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Daniel Gigena
LA NACION
"En este momento la consigna debería ser no politizar la gestión cultural", opina Delgado
Alejandro Guyot
El lunes, a las 17:30, Josefina Delgado será distinguida como personalidad destacada de la cultura en el
Salón Dorado de la Legislatura porteña
Alejandro Guyot
Delgado desempeñó varios cargos públicos. De 1986 a 1989, y de 1996 a 2000 dirigió
las Bibliotecas de la ciudad y de 2001 a 2002 fue subdirectora de la Biblioteca
Nacional Mariano Moreno (BNMM), con Francisco Delich como director. Durante ese
periodo se impulsó la catalogación del fondo histórico y se creó la página web de la
BNMM. De 2003 a 2007, convocada por Kive Staiff, dirigió el Centro de
Documentación de Teatro y Danza del Complejo Teatral de Buenos Aires. “Fueron los
años más felices de mi gestión -recuerda-. Kive fue un caballero de la cultura y una
persona muy generosa”. En 2007 fue designada subsecretaria de Cultura de
Buenos Aires.
-Se puede decir que gran parte de tu vida estuvo y está dedicada a la
cultura.
-Toda mi vida, porque la gestión pública fueron hitos, pero en el momento en que no
estaba en la gestión trabajaba en editoriales, daba clases, o en investigación, o escribía
para diarios. Mi debut en la gestión pública fue en 1986, con Eduardo Belgrano
Rawson, luego él se va y quedo yo como directora de Bibliotecas. Para mí fue genial,
aunque encontramos las bibliotecas totalmente abandonadas, incluso con
patrimonio arruinado. La Biblioteca Miguel Cané, por ejemplo, tenía en su sótano
libros destruidos y apilados producto de las inundaciones. Ahí empecé a hacer un
trabajo lenta y sostenidamente, abriendo las bibliotecas a la gente no solo para la
consulta y el préstamo de libros sino también para actividades que atrajeran y
fomentaran la lectura. Luego me vine a trabajar a la biblioteca del Museo Hernández.
Y volví a Bibliotecas del 96 al 2000, durante el gobierno de Fernando de la Rúa en la
ciudad. En esa época teníamos más presupuesto, más presencia ; los
directores generales íbamos a la Legislatura a pelear por nuestro presupuesto. Me
acuerdo fascinada cómo nos daban los fondos prácticamente sin escucharme, por la
aprobación que tenía lo que venía haciendo y lo que proponía. Inauguramos nuevas
bibliotecas, bibliotecas infantiles, la Casa de la Lectura.
-Es muy difícil mantener las líneas de trabajo porque, y esto lo digo como se usa decir
ahora, con todo respeto, en general los funcionarios que reemplazan a otros
aún siendo del mismo origen político creen que lo más importante es
innovar. De algún modo aprendí que uno llega a un lugar y hay que decir “vamos a
ver qué onda”. Visitar, recorrer, conocer a la gente, interiorizarse de los proyectos que
están en desarrollo, y ahí sostener lo que se esté haciendo bien y plantear nuevas líneas
de trabajo; porque desde luego a todo el mundo le gusta proponer nuevas ideas. Las
bibliotecas públicas deben tener un patrimonio recreativo, de lectura abierta a los
distintos géneros literarios, y no ser solo un lugar de estudio, porque para eso están las
bibliotecas escolares y universitarias.
-Creo que sí, y no por una cuestión personal, sino porque no hay un hábito de
memoria. Muchas veces pienso “bueno, me hubieras preguntado, yo te lo decía, fui yo
la que lo armé”.
-Exacto, en 2000 y 2001 con Francisco Delich. Esa experiencia fue muy buena; en
realidad, la directora iba a ser yo, pero el presidente De la Rúa pensó que se
necesitaba, yo por un lado digo un varón, aunque él no lo dijo en esos términos,
alguien muy preparado para manejar el problema gremial. Francisco tenía gran
formación y capacitación, y acepté porque me pareció bien Delich. Él había sido el
primer rector de la Universidad de Buenos Aires con la vuelta de la democracia en el
83. Nos llevamos rebién, él dejaba en mis manos todo lo que tenía que ver con lo
estrictamente bibliotecológico porque era yo quien sabía manejarlo.
Josefina Delgado junto con Juan Cruz Ruiz, Sergio Ramírez y su esposa, en la biblioteca Miguel Cané
Gentileza Josefina Delgado
-De 1965 a 1973; entré como dactilógrafa cuando era estudiante de Letras, después
dirigí la colección La Historia Popular, unos libros cuadrados a dos columnas con
cuadernillos de fotos. Ahí aprendí un montón. Traduje La educación sentimental , de
Gustave Flaubert, escribí prólogos. Era un proyecto cultural masivo y la consigna de
“más libros para más” se podía cumplir perfectamente. Lo que aprendí fue el rigor de
trabajar con fechas de entrega, manejar el presupuesto. Después hubo muchos
episodios de amenazas, en momentos de dictadura, por parte de quienes nos acusaban
de que éramos comunistas. Boris Spivacow, que tenía su genio, me despidió, vamos a
decir, porque yo empecé a tener una personalidad donde a mí me gustaba decidir
cosas, consultarlas pero yo sabía qué había que hacer, y me había comprometido a
publicar un libro de alguien que era un experto en determinado tema, pero que era
filoperonista y Boris no quería, y a mí eso no me gustaba. Entonces ahí me acuerdo
que me llamó y me dijo: “Chiquita, bueno, esto no, no vamos a seguir”. Él quería que
yo lo convenciera, y no quise, me acuerdo que me fui al baño a llorar, pero pensé “de
acá me voy”.
-A Borges uno lo veía porque iba a la Facultad de Filosofía y Letras, pero debo confesar
que fui a un par de clases de literatura inglesa y me aburrí. Era lento, despacioso, esa
manera de hablar, daba vueltas, se iba por las ramas, y yo estaba en otra. Me aburrí,
la di libre y en el examen me saqué diez porque Borges era hipergeneroso, fueras quien
fueras.
Descubriendo una placa, en la casa donde vivió José Bianco, junto con Juan José Sebreli y Hugo
Beccacece
Gentileza Josefina Delgado
-Alberto Vanasco fue quien me propuso para Círculo de Lectores, donde necesitaban a
una persona que fuera a trabajar con Borges todas las mañanas para un prólogo de
una selección de obras de Shakespeare.
-Cuando trabajabas con él, ¿le contaste que te habías ido de sus clases?
-Él, Pepe Donoso, Jorge Lafforgue, Enrique Pezzoni y yo éramos los jurados. En ese
concurso el que ganó el premio, que era muy importante porque eran cinco mil
dólares, fue Carlos Gardini. Un cuento sobre la guerra de Malvinas muy bueno.
Cuando yo se lo leí… Leerle los cuentos a Borges fue maravilloso. Le leí los
sesenta cuentos que habíamos preseleccionado de los mil quinientos que
habían llegado .
Alfonsina. Siempre digo que a ella la hubieran cancelado por incitación al suicidio a
chicas de primaria. Por suerte era otra época. Ese libro salió primero salió en Planeta
con Juan Forn como editor, y luego pasé a Random con la biografía de Salvadora, a
quien yo tenía muy presente porque en la Biblioteca Nacional habíamos digitalizado el
diario Crítica . Ese es un trabajo más novelado, escrito a partir de datos ciertos.
Memorias imperfectas fue un trabajo con Florencia Cambariere como editora, que me
pidió que dejara el rol de testigo y me metiera más en las historias.
-Escribo algo que llamo la “novela postergada”, es una ficción con base real, la historia
de una tía mía que se fue a Marruecos detrás del amor de su vida y que engañó a su
familia para hacerlo. Y están las cartas que tengo con muchos escritores y amigos, y
gente de la cultura como Julio Cortázar, y mis cuadernos, de distintas épocas. Desde
el renacer de la democracia llevo una especie de diario que dura varios años,
y tengo otro donde un personaje muy importante es mi amigo el poeta Alberto
Szpunberg.
-Sí, me gustan mucho los libros de Samanta Schweblin, Mariana Enriquez, Selva
Almada, Betina González. Debería hacerse más comunicación de los escritores
argentinos, más charlas, más encuentros con la gente. Mis reparos son que algunos
autores se cierran mucho en un tema. A veces uno lee a otros novelistas
latinoamericanos actualísimos y se advierte que están más abiertos al mundo; acá veo
una especie de cerrazón casi barrial, como un costumbrismo mediocre.
Daniel Gigena
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