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VALLE-INCLÁN

Texto nº 1
(LENTA procesión de luces y manteos entraba por el rudo arco flanqueado con
escudos y cadenas. Bajo palio, viene el sacrílego Abad de San Clemente. La capa
de paños de oro, cuatro cuernos el bonete, y en las manos, como garras negras,
la copa de plata con el pan del Sacramento.)

EL CABALLERO.- ¡Alto las luces!


EL ABAD.- ¡Montenegro, la Iglesia te pide paso con el Cuerpo de Cristo!
[271]
EL CABALLERO.- ¿Quién hace la mueca?
EL ABAD.- ¡Blas de Míguez!
EL CABALLERO.- ¡Que se lo lleve el Diablo! ¡Adivino tu tramoya, mal ordenado!
EL ABAD.- ¡Faraón, humilla tu orgullosa cabeza ante el Rey de Reyes!
VOCES DE VIEJAS.- ¡Montenegro! ¡Negro de alma! ¡Negro de pecados! ¡Negro
de las calderas del Infierno!

(DON JUAN MANUEL, con dos perros como leones cogidos por los collares,
descendía por la gran escalera de piedra. Camina por entre las luces en
tenebroso silencio. Bajo el palio, levanta la copa de plata el Abad de San
Clemente. El Caballero, adusto, burlón, enigmático, hinca la rodilla en tierra y
hace arrodillar a sus perros.)

EL CABALLERO.- ¡Sacrílego Abad! ¿Qué vas buscando?


EL ABAD.- A un pecador en trance de muerte.
EL CABALLERO.- ¡Aquí le tienes! En el arte de mal vivir un maestro, y el hacha
del verdugo suspendida sobre la cabeza. Este malvado que tengo por hijo, medita mi
muerte, y para absolverme de mis pecados, caído del cielo vienes, bonete.
Públicamente mis culpas confieso. Soy el peor de los hombres. Ninguno más llevado
de naipes, de vino y mujeres. Satanás ha sido siempre mi patrono. No puedo
despojarme de vicios. Me abraso en ellos. Nunca reconocí ley ajena para mi gobierno.
Saliendo a mozo, maté a un jugador por disputa de juego. Violenté la voluntad de una
hermana para hacerla monja. A mi mujer la afrenté con cien mujeres. ¡Este he sido!
¡Cambiar no espero! De milagros y santos arrepentidos pasaron ya los tiempos.
¡Dame la absolución, bonete!
EL ABAD.- ¡Arrédrate, blasfemo!
EL CABALLERO.- ¡Sacrílego!
CONFUSIÓN DE VOCES.- ¡Montenegro! ¡Negro con Pauliña! ¡Negro
excomulgado!

(RESTALLA una honda. Rebota en el muro de la torre una piedra. Vuela una
lechuza. El Caballero se pone en pie, con resolución soberbia, y arranca el
copón al clérigo.)

EL CABALLERO.- ¡Atrás!
VOCES DE VIEJAS.- ¡Cristo! ¡Cristo! ¡Cristo! ¡Santísimo Cristo azotado!
¡Ciérrate, noche! ¡Cubre este espanto!
EL CABALLERO.- ¡Cara de Plata, échale encima el caballo a esa punta de
alcahuetas!
CARA DE PLATA.- ¡Dónde está el rayo que a todos nos abrase!

1
(CARA DE PLATA sale por el arco recobrando las riendas, tendido sobre la crin
del caballo espantado. Capuces y luces del piadoso cortejo retroceden. Voces
agorinas. Sombras huideras. Pánico sagrado. El Caballero con la copa de plata
en la mano se sienta en la escalera.)

EL CABALLERO.- ¡Tengo miedo de ser el Diablo!

Ramón Mª del Valle-Inclán, Cara de Plata.

Texto nº 2

ESCENA NOVENA

(UN CAFE que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos. El
mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la
diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el
vaho de humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos. Los espejos
multiplicadores están llenos de un interés folletinesco, en su fondo, con una
geometría absurda estravaga *extravaga* el Café. El compás canalla de la música,
las luces en el fondo de los espejos, el vaho de humo penetrado del temblor de los
arcos voltaicos, cifran su diversidad en una sola expresión. Entran extraños, y son
de repente transfigurados en aquel triple ritmo, Mala-Estrella y Don Latino.)

MAX.- ¿Qué tierra pisamos?


DON LATINO.- El Café Colón.
MAX.- Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos.
DON LATINO.- Allá está como un cerdo triste.
MAX.- Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro.
DON LATINO.- No me encargues de ser tu testamentario.
MAX.- ¡Es un gran poeta!
DON LATINO.- Yo no lo entiendo.
MAX.- ¡Merecías ser el barbero de Maura!

(Por entre sillas y mármoles llegan al rincón donde está sentado y silencioso Rubén
Darío. Ante aquella aparición, el poeta siente la amargura de la vida, y con gesto
egoísta de niño enfadado, cierra los ojos, y bebe un sorbo de su copa de ajenjo.
Finalmente, su máscara de ídolo se anima con una sonrisa cargada de humedad. El
ciego se detiene ante la mesa y levanta su brazo, con magno ademán de estatua
cesárea.)

2
MAX.- ¡Salud hermano, si menor en años, mayor en prez!
RUBEN.- ¡Admirable! ¡Cuánto tiempo sin vernos, Max! ¿Qué haces?
MAX.- ¡Nada!
RUBEN.- ¡Admirable! ¿Nunca vienes por aquí?
MAX.- El café es un lujo muy caro, y me dedico a la taberna, mientras llega la muerte.
RUBEN.- Max, amemos la vida, y mientras podamos, olvidemos a la Dama de Luto.
MAX.- ¿Por qué?
RUBEN.- ¡No hablemos de Ella!
MAX.- ¡Tú la temes, y yo la cortejo! Rubén, te llevaré el mensaje que te plazca darme para
la otra ribera de la Estigia. Vengo aquí para estrecharte por última vez la mano, guiado por
el ilustre camello Don Latino de Hispalis. ¡Un hombre que desprecia tu poesía, como si
fuese Académico!
DON LATINO.- ¡Querido Max, no te pongas estupendo!
Ramón Mª del Valle-Inclán, Luces de bohemia.

Texto nº 3
ESCENA UNDÉCIMA
(Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa alerta.
Descuella el grito ronco de la mujer, que, al ruido de las descargas, aprieta a su niño
muerto, en los brazos.)

LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Negros fusiles, matadme también, con vuestros plomos!
MAX.- Esa voz me traspasa.
LA MADRE DEL NIÑO.- ¡Que tan fría, boca de nardo!
MAX.- ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!
DON LATINO.- Hay mucho de teatro.
MAX.- ¡Imbécil!

(El farol, el chuzo, la caperuza del sereno, bajan con un trote de madreñas, por la
acera.)

EL EMPEÑISTA.- ¿Qué ha sido, sereno?


EL SERENO.- Un preso que ha intentado fugarse.

3
MAX.- Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas. Ese
muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el tormento... La Leyenda Negra en estos
días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y
vergüenza. Me muero de hambre satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la
trágica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú eres como
ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta, y propagas la mala literatura, por
entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas, llévame al Viaducto. Te invito a
regenerarte con un vuelo.
DON LATINO.- ¡Max, no te pongas estupendo!
Ramón Mª del Valle-Inclán, Luces de bohemia.

FEDERICO GARCÍA LORCA


Texto nº 1
Acto I
Cuadro I

Al levantarse el telón está YERMA dormida con un tabanque de costura a los pies.
La escena tiene una extraña luz de sueño. Un pastor sale de puntillas mirando
fijamente a YERMA. Lleva de la mano a un niño vestido de blanco. Suena el reloj.
Cuando sale el pastor la luz se cambia por una alegre luz de mañana de
primavera. YERMA se despierta.

Canto.

VOZ (Dentro.)
A la nana, nana, nana,
a la nanita le haremos
una chocita en el campo
y en ella nos meteremos.

YERMA.- Juan, ¿me oyes?, Juan.


JUAN.- Voy.
YERMA.- Ya es la hora.
JUAN.- ¿Pasaron las yuntas?
YERMA.- Ya pasaron.
JUAN.- Hasta luego. (Va a salir.)

4
YERMA.- ¿No tomas un vaso de leche?
JUAN.- ¿Para qué?
YERMA.- Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos.
JUAN.- Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes como el acero.
YERMA.- Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como
si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras y que te subieras
al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda, veinticuatro meses llevamos casados y
tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés.
JUAN.- ¿Has acabado?
YERMA.- (Levantándose.) No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma, me gustaría
que tú me cuidases. «Mi mujer está enferma. Voy a matar este cordero para hacerle un
buen guiso de carne». «Mi mujer está enferma. Voy a guardar esta enjundia de gallina
para aliviar su pecho, voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve».
Así soy yo. Por eso te cuido.
JUAN.- Y yo te lo agradezco.
YERMA.- Pero no te dejas cuidar.
JUAN.- Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo
mucho. Cada año seré más viejo.
YERMA.- Cada año... Tú y yo seguiremos aquí cada año...
JUAN.- (Sonriente.) Naturalmente. Y bien sosegados. Las cosas de la labor van bien,
no tenemos hijos que gasten.
YERMA.- No tenemos hijos... ¡Juan!
JUAN.- Dime.
YERMA.- ¿Es que yo no te quiero a ti?
JUAN.- Me quieres.
YERMA.- Yo conozco muchachas que han temblado y que lloraban antes de entrar en
la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba
al levantar los embozos de holanda? ¿Y no te dije: «¡Cómo huelen a manzanas estas
ropas!»?
JUAN.- ¡Eso dijiste!
YERMA.- Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se
casó con más alegría. Y sin embargo...
JUAN.- Calla. Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento...
YERMA.- No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser...
A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos,
que las gentes dicen que no sirven para nada. «Los jaramagos no sirven para nada»,
pero yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire.
Federico García Lorca, Yerma.

5
Texto nº 2
(MARTIRIO cierra la puerta por donde ha salido MARÍA JOSEFA y se dirige a la
puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.)

MARTIRIO.- (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz
alta.) ¡Adela!

(Aparece ADELA. Viene un poco despeinada.)

ADELA.- ¿Por qué me buscas?


MARTIRIO.- ¡Deja a ese hombre!
ADELA.- ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO.- No es ése el sitio de una mujer honrada.
ADELA.- ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
MARTIRIO.- (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede
seguir así.
ADELA.- Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío
y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a
buscar lo que era mío, lo que me pertenecía.
MARTIRIO.- Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
ADELA.- Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
MARTIRIO.- Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.
ADELA.- Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO.- Lo sé.
ADELA.- Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
MARTIRIO.- (Despechada.) Sí.
ADELA.- (Acercándose.) Me quiere a mí. Me quiere a mí.
MARTIRIO.- Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.
ADELA.- Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no
quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a
mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también, lo quieres.
MARTIRIO.- (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos.
¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!
ADELA.- (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.

6
MARTIRIO.- ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es tuya.
Aunque quisiera verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La
rechaza.)
ADELA.- Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue.
Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla.
MARTIRIO.- ¡No será!
ADELA.- Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor
de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con
sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la
corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
MARTIRIO.- ¡Calla!
ADELA.- Sí. Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con
Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando
quiera, cuando le venga en gana.
MARTIRIO.- Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.
ADELA.- No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas
con la fuerza de mi dedo meñique.
MARTIRIO.- No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza
tan mala, que, sin quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA.- Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio
de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca.

Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba.

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