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Maquiavelo nace en la Italia floreciente del siglo XV, cuna del Humanismo y el Renacimiento, en la próspera ciudad de
Florencia, en Italia. Claro que la Italia de entonces no es una nación: faltan todavía algunos cientos de años para que
se consolide el proceso de formación de los Estados nacionales. Italia es un conjunto de rica ciudades-estado, y entre
ellas, las principales son Florencia, Venecia, Milán, Nápoles y el Papado, con sede en Roma: cada una está gobernada
por su propio señor, papa o príncipe. Y éstos están siempre pendiente de su propia riqueza, mirando con desconfianza
a las otras ciudades vecinas, incapaces de tomar una iniciativa común de defensa frente a la amenaza de logran del
reino circundante que avanzaban sobre la península Itálica: Francia, el Imperio germano y España. En ese contexto,
sitiada por grandes fuerzas militares y políticas, Florencia, que es una pequeña República y no un principado, trata de
mantener el delicadísimo equilibrio y que proteger los intereses económicos de su comerciantes y productores.
Maquiavelo no es, en rigor, un filósofo profesional, de sino el secretario de la cancillería: el encargado de negociar en
nombre de Florencia con los gobernantes vecinos, tanto italiano, extranjeros. Por eso él dice en la dedicatoria de El
Príncipe que su conocimiento de la política lo aprendido a través de “la experiencia que las cosas modernas” y de sus
lecturas de los antiguos historiadores griegos y romanos, que explicaban lo fenómenos políticos a través de los hechos
efectivamente ocurridos y no de los principios abstractos, propios de la perspectiva medieval. Estas la gran revolución
de Maquiavelo: la perspectiva activista y realista de la política. El suyo es un conocimiento de experiencia: ha estado
en el frente del agua casa por la reconquista y una ciudad, el afirmar y un tratado de paz, en el momento de declaración
de la guerra, de la elección del Papa… Por otra parte, ha procurado interpelar ese conocimiento empírico interpretando
lo andaluz de la sabiduría antigua. Eso es lo que, según él mismo escribe en la dedicatoria de a Lorenzo de Médicis (el
joven), puede ofrecer en El Príncipe: un compendio de todas las cosas que precisa saber quién tenga el coraje político
(y militar) de forjar en un principado italiano, reuniendo las fuerzas dispersas y asegurando el bienestar general.
Maquiavelo se lo dedica al heredero político de la poderosa familia de los Médicis porque piensa que-sin importar la
estructura institucional, o sea: si es una organización republicana, un principado o un reino-es preciso que algún
hombre poderoso tome las riendas de la caótica situación italiana y reúna las fuerzas dispersas para unir las para
beneficio de todos.
El Príncipe, escrito fines de 1513, pero publicado recién después de la muerte de Maquiavelo, en 1532, se compone
de 26 capítulos que tratan de diversos aspectos de lo que, según él, debe tenerse en cuenta para organizar un
principado (de hecho, el título original del tratado es De principatibus: que en latín significa “Acerca de los
principados”). Maquiavelo escribe sobre las preocupaciones políticas fundamentales de su tiempo, por ejemplo:
¿cómo debe formarse la milicia en un estado?, ¿puede el gobernante confiar en soldados mercenarios, como es
costumbre en las ciudades italianas? La respuesta de esta última pregunta negativa: Maquiavelo insiste en la necesidad
de formar una milicia con los ciudadanos y no con mercenarios que se venden al mejor postor y en las cuales el
gobernante no puede confiar. Otra cuestión polémica que trata en la de las virtudes que, se supone, debe tener el
gobernante: ¿debe el príncipe ser generoso, confiado, tolerante? ¿O le conviene, por el contrario, ser tacaño,
desconfiado, intolerante? E incluso: ¿es mejor para el príncipe ser amado que temido o mejor ser tenido que amado?
El tratamiento de las virtudes del príncipe que hace Maquiavelo le valió una condena unánime en su tiempo: en
general, los pensadores políticos procedentes solían ensalzar las virtudes cristianas del gobernante (su piedad, su
caridad, su generosidad, su confianza en el otro, su vocación por hacerse querer…) en cambio el canciller florentino
percibe que ese príncipe “ideal” no tiene muchas chances de sobrevivir en el la política real, hecha de relaciones
crueles y despiadadas. Por eso, si es necesario, el príncipe-se dice en el tratado de Maquiavelo-está habilitado para
mentir, para de conocer los tratados firmados con otros, e incluso para asesinar. Eso no significa que Maquiavelo al
gobernante en la completa inmoralidad del vicio: todas estas “licencias” del gobernante están justificadas por la virtud
política, cuyo objetivo principal es forjar un Estado capaz de sobrevivir en la situación completamente inestable en la
que vive Europa, y que garantice a sus habitantes una mínima estabilidad política.
Al separar la ética de la política, Maquiavelo rompió la tradición clásica de origen platónico-aristotélico: para él una
cosa son las virtudes del hombre privado y otra, la virtud que el político, orientada siempre a lograr un Estado seguro,
capaz de sobrevivir no sólo a la amenaza de sus enemigos sino también a los golpes inesperados de la mala fortuna.
1
Materia: filosofía Prof. Coronel, Mirta Costa I y Divenosa M. (2013). Filosofía. Bs. As: Maipue.
La virtud del político está ahora asociada a la idea de razón de Estado, que-aunque sin emplear este vocabulario-el
introduce por primera vez en la filosofía occidental. La innovación que traía Maquiavelo no fue comprendida en su
tiempo ni aun mucho después. Incluso hoy, cuando se califica de “maquiavélico” a todo comportamiento inmoral, no
se considera que en última instancia el legado fundamental de El Príncipe consiste en ofrecer un nuevo método para
la ciencia política, que de ahora en más consistirá en la búsqueda de leyes que pueden predecir (o también manipular)
la realidad, a partir de la observación de los fenómenos. Este legado ser absorbido íntegramente por la Modernidad.
“Quedan ahora por ver cuáles deben ser los modos en que se conduce un Príncipe con sus súbditos y con los amigos.
Y como yo sé que muchos han escrito sobre esto, dudó, al describir también yo sobre lo mismo, si no seré tomado por
presuntuoso, sobre todo por apartarme, cuando se discute sobre esta materia, de los principios de los otros. Pero
como mi intención es escribir una cosa útil a quien la comprenda, me pareció más conveniente ir directamente a la
verdad es efectiva de la cosa que la representación imaginaria de ella. Y muchos se han imaginado repúblicas y
principados que nunca jamás se vieron ni se supo que hayan existido verdaderamente. Puesto que hay tanta distancia
entre cómo se vive y cómo se debería vivir quién dejar de lado lo que se hace por lo que se debería hacer aprender
más bien su ruina que su propia preservación. Porque un hombre que quiere hacer en todas partes profesión de bueno
es inevitable que termine arruinado entre tantos otros que no son buenos. De donde resulta necesario a un príncipe
que quiera conservar [su poder] aprender a poder no ser bueno y usar esto o no según la necesidad. Por lo tanto,
dejando atrás las cosas que conciernen al Príncipe imaginario, y discurriendo sobre la que son verdaderas, digo que
todos los hombres, cuando ellos se habla, y máxime los príncipes, por estar en un puesto más alto, son juzgados por
algunas de estas cualidades, que les acarrean censura o alabanza. Y siendo así resulta que alguno es considerado
liberal, otro miserable (…); uno es considerado generoso, otro rapaz; uno cruel, otro piadoso; uno desleal, otro fiel;
uno afeminado y pusilánime, otro feroz y animoso; uno humano, otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno íntegro,
otro astuto; uno inflexible, otro complaciente; uno grave, otro ligero; uno religioso, otro incrédulo; y similares. Y yo sé
que todo reconocerán que sería una buena y dignísima de alabanza encontrar en un Príncipe que todas las cualidades
mencionadas las que se consideran buenas, pero puesto que no se la puede tener todas mi cumplir las enteramente,
porque las condiciones humanas no lo consienten, es necesario que él se era lo suficientemente prudente como para
saber eludir la infamia de eso juicio que le arrebataría en el Estado y prevenirse de aquellos que se lo quitarían-si esto
le es posible, pero sino le fuera posible, se los puede dejar pasar sin tanto escrúpulo- E incluso que no se preocupe si
incurre en la infamia de los vicios si lo cuales él difícilmente pueda salvar el estado, ya que si se considera bien todos
se encontrará alguna cosa que parezca virtud y que, en caso de seguirla, sería su ruina, y alguna otra cosa que parezca
un vicio, y que, siguiéndola alcanzaría su seguridad y su bienestar.” (N Maquiavelo, El Príncipe).