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En el año 132, los judíos se levantaron en armas contra la decisión del emperador
Adriano de convertir Jerusalén en una colonia romana, Aelia Capitolina. La
consecuencia fue una explosión de ira de los judíos, que bajo el liderazgo de Simón
bar Kokhba se lanzaron a una insurrección desesperada contra el dominio
desde que Judea quedó sometida a la autoridad romana en 63 a.C., los judíos
protagonizaron al menos sesenta intentos de rebelión para recuperar su soberanía a
lo largo de 130 años; cerca de dos mil personas fueron crucificadas por no acatar los
principios impuestos por
Roma. La crueldad,
corrupción y torpeza de
los procuradores romanos
provocaron un constante
malestar entre la
población judía, a lo que
se unía un profundo deseo
de liberación relacionado
a menudo con una
esperanza mesiánica, esto
es, con la creencia en la
aparición de un líder
ungido (mashiah, mesías),
descendiente del linaje de
David, que restablecería el
esplendor del antiguo
reino de Israel.
Este palacio-fortaleza fue erigido
en el desierto de Judea por el rey
Herodes el Grande en un lugar
inexpugnable. Aquí se refugiaron los últimos rebeldes de la primera revuelta judía, que prefirieron el suicidio
antes que la rendición frente a los romanos.
A ello se le sumó, dos años después, una segunda ofensa a la identidad religiosa
judía: un decreto que prohibía cualquier forma de mutilación de los genitales
masculinos, medida que los judíos interpretaron como un ataque directo a la práctica
de la circuncisión de los varones, exigida por la ley de Moisés.
Fue en este período convulso cuando empezó a ganar popularidad un joven
carismático llamado Simón bar Kosiba. Se conoce muy poco de este personaje.
Consta que fue apoyado por una sección del estamento de los rabinos o doctores de
la Ley: la representada por Akibá ben Yosef, rabino que presidía el sanedrín de
Yavne, principal centro judaico de entonces. Fueron ellos quienes lo convirtieron en
poco tiempo en el líder de la rebelión.
UN NUEVO MESÍAS
A fin de persuadir al pueblo de Israel de que Kosiba había sido enviado por Dios
para redimirlo de su sufrimiento, se destacó la semejanza entre su nombre y la
palabra aramea kokhba, "estrella", lo que a su vez permitía relacionar a Simón con
un pasaje del libro bíblico de Números (24, 17) que se interpretaba como un anuncio
de la venida del mesías: "De Jacob nace una estrella, y brota de Israel una vara que
herirá a los caudillos de Moab y destruirá a todos los hijos de Set".
Tras el estallido de la revuelta contra Roma, el cabecilla rebelde adoptó el nombre
de Simón bar Kokhba. Para reforzar su autoridad, reacuño las monedas romanas con
símbolos y emblemas judíos y acompañó su nombre con el título de nasí, cargo
detentado únicamente por el patriarca, presidente del sanedrín y máxima autoridad
política, moral y religiosa del judaísmo.
Dión Casio cuenta que Simón bar Kokhba comenzó a reunir en torno a sí a cuantos
"consideraban intolerable que una nación extranjera habitara en su ciudad y
estableciera en ella cultos
extranjeros", y ordenó mantener
en secreto la sedición mientras
el emperador Adriano estuviese
visitando las provincias
cercanas a Judea. Entre
tanto, los judíos "fabricaban
mal a propósito las armas que
les habían sido encargadas por
los romanos, con el fin de
poderse servir de ellas en el
momento en que aquéllos las
devolviesen".
EL ESTALLIDO DE LA REVUELTA
Una vez armados, y con el emperador lejos de Judea, se produjo un suceso
inesperado que se interpretó como el presagio divino que señalaba el comienzo de la
guerra apocalíptica predicha por los profetas Daniel y Zacarías: la tumba de
Salomón, cerca de las murallas de la ciudad vieja, se desplomó inesperadamente,
quizás a causa de los trabajos de urbanización de Jerusalén. El gobernador de Judea,
Tineo Rufo, no prestó atención a la inquietud que este suceso causó entre los judíos.
El 3 de abril de 132, el primer día del mes judío de Iyar (entre abril y mayo), Simón
bar Kokhba, "el hijo de una estrella", se puso al mando de la rebelión. En ella
participaron no sólo judíos de toda la provincia, sino también personas de origen no
judío, impulsadas por el deseo de sacar provecho a una posible liberación de la
dominación romana.
La táctica de los rebeldes consistió en evitar los encuentros en campo abierto con los
romanos y operar en pequeños grupos desde lugares bien protegidos. De hecho, en
algunas zonas excavaron túneles subterráneos con respiraderos en la parte superior
para comunicar entre sí las bases estratégicas, que dotaron de muros y trincheras. A
los pocos meses de actuación de esta guerrilla armada, Simón bar Kokhba consiguió
establecer un Estado judío independiente, que celebró acuñando en las monedas el
lema «Año I de la redención de Israel».
LA RESPUESTA DE ROMA
En vista del éxito de la revuelta y de los graves daños infligidos a las tropas
romanas, Adriano envió a Judea al más valiente de sus comandantes, Sexto Julio
Severo, así como al gobernador de Siria, Publio Marcelo, y al de Arabia, Haterio
Nepote. A partir de entonces, la superioridad estratégica y armamentística de las
fuerzas romanas convirtió la campaña en una masacre sistemática.
En su Historia romana Dión Casio explica cómo, en vez de atacar abiertamente a sus
enemigos, Julio Severo "los separó poco a poco por medio de un gran número de
EL ÚLTIMO BALUARTE
A finales del año 135, la caída de Bethar –una fortaleza cercana a Jerusalén– marcó
el fin de la guerra. La mayoría de sus habitantes murieron de hambre y sed tras
varios meses de asedio, y los supervivientes fueron asesinados sin piedad por el
ejército romano. No se salvaron ni siquiera los niños, quienes, según algunos
midrashim (textos exegéticos de la Torá y el Talmud), fueron estrellados contra las
rocas o arrojados al fuego envueltos en los libros sagrados del judaísmo.
Este grabado del siglo XIX recrea el templo dedicado a Afrodita construido en época de Adriano como
parte de la ciudad romana de Aelia Capitolina. Se levantó en el monte Calvario, donde los cristianos
ubicarían la tumba de Cristo.
En el desierto de Judea se abre esta profunda garganta, en cuyas inmediaciones se ubican numerosas
cuevas. En una de ellas, cerca del oasis de En Gedi, junto al mar Muerto, aparecieron las cartas de Bar
Kokhba.
Antes de morir, los asediados ocultaron en los huecos de la caverna todas sus
pertenencias, tapándolas con montones de piedras. Años después, alguien regresó y
dio sepultura a los muertos. Reunió en cestos las calaveras, amontonó los huesos en
un nicho y cubrió con cuidado el cuerpo de uno de los niños, preservando así un
emotivo testimonio de lo que fue el último acto de resistencia judía frente al dominio
de Roma.
LA "LIBERACIÓN" DE JERUSALÉN