siméon-Denis Poisson (1781-1840), además de identificar la distribución de Poisson, tra-


bajó en una gran variedad de problemas en matemáticas, mecánica, electricidad estática y magnetismo.
André-Marie Ampère (1775-1836) era matemático, químico y físico, y se le conoce por sus trabajos
en electrodinámica. Al químico y físico Joseph Louis Gay-Lussac (1778-1850) se le recuerda por su
trabajo en las propiedades de los gases; el químico Louis Jacques Thenard (1777-1857) era uno de sus
colaboradores. François Arago (1786-1853) era matemático, físico y astrónomo, y autor de Biographies
of Distinguished Scientific Men. Augustin-Louis Cauchy (1789-1857), quien aportó numerosas con-
tribuciones en matemáticas, también contribuyó en física y mecánica celeste. Tanto Augustin Jean
Fresnel (1788-1827) como Étienne Louis Malus (1775-1812) aportaron contribuciones en el campo
de la óptica. – Ed.].
36. En marzo de 1808, poco después de su llegada a París (formalmente en misión diplomática),
Alexander von Humboldt escribió a un amigo: «Paso el tiempo en la École polytechnique y en las
Tullerías. Trabajo en la Escuela y allí duermo; allí paso todo mi tiempo por la tarde y por la mañana.
Ocupo la misma habitación con Gay-Lyssac» (K. Bruhns, Alexander von Humboldt [1872], vol. 2,
p. 6). [Alexander, barón von Humboldt (1769-1859), fue un historiador natural, geólogo y botánico
alemán. Los pasajes de sus cartas, con frecuentes errores gramaticales, a un amigo pueden traducirse
como sigue: «Me paso la vida en la École Polytechnique y las Tullerías; trabajo en la École y duermo
allí; paso en ella todas las noches, todas las mañanas. Comparto habitación con Gay-Lussac». El físico
italiano Alessandro Volta (1745-1827), a quien se le debe la designación de «voltio» en el campo de
la electricidad, inventó la primera batería, y también contribuyó en meteorología. Al físico estado-
unidense Benjamin Thompson, conde de Rumford (1753-1814), también se le atribuyen numerosos
inventos práctios, entre los que se encuentran la caldera doble, la ropa interior térmica y la chimenea
Rumford. – Ed.].

267
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

límites al poder de la mente humana y a la amplitud con que el hombre pue-


de esperar aprisionar y controlar todas aquellas fuerzas que tanto le habían
amenazado y atemorizado. Acaso nada exprese mejor este espíritu que la
osada idea de una fórmula general que Laplace expuso en un famoso pasaje
de su Essai philosophique sur les probabilités: «Una mente que, en un deter-
minado momento, conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza y
la posición de todos los cuerpos que la componen, si fuera tan amplia que in-
cluyera todos estos datos en su análisis, podría abarcar en una sola fórmula los
movimientos de los más grandes cuerpos del universo y de los átomos más
pequeños; nada sería incierto para ella; el futuro y el pasado estarían igual-
mente ante sus ojos.»37 Esta idea, que ejerció una profunda fascinación38 so-
bre una generación formada en el culto a la ciencia, es, como hoy resulta
evidente, no solo una concepción que expresaba una idea inalcanzable, sino
también una deducción totalmente ilegítima de los principios mediante los
cuales se establecen las leyes que rigen determinadas clases particulares de
acontecimientos físicos. Hoy es considerada, incluso por los modernos posi-
tivistas, como una «ficción metafísica».39

37. Pierre Simon, Marquis de Laplace, «Essay philosophique sur les probabilités» (1814), en Les
maitres de la pensée scientifique (París, 1921), p. 3.
38. Véase, por ejemplo, la referencia a esta idea en Abel Transon, De la religion Saint-Simonienne:
Aux elèves de l’École polytechnique (París, 1830), p. 27. Véase también infra, cap. 12, n. 20.
39. Véase O. Neurath, Empirische Soziologie (Viena, 1931), p. 129. Sobre el postulado del deter-
minismo universal, que se halla efectivamente implicado, véase en particular K. Popper, Logik der
Forschung (1935), p. 183; P. Frank, Das Kausalgesetz; y R. von Mises, Probability, Statistics and Truth
(1939), pp. 284-94. Igualmente característica del espíritu positivista y no menos efectiva para su difu-
sión fue la anécdota sobre la respuesta de Laplace a Napoleón cuando este le preguntó por qué en su
Mécanique céleste no aparecía el nombre de Dios: «No tengo necesidad de esta hipótesis.» [No nece-
sito esa hipótesis. Hayek se refiere al libro de Laplace, Traité de mécanique céleste (París: J.B.M. Duprat,
1798-1825). La frase «Hoy es considerada, incluso por los modernos positivistas, como una “ficción
metafísica”», a la que se refiere esta nota, era diferente en la versión original de 1941 en Economica,
en la que se leía: «Los análisis lógicos modernos han demostrado que forma parte de la “especula-
ción metafísica”». La referencia a la obra de Neurath es también una adición nueva. En la actualidad,
los libros de Popper y Neurath están traducidos; véase Karl Popper, The Logic of Scientific Discovery
(Nueva York: Basic Books, 1959), pp. 247-248; Otto Neurath, «Empirical Sociology», que incluye el
capítulo 10 de Empiricism and Sociology, Maria Neurath y Robert S. Cohen, eds. (Dordrecht, Holanda:
D. Reidel, 1973), p. 404. – Ed.].

268
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Se nos ha descrito perfectamente en qué gran medida la enseñanza en


la École polytechnique en su conjunto estaba penetrada del espíritu positi-
vista de Lagrange y cómo los cursos y libros de texto que en ella se emplea-
ban estaban modelados sobre su ejemplo.40 Pero acaso aún más importante
para la visión general de los politécnicos fue la orientación práctica inheren-
te a toda la enseñanza, el hecho de que todas las ciencias se estudiaran pre-
valentemente con la vista puesta en sus aplicaciones prácticas y que todos
los alumnos esperaran emplear sus conocimientos como ingenieros milita-
res o civiles. En ella se creó el verdadero tipo de ingeniero, con su visión carac-
terística, sus ambiciones y sus limitaciones. Ese espíritu sintético que no re-
conoce sentido alguno en lo que no puede construirse deliberadamente; esa
pasión por la organización que brota de las fuentes gemelas de las prácticas
militares e ingenieriles,41 la predilección estética por todo lo que ha sido cons-
truido conscientemente frente a lo que «simplemente se ha formado», fue un
poderoso elemento nuevo que vino a añadirse, y con el tiempo a reempla-
zar, al ardor revolucionario de los jóvenes politécnicos. Los rasgos peculia-
res de este nuevo tipo de ingenieros, que, como alguien ha dicho, «se gloria-
ban de tener soluciones más precisas y satisfactorias que cualesquiera otros
para los problemas políticos, religiosos y sociales»,42 y que «se aventuraron
a crear una religión como en la École se aprende a construir un puente o
una carretera»,43 se manifestaron ya desde el principio, revelando al mismo

40. Dühring, op. cit., pp. 569 y ss.


41. H. de Balzac, después de observar en una de sus novelas (Autre étude de femme) cómo las
distintas épocas contribuyeron a enriquecer la lengua francesa con ciertos términos característicos
(organizar, por ejemplo), añade que esta «es una palabra del Imperio que contiene todo Napoleón».
[La cita de Balzac se traduce como: «Es una palabra del Imperio que contiene todo Napoleón». Hayek
se refiere al pasaje de otra novela de Honoré de Balzac (1799-1850), «Autre étude de femme» («Otro
estudio de mujer»), una de las seis recogidas en Scènes de la vie privée (París: Calmann Levy, 1884).
Estos títulos no constituían más que una parte de la obra de múltiples volúmenes de Balzac, La come-
dia humana, en la que dejaba al desnudo las costumbres, las actitudes y los hábitos de la burguesía
francesa durante los periodos de la Restauración y la Monarquía de Julio (1815-1848). Fue uno de
los primeros «realistas sociales», es decir, artistas que se centraban en los defectos morales de la socie-
dad moderna. – Ed.].
42. E. Keller, Le général de la Moricière, cit. en Pinet, op. cit., p. 136.
43. A. Thibaudet, cit. en Gouhier, op. cit., vol. I, p. 146.

269
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

tiempo —como a menudo se ha señalado— su inclinación por el socialismo.44


Aquí hemos de limitarnos a indicar que fue precisamente en este ambiente
en el que Saint-Simon concibió algunos de los primeros y más fantásticos
planes para la reorganización de la sociedad, y que fue en la École polytech-
nique donde, durante los primeros años de su existencia, recibieron su for-
mación Auguste Comte, Prosper Enfantin, Victor Considérant, y algunos
centenares de rusonianos y fourieristas posteriores, seguidos de una legión
de reformadores sociales a lo largo del siglo, hasta Georges Sorel.45
Pero, al margen de las tendencias dominantes entre los alumnos de la ins-
titución, debe observarse que los grandes científicos que crearon la fama de
la École polytechnique no fueron culpables de aplicaciones ilegítimas de su
técnica y de sus hábitos intelectuales a otros campos distintos de los suyos.
Se ocuparon muy poco de los problemas del hombre y de la sociedad.46 Esta
fue tarea de otro grupo de hombres, entonces no menos influyentes y admi-
rados, pero cuyos esfuerzos por continuar las tradiciones del siglo XVIII en

44. Véase Arago, op. cit., p. 109, y F. Bastiat, Baccalauréat et socialisme (París, 1850).
45. Véase G. Pinet, Ecrivains et penseurs polytechniciens (París, 1898). [Barthélemy Prosper
Enfantin (1796 -1864) fue líder del movimiento sansimoniano tras la muerte de Saint-Simon en 1825.
Hayek detalla su papel en la sistematización del pensamiento sansimoniano y en su conversión en
religión en el capítulo 14. El reformista social francés Charles Fourier (1772-1837) quería reorgani-
zar la sociedad mediante la asociación voluntaria de individuos en comunidades autosuficientes
llamadas phalanstères, en las que el papel de cada uno estaría determinado por sus características perso-
nales o «pasiones». Sus escritos fueron fuente de inspiración para muchas comunidades fourieristas,
entre las que se encontraba Brook Farm, en Massachusetts. Un seguidor de Fourier, Victor Considérant
(1808-1893), escribió larga y tendidamente sobre asuntos políticos y económicos. Como líder del movi-
miento, tras la muerte de su fundador, ayudó a dar a conocer las ideas de Fourier en Francia; más
tarde estableció una comunidad fourierista, La Réunion, en Texas. El filósofo político francés Georges
Sorel (1847-1922), e ingeniero jubilado en la época en la que Considérant empezó a escribir, fue el
padre del sindicalismo, según el cual los sindicatos eran el medio para derrocar el estado capitalista.
Sorel, en Réflexions sur la violence (1908), subrayó la necesidad de contar con un «mito» bien de-
sarrollado que animara a los obreros a actuar, y definió la huelga general como la principal herra-
mienta de acción. – Ed.].
46. Véanse, sin embargo, los ensayos de Lavoisier y Lagrange en Daire, Mélanges d’économie
politique, 2 vols. (París, 1847-48), vol. 1, pp. 575-607. [El ensayo de Lavoisier, titulado De la richesse
territoriale du royaume de France, se encuentra en pp. 575-607. La contribución de Lagrange, Essai
d’arithmétique politique, sur les premiers besoins de l’intérieur de la république, aparece en pp. 608-
614. – Ed.].

270
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

las ciencias sociales acabaron siendo sumergidos por la marea de cientismo


y silenciados por la persecución política. Fue una gran desgracia para los idéo-
logues, como se denominaron a sí mismos, el que este nombre se convirtie-
ra en un lema con un significado contrario al que ellos le atribuían, y que sus
ideas cayeran en manos de jóvenes ingenieros que las distorsionaron y cam-
biaron hasta hacerlas irreconocibles.

Es un hecho curioso que los estudiosos franceses del periodo que estamos
considerando fueran divididos en dos «sociedades distintas con un único rasgo
en común, la celebridad de sus nombres».47 La primera estaba integrada por
profesores y examinadores de la École polytechnique, que ya conocemos, y
del Collège de France; la segunda estaba formada por el grupo de fisiólogos,
biólogos y psicólogos ligados prevalentemente a la École de médecine y cono-
cidos como los ideólogos.
No todos los grandes biólogos de los que Francia podía enorgullecerse
en aquel tiempo pertenecían a este segundo grupo. En el Collège de France,
Cuvier, fundador de la anatomía comparada y probablemente el más famoso
de todos, permaneció próximo a los científicos puros.48 Los progresos de las
ciencias biológicas, tal como él las explicó, contribuyeron tal vez más que
cualquier otra cosa a crear la fe en la omnipotencia de los métodos de la cien-
cia pura. Se vio que muchos problemas que parecían ser reacios a un trata-
miento exacto podían efectivamente abordarse con los mismos métodos.49

47. Véase Arago, op. cit., vol. 2, p. 34, donde observa que Ampère (especializado en fisiología)
fue uno de los pocos eslabones de enlace entre ambos grupos.
48. [Georges Cuvier (1769-1832) también fue fundador de la paleontología de vertebrados; en
sus estudios, ayudó a establecer la idea, polémica por entonces, de que ciertas especies se habían extin-
guido. – Ed.].
49. Sobre la influencia de Cuvier, véase J.T. Merz, A History of European Thought in the Nine-
teenth Century (1906), vol. 1, pp. 136 y ss., donde se cita (p. 154) el siguiente característico pasaje
tomado del Rapport historique sur le progrès des sciences naturelles depuis 1789 de Cuvier (1810):
«Solo experimentos, experimentos que sean precisos, hechos con pesos, medidas y cálculos, compa-
rando las distintas sustancias empleadas y todas las sustancias obtenidas: tal es hoy la única forma

271
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Los otros dos biólogos cuyos nombres son actualmente incluso más cono-
cidos, Lamarck y Geoffrey St. Hilaire, permanecieron al margen del grupo
de los ideólogos y apenas tuvieron que ver con el estudio del hombre como
ser pensante.50 Pero Cabanis y Main de Biran, con sus amigos Destutt de Tracy
y Degérando, lo convirtieron en el centro de sus investigaciones.51
Ideología,52 en el sentido que el grupo daba a este término, significa sim-
plemente el análisis de las ideas humanas, incluida la relación entre la cons-
titución física y mental del hombre.53 La inspiración del grupo procedía

de razonamiento y demostración. Así, aunque las ciencias naturales eludan la aplicación del cálculo,
presumen de estar sometidas al espíritu matemático y, por la sabia dirección que han seguido constan-
temente, no se exponen al riesgo de dar pasos hacia atrás.» Véase Lord Acton, Lectures on Modern
History, pp. 22; 338 n. 82. [Véase Acton, Essays in the Study and Writing of History, pp. 541-542. La
referencia al «Study of History» de Acton se añadió en la versión de 1952. – Ed.].
50. [Al naturalista francés Jean-Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), que
aportó contribuciones en botánica, biología sistemática de invertebrados e historia geológica, se le
recuerda hoy en día por el lamarckismo, la teoría según la cual se pueden heredar ciertos rasgos. El
naturalista francés Étienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844) estableció el principio de la «unidad
de composición», la idea de que todos los animales comparten un único plan estructural; esta teoría
se convirtió en el principio más importante de la anatomía comparativa. – Ed.].
51. [El fisiólogo Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808) defendía los fundamentos biológicos
de las funciones psicológicas. De esta forma, al igual que el estómago recibe comida y la digiere, produ-
ciendo así alimentos, el cerebro recibe impresiones sensoriales y produce el pensamiento. Antoine
Louis Claude, conde Destutt de Tracy (1754-1836), autor de Éléments d’idéologie (1801-1815), fue,
junto con Cabanis, líder del grupo de los idéologues. Joseph Marie de Gérando (1772-1842) escribió
sobre la influencia de los símbolos en la formación de ideas, y también introdujo reformas en la edu-
cación primaria en Francia. El filósofo francés François-Pierre-Gonthier Maine de Biran (1766-1824)
aportó un ensayo sobre la formación de las costumbres y un tratado sobre el análisis del pensamien-
to. – Ed.].
52. Antoine Claire, Comte Thibaudeau (Bonaparte and the Consulate [1843]; trad. G.K. Fortescue,
1908, p. 153) observa que, aunque los términos ideólogues e idéologie suelen atribuirse a Napoleón,
fueron introducidos como términos técnicos por Destutt de Tracy en el primer volumen de sus Eléments
d’idéologie (1801); al menos la palabra idéologie era conocida en Francia ya desde 1684.
53. Sobre el conjunto de la escuela ideológica, véase una exhaustiva exposición en F. Picavet, Les
idéologues, Essai sur l’histoire des idées et des théories scientifiques, philosophiques, religieuses, en
France depuis 1789 (París, 1891), y, después de la primera publicación del presente ensayo, E. Cailliet,
La tradition littéraire des idéologues (Filadelfia, 1943). La expresión se usaba efectivamente en el mismo
sentido amplio en que los contemporáneos alemanes usaban el término antropología. Sobre el equi-
valente alemán de los idéologues, véase F. Günther, «Die Wissenschaft vom Menschen. Ein Beitrag

272
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

principalmente de Condillac y el campo de sus estudios fue diseñado por


Cabanis, uno de los fundadores de la psicología fisiológica, en su Rapports du
physique et du moral de l’homme (1802).54 Y aunque se discutió mucho entre
ellos sobre la aplicación de los métodos de las ciencias naturales al hombre,
ello significaba únicamente que proponían como objetivo un estudio del hom-
bre sin prejuicios y sin nebulosas especulaciones acerca de su fin y su des-
tino. Pero esto no impidió que Cabanis y sus amigos consagraran una buena
parte de su actividad a aquel análisis de las ideas humanas que dio su nombre
a la ideología. Ni siquiera se les ocurrió dudar de la legitimidad de la intros-
pección. Si el otro jefe del grupo, Destutt de Tracy, propuso considerar la
ideología en su conjunto como parte de la zoología,55 esto no le impidió dedi-
carse enteramente a aquella parte de la misma que él llamaba ideología ra-
cional —en oposición a la ideología fisiológica— integrada por la lógica, la
gramática y la economía.56
No puede negarse que en todo esto, fruto de un entusiasmo por las cien-
cias puras, emplearon muchas expresiones ambiguas que fueron burdamen-
te tergiversadas por Saint-Simon y Comte. Cabanis en particular insistía repe-
tidamente en que la física debía ser la base de las ciencias morales;57 pero para
él esto solo significaba que deben tenerse en cuenta las bases fisiológicas de
las actividades mentales, y siempre reconoció estas tres partes distintas de
la «ciencia del hombre»: fisiología, análisis de las ideas y moral.58 Pero, por

zum deutschen Geistesleben im Zeitalter des Rationalismus», en Geschichtliche Untersuchungen,


ed. K. Lamprecht (1907), vol. 5.
54. [Pierre Jean Georges Cabanis, Rapports du physique et du moral de l’homme (París: Crapart,
Caille et Ravier, 1802). – Ed.].
55. Picavet, op. cit., p. 337.
56. Ibíd., p. 314.
57. Ibíd., p. 250. Véase también pp. 131-35, dedicadas a Volney, predecesor de Cabanis en este
género de estudios. En 1793 publicó Volney Catéchisme du Citoyen Français, que luego se convirtió
en La loi naturelle ou les principes physiques de la morale, donde intenta, sin éxito, explicar la moral
como ciencia física. [Hayek se refiere a Constantin François de Chassebœuf, conde de Volney (1757-
1820), quien escribió sobre geografía, lingüística y sociología; también hace referencia a sus obras La
loi naturelle, ou, Catéchisme du citoyen Français (París: inédito, 1789) y La loi naturelle, ou, Principes
physiques de la morale, en Les Ruines, ou, Méditation sur les révolutions des empires, décima edición
(París: Bossange frères, 1821). – Ed.].
58. Picavet, op. cit., p. 226.

273
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

lo que respecta a los problemas de la sociedad, mientras que la obra de Ca-


banis no pasó del estado de esbozo programático, Destutt de Tracy aportó
importantes contribuciones, de las que aquí mencionaremos una sola: el aná-
lisis del valor y su relación con la utilidad, en el que, partiendo de los fun-
damentos puestos por Condillac, fue mucho más allá en la formulación de
aquella correcta teoría del valor que le faltaba a la economía política clásica
inglesa y que le habría podido evitar el impasse en que acabó cayendo. Pue-
de decirse que Destutt de Tracy (y Louis Say, que luego continuó su obra)
anticipó en más de medio siglo lo que sería uno de los avances más especta-
culares de la teoría social, la teoría subjetiva (o de la utilidad marginal) del
valor.59
Es cierto que muchos que eran ajenos a su círculo fueron mucho más le-
jos en la aplicación de la técnica de las ciencias naturales a los fenómenos so-
ciales, especialmente la Société des observateurs de l’homme, que, en gran
parte bajo la influencia de Cuvier, siguieron el camino de limitar el estudio
social al mero registro de observaciones, en una actitud que recuerda la de
algunas organizaciones análogas de nuestros días.60 Pero, en conjunto, no hay
duda de que los ideólogos preservaron la mejor tradición de los philosophes
del siglo XVIII. Y mientras sus colegas de la École polytechnique se hicieron
admiradores y amigos de Napoleón y recibieron de él toda clase de apoyos,
los ideólogos permanecieron firmes defensores de la libertad individual y por
ello incurrieron en la cólera del déspota.

VI

Fue Napoleón quien puso en circulación el término ideólogo en su nuevo


sentido, empleándolo como expresión despectiva hacia todos aquellos que

59. Sobre Destutt de Tracy, véase H. Michel, L’idée d’état (París, 1895), pp. 282-86; sobre Louis
Say, véase A. Schatz, L’individualisme économique et social (París, 1909), pp. 153 y ss. [Louis Auguste
Say (1774-1840), hermano de Jean-Baptiste, escribió numerosos libros sobre asuntos de economía.
En Principales causes de la richesse ou de la misère des peuples et des particuliers (1818) criticó las
ideas de su hermano y de otros autores, entre los que se encontraba Adam Smith. – Ed.].
60. Picavet, op. cit., p. 82.

274
L A F U E N T E D E L A H Y B R I S C I E N T Í F I C A : L’ É C O L E P O LY T E C H N I Q U E

se atrevían a defender la libertad frente a él.61 Y no se limitó a esto. El hombre


que comprendió mejor que todos sus imitadores que «a la larga, el espíritu
siempre vence a la espada» no dudó en llevar a la práctica su «repugnancia
por toda discusión y toda enseñanza de temas políticos».62 El economista
J.B. Say, miembro del grupo de los ideólogos y durante muchos años direc-
tor de su periódico, la Décade philosophique, fue uno de los primeros que
sintieron su mano dura. Cuando se negó a cambiar un capítulo de su Traité
d’économie politique para acomodarlo a los deseos del dictador, se prohibió

61. Véase el pasaje de la respuesta de Napoleón al Consejo de Estado en su sesión del 20 de diciem-
bre de 1812, citado por Pareto (Mind and Society, vol. 3, p. 1244), tomado del Moniteur universal
(París), 21 de diciembre de 1812: «Todas las desgracias que nuestra bella Francia ha experimentado
hay que atribuirlas a la “ideología”, a esa nebulosa metafísica que busca ingeniosamente las prime-
ras causas y pretende fundamentar la legislación de los pueblos, en lugar de adaptar las leyes a lo que
sabemos sobre el corazón humano y las lecciones de la historia. Tales errores solo pueden llevar, como
de hecho han llevado, a un régimen de hombres sanguinarios. ¿Quién ha engañado al pueblo atribu-
yéndole una soberanía que no puede ejercer? ¿Quién ha destruido la santidad de las leyes y el respeto
hacia ellas, basándolas no en los sagrados principios de la justicia, en la naturaleza de las cosas y en
la naturaleza de la justicia civil, sino simplemente en la voluntad de una asamblea formada por indi-
viduos carentes aun del más elemental conocimiento de las leyes, ya sean civiles, administrativas, polí-
ticas o militares? Cuando un hombre está llamado a organizar un estado, debe seguir principios que
están permanentemente en conflicto. Las ventajas y desventajas de los distintos sistemas de legisla-
ción deben buscarse en la historia.» Véase también H. Taine, Les origines de la France contemporaine
(1876), vol. 2, pp. 214-33. [El análisis de Taine sobre la supresión de las ciencias morales y políticas,
realizada por Napoleón, en realidad se encuentra en el libro 6, capítulo 2, partes 4 y 5 de Le régime
moderne, incluido en el volumen 11 de Les origines de la France contemporaine. Véase la traducción
en The Modern Regime, traducido por John Durand, vol. 2 (Nueva York: Henry Holt, 1894), pp. 192-
207. – Ed.]. No por su exactitud histórica, bastante problemática, sino para dar una idea de cómo consi-
deró todo esto la generación siguiente, podemos citar estas características afirmaciones de un eminente
sansimoniano: «Después de 1793, la Académie des sciences toma el cetro; los matemáticos y los físicos
substituyen a los literatos: Monge, Fourcroy, Laplace… reinan en el mundo de la inteligencia. Al mismo
tiempo, Napoleón, miembro del Instituto, clase de mecánica, ahoga en la cuna a los hijos legítimos
de la filosofía del siglo XVIII» [«Después de 1973, la Académie des sciences toma el cetro; los matemá-
ticos y los físicos substituyen a los literatos: Monge, Fourcroy, Laplace… reinan en el mundo de la
inteligencia. Al mismo tiempo, Napoleón, miembro del Instituto, clase de mecánica, ahoga en la cuna
a los hijos legítimos de la filosofía del siglo XVIII». – Ed.]. (P. Enfantin, Colonisation de l’Algérie [1843],
pp. 521-22).
62. Véase Antoine Claire, Comte Thibaudeau, Historie de la France et de Napoléon Bonaàrte de
1799 à 1815, vol. 3, Le consulat et l’empire (París, 1834), vol. 3, p. 396.

275
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

la segunda edición y el autor fue expulsado del tribunat.63 En 1806, Destutt


de Tracy solicitó al presidente Jefferson que patrocinara al menos una traduc-
ción inglesa de su Commentaire sur l’esprit des lois que no había podido pu-
blicar en su propio país.64 Poco antes (1803) se suprimió toda la segunda clase
del Institut, la de ciencias morales y políticas.65 Como consecuencia, estos
temas fueron excluidos del gran Tableau de l’état et des progrès des scien-
ces et des arts depuis 1789, cuya realización se encargó en 1802 a las tres cla-
ses del Institut. Era todo un símbolo de la posición de estas materias bajo el
Imperio. Se prohibió la enseñanza de las mismas y toda una nueva genera-
ción creció en la ignorancia de sus conquistas en el pasado. Quedaba así abierta
la posibilidad de partir nuevamente de cero, sin el condicionamiento de los
resultados acumulados por los estudios del pasado. Los problemas sociales
debían estudiarse en otra óptica. Los métodos que, desde d’Alembert, se había
aplicado con tanto éxito en física, cuyo carácter había quedado ahora expli-
citado, y que en época aún más próxima se habían aplicado con el mismo éxi-
to en química y biología, debían aplicarse ahora a la ciencia del hombre. Los
resultados los iremos viendo.

63. J.B. Say, Traité d’économie politique, 2.ª ed. (1814), nota previa. [En Taine, The Modern Regime,
p. 197, nota 3, se traducen las palabras de Say en su nota previa de la siguiente manera: «La prensa
ya no era libre. Toda presentación exacta de las cosas recibía la censura de un gobierno fundado sobre
una mentira». – Ed.].
64. Véase G. Chinard, Jefferson et les idéologues (Baltimore: John Hopkins Press, 1925).
65. Véase Merz, op. cit., p. 149.

276
12
EL «ACCOUCHEUR D’IDÉES»:
HENRI DE SAINT-SIMON

Difícilmente podría decirse que la instrucción y la experiencia de los prime-


ros años cualificaron al conde Henri de Saint-Simon para el papel de refor-
mador científico. Hay que reconocer, sin embargo, que cuando, en 1798, a
la edad de treinta y ocho años,1 tomó alojamiento frente a la École polytech-
nique, para dedicar, a partir de entonces, todos sus esfuerzos a explicar al mun-
do entero el significado del progreso científico para el estudio de la sociedad,
era ya un hombre de rica y variada experiencia, si bien el estudio científico
tenía en ella escasa presencia. Los hechos de su vida juvenil, solo muy re-
cientemente sacados a la luz,2 son mucho menos edificantes que las nume-
rosas anécdotas que él mismo y sus discípulos se encargaron de transmitir-
nos y que hasta hace poco constituyeron casi la única información acerca de
su juventud. La leyenda decía que descendía de Carlomagno, que d’Alembert
había dirigido su educación y que su criado tenía órdenes de despertar al am-
bicioso todas las mañanas con estas palabras: Levez-vous, Monsieur le Comte,
vous avez de grandes choses à faire.3 Puede ser que algo de cierto haya en
todo ello. Es seguro, sin embargo, que durante los primeros veinte años de
su vida adulta vivió como aventurero, como muchos vástagos de familias

1. La fecha, y por lo tanto la edad, no es del todo segura.


2. Véase Gouhier, La jeunesse d’Auguste Comte et la formation du positivisme, vol. 2, Saint-
Simon jusqu’à la restauration (París, 1936), que para los primeros cuarenta y cinco años de la vida
de Saint-Simon supera a todas las biografías anteriores, incluidas las mejores: G. Weill, Un précurseur
du socialisme, Saint-Simon et son oeuvre (París, 1894); M. Leroy, La vie véritable du comte de Saint-
Simon, 1760-1825 (París, 1925); y G. Dumas, Psychologie de deux messies positivistes, Saint-Simon
et Auguste Comte (París, 1905).
3. [«Despierte, Monsieur le Comte, tiene grandes cosas que hacer». – Ed.].

277
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

nobles en aquella época, pero a una escala y con una intensidad que solo po-
cos contemporáneos pudieron igualar.
Apenas tuvo un nombramiento en el ejército francés, siguió a Lafayette
a América, y cuando, al cabo de cuatro años, cesaron los combates, abandonó
la profesión militar. Antes de que tomara esta decisión, le vemos soñando
con cortar el istmo de Panamá. Al poco tiempo ofreció sus servicios a Ho-
landa para una expedición contra las Indias británicas, y también le vemos
ocupado en proyectos concretos para la construcción de canales en España.
Había regresado ya a París cuando estalló la Revolución, y nos lo encontra-
mos bajo el nombre de ciudadano Bonhomme, después de renunciar a su tí-
tulo, en el papel de sansculotte extremista. Pero bien pronto se le presenta-
ron aventuras mucho más ventajosas. En la venta de tierras de la Iglesia, le
vemos como uno de los intermediarios más activos, especulando a gran es-
cala con dinero prestado, siendo uno de los mayores beneficiarios de la in-
flación, que no desdeña ningún negocio que se le presente, como la proyec-
tada venta del plomo del techo de Notre Dame. No sorprende verle en la
cárcel durante el Terror. Fue durante el tiempo que pasó en ella cuando, se-
gún él, decidió convertirse en filósofo. Pero, una vez fuera, prefirió una vez
más la especulación financiera a la metafísica. Mientras la fuente de sus fon-
dos (un diplomático sajón)4 siguió proporcionándole capital suficiente, siguió
intentando todo tipo de aventuras comerciales, como la organización de un
servicio de diligencias, el comercio del vino al por menor, la manufactura de
tejidos e incluso de naipes republicanos en los que, en lugar de los odiados re-
yes y reinas, aparecían le génie y la liberté. Sus planes eran en realidad mucho
más ambiciosos. Al parecer, emprendió la construcción de una gran planta
industrial y al menos tomó en consideración la creación de una empresa mixta
comercial y bancaria que «debía ser única en el mundo». Representó también
los intereses financieros de Francia en las conversaciones anglo-francesas ce-
lebradas en Lille en 1797.5

4. [Hayek se refiere al diplomático prusiano y socio comercial de Saint-Simon, Sigismund


Ehrenreich, conde de Redern (1761-1841). – Ed.].
5. [En agosto de 1797, Saint-Simon era portavoz de un grupo de financieros particulares france-
ses, quienes, ávidos de ver el fin de la guerra con Inglaterra, mantuvieron conversaciones con repre-
sentantes del gobierno inglés en Lille. Su descripción de la poca inteligencia y las manías personales

278
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

Pero todas estas actividades cesaron de repente cuando, en 1798, su so-


cio regresó a París y quiso ver las cuentas. Saint-Simon sabía ciertamente
qué significa vivir por todo lo alto, y su casa, dirigida por el ex maître d’hôtel
del duque de Choiseul, era famosa, al igual que su cocina, dirigida por un chef
igualmente célebre. Pero que todos estos gastos se cargaran en la cuenta co-
mún, le pareció intolerable al buen conde sajón. Este retiró sus fondos, y
Saint-Simon, todavía en posesión de una fortuna considerable, pero ya no
tal que le permitiera afrontar grandiosas aventuras, consideró prudente re-
tirarse de la actividad comercial y buscar en adelante la gloria en el mundo
intelectual.
No hay duda de que en la mente del decepcionado faiseur se estaban ya
formando vagos planes de organización de la sociedad; y no debe sorpren-
der el que muy pronto llegara a la conclusión de que, a pesar de todas sus
experiencias, no poseía el conocimiento que le permitiera elaborar estas ideas.
Decidió entonces «emplear su dinero en adquirir conocimientos científicos».6
Fue en este periodo cuando pasó tres años en estrecho contacto con los pro-
fesores y estudiantes de la École polytechnique como una especie de mece-
nas-alumno, festejando a los profesores y ayudando a los estudiantes, a uno
de los cuales, el gran matemático Boisson, le sostuvo enteramente durante
años y le trató como a hijo adoptivo.7
El método de estudio que eligió para su propia formación no era nada co-
mún. Consciente de que su cerebro no era ya suficientemente ágil para seguir
un curso sistemático, prefirió aprender lo que pudiera de forma agradable:
la conversación de sobremesa. Invitaba a su casa a los científicos de cuyos

de los líderes del consejo de administración, así como sus fallos a la hora de emitir juicios, llevaron a
Pitt a comentar que Saint-Simon tenía «el mérito de proporcionar una de las discusiones más inte-
resantes y seguramente más entretenidas de toda negociación existente»; citado en Frank E. Manuel,
The New World of Henri Saint-Simon (Cambridge, Massachusetts [MA]: Harvard University Press,
1956), p. 52. – Ed.].
6. «He empleado mi dinero en adquirir ciencia; buena comida, buen vino, mucha solicitud hacia
los profesores a quienes mi bolsa esta siempre abierta, me proporcionaron todas las facilidades que
podía desear» (en Leroy, op. cit., p. 210).
7. [Cayo Cilnio Mecenas (¿?-8 a.C.) fue hombre de Estado romano y consejero de César Augusto
y, más tarde, mecenas de Horacio, Virgilio y Propercio. Su nombre es sinónimo de quien impulsa las
letras. – Ed.].

279
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

conocimientos esperaba beneficiarse, y es posible que se casara con la úni-


ca intención de tener una residencia en la que poder recibir dignamente a
los grandes maestros. Es fama que gozaron de su hospitalidad Lagrange,
Monge, Bertholet y, probablemente después de 1801, cuando pensó que ha-
bía completado su formación en las ciencias mecánicas y se trasladó a las pro-
ximidades de la École de médecine, también Gall, Cabanis y Bichat.8 Pero pa-
rece que este método de estudio fue escasamente eficaz. En todo caso, años
después, nuestro héroe se quejaba a un amigo de que sus «profesores y artis-
tas comían mucho pero hablaban poco. Después de comer me sentaba en una
cómoda butaca en un rincón del salón y me quedaba dormido. Por suerte,
Madame de Saint-Simon se encargaba de hacer los honneurs con mucha gra-
cia y esprit.»9
Ya fuera simplemente que hubiera llegado a la conclusión de que aque-
lla era una mala inversión y que había que poner fin a las pérdidas, o bien
que un nuevo matrimonio le pareciera un método de instrucción más atrac-
tivo, el caso es que al poco de mudarse a la nueva morada, puso fin no solo
a sus almuerzos sino también a su matrimonio. Explicó a su mujer que «el
primer hombre del mundo debía casarse con la primera mujer» y que, por
consiguiente, sintiéndolo mucho, le pedía que le dejara libre. ¿Fue una sim-
ple casualidad que el divorcio de Saint-Simon tuviera lugar solo un mes des-
pués de que enviudara Madame de Staël, quien en un libro reciente que había

8. [Franz Joseph Gall (1758-1828) fue el fundador de la frenología, una «ciencia» basada en la
creencia de que la inteligencia, las aptitudes y la personalidad están completamente determinadas por
el tamaño y la forma del cerebro, un hecho que puede deducirse del cuidadoso análisis del cráneo por
parte de un experto. El anatomista Marie-François-Xavier Bichat (1771-1802) fue pionero en campos
como la histología (estudio de la estructura del tejido, llevado a cabo mediante el examen de capas
finas de tejido) y la patología (estudio de la naturaleza, las causas y el desarrollo de las enfermeda-
des). – Ed.].
9. Léon Halévy, «Souvenirs de Saint-Simon», La France littéraire (marzo de 1832), reproducido
parcialmente en G. Brunet, Revue d’histoire économique et sociale (1925), p. 168. [La traducción de
Hayek no es muy exacta; en realidad, Saint-Simon dijo que escuchaba desde una butaca cómoda, pero
la mayor parte del tiempo solo oía trivialidades, ¡de ahí que se quedara dormido! En el original se lee
lo siguiente: «[…] mes savans et mes artistes mangeaient beaucoup et parlaient peu. Après le dîner,
j’allais m’asseoir dans une bergère, dans un coin de salon, et j’écoutais. Malheureusement, les trois
quarts du temps, je n’entendais que des fadaises, et je m’endormais. Heureusement que Mme. de Saint-
Simon faisait avec beaucoup de grâce et d’esprit les honneurs de mon salon». – Ed.].

280
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

encendido la imaginación de Saint-Simon, había elaborado la «ciencia po-


sitiva» y lamentado que «aún no se hubiera creado la ciencia política»?10 El
caso es que, apenas divorciado, Saint-Simon se precipitó a Le Coppet, sobre
el lago de Ginebra, e hizo su propuesta en los siguientes términos: «Madame,
usted es la mujer más extraordinaria de la tierra y yo el hombre más extra-
ordinario; juntos podemos engendrar un hijo aún más extraordinario.» Y
le propuso celebrar la boda en un globo aerostático. Varían las versiones so-
bre los términos en que se formuló el rechazo.

II

La visita a Suiza fue también ocasión para la primera publicación de Saint-


Simon. En 1803 se publicaron en Ginebra las Lettres d’un habitant de Ge-
nève a ses contemporains,11 opúsculo en el que se relanzaba, de forma fan-
tásticamente exagerada, el culto volteriano a Newton. El opúsculo comienza

10. Madame de Staël, De la littérature considerée dans ses rapports avec les institutions sociales
(1880); los pasajes citados se hallan en el «Discours préliminaire», 3.ª ed. (1818), vol. 1, p. 58; y vol.
2, parte 2, p. 215. [La gran Anne-Louise-Germaine Necker, baronesa de Staël-Holstein (1766-1817),
se vio obligada a pasar la mayor parte de su vida en el exilio por oponerse a Napoleón; su salón en
Coppet, en Suiza, atrajo a numerosos intelectuales importantes de Europa. – Ed.].
11. Véase Oeuvres de Saint-Simon et d’Enfantin (París, 1865-78) (en adelante citadas como OSSE),
vol. 15, pp. 7-60, y la nueva edición reproducida del original con una introducción de A. Pereire (París,
1925). Casi todos los pasajes importantes tomados de las obras de Saint-Simon se encuentran conve-
nientemente reunidos en L’oeuvre d’Henri de Saint-Simon, textos seleccionados con una introduc-
ción de C. Bouglé, Nota bibliográfica de A. Pereire (París, 1925). En las referencias que siguen, la prime-
ra se refiere a las Oeuvres, la segunda (entre paréntesis) a la edición separada de las Lettres de 1925.
Para la complicada historia de las diversas ediciones y manuscritos de esta obra, véase Gouhier, op.
cit., pp. 224 y ss. [Como puede que muchos lectores no tengan acceso a toda la edición de obras comple-
tas de Saint-Simon y Enfantin (OSSE), Hayek llama la atención del lector sobre las ediciones de 1925
de Péreire (que pueden ser más disponibles) de la primera y más importante obra de Saint-Simon,
Lettres d’un habitant de Genève, y de una selección de sus obras, L’œuvre d’Henri de Saint-Simon:
Textes choisis. El proceder de Hayek a la hora de citar la edición más reciente de Lettres, entre parén-
tesis, se sigue también a continuación. Como siempre, los números de páginas [entre corchetes] indi-
can las páginas correctas en las que se puede encontrar una cita, en aquellos casos en los que la cita de
Hayek no es precisa. – Ed.].

281
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

con la propuesta de una subscripción ante la tumba de Newton para finan-


ciar el proyecto de creación de un gran «Consejo de Newton» para el que
todo subscriptor tendría derecho a proponer tres matemáticos, tres físicos,
tres químicos, tres fisiólogos, tres littérateurs, tres pintores y tres músicos.12
Los veintiún científicos y artistas así elegidos por toda la humanidad, y presi-
dido por el matemático que hubiera recibido mayor número de votos,13 se
convertirían, en el ejercicio solidario de su poder colectivo, en los represen-
tantes de Dios en la tierra,14 que privarían de sus funciones al papa, a los car-
denales, a los obispos y a los sacerdotes, ya que estos no comprenden la cien-
cia divina que Dios les ha confiado y que un día transformará de nuevo la
tierra en un paraíso.15 En las divisiones y secciones en que el supremo Con-
sejo de Newton dividirá el mundo, se crearán a distintos niveles análogos
Consejos de Newton locales, con el fin de organizar el culto, la investigación
y la instrucción en y en torno a los templos de Newton que habrán de cons-
truirse por doquier.16
¿Por qué es necesaria esta nueva «organización social», como la llama
Saint-Simon por primera vez en un manuscrito inédito del mismo periodo?17
Porque seguimos gobernados por gente que no entiende las leyes generales
que rigen el universo. «Es preciso que los fisiólogos echen de su compañía a
los filósofos, moralistas y metafísicos, del mismo modo que los astrónomos
han echado a los astrólogos y los químicos a los alquimistas.»18 Los fisiólo-
gos son competentes en primera instancia, ya que «somos cuerpos organiza-
dos; y el actual proyecto se ha elaborado considerando nuestras relaciones
sociales como fenómenos fisiológicos».19
Pero ni siquiera los fisiólogos son bastante científicos, porque aún no han
descubierto cómo su ciencia puede alcanzar la perfección de la astronomía,
basándose en la única ley a que Dios ha sometido al universo, la ley de la

12. OSSE, vol. 15, p. 11 (3).


13. Ibíd., p. 51 (55).
14. Ibíd., p. 49 (53).
15. Ibíd., p. 48 (52).
16. Ibíd., pp. 50-53 (54-58).
17. En Lettres, ed. Pereire, pp. xv, 93.
18. OSSE, vol. 15, p. 39 [pp. 39-40] (39).
19. Ibíd., p. 40 (40).

282
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

gravitación universal.20 Será función del Consejo de Newton, mediante el


ejercicio de su poder espiritual, hacer que la gente comprenda esta ley. Ade-
más de esta función, el Consejo deberá desempeñar otras funciones. Tendrá
no solo que reivindicar los derechos de los hombres de genio, de los científi-
cos, de los artistas y de todos cuantos profesan ideas liberales,21 sino que tam-
bién deberá reconciliar a la segunda clase de gente, los propietarios, con la
tercera, los que carecen de propiedad, a los que Saint-Simon se dirige espe-
cialmente como sus amigos y a los que exhorta a aceptar esta propuesta, que
es el único medio para evitar esa «lucha que, por la naturaleza de las cosas,
existe siempre y necesariamente».22

20. Ibíd., pp. 39-40, 55 (39, 61). El pasaje en que Saint-Simon celebra la importancia de esta ley
universal es una curiosa anticipación de la famosa fórmula universal de Laplace (ibíd., p. 59 [67]):
«Supongamos que hemos llegado a conocer de qué manera la materia se encuentra repartida en una
época cualquiera, y que hemos elaborado el plan del Universo, indicando mediante números la canti-
dad de materia contenida en cada una de estas partes: es claro que, aplicando a este plan la ley de la
gravitación universal, se podrían predecir (con la exactitud que permite el estado de los conocimien-
tos matemáticos) todos los cambios sucesivos que se producirían en el Universo.» Aunque Laplace
publicó su fórmula solo en 1814, podemos, sin duda, suponer que la idea era ya familiar desde sus
primeras lecciones impartidas en 1796, a las que añadió la introducción que contiene la famosa frase.
[La afirmación de Saint-Simon puede traducirse de la siguiente manera: «Supongamos que hemos
llegado a conocer de qué manera la materia se encuentra repartida en una época cualquiera, y que
hemos elaborado el plan del Universo, indicando mediante números la cantidad de materia contenida
en cada una de estas partes: es claro que, aplicando a este plan la ley de la gravitación universal, se
podrían predecir (con la exactitud que permite el estado de los conocimientos matemáticos) todos los
cambios sucesivos que se producirían en el Universo». Hayek compara esta afirmación con la de «la
fórmula del mundo» de Laplace, que aparece en su obra Essai philosophique sur les probabilités (París:
Courciert, 1814). En la traducción inglesa, A Philosophical Essay on Probabilities, traducida por Frederick
Wilson Truscott y Frederick Lincoln Emory (Nueva York: Dover, 1951), p. 4, la fórmula de Laplace
se traduce así: «Dada en cierto momento una inteligencia que pudiera comprender todas las fuerzas
por las que vive la naturaleza y la respectiva situación de los seres vivos que la componen (una inteli-
gencia lo suficientemente amplia como para someter estos datos a un análisis), podría abarcar en la
misma fórmula los movimientos de los mayores cuerpos del universo, además de los de los átomos
más ligeros; para esta inteligencia, nada sería incierto, y el futuro, así como el pasado, estaría ante sus
ojos». – Ed.].
21. Ibíd., p. 26 (23).
22. Ibíd., p. 28 (25).

283
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Todo esto le ha sido revelado a Saint-Simon por el propio Dios, quien anun-
cia a su profeta que ha colocado a Newton a su lado, encargándole de la misión
de iluminar a los habitantes de todos los planetas. La instrucción culmina
con el famoso pasaje en el que se inspiró gran parte de la doctrina de los sansi-
monianos posteriores: «Todos los hombres trabajarán; se considerarán a sí
mismos como trabajadores ligados a un taller y cuyos esfuerzos se orienta-
rán a guiar la inteligencia humana en consonancia con mi divina previsión.
El supremo Consejo de Newton dirigirá sus trabajos.»23 Saint-Simon no tiene
escrúpulos sobre los medios a emplear para poner en práctica las instruc-
ciones emanadas de su cuerpo planificador central: «Todo aquel que no o-
bedezca las órdenes será tratado por los demás como un cuadrúpedo.»24
Para resumir, hemos tenido que esforzarnos en poner un poco de orden
en el incoherente revoltijo de ideas que forman el contenido de este primer
pamphlet de Saint-Simon. Se trata de la efusión de un visionario megaló-
mano que expulsa ideas mal digeridas, que trata continuamente de llamar
la atención del mundo hacia su genio incomprendido y sobre la necesidad
de financiar sus obras, sin olvidar, por supuesto, reservarse, en cuanto funda-

23. Ibíd., p. 55 (61). Véase p. 57 (65): «Se obliga a cada uno a dirigir constantemente sus fuerzas
personales a lo que es útil para la humanidad; los brazos del pobre seguirán alimentando al rico, pero
el rico se obliga a hacer trabajar a su cerebro, y si este no sirve para el trabajo, se le obligará a que
trabajen sus brazos; porque Newton no dejará ciertamente sobre este planeta (uno de los más próxi-
mos al sol) trabajadores voluntariamente inútiles en el taller.» [«Se obliga a cada uno a dirigir cons-
tantemente sus fuerzas personales a lo que es útil para la humanidad; los brazos del pobre seguirán
alimentando al rico, pero el rico se obliga a hacer trabajar a su cerebro, y si este no sirve para el trabajo,
se le obligará a que trabajen sus brazos; porque Newton no dejará ciertamente sobre este planeta (uno
de los más próximos al sol) trabajadores voluntariamente inútiles en el taller». – Ed.]. La idea de or-
ganizar la sociedad según el modelo de una fábrica, que aparece aquí por primera vez en la literatura,
ha desempeñado desde entonces, desde luego, un papel importante en toda la literatura socialista. Véase
en particular G. Sorel, «le syndicalisme révolutionaire», en Mouvement socialiste, 1 y 15 de noviem-
bre de 1905. Véase también K. Marx, Das Kapital, 10.ª ed., vol. 1, cap. 12, sec. 4, pp. 319-24. [No existe
debate alguno para organizar la sociedad según el ejemplo del taller en el capítulo 12, sección 4 del
volumen 1 de Das Kapital. Puede que Hayek quisiera hacer referencia al capítulo 14, sección 2, donde
Marx copara la división del trabajo en una sociedad con lo que ocurre en un taller. – Ed.].
24. Lettres, ed. A. Pereire, p. 54. El pasaje fue discretamente suprimido por los discípulos que
editaron las Oeuvres. [En el pasaje suprimido puede leerse: «Tout homme qui n’obéira pas à ce
commandement sera considéré et traité par les autres comme un quadrupède». – Ed.].

284
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

dor de la nueva religión, un enorme poder y la presidencia vitalicia de todos


los consejos.25

III

Poco después de la publicación de esta primera obra, Saint-Simon se encon-


tró completamente sin fondos y pasó varios años en una creciente penuria,
importunando a sus viejos amigos y asociados con peticiones de dinero, sin
renunciar incluso al chantaje. A pesar de sus llamadas a viejos amigos, ahora
poderosos, como el conde de Ségur, grand maître de cérémonies26 de Napo-
león, solo consiguió el miserable y humillante puesto de escribiente en un mon-
te de piedad. Al cabo de seis meses en esta actividad, encontró a un viejo cria-
do suyo, que le recogió en su casa. Durante cuatro años (1806-10) hasta su
muerte, el fiel servidor atendió a todas las necesidades de su antiguo señor e
incluso sufragó los gastos de impresión de la próxima obra de Saint-Simon.
Parece que en este periodo Saint-Simon se dedicó a la lectura con mayor
intensidad que en otros tiempos, a juzgar por la Introduction aux travaux
scientifiques du XIXe siècle,27 que muestra un amplio aunque todavía muy
superficial y mal digerido conocimiento de la literatura científica de la época.
El tema principal es el mismo de siempre, pero los métodos que propone
han experimentado cierto cambio. Para que la ciencia pueda organizar la so-
ciedad, tiene antes que organizarse a sí misma.28 El Consejo de Newton se
convierte así en el comité editorial de una nueva gran Encyclopaedie que

25. OSSE, vol. 15, p. 54 (59) [55 (60)].


26. [Hayek se refiere al diplomático e historiador francés Louis-Philippe, conde de Ségur (1753-
1830). – Ed.].
27. Dos vols. (1807-08). La introducción no se incluyó en Oeuvres de Saint-Simon et d’Enfantin
y hay que consultarla en Oeuvres choisies de C.-H. de Saint-Simon (Bruselas, 1859), vol. 1, pp. 43-264.
28. Oeuvres choisies, vol. 1 («Mon tortefeuille»): «Hallar una síntesis científica que codifique
los dogmas del nuevo poder y sirva de base a una reorganización de Europa». [La ambición de Saint-
Simon puede traducirse como: «Hallar una síntesis científica que codifique los dogmas del nuevo poder
y sirva de base a una reorganización de Europa». No he podido localizar esta frase en Mon portefeuille,
que incluye la última sección de Introduction aux travaux scientifiques, y que consiste en una serie
de 25 ensayos y observaciones breves, en pp. 157-260 de Œuvres choisies. – Ed.].

285
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

debe sistematizar y unificar los conocimientos: «Debemos examinarlo y coor-


dinarlo todo desde el punto de vista del fisicismo.»29 Este fisicismo no es
simplemente un nuevo método científico general, sino una nueva religión,
aunque al principio solo para las clases ilustradas.30 Debe ser el tercer gran
estadio en la evolución de la religión desde el politeísmo, a través del
«deísmo»,31 al fisicismo. Pero aunque el fisicismo se viene desarrollando desde
hace mil cien años,32 su victoria no es todavía completa. La razón es que la
obra del pasado, particularmente la de la Enciclopedia francesa, fue mera-
mente crítica y destructiva.33 Corresponde al gran emperador Napoleón, «al
jefe científico de la humanidad lo mismo que su jefe político», «al hombre
más positivo de nuestro tiempo», organizar el sistema científico en una nueva
enciclopedia digna de su nombre.34 Bajo su dirección, el «clero fisicista» en
el atelier scientifique creará una obra que organizará el fisicismo y encon-
trará, mediante el razonamiento y la observación, los principios que por siem-
pre servirán de guía a la humanidad.35 El hombre más grande después del
emperador, y que «sin duda alguna es el hombre que le admira más profun-
damente», se ofrece como su «lugarteniente científico, como un segundo Des-
cartes y bajo cuya dirección la nueva escuela realizará maravillas».36

29. Ibíd., p. 219. Véase también pp. 195, 214-15, 223-24 [la última entrada debería ser 243-244].
30. Ibíd., p. 214: «Creo en la necesidad de una religión para mantener el orden social; creo que
el deísmo está gastado, creo que el fisicismo no está bastante sólidamente establecido para poder servir
de base a una religión. Creo que la fuerza de las cosas exige que haya dos doctrinas distintas: el fisi-
cismo para las personas instruidas y el deísmo para la clase ignorante.» [«Creo en la necesidad de una
religión para mantener el orden social; creo que el deísmo está desgastado, creo que el fisicismo no
está bastante sólidamente establecido para poder servir de base a una religión. Creo que la fuerza de
las cosas exige que haya dos doctrinas distintas: el fisicismo para las personas instruidas y el deísmo
para la clase ignorante». – Ed.].
31. Saint-Simon emplea deísmo y teísmo indistintamente por monoteísmo.
32. Ibíd., p. 195.
33. Ibíd., p. 146.
34. Ibíd., p. 61.
35. Ibíd., pp. 243-44.
36. Ibíd., pp. 231, 236. Descartes se ha convertido ahora en el héroe, ya que nuestro perpetuo se-
guidor de la moda se ha hecho ahora violentamente nacionalista, deplora el predominio inglés que per-
vierte la ciencia francesa, y pretende dar la iniciativa a Francia. La obra quiere ser una respuesta a la
pregunta dirigida por Napoleón a la Academia sobre el progreso de la ciencia francesa desde 1789.

286
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

Apenas cabe decir que esta obra no es más sistemática que la anterior. Tras
un vano intento de exposición coherente, se reduce también a una serie de
apuntes dispersos tomados del portefeuille de Saint-Simon. Este tuvo que
abandonar el ambicioso plan diseñado al principio, como él mismo expone
en el esbozo de su autobiografía, ya fuera por la falta de fondos o, como admite
en alguna parte, porque no estaba aún preparado para la empresa.37 En todo
caso, incluso con todos sus defectos, la obra no deja de ser un documento
notable. Combina, por primera vez, casi todas las características del moderno
organizador científico. El entusiasmo por el fisicismo (llamado ahora fisica-
lismo) y el empleo del «lenguaje física»,38 el intento de «unificar la ciencia»
y convertirla en base de la moral, el rechazo de todo razonamiento «teológi-
co», esto es antropomórfico,39 el afán por organizar el trabajo ajeno, particu-
larmente mediante la publicación de una gran enciclopedia, y la pretensión
de planificar la vida en general sobre bases científicas están presentes por
doquier. A veces puede recibirse la impresión de estar leyendo una obra con-
temporánea de un H.G. Wells, un Lewis Mumford o un Otto Neurath.40 No
faltan las denuncias de la crisis intelectual o del caos moral que es preciso su-
perar mediante la imposición de un nuevo credo científico. El libro es real-
mente, más que las Lettres d’un habitant de Genève, el primero y más im-
portante documento de aquella «contrarrevolución de la ciencia», como su
colega reaccionario Bonald llamó al movimiento,41 que luego encontraría

37. OSSE, vol. 15, pp. 71, 77.


38. Ibíd., p. 112.
39. Ibíd., p. 217: «La idea de Dios no es otra cosa que la idea de la inteligencia humana genera-
lizada.»
40. [Para más información sobre Neurath, véase el capítulo 1, nota 5; sobre Wells y Mumford,
véase el capítulo 10, nota 7. La creación de una enciclopedia de la ciencia unificada era un proyecto
primordial para Neurath y otros miembros del Círculo de Viena de los positivistas lógicos. – Ed.].
41. Véase W. Sombart, Sozialismus und Soziale Bewegung, 7.ª ed. (1919), p. 54. [El filósofo y
político conservador Louis-Gabriel-Ambroise, vizconde de Bonald (1754-1840), fue uno de los teóri-
cos más importantes que reaccionaron contra la Revolución Francesa. En sus obras, Bonald subrayó
la necesidad de la monarquía absoluta, la supremacía de la religión por encima de la razón y el valor
de la tradición. Si bien el positivismo y el cientismo constituyen la «contrarrevolución de la ciencia»,
puede que a Hayek, por intentar distinguir la «ciencia real» del «cientismo», se le considerara enton-
ces como un contra-contrarrevolucionario. – Ed.].

287
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

más explícita expresión en el confesado deseo de Saint-Simon de «culmi-


nar la revolución» mediante la reorganización consciente de la sociedad. Es
el punto de arranque tanto del positivismo moderno como del socialismo
moderno, los cuales se inician así como movimientos claramente reacciona-
rios y autoritarios.
La Introducción, dirigida a sus colegas científicos, solo se incluyó en un
pequeño número de ejemplares destinados a ser distribuidos entre los miem-
bros del Institut. Pero aunque los grandes científicos a los que fue enviada
no se mostraron particularmente interesados, él continuó solicitando su
apoyo en otros escritos más pequeños de carácter análogo. Podemos pasar
por alto los diversos escritos menores de los años que siguieron inmediata-
mente, en su mayoría relacionados con el proyecto de enciclopedia; duran-
te este tiempo observamos, añadida a la megalomanía del profeta, la carac-
terística manía persecutoria del verkannte Genie, que se manifestó en las
violentas injurias contra el antes tan admirado Laplace, al que ahora echaba
la culpa del boicot del que se sentía víctima.42

IV

A partir de este momento, hasta 1813, no encontramos nada importante en


los escritos de Saint-Simon. Sumergido de nuevo en la más negra penuria
tras la muerte de su fiel criado, pasó hambre y al final cayó gravemente en-
fermo. Le sacó de apuros un viejo conocido, un notaire, quien negoció un
acuerdo con sus familiares en virtud del cual, a cambio de la renuncia a toda
expectativa de una futura herencia, recibiría una pequeña pensión anual. Con
el nuevo relativo confort, su obra entró en una nueva fase. Perdida finalmen-
te toda esperanza de obtener la colaboración de los físicos, volvió la espalda

42. OSSE, vol. 15, pp. 42, 53-56. [No he podido localizar la crítica de Laplace en los materiales
impresos en la edición de OSSE. Sin embargo, según informa G. Dumas en «L’État mental de Saint-
Simon», Revue philosophique de la France and [et] de l’étranger, vol. 53, enero de 1902, p. 84, que
puede haber sido la fuente de Hayek para contar la anécdota, Saint-Simon atacó a Laplace en un frag-
mento en su obra de 1810 Histoire de l’homme; así, le culpa por haber arruinado la reputación de
Saint-Simon durante los diez años anteriores. La frase verkannte Genie puede traducirse como «genio
incomprendido». – Ed.].

288
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

a los brutiers, infinitésimaux, algébristes et arithméticiens,43 a los que no


volvió a conceder el derecho a considerarse a sí mismos la vanguardia cien-
tífica de la humanidad, y, retomando la segunda corriente de pensamiento
de su primera obra, dirigió de nuevo sus simpatías hacia los biólogos.
En su Mémoire sur la science de l’homme (una parte de la cual, sin em-
bargo, lleva todavía el título distinto de Travail sur la gravitation univer-
selle), su problema es nuevamente cómo la fisiología, de la que la ciencia
del hombre es una parte, puede ser tratada con los métodos adoptados por
las ciencias físicas44 y así seguir a estas ciencias en el progreso desde el es-
tadio «conjetural» al «positivo».45 Con la ciencia del hombre, parte y culmi-
nación de la fisiología, la moral y la política deben convertirse también en
ciencias positivas,46 completándose así «el paso de la idea de muchas leyes
particulares que regulan los fenómenos de las diversas ramas de la física a
la idea de una única ley que las regula a todas ellas».47 Cuando esto se alcance
y todas las ciencias particulares se hayan hecho positivas, la ciencia gene-
ral, esto es la filosofía, también se hará positiva.48 Entonces finalmente po-
drá la filosofía convertirse en un nuevo poder espiritual, que deberá perma-
necer separado del poder temporal, puesto que es una división que no admite
mejora.49 Con esta organización del «sistema positivo» habremos entrado
definitivamente en la tercera gran época de la historia humana, de la que la
primera, o preliminar, concluyó con Sócrates, al tiempo que la segunda o con-
jetural dura todavía.50
Este desarrollo de ideas que podemos observar nos permite predecir su
futuro movimiento.51 Puesto que «la causa que más que ninguna otra in-
fluye sobre la sociedad es un cambio, un perfeccionamiento de las ideas, de

43. [Primitivos, infinitesimales, algebristas y matemáticos. – Ed.], ibíd., vol. 40, p. 39.
44. Ibíd., p. 17.
45. Ibíd., pp. 25, 186 [186-187].
46. Ibíd., p. 29.
47. Ibíd., pp. 161, 186. [No queda claro por qué se añade también la p. 186; la cita se encuentra
en la p. 161. – Ed.].
48. Ibíd., p. 17.
49. Ibíd., pp. 247, 310.
50. Ibíd., p. 265.
51. Ibíd., p. 172.

289
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

las creencias generales»,52 podemos incluso hacer más, podemos desarro-


llar una teoría de la historia, una historia general de la humanidad, que po-
drá abarcar no solo el pasado y el presente, sino también el futuro. Saint-
Simon prometió un resumen histórico del pasado, del futuro y del presente
en el programa para la tercera memoria sobre la ciencia del hombre. Es «la
idea más feliz que jamás se le haya ocurrido» y se sintió «encantado de ha-
berla concebido»,53 pero por el momento no le da más desarrollo. Como en
la mayor parte de sus obras anteriores a 1814, la idea se quedó en una pro-
mesa de futuras realizaciones, el bosquejo de una obra que le habría gus-
tado llevar a cabo; pero la Mémoire en sí sigue siendo una masa confusa
plagada de detalles irrelevantes y de conceptos grotescos de los que solo
pueden extraerse algunas ideas fértiles si se tienen en cuenta los desarrollos
posteriores.

Todo esto cambió de repente con la próxima obra de Saint-Simon, la Ré-


organisation de la société européenne,54 publicada en 1814. A partir de esta
fecha, fueron apareciendo con su nombre una serie de libros y opúsculos en
los que se exponían las ideas de forma sistemática y a veces incluso con un
buen estilo. Es cierto que, tras un nuevo periodo de negra pobreza, durante
el cual se sometió a una cura en la que tenía todo el aire de ser una clínica
mental, estuvo en condiciones de recomenzar de nuevo. Pero es difícil pensar
que a sus cincuenta y cinco años recibiera de pronto el don de la exposición
lúcida. Seguramente el cambio tuvo algo que ver con el hecho de que, a partir
de entonces, pudo contar con la ayuda de jóvenes colaboradores cuya influen-
cia no se limitó a la mera exposición.

52. Ibíd., p. 161.


53. Ibíd., p. 287.
54. De la réorganisation de la société européenne ou de la nécessité et des moyens de rassembler
les peuples de l’Europe en un seul corps politique en conservant à chacun son indépendance nationale,
por H.C. Saint-Simon y A. Thierry, su discípulo, ibíd., vol. 15, pp. 153-248; también en la nueva edición
de A. Pereire (París, 1925). [Thierry, para honrar la influencia que ejerció en él su mentor, de vez en
cuando se refiere a sí mismo como el «hijo adoptivo» de Saint-Simon. – Ed.].

290
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

El primero de estos jóvenes ayudantes, cuyo nombre aparece también en


el título de la Réorganisation como coautor y discípulo, era el futuro histo-
riador Augustin Thierry, entonces de diecinueve años; el mismo Thierry que
más tarde se convertiría en el jefe de las nuevas corrientes historiográficas
que concebían la historia como historia de masas y como lucha de los inte-
reses de clase que, en este aspecto, ejercieron una profunda influencia sobre
Karl Marx.55
El pamphlet con que inició su colaboración con Saint Simon no ofrece gran
interés para nosotros, aunque obtuvo cierta notoriedad por su defensa de una
federación anglo-francesa que, tras la adhesión de Alemania, debía transfor-
marse en una especie de federación europea, con un parlamento común. La
caída del imperio francés y las negociaciones que se estaban celebrando en
Viena indujeron a Saint-Simon a aplicar la idea dominante de una reorgani-
zación de la sociedad europea en su conjunto; pero en la ejecución de esta idea
había muy poco del viejo Saint-Simon, a excepción de algunas fantasías de
las que la frase «la edad de oro, que no está ya detrás sino delante de nosotros
y que realizaremos llevando a la perfección el orden social», se convertiría pos-
teriormente en uno de los lemas más conocidos de los sansimonianos.56

55. Para una valoración del significado de la obra de Thierry, Mignet y Guizot, en esta óptica,
véase G. Plechanov, «Über die Anfänge der Lehre vom Klassenkampf», Die neue Zeit (1902), vol. 21.
Véase también C. Seignobos, La méthode historique, 2.ª ed. (1909), p. 261: «Fue él [Saint-Simon] quien
proporcionó a Augustin Thierry sus ideas fundamentales.» [Esta cita se traduce como: «Fue él [Saint-
Simon] quien proporcionó a Augustin Thierry sus ideas fundamentales». A los tres historiadores que
menciona Hayek, el secretario de Saint-Simon, Augustin Thierry (1795-1856); François Mignet (1796-
1884) y François Guizot (1787-1874), se los asociaba con los movimientos liberales que ganaron fuerza
tras la restauración de la monarquía en Francia en 1814. Mignet, por ejemplo, interpretó favorable-
mente la Revolución Francesa como contribuyente a la causa liberal. Las opiniones de Guizot pasa-
ron de liberales a conservadoras tras la Revolución de Julio en 1830. En la década de 1840 fue minis-
tro del Exterior, y tanto Marx como Engels mencionaron su nombre (relacionado con el de Metternich)
en el primer párrafo del Manifiesto comunista (1848). – Ed.].
56. OSSE, vol. 15, pp. 247 [pp. 247-248]. En la forma de «La Edad de oro, que una ciega tradi-
ción ha situado hasta ahora en el pasado, está delante de nosotros», la frase aparece primeramente en
1825 como lema de Opinions littéraires et philosophiques de Saint-Simon, y posteriormente como
lema del Producteur sansimoniano. [Hayek se refiere a la obra de Saint-Simon, Opinions littéraires,
philosophiques et industrielles (París: Galerie de Bossange Père, 1825), y a la revista de corta vida Le
Producteur, creada por sus discípulos Olinde Rodrigues y Prosper Enfantin al poco de su muerte. – Ed.].

291
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La colaboración entre Saint-Simon y Thierry duró unos dos años. Du-


rante los «cien días» escribieron primero contra Napoleón y luego contra
los Aliados. El gran Carnot, siempre uno de los admiradores de Saint-Simon
y que entonces había vuelto temporalmente al poder, procuró a Saint-Simón
un puesto de vice-bibliotecario en el Arsenal, también temporal.57 Después
de Waterloo, conoció de nuevo, durante algún tiempo, la pobreza. Pero aho-
ra contaba con jóvenes amigos entre la nueva generación de banqueros e in-
dustriales cuya fortuna estaba en auge y a los que ahora se dirigieron sus
simpatías. El entusiasmo por la industria empezó a reemplazar en él al en-
tusiasmo por la ciencia; o, al menos, como un viejo amor nunca del todo ol-
vidado, halló una nueva fuerza digna de ejercer el poder temporal junto a
la ciencia, a la cual siguió reservando el poder espiritual. Y entonces pudo
constatar que el elogio a la industria era más rentable que las llamadas a los
científicos y la adulación al emperador. Lafitte, gobernador del Banco de Fran-
cia,58 fue el primero que le echó una mano, proporcionándole la considera-
ble suma de 10.000 francos al mes, para poner en marcha un nuevo perió-
dico que se llamaría L’industrie littéraire et scientifique ligué avec l’industrie
commerciale et manufacturière.
En torno al nuevo director se reunieron un grupo de jóvenes, y él inició
su carrera como jefe de una escuela. Al principio, el grupo estaba formado
sobre todo por artistas, banqueros e industriales, entre ellos algunos hombres
distinguidos e influyentes. Entre los colaboradores del primer volumen de
L’industrie había también un economista, St. Aubin, al que J.B. Say, despecti-
vamente, llamaba el «clown de la economía política».59 Él y Thierry aparecen

57. Véase M. Leroy, Vie de Saint-Simon, pp. 262, 277, e Hippolyte Carnot, «Memoire sur le Saint-
Simonism», Séances et travaux de l’Académie des sciences morales et politiques, año 47 (1887), p.
128, donde H. Carnot ofrece la siguiente caracterización que su padre hizo de Saint-Simon: «Conocí
a M. de Saint-Simon; es un hombre singular. Se equivoca creyéndose un sabio, pero nadie tiene ideas
tan nuevas y osadas.» Otros académicos que parecen haber alentado siempre a Saint-Simon fueron
el astrónomo Hallé y, de forma característica, Cuvier. [A pesar de identificarlo como astrónomo, pue-
de que lo confundiera con Edmond Halley; Jean-Noël Hallé (1754-1822) fue el primer ocupante de la
cátedra de higiene en la École de Santé, una institución fundada en 1794. – Ed.].
58. [Hayek se refiere al banquero y político francés Jacques Laffitte (1767-1844). – Ed.].
59. [Camille Saint-Aubin (1758-1820) escribió, entre otras cosas, sobre la banca, la deuda públi-
ca y los impuestos. No he podido localizar dónde se refiere Say a él como «el clown de la economía

292
E L « A C C O U C H E U R D ’ I D É E S » : H E N R I D E S A I N T- S I M O N

como autores de los artículos sobre finanzas y política que integran este pri-
mer volumen de L’industrie. En el segundo volumen, que apareció en 1817
bajo un título ligeramente cambiado,60 colaboró el propio Saint-Simon con
unas consideraciones sobre las relaciones entre Francia y América.
Este ensayo, en su conjunto, está en la línea liberal del grupo para el que
Saint-Simon escribía ahora.61 «El único fin al que todos nuestros pensamien-
tos y todos nuestros esfuerzos deberían dirigirse, la organización de la socie-
dad más favorable a la industria en el más amplio sentido del término», puede
conseguirse mejor mediante un poder político que se limite a vigilar que «los
trabajadores no sean molestados» y a disponerlo todo de tal forma que to-
dos los trabajadores, cuyas fuerzas unidas constituyen la verdadera sociedad,
puedan intercambiar directamente, y en completa libertad, el producto de su
diversa actividad.62 Pero su intento de fundamentar toda la política en con-
sideraciones económicas tal como él las entendía, es decir, de hecho, en con-
sideraciones tecnológicas, no tardó en desviarle de las concepciones de sus
amigos liberales. Citaremos solo dos de las «más generales e importantes
verdades» a las que conducen sus reflexiones: «Primero, la producción de co-
sas útiles es el único fin razonable y positivo que la política puede perseguir,
y el principio del respeto por la producción y los productores es infinita-
mente más fructífero que el principio del respeto por la propiedad y los propie-
tarios», y «Séptimo, puesto que la humanidad en su conjunto tiene un fin
común e intereses comunes, todo individuo debería considerarse en sus rela-
ciones sociales como miembro de una sociedad de trabajadores.» «Por lo tan-
to, la política, para resumirlo en dos palabras, es la ciencia de la producción,

política», pero el hecho de que Say lo mencionara aparece recogido en A. Augustin Thierry, Augustin
Thierry (1795-1856): D’après sa correspondance et ses papiers de famille (París: Plon-Nourrit et cie,
1922), p. 35. Hayek hace referencia a este libro a continuación, en la nota 64, así que era probable-
mente su fuente. – Ed.].
60. L’industrie ou discussions politiques, morales et philosophiques dans l’intérêt de tous les
hommes livrés à des travaux indépendants, en OSSE, vol. 18.
61. Para una comparación de las opiniones de Saint-Simon en este periodo con las de sus con-
temporáneos liberales, véase E. Halévy, L’ère des tyrannies (1938), pp. 33-41. [Véase Elie Halévy, The
Era of Tyrannies, traducido por R.K. Webb (Nueva York: New York University Press, 1966), pp. 24-
35. – Ed.].
62. OSSE, vol. 18, p. 165 [pp. 165-166].

293
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

esto es la ciencia que tiene por objeto el ordenamiento más favorable a toda
clase de producción.»63 Se trata, pues, de una vuelta a las ideas del Habitant
de Genève, y al mismo tiempo el final de lo que puede considerarse como el
desarrollo independiente del pensamiento de Saint-Simon.
Esta inicial desviación del liberalismo le costó a Saint-Simon su primer
colaborador. «No consigo concebir la asociación sin un cierto gobierno», se
dice que fueron las palabras de Saint-Simon para cerrar la disputa, a lo que
Thierry replicó que él «no podía concebir la asociación sin libertad».64 Poco
después, este abandono de un colaborador fue seguido de la huida en masa
de sus amigos liberales. Pero esto solo sucedió cuando un nuevo asistente de
gran capacidad intelectual comenzó a empujar a Saint-Simon por el camino
que este se había limitado a señalar pero que no había tenido la fuerza de
seguir. En el verano de 1817, el joven politécnico Auguste Comte, el primero
y más destacado del ejército de ingenieros que reconocerían a Saint-Simón
como su maestro, se convirtió en su secretario. A partir de entonces, hasta
la muerte de Saint-Simon ocho años más tarde, la historia intelectual de estos
dos hombres está indisolublemente fundida. Como veremos en el próximo
capítulo, gran parte de lo que se considera doctrina sansimoniana, y que a
través de los sansimonianos ejerció una profunda influencia antes de que
Auguste Comte iniciara su carrera pública como filósofo, debe atribuirse a
este último.

63. Ibíd., pp. 186, 188, 189. [La primera cita aparece en la p. 186; las dos siguientes, en la p. 188.
No queda claro por qué también se menciona la p. 189. – Ed.]. Véase también vol. 19, p. 126.
64. Véase A. Augustin Thierry, Augustin Thierry (1795-1856): d’après sa correspondence et ses
papiers de famille (París, 1922), p. 36.

294
13
FÍSICA SOCIAL:
SAINT-SIMON Y COMTE

Lo más sorprendente en la carrera de Saint-Simon fue la enorme fascina-


ción que, hacia el final de su vida, ejerció sobre los jóvenes —algunos de los
cuales intelectualmente muy superiores— que durante años le siguieron con
pasión, le proclamaron jefe indiscutible y dieron orden y coherencia a la for-
mulación de sus ideas, y cuya carrera intelectual estuvo enteramente condi-
cionada por su influencia. Esto puede aplicarse sobre todo a Auguste Comte,
aunque más tarde este hablara de la «desgraciada influencia personal que
eclipsó mis esfuerzos iniciales» o del «depravado impostor», como al final
calificó a Saint-Simon.1
Es intento vano tratar de distinguir con precisión qué parte de la obra del
periodo de siete años durante los cuales colaboraron es de Saint-Simon y cuál
de Comte, ya que, según parece, la conversación de Saint-Simon debía tener
una capacidad de estímulo e inspiración muy superior a la de sus escritos.
Sin embargo, ha sido tanta la confusión que algunos historiadores han creado
acerca de la relación real o atribuyendo a Saint-Simon ideas que aparecieron
por primera vez en obras publicadas con su nombre, pero que fueron escri-
tas por Comte, o tratando de reivindicar para este último una total indepen-
dencia de pensamiento, que es preciso proceder con suma cautela en el trata-
miento de una cuestión que en sí no entrañaría especiales consecuencias.
Auguste Comte tenía 19 años cuando, en agosto de 1817, Saint-Simon
le ofreció el puesto de secretario suyo. Hacía poco más de un año que el joven

1. Véase A. Comte, Early Essays on Social Philosophy, trad. H.D. Hutton, New Universal
Library (Londres, 1911), p. 23; y Système de politique positive (1851-54), vol. 3, p. 16 [p. xv].

295
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

había sido expulsado de la École polytechnique, tras una brillante carrera y


en vísperas del examen final, como cabecilla de una insubordinación. A par-
tir de entonces, tuvo que ganarse la vida dando lecciones de matemáticas,
mientras se preparaba para un nombramiento en América que no llegó a con-
cretarse, y tradujo del inglés un libro de texto de geometría. Al mismo tiem-
po, se entregó al estudio de las obras de Lagrange y Condorcet, interesándo-
se posteriormente por cuestiones de economía política.
Parece que esta fue la cualificación que indujo a Saint-Simon a contratar-
le, deseoso de desarrollar su «ciencia de la producción», con el propósito de
que escribiera las sucesivas partes de L’industrie.2 En todo caso, el nuevo discí-
pulo fue capaz de escribir, en los aproximadamente tres meses en que per-
maneció al servicio de Saint-Simon en calidad de secretario, las cuatro par-
tes del tercer volumen y la única del cuarto de la mencionada publicación.3
En conjunto, su contribución consistió simplemente en desarrollar las
doctrinas del nuevo maestro que el discípulo llevó en cierto modo a sus últi-
mas consecuencias lógicas. El tercer volumen está en gran parte dedicado a
problemas de filosofía de la historia, a la gradual transición del politeísmo
a la era positiva, de la monarquía absoluta —a través de la etapa transitoria
del estado parlamentario liberal— a la nueva organización positiva y, sobre
todo, de la vieja moral «celestial» a la nueva moral terrenal y positiva.4 Solo
ahora podemos distinguir estas transiciones, una vez que hemos compren-
dido la ley a la que obedecen.5 Todas las instituciones existentes en una de-
terminada época, al ser una aplicación de la filosofía social dominante, tienen
una relativa justificación.6 Y, anticipando uno de los principales temas de su

2. Véase H. Gouhier, La jeunesse d’Auguste Comte (1933), vol. I, cap. 6. Como el tercer volumen
de esta excelente obra no se había publicado cuando fue redactado este ensayo, la siguiente exposi-
ción se basa ampliamente, en lo que respecta a la parte de la biografía de Comte posterior a 1817, en
la breve Vie d’Auguste Comte del mismo autor (París, 1931). [El «tercer volumen» al que Hayek se
refiere es en realidad Henri Gouhier, Auguste Comte et Saint-Simon, vol. 3 de La jeunesse d’Auguste
Comte et la formation du positivism (París: Librarie philosophique J. Vrin, 1941). – Ed.].
3. A. Pereire, Autour de Saint-Simon (París, 1912), p. 25.
4. Oeuvres de Saint-Simon et d’Enfantin [OSSE], 2.ª ed. (1865-78), vol. 19, pp. 37-38.
5. Ibíd., p. 27: «La gran superioridad de la época actual… consiste en que podemos saber lo que
hacemos… Al tener conciencia de nuestro estado, tenemos la de lo que nos conviene hacer.»
6. Ibíd., p. 23.

296
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

filosofía posterior, Comte compendia su idea en la única frase de esta obra


juvenil que reconocería en obras posteriores: «No hay nada bueno o malo
en sentido absoluto; todo es relativo, y esto es lo único absoluto.»7
No menos alarmantes para los defensores de Saint-Simon que el elogio
de una «moral terrena» eran las «consideraciones sobre la propiedad y la le-
gislación» contenidas en el volumen cuarto de L’industrie. Aunque en gene-
ral seguía siendo principalmente utilitarista (y declarado benthamita)8 en
su insistencia sobre la variabilidad del contenido de los derechos de propie-
dad y la necesidad de adaptarlos a las condiciones de la época,9 añade una nue-
va nota al subrayar que, mientras que el gobierno parlamentario es simple-
mente una forma, lo fundamental es la constitución de la propiedad, y que
por tanto «es esta constitución la que constituye la base real del edificio so-
cial»,10 lo cual implica que con la revisión de la ley de la propiedad puede cam-
biarse todo el orden social.11
Apenas había sido ultimado el tercer volumen de L’industrie, cuando la
mayor parte de los liberales que apoyaban la publicación retiraron su apoyo
tras una protesta pública contra su incursión en un campo ajeno al programa
defendido y contra su defensa de unos principios «que eran destructores de
todo orden social e incompatibles con la libertad».12 Aunque Saint-Simon

7. L’industrie, 2.º cuaderno, vol. 3: «Il ne s’agit plus de disserter à perte de vue pour savoir quel
est le meilleur des gouvernements: il n’y a rien de bon, il n’y a rien de mauvais, absolument parlant.
Tout est relatif, voilà la seule chose absolue.» [Hayek hace referencia a la publicación oficial de 1817,
a la que se cita en la obra de Periere [Péreire], Autour de Saint-Simon, pp. 24-25. El principio del
pasaje que precede a los dos puntos, que Hayek no traduce, puede traducirse de la siguiente manera:
«Ya no se trata de disertar constantemente y en vano sobre cuál es el mejor gobierno». – Ed.].
8. OSSE, vol. 19, p. 13.
9. Ibíd., pp. 82-83, 89.
10. Ibíd., p. 83.
11. Incidentalmente, como justificación de esta opinión, Comte desarrolla por primera vez la teoría
de que la actual constitución de la propiedad en Francia deriva de la conquista de Galia por los fran-
cos. Su afirmación (ibíd., p. 87) de que los sucesores de los vencedores son aún los propietarios, mien-
tras que los descendientes de los vencidos son los campesinos, constituye la idea fundamental de las
teorías raciales de la historia de Thierry y su escuela. Y Saint-Simón, dos años después, basará en ella
su reivindicación de prioridad frente a Guizot (véase ibíd., vol. 21, p. 192).
12. Pereire, op. cit., pp. 25-28. [La cita, que aparece en la p. 28, proviene de una carta de François
Alexandre Frédéric, duque de la Rochefoucauld-Liancourt (1747-1827), a Saint-Simon. El duque

297
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

intentó una defensa poco convincente en la introducción al cuarto volumen


y prometió volver al plan originario, el primer número del nuevo volumen
fue también el último. Los fondos se agotaron y L’industrie dejó de publi-
carse, con lo que también Comte perdió su puesto.

II

Comte, sin embargo, siguió colaborando con Saint-Simon en distintas empre-


sas periodísticas que este emprendió en los próximos años. Su entusiasmo por
el maestro seguía intacto. Saint-Simon —decía— «es el mejor hombre que
conozco», «el hombre más estimable y digno de amor», al que había jurado
amistad eterna.13 En el próximo intento de una empresa periodística, el Politi-
que, Comte participó como socio y accionista de Saint-Simon.14 Era este uno
de los muchos periódicos liberales que en aquellos años surgieron y murie-
ron como hongos; pero ni siquiera su firme orientación liberal, la defensa que
Comte hacía de la economía y de la libertad de prensa le garantizaron una du-
ración de más de cinco meses. Sin embargo, tres meses después de su desapa-
rición, en septiembre de 1819, Saint-Simon, de nuevo con la ayuda de Comte,
lanza una nueva y más característica publicación,15 que contiene tal vez los

encabezaba la lista de suscriptores a los primeros volúmenes de L’industrie, pero en su carta retiró
su apoyo al proyecto. – Ed.].
13. A. Comte, Lettres d’Auguste Comte à M. Valat (París, 1870), pp. 51, 53. Véase también pp. 36-
37 (carta fechada el 17 de abril de 1818): «Puedo decirte que jamás he conocido un joven tan fogoso ni
tan generoso como él: es un tipo original en todos los aspectos. Gracias a esta relación de trabajo y de amis-
tad con uno de los hombres que ven más lejos en política filosófica, he aprendido una multitud de cosas
que habría buscado en vano en los libros, y mi espíritu ha hecho más progresos en los seis meses que
dura nuestra relación que los que habría hecho en tres años si hubiera permanecido solo. Así, esta nece-
sidad me ha formado el juicio sobre las ciencias políticas y, de rebote, ha ampliado mis ideas sobre todas
las demás ciencias, de suerte que puedo decir que he enriquecido mis conocimientos filosóficos, que poseo
una mirada más certera, más elevada.» M. Leroy, al citar este pasaje (La vie véritable du comte Henri
de Saint-Simon, 1925, p. 293), inserta, tras la primera proposición: «Saint-Simon est un acoucheur
d’idées.» Aunque probablemente esta frase no es de Comte, la hemos empleado para titular el capítulo 12.
14. Pereire, op. cit., p. 60.
15. El término journal y expresiones parecidas en relación con las obras de Saint-Simon no debe
tomarse demasiado literalmente. En efecto, estas aparecen con secuencia irregular, a menudo sin orden

298
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

escritos más notables de Saint-Simon, L’organisateur, cuyo título era ya todo


un programa. Fue la primera de sus publicaciones que despertó un amplio inte-
rés dentro y fuera de Francia y que le dio a conocer como reformador social.
Ello se debió probablemente sobre todo a la acusación que lanza contra sí
mismo mediante la célebre Parable con la que se abre la publicación. En ella
demuestra Saint-Simon, ante todo, que si Francia perdiera de pronto sus prime-
ros cincuenta científicos en cada sector, sus primeros cincuenta ingenieros,
artistas, poetas, industriales, banqueros y artesanos de diversas clases, desapa-
recería su verdadera vida y civilización. Compara luego estas consecuencias
con las derivadas de una tragedia análoga que se abatiera sobre un número
equivalente de personas de la aristocracia, de dignatarios del estado, de perso-
najes de la corte y del alto clero, y concluye destacando la escasa incidencia
que ello tendría sobre la prosperidad de Francia.16 Pero aunque la «Parable»
sea el escrito más famoso, no es en modo alguno el más interesante del Or-
ganisateur. Para hacer justicia a su título, presenta por primera vez, en una
serie de cartas, un plan real para la organización de la sociedad, o al menos un
plan para una organización del sistema político capaz de imprimir a todas las
actividades sociales la orientación científica que tanto necesitan.17 Parte, en
este caso, del sistema parlamentario inglés, considerado el mejor sistema in-
ventado hasta entonces, para plantearse luego el problema de su posible trans-
formación en algo parecido al Consejo de Newton del que había hablado dieci-
séis años antes. La dirección debe estar en manos de los «industriales»,18 es
decir en aquellos que realizan un trabajo productivo. Estos deben ser organi-
zados en tres cuerpos distintos. El primero, la chambre d’invention,19 debe

numérico, en diferentes formatos y en varias ediciones. Esto es aplicable al Organisateur con ma-
yor razón que a otras obras. [Hayek se refiere a la primera edición de L’Organisateur (París: Chez
Correard, 1819-1820), que incluía los escritos del propio Saint-Simon. La segunda edición, que se em-
pezó en 1829, tras la muerte de Saint-Simon, y que se encargaron de publicar Enfantin y Bazard, sus
discípulos, ayudó a difundir lo que por aquel entonces se promocionaba a gran escala como la nueva
religión sansimoniana. – Ed.].
16. OSSE, vol. 20, pp. 17-26.
17. Ibíd., pp. 50-58.
18. Ibíd.
19. La idea de chambre d’invention está tomada probablemente de la New Atlantis de Bacon.
[Véase, por ejemplo, Francis Bacon, The New Atlantis, en The Philosophical Works of Francis Bacon,

299
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

estar compuesta por 200 ingenieros y 100 «artistas» (poetas, escritores, pin-
tores, escultores, arquitectos y músicos) y debe elaborar los planes para la
actividad pública. La chambre d’examination, integrada por cien biólogos,
cien físicos y cien matemáticos, debería examinar y aprobar estos planes; la
chambre d’exécution, formada íntegramente por los más ricos y exitosos
empresarios, debería ocuparse de la ejecución de estos planes. Una de las pri-
meras tareas del nuevo parlamento debería ser la elaboración de una nueva
ley sobre la propiedad, que «debería apoyarse en la base más favorable a la
producción».20
El nuevo sistema se impondrá no solo porque todos comprenderán sus
ventajas intrínsecas, sino también y sobre todo porque es el resultado nece-
sario del curso que ha tomado el proceso de la civilización durante los últi-
mos siete siglos.21 Esto demuestra que no se trata de una utopía,22 sino que
resulta de la consideración científica de la historia, de una verdadera histo-
ria de la civilización en su conjunto, como la concebía Condorcet, que nos
permitirá seguir con los ojos abiertos por el camino predestinado.23
Como «ejemplo de cómo debería concebirse la industria»,24 Saint-Simon
inserta dos cartas (la octava y la novena) que, como sabemos, fueron escri-
tas por Comte, quien más tarde las publicó con su propio nombre.25 Sus partes
más importantes son los breves pasajes que aclaran la sugerencia de Saint-
Simon de que la organización del nuevo sistema es el resultado inevitable
de la ley del progreso: «En ninguna época el progreso de la sociedad ha sido

ed. John Robertson (Londres: G. Routledge and Sons, 1905), pp. 712-732. La fábula de Bacon relata
su naufragio en la isla de Bensalem, donde descubrió una antigua sociedad que había florecido gracias
a su búsqueda sistemática de las ciencias inductivas y experimentales. – Ed.].
20. OSSE, vol. 20, p. 59.
21. Ibíd., p. 63.
22. Ibíd., pp. 69-72.
23. Ibíd., p. 74.
24. Ibíd., p. 67 [76].
25. En el Apéndice al Système de politique positive (1854), luego reeditado bajo el título Opus-
cules de philosophie sociale 1819-1828 (París, 1883). De esta última obra existe una traducción in-
glesa de H.D. Hutton, con introducción de F. Harrison, con el título Early Essays on Social Philosophy
(Routledge, New Universal Library). Las referencias entre paréntesis, que añado a las de OSSE, re-
miten a esta edición. [Hayek cita por primera vez la obra de Early Essays en el capítulo 11, nota 30,
así como en la nota 1 de este capítulo.]

300
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

regulado según un sistema concebido por un hombre genial y asimilado por


las masas. Esto habría sido imposible, por la naturaleza de las cosas, ya que
la ley del progreso humano lo dirige y lo domina todo; los hombres solo son
instrumentos.» Por lo tanto, «lo único que podemos hacer es someternos
conscientemente a esta ley, que constituye nuestra verdadera providencia,
averiguando el curso que esta establece para nosotros, en lugar de dejarnos
empujar ciegamente por ella. Aquí radica realmente el fin de la gran revo-
lución filosófica de nuestro tiempo.»26 Por lo demás, si bien en la contribu-
ción de Comte son aún pocas las ideas que no se encuentran en los trabajos
anteriores de Saint-Simon, estas se presentan sin embargo con una limpi-
dez y una fuerza de las que este último nunca fue capaz. Vemos cómo ahora
se insiste con mayor energía en la necesidad de sustituir el viejo poder espi-
ritual por la «capacidad científica y positiva»,27 la misma exposición de los
sucesivos avances de la ciencia hacia el estadio positivo, hasta que al final lo
alcancen también la filosofía, la moral y la política, haciendo así posible el
nuevo sistema social dirigido científicamente,28 y la misma pasión por la li-
bertad de pensamiento, que es la negación misma del poder espiritual.29 Nue-
vo es el énfasis especial sobre el papel de la nueva «clase que ocupa una posi-
ción intermedia entre los hombres de ciencia, los artistas, los artesanos, y la
de los ingenieros», que simboliza la nueva unión entre el poder espiritual y
el temporal; una unión que «prepara el camino para esta dirección unitaria
de la sociedad».30 Bajo su dirección, se organizará la sociedad en su conjunto
para «actuar sobre la naturaleza», como ahora se organiza en sus distintas
partes.31 En esta empresa común, los hombres no serán ya súbditos, sino aso-
ciados y copartícipes,32 y por primera vez hallamos la afirmación de que ya

26. OSSE, vol. 20, pp. 118-19 (56-57) [57].


27. Ibíd., p. 85 (35).
28. Ibíd., pp. 137-39 (68-71).
29. Ibíd., p. 106 (49) [(49-50)].
30. Ibíd., p. 142 (72). Para las opiniones de Comte sobre el mismo tema algunos años después,
véase también (272-74) [(271-273)]. El temor de que sus propuestas puedan un día conducir a un «des-
potismo basado en la ciencia», lo califica Comte de «una quimera ridícula y absurda que solo puede
surgir en mentes totalmente ajenas a las ideas positivas» (ibíd., p. 158 [82]).
31. Ibíd., p. 161 [160] (85).
32. Ibíd., p. 150 (77).

301
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

no habrá necesidad alguna de «gobierno» sino simplemente de «adminis-


tración».33
A la contribución de Comte, Saint-Simon se limitó a añadir, al final de
la segunda carta, una característica apelación a los científicos y en particu-
lar a los artistas, que, como verdaderos «ingenieros del alma», como los lla-
maría más tarde Lenin, deben emplear todas las fuerzas de la imaginación
«para ejercer sobre las masas un impulso capaz de obligarles a seguir resuel-
tamente en la dirección indicada y a obedecer a sus jefes naturales en esta
gran cooperación —primera indicación de las posteriores teorías sansimo-
nianas sobre la función social del arte.34
En la posterior descripción del funcionamiento de una nueva organiza-
ción, Saint-Simon alcanza una elocuencia antes desconocida en él. «En el
nuevo orden político la organización social tendrá como único y permanen-
te objetivo la mejor utilización posible, para la satisfacción de las necesida-
des humanas de todos, del conocimiento obtenido por medio de las ciencias,
las bellas artes, y la industria»,35 y el aumento de este conocimiento. No falta
la detallada descripción del «sorprendente grado de prosperidad al que puede
aspirar la sociedad con tal organización».36
Mientras que hasta ahora los hombres han aplicado a la naturaleza úni-
camente sus fuerzas aisladas e incluso han contrarrestado mutuamente sus
esfuerzos como consecuencia de la división de la humanidad en partes de-
siguales, de las cuales la más pequeña ha utilizado siempre todo su poder
para dominar a la otra, en adelante los hombres dejarán de mandar unos
sobre otros, y todos se organizarán para aplicar a la naturaleza sus esfuer-
zos combinados. Lo único que se precisa es que los vagos fines a los que ac-
tualmente sirve nuestro sistema social sean sustituidos por un fin social po-
sitivo:

33. Ibíd., pp. 144-45 (73): «El pueblo no tiene ya necesidad de ser gobernado, es decir mandado.
Para mantener el orden es suficiente que sean administrados los asuntos de interés común.»
34. Ibíd., p. 193 [166]. Véase también el pasaje en la posterior Organisation sociale de Saint-Simon,
ibíd., vol. 39, p. 136 [pp. 136-137], y las notas de Comte sobre el mismo tema en su contribución al
Catéchisme des industriels en Early Essays, p. 172. [Para ver una referencia anterior a los «ingenie-
ros del alma», véase el capítulo 10, nota 3. – Ed.].
35. OSSE, vol. 20, p. 194 [193].
36. Ibíd., pp. 194-95 [p. 194].

302
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

En una sociedad organizada para alcanzar el fin positivo de aumentar su pros-


peridad por medio de la ciencia, el arte y la artesanía, la acción política más
importante, la de determinar la orientación en que la comunidad debe mover-
se, no será ya realizada por hombres investidos de funciones sociales, sino
por el propio cuerpo político; … la aspiración y el objetivo de una sociedad así
son tan claros y están tan determinados que ya no hay lugar a la arbitrarie-
dad de los hombres o incluso de las leyes, porque ambas cosas solo pueden
darse en aquella indeterminación que es, por decirlo así, su elemento natu-
ral. Los actos del gobierno consistentes en mandatos quedarán reducidos prác-
ticamente a cero. Todos los problemas que haya que resolver en semejante
sistema político, a saber: ¿Mediante qué empresas puede la comunidad incre-
mentar su prosperidad actual, empleando un determinado conocimiento de
la ciencia, del arte y de la industria? ¿Por qué medios puede ese conocimiento
difundirse y llevarse a su mayor perfección posible? Y, finalmente, ¿por qué
medios pueden gestionarse esas empresas con el mínimo coste y la máxima
celeridad? Estoy convencido de que todos estos problemas, y todos los que
de ellos puedan surgir, son esencialmente positivos y por lo tanto suscepti-
bles de solución. Las decisiones deben ser resultado de demostraciones cien-
tíficas totalmente independientes de la voluntad humana, y deberán some-
terse a la discusión de todos cuantos están suficientemente formados para
comprenderlas… Como todas las cuestiones socialmente importantes, serán
necesariamente resueltas del mejor modo que permita el estado actual del co-
nocimiento, del mismo modo que todas las funciones sociales deberán con-
fiarse necesariamente a los hombres más capaces para ejercerlas de acuerdo
con las aspiraciones generales de la comunidad. Bajo este orden de cosas vere-
mos que desaparecen los tres principales inconvenientes del actual sistema
político: la arbitrariedad, la incapacidad y la intriga.37

Estas palabras describen perfectamente las bellas ilusiones que, desde


tiempos de Saint-Simon, han seducido siempre a las mentes formadas en la
ciencia. Y hoy nos es fácil comprender que, incluso en esta primera formu-
lación, se trata de una ilusión basada en la idea de una posible extensión de
la técnica científica e ingenieril mucho más allá de los límites de su especí-
fica competencia. Saint-Simon es plenamente consciente del significado de
sus ambiciones; sabe que su forma de tratar el problema de la organización

37. Ibíd., pp. 199-200 [197-200].

303
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

social «exactamente del mismo modo que se tratan otras cuestiones cientí-
ficas» es nueva.38 Y hay que reconocer que consiguió plenamente su inten-
ción de imprimir al siglo XIX el carácter organizador.39
Y, sin embargo, inicialmente, sus llamamientos caen de nuevo en el va-
cío. Confía en que el rey Borbón le colocará al frente del nuevo movimiento,
y por lo tanto no solo podrá afrontar todos los peligros que amenazan a la
monarquía, sino que también colocará a Francia a la cabeza en la marcha de
la civilización. Frente a la gloria que podrán alcanzar los Borbones por las re-
formas sociales, palidecerá incluso la fama de Bonaparte.40 Pero la única res-
puesta que obtuvo fue ser procesado por complicidad moral en el asesinato
del duque de Berry,41 ya que su Parable había incitado al pueblo a acabar
con la nobleza. Aunque acabó siendo absuelto y el proceso sirvió solo para
estimular el interés por el editor del Organisateur, el periódico no sobrevi-
vió a la crisis. Saint-Simon se encontró una vez más en apuros económicos,
y tras un nuevo llamamiento a todos los que se sentían llamados a promo-
ver la filosofía del siglo XIX y a suscribirse como fundadores de la política
positiva, que también cayó en el vacío, tuvo que renunciar también a esta
iniciativa.

III

Las dos siguientes publicaciones de Saint-Simon, aunque deban considerar-


se entre sus obras más significativas, en realidad no son sino una reelabo-
ración de las ideas ya esbozadas en el Organisateur. Sin embargo, podemos
observar cómo se orienta cada vez más en la dirección de aquel socialismo
autoritario que solo tomaría su forma definitiva, tras su muerte, por obra
de sus discípulos. En la exposición de su Système industriel (1821) —sin duda

38. Ibíd., pp. 218, 226.


39. Ibíd., p. 220. [La última parte de la frase de Hayek puede traducirse como: «imprimir al si-
glo XIX el carácter organizador». – Ed.].
40. Ibíd., pp. 236-37.
41. Ibíd., pp. 240-42. [Carlos Fernando, duque de Berry (1778-1820), hijo menor de Charles, conde
de Artois (más tarde, Carlos X de Francia), fue asesinado por un guarnicionero cuando salía de la ópera
en París. – Ed.].

304
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

el escrito más sistemático de los que salieron de su pluma— su tema princi-


pal son las «medidas para acabar de una vez por todas con la revolución».42
No se preocupa de ocultar sus antipatías por los principios de libertad y por
todos aquellos que, defendiéndola, obstaculizan la realización de sus planes.
«La vaga y metafísica idea de libertad» «impide la acción de las masas sobre
el individuo»43 y es «contraria al desarrollo de la civilización y a la organi-
zación de un sistema bien ordenado».44 La teoría de los derechos del hom-
bre45 y la labor crítica de juristas y metafísicos han contribuido a destruir
el sistema feudal y teológico y a preparar el sistema industrial y científico.
Saint-Simon ve con mayor lucidez que la mayoría de los socialistas poste-
riores que la organización de la sociedad en orden a un objetivo común,46
fundamental a todos los sistema socialistas, es incompatible con la libertad
individual y exige la existencia de un poder espiritual capaz de «fijar la di-
rección hacia la que deben converger todas las fuerzas de la nación».47 El
sistema «constitucional, representativo o parlamentario» existente es un
sistema bastardo que prolonga inútilmente la existencia de tendencias anti-
científicas y antiindustriales48 porque permite que puedan competir entre
sí fines diferentes. La filosofía que estudia la marcha de la civilización49 y los
científicos positivos50 capaces de fundamentar una política científica sobre

42. Ibíd., vols. 21, 22. [Saint-Simon empezó Du système industriel con una portada en la que se
leía: «Considérations sur les mesures à prendre pour terminer la révolution» (p. 23). – Ed.].
43. Ibíd., vol. 21, p. 16. El estilo de estos pasajes es tan claramente comtiano que no cabe la menor
duda de que fueron escritos por Comte.
44. Système industriel (Paris: A. A. Reouard, 1821), pp. xiii-xiv.
45. OSSE, vol. 21, p. 83. Véase también vol. 22, p. 179.
46. Ibíd., vol. 21, p. 14; vol. 22, p. 184.
47. «Des Bourbons et des Stuarts» (1825), en Oeuvres Choisies, vol. 2, p. 447.
48. OSSE, vol. 22, p. 248. Véase también p. 258, y vol. 21., pp. 14, 80, y vol. 37, p. 179 [89], donde
su disgusto por la falta de organización en Inglaterra se expresa en la característica explosión de que
«cien volúmenes in-folio, con la letra más pequeña, no bastarían para dar cuenta de todas las incon-
gruencias orgánicas que existen en Inglaterra». [Esta cita puede traducirse como: «Cien volúmenes
en folio, del tipo más fino, no habrían sido suficientes para dar cuenta de todas las contradicciones
orgánicas que existen en Inglaterra». Tal y como se apunta en «Individualismo: el verdadero y el falso»,
en este volumen, p. 121, nota 30, «del tipo más fino» se refiere a letras finas impresas. – Ed.].
49. Ibíd., vol. 22, p. 188.
50. Ibíd., p. 148. [La frase «científicos positivos» no aparece en la p. 148. – Ed.].

305
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

una serie coordinada de hechos históricos51 deben seguir siendo investidos


del poder espiritual. Sin embargo, se reserva un espacio mucho mayor a la
organización del poder temporal a través de los industriales, tema que será
posteriormente desarrollado en el Catéchisme des industriels (1823).52
Confiar a los empresarios la tarea de preparar el presupuesto nacional, y
por lo tanto la dirección de la administración nacional, es el mejor medio para
asegurar a las masas el mayor empleo y las mejores condiciones de vida.53
Los industriales, por la propia naturaleza de sus diversas actividades, consti-
tuyen una jerarquía natural y deben organizarse en una gran corporación que
les permita coordinar su acción para conseguir sus intereses políticos; en esta
jerarquía, los banqueros, que por sus ocupaciones conocen las relaciones en-
tre las diferentes industrias, se hallan en la mejor posición para coordinar los
esfuerzos de las mismas, y los mayores bancos de París, por su posición central,
están llamados a ejercer la dirección central de las actividades de todos los in-
dustriales.54 Pero si la dirección del trabajo de todos los trabajadores debe con-
fiarse a los empresarios en su calidad de jefes naturales, estos deben, sin em-
bargo, ejercer su poder en interés de las clases más pobres y numerosas;55 debe
garantizarse la subsistencia de los proletarios ofreciendo trabajo a los que pue-
den trabajar y ayuda a los inválidos.56 En la gran fábrica en que se conver-
tirá Francia, existirá una nueva clase de libertad: con la fórmula que luego
haría famosa Friedrich Engels, se nos promete que, bajo la nueva y definitiva
organización, que es el destino final de la humanidad,57 la organización gu-
bernamental o militar será substituida por la administrativa o industrial.58

51. Ibíd., vol. 21, p. 20.


52. Ibíd., vols. 37-39.
53. Ibíd., vol. 22, p. 82 [pp. 82-83]. Véase también vol. 21, pp. 131-32.
54. Ibíd., vol. 21, p. 47.
55. Ibíd., p. 161.
56. Ibíd., p. 107.
57. Ibíd., vol. 22, pp. 80, 185.
58. Ibíd., vol. 37, p. 87. Véase también vol. 21, p. 151. La fórmula parece que fue originariamente
de Comte (véase supra, pp. 299-302), y que fue empleada posteriormente por los sansimonianos (véa-
se en particular Exposition, ed. Bouglé y Halévy, p. 162) en cuyas publicaciones aparece bajo la forma
«Se trata para él (el trabajador) no solo de administrar cosas, sino de gobernar hombres, labor difícil,
inmensa, empresa santa» (Globe, 4 de abril de 1831). [Ahora la traducción al inglés está disponible;

306
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

El obstáculo para esta reorganización son los nobles y el clero, los juristas
y los metafísicos, y los militares y propietarios que representan las dos eras
del pasado. El burgués, que hizo la revolución y destruyó el privilegio exclu-
sivo de la nobleza para explotar la riqueza de la nación, se ha mezclado con
esta en una sola clase, de modo que ahora solo hay dos clases.59 En la lucha
política por el derecho a la explotación, que ha proseguido después de la Re-
volución, los industriales, esto es todos los que trabajan, no han participado
aún de forma efectiva. Pero

a los productores no les interesa si es una clase u otra la que los explota. Es
evidente que, al final, en la lucha tendrán que enfrentarse, por una parte, la
masa de los parásitos y, por otra, la masa de los productores, hasta que se
decida si esta última continuará siendo presa de los primeros o, por el contra-
rio, conseguirá la dirección suprema de la sociedad de la que ya constituye
la parte más amplia. Esta cuestión se resolverá tan pronto como se plantee
directa y claramente, teniendo en cuenta la inmensa superioridad de poder
de los productores sobre los no productores.
Ha llegado ya el momento en que esta lucha tiene que asumir su verda-
dero carácter. La parte de los productores no duda ya en manifestarse. E in-
cluso entre quienes, por su nacimiento, pertenecen a la clase de los parási-
tos, entre quienes brillan por la amplitud de su visión y su grandeza de espíritu,
comprenderán que el único papel honorable que pueden desempeñar consiste
en estimular a los productores a que entren en la vida política, y en ayudar-
les a obtener en la dirección de los asuntos comunes el predominio que ya
han alcanzado en la sociedad.60

véase The Doctrine of Saint-Simon: An Exposition, First Year, 1828-1829, traducido, con notas y una
introducción, por Georg G. Iggers, segunda edición (Nueva York: Schocken Books, 1972). El pasaje citado
se traduce como sigue: «Se trata para él [el trabajador] no solo de administrar cosas, sino de gobernar
hombres, labor difícil, inmensa, empresa santa». – Ed.]. La expresión fue también empleada por Engels
en el Anti-Dühring (Herrn Eugen Dühring’s Umwälzung der Wissenschaft, 3.ª ed. [1894], p. 302) en
esta forma:«An die Stelle der Regierung über Personen tritt die Verwaltung von Sachen. Der Staat
wird nicht “abgeschafft”, er stirbt ab». [Esta cita se traduce como: «El gobierno de las personas será
sustituido por la administración de la cosas […]. El Estado no será abolido, simplemente morirá». La
elipsis añadida indica que Hayek se dejó fuera la frase «und die Leitung von Produktionsproze en», es
decir, «y la supervisión de los procesos de producción», que era la que acababa la primera frase. – Ed.].
59. OSSE, vol. 37, p. 8.
60. Ibíd., vol. 22, pp. 257-58 [258-259].

307
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

IV

Al Catéchisme des industriels, destinado a difundir estas doctrinas, Auguste


Comte contribuyó con la redacción de la tercera parte, que constituye un
auténtico volumen autónomo titulado Plan de actuaciones necesarias para
reorganizar la sociedad,61 publicado por el autor dos años después con el tí-
tulo aún más ambicioso de Système de politique positive —título prema-
turo, sin duda, pero que indica muy bien los objetivos de sus trabajos, como
Comte diría treinta años después.62 En realidad, es el tratado más significati-
vo de toda la literatura de que aquí nos estamos ocupando.63
En esta su primera forma, el «sistema positivo» no es más que una bri-
llante reexposición de la doctrina de Saint-Simon.64 Comte llevó aún más
lejos su odio al dogma de la libertad de conciencia, como gran obstáculo a la
reorganización.65 Lo mismo que en astronomía, en física, en química y en
fisiología no hay nada parecido a la libertad de conciencia,66 por lo que este
hecho transitorio tiene que desaparecer cuando la política se eleve al rango
de ciencia natural y se establezca finalmente la verdadera y definitiva doctri-
na.67 Esta nueva ciencia de la física social, es decir el estudio del desarrollo
colectivo del género humano, es realmente una rama de la fisiología, o estu-
dio del hombre concebido en toda su extensión. En otras palabras, la his-
toria de la civilización no es sino el indispensable resultado y el complemen-
to de la historia natural del hombre.68 Así, pues, la política está a punto de

61. Incluido posteriormente con su título original en Early Essays on Social Philosophy, pp.
88-217.
62. Ibíd. Prefacio del Autor, p. 24.
63. [Esta frase, que apunta la importancia del prematuro ensayo de Comte, se añadió en la ver-
sión de 1952 del ensayo de Hayek. – Ed.].
64. Sin considerar qué parte de esta doctrina «sansimoniana» se debe a aportaciones anteriores
de Comte.
65. Ibíd., pp. 96, 98 [96-99].
66. Ibíd., p. 97. Esto, desde luego, se ha convertido en doctrina marxista ortodoxa. Véase Lenin,
What Is to Be Done? (Little Lenin Library, p. 14): «Quienes están realmente convencidos de haber
hecho avanzar a la ciencia, no exigirán para las nuevas ideas la libertad de convivir con las antiguas,
sino la sustitución de las ideas viejas por las nuevas.»
67. Early Essays, pp. 107, 130, 136.
68. Ibíd., pp. 200-201.

308
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

convertirse en ciencia positiva de acuerdo con la ley de los tres estadios, que
ahora se enuncia en su forma definitiva: «Toda rama del saber debe pasar
necesariamente por tres estados o estadios teóricos distintos: el estado teoló-
gico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; y finalmente el estado cien-
tífico o positivo», que es el estado definitivo de todo conocimiento, sea el que
fuere.69
El objeto de la física social es descubrir las leyes naturales e inevitables
del progreso de la civilización, que son tan necesarias como las leyes de la
gravitación.70 Por civilización Comte entiende «el desarrollo de la mente
humana y su resultado, el aumento del poder del hombre sobre la natura-
leza», las formas en que el hombre ha aprendido a actuar sobre la natura-
leza para modificarla en su propio provecho.71 Es la civilización en este
sentido, esto es el estado de la ciencia, de las bellas artes y de la industria,
la que determina y regula el curso de la organización social.72 La física so-
cial, que, como toda ciencia, aspira a la previsión, nos permite determinar,
mediante la observación del pasado, el sistema social que el progreso de
la civilización tiende a realizar en nuestro tiempo.73 La superioridad de la
política positiva consiste en el hecho de que descubre lo que por estas le-
yes naturales resulta necesario, mientras que otros sistemas las inventan.74
Lo único que tenemos que hacer es contribuir a poner en marcha el siste-
ma positivo que el curso de la civilización tiende a producir; y tendremos
la seguridad de poner en práctica el mejor sistema actualmente realizable,

69. Ibíd., pp. 131-32. [Esta cita aparece en la p. 131. – Ed.].


70. Ibíd., pp. 147-49, 157.
71. Ibíd., pp. 133, 144. [En la p. 133 no hay referencia alguna a una definición de la civilización;
Hayek parafrasea un poco la definición de Comte en su cita en la p. 144, en la que se lee: «Por una
parte, en el desarrollo de la mente humana, y por otra parte, en su resultado, es decir, el aumento del
poder del Hombre sobre la Naturaleza». – Ed.].
72. Ibíd., pp. 144, 149 [144-148].
73. Ibíd., pp. 180, 191.
74. Ibíd., p. 165. Para el uso de los mismos términos por parte de Engels en su exposición de la
interpretación materialista de la historia, véase su Herrn Eugen Dühring’s Umwälzung der Wissenschaft
(ed. inglesa, Herrn Eugen Dühring Revolution of Science, trad. E. Burns, p. 300 [294]), donde dice
que los medios con los que se puede acabar con los abusos existentes «no tienen que ser inventados
por la mente, sino descubiertos por medio de la mente en los factores de producción existentes».

309
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

si conseguimos descubrir el que es más conforme con el actual estado de


la civilización.75
Conviene destacar cómo la concepción comtiana de la filosofía de la
historia, que suele considerarse opuesta a la interpretación «materialista»,
en realidad se acerca a esta, especialmente si se tiene en cuenta el signifi-
cado exacto que él da al término civilización. En realidad, toda anticipación
de la interpretación materialista de la historia que pueda hallarse en los escri-
tos de Saint-Simon —y nosotros creemos que estos son la principal fuente
de esta doctrina— debe hacerse remontar directamente a esta y a otras
obras anteriores de Comte.76
Aunque inmediatamente después de la publicación del Catéchisme des
industriels Comte rompió finalmente con Saint-Simon, cuando este empezó
a transformar su doctrina en religión, las dos próximas obras que Comte
publicó poco después de la muerte de Saint-Simon en el Producteur77 sansi-
moniano continúan la línea común de pensamiento. La primera de estas obras
es interesante principalmente por el esmerado análisis que en ella hace del
progreso hacia el método positivo. Muestra cómo el hombre «necesariamen-
te comienza mirando a todos los cuerpos que llaman su atención como otros
tantos seres animados por una vida semejante a la suya»,78 y es interesante
observar que en este periodo Comte, que solo unos años más tarde negaría
la posibilidad de toda introspección,79 explica aún todo esto por el hecho de
que «la acción personal que el hombre ejerce sobre otros seres es la única

75. Ibíd., pp. 154, 165, 167, 170.


76. Aunque con frecuencia se ha destacado la influencia de la doctrina de Saint-Simon en el naci-
miento de la interpretación materialista de la historia (véase en especial F. Muckle, Henri de Saint-
Simon [Jena 1908], y W. Sulzbach, Die Anfänge der materialistischen Gesichtsauffassung [Karlsruhe
1911]), parece que todos estos autores no han advertido el hecho de que los pasajes decisivos apare-
cen casi siempre en obras que se sabe fueron escritas por Comte.
77. Producteur, vol. 1 (1825), pp. 289, 596; vol. 2 (1825), pp. 314, 348; y vol. 3 (1826), p. 450. Estos
ensayos fueron incluidos por Comte en la colección de Early Essays, en el apéndice de la Politique posi-
tive y se encuentran en edición inglesa (pp. 217-75 [218-275] y 276-332) con los títulos «Philosophical
Considerations of the Sciences and Men of Science» y «Considerations on the Spiritual Power».
78. Early Essays, p. 229 [220].
79. En una recensión de F.J.V. Broussais, De l’irritation et de la folie (1828), publicada el mismo
año e incluida también en los Early Essays. Véase en especial p. 339.

310
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

forma en que comprende el modus operandi a través de la conciencia que


de él tiene».80 Pero se observa ya en él la propensión a negar la legitimidad
de las disciplinas que se basan precisamente en este tipo de conocimiento. Sus
ataques se dirigen ahora no solo a la «repelente monstruosidad», el dogma
antisocial de la libertad de conciencia,81 y a la anarquía de un individualismo
desenfrenado,82 sino más específicamente contra la enseñanza de la economía
política.83 Solo mediante consideraciones históricas puede explicarse cómo
pudo surgir ese «extraño fenómeno» que es la idea de que la sociedad no pue-
de ser organizada conscientemente.84 Pero, puesto que «todo lo que se desa-
rrolla espontáneamente está por necesidad legitimado durante algún tiem-
po»,85 así la doctrina crítica ha tenido cierta justificación durante el pasado.
Sin embargo, un orden social perfecto solo puede establecerse si en todos los
casos podemos «asignar a cada individuo o nación esa precisa forma de activi-
dad para la que están mejor dotados.86 Pero esto supone un poder espiritual,
un código moral que, una vez más, Comte solo puede concebir como construc-
ción deliberada.87 El orden moral necesario, por lo tanto, solo puede crearlo
un gobierno de opinión que determine «todo el sistema de ideas y hábitos
necesarios para iniciar a los individuos en el orden social en el que tienen que
vivir».88 Las ideas que, después de haberse dejado influir profundamente por
Comte, acabaron repugnando tan profundamente a J. St. Mill, quien las defi-
nió como «el más completo sistema de despotismo espiritual y temporal que
jamás haya producido una mente humana, acaso con la única excepción de
Ignacio de Loyola»,89 estaban desde el principio presentes en el pensamiento

80. Early Essays, p. 219.


81. Ibíd., pp. 281, 295.
82. Ibíd., p. 250 [pp. 250-251].
83. Ibíd., pp. 306, 320-24.
84. Ibíd., p. 282.
85. Ibíd., p. 281. El lector habrá observado la curiosa semejanza de esta afirmación con ciertas
ideas de Hegel, de la que nos ocuparemos más adelante.
86. Ibíd., p. 307.
87. Ibíd., pp. 319-20: «Toda doctrina supone un fundador.»
88. Ibíd., p. 301 [pp. 300-301].
89. J.S. Mill, Autobiography (1873), p. 213. [Véase Collected Works of John Stuart Mill, vol. 1,
p. 221. Ignacio de Loyola (1491-1556) fue el fundador de la Compañía de Jesús, o jesuitas, una orden

311
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de Comte. Estas ideas son la necesaria consecuencia de todo el sistema de pen-


samiento que, no solo J. St. Mill, sino el mundo entero, heredó de Comte.

Poco más cabe decir acerca del último periodo de la vida de Saint-Simon.
Mientras el Catéchisme des industriels estaba en curso de publicación, una
nueva crisis financiera en sus negocios le amenazó con el hambre, de modo
que a principios de 1823, ya viejo y descorazonado, intentó levantarse la tapa
de los sesos. Consiguió, sin embargo, curarse de las heridas que le produjo su
intento de suicidio, que no obstante le costó la pérdida de un ojo, y no tardó
en contar con la ayuda de un nuevo entusiasta y, por añadidura, rico discí-
pulo. El joven banquero y ex-instructor de la École polytechnique, Olinde
Rodrigues,90 no solo atendió a las necesidades de Saint-Simon en los últimos
años de su vida, sino que también se convirtió en el centro del pequeño grupo
que, tras la muerte del maestro, formó la École Saint-Simonienne. A él se
unieron muy pronto el poeta Léon Halévy, el fisiólogo Dr. Bailly, el jurista
Duveyrier, y otros.91 Con ellos preparó Saint-Simon las Opinions littéraires,
philosophiques et industrielles (1825), en las que el banquero, el poeta y el
fisiólogo elaboraron las partes respectivas de la doctrina del maestro en las
que tenían específica competencia. Solo un poco más tarde en el mismo año
apareció la última obra de Saint-Simon, cerrando el último periodo de su obra,
el Nouveau christianisme.
Hacía tiempo que Saint-Simon había mostrado una creciente tendencia
a apartarse de los aspectos estrictamente «científicos» y a orientarse hacia

de la Iglesia Católica cuyos miembros son conocidos por su disciplina estricta, fervor misionero y abso-
luta obediencia al Papa. – Ed.].
90. [Benjamin-Olinde Rodrigues (1794-1850) fue uno de los discípulos favoritos de Saint-Simon.
Rodrigues, junto con Prosper Enfantin, inició la publicación de Le Producteur poco después de la muer-
te de Saint-Simon en mayo de 1825. – Ed.].
91. [Hayek menciona a Léon Halévy (1802-1883), profesor de literatura en la École Polytechnique;
a Étienne Marin Bailly (1796-1837), doctor en medicina, y al abogado Charles Duveyrier (1803-1866);
todos ellos contribuyeron en la obra de Opinions de Saint-Simon. Duveyrier también contribuyó en
L’Organisateur y Le Globe; Léon Halévy era el abuelo de Elie Halévy. – Ed.].

312
F Í S I C A S O C I A L : S A I N T- S I M O N Y C O M T E

una forma más mística y religiosa de su doctrina. Esa fue realmente la causa
decisiva de la ruptura con Comte, quien, sin embargo, experimentó un cam-
bio semejante al final de su carrera. En el caso de Saint-Simon se trató, en
parte, de una vuelta a sus ideas primitivas.
Desde el gran cisma en tiempos de la Reforma, según Saint-Simon, nin-
guna de las iglesias cristianas representa el verdadero cristianismo. Todas
ellas han descuidado el precepto fundamental de que los hombres se com-
porten como hermanos. El fin principal del verdadero cristianismo debe ser
«la más rápida mejora de la moral y de la existencia física de la clase más po-
bre» —frase que aparece en casi todas las páginas del opúsculo y que se con-
virtió en el lema del grupo sansimoniano. Puesto que las iglesias no han apro-
vechado la oportunidad de que han gozado para mejorar la suerte de los pobres
mediante la enseñanza y el impulso a las artes y a la organización de la indus-
tria, el Señor se dirige ahora al pueblo y a los príncipes a través de su nuevo
profeta. Él emprende así la reconstrucción de la teología, que de vez en cuan-
do tiene que ser renovada, exactamente igual que la física, la química y la
fisiología deben ser periódicamente reescritas.92 La nueva teología deberá
prestar mayor atención a los intereses terrenos del hombre. Lo único que se
precisa es una reorganización de la industria para que asegure una gran can-
tidad de trabajo del tipo que garantiza el más rápido progreso de la inteli-
gencia humana. «Estas condiciones pueden crearse; ahora que conocemos
la extensión de nuestro planeta, que los científicos, los artistas y los industria-
les elaboren un plan general de las iniciativas que hay que llevar adelante para
que las posesiones terrenales del género humano se aprovechen del modo
más productivo y resulte más agradable vivir en este mundo bajo todos los
aspectos.»93
Saint-Simon sobrevivió a la publicación del Nouveau christianisme solo
unas semanas. Murió en mayo de 1825 a la edad de 65 años, esperando sere-
namente su muerte mientras discutía proyectos para el futuro con el grupo de
discípulos que ahora le acompañaban. Su vida, que puede considerarse como
una perfecta ejemplificación de los preceptos que formuló para todos los soció-
logos futuros, «pasar por todas las clases sociales, colocarse personalmente

92. OSSE, vol. 23, p. 99 [108].


93. Ibíd., p. 152.

313
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en el mayor número de posiciones sociales diferentes, e incluso crear para


sí mismo y para los demás una relación que nunca existió antes»,94 terminó
en paz, con un mínimo bienestar e incluso con una considerable reputación.
El funeral reunió a los viejos discípulos como Thierry y Comte con los
nuevos. El viejo Saint-Simon solo pudo contemplar los comienzos de la es-
cuela que, bajo su nombre, difundiría a lo largo y ancho un cuerpo de ideas
derivadas de su obra. A ellos se debió que se convirtiera en una figura de con-
siderable importancia en la historia de las ideas sociales. Fue ciertamente un
original, pero sin duda no fue un pensador original y profundo. Las ideas que
transmitió a sus discípulos eran sin duda compartidas por muchos de sus con-
temporáneos. Pero con su tenacidad y su entusiasmo consiguió que se adhi-
rieran a ellas muchas personas capaces de desarrollarlas y en las que infun-
dió suficiente entusiasmo para formar un cuerpo de propagandistas. Como
dice uno de sus biógrafos franceses, su papel consistió en faire flamboyer les
idées comme des réclames lumineuses.95 Papel que desempeñó a la perfección.

94. Ibíd., vol. 15, p. 82.


95. H. Gouhier, op. cit., vol. 2, p. 3. [La cita de Gouhier se traduce como: «Hacer que las ideas bri-
llen como carteles publicitarios iluminados». El libro de Gouhier se publicó en 1936; hoy en día, diría-
mos que su papel consistió en «producir ideas tan iluminadas como las luces de neón». – Ed.].

314
14
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS:
ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

A menos de un mes de la muerte de Saint-Simon, sus amigos y discípulos


constituyeron una asociación formal para proceder a la publicación de un nue-
vo periódico cuyo proyecto habían discutido con el maestro. El Producteur, que
se publicó en seis volúmenes en 1825 y 1826, fue editado por el grupo bajo
la dirección de Olinde Rodrigues, con la colaboración de Auguste Comte y
algunos otros que no eran estrictamente miembros del grupo. Muy pron-
to otro joven ingeniero, que solo había visto a Saint-Simon una vez, presen-
tado por Rodrigues, llegaría a ser la figura dominante del grupo y editor del
periódico.
Barthélemy-Posper Enfantin era hijo de un banquero. Ingresó en la École
polytechnique, pero la dejó en 1814, dos años antes que Comte y, al igual
que este, sin terminar la carrera. Dedicado a los negocios, pasó algunos años
viajando y trabajando en Alemania y Rusia, cultivando también el estudio
de la economía política, especialmente las obras de Jeremy Bentham. Aunque
su formación como ingeniero quedó incompleta, o acaso por ello, su fe en
los ilimitados poderes de las ciencias matemáticas y técnicas fue uno de los
rasgos más característicos de su personalidad intelectual. Como dijo una vez,
«cuando encuentro las palabras probabilidades, logaritmo, asintote, me sien-
to feliz, porque he dado con el camino que me conduce hacia las fórmulas y
las formas».1 Hombre de gran belleza, a juicio de sus contemporáneos, pa-
rece que tuvo también un gran encanto personal, hasta el punto de que pudo

1. Livre nouveau, Résumé des conférences faites à Ménilmontant, citado en G. Pinet, Ecrivains
et penseurs polytechniciens, 2.ª ed. (París, 1898), p. 180.

315
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

orientar gradualmente todo el movimiento sansimoniano en la dirección


en que le impulsaba su inclinación sentimental y mística. Pero también dio
pruebas de una gran inteligencia que le permitió aportar importantes con-
tribuciones al sansimonismo, antes de que este pasara de su fase filosófica
a la religiosa.2
Se ha dicho, con cierta razón, que el sansimonismo nació tras la muerte
de Saint-Simon.3 Aunque los escritos de Saint-Simon abundaban en ideas,
él nunca construyó un sistema coherente. Y también es verdad, probablemen-
te, que la gran oscuridad de sus escritos fue uno de los mayores incentivos
para que sus discípulos desarrollaran ulteriormente su doctrina. Esto expli-
ca también por qué raramente se ha apreciado en su justa medida la impor-
tancia del trabajo conjunto de Saint-Simon y de sus discípulos. La tendencia
natural de quienes han reconocido esta circunstancia ha sido atribuir dema-
siado al propio Saint-Simon. Otros, inducidos por esta tendencia a estudiar
los escritos del propio Saint-Simon, se vieron obligados a abandonar, de-
cepcionados, la empresa. Aunque casi todas las ideas de la escuela encuen-
tren cierto fundamento en las obras que aparecieron bajo el nombre de Saint-
Simon,4 fueron los sansimonianos y no el propio Saint-Simon la fuerza real
que, de una manera decisiva, influyó sobre el pensamiento europeo. Y no
hay que olvidar que el más grande de los sansimonianos en los primeros años,
y el medio por el que muchos de ellos recibieron la doctrina del maestro,5
fue Auguste Comte, quien, como sabemos, colaboró también en el Producteur,
aunque ya no fuera miembro del grupo, con el que pronto rompió todas las
relaciones.

II

El nuevo periódico precisaba que su objetivo declarado era «desarrollar y di-


fundir los principios de una filosofía de la naturaleza humana basada en el

2. Sobre Enfantin y los sansimonianos en general, véase S. Charléty, Histoire du Saint-Simonisme


(París 1896; nueva ed., 1931), que sigue siendo la mejor exposición del movimiento sansimoniano.
Es más bien extraño que el propio Enfantin no haya sido objeto de una monografía. S. Charléty, Enfantin
(París, 1930) es simplemente una útil colección de textos con una breve introducción.
3. Charléty, Enfantin, p. 2.

316
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

reconocimiento de que el destino del género humano es explotar y modifi-


car la naturaleza para obtener el máximo beneficio», y expresaba el conven-
cimiento de que el mejor modo de conseguirlo era mediante «la expansión
consciente del asociacionismo, uno de los medios más eficaces de que dis-
pone».6 A fin de atraer al público general, los artículos programáticos se in-
tercalaban con otros sobre temas tecnológicos y estadísticos, escritos con
frecuencia por autores ajenos al grupo. Pero la mayor parte del periódico lo
escribió el pequeño grupo de discípulos. No hay duda de que, incluso en el
periodo en que el Producteur fue el centro de sus actividades, Enfantin tuvo
la más absoluta preeminencia en el desarrollo de las doctrinas de la escue-
la, aunque durante algún tiempo su posición se vio contrarrestada e incluso
eclipsada por la poderosa personalidad de un nuevo recluta, Saint-Armand
Bazard.7 Poco mayor que Rodrigues o Enfantin y, como anterior miembro

4. Véase H. Grossmann, «The Evolutionist Revolt Agains Classical Economics», Journal of


Political Economy (octubre de 1943, quien sostiene que en la presente exposición he sobrevalorado
la originalidad de los sansimonianos a expensas del propio Saint-Simon. Estoy dispuesto a recono-
cer que casi todos los elementos de su sistema pueden encontrarse en obras que se publicaron en vida
de Saint-Simon y bajo su nombre (aunque en parte escritas por Comte y probablemente también
por otros); pero están tan mezclados con otras ideas, en parte contradictorias, que no puedo menos
de atribuir más importancia al esfuerzo realizado por los discípulos para la construcción de un sistema
coherente que la que le atribuye Grossmann.
5. «El trabajo de M.A. Comte… ha servido a muchos de entre nosotros de introducción a la doc-
trina de Saint-Simon» (Doctrine de Saint-Simon, Exposition, première année, ed. Bouglé y E. Halévy
[París, 1924], p. 443). Comte (en una carta a G. d’Eichthal, 11 de diciembre de 1829) sostiene que ejer-
ció una influencia aún mayor sobre los sansimonianos: «Usted sabe muy bien que yo los he visto
nacer, si no es que los he formado (de lo que por lo demás estaría muy lejos de enorgullecerme) …
los pretendidos pensamientos de estos señores no son otra cosa que una derivación o más bien una
mala transformación de concepciones expuestas por mí y que ellos han deteriorado introduciendo
las concepciones heterogéneas debidas a… Saint-Simon» (E. Littré, Auguste Comte et la philosophe
positive [París, 1863], pp. 173-74).
6. Producteur, journal de l’industrie, des sciences et des beaux-arts (1825), vol. 1, Introducción,
p. 5. [El adjetivo philosophique, que modifica a journal, se añadió al título a partir del tercer volu-
men. – Ed.].
7. Sobre Bazard, véase W. Spühler, Der Saint-Simonismus: Lehre und Leben von Saint-Armand
Bazard (Zürcher Volkswirtschaftliche Forschungen, ed. de M. Saitz, n.º 7) (Zurich, 1926). [Tal y como
afirma Hayek en la sección 5 de este capítulo, Saint-Amand Bazard (1791-1832) fue, junto con Prosper
Enfantin, uno de los dos padres del movimiento sansimoniano que, con paso firme, acabó convirtién-
dose en una iglesia o culto a finales de 1820 y principios de 1830. Bazard, al igual que muchos otros,

317
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de los carbonarios franceses, experimentado revolucionario, se unió al grupo


de colaboradores del Producteur, en el que ya habían ingresado algunos viejos
babuvistas y carbonarios.8 Pero aunque estos, en particular Bazard, desem-
peñaron un papel importante en la orientación de los sansimonianos hacia
concepciones más radicales, es probable que se exageraran las aportaciones
doctrinales de Bazard y que la valoración más correcta de su papel fuera la
de un contemporáneo suyo, según el cual «M. Enfantin descubría las ideas
y M. Bazard les daba forma».9 Los artículos de Bazard en el Producteur, aparte
de las manifestaciones contrarias, a veces más furibundas que las de Saint-
Simon e incluso Comte, contra la libertad de conciencia,10 aportan muy pocas

se distanció al final de Enfantin, pues este, en sus exigencias por la emancipación de la mujer, presen-
tó una nueva ética que distinguía entre aquellas personas de cualquier sexo con caracteres pasiona-
les «constantes» y aquellas con caracteres pasionales «inconstantes» o «variables», algo que Bazard,
y otros autores, consideraba como una invitación a la promiscuidad. – Ed.].
8. [Los babuvistas eran igualitarios absolutos que creían que toda propiedad debía ser común.
Dado que consideraban que estaban desarrollando la verdadera intención de la Revolución Francesa,
llevaron a cabo un golpe de Estado fallido («La conspiración de los iguales») en 1796. Posteriormente,
la mayoría de los babuvistas fueron ejecutados, pero sus ideas siguieron ejerciendo influencia entre
muchos socialistas y comunistas del siglo XIX. Los babuvistas más famosos eran François Noël Babeuf
(1760-1797), cuyo apellido dio nombre al movimiento, y Filippo Michele Buonarroti (1761-1837).
Los Carbonarios (carboneros) eran los integrantes de una sociedad secreta que se formó en Italia a
principios del siglo XIX. Sus miembros, dedicados a la abolición de las monarquías absolutas restau-
radas e impuestas en toda Europa por la Santa Alianza, no coincidían en qué organismo debía reem-
plazarlas, aunque muchos favorecieron las formas de gobierno republicanas. Sus levantamientos en
Italia entre 1820 y 1821 condujeron a la formación de la Charbonnerie en Francia en 1821, de la que
Bazard fue uno de los fundadores. – Ed.].
9. Véase Louis Reybaud, Études sur les réformateurs contemporains ou socialistes modernes
(Bruselas, 1841), p. 61: «M. Enfantin hallaba el pensamiento, M. Bazard lo formulaba.» [No he podido
localizar la edición de Bruselas del libro de Reybaud. En la edición de París, la cita se encuentra en la
p. 89, en la que se lee lo siguiente: «M. Enfantin créait la pensée, M. Bazard trouvait la formule»; es
decir, «M. Enfantin creaba el pensamiento, M. Bazard encontraba la formulación». – Ed.]. Véase C.
Gide y C. Rist, Histoire des doctrines économiques, 4.ª ed. (1922), p. 251.
10. Le Producteur, pp. 399 y ss.; vol. 3, pp. 110, 526 y ss. Los artículos de Bazard fueron la ocasión
inmediata de uno de los más elocuentes ensayos de Benjamin Constant en defensa de la libertad. [El
liberal cosmopolita suizo Benjamin Constant (1767-1830), que durante un tiempo fue amante de Madame
de Staël, estaba a favor de una monarquía constitucional cuyo sufragio, lo suficientemente amplio,
estuviera basado en la propiedad. Seguramente, Hayek se refería al ensayo de Constant «De M. Dunoyer

318
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

novedades. Lo mismo cabe decir de la mayor parte de los demás colabora-


dores, a excepción de Enfantin y, por supuesto, Comte, si bien la elaboración
de la doctrina sansimoniana sobre la función social del arte por Léon Halévy
no debe pasarse por alto. Halévy ve ya acercarse la época en que «el arte de
mover a las masas» habrá alcanzado un desarrollo tan perfecto que el pintor,
el músico y el poeta «tendrán el poder de agradar y mover con la misma cer-
teza con que el matemático resuelve un problema geométrico o el químico
analiza una sustancia. Solo entonces la dimensión moral de la sociedad es-
tará firmemente establecida.»11 La palabra propaganda no se usaba aún en
este sentido, pero el arte de los modernos ministerios de propaganda se apre-
ciaría en todo su valor, dado que también estas instituciones fueron previs-
tas por los sansimonianos.
Importantes novedades representaron los artículos económicos que En-
fantin aportó al Producteur. El desarrollo de casi todos los nuevos elementos
de la doctrina social de los sansimonianos, que veremos en su forma defini-
tiva en la célebre Exposition, puede apreciarse ya en estos artículos. El inte-
rés general por los problemas de la organisation industrial, el entusiasmo por
el desarrollo de las sociedades anónimas, la doctrina de la asociación gene-
ral, las crecientes dudas sobre la utilidad de la propiedad privada y del inte-
rés, los planes para la dirección del conjunto de la actividad económica por
los bancos —todas estas ideas fueron gradualmente elaboradas y acentuadas
con energía cada vez mayor. Aquí habremos de limitarnos a citar dos afirma-
ciones particularmente características y significativas del modo que Enfantin
tenía de afrontar estos problemas. La primera ridiculiza la idea de que «una
sociedad humana pueda existir sin una inteligencia que la dirija»;12 la se-
gunda define como «detalles irrelevantes» precisamente los conceptos que

et de quelques-uns de ses ouvrages», publicado originalmente el 1 de febrero de 1826 en Revue ency-


clopédique; más tarde, se volvió a publicar con ciertos cambios en Benjamin Constant, Mélanges de
littérature et de politique (París: Pichon et Didier, 1829), pp. 128-162. En las páginas de Le Producteur
se criticó la obra de Dunoyer por promover el individualismo; además, al final de su simpática reseña,
Constant reprende a los sansimonianos, pues los acusa de intentar crear un «papado industrial» (p.
157) en Francia. – Ed.].
11. Ibíd.,, vol. 1, p. 83. [En el artículo original en Economica y en la versión de 1952, se invirtió
por error esta nota y la inmediatamente anterior. – Ed.].
12. Ibíd., vol. 3, p. 74.

319
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

han centrado la preocupación de la economía política, esto es «valor, precio


y producción, que no contienen ninguna idea constructiva para la compo-
sición u organización de la sociedad».13

III

El Producteur, primero semanal y luego mensual, dejó de publicarse en oc-


tubre de 1926. Ello significó el cese por tres años de toda actividad del grupo;
pero se había creado ya una doctrina común que serviría de base para una
intensa propaganda oral. Fue en este tiempo cuando los sansimonianos ob-
tuvieron sus primeros grandes éxitos entre los estudiantes de la École poly-
technique, hacia los que orientaron principalmente sus esfuerzos. Como diría
luego Enfantin: «La École polytechnique debe ser el canal a través del cual
se difundan nuestras ideas por la sociedad. La leche que hemos mamado a
los pechos de nuestra amada escuela tiene que alimentar a las nuevas gene-
raciones. Aquí es donde nosotros aprendimos el lenguaje positivo y los mé-
todos de investigación y demostración que garantizan hoy el progreso de las
ciencias políticas.»14 El éxito de estos esfuerzos fue tal que a los pocos años
el grupo contaba ya con un centenar de ingenieros, unos cuantos médicos y
algunos artistas y banqueros, procedentes en su mayoría de los discípulos in-
mediatos de Saint-Simon o, como los hermanos Pereire, primos de Rodrigues,
o su amigo Gustave d’Eichthal, ligados personalmente a ellos.15

13. Ibíd., vol. 4, p. 86 [388].


14. OSSE, vol. 14, p. 86 [vol. 1, p. 165]. En una carta a Fournel de junio de 1832 (citada por G.
Pinet, «L’École polytechnique et les Saint-Simoniens», Revue de Paris, 15 de mayo de 1894, p. 85),
describe Enfantin la École polytechnique como «la fuente preciosa en la que nuestra nueva familia,
germen de la humanidad futura, ha bebido la vida. Ahora bien, el proletario y el sabio aman y respe-
tan a esta gloriosa Escuela.»
15. [Émile Péreire (1800-1875) y su hermano Isaac (1806-1880) fueron constructores ferrovia-
rios y financieros franceses que descubrieron las ideas sansimonianas a través de su primo Benjamin
Olinde Rodrigues. A pesar de que finalmente no estaban de acuerdo con el misticismo religioso de
Enfantin, como otros tantos autores, algunos de sus últimos proyectos empresariales eran encarna-
ciones del ideal de Saint-Simon de la unión de la banca y la fábrica. Su proyecto más famoso fue el ban-
co Crédit Mobilier, cuya función principal era garantizar prestamos a largo plazo para actividades

320
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

Entre los primeros jóvenes ingenieros que se incorporaron al movimien-


to estaban los dos amigos Abel Transon y Jules Lechevalier,16 que gracias a
su conocimiento de la filosofía alemana contribuyeron a dar a las doctrinas
sansimonianas cierto barniz hegeliano que más tarde favoreció en cierta me-
dida su éxito en Alemania. Poco después les siguieron Michel Chevalier, más
tarde famoso economista, y Henri Fournel, el cual, para incorporarse al mo-
vimiento, dejó su puesto de director de las fábricas Creuzat y posteriormen-
te fue biógrafo de Saint-Simon.17 Hippolyte Carnot, aunque nunca fue alum-
no de la École polytechnique, ya que tuvo que pasar su juventud en el exilio
con su padre, debe incluirse también en el grupo, no solo como hijo de Lazare,
sino más aún como hermano del politécnico Sadi Carnot, «fundador de la
ciencia de la energía», descubridor del «ciclo Carnot», ideal de la eficiencia
técnica, con el cual convivió en los años en que el último desarrolló sus famo-
sas teorías y al mismo tiempo mantuvo un vivo aunque nunca activo interés

industriales y comerciales. El publicista y helenista francés Gustave d’Eichthal (1804-1882) era en


principio discípulo de Auguste Comte en 1824, pero más tarde se unió a los sansimonianos. Fue una
figura esencial en la difusión de la doctrina sansimoniana entre el intelecto de otros países. Por ejem-
plo, tras leer el libro de Thomas Carlyle, Signs of the Times (1829), le envió un paquete con la obra
final de Saint-Simon, Le nouveau christianisme, además de copias de la revista sansimoniana
L’Organisateur. Hayek analiza la relación de d’Eichthal con Carlyle y John Stuart Mill en el capítulo
15. – Ed.].
16. Véase C. Pellarin, Jules Lechevalier et Abel Transon (París, 1877), obra que trata ampliamente
la parte que ambos desempeñaron en el posterior movimiento fourierista. Lechevalier, tras estudiar
filosofía alemana en Francia, pasó un año (1829-30) en Berlín asistiendo a las clases de Hegel. [A pesar
de que tanto Abel Transon (1805-1876) como Jules Lechevalier (aprox. 1800-1850) empezaron siendo
sansimonianos, se hicieron fourieristas cuando rompieron con Enfantin. – Ed.].
17. [El economista francés Michel Chevalier (1806-1879) fue, como editor de Le Globe, uno de
los juzgados y encarcelados junto con Enfantin en 1832, acusado de corromper la moral pública. Más
tarde, como conocido economista, y con buenos contactos, ayudó en la fundación de Journal des écono-
mistes y negoció con Richard Cobden el tratado comercial anglofrancés de 1860, una gran victoria
para el libre comercio. Henri Fournel (1799-1876), director de las fundaciones, fundiciones y minas
de las obras de Creuzot, dio una gran cantidad de su fortuna y de la de su mujer a los sansimonia-
nos. Además, era uno de los que viajaron con Enfantin a Egipto, donde ayudaron a establecer los planes
para lo que más tarde sería el Canal de Suez. Puede que Hayek tuviera en mente el libro de 1833 de
Fournel, Bibliographie saint-simonienne, lo que querría decir entonces que Fournel fue el bibliógrafo
de Saint-Simon, no su biógrafo. – Ed.].

321
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

por las discusiones sociales y políticas de sus amigos.18 Al menos por tradi-
ción y por relaciones, ya que no por formación, Hippolyte Carnot era tan in-
geniero como los demás.
Durante algún tiempo, la casa de los Carnot fue el lugar en que Enfantin
y Bazard impartieron sus enseñanzas a un número creciente de jóvenes en-
tusiastas.19 Pero a finales de 1818 eran ya demasiados para la capacidad del
local y decidieron impartir en otro lugar una auténtica enseñanza oral, ex-
poniendo sus concepciones a un auditorio más amplio. Es probable que para
ello se inspiraran en el éxito de un experimento análogo de Comte, que el
1826 comenzó a exponer su Philosophie positive a un selecto auditorio que
comprendía, además de estudiosos tales como Alexander von Humboldt y
Poinsot, a Carnot, enviado allí por Enfantin para recibir su iniciación en el
sansimonismo.20 Aunque suspendido antes de tiempo por la enfermedad
mental que interrumpió durante tres años la actividad de Comte, la inicia-
tiva despertó tanto interés que estimuló en otros la idea de imitarla.21
El curso de lecciones que los sansimonianos organizaron en 1829 y 1830,
en la forma en que ha llegado hasta nosotros articulado en las dos partes de
la Doctrine de Saint-Simon, Exposition,22 es con mucho el documento más
importante producido por Saint-Simon o sus discípulos y uno de los prin-

18. Véase Sadi Carnot, Sadi Carnot, Biographie et manuscrit, publicados bajo los auspicios de la
Academia de ciencias con un prefacio de M. Emile Picard (París, 1927), pp. 17-20. Véase también G.
Mouret, Sadi Carnot et la science de l’energie (París, 1892). Las Réflexions sur la puissance motrice
du feu se publicaron en 1824, si bien su importancia se reconoció solo mucho más tarde. [Hayek se
refiere a Sadi Carnot, Réflexions sur la puissance motrice du feu (París: Chez Bachelier, 1824). Para
más detalles sobre los diferentes miembros de la familia Carnot, véase el capítulo 11, nota 28. – Ed.].
19. Véase H. Carnot, «Sur le Saint-Simonisme», Séances et travaux de l’Académie de sciences
morales et politiques, año 47, s.f. (1887), vol. 28, p. 132.
20. Ibíd., p. 129.
21. [La «enfermedad mental» de Comte se produjo cuando este descubrió la aventura de su mujer
con Antoine Cerclet, editor de Le Producteur. Comte intentó suicidarse, y durante un breve tiempo
estuvo internado en un psiquiátrico; los años siguientes estuvo en recuperación. – Ed.].
22. Doctrine de Saint-Simon, Exposition, première année, 1829 (París, 1830). Deuxième année,
1829-30 (París, 1831). Una excelente edición, con interesante introducción y oportunas notas de C.
Bouglé y E. Halévy, se publicó en la Collection des economistes et réformateurs français (París, 1924).
Citaremos por esta edición. [Puede que Hayek hiciera referencia a la edición de Bouglé-Halévy en el
capítulo 13, nota 58, y también en la nota 5 de este capítulo. – Ed.].

322
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

cipales en la historia del socialismo que merece ser mucho mejor conocido,
fuera de Francia, de lo que ha sido hasta ahora. Aunque no es la Biblia del so-
cialismo, como ha sido calificado por un estudioso francés,23 merece al menos
ser considerado como su Viejo Testamento. Y, en muchos aspectos, contribu-
yó al progreso del pensamiento socialista más que los cien años que siguie-
ron a su publicación.

IV

Como corresponde a uno de los fundamentos del pensamiento colectivista,


la Exposition no es producto de un hombre solo. Aunque fue Bazard, como
el orador más hábil, quien dictó la mayor parte de las lecciones, su conteni-
do era el resultado de la discusión en el seno del grupo. Los textos publicados
fueron efectivamente escritos por H. Carnot a base de notas tomadas por él
y otros durante las lecciones, y es probable que a él le deba la Exposition su
elegancia y vigor. Un importante suplemento al mismo fueron las cinco lec-
ciones sobre la religión sansimoniana que dictó Abel Transon por el mismo
tiempo ante los estudiantes de la École polytechnique 24 y que se publicaron
como apéndice en algunas ediciones de la Exposition.
Es difícil, sin incurrir en fastidiosas repeticiones, dar una idea adecuada de
esta vastísima exposición del pensamiento sansimoniano, ya que, obviamente,

23. C. Bouglé en su introducción a E. Halévy, L’ere des tyrannies (París, 1838), p. 9. [Véase Halévy,
The Era of Tyrannies, p. 21. – Ed.].
24. (Abel Transon), De la religion Saint-Simonienne: Aux éléves de l’École polytechnique.
Publicado originariamente en el (segundo) Organisateur (julio-septiembre de 1829 [1830]), y reedi-
tado en forma separada (París, 1830; Bruselas, 1831), y al final de la segunda edición de la Exposition,
deuxième année, 1829-30. Una edición alemana se publicó en Gotinga en 1832. [Tres de los cinco escri-
tos de Transon, inéditos, aparecieron en los números de julio de 1830 de L’Organisateur; los otros
dos, en los números de septiembre de 1830. El primer L’Organisateur apareció entre 1819 y 1820; el
segundo, al que Hayek se refiere, empezó a publicarse semanalmente en agosto de 1829, hasta agos-
to de 1831. Se publicó un libro en el que aparecían las fotocopias de todos los números del segundo
L’Organisateur bajo los auspicios de Burt Franklin Research and Source Work Series (Nueva York:
Lennox Hill, 1973). Se hace referencia a la edición alemana de los escritos de Transon en el capítulo
15, nota 19. – Ed.].

323
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

se trata, en mayor o menor medida, de una fiel reproducción de ideas que


ya hemos encontrado. Sin embargo, no es meramente, como pretende ser,
la única publicación en que se exponga en un vasto sistema toda la aporta-
ción de Saint-Simon (y, debemos añadir, del joven Comte), sino que también
la desarrolla ulteriormente, y de este desarrollo por parte de Enfantin y sus
amigos será del que aquí nos ocuparemos sobre todo.
En gran parte, el primero y más importante de los volúmenes de la Ex-
position se presenta como un amplio panorama filosófico de la historia y de
la «ley del desarrollo de la humanidad descubierta por el genio de Saint-
Simon»,25 que, basada en el estudio de la humanidad como «ser colectivo»,26
nos muestra con total certeza cuál será su futuro.27 Esta ley afirma, ante todo,
la alternancia de fases orgánicas y críticas; en las primeras, «todos los as-
pectos de la actividad humana están ordenados, previstos y coordinados por
una teoría general», mientras que en las fases críticas la sociedad es una
aglomeración de individuos aislados que luchan entre sí.28 El destino final
hacia el que nos encaminamos es un estado en el que desaparecerá comple-
tamente todo antagonismo entre los hombres y la explotación del hombre
por el hombre será sustituida por su acción conjunta y armónica sobre la na-
turaleza.29 Pero este estado definitivo, en el que culmina la «sistematización
del esfuerzo»,30 la «organización del trabajo»31 en vistas a un objetivo co-
mún,32 solo se alcanza a través de grados o etapas. El hecho fundamental del
incesante descenso del antagonismo entre los hombres, que al final desapa-
recerá en la «asociación universal»,33 implica una «disminución constante
de la explotación de los hombres por los hombres», fórmula que constituye
el leitmotiv de toda la Exposition.34 Mientras que el avance positivo hacia

25. Exposition, ed. Bouglé y Halévy, p. 127.


26. Ibíd., pp. 131, 160.
27. Ibíd., p. 89.
28. Ibíd., p. 27 [127].
29. Ibíd., p. 162.
30. Ibíd., p. 206.
31. Ibíd., pp. 89, 139.
32. Ibíd., pp. 73, 124 [142], 153 [156].
33. Ibíd., pp. 203, 206, 234 [235], 253.
34. Ibíd., pp. 236, 350.

324
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

la asociación universal se caracteriza por la sucesión de los estadios de la fami-


lia, de la ciudad, de la nación y de la federación de naciones, con un credo y
una iglesia comunes,35 el descenso de la explotación se manifiesta en el cambio
de relaciones entre las clases. Desde el estadio en que se practicaba el cani-
balismo con los prisioneros, a través de la esclavitud y la servidumbre, a las
actuales relaciones entre proletarios y propietarios, ha habido una constante
disminución del grado de explotación.36 Pero los hombres siguen aún divi-
didos en dos clases, los explotadores y los explotados.37 Sigue existiendo una
clase de proletarios desheredados.38 En un pasaje en el que, mejor que en nin-
gún otro de la Exposition, se compendia este tema de fondo, así se expresa,
con su habitual elocuencia Abel Transon ante los jóvenes politécnicos:

El campesino o el obrero no está ya ligado al hombre o a la tierra, no está ya


sometido al látigo como el esclavo; su trabajo le pertenece en mayor medida
de lo que se le permite al siervo, pero todavía la ley sigue siendo despiadada
con él. No le pertenece todo el fruto de su trabajo. Tiene que compartirlo con
otros hombres cuyo conocimiento o cuyo poder no le son de utilidad alguna.
En una palabra, no son para él amos o señores, sino burgueses. Y he aquí lo
que es un burgués.
Como propietario de la tierra y del capital, el burgués dispone de estos a
discreción y los pone en manos de los trabajadores solo a condición de obte-
ner una renta de su trabajo, una renta capaz de mantenerle a él y a su fami-
lia. Ya descienda directamente de los conquistadores o bien de un miembro
emancipado de la clase campesina, esta diversidad de origen se anula y con-
funde en aquel carácter común que acabo de describir. Solo en el primer caso
se trata de un título que actualmente se condena, es decir en el caso de la es-
pada; en el segundo caso, el origen es más respetable en cuanto fruto de la
laboriosidad. Pero, considerándolo a la luz del futuro, este título es en ambos
casos ilegítimo y carente de valor, porque abandona a la merced de una clase
privilegiada a todos aquellos a los que sus padres no les dejaron instrumento
alguno de producción.39

35. Ibíd., pp. 208-9.


36. Ibíd., pp. 214-16, 238.
37. Ibíd., p. 225.
38. Ibíd., pp. 239, 307.
39. De la religion Saint-Simonienne (París, 1830), pp. 48-49.

325
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

La causa de que este estado de cosas siga aún existiendo es la «consti-


tución de la propiedad, la transmisión de la riqueza por herencia dentro de
la familia».40 Pero la institución de la «propiedad es un hecho social, sujeto,
como todos los hechos sociales, a la ley del progreso».41 Según la Exposition,
el nuevo orden surgirá de la

transferencia al estado, que se convertirá en una asociación de trabajadores,


del derecho de herencia hoy reservado a los miembros de la familia. Los privi-
legios del nacimiento, que en muchos aspectos han recibido ya fuertes sacu-
didas, deberán desaparecer enteramente.42
Si, como nosotros proclamamos, la humanidad camina hacia un estado
en el que todos los individuos serán clasificados según sus capacidades y remu-
nerados según su trabajo, es evidente que el derecho de propiedad, tal como
hoy existe, debe ser abolido, porque, dando a una clase de hombres la posi-
bilidad de vivir del trabajo de otros y en completa ociosidad, se perpetúa la
explotación de una parte de la población, la más útil, la que trabaja y produce,
a favor de quienes no hacen otra cosa que despilfarrar.43

Explican que, para ellos, la tierra y el trabajo no son más que «instru-
mentos de trabajo; y los propietarios y capitalistas… son los depositarios de
estos instrumentos; su función44 consiste en distribuirlos entre los trabaja-
dores».45 Pero cumplen esta función con enorme ineficiencia. Los sansimo-
nianos habían estudiado los Nouveaux principes d’economie politique de
Sismondi, de los que en 1826 se publicó una nueva edición, en la que el autor
describe por primera vez cómo los estragos de las crisis económicas se de-
ben a la «competencia caótica». Pero mientras que Sismondi no tenía nin-
gún remedio eficaz que proponer y posteriormente parece que incluso de-
ploró los efectos de sus enseñanzas,46 los sansimonianos sí pretendían tenerlo.

40. Exposition, ed. Bouglé y Halévy, p. 243


41. Ibíd., p. 244.
42. Ibíd., pp. 253-54.
43. Ibíd., p. 255.
44. La palabra francesa fonction, por supuesto, también significa office.
45. Exposition, ed. Bouglé y Halévy, p. 257.
46. En una carta a Channing de 1831 admitía: «He demostrado los defectos del sistema de libre
competencia; he destruido, pero me falta la fuerza para construir», en J.C.L. Simonde de Sismondi,

326
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

Su descripción de los efectos de la competencia está tomada casi enteramente


de Sismondi:

En la situación actual, en la que la distribución [de los instrumentos de pro-


ducción] la realizan los capitalistas y propietarios, se llega al cumplimiento
de estas funciones tras largos tanteos, aproximaciones empíricas y muchas
experiencias desafortunadas; y, a pesar de todo, el resultado es siempre im-
perfecto y provisional. Se deja que cada uno obre según su propio conocimien-
to individual; ninguna visión general guía la producción; esta se efectúa sin
valoraciones y previsiones; resulta escasa en algún punto y excesiva en otro.47

Así, pues, las crisis económicas surgen porque la distribución corre a car-
go de individuos aislados, desconocedores de las exigencias y necesidades
de la industria y de la gente, así como de los medios con los que las mismas
pueden satisfacerse.48 La solución que proponían los sansimonianos era para
aquellos tiempos completamente nueva y original. En el nuevo mundo que
nos invitan a contemplar

ya no habrá propietarios ni capitalistas aislados, que por sus hábitos son aje-
nos a la actividad industrial, a pesar de lo cual son ellos los que deciden el
carácter del trabajo y el destino de los trabajadores. Todas estas funciones,
que ahora se cumplen tan mal, serán confiadas a una institución social, que
será la depositaria de todos los instrumentos de producción y que decidirá
sobre la explotación de todos los recursos materiales; gracias a su posición

Fragments de son journal et de sa correspondance (Ginebra-París, 1857), p. 130. Sobre la influencia


general de Sismondi, que aquí no podemos discutir convenientemente, véase J.R. de Salis, Sismondi
(París, 1932). [Hayek se refiere al economista e historiador suizo Jean-Charles-Léonard Simonde de
Sismondi (1773-1842), quien, a pesar de ser en un principio seguidor de Adam Smith y Jean-Baptiste
Say, se alejó de sus doctrinas en su obra Nouveau principes d’économie politique, segunda edición
(París: Delaunay, 1827). A Sismondi se le recuerda hoy en día por su teoría del subconsumo de las
fluctuaciones económicas. En esta obra, escribía a William Ellery Channing (1780-1842), un minis-
tro unitario estadounidense que, como ministro de la iglesia Federal Street Church en Boston entre
1803 y 1842, fue portavoz de la libertad de expresión, la abolición de la esclavitud, la ayuda a los pobres
y la reforma social. Nótese que la segunda edición del libro de Sismondi apareció un año más tarde
de lo que indica Hayek en el texto. – Ed.].
47. Exposition, p. 258.
48. Ibíd., pp. 258-59.

327
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

preeminente, tiene una visión completa del conjunto que le permitirá perci-
bir inmediatamente y al mismo tiempo todas las partes del aparato indus-
trial; a través de sus ramificaciones estará en contacto directo con todos los
diferentes lugares, con toda clase de industrias y con todos los trabajadores;
podrá así tener en cuenta todas las necesidades generales e individuales, di-
rigir a los hombres y a los instrumentos allí donde se siente su necesidad; en
una palabra, podrá dirigir la producción, armonizarla con el consumo y con-
fiar a los industriales más hábiles los instrumentos de producción, puesto
que se esfuerza necesariamente en descubrir sus capacidades y se encuentra
en la mejor disposición para promoverlas… En este nuevo mundo… desapa-
recerán los trastornos derivados de la falta de acuerdo general y de la ciega
distribución de los agentes e instrumentos de producción, y con ello también
las desgracias, los contratiempos y las quiebras de las empresas contra los que
en la actualidad ningún trabajador tiene la posibilidad de defenderse. En una
palabra, la actividad industrial estará organizada, todo estará integrado y pre-
visto; se perfeccionará la división del trabajo, y la combinación de esfuerzos
será cada día más intensa.49

La «institución social» que deberá desempeñar todas estas funciones no


es nada vaga e indeterminada como ocurrirá con la mayor parte de los socia-
listas posteriores. Será el sistema bancario, convenientemente reestructura-
do, centralizado y coronado por un único banco unitario, director, el cual ac-
tuará como órgano planificador:

La institución social del futuro dirigirá todas las industrias en interés del con-
junto de la sociedad, especialmente de los pacíficos trabajadores. Denomi-
namos provisionalmente a esta institución sistema general bancario, poniendo
en todo caso en guardia contra las interpretaciones restrictivas que podrían
darse de este término.
El sistema comprenderá, ante todo, un banco central que constituirá el go-
bierno en el ámbito material; este banco será el depositario de toda la riqueza,
de todo el fondo productivo, de todos los instrumentos de producción, en una
palabra, de todo lo que en la actualidad integra el conjunto de la propiedad
privada.50

49. Ibíd., p. 261.


50. Exposition, pp. 272-73. Nótese que, al parecer, es la primera vez que se emplea la expresión
«banco central».

328
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

No es necesario seguir ulteriormente la Exposition en los detalles de la


organización propuesta.51 Los temas principales que hemos señalado bastan
para mostrar que, en su descripción de la organización de una sociedad pla-
nificada, los sansimonianos van mucho más allá que los socialistas posterio-
res hasta los más recientes, y lo mucho que el socialismo posterior bebió en
aquella fuente. Hasta la moderna polémica sobre la imposibilidad del cálculo
económico en una sociedad socialista, esta descripción de su funcionamiento
no ha dado ni un paso adelante. No está en absoluto justificada la califica-
ción de «utópico» a un cuadro tan claramente realista de una sociedad plani-
ficada. Marx se limitó a añadir, en su estilo, aquella parte de la economía clásica
inglesa que no encajaba en su análisis general de la competencia, es decir la
teoría «objetiva» del valor o teoría del valor-trabajo. De los resultados gene-
rales de la fusión de las ideas sansimonianas y hegelianas, de la que Marx es
sin duda el representante más conocido, nos ocuparemos más adelante.52
Pero por lo que respecta en general al socialismo que hoy se ha convertido
en patrimonio común, poco es lo que cabe añadir al pensamiento sansimonia-
no. Como indicación de la profunda influencia que los sansimonianos ejercie-
ron sobre el pensamiento moderno, baste recordar la gran cantidad de térmi-
nos que las lenguas europeas han tomado de su vocabulario. «Individualismo»,53

51. Conviene, sin embargo, citar el siguiente pasaje de la Exposition, deuxième année (Primera
sesión, resumen de la exposición del primer año [1854], pp. 338-39 [p. 9]): «Para que esta asociación
industrial se realice y produzca todos sus frutos, es preciso que forme una jerarquía, es necesario
que una visión general presida los trabajos y los armonice… es absolutamente necesario que el Estado
esté en posesión de todos los instrumentos de trabajo que hoy constituyen el fondo de la propiedad
individual, y que los directores de la sociedad industrial se encarguen de la distribución de estos ins-
trumentos, función que en la actualidad cumplen de una manera tan ciega y costosa los propieta-
rios y los capitalistas… solo entonces se verá que desaparece el escándalo de la competencia ilimi-
tada, esa gran negación crítica en el orden industrial, que, considerada en su aspecto más destacado,
no es otra cosa que una guerra encarnizada y asesina, bajo una nueva forma, que siguen haciéndose
entre sí los individuos y las naciones.» El principio del pasaje muestra claramente que en este esta-
dio emplean el término association en el preciso sentido en que dos años después introdujeron el
término socialismo.
52. Véase infra, parte 3.
53. Exposition, p. 377. Véase, sin embargo, A. Comte, Lettres à Valat, pp. 164-65, para un uso in-
formal del término en una carta fechada el 30 de marzo de 1825. Las expresiones que Comte usó en
la carta eran «abjecte individualité» y «l’esprit d’individualité», que asociaba con el egoísmo. – Ed.].

329
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

«industrial»,54 «positivismo»55 y «organización del trabajo»56 son términos


que aparecen por primera vez en la Exposition. El concepto de lucha de clases
y la oposición de burguesía y proletariado, en el especial sentido técnico del
término, son creación de Saint-Simon. La propia palabra socialismo, aunque
no aparece en la Exposition (que emplea la palabra «asociación» por lo gene-
ral en el mismo sentido), aparece con su sentido moderno por primera vez57
algo más tarde en el sansimoniano Globe.58

Con la publicación de la Exposition y de varios artículos de Enfantin59 y de


otros en los nuevos periódicos sansimonianos Organisateur y Globe, que

54. Ibíd., p. 275. El término industrialismo fue acuñado por el propio Saint-Simon para desig-
nar lo opuesto a liberalismo. Véase OSSE, vol. 37, pp. 178, 195.
55. Exposition, pp. 183, 487.
56. Ibíd., pp. 98 [89], 139.
57. En rigor, ambos términos socialista y socialismo ya habían sido empleados en italiano (por
G. Giuliani) en 1803, pero fueron olvidados. Con independencia, el término socialista se emplea una
vez en la revista owenita Cooperative de noviembre de 1827, y socialismo (aunque en sentido
distinto) en un periódico católico francés en noviembre de 1831. Pero solo tras su aparición en el Globe
tuvo un empleo inmediato y frecuente, especialmente por Leroux y Reybaud. Véase C. Grünberg,
«Der Ursprung der Worte “Sozialismus” und “Sozialist”», en Archiv für die Geschichte des Sozialismus
und der Arbeitsbewegung (1912), vol. 2, p. 378. Véase también Exposition, ed. Bouglé y Halévy, p.
205, p. 205 n. [El crítico literario y filósofo francés Pierre Leroux (1797-1871), defensor del «huma-
nitarismo», fue también cofundador de la revista liberal Le Globe, y el editor que se la entregó a los
sansimonianos en 1831. Más tarde, en ese mismo año, rompió con dicho movimiento debido a los
puntos de vista de Enfantin. En 1841, el escritor y economista francés Marie-Roch-Louis Reybaud
(1799-1845) recibió un premio de l’Académie Française por su obra, en la que describe los sistemas
socialistas de Saint-Simon, Owen, Fourier y Cabet. – Ed.].
58. Globe, 2 de febrero de 1832 [13 de febrero de 1832, p. 176]. La palabra aparece en un artícu-
lo de H. [X.] Joncières en un contexto tan significativo que merece la pena citar toda la frase: «Nosotros
no queremos ni sacrificar la personalidad al socialismo, ni este último a la personalidad.» [Esta frase
apareció en la reseña de Joncières de la colección de poemas de Victor Hugo, Les feuilles d’Automne
(1831). – Ed.].
59. Conviene, con todo, mencionar algunos de los artículos de Enfantin publicados en el Globe
que fueron recogidos en el volumen Economie politique et politique 2.ª ed. (París, 1832).

330
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

aquí no vamos a considerar, concluye más o menos repentinamente el de-


sarrollo de las ideas que a nosotros nos interesan. Si dirigimos una rápida
mirada a la posterior historia de la escuela, o más bien iglesia, sansimoniana,
para ver en qué se convirtió efectivamente, comprenderemos por qué su in-
fluencia inmediata no fue mayor, o más bien por qué esa influencia no se
apreció más claramente. La razón es que, bajo la influencia de Enfantin, la
doctrina se convirtió en religión;60 los elementos sentimentales y místicos
prevalecieron sobre los propiamente científicos y racionales, tal como ocu-
rrió en los últimos años de la vida de Saint-Simon y luego de la de Comte.
Ya el segundo año de la Exposition muestra una tendencia creciente en esta
dirección. Pero en el curso ulterior de su existencia las actividades literarias
fueron perdiendo importancia, por lo que es más bien la organización de la
iglesia y la aplicación práctica de sus doctrinas lo que se impone a nuestra
consideración, tanto más que fueron las pintorescas características y las proe-
zas sensacionales de la nueva iglesia las que atrajeron la atención mucho más
que la anterior y más importante actividad de la escuela.61
La nueva religión se presentó al principio simplemente como una vaga
forma de panteísmo y de ferviente fe en la solidaridad humana. Pero el dog-
ma era mucho menos importante que el culto y la jerarquía. La escuela se
convirtió en una familia que Enfantin y Bazard presidían como los dos Pa-
dres Supremos —nuevos pontífices con un colegio apostólico y otros miem-
bros en posición de inferir en diversos grados. Se organizaron servicios du-
rante los cuales no solo se enseñaba la doctrina, sino en los que los miembros
del grupo muy pronto empezaron también a confesar sus pecados. Predica-
dores itinerantes difundían la doctrina por todo el país y fundaban centros
locales.
Durante algún tiempo, el éxito fue considerable, no solo en París, sino
por toda Francia e incluso en Bélgica. Formaban también parte del grupo P.

60. Una indicación curiosa del motivo de esto nos la ofrece Eduard Gans, «Paris in Jahre 1830»,
en Rückblicke auf Personen und Zustände (Berlín, 1836), p. 92: «Benjamin Constant me ha contado
que cuando, hace un año, los sansimonianos le pidieron su consejo sobre la forma mejor para difun-
dir sus principios, él les respondió: convertidlo en una religión.» [Benjamin Constant me contó que
cuando, hace un año, los sansimonianos le pidieron su consejo sobre la mejor manera de difundir sus
principios, él les respondió: convertidlos en una religión. – Ed.].
61. Véase H.R. d’Allemagne, Les Saint-Simoniens 1827-1837 (París, 1930).

331
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Leroux, Adolphe Blanqui, Pecqueur y Cabet.62 También Le Play fue miem-


bro de la escuela,63 y en Bruselas captaron a un nuevo entusiasta de la física
social, el astrónomo y estadístico A. Quetelet, que ya había recibido la pro-
funda influencia de la École polytechnique.64
La revolución de julio de 1830 los sorprendió totalmente desprevenidos,
pero ingenuamente convencidos de que los llevaría al poder. Se dice que Ba-
zard y Enfantin instaron a Luis-Felipe a que les cediera las Tullerías, pues-
to que ellos representaban el único poder legítimo sobre la tierra. Parece que
una de las consecuencias de la revolución sobre sus doctrinas fue que se sin-
tieron obligados a hacer algunas concesiones a las tendencias democráticas
de la época. El socialismo autoritario del principio inició así su temporal aso-
ciación con la democracia liberal. Las razones de esta nueva orientación las
expusieron los sansimonianos con una sorprendente franqueza, raramente
igualada por los socialistas posteriores:

62. [Sobre Pierre Leroux, véase la nota 57 en este capítulo. El activista político francés Louis Auguste
Blanqui (1805-1881) fue miembro de la Charbonnerie y colaborador de Le Globe. El blanquismo, la
doctrina asociada a su nombre, presenta la idea de que la revolución social se realiza mejor con un
grupo pequeño y bien organizado de conspiradores. Constantin Pecqueur (1801-1887) empezó como
sansimoniano, más tarde se pasó al fourierismo, y finalmente se le acabó conociendo por ser el funda-
dor del socialismo colectivista francés. Étienne Cabet (1788-1856), influenciado por Robert Owen,
fue el autor de Voyage en Icarie (1840), una obra que describía una utopía en la que un gobierno elec-
to controlaba toda la actividad económica. Las comunidades icarianas surgieron en las inmediaciones
del río Rojo, en Texas, en Illinois y en Iowa. – Ed.].
63. Véase G. Pinet, Ecrivains et penseurs polytechniciens, 2.ª ed. (París, 1898), p. 176, y S. Char-
léty, Histoire du Saint-Simonisme (1931), p. 29 [77]. [Pierre Guillaume Frédéric Le Play (180-1882),
a pesar de haberse formado como metalúrgico, es conocido en la actualidad por haber desarrollado el
método del estudio de caso en su investigación sobre la vida de familia de los trabajadores europeos.
Hayek analiza su obra brevemente en el capítulo 16, p. 277. – Ed.].
64. Véase G. Weill, «Le Saint-Simonisme hors de France», Revue d’histoire economique et sociale
(1921), vol. 9, p. 105. Una misión sansimoniana, formada por P. Leroux, H. Carnot y otros, visitó Bruselas
en febrero de 1831; y si bien, aparte la observación de Weill referida, no existe ninguna prueba directa
de la influencia de los sansimonianos sobre Quetelet, es curioso cómo a partir de esta fecha sus ideas
evolucionaron en una dirección muy parecida a la de Comte. Sobre esto, véase J. Lottin, Quetelet:
staticien et sociologue (Lovaina y París 1912), pp. 356-67; también pp. 10, 21. [El astrónomo y estadís-
tico belga Lambert-Adolphe-Jacques Quetelet (1796-1874) es conocido por aplicar la teoría estadísti-
ca a los asuntos sociales. Su «hombre medio» se convirtió en un eslogan de las ciencias sociales. Hayek
escribe sobre Quetelet en el capítulo 16, p. 267. – Ed.].

332
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

Nosotros pedimos ahora libertad de práctica religiosa para que pueda surgir
más fácilmente una única religión sobre las ruinas del pasado religioso de la
humanidad; … libertad de prensa, porque esta es la condición indispensable
para la sucesiva creación de una dirección legítima del pensamiento; libertad
de enseñanza, para que nuestra doctrina pueda difundirse más fácilmente y
convertirse un día en la única universalmente amada y profesada; la destruc-
ción de los monopolios como medio para llegar a la organización definitiva
del aparato industrial.65

Pero sus verdaderas aspiraciones se mostraron mejor en su temprano y


entusiasta descubrimiento del genio organizador de Prusia66 —una simpa-
tía que, como veremos enseguida, era recíproca por parte de los «Jóvenes
Alemanes», uno de los cuales, no sin razón, observaba que los prusianos hacía
tiempo que eran ya sansimonianos.67 El otro desarrollo doctrinal durante este
periodo, el único que creemos oportuno resaltar, fue el creciente interés por
los ferrocarriles, canales y bancos, al que muchos de ellos consagraron su vida
tras la desaparición de la escuela.
Ya los primeros intentos de Enfantin para transformar la escuela en una
religión habían provocado tensiones entre los dirigentes y causado algunas
deserciones. La crisis principal se produjo cuando empezó a desarrollar nue-
vas teorías acerca de la posición de la mujer y la relación entre los sexos. No
había prácticamente nada en las enseñanzas de Saint-Simon que pudiera jus-
tificar esta nueva orientación, y los primeros elementos de esta doctrina fue-
ron probablemente tomados del fourierismo, con su teoría de la pareja, hom-
bre y mujer, como elementos constitutivos del verdadero individuo social.
Para Enfantin, solo había un corto paso desde el principio de emancipación
de la mujer a la doctrina de la «rehabilitación de la carne» y la distinción en-
tre los tipos «constante» e «inconstante» en el ámbito de cada uno de los sexos,

65. Organisateur, vol. 2, pp. 202, 213, citado por Charléty, op. cit., p. 83. [A pesar de que la cita
que Hayek traduce se encuentra, tal y como apunta, en la obra de Charléty, los números de las pági-
nas que Charléty indica como fuente de la cita original en L’Organisateur son incorrectos; no he podi-
do localizar las páginas correctas de la cita. – Ed.].
66. Globe, 3 de junio de 1831, citado por Charléty, op. cit., p. 110.
67. Karl Gutzkow, Briefe eines Narren an eine Närrin (1832), citado en E.M. Butler, The Saint-
Simonian Religion in Germany (Cambridge, 1926), p. 263.

333
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

tipos a los que había que permitir que siguieran su propia inclinación. Estas
doctrinas y los rumores que circularon sobre su aplicación práctica (para lo
que, hay que reconocerlo, los sansimonianos dieron sobrados motivos en
sus escritos)68 dieron motivo a un gran escándalo. Siguió la ruptura entre
Enfantin y Bazard, y este abandonó el movimiento, muriendo nueve meses
después. Su cátedra quedó vacante para la Mère Supreme, honor que Geor-
ge Sand rechazó.69 Con Bazard algunos de los miembros más eminentes,
Carnot, Leroux, Lechevalier y Transon, abandonaron también el grupo (los
dos últimos se hicieron fourieristas); y a los pocos meses, también Rodrigues,
el único eslabón que quedaba con Saint-Simon, rompió con Enfantin.
Ante tales contratiempos, obligado por las dificultades financieras a ce-
rrar el Globe, y habiendo empezado el grupo a despertar las sospechas de la
policía, Enfantin, con cuarenta fieles apóstoles, se retiró a una casa de Ménil-
montant, a las afueras de París, para iniciar una nueva vida en armonía con
los preceptos de la doctrina. Los cuarenta empezaron a llevar allí una vida
en comunidad sin criados, repartiéndose entre ellos las tareas domésticas y
observando, para acallar los inquietantes rumores, un riguroso celibato. Pero
si, en ciertos aspectos, su vida se parecía a la de un monasterio, en otros se
parecía más a una Führerschule nazi.70 Ejercicios deportivos y clases doctri-
nales debían prepararlos a una vida más activa para el futuro.
Aunque habían elegido voluntariamente este modo de vida retirada, no
abandonaron su afán de notoriedad. Aquellos cuarenta apóstoles, que en sus
fantásticas costumbres cuidaban su jardín y atendían a las labores domésticas,

68. Duveyrier, por ejemplo, uno de los miembros más antiguos, escribió en el Globe del 12 de
enero de 1832: «Se vería sobre la tierra algo que nunca se ha visto: hombres y mujeres unidos por
un amor inimitable e inefable, puesto que no conocería ni el enfriamiento ni los celos; hombres y
mujeres entregándose a muchos sin dejar de ser uno para el otro y cuyo amor sería, por el contra-
rio, como un banquete divino que aumenta en magnificencia en razón del número y de la elección
de los invitados».
69. La novelista feminista francesa George Sand (1804-1876) era conocida por su estilo de vida
poco convencional y sus intransigentes ataques a la institución del matrimonio. Se unió a los sansi-
monianos en la década de 1830, cuando Pierre Leroux ejercía una gran influencia, y mantuvo una
duradera simpatía con los ideales socialistas. – Ed.].
70. [Las Führerschule eran escuelas de formación de oficiales nazis, ideadas por Heinrich Himmler,
líder de las SS. – Ed.].

334
LA RELIGIÓN DE LOS INGENIEROS: ENFANTIN Y LOS SANSIMONIANOS

fueron durante algún tiempo la atracción de los parisinos, que acudían por
miles a contemplar el espectáculo. Por ello el «retiro» no tranquilizó en abso-
luto a la policía. Enfantin, Chevalier y Duveyrier, procesados por ultraje a la
moralidad pública, fueron condenados a un año de cárcel. La marcha de todo
el grupo hacia el tribunal con su peculiar atuendo, con sus espadas y demás
signos distintivos a cuestas, así como la sensacional defensa de los acusados,
puede considerarse como la última aparición pública del grupo. Cuando En-
fantin ingresó en la prisión de St. Pelagier para cumplir la condena, el movi-
miento empezó rápidamente a desmoronarse y la institución de Ménilmontant
se disolvió. Un grupo de discípulos dio todavía mucho que hablar a la gente
con ocasión de su viaje a Constantinopla y a Oriente pour chercher la femme
libre.71 Cuando Enfantin salió de la cárcel, organizó otro viaje a Oriente, aun-
que con un fin más serio. Él y un grupo de sansimonianos pasaron varios años
en Egipto, con el propósito de llevar a cabo el proyecto de apertura del istmo
de Suez. Y aunque al principio no consiguió obtener apoyos, a sus esfuer-
zos se debe en gran parte que posteriormente se fundara la Compañía del
Canal de Suez.72 Como tendremos aún ocasión de ver, muchos de ellos si-
guieron dedicando su vida a análogas empresas de gran utilidad. Enfantin a
la creación del sistema ferroviario París-Lyon-Mediterráneo y muchos de sus
discípulos a organizar obras de construcción de ferrocarriles y canales en otras
partes de Francia y en otros países.73

71. Parece que la expresión chercher la femme deriva de aquí. [Buscar a la mujer. El diccionario
Oxford English Dictionary se opone a esta afirmación, y añade que Alexandre Dumas fue el prime-
ro que utilizó esta expresión, en su obra Los mohicanos de París (1864), «para indicar que la solu-
ción de un problema o misterio se encuentra en la mujer, y que solo se la debe buscar para que solucio-
ne el problema». En cualquier caso, la mujer que buscaban los sansimonianos debía ser la homóloga
del líder masculino del culto, y cuando fuera encontrada, presidiría junto a él el nuevo orden religio-
so. – Ed.].
72. Véase J. Lajard de Puyjalon, L’influence des Saint-Simoniens sur la réalisation de l’Isthme
de Suez (París, 1926).
73. Véase M. Wallon, Les Saint-Simoniens et les chemins de fer (París, 1908), y H.R. d’Allemagne,
Prosper Enfantin et les grandes entreprises du XIX siècle (París, 1935).

335
15
LA INFLUENCIA SANSIMONIANA 1

No es hoy fácil apreciar la inmensa convulsión que el movimiento sansimo-


niano produjo durante un par de años, no solo en Francia, sino en toda Europa,
ni calibrar la magnitud de la influencia que la doctrina ejerció. Pero no hay
duda de que esa influencia fue mucho mayor de lo que comúnmente se cree.
Si hubiera que juzgarla por la frecuencia con que se citaba a los sansimonia-
nos en la literatura de la época, habría que concluir que su celebridad fue cier-
tamente grande aunque de corta duración. No debemos olvidar que en sus
últimos años la escuela se cubrió de ridículo por sus extravagancias pseudo-
religiosas, sus diversas aventuras y desatinos, y que, por consiguiente, mu-
chos que habían asimilado gran parte de sus enseñanzas sociales y filosóficas
tal vez sintieron reparos en reconocer su relación con los chiflados de Ménil-
montant y con los hombres que se trasladaron a Oriente en busca de la femme

1. [En el artículo original de Economica, el capítulo iba acompañado de la siguiente nota:


Esta es la tercera y última entrega de la serie de artículos cuyas partes precedentes han apare-
cido en números anteriores de Economica. Sin embargo, mientras las primeras cuatro partes de este
ensayo eran lo suficientemente independientes como para que no se necesitara referencia alguna al
hecho de que el fin de la serie formara parte de una obra mayor, no fue tan fácil evitar tales referen-
cias en las dos partes que siguen. A pesar de que esto pueda irritar en cierto modo al lector, el autor
ha decidido mantener ciertas referencias a otras partes de la investigación mayor, pues sirven para
cubrir huecos que, de otro modo, no podrían haberse justificado con facilidad. Puede que deba expli-
carse que, en la investigación mayor final, la presente descripción histórica de la «fase francesa» de
la influencia de las ideas «cientistas» en el pensamiento social va precedida de dos estudios teoréticos
sobre las características del individualismo en los estudios sociales y sobre la naturaleza de las influen-
cias que las ciencias naturales y la tecnología ejercen sobre estos estudios; además, a esta descripción
le sigue una serie de capítulos sobre la «fase alemana», que comienza con un capítulo sobre «Comte
y Hegel». – Ed.].

336
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

libre. Nos parece natural que muchos fueran inducidos a considerar su épo-
ca sansimoniana como un pecado de juventud del que era mejor no jactarse.
Pero esto no significa que las ideas que habían asimilado no siguieran acti-
vas en ellos y a través de ellos, y una atenta investigación, aún por hacer, pro-
bablemente revelaría que la influencia que ejerció el sansimonismo fue sor-
prendentemente extensa.
Nuestro principal interés aquí no es exponer la influencia de personas
o grupos. Desde nuestro punto de vista, sería aún más significativo poder
demostrar que situaciones semejantes produjeron ideas análogas también
en otros lugares, al margen de toda influencia directa de los sansimonianos.
Ahora bien, todos los estudios de movimientos sociales contemporáneos afi-
nes en otras partes muestran inmediatamente una estrecha conexión con
los prototipos franceses. Aunque es dudoso que en todos estos casos poda-
mos hablar realmente de influencia, y aunque sería más exacto decir que to-
dos cuantos abrigaron ideas semejantes pronto dieron con su propia vía al san-
simonismo, creemos que es oportuno echar una rápida ojeada a la variedad
de canales a través de los cuales se realizó esta influencia, puesto que sabe-
mos muy poco de su extensión y sobre todo porque la difusión del sansimo-
nismo significó también una difusión del positivismo comtiano en su forma
inicial.
El primer punto que conviene destacar es que esta influencia no quedó
limitada a la gente principalmente interesada por la especulación social y
política, sino que fue aún más fuerte en los círculos literarios y artísticos,
que a menudo se convirtieron, casi inconscientemente, en el medio de di-
fusión de las concepciones sansimonianas sobre otras materias. En Fran-
cia, las ideas sansimonianas sobre la función social del arte produjeron
una profunda impresión en algunos de los mayores escritores de la época
y sin duda fueron responsables del profundo cambio en el ambiente litera-
rio que entonces tuvo lugar.2 La exigencia de que todo arte fuera compro-
metido, que debería servir a la crítica social y por lo mismo representar la
vida tal cual es en todas sus miserias, condujo a una auténtica revolución en

2. Sobre esto y lo que sigue, véase M. Thibert, Le rôle social de l’art d’après les saint-simoniens
(París, 1927); H.-J. Hunt, Le socialisme et le romantisme en France, étude de la presse socialiste de
1830 à 1840 (Oxford, 1935); y J.-M. Gros, Le mouvement litteraire socialiste depuis 1830 (París, 1904).

337
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

las letras.3 No solo autores que, como George Sand o Béranger, estuvieron
fuertemente ligados a los sansimonianos, sino algunos de los mayores es-
critores de la época como H. de Balzac,4 V. Hugo y Eugène Sue asimilaron
y practicaron en buena parte la doctrina sansimoniana. Entre los composi-
tores, Franz Liszt fue un asiduo asistente a sus reuniones y Berlioz, con un
Chant d’inauguration des chemins de fer, aplicó los preceptos sansimonia-
nos a la música.5

II

La influencia del sansimonismo en Inglaterra tuvo también lugar en parte


en el campo literario. El principal expositor de sus ideas fue aquí, durante al-
gún tiempo, Thomas Carlyle, cuya deuda con la doctrina sansimoniana es
bien conocida y que incluso tradujo y trató de publicar, con una introduc-
ción anónima, el Nouveau christianisme de Saint-Simon.6 Él constituye el

3. Para el desarrollo de la teoría sansimoniana del arte, véase en particular E. Barrault, Aux artis-
tes du passé et de l’avenir des beaux arts (1830).
4. Véase E.R. Curtius, Balzac (1923). [Para más información sobre Honoré de Balzac, véase el ca-
pítulo 11, nota 41; sobre Sand, véase el capítulo 14, nota 69. El famoso poeta y letrista francés Pierre-
Jean de Béranger (1780-1857) ridiculizó y satirizó en sus obras el gobierno de la Restauración y el
clero reaccionario. Durante los primeros días de la Revolución de Julio de 1830, se distribuyeron co-
pias de una de sus canciones. El poeta, escritor y dramaturgo romántico Victor Hugo (1802-1885), re-
cordado hoy en día por sus novelas Nuestra señora de París (1831) y Los miserables (1862), entabló
relación con los autores que trabajaban para el periódico Le Globe a principios de 1830. Como acti-
vista político de larga carrera, pasó de ser monárquico a republicano y, tras el golpe de Estado de 1851,
vivió su exilio en Bruselas, hasta que se restauró la República francesa en 1870. Las opiniones repu-
blicanas y socialistas de Eugène Sue (1804-1857) aparecen muy bien representadas en su serie de
novelas Los misterios de París (1842-1843), ambientada en los barrios pobres de París, y El judío errante
(1844-1845). – Ed.].
5. [Franz Liszt (1811-1886) fue un compositor y pianista húngaro; al compositor francés Hector
Berlioz (1803-1869) se le suele considerar como uno de los fundadores del movimiento románico.
Liszt y Heinrich Heine fueron testigos en la boda de Berlioz en 1833; Sand y Liszt mantenían una
relación amorosa. – Ed.].
6. Véase D.B. Cofer, Saint-Simonism in the Radicalism of T. Carlyle (College Station, Tex., 1931); F.
Muckle, Henri de Saint-Simon (Jena, 1908), pp. 345-80: E. d’Eichthal, «Carlyle et le Saint-Simonisme»,

338
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

primero de los numerosos casos en que tendremos ocasión de comprobar


con qué facilidad se mezclaron las influencias sansimonianas o comtianas y
alemanas. La concepción de Carlyle de la filosofía de la historia, su exposi-
ción de la ley del progreso en Sartor Resartus, su división de la historia en
periodos positivos y negativos, tienen un origen principalmente sansimo-
niano, y su interpretación de la Revolución francesa obedece a la misma ins-
piración. No es el caso de insistir aquí sobre la influencia que él ejerció, a su
vez, pero merece la pena recordar que los posteriores positivistas ingleses

Revue historique 82-83 (1903) (trad. ingl. en New Quarterly [Londres, abril de 1909]); E.E. Neff, Carlyle
and Mill (Nueva York, 1926), p. 210; Hill Shine, Carlyle and the Saint-Simonians: The Concept of
Historical Periodicity (Baltimore: John Jopkins University Press, 1941) y la nota del mismo autor en
Notes & Queries 171 (1936): 290-93 [291-293]. Más adelante resultará claro por qué en el caso de
Carlyle como en el de muchos otros, la influencia de los sansimonianos se mezcló tan rápidamente
con la de los filósofos alemanes. Un interesante contraste con la congenial recepción de las ideas sansi-
monianas por parte Carlyle fue la vivamente hostil reacción de R. Southey, que publicó en la Quarterly
Review (45 [julio de 1831]: 407-50), bajo el título «New Distribution of Property», una completa e
inteligente exposición de la Doctrina de Saint-Simon. Véase también su carta fechada el 30 de junio
de 1831, en E. Hodder, The Life and Work of the 7th Earl of Chaftesbury (Londres, 1886), vol. 1, p.
126. Tennyson, en una carta escrita en 1832, dice también que «la reforma y el sansimonismo son,
y siguen siendo, temas del mayor interés… la existencia de la secta de los sansimonistas es al mismo
tiempo una prueba de la inmensa cantidad de mal que aún existe en el siglo XIX y un foco que concen-
tra todos sus rayos. Esta secta se ha propagado rápidamente en Francia, Alemania e Italia y tiene emi-
sarios en Londres» (Alfred Lord Tennyson, A Memoire por su hijo [Londres 1897], vol. 1, p. 99 [pp.
98-99]). Llama la atención que la novela social comience en Inglaterra con Disraeli precisamente en
el momento en que se esperaría la influencia sansimoniana en esta dirección; pero, a lo que entiendo,
no hay prueba alguna de tal influencia sobre Disraeli. [Hayek identifica a los cuatro grandes hom-
bres de las letras de la Gran Bretaña del siglo XIX. El historiador y ensayista Thomas Carlyle (1795-
1881), crítico con la sociedad liberal moderna, era conocido por alabar a los héroes y las sociedades
«orgánicas» de la Edad Media. Tal y como se apunta en el capítulo 14, nota 15, Gustave d’Eichthal
introdujo a Carlyle en la obra de Bazard y Enfantin, pues le enviaba copias de L’Organisateur. El poe-
ta romántico y ensayista Robert Southey (1774-1843) formó parte de los poetas lakistas junto con
Wordsworth y Coleridge, y durante treinta años fue poeta laureado. A pesar de haber tenido una juven-
tud radical (su poema épico «Joan of Arc», publicado en 1796, reveló sus simpatías revolucionarias),
en sus últimos años se volvía cada vez más conservador. A otro poeta laureado, Alfred lord Tennyson
(1809-1892), se le recuerda hoy en día por «In Memorium» (1850), «The Charge of the Light Brigade»
(1855) y la obra Idylls of the King (1885), sobre la leyenda del rey Arturo. Benjamin Disraeli (1805-
1881) fue primer ministro Tory y adversario de Gladstone; sin embargo, primero se dio a conocer por
sus novelas satíricas penetrantes. – Ed.].

339
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

reconocieron que sus enseñanzas les habían preparado en buena parte el


camino.7
Más conocida es la influencia que los sansimonianos ejercieron sobre John
Stuart Mill. En su Autobiografía,8 los describe como «los escritores que, en
mayor medida que todos los demás, le dieron el ejemplo de un nuevo modo
de pensar», y recuerda cómo especialmente una de sus publicaciones, que
en su opinión era muy superior a todas las demás, el primer Système de poli-
tique positive de Comte,

se armonizaba perfectamente con mis propias ideas, a las cuales parecía dar
una forma científica. Yo ya consideraba los métodos de la ciencia física como
un adecuado modelo también para la política. Pero el principal beneficio que
obtuve entonces de los modos de pensar que ofrecían los sansimonianos y
Comte fue una visión más clara de la que nunca antes tuve de las peculiarida-
des de una época de transición en la opinión, y no confundir las caracterís-
ticas morales e intelectuales de una época semejante con las cualidades nor-
males de la humanidad.9

7. Véase Higginson, Auguste Comte: An Address on His Life and Work (Londres, 1892), p. 6, y
M. Quinn [Quin], Memoirs of a Positivist (Londres, 1924), p. 38. [La London Positivist Society fue
fundada por el doctor Richard Congreve (1818-1891) en 1867 con la intención de establecer una igle-
sia positivista inglesa, basada en la convicción científica más que en la creencia sobrenatural, junto
con las líneas dibujadas por Comte en sus últimas obras. En 1878, los miembros que querían mante-
ner una relación más estrecha con la organización mundial positivista establecieron un segundo grupo,
el London Positivist Committee. Antes de que se creara este segundo grupo, Charles Gaskell Higginson
presentó su discurso en el Newton Hall en Londres el 5 de septiembre de 1887; más tarde, el discurso
se publicó en panfletos de un penique. Malcolm Quin (1854-1946) se volcó en el sacerdocio positi-
vista de Congreve y, durante treinta años, intentó establecer una iglesia y un sacerdocio positivistas
en Newcastle-upon-Tyne, en Inglaterra. – Ed.].
8. J.S. Mill, Autobiography (1873), pp. 163-67. Véase también ibíd., p. 61, donde Mill describe
cómo en 1821, a la edad de quince años, coincidió en casa de J.B. Say con el propio Saint-Simon, «toda-
vía no fundador de una filosofía o una religión, y considerado únicamente como una persona inteli-
gente y original». [Véase Autobiography and Literary Essays, John Robson y Jack Stillinger, eds.,
vol. 1 (1981) de Collected Works of John Stuart Mill, pp. 171-175 y p. 63, respectivamente. El pasaje
citado en el texto se encuentra en la p. 171; en el original, las palabras «en política» aparecen después
de «pensar». – Ed.].
9. [Mill, Autobiography and Literary Essays, p. 173. – Ed.].

340
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

Mill explica cómo perdió de vista a Comte durante algún tiempo, pero
se mantuvo au courant de los sansimonianos a través de G. d’Eichthal (que
también introdujo a Carlyle en el sansimonismo),10 cómo leyó casi todo lo
que estos escribieron y cómo se debió «en parte a sus escritos el que llegara
a comprender la muy limitada y contingente validez de la vieja economía
política, que asume la propiedad privada y la herencia como hechos incon-
testables y la libertad de producción y de intercambio como la dernière mot
del avance social».11 De una carta a d’Eichthal12 se desprende que estaba tan
convencido, que se sentía «inducido a pensar que [su] organización social,
con alguna que otra modificación, parecía ser la condición final y permanen-
te de nuestro género humano», aunque difería de ellos en pensar que se pre-
cisaban muchos o al menos varios estadios antes de que la humanidad fue-
ra capaz de realizarla. Aquí aparecen, indudablemente, las primeras raíces
de las simpatías socialistas de J.S. Mill. Pero en este caso se trataba en gran
medida de un anticipo de la influencia aún más profunda que Comte había
de ejercer sobre él.

10. G. d’Eichthal y C. Duveyrier viajaron en 1831 a Londres en una misión oficial sansimoniana.
Véase la Address to the British Public by the Saint-Simonian Missionaries (Londres, 1832), y S. Charléty,
Histoire du Saint-Simonisme (París, 1931), p. 93. Vése también St. Simonism in London, de Fontana,
predicador de la religión sansimoniana en Inglaterra (Londres, 1834), recensionado por J.S. Mill en
el Examiner, 2 de febrero de 1834. [La recensión de Mill puede encontrarse en Newspaper Writings,
August 1831-October 1834, Ann Robson y John Robson, eds., vol. 23 (1986) de Collected Works of
John Stuart Mill, pp. 674-680. – Ed.].
11. [Véase Autobiography and Literary Essays, p. 174. Hayek añadió entre corchetes «su» para
reemplazar el «mi» de Mills. – Ed.].
12. The Letters of John Stuart Mill, ed. H.S.R. Elliot (1910), vol. 1. p. 20. [Véase The Earlier Letters,
1812 to 1848, ed. Francis E. Mineka, vol. 12 (1963) of The Collected Works of John Stuart Mill, p. 88.
Las últimas palabras de la frase de Mill deberían leerse «del género humano» más que «de nuestro
género humano». –Ed.]. Véase también J.S. Mill, Correspondance inédite avec Gustave d’Eichthal,
1828-1842, 1864-1871, ed. E. d’Eichthal (París, 1898); y, en parte en el original inglés, en Cosmopolis
(Londres, 1897-98), esp. vol. 5, pp. 356, 359-60. [El pasaje citado de una carta de Mill a d’Eichthal, del
30 de noviembre de 1831, se encuentra en la p. 356. La revista internacional Cosmopolis se publicó
en Londres entre 1896 y 1898. La correspondencia entre Mill y d’Eichthal apareció en el vol. 6, de
abril (pp. 19-38) y mayo (pp. 348-366) de 1897, y en el vol. 9, de febrero (pp. 368-381) y marzo (pp.
780-790) de 1898. – Ed.].

341
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

III

Sin embargo, en ningún otro país fuera de Francia despertó la doctrina san-
simoniana tanto interés como en Alemania.13 Este interés empezó a mani-
festarse bastante pronto, y parece que ya el primer Organisateur alcanzó
un buen número de lectores en este país.14 Algunos años más tarde, parece
que fue el discípulo de Comte Gustave d’Eichthal quien, antes incluso de su
análoga misión en Inglaterra, durante un viaje a Berlín en 1824, consiguió
interesar a muchos por el Système de politique positive de Comte, con el re-
sultado de que en la Leipziger Literatur-Zeitung apareciera una recensión
bastante detallada, la única que el libro recibiera en cualquier idioma.15 Y en
Friedrich Buchholz, entonces famoso escritor, d’Eichthal ganó para Comte
a un férvido admirador, que no solo se declaró, en una carta aduladora, to-
talmente de acuerdo con Comte,16 sino que también publicó en 1826 y 1827,
en su Neue Monatsschift für Deutschland, cuatro artículos sin firma so-
bre la obra de Saint-Simon, seguidos de una traducción de la parte final del
Système industriel.17

13. Ya el Globe de 16 de marzo de 1832 refiere que «ningún país ha consagrado una atención tan
profunda al sansimonismo» como Alemania.
14. Véase H. Fournel, Bibliographie Saint-Simonienne (París, 1933), p. 22.
15. Véase P. Lafitte [Laffitte], «Matériaux pour la biographie d’Auguste Comte. I. Relations avec
l’Alemagne», Revue occidentale 8 (1882): 227; y «Correspondance d’Auguste Comte et Gustave
d’Eichthal», ibíd. (1891) [1896]: 186-276.
16. Ibíd., p. 228 y pp. 223 [233] y ss., donde se reproduce la recensión del 27 de septiembre de
1824. Entre otras cosas, se ofrece una buena exposición de la «ley de los tres estadios». [Véanse estas
muestras de las muchas palabras de alabanza en la carta de Buchholz a Comte del 28 de septiembre
de 1825: «La vérité me presse de vous dire que jamais je n’ai lu ouvrage qui ait fait sur moi une impres-
sion aussi agréable que le vôtre»; que pueden traducirse como: «En verdad, debo decirle que nunca
he leído una obra que me haya causado una impresión tan agradable como la suya». – Ed.].
17. Neue Monatschrift für Deutschland, vol. 21 (1821) (tres artículos), y vol. 22 (1827) (tres ar-
tículos); véase también los vols. 34 y 35 donde aparecen nuevos artículos sobre el tema. Sobre Friedrich
Buchholz, quien durante algún tiempo anterior del mismo siglo había sido uno de los escritores polí-
ticos de Prusia más influyentes, y que en 1802 publicó Darstellung eines neuen Gravitationsgesetzes
für die moralischen Welt, véase K. Bahrs, Friedrich Buchholz, ein preusischen Publizist 1768-1843
(Berlín, 1907), y en particular la relación de Eichthal con él, «Correspondance d’Auguste Comte e
Gustave d’Eichthal», Revue occidentale 12 (1891): 186-276. [El famoso francófilo Paul Ferdinand

342
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

Sin embargo, solo en el otoño de 1830 se despertó en Alemania un inte-


rés general por el movimiento sansimoniano; y durante los próximos dos o
tres años se propagó como un fuego irresistible por el mundo literario ale-
mán. La revolución de julio había convertido a París una vez más en centro
de atracción de todos los progresistas, y los sansimonianos, entonces en el
cenit de su fama, constituyeron el movimiento intelectual más destacado en
aquella Meca de los liberales. Un verdadero aluvión de libros, panfletos y
artículos de sansimonianos18 y traducciones de sus escritos19 invadió Ale-
mania, de tal modo que casi toda su producción resultó entonces accesible en
fuentes alemanas. La oleada de entusiasmo alcanzó incluso al viejo Goethe,
que se suscribió al Globe (acaso desde sus tiempos liberales) y que, tras adver-
tir a Carlyle, ya en octubre de 1830, que «se mantuviera al margen de la
Société St. Simonienne»,20 después de varias conversaciones sobre el tema,
de las que tenemos constancia, en mayo de 1831 sintió la necesidad de pa-
sar un día leyendo para llegar al fondo de la doctrina sansimoniana.21
Parece como si todo el mundo literario alemán estuviera ávido de no-
ticias sobre las nuevas ideas francesas, y algunos, como lo describe Rahel
von Varnhagen, el Globe sansimoniano se convirtió en el indispensable pan

Friedrich Buchholz (1768-1843) fue un activista político, escritor y editor que defendía a Napoleón;
el título de su obra de 1802 puede traducirse como Presentación de una nueva ley de gravitación
para el mundo moral. – Ed.].
18. Véase la lista de unas cincuenta publicaciones sobre el sansimonismo que aparecieron en
Alemania entre 1830 y 1832, en E.M. Butler, The Saint-Simonian Religion in Germany (Cambridge,
1926), pp. 52-59; la lista, sin embargo, no es en modo alguno completa. Sobre esto, véase la recensión
de Palgen a esta obra en Revue de littérature comparée 9 (1929); también W. Suhge, Der Saint-
Simonismus und das junge Deutschland (Berlín, 1935).
19. Véase (Abel Transon), Die Saint-Simonistische Religion: Fünft Reden an die Zöglinge der
polytechnischen Schule, nebst einer Vorbericht über das Leben und den Charakter Saint-Simons
(Gotinga, 1832).
20. Citado en Butler, op. cit., de Briefe (edición de Weimar), vol. 42, p. 300, carta fechada el 17
de octubre de 1830. [Butler no tenía la carta de Goethe a Carlyle, pero puede encontrarse en las obras
completas de Goethe; véase Goethes Werke: Weimarer Ausgabe [1887-1919] (Múnich: Deutscher
Taschenbuch Verlag, 1987), vol. 140, pp. 299-300. – Ed.].
21. Véase Eckermann, Gespräche mit Goethe, en fecha 30 de octubre de 1839, y los Tagebücher de
Goethe, en las fechas 31 de octubre de 1830 y 30 de mayo de 1831. [Sobre las dos últimas entradas en
el diario de Goethe, véase Goethes Werke, vol. 89, p. 324, y vol. 90, pp. 82-83, respectivamente. – Ed.].

343
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

intelectual cotidiano.22 Las noticias sobre el movimiento sansimoniano


parece que fueron el factor decisivo que llevó a Heinrich Heine a París en
1831,23 y, como diría más tarde, no habían pasado aún veinticuatro horas
desde su llegada y ya estaba entre los sansimonianos.24 Desde París, tanto
él como L. Boerne contribuyeron notablemente a la difusión de informa-
ciones sobre los sansimonianos en los círculos literarios alemanes.25 Otra
importante fuente de información para los que se quedaron en casa, espe-
cialmente los Varnhagen, fue el americano Albert Brisbane, que en aquella
época no era aún fourierista, pero que ya se había convertido, a través de sus
viajes,26 en un propagandista de las ideas socialistas. Cuán profundamente

22. Rahel: Ein Buch des Andenkens für ihre Freunde (Berlín, 1834), en fecha 25 de abril de 1832.
[Los intelectuales más eminentes de Europa solían frecuentar el salón de Rahel Antonie Friederike
Levin Varnhagen von Ense (1771-1833); más tarde, se convirtió en el tema de la biografía de Hannah
Arendt, titulada Rahel Varnhagen: The Life of a Jewess, ed. Liliane Weissberg (Baltimore: Johns
Hopkins University Press, 1997). – Ed.].
23. Véase Butler, op. cit., p. 70. [Numerosos compositores, como Schumann y Schubert, han
transformado los poemas líricos de Heinrich Heine (1797-1856) en música. Se consideraba a Heine
como uno de los líderes del movimiento Joven Alemania, un grupo de autores progresistas de la dé-
cada de 1830 de vaga afiliación; sus ideas se consideraban peligrosas, y finalmente fueron prohibidas
por las autoridades alemanas. – Ed.].
24. K. Grün, Die soziale Bewegung in Frankreich und in Belgien (Darmstadt, 1845), p. 90 [117].
25. [El periodista y autor político Karl Ludwig Börne (1786-1837) solía atacar las políticas into-
lerantes del gobierno de Frankfurt. Al igual que Heine, fue a París tras la revolución de 1830, con la
esperanza de que fuera el presagio de una nueva sociedad, pero volvió a casa decepcionado. Sus escri-
tos políticos le llevaron, finalmente, a que fuera identificado como miembro del movimiento Joven
Alemania. – Ed.].
26. Véase Margaret A. Clarke, Heine et la monarchie de juillet (París, 1927), especialmente apén-
dice 2, pp. 242-71; Butler, op. cit., p. 71. Parece que algunos fanáticos admiradores alemanes de Saint-
Simon le compararon con Goethe, entusiasmo que indujo a Metternich (en una carta al príncipe
Wittgenstein, de 30 de noviembre de 1835) a afirmar despectivamente que Saint-Simon, al que había
conocido personalmente, era un cínico tan desequilibrado como Goethe era un gran poeta» (véase O.
Draeger, Theodor Mundt und seine Beziehungen zum jungen Deutschland [Marburgo, 1909], p. 156
[154]). [El estadounidense Albert Brisbane (1809-1890) fue uno de los primeros teóricos socialistas.
Durante su estancia en Europa, estudió con Fourier dos años, y al regresar a Estados Unidos, ayudó
a difundir la doctrina fourierista. Su obra Social Destiny of Man (1840) y sus artículos en el periódico
New York Tribune, en los que alababa lo que llamaba «asociacionismo», ayudaron a establecer un gran
número de sociedades fourieristas. – Ed.].

344
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

afectaron estas ideas a los jóvenes poetas alemanes Laube, Gutzkow, Mundt
y Wiebarg lo expone muy bien Miss E.M. Butler en su libro Saint-Simonienne
Religion in Germany, en el que, con toda razón, describe la Joven Escuela
Alemana en su conjunto como movimiento sansimoniano.27 En su corta pero
espectacular existencia como grupo, entre 1832 y 1835, aplicaron con per-
severancia, si bien con mayor rudeza que sus colegas franceses, el canon san-
simoniano de que el arte debe ser tendencioso y en particular popularizaron
sus doctrinas feministas y sus exigencias de «rehabilitación de la carne».28

27. Ibíd., p. 430 [pp. 431-432]. Además del ya citado libro de Suhge, véase también F. Gerathewhol
[Geratherwohl], Saint-Simonistische Ideen in der deutschen Literatur, Ein Beitrag zur Vorgeschichte
des Sozialismus (Munich, 1920); H.V. Kleinmayr, Welt- und Kunstanschauung des jungen Deutschland
(Viena, 1930); y J. Dresch, Gutskow et la Jeune Allemagne (París, 1904), sobre otro poeta alemán,
G. Buechner, que no era miembro de la Joven Alemania, pero que parece que también recibió la in-
fluencia de las ideas sansimonianas. Tal vez convenga mencionar que era el hermano mayor de L.
Buechner, autor de Kraft und Stoff (1855), y uno de los principales representantes del materialismo
extremo en Alemania. Sobre G. Buechner, véase también G. Adler, Die Geschichte der ersten sozial-
politischen Arbeiterbewegung in Deutschland (Leipzig, 1885), pp. 8 y ss. [7-10], que debe ser tam-
bién consultado en relación con algunos otros representantes alemanes del primer socialismo, en
particular Ludwig Gall y luego Geog Kuhlmann y Julius Treichler, cuyas relaciones con el sansimo-
nismo habría que investigar (ibíd., pp. 6, 67, 72). [En el texto, Hayek hace mención a ciertos artis-
tas y autores identificados con el movimiento Joven Alemania: el dramaturgo, novelista y director
de escena Heinrich Laube (1806-1884); el novelista y periodista Theodor Mundt (1808-1861); el nove-
lista y dramaturgo Karl Ferdinand Gutzkow (1811-1878) y el periodista y escritor Ludolf Wienbarg
(1802-1872). A pesar de que la expresión «Joven Alemania» la utilizó por primera vez Wienbarg en
su obra de 1834, Ästhetische Feldzüge (Aesthetic Campaigns), su uso como sinónimo de oprobio se
extendió cuando el gobierno alemán prohibió las obras de Heine, Laube, Mundt, Gutzkow y Wienbarg
en diciembre de 1835. Como resultado, muchos de sus supuestos miembros negaron haberlo sido,
e incluso negaron que en realmente hubiera existido algo como el movimiento Alemania Joven. Sin
embargo, las consecuencias sí fueron reales: tanto Laube como Gutzkow fueron encarcelados por
sus opiniones políticas. – Ed.].
28. Un testimonio interesante de la magnitud de la influencia sansimoniana en Alemania es
una circular dirigida contra él por el arzobispo de Tréveris, fechada el 13 de febrero de 1832. Véase la
Allgemeine Kirchenzeitung (Darmstadt), 8 de marzo de 1832.

345
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

IV

Mucho más importante para nuestro propósito, aunque por desgracia mu-
cho menos explorada,29 es la relación de los sansimonianos con otro grupo
alemán con el que estaban en contacto, los Jóvenes Hegelianos. De la curiosa
afinidad que existía entre las ideas hegelianas y sansimonianas nos ocupa-
remos más adelante. Aquí nos ocuparemos solo en la medida efectiva en que
los Jóvenes Hegelianos recibieron la influencia directa de las ideas sansimo-
nianas, y en qué medida por tanto el cambio decisivo que condujo a la sepa-
ración de los Jóvenes Hegelianos de los seguidores ortodoxos del filósofo
pudo deberse en parte a esa influencia. Nuestro actual conocimiento sobre
este punto es escaso, pero, dados los estrechos contactos personales entre los
Jóvenes Alemanes y los miembros de lo que posteriormente sería el grupo
de Jóvenes Hegelianos, y dado que algunos de ellos, como también algunos
de los autores alemanes de obras sobre Saint-Simon, eran hegelianos,30 no
hay duda de que en el grupo en su conjunto el interés por las ideas sansimo-
nianas no debió ser muy inferior al de los Jóvenes Alemanes.
El periodo del pensamiento alemán aún escasamente explorado y sin em-
bargo decisivo para comprender el posterior desarrollo es el de los años trein-
ta, durante el cual se echaron las semillas que solo fructificarían en la década

29. Véase B. Croce, History of Europe in the 19th Century (1934), p. 147. [Los Jóvenes Hegelianos,
un grupo de estudiantes y académicos jóvenes de la Universidad de Berlín, usaron el razonamiento
dialéctico para pedir que se reformara el gobierno y la sociedad prusianos, oponiéndose así a las in-
terpretaciones más ortodoxas y conservadoras de los hegelianos de derecha. Entre los Jóvenes Hege-
lianos se incluían autores como: Ludwig Feuerbach, del que se habló en el capítulo 10, nota 15; David
Friedrich Strauss (1804-1874), autor de Life of Jesus (1835), cuya búsqueda del «Jesús histórico» es-
candalizó a Europa y transformó la exégesis bíblica; por supuesto, en este movimiento se encontra-
ba Karl Marx. De ahí la importancia en la obra de Hayek del papel de los Jóvenes Hegelianos en la
expansión de las ideas socialistas. – Ed.].
30. De los Jóvenes Alemanes, T. Mundt y G. Kuehne, hegelianos, eran ambos lectores de filoso-
fía en la Universidad, y lo mismo cabe decir de la mayoría de los autores dedicados a los aspectos filo-
sóficos del sansimonismo, en particular M. Veit, Saint-Simon und der Saint-Simonismus (Leipzig,
1834); F.W. Cavoré, Der Saint-Simonismus und die neue französische Philosophie (Leipzig, 1831).
No me ha sido posible hacerme con otro libro del mismo periodo, S.R. Schneider, Das Problem der Zeit
und dessen Lösung durch die Association (Gotha, 1834) que, a juzgar por su título, parece contener
una exposición de los aspectos socialistas del sansimonismo.

346
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

siguiente.31 Tropezamos aquí con la dificultad de que, habiéndose desacre-


ditado a sí mismos los sansimonianos, la gente se hizo más reluctante a re-
conocer cualquier deuda para con ellos, especialmente porque la censura
prusiana habría impedido toda referencia a ese peligroso grupo. Ya en 1834,
G. Kuehne, un filósofo hegeliano muy ligado a los Jóvenes Alemanes, decía
refiriéndose al sansimonismo, «el equivalente francés del hegelismo», que
«difícilmente se podrá ya pronunciar su nombre, y sin embargo algún día
se constatará que esta visión del mundo, que en esta forma particular se ha
convertido en una caricatura, ha afectado completamente a las relaciones so-
ciales».32 Y cuando recordamos que los hombres que habían de desempe-
ñar el papel decisivo en la revuelta contra el hegelismo ortodoxo y en el na-
cimiento del socialismo alemán, A. Ruge, L. Feuerbach, D.F. Strauss, Moses
Hess y K. Rodbertus, andaban todos por los veinte años cuando se desató
por toda Alemania la fiebre del sansimonismo,33 se puede afirmar, casi con
seguridad, que todos ellos recibieron por entonces la influencia de la doc-
trina sansimoniana. Solo uno de ellos, precisamente quien más que ningún
otro contribuyó a difundir las doctrinas socialistas en la Alemania de enton-
ces, Moses Hess, es seguro que visitó París a principios de los años 30,34 y

31. Véase B. Groethuysen, «Les jeunes Hégéliens et les origines du socialisme en Allemagne»,
Revue philosophique 95, n.º 5/6 (1923): esp. p. 379.
32. En una recensión en el Lebenswirren de su amigo Mundt, citada en W. Grupe, Mundts und
Kuehnes Verhältnis zu Hegel und seinen Gegnern (Halle, 1928), p. 76. [Ferdinand Gustav Kühne (1806-
1888), autor de Eine Quarantäne im Irrenhause (1835), fue entre 1835 y 1842 editor de Zeitung für
die elegante Welt; durante este tiempo promocionó las ideas de Mundt. – Ed.].
33. En 1831, cuando se inició el movimiento sansimoniano alemán, Ruge tenía 29 años, Feuerbach
27, Rodbertus 26, Strass 23, Hess 19 y Karl Marx 12. Las edades correspondientes de los Jóvenes Alema-
nes eran Laube 25, Kuehne 25, Mundt 23, y Gutzkow 20. [De Strauss se habla por primera vez en la
nota 29, más atrás; de Feuerbach, en el capítulo 10, nota 15. Arnold Ruge (1802-1880) fue un filó-
sofo, escritor político y activista hegeliano. Durante un breve tiempo coeditó la Deutsch-Französische
Jarbücher [Jahrbücher] en París junto con Karl Marx, pero se le conoce más por haber sido un demó-
crata radical más que un socialista. Karl Johann Rodbertus (1805-1875) creía que la transición gradual
hacia una sociedad completamente socialista debía llevarse a cabo con una monarquía fuerte en una
Alemania unida. A pesar de que Moses Hess (1812-1875) colaboró con Marx y animó a Friedrich Engels
a convertirse al comunismo, más tarde se vio atacado por ellos. En su última obra, Hess le preparó el
terreno al socialismo sionista. – Ed.].
34. Véase T. Zlocisti, Moses Hess, der Vorkämpfer des Sozialismus und Zionismus (Berlín, 1920),
p. 13 [pp. 99-100].

347
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en su primer libro de 1837 es fácil advertir rasgos de las doctrinas sansimo-


niana y fourierista.35
Por lo que respecta a los demás, en particular al más influyente de los
Jóvenes Hegeliano, Ludwig Feuerbach, en el que positivismo y hegelismo
se combinan de manera tan perfecta y que ejerció una gran influencia so-
bre Marx y Engels, no tenemos ninguna prueba directa de que conociera los
escritos sansimonianos. Más significativo sería si este hegeliano, que ofre-
ciendo una Weltanschauung positivista a las siguientes generaciones de ale-
manes desempeñaría un papel semejante al de Comte en Francia, llegó a estas
concepciones independientemente de los movimientos contemporáneos en
su país. La verdad, en cambio, es que casi con seguridad tuvo conocimiento
de ellos en el periodo de formación de su pensamiento. Es difícil creer que
el joven «lector» universitario de filosofía, que en el otoño de 1832, cuando
por toda Alemania retumbaban las discusiones sobre el sansimonismo, de-
dicó en Francfurt algunos meses a la lectura con el objetivo de prepararse para
una proyectada visita a París,36 pudiera, caso casi único entre quienes se en-
contraban en una situación análoga, escapar a su influencia. Parece mucho
más verosímil que, como ocurrió con otros, fue precisamente la fama de esta
escuela lo que le atrajo a París. Y aunque la proyectada visita no se realizó,
es probable que Feuerbach absorbiera gran parte del pensamiento sansimo-
niano en aquellos años, preparándose así para sustituir la influencia sansi-
moniana entre los jóvenes de su tiempo. Si se lee su obra pensando en esta
probabilidad, resulta difícil creer que las evidentes analogías entre su obra
y la de Comte sean puramente accidentales.37

35. M. Hess, Die heilige Geschichte der Menschheit (Stuttgart, 1837). [Para leer la traducción al
inglés, véase Moses Hess, The Holy History of Mankind and Other Writings, traducido por Shlomo
Avineri (Cambridge: Cambridge University Press, 2004). – Ed.].
36. Véase A. Kohut, Ludwig Feuerbach, sein Leben und seine Werke (Leipzig, 1909), p. 77; y
Ausgewälhte Briefe von und an Feuerbach, ed. W. Bolin (Leipzig, 1904), vol. 1, p. 256, donde en una
carta a su hermano, escrita en Francfurt y fechada el 12 de marzo de 1832, Feuerbach explica que
«París es un lugar que desde hace tiempo anhelo visitar, para lo cual hace tiempo que me estoy prepa-
rando con involuntaria exaltación; un lugar que corresponde plenamente a mi individualidad, a mi
filosofía, y en el cual no solo puedo desarrollar mis energías actuales, sino que además podrían surgir
también otras que aún no conozco.»
37. Véase T.G. Masaryk, Die philosophischen und soziologischen Grundlagen des Marxismus
(Viena, 1899), p. 35.

348
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

Un importante papel en la difusión del pensamiento socialista francés


durante este periodo lo desempeñaron algunos miembros de la numerosa
colonia de viajeros alemanes en París, cuyas organizaciones llegaron a ser
tan importantes para la expansión del movimiento socialista, entre los que
W. Weitling fue, durante algún tiempo, la figura más destacada.38 Él y mu-
chos otros viajeros aseguraron un flujo continuo de informaciones sobre la
evolución de la doctrina francesa antes incluso de que, a comienzos del de-
cenio de 1840, Lorenz von Stein y Karl Grün se trasladaran a París para es-
tudiar sistemáticamente el socialismo francés.39 Con la publicación de las
dos obras40 escritas como resultado de estas visitas, sobre todo del muy de-
tallado y favorable informe que de él hizo Lorenz von Stein en su Socialis-
mo y comunismo en la Francia contemporánea (1842), que tuvo gran difu-
sión, la doctrina sansimoniana en su conjunto se convirtió en patrimonio
común de Alemania. Por otra parte, es sabido que Stein —otro hegeliano muy
dispuesto a absorber y difundir las ideas sansimonianas— fue, junto con
Feuerbach, uno de los autores que influyeron decisivamente sobre Karl Marx

38. Véase G. Adler, Die Geschichte der ersten sozialpolitischen Arbeiterbewegung in Deutschland
(Leipzig, 1885), y K. Mielcke, Deutscher Frühsozialismus (Stuttgart, 1931), pp. 185-89. [Wilhelm
Weitling, sastre, inventor, escritor premarxista y comunista así como agitador social, fue bien cono-
cido en los círculos radicales de Paris, Suiza y Alemania en los años 30 y 40 del siglo XIX. Después de
emigrar a America siguiendo la revolución de 1848, fundó la sociedad socialista Arbeiterbund y el
periódico Die Republik der Arbeiter. Más tarde se involucró en la comunidad utópica de Communia,
Iowa. –Ed.].
39. [Hayek hace referencia al economista alemán Lorenz von Stein (1815-1890) y al traduc-
tor alemán de la obra de Proudhon, Karl Grün (1817-1887). Stein impartió clases de administración
pública en la Universidad de Viena entre 1855 y 1885, donde fue (desde 1873) compañero de Carl
Menger. – Ed.].
40. Lorenz von Stein, Der Sozialismus und Komunismus des heutigen Frankreich (Leipzig, 1842),
y K. Grün, Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien (Darmstadt, 1845). En relación con este
último, véase K. Marx y F. Engels, The German Ideology, Marxist Leninist Library (Londres, 1938),
pp. 118-79. [Además de atacar con burla a Grün por ser un representante adocenado del sansimo-
nismo y el fourierismo en The German Ideology, Marx y Engels no aceptaron a Grün como líder del
movimiento «Verdadero socialismo» en el Manifiesto comunista (1848). Bajo su punto de vista, este
movimiento minaba las ideas de los socialistas franceses, pues las separaban de su desarrollo histó-
rico concreto y las reinterpretaban mediante las categorías de la «ideología alemana» (es decir, la filo-
sofía idealista de Hegel y Feuerbach). – Ed.].

349
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en la fase inicial de su formación.41 Pero la creencia de que Marx conoció


las ideas sansimonianas solo a través de Stein y Grün (y posteriormente,
acaso, también de Thierry y Mignet) y que solo más tarde las estudió de
primera mano en París, probablemente es errónea. Parece cierto que ya la
primera oleada de entusiasmo sansimoniano influyó directamente sobre él
cuando aún era un muchacho de trece o catorce años. Él mismo reveló más
tarde a su amigo el historiador ruso Kowalewsky que un amigo de su pa-
dre y luego su propio suegro, el barón Ludwig von Westphalen, fue conta-
giado del entusiasmo general y fue por él iniciado en las nuevas ideas.42 El
hecho, a menudo observado por estudiosos alemanes,43 de que muchas par-
tes de la doctrina de Marx, particularmente la teoría de la lucha de clases y
algunos aspectos de su interpretación de la historia, presentan una seme-
janza mayor con la de Saint-Simon que con la de Hegel, resulta mucho más
interesante si pensamos que la influencia de Saint-Simon sobre Marx pa-
rece que fue anterior a la de Hegel.
Friedrich Engels, en cuyos escritos personales es tal vez más evidente la
influencia sansimoniana que en los de Marx, estuvo durante algún tiempo
íntimamente ligado a algunos miembros del movimiento de Jóvenes Alemanes,

41. Véase B. Földes, «Bemerkungen zu dem Problem Lorenz von Stein-Karl Marx», Jahrbücher
für Nationalökonomie und Statistik, vol. 102 (1914), y H. Nitschle, Die Geschichtphilosophie Lorenz
von Stein, supl. n.º 26, Historische Zeitschrift (Munich, 1932).
42. Véase Maxim Kowalewski, Karl Marx. Eine Sammlung von Erinnerungen und Aufsätzen
(Zurich: V. Adoratskij, 1934), p. 223. A juzgar por una observación de Sulzbach en Die Anfänge der
materialistischen Geschichtsauffassung (Stuttgart, 1911), p. 3, parece que existen también otras prue-
bas de que Marx leyó los escritos sansimonianos en sus tiempos de estudiante. Pero no he podido en-
contrarlas. [Maxim Kowalewski (1851-1916) fue historiador de la estructura social y del Estado, tam-
bién se escribía con Marx y Engels. Sobre el suegro de Marx, el barón von Westphalen, Edmund Wilson
escribió que «solía llevar al joven Karl Marx a darse un paseo por las colinas de viñedos en Moselle,
mientras le hablaba del francés Saint-Simon, quien quería que la sociedad se organizara científica-
mente a favor de la caridad cristiana». Véase To the Finland Station: A Study in the Writing and Acting
of History (Anchor Books Edition, Nueva York: Doubleday, 1953), p. 113. – Ed.].
43. Aparte de varias obras anteriores de Muckle, Eckstein, Cunow y Sulzbach, véase en parti-
cular Kurt Breysig, Von historischen Werden, vol. 2, pp. 64 y ss., 84; y W. Heider, Die Geschichtslehre
von Karl Marx, «Forschungen», et., ed. K. Breysig, n.º 3 (1931), p. 19. Esta sugerencia ha sido confir-
mada por la cuidadosa investigación de V. Volgin, «Über die storische Stellung Saint-Simons», Marx-
Engels Archiv, vol. 1/1 (Frankfurt del M., 1926), pp. 82-118.

350
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

particularmente a Gutzkow, y posteriormente recibió su iniciación en la teo-


ría socialista de manos de M. Hess.44 Los demás líderes del pensamiento so-
cialista alemán también recibieron esa influencia. Con frecuencia se ha sub-
rayado la gran semejanza que la mayor parte de las doctrinas de Rodbertus
muestran con las de los sansimonianos, y, en un plano general, la tesis de la de-
rivación directa no admite la menor duda.45 Entre los miembros más activos
del movimiento socialista en Alemania, sabemos que al menos W. Liebnecht,
siendo aún muy joven, se sumergió en la doctrina sansimoniana,46 mientras
que Lassalle la conoció sobre todo a través de sus maestros Lorenz von Stein
y Louis Blanc.47

44. Véase G. Mayer, Friedrich Engels, Eine Biographie (Berlín, 1920), vol. 1, pp. 40, 108.
45. Véase H. Dietzel, Rodbertus (1888), vol. 1, p. 5, vol. 2, pp. 40, 44, 51, 66. 132 y ss., 184-89;
C. Andler, Les origines du socialisme d’etat en Allemagne (París, 1897), pp. 107, 111; C. Gide y C.
Rist, Histoire des doctrines économiques (París, 1909), pp. 481, 484, 488, 490; F. Muckle, Die Grossen
Sozialisten (Leipzig, 1920), vol. 2, p. 77; W. Eucken, «Zur Würdigung Saint-Simons», Jahrbuch für
Volkswirtschaft und Gesetzgebung, vol. 45 (1921) , p. 1052. Las objeciones recientemente formu-
ladas contra esta dependencia por E. Thier (Rodbertus, Lassalle, Adolf Wagner, Zur Geschichte des
deutschen Staatssozialismus [Jena, 1930], pp. 15-16) parecen basarse en un conocimiento inadecua-
do de los escritos sansimonianos.
46. Véase F. Mehring, Geschichte der deutschen Sozialdemokratie, 4.ª ed., (1909), vol. 2, p. 180.
[El socialista alemán Wilhelm Liebknecht (1826-1900) fue, junto con August Bebel, fundador del Par-
tido Socialdemócrata de los Trabajadores de Alemania. – Ed.].
47. Véase Andler, op. cit., p. 101. [El socialista de Estado alemán Ferdinand Lassalle (1825-1864)
fue el fundador de la Asociación General de Trabajadores Alemanes y, durante un tiempo, rival de Karl
Marx. El historiador y pensador socialista francés Louis Blanc (1811-1882) trazó los principios de su
sistema en su ensayo de 1839, «The Organisation of Labour», en el que adelantó el principio «de cada
uno según su facultad, a cada uno según sus necesidades»; también defendió la formación de «talle-
res nacionales», cooperativas de producción que acabarían sustituyendo al sistema de mercado compe-
titivo. – Ed.]. Otro caso singular y todavía completamente inexplorado de la influencia sansimoniana
en el pensamiento alemán parece haber sido el del economista Friedrich List. Hay pruebas al menos
de su directo contacto con los círculos sansimonianos. List pasó por París, que ya había visitado en
1823-24, a su regreso de América en diciembre de 1830. Durante su primera estancia había conocido
al redactor jefe de la Revue encyclopaedique, que durante su segunda visita cayó en manos de los
sansimonianos y a partir de agosto de 1831 fue editada por H. Carnot. List, como los sansimonianos,
se interesaba mucho por los proyectos ferroviarios, y todo intento de establecer contacto con perso-
nas que participaran del mismo interés tuvo que llevarle necesariamente a los sansimonanos. Sabemos
que List no tardó en conocer a Chevaler y que al menos trató de conocer también a d’Eichthal. (Véase

351
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Aún no hemos dicho nada acerca de las relaciones entre las teorías sansi-
monianas y las posteriores corrientes socialistas francesas. Pero este as-
pecto de su influencia es en general tan conocido que podemos limitarnos
a hacer algunas breves consideraciones. Entre los primeros socialistas fran-
ceses, el único que se mantuvo independiente de Saint-Simon fue, desde lue-
go, su contemporáneo Charles Fourier48 —que, junto con Robert Owen y
Saint-Simon— suele ser considerado como uno de los tres fundadores del

sus Schriften, Reden, Briefe, ed. Friedrich List Gesellsachaft, vol. 4, p. 8.) Dos de sus artículos sobre
ferrocarriles se publicaron en la Revue encyclopaedique. No he podido confirmar si el Globe, que
él cita en uno de estos artículos (pasaje que el nada sospechoso editor de los Schriften buscó, en
vano, en el inglés Globe and Traveller), no era, como parece mucho más probable, el periódico sansi-
moniano del mismo nombre. (Véase Schriften, vol. 5 [1928], pp. 62, 554.) Algunos años después,
List tradujo las Idées Napoléoniennes de Luis Napoleón, cuya tendencia sansimoniana tendremos
ocasión de destacar. Sabemos ahora que él escribió la primera versión de su obra principal, el
National System der Politischen Ökonomie, durante una tercera y mucho más larga estancia en
París en los años treinta, para concurrir a un premio, y que en dicho ensayo se sintió en la obliga-
ción de defenderse contra toda sospecha de «sansimonismo» en el sentido de comunismo, que era
el sentido que entonces solía atribuírsele (Schriften, vol. 4, p. 294). No hay duda de que toda apre-
ciable semejanza con las ideas sansimonianas que encontramos en su obra posterior derivan de este
ensayo. Y estas semejanzas no faltan. En particular, la concepción de List de «leyes naturales del
desarrollo histórico» parecen tener un origen sansimoniano; según esta concepción, la evolución
social pasa necesariamente a través de determinados estadios, idea pronto aceptada por la Escuela
histórica alemana de economía. Prueba evidente de la influencia francesa sobre List son sus decla-
maciones contra la «ideología».
J. Plenge, Stammformen der vergleichenden Wirtschaftstheorie (Essen, 1919), p. 15, ha demos-
trado el origen sansimoniano de las ideas del otro autor alemán, B. Hildebrand, del que los econo-
mistas de la escuela histórica alemana toman su interés por el descubrimiento de determinados esta-
dios del desarrollo económico. [En esta extensa nota, Hayek hace referencia al periodista y autor Friedrich
List (1789-1846), quien propuso su «sistema nacional de economía política» como alternativa a la
«doctrina cosmopolita» de Adam Smith. También hace referencia a Bruno Hildebrand (1812-1878),
miembro de la nueva escuela histórica alemana de economía, y fundador en 1863 de la revista
Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik. – Ed.].
48. Véase H. Louvancour, De Henri Saint-Simon à Charles Fourier (Chartres, 113), y H. Bourgin,
Fourier: Contribution à l’étude du socialisme français (1905), esp. pp. 415 y ss. [Para más información
sobre Fourier, véase el capítulo 11, nota 45. – Ed.].

352
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

socialismo.49 Pero, aunque los sansimonianos tomaron de él algunos ele-


mentos de sus doctrinas —especialmente en lo referente a las relaciones entre
los sexos—, ni él ni Robert Owen aportaron gran cosa al aspecto del socialis-
mo que aquí nos interesa: la organización y dirección deliberada de la activi-
dad económica. Su contribución en este punto es más bien negativa. Fanático
de la economía, no era capaz de ver sino derroche en las instituciones compe-
titivas, y su fe en las ilimitadas posibilidades del progreso tecnológico su-
peró incluso a la de los sansimonianos. Tenía una fuerte mentalidad inge-
nieril y, como Saint-Simon, reclutó sus discípulos en gran medida entre los
politécnicos. Él es probablemente el primer representante del mito de la «es-
casez en medio de la abundancia», que a la mente ingenieril le parecía tan
evidente hace 120 años como le parece hoy en día.
Victor Considérant, el líder de la escuela fourierista que dio a la doctrina
una coherencia mayor que la que le había dado el maestro, procedía de la École
polytechnique, y la mayoría de los miembros más influyentes, como Transon
y Lechevalier, eran ex-sansimonianos.50 Los líderes de las sectas socialistas
rivales procedían casi todos del sansimonismo, del que habían desarrollado
algún aspecto particular, como Leroux, Cabet, Buchez y Pecqueur, o, como
Louis Blanc, cuya Organisation du travail es puro sansimonismo, habían
bebido generosamente en sus fuentes.51 Incluso el más original de los socia-
listas franceses posteriores, Proudhon, a pesar de su gran contribución a la

49. [El galés reformista social y propietario de una fábrica textil Robert Owen (1771-1858), quien
creía que el carácter estaba formado según el ambiente social de cada uno, estableció un modelo de
comunidad en New Lanark, Escocia, con mejores viviendas y condiciones de trabajo para sus emple-
ados. New Harmony, en Indiana, era una de las numerosas cooperativas de Owen que se formaron,
pero ninguna cosechó un gran éxito. Más tarde, Owen también desempeñó un papel en la formación
del movimiento sindical inglés. – Ed.].
50. Véase M. Dommanget, Victor Condisérant, sa vie, son oeuvre (París, 1929). [Para más infor-
mación sobre Considérant, véase cap. 11, nota 45. Transon y Lechevalier fueron mencionados en el
cap. 14, nota 16 y las lecciones de Transon en el cap. 14, nota 24. – Ed.].
51. [Para más información sobre Pierre Leroux, véase el capítulo 14, nota 57; sobre Étienne
Caber y Constantin Pecqueur, véase el capítulo 14, nota 62. Philippe Buchez (1796-1865), cofunda-
dor de la Charbonnerie junto con Bazard, fue otro sansimoniano que dejó el grupo tras el abandono
de Enfantin. Más tarde, defendió el socialismo cristiano en su revista L’Européen, y, junto con Pierre
Celéstin Roux-Lavergne, editó en cuarenta volúmenes la historia parlamentaria de la Revolución fran-
cesa. – Ed.].

353
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

doctrina política, era en gran medida un sansimoniano en lo relativo a la doc-


trina propiamente socialista.52 Puede decirse que en torno a 1840 las ideas
sansimonianas dejaron de ser propiedad de una escuela particular para con-
vertirse en la inspiración general de todos los movimientos socialistas. Y el
socialismo de 1848 —al margen de los fuertes elementos democráticos y anar-
quistas que desde entonces penetraron en él como elementos nuevos y aje-
nos a su verdadera naturaleza— era, en su doctrina y en su estilo personal,
todavía en gran medida sansimoniano.

VI

Aunque puede haber cierto peligro de que se nos acuse de exagerar indebida-
mente la importancia de este pequeño grupo de hombres, en realidad aún no
hemos indagado su influencia en toda su amplitud. El hecho de haber inspi-
rado prácticamente a todos los movimientos socialistas53 durante los últimos

52. Sobre los elementos sansimonianos en la doctrina de Proudhon, véase en especial K. Diehl,
Proudhon (1888-96), vol. 3, pp. 159, 176, 280. [El impresor y anarquista francés Pierre-Joseph
Proudhon (1809-1865) respondió a la pregunta que había formulado el título de su obra más famo-
sa, ¿Qué es la propiedad? (1840) con «la propiedad es un robo». A pesar de que en la obra de Diehl
se hace referencia en bastantes partes a Saint-Simon, incluido el capítulo sobre la filosofía social de
Proudhon, la página que proporciona Hayek para comprobar esta referencia no coincide. – Ed.].
53. Pudo haber también una influencia directa sobre el primitivo socialismo inglés. Al menos
una de las cartas de T. Hodgkin, escrita en 1820, poco después de su regreso de Francia, muestra claras
trazas de influencia de las ideas sansimonianas. Véase E. Halévy, Thomas Hodgkin (París, 1903), pp.
58-59. Debo esta referencia al Dr. W. Stark. [Thomas Hodgskin (1787-1869), oficial de marina, perio-
dista y conferenciante inglés, usó la teoría del valor del trabajo de Ricardo para criticar la apropia-
ción por parte de los capitalistas del valor producido por los trabajadores en Labour Defended against
the Claims of Capital (1825). Como Karl Marx citaba con frecuencia este panfleto, a Hodgskin se le
solía considerar un socialista ricardiano. Sin embargo, en otras obras defendía el libre comercio y criti-
caba la intervención del Estado, lo que llevaba a algunos a identificarlo como un anarquista indivi-
dualista. Véase George Smith, «Thomas Hodgskin (1787-1869)», en The Encyclopedia of Libertarianism,
ed. Ronald Hamowy (Thousand Oaks, CA: SAGE, 2008), pp. 227-228. Werner Stark (1909-1985),
historiador del pensamiento económico, menciona algunas de las deudas de Hodgskin para con Saint-
Simon en su obra «The End of Classical Economics, or Liberalism and Socialism at the Crossroads»,
en The Ideal Foundations of Economic Thought: Three Essays on the Philosophy of Economics (Lon-
dres: Kegan Paul, Trench, Trübner and Co., 1943), pp. 61, 80. – Ed.].

354
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

cien años debería bastar para asegurarles un lugar importante en la historia.


La influencia que ejercieron Saint-Simon sobre el estudio de los problemas
sociales a través de Comte y Thierry, y los sansimonianos a través de Quetelet
y de Le Play no fue menos importante, y de ella volveremos a ocuparnos. Una
reseña completa de la difusión de sus ideas por toda Europa debería consi-
derar atentamente la profunda influencia que ejercieron en Italia sobre G.
Mazzini,54 sobre el movimiento de la Joven Italia en su conjunto, sobre Silvio
Pellico, Gioberti, Garibaldi y otros,55 así como sus efectos sobre algunas otras
figuras tales como A. Strindberg en Suecia,56 A. Herzen en Rusia,57 y otros

54. Mazzini estuvo en los años entre 1830 y 1835, particularmente durante su exilio en Francia,
en estrecho contacto con los sansimonianos P. Leroux y J. Reynaud, lo cual se refleja en su obra. Sobre
el particular, véase G. Salvemini, Mazzini (en G. d’Acandia, La Giovane Europa) (Roma 1915),
passim; O. Vossler, Mazzini’s politisches Denken und Wollen, supl. n.º 11, Historische Zeitung (Mu-
nich, 1927), pp. 42-52; y B. Croce, History of Europe, pp. 118, 142. Sobre la posterior actitud crítica
de Mazzini respecto al sansimonismo, véase su «Thoughts on Democracy», en Joseph Mazzini, A
Memoir by E.A. V[enturi] (Londres, 1875), esp. pp. 205-17. [El nacionalista y revolucionario italiano
a jornada completa, Giuseppe Mazzini (1805-1872), era miembro de los Carbonarios, fundador en
exilio en Marsella de Italia Joven (un movimiento que ayudó a que surgieran grupos similares en
Alemania y Polonia) y líder del movimiento Risorgimento, cuyo fin era conseguir una Italia inde-
pendiente y unificada. – Ed.].
55. Véase G. Weill, «Le Saint-Simonisme hors de France», Revue d’histoire économique et
sociale 9 (1921): 109, y O. Vossler, op. cit., p. 44. [El autor y dramaturgo italiano Silvio Pellico (1788-
1854) pasó la mayor parte de la década de 1820 en prisión, bajo sospecha de haber sido miembro de
los Carbonarios. Se dice que el diario que escribió durante su encarcelamiento, Le mie Prigioni (Mis
prisiones), causó mucho más daño a la causa de la dominación austriaca de Italia que cualquier vic-
toria en el campo de batalla. Vincenzo Gioberty (1801-1852) fue un nacionalista, aventurero y revo-
lucionario italiano que entabló una larga lucha para expulsar a los extranjeros de Italia, que estaría
unida bajo un solo gobierno. Su mayor éxito fue la liberación de Sicilia y Nápoles con sus «mil cami-
sas rojas» en 1860. – Ed.].
56. Véase N. Mehlin [Melin], «Auguste Strindberg», Revue de Paris, vol. 16 [19], 1912, p. 857.
[La mayoría de las obras del dramaturgo, novelista y poeta sueco, Johan August Strindberg (1849-
1912) eran tragedias que se centraban en dificultar los papeles de género en la institución del matri-
monio en la sociedad burguesa. – Ed.].
57. Véase A. Herzen, Le monde Russe et la révolution (París, 1860-62), vol. 6, pp. 95 y ss. [El
debate sobre el sansimonismo se encuentra en el primer volumen, capítulo 6, pp. 235-241 de las memo-
rias, de tres volúmenes, del escritor político y activista ruso Alexander Herzen (1812-1870). En el
capítulo 6 trata sus días de universidad, y en la p. 238 escribió: «Le saint-simonisme forma le fond

355
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en España y Sudamérica.58 No podemos detenernos aquí a considerar los


frecuentes casos de hombres que se consagraron a los ideales sansimonia-
nos como el industrial, sociólogo y filántropo belga Ernest Solvay,59 o como
los neosansimonianos que en la Francia de la primera posguerra publicaron
un nuevo Producteur.60 Tales rebrotes, conscientes o inconscientes, los en-
contramos a lo largo de los últimos cien años.61
Existe, sin embargo, una influencia directa de la doctrina sansimoniana
que exige particular consideración: los fundadores del socialismo moder-
no contribuyeron mucho a dar su peculiar forma al capitalismo continental.
El «capitalismo monopólico» o «capitalismo financiero», que se desarrolló
a través de la estrecha conexión entre la banca y la industria (complejos in-
dustriales organizados por bancos en calidad de grandes accionistas de las

de nos croyances, et il en compose toujours la partie essentielle»; que se traduce como: «El sansimo-
nismo ha proporcionado la base de nuestras creencias, y siempre ha compuesto su parte esencial».
Herzen, exiliado durante un tiempo en el campo debido a sus opiniones antizaristas, huyó a París
cuando estalló la Revolución de 1848, pero pronto se vio castigado por el resultado. Una vez se mudó
a Londres, en las décadas de 1850 y 1860 estableció la Free Russian Press (dedicada a imprimir y en-
viar a Rusia las obras rusas censuradas), la revista literaria Polar Star y la revista Bell, que propor-
cionaba críticas políticas contra el zar, la burocracia rusa y otras instituciones sociales, tales como la
servidumbre. – Ed.].
58. Véase G. Weill, op. cit., y J.F. Normano, «Saint-Simonian America», Social Forces 9 [11] (octu-
bre de 1932).
59. Véase Ernest Solvay, A propos de Saint-Simonisme (Principes libérosocialistes d’action sociale).
Projet de lettre au journal Le peuple, 1903 (impreso en 1916). Véase P. Héger y C. Lefebvre, Vie d’Ernest
Solvay (Bruselas, 1929), pp. 77, 150. [La primera entrada más bien oscura en esta nota está extraída
de una lista de las publicaciones de Solvay en el libro de Héger y Lefebure. Ellos afirman que la carta
nunca se envió a Le Peuple, pero que su texto sí que se publicó en marzo de 1916. Para más detalles
sobre Solvay, véase el capítulo 5, nota 12. – Ed.].
60. El Producteur de posguerra se publicó en París a partir de 1919 por un grupo integrado por
G. Darquet, G. Gros, H. Clouard, M. Leroy y F. Delaisi. Sobre este véase M. Bourbonnais, Les Néo-
Saint-Simoniens et la vie sociale d’aujourd’hui (París, 1923).
61. Véase también G.J. Gignoux, «L’industrialisme de Saint-Simon à Walter Rathenau», Revue
d’histoire des doctrines économiques et sociales (1923), y G. Salomon, «Die Saint-Simonisten»,
Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft 82 (1927): 550-76. Sobre la influencia de las ideas
sansimonianas sobre la concepción de las teorías corporativistas del fascismo, véase Hans Reupke,
Unternehmer und Arbeiter in der faschistischen Wirtschaftsidee (Berlín 1931), pp. 14, 18, 22, 29-30,
40.

356
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

empresas integrantes), el rápido desarrollo de las sociedades anónimas y las


grandes empresas ferroviarias son en gran parte creaciones sansimonianas.
La historia de este proceso es sobre todo la del banco tipo Crédit mobilier,
una mezcla de institución de depósito y de inversión que fue originariamente
creada en Francia por los hermanos Pereire e imitada luego, bajo su personal
inspiración o por otros sansimonianos, en casi todos los países del continente
europeo.62 Podría decirse que los sansimonianos, tras fracasar en sus inten-
tos de realizar las reformas deseadas por medio del movimiento político y ha-
biendo alcanzado, con el pasar de los años, una relevancia mundial, emprendie-
ron la tarea de transformar el sistema capitalista desde dentro con la aplicación
práctica de todas sus doctrinas en la mayor medida posible a través de su es-
fuerzo individual. Y no puede negarse que consiguieron cambiar la estructu-
ra económica de los países continentales en algo totalmente distinto del tipo
inglés de capitalismo competitivo. Aunque el Crédit mobilier de los herma-
nos Pereire acabó fracasando, él y sus complejos industriales se convirtieron
en el modelo según el cual se desarrolló, en buena parte por iniciativa de otros
sansimonianos, la estructura bancaria y capitalista en la mayor parte de los paí-
ses de Europa. El objetivo que los hermanos Pereire se proponían alcanzar
con su Crédit mobilier era precisamente crear un centro de administración
y control que debía dirigir, según un plan coherente, los sistemas ferrovia-
rios, la planificación urbanística, las distintas empresas de servicios públi-
cos y otras industrias que, practicando sistemáticamente la política de fusio-
nes, aspiraban a concentrar en unas pocas grandes empresas.63 En Alemania,

62. [Para más información sobre los hermanos Pereire, véase el capítulo 14, nota 15. – Ed.].
63. Véase Johann Plenge, Gründung und Geschichte des Crédit Mobilier (Tubinga, 1903), esp.
pp. 79 y ss., y el pasaje citado en p. 139 del Informe Anual del Crédit mobilier para 1854: «Cuando
nos interesamos por una rama de la industria, queremos ante todo promover su desarrollo no por la
vía de la competencia, sino por la vía de la asociación y la fusión, por el empleo más económico de
las energías y no por su oposición y su destrucción recíproca.»
No tenemos aquí espacio para discutir las teorías sansimonianas sobre el crédito en manos de los
Pereire y tenemos que referirnos a este respecto a J.B. Vergeot, Le crédit comme stimulant et régula-
teur de l’industrie, la conception Saint-Simonienne, ses réalisations, etc. (París, 1918), y K. Moldenhauer,
Kreditpolitik und Gesellschaftsreform (Jena, 1932). Pero acaso debamos mencionar que los Pereire,
tras adquirir la Banque de Savoy con su privilegio de emisión de billetes, a fin de poder aplicar sus
teorías, se convirtieron en ardientes defensores de la «banca libre», motivando la gran controversia

357
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

G. Mevissen y A. Oppenheim, que al principio recibieron la influencia sansi-


moniana, siguieron las mismas pautas en la creación del Darmstaedter Bank
y otras iniciativas bancarias.64 En Holanda, otros sansimonianos trabajaron
en la misma dirección,65 y en Austria,66 Italia, Suiza y España,67 los Pareire
o sus sociedades filiales o asociadas crearon instituciones análogas. Lo que
se conoce como el tipo «alemán» de banca, con su estrecha relación con la
industria y todo el sistema de Effektencapitalismus, como se le ha llamado,
es esencialmente la realización de los planes sansimonianos.68 Este desarro-
llo estuvo estrechamente ligado a otra actividad predilecta de los sansimo-
nianos en los años siguientes, la construcción de ferrocarriles,69 y su inte-
rés por las obras públicas de todo tipo,70 que, andando el tiempo, se convirtió
en su interés principal. Así como Enfantin organizó el sistema ferroviario
París-Lyon-Mediterráneo, los Pareire construyeron ferrocarriles en Austria,
Suiza, España y Rusia y P. Talabot en Italia, empleando como ingenieros sobre

entre las escuelas de la «banca libre» y la «banca central» que causó furor en Francia en y después de
1864. Sobre esto, V.C. Smith, The Rationale of Central Banking (Londres, 1936), pp. 33 y ss.
64. Véase J. Hansen, G. v. Mevisen (Berlín, 1906), vol. 1, pp. 60, 606, 644-46, 655, y W. Daebritz,
Gründung und Anfänge der Discontogesellschaft Berlin (Munich, 1931), pp. 34-36. [Los financieros
alemanes Gustav von Mevissen (1815-1899) y Abraham Oppenheim (1804-1878) eran socios en el
Darmstädter National Bank, sobre el que Rondo Cameron escribió lo siguiente: «La inspiración, la
idea, la mayoría del capital y una gran parte de la experiencia práctica tanto en la promoción como
en la organización de sus operaciones surgen del Crédit Mobilier». Véase Rondo Cameron, France
and the Economic Development of Europe: 1800-1914 (Princeton: Princeton University Press, 1961),
pp. 150-151. – Ed.].
65. Véase H.M. Hirschfeld, «Le Saint-Simonisme dans les Pays-Bas: Le Crédit mobilier Néer-
landais», Revue d’economie politique (1923), pp. 364-74.
66. Véase F.G. Steiner, Die Entwicklung des Mobilbankwesens in Österreich von den Anfängen
bis zur Krise von 1873 (Viena, 1913), pp. 38-78.
67. Véase H.M. Hirschfeld, «Der Crédit Mobilier Gedanke mit besondere Berücksichtigung
seines Einflusses in den Niederlanden», Zeitschrift für Volkswirtschaft und Sozialpolitik, s.f. vol. 3
(1923): 438-65.
68. Véase G.v. Schulze-Gaevernitz, Die deutsche Kreditbank (Grundriss der Sozialökonomik V/2)
1915), p. 146.
69. Véase M. Wallon, Les Saint-Simoniens et les chemins de fer (París, 1908), y H.R. D’Allemagne,
Prosper Enfantin et les grandes entreprises du XIX siècle (París, 1935).
70. Véase Vues politiques et pratiques sur les travaux publiques en France, publicado en 1832
por cuatro ingenieros sansimonianos, G. Lamé, B.P.E. Clapeyron, y S. y E. Flachat.

358
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

el terreno a otros sansimonianos para la ejecución de sus directrices.71 En-


fantin, pasando revista en edad avanzada a las obras de los sansimonianos,
llevaba razón cuando decía que estos «habían cubierto la tierra con una red
de ferrocarriles, oro, plata y electricidad».72
Si con sus ambiciosos planes de organización industrial no consiguieron
crear grandes cárteles, como ocurrió luego con la intervención de los gobier-
nos en el proceso de cartelización, ello se debió en buena parte a la política de
mercado libre en que Francia se embarcó y cuyos defensores fueron algunos
viejos sansimonianos, especialmente M. Chevalier, pero también los Pereire.73
Pero ya entonces otros del mismo círculo, particularmente Pecqueur,74 ejer-
cían presiones en la dirección opuesta, como su amigo Friedrich List en Ale-
mania. Sin embargo, no triunfaron en su intento hasta que otra rama del mis-
mo tronco, positivista o «historicista», consiguió realmente desacreditar la
economía política «ortodoxa». En todo caso, los argumentos que luego se em-
plearon para justificar la adopción de una política favorable a la extensión de
los cárteles habían sido ya elaborados por los sansimonianos.
Por más que se extendiera su influencia práctica, su punto máximo lo
alcanzó en Francia durante el Segundo Imperio. Durante este periodo no solo
contaron con el apoyo de la prensa, dado que algunos de los periodistas más
importantes eran ex sansimonianos;75 pero el hecho más destacado fue que
el propio Napoleón III había recibido una influencia tan profunda de las

71. [El politécnico Paulin Talabot (1799-1885) fue dueño de una fundición y magnate del ferro-
carril. Además de dirigir numerosos proyectos ingenieros y ferroviarios en el sur de Francia, propor-
cionó los planes para desarrollar las instalaciones del puerto de Trieste; también participó en la cons-
trucción del ferrocarril Lombard-Venecia y en el de Italia central. – Ed.].
72. Citado en G. Pinet, Ecrivains et penseurs polytechniciens (París, 1887), p. 165.
73. [Para más información sobre Chevalier, véase el capítulo 14, nota 17; sobre los hermanos
Pereire, véase el capítulo 14, nota 15. – Ed.].
74. Véase C. Pecqueur, Economie sociale: des intérêts du commerce, de l’industrie et de l’agri-
culture, et de la civilisation en général, sous l’influence des applications de la vapeur (París, 1838).
[Para más información sobre Pecqueur, véase el capítulo 14, nota 62. – Ed.].
75. En particular, Jourdan, íntimo amigo de Enfantin, y Guérault [Guéroult]. Sobre el último,
véase Sainte-Beuve, Nouveaux Lundis, 4; y sobre la relación del propio Saint-Beuve con el sansimonis-
mo, M. Leroy, «Le Saint-Simonisme de Sainte-Beuve», Zeitschrift für Sozialwissenschaft 7 (1938): 132-
47. [Hayek se refiere a los periodistas franceses Louis Jourdan (1810-1881), quien colaboró con Enfantin
en la creación de la revista L’Algerie, y Adolphe Guéroult (1810-1872), quien escribió artículos para

359
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

ideas sansimonianas, que Sainte-Beuve le definió «un sansimoniano a ca-


ballo».76 Mantuvo relaciones amistosas con algunos de sus miembros e in-
cluso compartió algunas de sus ideas en el manifiesto programático Idées
Napoléoniennes y algunos otros panfletos.77 No es, pues, extraño que los años
del Segundo Imperio fueran el periodo áureo de las réalisations sansimonia-
nas. Tan íntimamente estaban asociados con el régimen, que el fin de este sig-
nificó también, más o menos, el fin de su influencia directa en Francia.78
Si a esta influencia sobre el Segundo Imperio añadimos el hecho de que
las ideas y la política social de Bismarck procedían en gran medida de Lassalle
y por tanto, a través de Louis Blanc, Lorenz von Stein y Rodbertus, de Saint-
Simon,79 y que la teoría del soziale Königstum y del socialismo de Estado,
que guiaron la ejecución de esa política, puede retrotraerse, a través de Lorenz
von Stein, Rodbertus y otros, a la misma fuente,80 empezamos a calibrar la
medida de su influencia en el siglo XIX. Aun cuando esta influencia fue mitiga-
da por otras que en cierto modo se movían en la misma dirección, la afirma-
ción del alemán K. Grün, con la que podemos cerrar esta reseña, no parece
en modo alguno que exagere su importancia: «El sansimonismo —escribía
en 1845— es como una vaina que se ha abierto y cuyas semillas se han

Le Globe y, más tarde, se convirtió en el fundador del periódico político L’Opinion nationale. Jourdan
era, en realidad, un «amigo íntimo»; Enfantin era el padre de un hijo de la mujer de Jourdan. Jourdan
y su mujer criaron al niño, y lo llamaron Prosper, por Enfantin. El crítico literario Charles-Augustin
Sainte-Beuve (1804-1869) también escribió para Le Globe tanto en sus días de liberal como tras su
conversión al sansimonismo con Leroux, aunque más adelante negó cualquier tipo de influencia sansi-
moniana. Hayek hace referencia a su reseña de la obra de Guéroult, Études de politique et de philosophie
religeuse (1863). – Ed.].
76. Véase A. Guerard, Napoleon III (Cambridge, Mass.: Harvard Universty Press, 1943), p. 215,
donde se califica esta descripción de Napoleón III de «particularmente esmerada»; y H.N. Boon, Rêve
et réalité dans l’oeuvre économique et sociale (La Haya, 1936).
77. Des Idées Napoléoniennes (1839), L’idée Napoléonienne (1840), y De l’extinction du paupé-
risme (1844).
78. Sobre toda esta fase de sus actividades, véase G. Weill, «Les Saint-Simoniens sous Napoleon
III», Revue des études Napoleoniennes (mayo de 1931 [1913]): 391-406.
79. Véase E. Halévy, «La doctrine économique Saint-Simonienne», en L’ere des tyrannies (París,
1938), p. 91. [Véase Halévy, The Era of Tyrannies, p. 101. – Ed.].
80. Véase L. Brentano, «Die gewerbliche Arbeitsfrage», en Schonberg, Handbuch der politischen
Ökonomie (1882), pp. 935 y ss.

360
L A I N F L U E N C I A S A N S I M O N I A NA

dispersado; pero estas encontraron por doquier el terreno adecuado para ger-
minar y crecer una tras otra.» Y en la enumeración que hace de los diferen-
tes movimientos que de este modo fueron fecundados, hallamos por prime-
ra vez el término «socialismo científico»81 aplicado a la obra de Saint-Simon,
que «consagró toda su vida a la búsqueda de la nueva ciencia».

81. K. Grün, Die soziale Bewegung in Frankreich und Belgien (1845), p. 182 [82]. Es interesante
comparar esta afirmación con una nota manuscrita de Lord Acton (Cambridge, University Library,
Acton 5487), en la que, a propósito de Bazard, dice Acton: «Un sistema es algo cerrado en sí mismo.
Son los fragmentos aislados de su disolución los que fructifican.» Véase también J.S. Mill, Principles
of Political Economy, 2.ª ed. (1849), vol. 1, p. 250: el sansimonismo, «durante los pocos años de su
vigencia pública, ha esparcido las semillas de casi todas las tendencias socialistas que desde entonces
se han venido difundiendo ampliamente en Francia»; y W. Roscher, Geschichte der Nationalökonomik
in Deutschland (1874), p. 845: «No puede negarse que estos escritores (Bazard, Enfantin, Comte,
Considérant), en lo que respecta a su influencia práctica sobre su tiempo, no pueden compararse en
modo alguno con los representantes socialistas actuales, los cuales por lo demás son con mucho in-
feriores a ellos también en el plano científico. En la literatura socialista más reciente son más bien es-
casas las ideas importantes que no hayan sido ya enunciadas por los franceses, y por añadidura en una
forma mucho más aguda y adecuada.»

361
16
SOCIOLOGÍA:
COMTE Y SUS SUCESORES

Ocho años después del primer Système de politique positive1 empezó a pu-
blicarse la obra de Comte a la que principalmente debe su fama. El Cours
de philosophie positive, versión literaria de la serie de lecciones que empezó
a impartir en 1826 y que luego, tras su recuperación de la enfermedad men-
tal, reanudó en 1829, ocupa seis volúmenes, que aparecieron entre 1830 y
1842.2 Al dedicar los mejores años de su madurez a esta labor teórica, Comte

1. Publicado originariamente en 1822 bajo el título Plan des travaux nécessaires pour réorga-
niser la société y publicado posteriormente, en 1824, con el título indicado en el texto. [Comte reim-
primió su ensayo de 1822 en un apéndice al cuarto volumen de Système de politique positive. Para
leer la traducción al inglés, véase «Plan of the Scientific Operations Necessary for Reorganising Society»,
en Auguste Comte, System of Positive Polity, traducido por John Henry Bridges, Frederic Harrison,
Edward Spencer Beesly, Richard Congreve y Henry Dix Hutton (Londres: Longmans, Green, and Co.,
1875-1877; reimpresión, Nueva York: Burt Franklin, 1968), vol. 4, pp. 527-589. – Ed.].
2. Para las referencias al Cours hemos seguido la paginación de la segunda edición, editada por
Littré (París, 1864), idéntica a la de la tercera y cuarta ediciones, pero no a la de la primera y la quinta.
Las citas en inglés las he tomado, cuando ha sido posible, de la admirable versión condensada inglesa
de Miss Martineau (The Positive Philosophy of Auguste Comte, freely translated and condensed by
Harriet Martineau, 3.ª ed., 2 vols. [Londres 1893]). Para las referencias a esta edición emplearé las
iniciales PP, para distinguirla de la original francesa, citada como Cours.
Aunque la coincidencia exacta de las fechas sea meramente incidental, conviene sin embargo se-
ñalar que el año 1842, en el que se publicó el volumen final del Cours y que, por consiguiente, para
nosotros cierra la «fase francesa» de la corriente de pensamiento de que aquí nos hemos ocupado, es
también el año en el que mejor que en ningún otro puede fecharse el arranque de la «fase alemana»
de la misma corriente, de la que esperamos poder ocuparnos en otra ocasión. En 1842 se publicaron
el libro Sozialismus und Komunismus in heutige Frankreich de Lorenz von Stein y la primera obra

362
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

permaneció fiel a la convicción que le había llevado a romper con Saint-Simon


de que la reorganización política de la sociedad solo podía llevarse a cabo tras
la fundamentación espiritual realizada por la reorganización de todo el sa-
ber.3 Pero nunca perdió de vista el objetivo político. Su principal obra filosó-
fica fue oportunamente seguida del definitivo Système de politique positive
(4 volúmenes, 1851-54), que, a pesar de sus extrañas divagaciones, es una reali-
zación coherente de sus planes juveniles. Y si su muerte, ocurrida en 1857,
no lo hubiera impedido, le habría seguido una tercera parte del plan original,
un tratado igualmente elaborado sobre la tecnología o «la acción del hombre
sobre la naturaleza».4
No voy a ofrecer aquí, obviamente, un resumen de toda la filosofía de
Comte o de su evolución. Nos ocuparemos solo del nacimiento de la nueva
disciplina que Saint-Simon y el joven Comte habían imaginado y que las
obras de madurez del último hicieron realidad. Ahora bien, puesto que toda
la obra de Comte está dirigida a este fin, esta no es restricción suficiente de
nuestra tarea. Deberemos limitarnos a considerar aquellos aspectos de su in-
mensa obra que, por su influencia sobre otros destacados pensadores de su
tiempo, o por ser particularmente representativos de las tendencias intelec-
tuales de la época, tienen especial significación. Estos aspectos se refieren
principalmente a los métodos apropiados para el estudio de los fenómenos
sociales, un tema que se trata extensamente en el Cours. Acaso convenga pre-
cisar que nos limitaremos al análisis del contenido de esta obra porque los

de Rodbertus Zur Erkenntnis unserer staatswirtsachaftlichen Zustände, mientras Marx enviaba sus
primeros ensayos al editor. El año anterior había publicado Friedrich List su Nationale System der
Politischen Ökonomie, y Ludwig Feuerbach su Wesen des Christentums. El siguiente año apareció
Grundriss zu Vorlesungen über die Staatswirtschaft nach historischer Methode de W. Roscher. El
especial significado de esta fecha en la historia intelectual alemana lo expone muy bien H. Freund
en Soziologie und Sozialismus: Ein Beitrag zur Geschichte der deutschen Sozialtheorie um 1842
(Würzburg 1934).
3. Cours, vol. 2, p. 438.
4. [Esta parte fue trazada por Comte en el ensayo de 1822 que Hayek menciona anteriormente.
Véase «Plan of the Scientific Operations Necessary for Reorganising Society», p. 550, donde Comte
promete «una exposición general de la acción colectiva que todos los hombres civilizados, en el actual
estado de su conocimiento, pueden ejercer sobre la naturaleza para así modificarla en su propio bene-
ficio». – Ed.].

363
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

temas que nos interesan se tratan en la misma, pero que no compartimos


en absoluto la idea, muy difundida en el pasado, de la existencia de una frac-
tura de fondo entre este libro y la posterior obra de Comte, fractura que se
debería al agravamiento del estado patológico de su mente.5
Recordemos aquí algunos otros hechos de la vida de Comte que podrán
ayudarnos a comprender sus concepciones y la amplitud y límites de su in-
fluencia. El aspecto más importante de su carrera tal vez sea el hecho de
que, habiéndose formado como matemático, permaneció como tal profe-
sionalmente. Aunque durante la mayor parte de su vida recibió sus ingre-
sos de su actividad como instructor y examinador de matemáticas en la École
polytechnique, siempre se le negó el nombramiento como profesor, al que
aspiraba en dicha institución. Las repetidas decepciones y las querellas pro-
ducidas por sus recriminaciones, que acabaron confinándole en la modesta
posición en que se encontró, explican en cierta medida su creciente aislamien-
to, su declarado desprecio por la mayor parte de los científicos de su tiempo,
y la casi completa indiferencia de que su obra fue objeto en su propio país
durante su vida. Aunque al final se encontró con un puñado de discípulos en-
tusiastas, no es difícil comprender por qué en general a muchos les resulta-
ba una persona poco atractiva, y cuya actitud intelectual alejó con frecuencia
a los que más tenían en común con él.6 El hombre que se gloriaba de haber
asimilado en unos años de su juventud todo el saber sobre el que habría po-
dido construir una sistematización grandiosa de todas las ciencias humanas
y que, durante gran parte de su vida, practicó una especie de «higiene cere-
bral» consistente en no leer ninguna nueva publicación, no era ciertamente

5. La idea de la unidad esencial del pensamiento de Comte, que siempre tuvo sus defensores,
desde las investigaciones de G. Dumas (Psychologie de deux messies positivistes [París, 1905]) ha
sido aceptada por prácticamente todos los autores franceses que se ocupan de estos problemas. Sobre
el tema véase la reseña de H. Gouhier en La jeunesse d’Auguste Comte, vol. 1 (París, 1933), pp. 18-
29, y las dos obras de P. Dicassé, Méthode et intuition chez Auguste Comte y Essai sur l’origine intui-
tive du positivisme (ambas París, 1939).
6. Véase la interesante declaración de H.G. Wells en su Experiment in Autobiography (Londres
1934), p. 658: «Probablemente soy injusto con Comte y debo de mala gana reconocerle una especie
de prioridad en la formulación de la moderna concepción del mundo. Pero hacia él, lo mismo que hacia
Marx, siento una auténtica antipatía personal.» [Para más información sobre Wells, véase el capítulo
10, nota 7. – Ed.].

364
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

un tipo que pudiera ser fácilmente aceptado como el praeceptor mundi et


universae scientiae que para sí reclamaba. La excesiva extensión y proliji-
dad y el pesado estilo de sus obras de madurez constituyeron un ulterior
obstáculo a su popularidad. Pero si esto redujo el número de quienes tuvie-
ron un conocimiento directo de su obra, quedó compensado por el profundo
efecto que tuvo sobre algunos de los pensadores más influyentes de la épo-
ca. Aunque en gran medida indirecta, su influencia fue una de las más deci-
sivas en el siglo XIX, al menos en lo que respecta al estudio de los fenómenos
sociales.

II

Toda la filosofía de Comte descansa, desde luego, en la célebre ley de los tres
estadios que ya encontramos en sus primeros ensayos. Esta ley es la que de-
termina toda su tarea: las ciencias más simples, como la física, la química y
la biología, han alcanzado ya el estadio positivo, y a Comte le estaba reser-
vado hacer lo mismo con la ciencia suprema de la humanidad, y de este modo
llevar a su culminación el desarrollo de la mente humana. La insistencia con
que el propio Comte y más aún sus intérpretes subrayaron los tres estadios
diferentes puede fácilmente inducir a engaño. En efecto, el contraste funda-
mental es el que existe entre, por una parte, los estadios teológico y metafí-
sico (este último no es más que una «modificación»7 del primero) y, por otra,
el estadio positivo. El verdadero problema es la continua y gradual emanci-
pación de la interpretación antropomórfica de todos los fenómenos8 que las
distintas ciencias consiguen completamente solo cuando alcanzan el estadio
positivo. El estadio metafísico no es sino la fase de disolución del estadio teo-
lógico, la fase crítica en que el hombre ha abandonado la visión burdamente
personalista, que ve espíritus y deidades por doquier, pero se ha limitado a
sustituirlos por entidades o esencias abstractas que tan escaso espacio tienen
en una concepción verdaderamente positiva de la ciencia. En la fase positiva

7. Véase Cours, vol. 1, p. 9.: «El estado metafísico, que en el fondo no es más que una simple mo-
dificación general del primero.» Véase también vol. 4, p. 213.
8. L. Lévy Brühl, La philosophie d’Auguste Comte, 4.ª ed. (París, 1921), p. 42, y Cours, vol. 5, p. 25.

365
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

se abandona todo intento de explicación de los fenómenos por causas o enun-


ciados del «modo de producción»;9 tiende a conectar directamente los fe-
nómenos mediante reglas sobre la coexistencia o secuencia o, para emplear
una expresión moderna que Comte no empleó, a «describir» simplemente
sus interrelaciones mediante leyes generales e invariables.10 En otras pala-
bras, puesto que los hábitos mentales que el hombre ha adquirido interpre-
tando sus propias acciones habrían impedido durante mucho tiempo el estu-
dio de la naturaleza, y este último solo puede progresar realmente en la medida
en que poco a poco consigue liberarse de estos hábitos mentales, el camino
a seguir en el estudio del hombre debe ser el mismo: hay que dejar de consi-
derar al hombre antropomórficamente y tratarle como si de él solo conocié-
ramos lo poco que conocemos de la naturaleza externa. Aunque Comte no
lo diga así y en tan escuetas palabras, en esencia eso es lo que dice, y por lo
tanto no puede menos de extrañarnos el que no se percatara del carácter pa-
radójico de esta conclusión.11

9. Cours, vol. 2, p. 312, y vol. 4, p. 469.


10. [El hecho de que las teorías científicas solo «describen» los fenómenos era un principio bá-
sico del operacionismo, una postura asociada al físico Percy Bridgman, cuya obra cita Hayek en el ca-
pítulo 1, nota 11. Puede que la influencia de Bridgman en economía sea más evidente en los escritos
metodológicos de Paul Samuelson, quien, en respuesta a Fritz Machlup, dijo que «los científicos nun-
ca “explican” el comportamiento mediante la teoría o cualquier otra forma. Toda descripción reem-
plazada por una “explicación más profunda”, tras examinarla detenidamente, parece haber sido reem-
plazada por otra descripción más». Paul Samuelson, «Theory and Realism: A Reply», American
Economic Review, vol. 5, septiembre de 1964, p. 737. – Ed.].
11. Ibíd., vol. 3, pp. 188-89: «El verdadero espíritu general de toda filosofía teológica o metafísi-
ca consiste en tomar por principio, en la explicación de los fenómenos del mundo exterior, nuestro
sentimiento inmediato de los fenómenos humanos; mientras que, por el contrario, la filosofía posi-
tiva se caracteriza siempre, no menos profundamente, por la necesaria y racional subordinación de
la concepción del hombre a la del mundo. Sea cual fuere la incompatibilidad que se manifiesta, por
tantos motivos, entre estas dos filosofías, para el conjunto de su desarrollo sucesivo, la misma no tiene,
en efecto, otro origen esencial, ni otra base permanente, que esta simple diferencia de orden entre
dos nociones igualmente indispensables. Al hacer predominar —como efectivamente ha tenido que
hacer el espíritu humano al principio— la consideración del hombre sobre la del mundo, se ve inevi-
tablemente conducido a atribuir todos los fenómenos a voluntades correspondientes, primero natu-
rales, y luego extranaturales, lo cual constituye el sistema teológico. Solo el estudio directo del mundo
exterior, por el contrario, ha podido producir y desarrollar la gran idea de las leyes de la naturaleza,

366
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

Pero que en el tratamiento positivo de los fenómenos sociales el hombre


no deba ser tratado de manera diferente a como afrontamos los fenómenos
de la naturaleza inanimada es solo una característica negativa del carácter
que ofrece la «nueva ciencia natural»12 de la sociedad. Hay que considerar
también las características positivas del método «positivo». Se trata de una
tarea mucho más difícil, ya que las afirmaciones de Comte sobre la mayor
parte de los problemas epistemológicos afectados son lamentablemente
ingenuas e insatisfactorias. La base de la concepción de Comte parece ser la
simple suposición de que «el carácter fundamental de toda filosofía positiva
consiste en considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales
invariables, cuyo descubrimiento y reducción al menor número posible es
el objetivo de todos nuestros esfuerzos».13 Toda ciencia se ocupa de hechos
observados,14 y, como precisa en un enunciado —que cita con orgullo— de
su ensayo de 1825, «toda proposición que no permite ser reducida a una
simple enunciación de hecho, especial o general, carece de sentido real o in-
teligible».15 Pero la cuestión a la que es sumamente difícil encontrar una
respuesta en la obra de Comte es saber qué significan exactamente esos «fe-
nómenos» que estarían sujetos a leyes invariables, o que él considera como
«hechos». El enunciado de que todos los fenómenos están sujetos a leyes na-
turales invariables solo tiene sentido si se nos ofrece un criterio que esta-
blezca qué acontecimientos individuales deben ser considerados como los
mismos fenómenos. Es claro que no puede significar que todo lo que apare-
ce idéntico a nuestros sentidos lo sea en realidad. La función de la ciencia

fundamento indispensable de toda filosofía positiva, y como consecuencia de su gradual y continua


extensión a fenómenos cada vez menos regulares, ha tenido que acabar aplicándose al propio estu-
dio del hombre y de la sociedad, último término de toda su generalización… El estudio positivo no
posee rasgo más característico que su tendencia espontánea e invariable a basar el estudio real del
hombre en el conocimiento previo del mundo exterior.» Véase también vol. 4, pp. 468-69.
12. Ibíd., vol. 4, p. 256.
13. Ibíd., vol. 1, p. 16; véase también vol. 2, p. 312, vol. 4, p. 230.
14. Ibíd., vol. 1, p. 12.
15. Ibíd., vol. 6, p. 600. Véase Early Essays on Social Philosophy, trad. H.D. Hutton del francés
de Auguste Comte, New Universal Library (Londres, 1911), p. 223. Puesto que puede ser de cierto in-
terés el hecho de que casi todas las ideas básicas de Comte se expusieran ya con claridad en estos Early
Essays, añadiré a veces a las referencias al Cours las relativas a los mismos.

367
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

consiste precisamente en reclasificar las impresiones de los sentidos sobre


la base de su coexistencia o sucesión con otros en orden a poder establecer re-
gularidades en el comportamiento de las unidades de referencia de la nueva
construcción. Pero esto es precisamente lo que Comte rechaza. La construc-
ción de nuevas unidades como el «éter» es decididamente un procedimiento
metafísico, y todo intento de explicar el «modo de producción» de los fenó-
menos como distinto del estudio de las leyes que ligan directamente los he-
chos observados debe ser proscrito. El acento se pone sobre el establecimien-
to de relaciones directas entre los hechos inmediatamente observados. Pero
cuáles sean estos hechos (que pueden ser «particulares» o «generales») pa-
rece que no constituye ningún problema para Comte, que afronta la cuestión
con un realismo francamente ingenuo y acrítico. Como en todo el positivis-
mo del siglo XIX,16 esta idea es extremadamente confusa.

III

La única indicación de lo que significa el término hecho tal como lo emplea


Comte podemos obtenerla de su normal asociación con el adjetivo observa-
do, teniendo en cuenta además lo que él entiende por observación. Esto es
muy importante para entender su significado en el campo que aquí nos in-
teresa, es decir el estudio de los fenómenos humanos y sociales. «La verda-
dera observación —dice— debe ser necesariamente externa al observador»
y la famosa «observación interior no es más que una vana parodia de la mis-
ma» que presupone «la situación ridículamente contradictoria de nuestra in-
teligencia que se contempla a sí misma durante el normal despliegue de su
actividad».17 Así, pues, en total coherencia con todo esto, Comte niega la po-
sibilidad de toda psicología, esa «última transformación de la teología»,18 o

16. Véase L. Grunicke, Der Begriff der Tatsache in der positivistischen Philosophie des 19.
Jahrhunderts (Halle, 1930).
17. Cours, vol. 6, pp. 402-3; véase también vol. 1, pp. 30-32: «Al identificarse, en este caso, el
órgano observado y el órgano que observa, ¿cómo podría producirse la observación?» y vol. 3, pp.
538-41. PP, vol. 2, p. 385, y vol. 1, pp. 9-10, 381-82.
18. Cours, vol. 1, p. 30.

368
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

por lo menos de todo conocimiento introspectivo de la mente humana. Solo


hay dos modos en los que los fenómenos de la mente individual pueden ser
propiamente objeto de estudio positivo: a través del estudio de los órganos
que los producen, esto es a través de la «psicología frenológica»,19 o bien, dado
que «las funciones afectivas e intelectuales» tienen la peculiar característica
de «no poder ser objeto directo de observación durante su desenvolvimento,
a través del estudio de sus resultados más o menos duraderos»20 —que parece
significar algo así como lo que hoy se entiende por método behaviorista. A
estos dos únicos modos legítimos de estudiar los fenómenos de la mente hu-
mana se añadió posteriormente, como resultado de la creación de la sociolo-
gía, el estudio de la «mente colectiva», única forma de psicología propiamen-
te dicha que se admite en el sistema positivo.
Por lo que atañe al primero de estos aspectos, solo cabe decir que es real-
mente sorprendente que también Comte cayera de una manera tan completa
bajo la influencia del fundador de la «frenología», el «célebre Gall» cuyas
«inmortales obras están irrevocablemente impresas en la mente humana»,21
de tal suerte que podemos admitir que su intento de localizar determinadas
«facultades» mentales en determinadas zonas del cerebro puede suplantar ade-
cuadamente a todas las demás formas de psicología.
El método «behaviorista» de Comte merece algo más de atención, ya que
en su forma primitiva revela de manera particularmente clara su gran debi-
lidad. Solo unas páginas después de haber confinado el estudio de la mente
individual a la observación de sus resultados «más o menos inmediatos y más
o menos duraderos», ese estudio se convierte en la observación directa de
«la serie de actos intelectuales y morales, que más bien pertenecen a la his-
toria natural propiamente dicha» y que él parece considerar como dados en
cierto sentido objetivamente y conocidos al margen de la introspección o de
cualquier otro modo distinto de la «observación externa».22 Comte, pues, no
solo admite tácitamente fenómenos intelectuales entre estos «hechos», que
deben ser tratados como cualquier hecho de la naturaleza objetivamente

19. Cours, vol. 3, p. 535.


20. Ibíd., p. 540.
21. Ibíd., pp. 533, 563, 570. [Véase el capítulo 12, nota 8, para más información sobre Gall. – Ed.].
22. [Ibíd., pp. 540 y ss. – Ed.].

369
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

observado, sino que admite también, a todos los efectos, que nuestro cono-
cimiento del hombre, que tenemos solo porque también nosotros somos
hombres y pensamos como otros hombres, es una condición indispensable
de nuestra interpretación de los fenómenos sociales. Solo puede significar
esto, cuando subraya que al tratar de vida «animal» (como distinta de la vida
meramente vegetativa, es decir de aquellos fenómenos que solo se manifies-
tan en la parte superior de la escala zoológica),23 la investigación no puede
prosperar, a menos que comencemos por «la consideración del hombre, el úni-
co ser en el que este tipo de fenómenos pueden ser directamente inteligibles».24

IV

La teoría comtiana de los tres estadios está estrechamente relacionada con


la segunda característica principal de su sistema, su clasificación, o teoría de
la «jerarquía positiva», de las ciencias. Al comienzo del Cours comparte toda-
vía la idea de los sansimonianos de la unificación de todas las ciencias me-
diante la reducción de todos los fenómenos a una sola ley, la ley de la gravi-
tación.25 Pero fue abandonando gradualmente esta creencia hasta acabar
convirtiéndola en objeto de violenta denuncia como «absurda utopía».26 Por
el contrario, las ciencias fundamentales o «teóricas» (en cuanto distintas de
sus aplicaciones concretas) se ordenan en un único orden lineal de genera-
lidad decreciente y creciente complejidad, empezando por las matemáticas
(incluida la mecánica teórica), y pasando por la astronomía, la física, la quí-
mica y la biología (que abarca todo el estudio del hombre en cuanto indivi-
duo), hasta la nueva y definitiva ciencia de la física social o sociología. Puesto

23. Ibíd., pp. 429-30, 494; PP, vol. 1, p. 354.


24. Cours., vol. 3, pp. 336-37; véase también pp. 216-17 y Early Essays, p. 219. Es interesante
notar que mientras el pasaje en la primera obra dice simplemente «La acción personal del hombre
sobre los otros seres es la única cuyo modo comprende, por el sentimiento que de ella tiene» (A. Comte,
Opuscules de la philosophie sociale, 1819-1828 [París, 1883], p. 182), en el correspondiente pasaje
del Cours (vol. 4, p. 468) se convierte en: «Sus propios actos, los únicos de los que puede creer
comprender el modo esencial de producción» (cursiva añadida).
25. Cours, vol. 1, p. 10, 44.
26. Ibíd., vol. 6, p. 601.

370
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

que cada una de estas ciencias fundamentales se «basa» en las que la prece-
den en el orden jerárquico, en el sentido de que se sirven de los resultados
de las ciencias precedentes, además de otros elementos nuevos que le son
propios, «complemento indispensable de la ley de estos tres estadios» es que
las diferentes ciencias solo puedan alcanzar el estadio positivo sucesivamente
en este «orden invariable y necesario».27 Pero como la última de estas cien-
cias tiene por objeto el desarrollo de la mente humana, y por tanto, de un
modo particular, el desenvolvimiento de la ciencia en cuanto tal, la misma
se convierte, una vez establecida, en la ciencia universal que tiende progre-
sivamente a absorber todo conocimiento en su sistema, aunque este ideal
nunca pueda alcanzarse de un modo completo.
Aquí solo nos interesa el significado de la afirmación de que la sociolo-
gía «se apoya» en los resultados de todas las demás ciencias y por lo tanto
solo puede formarse una vez que todas las demás han alcanzado el estadio
positivo. Esto nada tiene que ver con la indiscutible aseveración de que el
estudio biológico del hombre como uno de los organismos más complejos
tiene que servirse de los resultados de todas las demás ciencias naturales.
La sociología de Comte, como enseguida veremos, no trata del hombre como
entidad física sino de la evolución de la mente humana como manifesta-
ción del «organismo colectivo» que constituye humanidad en su conjunto.
Es el estudio de la organización de la sociedad y de las leyes de la evolución
de la mente humana que se supone requiere el uso de los resultados de to-
das las demás ciencias. Ahora bien, esto estaría justificado si Comte afir-
mara que el objetivo de la sociología (y aquella parte de la biología que, en
su sistema, substituye a la psicología individual) fuera explicar los fenóme-
nos mentales en términos físicos, esto es si pretendiera realmente cumplir
sus primitivos sueños de unificación de todas las ciencias sobre la base de
una única ley universal.28 Pero esto es algo que él abandonó expresamente.
Su esquema le lleva a afirmar que ninguno de los fenómenos pertenecien-
tes a las ciencias superiores de su jerarquía puede reducirse íntegramente

27. [Ibíd., pp. 654 y ss. – Ed.].


28. Véase C. Menger, Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften (Leipzig, 1883),
p. 15 [pp. 157-58], nota, donde afirma que en las ciencias sociales exactas «los individuos humanos y
sus estímulos… (véase el texto completo supra, nota 3 del capítulo 4, p. 167).

371
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

a las ciencias precedentes (o explicarse en términos de las mismas). Es im-


posible explicar los fenómenos sociológicos en términos puramente bioló-
gicos, así como, según él, será siempre imposible reducir íntegramente los
fenómenos químicos a los físicos. Puesto que siempre habrá leyes sociológi-
cas que no podrán reducirse a leyes mecánicas o biológicas, esta ruptura entre
sociología y biología no es diferente de la presunta diferencia entre química
y física.
Sin embargo, cuando Comte trata de demostrar su afirmación de que la
sociología depende de un desarrollo suficiente de las demás ciencias, fraca-
sa completamente, y los ejemplos que aduce como ilustración son bastante
infantiles. No es cierto en modo alguno que para comprender cualquier fe-
nómeno social tengamos que conocer la explicación del cambio del día en
noche y de los cambios de las estaciones «por las circunstancias de la rotación
diaria de la tierra y de sus movimientos anuales», o que «la verdadera con-
cepción de la estabilidad en la asociación humana no pudo establecerse po-
sitivamente hasta el descubrimiento de la gravitación».29 Los resultados de
las ciencias naturales pueden ser esenciales para la sociología en la medida
en que efectivamente afectan a las acciones de los hombres que se sirven de
ellos. Pero esto es cierto sea cual fuere el estado del conocimiento natural, y
no hay razón para que el sociólogo necesite conocer más de la ciencia natu-
ral que aquellos cuyas acciones trata de explicar, y por lo tanto para que el de-
sarrollo del estudio de la sociedad tenga que esperar a que las ciencias natu-
rales hayan alcanzado un determinado estadio de desarrollo.
Comte sostiene que con la aplicación del método positivo a los fenóme-
nos sociales se establece la unidad de método de todas las ciencias. Pero, al
margen de la característica general del método positivo («renunciar, como
necesariamente vana, a toda búsqueda de las causas, ya sean primarias o fi-
nales, y limitarse al estudio de las relaciones invariables que constituyen las
leyes efectivas de todos los acontecimientos observables»),30 es difícil decir
en qué consiste precisamente este método positivo. No es, desde luego, como
podría esperarse, la aplicación de métodos matemáticos. Aunque las mate-
máticas son para Comte la fuente del método positivo, el campo en que este

29. Cours, vol. 4, pp. 356-57; PP, vol. 2, p. 97.


30. Cours, vol. 6, p. 599 [pp. 598-99].

372
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

aparece primero y en su forma más pura,31 no cree sin embargo que puedan
aplicarse normalmente en las materias más complejas, ni siquiera en quími-
ca,32 y mira con desdén los intentos de aplicar la estadística a la biología,33
o el cálculo de probabilidades a los fenómenos sociales.34
Tampoco la observación, elemento común de todas las ciencias, debe reali-
zarse de la misma forma en todas ellas. A medida que las ciencias se hacen
más complejas, precisan de nuevos métodos de observación, al tiempo que
otros que son apropiados para fenómenos menos complejos dejan de ser apli-
cables. Así, mientras que en astronomía valen el método matemático y la
pura observación, en física y en química el experimento constituye una nueva
ayuda. Y dando un paso más, la biología ofrece el método comparativo y la
sociología, finalmente, el «método histórico», al tiempo que las matemáti-
cas y el experimento resultan a su vez inaplicables.35
Hay también otro aspecto de la jerarquía de las ciencias que debemos men-
cionar brevemente, dada su importancia para comprender los puntos que voy
a considerar. A medida que ascendemos en la escala de las ciencias, los fenó-
menos que tratan no solo se hacen más complejos, sino que también resultan
más susceptibles de modificación por la acción humana y al mismo tiempo
menos «perfectos» y más necesitados de mejora mediante el control humano.
Comte solo tiene desprecio para la gente que «admira la sabiduría de la natu-
raleza», y está convencido de que unos pocos ingenieros competentes para
crear organismos destinados a tareas particulares lo harían incomparable-
mente mejor que la propia naturaleza.36 Y lo mismo cabe decir del más com-
plejo, y por lo tanto el más imperfecto, de todos los fenómenos, la sociedad
humana. La paradoja de que el instrumento de la mente humana, que, según
su teoría, sería el más imperfecto de todos los fenómenos, tenga al mismo
tiempo el poder único de controlarse y perfeccionarse a sí mismo, no parece
inquietar a Comte lo más mínimo.

31. Ibíd., vol. 1, p. 122; vol. 3, p. 295.


32. Ibíd., vol. 3, p. 29.
33. Ibíd., p. 291.
34. Ibíd., vol. 4, pp. 365-67; Early Essays, pp. 193-98.
35. Cours, vol. 3, lección 40; vol. 6, p. 671. [La lección 40 se encuentra en las pp. 187-338 del volu-
men 3. – Ed.].
36. Ibíd., vol. 3, pp. 321-22.

373
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Hay un aspecto en el que Comte no solo admite sino que incluso destaca
una diferencia en el método, no solo de la sociología, sino de todas las cien-
cias orgánicas, respecto al de las ciencias inorgánicas. Sin embargo, aunque
esta ruptura se produzca entre la química y la biología, la importancia de
esta «inversión» de procedimiento, como la llama el propio Comte, resulta
aún mayor respecto a la sociología, por lo que citaremos íntegramente el pa-
saje en el que él mismo la explica refiriéndose directamente al estudio de los
fenómenos sociales. Según él,

existe necesariamente una diferencia fundamental entre la filosofía inor-


gánica en su conjunto y el conjunto de la filosofía orgánica. En el primer
caso, en el que la solidaridad entre los fenómenos, como hemos visto, es
poco pronunciada, y solo en medida muy escasa puede afectar al estudio
del objeto, hemos de vérnoslas con un sistema en el que los elementos se
conocen mejor que el todo, y de ordinario incluso son directamente obser-
vables. Por el contrario, en el segundo, cuyo principal objeto son el hombre
y la sociedad, el procedimiento contrario resulta a menudo el único racio-
nal, como otra consecuencia del mismo principio lógico, porque el conjunto
del objeto se conoce aquí mucho mejor y es accesible de manera más inme-
diata.37

Esta sorprendente afirmación de que, tratándose de fenómenos sociales,


el conjunto se conoce mejor que las partes, se presenta como un axioma in-
cuestionable sin mayores explicaciones. Se trata de un enunciado de capital
importancia para comprender la nueva ciencia de la sociología tal como fue
creada por Comte y aceptada por sus variados sucesores. Realza ulteriormen-
te su significado el hecho de que este método colectivista es característico
de la mayoría de los estudiosos que afrontaron tales fenómenos desde el que
hemos llamado «punto de vista científico».38 Pero hay que admitir que no

37. Ibíd., vol. 4, p. 258; véase también Early Essays, p. 239.


38. Esto ha sido ya notado y comentado. Véase E. Bernheim, Geschichtsforschung und Geschichts-
philosophie (Gotinga, 1880), p. 48 [pp. 48-49], y Lehrbuch der historischen Methode, 5.ª ed. (1908), ín-
dice, en la entrada «Sozialistisch-naturwissenschaftich oder kollektivistische Geschichtsauffassung».

374
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

es fácil comprender por qué tiene que ser así, y Comte no ayuda lo más mí-
nimo en este aspecto.
Una posible justificación de esta concepción, que por primera vez se ofre-
ce a una mente moderna, desempeñó un papel bastante modesto en el pen-
samiento de Comte: la idea de que los fenómenos de masa pueden mostrar
ciertas regularidades estadísticas, mientras que los elementos que los com-
ponen no parecen seguir una ley reconocible.39 Esta idea, que Quetelet,40
contemporáneo de Comte, hizo familiar, no constituye ciertamente la base
de la argumentación comtiana. Es bastante dudoso, en efecto, que Comte co-
nociera la obra de Quetelet, a parte de la indignación que mostró por el uso
que este hizo, en el subtítulo de una obra que trataba de «mera estadísti-
ca»,41 de la expresión «física social», que Comte consideraba como propie-
dad intelectual suya. Pero, aunque parece haber sido así, indirectamente,
responsable del empleo de la nueva palabra sociología,42 en substitución de
la que Comte, todavía en el cuarto volumen del Cours, seguía llamando «fí-
sica social»,43 su idea central, aunque plenamente conforme a la lógica inter-
na de la concepción general comtiana y que tan importante papel habría de
desempeñar en la sociología científica posterior, no tuvo lugar en el sistema
de Comte.
La verdadera explicación acaso debamos encontrarla en la actitud gene-
ral de Comte de tratar todos los fenómenos de que se ocupa la ciencia como
«cosas» inmediatamente dadas y en su deseo de establecer una semejanza en-
tre la biología, que es ciencia que precede inmediatamente a la sociología en
su jerarquía positiva, y la ciencia del «organismo colectivo». Y como en biolo-
gía es indiscutible que los organismos son mejor conocidos que sus partes,
lo mismo debía afirmarse respecto a la sociología.

39. Hay una vaga referencia a este aspecto en Cours, vol. 4, pp. 270-71.
40. Véase infra, pp. 387-388.
41. Cours, vol. 4, p. 15, nota 1.
42. Defourny, La philosophie positiviste, Auguste Comte (París, 1902), p. 57.
43. La palabra sociologie se introduce en el Cours, vol. 4, p. 185; lois sociologiques aparecen algu-
nas páginas antes.

375
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

VI

La exposición de la sociología de Comte, que debía constituir el cuarto vo-


lumen del Cours, ocupó de hecho tres volúmenes, cada uno de ellos conside-
rablemente mayor que cualquiera de los tres dedicados a las demás ciencias.
El cuarto volumen, publicado en 1839, contiene principalmente las consi-
deraciones generales sobre la nueva ciencia y su parte estática. Las otras dos
partes contienen una muy completa y detallada exposición de la dinámica
sociológica, o sea de aquella teoría general de la historia de la mente humana
que era el principal objetivo del esfuerzo comtiano.
La división de la materia en estática y dinámica,44 división que Comte
creía apropiada para todas las ciencias, la tomó no directamente de la mecá-
nica, sino de la biología, a la cual la había aplicado el psicólogo De Blainville,
cuya obra influyó sobre Comte en una medida solo igualada por Lagrange,
Fourier y Gall.45 La distinción, que según De Blainville corresponde en bio-
logía a la existente entre anatomía y fisiología, entre organización y vida,
corresponde en sociología a las dos consignas del positivismo, orden y pro-
greso. La sociología estática trata de las leyes de coexistencia de los fenóme-
nos sociales, mientras que la sociología dinámica trata de las leyes de suce-
sión en la necesaria evolución de la sociedad.
Pero cuando se trata de pasar a la ejecución de este plan, sucede que Comte
tiene muy poco que decir sobre la parte estática de esta ciencia. Sus disquisi-
ciones sobre el necesario consenso entre todas las partes de cualquier sistema
social, la idée mère de solidaridad, como él la llama con frecuencia, que en
los fenómenos sociales es aún más marcada que en los biológicos, no pasan
de ser simples generalizaciones, porque Comte no tiene ningún medio (o in-
tención) de establecer por qué ciertas instituciones particulares, o qué tipos
de instituciones, tienen que mantenerse juntas, y otras en cambio son entre

44. Ibíd., vol. 1, p. 29; vol. 4, pp. 230-31.


45. El Cours está dedicado a Fourier y a De Blainville, los dos únicos de los cuatros que seguían
vivos en el momento de su publicación. [Para más información sobre Fourier, véase el capítulo 11,
nota 45. Henri Marie Ducrotay de Blainville (1777-1850) fue un naturalista y físico francés. Estudió
bajo la tutela de Cuvier, y más tarde ocupó su cátedra de anatomía comparativa en el Jardin des Plantes
de París. – Ed.].

376
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

sí incompatibles. Los comentarios sobre las relaciones entre los individuos,


la familia y la sociedad, en el único capítulo dedicado a la estática social, apenas
superan el nivel de los simples lugares comunes.46 En la discusión sobre la
división del trabajo, aunque se percibe un lejano eco de Adam Smith,47 se ig-
noran completamente los factores que la regulan; y prueba palmaria de ello
es que Comte niega expresamente la posibilidad de una división del trabajo
intelectual semejante a la del trabajo material.48
Toda su estática no pasa de ser un breve esbozo de escasa importancia,
comparada con la parte dinámica de la sociología, que representa la culmi-
nación de su gran ambición. Se trata del intento de demostrar la afirmación
básica que Comte, a la joven edad de veintiséis años, había expuesto en una
carta a un amigo, en la que le prometía demostrar que «existen leyes que
gobiernan el desarrollo del género humano tan precisas como las que deter-
minan la caída de una piedra».49 La historia debe convertirse en una cien-
cia, y la esencia de toda ciencia está en ser capaz de predicción.50 De ahí que

46. Conviene señalar, pues no parece haberse indicado antes, que la distinción entre Gemeinschaft
y Gesellschaft, popularizada por el sociólogo alemán F. Tönnies, se halla ya en Comte, quien subraya
el hecho de que las «relaciones familares» no constituyen una asociación sino una unión» (Cours,
vol. 4, p. 419; PP, vol. 2, p. 116). [En Gemeinschaft und Gesellschaft (1887), Ferdinand Tönnies (1855-
1936) estableció un contraste entre la comunidad (Gemeinschaft), en la que se incluyen grupos or-
gánicos como la familia, la tribu o las órdenes religiosas, que se caracterizan por apoyar la tradición
y la solidaridad, y las metas del grupo, la sociedad (Gesellschaft), en la que se incluyen organizacio-
nes tales como clubes o agrupaciones en las que las relaciones son voluntarias, a menudo contractua-
les, y en la que los individuos fundamentalmente persiguen fines específicos y bien definidos. – Ed.].
47. La influencia de Smith se manifiesta de una forma clara y bastante sorprendente cuando Comte
pregunta: «¿Se puede concebir realmente, en el conjunto de los fenómenos naturales, un espectáculo
más maravilloso que esta convergencia regular y continua de una inmensidad de individuos, dotado
cada uno de una existencia plenamente distinta y, en cierto grado, independiente, y sin embargo todos
dispuestos sin cesar, a pesar de las diferencias más o menos discordantes de sus talentos y sobre todo
de sus caracteres, a concurrir espontáneamente, por una multitud de medios diversos, a un mismo
desarrollo general, sin que de ordinario estén concertados, y lo más frecuente sin que lo sepan la mayor
parte de ellos, que piensan que obedecen a sus impulsos personales?» (Cours, vol. 4, pp. 417-18).
48. Ibíd., p. 436; PP, vol. 2, p. 121.
49. Lettres d’Auguste Comte à M. Valat, 1815-1844 (París, 1870), pp. 138-39 (carta fechada el 8
de septiembre de 1824).
50. Cours, vol. 1, p. 51; vol. 2, p. 20; vol. 6, p. 618; Early Essays, p. 191.

377
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

la parte dinámica de la sociología deba convertirse en una filosofía de la his-


toria, como comúnmente, aunque de forma errónea, se la denomina, o en una
teoría de la historia, como hoy se sostiene con mayor exactitud. La idea que
debía inspirar en gran medida el pensamiento de la segunda mitad del siglo
XIX consistía en escribir «historia abstracta», «historia sin nombres de hom-
bres o incluso de pueblos».51 La nueva ciencia debía ofrecer el esquema teó-
rico, un orden abstracto en el que los grandes cambios de la civilización hu-
mana se sigan necesariamente unos de otros.
La base de este esquema es, naturalmente, la ley de los tres estadios, y el
principal contenido de la sociología dinámica es una elaboración detallada de
esta ley. Un curioso aspecto del sistema comtiano es que la misma ley que
se supone demuestra la necesidad de la nueva ciencia es al mismo tiempo
su principal y casi único resultado. No nos ocuparemos aquí de su detallada
elaboración; bastará decir que, en manos de Comte, la historia del hombre
se identifica en gran medida con el desarrollo de las ciencias naturales.52 Lo
único que aquí nos interesa son las implicaciones generales de la idea de una
ciencia natural que se ocupa de las leyes del desarrollo intelectual del género
humano y las conclusiones prácticas que de aquí se derivan respecto a la orga-
nización futura de la sociedad. La idea de que existen leyes inteligibles, no
solo de la mente individual, sino del desarrollo del conocimiento del géne-
ro humano en su conjunto, supone que la mente humana puede, por decirlo
así, observarse a sí misma desde un plano más elevado, y puede no solo co-
nocer su funcionamiento desde dentro sino también observarlo desde fue-
ra. Lo extraño de esta proposición, especialmente en su forma comtiana, es
que, aunque reconoce explícitamente que las interacciones entre las mentes
individuales pueden producir algo que en ciertos aspectos es superior a lo
que una mente individual es capaz de realizar, atribuye sin embargo a la mis-
ma mente individual, no solo el poder de captar este desarrollo en su conjun-
to y de descubrir el principio de su funcionamiento e incluso el curso que

51. Cours, vol. 5, p. 14; véase p. 188, donde se explica que «estas denominaciones de griego y de
romano no designan aquí esencialmente sociedades accidentales y particulares; se refieren sobre todo
a situaciones necesarias y generales, que solo podrían cualificarse abstractamente mediante locucio-
nes demasiado complicadas».
52. Ibíd., vol. 1, p. 65.

378
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

debe seguir, sino también el poder de controlarlo y dirigirlo y, por tanto, de


mejorar su incontrolado funcionamiento.
Esta convicción implica, de hecho, que los productos del proceso mental
pueden ser comprendidos globalmente mediante un proceso más simple y
menos laborioso que el normal conocimiento, y que la mente individual, con-
templando estos resultados desde fuera, puede relacionar directamente es-
tas totalidades mediante leyes que se aplican a las mismas como a entida-
des reales, y finalmente, extrapolando el desarrollo observado, conseguir una
especie de atajo para el desarrollo futuro. Esta teoría empírica del desarro-
llo de la mente colectiva es el más ingenuo y, al mismo tiempo, el más influ-
yente resultado de la aplicación del procedimiento de las ciencias naturales
a los fenómenos sociales, basado naturalmente en la ilusión de que los fe-
nómenos de la mente se dan como realidades objetivas, sujetas a la observa-
ción y al control externo, igual que los fenómenos físicos. De este plantea-
miento se sigue que nuestro conocimiento debe considerarse «relativo» y
condicionado por precisos factores —no simplemente desde el punto de vis-
ta de una hipotética mente, dotada de una organización más elevada, sino
desde nuestro propio punto de vista. De este punto de vista trata la creen-
cia de que podemos reconocer la «mutabilidad»53 de nuestra mente y de sus
leyes y que el género humano puede tomar el control de su propio desarro-
llo. Esta idea de que la mente humana puede, en cierto sentido, elevarse tirán-
dose de los pelos, ha sido una característica dominante de la mayor parte de
la sociología hasta nuestros días,54 y aquí está la raíz (o más bien una de las
raíces, la otra es Hegel) de la moderna hybris que encontró su expresión
más perfecta en la llamada sociología del conocimiento. Y el hecho de que
esta idea —la mente humana que controla su propio desarrollo— haya sido
desde sus comienzos una de las ideas dominantes de la sociología nos pro-
porciona el eslabón que la ha ligado siempre a los ideales socialistas, de tal

53. Ibíd., vol. 6, pp. 620, 622.


54. Véase las afirmaciones finales de la reciente Sociology del profesor Morris Ginsberg (Home
University Library [1934], p. 244): «El concepto de una humanidad que se auto-dirige es nuevo y
por ahora extremadamente vaga. Explicitar todas las implicaciones teóricas y, con ayuda de otras
ciencias, indagar las posibilidades de su realización, puede decirse que es el objetivo último de la so-
ciología.»

379
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

modo que en la mente popular sociológico y socialista a menudo significan


la misma cosa.55
Esta búsqueda de las «leyes generales de los continuos cambios de las
opiniones humanas»56 es lo que Comte llama «método histórico», «comple-
mento indispensable de la lógica positiva».57 Pero aunque, en parte bajo la
influencia de Comte, esto es lo que, de manera creciente, vino a significar
el método histórico en la segunda mitad del siglo XIX, no podemos menos
de señalar que, en realidad, es casi lo opuesto a lo que el planteamiento histó-
rico propiamente significa o significó para los grandes historiadores que a
principios de siglo intentaron, mediante la aplicación del método histórico,
comprender la génesis de las instituciones sociales.58

55. Esto era tal vez más cierto en el Continente, donde se sabía generalmente que las distintas
«sociedades sociológicas» estaban formadas casi exclusivamente por socialistas.
56. Cours, vol. 6, p. 670.
57. Ibíd., p. 671.
58. Véase infra, pp. 408-410.
[En el ensayo original de Economica de 1941, el párrafo continuaba a partir de este punto de la
siguiente manera: «Dado que el contraste entre los dos planteamientos, ambos definidos como “méto-
dos históricos”, se corresponde en muchos aspectos al contraste general entre el enfoque cientista o natu-
ralista para estudiar los fenómenos sociales y entre los métodos especiales desarrollados por las cien-
cias sociales, y dado que el uso del mismo término para dos puntos de vista tan diferentes ha dificultado
enormemente el conflicto, puede que no sea inapropiado dar fin a este debate sobre el método de Comte
con un breve resumen de las diferencias. Principalmente, el verdadero método histórico (puede que sea
mejor describirlo como “método genético”) quiere entender las situaciones históricas únicas como el
resultado de todas las circunstancias que han contribuido a su desarrollo, mediante cualquier tipo de
leyes de fenómenos sociales que conocemos en casi el mismo sentido en el que explicamos las peculia-
ridades de un individuo como el resultado final de muchos factores independientes. Queda fuera de lugar
transformar estas situaciones complejas en conjuntos que de por sí obedecen leyes diferentes. El otro
método, al que se suele hacer referencia cuando se alude a la “idea de evolución” o Entwicklungsgedanke
como una especie de conjuro, quiere tratar las situaciones históricas como una especie de género, como
ejemplos del mismo tipo de hecho, y cree que estos hechos pueden ser tratados como fenómenos de la
especie, que, según la máxima fundamental del positivismo, deben estar “sujetos a las leyes”».
En la última frase se había añadido una nota en la que se leía lo siguiente: «Sobre todos estos pro-
blemas relacionados con los dos tipos de “historismo”, véase el excelente artículo de Walter Eucken,
“Die Überwindung des Historismus”, Schmollers Jahrbuch, vol. 63 [62], 1938, pp. 191-214».
Tiene sentido que añadiera estas líneas, debido a su aclaración en la edición de 1952 sobre la dife-
rencia entre «historicismo» e «historismo» al principio del capítulo 7. – Ed.].

380
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

VII

No es, pues, de extrañar que, con esta ambiciosa concepción de la función de


la única ciencia teórica de la sociedad que admite en su sistema, Comte no
tuviera más que desprecio por las disciplinas sociales ya existentes. No me-
recería la pena detenerse sobre esta actitud si no fuera tan típica de las con-
cepciones de las ciencias sociales adoptadas en todo tiempo por autores ofus-
cados por el prejuicio cientista, y si los esfuerzos de Comte no se explicaran,
al menos en parte, por su casi completa ignorancia de las conquistas de las
ciencias sociales de su tiempo. Algunas de ellas, en particular el estudio del
lenguaje, ni siquiera lo consideró digno de mención.59 En cambio, se tomó
la molestia de denunciar la economía política con cierto detenimiento, y en
este punto su dureza contrasta singularmente con la casi total ignorancia del
tema tratado. En realidad, como tuvo que reconocer uno de sus admiradores,
que dedicó todo un libro a la actitud de Comte hacia la economía,60 su cono-
cimiento de esta ciencia era virtualmente inexistente. Conoció e incluso ad-
miró a Adam Smith, en parte por su obra económica descriptiva, pero sobre
todo por su Historia de la Astronomía.61 Con anterioridad, había conocido
a J.B. Say y a algunos otros miembros del mismo círculo, en particular a Destutt
de Tracy. Pero el posterior tratamiento que de la economía hizo este en su
gran tratado sobre la «ideología», colocándola entre la lógica y la moral, lo
consideró Comte como una mera admisión del carácter «metafísico» de la eco-
nomía.62 Por lo demás, no creía Comte que mereciera la pena ocuparse de los
economistas. Sabía a priori que no habían hecho sino cumplir con su función
destructora, de típicos representantes del espíritu negativo y revolucionario

59. Los «gramáticos son aún más absurdos que los lógicos» (Système de politique positive, vol.
2, pp. 250-51 [p. 255]).
60. R. Mauduit, Auguste Comte et la science économique (París, 1929), esp. pp. 48-49 [48-70].
Una réplica a fondo a las críticas dirigidas por Comte a la economía puede verse en el ensayo de J.E.
Cairnes «M. Comte and Politic Economy», Fortnightly Review (mayo de 1879); reimpreso en Essays
on Political Economy (1873) [reimpresión, Nueva York: Kelley, 1965], pp. 265-311.
61. Adam Smith, «The History of Astronomy». [Hayek no da edición; el lector moderno debe-
ría consultar el ensayo Essays on Philosophical Subjetcs, W.P.D. Wightman and J.C. Bryce, eds., vol.
3 de Works and Correspondence of Adam Smith, pp. 31-105. – Ed.].
62. Cours, vol. 4, p. 196.

381
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

característico de la fase metafísica. Que no se podía esperar de ellos ninguna


aportación positiva a la organización de la sociedad, era evidente teniendo
en cuenta que no habían recibido formación científica alguna. «Al ser casi
invariablemente juristas o literatos, no tuvieron la oportunidad de formarse
en aquel espíritu de racionalidad positiva que pretenden haber introducido
en sus investigaciones. Apartados por su educación de toda idea de observa-
ción científica aun de los más pequeños fenómenos, de toda noción de leyes
naturales, de toda percepción de lo que significa demostración, son por nece-
sidad incapaces de aplicar un método del que no tienen práctica al más difí-
cil de todos los análisis.»63 Comte solo quería admitir al estudio de la sociolo-
gía a quienes sucesivamente y con éxito hubieran dominado todas las demás
ciencias, teniendo así la preparación adecuada para la tarea más difícil de es-
tudiar los más complejos de todos los fenómenos.64 Aunque el desarrollo ul-
terior de la nueva ciencia no presentaría ya dificultades tan grandes como las
que él tuvo que superar al crearla,65 solo las mentes mejores podrían estar
en condiciones de superarlas con éxito. La especial dificultad de esta tarea
radica en la absoluta necesidad de tratar todos los aspectos de la sociedad al
mismo tiempo, necesidad impuesta por el «consenso» particularmente rigu-
roso de todos los fenómenos sociales. Una de las principales acusaciones que
Comte lanza contra los economistas es la de haber violado este principio y
haber pretendido tratar los fenómenos económicos aisladamente, «desvin-
culados del análisis del estado intelectual, moral y político de la sociedad».66
Su «supuesta ciencia» ofrece a los ojos de «todos los jueces competentes y
experimentados, con total evidencia, el carácter de los conceptos puramente
metafísicos».67 «Si consideramos imparcialmente las estériles disputas que
los enfrentan sobre los conceptos más elementales de valor, utilidad, produc-
ción, etc., no podemos menos de tener la impresión de hallarnos ante los pe-
regrinos debates de la escolástica medieval sobre los atributos fundamen-
tales de sus entidades metafísicas.»68 Pero el defecto principal de la economía

63. Ibíd., p. 194 [194-195]; PP, vol. 2, p. 51.


64. Cours, vol. 1, p. 84; vol. 4, pp. 144-45, 257, 306, 361.
65. Ibíd., vol. 6, p. 547; PP, vol. 2, p. 412.
66. Cours, vol. 4, pp. 197-98 [197-199], 255.
67. Ibíd., p. 195.
68. Ibíd., p. 197.

382
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

política es su conclusión, «el estéril aforismo de la libertad industrial abso-


luta»,69 la creencia de que no es necesaria una «institución especial encarga-
da directamente de regularizar la coordinación espontánea» que debe consi-
derarse simplemente como la oportunidad para imponer una organización
real.70 Y condena particularmente la tendencia de la economía política a «res-
ponder a todas las pretensiones que, a largo plazo, todas las clases, especial-
mente la que, en esa particular circunstancia, se encuentra en peores con-
diciones, disfrutarán de una satisfacción real y permanente; respuesta sin
duda ridícula, puesto que la vida humana no puede prolongarse indefinida-
mente».71

VIII

A propósito de la filosofía de Comte no se insistirá demasiado sobre su com-


pleto desinterés por todo conocimiento carente de utilidad práctica,72 y so-
bre el hecho de que, para él, «el fin de la instauración de la filosofía social es
restablecer el orden en la sociedad».73 Nada le parece que repugne más al es-
píritu científico —ni siquiera el espíritu teológico—74 que el desorden de todo
tipo, y nada es tal vez más característico de toda la obra de Comte que la «fre-
nética aspiración a la “unidad” y a la “sistematización”», que J.S. Mill señala
como la fons erroron de todas las sucesivas especulaciones comtianas.75 Pero
aunque la «obsesión por la regulación»76 no es en el Cours tan preponderan-
te como en el Système de philosophie positive, las conclusiones prácticas a

69. Ibíd., p. 203 [202]; PP, vol. 2, p. 54.


70. Cours, vol. 4, pp. 200-201.
71. Ibíd., p. 203 [202-203]; PP, vol. 2, p. 54.
72. Véase Lettres à Valat, p. 99 (carta fechada el 28 de septiembre de 1819): «Siento una sobe-
rana aversión hacia los trabajos científicos en los que no percibo una utilidad directa o indirecta.»
73. Cours, vol. 1, p. 42.
74. Ibíd., vol. 4, p. 139.
75. J.S. Mill, Auguste Comte and Positivisme, 2.ª ed. (Londres, 1866), p. 141. [Véase la reimpre-
sión del ensayo en Essays on Ethics, Religion, and Society, eds. J.M. Robson, vol. 10 (1969) en Collected
Works of John Stuart Mill, p. 336. – Ed.].
76. Ibíd., p. 196. [En la edición de Collected Works of John Stuart Mill, p. 366. – Ed.].

383
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

las que el Cours conduce, precisamente porque están todavía libres de la fan-
tasiosa exageración de la obra posterior, manifiestan ya este aspecto en un
grado notable. Con la elaboración de la filosofía «definitiva»,77 esto es el posi-
tivismo, la doctrina crítica que caracterizó al anterior periodo de transición
culminó su misión histórica, y el dogma de la ilimitada libertad de concien-
cia que le acompañaba desaparece.78 Hacer posible la redacción del Cours era,
por decirlo así, la última función necesaria del «dogma revolucionario de la
investigación libre»,79 pero ahora que la obra está concluida, ese dogma ca-
rece ya de justificación. Ahora que todos los conocimientos se vuelven a uni-
ficar, como nunca lo habían estado desde que empezó la decadencia del esta-
dio teológico, la nueva tarea debe cifrarse en constituir un nuevo gobierno
intelectual en el que solo a los científicos competentes se les permita tomar
decisiones sobre las difíciles cuestiones sociales.80 Puesto que su acción esta-
rá guiada en todos sus aspectos por los dictados de la ciencia, no podrá decirse
que sea un gobierno arbitrario, sino que más bien la «verdadera libertad»,
que no es sino «la sumisión racional al predominio de las leyes de la natura-
leza»,81 incluso aumentará.
No nos interesan aquí los detalles de la organización social que impondrá
la ciencia positiva. Por lo que respecta a la actividad económica, se parece
mucho a los primeros planes sansimonianos, especialmente en lo que se
refiere al papel preeminente de los banqueros en la dirección de la activi-
dad industrial.82 Pero Comte disiente del socialismo extremista de los epí-
gonos sansimonianos. La propiedad privada no debe ser abolida; los ricos
se convierten en los «depositarios necesarios de los capitales públicos»83 y
la prosperidad cumple una función social.84 No es este el único punto en
que el sistema de Comte se asemeja más al posterior socialismo autorita-
rio que solemos asociar con Prusia que al socialismo tal como nosotros lo

77. Cours, vol. 1, p. 15. Véase Early Essays, p. 132.


78. Cours, vol. 4, p. 43.
79. Ibíd., p. 43; PP, vol. 2, p. 12.
80. Cours, vol. 4, p. 48.
81. Ibíd., p. 147; PP, vol. 2, p. 39.
82. Cours, vol. 6, p. 495.
83. Ibíd., p. 511.
84. Système de politique positive, vol. 1, p. 156.

384
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

conocemos. De hecho, en algunos pasajes esta semejanza con el socialismo


prusiano, incluso en las expresiones, es realmente asombroso. Así, cuando
afirma que en la sociedad futura desaparecerá el «inmoral» concepto de de-
rechos individuales y solo habrá deberes,85 y que en la nueva sociedad no
habrá personas privadas sino solo funcionarios estatales de diversas cate-
gorías y grados,86 y que por consiguiente la más humilde ocupación será
ennoblecida por su incorporación a la jerarquía oficial, del mismo modo que
el más humilde soldado participa de la dignidad que le confiere su perte-
nencia al organismo militar,87 o finalmente, cuando en la última sección del
primer esbozo del futuro ordenamiento, descubre una «disposición especial
al mando en algunos y a la obediencia en otros» y nos asegura que en lo más
íntimo de nuestro corazón todos sabemos «lo dulce que es obedecer»,88 pode-
mos emparejar casi todas las afirmaciones con otras tantas idénticas de los
recientes teóricos alemanes que pusieron los fundamentos intelectuales de
las doctrinas del Tercer Reich.89 Llevado por su filosofía a tomar del reac-
cionario De Bonald la idea de que el individuo es «una pura abstracción»90
y la sociedad en su conjunto un único ser colectivo, tiene que asimilar por
fuerza la mayoría de los rasgos distintivos de una concepción totalitaria de
la sociedad.
El ulterior desarrollo de estas ideas en una nueva religión de la humani-
dad, con su culto plenamente desarrollado, excede los límites de nuestro tema
actual. Bastará decir que Comte, totalmente ajeno como era a la práctica del
único culto verdadero de la humanidad, la tolerancia (que él declara acep-
tar solo en materias indiferentes y dudosas),91 no era un hombre que pu-
diera sacar gran cosa de aquella idea, que como tal no dejaba de tener cierta
grandeza. Por lo demás, no podemos resumir mejor esta última fase del

85. Cours, vol. 6, p. 454; Système de politique positive, vol. 1, pp. 151, 361-66; vol. 2, p. 87.
86. Cours, vol. 6, pp. 482-85.
87. Ibíd., p. 484.
88. Ibíd., vol. 4, p. 437; PP, vol. 2, p. 122.
89. Esto se aplica particularmente a los escritos de O. Spengler y W. Sombart. [Para más informa-
ción sobre Spengler y Sombart, véase el capítulo 7, nota 15. – Ed.].
90. Cours, vol. 6, p. 590; Discours sur l’esprit positif [1844], Paris: Société positiviste internatio-
nal, 1914, p. 118.
91. Cours, vol. 4, p. 51.

385
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

pensamiento de Comte que mediante el famoso epigrama de Thomas Huxley,


quien lo define como «catolicismo sin cristianismo».92

IX

Antes de echar un vistazo a la influencia directa de la principal obra de Comte,


debemos considerar brevemente ciertos intentos simultáneos y en cierto sen-
tido paralelos que, desde el mismo transfondo intelectual, aunque por cami-
nos distintos, dieron la impresión de que venían a corroborar las tendencias
cuya principal manifestación era la obra de Comte. El astrónomo y estadís-
tico belga Quetelet, que aquí debemos recordar en primer lugar, se distin-
gue de Comte no solo en que era un gran científico en su propio campo, sino
también por la gran aportación que hizo a la metodología de los estudios so-
ciales. Esta aportación consistió precisamente en aquella aplicación de la mate-
mática a los estudios sociales que Comte condenaba. Mediante la aplicación
de la normal curva «gaussiana» de error al análisis de los datos estadísticos,
se convirtió, en mayor medida que cualquier otro, en el fundador de la esta-
dística moderna y en particular de su aplicación a los fenómenos sociales.
La importancia de esta conquista no se discute ni puede discutirse. Pero dado
el ambiente general en que se conoció la obra de Quetelet, se formó el con-
vencimiento de que los métodos estadísticos que él aplicó con tanto éxito a

92. [El biólogo inglés Thomas Huxley (1825-1895), «el bulldog de Darwin», fue un defensor ade-
lantado y un apasionado de la teoría de la evolución de Darwin por selección natural. El apunte de
Huxley (que en su totalidad afirma lo siguiente: «Hasta donde me ha conducido por ahora mi estu-
dio de lo que caracteriza en especial a la filosofía positiva, he encontrado poco o ningún valor cientí-
fico; he encontrado muchos elementos tan completamente opuestos a la propia esencia de la ciencia
como lo sería cualquier cosa en el catolicismo ultramontano. De hecho, puede que, en la práctica, la
filosofía de Comte pueda describirse de forma condensada como catolicismo sin cristianismo») apare-
ció en su artículo «On the Physical Basis of Life», Fortnightly Review, vol. 5, febrero de 1869, p. 141.
Este apunte suscitó las críticas de Richard Congreve, destacado positivista inglés; Huxley, en respues-
ta, afirmó que preferiría «oponerse a reconocer cualquier cosa que, según Comte, se merezca el nom-
bre de “grandeza del hombre”, a no ser que se deba a su arrogancia, que es sin duda alguna sublime».
Todo un bulldog. Véase Thomas Huxley, «The Scientific Aspects of Positivism», Fortnightly Review,
vol. 5, junio de 1869, p. 656. – Ed.].

386
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

algunos problemas de la vida social estaban destinados a convertirse en la


única metodología posible, convencimiento al que el propio Quetelet contri-
buyó no poco.
El ambiente intelectual del que procedía Quetelet93 era exactamente el
mismo que el de Comte: los matemáticos franceses del círculo de l’École poly-
technique,94 sobre todo Laplace y Fourier, en el que se inspiró para la aplica-
ción de la teoría de la probabilidad al problema de la estadística social, y en
muchos aspectos, con mayor razón que Comte, debe ser considerado el ver-
dadero continuador de la de Condorcet. Su obra propiamente estadística no
nos interesa aquí. La demostración de que algo semejante a los métodos de
las ciencias naturales puede aplicarse también a ciertos fenómenos de masa
de la sociedad, y su implícita e incluso explícita propuesta de tratar todos los
problemas de la ciencia social de manera semejante, van en la misma direc-
ción que las enseñanzas de Comte. Nada fascinó tanto a la generación si-
guiente como el «hombre medio» de Quetelet y la célebre conclusión de sus
estudios de estadística moral según la cual

pasamos de un año a otro con la triste perspectiva de ver los mismos críme-
nes reproducidos en el mismo orden y exigiendo los mismos castigos en las
mismas proporciones. ¡Triste condición de la humanidad!… Podemos calcu-
lar con antelación cuántos individuos mancharán sus manos con la sangre
de sus semejantes, cuántos serán los falsificadores, cuántos los envenenado-
res y casi predecir el número de nacimientos y de defunciones. Hay un pre-
supuesto que pagamos con espantosa regularidad: el de prisiones, de conde-
nas y de patíbulos.95

Su concepción de la aplicación de los métodos matemáticos resulta más


característica del posterior método positivista que cualquiera de las deri-
vadas directamente de Comte: «Cuanto mayores han sido los progresos de
las ciencias, tanto mayor ha sido su tendencia a entrar en el dominio de las

93. La exposición más completa de la vida y obra de Quetelet es la de J. Lottin, Quetelet: statisti-
cien et sociologue (Lovaina y París, 1912).
94. Sobre la supuesta influencia de los sansimonianos en Quetelet, véase supra, p. 332, n. 64.
95. Tomo esta cita de H.M. Walker, Studies in the History of Statistical Method (Baltimore, 1919),
p. 40 [pp. 40-41].

387
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

matemáticas, que es una especie de centro hacia el que todas ellas conver-
gen. Podemos juzgar de la perfección a que ha llegado una ciencia por la mayor
o menor facilidad con que en ella se puede aplicar el cálculo.»96
Aunque Comte condenó esta concepción, en particular cualquier intento
de descubrir las leyes generales mediante la estadística, en general sus inten-
tos y los de Quetelet de descubrir las leyes naturales del desarrollo del géne-
ro humano en su conjunto, de extender a los fenómenos culturales la concep-
ción determinista de Laplace, y de hacer de los fenómenos de masa el único
objeto de la ciencia de la sociedad fueron suficientemente semejantes para
fomentar una gradual fusión de sus doctrinas.
En la misma categoría de esfuerzos contemporáneos con análogas ten-
dencias metodológicas debemos mencionar, al menos brevemente, la obra
de F. Le Play, politécnico y ex-sansimoniano, cuyos informes sociales descrip-
tivos fueron el modelo de muchas obras sociológicas posteriores. Aunque di-
fiera de Comte y de Quetelet en más aspectos de aquellos en que coincide,
contribuyó igual que ellos a la reacción contra el individualismo teórico, la
economía clásica y el liberalismo político, reforzando así los particulares es-
fuerzos de las influencias cientistas de las que aquí venimos ocupándonos.97

Descubrir las influencias es una de las empresa más insidiosas en la histo-


ria del pensamiento, y nosotros mismos, en el último capítulo, hemos viola-
do tanto los cánones de prudencia en este campo que ahora tenemos que ser
breves. Sin embargo, el singular curso que tomó la influencia de Comte es
tan importante para comprender la historia intelectual del siglo XIX, y causa
de tantas distorsiones dominantes acerca de su papel, que es preciso aña-
dir algunas palabras más sobre el tema. En Francia, como ya observamos, la
influencia inmediata de Comte sobre pensadores importantes fue bastan-
te modesta. Pero, como observa J.S. Mill, «el gran tratado de M. Comte era

96. Ibíd., p. 29 [39].


97. L. Dimier, Les maîtres de la contre-révolution (París, 1917), pp. 215-35. [Se menciona por
primera vez a Le Play en el capítulo 14, nota 63. – Ed.].

388
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

escasamente mencionado en la literatura y en la crítica, cuando ya ejercía una


poderosa influencia sobre muchos estudiosos y pensadores británicos».98 Fue
esta influencia sobre el propio Mill y algunos otros pensadores ingleses in-
fluyentes la que resultó decisiva para la influencia de Comte sobre el pen-
samiento europeo.99 El propio Mill, en el libro VI de su Lógica, que trata de
los métodos de las ciencias morales, se limitó casi exclusivamente a expo-
ner la doctrina de Comte. El filósofo George Lewes y George Eliot100 son al-
gunos entre los más conocidos seguidores ingleses del francés, y nada revela
mejor el enorme impacto de Comte sobre Inglaterra que el hecho de que la
misma Miss Martineau, que en sus años juveniles había sido la más fiel y
exitosa divulgadora de la economía de Ricardo, se convirtiera no solo en la
traductora y la más hábil compiladora de compendios comtianos, sino tam-
bién en una de sus más entusiastas discípulas.101 Casi tan importante como
el propio Mill en la difusión de la concepción positivista entre los estudiosos
de los fenómenos sociales fue su adopción por el historiador H.T. Buckle,

98. Mill, op. cit., p. 2. [En la versión de Obras completas, p. 263. – Ed.].
99. Para una exposición completa del positivismo inglés, véase R. Metz, A Hundred Years of British
Philosophy (Londres, 1936), pp. 171-234 [171-183], y J.E. McGee, A Crusade for Humanity - The History
of Organized Positivism in England (Londres, 1931). Sobre la influencia de Comte en Estados Unidos,
véase los dos estudios de R.L. Hawkins, Auguste Comte and the United States (1818-1853) (1936), y
Positivism in the United States (1853-1861) (1938) (ambos Harvard University Press).
100. [El filósofo, biógrafo, periodista y científico inglés George Henry Lewes (1817-1878)
expresó su deuda para con Comte en Comte’s Philosophy of the Sciences (1853), aunque en su artí-
culo «Auguste Comte» (una reseña sobre la obra de 1865 de J.S. Mill, Auguste Comte and Positivism),
Fortnightly Review, vol. 3, enero de 1866, p. 404, también se identificó como un «hereje reverente».
En sus escritos psicológicos se ve con más claridad su alejamiento de Comte, pues en ellos afirma que
la introspección es un método válido. George Eliot (1819-1880) era el seudónimo de Mary Ann (más
tarde Marian) Evans, una de las novelistas más conocidas de Inglaterra; entre sus obras se encuen-
tran El molino del Floss (1860), Silas Marner (1861) y Middelmarch (1871-1872). A pesar de que Lewes
estaba casado, él y Eliot, como pareja, vivieron juntos desde 1854 hasta la muerte de Lewes en 1878.
Para más información sobre Eliot y el positivismo, véase J.B. Bullen, «George Elliot’s Romola as a
Positivist Allegory», Review of English Studies, vol. 26, noviembre de 1975, pp. 425-435. – Ed.].
101. [Antes de pasarse al positivismo, la ensayista y novelista inglesa Harriet Martineau (1802-
1876) era conocida por su serie de múltiples volúmenes Illustrations of Political Economy (1832-1834)
que, mediante historias, fábulas y parábolas, ilustraba los principios económicos de autores como James
Mill, David Ricardo y Thomas Robert Malthus. El propio Comte respaldó la traducción que ella realizó
de su Cours. – Ed.].

389
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

aunque en este caso la influencia de Comte se vio reforzada y acaso supe-


rada por la de Quetelet.102
El positivismo comtiano penetró en Alemania en gran parte por medio
de estos escritores ingleses.103 La Lógica de Mill, las obras históricas de Buckle
y Lecky, y posteriormente Herbert Spencer, dieron a conocer las concepcio-
nes de Comte a muchos que no tenían ni idea de su procedencia.104 Y aun-
que puede dudarse de que muchos de los estudiosos alemanes que en la se-
gunda mitad del siglo XIX profesaron ideas muy similares a las de Comte las
tomaran directamente de él, probablemente no hubo en ningún otro país
tantas personas influyentes que intentaran reformar las ciencias sociales si-
guiendo una línea esencialmente comtiana. Ningún otro país parece haber
sido en aquel tiempo tan receptivo a las nuevas ideas, y el pensamiento positi-
vista, junto a los nuevos métodos estadísticos de Quetelet, se convirtió en la
moda dominante de la época y se recibió en Alemania con el correspondiente

102. [El historiador inglés Henry Thomas Buckle (1821-1862) afirmó haber aplicado el método
inductivo a la historia, lo que le permitió descubrir sus leyes universales. Atacó tanto la historia narra-
tiva como la de los individuos excepcionales, ya que defendía que la verdadera historia científica confi-
gura generalizaciones sobre los conglomerados sociales. Para muchos historiadores, sus argumentos
no eran persuasivos; sin embargo, los reformistas sociales interpretaron la obra de Buckle como una
crítica radical del antiguo orden. – Ed.].
103. La penetración del positivismo comtiano en Alemania por medio de autores ingleses es una
curiosa inversión del anterior proceso en el que el pensamiento inglés de los siglos XVII y XVIII se cono-
ció ampliamente en Alemania a través de escritores franceses, desde Montesquieu y Rousseau hasta
J.B. Say. Este hecho explica muy bien la creencia, muy difundida en Alemania, de que existe un contras-
te fundamental entre naturalismo «occidental» y pensamiento idealista alemán. En realidad, si de
contraste quiere hablarse, habría que referirse al muy superior existente entre pensamiento inglés
tal como está representado, digamos, por Locke, Mandeville, Hume, Smith, Burke, Bentham, y los
economistas clásicos, y, por otro lado, el pensamiento continental representado por los dos desarro-
llos paralelos y muy semejantes que de Montesquieu, a través de Turgot y Condorcet, llega a Saint-
Simon y Comte, y de Herder a través de Kant, Fichte, Schelling y Hegel, a los hegelianos posterio-
res. La escuela francesa de pensamiento, muy relacionada con el pensamiento inglés, la de Condillac
y los «ideólogos», había desaparecido ya en el periodo de que nos ocupamos.
104. [Para más información sobre Spencer, véase el prefacio, nota 21. El historiador irlandés
William Lecky (1838-1903) describió el surgimiento del pensamiento moderno en su obra History
of the Rise and Influence of the Spirit of Rationalism in Europe (1865). En History of European
Morals from Augustus to Charlemagne (1869) buscó mostrar los orígenes naturales de la creencia
religiosa y moral. – Ed.].

390
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

entusiasmo.105 El curioso fenómeno de que en Alemania (y en algún otro


país) la influencia del positivismo se combinara tan fácilmente con la de Hegel
exige una consideración a parte [cap. 17].
Solo podemos aquí aludir brevemente a los que en Francia continuaron
la tradición comtiana. Antes de recordar a los sociólogos propiamente di-
chos, debemos al menos mencionar los nombres de Taine y Renan, ambos
representantes de aquella curiosa combinación de pensamiento comtiano y
hegeliano a la que acabamos de referirnos.106 Entre los más conocidos de los
sociólogos (a excepción de Tarde), Espinas, Lévy-Bruhl, Durkheim, Simiand
se hallan directamente en la tradición comtiana, aunque en este caso se rein-
trodujo en buena parte en Francia a través de Alemania y con las modifica-
ciones que aquí experimentó.107 Describir la ulterior influencia de Comte

105. La infiltración del pensamiento positivista en las ciencias sociales en Alemania es algo que
no podemos tratar aquí. Entre sus representantes más influyentes se encuentran los dos fundadores
de la Völkerpsychologie, M. Lazarus y H. Steinthal (el primero importante por su influencia sobre
W. Dilthey), E. du Bois-Reymond (véase en particular su lección «Kulturgeschichte und Natur-
wissenschaft», 1877), y el círculo vienés de T. Gomperz y W. Scherer, luego W. Wundt, H. Vaihinger,
W. Ostwald y K. Lamprecht. Sobre este, véase E. Rothacker, Einleitung in die Geisteswissenschaften
(Tubinga, 1920), pp. 200-206 [200-209], 253 y ss.; C. Misch, Der junge Dilthey (Leipzig, 1908), pp.
699-716. Y sobre la influencia de algunos de los miembros de la joven escuela histórica alemana de
economía, véase en particular H. Waentig, Auguste Comte und seine Bedeutung für die Entwicklung
der Sozialwissenschaft (Leipzig, 1894). pp. 279 y ss. [Para más detalles sobre Lazarus y Steinthal, puede
que el lector inglés desee consultar Ivan Kalmar, «The Völkerpsychologie of Lazarus and Steinthal
and the Modern Concept of Culture», Journal of the History of Ideas, vol. 48, octubre-diciembre de
1987, pp. 671-690. – Ed.].
106. [El académico erudito francés Hippolyte-Adolphe Taine (1828-1893) quería aplicar el mé-
todo científico del positivismo a ámbitos tan diversos como la crítica literaria, la psicología y la histo-
ria cultural. Su argumento de que las ideas de los escritores son el resultado de la herencia, la época
histórica y el ambiente más inmediato al escritor influyó al movimiento naturalista en la literatura
francesa. Su contemporáneo, el historiador y académico bíblico Ernest Renan (1823-1892), causó un
gran escándalo cuando presentó su enfoque histórico, más que teórico, a su objeto de estudio en la
obra Life of Jesus (1863). – Ed.].
107. Véase S. Deploige, Le conflit de la morale et de la sociologie (Lovaina, 1911), esp. cap. 6 [4],
sobre la génesis del sistema de Durkheim. [Para más información sobre Alfred Victor Espinas, véa-
se el capítulo 3, nota 3. El sociólogo y psicólogo social francés Gabriel Tarde (1843-1904) afirmó, en
su obra Laws of Imitation (1890), que la invención es la fuente del progreso del hombre, y que la
imitación y la adaptación de las invenciones son un proceso continuo por el cual se revela la historia

391
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en el pensamiento francés durante la Tercera República equivale a escribir


una historia de la sociología en el país en el que durante algún tiempo al-
canzó la mayor influencia. Muchas de las mejores inteligencias que se de-
dicaron a los estudios sociales experimentaron la fascinación de la nueva
ciencia, y tal vez podría afirmarse que el singular estancamiento de la cien-
cia económica francesa durante este periodo se debió en parte al predomi-
nio de la visión sociológica de los fenómenos sociales.108
Que la influencia directa de Comte se limitó a un número relativamente
pequeño de estudiosos, pero que a través de estos pocos alcanzó una exten-
sión seguramente excesiva, es incluso más cierto para la generación actual
que para las que la han precedido. Son pocos los estudiosos actuales de cien-
cias sociales que hayan leído a Comte o que sepan algo de él. Pero el núme-
ro de los que han absorbido muchos de los elementos de su sistema a tra-
vés de unos pocos representantes muy influyentes de su tradición, tales
como Henry Carey y T. Veblen109 en América, S.K. Ingram, W. Ashley y

social. El filósofo y antropólogo Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939), autor de The Philosophy of Auguste
Comte (1903), adoptó el planteamiento de Comte al estudio de la moral en su obra Ethics and Moral
Science (1903). En general, se considera a Émile Durkheim (1858-1917) sucesor de Comte, pues des-
preciaba la metafísica, consideraba que las ciencias sociales debían buscar las leyes que gobiernan los
fenómenos más que las causas primeras y finales, y pregonaba una nueva ciencia política basada en
la «physique sociale». Durkheim aportó tales contribuciones (por ejemplo, al estudio del suicidio y
la religión primitiva) así como otras más teóricas y generales sobre la naturaleza de la sociología y
la realidad social que esta estudia. François Simiand (1873-1935) fue un historiador económico fran-
cés cuya obra contenía un fuerte carácter sociológico. Era miembro de la junta editorial de Année
sociologique, una revista fundada por Durkheim para promover el enfoque sociológico del estudio
de la sociedad. – Ed.].
108. Posiblemente habría que mencionar aquí la influencia directa de Comte sobre Charles Maurras.
[El influyente periodista y crítico francés Charles Maurras (1868-1952) descubrió el pensamiento de
Comte mientras estudiaba filosofía en París. – Ed.].
109. Véase W. Jaffé, Les théories économiques et sociales de T. Veblen (París, 1924), p. 35, y R.V.
Teggart, Thorstein Veblen: A Chapter in American Economic Thought (Berkeley, 1932), pp. 15, 43,
49-53. [Teggart, en su libro sobre Veblen, afirma que «a pesar de no haberlo anunciado como tal», su
ensayo de finales del siglo XIX, «The Preconceptions of Economic Science», era «un esfuerzo de de-
mostrar el “desarrollo” de la ciencia económica según la serie ideal de fases diseñadas por Comte»
(p. 49). El economista estadounidense Henry Carey (1793-1879) estaba a favor de los aranceles para
promover el desarrollo económico, y afirmó que el hecho de que los economistas clásicos hubieran lle-
gado a conclusiones políticas incorrectas se debía a su preocupación por el caso estático. – Ed.].

392
SOCIOLOGÍA: COMTE Y SUS SUCESORES

L.T. Hobhouse110 en Inglaterra, y K. Lamprecht111 y K. Breysig en Alema-


nia, es realmente muy amplio.112 Quienes se han dedicado a estudiar direc-
tamente su obra no tendrán la menor dificultad en comprender por qué la
influencia de Comte ejercida de manera indirecta ha sido a menudo mucho
más efectiva.

110. Véase F.S. Marvin, Comte, Modern Sociologists (Londres, 1936), p. 183. [Para más infor-
mación sobre Sir William J. Ashley y John Kells Ingram, véase el capítulo 7, nota 4; sobre Leonard
Trelawny Hobhouse, véase el capítulo 9, nota 3. – Ed.].
111. Véase E. Bernheim, Lehrbuch der historischen Methode, pp. 710 y ss. [El economista e histo-
riador cultural Karl Lamprecht (1856-1915), fundador de un instituto en Leipzig dedicado al estudio
del mundo comparativo y la historia cultural, fue un destacado miembro de un grupo de positivistas
de Leipzig que buscaba la unidad de la ciencia y promovía los modelos evolutivos de la psicología de
grupos y el desarrollo cultural. El filósofo experto en historia Kurt Breysig (1866-1940) buscaba esta-
blecer, mediante la investigación empírica, las leyes universales de la historia mundial. – Ed.].
112. [En el texto original en Economica, solo se menciona a Veblen, Hobhouse y Lamprecht como
ejemplos. – Ed.].

393
PARTE III

COMTE Y HEGEL*

* [«Comte y Hegel» se publicó originalmente en F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science:


Studies on the Abuse of Reason (Glencoe, IL: Free Press, 1952, pp. 365-400 (trad. esp.: La contrarre-
volución de la ciencia: estudios sobre el abuso de la razón, Unión Editorial, Madrid, 2003). – Ed.].

395
17
COMTE Y HEGEL

En toda época los debates giran en torno a unos temas sobre los que disien-
ten las principales escuelas de pensamiento. Pero el clima general de una épo-
ca responde siempre al fondo común de ideas que esas mismas corrientes
comparten a pesar de su recíproca oposición. Estas ideas constituyen los pre-
supuestos implícitos de todo pensamiento, la plataforma común e incuestio-
nable sobre la que se basa todo el debate.
Cuando ya no compartimos los presupuestos implícitos de épocas pasa-
das, es relativamente fácil reconocerlos. Pero no ocurre así cuando estas ideas
constituyen el substrato de los modos de pensar de épocas más cercanas a
nosotros: en estos casos ni siquiera se es consciente de las ideas fundamen-
tales comunes a sistemas de pensamiento incluso opuestos, ideas que, por
esta razón, se han desarrollado sin llamar nuestra atención y han impuesto
su primacía sin que hayan sido sometidas a una crítica rigurosa. Esto puede
ser muy importante, porque, como destacó Bernard Bosanquet, «en el mundo
del pensamiento los extremos pueden juntarse tanto en el error como en la
verdad».1 Tales errores a veces se convierten en dogmas, simplemente por-
que son compartidos por distintas corrientes culturales que polemizan entre
sí sobre todas las demás cuestiones vitales, y pueden incluso seguir consti-
tuyendo los fundamentos del pensamiento incluso cuando ya se han olvida-
do las teorías que enfrentaban a los pensadores que nos las transmitieron en
herencia.

1. Bernard Bosanquet, The Meeting of Extremes in Contemporary Philosophy (Londres, 1921),


p. 100. [Bernard Bosanquet (1848-1923) fue, junto con Francis Herbert Bradley (1846-1924), un desta-
cado defensor de la filosofía del idealismo absoluto en Gran Bretaña. – Ed.].

397
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Cuando esto sucede, la historia de las ideas adquiere una importancia


práctica decisiva, ya que puede ayudarnos a descubrir en qué gran medida
nuestro pensamiento está condicionado por factores de los que no somos ex-
plícitamente conscientes. Puede, por tanto, desempeñar la función de una
intervención psicoanalítica, sacando a la superficie factores inconscientes que
determinan nuestros razonamientos, y acaso también pueda ayudarnos a li-
berar nuestra mente de influencias que siguen induciéndonos a cometer gra-
ves errores sobre cuestiones de la vida diaria.
Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que efectivamente nos en-
contramos en esta situación. Mi tesis es que en el campo del pensamiento so-
cial ciertas orientaciones características no solo de la segunda mitad del siglo
XIX, sino también del nuestro, han sido en gran medida efecto de la convergen-
cia de dos pensadores cuyos planteamientos han sido considerados por lo
común como totalmente antitéticos: el «idealista» alemán Georg Wilhelm
Friedrich Hegel y el «positivista» francés Auguste Comte. En muchos aspec-
tos, estos dos pensadores representan realmente, en el mundo del pensamiento
filosófico, posturas tan radicalmente divergentes que dan la impresión de per-
tenecer a dos épocas distintas y de que los problemas de que se ocupan apenas
tienen que ver entre sí. Pero aquí solo de paso me ocuparé de sus sistemas
filosóficos en su conjunto, concentrándome en cambio en su influencia en la
teoría social. Es aquí donde la influencia de las ideas filosóficas puede ser más
profunda y duradera. Y tal vez no haya mejor ilustración del enorme alcance
de las ideas más abstractas que la que aquí me propongo discutir.

II

Sostener que en estas materias que nos ocupan se da una común influencia
de Hegel y de Comte parece ser hoy tan paradójico que debo apresurarme a
adelantar que no soy el primero en destacar la existencia de semejanzas en-
tre ellos. Podría ofrecer una larga lista (aunque solo me ocuparé de algunos
ejemplos particularmente relevantes) de historiadores de las ideas que han
insistido en esas semejanzas. Lo curioso es que estas observaciones se han
realizado una y otra vez con cierto aire de sorpresa y descubrimiento, y que
sus autores parecían siempre un tanto incómodos ante tanta temeridad y

398
COMTE Y HEGEL

como asustados ante la idea de ir más allá de señalar algunas coincidencias


aisladas. Creo, sin embargo, que estas concordancias son mucho más profun-
das y que su influencia sobre las ciencias sociales ha sido mucho más impor-
tante de lo que hasta ahora se ha venido creyendo.
Antes de recordar algunos ejemplos de quienes me han precedido en se-
ñalar este fenómeno, quisiera corregir un error común que en gran parte es
responsable de que no se haya afrontado la cuestión en su conjunto. Este error
consiste en pensar que las semejanzas se deben a cierta influencia de Hegel
sobre Comte.2 Esta creencia obedece sobre todo al hecho de que generalmen-
te se piensa que las ideas de Comte se hicieron de dominio público a partir de
la publicación de los seis volúmenes de su Cours de philosophie positive de
1830 a 1842, siendo así que Hegel murió en 1831. En realidad, Comte expuso
sus ideas esenciales ya en 1822 en su juvenil Système de politique positive,3
y este opúsculo fundamental, como él lo definiría posteriormente, apareció
también como una de las obras del grupo sansimoniano, lo cual contribuyó
probablemente a que alcanzara una mayor audiencia y ejerciera una influen-
cia mayor que el propio Cours. Creo que se trata de una de las obras más den-
sas del siglo XIX, mucho más brillante que los gruesos volúmenes, hoy más
conocidos, del Cours. Pero el propio Cours, que es poco más que una elabora-
ción de las ideas pergeñadas en el Système, había sido proyectado ya en 1826
y presentado al público en una serie de conferencias o lecciones pronunciadas

2. Véase Hutchinson Stirling, «Why the Philosophy of History Ends with Hegel and Not
with Comte», en «Supplementary Note» a A. Schwegler, Handbook of the History of Philosophy;
y John Tulloch, en Edinburgh Review 260 (1868). E. Troeltsch, Der Historismus und seine Probleme
(Gesammelte Schriften III) (Tubinga, 1922), p. 24, se inclina a atribuir a la influencia de la dialéctica
hegeliana también la célebre ley comtiana de los tres estadios, si bien la misma se deriva de Turgot.
Véase también R. Levin, Der Geschichtsbegriff des Positivismus (Leipzig, 1935), p. 20.
3. Publicado originariamente en 1822 en H. de Saint-Simon, Catéchisme des industriels, como
Plan de las operaciones científicas necesarias para reorganizar la sociedad, y dos años después, en
forma separada, como Sistema de política positiva —«título realmente prematuro, pero que indica
muy bien el fin» de sus trabajos, como escribió Comte mucho después cuando recogió sus primeros
escritos en un apéndice a su Système de politique positive. Una traducción al inglés de este apéndice
por D.H. Hutton se publicó en 1911 bajo el título Early Essays in Social Philosophy en la New Universal
Library de Routledge, volumen del que aquí nos servimos. [Véase el análisis de Hayek en el capítulo
13, sección 4, y en el capítulo 16, sección 1. – Ed.].

399
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

por Comte en 1828 ante un auditorio cualificado.4 Así, pues, las ideas prin-
cipales de Comte fueron conocidas por el público a no más de un año de dis-
tancia de la publicación de la Filosofía del derecho de Hegel y no más de dos
años de la Encyclopaedie y, naturalmente, antes de la publicación póstuma de
la Filosofía de la historia, por no mencionar más que las principales obras de
Hegel que aquí nos interesan.5 En otras palabras, aunque Comte era veinti-
ocho años más joven que Hegel, muy bien podemos considerarlos contem-
poráneos a todos los efectos, por lo que estaría plenamente justificado reco-
nocer tanto la posibilidad de una influencia de Comte sobre Hegel como de
Hegel sobre Comte.
Según esto, salta a la vista el significado de este primer ejemplo, en mu-
chos aspectos el más notable, en que aparece la semejanza entre ambos pen-
sadores. En 1824, un joven alumno de Comte, Gustave d’Eichthal, fue a es-
tudiar a Alemania. En sus cartas a Comte no tardó en informarle con gran
entusiasmo del descubrimiento de Hegel.6 «Se da —escribe refiriéndose a
las lecciones de Hegel sobre filosofía de la historia— una maravillosa coin-
cidencia entre vuestras conclusiones, si bien los principios son diferentes, al
menos en apariencia.» Decía incluso que «la identidad de conclusiones se
produce también en los principios prácticos, ya que Hegel es un defensor de
los gobiernos, es decir enemigo de los liberales». Algunas semanas después,
d’Eichthal pudo informar de que había presentado a Hegel un ejemplar del
opúsculo de Comte y que él le manifestó su satisfacción y elogió vivamente
la primera parte, si bien manifestó ciertas dudas acerca del significado del mé-
todo de observación recomendado en la segunda parte. Y Comte, por su parte,

4. Sobre la biografía juvenil de Comte y su relación con Saint-Simon, véase la exhaustiva expo-
sición de H. Gouhier, La jeunesse d’Auguste Comte et la formation du positivisme, 3 vols. (París,
1933-40).
5. [Aquí Hayek hace referencia a tres obras de Hegel: Encyklopädie der philosophischen
Wissenschaften im Grundrisse (1817), Naturrecht und Staatswissenschaft im Grundrisse (1821) y
Vorlesungen über die Philosophie der Geschichte (1837). – Ed.].
6. Gustave d’Eichthal a Auguste Comte, 18 de noviembre de 1924, y 12 de enero de 1825. P. Lafitte
[Laffitte], «Matériaux pour servir à la biographie d’Auguste Comte: Corrrespondance, d’Auguste Comte
avec Gustave d’Eichthal», La Revue Occidentale, 2.ª ser., 12 (año 19, 1891), pt. 2, pp. 186 y ss. [Las
dos citas del texto son de la carta del 18 de noviembre, que puede encontrarse en la p. 259 del artí-
culo. – Ed.].

400
COMTE Y HEGEL

no mucho después, declaraba, con ingenua esperanza, que «Hegel le pare-


cía en Alemania el hombre más indicado para impulsar la filosofía positiva».7
Los ejemplos en que, con posterioridad, se ha destacado la semejanza son
numerosos, como ya he dicho. Pero aunque ya hemos hecho referencia a
obras tan conocidas como la Philosophy of History de R. Flint8 y la History
of European Thought de J.T. Merz,9 y nos hemos ocupado de estudiosos tan
eminentes y de tan distinta orientación como Alfred Fouillée,10 Émile Me-
yerson,11 Thomas Wittaker,12 Ernst Troeltsch,13 y Aduard Spranger14 —en
nota ofrezco una lista de nombres—15, ha sido muy poco lo que aún se ha

7. A. Comte, Lettres d’Auguste Comte à divers (París, 1905), vol. 2, p. 86 (11 de abril de 1825)
[6 de abril de 1825].
8. R. Flint, Philosophy of History in Europe (1874), vol, 1 [libro 1], pp. 262, 267, 281 [solo 262-
264].
9. J.T. Merz, History of European Thought (1914), vol. 4, pp. 186, 481 y ss., 501-3.
10. A. Fouillée, Le mouvement positiviste et la conception sociologique du monde (1896), pp.
268, 366.
11. E. Meyerson, L’explication dans les sciences (1921), vol. 2, pp. 122-38.
12. T. Wittaker [Whittaker], Reason: A Philosophical Essay with Historical Illustrations
(Cambridge, 1934), pp. 7-9.
13. Troeltsch, op. cit., p. 408.
14. E. Spranger, «Die Kulturzyklentheorie und das Problem des Kulturverfalles», Sitzungberichte
der Preussischen Akademie der Wissenschaften, Philosophisch-Historische Klasse (1926), pp. xlii y ss.
15. W. Ashley, Introduction to English History and Theory, 3.ª ed. (1914), vol. 1, pp. ix-x. A.W.
Benn, History of British Rationalism (1906), vol. 1, pp. 412, 449; vol. 2, p. 82. [A pesar de que Benn
menciona tanto a Comte como a Hegel en el vol. 2, p. 82, no hace referencia a sus similitudes, sino
a la recepción de sus ideas en Oxford. – Ed.]. E. Caird, The Social Philosophy and Religion of Comte,
2.ª ed. (1893), p. 51. M.R. Cohen, «Causation and Its Applications to History», Journal of the His-
tory of Ideas 3 (1942): 12. R. Eucken, «Zur Würdigung Comte’s und des Positivismus», en Philo-
sophische Aufsätze Eduard Zeller gewidmet (Leipzig, 1887), p. 67 [pp. 67-68], y también en Geistige
Strömungen der Gegenwart (1904), p. 164. K.R. Geijer, «Hegelianism och Positivism», Lands
Universitets Arsskrfit 18 (1883). G. Gourvitch [Gurvitch], L’idée du droit social (1932), pp. 271, 297.
H. Hoeffding, Der menschliche Gedanke (1911), p. 41 [pp. 121-122]. M. Mandelbaum, The Problem
of the Historical Knowledge (Nueva York, 1938), pp. 312 y ss. G. Mehlis, «Die Geschichtsphilosophie
Hegels und Comtes», Jahrbuch für Soziologie 3 (1927). J. Rambaud, Histoire des doctrines economi-
ques (1899), pp. 485, 542. E. Rothacker, Einleitung in die Geiteswissenschaften (1920), pp. 190, 287.
A. Salomon, «Tocqueville’s Philosophy of Freedom», Review of Politics 1 (1939): 400. M. Schinz,
Geschichte der französischen Philosophie (1914), vol. 1, p. 2. W. Windelband, Lehbuch der Geschichte

401
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

hecho en el plano del análisis sistemático de estas semejanzas, si se excep-


túa el estudio comparado de Friedrich Dittmann de las filosofías de la his-
toria de Comte y Hegel,16 y que en parte seguiré en mi exposición.

III

Pero más que la lista de estudiosos que se han ocupado de las semejanzas
entre ambos filósofos, tal vez sea significativa la larga serie de pensadores
sociales que en los últimos cien años han confirmado esta semejanza de ma-
nera distinta y más significativa. En realidad, más sorprendente aún que el
hecho de que se hayan pasado por alto las semejanzas entre ambas doctri-
nas originarias, es la escasa o ninguna atención que se ha prestado al sorpren-
dente número de autores de primer plano que han combinado en su propio
pensamiento ideas derivadas tanto de Hegel como de Comte. También en este
caso me limitaré a citar unos pocos nombres.17 Pero para comprender la gran
amplitud de esta influencia, bastará decir que la lista comprende nombres
como Karl Marx, Friedrich Engels, y probablemente Ludwig Feuerbach en
Alemania; Ernest Renan, Hippolyte Taine y Émile Durkheim en Francia; Giu-
seppe Mazzini en Italia —y probablemente habría que añadir Benedetto
Croce y John Dewey.18 Cuando más adelante tenga ocasión de mostrar cómo

der Philosophie, nueva ed. (1935), pp. 554 y ss. Solo cuando el presente ensayo estaba ya en manos
del impresor tuve conocimiento de un artículo de G. Salomon-Delatour, «Hegel ou Comte», en Revue
positive internationale 52 (1935) y 53 (1936).
16. F. Dittmann, «Die Geschichtsphilosophie Comtes und Hegels», Vierteljahrsschrift für
wissenschaftliche Philosophie und Soziologie 38 (1914), 39 (1915).
17. La lista adicional, que podría alargarse indefinidamente, comprendería, entre otros, a Eugen
Dühring, Arnold Ruge, P.J. Proudhon, V. Pareto, L.T. Hobhouse, E. Troeltsch, W. Dilthey, Karl Lamprecht
y Kurt Breysig.
18. [El filósofo idealista e historiador italiano Benedetto Croce (1866-1952) escribió un comen-
tario sobre Hegel titulado What Is Living and What Is Dead in the Philosophy of Hegel (1907). El
filósofo pragmático y reformista pedagógico estadounidense John Dewey (1859-1952) conoció el pen-
samiento de Hegel en la Universidad Johns Hopkins. Más tarde escribió que las ideas de Hegel habían
dejado «una huella permanente» en su pensamiento: «La forma y esquematización de su sistema ahora
me parece artificial en todos los niveles. Sin embargo, en el contenido de sus ideas suele haber una
extraordinaria profundidad; en muchos de sus análisis, sin su configuración dialéctica y mecánica,

402
COMTE Y HEGEL

pueden hacerse remontar a la misma fuente tantos movimientos intelectua-


les de tan amplia resonancia como ese método típicamente ahistórico de tra-
tar la historia llamado paradójicamente historicismo, o gran parte de lo que
se ha conocido como sociología durante los últimos cien años, y sobre todo
su rama más a la moda y ambiciosa, la sociología del conocimiento, tal vez se
comprenda la importancia que yo atribuyo a esta influencia combinada.
Antes de afrontar directamente el tema, considero necesario hacer una
nueva advertencia previa: por exigencias de honestidad intelectual, tengo que
confesar que afronto este tema a pesar de lamentar una carencia de fondo por
mi parte. Por lo que respecta a Comte, debo decir que disiento radicalmente
de muchos de sus puntos de vista; pero este desacuerdo no impide cierta posi-
bilidad de una discusión provechosa dada la existencia de una mínima base
común. Si es cierto que la crítica solo es valiosa cuando el crítico siente por
el tema tratado al menos un mínimo de simpatía, lamento no sentir ni siquie-
ra ese mínimo por lo que se refiere a Hegel. Hacia él he sentido siempre no
solo lo que dijo su mayor admirador inglés cuando afirmó que la filosofía de
Hegel es «un ejercicio de pensamiento tan profundo que en gran parte re-
sulta incomprensible»,19 sino también lo que John Stuart Mill constató cuan-
do «percibió por experiencia directa… que su conversación ejerce una influen-
cia corruptora sobre la inteligencia del interlocutor».20 Sin embargo, debo
confesar que no pretendo comprender a Hegel. Por suerte para mi propósito,

una extraordinaria agudeza». Véase John Dewey, The Structure of Experience, ed. John J. McDermott,
vol. 1 de The Philosophy of John Dewey (Nueva York: G.P. Putnam’s Sons, 1973), p. 8. – Ed.].
19. Citado en K.R. Popper, The Open Society and Its Enemies (Londres, 1945), vol. 2, p. 25. [El
«mayor admirador inglés» de Hegel es el filósofo escocés James Hutchison Stirling (1820-1909), autor
de The Secret of Hegel (1865). A pesar de ser un libro influyente, para muchos era tan complejo como
el propio trabajo de Hegel, lo que llevó a un bromista a informar de que el secreto estaba bien guar-
dado. El pasaje de Stirling forma parte del epígrafe del capítulo 12 de la obra de Popper, Open Society,
que se titula «Hegel and the New Tribalism». – Ed.].
20. J.S. Mill a A. Bain, 4 de noviembre de 1867, The Letters of John Stuart Mill, ed. H.S.R. Elliot
(Londres, 1910), vol. 2, p. 93. [Véase The Later Letters of John Stuart Mill, 1849-1873, Francis Mineka
y Dwight Lindley, eds., vol. 16 (1972) de Collected Works of John Stuart Mill, p. 1324. Más tarde, en
una entrevista Hayek afirmó que la única razón por la que nunca completó el proyecto de «El abuso
de la razón» era que no podía soportar la idea de tener que trabajar con los escritos de Hegel y Marx,
a los que llamó «cosas horrorosas». Véase la introducción del editor a este volumen, p. 75. – Ed.].

403
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

no se precisa conocer el sistema hegeliano en su totalidad, y, por otro lado,


creo tener un conocimiento suficiente de aquellas partes de su doctrina que
efectiva o supuestamente han influido en el desarrollo de las ciencias socia-
les. Por lo demás, estas doctrinas son tan conocidas que mi tarea consistirá
únicamente en demostrar que muchos de los desarrollos atribuidos común-
mente a la influencia de Hegel en realidad pueden más bien atribuirse a la
de Comte. Creo que, en gran medida, el apoyo que por este lado ha recibido
la tradición hegeliana puede explicar el hecho, de otro modo inexplicable,
de que en las ciencias sociales el pensamiento y el lenguaje hegelianos ha-
yan seguido dominando durante tanto tiempo, mientras que en otros cam-
pos de la ciencia el predominio de esta filosofía hace tiempo que ha sido sus-
tituido por el de la ciencia exacta.

IV

Hay un aspecto, sin embargo, que sus teorías del conocimiento tienen en
común y que debo mencionar aquí, tanto por su importancia como por la
oportunidad que me ofrece de ocuparme de una interesante cuestión que
no podré tratar en ninguna otra parte: la fuente originaria de sus ideas co-
munes.
El punto de sus doctrinas a que me refiero es algo que a primera vista pa-
rece obedecer a concepciones diametralmente opuestas: su actitud ante la in-
vestigación empírica. Para Comte, esta constituye toda la ciencia; Hegel, en
cambio, la considera totalmente ajena a lo que él llama ciencia, aunque en
modo alguno resta importancia al conocimiento de los hechos en su propio
ámbito. Lo que les une es la convicción de que la ciencia empírica debe ser
puramente descriptiva y que debe limitarse a establecer las regularidades
de los fenómenos observados. Ambos son, en este aspecto, estrictamente feno-
menistas en el sentido de que niegan que la ciencia empírica pueda pasar de
la descripción a la explicación. El que el positivista Comte considere toda ex-
plicación, toda discusión sobre la forma en que se producen los fenómenos,
como fútil metafísica, mientras que Hegel reserva esta explicación a su filo-
sofía idealista de la naturaleza, es otra cuestión. En sus concepciones de las
funciones de la investigación empírica coinciden casi completamente, como

404
COMTE Y HEGEL

Émile Meyerson ha puesto brillantemente de manifiesto.21 Cuando Hegel,


por ejemplo, sostiene que «a la ciencia empírica no le compete afirmar la exis-
tencia de lo que no caiga bajo la percepción sensorial»,22 es tan positivista
como Comte.
Ahora bien, esta aproximación fenomenista a los problemas de la cien-
cia empírica, en la época moderna, deriva sin duda alguna de Descartes, del
que ambos filósofos son directamente deudores. Y lo mismo puede afirmar-
se, a mi entender, del otro elemento fundamental que tienen en común y que
se manifiesta enérgicamente en las distintas formas en que están de acuerdo:
su común racionalismo o, mejor, intelectualismo. Fue Descartes el primero
en combinar estas ideas, aparentemente incompatibles, de un planteamien-
to fenomenista y sensualista de la ciencia física y la concepción racionalista
de las tareas y funciones del hombre.23 En relación con lo que aquí principal-
mente nos interesa, la herencia cartesiana se transmitió a Hegel y Comte24
sobre todo a través de Montesquieu,25 d’Alembert,26 Turgot y Condorcet en
Francia; Herder,27 Kant y Fichte en Alemania. Pero lo que en estos pensadores
no pasaba de ser meras sugerencias ocasionales y estimulantes se convirtió
en nuestros dos filósofos en la base de dos sistemas de pensamiento dominan-
tes en su tiempo. Al insistir sobre el común origen cartesiano de los que consi-
dero ser los errores comunes de Hegel y Comte, no pretendo, desde luego,

21. Meyerson, op. cit., esp. cap. 13.


22. Ibíd., p. 50.
23. J. Laporte, Le rationalism de Descartes, nueva ed. (París, 1950).
24. [Entre aquellos a los que menciona Hayek por haber inculcado las ideas cartesianas en
Hegel y Comte se encuentra el poeta, crítico y filósofo alemán Johann Gottfried von Herder (1744-
1803); además, subrayó la importancia del lenguaje y las tradiciones culturales a la hora de ana-
lizar un Volk. También se encuentra entre estos autores el gran filósofo alemán Johann Gottlieb
Fichte (1762-1814), quien intentó reconstruir los fundamentos de la filosofía kantiana con su propio
Wissenschaftslehre. – Ed.].
25. E. Buss, «Montesquieu und Cartesius», Philosophische Monatshefte 4 (1869): 1-37, y H. Tres-
cher, «Montesquieu’s Einfluss auf die philosophischen Grundlagen der Staatslehre Hegels», Schmoller’s
Jahrbuch 42 (1918).
26. Véase Schinz, op. cit., y G. Misch, «Zur Entstehung des französischen Positivismus», Archiv
für Geschichte der Philosophie 14 (1901).
27. En una carta del 4 de agosto de 1824 se refiere Comte a Herder como a «predecesor de Con-
dorcet, mi predecesor inmediato». Véase Lettres d’Auguste Comte à divers (París, 1905), vol. 2, p. 56.

405
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

minimizar la gran aportación que Descartes hizo al pensamiento moderno.


Pero, como ha ocurrido con tantas ideas profundas, llega a menudo el momen-
to en que, en el impulso de su éxito, se aplican a unos campos en los que ya
no son apropiadas. Y eso es, a mi entender, lo que sucedió con Hegel y Comte.

Volviendo al campo de la teoría social, vemos que las ideas centrales que
Hegel y Comte tienen en común están tan íntimamente relaciondas entre sí,
que casi podemos exponerlas en una misma fórmula, si calibramos bien las
palabras; fórmula que, poco más o menos, podría sonar así: el objetivo central
del estudio de la sociedad debe ser la construcción de una historia universal
de todo el género humano, entendida como esquema del desarrollo necesa-
rio de la humanidad según leyes preestablecidas. Hasta qué punto estas ideas
han entrado a formar parte del patrimonio intelectual de nuestro tiempo lo
demuestra el hecho de que, en su formulación general, se han convertido casi
en un lugar común. Pero solo si se analiza con mayor detalle el significado
y las implicaciones de esta afirmación, podremos percatarnos de la singular
naturaleza de la empresa que propone.
Las leyes que ambos se proponen definir —sin que haya particular dife-
rencia en el hecho de que Comte las califique como «leyes naturales»28 mien-
tras Hegel las define como principios metafísicos— son ante todo leyes del
desarrollo de la mente humana. En otras palabras, ambos sostienen que nues-
tras mentes individuales, que contribuyen a este proceso de desarrollo, son
al mismo tiempo capaces de comprenderlo como totalidad. A la necesaria su-
cesión de etapas de la mente humana determinada por estas leyes dinámicas
es a la que hay que atribuir la correspondiente sucesión de las distintas civi-
lizaciones, culturas, Volksgeister, o sistemas sociales.
Su común insistencia sobre el predominio del desarrollo intelectual en
este proceso no contrasta en absoluto con el hecho de que la tradición más

28. Comte, Cours de philosophie positive, 5.ª ed. (idéntica a la 1.ª) (París, 1893), vol. 4, p. 253;
véase también Early Essays, p. 150. [Nótese que Hayek hace alusión en este capítulo a la quinta edición
del Cours de Comte, mientras que en otros capítulos hacía alusión a la segunda. – Ed.].

406
COMTE Y HEGEL

influyente que ambos inspiraron fuera bautizada equívocamente como in-


terpretación «materialista» de la historia. Comte, en este como en muchos
otros puntos, más próximo a Marx que a Hegel, pone las bases de este desarro-
llo mediante su insistencia sobre la importancia predominante de nuestro
conocimiento de la naturaleza; y el sentido básico de la llamada interpretación
«materialista» (o, mejor, tecnológica) de la historia es, en esencia, simplemen-
te que nuestro conocimiento de la naturaleza y de las posibilidades tecno-
lógicas es el que gobierna el desarrollo de todos los demás campos. El punto
esencial, es decir la creencia de que la propia mente es capaz de explicarse a
sí misma, así como las leyes de un desarrollo pasado y su futuro —no puedo
precisar aquí por qué creo que esto implica una contradicción29 — es común
a Hegel y a Comte, y de ellos lo derivan Marx y sus discípulos.
La concepción de las leyes de sucesión de distintas etapas en el desarrollo
de la mente humana en general, así como en todas sus manifestaciones y con-
cretizaciones particulares, implica desde luego que todos estos conjuntos o
colectivos pueden ser captados directamente como individuos de una espe-
cie, es decir que podemos percibir directamente las civilizaciones o sistemas
sociales como hechos objetivamente dados. Tal presunción es comprensible
en un sistema idealista como el de Hegel, esto es como producto de un realis-
mo o «esencialismo» conceptual.30 Pero no lo es, a primera vista, en un sistema
naturalista como el de Comte. Sin embargo, lo cierto es que su fenomenismo,
que rechaza todas las construcciones mentales y le permite admitir únicamen-
te lo que puede observarse directamente, le obliga a adoptar una postura muy
semejante a la de Hegel. Puesto que no puede negar la existencia de estruc-
turas sociales, tiene que concebirlas como dadas inmediatamente a la expe-
riencia. De hecho, llega incluso a afirmar que los conjuntos sociales son sin
duda mejor conocidos y más directamente observables que los elementos que
los integran,31 y que por consiguiente la teoría social debe partir de nuestro

29. Para un análisis sistemático y crítico de estas ideas, véase la Primera Parte de este volumen.
[Aquí Hayek se refiere a su ensayo de «Cientismo». – Ed.].
30. Véase K.R. Popper, «The Poverty of Historicism», Economica, n.s. 11 (1944): 94 [El ensayo
de Popper se publicó más tarde en forma de libro; el análisis mencionado puede encontrarse en The
Poverty of Historicism, sección 10. – Ed.].
31. Cours, vol. 4, p. 286: «El conjunto del sujeto se conoce entonces mucho mejor y puede abor-
darse de una manera más inmediata que las diversas partes que luego podrán distinguirse en él».

407
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

conocimiento de los conjuntos directamente aprehendidos.32 Así, también


él, como Hegel, parte de los conceptos abstractos, adquiridos intuitivamente,
de sociedad y civilización, de los que posteriormente deriva por vía deduc-
tiva su conocimiento de la estructura del objeto. Llega incluso explícitamen-
te a la conclusión, sorprendente en un positivista, de que de este concepto de
la totalidad podemos derivar a priori el conocimiento acerca de las relacio-
nes necesarias entre las partes.33 Esto justifica el que a veces se haya habla-
do del positivismo de Comte como de un sistema idealista.34 Al igual que
Hegel, trata como «universales concretos»35 aquellas estructuras sociales que
en realidad llegamos a conocer solo mediante los elementos que las compo-
nen, o mediante su construcción a partir de elementos familiares; y Comte
sobrepasa a Hegel afirmando que solo la sociedad como un todo es real, mien-
tras que el individuo es una mera abstracción.36

VI

Las semejanzas entre Hegel y Comte en el tratamiento de la evolución so-


cial van mucho más allá de estos aspectos metodológicos. Para ambos, la so-
ciedad es un organismo en sentido literal. Ambos comparan las etapas a tra-
vés de las cuales tiene que pasar la evolución social con las diversas edades
por las que todo hombre pasa en su crecimiento natural. Y para ambos, el cre-
cimiento del control consciente del hombre sobre su propio destino constitu-
ye el principal contenido de la historia.
Desde luego, ni Comte ni Hegel eran historiadores en sentido propio, aun-
que no hace tanto tiempo que estaba de moda presentarlos, en oposición a
sus predecesores, como «auténticos historiadores»37 en cuanto «científicos»,
término con el que tal vez se quería significar que tendían al descubrimiento

32. Ibíd., p. 291. [Puede que el lector encuentre una mejor referencia en la p. 286. – Ed.].
33. Ibíd., p. 526.
34. Véase p. e., E. de Roberty, Philosophie du siècle (París, 1891), p. 29, y Schinz, op. cit., p. 255.
35. Salomon, op. cit., 400.
36. Cours, vol. 6, p. 590; Discours sur l’esprit positive (1918), p. 118.
37. Véase p. e., Dittmann, op. cit., p. 310, y Merz, op. cit., p. 500.

408
COMTE Y HEGEL

de leyes del desarrollo histórico. Pero lo que ellos presentaban como «método
histórico» no tardó en desplazar los planteamientos de la gran Escuela His-
tórica de un Niebhur o un Ranke.38 Suele hacerse remontar a Hegel el naci-
miento del posterior historicismo39 con su creencia en la necesaria sucesión
de «etapas» que se manifiesta en todos los campos de la vida social; pero, en
este aspecto, la influencia de Comte acaso haya sido mayor que la de Hegel.
Dada la gran confusión terminológica que reina en esta materia,40 aca-
so sea necesario decir expresamente que existe una neta distinción entre la
«Escuela Histórica» de principios del siglo XIX y la mayoría de historiado-
res profesionales posteriores, por una parte, y el historicismo de los Marx,
los Schmoller y los Sombart, por otra.41 Eran estos últimos los que, con el
descubrimiento de leyes del desarrollo, creían poseer la única clave para la
verdadera comprensión histórica y, con una arrogancia del todo injustifica-
da, tachaban de «ahistóricos» a los escritores anteriores, particularmente a
los del siglo XVIII. Creo que en muchos aspectos estaba mucho más justifi-
cada la creencia de David Hume de que la suya era la «época de la historia»
y su nación la «nación histórica» por excelencia,42 que la de los historicistas
que pretendían convertir la historia en una ciencia teórica. De los abusos a
que este historicismo ha conducido nos puede dar una idea el hecho de que
un pensador tan próximo a él como Max Weber llegó incluso de definir el

38. [El historiador alemán Barthold Georg Niebuhr (1776-1831) insistió en la importancia de
contrastar las descripciones históricas con las pruebas contemporáneas y documentales; aplicó estos
principios en sus escritos sobre historia romana. Leopold von Ranke (1795-1886), cuyo objetivo como
historiador era «mostrar lo que realmente ha pasado», buscaba aplicar los métodos de Niebuhr en la
escritura de la historia moderna. En sus seminarios de historia en Berlín, Ranke formó a la mayoría
de historiadores alemanes influyentes del siglo XIX. – Ed.].
39. Véase Popper, Open Society, y Karl Löwith, Von Hegel zu Nietzsche (Zurich, 1941), p. 302.
40. Esta vieja confusión se ha agravado recientemente por el hecho de que un historiador tan
distinguido como Friedrich Meinecke dedicara su gran obra Die Entstehung des Historismus (Munich,
1936) enteramente a esta anterior escuela histórica, en contraposición a la cual se acuñó el término
en la segunda mitad del siglo diecinueve. Véase también W. Eucken, «Die Überwindung des
Historismus», Schmoller’s Jahrbuch 63 (1938). [Véase el análisis de Hayek sobre el historicismo en
el capítulo 7, nota 1; y en el capítulo 16, nota 58. – Ed.].
41. [Para más información sobre Schmoller, véase cap. 4, nota 4; y para Sombart, véase cap.7,
nota 15. –Ed.].
42. Citado en G. Bryson, Man and Society (Princeton, 1945), p. 78.

409
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

conjunto de la Entwicklungsgedanke como una «estafa romántica».43 Tengo


poco que añadir al magistral análisis que de este historicismo ha hecho mi
amigo Karl Popper, publicado durante la guerra en un número de Economica
que pasó inadvertido,44 salvo que, en mi opinión, la responsabilidad de Comte
y del positivismo fue al menos tan grande como la de Platón y Hegel.
Este historicismo, conviene repetirlo, es una creación no tanto de los histo-
riadores en el verdadero sentido de la palabra como de los representantes de
las otras ciencias sociales que aplican el que creen ser el «método histórico».
Gustav Schmoller, fundador de la Joven Escuela Histórica de Economía, es
tal vez el mejor ejemplo de estudioso claramente inspirado por la filosofía de
Comte más que por la de Hegel.45 Pero si bien es cierto que la influencia de
este tipo de historicismo fue tal vez más marcada en economía, también lo es
que se trató de una moda que, primero en Alemania y luego en todas partes,
afectó a todas las ciencias sociales. Podría demostrarse que influyó en la his-
toria del arte46 no menos que en la antropología o la filología. Y la gran popu-
laridad de que durante los cien últimos años han disfrutado las «filosofías de
la historia», teorías que atribuyen al proceso histórico un «significado» inteli-
gible y pretenden descubrir un reconocible destino de la humanidad, es esen-
cialmente resultado de la influencia conjunta de Hegel y Comte.

VII

No voy a detenerme aquí sobre otra —y acaso solo superficial— semejanza


entre sus teorías: el hecho de que en Comte el desarrollo necesario procede
según la famosa ley de los tres estadios, mientras que en Hegel el análogo

43. Citado en Troeltsch, op. cit., pp. 189-90 n.


44. Popper, «Poverty of Historicism». [El ensayo de Popper se publicó en tres partes en Economica,
nueva serie, vol. 11, mayo de 1944, pp. 86-103; agosto de 1944, pp. 119-137; y vol. 12, mayo de 1945,
pp. 69-89. – Ed.].
45. Sobre la influencia de Comte en el desarrollo de la joven escuela histórica alemana de econo-
mía, véase en particular F. Raab, Die Fortschrittsidee bei Gustav Schmoller (Friburgo, 19934), p. 72, y H.
Waentig, Auguste Comte und seine Bedeutung für die Entwicklug der Sozialwissenschaft (Leipzig, 1894).
46. Particularmente manifiesto en la persona de Wilhelm Scherer. Véase también Rothcker, op.
cit., pp. 190-250.

410
COMTE Y HEGEL

ritmo triásico se debe al desarrollo de la mente como proceso dialéctico que


procede por tesis, antítesis y síntesis. Más importante, en cambio, es el hecho
de que para ambos la historia conduce a un fin predeterminado, que puede
interpretarse teleológicamente como sucesión de objetivos alcanzados.
Su determinismo histórico —que no significa simplemente que los acon-
tecimientos históricos estén de algún modo determinados, sino que nosotros
podemos reconocer por qué tienen que seguir un determinado curso— im-
plica por necesidad un completo fatalismo: no se puede cambiar el curso de
la historia. Incluso los individuos excepcionales son, para Comte, simples «ins-
trumentos»47 u «órganos de un movimiento predeterminado»,48 o, para Hegel,
Geschäftsführer des Weltgeistes, funciones del espíritu universal que se sirve
de ellos astutamente para alcanzar sus propios fines.
No hay lugar para la libertad en semejante sistema: para Comte, la liber-
tad es «la sumisión racional al dominio de las leyes de la naturaleza»,49 esto
es, desde luego, a sus leyes naturales de desarrollo inevitable; para Hegel, el
reconocimiento de la necesidad.50 Y puesto que ambos poseen el secreto de
la «unidad intelectual definitiva y permanente»51 hacia la que tiende la evo-
lución según Comte, o de la «verdad absoluta» en el sentido de Hegel, am-
bos reivindican para sí el derecho a imponer una nueva ortodoxia. Tengo que
admitir, sin embargo, que en este como en muchos otros aspectos el muy de-
nostado Hegel es infinitamente más liberal que el «científico» Comte. No en-
contramos en Hegel los anatemas contra la ilimitada libertad de conciencia
en que abundan las obras de Comte, y el intento de Hegel de emplear el apa-
rato del Estado prusiano para imponer una doctrina oficial52 es poca cosa

47. Early Essays, p. 15 [154-157].


48. Cours, vol. 4, p. 298.
49. Ibíd., p. 157: «Porque la verdadera libertad no puede consistir, sin duda, sino en una sumisión
racional a la única preponderancia, convenientemente comprobada, de las leyes fundamentales de la
naturaleza.»
50. Philosophie der Geschichte, ed. Reclam, p. 77: «Necesario es lo racional como lo sustancial,
y somos libres en cuanto reconocemos esto como ley y lo seguimos como sustancia de nuestro propio
ser: y así la voluntad objetiva y la subjetiva se reconcilian constituyendo un todo único inalterado.»
51. Cours, vol. 4, p. 144; Early Essays, p. 132.
52. Véanse algunos ejemplos en Meyerson, op. cit., p. 130; véase también Popper, Open Society,
vol. 2, p. 40.

411
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

comparado con el plan de Comte para establecer una nueva «religión de la


humanidad» y demás numerosos planes antiliberales de regimentación
que su antiguo admirador John Stuart Mill acabó por calificar de «liberti-
cidas».53
No tengo tiempo para demostrar detalladamente en qué gran medida
estas afinidades de actitud política se reflejan en análogas valoraciones de
los distintos periodos históricos y de las diferentes instituciones. Solo men-
cionaré, como característica particular, que ambos pensadores muestran la
misma antipatía hacia la Grecia de Pericles y el Renacimiento y la misma
admiración por Federico el Grande.54

VIII

El último punto de acuerdo importante entre Hegel y Comte que quisiera


poner de relieve no es sino una consecuencia de su historicismo, pero que,
independientemente de ello, ha ejercido una influencia tan grande que de-
seo discutirlo a parte. Se trata de su total relativismo moral, su convicción
de que todas las normas morales están justificadas por las circunstancias de
tiempo, o de que solo son válidas aquellas que pueden justificarse así explí-
citamente —no siempre es claro lo que esas normas significan. Esta idea es,
obviamente, una pura y simple aplicación del determinismo histórico, de la
convicción de que podemos explicar adecuadamente por qué los hombres,
en las distintas épocas, han profesado determinadas creencias y no otras. De
este pretendido conocimiento de la forma en que el entendimiento humano
está predeterminado se deriva la presunción de que es posible conocer cuáles
son las creencias que la gente debe profesar en determinadas circunstancias,

53. J.S. Mill a Harriet Mill, Roma, 15 de enero de 1855: «Casi todos los proyectos de los refor-
madores sociales en nuestro tiempo son realmente liberticidas —en particular los de Comte» (F.A.
Hayek, John Stuart Mill and Harriet Taylor [Chicago, 1951], p. 216). [Se espera una edición de este
título en la colección de Obras completas. – Ed.]. Para una exposición más completa de las opiniones
políticas de Comte, cuyas tendencias antiliberales son mucho más extremistas que las de Hegel, véase
supra, pp. 383-386.
54. En el «Calendario Positivista» de Comte, al «Mes del estadista moderno» se da el nombre de
Federico el Grande.

412
COMTE Y HEGEL

y el rechazo como irracionales o inapropiadas de todas las normas morales


que no pueden justificarse de este modo.
En este aspecto el historicismo revela más claramente su carácter racio-
nalista o intelectualista:55 desde el momento en que la determinación de todos
los desarrollos históricos debe resultar inteligible, solo pueden considerarse
activas aquellas fuerzas que podemos comprender plenamente. La postura
de Comte sobre este punto no es realmente muy distinta de la de Hegel cuando
afirma que todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es también
real,56 salvo que, en lugar de racional, Comte habría dicho históricamente ne-
cesario y, por tanto, justificado. En este sentido, piensa que todo está justi-
ficado en su circunstancia histórica, ya se trate de la esclavitud o de la cruel-
dad, de la superstición o de la intolerancia, porque —esto no lo dice pero
está implícito en su razonamiento— no hay normas morales que debamos
aceptar como trascendentes a nuestra razón individual, nada que deba con-
siderarse como un presupuesto dado e inconsciente a todo nuestro pensamien-
to, a cuya luz podamos juzgar las normas morales. Es realmente significati-
vo que no pueda concebir otra posibilidad que un sistema moral trazado y
revelado por un ser superior, o bien un sistema demostrado por nuestra pro-
pia razón.57 Y entre estas dos posibilidades, le parece incuestionable la nece-
saria superioridad de la «moral demostrada». Comte era al mismo tiempo más
coherente y más extremista que Hegel. Expuso ya las líneas esenciales de
su concepción en su primera publicación, cuando a la edad de diecinueve años
escribió: «Nada hay bueno o malo en sentido absoluto; todo es relativo, y esta
es la única afirmación absoluta.»58
Sin embargo, es posible que respecto a este punto particular haya atribui-
do yo excesiva importancia a la influencia de nuestros dos filósofos, y que
estos se limitaran a seguir una tendencia general de su tiempo consecuente
con sus sistemas de pensamiento. Podemos ver claramente con qué rapidez

55. Véase H. Preller, «Rationalismus und Historismus», Historische Zeitschrift 126 (1922).
56. Grundlinien der Philosophie des Rechtes, Philosophische Bibliothek (Leipzig: Felix Meiner,
1911), p. 14.
57. Système de politique positive (1854), vol. 1, p. 356: «La superioridad necesaria de la moral
demostrada sobre la moral revelada.» [La superioridad necesaria de la moral demostrada sobre la moral
revelada. – Ed.].
58. L’industrie, ed. Saint-Simon, vol. 3, 2.º cuaderno. [Véase el capítulo 13, nota 7. – Ed.].

413
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

se difundió el relativismo moral en una interesante correspondencia entre


Thomas Carlyle y John Stuart Mill. Ya en enero de 1833 escribió Carlyle a
Mill, en relación a la recientemente publicada Historia de la revolución fran-
cesa:59 «¿Acaso no tiene este Thiers un maravilloso sistema de Ética in petto?
Él pretende demostrar que el poder de hacer una cosa da casi (si no comple-
tamente) el derecho a hacerla: cada uno de sus héroes acaba siendo justifi-
cado por el hecho de haber sido su acción coronada por el éxito.»60 A lo cual
responde Mill: «Usted ha caracterizado el sistema de ética de Thiers con gran
precisión. Pero me temo que se trate de un buen ejemplo de una tendencia
dominante entre los jóvenes litterateurs franceses, y que esto es todo lo que
han hecho, éticamente hablando, en su intento por imitar a los alemanes para
identificarse a sí mismos con su pasado. Acostumbrándose a modificar su
propia visión para armonizarla con la de aquellos a los que pretenden juzgar,
y manteniéndose fieles a su fatalismo histórico, han acabado por borrar toda
distinción moral excepto entre éxito y no éxito.»61 Es interesante observar
cómo Mill, a pesar de saber perfectamente que estas ideas habían sido difun-
didas en Francia por los sansimonianos, atribuya explícitamente su aparición
a la influencia alemana sobre un joven historiador francés.
Menciono solo de pasada que estas ideas de Comte y Hegel conducen a un
completo positivismo moral y jurídico,62 muy próximo a la doctrina que identi-
fica la Fuerza con el Derecho. Creo que no es difícil demostrar que constituye

59. A. Thiers, Histoire de la révolution française (1823-27).


60. T. Carlyle a J.S. Mill, 12 de enero de 1833, en Letters of Thomas Carlyle to John Stuart Mill,
John Sterling, and Robert Browning, ed. Alexander Carlyle (Londres, 1923).
61. J.S. Mill a T. Carlyle, 2 de febrero de 1833 (inédito, National Library of Scotland). [Ahora
esta carta se ha impreso; para más información sobre el pasaje citado, véase The Earlier Letters, 1812
to 1848, ed. Francis E. Mineka, vol. 12 (1963) de Collected Works of John Stuart Mill, p. 139. – Ed.].
62. Sobre el positivismo jurídico de Hegel, véase en particular H. Heller, Hegel und der natio-
nale Machtstaatsgedanke in Deutschland (Leipzig y Berlín, 1921), p. 166, y Popper, Open Society,
vol. 2, p. 39. Para Comte, véase Cours, vol. 4, pp. 266 y ss. [Según Hayek, el positivismo jurídico es
la doctrina según la cual lo que cuenta como legalmente válido es simplemente aquello que ha creado
un legislador (toda ley es lo que se «postula», más que lo que «procede de la naturaleza» o «se descu-
bre»); así, no se necesita conexión alguna entre lo que es legal y lo que es moralmente correcto. En
este sentido, entra en oposición con las doctrinas de las leyes naturales. Hayek publicó su análisis de
los efectos, perniciosos a su juicio, del positivismo jurídico en The Constitution of Liberty, pp. 236-
239; y en The Mirage of Social Justice, vol. 2 de Law, Legislation, and Liberty, pp. 44-48. – Ed.].

414
COMTE Y HEGEL

una de las principales fuentes de la moderna tradición del positivismo jurí-


dico. En definitiva, no es más que una nueva manifestación de la misma acti-
tud general que se niega a admitir como relevante todo lo que no puede ser
reconocido como expresión de la razón consciente.

IX

Esto me retrotrae a la común idea central que subyace a todas las semejan-
zas particulares de las doctrinas de Comte y Hegel: la idea de que podemos
superar los resultados de los anteriores planteamientos individualistas, con
su modesto empeño por comprender cómo interactúan las mentes individua-
les, estudiando la Razón humana, con R mayúscula, desde fuera, como algo
objetivamente dado y observable como un todo, tal como podría mostrarse
a una supermente. De la convicción de haber satisfecho la antigua ambición
de se ipsam cognoscere mentem y de haber alcanzado una posición que le
permite predecir el futuro curso del desarrollo de la Razón, solo había un paso
para afirmar la idea aún más presuntuosa de que la Razón estaba ya en con-
diciones de elevarse, con sus propias fuerzas, a su estado definitivo y abso-
luto.63 En último análisis, esta hybris intelectual, cuya semilla fue sembrada
por Descartes, y acaso ya por Platón, constituye la común característica de

63. [Hegel, al final de su obra Lectures on the History of Philosophy, traducida por Elizabeth S.
Haldane y Francis H. Simson (Londres: Kegan Paul, Trench, Trübner and Co., 1896), apunta de la siguiente
manera que el movimiento del espíritu del mundo se vuelve consciente de sí mismo: «Hasta aquí ha
llegado el espíritu del mundo, cada etapa tiene su propia forma en el verdadero sistema de la filoso-
fía; nada está perdido y se conservan todos los principios, pues la filosofía, en última instancia, es la
totalidad de todas las formas. Esta idea en concreto es el resultado de los esfuerzos del espíritu durante
al menos veinticinco siglos de trabajo duro para llegar a ser objetivo consigo mismo, para conocerse
a sí mismo:

Tantæ molis erat, se ipsam cognoscere mentem.

Todo este tiempo ha sido necesario para producir la filosofía del presente; así de lento y así de
tarde ha trabajado el espíritu del mundo para alcanzar su objetivo». La frase en latín evoca las conclu-
siones de Virgilio sobre el sufrimiento del héroe troyano Eneas en el viaje que, finalmente, acabó siendo
el descubrimiento de Roma: Tantæ molis erat Romanam condere gentum; tal era el esfuerzo por encon-
trar el pueblo de Roma. (Eneida, 1.33) – Ed.].

415
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Hegel y Comte. Este interés por el movimiento de la Razón como un todo no


solo les impidió comprender el proceso por el cual la interacción de los indi-
viduos produce estructuras de relación que dan origen a acciones que ninguna
razón individual es capaz de comprender plenamente, sino que también les
impidió ver que todo intento de la razón consciente de controlar su propio de-
sarrollo no puede menos de limitar su real crecimiento a la capacidad de pre-
visión de la mente directiva individual.64 Aunque esta aspiración es resulta-
do directo de un cierto tipo de racionalismo, creo más bien que es producto
de un racionalismo mal entendido, que podemos calificar mejor de intelec-
tualismo —un racionalismo que falla en su tarea más importante, la de reco-
nocer los límites de lo que la razón consciente individual es realmente capaz
de hacer.65
Tanto Hegel como Comte son totalmente incapaces de explicar cómo la
interacción de los esfuerzos de los individuos puede crear algo que excede su
capacidad de comprensión. Mientras Adam Smith y demás grandes indivi-
dualistas escoceses del siglo XVIII —al hablar de «mano invisible»— ofrecie-
ron semejante explicación,66 lo único que Hegel y Comte nos ofrecen es una
misteriosa fuerza teleológica. Y mientras el individualismo del siglo XVIII,
modesto en sus aspiraciones, se proponía comprender lo mejor posible los
principios según los cuales se combinan los esfuerzos de los individuos para
producir una civilización, en orden a descubrir las condiciones más favora-
bles para su ulterior crecimiento, Hegel y Comte se convirtieron en la prin-
cipal fuente de aquella hybris colectivista que aspira a «dirigir consciente-
mente» todas las fuerzas de la sociedad.

64. Véase supra, capítulo 9, pp. 229-37.


65. [Más tarde, Hayek hace referencia al término «constructivismo racionalista» para describir
esta tendencia. Véase F.A. Hayek, «Kinds of Rationalism» [1964], en Studies in Philosophy, Politics,
and Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1967), p. 85. – Ed.].
66. Véase mi Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948), p.
7. [Aquí, Hayek se refiere a su ensayo «Individualismo: el verdadero y el falso», reimpreso como intro-
ducción al presente volumen. El análisis al que hace referencia se encuentra en las pp. 52-54. – Ed.].

416
COMTE Y HEGEL

Trataré ahora de ilustrar brevemente, mediante algunos ejemplos, las ante-


riores indicaciones sobre el curso que tomó la común influencia de Hegel y
Comte. Uno de los filósofos que merecerían ser estudiados detalladamente
es el alemán Ludwig Feuerbach, un tiempo muy famoso y ahora casi olvi-
dado. Sería aún más significativo si este viejo hegeliano, que había de con-
vertirse en el fundador del positivismo alemán, hubiera llegado a este re-
sultado sin conocimiento alguno de Comte; pero hay varios elementos que
nos permiten suponer con fundamento que conoció muy pronto el primer
Système.67 Cuán grande fue su influencia no solo sobre los demás jóvenes
hegelianos radicales, sino también sobre la nueva generación en su conjun-
to, resulta claramente del relato que nos dejó F. Engels de cómo «todos ellos
se convirtieron de pronto en feuerbachianos».68
La mezcla de hegelismo y positivismo que Feuerbach ofrecía69 fue ca-
racterística del pensamiento de todo el grupo alemán de teóricos sociales
que aparecieron en los años 1840. Solo un año después de que Feuerbach
rompiera con Hegel, porque, como explicó más tarde, comprendió que la ver-
dad absoluta no significaba otra cosa que el profesor absoluto,70 el mismo
año en que apareció el último volumen del Cours de Comte, y Marx (digá-
moslo de paso) enviaba a la imprenta su primera obra, esto es en 1842, otro
autor, también muy influyente y representativo de su tiempo, Lorenz von
Stein, publicó su Socialismo y comunismo en Francia, que declaraba haber
intentado la fusión del pensamiento hegeliano y sansimoniano y por tanto

67. Véase supra, pp. 362 y ss.


68. Engels, Ludwig Feuerbach and the Outcome of Classical German Philosophy (Nueva York,
1941), p. 18.
69. Sobre Feuerbach, véase S. Rawidowicz, Ludwig Feuerbachs Philosophie (Berlín, 1931); K. Löwith,
op. cit.; A. Lévy, La philosophie de Feuerbach (París, 1904); y F. Lombardi, L. Feuerbach (Florencia,
1935). Totalmente inadecuado es el reciente estudio inglés de W.B. Chamberlain sobre Feuerbach Heaven
Wasn’t His Destination (Londres, 1941). Para la amplia difusión de las tendencias positivistas entre
los Jóvenes Hegelianos, véase en particular D. Koigen, Zur Vorgeschichte des modernen philosophischen
Sozialismus in Deutschland (Berna, 1901).
70. L. Feuerbach a W. Bolin, 20 de octubre de 1860, Ausgewählte Briefe von und an Feuerbach,
ed. W. Bolim (Leipzig, 1904), vol. 2, pp. 246-47.

417
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

comtiano.71 Se ha observado con frecuencia que en esta obra Stein anticipó


gran parte de las teorías históricas de Karl Marx.72 Observación tanto más
interesante si tenemos en cuenta que otro precursor de Karl Marx, el fran-
cés Jules Lechevalier, era un antiguo sansimoniano que estudió en Berlín con
Hegel.73 Este se anticipó a Stein en diez años, pero permaneció durante al-
gún tiempo como figura aislada en Francia. En Alemania, el positivismo he-
geliano, si así podemos llamarle, se convirtió en la corriente de pensamiento
dominante. Fue en esta atmósfera en la que tanto Karl Marx como Friedrich
Engels construyeron sus luego famosas teorías de la historia, muy hegelia-
nas en el lenguaje, pero, creo yo, mucho más deudoras de Saint-Simon y de
Comte de lo que suele creerse.74 Y fueron precisamente las semejanzas que
he tratado de poner de manifiesto lo que les permitió mantener el lenguaje
hegeliano en la exposición de una teoría que, como dice el propio Marx, repre-
senta en muchos aspectos el reverso de la teoría hegeliana.
Tal vez no sea del todo accidental el hecho de que casi al mismo tiempo,
en 1841 y 1843, dos pensadores, mucho más próximos a la aplicación del
método de las ciencias naturales al estudio de las ciencias sociales que a He-
gel, Friedrich List75 y Wilhelm Roscher,76 introdujeron el historicismo en

71. Lorenz Stein, Der Sozialismus und Comunismus in heutigen Frankreich (Leipzig, 1842).
72. Véase Heinz Nitschke, «Die Gesichtsphilosophie Lorenz von Steins», Historische Zeitschrift,
sup. 26 (1932), esp. p. 136, para la literatura anterior sobre el tema; y T.G. Masaryk, Die philosophis-
chen und soziologischen Grundlagen des Marxismus (Viena, 1899), p. 34.
73. Sobre Jules Lechevalier, véase H. Ahrens, Naturrecht, 6.ª ed. (Viena, 1870), vol. 1, p. 204 [pp.
204-205]; Charles Pelarin [Pellarin], Notice sur Jules Lechevalier et Abel Transon (París, 1877); A.V.
Wenckstern, Marx (Leipzig, 1896), pp. 205 y ss. [240-252]; y S. Bauer, «Henri de Saint-Simon nach
hundert Jahren», Archiv für die Geschichte der Sozialismus 12 (1926): 172.
74. Un cuidadoso análisis de la influencia positivista sobre Marx y Engels exigiría un estudio
aparte. Una sorprendente influencia directa sobre semejanzas verbales podría apreciarse en los escri-
tos de Engels, mientras que la influencia sobre Marx sería más indirecta. Algunos materiales para
este estudio podrían hallarse en T.G. Masaryk, op. cit., p. 35, y Lucie Prenant, «Marx and Comte», en
A la lumière du marxisme (París: Cercle de la Russie Neuve, 1937), vol. 2, pt. 1. En fecha posterior
a Engels (7 de julio de 1866), Marx, que entonces leía a Comte, al parecer por primera vez de manera
directa (al revés de su probable conocimiento indirecto de Comte a través de los escritos de los sansi-
monianos), le califica de «lamentable» comparado con Hegel.
75. Friedrich List, Nationales System der Politischen Ökonomie (1841).
76. Wilhelm Roscher, Grundriss zu Vorlesungen über die staatswirtschaft nach historischer
Methode (1843).

418
COMTE Y HEGEL

economía, iniciando así una tradición que no tardaron en imitar con entusias-
mo otras ciencias sociales. Fue en estos quince o veinte años que siguieron
a 184277 cuando se desarrollaron y difundieron las ideas que dieron por pri-
mera vez a Alemania una posición dominante en las ciencias sociales; y, en
cierta medida, a través de su reexportación de Alemania (aunque parcialmen-
te también de Inglaterra a través de Stuart Mill y Buckle) como algunos
historiadores y sociólogos franceses como Taine78 y Durkheim79 se familia-
rizaron con la tradición positivista al tiempo que con el hegelismo.
Bajo la inspiración de este historicismo de marca alemana se llevó a cabo
en la segunda mitad del siglo diecinueve el gran ataque contra la teoría social
individualista, se cuestionaron los auténticos fundamentos de la sociedad in-
dividualista y liberal, y tanto el fatalismo histórico como el relativismo mo-
ral se convirtieron en las tendencias dominantes. Y particularmente bajo esta
influencia, desde Marx a Sombart y Spengler, las «filosofías de la historia»
se convirtieron en la expresión más influyente de la actitud de la época ante
los problemas sociales.80 Su expresión más característica, sin embargo, es tal
vez la llamada sociología del conocimiento, que todavía hoy, en sus dos ra-
mas distintas aunque muy parecidas, revela cómo las dos corrientes de pen-
samiento que proceden de Comte y de Hegel siguen actuando a veces en

77. El especial significado del año 1842 en relación con esto lo subrayan Koigen, op. cit., pp. 236
y ss., y Hans Freund, Soziologie und Sozialismus (Würzburg, 1934). Particularmente instructivas
sobre la influencia del positivismo en los historiadores alemanes de este periodo son las cartas de J.G.
Droysen. Véase en particular esta carta fechada el 2 de febrero de 1851 [1852], dirigida a T. v. Schön,
en la que escribe: «La filosofía ha sido durante mucho tiempo no solo desacreditada sino destruida
en su propia vida por Hegel y sus discípulos. La idolatría del pensamiento creador, reivindicándolo
todo, ha llevado a la locura feuerbachiana, la cual corresponde punto por punto, metódica y éticamen-
te, a esta orientación politécnica.» En la carta del 17 de julio de 1852 a M. Dunckler, se lee: «¡Ay de
nosotros y de nuestro pensmiento alemán, si la misère politécnica en que desde 1789 se agosta y langui-
dece Francia, este lodazal babilónico de contabilidad y de disolución, se propaga todavía más a fondo
en nuestra ya vacilante generación. El variopinto positivismo que se practica en Berlín acaba encerran-
do en un invernadero esta revolución de la vida del espíritu» (J.G. Droysen, Briefwecksel, ed. de R.
Hübner [Leipzig, 1929], vol. 2, pp. 48, 120).
78. Véase D.D. Rosca, L’influence de Hegel sur Taine (París, 1928), y O. Engel, Der Einfluss Hegels
auf die Bildung der Gedankenwelt Taines (Stuttgart, 1920).
79. Véase S. Deploige, The Conflict Between Ethics and Sociology (St. Luis, 1938), cap. 4.
80. Véase Paul Barth, Die Philosophie der Geschichte als Soziologie (1922).

419
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

paralelo y a veces en combinación.81 Y, last but not least, el socialismo mo-


derno ha tomado en gran parte sus bases teóricas de aquella Alliance intellec-
tuelle fraco-allemande, como la definió Celestin Bouglé,82 que fue principal-
mente una alianza del hegelismo alemán y del positivismo francés.
Permítaseme concluir este esbozo histórico con una observación más.
Después de 1859, en lo que respecta a las ciencias sociales, la influencia de
Darwin apenas hizo otra cosa que confirmar una tendencia ya existente. El
darwinismo pudo haber impulsado la introducción en el mundo anglo-sajón
de teorías evolucionistas ya formadas. Pero si examinamos las «revolucio-
nes» científicas que se intentaron en las ciencias sociales bajo la influencia
de Darwin, por ejemplo por Thorstein Veblen y sus discípulos, se reducen
casi exclusivamente a un resurgimiento de las ideas que el historicismo alemán
desarrolló bajo la influencia de Hegel y Comte. Sospecho, aunque no tengo
pruebas de ello, que a un examen más atento, también esta rama americana
del historicismo podría demostrar que se halla en una relación más directa
con la fuente original de estas ideas.83

XI

No es posible, en tan breve espacio, agotar un tema tan complejo. No creo


que, con las breves consideraciones que he tenido la oportunidad de hacer
sobre la filiación de las ideas, haya podido convencer al lector de que son
acertadas en todos sus extremos. Pero al menos espero haber ofrecido prue-
bas suficientes para convencerle de la validez de mi exposición: que aún segui-
mos en gran medida, sin que nos demos cuenta de ello, bajo la influencia de
unas ideas que casi imperceptiblemente se han filtrado en el pensamiento
moderno debido a que eran compartidas por los fundadores de lo que, al pare-
cer, eran tradiciones radicalmente opuestas. En este campo nos dejamos en
gran parte aún guiar por ideas que tienen por lo menos un siglo de existencia,

81. Véase E. Grünwald, Das Problem der Soziologie des Wissens (Viena, 1934).
82. C. Bouglé, Chez les prophètes socialistes (1918), cap. 3.
83. Es evidente que estas ideas de Comte influyeron sobre Veblen. Véase W. Jaffé, Les théories
economiques et sociales de T. Veblen (París, 1924), p. 35.

420
COMTE Y HEGEL

del mismo modo que el siglo XIX fue en gran parte guiado por ideas del XVIII.
Pero mientras las ideas de Hume y Voltaire, de Adam Smith y de Kant, produ-
jeron el liberalismo del siglo XIX, las de Hegel y Comte, de Feuerbach y Marx,
han llevado al totalitarismo del siglo XX.
Es posible que los estudiosos tendamos a sobreestimar la influencia que
podemos ejercer sobre los asuntos de nuestro tiempo. Pero dudo que pueda
exagerarse la influencia que las ideas tienen a largo plazo. Y no hay duda de
que nuestro deber específico consiste en reconocer las corrientes intelectua-
les que siguen conformando la opinión pública, analizar su significado y, si
fuere el caso, refutarlas. Con la primera parte de este deber he tratado de cum-
plir en la presente exposición.

421
APÉNDICE:
DOCUMENTOS RELACIONADOS

Algunas notas sobre la propaganda en Alemania (1939)1

Segundo borrador, 12/09/1939 2

Sin tratar de ser sistemático o exhaustivo, propongo resumir aquí ciertas


sugerencias relacionadas con la propaganda en Alemania. El objetivo prin-
cipal de estas notas es mostrar por qué esta propaganda debe basarse en
conocer a fondo la psicología alemana y las condiciones en Alemania para
poder ser efectiva. Al mismo tiempo, siempre debe tenerse en cuenta que
durante mucho tiempo ha existido en Alemania cierto abismo que sepa-
raba el intelecto judío y socialista del resto de la comunidad y que, en con-
secuencia, el típico refugiado no siempre suele ser el referente más fiable en
estos asuntos.

1. Política. La propaganda eficaz siempre debe estar totalmente preparada


para explicar y defender los principios de la democracia liberal, y demos-
trar cómo estos principios han guiado con coherencia la política de las de-
mocracias occidentales. Una de las mayores dificultades en este aspecto
es que muchos conceptos y muchas expresiones que en inglés tienen una
pronunciación parecida, o que depende del momento en el que se enun-
cien, al traducirse al alemán se convierten en frases sin sentido y vacías;
sin embargo, los conceptos y las expresiones que en inglés se utilizan ha-
bitualmente pueden tener en alemán el atractivo y la frescura de una idea

1. [Este documento puede encontrarse en los textos de Hayek, caja 61, carpeta 4, archivos del Ins-
tituto Hoover. – Ed.].
2. [Los lectores estadounidenses deben observar que Hayek seguía la convención inglesa a la hora
de expresar las fechas. Este borrador data del 12 de septiembre de 1939. – Ed.].

423
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

nueva. Por ejemplo, mientras las palabras «libertad» o «militarismo» o


sus equivalentes significan poco o nada para el alemán medio y pueden
llegar a ser confundidas, sería mucho más eficaz explicar que el principio
liberal fundamental sirve «para tolerarlo todo excepto la intolerancia» y,
por supuesto, sería muchísimo más apropiado hacer que los alemanes
comprendieran las causas del presente conflicto.
Sin embargo, la principal ventaja de cualquier propaganda dirigi-
da directamente contra los principios políticos del régimen de Hitler es
que no sería difícil demostrar que son Gran Bretaña y Francia las que
defienden todos los principios que deseaban los grandes poetas y pen-
sadores alemanes cuyos nombres siguen siendo sagrados en Alema-
nia, a pesar de desconocerse en general sus escritos más importantes.
Aquí, al igual que en otros sentidos, es de vital importancia citar lo má-
ximo posible las fuentes alemanas para explicar los ideales por los que
luchan Gran Bretaña y Francia. Hay una gran riqueza de material en
los escritos de los clásicos alemanes que, si se seleccionan hábilmente,
podrían usarse para el más fructífero de los resultados. Como ejemplo
de lo que ahora tengo en mente, mencionaré únicamente el análisis de
Schiller de los valores relativos de la civilización de Atenas y Esparta,
pues podría aplicarse palabra por palabra al presente conflicto entre ideo-
logías.3
También existen ciertas analogías con la historia reciente que debe-
rían usarse mucho más con respecto a este tema. A la queja, que en los
últimos meses han expresado incluso los alemanes más razonables, de que
Gran Bretaña interfiere en partes de Europa que no le afectan inmedia-
tamente, la respuesta obvia es señalar la intervención de Alemania en
España; al parecer, no se ha hecho uso de esta respuesta. Otro paralelis-
mo conocido por todos los alemanes y bien utilizado es que la impor-
tancia que le da Polonia a la ciudad alemana de Danzig es exactamente

3. [Hayek hace referencia a «The Laws of Lycurgus and Solon», donde el poeta, dramaturgo,
filósofo e historiador alemán Friedrich Schiller (1759-1805) comparó el gobierno republicano del ate-
niense Solón con el régimen totalitario del espartano Licurgo. Véase Friedrich Schiller, «Die Gesetz-
gebung des Lycurgus und Solon», Historische Schriften, vol. 4 de Friedrich Schiller Sämtliche Werke
(Múnich: Carl Hanser, 1960), pp. 805-836. – Ed.].

424
APÉNDICE

análoga a la importancia que le da el imperio Austrohúngaro a la ciudad


italiana de Trieste.
2. Historia. Apenas puede exagerarse hasta qué punto las opiniones políti-
cas de no solo los alemanes más inteligentes sino también del ciudadano
de a pie de Alemania están basadas en la visión tergiversada de la histo-
ria, en la que se ha ido educando a los alemanes durante los últimos se-
senta años: incluso en lo que respecta a la gente normal, el efecto a largo
plazo de cualquier tipo de propaganda dependerá de hasta qué punto pue-
den disiparse las principales ideas equivocadas que se tienen en este sen-
tido; la influencia que esperamos ejercer a largo plazo en las clases más
inteligentes y su creencia en la justicia de su causa, que al final será más
que decisiva, dependerá principalmente de hasta dónde se consiga corre-
gir esta visión tergiversada de los hechos históricos, que es su guía.
Si tal «instrucción histórica» necesita una oportunidad para tener éxi-
to, entonces es más que fundamental que todas las referencias históri-
cas sean tanto escrupulosa como puntillosamente correctas; que, en la
medida de lo posible, las fuentes alemanas se usen y se citen literalmente;
y, por supuesto, que bajo ningún concepto se permita utilizar diferentes
versiones de los mismos hechos históricos. Al mismo tiempo, también
sería claramente fundamental limitar este tipo de instrucción histórica
a los hechos más importantes, y repetir constantemente la versión correcta
que le corresponde de todas las maneras posibles. Esto solo puede conse-
guirse si toda la información histórica usada en los materiales propagan-
dísticos (también los de Francia y otras agencias de creación de propa-
ganda) se basa en un tipo de manual oficial, un compendio al que puedan
referirse quienes se dedican a la propaganda, de forma que se ofrezca la
información más fiable posible y la confirmación de los hechos mediante
fuentes alemanas. Es evidente que tal manual no podría producirse en
un día, sino que tendría que escribirse gradualmente. Lo principal es que
un equipo de historiadores y personas que estén familiarizados sobre todo
con la literatura alemana, tanto técnica como popular, apoye, mediante
su trabajo sistemático y lento, los materiales propagandísticos que vayan
a usarse.
En lo que respecta a la historia anterior a 1914, el libro de H. Kantoro-
wicz, Spirit of British Policy and the Spectre of Encirclement (en el original

425
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en alemán) sirve como fuente casi perfecta para este propósito.4 Pero con
respecto al periodo desde la última guerra y, en particular, los últimos seis
años, no hay disponible nada parecido, y el trabajo de recopilar la informa-
ción que pueda usarse con eficacia en propaganda es de una magnitud y
una complejidad enormes. Sin embargo, nunca debe olvidarse que los ale-
manes ignoran casi al completo los hechos más vergonzosos del régimen
nazi, desde el incendio del Reichstag y los acontecimientos del 30 de ju-
nio de 1934 hasta los sucesos más recientes.5 Pero mientras les preocupe
hasta cierto punto conocer los hechos, y mientras lo único capaz de ha-
cerles añicos sus creencias sean las pruebas irrefutables, sospecharán cla-
ramente de toda información que provenga de fuentes extranjeras, y se-
rán capaces de comprobar algunos de los hechos que les presenten. Un
solo hecho establecido con convicción y, en la medida de lo posible, acep-
tado por las fuentes alemanas tendrá más peso que todas las acusaciones
infinitas.
3. Hechos sobre el régimen nazi. El hecho de que se sepa tan poco de bue-
na fuente sobre la historia reciente de Alemania se debe principalmente
a que, por una parte, nadie podría esperar recopilar y examinar las prue-
bas disponibles sin ningún tipo de ayuda, y por otra, los organismos pú-
blicos o privados que podrían haber organizado tales investigaciones ha-
brían sido reacios, con una o dos excepciones, a interferir en los asuntos
internos de otro estado. Estas consideraciones ya no cuentan, ahora sería
rentable dedicar esos gastos tan grandes y molestarse por conseguir to-
dos los hechos que puedan establecerse de la forma más concreta y deta-
llada posible. En este sentido, la investigación sistemática se deberá llevar

4. [Hayek se refiere a Hermann Kantorowicz, Der Geist englischen Politik und das Gespenst der
Einkreisung Detschlands (Berlín: E. Rowohlt, 1929), traducido como The Spirit of British Policy and
the Myth of the Encirclement of Germany por W.H. Johnson (Nueva York: Oxford University Press,
1932). – Ed.].
5. [Hayek hace referencia al incendio del Reichstag del 27 de febrero de 1933, que llevó a la firma
del Decreto del Incendio del Reichstag al día siguiente, por el cual se suspendía la mayoría de liber-
tades civiles en Alemania y que, en última instancia, llevó al Acta Permisiva (23 de marzo de 1933),
que permitía a Hitler promulgar leyes sin el consentimiento del Reichstag. El 30 de junio de 1934,
conocido como La noche de los cuchillos largos, Hitler ejecutó a numerosos rivales, lo que fortaleció
el poder de las SS. – Ed.].

426
APÉNDICE

a cabo como complemento fundamental de la propaganda si se quiere ha-


cer un uso eficaz de los aspectos más horrorosos del régimen nazi en tiem-
pos de paz.
La preparación de tal descripción completa y verídica de los aconte-
cimientos ocurridos en Alemania durante el régimen nazi será de suma
importancia no solo para la propaganda dentro de Alemania durante la
guerra, sino también para la de los países neutrales (incluso Gran Bretaña
y Francia), y puede que más tarde lo fuera en territorio ocupado y entre
los prisioneros de guerra. Además, sería de un valor incalculable cuan-
do surjan los problemas tras la guerra, una vez se extirpe el nazismo de
Alemania.
Por enormes que sean las dificultades de recopilar toda esa historia
del régimen nazi, la tarea no es ni mucho menos imposible. Hay en ese
país y en muchos otros fuera de Alemania un gran número de personas
que en algún momento u otro ocuparon altos puestos en la Alemania nazi
y, por lo tanto, que poseen un amplio conocimiento interno. Por supuesto,
a la mayoría de ellos no se les puede considerar de confianza, ni se puede
esperar de ellos que ofrezcan mucha ayuda. Pero si la historia la exami-
nan y la reexaminan las personas que han estudiado las pruebas publica-
das, y si se contrastan sus afirmaciones y los hechos que ya se conocen,
sin duda alguna se podría establecer la mayor parte de los hechos más
importantes.
Creo que la tarea de producir un manual de tales dimensiones sobre
la historia reciente de Alemania debería confiarse a un reducido comité
de académicos alemanes (no judíos) principalmente, entre los que se po-
dría incluir a una o dos personas que ya hayan producido análisis bastante
fiables de tales acontecimientos. Sería conveniente invitar a unos pocos
académicos neutrales con inclinación a favorecer a Alemania (por ejem-
plo, Sven Hedin) para actuar como observadores y controlar los proce-
dimientos.6 Debería tenerse cuidadosamente en cuenta la cuestión bajo
cuyos auspicios podría aparecer tal publicación. Una vez se compile dicho

6. [El explorador y geógrafo sueco Sven Anders Hedin (1865-1952) fue un conocido germanó-
filo que defendía el establecimiento de una alianza sueca con el Imperio alemán durante la Primera
Guerra Mundial. – Ed.].

427
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

manual, debería publicarse en decenas de miles de copias de tamaño pe-


queño y papel fino, de forma que puedan usarse todos los tipos de me-
dios, en particular las organizaciones de la oposición alemana, para con-
seguir que entren en Alemania tantas copias como sea posible.
4. A quién debe dirigirse principalmente la propaganda. No puede negarse
que estos métodos sean demasiado «académicos» como para ser propa-
ganda efectiva. Con el tipo de mente de todos aquellos de lo que se espera
que tengan éxito no se pueden ser tan exactos ni detallados con respecto
a los hechos. Incluso en la propaganda histórica debería referirme a las
fuentes alemanas y recomendar libros alemanes sin esperar nada a cam-
bio. Si entonces se descubre que dichos libros se han prohibido de inme-
diato, este hecho no hará más que incrementar las sospechas contra la in-
formación oficial. Por supuesto no debe haber divagaciones dilatadas. Lo
que principalmente tengo en mente son emisiones de entre quince y vein-
te minutos de duración (si tales medidas siguen estando disponibles) o ma-
terial impreso que conlleve más o menos el mismo tiempo de lectura en
los que los contenidos del «manual» se emitan desorganizadamente.
En general, parece importante no confiar demasiado en la propagan-
da que está directamente dirigida a las grandes masas. En Alemania, como
en cualquier otro país, las ideas solo echan raíces si se filtran poco a poco
desde lo más alto. Las personas a las que se dirige la propaganda serían so-
bre todo los círculos más importantes fuera de las organizaciones nazis,
en particular el ejército, los trabajadores industriales y los del servicio
público. En un momento dado, estos círculos tendrán acceso a la informa-
ción desde fuentes neutrales, y se formarán sus propias ideas sobre Ale-
mania en parte gracias a esta información. Esto sería así, sobre todo, en
relación con los problemas económicos; es importante evitar que estos
círculos obtengan demasiada motivación de tal información. Por ejem-
plo, durante la última guerra, el economista y catedrático sueco G. Cassel
contribuyó enormemente al fortalecimiento de la creencia en la invenci-
bilidad de Alemania mediante su análisis (erróneo, tal y como se ha de-
mostrado) de Germany’s Economic Power of Resistance.7 Esto solo podría

7. [Gustav Casell, Germany’s Economic Power of Resistance (Nueva York: Jackson Pres, 1916). –
Ed.].

428
APÉNDICE

evitarse si se proporciona a los expertos neutrales la información verda-


dera sobre los hechos.
Se deben tener en cuenta numerosos aspectos especiales de la propa-
ganda dirigida a las clases dirigentes tanto dentro como fuera del partido.
Entre estos aspectos, se encuentra el deseo que predomina entre los círcu-
los del ejército alemán de preservar a toda costa el ejército, no tanto como
un instrumento de guerra, sino simplemente porque de verdad creen que
es un elemento fundamental para mantener la estabilidad de la nación. Se
debe tener especial cuidado para no dejarse llevar por la idea, respaldada
erróneamente no solo por muchos refugiados sino también por numerosos
círculos de izquierdas en este país, de que el nazismo es un movimiento
reaccionario y capitalista. En lo que respecta a los posibles efectos que pueda
tener la propaganda sobre las clases inteligentes fuera del partido nazi,
sería mucho más eficaz, y mucho más acertado, resaltar las tendencias comu-
nistas en el movimiento nazi, y subrayar su amistad con el bolchevismo.
En relación con esta propaganda, dirigida principalmente a las clases
más inteligentes, es necesario volver un momento a su parte más históri-
ca. No sería suficiente con contarle a los alemanes la verdad; sería funda-
mental demostrarles cómo y por qué se han visto engañados por la ense-
ñanza oficial de la historia. De nuevo, esto puede y debe hacerse mediante
fuentes alemanas. Sin embargo, sería una larga historia contar, desde los
tiempos de Bismarck, que cuando un científico famoso, presidente de la
Academia Prusiana de las Ciencias, se podía jactar de que los académicos
alemanes estuvieran orgullosos de considerarse a sí mismos la «escolta es-
piritual de Hohenzollerns», ciertas secciones entre los académicos alema-
nes se pusieron al servicio de las ambiciones políticas del gobierno del mo-
mento.8 Pero sé desde mi experiencia que si uno puede demostrar cómo
se ha falsificado deliberadamente la historia, todo esto será mucho más que
suficiente para hacer que las mentes alemanas estén dispuestas a escuchar
la verdad.
No puede hacerse suficiente hincapié en que este tipo de propaganda
debería ser completamente diferente de la alemana, tanto en forma como

8. [Hayek se refiere a Emil du Bois-Reymond; para más información sobre este episodio, véase
la introducción del editor, p. 54. – Ed.].

429
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

en carácter; en vez de eso, debería recalcarse su naturaleza sobria, impar-


cial y pragmática. No debería ser únicamente diferente de la propaganda
a la que los alemanes están acostumbrados debido a su gobierno, sino que
sería conveniente, a la vez que clarificador, distinguir la información his-
tórica difundida con detenimiento en propaganda con las noticias efíme-
ras y precipitadamente preparadas sobre los recientes acontecimientos.
El receptor alemán deberá aprender poco a poco a confiar a ciegas en esta
nueva propaganda. En algún punto sería recomendable explicar por qué
nos es tan difícil establecer la verdad; en general, se debería admitir con
franqueza todo error cometido, ya sea debido a la política o a las declaracio-
nes particulares pronunciadas durante las actividades propagandísticas.
5. La relación entre la propaganda y los servicios de inteligencia. Aunque
seguramente no sea necesario, se debe hacer mención de la importancia
de mantener los contactos adecuados entre las agencias que colectan in-
formación de Alemania y aquellas que difunden la propaganda en el país.
Si se tuviera que seleccionar correctamente el material propagandístico
que se va a divulgar en cualquier momento, los encargados de realizar di-
cha tarea deberían tener un amplio conocimiento de la dosis intelectual que
se administra en ese momento a los alemanes mediante la propaganda ofi-
cial; también deberían conocer su humor y situación física. Estos quiere
decir que quienes redactan la propaganda no solo deberían informarse
sobre la prensa y las emisiones alemanas, sino que también deberían ha-
cerse con toda la información importante disponible en este país que pue-
da ser relevante para su trabajo.
6. La propaganda en los países neutrales. A pesar de que el tema queda fuera
del alcance de estas notas, excepto en la medida en la que tenga algo que
ver con las repercusiones en Alemania, me gustaría resaltar la posibilidad
de que la influencia de la información que viene de Gran Bretaña pueda
tener valor solo si se llega a valorar la mejor información disponible. Esto
podría implicar un giro casi completo en la política de los primeros días de
guerra.
7. Los objetivos de guerra. Apenas es necesario mencionar la relación que
existe entre la importancia de contar con una clara declaración de los
objetivos de guerra y la propaganda en Alemania. Si hago aquí una míni-
ma alusión a este asunto es simplemente para subrayar la importancia de

430
APÉNDICE

pedirle consejo a alguien que esté más que familiarizado con la psicolo-
gía alemana para formular cualquier declaración sobre este tema. Darle
la vuelta a una frase puede marcar en este sentido la diferencia en el pue-
blo alemán.
8. Algunas sugerencias sobre la técnica de la propaganda.

a. Emisiones de una sola frase en la longitud de onda alemana en los in-


tervalos de los anuncios alemanes. Si estas emisiones son técnicamen-
te posibles, podrían usarse de modo eficaz, sin siquiera perturbar las
emisiones alemanas, para divulgar noticias, dirigir la atención a otras
formas de propaganda o neutralizar el efecto sobre la propaganda ale-
mana. Si se preparan cuidadosamente y las locuta alguien de gran pre-
sencia y conocimiento, podrían cosechar grandes resultados no solo los
anuncios simples, como «Die Franzosen haben Saarbrücken besetzt»,
sino también esos eslóganes que tanto conocen los niños en Alemania,
como «Noch is Polen nicht verloren».9 Como al parecer los alemanes
ya han violado las convenciones que existen al respecto, puede que no
necesitemos sentir reparo alguno sobre este tema, en especial debido
a que el propósito no es el engaño, y las emisiones alemanas no son
tan caóticas en el sentido técnico.
b. Todavía en relación con las emisiones, es importante tener en cuenta
ciertas propensiones alemanas y, sobre todo, no olvidar que incluso los
que se oponen a los nazis son, hasta cierto punto, antisemitas, y son ex-
tremadamente rápidos a la hora de reconocer un acento judío. Las emi-
siones recientes de algunas emisoras de radio francesas, dirigidas en
especial a los austriacos, se han visto casi completamente privadas de
todas sus posesiones, e incluso han hecho mucho más daño al ser locu-
tadas por una persona con un pronunciado acento judío. Creo que lo
mismo ha ocurrido, u ocurrió, aunque en menor medida, en la emisión
de la revista de prensa de la BBC en alemán a última hora de la tarde.
c. El material propagandístico impreso que se debe introducir de con-
trabando en Alemania puede camuflarse fácilmente como si fuese el

9. [El anuncio se traduce como «los franceses han ocupado Saarbrücken»; el eslogan, como «Po-
lonia aún no ha desaparecido», que era la primera línea del himno nacional de Polonia. – Ed.].

431
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

volumen de una de las series populares de las bibliotecas de Penguin


o Everyman (en Alemania, Reclam, Inselbücherei, Sammlung Göschen,
etc.). También sería posible darle a tales publicaciones una forma es-
pecial que ni siquiera el destinatario pudiera saber, o al menos fingir
saber, que se trata de propaganda extranjera. Esto ocurriría sobre todo
en la selección de los clásicos alemanes que sugiero anteriormente; ade-
más, para los nazis serían mucho más difíciles de eliminar, ya que hasta
incluso a los más entusiastas les entraría la curiosidad, si no se les pro-
hibiera leer auténticos escritos de autores como Schiller, del que siem-
pre han oído grandes alabanzas.
d. En lo que respecta a la técnica de introducir el material propagandísti-
co de contrabando o, en realidad, cualquier tipo de información en Ale-
mania, me gustaría dirigir la atención sobre todo a las posibilidades de
las fronteras alemán-yugoslavas, con sus nacionalidades superpuestas
y su tráfico fronterizo poco denso. Sin querer anunciar ningún conoci-
miento profundo de las condiciones que allí se dan, podría dar conse-
jos útiles sobre el personal y otros asuntos más.

En conclusión, me gustaría señalar que se podría hacer mucho más uso


de ciertos pasajes de los discursos y escritos de Hitler, como el pasaje de Mein
Kampf recientemente citado en la sección de cartas al director del Times, cuyo
original proporciono al pie de esta página.

F.A. VON HAYEK

«So liegt schon in der Tatsache eines Abschlusses eines Bündnisses mit
Russland die Anweisung für den nächsten Krieg. Sein Ausgang wäre das
Ende Deutschlands». (A. Hitler, Mein Kampf, vol. 2, 41.ª edición, p. 749)10

10. [Adolf Hitler, Mein Kampf, 41.ª edición (Múnich: Franz Eher Nachfolger, 1933), vol. 2, p.
749. Para leer la traducción al inglés, véase Adolf Hitler, Mein Kampf, traducido por Ralph Manheim
(Boston: Houghton Mifflin, 1943), p. 660, en el que se lee: «Así, pues, el simple hecho de la conclu-
sión de una alianza con Rusia sería un síntoma para la próxima guerra. Su desenlace sería el fin de
Alemania». La advertencia de Hitler de que una alianza con los rusos sería desastrosa (pues son un
aliado débil, y la alianza provocaría que Francia e Inglaterra los atacaran) podría usarse contra su deci-
sión de firmar un pacto de no agresión con la Unión Soviética. – Ed.].

432
APÉNDICE

Correspondencia escogida, de F.A. Hayek a Fritz Machlup (1940-1941)

21 de junio de 1940
8, Turner Close
Londres, N. W. 11
Tel. Speedwell 7861

Mi querido Machlup:
A pesar del ambiente sombrío, aquí la vida sigue su curso normal. Estoy
solo en casa, Hella y los niños están con la familia de Robbins en el campo,
mientras yo me sumerjo en las planificaciones de investigación, porque por
fin Lionel Robbins y yo nos hemos unido a un departamento del gobierno,
pero me toca a mí hacerle a Robbins todos los análisis, además de los míos.
Estamos intentando acabarlos antes de que empiecen los bombardeos de ver-
dad. Aquí no se ha escuchado nada sobre los primeros ataques de los últimos
días, y en medio de la paz que se respira en casa y en el jardín, sigue costando
creerse lo cerca que está ahora la guerra. Por supuesto, uno observa con cier-
to Wehmut11 las cosas y los libros que se tienen y que pueden desaparecer
en cualquier momento. Mientras tanto, uno debe seguir con su trabajo, a la
espera de que pronto llegue la oportunidad de hacer algo que dé frutos más
inmediatos.
Por ahora, lo que principalmente me preocupa es saber si Mises y Roepke
pudieron salir de Ginebra a tiempo.12 Como seguramente ya sabes, Penrose
los había citado, casi sin previo aviso, en California, y el problema simple-
mente residía en si se podían establecer las formalidades antes de que Italia
entrara en guerra. La última carta que recibí de M. fue a finales de mayo, y
en ella comentaba que ansiaba salir de allí casi todos los días. A través de mi
amigo francés, he hecho todo lo posible para poder garantizarle un visado de
tránsito francés, pero me temo que haya llegado demasiado tarde; la única

11. [Nostalgia o desconsuelo. – Ed.].


12. [Tanto Ludwig von Mises como Wilhelm Roepke estaban en el Instituto Universitario de
Altos Estudios Internacionales de Ginebra cuando comenzó la guerra. Roepke pasó allí la guerra, pero
Mises escapó. E.F. Penrose (1896-1984) trabajaba en la Organización Internacional del Trabajo en Gine-
bra, y había formado parte del equipo docente de la Universidad de California, en Berkeley. – Ed.].

433
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

esperanza que queda es pensar que él y R. han podido escapar por la línea
aérea de Locarno-Barcelona antes de que la cerraran.13
De hecho, las últimas noticias que he tenido de él han sido las de su libro,
que debe haber salido de Ginebra en el último paquete de correos. Lo estoy
leyendo ahora mismo, y estoy haciendo una reseña de él para The Economic
Journal. Le hemos pedido a Knight hacerlo para Economica, espero que acepte.
Mi libro ya está en la prensa, y ya tengo las pruebas de la primera página, así
que espero que a pesar de todo se publique. De hecho, hasta donde me lo per-
mita mi tiempo, ya estoy trabajando en mi nuevo libro, una historia sobre la
influencia del desarrollo científico y tecnológico en el pensamiento social y la
política (que se llamará El abuso de la razón); durante este último año he elabo-
rado una planificación casi definitiva, y he realizado numerosas lecturas pre-
liminares. Es un gran tema del que uno podría sacar un buen libro. De hecho,
creo haber encontrado un enfoque del tema a través del cual se pueda ejercer
una influencia de verdad. El hecho de que llegue a ser capaz de escribirlo depen-
de por supuesto no solo de si sobrevivo a estos acontecimientos, sino también
del resultado de estos. Si las cosas acaban muy mal, seguramente no seré capaz
de continuarlo aquí, y como creo que es de gran importancia y es lo mejor que
puedo hacer para el futuro de la humanidad, entonces deberé intentar trasla-
dar mis actividades a otro sitio. Como a largo plazo será difícil escribir sobre este
tema, ya he enviado copias del esbozo de la primera parte a Haberler y Lip-
mann,14 como base de cualquier futura aplicación a una de las fundaciones para
la financiación, y adjunto otra copia a esta carta. Me temo que solo proporcio-
na un esqueleto histórico aproximado, cuyo argumento principal debe desarro-
llarse, pero ahora mismo no tengo el sosiego para desarrollar el esbozo del argu-
mento en sí en papel. Por supuesto, la segunda parte será una elaboración del
argumento central de mi panfleto sobre la libertad y el sistema económico.

13. [La identidad del «amigo francés» de Hayek sigue siendo desconocida. El compositor fran-
cés Darius Milhaud escribió una carta en nombre de Mises a la embajada francesa, lo que permitió a
Mises y su mujer obtener visas de tránsito francesas. Su huida a Estados Unidos, en la que se incluía
un viaje en autobús a través de la Francia ocupada, un largo paso de la frontera a España y una breve
estancia en Lisboa, se describe en Margit von Mises, My Years with Ludwig von Mises (Cedar Falls,
IA [Iowa]: Center for Futures Education, 1984), pp. 51-56. – Ed.].
14. [Véase la introducción del editor, p. 38, para más información sobre Gottfried Haberler y
Walter Lippmann. – Ed.].

434
APÉNDICE

Si de alguna manera fuera posible, obviamente me encantaría enviar lejos


a Hella y a los niños, siempre que fuera posible. Pero como es imposible mandar
dinero fuera del país, no creo que tenga muchas posibilidades. No conoce-
mos a nadie que viva en los dominios británicos, donde sería posible mandar-
los, y en Estados Unidos las regulaciones sobre inmigración son, por supuesto,
un obstáculo. Sin embargo, podría servir de ayuda si consiguiera algún tipo
de invitación formal con la cual poder obtener un visado para toda mi fami-
lia en el caso de que pasara lo peor. Personalmente, no tengo intención algu-
na de huir mientras dure la guerra, al menos si consigo que me acepten para
algún trabajo, o mientras la Escuela de Londres siga en pie. Pero debo confe-
sar que me estoy empezando a cabrear por la negativa de que contraten a una
persona como yo para todo tipo de trabajo útil; si esto sigue así, antes o después
empezaré a sentir que estorbo más que otra cosa.
Por favor, avísame si sabes algo de Mises. Si lo ves, pregúntale si desea que
le mande libros (libros antiguos que mantienen su valor) para reducir al me-
nos parte de la deuda que le debo. Es la única manera legal en la que puede
obtener un equivalente, una manera que ni siquiera es una evasión de las
normas, ni tampoco antipatriótica, pues no le hace daño a nadie e incluso pue-
de que salve a los libros de la destrucción. Ya se lo comenté en la última carta
que le envié, pero dudo mucho que le haya llegado.
Puede que los análisis que adjunto a la carta sean de tu interés. ¡La gue-
rra no ha rebajado nuestros estándares!
Saludos muy cordiales para todos.
Sinceramente,
F.A. HAYEK

He intentado hacer un esbozo rápido del argumento principal del libro en una
página, pero me temo que no ha salido bien. También adjunto la planificación
de un volumen de estudios económicos más técnicos que he estado conside-
rando.

435
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

13 de octubre de 1940
8, Turner Close
Londres, N. W. 11
Tel. Speedwell 7861

Mi querido Machlup:
Muchísimas gracias por tu carta de hace exactamente un mes, y que he
leí hace unos días a la vuelta de mi primera visita regular a Cambridge. Como
seguramente ya sabes, la escuela sigue estando allí, y lo más probable es que
lo siga estando. Dado que desconozco dónde voy a estar en todo momento,
es mejor que me escribas en el futuro a la dirección de la escuela: New Court,
Peterhouse, Cambridge.
Aparte de las tres noches que suelo pasar en Cambridge, el resto de tiem-
po lo sigo pasando en mi casa de Londres. Mi familia se ha ido a vivir para
siempre al campo; por ahora sigue estando en la misma casa de campo con
los Robbins, pero esperamos poder encontrar otra para nosotros no muy le-
jos de la suya. Eso es todo lo lejos que he decidido moverme, sin salir del
país, pues es menos tedioso, incluso para vivir allí durante mucho tiempo,
que cruzar el Atlántico una sola vez. Puede que haya estado equivocado, pero
uno se da cuenta de que despedirse de la familia probablemente signifique
una separación de muchos años; me ha costado mucho decidirme.
Sorprendentemente, la vida en Londres no ha cambiado nada. Algunas
noches han sido desagradables, y en una o dos ocasiones incluso pudimos
ver lo cerca que estaban las bombas. Pero en general, las consecuencias de
los ataques alemanes son, al menos en las partes de Londres que suelo ver
con frecuencia, extraordinariamente mínimas. Creo que un turista despis-
tado pensaría que Londres habría sido bombardeada durante una noche,
más que durante un mes. Tras cierta desorganización a causa de los ataques
de las dos primeras noches (que fueron también las más duras), se podría
decir que la vida ha vuelto a la normalidad. Uno se acostumbra a dormir en
el sótano o, como es en nuestro caso, una habitación fortificada en la planta
baja, y espera que ocurra lo mejor. Es evidente que de ningún modo aban-
donamos las suposiciones de que las cosas puedan empeorar, en cuyo caso
probablemente cambiaría mis hábitos actuales. Pero por ahora, la ventaja
de poder ser capaz de continuar mi trabajo en mi propio estudio y entre mis

436
APÉNDICE

libros sigue siendo más importante que el mínimo peligro que pueda afec-
tarle.
De hecho, he avanzado mucho más este verano que otras veces por las
mismas fechas. Después de acabar con la corrección de pruebas de mi gran
obra (ahora Macmillan está dudando sobre si publicarla, y está más que
lista), he completado cinco capítulos históricos de mi nuevo libro, y ahora
estoy sumergido en los primeros capítulos teóricos, los más difíciles. Ha
sido ahora, desde hace dos semanas, cuando menos he avanzado, en parte
debido a los numerosos trabajos de principios de trimestre, y también de-
bido al terrible frío que, en las condiciones actuales, molesta mucho más que
antes.
Durante el día, uno puede casi olvidarse de que hay una guerra en pro-
ceso, y pocas personas están atentas a las sirenas (que justo en este momento
están sonando). Al menos por aquí no hemos visto ni un solo avión alemán
durante el día; por supuesto, todo cambia cuando cae la noche. Aun así, lo
que más se oye es el estrépito de las armas de las defensas antiaéreas, inclu-
so el peligro más temible al que uno puede enfrentarse en el exterior son
las astillas de los proyectiles antiaéreos. Esto quiere decir que cuando oscu-
rece, uno se recluye obedientemente en casa, un poco molesto ahora que las
noches son más largas. Si, por supuesto, la cosa sigue así indefinidamente,
tal y como está ahora, aumentan las posibilidades de que tu casa acabe sien-
do antes o después víctima de la guerra; en tal caso, intentaré buscar la manera
de trasladar al menos mis posesiones más preciadas, entre ellas mi bibliote-
ca, a otra parte. Pero sería una tarea difícil.
Estoy muy preocupado por Mises. Las dos cartas que me envió desde su
huida (una de ellas me la envió cuando aún estaba en Lisboa) eran extre-
madamente lacónicas, y necesito información más exacta, porque espero que
ahora que se ha establecido para siempre en Estados Unidos pueda obtener
el permiso para transferir parte de su cuenta.
No sé prácticamente nada de nuestros amigos de Estados Unidos, por su-
puesto a excepción de Haberler. Me imagino que Schütz, Fröhlich, Fürth,
Vögelin, etc., están bien.15

15. [Alfred Schütz (1899-1959), Walter Fröhlich (1901-1975), J. Herbert Fürth (1899-1995) y Eric
Vögelin (1901-1985) eran amigos de la Universidad de Viena o del Privatseminar de Mises. – Ed.].

437
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Espero que te esté yendo bien con tu libro Monopoly and Competition.16
Me parece un tema excelente para tu amplio conocimiento, un tema que
necesita urgentemente ser estudiado.
Aquí la gente es magnífica, y si ha abierto tarde los ojos a la deprimente
tarea que se le presenta, se muestra mucho más resuelta que antes. Espero
que ocurra lo mismo con los estadounidenses. A pesar de no tener ninguna
duda sobre nuestra capacidad de defendernos a nosotros mismos, me es di-
fícil imaginar cómo podríamos ganar sin la ayuda de Estados Unidos. Hay
mucha gente que cree que lo único que necesitamos es una ayuda material
y completa, aunque me sigue siendo difícil imaginar cómo podría decidirse
el fin de la guerra sin la participación de Estados Unidos, a no ser que se pro-
duzca la caída de Alemania, que podría ocurrir en cualquier momento; pero
para aquel entonces, la civilización de Europa estaría destruida.
Saludos cordiales. Atentamente,

F.A. HAYEK

Bueno, no debemos ser tan confiados. Acabo de escuchar una bomba a la


lejanía, ¡la primera a plena luz del día en esta zona!

16. [Finalmente, el libro de Machlup sobre el monopolio y la competición se publicó en dos volú-
menes separados, el segundo era sobre política: The Economics of Sellers’ Competition: Model Analysis
of Sellers’ Conduct (Baltimore: Johns Hopkins Press, 1952), y The Political Economy of Monopoly:
Business, Labor, and Government Policies (Baltimore: Johns Hopkins Press, 1952). – Ed.].

438
APÉNDICE

14 de diciembre de 1940
Kings College
Cambridge

Mi querido Machlup:
Muchas gracias por tu carta del 12 de noviembre, que me llegó hace un
tiempo. Hoy en día recibimos tan pocas noticias de nuestros amigos del ex-
tranjero que toda noticia mínima es más que bien recibida; el hecho de que
todas tus noticias fuesen tan satisfactorias hizo que esta vez la sensación fue-
ra el doble de placentera.
Tal y como puedes ver por la dirección, durante el periodo lectivo vivo
en el Kings College. Vivir solo en Londres se me estaba haciendo demasia-
do insoportable, y como aquí ofrecen habitaciones, me pareció una solución
perfecta. El trimestre casi se ha acabado, claro está, y ahora me reuniré con
mi familia para irnos juntos a Cornwall por vacaciones. No quiero llevar a
los niños a Londres, a pesar de que, por ahora, nuestro barrio no se ha visto
afectado. Pero toda zona de Londres es ruidosa, y aunque uno se acostum-
bre al ruido y no parecía molestarles a los niños a principios de septiembre,
cuando venían a la ciudad, no puede ser bueno para su salud, y esto si deja-
mos de lado el peligro de la ciudad. Así pues, seguramente continuemos con
este estilo de vida por el momento: Hella y los niños viviendo con la esposa
de Robbins y sus hijos durante el curso, y nosotros uniéndonos a la familia
en vacaciones.
Además de estar separado de mi familia, mi vida es lo satisfactoria que
podría ser, y si fuera por las circunstancias externas de mi vida, no sabría que
hay una guerra. La propia ciudad de Cambridge es totalmente pacífica, y ade-
más del reducido número de personal y estudiantes, la vida académica si-
gue siendo igual que en tiempos normales. En cierto sentido, incluso me mo-
lesta esta reclusión absoluta: no solo es deprimente la sensación de que no
puede hacerse nada más importante, sino que a veces también siento que no
está bien que se deba estar intelectualmente alejado de los problemas real-
mente importantes de nuestro tiempo. Pero este sentimiento es completa-
mente irracional, y mientras uno no esté solicitado, lo mejor que puede ha-
cer es continuar con su trabajo normal; eso es lo que estoy haciendo.

439
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

2 de enero de 1941
Tintagel (Cornwall)

No pude acabar la carta en Cambridge, y la continúo ahora, cuando llevo


aquí casi dos semanas de las vacaciones más placenteras en Cornwall. North
Cornish Coast es una costa de las zonas más bellas del país, algo que descu-
brí en unas vacaciones muy breves en septiembre; aquí hemos pasado casi
todas nuestras vacaciones en tiempos de guerra. La costa es muy rocosa y
el clima es agradable, por ahora hemos tenido mucha suerte con el tiempo.
No he trabajado mucho aquí, pero como estaba cansado de haber trabajado
casi todo el verano pasado, ahora tenía derecho a considerar estos días como
unas vacaciones de verdad. Ya me he puesto de nuevo con el trabajo, y es-
pero poder adelantar algo la semana que viene.
Al menos mi libro más importante estará listo en las próximas semanas.
También aparecerán algunos capítulos históricos del nuevo libro que estoy
preparando en los próximos números de Economica. Ahora mismo, estoy su-
mergido en una exposición más amplia y, en cierto modo, más popular del
tema de mi obra Freedom and the Economic System, que, si lo termino, podrá
publicarse como volumen de seis peniques en Penguin.
¿Te he propuesto ya en alguna de mis cartas anteriores escribir algo para
Economica? Ahora mismo soy prácticamente el único responsable de tal ta-
rea, y como mucha gente no está disponible, es bastante complicado mante-
ner el ritmo y continuarlo regularmente, algo que queremos hacer siempre
que sea posible.
Como contigo no necesito ser diplomático, puedo comentarte también lo
impaciente que estoy en más de un sentido con respecto a los estadouniden-
ses. Cada vez que veo un periódico estadounidense, me pongo hecho una fu-
ria. Se enorgullecen de tener la mejor prensa del mucho y, de hecho, incluso
los mejores periódicos sucumben al sensacionalismo del peor estilo. Las con-
secuencias de los ataques aéreos aquí, sobre todo durante las primeras se-
manas, fueron simplemente escandalosas. El hecho de que a principios de oc-
tubre un periódico estadounidense de gran reputación estimara la reducción
de la producción, debido a los daños causados por los ataques aéreos, en un
10% (atención, en octubre), estimación en la que incluía todas las consecuen-
cias indirectas y temporales (como la interrupción de la corriente eléctrica),

440
APÉNDICE

cuando en realidad no podría haber sido más del 1%, sugiere que los estado-
unidenses entienden las cosas fuera de perspectiva. Puedo entender que in-
cluso sin tales exageraciones ya deba ser difícil creer que la vida en Londres
sigue como si no pasara nada; a mí mismo me pasa cuando voy a la ciudad y
me sorprende ver tan pocos daños. Pero estoy seguro de que todos los estado-
unidenses deben tener una idea totalmente equivocada. Por otra parte, parece
que los informes estadounidenses no ofrecen en absoluto una idea correcta
de lo indiscriminados que son los bombardeos, que es también parte de la
razón por la que son poco efectivos. Probablemente encontremos la mejor
prueba de esta indiscriminación en el hecho de que, hasta ahora, la mayor
destrucción la han causado las minas terrestres lanzadas con paracaídas, pues
es evidente que queda fuera de lugar todo intento de apuntar contra un obje-
tivo deliberado.
Por supuesto, lo que más molesta es la actitud de los estadounidenses con
los temas más importantes. El hecho de que antes de que cayera Francia consi-
deraran que los aliados ganarían sin su ayuda se debe en parte, por supuesto,
a nuestro país. Puedo entender que inmediatamente después pensaran que
ya era demasiado tarde, aunque resulte muy difícil entenderlo estando aquí.
Pero que ahora, cuando nadie puede hacerse ilusiones sobre lo que significa-
ría para Estados Unidos la victoria de Hitler, cuando queda claro que todo día
que pasa puede ser decisivo, y además sin elecciones de por medio, el que las
cosas no deban ir tan rápido es algo que no comprendo; y digo esto incluso des-
pués del último discurso de Roosevelt y con conocimiento de las «dificulta-
des políticas». Lo que no puedo entender es la ceguera de los aislacionistas esta-
dounidenses. Comparados con ellos, Baldwin y Chamberlain eran los maestros
de la previsión.17 Llevaría demasiado tiempo discutir sobre todo este asunto,
pero por lo que veo en los análisis actuales de los estadounidenses, me cuesta
encontrar una frase que no demuestre que la gente siga ignorando por com-
pleto lo que está en juego, y lo irrevocables que son los días perdidos.
Volviendo a temas más privados, me alegra mucho saber que casi todos
nuestros amigos están bien, y también espero que pronto sepamos algo de

17. [Hayek hace referencia a los primeros ministros británicos, Stanley Baldwin (1867-1947) y
Neville Chamberlain (1869-1940), a quienes muchos culparon por el estado improvisado del ejército
a principios de la Segunda Guerra Mundial. – Ed.].

441
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Mises. Aunque hay en su libro numerosas cosas con las que no estoy de acuer-
do, como es obvio, y muchas otras que son ya tan conocidas que hasta abu-
rren, creo que es en muchos aspectos un gran logro, lo que hace que no pue-
da entender las críticas tan duras de Haberler. Creo que uno puede aprender
en este libro más economía real que en cualquier libro de texto moderno.
Ya he reflexionado suficientemente sobre mi primera reacción como para
poder decir que la oferta de la New School, que se la debo a Haberler, me ha
provocado una gran indignación. No solo demuestra una idea completamen-
te errónea de las condiciones en las que aquí vivimos; no he podido evitar
pensar sobre su naturaleza de ofensa personal. ¿Qué pensaría un profesor de
Harvard o de Chicago si, en circunstancias similares, se le ofreciera, sin haber
solicitado nada, un trabajo anodino por un cuarto de su sueldo actual? Por
supuesto, existe la posibilidad de que llegue el día en el que muchos de no-
sotros tengamos que trasladar nuestras actividades a otra parte, pero inclu-
so entonces, me lo pensaría dos veces antes de aceptar una oferta como esta.
A pesar de que entiendo toda la dificultad especial del problema de Mises,
comparto completamente su aversión por unirse a ese tipo de gente. Como
no quiero herir a Haberler, nunca le he contado lo que realmente pienso de
esta oferta; por supuesto, la he rechazado con todas las expresiones de grati-
tud posibles, ahora me parece que incluso he sido demasiado cortés. En mi
opinión, no debería haber actuado de otra forma, incluso si hubiera sabido
que la guerra iba a durar diez años.
Ahora mismo me están llamando. Si no envío la carta hoy, tendré que re-
trasarla otra vez.
Sinceramente,

F.A. HAYEK

442
APÉNDICE

19 de octubre de 1941
La residencia
Peterhouse
Cambridge

Querido Machlup:
No hay excusa que pueda explicar por qué tus cartas del 3 de agosto y del
17 de septiembre están aún sin contestar, y es que el proceso de instalarme
por primera vez aquí en Cambridge y el inicio del trimestre me han quitado
mucho tiempo, y hasta que no hube acabado con todos los trabajos urgentes,
no pude ponerme al día con la correspondencia.
Mientras tanto, habrás oído hablar de los oficios de Economica sobre tu
artículo, pero en caso de que esta carta llegue antes que el oficio, te resumo
que, como tu artículo tendrá que aparecer en dos partes, y como tenemos que
cambiarnos a un tipo de letra más pequeño (para ahorrar papel) entre no-
viembre y febrero, hemos pensado que sería mejor esperarnos a febrero para
publicarlo. Me pareció sumamente interesante, además de útil. Espero que
se publique el libro pronto.
Todavía no he tenido tiempo de reflexionar con detenimiento en lo que
comentas sobre la confusión en el noveno capítulo de mi libro, pero me temo
que, al menos en lo que respecta a la frase de la página 108, tienes razón. El
profesor Smithies me envió una copia de su artículo sobre mi libro, pero me
parece que tardaré en contestarle, a pesar de ser un trabajo cuidadoso que
se merece más atención de la que puedo darle en este momento.18
Como podrás extraer de todo esto, incluso mis intereses teóricos están
más en otro sitio que en la teoría del capital. Si has leído la serie de artículos
que ha aparecido en Economica (te envío una reimpresión), te podrás hacer
una idea de mis planes, que serán mucho más claros una vez se publique la
sección teórica, que precede a dichos planes. He avanzado bastante, pero por

18. [La «confusión en el noveno capítulo de mi libro» hace referencia a un comentario que Machlup
hizo en su carta del 3 de agosto sobre un problema que había descubierto en el libro de Hayek, The
Pure Theory of Capital. En su carta del 17 de septiembre, Machlup instó a Hayek a que contestara al
artículo sobre la reseña de Arthur Smithies, «Professor Hayek on The Pure Theory of Capital», American
Economic Review, vol. 31, diciembre de 1941, pp. 767-779. – Ed.].

443
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

el momento ni siquiera puedo continuar, porque he decidido que todas sus


aplicaciones a nuestra época, que algún día conformarán el segundo volu-
men de El abuso de la razón, son mucho más importantes. Así pues, he reanu-
dado mi plan de convertir mi panfleto sobre la libertad y el sistema econó-
mico en un libro. Si no se puede luchar contra los nazis, al menos se debe
luchar contra las ideas que provocan el nazismo; y aunque las personas de
buena fe, que son tan peligrosas, lo ignoren, el peligro que emana de ellas
no es el menos grave. Las personas más peligrosas que hay aquí son un grupo
de científicos socialistas; acabo de publicar un ataque especial contra ellos en
Nature, el famoso semanario científico que en los últimos años ha sido uno
de los principales defensores de la «planificación».19 El informe final del Comité
Económico Nacional Temporal era uno de los pocos que ofrece el poco con-
suelo que he tenido recientemente; ¿podrías decirme hasta qué punto es repre-
sentativo e importante? 20
Muchas gracias por acceder a enviarme algunas de las monografías que
ha publicado el comité. Todavía no han llegado. ¿Podría pedirte que me en-
víes otra publicación oficial que parece ser de gran importancia en relación
con mi estudio sobre la influencia de la mentalidad ingeniera en política so-
cial? Me encantaría conseguir Alexander Gourvitch, Survey of Economic
Theory on Technological Change and Employment. Filadelfia, Works Projects
Administration. 1940 (Informe del proyecto de investigación nacional nú-
mero G-6).
Como la biblioteca de nuestra escuela está en gran medida desalojada, y
las de Cambridge no son demasiado buenas en nuestro campo, el trabajo serio
se hace cada vez más difícil. Ahora estoy un poco mejor, pues tengo conmigo
todos mis libros, aunque siempre pasa que uno necesita lo que no tiene.
Estamos muy a gusto en nuestra casa de aquí, al menos por el momento,
pero nos aterra el invierno, ya que lo más seguro es que el problema de calen-

19. [Para más información, véase la introducción del editor, p. 42. – Ed.].
20. [Final Report and Recommendations of the Temporary National Economic Committee, Estados
Unidos de América, 77.º congreso, primera sesión, documento del senado n.º 35, 1941. El informe del
comité trataba sobre las concentraciones del poder económico; uno de sus descubrimientos consistía
en que, al contrario de la creencia popular de por aquel entonces, la mayor eficacia de la producción
a gran escala no lleva necesariamente al final de la competición. Hayek analiza este informe en Camino
de servidumbre, pp. 92-93. – Ed.].

444
APÉNDICE

tar la única y enorme habitación (del tamaño del vestíbulo de una univer-
sidad pequeña), en la que esta consiste básicamente, no pueda solucionarse
este invierno. Pero la ventaja de tener otra vez a toda la familia reunida es
maravillosa, por supuesto. Los niños están muy contentos con sus nuevas
escuelas, y tanto ellos como Hella están lo cómodos que uno podría desear,
aunque el problema de cuidar de esta casa sin ningún tipo de ayuda sí que
puede ser un gran problema para Hella.
La semana pasada recibimos la visita relámpago de Alvin Hansen;21 esta
vez me impresionó menos que en las ocasiones anteriores, y no hacía más que
alabar tus capacidades de enseñanza. A mis compañeros ingleses, entre los
que se encuentran algunos a los que más aprecio, los veo muy poco, me temo
que perderemos a incluso uno o dos de los pocos que quedan en la escuela.
Pero por lo que sé, todos están bien, y ahora bastante satisfechos con el traba-
jo que están haciendo.
Saludos a todos de parte de Hella y mía.
Sinceramente,

F.A. HAYEK

21. [Alvin Hansen (1887-1975), tras un escepticismo inicial, se convirtió en el defensor estado-
unidense más importante de la economía keynesiana. En 1945, escribió una reseña bastante crítica
de la obra de Hayek, Camino de servidumbre; para más información sobre esta crítica, véase la introduc-
ción del editor a F.A. Hayek, Camino de servidumbre, p. 23. – Ed.].

445
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Prólogo a la edición estadounidense (1952)

Los estudios que componen este volumen, aunque publicados originalmente


por separado en el transcurso de unos cuantos años, forman parte de un único
plan general. Si bien los textos han sido ligeramente revisados para esta nueva
edición y se han cubierto algunas lagunas, el argumento principal no ha
cambiado. La presentación ahora es sistemática, dispuesta en el orden en que
el argumento se desarrolla, en lugar de la forma accidental en que aparecie-
ron por primera vez. El libro comienza, pues, con un análisis teórico de las
ideas generales y procede a examinar el papel histórico que representaron
las ideas en cuestión. No se trata de mera pedantería o de un recurso para
evitar repeticiones innecesarias, sino, tal y como yo lo veo, de algo esencial
para mostrar el verdadero significado de los procesos concretos. Me doy
perfecta cuenta de que las primeras secciones del libro son relativamente más
difíciles que el resto, y que hubiera sido más prudente poner al principio los
temas más concretos; pero sigo creyendo que la mayoría de los lectores que
estén interesados en esta materia juzgarán más apropiado el orden en que
los contenidos han sido dispuestos. Sin embargo, el lector al que no le agra-
den los análisis abstractos deberá leer en primer lugar la segunda parte, que
es la que le ha dado el título a este volumen. En cualquier caso, el lector juzgará
más interesante el análisis general de esos mismos problemas, al que está de-
dicada la primera parte.
Las dos grandes secciones de este libro fueron publicadas por primera vez,
por entregas, en la revista Economica entre 1942 y 1944 y en 1941 respec-
tivamente. El tercer ensayo, que fue escrito más recientemente como una
conferencia, apareció por primera vez en Measure, en junio de 1951, aunque
fue preparado a partir de apuntes recopilados en la misma época que los que
sirvieron para elaborar los dos primeros ensayos. Debo agradecer a los direc-
tores de estas revistas, así como también a la London School of Economics
and Political Science y a la Henry Regnery Company de Chicago, en su cali-
dad de editores, el haberme permitido reimprimir aquello que vio la luz por
primera vez bajo sus auspicios.

F.A. HAYEK

446
APÉNDICE

Prólogo a la edición alemana (1959) 22

Los ensayos reunidos en este volumen fueron escritos como parte de una
obra más amplia que, si alguna vez llega a concluirse, pretende ser la histo-
ria del abuso y el declive de la razón en los tiempos modernos. Escribí los
dos primeros ensayos en Londres, disfrutando del relativo ocio que me pro-
porcionaron los primeros años de la guerra. El tema abordado era una ma-
teria poco corriente, y escribí en un estado de intensa concentración, como
reacción a mi impotencia respecto del constante trastorno de los bombar-
deos. Los dos primeros aparecieron en la revista Economica, de 1941 a 1944.
El tercero fue escrito más tarde a partir de las notas de una conferencia pro-
nunciada en la misma época, y fue publicado en Measure, en junio de 1951.
Estoy en deuda con los editores de esas revistas, así como la London School
of Economics y la Henry Regnery Company de Chicago, por haberme per-
mitido reproducir estos trabajos prácticamente inalterados.
Otras investigaciones que no están directamente relacionadas, aunque
pertenecen al mismo campo, interrumpieron mis trabajos sobre el plan ori-
ginal, una sensación de urgencia me indujo a preparar un resumen de los aná-
lisis que iban a constituir el argumento principal de la segunda parte, dedi-
cada al declive de la razón, de ese libro más extenso. Sin embargo, cada vez
advertía con mayor claridad que una realización satisfactoria de mi plan ori-
ginal llevaba implícitos amplios estudios filosóficos, los cuales me mantuvie-
ron ocupado durante la mayor parte de estos años. Acepté gustosamente la
amable oferta del editor norteamericano de reimprimir los ensayos por el in-
terés que entre el público habían generado y porque el día en que yo espera-
ba publicar la obra completa estaba aún lejos.
El hilo argumental de estos ensayos fragmentarios está en función, desde
luego, de ese marco más amplio para el cual fueron concebidos. Por tanto,
el lector probablemente acoja con agrado una breve explicación de los objeti-
vos de la obra completa. Estos trabajos debían ir precedidos de un estudio so-
bre las teorías individualistas del siglo XVIII. Algunos resultados preliminares

22. Este prólogo apareció originalmente en la edición alemana de La contrarrevolución de la


ciencia, publicada bajo el título Mi brauch und Verfall der Vernunft (Frankfurt: Fritz Knapp) en 1959.
[Helene Hayek, la segunda mujer de Hayek, fue la traductora. – Ed.].

447
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

de esta empresa fueron publicados mientras tanto en el primer capítulo de


mi libro Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago
Press, 1948). La primera parte del presente volumen examina las fuentes inte-
lectuales de la hostilidad contra el individualismo. El desarrollo histórico de
estos puntos de vista, que a mi entender parecen reflejar un abuso de la razón,
iba a ser tratado en cuatro secciones más. La segunda parte de este libro, que
abarca la primera fase francesa de este proceso histórico, habría sido la pri-
mera de esas cuatro secciones. Y la tercera parte iba a ser el comienzo de la
segunda sección, que trata sobre la continuación en Alemania de este movi-
miento originado en Francia. Después, una sección similar abordaría el re-
troceso del liberalismo que tuvo lugar en Inglaterra a finales del siglo XIX, de-
bido principalmente a las influencias intelectuales procedentes de Francia y
Alemania. Y, finalmente, el desarrollo de este mismo proceso en Estados Uni-
dos ocuparía la última sección.
Después de esta panorámica del progresivo abuso de la razón, o socialis-
mo, seguía un análisis del declive de la razón en el totalitarismo, ya se trate
del fascismo o del comunismo. La idea básica de esta segunda parte del pro-
yecto fue presentada inicialmente en una versión popular en mi libro The
Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1944).
Quizá no debiera haber respetado el orden original en esta reimpresión
de un extracto. Una introducción teórica detallada sobre El cientismo y el
estudio de la sociedad probablemente ofrezca un análisis sistemático más allá
de lo que este pequeño volumen hubiera requerido, creando un obstáculo
innecesario para transitar por el terreno mucho más llano que viene a con-
tinuación. El lector al que no le agraden los análisis abstractos haría bien en
leer primero La contrarrevolución de la ciencia. Encontrará entonces más fá-
cil de percibir el significado del análisis abstracto de los mismos problemas
que se abordan en la primera parte.
Me gustaría añadir que la obra de la cual esta sería la primera parte no
continuará en la forma que se concibió originalmente. Ahora espero presen-
tar el cuerpo de pensamiento en otro volumen menos histórico pero más sis-
temático.

F.A. HAYEK

448
ÍNDICE DE NOMBRES

Acton, primer barón (John Emerich Bois-Reymond, Emil du, 54, 279,
Edward Dalberg-Acton), 32, 73, 391n, 429n
99, 100n, 117, 126-130, 253, 272n, Bonaparte, Napoleón, 272n, 304
361n Börne, Ludwig, 344
Ashley, Sir William, 202n, 392, 393n, Bosanquet, Bernard, 397
401n Bradley, Francis Herbert, 397
Breysig, Kurt, 350n, 393, 402n
Bacon, Francis, 137, 174n, 299n, 300n Brisbane, Albert, 344
Bakunin, Mijaíl, 269n, 338 Buccholz, Friedrich, 342, 343n
Balzac, Honoré de, 269n, 338 Buckle, Henry Thomas, 389, 390, 419
Bartley, W.W., 32, 36n, 64n, 66n, 67n, Buffon, conde de (George-Louis
72n, 76n, 77n, 87n, 99n Leclerc), 256
Bauer, Otto, 55, 418n Bukharin, Nikoali, 69
Bavinck, Bernhard, 242n, 243n Burke, Edmund, 73, 98, 99n, 100, 101,
Bazard, Saint-Amand, 299n, 317, 104, 110n, 121n, 131, 200n, 201
318, 322, 323, 331, 334, 339n, Burns, Arthur, 83, 309n
353n, 361n
Bebel, August, 249, 351n Cabanis, Pierre Jean Georges, 272,
Benn, Alfred William, 109n, 401n 273
Bentham, Jeremy, 18n, 60, 61, 64, Cantillon, Richard, 135n
100, 258n, 259n, 297, 390n Carey, Henry, 392
Berthollet, Comte, 266n Carlyle, Thomas, 414, 321n, 338,
Beveridge, William, 57, 68 339n, 341, 343
Bichat, Marie-François-Xavier, 280 Carnot, Hippolyte, 242n, 292, 321,
Bismarck, Otto von, 36, 54, 68, 206n, 322, 323, 332n, 334, 351n
231n, 360, 429 Carnot, Lazare-Nicolas-Marguérite,
Blackstone, Sir William, 60, 65 265
Böhm-Bawerk, Eugen von, 23n, 52, Carnot, Sadi, 265n, 321, 322n
55 Channing, William Ellery, 326n, 327n

449
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Chevalier, Michel, 321, 334, 335, 353, Eliot, George (Mary Ann Evans), 389
359, 418 Enfantin, Barthélemy Prosper, 74,
Clairault, Alexis-Claude, 256 121n, 264n, 270, 275n, 281n, 285n,
Commons, John R., 64n 291n, 296n, 299n, 321n, 315-335,
Comte, Auguste, 72-80, 105n, 137, 339n, 353n, 358, 359, 360n, 361n
138n, 168n, 175, 176n, 182, 184n, Engels, Friedrich, 291n, 306, 307, 309n,
192, 193, 194n, 202n, 213, 237n, 347n, 348, 349n, 350, 402, 417, 418
257n, 258n, 263n, 266n, 270, Euler, Leonhard, 256
272n, 273, 275n, 277, 294-318,
321n, 322n, 324, 329n, 331, 332n, Ferguson, Adam, 73, 98, 99n, 103, 104
336n, 340-342, 348, 355, 361n, Feuerbach, Ludwig, 88, 251n, 346n,
362-393, 397-421 347n, 348, 349, 402, 417, 421
Condillac, Etienne Bonnet de, 259n, Fourier, Charles, 266, 270n, 321n,
273, 274, 390n 330, 344n, 352, 353, 376, 387
Condorcet, marqués de (Jean-Antoine- Friedman, Milton, 83-86
Nicolas de Caritat), 73, 78, 79, 194,
256, 258, 259n, 260, 261n, 262, Galiani, Ferdinando, 159n
296, 300, 387, 390n, 405 Gall, Franz Joseph, 280, 345n, 369,
Considérant, Victor, 70n, 353, 361n 376
Croce, Benedetto, 346n, 355n Garibaldi, Giuseppe, 355
Cuvier, Georges, 271, 274, 292n, 376n Gioberti, Vincenzo, 36n, 124, 343,
344n
D’Alembert, Jean Le Rond, 256, 257, Goethe, Johann Wolfgang von, 36n,
258, 277, 405 124, 343, 344n
De Gérando, Joseph Marie, 272 Grün, Karl, 344, 349, 350, 360, 361n
D’Eichthal, Gustave, 317, 320, 321n, Grünwald, Ernst, 420
338, 339n, 341, 342, 351n, 400
Descartes, René, 105n, 106, 107, 258, Haberler, Gottfried, 38, 40, 434, 437,
286n, 405, 406, 415 442
Destutt de Tracey, Comte (Antoine Halévy, Elie, 72, 73n, 76, 77n, 109n,
Louis Claude), 272-276, 381 293n, 306n, 317n, 322n, 324n,
Dewey, John, 44n, 58, 402, 403n 330n, 354n, 360n
Durbin, Evan, 205n, 206n Halévy, Léon, 76, 280n, 312, 319
Durkheim, Emile, 72, 77, 391, 392n, Hamilton, Walton Hale, 225n
402, 319 Hayek Friedrich A., passim

450
ÍNDICE DE NOMBRES

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Lamarck, Chevalier de (Jean-Baptiste


397-421 de Monet), 136n, 272
Heine, Heinrich, 338n, 344, 345n Lamprecht, Karl, 273n, 391n, 393n,
Herzen, Alexander, 355, 356n 402n
Hess, Moses, 347, 348n, 351 Laplace, marqués de (Pierre Simon),
Hildebrand, Bruno, 200n, 202n, 352n 256, 265, 266, 268, 275, 283n, 288,
Hilferding, Rudolf, 55 387, 388
Hitler, Adolf, 35, 36, 39, 67, 424, 426n, Lavoisier, Antoine-Laurent, 256, 266,
432, 441 270n
Hobhouse, L. T., 65n, 230, 231n, 393, Lechevalier, Jules, 321, 334, 353, 418
402n Lewes, George, 389
Hogben, Lancelot, 69, 70, 184n, 242n, Liebknecht, Wilhelm, 351n
244n Lippmann, Walter, 38n, 434n
Humboldt, Alexander von, 267n, 322 List, Friedrich, 351n, 352n, 359, 363n,
Humboldt, Karl Wilhelm von, 124 418n
Hume, David, 73, 98, 99n, 110n, 135n, Locke, John, 98, 115n, 257n, 390n
168n, 200n, 203, 258, 259n, 260, Luhnow, Harold, 89, 90
390n, 409, 421
Huxley, Thomas, 386 Mach, Ernst, 52, 142n, 194, 257n
Machlup, Fritz, 35-42, 73, 75n, 366n,
Ingram, John Kells, 202n, 392, 393n 433-438
Maine de Biran, François-Pierre-
Jevons, William Stanley, 135n, 173n Gonthier, 272n
Malthus, Thomas Robert, 61, 260n,
Kaufmann, Felix, 57, 190n 389n
Kaye, F.B., 106n Mandeville, Bernard, 98, 99n, 106, 390n
Keynes, John Maynard, 42, 49, 85, Mannheim, Karl, 216n, 231, 233n, 238n
118n, 445n Marshall, Alfred, 61, 86n
Knies, Karl, 200n Martineau, Harriet, 362n, 389n
Kowalewski, Maxim, 350n Marx, Karl, 49, 50n, 52, 55, 75n, 78n,
Kropotkin, Peter, 86 80n, 88n, 213n, 245n, 251n, 284n,
Kühne, Gustav, 347n 291, 329, 346n, 347-351, 354n,
363n, 364n, 402, 403n, 407, 409,
Lagrange, Joseph Louis, 256, 258, 260, 417-421
265n, 266, 269, 270n, 280, 296, 376 Mazzini, Giuseppe, 355, 402

451
ESTUDIOS SOBRE EL ABUSO DE LA RAZÓN

Meinecke, Friedrich, 200n, 409n Popper, Karl, 72n, 81, 82, 86n, 103n,
Menger, Carl, 46, 47, 52-55, 101n, 138n, 199n, 238n, 268n, 403n,
167n, 168n, 173n, 182n, 200n, 407n, 409-411, 414n
220n, 223, 224n, 225n, 227n, Pribram, Karl, 103n
349n, 371n Prony, Gaspard de, 266
Mill, James, 100n, 389n Proudhon, Pierre-Joseph, 349n, 353,
Mill, John Stuart, 44n, 65, 76n, 79, 354n, 402n
90, 91, 108n, 124-127, 151n, 311n,
321n, 340, 341n, 383n, 403, 412, Quesnay, François, 109n, 110n, 135n
414 Quetelet, Lambert-Adolphe-Jacques,
Mises, Ludwig von, 55-58, 140n, 153n, 332, 355, 375, 386-390
158n, 173n, 268n, 433, 434n, 435,
437, 442 Ranke, Leopold von, 409
Mitchell, Wesley Clair, 49, 58-65, 71, Rappard, William, 75
72n, 77, 83, 84 Renan, Ernest, 391, 418
Monge, Gaspard, 265, 266, 275n, 280 Ricardo, David, 53, 59-62, 64, 160,
354n, 389
Napoleón III, 76, 263n, 265, 266, 268n, Rickert, Heinrich, 206n, 208n
269n, 274, 275n, 281, 285, 286, Robbins, Lionel, 41, 86n, 104n, 167n,
343n, 352n, 359 169n, 173n, 433, 436, 439
Needham, Joseph, 69, 70n, 231n Rodrigues, Benjamin-Olinde, 291n,
Nef, John, 44 312n, 315, 317, 320, 334
Neurath, Otto, 49n, 56, 63, 64, 71, 76, Roscher, Wilhelm, 200n, 202n, 361n,
81, 137n, 176, 241n, 268n, 287 363n, 418
Newton, Isaac, 255, 256, 281-285, Rousseau, Jean-Jacques, 100, 101, 103n,
340n 105n, 107, 258n, 390n
Niebuhr, Barthold Georg, 409n Russell, Bertrand, 248, 249

Ostwald, Wilhelm, 184, 242n, 243n, Saint-Hilaire, Etienne Geoffroy, 272n


391n Saint-Simon, Henri de, 277-361
Owen, Robert, 330n, 332n, 352, 353 Savigny, Friedrich Karl von, 200n
Schatz, Albert, 102n, 105n, 106n, 274n
Pareto, Vilfredo, 173n, 174n, 275n, Scheler, Max, 216n
402n Schmoller, Gustav, 49, 53, 57, 58, 62n,
Pellico, Silvio, 355 168n,

452
ÍNDICE DE NOMBRES

Schumpeter, Joseph, 55, 58 Transon, Abel, 268n, 321, 323, 325,


Scott, Howard, 65, 86n, 110n 334, 343, 353, 418n
Sismondi, Jean Charles Léonard Tucker, Josiah, 73, 98, 99n, 104
Simonde de, 327, 328 Tugwell, Rexford, 59n, 62n, 67n
Smith, Adam, 59, 73, 79, 98, 99n, 101- Turgot, Anne Robert Jacques, 135n,
111, 133, 135n, 201, 223, 224, 258n, 257-260, 390n, 399n, 405
259n, 265n, 274n, 327n, 352n, 354n,
358n, 377, 381, 390n, 416, 421, 443 Varnhagen, Rahel von, 343, 344
Soddy, Frederick, 184n, 242n, 243n Veblen, Thorstein, 58, 61n, 64n, 392,
Solvay, Ernest, 184, 242, 243n, 356 393n, 420
Sombart, Werner, 49, 64n, 213, 287n, Vico, Giambattista, 106
385n, 409, 419 Viner, Jacob, 43n, 75
Spencer, Herbert, 108, 231n, 362n, 390 Voltaire, 255n, 266n, 421
Spengler, Oswald, 49, 213, 385n, 419
Stein, Lorenz von, 349-351, 358, 360, Walras, Léon, 173
362n, 417, 418 Watson, John Broadus, 176
Strindberg, August, 355 Weaver, Warren, 83
Webb, Beatrice, 64, 69, 71, 96n
Taine, Hippolyte-Adolphe, 275n, 276n, Webb, Sidney, 43, 64-67, 69-71, 77n
391, 402 Weitling, Wilhelm, 349n
Taylor, Harriet, 44, 65, 90, 91, 412n Westphalen, baron Ludwig von, 350
Tocqueville, Alexis de, 73, 95, 99, 100n, Whitehead, A.N., 189, 229
102, 113, 121n, 126-129, 401n Wieser, Friedrich von, 52, 55

453
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