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LECTURAS – TEMA 3 – EL TEATRO A PRINCIPIOS DE SIGLO.

AUTORES: VALLE INCLÁN Y FEDERICO GARCÍA LORCA.

RAMÓN MARÍA DEL VALLE INCLÁN

CARA DE PLATA

EL CABALLERO - ¡Sacrílego Abad! ¿Qué vas buscando?

EL ABAD - A un pecador en trance de muerte.

EL CABALLERO - ¡Aquí le tienes! En el arte de mal vivir un maestro, y el hacha del


verdugo suspendida sobre la cabeza. Este malvado que tengo por hijo, medita mi
muerte, y para absolverme de mis pecados, caído del cielo vienes, bonete. Públicamente
mis culpas confieso. Ninguno más llevado de naipes, de vino y de mujeres. Satanás ha
sido siempre mi patrono. No puedo despojarme de vicios. Me abraso en ellos. Nunca
reconocí ley ajena para mi gobierno. Saliendo a mozo, maté a un jugador por disputa de
juego. Violenté la voluntad de una hermana para hacerla monja. A mi mujer la afrenté
con cien mujeres. ¡Este he sido! ¡Cambiar no espero! De milagros y santos arrepentidos
pasaron ya los tiempos. ¡Dame la absolución, bonete!

DIVINAS PALABRAS

JORNADA TERCERA: ESCENA ÚLTIMA


 
(SAN CLEMENTE. La quintana en silencio húmedo y verde, y la iglesia
de románicas piedras dorada por el sol, entre el rezo tardecino, de los
maizales. La sotana del sacristán ondula bajo el pórtico, y a canto del ca-
rretón un corro de mantillas rumorea. Atropellando al sacristán, dos mo-
zuelos irreverentes penetran en la iglesia y suben al campanario. Estalla
un loco repique. Pedro Gailo da una espantada y queda con los brazos
abiertos, pisándose la sotana.)
 
PEDRO GAILO.-  ¡Qué falta de divino respeto!
MARICA DEL REINO.-  ¡De falta supera!
[278]
LA TATULA.-  ¡Son los mocetes que ahora entraron! ¡Juventud per-
vertida!
SIMONIÑA.-  ¡Quiébreles un hueso, mi padre!
PEDRO GAILO.-  ¡Alabado sea Dios, qué insubordinación!
MARICA DEL REINO.-  ¡Carne sin abstinencia!
UNA VOZ EN LOS MAIZALES.-  ¡Pedro Gailo, la mujer te traen
desnuda sobre un carro, puesta a la vergüenza!
 
(PEDRO GAILO cae de rodillas, y con la frente golpea las sepulturas del
pórtico. Sobre su cabeza las campanas bailan locas, llegan al atrio
los [279] ritmos de la agreste faunalia, y la frente del sacristán en las lo-
sas levanta un eco de tumba.)
 
MARICA DEL REINO.-  ¡Vas a dejar ahí las astas!
PEDRO GAILO.-  ¡Trágame, tierra!
LA TATULA.-  ¿A qué tercio este escándalo?
LA VOZ EN LOS MAIZALES.-  ¡Que si llegaron a verla de cara al
sol con uno encima!
SIMONIÑA.-  ¡Revoluciones y falsos testimonios!
LA VOZ EN LOS MAIZALES.-  ¡Yo no la vi!
[280]
PEDRO GAILO.-  ¡Ni la vió ninguno que sepa de cumplimientos!
LA TATULA.-  ¡Así es! Casos de conducta no llaman trompetas.
 
(PEDRO GAILO corre pisándose la sotana, y se desvanece por la puerta
de la iglesia. Sube al campanario, batiendo en la angosta escalera como
un vencejo, y sale a mirar por los arcos de las campanas. El carro de la
faunalia rueda por el camino, en torno salta la encendida guirnalda de
mozos, y en lo alto, toda blanca y desnuda, quiere cubrirse con la yerba,
Mari-Gaila. El sacristán, negro y largo, sale al tejado, quebrando las te-
jas.)
 
UNA VOZ.-  ¡Castrado!
[281]
CORO DE LA    ¡Tunturuntún! La Mari-Gaila.
FOLIADA ¡Tunturuntún! Que tanto bailó.
¡Tunturuntún! La Mari-Gaila,
Que la camisa se quitó.
PEDRO GAILO.-  ¡El Santo Sacramento me ordena volver por la
mujer adúltera ante la propia iglesia donde casamos!
 
(PEDRO GAILO, que era sobre el borde del alero, se tira de cabeza. Cae
con negro revuelo y queda aplastado, los brazos abiertos, la sotana des-
garrada. Hace semblante de muerte. De pronto se alza renqueando, y
traspone la puerta de la iglesia.)
 
UNA VOZ.-  ¡Te creí difunto!
[282]
OTRA VOZ.-  ¡Tiene siete vidas!
QUINTÍN PINTADO.-  ¡Jujurujú! ¡Miray que dejó los cuernos en tie-
rra!
 
(EL SACRISTÁN ya salía por el pórtico, con una vela encendida y un li-
bro de misal. El aire de la figura, extravío y misterio. Con el libro abierto
y el bonete torcido, cruza la quintana, y llega ante el carro del triunfo ve-
nusto. Como para recibirle, salta al camino la mujer desnuda, tapándose
el sexo. El sacristán le apaga la luz sobre las manos cruzadas, y bate en
ellas con el libro.)
 
PEDRO GAILO.-  ¡Quien sea libre de culpa, tire la primera piedra!
VOCES.-  ¡Consentido!
[283]
OTRAS VOCES.-  ¡Castrado!
 
(LAS BEFAS levantan sus flámulas, vuelan las piedras y llamean en el
aire los brazos. Cóleras y soberbias desatan las lenguas. Pasa el soplo
encendido de un verbo popular y judaico.)
 
UNA VIEJA.-  ¡Mengua de hombres!
 
(EL SACRISTÁN se vuelve con saludo de iglesia, y bizcando los ojos so-
bre el misal abierto, reza en latín la blanca sentencia.)
 
REZO LATINO DEL SACRISTÁN.-  Qui sine peccato est vestrûm
*vestrum*, primus in illam lapidem mittat.
[284]
 
(EL SACRISTAN *EL SACRISTÁN* entrega a la desnuda la vela apaga-
da, y de la mano la conduce a través del atrio, sobre las losas sepulcra-
les... ¡Milagro del latín! Una emoción religiosa y litúrgica conmueve las
conciencias, y cambia el sangriento resplandor de los rostros. Las viejas
almas infantiles respiran un aroma de vida eterna. No falta quien se es-
quive con sobresalto, y quien aconseje cordura. Las palabras latinas, con
su temblor enigmático y litúrgico, vuelan del cielo de los milagros.)
 
SERENÍN DE BRETAL.-  ¡Apartémonos de esta danza!
QUINTÍN PINTADO.-  También me voy, que tengo sin guardas el
ganado.
MILÓN DE LA ARNOYA.-  ¿Y si esto nos trae andar en justicias?
SERENÍN DE BRETAL.-  No trae nada.
[285]
MILÓN DE LA ARNOYA.-  ¿Y si trujese?
SERENÍN DE BRETAL.-  ¡Sellar la boca para los civiles, y aguantar
mancuerna *mancuerda*!
 
(LOS OROS del poniente flotan sobre la quintana. Mari-Gaila, armonio-
sa y desnuda, pisando descalza sobre las piedras sepulcrales, percibe el
ritmo de la vida bajo un velo de lágrima. Al penetrar en la sombra del
pórtico, la enorme cabeza del idiota, coronada de camelias, se le aparece
como una cabeza de ángel. Conducida de la mano del marido, la mujer
adúltera se acoge al asilo de la iglesia, circundada del áureo y religioso
prestigio, que aquel mundo milagrero, de almas rudas, intuye el latín ig-
noto de las DIVINAS PALABRAS)

LUCES DE BOHEMIA

ESCENA SEXTA
 
(EL CALABOZO. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la som-
bra, se mueve el bulto de un hombre.-Blusa, tapabocas y alpargatas.- Pa-
sea hablando sólo. Repentinamente se abre la puerta. Max Estrella, em-
pujado y trompicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la
puerta.)
 
MAX.-  ¡Canallas! ¡Asalariados! ¡Cobardes!
[110]
VOZ FUERA.-  ¡Aún vas a llevar mancuerna!
MAX.-  ¡Esbirro!
 
(Sale de la tiniebla el bulto del hombre morador del calabozo. Bajo la luz
se le ve esposado, con la cara llena de sangre.)
 
EL PRESO.-  ¡Buenas noches!
MAX.-  ¿No estoy solo?
EL PRESO.-  Así parece.
MAX.-  ¿Quién eres, compañero?
[111]
EL PRESO.-  Un paria.
MAX.-  ¿Catalán?
EL PRESO.-  De todas partes.
MAX.-  ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía,
con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela.
Pronto llegará vuestra hora.
EL PRESO.-  Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona ali-
menta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo.
[112]
MAX.-  ¿Eres anarquista?
EL PRESO.-  Soy lo que me han hecho las Leyes.
MAX.-  Pertenecemos a la misma Iglesia.
EL PRESO.-  Usted lleva chalina.
MAX.-  ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré,
para que hablemos.
EL PRESO.-  Usted no es proletario.
MAX.-  Yo soy el dolor de un mal sueño.
[113]
EL PRESO.-  Parece usted, hombre de luces. Su hablar, es como de
otros tiempos.
MAX.-  Yo soy un poeta ciego.
EL PRESO.-  ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la
inteligencia, siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el
dinero.
MAX.-  Hay que establecer la guillotina eléctrica, en la Puerta del
Sol.
EL PRESO.-  No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la des-
trucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de
[114] todos los ricos: Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se su-
prima la herencia, no podrá evitarse que los despojados, conspiren para re-
cobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consi-
gue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial, tiene que hundirse, para
renacer de sus escombros, con otro concepto de la propiedad y del trabajo.
En Europa, el patrono de más negra entraña es el catalán, y no digo del
mundo, porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona so-
lamente se salva, pereciendo!
MAX.-  ¡Barcelona es cara a mi corazón!
EL PRESO.-  ¡Yo también la recuerdo!
[115]
MAX.-  Yo le debo los únicos goces, en la lobreguez de mi ceguera.
Todos los días un patrono muerto, algunas veces dos... Eso consuela.
EL PRESO.-  No cuenta usted, los obreros que caen.
MAX.-  Los obreros se reproducen populosamente, de un modo com-
parable a las moscas. En cambio los patronos, como los elefantes, como
todas las bestias poderosas y prehistóricas, procrean lentamente. Saulo,
hay que difundir por el mundo la religión nueva.
EL PRESO.-  Mi nombre es Mateo.
[116]
MAX.-  Yo te bautizo, Saulo. Soy poeta y tengo el derecho al alfabe-
to. Escucha para cuando seas libre, Saulo: Una buena cacería, puede enca-
recer la piel de patrono catalán, por encima del marfil de Calcuta.
EL PRESO.-  En ello laboramos.
MAX.-  Y en último consuelo, aun cabe pensar que exterminando al
proletario, también se extermina al patrón.
EL PRESO.-  Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo
barcelonés.
MAX.-  No me opongo. Barcelona semita, sea [117] destruída *des-
truida* como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano.
EL PRESO.-  Estoy esposado.
MAX.-  ¿Eres joven? ¿No puedo verte?
EL PRESO.-  Soy joven: Treinta años.
MAX.-  ¿De qué te acusan?
EL PRESO.-  Es cuento largo. Soy tachado de rebelde... No quise de-
jar el telar por ir a la guerra, y levanté un motín en la fábrica. Me denunció
el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora voy
por [118] tránsitos, reclamado de no sé qué jueces. Conozco la suerte que
me espera: Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso.
MAX.-  ¿Pues qué temes?
EL PRESO.-  Que se diviertan dándome tormento.
MAX.-  ¡Bárbaros!
EL PRESO.-  Hay que conocerlos.
MAX.-  Canallas. ¡Y esos son los que protestan de la leyenda negra!
EL PRESO.-  Por siete pesetas, al cruzar un lugar [119] solitario, me
sacarán la vida, los que tienen a su cargo la defensa del pueblo. ¡Y a esto
llaman justicia, los ricos canallas!
MAX.-  Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime.
EL PRESO.-  ¡Todos!
MAX.-  ¡Todos! ¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón
maldito de España?
EL PRESO.-  ¡Señor poeta, que tanto adivina, no ha visto usted una
mano levantada?
 
(Se abre la puerta del calabozo, y el [120] llavero, con jactancia de rufo,
ordena al preso maniatado, que le acompañe.)
 
EL LLAVERO.-  ¡Tú, catalán, disponte!
EL PRESO.-  Estoy dispuesto.
EL LLAVERO.-  Pues andando. Gachó, vas a salir en viaje de recreo.
 
(El esposado, con resignada entereza, se acerca al ciego, y le toca el
hombro con la barba: Se despide hablando a media voz.)
 
EL PRESO.-  Llegó la mía... Creo que no volveremos a vernos...
[121]
MAX.-  ¡Es horrible!
EL PRESO.-  Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa prensa canalla?
MAX.-  Lo que le manden.
EL PRESO.-  ¿Está usted llorando?
MAX.-  De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.
 
(Se abrazan. El carcelero y el esposado salen. Vuelve a cerrarse la puer-
ta. Max Estrella [122] tantea buscando la pared, y se sienta con las pier-
nas cruzadas, en una actitud religiosa, de meditación asiática. Exprime
un gran dolor taciturno, el bulto del poeta ciego. Llega de fuera tumulto
de voces, y galopar de caballos.)

ESCENA UNDECIMA
 
(UNA CALLE DEL MADRID AUSTRIACO. Las tapias de un convento.
Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de
vecinas, en la acera. Una mujer despechugada y ronca, tiene en los bra-
zos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. Max
Estrella y Don Latino, hacen un alto.)
 
MAX.-  También aquí se pisan cristales rotos.
[210]
DON LATINO.-  ¡La zurra ha sido buena!
MAX.-  ¡Canallas!... ¡Todos!... ¡Y los primeros nosotros, los
poetas!...
DON LATINO.-  ¡Se vive de milagro!
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Maricas cobardes! ¡El fuego del Infierno
os abrase las negras entrañas! ¡Maricas, cobardes!
MAX.-  ¿Qué sucede, Latino? ¿Quién llora? ¿Quién grita con tal ra-
bia?
[211]
DON LATINO.-  Una verdulera, que tiene a su chico muerto en los
brazos.
MAX.-  ¡Me ha estremecido esa voz trágica!
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas!
EL EMPEÑISTA.-  Está con algún trastorno, y no mide palabras.
EL GUARDIA.-  La Autoridad también se hace el cargo.
EL TABERNERO.-  Son desgracias inevitables para el restableci-
miento del orden.
[212]
EL EMPEÑISTA.-  Las turbas anárquicas, me han destrozado el es-
caparate.
LA PORTERA.-  ¿Cómo no anduvo usted más vivo en echar los cie-
rres?
EL EMPEÑISTA.-  Me tomó el tumulto fuera de casa. Supongo que
se acordará el pago de daños a la propiedad privada.
EL TABERNERO.-  El pueblo que roba en los establecimientos pú-
blicos, donde se le abastece, es un pueblo sin ideales patrios.
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Verdugos del hijo de mis entrañas!
[213]
UN ALBAÑIL.-  El pueblo tiene hambre.
EL EMPEÑISTA.-  Y mucha soberbia.
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Maricas, cobardes!
UNA VIEJA.-  ¡Ten prudencia, Romualda!
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Que me maten como a este rosal de
Mayo!
LA TRAPERA.-  ¡Un inocente sin culpa! ¡Hay que considerarlo!
[214]
EL TABERNERO.-  Siempre saldréis diciendo que no hubo los to-
ques de Ordenanza.
EL RETIRADO.-  Yo los he oído.
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Mentira!
EL RETIRADO.-  Mi palabra es sagrada.
EL EMPEÑISTA.-  El dolor te enloquece, Romualda.
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Asesinos! ¡Veros es ver al verdugo!
EL RETIRADO.-  El Principio de Autoridad es inexorable.
[215]
EL ALBAÑIL.-  Con los pobres. Se ha matado, por defender al co-
mercio, que nos chupa la sangre.
EL TABERNERO.-  Y que paga sus contribuciones, no hay que olvi-
darlo.
EL EMPEÑISTA.-  El comercio honrado, no chupa la sangre de na-
die.
LA PORTERA.-  ¡Nos quejamos de vicio!
EL ALBAÑIL.-  La vida del proletario, no representa nada para el
Gobierno.
MAX.-  Latino, sácame de este círculo infernal.
 
(Llega un tableteo de fusilada. El grupo se mueve en confusa y medrosa
alerta. Descuella el grito ronco de la mujer, que al ruido de las descar-
gas, aprieta a su niño muerto, en los brazos.)
 
[216]
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Negros fusiles, matadme también, con
vuestros plomos!
MAX.-  Esa voz me traspasa.
LA MADRE DEL NIÑO.-  ¡Que tan fría, boca de nardo!
MAX.-  ¡Jamás oí voz con esa cólera trágica!
DON LATINO.-  Hay mucho de teatro.
[217]
MAX.-  ¡Imbécil!
 
(El farol, el chuzo, la caperuza del sereno, bajan con un trote de madre-
ñas, por la acera.)
 
EL EMPEÑISTA.-  ¿Qué ha sido, sereno?
EL SERENO.-  Un preso que ha intentado fugarse.
MAX.-  Latino, ya no puedo gritar... ¡Me muero de rabia!... Estoy
mascando ortigas. Ese muerto sabía su fin... No le asustaba, pero temía el
tormento... La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de
España. Nuestra vida es un círculo dantesco. [218] Rabia y vergüenza. Me
muero de hambre satisfecho de no haber llevado una triste velilla en la trá-
gica mojiganga. ¿Has oído los comentarios de esa gente, viejo canalla? Tú
eres como ellos. Peor que ellos, porque no tienes una peseta, y propagas la
mala literatura, por entregas. Latino, vil corredor de aventuras insulsas,
llévame al Viaducto. Te invito a regenerarte con un vuelo.

DON LATINO.-  ¡Max, no te pongas estupendo!


[219]

ESCENA DUODECIMA
 
(RINCONADA EN COSTANILLA, Y UNA IGLESIA BARROCA POR
FONDO. Sobre las campanas negras, la luna clara. Don Latino y Max
Estrella, filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su
coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos
pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero
aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras.)
 
[220]
MAX.-  ¿Debe estar amaneciendo?
DON LATINO.-  Así es.
MAX.-  ¡Y qué frío!
DON LATINO.-  Vamos a dar unos pasos.
MAX.-  Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido!
DON LATINO.-  ¡Mira que haber empeñado la capa!
MAX.-  Préstame tu carrik *carrick*, Latino.
[221]
DON LATINO.-  ¡Max, eres fantástico!
MAX.-  Ayúdame a ponerme en pie.
DON LATINO.-  ¡Arriba, carcunda!
MAX.-  ¡No me tengo!
DON LATINO.-  ¡Qué tuno eres!
MAX.-  ¡Idiota!
DON LATINO.-  ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara!
[222]
MAX.-  ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré
en una novela!
DON LATINO.-  Una tragedia, Max.
MAX.-  La tragedia nuestra, no es tragedia.
DON LATINO.-  ¡Pues algo será!
MAX.-  El Esperpento.
DON LATINO.-  No tuerzas la boca, Max.
MAX.-  ¡Me estoy helando!
[223]
DON LATINO.-  Levántate. Vamos a caminar.
MAX.-  No puedo.
DON LATINO.-  Deja esa farsa. Vamos a caminar.
MAX.-  Echame el aliento. ¿A dónde te has ido, Latino?
DON LATINO.-  Estoy a tu lado.
MAX.-  Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Echa-
me el aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! [224] Tú
eres el cabestro, y si muges vendrá el Buey Apis. Le torearemos.
DON LATINO.-  Me estás asustando. Debías dejar esa broma.
MAX.-  Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha in-
ventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón de
*del* Gato.
DON LATINO.-  ¡Estás completamente curda!
MAX.-  Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos, dan el
Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede [225] darse
con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.-  ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.-  España es una deformación grotesca de la civilización euro-
pea.
DON LATINO.-  ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.-  Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo, son absurdas.
DON LATINO.-  Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los es-
pejos de la calle del Gato.
[226]
MAX.-  Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a
una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática
de espejo cóncavo, las normas clásicas.
DON LATINO.-  ¿Y dónde está el espejo?
MAX.-  En el fondo del vaso.
DON LATINO.-  ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.-  Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos
deforma las caras, y toda la vida miserable de España.
[227]
DON LATINO.-  Nos mudaremos al Callejón del Gato.
MAX.-  Vamos a ver qué palacio está desalquilado. Arrímame a la
pared. ¡Sacúdeme!
DON LATINO.-  No tuerzas la boca.
MAX.-  Es nervioso. ¡Ni me entero!
DON LATINO.-  ¡Te traes una guasa!
MAX.-  Préstame tu carrik *carrick*.
DON LATINO.-  ¡Mira cómo me he quedado de un aire!
[228]
MAX.-  No me siento las manos y me duelen las uñas. ¡Estoy muy
malo!
DON LATINO.-  Quieres conmoverme, para luego tomarme la cole-
ta.   .
MAX.-  Idiota, llévame a la puerta de mi casa, y déjame morir en paz.
DON LATINO.-  La verdad sea dicha, no madrugan en nuestro ba-
rrio.
MAX.-  Llama.
 
(Don Latino de Hispalis, volviéndose de espalda, comienza a cocear en la
puerta. [229] El eco de los golpes tolondrea por el ámbito lívido de la
costanilla, y como en respuesta a una provocación, el reloj de la iglesia
da cinco campanadas bajo el gallo de la veleta.)
 
MAX.-  ¡Latino!
DON LATINO.-  ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca!
MAX.-  ¡Si Collet estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una
voz.
DON LATINO.-  No llega tu voz a ese quinto cielo.
MAX.-  ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo!
[230]
DON LATINO.-  No olvides al compañero.
MAX.-  Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos
venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro
de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo?
DON LATINO.-  No te alucines, Max.
MAX.-  Es incomprensible cómo veo.
DON LATINO.-  Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras ve-
ces.
MAX.-  ¿A quién enterramos, Latino?
[231]
DON LATINO.-  Es un secreto, que debemos ignorar.
MAX.-  ¡Cómo brilla el sol en las carrozas!
DON LATINO.-  Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, ten-
dría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo
ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto
eres tú.
MAX.-  Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio, me
acuesto a la espera. ¡Yo soy el muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de
los periódicos, se preguntaba el paria catalán?
 
(Máximo Estrella se tiende en el umbral [232] de su puerta. Cruza la
Costanilla un perro golfo que corre en zig-zag *zigzag*. En el centro,
encoje *encoge* la pata y se orina: El ojo legañoso, como un poeta, le-
vantado al azul de la última estrella.)
 
MAX.-  Latino, entona el gori-gori.
DON LATINO.-  Si continúas con esa broma macabra, te abandono.
MAX.-  Yo soy el que se va para siempre.
DON LATINO.-  Incorpórate, Max. Vamos a caminar.
MAX.-  Estoy muerto.
[233]
DON LATINO.-  ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar.
Incorpórate. ¡No tuerzas la boca condenado! Max! ¡Max! ¡Condenado,
responde!
MAX.-  Los muertos no hablan.
DON LATINO.-  Definitivamente, te dejo.
MAX.-  ¡Buenas noches!
 
(Don Latino de Hispalis se sopla los dedos arrecidos, y camina unos pa-
sos, encorvándose bajo su carrik *carrick* pingón, orlado de cascarrias.
Con una tos gruñona retorna al [234] lado de Max Estrella: Procura in-
corporarle hablándole a la oreja.)
 
DON LATINO.-  Max, estás completamente borracho, y sería un cri-
men dejarte la cartera encima, para que te la roben. Max, me llevo tu car-
tera, y te la devolveré mañana.

FEDERICO GARCÍA LORCA

LA ZAPATERA PRODIGIOSA

Prólogo
 
Cortina gris. Aparece el AUTOR. Sale rápidamente. Lleva una carta
en la mano.
 
EL AUTOR.-  Respetable público...  (Pausa.) No, respetable público
no, público solamente, y no es que el autor no considere al público respe-
table, todo lo contrario, sino que detrás de esta palabra hay como un deli-
cado temblor de miedo y una especie de súplica para que el auditorio sea
generoso con la mímica de los actores y el artificio del ingenio. El poeta
no pide benevolencia, sino atención, una vez que ha saltado hace mucho
tiempo la barra espinosa de miedo que los autores tienen a la sala. Por este
miedo absurdo y por ser el teatro en muchas ocasiones una finanza, la
poesía se retira de la escena en busca de otros ambientes donde la gente no
se asuste de que un árbol, por ejemplo, se convierta en una bola de humo o
de que tres peces, por amor de una mano y una palabra, se conviertan en
tres millones de peces para calmar el hambre de una multitud. El autor ha
preferido poner el ejemplo dramático en el vivo ritmo de una zapaterita
popular. En todos los sitios late y anima la criatura poética que el autor ha
vestido de zapatera con aire de refrán o simple romancillo y no se extrañe
el público si aparece violenta o toma actitudes agrias, porque ella lucha
siempre, lucha con la realidad que la cerca y lucha con la fantasía cuando
ésta se hace realidad visible.  

(Se oyen voces de la ZAPATERA: «¡Quiero salir! ¡Ya voy!».)

  No tengas tanta impaciencia en salir; no es un traje de larga cola y plu-


mas inverosímiles el que sacas, sino un traje roto, ¿lo oyes?, un traje de
zapatera.  
(Voz de la ZAPATERA dentro: «¡Quiero salir!».)
  ¡Silencio!  

(Se descorre la cortina y aparece el decorado con tenue luz.)


  También amanece así todos los días sobre las ciudades, y el público olvi-
da su medio mundo de sueño para entrar en los mercados como tú en tu
casa, en la escena, zapaterilla prodigiosa.  

(Va creciendo la luz.)


  A empezar, tú llegas de la calle.  

(Se oyen las voces que pelean. Al público.)


  Buenas noches. 
 
(Se quita el sombrero de copa y éste se ilumina por dentro con una luz
verde, el AUTOR lo inclina y sale de él un chorro de agua. El AU-
TOR mira un poco cohibido al público y se retira de espaldas, lleno de
ironía.)  
Ustedes perdonen.  (Sale.) 

Acto II (final)

ZAPATERO.-  Yo lo siento mucho, pero tengo que emprender mi ca-


mino antes que la noche se me eche encima. ¿Cuánto debo?  (Coge el car-
telón.) 
ZAPATERA.-  Nada.
ZAPATERO.-  No transijo.
ZAPATERA.-  Lo comido por lo servido.
ZAPATERO.-  Muchas gracias. (Triste, se carga el cartelón.)  En-
tonces, adiós... para toda la vida, porque a mi edad... (Está conmovido.) 
ZAPATERA.-    (Reaccionando.) Yo no quisiera despedirme así. Yo
soy mucho más alegre.  (En voz clara.)  Buen hombre, Dios quiera que
encuentre usted a su mujer, para que vuelva a vivir con el cuido y la de-
cencia a que estaba acostumbrado.  (Está conmovida.) 
ZAPATERO.-  Igualmente le digo de su esposo. Pero usted ya sabe
que el mundo es reducido; ¿qué quiere que le diga si por casualidad me lo
encuentro en mis caminatas?
ZAPATERA.-  Dígale usted que lo adoro.
ZAPATERO.-   (Acercándose.) ¿Y qué más?
ZAPATERA.-  Que a pesar de sus cincuenta y tantos años, benditísi-
mos cincuenta años, me resulta más juncal y torerillo que todos los hom-
bres del mundo.
ZAPATERO.-  ¡Niña, qué primor! ¡Le quiere usted tanto como yo a
mi mujer!
ZAPATERA.-  ¡Muchísimo más!
ZAPATERO.-  No es posible. Yo soy como un perrillo y mi mujer
manda en el castillo, ¡pero que mande! Tiene más sentimiento que
yo.  (Está cerca de ella y como adorándola.) 
ZAPATERA.-  Y no se olvide de decirle que lo espero, que el in-
vierno tiene las noches largas.
ZAPATERO.-  Entonces, ¿lo recibiría usted bien?
ZAPATERA.-  Como si fuera el rey y la reina juntos.
ZAPATERO.-   (Temblando.) ¿Y si por casualidad llegara ahora
mismo?
ZAPATERA.-  ¡Me volvería loca de alegría!
ZAPATERO.-  ¿Le perdonaría su locura?
ZAPATERA.-  ¡Cuánto tiempo hace que se la perdoné!
ZAPATERO.-  ¿Quiere usted que llegue ahora mismo?
ZAPATERA.-  ¡Ay, si viniera!
ZAPATERO.-   (Gritando.) ¡Pues aquí está!
ZAPATERA.-  ¿Qué está usted diciendo?
ZAPATERO.-   (Quitándose las gafas y el disfraz.)  ¡Que ya no
puedo más, zapatera de mi corazón!

ASÍ QUE PASEN CINCO AÑOS


Acto primero

(Biblioteca. El joven está sentado. Viste un pijama azul. El Viejo de chaqué gris, con
barba blanca y enormes lentes de oro, también sentado)

JOVEN. No me sorprende.
VIEJO. Perdone...
JOVEN. Siempre me ha pasado igual.
VIEJO. (Inquisitivo y amable.) ¿Verdad?
JOVEN. Sí.
VIEJO. Es que...
JOVEN. Recuerdo que...
VIEJO. (Ríe.) Siempre recuerdo.
JOVEN. Yo...
VIEJO. (Anhelante.) Siga...
JOVEN. Yo guardaba los dulces para comerlos después.
VIEJO. Después, ¿verdad? Saben mejor. Yo también.
JOVEN. Y recuerdo que un día...
VIEJO. (Interrumpiendo con vehemencia.) Me gusta tanto la palabra recuerdo. Es una
palabra verde, jugosa. Mana sin cesar hilitos de agua fría
JOVEN. (Alegre y tratando de convencerse.) Sí, sí, ¡claro! Tiene usted razón. Es preciso
luchar con toda idea de ruina, con esos terribles desconchados de las paredes. Muchas
veces yo me he levantado a medianoche para arrancar las hierbas del jardín. No quiero
hierbas en mi casa ni muebles rotos.
VIEJO. Eso. Ni muebles rotos porque hay que recordar, pero...
JOVEN. Pero las cosas vivas, ardiendo en su sangre, con todos sus perfiles intactos.
VIEJO. ¡Muy bien! Es decir (Bajando la voz.), hay que recordar, pero recordar antes.
JOVEN. ¿Antes?
VIEJO. (Con sigilo.) Sí, hay que recordar hacia mañana.
JOVEN. (Absorto.) ¡Hacia mañana!
DOÑA ROSITA O EL LENGUAJE DE LAS FLORES

Acto II (final)
Rosita: (Con agitación.) ¡Ay, tía!

Ayola 1: ¿Qué?

Solterona 3: ¡Dinos!

Ayola 2: ¿Qué?

Ama: ¡Habla!

Tía: ¡Rompe!

Madre: ¡Un vaso de agua!

Ayola 2: ¡Venga!

Ayola 1: Pronto.

(Algazara.)

Rosita: (Con voz ahogada.) Que se casa... (Espanto en todos.) Que se casa conmigo,


porque ya no puede más, pero que...

Ayola 2: (Abrazándola.) ¡Olé! ¡Qué alegría!

Ayola 1: ¡Un abrazo!

Tía: Dejadla hablar.

Rosita: (Más calmada.) Pero como le es imposible venir por ahora, la boda será por
poderes y luego vendrá él.

Solterona 1: ¡Enhorabuena!

Madre: (Casi llorando.) ¡Dios te haga lo feliz que mereces! (La abraza.)

Ama: Bueno, y "poderes", ¿qué es?

Rosita: Nada. Una persona representa al novio en la ceremonia.

Ama : ¿Y qué más?

Rosita: ¡Que está una casada!

Ama: Y por la noche, ¿qué?

Rosita: ¡Por Dios!

Ayola 1: Muy bien dicho. Y por la noche, ¿qué?


Tía: ¡Niñas!

Ama: ¡Que venga en persona y se case." ¡"Poderes"! No lo he oído decir nunca. La


cama y sus pinturas temblando de frío, y la camisa de novia en lo más oscuro del
baúl. Señora, no deje usted que los "poderes" entren en esta casa. (Ríen todos.) ¡Seño-
ra, que yo no quiero "poderes"!

Rosita: Pero él vendrá pronto. ¡Esto es una prueba más de lo que me quiere!

Ama: ¡Eso! ¡Que venga y que te coja del brazo y que menee el azúcar de tu café y lo
pruebe a ver sí quema. (Risas.)

(Aparece el tío con una rosa.)

Rosita: ¡Tío!

Tío: Lo he oído todo, y casi sin darme cuenta he cortado la única rosa mudable que
tenía en mi invernadero. Todavía estaba roja,

abierta en el mediodía,
es roja como el coral.

Rosita:

El sol se asoma a los vidrios


para verla relumbrar.

Tío: Si hubiera tardado dos horas más en cortarla te la hubiese dado blanca.

Rosita:

Blanca como la paloma


como la risa del mar;
blanca como el blanco frío
de una mejilla de sal.

Tío: Pero todavía, todavía tiene la brasa de su juventud.

Tía: Bebe conmigo una copita, hombre. Hoy es día de que lo hagas.

LA CASA DE BERNARDA ALBA

Acto III (final)


ADELA.-  ¿Por qué me buscas?
MARTIRIO.-  ¡Deja a ese hombre!
ADELA.-  ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO.-  No es ése el sitio de una mujer honrada.
ADELA.-  ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
MARTIRIO.-   (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo
hable. Esto no puede seguir así.
ADELA.-  Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza
para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la
muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo
que me pertenecía.
MARTIRIO.-  Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has
atravesado.
ADELA.-  Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en
mí.
MARTIRIO.-  Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará
con Angustias.
ADELA.-  Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO.-  Lo sé.
ADELA.-  Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
MARTIRIO.-   (Despechada.) Sí.
ADELA.-   (Acercándose.) Me quiere a mí. Me quiere a mí.
MARTIRIO.-  Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo
digas más.
ADELA.-  Por eso procuras que no vaya con él. No te importa
que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco. Ya puede estar cien
años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, por-
que tú lo quieres también, lo quieres.
MARTIRIO.-   (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza
fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como
una granada de amargura. ¡Le quiero!
ADELA.-   (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Marti-
rio, yo no tengo la culpa.
MARTIRIO.-  ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos.
Mi sangre ya no es tuya. Aunque quisiera verte como hermana, no te
miro ya más que como mujer.  (La rechaza.) 
ADELA.-  Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que aho-
garse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los jun-
cos de la orilla.
MARTIRIO.-  ¡No será!
ADELA.-  Ya no aguanto el horror de estos techos después de
haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea.
Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre,
perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré la coro-
na de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casa-
do.
MARTIRIO.-  ¡Calla!
ADELA.-  Sí. Sí.  (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a de-
jar que se case con Angustias, ya no me importa, pero yo me iré a
una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en
gana.
MARTIRIO.-  Eso no pasará mientras yo tenga una gota de san-
gre en el cuerpo.
ADELA.-  No a ti, que eres débil; a un caballo encabritado soy
capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique.
MARTIRIO.-  No levantes esa voz que me irrita. Tengo el cora-
zón lleno de una fuerza tan mala, que, sin quererlo yo, a mí misma
me ahoga.
ADELA.-  Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha de-
bido dejar sola en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te
hubiera visto nunca.
 
(Se oye un silbido y ADELA corre a la puerta, pero MARTI-
RIO se le pone delante.)
 
MARTIRIO.-  ¿Dónde vas?
ADELA.-  ¡Quítate de la puerta!
MARTIRIO.-  ¡Pasa si puedes!
ADELA.-  ¡Aparta!  (Lucha.) 
MARTIRIO.-   (A voces.) ¡Madre, madre!
 
(Aparece BERNARDA. Sale en enaguas, con un mantón negro.)
 
BERNARDA.-  Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder
tener un rayo entre los dedos!
MARTIRIO.-   (Señalando a ADELA.) ¡Estaba con él! ¡Mira
esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA.-  ¡Ésa es la cama de las mal nacidas!  (Se dirige
furiosa hacia ADELA.) 
ADELA.-   (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de
presidio!  (ADELA arrebata un bastón a su madre y lo parte en
dos.)  Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un
paso más. En mí no manda nadie más que Pepe.
MAGDALENA.-   (Saliendo.) ¡Adela!
 
(Salen LA PONCIA y ANGUSTIAS.)
 
ADELA.-  Yo soy su mujer.  (A ANGUSTIAS.)  Entérate tú y
ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está,
respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS.-  ¡Dios mío!
BERNARDA.-  ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta?  (Sale
corriendo.) 
 
(Sale detrás MARTIRIO. Aparece AMELIA por el fondo, que
mira aterrada con la cabeza sobre la pared.)
 
ADELA.-  ¡Nadie podrá conmigo!  (Va a salir.) 
ANGUSTIAS.-   (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo
en triunfo. ¡Ladrona! ¡Deshonra de nuestra casa!
MAGDALENA.-  ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nun-
ca más!
 
(Suena un disparo.)
 
BERNARDA.-   (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO.-   (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
ADELA.-  ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe!  (Sale corriendo.) 
LA PONCIA.-  ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO.-  No. Salió corriendo en su jaca.
BERNARDA.-  No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA.-  ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO.-  ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre
su cabeza.
LA PONCIA.-  Maldita.
MAGDALENA.-  ¡Endemoniada!
BERNARDA.-  Aunque es mejor así.  

(Suena un golpe.)
  ¡Adela, Adela!

LA PONCIA.-   (En la puerta.) ¡Abre!
BERNARDA.-  Abre. No creas que los muros defienden de la
vergüenza.
CRIADA.-   (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos!
BERNARDA.-   (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque
echaré abajo la puerta!  (Pausa. Todo queda en silencio.)  ¡Ade-
la!  (Se retira de la puerta.)  ¡Trae un martillo!  
(LA PONCIA da un empujón y entra. Al entrar da un grito y
sale.)
  ¿Qué?
LA PONCIA.-   (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tenga-
mos ese fin!
 
(Las HERMANAS se echan hacia atrás. La CRIADA se santi-
gua. BERNARDA da un grito y avanza.)
 
LA PONCIA.-  ¡No entres!
BERNARDA.-  No. ¡Yo no! Pepe: tú irás corriendo vivo por lo
oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija
ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como una doncella.
¡Nadie diga nada! Ella ha muerto virgen. Avisad que al amanecer
den dos clamores las campanas.
MARTIRIO.-  Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA.-  Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla
cara a cara. ¡Silencio!  (A otra HIJA.)  ¡A callar he dicho!  (A
otra HIJA.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas
en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto
virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!

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