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3/8/22, 16:02 La ciencia, las humanidades y el arte - Salida de Emergencia

Convergencias Excursos

La ciencia, las humanidades y el arte


 Carlos Herrera de la Fuente

“La negativa de las ciencias exactas a reconocerle a las


humanidades o a las ciencias sociales el estatuto de saberes
verdaderos, o bien, por otro lado, la asunción de que éstas son
tan sólo ficciones o pura invención literaria, como lo propone
vulgarmente Hayden White para el caso de la historia, delatan
una ignorancia y un prejuicio profundos que desconocen el
sentido propio de la noción de verdad en ese campo del
conocimiento”.

l triunfo del pensamiento ilustrado sobre la cultura religiosa


tradicional del mundo premoderno fue un proceso lento que sólo
se logró imponer a través de múltiples enfrentamientos en
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E
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diversas áreas del quehacer humano. No se trató tan


sólo de un cambio repentino de las mentalidades, que
un día despertaron descubriendo el “engaño” al que
habían estado sometidas durante siglos enteros, sino
de una verdadera revolución en todos los ámbitos de
la cultura, cuya raíz y efectos no pueden comprenderse
unilateralmente desde el mirador del mundo de las ideas ni
tampoco de las creencias individuales; antes bien, se trató de una
alteración radical de los estilos de vida, de las costumbres, de las
maneras de hacer y organizar los asuntos de la cotidianeidad, de
establecer nuevas formas de trabajo e introducir horarios y
esquemas de disciplina en las diversas esferas de la sociedad, de
modificar las instituciones políticas y rescribir las leyes, de educar
y proponer nuevos paradigmas de comportamiento moral, etc.
Un verdadero cambio civilizatorio a escala global que sólo se
pudo instaurar por medio de la confrontación directa y de la
violencia física y espiritual contra aquellos que se resistían a
aceptar el nuevo horizonte. El racionalismo, el liberalismo
económico y político, el positivismo, fueron hijos legítimos de la
violencia, no sólo de aquélla ejercida contra el mundo feudal que
los precedió, sino, principalmente, de la que se puso en práctica
contra comunidades, naciones y civilizaciones enteras
consideradas como atrasadas o primitivas, a las cuales se terminó
sometiendo o simplemente exterminando.

Para comienzos del siglo XX, la mentalidad científica y racional,


propia del mundo europeo, había logrado imponerse como
modelo a seguir por casi todas las academias del orbe. El método
científico de las ciencias naturales, desarrollado y perfeccionado a
lo largo del siglo XIX, así como el razonamiento lógico de las
matemáticas, se convirtieron en las únicas fuentes indubitables de
acceso a la verdad. Fuera de ellos, todo era parloteo y habladuría,
o bien simple especulación sin fundamento. El impacto fue tal
que el pensamiento social y humanista de estirpe milenaria
empezó a caer en el descrédito, a pesar de haber representado el
origen de donde había surgido el razonamiento científico de la
modernidad. Si el pensamiento humanista quería ganar prestigio

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y autoridad en el nuevo mundo, tenía que empezar a regirse por


un método científico certero, que imitara, en la medida de sus
posibilidades, al de las ciencias naturales. Así, Comte, por
ejemplo, propuso la clasificación jerárquica de las ciencias en tres
categorías establecidas según el paradigma de la física: la física
inorgánica (astronomía, geología y química), la física
orgánica (biología) y la física social (o sociología). Incluso
pensadores tan críticos de la realidad social y de sus correlatos
ideológicos, como el propio Karl Marx, cuyo método de
pensamiento poco o nada tenía que ver con la idea comteana de
una física social, se vieron orillados a comparar su procedimiento
al de las ciencias naturales, de tal manera que, por ejemplo, él
mismo llegó a hablar de la forma mercantil (a cuyo estudio
consagró el primer capítulo de El capital) como la forma celular
de la economía, y, en el mismo prólogo al primer tomo de su obra
maestra, estableció una analogía entre su método expositivo y el
de la anatomía micrológica. No obstante, tal manera de plantear
las cosas encontró muy pronto críticos deseosos de marcar una
línea divisoria entre el proceder de las humanidades, la filosofía y
las ciencias naturales.

Así como la imposición del estilo de vida moderno a lo largo y


ancho del globo terráqueo no pudo llevarse a cabo de una
manera pacífica y sin contratiempos (e incluso hoy encuentra
numerosos opositores y detractores), así también las estructuras
ideológicas y las nuevas formas de producir saberes tuvieron que
entablar una batalla frontal contra aquellos que se negaban (y se
niegan), en desventaja, a aceptar el predominio del método
científico de las ciencias naturales como único baremo para
definir los límites de lo verdadero y lo falso. Para la filosofía, esto
significó reivindicar la validez de todos aquellos principios y
conceptos denostados por las visiones racionalistas y científicas.
No otra cosa significó, en un primer momento, la llamada
transvaloración de todos los valores proclamada por Nietzsche a
finales del siglo XIX, cuya lógica invertida daba prioridad a los
valores vitales y estéticos, denigrados como irracionales, frente a
los principios supuestamente universales y eternos de la razón

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humana. La visión de una vida lúdica y trágica, a la vez, que se


arriesgaba a afirmarse caminando sobre el abismo, esto es, sobre
la ausencia de principios sólidos y perennes como los que ofrecía
la ciencia, fue un motivo que animó a múltiples pensadores (entre
ellos, a Dilthey y Ortega y Gasset) a desarrollar las llamadas
filosofías de la vida que invadieron el mundo intelectual de
comienzos del siglo XX. La vivencia y la poesía, como reza el título
de uno de los trabajos más importantes de Wilhelm Dilthey, se
convirtieron de pronto en términos que evocaban una verdadera
cosmovisión opuesta a aquélla del racionalismo y del horizonte
de las ciencias naturales. Frente a la razón y el método científico,
la estética y la vida. Ésa parecía ser la única alternativa.

En consonancia con dicha perspectiva, aunque inaugurando una


nueva forma de pensar, la obra de Martin Heidegger profundizó
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la separación entre el proceder de la filosofía y el de las ciencias


(incluidas, en este caso, las llamadas ciencias sociales que, cada
vez más, asumían como propio el método de las ciencias
naturales). “La ciencia no piensa”. Con esta afirmación
escandalosa, que causó revuelo en el mundo intelectual del siglo
XX, Heidegger pretendió arrebatar para siempre la legitimidad a
las ciencias exactas en su reclamo de acceso a la verdad. Mientras
los principios y los métodos se establezcan a priori, sostuvo el
pensador alemán en su momento, ya todo está decidido de
antemano, y más que pensar, lo único que se hace es extraer
conclusiones según un procedimiento repetitivo y abstracto. Por
el contrario, para Heidegger, pensar significaba aventurarse a la
meditación y reflexión de lo indeterminado, más allá de los datos
tranquilizadores que nos ofrecía la experiencia, incluso la teórica.
Y, en su filosofía, nada era más elevado e indeterminado que el
pensamiento del ser y su verdad. La verdad, concebida en el
sentido de las ciencias exactas, fue rebajada por el filósofo a la
noción de lo “correcto”, lo “certero”, lo que se ajustaba a lo
existente. Lo verdadero, en el sentido pleno, era sólo aquello que
lograba desvelar el ser, inaugurando así una nueva época
histórica. Para acceder a esa verdad, Heidegger propuso, sobre
todo en la segunda etapa de su filosofía, hacerlo desde la poesía
y desde un tipo de reflexión que muchos terminaron
considerando como mística, en tanto que, atendiendo a viejos
versos de Hölderlin, insistía en la recuperación del pensamiento
de las divinidades.

Así las cosas, resultaba difícil, por cuestiones de prestigio


académico, que las distintas ciencias sociales y las humanidades
(las cuales, mientras más avanzaba el siglo XX, más se
consolidaban) retomaran los planteamientos vitalistas, esteticistas
o místicos de las nuevas corrientes de la filosofía. No fue, en
verdad, sino hasta la aparición de Verdad y Método (1960) de
Hans-Georg Gadamer, que las llamadas ciencias sociales
pudieron encontrar un nuevo enfoque sobre su sentido y
proceder a partir del desarrollo de la hermenéutica
contemporánea.

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El planteamiento de Gadamer (alumno y amigo de Heidegger)


era en realidad muy sencillo. Al asumir el método de las ciencias
naturales para justificar su existencia, las humanidades habían
desconocido su origen y forma de proceder, alterando con ello su
sentido y desarrollo propio. Siguiendo en esto a su maestro,
Gadamer sostenía que las ciencias exactas, a través de su método,
sólo podían ofrecer una visión limitada del sentido de la verdad
(lo “correcto”, según Heidegger), y que, para acceder a un
horizonte de complejidad más elevado y adecuado a su
naturaleza, las humanidades tenían que voltear la vista hacia su
tradición y retomar la pregunta por la verdad planteada desde el
arte. Sólo que, para Gadamer, la noción de arte no tenía nada que
ver ni con el vitalismo y esteticismo nietzscheano ni con el
misticismo heideggeriano. Para recuperar el sentido original del
arte, era necesario, como bien sostiene el mejor comentarista de
la filosofía gadameriana, Jean Grondin, “destruir” la historia de la
estética moderna, tal como se entiende desde Kant a partir de su
Crítica del Juicio.

Como se sabe, la filosofía crítica de Kant es un intento por


fundamentar la metafísica como una ciencia exacta, estableciendo
los principios adecuados desde los cuales fundamentar un
conocimiento preciso de los fenómenos naturales sin introducir
nociones inaplicables al campo de la experiencia. En su Crítica de
la razón pura, estableció así los fundamentos de los juicios
lógicos que sólo podían ser aplicados al conocimiento de la
naturaleza. Fuera de ellos, nada se podía saber con certeza.
Quedaban así, para decirlo en términos muy generales, dos
grandes ámbitos: el de la moral, pensado en la Crítica de la razón
práctica, y el de los distintos acontecimientos del mundo humano
más allá del ámbito puramente ético, explorados en la Crítica del
Juicio. En tanto que los juicios estéticos se encontraban en ésta
última división, no constituían ninguna fuente de certeza, sino, al
contrario, estaban sometidos al proceso de la imaginación
subjetiva. Así nació la idea de que la estética era pura
imaginación o ficción desligada del conocimiento.

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No obstante, como explica Gadamer en Verdad y método, la


noción de arte no siempre estuvo vinculada a la estética
subjetivista fundada por Kant y radicalizada por Schiller. Al
contrario, en sus orígenes griegos, sobre todo en Aristóteles, el
arte fue pensado desde la mímesis. Si bien durante mucho
tiempo, incluyendo a la modernidad, la mímesis fue comprendida
como “imitación de la naturaleza”, Gadamer apela a su sentido
original, en el cual dicha palabra mentaba más bien la idea de
“re-conocimiento”. Re-conocer, en este sentido, significa captar, a
partir de lo representado, la esencia o verdad de aquello que se
representa (el mundo). Para lograr ese re-conocimiento, es
necesario crear un hábito práctico e intelectual que permita
educar las distintas facultades hasta desarrollar la capacidad de
crear e interpretar. No se trata, entonces, de un método
específico, pero tampoco de un proceder arbitrario e irracional,
sino de un proceso de formación (Bildung), cuyo propósito es
conducir al individuo a su desarrollo pleno, según el camino que
escoja para su vida práctica. El camino original de las
humanidades, estaría así, según Gadamer, sustentado en las
nociones de re-conocimiento y formación, más que en el
concepto de método científico.

La negativa de las ciencias exactas a reconocerle a las


humanidades o a las ciencias sociales el estatuto de saberes
verdaderos, o bien, por otro lado, la asunción de que éstas son
tan sólo ficciones o pura invención literaria, como lo propone
vulgarmente Hayden White para el caso de la historia, delatan
una ignorancia y un prejuicio profundos que desconocen el
sentido propio de la noción de verdad en ese campo del
conocimiento. Habría todavía mucho que discutir, pero lo cierto
es que, en el proceso de su afirmación, las llamadas humanidades
sólo podrán encontrar su camino si logran desprenderse
completamente del fardo de las definiciones que las ciencias
exactas les han impuesto.

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