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Qué es la Oración
¿Qué es la oración? ¿Cuál es su esencia? ¿Cómo podemos aprender a orar? ¿Qué
experimenta el cristiano que ora en la humildad de su corazón? Tales son las preguntas
a las que este libro desearía responder. Presenta un cuadro de la oración en sus
diferentes grados, desde la oración vocal ordinaria hasta la oración perpetua del
corazón; pero trata, ante todo, de una forma particular de la oración, conocida en la
Iglesia ortodoxa bajo el nombre de "Oración de Jesús". Se trata de una de las más
simples entre todas las oraciones cristianas; consiste en una frase única: "Señor
Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí". Nueve palabras en español, en ruso, en
griego, no más de siete. Es sin embargo, alrededor de esas pocas palabras que, a través
de los siglos, muchos Ortodoxos han edificado su vida espiritual, y es por medio de esta
oración que han penetrado los misterios más profundos del conocimiento cristiano.
Ahora bien, la presente obra busca explicar cómo los hombres pudieron descubrir
tantas cosas en una frase tan corta.
Mientras que San Dimitri habla de "permanecer ante Dios con el intelecto", Teófano
se muestra más preciso y dice: "Permanecer ante Dios con el intelecto unido al corazón
o encerrado en el corazón". Esta noción "permanecer con el intelecto en el corazón",
constituye uno de los principios cardinales de la doctrina ortodoxa sobre la oración.
Para percibir todo lo que implica esta fórmula, es necesario comenzar por examinar
rápidamente la enseñanza ortodoxa sobre la naturaleza humana.
Teófano y los otros autores citados en el Arte de la Oración, distinguen en el hombre
tres elementos: el cuerpo, el alma y el espíritu, que Teófano describe así: "El cuerpo
está hecho de tierra; no es por lo tanto algo muerto, sino por el contrario, algo vivo,
provisto de un alma viviente. En esta alma ha sido insuflado un espíritu, el espíritu de
Dios, destinado a conocerlo, glorificarlo, buscarlo y a gustar y encontrar la alegría en El
y en ninguna otra cosa". El alma es, por consiguiente, el principio fundamental de la
vida, lo que hace de un ser humano algo viviente, por oposición a una masa de carne
inanimada. Sin embargo, mientras que el alma existe ante todo sobre el plano natural,
el espíritu nos pone en contacto con el orden de las realidades divinas. Es la facultad
más elevada del hombre y la que nos hace aptos para entrar en comunión con Dios. En
tanto que tal, el espíritu del hombre está estrechamente ligado a la tercera Persona de
la Santa Trinidad, el Espíritu Santo o Espíritu de Dios: pero, a pesar de esta estrecha
conexión no son idénticos. Confundirlos nos conduciría al panteísmo.
"El corazón no es más que un pequeño navío y, sin embargo, allí sé encuentran
leones, dragones, criaturas venenosas y todos los refinamientos de la maldad; los
senderos rugosos y ásperos y los abismos abiertos. Pero también están Dios y los
ángeles, la Vida y el Reino, la Luz y los apóstoles, la ciudad celeste y los tesoros de la
gracia. Todo está allí".
Así comprendido, resulta claro que el corazón no se confunde con ninguno de los
tres elementos constitutivos del hombre, el cuerpo, el alma o el espíritu, pero que, sin
embargo, está ligado a cada uno de los tres.
El corazón es una realidad material; es una parte de nuestro cuerpo, el centro de
nuestro organismo desde el punto de vista físico. Ese aspecto material del corazón no
debe ser olvidado; cuando los textos ascéticos ortodoxos hablan del corazón, ellos
entienden, entre otras cosas, el corazón carnal, un músculo del cuerpo, y es necesario
evitar comprenderlos únicamente desde el punto de vista simbólico o metafórico.
El corazón está, de una manera especial, ligado al psiquismo del hombre, a su alma.
Cuando el corazón cesa de latir, sabemos que el alma ya no está en el cuerpo. Además,
lo que nos interesa aquí muy especialmente, el corazón está ligado al espíritu, como
dice Teófano: "El corazón, es el hombre profundo, el espíritu. Es en él que se
encuentran la conciencia, la idea de Dios y nuestra dependencia total en relación a él y
todos los tesoros eternos de la vida espiritual". La palabra "corazón", nos dice, debe a
veces ser comprendida "no en su sentido ordinario, sino en el sentido de 'Hombre
interior', según San Pablo o, según San Pedro, el 'hombre oculto del corazón'. Es el
espíritu a la imagen de Dios que fue insuflado en el primer hombre, y que permanece
en nosotros, incluso después de la caída". Es por ello que los autores griegos y rusos
gustan de citar este texto: "El hombre interior y el corazón son de una profundidad
inconmensurable" (Sal. 63, 7) (2). Ese "corazón profundo", es el espíritu del hombre; él
designa el centro o la cima de nuestro ser, lo que los místicos romanos y flamencos
llaman el "fondo del alma". Es allí, en el "corazón profundo", donde el hombre
encuentra a Dios frente a frente.
Sabiendo esto, es posible comprender en alguna medida lo que Teófano quiere decir
cuando describe la oración como el estado de aquél que "se presenta ante Dios con la
inteligencia en el corazón". Durante todo el tiempo que el asceta ora con el intelecto en
la cabeza, actúa únicamente con los recursos de la inteligencia humana y, a este nivel,
no realizará jamás un encuentro personal e inmediato con Dios. Mediante el uso de su
cerebro él puede saber algo respecto de Dios, pero no puede conocer a Dios. En efecto,
no puede tener conocimiento directo de Dios sin un amor muy intenso, y un amor
semejante debe venir no sólo del cerebro, sino del hombre todo entero, es decir, del
corazón. Es necesario, pues, que el asceta descienda de su cabeza a su corazón. No se le
pide abandonar sus potencias intelectuales —la razón también es un don de Dios—,
pero debe descender con su intelecto a su corazón.
Señalemos que la oración del corazón no es sólo la del alma y el espíritu, sino
igualmente la del cuerpo. Es necesario no olvidar que, entre otras cosas, el corazón es
igualmente un órgano corporal. El corazón tiene, él también, un rol positivo que jugar
en la obra de la oración. Esto resalta claramente en la vida de los santos ortodoxos,
cuyos cuerpos, durante la oración, fueron exteriormente transfigurados por la luz
divina, igual que el cuerpo de Cristo fue transfigurado sobre el Tabor.
La oración del corazón toma dos formas diferentes: una —tales las palabras de
Teófano—, es "ardua, cuando el hombre se esfuerza por alcanzarla por sí mismo", y la
otra "espontánea, cuando la oración existe y actúa por sí misma". En el primer grado,
la oración es todavía algo que el hombre ofrece mediante su propio esfuerzo
consciente, ayudado naturalmente por la gracia de Dios. En el segundo grado, es
otorgada al hombre como un don; a él le parece que es "tomado por la mano y llevado
por la fuerza de una habitación a la otra". Ya no es él quien ora, sino el Espíritu de Dios
el que ora en él. Una oración semejante, acordada como un don, puede venir sólo de
tiempo en tiempo, o ser, por el contrario, incesante. En él segundo caso, la oración se
prosigue independientemente de lo que se haga, se hable o se escriba; se prolonga en
los sueños y despierta al hombre cuando llega la mañana. La oración no es ya una serie
de actos, ha llegado a ser un estado; entonces se ha descubierto cómo cumplir el
mandato de Pablo: "Orad sin cesar" (I Tes. 5, 17). Según las palabras de Isaac el Sirio:
"Cuando el espíritu hace su morada en un hombre", éste no cesa de orar, pues el
Espíritu ora constantemente en él. En estado de vigilia o de sueño, la oración no se
detiene jamás en su alma, ya sea que coma o beba, que esté tendido o realizando un
trabajo y, aún cuando está sumergido en el sueño, el perfume de la oración respira
espontáneamente en su corazón". Como canta la Biblia: "Duermo, pero mi corazón
vela" (Cant. 5,2).
Sin embargo, la disciplina del intelecto debe acompañar a la disciplina moral. No son
únicamente los pensamientos apasionados los que obstaculizan la oración interior sino
todas las imágenes, estén o no acompañadas de un movimiento pasional. Según la
enseñanza del cristianismo oriental, la imaginación, facultad por la cual formamos
imágenes mentales más o menos vivas según nuestra aptitud, no tiene más que un
lugar extremadamente restringido en la obra de la oración; y muchos —entre ellos el
mismo Teófano— afirman que no tienen ningún lugar (6).
Sin embargo, mientras insisten sobre la necesidad de excluir toda imagen durante la
oración, Teófano y los otros autores de la antología son menos exigentes cuando se
trata de sentimientos. Por el contrario, frecuentemente atraen la atención sobre el
hecho de que la oración del corazón es una oración de sentimientos, y ese es
precisamente lo que lo distingue de la oración del intelecto. Entre los sentimientos que
mencionan Teófano y los otros, se encuentran tres que ofrecen interés particular:
— Una especie de tristeza que hiere el corazón. Parece que se tratara aquí de algo
esencialmente penitencial, de un sentimiento de compunción.
La Oración de Jesús
Teóricamente, la Oración de Jesús no es más que uno de los múltiples caminos que
pueden permitir alcanzar la oración interior; sin embargo, en la práctica, ella adquirió
en la Iglesia ortodoxa una influencia y una popularidad tales que está casi identificada
con la oración interior en sí misma. La Oración de Jesús es especialmente
recomendada como un camino rápido para alcanzar la oración continua; el mejor
medio, y el más fácil, de concentrar la atención, es establecer el intelecto en el corazón.
Esas referencias a la Oración de Jesús como camino fácil, no deben, evidentemente, ser
consideradas demasiado literalmente. Orar en espíritu y en verdad, no es jamás fácil, y
menos que nunca en los comienzos de la empresa. Para emplear una expresión rusa, la
oración es un podvig, "una hazaña" del combate ascético. "La oración, dice el obispo
Ignacio Brianchaninov, es un martirio oculto". Cuando se la califica como fácil, es sola-
mente en un sentido relativo.
La Oración de Jesús es habitualmente recitada bajo la forma: "Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, ten piedad de mi"'. La palabra "pecador" puede ser agregada al final, o la
Oración puede ser dicha en plural: "Ten piedad de nosotros"; pueden existir incluso
otras variantes. Lo que es esencial y constante es únicamente la invocación del nombre
divino. Para ayudarnos en la recitación de la Oración, lo corriente es utilizar un rosario
(en ruso vervitsa, lestovka o tchotki). Ese rosario ortodoxo es diferente del utilizado en
Occidente: está constituido, generalmente, por una cuerda de lana, o de otro material,
en la cual se han hecho nudos, de modo que no produce ningún ruido.
— Con el tiempo, la Oración se hace más interior, y el intelecto repite sin ningún
movimiento exterior de los labios o de la lengua A medida que aumenta esa
interioridad, la concentración de la atención se hace más fácil. La Oración adquiere,
poco a poco, su ritmo propio; en ciertos momentos, se repite interiormente casi con
espontaneidad, sin que exista ningún acto consciente de la voluntad por parte nuestra.
Según las palabras del starets Parteno: "un delgado hilo de agua murmura dentro
nuestro". Esto revela que se aproxima la tercera etapa.
— la declaración del Señor durante la última Cena: Hasta aquí nada habéis pedido
en mi nombre... Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será acordado" (Juan 16,
24, 23)
Sin embargo, mientras sus elementos constitutivos están todos claramente presentes
en el Nuevo Testamento, parece que hubiera sido necesario algún tiempo para que
ellos se desarrollen en una oración única. Resulta claro que los primeros cristianos
veneraban el nombre de Jesús, pero ignoramos si practicaban igualmente la
invocación constante del Nombre y bajo qué forma Los primeros pasos hacia la
Oración de Jesús, tal como la conocemos hoy, coinciden con el desarrollo del
monaquismo egipcio en el siglo IV. Los Padres del desierto atribuían gran importancia
al ideal de la oración continua e insistía sobre el hecho de que el monje debe,
constantemente, practicar interiormente eso que ellos llaman la "meditación secreta" o
"el recuerdo de Dios". Para ayudarse en ese esfuerzo hacia el recogimiento continuo,
ellos se servían de fórmulas breves que repetían sin descanso, por ejemplo: "Señor,
ayúdame!" (10) o bien: "Oh Dios, ven en mi ayuda, Señor, apresúrate a socorrerme!"
(11), "Señor, Hijo de Dios, ten piedad de mí! " (12), "Yo he pecado como hombre, tú,
como Dios, otórgame tu misericordia!" (13). En el período monástico primitivo existía
una gran variedad de estas oraciones jaculatorias.
Teófano subraya ese caracter de simplicidad muy a menudo: "La obra de Dios es
simple: es la oración; es decir, hijos que se dirigen a su Padre sin ninguna sutileza... La
práctica de la Oración de Jesús es simple... La práctica de la oración es llamada un
'arte' y es un arte muy simple. Permaneciendo con vuestra conciencia y vuestra
atención en el corazón, repetid incesantemente: 'Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten
piedad de mí".
Se recomienda al principiante recitar la Oración "lentamente, dulcemente,
apaciblemente". Cada palabra debe ser dicha con recogimiento, sin prisa y, por lo
tanto, sin énfasis. La oración no debe ser obligada ni forzada, debe correr
naturalmente, apaciblemente. "El nombre de Jesús no debe ser proclamado ni pro-
nunciado con algún tipo de violencia, aunque sea interior" (16). Es necesario orar sin
cesar, con concentración y atención interior, pero también es necesario no mezclar a la
oración un sentimiento de obligación, una intensidad provocada o una emoción
artificial.
Al final de cada Oración, es conveniente hacer una corta pausa, pues ésta nos ayuda
a mantener el espíritu atento. De acuerdo al obispo Ignacio, se necesita
aproximadamente media hora para recitarla un centenar de veces; ciertas personas
demoran más aún. Según otras, la Oración puede ser recitada más rápidamente. En los
"Relatos de un Peregrino Ruso" —obra anónima, perteneciente también al siglo XIX
ruso— el starets aconseja al peregrino comenzar por recitar la Oración tres mil veces
cada día, luego seis mil, y finalmente doce mil veces; después de lo cual él dejó de
contar (17). Ahora bien, cifras semejantes suponen un ritmo más rápido que el que
recomienda Brianchaninov.
Los hesicastas agregan a esta regla, muy simple, un método físico apropiado para
mantener la atención. Una cierta actitud corporal es recomendada a veces: la cabeza
inclinada, el mentón apoyado sobre el pecho, los ojos fijos sobre el lugar del corazón.
Es necesario al mismo tiempo regular con cuidado la respiración, a fin de retomarla
con la Oración. Estos métodos son descritos por primera vez en la obra titulada “Los
tres métodos de oración y de atención” y atribuida a San Simeón el Nuevo Teólogo
(siglo XI) aunque seguramente no le pertenezca. El autor es probablemente Nicéforo el
Solitario (siglo XIV) y es muy posible que describa una práctica ya bien establecida en
esa época.
Para apreciar en su justo valor el lugar que ocupa el método físico, es necesario tener
claros tres puntos esenciales:
En primer lugar, los ejercicios respiratorios no son más que un accesorio, una ayuda
para el recogimiento, útil para algunos, pero no obligatoria para todos. No constituyen,
de ningún modo, un elemento esencial de la oración, que puede ser practicada en toda
su plenitud sin ellos.
Además estos ejercicios deben de ser utilizados con la mayor discreción, pues pueden
ser peligrosos si se los realiza mal. En si mismos, descansan sobre un principio
teológico perfectamente seguro y solido – la unidad del compuesto humano constituido
por el cuerpo y el alma -, y sobre el hecho de que, por consiguiente, el cuerpo tiene un
papel positivo que jugar en la obra de la oración. Sin embargo, si tales técnicas son mal
empleadas, pueden arruinar la salud e incluso llevar a la locura, tal como algunos lo
han constatado recientemente para su desdicha. Esa es la razón por la cual los autores
ortodoxos insisten en que aquellos que practican dichos métodos se coloquen bajo la
dirección constante de un director espiritual experimentado. En ausencia de ese starets
(e incluso en países ortodoxos existen pocos que tengan la experiencia requerida), es
mejor practicar la Oración en sí misma, sin preocuparse por técnicas somáticas. Según
el obispo Ignacio: “Es necesario no intentar practicar esa técnica mecánica, al menos de
que ella se establezca por sí misma… El método mecánico es ventajosamente
reemplazado por una repetición apacible de la Oración; es necesario hacer una breve
pausa entre cada invocación, la respiración debe ser calma y apacible, y el intelecto
debe estar encerrado en las palabras de la Oración”.
Siendo tan corta y tan simple, la Oración puede recitarse, no importa dónde y no
importa cuándo. Puede recitarse en el ómnibus, mientras se trabaja en el jardín o en la
cocina; vistiéndose o caminando, cuando se padece insomnio, durante los períodos de
angustia o de tensión, cuando otras formas de oración se han hecho imposibles. Desde
ese punto de vista, es necesario reconocer que se trata de una oración particularmente
bien adaptada a la tensión del mundo moderno. Es una oración especialmente
recomendada a los monjes, a quienes se entrega un rosario formando parte del hábito;
pero es en la misma medida una oración para los laicos, cualquiera sea su ocupación
en el mundo. Es la oración del eremita y del recluso, y al mismo tiempo la oración de
aquéllos que están comprometidos en el trabajo social, la atención de los enfermos, la
enseñanza o la visita a las prisiones.
Es una oración que conviene a todas las etapas de la vida espiritual, desde la más
elemental a la más avanzada.