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PREPARACIÓN ENCUENTRO 6:

“CAFARNAÚM, MISIÓN Y ANUNCIO”

Tabla de contenido
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d. 5
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5. 8

1. ORACIÓN INICIAL

Entregar una copia a cada uno. Rezar en vos alta.

Señor,
queremos seguir tus pasos,
porque tú eres el Hijo de Dios.

Hemos descubierto en ti
el rostro del Dios vivo
que nos acompaña
y nos llama a seguirlo.

Estamos dispuestos
a tomar la cruz de cada día,
pero nada podríamos
sin tu compañía y fortaleza.

Por eso te pedimos,


Jesús, camina con nosotros,
danos tu Espíritu
para ser fieles al Padre,
queremos vivir contigo,
queremos seguir tus pasos,
queremos trabajar por tu Reino junto a ti más y mejor.

¡Que así sea, buen Jesús!

(Por Marcelo A. Murúa)

Invitar a compartir lo que resuena en cada uno.


Se pueden hacer peticiones. Todos respondemos: “Te lo pedimos, Señor”.
Por ejemplo:
Señor, te pedimos por Juan Cruz, Flor y Juanfra, para que la Sagrada Familia sea
modelo y guía en su caminar.
Se deja abierta la oración pidiendo a Dios que nos llame y nos dé la disponibilidad para
seguirlo especialmente en lo que nos propone hoy.

2. MOTIVACIÓN

OPCIÓN 1: Para iniciar este encuentro relacionado con la misión y el anuncio, te queremos
proponer que pienses en tus quehaceres diarios, en el trabajo o en los estudios, fuera de tu
comunidad o familia, alguna situación concreta donde hayas podido reconocer la necesidad
del anuncio. ¿Te animás a compartirla con el grupo?

OPCIÓN 2: “Los miedos que aturden”

En el centro de la habitación ponemos algunas cartulinas pequeñas con una palabra que
identifique algunos de los miedos / desafíos / tentaciones que nos limitan y nos aturden en
el día a día: desconfianza, egoísmo, miedo al fracaso, egocentrismo…

Pedimos a los participantes que se acerquen y tomen aquella con la que se identifiquen.

Después de un momento de reflexión pueden escribir detrás (y exponer al resto o no?) en


qué momentos han sentido la presencia y la ayuda de Jesús para poder superar este miedo…

3. EXPOSICIÓN DEL TEMA

Poner en contexto la ciudad de Cafarnaúm como ciudad del llamado de Jesús a sus
discípulos, su anuncio y misión. Mapa (foto de la Biblia).
Tres ejes: “la vida apostólica, el sentido de Iglesia y el compromiso con el mundo”.

Armar el power point con las siguientes pistas para la charla:


El seguimiento de Jesús es el resultado de un encuentro, es la experiencia
vincular, es el ser llamados por el propio nombre, llamados en lo cotidiano de las
labores de cada uno, es un llamado que desemboca en una misión.
Algunos aspectos a tener en cuenta1:

a. Por el encuentro con Jesucristo vivo, discípulos y misioneros


suyos.

El encuentro con Jesucristo es la raíz, la fuente y la cumbre de la vida de la


Iglesia y el fundamento del discipulado y de la misión. La Iglesia vive por ese
encuentro y es la razón más profunda de nuestra fe, de nuestra esperanza y de
nuestra caridad.
El encuentro vital con el Señor nos introduce en las dimensiones más profundas
de la vida. Gracias a Él recibimos una nueva comprensión teológica de la persona
humana, del cosmos, de la historia, de la Iglesia y, por supuesto, del mismo Dios
que se hace cercano y accesible en su misterio.

1 Síntesis realizada a partir del Documento de Trabajo de Aparecida.


b. Discípulos de Jesucristo

El término discípulo, de gran riqueza bíblica, nos abre el camino evangélico y


eclesial para llegar a ese sujeto que se encuentra con Jesucristo vivo.
El discípulo de Cristo es alguien que ha recibido al Señor lleno de estupor. Como
en Belén, con María, José y los pastores, ha acogido al Hijo de Dios que se ha
hecho pequeño y servidor de todos, se ha acercado a su vida y ha entrado en
ella. Por eso, vive contemplando su rostro y asombrado por la venida de Dios a
este mundo.
No es el discípulo quien escoge al Maestro. Siempre ha sido Jesús el que ha
llamado al discípulo y lo ha invitado a seguirle (cf. Mc 3, 13-19). La primera
experiencia del discípulo consiste en el llamado personal que le hace Jesús, y
en la voluntad de seguirle que nace en él y que lo mueve a dar su respuesta
creyente y amorosa, que lo lleva a configurarse con Él.
Jesucristo es el que elige y llama (cf. Lc 6, 12-13). El discípulo experimenta
que la elección manifiesta gratuitamente el amor de predilección de Dios. “Él
nos amó primero” (1 Jn 4, 19). Esta elección amorosa da fuerzas al discípulo para
que pueda seguir a Cristo, configurarse con Él y ponerse a su servicio para la
misión.
La invitación de Jesús es personal: “Ven y sígueme” (Lc 18, 22). A los suyos
siempre los llama por su nombre (cf. Jn 10, 4). Algunas veces ocurre de manera
casi inmediata y se manifiesta con más evidencia, pero la mayoría de las veces
acontece a través de las mediaciones eclesiales y de diversos acontecimientos de
la vida, contemplados a la luz de la fe.
La elección y llamada de Cristo pide oídos de discípulo (cf. Is 50, 4), es decir,
oídos atentos para escuchar y prontos para obedecer. En una sociedad como la
nuestra donde las consignas más ruidosas van en una dirección opuesta a
escuchar y obedecer, el llamado de Cristo es una invitación a centrar toda
nuestra atención en Él, y a pedirle de corazón al Señor como Samuel “Habla, que
tu siervo escucha” (1 Sm 3,10), para percibir en lo profundo de nuestros
corazones la llamada que nos invita a seguirlo.
A la elección y llamada de Jesucristo el discípulo responde con toda su vida. Se
trata de una respuesta de amor a una llamada de amor. Estamos
“llamados… a la perfección de la caridad” (LG 40). A la elección amorosa de
Jesús, el discípulo responde, por gracia de Dios, con la fidelidad hasta la cruz y el
testimonio de la Resurrección, al grado de estar dispuesto a dar la vida por los
demás. Por eso, el seguimiento y el testimonio hasta dar la vida son dos
aspectos esenciales de la respuesta del discípulo.
El discípulo entra en comunión de vida y de misión con Jesucristo. Es una
relación tan personal y estrecha, que Cristo la compara con la unión de los
sarmientos a la vid (cf. Jn 15, 1-17). Jesús llamó a los apóstoles “para que
estuvieran con Él” (Mc 3, 14); para que así “todos sean uno lo mismo que lo
somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos a nosotros” (Jn 17, 21).
Justamente en el amor de unos a otros se les reconocería como discípulos
de Cristo (cf. Jn 13, 35). Además declara su amistad con ellos: “Ustedes son mis
amigos” (Jn 15, 14). Con esta profunda amistad de vida, Jesús también implica a
“sus amigos” en su propia misión (cf. Jn 17, 18) y los envía a anunciar el
Evangelio a todos los pueblos.
Como Buen Pastor, Jesús precede a sus discípulos y los incorpora a su
camino.
Ser discípulo será entonces “ir detrás de” Jesús, para aprender su nuevo
estilo de vivir y de trabajar, de amar y de servir, y para adoptar su manera de
pensar, de sentir y de actuar, al punto de experimentar que “no soy yo sino que
es Cristo que vive en mí”. Este seguimiento incluye necesariamente el camino
de la cruz: “El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi
discípulo” (Lc 14, 27). Por eso, discípulo no es sinónimo de alumno.
Discípulo dice relación a una persona, en nuestro caso, a la persona de Jesucristo,
cuyos pasos el discípulo sigue sin reserva, por amor, asimilándose a su estilo de
vida y a su proyecto. Éste es el fundamento de la moral del discípulo.
Por lo tanto, la formación del discípulo de Jesucristo debe tener como
meta la identificación con Él hasta llegar a tener “los sentimientos que
corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús” (Flp 2, 5), como dice san
Pablo. Experimentando la estrecha amistad de Cristo y con la ayuda de su gracia,
el discípulo avanza por su camino de santidad, por el cual madura su identidad
y su misión. Lo hace con la conciencia cierta de ser un peregrino, un ciudadano
del cielo (cf. Flp 3, 20; cf. Ef 2, 19), que anhelante busca gozar para siempre de
“un cielo nuevo y una nueva tierra” (Ap 21, 1).
No podemos olvidar que ser discípulos de Jesús es ser discípulos de la Palabra,
que existía en el principio y estaba en Dios y era Dios.
Entre los primeros discípulos, Jesús escogió a Doce “para que estuvieran con Él y
para enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Los dones recibidos en Pentecostés
impulsaron a los discípulos al crecimiento de su fidelidad en el seguimiento del
Maestro. Los Hechos de los Apóstoles nos narran que los miembros de las
primeras comunidades en Jerusalén “se dedicaban con perseverancia a escuchar
la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2, 42). El secreto de su autoridad moral
como maestros -y de la autoridad moral de los obispos, los sacerdotes, los
diáconos y los catequistas- residía precisamente en su disposición a servir como
su Maestro y Señor (cf. Jn 13, 13-17) y en la transparencia de su relación con el
Maestro y Pastor, del cual siguieron siendo discípulos.
En la vivencia sacramental el discípulo de Jesús encuentra la presencia y la
acción salvífica de Jesús, y con ella la fuerza para vivir con fidelidad el
seguimiento, y para realizar con entusiasmo la misión que le fue confiada.
Además, la liturgia es uno de los lugares privilegiados del encuentro con
Jesucristo vivo, ya que Cristo mismo “actúa ahora por medio de los sacramentos,
instituidos por Él para comunicar su gracia”.
Llegar a ser cristiano es algo que se realiza, desde los tiempos apostólicos,
mediante un itinerario de iniciación cristiana que comporta varias etapas
esenciales: “el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la
conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo y el
acceso a la comunión eucarística”.

c. Discípulos en comunión eclesial

El llamado y el amor predilecto de Jesucristo por sus discípulos, crea entre ellos
la comunión fraterna, una comunidad unida en Cristo. Esa comunión fue el
íntimo deseo que Jesús compartió en oración con su Padre: “Te pido que todos
sean uno lo mismo que lo somos tú y yo, Padre. Y que también ellos vivan unidos
a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).
En medio de la comunidad de los discípulos, María es acogida como Madre, así
como fue el deseo de Jesús (cf. Jn 19, 26-27). Desde entonces Ella es icono de
una Iglesia que es Madre y Familia de los discípulos de su Hijo. Ella es también
imagen de la ternura de la Iglesia que acoge a los discípulos de Jesús, y ora con
ellos y por ellos para que no decaigan en su fe y su esperanza (cf. Hch 1, 14).
Una comunidad unida, sacramento de comunión con Dios y entre los hermanos,
es normalmente la condición necesaria para la formación del discípulo. La
maduración en el seguimiento de Jesús requiere de comunidades eclesiales que
se esfuerzan cotidianamente, a partir de la renovación de la Nueva y Eterna
Alianza en cada Eucaristía, en ser casa y escuela de comunión y solidaridad. En
este ambiente el discípulo madura su vocación cristiana y descubre la riqueza y la
gracia que encierra ser miembro de la Iglesia Católica.
Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio. La evangelización es tarea de la
Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica
y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios. Es
ciertamente un misterio que hunde sus raíces en la Trinidad, pero tiene su
concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo cual siempre
trasciende toda necesaria expresión institucional. Propongo detenernos un poco
en esta forma de entender la Iglesia, que tiene su fundamento último en la libre y
gratuita iniciativa de Dios [EG 111].

d. El compromiso con el mundo

¿Cómo se vive la juventud cuando nos dejamos iluminar y transformar por el


gran anuncio del Evangelio? Es importante hacerse esta pregunta, porque la
juventud, más que un orgullo, es un regalo de Dios: «Ser joven es una gracia,
una fortuna»2. Es un don que podemos malgastar inútilmente, o bien podemos
recibirlo agradecidos y vivirlo con plenitud.
Dios es el autor de la juventud y Él obra en cada joven. La juventud es un tiempo
bendito para el joven y una bendición para la Iglesia y el mundo. Es una alegría,
un canto de esperanza y una bienaventuranza. Apreciar la juventud implica ver
este tiempo de la vida como un momento valioso y no como una etapa de paso
donde la gente joven se siente empujada hacia la edad adulta [ChV 134-135].
Misioneros valientes. Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar
testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida. San Alberto Hurtado
decía que «ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta;
no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en
Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la
luz [...]. El Evangelio [...] más que una lección es un ejemplo. El mensaje
convertido en vida viviente»3.
El valor del testimonio no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué
no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos da fuerzas para
vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras?
Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir sólo las cosas malas o
superficiales. Ustedes sean capaces de ir contracorriente y sepan compartir a
Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. Ojalá puedan sentir en el corazón el
mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía: «¡Ay de mí si no
anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16) [ChV 175-176].
El Papa Francisco nos recuerda en EG 110: «no puede haber auténtica
evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor», y sin que
exista un «primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de
evangelización»4. Recogiendo las inquietudes de los Obispos asiáticos, Juan Pablo
II expresó que, si la Iglesia «debe cumplir su destino providencial, la
evangelización, como predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y
resurrección salvífica de Jesucristo, debe ser vuestra prioridad absoluta» 5. Esto
vale para todos.

2 S. Pablo VI, Alocución para la beatificación de Nunzio Sulprizio (1 diciembre 1963): AAS 56 (1964),
28.
3 Ustedes son la luz del mundo, Discurso en el Cerro San Cristóbal, Chile, 1940, en:
https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.
4 Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Asia (6 noviembre 1999), 19: AAS 92 (2000), 478.
5 Ibíd., 2: AAS 92 (2000), 451.
«¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a
todos. El Evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que
nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No
tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias
existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor
busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su
amor»6. Y nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos
encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en
las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y
oportuno compartir la alegría del Evangelio. Así es como el Señor se va acercando
a todos. Y a ustedes, jóvenes, los quiere como sus instrumentos para derramar
luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y
entusiasmo.
No cabe esperar que la misión sea fácil y cómoda. Algunos jóvenes dieron
su vida con tal de no frenar su impulso misionero. Los Obispos de Corea
expresaron: «Esperamos que podamos ser granos de trigo e instrumentos para la
salvación de la humanidad, siguiendo el ejemplo de los mártires. Aunque nuestra
fe es tan pequeña como una semilla de mostaza, Dios le dará crecimiento y la
utilizará como un instrumento para su obra de salvación» 7. Amigos, no esperen a
mañana para colaborar en la transformación del mundo con su energía, su
audacia y su creatividad. La vida de ustedes no es un “mientras tanto”. Ustedes
son el ahora de Dios, que los quiere fecundos 8. Porque «es dando como se
recibe»9, y la mejor manera de preparar un buen futuro es vivir bien el presente
con entrega y generosidad [ChV 177-178].
En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha
convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados,
cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es
un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de
evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo
fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un
nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte
en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso
con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor
de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a
anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones.
Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de
Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino
que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a
los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de
Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41).
La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y
muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra de la mujer» (Jn 4,39).
También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, «enseguida se puso a
predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hch 9,20). ¿A qué esperamos nosotros?
[EG 120].
Persona a persona. Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación
misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea
cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto
a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se

6 Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 1: AAS 105 (2013), 1019.
7 Conferencia Episcopal de Corea, Carta pastoral con motivo del 150 aniversario del martirio durante
la persecución Byeong-in (30 marzo 2016).
8 Cf. Homilía en la Santa Misa para la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (27 enero
2019): L’Osservatore Romano, ed. semana len lengua española (1 febrero 2019), pp. 14-15.
9 Oración “Señor, hazme un instrumento de tu paz”, atribuida a S. Francisco de Asís.
puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un
misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición
permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce
espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un
camino [EG 127].
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora. El Espíritu Santo
también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos carismas. Son
dones para renovar y edificar la Iglesia 10 [108]. No son un patrimonio cerrado,
entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu
integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde
donde se encauzan en un impulso evangelizador. Un signo claro de la
autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse
armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. Una
verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar sombras sobre
otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en que un
carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su
ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica
y misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo
para la paz en el mundo [EG 130].
Tu misión en Cristo. Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión
en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la
voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es
un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la
historia, un aspecto del Evangelio [GE 19].
La actividad que santifica. Como no puedes entender a Cristo sin el reino que
él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino:
«Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). Tu identificación con
Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor,
justicia y paz para todos. Cristo mismo quiere vivirlo contigo, en todos los
esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad
que te ofrezca. Por lo tanto, no te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma
para dar lo mejor de ti en ese empeño [GE 25].

4. EXPERIENCIA. TRABAJO PERSONAL/EN GRUPOS

FICHA PARA EL TRABAJO PERSONAL


Invocá al Espíritu Santo, pedile la gracia de estar ante la presencia de Jesús, el Señor y de
hablarle como al Maestro que te llamó para ser su discípulo.
En este encuentro, la propuesta es que puedas contemplar cómo es tu discipulado, para ello
podes comenzar rezando uno de los textos propuestos a continuación, y luego, en el
recogimiento puedas responder con confianza y libertad las siguientes preguntas.

Textos para la oración:


En el encuentro con Jesucristo
Jn 14, 16 // Flp 3, 8 // 2 Co 1, 15-20 // Ef 2, 14 //

Discípulo de Jesús
Mc 3, 13-19 // Mt 4, 19 // Lc 6, 12-13 // Lc 14, 27 // Lc 18, 22 // Jn 13, 35 // Jn 15, 1-17 //

Discípulo en comunión eclesial


Jn 17, 21 // 1 Jn 1, 1-7 // 1 Pe 2, 5-6 // Hch 2, 42-47 // Jn 19, 26-27 //

10 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 12.
El compromiso con el mundo
Mt 5, 1-12 // Jn 1,41 // Jn 4,39 // Hch 9,20 //

Preguntas para la reflexión:

En el encuentro con Jesucristo


¿Cuáles son los lugares y momentos donde podemos encontrarnos con Jesucristo?
¿Por qué decimos que el encuentro con Jesucristo nos permite saber quiénes somos, de
dónde venimos y hacia dónde vamos?

Discípulo de Jesús
Hago memoria: ¿Cuándo me llamó el Señor a ser su discípulo? ¿De qué manera le respondo?
¿Qué significa para mí seguir y testimoniar a Jesús?
En mi discipulado: ¿De qué caminos me valgo para estar con Jesús?

Discípulo en comunión eclesial


¿Cómo participo en la vida de mi comunidad parroquial y diocesana?
¿Crece mi comunidad como casa y escuela de comunión?

El compromiso con el mundo


¿Cómo me comprometo con la realidad que vivo hoy?
¿Qué miedos / tentaciones tengo a la hora de anunciar el Reino en mis actividades
cotidianas?
¿En qué otros ambientes me imagino misionando?
¿Cuál es el modo / estilo de anuncio que quiero que me acompañe cada día de mi vida?

5. ORACIÓN FINAL/MISA

La mejor manera de anunciar el Evangelio es compartiendo, personalmente, las maravillas


que Jesús obró en nuestras vidas. Es el testimonio personal del amor de Dios lo que provoca
el interés y el deseo en los demás de vivir esta misma experiencia, tal como hiciera Mar ía en
el Magnificat.

Escuchar la canción del Magníficat, como el cántico de María que expresa con profundidad y
amplitud la vivencia de las Bienaventuranzas.
Repartir el texto y hacer oración de eco pidiéndole a María que interceda en nuestro camino
vocacional.

Lc 1, 46b-55.
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz,
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham
y de su descendencia para siempre».

CÁNTICO DE LA VIRGEN MARÍA:


«Magníficat» (Lc 1, 46-55)
Alegría del alma en el Señor

46Proclama mi alma la grandeza del Señor,


47se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
48porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,


49porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
50y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

51Él hace proezas con su brazo:


dispersa a los soberbios de corazón,
52derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
53a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

54Auxilia a Israel, su siervo,


acordándose de la misericordia
55-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

https://www.youtube.com/watch?v=VFXP0Pi4Ips

https://www.youtube.com/watch?v=-FUNPDAOKS4

https://www.youtube.com/watch?v=nH8sPC0CiX8

https://www.youtube.com/watch?v=POdoXEVx6N0

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