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Coronel Mirta
El 24 de marzo, «Día Nacional de la memoria por la verdad y la justicia», es la oportunidad de recordar en las escuelas
qué pasó durante la última dictadura argentina. En este recurso los invitamos a repasar algunos acontecimientos
claves y problemas o dificultades de los últimos años para el juzgamiento a los responsables de los crímenes cometidos
en el marco del terrorismo de Estado en Argentina.
¿Qué fueron los Juicios por la Verdad? ¿Qué importancia tuvieron las causas por apropiación de bebés?
El camino de la justicia en los primeros años de la restauración democrática fue sinuoso. Luego de la importancia que
tuvo para nuestro país y para el mundo el desarrollo del Juicio a las Juntas (1985), este proceso se vio truncado debido
a la sanción de las leyes de Obediencia Debida (1986) y Punto Final (1987) y a los indultos otorgados a los integrantes
de las Juntas militares (1990). Ante la imposibilidad de condenar penalmente a los responsables de los crímenes de
lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura cívico-militar, se empiezan a desarrollar en diferentes puntos
del país los Juicios por la Verdad, un procedimiento judicial sin efectos penales.
Estos juicios orales son producto de la lucha de los organismos de derechos humanos que buscaron estrategias
alternativas para hacer frente a la impunidad mediante la búsqueda judicial de la verdad, respaldados en el derecho
de los familiares de las víctimas de abusos del Estado de conocer cuáles fueron las circunstancias de desaparición y en
su caso, el destino final de sus restos. Como antecedentes a los Juicios por la Verdad se reconocen, entre otros, las
respuestas dadas por la justicia argentina y por la Corte Interamericana de Derechos Humanos a diferentes casos entre
los que se destacan los de Emilio Mignone y Carmen Aguiar de Lapacó.
Algunos hechos empiezan a marcar un cambio en el plano judicial y a abrir otras posibilidades, al calor de la creciente
demanda social, a pesar de las disposiciones que impedían el juzgamiento efectivo de los represores. Uno de ellos es
el caso del juicio de La Plata, que fue abierto tras una presentación que realizó en 1998 la Asamblea Permanente por
los Derechos Humanos de La Plata junto a un grupo de familiares. Allí, la Cámara Federal llevó adelante el
procedimiento con el objetivo de averiguar qué pasó con los desaparecidos de la provincia durante la última dictadura
y descubrir quiénes fueron los responsables de tales crímenes. Una de las medidas más trascendentes que se tomaron
en ese proceso, no sólo para La Plata sino para el resto de la del país y la región, fue el secuestro del archivo de la ex
Dirección de Inteligencia de la Policía bonaerense. Ese organismo recabó información sobre la actividad política,
sindical y estudiantil entre 1956 y 1998, año en que fue cerrado en el marco de una reforma policial.
Por otro lado, en 1999 la Cámara Federal de Bahía Blanca abrió un proceso similar al de La Plata y pronto también
comenzaron en Mar del Plata, Rosario, Salta, Jujuy, Chaco, Mendoza y Buenos Aires. Para ese entonces, los organismos
de derechos humanos plantearon en Córdoba la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad. La Cámara Federal no
aceptó la apertura de procesos por los crímenes contemplados en ambas normas, pero señaló que no había
impedimento para avanzar en los que habían sido excluidos: apropiaciones de niños y niñas, delitos sexuales y robo
de bienes. También los casos anteriores al golpe de Estado y, en el caso de Luciano Benjamín Menéndez, los hechos
que habían quedado fuera del indulto. Es decir, por los delitos que no había llegado a ser imputado en los ‘80 y, por
ende, indultado.
Un aire renovado de justicia comienza a percibirse a fines de los ‘90. El avance y la consolidación de los Juicios por la
Verdad y la apertura de causas en Europa contextualizaron las primeras detenciones en nuestro país por crímenes
relacionados a la apropiación de niños y niñas, expresamente excluidos de la impunidad que brindaron las leyes de
punto final y de obediencia debida.
En junio de 1998, el ex juez federal de San Isidro Roberto Marquevich, ordenó la detención del dictador Jorge Rafael
Videla por cinco casos. La detención de Videla ocurrió cuando hacía un año y medio se tramitaba en la justicia federal
porteña la causa históricamente conocida como «Plan Sistemático», promovida por un grupo de Abuelas de Plaza de
Mayo, quienes enumeraron cientos de casos, denunciaron la sistematicidad de esos hechos y pusieron de relieve que
hasta entonces sólo 45 niñas y niños habían sido restituidos a sus familias. Imputaron a varios jerarcas que no habían
sido alcanzados por los juicios de los ‘80 y, así, las causas de apropiación de niños y niñas no fueron entendidas como
una serie de hechos aislados —por los que hasta entonces habían respondido los hombres y las mujeres que anotaron
como propios a los hijos e hijas de desaparecidos y a sus entregadores— e involucraron también a los planificadores
que ocuparon puestos relevantes en las fuerzas armadas o lugares prominentes en la represión ilegal.
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La investigación del «Plan Sistemático» marcó un quiebre en el Ministerio Público Fiscal. A mediados de 1999 el
procurador general de la Nación Nicolás Becerra creó la Comisión por el Derecho a la Identidad dentro de ese
organismo.
En octubre de 2000 se presentó el escrito que posibilitó el inicio del Juicio por la Verdad en Mar del Plata. Foto:
Gloria León, abogada del Juicio por la Verdad.
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El 24 de marzo de ese año, la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de derogación de las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida, impulsado por el bloque FREPASO, y al día siguiente el Senado le dio sanción. Dicha ley fue
promulgada de hecho porque el presidente Carlos Menem no la vetó, pese a que había anticipado que lo haría. La
derogación de las leyes de impunidad fue otro paso del Estado Argentino, que quitó así de su legislación dos normas
creadas especialmente para favorecer a criminales que actuaron bajo su amparo. Fue un gesto de alto simbolismo
pero de escasa efectividad, al menos en el mediano plazo, ya que la misma no es de aplicación retroactiva. Hubo que
esperar hasta el dictado de su nulidad en 2003 y a la declaración de inconstitucionalidad en 2005 por la Corte Suprema
para acabar con aquél efecto. No obstante, el apoyo mayoritario de casi todos los bloques que integraban el
Parlamento a la derogación de esas dos leyes significó un espaldarazo para la incipiente actividad judicial en materia
de crímenes contra la humanidad.
La asunción de Néstor Kirchner a la Presidencia de la Nación el 25 de mayo de 2003 profundizó el avance del proceso
de verdad y justicia. En julio de ese año, el juez español Baltazar Garzón reiteró un pedido de detención contra 41
represores argentinos. Ante la solicitud, el presidente Kirchner dictó el Decreto 420/03, «retomando la mejor tradición
de respeto a los derechos humanos y de equilibrado juego de la división republicana de los poderes», según dice en
sus considerandos. El decreto derogó el anterior de De la Rúa por el que se negaba colaboración ante aquellos pedidos.
Así, el gobierno giró la solicitud de extradición al Poder Judicial. Paralelamente, por pedido de los organismos de
derechos humanos, el gobierno decidió apoyar en el Congreso Nacional el proyecto de la diputada de Izquierda Unida,
Patricia Walsh, para dictar una ley que privara totalmente de efectos a las leyes de punto final y obediencia debida y
estableciera su nulidad.
El 12 de agosto de 2003 la Cámara de Diputados le dio media sanción al proyecto. Antes de tratarlo, incorporó con
otra ley la Convención sobre Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad a la lista de tratados
con rango constitucional. Nueve días más tarde el Senado convirtió en ley la nulidad de las leyes de impunidad, que
llevó el número 25.779. El 2 de septiembre el Presidente la promulgó.
El efecto que produjo la sanción de la ley fue inmediato. La Cámara Federal porteña, por caso, reabrió las causas que
en los ‘80 habían tramitado en ese tribunal y las remitió a los jueces federales de primera instancia. Las históricas
causas «ESMA» y «Primer Cuerpo del Ejército» recayeron en juzgados porteños, mientras que la causa “Camps”, que
también había tramitado en el fuero capitalino, fue reabierta en marzo de 2004 y enviada a los tribunales federales
de La Plata. En septiembre de 2003 se ordenaron las primeras quince detenciones de represores de la Escuela de
Mecánica, mientras que en Córdoba fueron detenidos Menéndez y otros represores del centro clandestino de
detención de La Perla.
Sin embargo, los juicios orales y públicos comenzaron recién en 2006. Lentos mecanismos judiciales, sumado a que
muchos jueces especulaban con un fallo de la Corte Suprema que hiciera retroceder lo avanzado, conspiraron contra
un paso más rápido. Además, las causas, eran de gran volumen y superaban la capacidad operativa del Poder Judicial
y del Ministerio Público Fiscal de ese entonces. Fue necesario, entonces, adaptar las estructuras para agilizar estos
procesos.
El 24 de marzo de 2004 se produjo uno de los giros más importantes en el vínculo entre los argentinos y su pasado
reciente. Cuando se cumplieron 28 años del último golpe de Estado, el predio de la Escuela de Mecánica de la Armada
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(ESMA), uno de los Centros Clandestinos de Detención más grandes del país, fue entregado a la sociedad civil para la
construcción de un museo de la memoria. El entonces presidente Néstor Kirchner en persona encabezó la firma del
convenio para la entrega de la ESMA. Lo acompañaron el jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra, la entonces senadora
de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner y tres hijos de detenidos desaparecidos. A través de este acto se puso de
manifiesto la necesidad de convertir en sitios de memoria aquellos lugares emblemáticos del terrorismo de Estado.
Por primera vez en la historia argentina un presidente de la Nación pedía perdón en nombre del Estado por las
atrocidades cometidas durante la última dictadura cívico-militar. Ese gesto, junto a la afirmación de autoridad ante las
Fuerzas Armadas, significó un giro de 180 grados en la política estatal de derechos humanos.
Con ese recorrido previo, una renovada Corte Suprema de Justicia de la Nación, integrada por Eugenio Zaffaroni,
Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Carmen Argibay, Antonio Boggiano, Carlos Maqueda, Enrique Pettracchi
y Carlos Fayt (este último en disidencia) resolvió finalmente en el caso «Simón» que las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida son inconstitucionales y que la Ley 25.779 que las anuló es constitucional, lo que consolidó el
proceso de reapertura de los juicios y la posibilidad de dictar condenas efectivas a causas abiertas con anterioridad a
dichas leyes, además de dar paso al inicio de nuevas causas.
Después de 169 días de debate oral, seis altos mandos militares son
condenados por los crímenes en Campo de Mayo. FUENTE: ABUELAS /
20.04.2010
Este proceso también fue evidenciando algunos rastros del terror que subsisten con el paso del tiempo. Además de la
sistemática negativa de los represores y sus cómplices a colaborar con la justicia en la búsqueda de la verdad, algunos
hechos fueron sembrando temor en quienes debían prestar testimonio. A las amenazas y presiones para no declarar
en los juicios, se le agregó un hecho atroz que pretendió acallar sus voces: el 18 de septiembre de 2006, Jorge Julio
López —querellante y testigo en la causa que condenó al ex comisario Miguel Etchecolatz, mano derecha del general
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Camps— desapareció por segunda vez. Los principales sospechosos fueron los integrantes de la Policía de la provincia
de Buenos Aires, fuerza a la que pertenecía el condenado Etchecolatz, lo que dejó en evidencia la subsistencia de
algunos elementos represivos en las estructuras de las fuerzas de seguridad.
En diciembre de 2006, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) le escribió una carta al presidente de la Nación
que terminaba con estas palabras: «Jorge López y Luis Geréz (testigo en la causa de Luis Patti y víctima de un secuestro
durante el desarrollo del juicio) son dos víctimas que creyeron en la justicia al dar testimonio en las causas y en el
Congreso de la Nación, y siempre optaron por las vías institucionales para fortalecer la democracia. Es imprescindible
garantizar que las personas que han escogido este camino desde el retorno al Estado de derecho no sean objeto de
las bandas de delincuentes que pretenden la impunidad». Luis Geréz, finalmente, fue encontrado con vida. Jorge Julio
López continúa desaparecido y se sigue reclamando justicia por él.
En este contexto, y pese al repudio social, se sucede otro acontecimiento que marca un momento de retroceso en el
camino de la justicia, pero que finalmente termina reafirmando masivamente la voluntad popular de no dar marcha
atrás en la condena a los represores. El 3 de mayo de 2017, transitando el segundo año de mandato del presidente
Mauricio Macri, la Corte Suprema de Justicia admitió mediante un fallo otorgar el beneficio de la computación de la
pena —llamada «dos por uno»— a criminales condenados por delitos de lesa humanidad. Dicho beneficio indicaba
que, pasados los primeros dos años de prisión preventiva sin condena, se debían computar dobles los días de
detención.
La sentencia benefició a Luis Muiña, culpable de cinco delitos de lesa humanidad, perpetrados en el centro clandestino
de detención que funcionó en el Hospital Posadas, y condenado en 2011 a trece años de prisión, luego de haber estado
detenido preventivamente desde 2007. La Corte consideró aplicable el beneficio a la computación de la pena por tres
votos a favor (Elena Highton de Nolasco, Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti) y dos votos en contra (Ricardo
Lorenzetti y Juan Carlos Maqueda).
Esta decisión del máximo tribunal desató en su momento un gran número de pedidos de otros condenados por
crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, la rápida reacción de los organismos de derechos humanos, acompañados
por gran parte de la sociedad, derivó, por un lado, en una respuesta favorable desde la política: legisladores de todo
el arco se reunieron en una foto en contra de este fallo y, además, el Congreso, con un consenso muy importante,
sancionó una ley interpretativa del 2x1 para evitar su aplicación. Esa ley venía a aclarar justamente que no puede
haber indultos, amnistías ni conmutaciones de penas para los crímenes de lesa humanidad y que el 2x1 no se puede
aplicar a las personas que no estuvieron detenidas entre 1994 y 2001, años en los que estuvo vigente la ley respectiva.
Por otra parte, desde el mismo poder judicial también hubo una negativa a su aplicación. En este caso en particular se
produjo algo que prácticamente no tiene antecedentes en la historia judicial argentina y es que casi ningún juez siguió
la doctrina de la Corte luego del fallo de 2017. Al día siguiente de dictarse el fallo ya había producido tal rechazo que
ni siquiera los jueces, que están obligados a seguir la doctrina de la Corte, la acataban.
Pero esta reacción estuvo, sin dudas, signada por el pulso popular que desató una de las más simbólicas, enérgicas y
plurales manifestaciones de repudio de los últimos años. El 10 de mayo de 2017, a una semana del fallo, se realizó una
multitudinaria manifestación en Plaza de Mayo que será recordada como la de los pañuelos blancos. La foto de los y
las manifestantes con el símbolo que identifica a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en alto recorrió el mundo. Y la
histórica consigna «Señores jueces, Nunca más» volvió a cobrar vigencia en toda la sociedad argentina.
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¿Cuál es la situación actual del proceso de justicia? ¿Qué pasa con los juicios vinculados a la responsabilidad civil?
Según el último informe estadístico de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad de diciembre de 2020, en
14 años de juicios se dictaron 250 sentencias con 1013 personas condenadas y 164 absueltas. Muchos acusados
murieron antes de obtener sentencia, dado la cantidad de tiempo que pasó de los hechos y las demoras considerables
de la justicia. El promedio de tiempo que insume la confirmación de una sentencia con el fallo de la Corte Suprema es
de 5 años y 2 meses desde que se formula en esa causa el requerimiento de elevación a juicio, tiempos muy dilatados
para miles de víctimas y familiares que esperan la condena de los responsables de los peores crímenes cometidos
desde el Estado contra el pueblo argentino.
Fuente: Fiscales.gob.ar
En julio 2018 comenzó el juicio oral en la causa «Las Marías», provincia de Corrientes, para esclarecer las
responsabilidades en los secuestros de delegados del Sindicato de Trabajadores de Industrias de la Alimentación (STIA)
y Federación Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (FATRE) durante la dictadura cívico militar. El juicio que
se desarrolla ante el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Corrientes tiene un imputado, Héctor Torres Queirel, ex
intendente de facto de Virasoro, dueño de la Estancia María Aleida, lugar donde se produjo la desaparición de la única
víctima por la que está acusado: Marcelo Peralta, ex trabajador rural de Las Marías. Las investigaciones por los delitos
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de los que fueron víctimas los trabajadores de Las Marías se fueron desarrollando desde hace doce años en distintos
juzgados. Tuvieron varios pedidos de elevación a juicio, que fueron postergados permanentemente.
Por otra parte, en marzo 2020 debía comenzar el juicio que impulsa el Ministerio Público Fiscal por la causa de lesa
humanidad «Chavanne-Industrias Grassi», un caso emblemático de la complicidad empresarial con el terrorismo de
Estado. En este juicio, que estaba programado para marzo y se suspendió a raíz de la pandemia del Coronavirus, están
acusados dos civiles: el ex integrante de la Comisión Nacional de Valores (CNV) durante la última dictadura cívico
militar, Juan Alfredo Etchebarne, y el ex miembro de la SIDE y agente parapolicial Raúl Guglielminetti, quien tiene
condenas por crímenes cometidos en el centro clandestino de detención de Automotores Orletti.
Si bien los hechos están probados por el trabajo de los investigadores de las Ciencias Sociales que, a través del estudio
de fuentes documentales y testimoniales, nos han permitido conocer cuál fue la participación de varios actores civiles
en los crímenes de lesa humanidad, esto no se refleja en el dictado de condenas efectivas. Muchos investigadores han
participado de procesos judiciales como para dar «testimonio de contexto», es decir, mostrar y explicar en la justicia
los resultados de sus investigaciones para ser tenidas como pruebas en los juicios.
Por ejemplo, la investigadora Victoria Basualdo declaró este año en la causa llamada «Los Pozos» que investiga los
crímenes cometidos en los Centros Clandestinos de Detención que funcionaron en las Brigadas de Quilmes, Banfield y
Lanús. Expuso ante el tribunal sobre los patrones en común que existieron en las prácticas empresariales represivas,
a partir del análisis de 25 casos de empresas con 900 trabajadores víctimas del terrorismo de Estado. Es importante
tener en cuenta que el 88 por ciento de los secuestros de los trabajadores y trabajadoras ocurrieron en los lugares de
trabajo; en el 76 por ciento, las empresas entregaron información privada de los trabajadores y listas de los delegados
a las fuerzas represivas; y en el 52 por ciento hubo cuadros empresariales en las detenciones, secuestros y hasta
torturas. Basualdo señala:
«Hablar de responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad no significa de ningún modo desconocer el papel
de las fuerzas armadas ni tampoco uniformar u homogeneizar el comportamiento de las empresas, ya que hay
distintos tipos, niveles y formas de responsabilidad y participación».
Obtener una condena por esa responsabilidad, sobre una persona jurídica como una empresa, resulta muy difícil por
las propias limitaciones jurídicas. También hay que contemplar que existen presiones económicas y políticas que
dificultan su juzgamiento. En general se trata de personas o empresas con gran poder económicos y con vínculos con
los poderes políticos locales, lo que implica un terreno de grandes obstáculos para su efectivo juzgamiento, y una
deuda pendiente de nuestra democracia.