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LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN EN LA IGLESIA PRIMITIVA

REYNALDO JOVEL ROJAS*

Resumen: Experimentar la alegría constituye un desafío para las personas en la sociedad


moderna. En un mundo lacerado por profundas divisiones y rupturas, donde la abundancia
de rostros sombríos son elocuente testimonio de la profunda desesperanza y tristeza por la
cual atraviesan los hombres de hoy, ¿existe todavía un lugar para la alegría?

La virgen María ha sido honrada y venerada como madre de Dios desde los albores del
cristianismo. “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48). En
los primeros siglos la veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su
Hijo. Un Padre de la Iglesia San Cirilo de Alejandría resume el sentir de este primigenio culto
mariano refiriéndose a María con estas palabras: “Los profetas te anunciaron y los apóstoles te
celebraron con las más altas alabanzas”.1

De estos primeros siglos sólo pueden recogerse testimonios indirectos del culto mariano. Entre
ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en las catacumbas, que demuestran el culto y la
veneración, que los primeros cristianos tuvieron por María. Tal es el caso de las pinturas
marianas de las catacumbas de Priscila: en una de ellas se muestra a la Virgen nimbada con el
Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado; las otras dos representan la Anunciación y la
Epifanía. Todas ellas son de finales del siglo II. En las catacumbas de San Pedro y San
Marceliano se admira también una pintura del siglo III/IV que representa a María en medio de
San Pedro y San Pablo, con las manos extendidas y orando.2

Pero en este anuncio debemos de tener cuidado con la pasión opuesta a la alegría que es la
tristeza, causada por no poseer el bien amado. Si el origen de la alegría es el amor, el de la
tristeza será, por tanto, el egoísmo. Señala Santo Tomás que la tristeza “tiene su origen en el
amor desordenado de sí mismo, que no es vicio especial, sino como la raíz común de todos los
vicios” extremos”.3 No es, pues, el dolor o las dificultades lo que se opone a la alegría, sino la
tristeza que puede nacer de la falta de fe y esperanza ante esas situaciones. Por eso, la tristeza es
vista como una enfermedad del alma, o de una causa moral por el pecado cometido y la falta de
correspondencia a la gracia, que podría conducir a la acedia o tibieza espiritual.

Es por lo anterior que el Papa Francisco advierte de un peligro que puede causar la falta de
alegría:

1
* Estudiante de I de Configuración, pertenece al área Espiritual. rjovel71@gmail.com , 27 de marzo
2022.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 30.
2
FRANCISCO, Evangelii Gaudium, n. 1.
3
SANTO TÓMAS DE AQUINO, Suma de teología, I-II, q. 31, a. 3.
“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza
individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses,
ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no
se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”. 4

Uno de los primeros escritos cristianos afirma que “todo hombre alegre obra el bien, piensa el
bien y desprecia la tristeza. Pero el hombre triste siempre obra el mal”.5 Al ser la alegría efecto
de la caridad, quien busca la cercanía de Dios y responder a la llamada a la santidad obra el bien
y, en consecuencia, su corazón desborda de paz y alegría: “Si vivimos así, realizaremos en el
mundo una tarea de paz: sabremos hacer amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios
ama al que da con alegría  (2Co 9, 7). El seminarista es uno más en la sociedad; pero de su
corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la
Voluntad de Dios. En la Iglesia estamos necesitados de ver caras alegres a nuestro alrededor. Por
eso vale la pena esforzarse por vivir siempre alegres para hacer felices a los demás. 

4
FRANCISCO, Evangelii Gaudium, n. 2
5
EL PASTOR DE HERMAS, Mand X, 3,2-3. J.J. Ayán Calvo, Madrid 1995, p. 161.

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