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LA VIRGEN MARÍA EN LA VIDA DEL SEMINARISTA

REYNALDO JOVEL ROJAS

Resumen: En nuestra vida como seminaristas y durante nuestro proceso de formación hacia al
ministerio sacerdotal no configuramos día a día con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Durante
este caminar nos acompaña el auxilio maternal de la Santísima Virgen María y como ella
hacemos vida tres palabras significativas, Ecce, Fiat y Magnificat.

Cristo, antes de subir al Padre, nos ha dejado muchos regalos: la Iglesia, los sacramentos, su
Palabra, etc. Cristo nos ha dejado también una madre: María, no para que la contempláramos
desde lejos, sino para vivir íntimamente unidos a ella. Al llegar a esta casa de formación a inicios
de este año lectivo, mi pregunta fue, ¿cómo se vivirá la espiritualidad mariana aquí? Pero con el
pasar de los días he podido observar que en nuestro seminario mayor de San Esteban, se distingue
por su amor y devoción a la virgen María, quien nos acompaña con su amor maternal que nos
hace fuertes en el seguimiento de su Hijo Jesucristo.

La vocación de la virgen María, como la de san José, empieza con una duda. ¿Cómo sucederá
esto? Pregunta María al ángel. (Cfr. Lc 1, 34) San José se pregunta angustiado ¿Cómo ha podido
suceder esto? (Cfr. Mt 1, 19). Quizás cuando nos sentimos llamados por Dios para emprender
este camino vocacional, nuestro corazón también se llenó de dudas, de temores, de
incertidumbres, porque cuando Dios se acerca a alguien, suscita siempre interrogantes. Dios pone
muy pronto a prueba a las personas que elige, como si quisiera verificar lo antes posible su
solidez. Aprieta fuertemente el corazón de los hombres para comprobar si se desmenuza o se
mantiene sólido.

Día a día, como seminaristas unificamos nuestra vocación a las palabras de la virgen María, «He
aquí la sierva del Señor» (Lc 1, 38) Encontramos en ellas la fórmula exacta para responder de
forma eficaz al llamado que el mismo Señor Jesús nos ha hecho para trabajar en su viña. Este
llamado implica altas exigencias, que si bien no son imposibles, encuentran una cierta dificultad.
María de Nazaret encontró las dificultades propias de su misión, sin embargo su profunda
confianza en la palabra del Señor, «El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35), la
llevan a abandonarse en sus manos y deja que Él obre en ella, haciendo cosas grandes y
maravillosas en su favor (Lc 1, 49).

María es modelo de virtud y de discipulado para nosotros los seminaristas. Dice el Concilio
Vaticano II: “La formación espiritual… debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir
en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo” 1. De igual
manera debemos amar y venerar con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo,


Cursa el II año de Filosofía, hace parte del Área Comunitaria. Fecha de publicación: 11 de mayo de 2020.
rjovel71@gmail.com
1
CONC. ECUM. VATICANO II, decreto Optatam Totius num. Cap. II
muriendo en la cruz, “entregó como madre al discípulo” (Cfr. Jn 19, 27)  Como seminaristas nos
situamos en el lugar del discípulo amado.

En la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de san Juan Pablo II invita constantemente al


seminarista a «vivir íntimamente unidos»2 ()a Jesucristo, a configurarse con Cristo, es decir: ser
otro Cristo. Es aquí que la virgen María juega un papel muy importante dentro de la formación
presbiteral puesto que es ella modelo de  íntima unión con el Hijo. La virgen María es quien nos
lleva de la mano, adentrándonos poco a poco al misterio de Cristo, ya que acompañó a su
Maestro en todo momento, y escuchó su palabra, meditándola en su corazón.  Todo seminarista
encuentra en María una rica mina de virtudes, de la cual puede extraer grandes tesoros y
enriquecerse sin temor de jamás agotarla. 

Como seminaristas debemos de encontrar las tres palabras trascendentales que empleó la Virgen
para responder al llamado del Altísimo y que nos ayudarán en el proceso de nuestra
formación: Ecce, Fiat y Magnificat.

Cuando recibimos el llamado y dejamos nuestra casa, padres, hermanos y amigos, aceptando
todos los retos y dificultades que esto conlleva, repetimos junto con María, “He aquí el siervo del
Señor” y emprendemos el camino de la vocación, del llamado. Esta es la respuesta más generosa
que podemos dar al Señor cuando nos llama. Nuestra formación diaria, es un constante responder
al llamado; no podemos hablar de una respuesta definitiva, sino que conforme vamos viviendo la
experiencia de la vocación, es un constante renovar el “Ecce ancilla Domini” de María, «He aquí
la sierva del Señor» (Lc 1, 38)

En el discernir durante las etapas de discipulado y de configuración, en el crecimiento espiritual


en la oración y meditación, en la convivencia con los demás seminaristas, repetimos nuevamente
con María “Fiat mihi secundum verbum tuum” Hágase en mí según tu palabra. En el proceso de
formación, al someter nuestra voluntad a los formadores, al obedecer, al escuchar la Palabra del
Señor todos los días en la Santa Eucaristía, decimos junto con la Bienaventurada “Hágase en mi
Señor, según tu Palabra”, según tu parecer; que no haga mi voluntad sino la tuya, que tu palabra
sea mi deleite y que la lleve a cumplimiento en mi vida. 

Durante este proceso de formación integral, en que como seminaristas al igual que María en
medio del silencio, meditamos las palabras del Señor en nuestro corazón, irrumpimos entre
aclamaciones y alabanzas al igual que Zacarías y proclamamos la grandeza del Señor, porque
reconocemos que la vocación al sacerdocio es un don maravilloso, gratuito, que Dios en su
inmensa generosidad concede a los hombres indignos, y cantamos juntamente con la Madre de
Dios “Magnificat anima mea Dominum… ” “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha
mirado la pequeñez de su sierva.” (Cfr. Lc 1, 46-48)

2
Juan Pablo II, Exh. Ap Pastores dabo vobis num. 46

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