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1/3/22, 0:58 ‘Smart contracts’: ‘blockchain’ contra la corrupción - Revista Haz

‘Smart contracts’: ‘blockchain’ contra la


corrupción
Desregulación, corrupción, lavado de dinero, narcotráfico, comercio ilegal de armas. Todas
palabras que en el imaginario popular encuentran una relación directa con las criptomonedas
y, en particular, con Bitcoin por ser la primera y la más popular de todas ellas.
Alan Leibovich 16 marzo 2018

En esta línea de pensamiento Ewald Nowotny, presidente del Banco Nacional de Austria y miembro del consejo de
gobierno del Banco Central Europeo, ha declarado que el Bitcoin no solamente no es transparente sino que destacó
que puede ser utilizado como vehículo para el lavado de dinero.

Por su parte Larry Fink, el CEO de BlackRock, el fondo de manejo de inversiones más importante del mundo,
profundizando aún más en esta postura llegó a afirmar que “Bitcoin solo muestra cuánta demanda por
lavado de dinero existe en el mundo”, mientras que el CEO de JP Morgan, Jamie Dimon, sostuvo que “las únicas
personas que se encuentran en una mejor posición al usar Bitcoin en detrimento de las monedas regulares son los
asesinos, narcotraficantes o las personas viviendo en países como Corea del Norte”.

Sin embargo, un estudio conjunto del Centro de Sanciones y las Finanzas Ilícitas dependiente de la Fundación para
la Defensa de las Democracias (FDD) y Ellicit (una compañía de análisis forense de operaciones con Bitcoin),
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titulado Bitcoin laundering: an analysis of illicit flows into digital currency services, mostró que menos del 1% de
todas las transacciones en Bitcoin fueron utilizadas con el fin de lavar dinero.

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Bitcoin es simplemente un ejemplo de criptomoneda, una moneda digital basada en un sistema de pagos del tipo
“peer to peer” (es decir, entre nodos) construida sobre principios criptográficos: en vez de ser almacenada en
un servidor central, toda la información es guardada de forma simultánea y pública en bloques en los diferentes
nodos del sistema, los que se intercomunican para guardar y verificar cada transacción.

Menos del 1 % de todas las transacciones en Bitcoin fueron utilizadas con el fin de lavar de dinero.

Cada nuevo bloque contiene no solo la información que ha sido recientemente guardada en él sino también la de
todos los bloques que lo preceden, lo que posibilita su vinculación con ellos y, por tanto, crea la cadena de bloques
de información (o blockchain). Una vez que el bloque ha sido creado no puede ser modificado más tarde, ya que
eso requeriría alterar también todos los bloques que lo han sucedido, y la integridad y el orden cronológico de la
blockchain son asegurados a través de técnicas criptográficas.

Esto significa entonces que la creencia general de que Bitcoin es anónimo no encuentra su correlato en la realidad: si
bien es cierto que las transacciones no registran las identidades de quienes han participado en ellas (aunque otras
criptomonedas sí podrían hacerlo), sí quedan grabadas en la blockchain las “claves públicas” utilizadas en cada una
de las operaciones y -de hecho- se puede acceder a ellas y analizarlas libremente, lo que significa que los flujos de
Bitcoin pueden ser trackeados por cualquier usuario que tenga interés en hacerlo.

En el sitio web de Bitcoin explican: “Todas las transacciones Bitcoin se almacenan públicamente y permanentemente
en la red, lo que significa que cualquiera puede ver los fondos y transacciones de una dirección Bitcoin.
No obstante, la identidad del usuario que posee la dirección no es conocida a no ser que sea desvelada durante una
compra o por otras circunstancias”.

Los smart contracts (o contratos inteligentes) son –básicamente- una suerte de programa informático
autoejecutable que “corre” utilizando la estructura que proporciona blockchain en el que una serie de instrucciones
previamente acordadas (y, por lo tanto, programadas) son puestas en práctica en caso de cumplirse ciertos requisitos
previos, los que también han sido acordados de antemano, en un formato similar a “si X, entonces Y”.

Estas acciones autoejecutadas pueden, a su vez, ser parte de otra condición necesaria para una nueva acción,
generando así una cadena de acciones potencialmente infinita en las que las partes no tendrían la necesidad de
intervenir una vez que hayan finalizado con la negociación y diseño de la misma.

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Ethereum, uno de los proyectos open source de utilización de smart contracts más difundidos en la actualidad los
define como “aplicaciones que se ejecutan exactamente como han sido programadas, sin ninguna posibilidad de
censura, fraude, o interferencia de terceros”.

Los ‘smart contracts’ son aplicaciones que se ejecutan exactamente como han sido programadas, sin ninguna
posibilidad de censura, fraude, o interferencia de terceros.

Dicho esto, parece indudable que la implementación de smart contracts produciría una serie de mejoras y avances
en materia de tiempos al optimizar y automatizar tareas que hoy en día son ejecutadas por los hombres sin que
genere ningún valor agregado su intervención. En este sentido, un estudio del Banco de Santander ha calculado que
para el año 2022 esta tecnología podría ayudar a recortar costos por hasta 20 billones de dólares por año,
al simplificar significativamente la operación de los sistemas financieros que actualmente son caros, logísticamente
complejos y están basados en un soporte en papel.

‘Smart contracts’ contra la corrupción

Pero no es la intención de este artículo analizar los innumerables beneficios en tiempos y reducción de costos que
pueden traer los smart contracts al mundo en general y al de los negocios en particular, sino cómo pueden ser
utilizados como una herramienta para combatir la corrupción.

Para ello, es necesario en primer lugar tener claro qué se entiende por corrupción. Transparency International define
a la corrupción como “el abuso de un determinado poder que se le ha conferido a una persona para
obtener un beneficio para sí mismo”, que –dependiendo de la cantidad de dinero y el sector en donde ocurra- puede
ser clasificada en grande, pequeña y política dependiendo o de las sumas de dinero involucradas o del ámbito en el
que se produce.

La corrupción de tipo político ocurre “por la manipulación de políticas, instituciones y reglas de procedimiento en el
financiamiento y/o en la asignación de recursos por parte de aquellos que se encuentran en posiciones de toma de
decisiones, quienes abusan de dicha posición para sostener su poder, su status y su riqueza”.

Por otro lado, la corrupción de tipo grande se da por el “abuso de poder de las altas esferas que beneficia a una
minoría en detrimento de la mayoría, causando un daño serio y a todos los individuos y a la sociedad en su
conjunto”, mientras que la de tipo pequeño ocurre ante “el abuso de un oficial público en sus interacciones diarias
con los ciudadanos comunes que, generalmente, se encuentran intentando tener acceso a bienes básicos en lugares
como hospitales, escuelas, destacamentos policiales y otros tipos de dependencias estatales”.

Las prácticas más habituales de corrupción varían según el país del que se trate y pueden ir desde sobornos y
extorsión hasta tratos a puertas cerradas, tráfico de influencias, finanzas ilícitas, conflictos de interés o la
irregularidad o trato desigual a la hora del cumplimiento de las leyes.

Los costos generados por la corrupción ascienden a más de 2.6 trillones de dólares (más del 5% del Producto Bruto
Mundial).

Si bien la corrupción exclusivamente entre ciudadanos privados existe, en las definiciones más difundidas solo se
encuentran incluidos aquellos actos en los que están vinculados oficiales públicos que, generalmente, tendrán del
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otro lado un individuo (ya sea un ciudadano o una entidad) del sector privado.

En una encuesta realizada a ejecutivos de empresas de diferentes industrias, cerca del 43% de los participantes
contestaron que creían que habían perdido al menos una oportunidad de negocio debido al pago de
sobornos por parte de sus competidores.

El World Economic Forum calcula que los costos generados por la corrupción ascienden a más de 2,6 trillones de
dólares (más del 5% del Producto Bruto Mundial) mientras que en un informe titulado Myths and realities of
governance and corruption, el Banco Mundial ha estimado que se paga únicamente en concepto de coimas y
sobornos más de un trillón de dólares por año.

Es decir, aproximadamente el 2% del Producto Bruto Mundial termina en manos de agentes de gobierno
corruptos que intervienen en la ejecución de diversos actos de los Estados y que, de implementarse eficientemente
la tecnología de smart contracts, podrían quedar inmediatamente sin el poder que utilizan con fines ilegítimos:
desde licitaciones públicas que son asignadas de forma automática a las empresas que hayan sido los mejores
oferentes y no a aquellas cuyos funcionarios hayan ofrecido algún tipo de incentivo extraoficial, pasando por la
provisión automática de medicamentos a personas en necesidad que reúnen los requisitos para acceder a ellos, hasta
llegar a pagos a proveedores del Estado de forma automática ante el cumplimiento de las obligaciones
comprometidas, eliminando la posibilidad de que exista un intermediario que pueda facilitar el perfeccionamiento
de ese pago o de que el contratista cobre sin haber ejecutado la obra pactada.

Utilizando tecnología blockchain cada una de las transacciones pueden ser trazadas hasta su origen lo que aporta
significativamente a la persecución de un eventual acto de corrupción. El diferencial que aportan los smart contracts
sobre otras soluciones basadas en la tecnología de la cadenas de bloques está en la autoejecutoriedad de las
instrucciones y de las operaciones que regulan, lo que genera una imposibilidad fáctica (o, al menos, un notorio
incremento en la dificultad) de ejecutar actos de corrupción excepto que los mismos hayan sido planeados y
acordados en el momento mismo de la negociación y armado de la secuencia lógica que rige ese contrato-programa,
lo que sería también pasible de ser corroborado por la comunidad.

La posibilidad de reducir en hasta un 40% los impactos que se estima derivan de la corrupción se
encuentra a tan solo unas líneas de código de distancia. ¿Podrán los gobiernos estar a la altura de la oportunidad que
la tecnología les facilita?

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